Antología 2 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 2 ÍNDICE Historia de la Filosofía, Frederick Copleston Hobbes II…………………………………………………………………………………………………………………………………….…………….…..p. 3 Locke IV……………………………………………………………………………………………………………………………….…………………......p. 14 Spinoza V……………………………………………………………………………………………………………………………….……………....…...p. 22 Rousseau I y II………………………………………………………………………………………………………………………….…………………...p. 27 La Ilustración Francesa I y II………………………………………………………………………………………………………………………………..p 50 La Ilustración Alemana I y II……………………………………………………………………………………………………………….……………….p. 81 La Ruptura con la Ilustración………………………………………………………………………………………………………………….………….p. 100 Hegel………………………………………………………………………………………………………………………………………………………...p. 189 Historia del Pensamiento Científico y Filosófico, Giovanni Reale y Dario Antisieri La Ilustración………………………………………………………………………………………………………………………………..………...........p. 108 La Ilustración en Francia………………………………………………………………………………………………………………..………………….p. 122 La Ilustración en Inglaterra……………………………………………………………………………………………………………..………………….p. 155 La Ilustración Alemana………………………………………………………………………………………………………………………………….….p. 176 Fichte y Schelling……………………………………………………………………………………………………………………………………..…….p. 254 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 3 HOBBES II Frederick Copleston 1. El estado natural de guerra Los hombres son por naturaleza iguales en facultades mentales y corporales. No quiere esto decir que tengan todos igual grado de fuerza física o de rapidez mental, sino que, de una manera general, las deficiencias de un individuo en un aspecto pueden compensarse con otras cualidades en otro. El débil físicamente puede dominar al fuerte con la maña o la conspiración, y la experiencia permite a todos los hombres adquirir sabiduría en aquello a lo que se dedican. Esta igualdad natural produce en los hombres una esperanza igual de conseguir sus fines. Cada persona busca y persigue su propia conservación y algunos desean también deleite y placer. Nadie se resigna a no hacer ningún esfuerzo por obtener los fines a los que se ve impelido de una forma natural, consolándose con la idea de que no es igual que los demás. Ahora bien, el hecho de que cada cual busque su conservación y su satisfacción, conduce a la competición y a la desconfianza en los demás. Además, todos quieren que los demás le valoren en la misma medida que él mismo se estima, y detecta y se duele de cualquier signo, por débil que sea, de desprecio. "Así pues, en la naturaleza humana, encontramos tres principales causas de disputa, la competición, la desconfianza y el deseo de fama." De todo esto extrae Hobbes la conclusión de que, mientras los hombres no viven bajo un poder común, se encuentran en constante estado de guerra unos contra otros. "Porque la guerra no sólo consiste en la batalla o en la lucha concreta, sino en un trecho de tiempo durante el cual se da una voluntad de contender, y, por lo tanto, la noción de tiempo hay que incluirla dentro de la naturaleza de la guerra, como se incluye en la del tiempo atmosférico. Porque del mismo modo que el mal tiempo no se caracteriza por un chaparrón o dos, sino por una tendencia general a la lluvia a lo largo de los días, así la naturaleza de la guerra consiste no en el hecho de que se dé alguna batalla, sino en la tendencia a ello durante todo el tiempo que no existe la seguridad de lo contrario. El resto del tiempo puede hablarse de paz." El estado natural de guerra, por lo tanto, es aquel en que el individuo depende para su seguridad de su propia fuerza e ingenio. "En tales condiciones no se dan unas circunstancias propicias para la industria, ya que el fruto de la misma sería incierto. Como consecuencia de ello, no puede haber cultivo de la tierra, ni navegación, ni uso de los bienes que pudieran importarse por mar, ni construcción de edificios, ni fabricación de instrumentos para transportar cosas que requieran gran esfuerzo, ni conocimiento de la superficie de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad y, lo que es peor de todo, existe el temor continuo al peligro y a la muerte violenta, por lo que la vida del hombre es solitaria, pobre, embrutecedora, sucia y corta.". En este pasaje, tan frecuentemente citado, Hobbes describe el estado natural de guerra como una circunstancia en la que faltan los beneficios de la civilización. La conclusión es obvia: sólo a través de la organización de la sociedad y del establecimiento de un cuerpo social pueden obtenerse la paz y la civilización. El estado natural de guerra es una consecuencia de la naturaleza del hombre y de sus pasiones. Pero si alguien duda de la validez objetiva de sus conclusiones, sólo tiene que observar lo que pasa incluso en una sociedad organizada. Todo el mundo lleva armas cuando sale de viaje, cierra su puerta de noche, encierra sus bienes de valor, todo lo cual prueba de forma bien patente lo que piensa de su prójimo. "¿Acaso no acusa más al género humano con sus actos que yo lo hago con mis palabras? Esto no implica culpar a la naturaleza del hombre. Los deseos y las demás pasiones humanas no son pecados en sí mismos, y tampoco lo son !as acciones que se derivan de tales pasiones hasta que no se da una ley que las prohíba, que sólo puede conocerse cuando sea promulgada y ésta a su vez no puede ser promulgada hasta que no se hayan puesto de acuerdo sobre la persona que ha de hacerla." Este párrafo que acabamos de citar sugiere que, en el estado natural de guerra no existen distinciones morales objetivas. Y éste es precisamente el punto de vista de Hobbes. En este estado de cosas "no hay espacio para las nociones de bien y mal, justicia e injusticia. La fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales en la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit guerra". Además" no existen las distinciones de tuyo y mío, sino que cada hombre coge lo que puede, y es suyo mientras pueda guardarlo". ¿Quiere decir con esto Hobbes que este estado de guerra era un hecho histórico en el sentido de que precedió en todas partes a la organización de la sociedad, o quiere decir que es un estado que precede a la organización de la sociedad solamente desde un punto de vista lógico en el sentido de que, si prescindimos de lo que el hombre debe a la comunidad o Estado, llegamos por abstracción a esta capa de individualismo atomista, enraizado en las pasiones humanas y que prevalecería si no fuera por otros factores que empujan a los hombres desde el principio a organizar las sociedades y a someterse al poder común? A mi parecer, Hobbes quiere decir lo segundo. El estado de guerra no fue nunca, en su opinión, un fenómeno universal" en todo el mundo", sino que la idea de este estado de cosas representa la condición que prevalecería si no fuera por la fundación de las sociedades. Existen gran número de ejemplos empíricos para afirmar esto, aparte de la deducción a priori a partir del análisis de las pasiones. Sólo tenemos que mirar el comportamiento de los reyes y soberanos. Fortifican sus territorios contra los posibles invasores, e incluso en tiempo de paz envían sus espías a las posesiones de sus vecinos. Se mantienen, en pocas palabras, en constante "estado de guerra". Por otra parte, sólo hay que considerar lo que sucede cuando se interrumpe la paz en un Estado y .sobreviene la guerra civil. Esto muestra claramente "qué clase de vida se llevaría si no hubiera un poder público que temer". Al mismo tiempo, el estado natural de guerra es, para Hobbes, un hecho histórico en muchos lugares, como puede verse en América, donde los salvajes "viven hoy día en un estado brutal", si exceptuamos el gobierno interior de las pequeñas familias, "cuya armonía depende de la lujuria natural". 2. Las leyes de la naturaleza No cabe duda de que el interés del hombre es salir de este estado natural de guerra, y la posibilidad de hacerlo la proporciona la naturaleza misma, ya que ha sido la naturaleza !a que ha dado al 4 hombre sus pasiones y su razón. Son sin duda sus pasiones las que le llevan al estado de guerra, pero, al mismo tiempo, el miedo a la muerte, el deseo de obtener las cosas necesarias para una vida" cómoda", y la esperanza de obtener estas cosas por medio de la industria, son pasiones que inclinan al hombre a buscar la paz. No quiere esto decir que las pasiones simplemente le conduzcan a la guerra, mientras que la razón le lleva a la paz. Algunas pasiones le inclinan a la paz y lo que hace la razón es mostrar de qué manera puede satisfacerse el deseo de la propia conservación. En primer lugar sugiere los "artículos apropiados para la paz, sobre la base de los cuales puede inducirse a los hombres a llegar a un acuerdo. Estos artículos son las llamados Leyes de la Naturaleza". Hobbes define la ley de la naturaleza como" el dictado de la recta razón sobre cosas que tienen que ser hechas o evitadas para preservar nuestra vida y miembros en el mismo estado que gozamos" .lo Por otra parte, "una ley natural, lex naturalis, es un precepto, una regla general que se descubre con ayuda de la razón, según la cual un hombre ha de evitar hacer lo que puede destruir su vida o privarle de los medios para conservarla, así como hacer todo lo que él crea mejor para preservarla".u Al interpretar esta definición, debemos, desde luego, evitar dar a la palabra "ley" cualquier significado o .referencia teológico o metafísico. Una ley natural es para Hobbes en este contexto una norma de egoísta prudencia. Todo hombre persigue instintivamente la propia conservación y seguridad. Pero el hombre no es solamente una criatura instintiva y de impulsos ciegos, y existen también cosas como la autoconservación racional. Y como Hobbes afirma más tarde que la búsqueda racional de la propia conservación es lo que conduce al hombre a formar comunidades o estados, las leyes naturales proporcionan las condiciones para establecer una sociedad y un gobierno estable. Son las normas que un ser racional observaría para obtener sus propias ventajas, si fuera consciente de las dificultades del hombre en condiciones en las que el impulso de las pasiones fuera el único que le dirigiera y si no estuviera regido simplemente por impulsos momentáneos y por los prejuicios que surgieran de la pasión. Por otra parte, Hobbes creía que, en líneas generales, el hombre, que por esencia es egoísta y cuidadoso de sí mismo, actúa en realidad de acuerdo con dichas normas. Porque, de hecho, los hombres forman sociedades organizadas y se someten a ser gobernados. Y por esto observan las normas del egoísmo ilustrado. De aquí se sigue que estas leyes Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit son análogas a las leyes físicas de la naturaleza y establecen la forma en que de hecho actúan los egoístas, la forma en que su psicología les hace actuar. Es cierto que Hobbes habla a veces: como si estas normas fueran principios teleológicos y como si fueran lo que Kant llama imperativos hipotéticos, es decir, imperativos hipotéticos afirmativos, puesto que cada individuo busca necesariamente su propia conservación y seguridad. Es natural que Hobbes hable de esta manera, pues trata de la interrelación de movimientos y fuerzas que llevan a la creación del cuerpo artificial llamado sociedad, y la tendencia de su pensamiento es asimilar la acción de las "leyes naturales" a la de la causalidad eficiente. El mismo Estado es el resultado de la interrelación de fuerzas, y la razón humana, desplegada en la conducta expresada por dichas reglas, constituye una de dichas fuerzas determinantes. Si, por el contrario, queremos considerar el asunto desde el punto de vista de la deducción filosófica de la sociedad y del gobierno, podría decirse que las leyes naturales representan axiomas o postulados que hacen posible dicha deducción. Dan la respuesta a la pregunta de cuáles son las condiciones para que se comprenda la transición de un estado natural de guerra a otro en el que los hombres viven en sociedades organizadas. Estas condiciones tienen su raíz en la dinámica de la propia naturaleza humana. No se trata de un sistema de leyes dadas por Dios (excepto, por supuesto, en el sentido de que los hombres fueron creados por Dios), ni tampoco de valores absolutos, ya que, de acuerdo con Hobbes, no existen tales valores absolutos. La lista de las leyes naturales varía en los distintos sitios en que la da Hobbes. Aquí me limito a citar el Leviatán, en el que se nos dice que la ley natural fundamental es la regla general de razón según la cual "todo hombre ha de esforzarse por alcanzar la paz mientras tenga esperanza de obtenerla, y cuando no pueda puede buscar y utilizar toda la ayuda y las ventajas de la guerra". La primera parte, afirma, contiene la ley natural fundamental, es decir, la búsqueda y seguimiento de la paz, mientras que la segunda contiene la suma de derechos naturales, es decir, defendernos por todos los medios posibles. La segunda ley natural es "que un hombre está dispuesto, cuando los demás lo están también, a defenderse y abandonar la defensa de la paz y tomarse tantas libertades contra los otros hombres como los demás se toman contra él". Abandonar el 5 derecho propio a cualquier cosa es lo mismo que decir desprenderse de la libertad de estorbar a los demás sus respectivos derechos a hacer otro tanto. Pero si un hombre renuncia a sus derechos en este sentido, lo hace sin duda con vistas a su propio beneficio. Se sigue de ello que existen "algunos derechos que ningún hombre puede abandonar o transferir". Por ejemplo, un hombre no puede renunciar al derecho a defender su vida, "ya que de ello no se puede derivar ningún beneficio para él". De acuerdo con su método, Hobbes da algunas definiciones. En primer lugar define el contrato como "la mutua transferencia de derechos". Pero "uno de los contratantes puede hacer entrega por su parte de la cosa objeto del contrato, y delegar en otro la realización de su parte en un tiempo determinado, gozando mientras tanto de la debida confianza; el contrato entonces recibe el nombre de pacto o convenio". Esta definición tiene gran importancia ya que, como veremos en seguida, Hobbes fundamenta la sociedad o comunidad en un contrato social. La tercera ley natural es que "los hombres cumplan con los convenios hechos". Sin esta ley, los "convenios serían vanos y no otra cosa que palabras vacías, y al mantenerse el derecho de los hombres a todas las cosas, estaríamos todavía en situación de guerra". Además, esta leyes el fundamento de la justicia. Cuando no existe un contrato previo, ninguna acción puede llamarse injusta, pero cuando se ha hecho un convenio, romperlo es injusto. Ciertamente, la injusticia puede definirse como "el no cumplimiento de un convenio. Y cualquier cosa que no sea injusta es justa". Tal vez pueda parecer que Hobbes peca de inconsistencia al hablar ahora de justicia e injusticia cuando anteriormente había afirmado que tales distinciones no se daban en el estado de guerra. Pero si leemos cuidadosamente sus razonamientos, veremos que, por lo menos en este punto, no podemos acusarle de contradicción. Afirma Hobbes que los contratos basados en la confianza mutua dejan de ser válidos cuando existe el temor en alguna de las partes de que no sea cumplido por la otra, y que este temor se da siempre en el estado natural de guerra. Infiere la consecuencia, por lo tanto, que no puede haber contratos válidos, y por tanto tampoco justicia o injusticia, mientras no se" haya establecido el cuerpo social, es decir, mientras no exista un poder coactivo que obligue a los hombres a cumplir sus acuerdos. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En el Leviatán cita Hobbes 19 leyes naturales en total; yo, no obstante, voy a omitir el resto de ellas, pero es interesante observar que después de terminar su lista afirma que estas leyes, y otras que puedan darse, obligan en conciencia. Si tomamos esto al pie de la letra, podemos pensar que, de repente, Hobbes ha adoptado un punto de vista diferente del expresado hasta el momento. De hecho, no obstante, parece querer decir simplemente que la razón, teniendo en cuenta el deseo de seguridad del hombre, le aconseja que debe (si va a actuar racionalmente) desear que las leyes se observen. Las leyes se llaman leyes de una forma impropia, ya que, citando a Hobbes, "no son más que conclusiones o teoremas relacionados con la conducta apropiada para la conservación y defensa de sí mismos (los hombres), mientras que la ley propiamente dicha es la palabra que tiene derecho a imponerse sobre ellos". La razón muestra que la observación de estos "teoremas" conduce a la conservación de los hombres y a su defensa, y por lo tanto es racional que el hombre desee que se observen. En este sentido, y sólo en él, tienen un carácter "obligatorio". "Las leyes de la naturaleza obligan in foro interno, es decir, a desear que se cumplan, pero no lo hacen siempre in foro externo, es decir, poniéndolas en efecto. Pues el que fuera honrado y cumpliera sus promesas cuando ninguno de los demás lo hace, no sería sino la víctima de los otros y se procuraría su propia ruina, lo que sería contrario a la base de todas las leyes naturales, que tienden a la conservación de la naturaleza." No hay que tomar esto como un imperativo categórico de tipo kantiano. Hobbes declara que el estudio de las leyes naturales constituye la "verdadera filosofía moral", o ciencia del bien y del mal, pero tal como ya hemos visto, "la medida de lo bueno y lo malo es el apetito individual de los hombres ", y la única razón de que las leyes naturales sean consideradas buenas o, como dice Hobbes, "virtudes morales", es que los apetitos de los hombres individuales coinciden en tender a la seguridad. "Todos los hombres coinciden en que la paz es buena y, por lo tanto, también en los medios para obtener dicha paz." 3. La formación del Cuerpo social y la teoría del contrato La filosofía estudia las causas productoras. Por ello incluye un estudio de las causas que producen el cuerpo ficticio que se conoce con el nombre de "cuerpo social". Ya hemos considerado las causas remotas. El hombre busca la propia conservación y 6 seguridad, pero no puede alcanzar estos fines en el estado natural de guerra en que vive. Las leyes naturales, por otra parte, son incapaces por sí mismas de alcanzarlo a menos que haya un poder coactivo que las ponga en vigor y obligue a cumplirlas por medio de la amenaza de sanción. Estas leyes, aunque dictadas por la razón, son contrarias a las pasiones naturales de los hombres. "Y los convenios, sin la espada, no son más que palabras, y no tienen ninguna capacidad para proteger al hombre." Es, por consiguiente, necesario que exista un poder público o gobierno respaldado por la fuerza y capaz de castigar. Esto significa que una pluralidad de individuos" deberán transferir todos sus poderes y fuerza a un solo hombre, o a una asamblea de hombres, que puedan reducir todas sus voluntades a una sola voluntad". Es decir, han de nombrar a un hombre o asamblea de hombres que les represente. Una vez hecho esto, formarán una verdadera unidad en una sola persona, ya que la definición de persona es "aquel cuyas palabras o acciones se consideran bien propias o representativas de las palabras o acciones de otro hombre, o de cualquier otra cosa, a quien se le atribuyen verdaderamente o por ficción". Si las palabras y acciones se consideran como propias de la persona en cuestión, nos encontramos con una "persona natural". Si, por el contrario, se considera que representan las palabras y acciones de otro hombre u hombres, tendremos entonces la "persona artificial o ficticia". En el actual contexto, nos referimos por supuesto a una persona artificial o representante. Y es la "unidad del representante y no la unidad de los representados lo que hace que la persona sea una sola". ¿Cómo se realiza esta transferencia de derechos? Tiene lugar por acuerdo de cada hombre con cada hombre, como si cada cual dijera a cada uno de los demás, autorizo y renuncio a mi derecho a gobernarme a mí mismo en favor de este hombre) o de esta asamblea de hombres) a condición de que tú a tu vez le cedas tu derecho y le autorices a actuar de la misma manera. Una vez hecho esto, la multitud, unida en una persona, se llama sociedad, civitas en latín. Y ésta es la forma en que surge el gran Leviatán, o para hablar con más reverencia, el dios mortal al que debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y defensa". Hay que hacer notar que cuando Hobbes habla de la multitud unida en una persona no quiere decir que sea dicha multitud la que Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit constituye la persona. Quiere decir que la multitud está unida en la persona, trátese de individuo o de asamblea, a la que ha transferido sus derechos. Define por lo tanto la esencia del cuerpo social o sociedad como "una persona, de cuyos actos, por mutuo acuerdo de unos con otros, se consideran autores los componentes de una gran multitud, con el fin de que pueda utilizar la fuerza y medios de cada uno de ellos en la forma que lo crea oportuno para salvaguardar la paz y la defensa comunes". Esta persona recibe el nombre de soberano y todo el resto de la gente son sus súbditos. La causa inmediata de la formación de la sociedad civil es, por lo tanto, el contrato o convenio que concluyen entre sí las personas individuales, quienes, después de establecido el cuerpo social, se convierten en súbditos del soberano. Esto es muy importante porque de ahí se deduce que el soberano no es parte del contrato. Hobbes afirma lo mismo explícitamente. "Porque el derecho de representar a todos otorgado al soberano, se concede por medio de contrato de unos con otros y no de aquél con ninguno de ellos, por lo que no puede hablarse de violación del contrato por parte del soberano." La sociedad civil se constituye con unos fines específicos, a saber, para proteger la paz y la seguridad de los que son partes en el contrato social. Este punto también tiene su importancia, como veremos más tarde. La insistencia de Hobbes en el hecho de que el contrato se hace entre los súbditos, o mejor dicho, entre los futuros súbditos, y no entre los súbditos y el soberano, le va a permitir defender más fácilmente la naturaleza indivisible del poder real. En su opinión, la centralización de la autoridad en la persona del soberano permitirá evitar el mal que él tanto temía, es decir, la guerra civil. Por otra parte, su manera de enfocar el problema permite a Hobbes evitar, al menos en parte, una dificultad que habría surgido sin duda si hubiera considerado al soberano como parte en el contrato, ya que había afirmado que el contrato sin la espada son meras palabras. Y si el soberano mismo fuera parte en el contrato y poseyera al mismo tiempo toda la autoridad y poder que Hobbes le atribuye, sería difícil que el contrato fuera válido y efectivo al mismo tiempo en lo que al soberano se refiere. Lo que pasa, sin embargo, es que las partes del contrato son simplemente los individuos, que en el momento de hacer el contrato se convierten en súbditos. No es que hagan primero el contrato y elijan luego un soberano, ya que en este caso surgiría una dificultad similar: el 7 convenio no sería más que palabras, ya que se habría hecho en la situación natural de guerra. Lo que sucede es que, al hacer el contrato, la creación de la sociedad civil y del soberano se producen al mismo tiempo. Desde un punto de vista abstracto y teórico, podemos decir que no transcurre tiempo alguno entre el contrato y la constitución de la autoridad del soberano. El contrato no puede hacerse sin que surja inmediatamente un poder capaz de mantenerlo en vigor. Así, aun cuando el soberano no es parte del contrato, su soberanía sí deriva del mismo. La teoría de Hobbes no da ningún crédito a la teoría del derecho divino de los reyes, y de hecho fue atacada por los que la defendían. Cuando habla del contrato se refiere indistintamente a "este hombre" y a "esta asamblea de hombres". Era, como hemos visto, un realista y defendía la monarquía porque conducía a una mayor unidad y por otro número de razones. Pero en lo que se refiere al origen de la soberanía, por el contrato social se puede establecer tanto la monarquía cuanto la democracia o la aristocracia. El problema no es la forma de constitución que se establece, sino que, dondequiera que esté la soberanía, ha de ser completa e indivisible. "La diferencia entre estas tres clases de sociedades consiste no en la diferencia de poder, sino en la diferencia de conveniencia o aptitud para producir la paz y la seguridad del pueblo, fin para el cual fue constituida." Pero, tanto si el soberano es un individuo cuanto si es una asamblea, su poder ha de ser absoluto. Una objeción que puede presentarse a primera vista a la teoría del contrato social para explicar el nacimiento del Estado es que en nada tiene en cuenta los ejemplos históricos. Pero, desde luego, no es necesario suponer que, históricamente, el Estado surgiera de un contrato de esta clase; lo que pasa es que Hobbes se ocupa de la deducción lógica o filosófica del Estado, y no de su desarrollo histórico, y la teoría del contrato social le permite pasar de la condición de individualismo atomista a la de sociedad organizada. No quiero decir con esto que Hobbes crea que los hombres-sean menos individualistas después que antes del contrato. Para él, el interés propio y el egoísmo rigen tanto en la sociedad organizada' como en el hipotético estado primitivo de guerra. La diferencia es que en la sociedad organizada las tendencias centrífugas de los individuos y su natural disposición a la enemistad mutua y a la guerra están controladas por el temor al poder del soberano. La teoría del contrato social es, en parte por lo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit menos, un mecanismo que muestra el carácter racional de la sujeción al soberano y del ejercicio del poder. Hobbes es un utilitarista en el sentido de que, para él, el fundamento de la sociedad civil es la utilidad y la teoría del contrato social es el reconocimiento explícito de dicha utilidad. La teoría parece merecer serias objeciones, pero cualquier crítica a Hobbes debe ser dirigida contra su concepción de la naturaleza humana y no contra los detalles de la teoría del pacto social. Hobbes distingue entre sociedad "por institución" y sociedad "por adquisición". Se dice que una sociedad lo es por institución cuando ha sido establecida en la forma que más arriba se ha explicado, es decir, por medio del pacto de cada uno de los miembros de una multitud con cada uno de los demás. La sociedad por adquisición existe cuando el poder del soberano se ha adquirido por la fuerza, es decir, cuando los hombres, "por miedo a la muerte o a la esclavitud, autorizan todos los actos del hombre o de la asamblea que tiene sus vidas y libertad en su poder". En el caso de la sociedad por institución, una multitud de hombres se somete a un soberano elegido por miedo a los demás, mientras que en la sociedad por adquisición se someten a aquel del que tienen miedo. En ambos casos, pues, "actúan por miedo". Hobbes es bien explícito en su afirmación de que el poder del soberano está basado en el miedo, y no se plantea siquiera el hacer derivar la sociedad civil y la legitimidad del poder del soberano ni de principios teológicos ni de principios metafísicos. Desde luego, el miedo, tanto de unos hombres a otros como de los súbditos a sus soberanos, es racional, puesto que tiene fundamento, y la sociedad por adquisición puede defenderse por las mismas razones utilitarias que se emplearon en el caso de la sociedad por institución. Así pues, cuando Hobbes dice que todas las sociedades se fundan en el miedo, no quiere decir nada en detrimento de ellas. Una vez aceptada la clase de naturaleza humana que nos presenta Hobbes, el cuerpo social ha de estar fundado en todo caso en el miedo. La teoría del pacto social palia quizás el hecho, y puede que su misión sea dar un cierto carácter de legitimidad a una institución que no la tiene por sí misma. En este sentido no concuerda con el resto de la teoría política hobbesiana, pero al mismo tiempo él dice francamente que el miedo juega un importante papel en política. 8 4. Los derechos del soberano. Esta distinción entre las dos clases de cuerpos sociales o comunidades no afecta en nada a los derechos de los soberanos. "Los derechos y las consecuencias de la soberanía son los mismos en ambos casos". Puede, por tanto, hacerse abstracción de la distinción cuando se trata de dichos derechos. La soberanía no es, y no puede otorgarse, condicionalmente. Esto quiere decir que los súbditos de un soberano no pueden ni cambiar la forma de gobierno ni repudiar la autoridad del soberano y volver a la condición de multitud desunida: la soberanía es inalienable. Esto no quiere decir, por ejemplo, que el soberano no pueda conferir legítimamente poder ejecutivo o derechos consultivos a otros individuos o asambleas, pero si el soberano es un monarca, no puede alienar parte de su soberanía. Una asamblea, tal como el parlamento, no puede tener derechos independientes del monarca, si suponemos que el monarca es soberano. No se sigue, por lo tanto, de la posición de Hobbes que un monarca no pueda utilizar el parlamento cuando gobierne una nación, pero sí que el parlamento no goza de parte de la soberanía y que en el ejercicio de su poder delegado está necesariamente subordinado al monarca. Igualmente, en una asamblea popular, el pueblo no goza y no puede gozar de parte de su soberanía, ya que se considerará que ha conferido soberanía ilimitada e inalienable a la asamblea. Por tanto, el poder del soberano no puede ser revocable. "No puede darse la violación del contrato por parte del soberano, y, en consecuencia, ninguno de sus súbditos, por pretendida revocación, puede librarse de su vasallaje." Por la mera institución de la soberanía, cada súbdito se convierte en el autor de todos los actos del soberano, y esto significa que, "cualquier cosa que haga el soberano, no puede ir en detrimento de ninguno de sus súbditos, ni podrá ser acusado por ellos de injusticia". Ningún soberano puede con justicia ser condenado a muerte o castigado en forma alguna por sus súbditos, ya que, al ser cada uno de ellos autor de los actos de su soberano, castigar al soberano sería castigar a otro por las propias acciones. Entre las prerrogativas del soberano que Hobbes enumera está la de determinar qué doctrinas han de ser enseñadas. "Corresponde a aquel que detenta el poder soberano juzgar y establecer todas las opiniones y doctrinas, como algo necesario para el mantenimiento de la paz y para evitar discordias y la guerra Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit civil." Entre los males que pueden afectar al cuerpo social, Hobbes señala aquellas doctrinas que afirman" que todo hombre privado es juez para determinar cuáles son las acciones buenas y las malas" y que "todo lo que haga el hombre en contra de su conciencia es pecado". En el estado de naturaleza es verdad que el hombre es juez de lo que es bueno y lo que es malo, y que tiene que seguir los dictados de su propia razón o conciencia, ya que no cuenta con ninguna otra norma; pero esto no tiene por qué suceder así en la sociedad civil, ya que la ley civil constituye la conciencia pública, la medida de lo bueno y lo malo. 9 la misma autoridad que convierte las Escrituras o cualquier escrito en ley es la que ha de interpretarlas o invalidarlas". En otra ocasión, cuando Bramhall hace notar que, según los principios erastianos de Hobbes, queda destruida la autoridad de todos los consejos generales, este último admite que en efecto es así. Si los prelados anglicanos pretenden que los consejos generales posean autoridad, independientemente del soberano, le quitan a éste parte de su poder y autoridad inalienables. 5. La libertad de los súbditos No hay que sorprenderse, por lo tanto, de que en las partes tercera y cuarta del Leviatán Hobbes defienda un completo erastianismo. Es cierto que no niega la revelación cristiana o la validez de la idea de una sociedad cristiana, en la que" mucho depende de las revelaciones sobrenaturales de la voluntad de Dios", pero no duda en subordinar la Iglesia al Estado, dejando muy claro que su interpretación de la lucha entre Iglesia y Estado es en términos de poder. En un famoso pasaje compara al Papado con el fantasma del imperio romano. "Y si alguien investiga el origen de este gran dominio eclesiástico, percibirá claramente que el Papado no es otra cosa que el fantasma del desaparecido imperio romano, sentado coronado sobre su tumba. Ya que lo que hizo el Papado fue surgir de súbito de las ruinas del poder pagano." Sin embargo, aunque Hobbes considera a la Iglesia Católica como el principal ejemplo en la esfera religiosa de un intento de arrebatarle al soberano su legítimo poder, aclara que no está en su ánimo entrar en una polémica anticatólica. Se preocupa sólo de rechazar cualquier pretensión, ya sea por parte del papa, del obispo, sacerdote o presbítero, de poseer autoridad y jurisdicción espiritual independientemente del soberano. Del mismo modo niega que los individuos puedan recibir individualmente revelaciones o mensajes divinos. La Iglesia se define como "una comunidad de hombres que profesan la religión cristiana, unida en la persona del soberano, y bajo sus órdenes". No existe Iglesia universal y, dentro de la Iglesia nacional, el soberano cristiano es la fuente, por debajo de Dios, de toda la autoridad y jurisdicción, y él sólo es el que debe juzgar en última instancia la interpretación de las Escrituras. En su respuesta al obispo Bramhall, Hobbes pregunta, "¿y si no se debiera a la autoridad del rey el que las Escrituras fueran ley, qué otra autoridad constituiría la ley?" E insiste en que "no hay duda de que Si, como hemos visto, el poder del soberano es ilimitado a todos los efectos, cabe preguntarse qué libertad poseen, si poseen alguna, los súbditos. Aquí tenemos que presuponer la teoría hobbesiana de la "libertad natural". Como ya hemos visto, la libertad natural significa para él simplemente la ausencia de estorbos exteriores para el movimiento, lo que es perfectamente compatible con la necesidad,' es decir, con el determinismo. Las voliciones, deseos e inclinaciones del hombre son el resultado de una cadena de causas determinantes, pero cuando el hombre actúa de acuerdo con dichos deseos e inclinaciones, sin que se dé un impedimento externo que le estorbe la acción, podemos decir que actúa libremente. Un hombre libre es, por lo tanto, "el que, en las cosas que puede hacer utilizando su fuerza e ingenio, no es estorbado de hacerla". Una vez se ha presupuesto esta concepción de la libertad, Hobbes se pregunta cuál es la libertad de los súbditos con relación a los lazos o cadenas artificiales que los hombres se han forjado por el pacto mutuo hecho entre ellos al transferir sus derechos al soberano. Apenas hace falta decir que Hobbes tiene muy poca simpatía a las reivindicaciones respecto de la ley. La ley, resguardada por las sanciones, es el único medio que tiene el hombre para protegerse del capricho y violencia de los otros hombres. Pedir ser eximido de las leyes lo mismo que pedir volver al estado natural de guerra. La libertad de los antiguos griegos y romanos, que se exalta en las historias y las filosofías, es, dice, la libertad de la comunidad y no la libertad de los hombres particulares. "Los atenienses y los romanos eran libres, es decir, sociedades libres: no es que los hombres privados tuvieran la libertad de resistirse a su representante, sino que sus representantes tenían la libertad de resistir o invadir a otros pueblos." Es cierto que mucha gente ha Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit encontrado en los escritos de los antiguos una excusa para favorecer los tumultos y "el control licencioso de los actos de sus soberanos... con efusión de tanta sangre, que creo en verdad que nunca se pagó nada tan caro como han pagado los pueblos occidentales el aprendizaje de las lenguas latina y griega". Pero esto procede del error de no saber distinguir entre los derechos del individuo y los de los soberanos. Al mismo tiempo está claro que no existe ninguna comunidad en la que todas las acciones estén reguladas por la ley. Los súbditos gozan de libertad en cuanto a las acciones no reguladas. "La libertad del súbdito puede ejercerse por tanto en aquellos casos en que el soberano haya omitido hacerlo, tales como la libertad de comprar y vender, de contratar con terceras personas, de elegir su propio domicilio, su dieta, su medio de vida, establecer a sus hijos como crea conveniente, etc." Como quiera que Hobbes no está haciendo aquí la afirmación tautológica de que los actos no regulados por la ley no están regulados por la ley, lo que hace es llamar la atención sobre el estado de cosas real, es decir, que en un gran campo de actividades humanas, el súbdito puede, en cuanto se refiere a la ley, actuar de acuerdo con su voluntad e inclinaciones. Esta libertad, nos dice, se encuentra en todos los tipos de comunidades. La cuestión que surge más adelante, sin embargo, es si el súbdito tiene derecho a resistirse al soberano. La respuesta hay que encontrarla considerando el fin del contrato social y los derechos que no pueden ser transferidos por medio del mismo. El convenio se hace con vistas a la paz y a la seguridad y para proteger la vida y la integridad física. De aquí se deduce que un hombre no puede transferir ni renunciar a su derecho a salvarse de la muerte, de ser herido o hecho prisionero. Está claro que si un soberano pide a uno de sus súbditos que se mate o se lisie, o que se abstenga de tomar alimento, o que no resista a los que le atacan, "tiene el hombre libertad para desobedecer". Tampoco está obligado un hombre a confesar sus propios crímenes, ni a matar por mandato a otro hombre, o tomar las armas, a menos que el no obedecer perjudique los fines para los que ha sido instituida la soberanía. Hobbes no quiere decir, por supuesto, que el soberano no pueda castigar a su súbdito por 10 negarse a obedecer, sino que no por haber hecho un pacto unos con otros y haber instituido la soberanía con el fin de autoprotegerse, pueden ser obligados los súbditos a perjudicarse a sí mismos o a los demás, simplemente porque se lo ordena el soberano. "Una cosa es decir, mátame a mí o a mi prójimo (si quieres) y otra seré yo quien me mate o mate a mi conciudadano." Un punto todavía de mayor importancia es que los súbditos se ven desligados de su obligación de obedecer cuando el soberano renuncia a su soberanía, así como en el caso de que, a pesar de querer retenerla, no sea capaz de seguir protegiendo a sus súbditos. "Se entiende que la obligación de los súbditos para con el soberano durará en tanto en cuanto, y no más, éste sea capaz de protegerles." De acuerdo con la intención de los que la instituyen, la soberanía puede ser inmortal, pero en la realidad tiene "muchas semillas de mortalidad natural". Si el soberano es vencido en la guerra y se rinde al victorioso, sus súbditos se convertirán en los súbditos de este último. Si la comunidad se desmorona por discordias internas y el soberano deja de poseer el poder efectivo, los súbditos vuelven al estado de naturaleza y podrá nombrarse un nuevo soberano. 6. Reflexiones sobre la teoría política de Hobbes Mucho se ha escrito sobre el significado de la teoría política dé. Hobbes y sobre la importancia comparativa de los diferentes asuntos que trata. Se puede juzgar de muchas formas. El rasgo que tal vez sorprenda más a los lectores modernos del Leviatán es, naturalmente, el poder y la autoridad que se atribuyen al soberano. Esta insistencia en el lugar que ocupaba el soberano era, en parte, una compensación dentro de la teoría política de Hobbes a su individualismo atomista. Si de acuerdo con los marxistas el Estado, el Estado capitalista por lo menos, es la forma de reunir los intereses económicos y las clases en conflicto, el Estado para Hobbes era el medio de unir a los individuos en estado natural de guerra, y no podría cumplir este cometido a menos que el soberano gozara de una autoridad completa e ilimitada. Si los hombres son egoístas por naturaleza tienden a permanecer así para siempre, el único factor que los puede mantener unidos es el poder centralizado investido en un soberano. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit No quiere esto decir que la insistencia de Hobbes en el poder del soberano sea simple y llanamente el resultado de una inferencia a partir de una teoría apriorística de la naturaleza humana. Sin duda Hobbes se hallaba influido por los acontecimientos históricos de la época. En la guerra civil vio él una revelación del carácter humano y de las fuerzas centrífugas que actuaban sobre la sociedad humana, y vio en el poder fuerte y centralizado el único remedio para este estado de cosas. "Si no hubiera cundido la opinión en gran parte de Inglaterra de que estos poderes (el de legislar, administrar justicia, cobrar impuestos, controlar las doctrinas, etc.) se dividieran entre el Rey, los Lores y la Cámara de los Comunes, la gente nunca se hubiera dividido y recurrido a la guerra civil; primero entre aquellos que discrepaban en política y después entre los disidentes sobre la libertad y la religión..." Así pues, el absolutismo y el erastianismo de Hobbes estaban reforzados debido a consideraciones de carácter práctico y de las disensiones religiosas. Al llegar aquí tal vez sea útil hacer notar que la característica de la teoría política de Hobbes es el autoritarismo más que el "totalitarismo" en el sentido moderno del término, si bien se dan sin duda algunos elementos de lo que llamamos totalitarismo en dicha teoría. Por ejemplo, es el Estado, o con más precisión el soberano, el que determina lo que es bueno y lo que es malo. En este sentido, el Estado es la fuente de la moral. Aquí también se ha objetado que Hobbes admite las "leyes naturales" y que también permite que el soberano sea responsable ante Dios. Pero incluso en el caso de que admitiéramos la noción de ley natural en cualquiera de los sentidos aplicables al tema en discusión, sigue siendo cierto que es el soberano el que interpreta la ley natural, del mismo modo que es el soberano cristiano el que interpreta las Escrituras. Por otra parte, Hobbes no consideraba que el soberano tuviera que controlar todas las actividades humanas, sino que debía legislar y ejercer el control con miras al mantenimiento de la paz y la seguridad. No se preocupó en exaltar al Estado como tal y subordinar a los individuos al mismo por el simple hecho de tratarse del Estado, sino que en primer lugar le preocupaban los intereses de las personas individuales, y si abogaba por un poder centralizado era porque no veía otro medio de preservar la paz y la seguridad de los seres humanos, que constituye el fin de toda sociedad organizada. 11 Pero aunque el autoritarismo constituya un rasgo importante en la filosofía política de Hobbes, hay que insistir en que este autoritarismo no tiene ninguna relación fundamental con la teoría del derecho divino de los reyes y con el principio de legitimidad. Es cierto que Hobbes habla como si el soberano fuera en cierto sentido el representante de Dios, pero, en primer lugar, para él la monarquía no es la única forma de gobierno adecuada. En los. escritos políticos de Hobbes, no podemos sustituir automáticamente la palabra" soberano" por la palabra "monarca", sino que él insiste en el principio de soberanía como indivisible aunque no quiera decir que se tenga que investir necesariamente en un solo hombre. En segundo lugar la soberanía, ya esté investida en un hombre o en una asamblea, se deriva del contrato social Yo no de la elección divina. Además, esta ficción del contrato social, serviría para justificar cualquier gobierno de jacto. Justificaría, por ejemplo, tanto la comunidad social como el gobierno de Carlos I, siempre que este último poseyera el poder para gobernar. Es comprensible pues la acusación que se le ha hecho a Hobbes en el sentido de que escribió el Leviatán cuando tenía pensado volver a Inglaterra para ganarse el favor de Cromwell. El Dr. John Wallis declaraba que el "Leviatán se escribió en defensa de los derechos de Oliverio Cromwell, o de cualquiera, fuera quien fuese, que estuviera en el poder, considerando que el derecho al mismo estribaba simplemente en la fuerza y dispensando a los súbditos de la obediencia en el caso en que el soberano no estuviera en condiciones de exigir dicha obediencia por la fuerza". Hobbes negó en redondo que hubiera escrito su Leviatán para "halagar a Cromwell, que no fue hecho Protector hasta tres o cuatro años más tarde, con objeto de favorecerse la vuelta", y añadía, "es cierto que Mr. Hobbes regresó a casa pero fue debido a que ya no se encontraba seguro entre el clero francés". Pero aunque Hobbes tenía razón al afirmar que no había escrito su obra para agradar a Oliverio Cromwell y que no tenía la intención de defender la rebelión contra el monarca, también es cierto que su teoría política no favorece ni la idea del derecho divino de los reyes, ni tampoco el principio de legitimidad de los Estuardo. Sus comentadores tienen razón, por otra parte, en señalar el carácter" revolucionario" de su teoría de la soberanía, rasgo que tiende a olvidarse muy a menudo, precisamente debido a su concepción autoritarista del gobierno y a su preferencia personal por la monarquía. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Si hubiera que encontrar un paralelo medieval a la teoría política de Hobbes, sugeriríamos que se parece mucho más a la de san Agustín que a la de santo Tomás de Aquino. San Agustín consideraba el Estado, o por lo menos tenía tendencia a hacerlo, como consecuencia del pecado original, es decir, como un medio necesario para controlar los malos impulsos de los hombres, que son resultado del pecado original. Esta concepción tiene alguna analogía con la de Hobbes, considerando el Estado como remedio de los males que se derivan de la condición natural de los hombres, en guerra todos contra todos. Santo Tomás; por el contrario, siguiendo la tradición griega, consideraba al Estado como una institución natural, cuya principal misión es promover el bien común y que sería necesaria aun cuando el hombre no hubiera pecado originalmente y no tuviera instintos malos. La analogía, desde luego, es solamente parcial y no hay que forzarla demasiado. San Agustín, por ejemplo, no creía que el soberano debiera decidir sobre las distinciones morales. Para él existe una ley moral objetiva con raíces de carácter trascendente, independiente del Estado, y a la cual han de ajustar su conducta tanto los súbditos como el soberano. Hobbes sin embargo no cree en dicha ley moral. Es cierto que admitió que el soberano es responsable ante Dios y que no reconocía haber suprimido toda idea de moralidad objetiva aparte de la legislación hecha por el soberano. Pero al mismo tiempo, y según sus propias afirmaciones, la filosofía no tiene por qué ocuparse de Dios y afirmó de manera explícita que era el soberano el que tenía que' determinar lo que era bueno y lo que era malo, pues en el estado natural lo bueno y lo malo dependen solamente del deseo de los individuos. Es aquí donde Hobbes se desprende de toda idea o teoría metafísica o trascendente. De igual modo razona cuando se refiere al Estado como una institución. Para santo Tomás de Aquino, el Estado era una exigencia de la ley natural, que a su vez era reflejo de la ley eterna divina. Era por lo tanto producto de un deseo divino independientemente de los pecados del hombre y de sus malos instintos naturales. En Hobbes sin embargo ha desaparecido este origen trascendente del Estado. Si bien podemos admitir que llega a la aparición del Estado por medio de un proceso deductivo, lo hace provenir solamente de las pasiones de los hombres, sin referencia a consideraciones de carácter metafísico o trascendental. En este sentido su teoría es de carácter naturalista. 12 Si Hobbes dedica una parte considerable de su Leviatán a cuestiones y problemas religiosos y eclesiásticos, no lo hace por defender el erastianismo ni para proporcionar una teoría metafísica del Estado. Mucha de la importancia de la teoría de Hobbes se debe al hecho de que trata de encontrar las bases propias de la teoría política, conectándola con la psicología humana y, por lo menos intencionalmente, con su filosofía mecanicista .de carácter general, y haciéndola independiente de la metafísica y de la teología. Cabría discutir si éste es un paso positivo, pero de lo que no cabe duda es de que se trata de un importante avance. La deducción que hace Hobbes del Estado a partir de las pasiones humanas, llega hasta explicar su autoritarismo y su insistencia en el poder del soberano. Pero ya hemos visto que sus ideas autoritaristas no eran sólo resultado de una deducción filosófica, ya que estaban reforzadas por sus reflexiones sobre los acontecimientos históricos concretos de su propio país y por temor y odio a la guerra civil. En general, puede decirse que descubrió el importante papel desempeñado por el poder en la dinámica de la vida y la historia política. En este sentido se le puede llamar" realista" y podemos enlazar su pensamiento con el del autor renacentista Maquiavelo. Pero mientras este último se preocupó especialmente de los mecanismos políticos, y de los medios de obtener y conservar el poder, Hobbes nos da una teoría general política en la que el concepto de poder y su función ocupan un lugar preeminente. Gran parte de esta teoría está históricamente condicionada, como no puede por menos de suceder en una teoría política que va más allá de los principios considerados" eternos", es decir, de aplicabilidad duradera, precisamente porque son demasiado generales y abstractos para relacionarlos intrínsecamente con una época. Pero su concepción del papel del poder en los asuntos humanos tiene un significado duradero. Esto no quiere decir que suscribo su teoría sobre la naturaleza humana (que en sus aspectos nominalistas, enlaza con el nominalismo del siglo XIV), o que crea acertada su opinión sobre la función del Estado y de la soberanía. Se trata simplemente de reconocer que Hobbes reconoció claramente los factores que han ayudado sin duda a determinar la trayectoria de la historia humana tal como la conocemos hasta la fecha. En mi opinión la filosofía política de Hobbes es partidista e inadecuada, pero precisamente por ello, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit saca a la luz rasgos de la vida social y política que es muy importante tener en cuenta. 13 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 14 LOCKE IV Frederick Copleston 2. El estado de naturaleza y la ley moral natural En su prefacio a los Treatises of Civil Government, Locke expresa su esperanza de que lo que ha escrito sea suficiente para "asentar firmemente el trono de nuestro gran restaurador, nuestro actual rey Guillermo (y) legitimar su título en el consentimiento del pueblo". Hume, como veremos más tarde, pensaba que la teoría política de Locke era incapaz de cumplir esta función. Pero en todo caso sería un error pensar que Locke desarrolló su teoría política solamente con vistas a establecer el derecho de Guillermo a la corona, ya que se hallaba en posesión dé los principios básicos de su teoría mucho antes de 1688. Además, esta teoría tiene una importancia histórica de mayor envergadura como expresión sistematizada del pensamiento liberal de la época, y sus tratados son mucho más que un panfleto whig. No me detendré mucho en su primer Tratado. En él Locke rebate la teoría del derecho divino de los reyes expuesta en el Patriarcha (1680) de Sir Robert Filmer. La teoría patriarcal de la transmisión de la autoridad real se lleva hasta sus más ridículas consecuencias. N o hay ninguna evidencia de que Adán poseyera una autoridad real respaldada por la divinidad. Si la hubiera tenido, no hay ninguna evidencia de que sus herederos la tuvieran. Si la hubieran tenido, el derecho de sucesión a la misma no estaría determinado, e incluso si hubiera un orden de sucesión determinado apoyado en la voluntad de Dios, cualquier conocimiento de este orden de sucesión habría muerto hace ya mucho tiempo. De hecho, Filmer no era tan necio como Locke nos lo presenta, y había publicado escritos de más mérito que el Patriarcha. Pero la obra acababa de ser publicada y había provocado polémicas, y es comprensible que Locke la eligiera para criticarla en su primer tratado. En el primer Tratado Locke asegura que "la posición principal de Sir Robert Filmer es que "los hombres no son libres por naturaleza. Éste es el fundamento sobre el que descansa su monarquía absoluta". Esta teoría de la sujeción natural de los hombres era rechazada categóricamente por Locke, quien mantiene en el segundo Tratado que los hombres en el estado de naturaleza son libres e iguales. "El atinado Hooker considera esta igualdad natural de los hombres tan evidente por sí misma y fuera de toda discusión que la convierte en fundamento de la obligación de amor mutuo entre aquéllos, fundamento sobre el que asienta los deberes que tenemos unos para con otros y del que hace derivar las grandes máximas de justicia y caridad." Por consiguiente Locke parte, como Hobbes, del estado de naturaleza, y en su opinión" todos los hombres están naturalmente en este estado y permanecen en él hasta que por su propia voluntad se convierten en miembros de una sociedad política". Pero su idea del estado de naturaleza es muy distinta de la de Hobbes. De hecho, aunque no lo diga de un modo explícito, Hobbes es el principal oponente que tiene en la mente en el segundo Tratado. Existe una radical diferencia, según Locke, entre el estado de naturaleza y el estado de guerra. "El estado de naturaleza, para hablar con propiedad, se caracteriza porque los hombres viven juntos según la razón, sin que haya en la tierra un superior común para dirimir los conflictos entre ellos." La fuerza, cuando se ejerce fuera de la esfera del derecho, crea un estado de guerra; pero éste no debe identificarse con el estado de naturaleza, puesto que constituye una violación de éste; es decir de lo que éste debe ser. Locke puede hablar de lo que el estado de naturaleza debe ser porque admite una ley moral natural que puede descubrirse por la razón. El estado de naturaleza es estado de libertad, pero no de libertinaje. "El estado de naturaleza tiene una ley que lo gobierna, que obliga a todos; y la razón, que es esta ley, enseña a todos los hombres que la consultan que son iguales e independientes y que nadie debe dañar a otro en su vida, su salud, su libertad o sus bienes", ya que todos los hombres son criaturas de Dios. Y aunque el hombre pueda defenderse contra un ataque y castigar a los agresores según su iniciativa privada, ya que, como hemos supuesto, no hay ningún juez o soberano temporal común, su conciencia encuentra como límite la ley moral natural que obliga con entera independencia de la sociedad civil y de sus leyes. La ley natural, por lo tanto, tiene un sentido completamente diferente en Locke y en Hobbes, ya que para el último quería decir la ley del Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit poder, de la fuerza y del engaño, mientras que para Locke tenía el sentido de una ley moral universalmente obligatoria, promulgada por la razón humana como reflejo de Dios y sus derechos, de la relación del hombre con Dios y de la igualdad fundamental de todos los hombres en cuanto criaturas racionales. He mencionado ya a Hooker como una de las fuentes de esta teoría lockiana de la ley moral natural; podrían también mencionarse los platónicos de Cambridge en Inglaterra, y, en el continente, autores como Grocio y Pufendorf. Al creer en una ley moral natural que obliga en conciencia independientemente del Estado y de su legislación, Locke creía también en la existencia de derechos naturales. Por ejemplo, todo hombre tiene derecho a la propia conservación y a defender su vida, así como derecho a la libertad. Hay también, por supuesto, deberes que son correlativos. De hecho, un hombre tiene derecho a la propia conservación y por consiguiente a defender su vida, porque tiene obligación de hacerla. Y puesto que está moralmente obligado a emplear todos los medios a su disposición para conservar su vida, no tiene derecho a acabar con ella, ni, sometiéndose a la esclavitud en el más amplio sentido del término, a dar a otro el poder de disponer de ella. 3. El derecho de propiedad privada El derecho natural al que Locke dedica más atención es, sin embargo, el derecho de propiedad. Como el hombre tiene el deber y el derecho de la propia conservación, tiene derecho a las cosas que le son necesarias para este fin. Dios ha dado a los hombres la tierra y todo lo que hay en ella para que les proporcione sustento y bienestar. Pero aunque Dios no ha dividido la tierra y las cosas que hay en ella, la razón nos enseña que está de acuerdo con la voluntad de Dios la existencia de propiedad privada, no sólo de los frutos de la tierra y de las cosas que hay en ella y sobre ella, sino de la misma tierra. ¿Cuál es el título primario de propiedad privada? En opinión de Locke, el trabajo. En el estado de naturaleza, el hombre trabaja para sí, y hace suyo lo que saca de su estado originario mezclándolo con su trabajo. "Aunque el agua corriendo en la fuente sea de todos, ¿quién puede dudar de que en el jarro es sólo de quien la recogió? Su trabajo la ha sacado del dominio de la naturaleza, en donde era común y pertenecía por igual a todas sus criaturas, y ha hecho que se la apropie." 15 Supongamos que un hombre coge manzanas para comérselas de un árbol en el bosque. Nadie discutirá su propiedad respecto de las mismas y su derecho a comerlas. Pero ¿cuándo empiezan las manzanas a ser suyas? ¿Cuando las ha digerido? ¿Cuando las está comiendo? ¿Cuando las está preparando? ¿Cuando las ha llevado a su casa? Está claro que pasaron a ser suyas cuando las cogió; es decir, cuando "mezcló su trabajo" con las mismas y las sacó así de su estado de propiedad de todos. Y la propiedad de la tierra se adquirió del mismo modo. Si un hombre corta tres árboles en un bosque y hace un claro, lo ara y lo siembra, la tierra y lo que produzca son suyos, puesto que constituyen el fruto de su trabajo. La tierra no da trigo si no se la cultiva. La teoría lockiana del trabajo como título primario de propiedad fue incorporada a la teoría del valor trabajo y utilizada de un modo que su autor no sospechaba. Pero sería poco importante tratar aquí de esto. Es más interesante llamar la atención sobre la opinión, sostenida con frecuencia, de que, al recalcar de tal modo el derecho de propiedad privada, Locke expresaba la mentalidad de los propietarios whigs. Sin duda hay parte de verdad en este punto de vista. Al menos, no es descabellado pensar que la atención que Locke dedicó a la propiedad privada se debía en parte a la influencia de la perspectiva del sector social en el que se movía. Al mismo tiempo, conviene recordar que la doctrina según la cual hay un derecho de propiedad privada independientemente de las leyes de las sociedades civiles no constituye un hallazgo de Locke. Debe también tenerse en cuenta que él no dice que cualquier hombre tenga derecho a amasar propiedad sin límite, en detrimento de los demás, sino que se plantea la objeción de que si recoger los frutos de la tierra confiere un derecho de propiedad sobre los mismos, cualquiera podría acumular tanto como quisiera, y responde: "No es así. La misma ley de la naturaleza que nos da por estos medios la propiedad, la limita también." Los frutos de la tierra son dados para usar y gozar de los mismos, y "de la misma forma que cada uno puede hacer uso de su vida en su propio beneficio antes de que se consuma, así también puede adquirir la propiedad por medio de su trabajo; todo lo que exceda de esto, pertenece a los demás". En cuanto a la tierra, la doctrina de que el trabajo es título de propiedad pone límite a la misma, pues "tanta tierra como un hombre labra, planta, mejora y utiliza en su provecho constituye su propiedad". Está claro que Locke presupone un estado de cosas tal que haya tierra para todos, como Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit en la América de su época. "En el comienzo todo el mundo era como América, puesto que en ninguna parte se conocía el dinero." Locke cree sin duda que hay un derecho natural a heredar la propiedad. De hecho afirma expresamente que "todo hombre nace con un doble derecho; de un lado, un derecho de libertad de su propia persona; de otro, un derecho a heredar con sus hermanos, antes que ningún otro hombre, los bienes de su padre". La familia es una sociedad natural, y los padres tienen el deber de velar económicamente por sus hijos. Sin embargo, Locke dedica más atención a explicar de qué modo se adquiere la propiedad que a justificar el derecho de herencia, punto que queda oscuro en su teoría. 16 estudiada, no están dispuestos a admitida como ley que exige aplicación en sus casos particulares". Se hace deseable, por lo tanto, que haya una ley escrita para definir la ley natural y decidir las controversias. En segundo lugar, aunque los hombres en el estado de naturaleza gozan del derecho de castigar las transgresiones, están siempre dispuestos a mostrar un excesivo celo en su favor y muy poco en favor de los demás. Por consiguiente, es conveniente que haya un sistema judicial establecido que goce de reconocimiento general. En tercer lugar, en el estado de naturaleza, los hombres carecen con frecuencia de poder para castigar crímenes, aunque su sentencia haya sido justa. "De este modo, los hombres, a pesar de todos los privilegios del estado de naturaleza, al estar no obstante en una condición mala mientras permanecen en él, se ven inducidos en seguida a formar sociedad." 4. Los orígenes de la sociedad política: el pacto social Aunque el estado de naturaleza configura un estado de cosas en el que los hombres no tienen por encima de ellos ninguna autoridad común, "Dios los colocó (a los hombres) bajo el imperio de fuertes necesidades, conveniencias e inclinaciones para impulsarlos a la sociedad". Por consiguiente, no se puede decir con propiedad que la sociedad no sea natural al hombre. La familia, forma primaria de sociedad humana, es natural al hombre, y la sociedad civil o política le es natural en el sentido de que satisface necesidades humanas, ya que, aunque los hombres, en estado de naturaleza, son independientes unos de otros, les es difícil preservar en la práctica sus libertades y derechos, puesto que del hecho de que en el estado de naturaleza todos estén obligados en conciencia a obedecer una ley moral común no se sigue que todos la obedezcan de hecho, del mismo modo que del hecho de que todos gocen de los mismos derechos y estén obligados moralmente a respetar los derechos de los demás no se sigue que lo hagan realmente. Por consiguiente, le interesa al hombre formar una sociedad organizada para la más efectiva preservación de sus libertades y derechos. Por tanto, aunque el cuadro que Locke presenta del estado de naturaleza difiere bastante del de Hobbes, dista mucho de considerar este estado de cosas como ideal. En primer lugar, "aunque la ley de la naturaleza es sencilla e inteligible para todas las criaturas racionales, sin embargo, los hombres, inducidos a parcialidad en su propio interés, así como ignorantes por falta de Según Locke, "el principal fin que mueve a los hombres a unirse en comunidades económicas y a someterse a un gobierno es la conservación de su propiedad individual". Pero esta afirmación sería mal interpretada si tomáramos el término "propiedad" en su sentido restringido habitual. Locke ha explicado ya que emplea el término en un sentido más amplio. Los hombres se agrupan en sociedad "para la mutua preservación de sus vidas, libertades y patrimonios, que llamamos, de modo general, 'propiedad". Ahora bien, Locke intenta mostrar que la sociedad política y el gobierno se basan en fundamentos racionales. Y el único modo de demostrado es sostener que se basan en el consentimiento. No basta con explicar las desventajas del estado de naturaleza y las ventajas de la sociedad política, aunque esta explicación demuestra que tal sociedad es racional en el sentido de que realiza un fin útil. Porque la libertad absoluta del estado de naturaleza resulta necesariamente restringida por las instituciones jurídicas y políticas, y esta restricción sólo puede justificarse si proviene del consentimiento de los que han sido incorporados, o mejor dicho, de los que se han incorporado a la sociedad política, sometiéndose a un gobierno. La sociedad política surge “dondequiera que una serie de hombres en estado de naturaleza entran en sociedad para constituir un pueblo, una comunidad política, bajo un gobierno supremo; o bien cuando algún hombre se asocia e incorpora a una comunidad política ya establecida". "Por ser los hombres, como ya hemos dicho, libres, iguales e independientes todos por naturaleza, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ninguno de ellos puede ser sacado de este estado y sometido al poder político de otro sin su propio consentimiento. El único modo que alguien tiene de despojarse de su libertad natural y someterla a los límites de la sociedad civil es acordar con otros hombres unirse y asociarse en una comunidad para vivir cómoda, segura y agradablemente unos junto a otros, en el disfrute tranquilo de sus propiedades y con gran seguridad frente al que no pertenece a ella." ¿A qué, entonces, renuncian los hombres cuando se asocian para formar una comunidad política? ¿Y a qué dan su consentimiento? En primer lugar, los hombres no renuncian a su libertad para pasar a una condición de servidumbre. Cada uno renuncia a sus poderes legislativos y ejecutivos en la forma en que le pertenecían en el estado de naturaleza, ya que autoriza a la sociedad, o más bien a su poder legislativo, a elaborar las leyes que requiera el bien común y deja a la sociedad el poder de poner en vigor esas leyes y la determinación de la sanción que acarrea la infracción de las mismas. Y en esta medida puede decirse que la libertad del estado de naturaleza sufre una restricción. Pero los hombres hacen dejación de estos poderes con el fin de poder gozar con más seguridad de su libertad, ya que" no puede suponerse que ninguna criatura racional cambie su condición voluntariamente para empeorar". En segundo lugar, "los que hallándose en un estado de naturaleza se agrupan en sociedad, debe entenderse que hacen dejación en manos de la mayoría de la comunidad de todo el poder necesario para los fines para los que se agrupan, a no ser que convengan expresamente en prescindir de más que la mayoría". En opinión de Locke, por lo tanto, el "pacto original" debe entenderse que implica el consentimiento de los individuos de someterse a la voluntad de la mayoría. "Es necesario que el cuerpo se mueva en la dirección de la mayor fuerza, que es el consentimiento de la mayoría." O bien se requiere para cada medida a tomar el unánime y explícito consentimiento de todos y cada uno de los miembros, lo que es en muchos casos imposible de obtener, o bien debe prevalecer la voluntad de la mayoría. Locke consideraba, sin ningún género de dudas, que el derecho de la mayoría a representar a la comunidad era evidente por su propio peso; pero no reparaba en la posibilidad de que una mayoría actuase tiránicamente con relación a la minoría. De cualquier modo, su principal propósito era mostrar que la monarquía absoluta era contraria al pacto social original, y pensaba sin duda que el peligro que representaba para la libertad el 17 gobierno de la mayoría era mucho menor que el que provenía de 'la monarquía absoluta y al haber incluido en su "pacto original" el consentimiento dado al gobierno de la mayoría, podía afirmar que "la monarquía absoluta, a la que algunos consideran el Único gobierno del mundo, es en realidad contradictoria con la sociedad civil y por tanto no puede ser en absoluto una forma de gobierno civil". Una clara objeción que se presenta a la teoría del pacto o del contrato social es la dificultad de encontrar ejemplos históricos de éste. Sin embargo hay que preguntarse si Locke pensaba que el pacto social constituía un suceso histórico. Él mismo suscita la objeción de que no hay ejemplos de hombres viviendo juntos en estado de naturaleza y que acuerden explícitamente formar una sociedad política, para contestar que pueden hallarse algunos ejemplos, tales como los orígenes de Roma y Venecia y de ciertas comunidades políticas de América. E incluso si no hubiera ningún testimonio de tales situaciones, el silencio no probaría nada contra la hipótesis del pacto social, ya que" el gobierno es en todas partes anterior a los testimonios, y las letras rara vez se instalan en un pueblo hasta que una larga continuidad de la sociedad civil ha procurado, por medio de otras habilidades más necesarias, seguridad, tranquilidad y recursos". Todo esto sugiere que Locke consideraba el pacto social como un acontecimiento histórico. Pero al mismo tiempo, no deja de insistir en que, incluso si se demostrara que la sociedad civil proviene de la familia y de la tribu y que el gobierno civil es una evolución del gobierno patriarcal, esto no alteraría el hecho de que el fundamento racional del gobierno y la sociedad civil es el consentimiento. Surge, no obstante, una segunda objeción. Aun en el caso de que se demostrara que las sociedades políticas tienen su origen en un pacto social, en el consentimiento de los hombres que crearon voluntariamente estas sociedades, ¿cómo justificaría esto la sociedad política tal y como la conocemos? Porque es evidente que los ciudadanos de Gran Bretaña, por ejemplo, no otorgan ningún consentimiento explícito para ser miembros de su sociedad política y estar sometidos a su gobierno, cualquier cosa que sus antepasados hayan hecho. De hecho, el mismo Locke, que es completamente consciente de la dificultad, la subraya al sostener que un padre "no puede, por ningún pacto, cualquiera que sea, obligar a su descendencia", Un hombre puede imponer a su voluntad condiciones por las cuales su hijo no pueda heredar y Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit disfrutar su propiedad sin ser y continuar siendo miembro de la misma sociedad política que su padre. Pero éste no puede obligar a su hijo a aceptar la propiedad en cuestión. Si un hijo no acepta las condiciones, puede renunciar a la herencia. Para resolver la objeción Locke ha de recurrir a una distinción entre consentimiento explícito y tácito. Si un hombre se hace tal en una determinada sociedad política, hereda propiedad de acuerdo con las leyes del Estado, X disfruta los privilegios del ciudadano, debe suponerse que ha prestado al menos un consentimiento tácito al hecho de ser miembro de esta sociedad, puesto que sería completamente irrazonable gozar de la condición de ciudadano y sostener al mismo tiempo que se está aún en estado de naturaleza. En otras palabras, cuando un hombre se beneficia de los derechos y privilegios de ciudadano, debe suponerse que ha aceptado voluntariamente, en todo caso tácitamente, los deberes de un ciudadano del Estado de que se trate. y contestando a la objeción de que un hombre que ha nacido inglés o francés no tiene otra opción que someterse a las obligaciones del ciudadano, Locke afirma que puede de hecho marcharse del país para ir a otro Estado o para retirarse a alguna alejada zona del mundo donde pueda vivir en estado de naturaleza. Esta respuesta debe entenderse, desde luego, a la luz del contexto existente en la época de Locke, en la que eran desconocidas las reglamentaciones de los pasaportes, las leyes de emigración, el servicio militar obligatorio, etc., y en la que era, al menos físicamente, posible para un hombre salir de su' país y vivir en los desiertos de América o África si así lo decidía. Pero a pesar de eso, las observaciones de Locke contribuyen a mostrar el carácter artificial e irreal de la teoría pacifista, En la teoría lockiana de la sociedad política confluyen dos corrientes de pensamiento: de una parte la concepción medieval, heredada de la filosofía griega, que sostiene el carácter "natural" de la sociedad política, y de otra el intento racionalista de encontrar una justificación de las limitaciones de la libertad en la sociedad organizada, una vez que se ha supuesto la existencia de una libertad ilimitada en el estado de naturaleza (haciendo la salvedad, en el caso de Locke, de la obediencia debida a la ley moral natural). 5. El gobierno civil 18 Hobbes, como hemos visto, afirmaba que hay 'un convenio mediante el cual una serie de hombres transfiere a un soberano los "derechos" de que gozaban en estado de naturaleza. Así pues, la sociedad política y el gobierno serían creados simultáneamente en virtud del mismo consentimiento. Se ha dicho que la teoría política de Locke, por el contrario, supone la existencia de dos convenios, pactos o contratos, por uno de los cuales se forma la sociedad política, y por otro se establece el gobierno. De hecho, no hay ninguna mención explícita en la obra de Locke de dos pactos; pero se asegura que se trata de una posición tácita. En virtud del primer pacto, un hombre pasaría a ser miembro de una sociedad política determinada y se obligaría a aceptar las decisiones de la mayoría; por el segundo la mayoría de los miembros de la recién formada sociedad (o todos ellos) acordarían o bien encargarse ellos mismos del gobierno o instituir una oligarquía o una monarquía, hereditaria o electiva. Por lo tanto mientras el derrocamiento del soberano, según la teoría de Hobbes, implica lógicamente la disolución de la sociedad política en cuestión, en la teoría lockiana no sería éste el caso, puesto que la sociedad política se había formado por otro pacto distinto y sólo podría disolverse por acuerdo de sus miembros. Existen algunos fundamentos que justifican esta interpretación. Pero al mismo tiempo, Locke parece pensar en la relación entre ciudadano y gobierno en términos de mandato más bien que d convenio. El pueblo instituye un gobierno y le confía una tarea determinada; y el gobierno está obligado a llevar a término esta tarea. "La primera y fundamental ley positiva de una comunidad es la que establece un poder legislativo." Y "la comunidad pone el poder legislativo en manos de quienes piensa que responderán a su confianza de ser gobernados por leyes definidas, pues de otro modo su paz, tranquilidad y propiedad estarían afectadas de la misma inseguridad de que estaban afectadas en el estado de naturaleza." Locke habla de la legislatura como del "poder supremo" de la continuidad; "los demás poderes que radiquen en otros miembros o sectores de la sociedad (deben) derivarse de aquél, y estarle subordinados". Cuando hay un monarca dotado de poder ejecutivo supremo, puede hablarse de él, en términos vulgares, como del poder supremo, sobre todo si las propuestas de ley necesitan de su consentimiento para convertirse en ley y si el órgano legislativo no está siempre reunido; pero esto no significa que posea todo el Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 19 poder de elaborar las leyes, y es el cuerpo legislativo el que constituye el poder supremo en el sentido técnico estricto. Locke destacaba la deseabilidad de una división de poderes en la comunidad. Por ejemplo, no es deseable de ningún modo que las personas que hacen las leyes las ejecuten, puesto que" pueden eximirse a sí mismos de la obediencia a las leyes que elaboran, y adaptar la ley, tanto en su elaboración como en su ejecución, a sus conveniencias y por ello llegar a tener mI interés distinto del resto de la comunidad". Por consiguiente el ejecutivo habría de estar separado del legislativo. Dado que Locke destacaba en esta medida lo deseable de la separación de poderes en la comunidad se ha sostenido que en su teoría no hay nada que recuerde al soberano de Hobbes. Esto es cierto si damos a la palabra "soberano" el sentido íntegro que le daba Hobbes; pero, como hemos visto, Locke reconoce un poder supremo, a saber el legislativo. Y en este sentido puede asegurarse que su poder legislativo corresponde al soberano de Hobbes. Cuando se habla de separación de poderes, solemos referirnos a la distinción trimembre entre poder legislativo, ejecutivo y judicial. Pero la tríada de Locke es diferente, ya que se compone del legislativo, el ejecutivo y lo que llama el poder "federativo". Este poder federativo abarca el poder de hacer la guerra y firmar la paz, de concertar alianzas y tratados "y todo género de transacciones con todas las personas y comunidades externas a la comunidad". Locke lo consideraba como un poder distinto de los demás, aunque señalaba que podía separarse difícilmente del ejecutivo en el sentido de ser confiado a diferente o diferentes personas, porque esto serviría de causa de "desorden y desastres". En cuanto al poder judicial, parece considerarle parte del ejecutivo. En cualquier caso, los dos puntos básicos de su doctrina son: que el legislativo debe ser el supremo poder, y que todo poder, incluso el legislativo mismo, ha de cumplir un mandato". Aunque no puede haber sino un solo poder supremo, que es el poder legislativo, al que los demás están y deben estar subordinados, sin embargo, por ser el legislativo únicamente un poder fiduciario para actuar en orden a ciertos fines, queda en el pueblo un poder supremo de anular o alterar el legislativo cuando encuentra los actos legislativos contrarios a la confianza depositada en el mismo". De este modo, el poder del legislativo no es absoluto; tiene que responder a la confianza depositada en él. Y está, desde luego, sometido a la ley moral. Locke enumera "los límites que el mandato que les ha conferido (a los miembros del legislativo) la sociedad y la ley de Dios y la naturaleza han establecido al poder legislativo de toda comunidad en todas las formas de gobierno". En primer lugar, el legislativo debe gobernar por leyes promulgadas que han de ser las mismas para todos y no distintas para algunos casos particulares. En segundo lugar, esas leyes deben inspirarse solamente en el bien del pueblo. En tercer lugar, no debe establecer impuestos sin el consentimiento del pueblo, expresado por él mismo o por sus diputados, ya que el fin principal para el que se constituyó la sociedad es la protección de la propiedad. En cuarto lugar, no tiene capacidad para transferir el poder de promulgar leyes a persona o asamblea a las que el pueblo no haya otorgado su confianza, ni puede hacerla válidamente. "Siempre que una sociedad se disuelve, el gobierno de esta sociedad no puede perdurar." Si un conquistador "hace pedazos las sociedades" es evidente que sus gobiernos serán disueltos. Locke llama a la disolución por la fuerza" destrucción desde el exterior". Pero puede también tener lugar una disolución "desde dentro", tema al que dedica gran parte del último capítulo del segundo Tratado. 6. La disolución del gobierno El gobierno puede disolverse desde dentro mediante la modificación del legislativo. Supongamos, dice Locke, que tiene presente evidentemente la constitución británica, que el poder legislativo está conferido a una asamblea de representantes elegida por el pueblo, a una asamblea de la nobleza hereditaria y a la persona de un príncipe hereditario que posee el poder ejecutivo supremo y el derecho de convocar y disolver ambas asambleas. Si el príncipe substituye las leyes por su arbitrariedad personal, o impide al legislativo (es decir a las asambleas, especialmente a la asamblea representativa) reunirse cuando es conveniente o actuar libremente; o si cambia arbitrariamente y sin el consentimiento del pueblo, contra los intereses de éste, el sistema de elección, el legislativo sufre una alteración. Asimismo, si el que detenta el poder ejecutivo supremo abandona o descuida su cargo de modo que las leyes no pueden ser puestas en vigor, el gobierno se disuelve de hecho. Por último, los gobiernos se disuelven cuando el príncipe o el legislativo obran de modo contrario al mandato Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit recibido, como cuando invaden la esfera de la propiedad de los ciudadanos o intentan obtener un dominio arbitrario sobre su vida, libertad o propiedad. Cuando el gobierno se "disuelve" de una de las maneras enumeradas, la rebelión está justificada. Decir que esta doctrina anima a frecuentes rebeliones no constituye un argumento de peso. Porque si los ciudadanos están sometidos al capricho arbitrario de un poder tiránico, estarán dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad de rebelarse, por más que haya sido ensalzado el carácter sagrado de sus gobernantes. Además, las rebeliones no tienen lugar de hecho "por cada pequeño acto de mal gobierno de los asuntos públicos". Y aunque hablamos de "rebelión" y "rebeldes" para designar a los súbditos y sus actos, debíamos hablar con más propiedad de rebeldes al referirnos a los gobernantes cuando se transforman en tiranos y obran de modo contrario a la voluntad y a los intereses del pueblo. Es cierto que pueden haber insurrecciones y rebeliones injustificadas, que den lugar a crímenes, pero la posibilidad de estos excesos no anula el derecho a la rebelión y si se pregunta quién ha de juzgar si las circunstancias hacen legítima la rebelión "contesto que el pueblo juzgará", ya que sólo el pueblo puede decidir si el mandatario ha abusado del mandato que le ha sido conferido. 7. Observaciones generales La teoría política de Locke está evidentemente expuesta a críticas en muchos de sus fundamentos. Lo mismo que otras teorías políticas que no se limitan a la enunciación de principios muy generales, tan generales que pueden ser llamados "perennes", tiene el defecto de estar demasiado íntimamente ligada a las circunstancias históricas de la época. Esto es, desde luego, inevitable, en el caso de una teoría que desciende más o menos a pormenores y detalles. Y no es sorprendente que el Tratado refleje en cierta medida las circunstancias históricas contemporáneas y las convicciones políticas del autor, whig y adversario de los Estuardos. Pero a no ser que el filósofo político quiera confinarse en el enunciado de proposiciones del tipo" el gobierno debe tender al bien común", no puede evitar tomar el material de su reflexión de los datos políticos de su época. En las teorías políticas encontramos unas ciertas perspectivas, espíritu y movimiento de la vida política tomando expresión reflexiva y en diversa medida; las 20 teorías políticas están inevitablemente fechadas. Esto es tan verdad de la teoría política de Platón como de la teoría marxista; y es también natural que lo sea respecto de la teoría política de Locke. Puede decirse que lo que es prácticamente inevitable no debe considerarse "defecto". Pero si un filósofo político expone su teoría como la teoría, no sería aventurado el empleo de este término. En todo caso, la teoría lockiana presenta asimismo otros defectos. Ya he llamado la atención sobre la artificialidad de la tesis del pacto social. Y también puede destacarse que Locke no acierta a darnos un análisis cabal del concepto de bien común. Tiende a aceptar sin reservas que la preservación de la propiedad privada y la promoción del bien común son términos sinónimos. Puede decirse que esta crítica está formulada desde el punto de vista de quien reflexiona sobre una evolución de la vida social, económica y política que Locke no podía prever, evolución que ha hecho necesaria una revisión del liberalismo de su época, lo que es cierto en parte. Pero no es evidente que Locke no hubiera podido damos una explicación más adecuada de las funciones de la sociedad política y del gobierno, incluso dentro del contexto de su época. Hay algún defecto de su explicación que se hallaba ya presente en el pensamiento político griego y medieval, incluso en forma rudimentaria. Decir que la teoría política de Locke está expuesta a críticas no significa negarle todo valor duradero. Y decir que los principios que pueden considerarse de validez perenne son principios que trascienden la limitación y la restricción a una época determinada o van más allá de las circunstancias precisamente por su generalidad no significa que carezcan de valor. Un principio no carece de valor porque haya sido aplicado de diferente modo en épocas distintas. El principio lockiano según el cual el gobierno, entendiendo el término en el sentido amplio de organización del Estado y no en el sentido restringido en el que hoy suele usarse, tiene un mandato que cumplir y que existe para promover el bien común es tan verdad hoy como cuando se enunció, aunque desde luego no constituyera entonces ya una novedad, puesto que Aquino había sostenido lo mismo. Pero el hecho es que se trata de un principio que necesita una constante reiteración. Para ser operativo, ha de aplicarse de distinto modo en las distintas épocas; y Locke intentó mostrar cómo, en su opinión, había de ser aplicado en las circunstancias de su época, que no eran las de la Edad Media. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit La responsabilidad del gobierno ante el pueblo y su función de promover el bien social son generalmente admitidas. Pero me gustaría añadir, dentro del inventario de las posiciones de validez duradera, una tesis que Locke adoptó de modo constante, pero que ha sido puesta en cuestión muchas veces. Me refiero a la tesis de que hay derechos naturales y una ley moral natural que obliga en conciencia tanto a gobernantes como a gobernados. Esta tesis no está necesariamente ligada a las teorías del estado de naturaleza y del pacto social; y cuando es sinceramente aceptada, constituye una salvaguarda contra la tiranía. Dejando, sin embargo, aparte la cuestión de sus méritos y defectos intrínsecos, la teoría política de Locke tiene una gran importancia histórica. A pesar de las críticas, obtuvo una aceptación general en su propio país en el siglo XVIII. E incluso cuando escritores como Hume atacan la teoría del pacto social, no dejan por eso de compartir las ideas generales de Locke acerca del gobierno. Más tarde han de hacer aparición corrientes de pensamiento diferentes, con el benthamismo de una parte y las teorías de Burke de otra. Pero mucho de lo que Locke mantuvo ha pasado a ser patrimonio común. Entretanto su teoría política se hizo conocida en el continente, en Holanda, en primer término, en donde había vivido en exilio, y también en Francia, donde influyó en autores de la Ilustración, como Montesquieu. Asimismo, no puede dudarse de su influencia en América, aunque es difícil precisar en qué medida ejerció una influencia sobre líderes de la revolución como Jefferson. Por último, los amplios y duraderos ecos del Tratado de Locke constituyen una prueba de la efectividad del pensamiento filosófico. Es verdad, sin ningún género de dudas, que Locke dio expresión sistemática a un movimiento de pensamiento ya existente; pero esta expresión sistemática ejerció a su vez una poderosa influencia en la consolidación y expansión de la corriente de pensamiento político a la que servía de expresión. 21 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 22 SPINOZA V Frederick Copleston 1. Derecho natural El acercamiento de Spinoza a la teoría política recuerda mucho al de Hobbes, cuyos De Cive y Leviathan había estudiado. Ambos filósofos creían que todo hombre está condicionado por la naturaleza a buscar su propio provecho, y ambos trataron de mostrar que la formación de la sociedad política, con todas las restricciones a la libertad humana que implica, es justificable en términos de interés personal racional o ilustrado. El hombre está constituido de tal modo que, para evitar el mayor mal de la anarquía y el caos, tiene que unirse a los demás hombres en una vida social organizada, aunque sea a costa de restricciones a su derecho natural de hacer cuanto es capaz de hacer. Spinoza, como Hobbes, habla de "ley natural" y "derecho natural". Pero para comprender el uso espinoziano de esos términos es necesario prescindir enteramente del fondo teológico del concepto escolástico de ley natural y de derechos naturales. Cuando Spinoza habla de "ley natural" no piensa en una ley moral que corresponde a la naturaleza humana, pero que obliga al hombre moralmente, como ser libre, a obrar de una determinada manera; piensa en la manera de obrar a que toda cosa finita, incluido el hombre, está determinada por la naturaleza. "Por el derecho y ordenación de la naturaleza entiendo meramente aquellas leyes naturales por las que concebimos que todo individuo está condicionado por la naturaleza de modo que viva y actúe de un modo determinado." Los peces, por ejemplo, están condicionados por la naturaleza de tal modo que "el mayor devora al menor, por soberano derecho natural". Para entender el sentido espinoziano es esencial recordar que decir que el pez grande tiene el "derecho" de comerse al chico es simplemente decir que el pez grande puede devorar peces, y que está' constituido de tal modo que lo hace así cuando se le presenta la ocasión. "Porque es cierto que la naturaleza, considerada en abstracto, tiene derecho soberano a hacer todo lo que puede hacer; en otras palabras, su derecho y su poder son coextensivos." En consecuencia, los derechos de cualquier individuo solamente están limitados por los límites de su poder. Y los límites de su poder están determinados por su naturaleza. Así pues, "como el hombre sabio tiene derecho soberano... a vivir de acuerdo con las leyes de la razón, así también el hombre ignorante y necio tiene derecho soberano a vivir según las leyes del deseo". Un hombre ignorante y necio no está más obligado a vivir de acuerdo con los dictados de una razón ilustrada "que lo que lo está un gato, a vivir según las leyes de la naturaleza de un león". Nadie puede acusar justificadamente a Spinoza de no haber expuesto con perfecta claridad su posición "realista". Tanto si un individuo dado es conducido por la razón ilustrada como si lo es por las pasiones, tiene un derecho soberano a buscar y a tomar para sí todo lo que cree útil, "sea por la fuerza, por la astucia; por las súplicas, o por cualquier otro medio". La causa de ello está en que la naturaleza no está limitada por las leyes de la razón humana, que tienen por objetivo la conservación del hombre. Los objetivos de la naturaleza, en la medida en que es posible hablar de objetivos de la naturaleza, "se refieren al orden eterno de la naturaleza, en el cual el hombre no es sino una minúscula mota". Si una cosa cualquiera nos parece mala o absurda en la naturaleza, eso es simplemente porque ignoramos el sistema de la naturaleza y la interdependencia de los miembros del sistema, y porque queremos que todo esté arreglado de acuerdo con los dictados de la razón y el interés humanos. Una vez hayamos conseguido superar los modos antropomórficos y antropocéntricos de considerar la naturaleza, comprenderemos que el derecho natural solamente está limitado por el deseo y el poder, y que el deseo y el poder están condicionados por la naturaleza del individuo. La misma doctrina se repite en el Tratado Político. Spinoza reafirma aquí sus tesis de que, si se trata del universal poder o derecho de la naturaleza, no podemos reconocer distinción alguna entre deseos que son engendrados por la razón y deseos que son engendrados por otras causas. "El derecho natural de la naturaleza universal, y, en consecuencia, el de cada cosa individual, se extiende hasta donde se extiende su poder; y, consecuentemente, todo cuanto un hombre hace según las leyes de su naturaleza lo hace por el más alto derecho natural, y el hombre tiene sobre la naturaleza tanto derecho como poder tenga." Los hombres son Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit conducidos más por el deseo que por la razón. De ahí que pueda decirse que el derecho y el poder natural están limitados por el apetito más bien que por la razón. La naturaleza "prohíbe" solamente aquello que no deseamos o no tenemos poder para obtener o hacer. Como todo hombre tiene un impulso natural hacia el mantenimiento y la conservación de sí mismo, tiene, en consecuencia, derecho natural a valerse de todos los medios que piense que pueden ayudarle a conservarse. y tiene derecho a tratar como un enemigo a cualquiera que, obstaculice el cumplimiento de aquel impulso natural. En realidad, dado que los hombres están muy expuestos a las pasiones de la ira, la envidia y el odio en general, "los hombres son naturalmente enemigos". En el capítulo anterior citamos la afirmación de Spinoza (en la Ética) de que justo e injusto, pecado y mérito, son "meramente nociones extrínsecas y ahora podemos entenderla en su contexto adecuado. En el estado de naturaleza es "justo" que yo tome todo lo que crea útil para mi conservación y bienestar: la "justicia" se mide simplemente por el deseo y el poder. En la sociedad organizada, en cambio, se establecen ciertos derechos de propiedad y ciertas reglas para la transferencia de propiedad, y, por convenio común, términos como "justo", "injusto" y "derecho" reciben significados definidos. Cuando éstos se entienden de ese modo son "meramente nociones extrínsecas", que se refieren no a propiedades de acciones consideradas en sí mismas, sino a acciones consideradas en relación a reglas y normas establecidas por convenio y fundadas en éste. Puede añadirse que la fuerza vinculante de los convenios radica en el poder para imponerlos. En el estado de naturaleza, un hombre que ha hecho un convenio con otro tiene derecho "por naturaleza" a romperlo en cuanto llega a pensar, acertada o erróneamente, que será ventajoso para él hacerla así. Tal doctrina es simplemente una aplicación lógica de la teoría de Spinoza de que, si consideramos las cosas simplemente desde el punto de vista de la naturaleza en general, los únicos límites del "derecho" son el deseo y el poder. 2. El fundamento de la sociedad política Sin embargo, "todo el mundo desea vivir en la medida de lo posible en seguridad, más allá del alcance del miedo, y eso' seria 23 enteramente imposible mientras cada uno hiciese todo cuanto le agradase, y la voz de la razón fuese puesta al mismo nivel que las del odio o la ira... Cuando reflexionamos en que los hombres sin la ayuda mutua, o la asistencia de la razón, tienen que vivir necesariamente del modo más miserable, vemos claramente que los hombres tienen que llegar necesariamente a un acuerdo para vivir juntos tan bien y tan seguramente como les sea posible". Además, "sin la ayuda mutua los hombres apenas pueden soportar la vida y cultivar la mente". Así pues, el propio poder y el propio derecho natural de un hombre están en constante peligro de volverse inefectivos mientras ese hombre no se ponga de acuerdo con los demás para formar una sociedad estable. Puede decirse, pues, que el mismo derecho natural apunta hacia la formación de la sociedad organizada. "Y si es por eso por lo que los escolásticos llamaron al hombre animal social -quiero decir, porque los hombres en estado de naturaleza difícilmente pueden ser independientesno tengo nada que decir contra ellos." El pacto social descansa, pues, en el interés ilustrado, y las restricciones de la vida social se justifican cuando se muestra que constituyen una amenaza menor al propio bienestar que los peligros del estado de naturaleza. "Es una ley universal de la naturaleza humana que nadie descuida nunca nada que juzgue bueno excepto con la esperanza de lograr un bien mayor, o por el miedo de un mayor mal; ni nadie soporta un mal excepto para evitar un mal más grande o para obtener un bien mayor." Nadie se comprometerá, pues, en un pacto, a no ser para obtener un bien más grande o para eludir un mayor mal. "Y podemos concluir, en consecuencia, que lo que hace válido un pacto es únicamente su utilidad, sin la cual es nulo y vacío." 3. Soberanía y gobierno Al concluir un pacto social, los individuos entregan sus derechos naturales al poder soberano; y "el poseedor del poder soberano, sea uno, o muchos, o la totalidad del cuerpo político, tiene el derecho soberano de imponer cuantos mandatos le agrade". De hecho, es imposible transferir la totalidad del poder y, en consecuencia, todo el derecho. Porque hay algunas cosas que se siguen necesariamente de la naturaleza humana y no pueden ser alteradas por el mandato de la autoridad. Por ejemplo, es inútil que el soberano mande a los hombres que no amen lo que les es Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit agradable. Pero, aparte de casos como ése, el súbdito está obligado a obedecer los mandatos del soberano. Y la justicia y la injusticia dimanan de las leyes promulgadas por el soberano. "No puede concebirse que alguien sea un malhechor, excepto bajo un dominio... Así pues, lo mismo que el delito o la obediencia en sentido estricto, también la justicia y la injusticia son inconcebibles a no ser en el estado de sujeción a un dominio." Por otra parte, Spinoza no intenta justificar el gobierno tiránico. En su opinión, como en la de Séneca, "nadie puede conservar mucho tiempo un mando tiránico", porque, si el soberano obra de una manera completamente caprichosa, arbitraria e irracional, provocará eventualmente tal oposición que perderá su poder para gobernar. Y la pérdida del poder para gobernar significa la pérdida del derecho al gobierno. Así pues, cabe esperar que, en su propio interés, el soberano no exceda límites razonables en el ejercicio de la autoridad. En el Tratado Político, Spinoza discute tres formas generales de "dominio", la monarquía, la aristocracia y la democracia. Pero no necesitamos entrar en el tratamiento de ese tema. Mayor interés tiene su principio general de que "la comunidad más poderosa y más independiente es la que está basada en la razón y guiada por ésta". El propósito de la sociedad civil" no es otra cosa que la paz y la seguridad de la vida. Y, en consecuencia, el mejor dominio es aquel en el que los hombres viven en unidad y las leyes son respetadas". En el Tratado Teológico-Político afirma que el Estado más racional es también el más libre, puesto que vivir libremente es "vivir con pleno consentimiento bajo la entera guía de la razón". Y esa clase de vida se asegura del mejor modo en una democracia, "que puede definirse como una sociedad que ejerce todo su poder como un todo". La democracia es "de todas las formas de gobierno la más natural y .la más consonante con la libertad individual. En ella nadie transfiere su derecho natural de modo tan absoluto que deje de tener voz en los asuntos; solamente los cede a la mayoría de una sociedad de la que él es una unidad. Así, todos los hombres continúan siendo iguales, como lo eran en el estado de naturaleza". En una democracia, dice Spinoza, las órdenes irracionales son menos de temer que en cualquier otra forma de constitución; porque" es casi imposible que la mayoría de un pueblo, especialmente si es una gran mayoría, convenga en un designio irracional. Y, además, la base y la finalidad de una democracia es evitar los deseos irracional es y poner a los 24 hombres en la mayor medida posible bajo el control de la razón, de modo que puedan vivir en paz y armonía". 4. Relaciones entre Estados Al discutir la mejor forma de constitución de una manera a priori, Spinoza seguía los pasos de predecesores como Aristóteles. Sería vano buscar en él un sentido del desarrollo histórico real. Lo que distingue a Spinoza de los grandes escritores griegos en materia política, así como de los escolásticos, es el énfasis que pone en el poder. En el estado de naturaleza el derecho solamente está limitado por el poder, y en la sociedad civil la soberanía descansa en el poder. Es verdad que los miembros de un Estado están obligados a obedecer las leyes, pero la razón fundamental de ello se encuentra en que el soberano tiene poder para obligarles. Ésa no es toda la historia, desde luego. Spinoza fue en algunos aspectos un tenaz "realista" político; pero al mismo tiempo subrayó que el Estado tiene la función de proporcionar la estructura en que los hombres puedan vivir racionalmente. Tal vez consideró que la mayoría de los hombres son conducidos por el deseo y no por la razón, y que el propósito fundamental de la leyes, por así decirlo, el de ponerles un freno. Pero su ideal fue sin duda el de que la ley fuese racional y que los seres humanos fuesen guiados, en su conducta privada y en su obediencia a las leyes, por la razón más bien que por el miedo. Sea como sea, es en el poder en donde se apoya la autoridad política, aunque nunca se abuse de ese poder. Y si el poder desaparece, desaparece también toda pretensión de autoridad. La importancia atribuida por Spinoza al poder se pone claramente de manifiesto en su modo de ver las relaciones entre Estados. Diferentes Estados pueden convenir acuerdos mutuos, pero no hay autoridad alguna que haga obligatorios tales acuerdos, como ocurre en los contratos entre los miembros de un mismo Estado. En consecuencia, las relaciones entre Estados no están gobernadas por la ley, sino por el poder y el interés egoísta. Un convenio entre diferentes Estados" solamente es válido mientras basa en la fuerza los riesgos y las ventajas. Nadie acepta un compromiso ni se ata a .lo pactado a menos que tenga una esperanza en un aumento de bien, o miedo a algún mal; si se suprime esa base, el pacto se anula. Así lo ha mostrado abundantemente la experiencia". Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Los Estados, pues, en sus relaciones mutuas se encuentran en la posición de los individuos considerados aparte del pacto social y de la sociedad organizada a la que dicho pacto da origen. Spinoza apela a la experiencia l{ara confirmación de su teoría, y para reconocer que ésta expresa un hecho histórico no hay sino que reflexionar en las modernas discusiones acerca de la necesidad de alguna autoridad internacional. 5. Libertad y Tolerancia A pesar del énfasis puesto por Spinoza en el poder, su ideal era, como hemos visto, la vida de razón. Y una de las características principales de una sociedad racionalmente organizada tenía que ser, según convicción de Spinoza, la tolerancia religiosa. Lo mismo que a Hobbes, a Spinoza le llenaba de horror el pensamiento de las divisiones y guerras religiosas, pero su idea de cuál fuera el remedio adecuado era muy distinta. Porque mientras Hobbes tendía a pensar que el único remedio se encontraba en subordinar la religión al poder civil, es decir, en un completo erastianismo, Spinoza dio la mayor importancia a la tolerancia en materia de creencias religiosas. Tal actitud se seguía del modo más natural de sus principios filosóficos. Porque él hacía una firme distinción entre el lenguaje de la filosofía y el de la teología. La función de este último no consiste en proporcionar información científica, sino en impulsar a las personas a adoptar ciertas líneas de conducta. Así pues, siempre que la línea de conducta a la que lleva un determinado equipo de creencias religiosas no sea perjudicial al bien de la sociedad, debe concederse plena libertad a quienes encuentran ayuda o consuelo en ese equipo de creencias. Hablando de la libertad religiosa disfrutada en Holanda, Spinoza dice que desea mostrar que "no solamente tal libertad puede ser concedida sin perjuicio para la paz pública, sino también que, sin tal libertad, no puede florecer la piedad ni asegurarse la paz pública". Y concluye que "cada uno debe ser libre para elegir por sí mismo los fundamentos de su credo, y que la fe no debe ser juzgada sino por sus frutos". El derecho sobre los propios juicios, sentimientos y creencias es algo que uno no puede enajenar por ningún pacto social. Todo hombre es "por derecho natural inabrogable, dueño de sus propios pensamientos", y "no puede, sin desastrosos resultados, ser obligado a hablar solamente de acuerdo con los dictados del poder 25 supremo". Verdaderamente, "la debida finalidad del gobierno es la libertad", dice Spinoza. Porque "el objeto del gobierno no es transformar a los hombres de seres racionales en bestias o muñecos, sino ponerles en condiciones de desarrollar sus mentes y cuerpos en seguridad y emplear su razón libremente". Así pues, la tolerancia no ha de limitarse a la esfera de la religión. Siempre que un hombre critique al soberano por convicción racional, y no por un deseo de crear dificultades o promover la sedición, debe permitírsele exponer su opinión libremente. El cuidado del bienestar público pone un límite a la libertad de palabra; la mera agitación, la incitación a la rebelión o a la desobediencia a las leyes, y la perturbación de la paz no pueden ser razonablemente permitidas. Pero la discusión racional y la crítica hacen más bien que mal. De la tentativa de aplastar la libertad y regimentar el pensamiento y la palabra resultan grandes males. N o es posible suprimir toda libertad de pensamiento; y, si se suprime la libertad de expresión, el resultado es que los necios, los aduladores, los insinceros y los faltos de escrúpulos florecen. Además, "la libertad es absolutamente necesaria para el progreso en las ciencias y las artes liberales". Y esa libertad se asegura del mejor modo en una democracia, "la más natural de las formas de gobierno", aquella en la cual "cada uno se somete al control de la autoridad sobre sus acciones, pero no sobre su juicio o su razón". Es conveniente poner de manifiesto ese aspecto de la teoría política de Spinoza, porque el concentrarse indebidamente en aquellos elementos de la misma que son comunes a él y a Hobbes puede dar fácilmente una impresión falsa: obscurece el hecho de que su ideal era la vida de la razón, y que él no alababa el poder por el poder, aun cuando estuviese convencido no solamente de que el poder juega un papel de la mayor importancia en la vida política, sino también de que así ha de ser por razones metafísicas y psicológicas. Además, aunque está claro que el propio Spinoza no creía en una determinada revelación divina de verdades enunciables, de modo que sus premisas eran diferentes de las de los creyentes en una revelación así, el problema que él discutió es un verdadero problema para todo el mundo. Por una parte, la fe es en todo caso algo que no puede ser forzado; y las tentativas de forzarla llevan a malos resultados. Por otra parte, una tolerancia completa e ilimitada es, como vio Spinoza, impracticable. Ningún gobierno puede permitir la incitación al asesinato político, por ejemplo, o la propaganda sin freno de creencias que conducen directamente al crimen. El problema de Spinoza, como el de los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit hombres de una edad posterior, es el de combinar la mayor suma posible de libertad con la preocupación por el bien público. No puede esperarse que todos coincidan a propósito de los límites precisos de la tolerancia; y, en todo caso, sería sumamente difícil zanjar tal cuestión a priori y sin referencias a las circunstancias históricas. Para presentar un ejemplo muy obvio, todas las personas razonables convienen en que en tiempos de guerra o de crisis nacional las libertades pueden tener que ser restringidas de un modo que, en otras circunstancias, no sería deseable. Pero los principios generales de que los gobiernos deben fomentar la libertad en vez de destruirla, y que para un .verdadero desarrollo cultural se necesita la libertad, son tan válidos ahora como cuando Spinoza los enunció. 26 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 27 ROUSSEAU I Frederick Copleston 1. Vida y escritos Jean Jacques Rousseau nació en Ginebra el 28 de junio de 1712; era hijo de un relojero. En 1725 empezó con un grabador un aprendizaje que había de durar cinco años, pero escapó al poco tiempo. El cura de Confignon, un pueblo próximo a Ginebra, presentó el muchacho a la baronesa de Warens, que iba a tener una importante participación en su vida. Bajo su influencia Rousseau se convirtió al catolicismo, y en 1728 ingresó en un hospicio para catecúmenos, institución de la que ha dado un desfavorable retrato en sus Confessions, Tras un período de viajes y existencia desordenada volvió junto a madame de Varens en 1731. Más tarde ha idealizado como episodio idílico su vida con ella, en Chambery primero y luego en Les Charmettes. En este período se esforzó Rousseau por compensar mediante la lectura las deficiencias de su primera educación asistemática. De 1738 a 1740 Rousseau trabajó como tutor de los hijos de un Monsieur de Mably; en esa época conoció a CondilIac; En 1742 se dirigió a París, pero ya en 1743 estaba en Venecia como secretario del nuevo embajador francés, el conde de Montaigu. Los dos hombres no se entendían bien, de modo que al año siguiente Rousseau, despedido por insolencia, se encontraba de nuevo en París. En 1745 vio por vez primera a Voltaire, y en 1749 Diderot le encargó los artículos de música para la Enciclopedia. También le introdujeron en el salon de d'Holbach. Aquel mismo año la Academia de Dijon ofreció Un premio para el mejor ensayo acerca de la cuestión de si el progreso de las artes y de las ciencias ha tendido a purificar o a corromper la moralidad. El Discurso sobre las artes y las ciencias de Rousseau ganó el premio y se publicó en 1750. Su autor se convertía de repente en un hombre famoso. Pero puesto que se había decidido por un ataque a la civilización y a sus efectos corruptores sobre el hombre, sus opiniones chocaron, naturalmente, con las de les philosophes, que se opusieron enérgicamente a ellas, y así se produjo una batalla de palabras. Rousseau tendía ya a una ruptura con el círculo de d'Holbach. No obstante, y a pesar de la oposición, se decidió a concurrir a otro premio ofrecido por la Academia de Dijon, esta vez acerca de la cuestión del origen de la desigualdad entre los hombres, y de si está autorizada por la ley natural. Su Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres no obtuvo el premio, pero se publicó en 1758. Encontramos en él una imagen del hombre natural, u hombre en estado de naturaleza, esto es, del hombre despojado de los atributos y añadidos de la civilización. El hombre es bueno por naturaleza, pero la civilización ha acarreado desigualdad y una legión de males consecuentes. Aquel mismo año de 1755 se imprimía en la Enciclopedia el artículo de Rousseau sobre economía política. El artículo apareció en separata en 1758 con el título de Discurso sobre la economía política. En este ensayo aparece por vez primera la idea de voluntad general. Rousseau se encontraba a disgusto viviendo en París, como se refleja en sus dos primeros discursos. Pensaba a menudo en su ciudad natal. En 1754 volvió las espaldas a la capital francesa y se dirigió a Ginebra. Allí volvió a la iglesia protestante. Pero el cambio no significó ninguna renovación religiosa. Como el mismo Rousseau ha observado, si sus amigos filósofos de París habían hecho algo por él, ese algo era la destrucción de toda fe que hubiera tenido en el dogma católico. Su principal razón para volver al protestantismo fue, como él mismo reconoció, el deseo de volver a adquirir la ciudadanía ginebrina. Pero el filósofo no permaneció mucho tiempo en Ginebra. De vuelta a París en octubre de 1754 envió un ejemplar de su Discurso sobre la desigualdad a Voltaire, el cual le escribió agradeciéndole el envío de "su nuevo libro contra la especie humana". De 1756 a 1762 Rousseau vivió retirado en Montmorency. Fue un período de gran actividad literaria. En 1758 escribió la Lettre a d'Alembert sur les spectacles, que se refiere al artículo de la Enciclopedia acerca de Ginebra en el cual d' Alembert había criticado la prohibición ginebrina de los espectáculos teatrales. El año 1762 vio la publicación de La Nouvelle Héloise, la novela de Rousseau. Y en 1762 aparecieron no sólo su famosa obra Du contrat social (Contrato Social), sino también el Émile, su libro Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit acerca de la educación. En esta época Rousseau había roto ya con Diderot. Su ruptura decisiva con les philosophes se expresó en las Lettres morales, que no se publicaron, sin embargo; hasta 1861. Cómo consecuencia de la publicación del Contrato Social y del Émile, Rousseau tuvo que refugiarse en Suiza. Pero también en Ginebra fue hostil la reacción ante sus obras, de modo que en 1763 Rousseau renunció formalmente a la ciudadanía ginebrina. En 1765 partió para Berlín, pero ya en camino decidió cambiar de destino y pasar a Inglaterra; en enero de 1766 atravesó el canal con David Hume, que le había ofrecido refugio en Inglaterra. No se puede decir que la visita fuera un éxito. Ya entonces Rousseau, siempre hipersensible y suspicaz, sufría de manía persecutoria, y se convenció de que Hume se había confabulado con sus enemigos. Hume, sin poder comprender el patológico estado de Rousseau, se enfadó sobremanera, sobre todo porque él mientras tanto había estado intentando conseguir una pensión real para el amigo; por eso, pese a todos los consejos en contra, publicó en Londres y París su versión del incidente. En mayo de 1766 Rousseau volvió a Francia y fue hospedado por el príncipe de Conti. En 1770, tras varios viajes, volvió a París sin preocuparse por el hecho de que allí podía ser .detenido. Lo cierto es que la policía no le molestó, aunque cayó sobre él una campaña literaria de desprestigio, debida sobre todo a Grimm y Diderot. En mayo de 1778 se trasladó a Erménonville, como huésped del marqués de Girardin, y allí murió el 2 de julio. Sus Confessions, y las Reveries du Promeneur Solitaire se publicaron póstuma mente (1782-1789). Las Consideraciones sobre el gobierno de Polonia aparecieron en 1782. El carácter y la vida de Rousseau suministran abundante material para el psicólogo. Es verdad que parte de las anomalías se debieron a mala salud física. Durante años sufrió una enfermedad de la vejiga, y seguramente murió de uremia. La adaptación social le fue difícil desde el principio, y aunque era capaz de profundo afecto, era demasiado sensible, suspicaz e intolerante para mantener amistades constantes. Era muy dado al autoanálisis y, sin embargo, muchas veces se entendió muy mal, a sí mismo y a 'los demás. Era un filósofo, pero con un temperamento sumamente emotivo, y siempre estaba atento a la tensión entre pensamiento y emoción, espíritu y corazón, que le oprimió durante toda la vida. Romántico, emotivo, con un genuino sentimiento religioso, pero egocéntrico y mentalmente 28 desequilibrado, no es sorprendente que Rousseau rompiera con les philosophes. D'Holbach advirtió a Hume que estaba calentando una víbora en su seno. Y Hume calificó luego a Rousseau de "el más curioso de todos los seres humanos", y luego observó muy agudamente que Rousseau no había hecho más que sentir durante toda su vida, y que en él la sensibilidad llegó a una culminación sin ejemplo. Pero es claro que nada de eso afecta a la importancia de Rousseau en la historia de la filosofía.! 2. Los males de la civilización "Es un noble y hermoso espectáculo el de ver al hombre levantarse a si mismo desde la nada, por" así decirlo, con su solo esfuerzo." Estas palabras son el comienzo de la primera parte del Discurso sobre las artes y las ciencias de Rousseau. Uno esperaría verlas seguidas por un elogio de las bendiciones de la civilización. Si el autor hubiera sido d'Alembert, por ejemplo, no hay duda de que esa expectativa se habría visto satisfecha. Pero no fue así en el caso de Rousseau. Pronto leemos que "el espíritu tiene sus necesidades, igual que el cuerpo; las del cuerpo son la base de la sociedad, las del espíritu son sus ornamentos". Estas palabras pueden tomarse en un sentido plenamente inocuo, aunque parecen implicar que la satisfacción de todas las necesidades no físicas no es más que un ornamento inesencial de la sociedad. Pero poco después nos enteramos de que las artes, la literatura y las ciencias tejen guirnaldas de flores en las cadenas que sujetan al hombre, y ahogan en el pecho de éste el sentimiento de la libertad para el que parecía haber nacido. Aquellos "ornamentos" hacen que los hombres amen su esclavitud. "La necesidad levantó los tronos; las artes y las ciencias los han consolidado." Así se prepara el camino para un ataque retórico a la sociedad llamada civilizada. Rousseau atiende particularmente a la artificialidad de la vida social. Es posible que la naturaleza humana no fuera en formas de sociedad más rudimentarias fundamentalmente mejor de lo que es hoy; pero los hombres eran sinceros y abiertos, y permitían que se les viera tal como eran. Ahora "no nos atrevemos ya a aparecer lo que realmente somos, sino que mentimos bajo perpetua constricción".5 Todos los hombres obran exactamente igual salvo cuando interviene algún motivo particularmente poderoso; y han desaparecido la amistad sincera y la confianza real. El velo de la cortesía convencional Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit disimula toda suerte de actitudes indignas. N o tomaremos acaso el nombre de Dios en vano para vulgares juramentos; pero la blasfemia real no nos molesta en absoluto. No nos damos a vanagloria extravagante, pero destruimos sutilmente los méritos de los demás y los calumniamos con astucia. "Disminuye nuestro odio a las demás naciones, pero con él muere el patriotismo. Se desprecia la ignorancia, pero le ha sucedido un escepticismo peligroso." Rousseau desaprobaba el espíritu cosmopolita de la Ilustración, que le repugnaba. Es evidente que en su retrato de la sociedad civilizada Rousseau está generalizando su experiencia de París, ciudad en la cual se había presentado en los ambientes distinguidos no sobre la base de su mérito, sino en una humillante posición de dependencia. De todos modos, algo de lo que dice es sin duda suficientemente verdadero para suministrar material al predicador. Es verdad, por ejemplo, que en la sociedad civilizada el ingenuo y extravagante gloriarse se considera ridículo, pero se persigue el mismo objetivo por medio de una sutil depreciación de los demás. Lo peculiar es que Rousseau atribuye esa situación al crecimiento de las artes y las ciencias. "Nuestros espíritus han ido corrompiéndose en la medida en que progresaban las 'artes y las ciencias." Y el progreso científico se debe a la "vana curiosidad". Ahora bien: una cosa es llamar la atención acerca de algunos aspectos sombríos de la sociedad del siglo XVIII y otra completamente distinta indicar como causa de esos defectos el avance de las artes y las ciencias. Por supuesto que Rousseau se esfuerza por sostener su tesis mediante referencias históricas. Así nos dice que Egipto ha sido el padre de la filosofía (tesis muy discutible) y de las bellas artes, pero pronto fue conquistado por Cambises, y luego por los griegos, los romanos, los árabes y finalmente los turcos. En Grecia, dice Rousseau, el progreso de las ciencias produjo pronto maneras disolutas, y acarreó la imposición del yugo macedonio. "Ni la elocuencia de Demóstenes pudo inspirar vida a un cuerpo agotado por el lujo y las artes." Contemplemos, en cambio, las virtudes de los antiguos persas y de los escitas, por no hablar ya de la "sencillez, la inocencia y la virtud" lo de las tribus germánicas conquistadas por los romanos. Ni tampoco hemos de olvidar a Esparta, "prueba eterna de la vanidad de la ciencia". 29 En la segunda parte del Discurso Rousseau nos cuenta que "la astronomía nació de la superstición, la elocuencia de la ambición, el odio, la falsedad y la adulación; la geometría de la avaricia; la física de una perversa curiosidad, y hasta la filosofía moral nace del orgullo humano. Así las artes y las ciencias deben su nacimiento a nuestros vicios". Nacen del mal y conducen a malas consecuencias. Producen el lujo y la debilidad. Las virtudes militares de los romanos se extinguieron a medida que fueron cultivando las bellas artes. Y "si el cultivo de las artes es perjudicial para las cualidades militares, aún lo es más para las cualidades morales". Así se llega a suministrar una educación cara que lo enseña todo menos la probidad. y la integridad morales. Se premian con honores la excelencia literaria, la artística y la científica, mientras dejan de premiarse las virtudes morales. Luego, hacia el final del Discurso, Rousseau recuerda que está escribiendo a la Academia de Dijan y con la intención de conseguir un premio literario. Y le parece oportuno decir algo en favor de hombres como Francis Bacon, Descartes y Newton, "maestros de la humanidad".H Pero contrapone esos genios, a los que la naturaleza misma declaró discípulos suyos, "al rebaño de autores de manuales", los cuales han violado indiscretamente el santuario de las ciencias, abriendo sus puertas a un populacho indigno para que se informe y conozca ideas que sería mejor que ignorara. Poca duda puede haber de quiénes son blanco de ese ataque de Rousseau. No fue nada difícil para los críticos de Rousseau mostrar las deficiencias de los conocimientos históricos de éste y las debilidades de su argumentación de la tesis de que la degeneración moral es fruto del desarrollo de las artes y las ciencias. Si viviera hoy Rousseau añadiría sin duda que las necesidades militares han estimulado el desarrollo de la investigación científica en algunas ramas, y sostendría que el progreso correspondiente ha nacido de vicios humanos y tendrá malas consecuencias. Pero está claro que la moneda tiene también otra cara. Aunque el progreso en física atómica, por ejemplo, haya sido estimulado de algún modo por la guerra, los frutos de la investigación se pueden usar para fines no destructivos. También es fácil criticar la idealización de Esparta por Rousseau contra Atenas y su panegírico de las virtudes de las tribus germánicas. Pero el propio Rousseau admitió explícitamente la falta de lógica y de orden de su obra, así como la debilidad de su argumentación. N o obstante, y pese a sus evidentes debilidades, el Discurso tiene Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit importancia como contrapartida al principio de los enciclopedistas según el cual el avance de las artes y de las ciencias representa el progreso humano en general. En realidad no debe entenderse como un rechazo completo y global de la sociedad civilizada. Era más bien la expresión de un sentimiento, de una actitud adoptada a la luz de una idea que le llegó a Rousseau con la fuerza de una iluminación repentina. Pero más tarde, sobre todo en el Contrato Social, intentaría justificar el paso del estadio primitivo del hombre a la sociedad organizada, y averiguar qué forma de institución social es más compatible con la bondad natural del hombre y menos capaz de corromperle y viciarle. Resulta además que en 1750 o 1751 Rousseau empezó a planear una obra sobre Instituciones políticas, de la que desistió tras haber tomado de sus notas la sustancia del Contrato Social. Todo eso indica que nunca debió de creer seriamente, ni siquiera en la época de redacción del primer discurso, que la sociedad civilizada sea tan esencialmente mala que haya que rechazarla totalmente. Pero, por otra parte, sería erróneo creer que Rousseau no fuera sincero en lo que dijo acerca de las artes y las ciencias. La idea general de que el hombre ha sido corrompido por el crecimiento de una civilización artificial y por el racionalismo estuvo siempre en su pensamiento, aunque para obtener una imagen adecuada de su filosofía haya que equilibrar esa idea con su doctrina positiva respecto del estado y su función. Pues en sus últimos escritos hay un cambio de actitud, aunque no tal que equivalga a una anulación de sus obras tempranas. 3. El origen de la desigualdad Si admitimos que el hombre ha sido corrompido por una civilización artificial, ¿cuál es el estado natural, el estado de naturaleza del que ha sido alejado? O sea, ¿qué significación positiva hay que atribuir al término estado de naturaleza'? Esta cuestión se discute en el Discurso sobre el origen Y fundamento de la desigualdad entre los hombres. No podemos observar el estado de naturaleza, como es obvio, pues sólo conocemos al hombre en sociedad. La condición realmente primitiva del hombre se sustrae a la investigación empírica. Por lo tanto, nuestra interpretación ha de tomar la forma de una explicación hipotética. "Empecemos, pues, por dejar de lado los hechos que no afectan a la cuestión. Las investigaciones 30 que hemos de realizar al tratar este tema no tienen que considerarse corno verdades históricas, sino sólo como razonamientos meramente condicionales e hipotéticos, calculados para explicar la naturaleza de las cosas más que para averiguar su origen real, como las hipótesis que hoy enuncian nuestros físicos acerca de la formación del mundo." Eso significa en la práctica que hemos de tomar el hombre tal como lo conocemos, y luego retirar de él todos sus dones sobrenaturales y todas las facultades que sólo puede adquirir en el curso de un largo proceso de desarrollo social. O sea, tenemos que hacer abstracción de la sociedad misma. Obrando de esa manera, encontramos al hombre "calmando el hambre con la primera encina a mano, y la sed en el primer arroyo con que tropiece; tomando por cama el pie del árbol que le dio de comer; y todas sus necesidades así satisfechas". Un hombre así sería físicamente robusto, sin el menor temor a los animales, a los que supera por habilidad, aunque no en fuerza, sometido a pocas causas de enfermedad y poco necesitado de medicinas y aún menos de médicos. Su preocupación principal sería la conservación de la vida. Serían finísimos los sentidos de la vista, el oído y el olfato, mas no los del tacto y el gusto, que sólo se perfeccionan con la molicie y la sensualidad. ¿En qué difiere el hombre salvaje del animal? "Lo que constituye la diferencia específica entre el hombre y el animal no es tanto la inteligencia cuanto la cualidad humana de la libertad y la espiritualidad de su alma se despliega particularmente en su consciencia de esa libertad. Pues la física puede explicar en alguna medida el mecanismo de los sentidos y la formación de las ideas; pero en el poder de querer o, por mejor decir, de elegir, y en el sentimiento de esa capacidad no puede encontrarse más que actos que son puramente espirituales y completamente inexplicables por las leyes del mecanismo." Rousseau niega, pues, categóricamente la adecuación de una interpretación puramente materialista y mecanicista del hombre. Otra cualidad que distingue al hombre del animal es la facultad de autoperfeccionamiento del primero, su perfectibilidad. Pero al principio el hombre estaba gobernado por deseos inmediatos, el instinto y el sentimiento. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit "Querer y no querer, desear y temer tienen que ser las operaciones primeras y casi únicas de su alma, hasta que nuevas circunstancias ocasionen un nuevo desarrollo de sus facultades." 19 Los deseos del salvaje no van nunca más allá de sus necesidades físicas. "Los únicos bienes que reconoce en el universo son el alimento, la hembra y el sueño; y los únicos males que teme son el dolor y el hambre." Rousseau imagina al hombre "viajando por los bosques, sin industria, sin lenguaje y sin hogar, ajeno por igual a toda guerra y a todo lazo, sin necesitar de sus semejantes ni desear dañarles". El hombre se retrata así privado de vida social y sin haber alcanzado aún el nivel de la reflexión. ¿Podemos decir de un hombre así que posea cualidades morales? En sentido estricto no; pero no se sigue de ello que se pueda llamar vicioso al hombre en estado de naturaleza. Del hecho de que en su estadio más primitivo el hombre no tuviera la idea de bondad no podemos inferir que fuera malo. Tampoco hay conceptos claros de justicia e injusticia donde no hay "mío" ni "tuyo"; pero de eso no se sigue que en ausencia de dichos conceptos los hombres tengan que comportarse de un modo violento y desconsiderado. La imagen del estado de naturaleza dada por Hobbes, como una situación de guerra de todos contra todos, carece de justificación. Hobbes llevaba razón al decir que el amor propio es el impulso fundamental; pero el amor propio, en el sentido de instinto de conservación, no implica por sí mismo maldad ni violencia. En los comienzos el individuo se fijaba poco en su semejante; cuando se fijó en él, entró en acción el sentimiento natural o innato de compasión. Éste es anterior a toda reflexión, y hasta los animales lo manifiestan a veces. En la última sección de este capítulo volveré a tratar este tema de la compasión natural y de su relación con el amor propio. Por el momento basta con observar que para Rousseau el hombre en su primitivo estadio de naturaleza es bueno. Aunque no se le pueda llamar bueno en sentido estrictamente moral, la moralidad no es más que un desarrollo de sus sentimientos y sus impulsos naturales. En su carta a Cristophe de Beaumont, arzobispo de París, impresa en 1763, Rousseau pudo decir redondamente que el principio ético fundamental es que el hombre es por naturaleza bueno y que no hay perversión ni pecado original en la naturaleza humana. Se habrá notado que Rousseau presenta al hombre primitivo sin lenguaje y en la primera parte del Discurso sobre la desigualdad hace algunas reflexiones acerca de los orígenes del 31 lenguaje y acerca de su importancia en el desarrollo intelectual del hombre. El lenguaje se originó en "el simple grito de la naturaleza"; pero en el curso del tiempo se establecieron por consentimiento con signos convencionales, con un nombre para cada cosa. Rousseau no pretende explicar cómo ocurrió la transición de ese estadio del desarrollo lingüístico al uso de términos generales para expresar ideas generales. "Las ideas generales no se pueden introducir en el espíritu sin la ayuda de palabras, ni el entendimiento puede hacerse con ellas sino por medio de proposiciones." Pero las palabras parecen postular ideas o pensamientos; y así quedamos con un problema abierto. Pero, además, se tiene el problema de la relación del lenguaje con la sociedad. "Dejo al que quiera emprender la discusión del difícil problema de qué era más importante, la existencia de la sociedad para la invención del lenguaje o la invención del lenguaje para establecer la sociedad." 24 Pero cualquiera que sea la solución de tales problemas, el desarrollo de la vida intelectual del hombre sería inimaginable sin el del lenguaje. En la segunda parte del Discurso sobre la desigualdad Rousseau discute el paso del estado de naturaleza a la sociedad organizada. Imagina cómo los hombres llegaron gradualmente a experimentar la ventaja de las empresas comunes y cómo llegaron a desarrollar un sentido de los vínculos sociales, al menos para determinadas ocasiones. Pero el punto más acentuado por Rousseau es el establecimiento de la propiedad privada. "El verdadero fundador de la sociedad civil fue el primer hombre que, tras cercar una porción de tierra, tuvo la ocurrencia de decir Esto es mío y dio con gente lo suficientemente simple para hacerle caso." Se introdujo la propiedad, desapareció la igualdad, las selvas se convirtieron en campos feraces, y la esclavitud y la miseria crecieron con las cosechas. "La metalurgia y la agricultura fueron las dos artes que produjeron esa gran revolución." Aparecieron también las distinciones entre la justicia y la injusticia. Pero eso no significa que los hombres fueran mejores de lo que habían sido en el estado de naturaleza. "Las usurpaciones de los ricos, los robos de los pobres y las desenfrenadas pasiones de unos y otros ahogaron las voces de la compasión natural y la voz, todavía débil, de la justicia, y llenaron a los hombres de avaricia, ambición y vicio. El recién nacido estado de la sociedad produce así un horrible estado de guerra." Dicho de otro modo: la propiedad privada fue resultado del apartarse el hombre de su estado de sencillez primitiva, y acarreó males indecibles. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Hemos visto que el estado primitivo de naturaleza rousseauniano no corresponde al de Hobbes; no era una situación en la que se pudiera decir homo homini lupus. En cambio, la forma de sociedad recién descrita sí que era comparada por Rousseau con una situación de guerra, y era en este respecto análoga al estado de naturaleza de Hobbes, aunque discrepara de él en algunos otros respectos. Por ejemplo, las distinciones morales nacen según Rousseau en el estadio de la sociedad civil que, considerado abstractamente, precede a la constitución de la sociedad política, mientras que para Hobbes las distinciones morales siguen realmente a la convención por la cual se establecen la sociedad política y el gobierno. Dados la inseguridad y otros males propios del establecimiento y el desarrollo de la institución de la propiedad privada, el establecimiento de la sociedad política, del gobierno y de la leyera consecuencia inmediata. "Todos se precipitaron a tomar sus cadenas con la esperanza de asegurarse así la libertad; o bien tenían la inteligencia justa para percibir la ventaja de las Instituciones políticas, sin experiencia suficiente que les permitiera prever sus peligros." Así el gobierno y la ley se establecieron por consentimiento común. Pero Rousseau no se entusiasma con ese desarrollo. Por el contrario, la institución de la sociedad política" aplicó nuevas ataduras al pobre y dio nuevos poderes al rico; destruyó irrecuperablemente la libertad natural, fijó eternamente la ley de la propiedad y la desigualdad, convirtió la astuta usurpación en derecho inalterable y, para ventaja de unos pocos individuos ambiciosos, sometió la humanidad entera al 'trabajo, la esclavitud y la miseria a perpetuidad". Rousseau declara consiguientemente que está dispuesto a aceptar la opinión común Y a considerar el establecimiento de la sociedad política como un "contrato real entre el pueblo y los jefes por él elegidos; contrato por el cual ambas partes se obligan a observar las leyes expresadas en él y que constituyen los vínculos de su unión". Podemos luego pasar a preguntamos por el curso del desarrollo de la sociedad política. ¿Empezó por el poder arbitrario y el despotismo, o fue el despotismo un desarrollo posterior? La respuesta de Rousseau a esta pregunta es inequívoca. "Considero cierto que el gobierno no empezó por el poder arbitrario, sino que éste es la depravación, el término extremo del gobierno, que lo 32 reconduce finalmente a la misma ley del más fuerte que al principio estaba destinado a sustituir." En el estado de naturaleza no había más desigualdad que la natural, la cual consiste en desigualdad de dones y talentos naturales, físicos o intelectuales. Es inútil preguntarse cuál es la fuente de esa desigualdad, pues ya su mismo nombre dice que fue puesta por la naturaleza. Por lo tanto, el tema del Discurso es lo que Rousseau llama" desigualdad moral o política". Ésta se debe inicialmente al desarrollo de nuestras facultades, y "se convierte en permanente y legitimada por obra del establecimiento de la propiedad y las leyes". Podemos decir además, que cuando no es proporcional a la desigualdad natural o física, se encuentra en contradicción con el derecho natural. Así, por ejemplo, es injusto que "los pocos privilegiados abunden en bienes superfluos mientras la hambrienta muchedumbre carece de lo más elemental para la vida". Al llegar al despotismo hemos descrito, por así decirlo, un círculo entero. Los individuos, reducidos todos a esclavitud, vuelven a su primitiva igualdad. Puesto que su dueño carece de todo freno, se desvanecen también todas las distinciones morales y los principios de equidad. Con eso los hombres han vuelto al estado de naturaleza. Pero este nuevo estado difiere del primero, que lo fue de inocencia y sencillez, mientras que ahora se debe a la corrupción. Como hemos visto, al comienzo de su Discurso Rousseau había propuesto dar de lado los hechos y desarrollar una hipótesis, una explicación hipotética del origen de la desigualdad. Y, de acuerdo con su hipótesis, la desigualdad moral o política puede atribuirse no sólo al perfeccionamiento de las facultades humanas, sino también y ante todo al establecimiento de la propiedad privada primero y al de la sociedad política, el gobierno y la ley. Al final nos encontramos con una aguda antítesis entre la bondad y la sencillez naturales del hombre primitivo y la corrupción del hombre civilizado y los males de la sociedad organizada. Pero, al mismo tiempo, la perfectibilidad se considera como uno de los rasgos diferenciado res que separan al hombre del animal. Así se puede entender la objeción de Charles Bonnet (1720-1793), que escribía con el pseudónimo de Philopolis, según la cual si la perfectibilidad es un atributo natural del hombre, entonces la sociedad civilizada es natural. y por supuesto que ésa no es la única objeción que se puede dirigir al Discurso sobre la desigualdad. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Pero aunque Rousseau repite en su Discurso el ataque a la idea de progreso que ya había realizado en el primer discurso, deja, sin embargo, en claro que no está sosteniendo la absurda idea de una destrucción de la sociedad. "Así pues, ¿qué hay que hacer? ¿Hay que abolir totalmente las sociedades? ¿Hay que aniquilar el meum y el tuum, y hemos de volver a la selva a vivir entre los osos?" Los que lo deseen pueden volver a la selva; pero los que, como Rousseau, no puedan vivir de bellotas ni sin leyes y magistrados, se preocuparán por la reforma de la sociedad, aun mostrando un sano desprecio por el edificio de la civilización. Así se abre la posibilidad de una doctrina positiva de la sociedad política. Y efectivamente, como acabamos de ver, una de las principales ideas de Rousseau, la del contrato social o político, aparece en el Discurso sobre la desigualdad. 4. La aparición de la teoría de la voluntad general Otra de las ideas rectoras de Rousseau, la de voluntad general, aparece en el Discurso sobre la economía política. Tras distinguir entre el estado y la familia, Rousseau dice que el primero es un "ente moral que cuenta con una voluntad". Esta "voluntad general que tiende siempre a la preservación y el bienestar del todo y de cada parte, y que es fuente de las leyes, constituye para todos los miembros del estado, en sus relaciones recíprocas y con el estado mismo, la norma de lo justo y lo injusto". Así es erróneo, por ejemplo, decir que los niños espartanos eran moralmente culpables de robo cuando sustraían el complemento de sus insuficientes comidas. Pues estaban obrando de acuerdo con la voluntad general del estado espartano. y ésa era para ellos la medida de lo justo y lo injusto, lo legítimo y lo ilegítimo. Si se tiene en cuenta que el Discurso sobre la economía política está escrito prácticamente al mismo tiempo que el Discurso sobre la desigualdad, y tal vez inmediatamente antes que él, uno puede quedar asombrado por la diferencia de tono entre ambas obras. Pero, como ya se indicó en la segunda sección de este capítulo, resulta que Rousseau se había formado sus ideas positivas acerca del estado antes de concurrir a los premios ofrecidos por la Academia de Dijon con ensayos retóricas acerca de temas obligados. En el Discurso sobre la desigualdad se discuten las ideas del estado de naturaleza y de la transición a la 33 sociedad organizada, y aparece la teoría de la sociedad política basada en un contrato; pero ninguno de los dos discursos se presentaba como un tratado sistemático de teoría política. Luego encontramos, en el Discurso sobre la economía política, un esbozo de la teoría de la voluntad general. Y efectivamente esta obra da la impresión de estar más cerca del Contrato Social que de los dos primeros discursos; pero el concepto de voluntad general no se presenta como si Rousseau lo hubiera pensado entonces por vez primera. Volvamos a la teoría de la voluntad general. Si consideramos una sociedad determinada dentro del estado, como un grupo religioso, por ejemplo, veremos que esa sociedad posee una voluntad que es general respecto de sus miembros, esto es, que posee una voluntad común orientada a la consecución de los objetivos de ese grupo. Pero esa voluntad es particular si se la compara con la voluntad general del estado. Ahora bien, la bondad moral implica la identificación de la voluntad particular del sujeto con la voluntad general. De lo cual se' sigue que un hombre puede ser, por ejemplo, buen miembro de algún grupo religioso, pero mal ciudadano. Pues aunque su voluntad puede identificarse con la voluntad general del grupo religioso, esta última puede discrepar de la voluntad general del estado que comprende al grupo religioso mismo. Rousseau presupone que la voluntad general se orienta al bien o interés común, que "la voluntad más general es siempre al mismo tiempo la más justa, y que la voz del pueblo es de hecho la voz de Dios". La voluntad general del estado, por ser más general que la voluntad general de cualquier grupo incluido en él, tiene que prevalecer llegado el caso, porque es más justa y se orienta a un bien más universal. De lo cual podemos inferir que "la ley primera y más importante del gobierno legítimo o popular, es decir, del gobierno cuyo objeto es el bien del pueblo, consiste... en seguir en todo la voluntad general". Y "si queréis realizar la voluntad general, poned todas las voluntades particulares de acuerdo con ella; dicho de otro modo, y puesto que la virtud no es sino esa conformidad de las voluntades particulares con la voluntad general: estableced el reino de la virtud". Pero si la virtud no es más que la conformidad con la voluntad general, entonces establecer el reino de la virtud no puede ser nada más que conformar todas las voluntades particulares a la voluntad general. Por lo tanto, la educación Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit pública, cuya necesidad subraya siempre Rousseau, tiene que dirigirse a la posibilitación y la garantía de aquella conformidad. Rousseau traza una distinción entre la soberanía y el gobierno. El soberano es el poder que posee el derecho de legislación; la función del gobierno es ejecutiva y administrativa, o sea, la administración de la ley. "El primer deber del legislador consiste en hacer que las leyes sean conformes a la voluntad general." Y "la voluntad general está siempre del lado que es más favorable al interés público, es decir, del lado más equitativo; de tal modo que es necesario legislar con la certeza de seguir la voluntad general". ¿Qué hemos de entender por voluntad general? Hay una tendencia natural a interpretar la idea de Rousseau como una identificación de la infalible voluntad general con la voz del pueblo expresada por el voto en la asamblea. Pero Rousseau mismo no ha practicado esa identificación. En un estado grande, tales asambleas generales de todo el pueblo son irrealizables; pero incluso cuando es realizable una asamblea general, "no es en modo alguno seguro que su decisión sea expresión de la voluntad general". Desde luego que cuando se habla de una voluntad general cuasimística del estado, necesitada de expresión articulada, se tenderá inevitablemente a identificarla con la decisión expresada por el cuerpo legislativo o por algún otro supuesto portavoz del pueblo. Y sin duda se presenta en Rousseau esta tendencia. Difícilmente podía evitarla, dados sus presupuestos. Pero no pasa de ser una tendencia. No es nunca una posición explícitamente adoptada por él. Así, por ejemplo, admite explícitamente que una decisión efectiva del cuerpo legislativo soberano puede no ser expresión verdadera de la voluntad general. Puede ser también expresión de intereses privados que hayan prevalecido injustamente por alguna causa. Por lo tanto, el decir que la voluntad general es el criterio de lo justo y lo injusto no es decir que no se puedan criticar las leyes del estado por injustas. Por eso puede Rousseau decir que el primer deber del legislador consiste en hacer que las leyes sean conformes con la voluntad general, y que lo único necesario es obrar de tal modo que se tenga la certeza de estar siguiendo la voluntad general. Está claro que esas formulaciones suponen que la ley no es necesaria ni inevitablemente expresión verdadera de la voluntad general, y que ni siquiera las decisiones comunes de una asamblea general están inmunes de crítica moral. 34 Por lo que hace al Discurso sobre la economía política, es evidente que Rousseau suponía en ese texto la existencia de algo superior al estado. Hemos visto que la voluntad general es para él la más justa. Por lo tanto, podemos decir que, al igual que las voluntades particulares de los individuos y de sociedades limitadas dentro del estado son voluntades particulares respecto de la voluntad general del estado, así también la voluntad de un estado individual es una voluntad particular si se considera en relación con "la gran ciudad del mundo... cuya voluntad general es siempre la voluntad de la naturaleza, y de la cual son miembros individuales los diferentes estados y pueblos". Dicho de otro modo: parece haber en el fondo del pensamiento de Rousseau el concepto tradicional de una ley moral natural grabada en los corazones de los hombres y la obediencia a la cual conduce necesariamente al bienestar y a la felicidad. Y la voluntad general de una sociedad política es una canalización particular, por así decirlo, de la orientación universal de la voluntad humana al bien. La tarea del legislador consiste en poner las leyes en conformidad con esa voluntad general; y la tarea del ciudadano consiste en poner su voluntad particular en armonía con la voluntad general. Si esta voluntad general representa en una sociedad política dada la orientación universal de la voluntad humana hacia el bien del hombre, representa lo que cada miembro de la sociedad quiere "realmente". Esto permite a Rousseau responder a la objeción de que la pertenencia a la sociedad y la obediencia a la ley suponen restricción y mutilación de la libertad. Los hombres son libres por naturaleza. Y se unen en sociedades para asegurar no sólo su propiedad y su vida, sino también su libertad. Mas, de hecho se someten a constricción cuando forman sociedades organizadas; entonces se convierten en súbditos y dejan de ser dueños. ¿No es entonces sumamente paradójico decir que los hombres se hacen libres o preservan la libertad convirtiéndose en súbditos? Rousseau contesta apelando a la idea de ley. "Sólo a la ley deben los hombres justicia y libertad." Pero esta respuesta no puede ser eficaz sino en la medida en que la ley exprese la voluntad general y en la medida en que esta última represente a su vez la voluntad "real" de cada cual, y lo que "realmente" dicta la razón de cada cual. Al obedecer a la ley un hombre obedece así a su propia razón y a su propio juicio, y está siguiendo su propia voluntad real. Mas seguir el juicio propio y la voluntad propia es ser libre. Por lo tanto, el ciudadano obediente es el hombre verdaderamente libre, porque Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit obedece una ley que expresa su propia voluntad real. Esta noción iba a ser de gran importancia en la posterior filosofía. Así pues, en el Discurso sobre la economía política, cuyo tono, como se ha notado ya, difiere tajantemente del de los dos primeros discursos, encontramos un enfático enunciado de la principal teoría del Contrato Social, la teoría de la voluntad general. Esta teoría suscita dificultades y problemas considerables; pero será mejor posponer la discusión hasta el capítulo siguiente. La sección final de este capítulo puede, de todos modos, iluminar un poco más la concepción general de Rousseau. En las últimas páginas del Discurso sobre la economía política Rousseau trata el tema de los impuestos. En su opinión, el sistema fiscal más equitativo y, por lo tanto, el más adecuado a una sociedad de hombres libres, sería un impuesto de capitación proporcional a la propiedad que el individuo posee por encima de las necesidades de la vida. El que no posea más que lo necesario para atender a estas necesidades no ha de tributar nada en absoluto y por lo que hace a los demás ciudadanos, el impuesto debe imponerse no en razón simple de la propiedad de los gravados, sino según una razón compuesta respecto de las diferencias entre sus condiciones y la superfluidad de sus posesiones. Es absolutamente justo que un hombre pague tantos más impuestos cuanto más rico sea. Pues, por de pronto, el rico obtiene más ventajas del contrato social. La sociedad protege sus posesiones y le abre fácil acceso a posiciones lucrativas de eminencia y de poder. Los ricos tienen pues muchas ventajas de las que no pueden gozar los pobres. Así pues, dado que cuanto más rico es un hombre tanto más obtiene del estado, por así expresarlo, tendrá que ser gravado en proporción de su riqueza. También deberían imponerse pesados impuestos sobre todos los lujos. De este modo o bien el rico sustituirá gastos socialmente inútiles por gastos socialmente benéficos, o bien el estado percibirá impuestos muy altos. En cualquier caso saldrá beneficiado el estado. Si deseamos traducir a lenguaje moderno las ideas de Rousseau, podremos decir que proponía un sistema de impuesto progresivo sobre las rentas, según el cual los individuos que disfruten de rentas muy bajas no pagan .lada y los que cuenten con rentas por encima de cierto tipo pagarán impuestos crecientes con sus ingresos. Él no lo dice así, por supuesto, o al menos no 35 exactamente. Pues él piensa en base al concepto de propiedad y de "superfluidades", no mediante el concepto de renta. Pero sí que queda indicado así el espíritu de su propuesta. Y es notable que hable de esa propuesta como de un sistema que tendería imperceptiblemente" a poner todas las fortunas más cerca de la condición media que constituye la genuina fuerza del estado". 5. La filosofía rousseauniana del sentimiento. Tesis constante de Rousseau fue la idea de que el impulso fundamental del hombre es el amor de sí mismo. Nuestras necesidades originan nuestras pasiones; y como las necesidades del hombre primitivo, así como sus deseos, eran puramente físicos, la autoconservación "fue su principal y casi única preocupación". En el Émile se nos dice que" nuestros primeros deberes son deberes para con nosotros mismos: nuestros primeros sentimientos se centran en nosotros mismos; todos nuestros instintos se dirigen primero a nuestra propia conservación y a nuestro propio bienestar". Y "el origen de nuestras pasiones, la raíz y el muelle de todo lo demás, lo único innato al hombre y que no le abandona mientras vive, es el amor propio; esta pasión es primitiva, instintiva, precede a todo lo demás, y toda otra cosa es en cierto sentido mera modificación de ella". Pero esa pasión fundamental del amor propio, del amor de sí mismo, no se debe confundir con el egoísmo. Pues el egoísmo es un sentimiento que nace sólo en sociedad y que mueve al hombre a preferirse a los demás. "En el verdadero estado de naturaleza no existe el egoísmo." Pues el hombre primitivo no hacía las comparaciones que se requieren para que sea posible el egoísmo. El amor propio considerado en sí mismo es "siempre bueno, siempre en concordancia con el orden de la naturaleza". En su carta al arzobispo de París Rousseau dice que el amor propio es "una pasión en sí misma indiferente al bien y al mal; se hace buena o mala sólo por accidente y según las circunstancias en las cuales se desarrolle". Pero ya la llame buena o indiferente, la pasión de amor propio no es para él nunca mala, ni debe identificarse con lo que llamamos egoísmo. También describe al hombre primitivo como movido por la piedad o compasión natural, presentada por Rousseau como "la pura emoción de la naturaleza, anterior a todo tipo de reflexión". Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Este sentimiento actúa, desde luego, sólo cuando el hombre se ha dado de algún modo cuenta de sus semejantes, pero no se da ninguna razón de que la compasión sea deseable, sino que se limita a sentirla. Es un impulso natural. Rousseau parece a veces afirmar implícitamente que la compasión es un sentimiento o una pasión diferente del amor propio e independiente de éste. Así dice que la compasión es "un sentimiento natural que, al moderar la violencia del amor de sí mismo en cada individuo, contribuye a preservar la entera especie". Y añade luego que en el hipotético estado de naturaleza la compasión ocupa el lugar de las leyes, la moral y las virtudes. Pero aunque es posible distinguir entre amor propio y compasión, en realidad esta última se deriva del primero. Se nos dice en el Émile que "el primer sentimiento del niño es el amor de sí mismo (y que) su segundo sentimiento, derivado de aquél, es el amor de los que están en torno suyo". Es verdad que en ese punto Rousseau habla de algo que rebasa la piedad o compasión natural. Pero más adelante nos dice cómo ha nacido la piedad, "el primer sentimiento relativo que afecta al corazón humano según el orden de la naturaleza". Y aprendemos entonces que el individuo simpatiza con o siente compasión por aquellos, y sólo aquellos, que son más desgraciados que él y sufren de males de los que él mismo no se cree inmune. Dicho de otro modo: el hombre siente piedad porque se identifica con el que sufre. Y en este caso puede decirse no ya que el impulso originario del amor propio esté acompañado y modificado por un sentimiento natural e independiente de piedad y compasión, sino aún más, a saber, que el último esta incluido en el primero y nace de él en cuanto que el hombre se da cuenta de la existencia de sus semejantes. En este sentido es "el primer sentimiento relativo". Toda la moralidad se funda en esos sentimientos naturales. En su carta al arzobispo de París, Rousseau observa que el amor propio no es una pasión simple. Pues el hombre es un ser compuesto, sensible e inteligente. Los apetitos sensibles tienden al bien del cuerpo, mientras que el deseo de la parte inteligente del hombre, el deseo o amor del orden, tienden al bien del alma. "Este último amor, desarrollado y activo, tiene el nombre de conciencia"; pero las operaciones de la conciencia, el amor del orden, implican un conocimiento del orden. Sólo cuando el hombre ha empezado a darse cuenta de la existencia de sus semejantes, a aprehender relaciones y a hacer comparaciones llega a tener ideas como las 36 de justicia y orden, y puede actuar la conciencia. Dada la reflexión necesaria, nacen entonces las virtudes y los vicios y se forman los conceptos morales. Pero todo ello se funda en los sentimientos fundamentales del hombre. El concepto de justicia, por ejemplo, se funda en el amor propio. "De este modo, la primera noción de justicia nace no de lo que nosotros debemos a otros, sino de lo debido a nosotros." Y de la emoción natural de la, compasión" fluyen todas las virtudes sociales de las que (Mandeville) niega la posesión al hombre. ¿Qué son la generosidad, la clemencia, la humanidad sino la compasión aplicada al débil, al culpable o a la humanidad en general?" Y la conciencia, como hemos visto, se funda en el amor de sí mismo tal como éste se presenta en el hombre, que es un ser inteligente o racional. Si toda nuestra vida moral depende de nuestros impulsos o pasiones fundamentales, .no puede sorprender que Rousseau ataque a los que mantienen que la educación moral consiste en extirpar dichas pasiones. "Nuestras pasiones son el principal medio de la autoconservación; por lo tanto, intentar destruirlas es tan absurdo como inútil; sería tanto como superar la naturaleza, dar nueva forma a la obra de la mano de Dios." El desarrollo moral consiste realmente en la recta dirección y ampliación de la pasión básica de amor propio. "El amor propio ampliado a los demás se transforma en virtud, en una virtud que tiene sus raíces en el corazón de cada uno de nosotros." El amor propio es susceptible de desarrollo en amor de la humanidad entera y en la promoción de la felicidad general, cosas que son el objeto de todo hombre verdaderamente virtuoso. La moralidad es pues el desarrollo sin constricción ni impedimentos de las pasiones y los sentimientos naturales del hombre. El vicio no es natural al hombre, sino que constituye una distorsión de su naturaleza. "Nuestras pasiones naturales son pocas; son los medios de la libertad, y tienden a la autoconservación. Todas las que nos esclavizan y destruyen tienen otro origen; no es la naturaleza la que nos las impone, sino que las adquirimos a pesar de ella." Así, por ejemplo, el desarrollo de la civilización ha multiplicado las necesidades y los deseos del hombre, y esto ha provocado el egoísmo y odiosas e irritadas pasiones". Así se comprende la insistencia de Rousseau en que los más abiertos a la voz de la conciencia son los sencillos; los que están más cerca de la naturaleza y cuyos sentimientos y cuyas pasiones han sido menos corrompidos por una civilización artificial. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit "¡Virtud! Sublime ciencia de las mentes sencillas, ¿hacen falta tanta industria y tanta preparación para conocerte? ¿No están tus principios grabados en todo corazón? ¿Necesitamos, para aprender tus leyes, .algo más que examinamos a nosotros mismos y atender a la voz de la conciencia cuando las pasiones callan? Ésta es la verdadera filosofía, y con ella tenemos que satisfacemos." Y Rousseau hace afirmar al vicario saboyano que "en el fondo de nuestros corazones hay un innato principio de justicia y verdad por el cual, a pesar de nuestras máximas, juzgamos de nuestras propias acciones o de las de otros y las estimamos buenas o malas; a ese principio llamo conciencia". "Existir es sentir; nuestro sentimiento es sin duda anterior a nuestra inteligencia, y hemos tenido sentimientos antes que ideas. Conocer el bien no es amarlo; este conocimiento no es innato en el hombre. Pero en cuanto que la razón le lleva a percibirlo, su conciencia le mueve a amarlo. Este sentimiento es el que es innato." Por lo tanto, aunque Rousseau no niega, sino que afirma, que la razón y la reflexión tienen que desempeñar una función en el desarrollo de la moralidad, lo que acentúa es el sentimiento. "Lo que siento como justo es justo, y lo que siento como injusto es injusto, sólo cuando nos sumimos en cavilaciones recurrimos a las sutilezas de la argumentación." Es verdad que esas palabras se ponen en boca del sencillo vicario saboyano, pero representan un elemento muy real del pensamiento de Rousseau. Es también verdad que la palabra "sentimiento", tal como está usada en el último texto citado, significa aprehensión inmediata, intuición, más que sentimiento en el sentido en que la piedad es un sentimiento. Y la palabra tiene más o menos esa misma significación cuando el vicario saboyano la usa a propósito del reconocimiento de la existencia de Dios. El mundo es un sistema ordenado de entidades interrelacionadas, y este hecho manifiesta la existencia de una inteligencia divina. Atendamos a la voz interna del sentimiento; ¿qué mente sana puede rechazar su evidencia?" "Creo, por tanto, que el mundo está gobernado por una voluntad sabia y poderosa; lo veo, o, más bien, lo siento, y es gran cosa saberlo." "Veo a Dios por todas partes en sus obras; y le siento dentro de mí mismo." También sé que soy un ser libre, activo. "En vano discutiréis de esto conmigo; lo siento así, y este sentimiento me habla más persuasivamente que la razón que discute con él". 37 Hemos visto que la moralidad se desarrolla cuando el hombre empieza a reconocer sus relaciones con sus semejantes. Por eso puede Rousseau decir que "la sociedad ha de estudiarse en el individuo, y el individuo en la sociedad; los que pretenden tratar por separado la política y la moral no entenderán nunca ninguna de las dos". Cuando sólo se tiene presente el Contrato Social puede uno inclinarse a interpretar ese enunciado en el sentido de que las distinciones morales quedan pura y simplemente fijadas por la voluntad general expresa en la legislación positiva. Pero hemos de tener presente la primera parte del enunciado, a saber, que la sociedad ha de estudiarse en el individuo. Lo dicho hasta ahora muestra que para Rousseau la naturaleza misma ha orientado nuestra voluntad hacia el bien del hombre. Pero no poseemos una idea innata de ese bien. Por eso podemos formamos ideas erróneas a su respecto. Y no hay garantía de que lo que los ciudadanos individuales, aunque estén reunidos en asamblea, consideren favorable al bien común lo sea realmente. Al mismo tiempo existe" por debajo de todas las pasiones pervertidas y de todas las ideas erróneas una orientación universal y natural de la voluntad hacia el bien: Por lo tanto, el oficio del legislador consiste en interpretar esa voluntad y dictar leyes en conformidad con ella. Por eso puede decir Rousseau en el Contrato Social que "la voluntad general es siempre justa y atiende a la ventaja pública; pero de eso no se sigue que las deliberaciones del pueblo sean siempre igualmente justas. Nuestra voluntad está siempre en favor de nuestro propio bien, pero no siempre vemos qué es ese bien; el pueblo no está nunca corrompido, pero se engaña a menudo, y sólo en esas ocasiones parece querer lo malo". No creo que este aspecto de la teoría rousseauniana de la voluntad general, teoría que debe mucho a la concepción tradicional de derecho natural, sea el más importante desde el punto de vista del desarrollo histórico de la teoría política. Otros aspectos de ella se discutirán en el capítulo siguiente. Pero si tenemos en cuenta la relación entre el concepto de la voluntad general infalible y la teoría moral de Rousseau tal como queda desarrollada en otros escritos suyos, resulta más fácil de entender por qué llegó a proponer aquel concepto. La exaltación por Rousseau de la intuición y del sentimiento interior (sentiment intérieur) expresaba una reacción contra el árido racionalismo frecuente en la segunda mitad del siglo XVIII. También daba a esa rebelión un ímpetu poderoso. El culto de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit intuición y de la sensibilidad debe mucho a Rousseau. y la profesión de fe del vicario saboyano, con su fundamentación de la fe en Dios y en la inmortalidad en el sentimiento y no en el mero razonar, ha ejercido una considerable influencia en Robespierre y en sus seguidores. Pero, a la larga, el deísmo sentimental de Rousseau ha obrado probablemente más en favor de la restauración del catolicismo que en contra de él. 38 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ROUSSEAU II Frederick Copleston 1. El contrato social El primer problema que ha de considerar el Contrato Social se formula de este modo: ,"El hombre nace libre, pero por todas partes se encuentra encadenado. Uno se cree dueño de los demás y sigue siendo más esclavo Que ellos. ¿Cómo se produjo este cambio? No lo sé. ¿Qué puede legitimarlo? Creo que puedo dar respuesta a esta pregunta". Puesto que postula un inicial estado de naturaleza en el cual los hombres eran libres, Rousseau está obligado a condenar el orden social en el cual no existe ya la primitiva libertad del hombre y a decir que los hombres deben romper sus cadenas lo antes posible, o bien a justificar ese orden de algún modo. La primera posibilidad se elimina porque" el orden social es un derecho sagrado, base de todos los demás derechos". Por lo tanto, Rousseau se ve obligado a mostrar que el orden social es justificado y legítimo. Para resolver ese problema recurre Rousseau a la teoría contractual que ya hemos encontrado en formas varias en las filosofías de Hobbes y Locke. Se resiste a basar el orden social en la fuerza, pues la fuerza no confiere derecho. "La fuerza es un poder físico y no veo que pueda tener efecto moral. El obedecer a la fuerza es un acto de necesidad, no de voluntad, y sería a lo sumo un acto de prudencia. ¿En qué sentido se le podrá llama deber?" Si los ciudadanos tienen un deber de obediencia, éste no podrá fundarse simplemente en la posesión del poder por la persona o las personas a las que se tributa obediencia. Al mismo tiempo, no hay un derecho natural para legislar para la sociedad, pues la sociedad y el estado de naturaleza son cosas distintas. Por lo tanto, para que el orden social sea legítimo y justificado tendrá que fundarse en el acuerdo o la convención. Rousseau propone la hipótesis de que los hombres han alcanzado el punto en el cual los obstáculos opuestos a su conservación en el estado de naturaleza resultan ya más poderosos que sus recursos para mantenerse y conservarse en ese estado. Por lo tanto, tienen que unirse y formar una asociación, pero el problema no consiste simplemente en hallar una forma de asociación que proteja las personas y los bienes de cada miembro. También estriba en hallar una asociación en la cual cada miembro siga obedeciéndose sólo a sí mismo, siga tan libre como antes. "Éste es el problema fundamental cuya solución ofrece el Contrato Social." En lo esencial se puede expresar el contrato social del modo siguiente: "Cada uno de nosotros pone su persona y todo su poder en común bajo la dirección suprema de la voluntad general, y en nuestra condición asociada recibimos a cada miembro como a una parte indivisible del todo". Este acto de asociación crea directamente un cuerpo moral y colectivo. Una persona pública, la república o cuerpo político. Se le llama Estado cuando se le considera pasivamente, Soberano cuando activamente, y Poder cuando comparado con otros cuerpos análogos. Sus miembros se llaman colectivamente el pueblo, e individualmente ciudadanos, en el respecto de partícipes del poder soberano, y súbditos, en el respecto de sometidos a las leyes del Estado. Esta teoría del contrato social difiere manifiestamente de la de Hobbes. Según la teoría de éste los individuos convienen en ceder sus derechos a un soberano que queda fuera de la convención, que no es una parte de ella. De este modo el gobierno queda constituido por el mismo acuerdo que crea una sociedad organizada; de hecho la existencia del cuerpo político depende políticamente de su relación con el soberano, el cual puede ser una asamblea y no individuo, pero que en todo caso se distingue de las partes contratantes. En cambio, en la teoría de Rousseau, el contrato originario crea un soberano idéntico con las partes contratantes tomadas colectivamente, y no se dice absolutamente nada acerca del gobierno. Para Rousseau el gobierno es pura y simplemente un poder ejecutivo dependiente, respecto de su poder mismo, de la asamblea soberana o cuerpo político soberano. El problema de Hobbes era un asunto de cohesión social. Dada su opinión acerca del hombre y del estado de naturaleza, se encontraba con la tarea de hallar un contrapeso efectivo a las fuerzas centrífugas presentes en la naturaleza humana. O, por decirlo más concretamente, se encontraba con el problema de hallar un remedio eficaz contra el mayor mal de una sociedad, que es la guerra civil. Halló la solución en el gobierno centralizado, en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit una teoría de la soberanía que insistía sobre todo en la posición del gobierno. Y como aceptaba la hipótesis del estado de naturaleza, tenía que introducir esa acentuación de la importancia del gobierno en su exposición del contrato por el cual se realiza la transición del estado de naturaleza al de sociedad organizada. El problema de Rousseau era diferente. Dada su insistencia en la libertad y dado. su deseo de mostrar que el paso del estado de naturaleza al de sociedad organizada no es una sustitución de la libertad por la esclavitud en beneficio de la mera seguridad, se sintió obligado a mostrar que en la sociedad se adquiere una forma de libertad superior a aquella de la que se disfruta en el estado de naturaleza. Por eso no puede esperarse que en su exposición del contrato social subraye la idea de gobierno, ni la de que las dos partes contratantes ceden sus derechos a un soberano situado fuera del contrato. En vez de ello le veremos acentuar la tesis de un acuerdo mutuo entre las partes contratantes, acuerdo que crea una nueva entidad moral en la cual cada miembro se realiza más plenamente que en el estado de naturaleza. Desde luego que eso representa un notable cambio de actitud y de tono respecto de los dos discursos. Cierto que en el Discurso sobre la desigualdad podemos registrar, como ya se observó en el capítulo anterior, algunos elementos de la teoría política madura de Rousseau, los cuales asoman por vez primera en aquel texto. Pero el primer discurso da inevitablemente la impresión de que para Rousseau la sociedad política es un mal, mientras que en el Contrato Social vemos cómo, por así decirlo, la verdadera naturaleza del hombre se consuma en el orden social. El hombre pasa de ser "un animal estúpido y sin imaginación (a ser) un ser inteligente, un hombre". Pero no hay una contradicción pura entre el primer discurso y el Contrato Social. En aquel discurso habla Rousseau de los males de la sociedad civilizada tal como ésta existe realmente, y particularmente en Francia, mientras que en el Contrato Social habla de la sociedad política tal como ésta debería ser. E incluso en esta última obra, aun indicando los beneficios que obtiene el hombre por el contrato social, observa que "los abusos de esta nueva condición le degradan a menudo por debajo de la condición que abandonó". Pese a todo es difícil negar el notable cambio de tono y de acento. Y lo mismo puede decirse acerca de la relación entre el Contrato Social y el Discurso sobre la desigualdad. La impresión dada por este último es que el hombre, naturalmente bueno, adquiere ideas y cualidades morales en sentido estricto a lo largo de un proceso de desarrollo gradual 40 en el cual la sociedad civil, en el sentido de laxos vínculos sociales, precede a la formación de la sociedad política organizada. Pero en el Contrato Social Rousseau habla como si mediante la institución de la sociedad política el hombre pasara directamente Y de golpe de un estado a-moral al estado moral. "El paso del estado de naturaleza al estado civil produce un cambio muy notable en el hombre al sustituir en su conducta el instinto por la justicia y al dar a sus acciones la moralidad de la que anteriormente carecían." El estado se convierte en fuente de la justicia y en base de los derechos. Pero tal vez tampoco en este caso haya real contradicción. Pues, después de todo, el contrato social no es sino una ficción filosófica, por decirlo con las palabras de Hume; y podemos, si lo queremos, considerar que Rousseau está practicando una distinción más teórica o lógica que histórica entre el hombre en sociedad y el hombre abstracción hecha de la sociedad. Como mero individuo aislado, el hombre, aunque no vicioso ni malo en sí mismo, no es propiamente un ser moral; sólo en sociedad se desarrolla su vida intelectual y moral. Y esto es sustancialmente lo que Rousseau decía en el Discurso sobre la desigualdad. Pero, al mismo tiempo y a pesar de ello, hay sin duda un cambio de tono. Es verdad que este cambio de tono se puede explicar en gran parte por la diferencia de intención. En el Discurso Rousseau se ocupa de los orígenes de la desigualdad, y atribuye a la institución de la sociedad el origen de lo que llama" desigualdad moral o política". Lo acentuarlo es la desigualdad, como lo indica ya el título del Discurso. En el Contrato Social Rousseau se ocupa en cambio de los beneficios que obtiene el hombre de la institución de la sociedad, como lo es la sustitución de la libertad meramente "natural" por la libertad civil y moral. Pero aunque el cambio de tono pueda explicarse en 'gran parte por la diferencia de intención, no deja de estar presente. En el Contrato Social se despliega un aspecto nuevo y más importante de la teoría política de Rousseau. Así podemos ver lo equívocas que son las palabras iniciales del primer capítulo del Contrato Social si se toman como formulación adecuada de la posición de Rousseau. "El hombre nace libre, pero por todas partes se encuentra encadenado." Esas palabras formulan un problema, no una solución. La solución se encuentra en la idea de la transformación de la libertad natural en libertad civil y moral. "Lo que un hombre pierde por el contrato social es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que consiga aferrar; lo que gana es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee." La libertad natural no está limitada más que por Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit la fuerza del individuo; la libertad civil está limitada por la voluntad general, con la cual se unifica la voluntad real de cada miembro de la sociedad. El efecto de la fuerza o del derecho de primer ocupante es la mera posesión; la propiedad se funda en un título positivo, es un derecho conferido por el estado. "Por encima de todo eso podemos añadir a lo que el hombre adquiere en el estado civil la libertad moral, que es lo único que realmente le convierte en dueño de sí mismo. Pues el mero impulso del apetito es esclavitud, mientras que la obediencia a una ley que nos prescribimos nosotros mismos es libertad." En algunas formas de sociedad -por ejemplo, en una dictadura tiránica y caprichosa- los hombres quedan efectivamente reducidos a esclavitud, y pueden encontrarse en peor situación que en el estado de naturaleza. Pero esto es accidental, en el sentido de que no se sigue de la esencia del estado. Si consideramos el estado según su esencia, hemos de decir que su institución es de beneficios incalculables para el hombre. Como es natural, al aceptar la teoría contractual Rousseau se enfrenta con la misma dificultad a que hubo de hacer frente Locke. ¿Diremos que las partes contratantes originarias se vincularon no sólo a sí mismas, sino también a sus descendientes? Y en caso afirmativo, ¿cómo podemos justificar ese modo de decir? Rousseau no parece considerar explícitamente el problema, aunque deja en claro que los ciudadanos de un estado pueden disolver el contrato en cualquier momento. "No hay ni puede haber ley fundamental de ninguna clase que ate al cuerpo del pueblo, ni siquiera el contrato social mismo." Y "no hay en el estado ley fundamental alguna que no pueda abrogarse, sin excluir siquiera el contrata social mismo; pues si todos los ciudadanos concordaran en romper el contrato, es imposible poner en duda que quedaría legítimamente roto". Y por lo que hace al individuo tomado singularmente, Rousseau se refiere a la opinión de Grocio según la cual cada hombre puede renunciar a ser miembro de su estado y recobrar su libertad natural abandonando el país. Aprueba esa opinión añadiendo que" sería absurdo que todos los ciudadanos reunidos en asamblea no pudieran hacer lo que puede hacer cada uno de ellos por separado". (Rousseau añade aún una nota para decir que esa huida del país para sustraerse a las correspondientes obligaciones sería un acto criminal y penalizable si se realizara en un momento de necesidad pública.) Probablemente Rousseau pensaba que puesto que el contrato social da nacimiento a un nuevo ente moral, este ser sigue 41 existiendo aunque algunos de sus miembros mueran o nazcan otros, mientras los miembros, colectivamente, no anulen el contrato en una de sus asambleas periódicas. La pertenencia al estado no es lo que produce la existencia continua de éste como ente moral. 2. Soberanía, voluntad general y libertad Hemos visto que según Rousseau la persona pública formada por la unión de individuos a través del contrato social se llama soberano cuando se la considera en su actividad. Esto significa que el soberano es el entero cuerpo del pueblo en cuanto legislador, en cuanto fuente del derecho. Ahora bien, la leyes expresión de la voluntad. Por eso Rousseau puede decir que la soberanía no es "nada menos que el ejercicio de la voluntad general". Cada individuo tiene una capacidad dúplice. Como miembro del ente moral que es fuente de la ley, el individuo es miembro del soberano. Pero considerado como sometido a la ley y obligado a obedecerle, el individuo es súbdito. Desde luego que el individuo posee además su voluntad particular, y ésta puede encontrarse en discrepancia con la voluntad general. El deber social del individuo consiste en adecuar su voluntad particular a la voluntad general del soberano, del cual es miembro él mismo. Rousseau insiste en que la soberanía es inalienable, pues consiste en el ejercicio de la voluntad general, y esta voluntad no puede alienarse ni transferirse. Se puede transferir poder, pero no voluntad. Por eso insiste más adelante Rousseau en que el pueblo no puede elegir representantes en el pleno sentido de la palabra; lo único que puede hacer es elegir diputados. "La soberanía no puede representarse, por la misma razón que la hace inalienable; descansa esencialmente en la voluntad general, y no admite representación. O es la misma o es otra; no hay ninguna posibilidad intermedia. Por lo tanto, los diputados del pueblo no son ni pueden ser sus representantes, son simplemente sus administradores, y no pueden llevar a cabo ningún acto definitivo. Toda ley que el pueblo no haya ratificado directamente es nula y vacía..." (Rousseau infiere la conclusión de que el pueblo de Inglaterra sólo es libre durante la elección de los miembros del parlamento, para recaer luego en la esclavitud.) Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Por la misma razón la soberanía es indivisible. Pues la voluntad cuyo ejercicio se llama soberanía es la voluntad general, y ésta no se puede dividir. Si se la divide se obtendrá sólo voluntades particulares y, por lo tanto, no se tendrá soberanía. No podemos dividir la soberanía en varios poderes, como los poderes ejecutivo y legislativo. El poder ejecutivo, o gobierno, no es el soberano ni una parte del mismo; se ocupa sólo de la administración de la ley y es un mero instrumento del soberano. Para Rousseau el soberano es el poder legislativo, y el poder legislativo es el pueblo. En un estado determinado el soberano nominal puede ser una persona o ciertas personas, y no el pueblo; pero el soberano verdadero es siempre el pueblo. No es necesario decir que por "pueblo" Rousseau no entiende una determinada clase del estado distinta de otra clase o de otras clases; entiende el' entero cuerpo de los ciudadanos. También podemos observar que Rousseau usa la palabra "legislador" en un sentido técnico suyo, para indicar una persona que formula leyes, como de Licurgo se dice que escogitó leyes para los espartanos. Está claro que un legislador en este sentido no es una persona que posea poder soberano. Su función es de consejo o ilustración, en el sentido de que su tarea consiste en iluminar al pueblo soberano para que éste obre con una idea clara de en qué consiste en el momento dado el interés común. La soberanía es, pues, el ejercicio de la voluntad general; y el soberano es el pueblo, en el cual reside esa voluntad. Pero ¿qué se entiende por voluntad general? La tentación más natural consiste, desde luego, en entender el término "voluntad general" en relación, primariamente, con el sujeto volitivo, el pueblo soberano en su función legislativa. Pero entonces podemos fácilmente llegar a la idea de que la voluntad general se identifica para todos los fines prácticos con la decisión expresada por el voto mayoritario de la asamblea. Y si interpretamos a Rousseau de esta manera concluiremos probablemente que su descripción de la voluntad general como infalible y siempre tendente al bien público es absurda y dañina. Absurda, porque no hay ninguna garantía de que una ley votada por una asamblea popular vaya a ser siempre útil para el bien público; y dañina porque promueve la tiranía y la intolerancia. Pero la interpretación en que se basan esas conclusiones es incorrecta, y en cualquier caso acentúa mal la idea. 42 Hemos de recordar ante todo la célebre distinción de Rousseau entre la voluntad general (volonté générale) y la voluntad de todos (volonté de tous). "Haya menudo una gran diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general. Esta última considera sólo el interés común, mientras que la primera toma en cuenta el interés privado y no es más que una suma de voluntades particulares." La voluntad general es, en efecto, general en el sentido de que es la voluntad de un sujeto universal, el pueblo soberano; pero lo que Rousseau acentúa es la universalidad del objeto, a saber, el bien, el interés o la ventaja comunes. Y esa voluntad general no se puede identificar sin más con la suma de voluntades particulares que se manifiestan en un voto mayoritario o incluso unánime. Pues el resultado del voto puede expresar una idea equivocada de lo que implica y exige el bien común; y una ley promulgada como resultado de ese voto puede ser contraproducente para el bien público. "Por sí mismo el pueblo quiere siempre el bien, pero por sí mismo no es siempre capaz de verlo. La voluntad general está siempre en lo justo, pero el juicio que la guía no es siempre ilustrado... El público quiere el bien que no ve."7 Y este hecho es lo que "hace necesario un legislador" en el sentido antes descrito. Por lo tanto, la "voluntad de todos" no es infalible; sólo la "voluntad general" es infalible y tiene siempre razón. Y eso significa que se orienta siempre al bien común. Me parece claro que Rousseau ha ampliado su concepto de la bondad natural del hombre al nuevo ente moral que nace por el contrato social. El individuo, fundamentalmente impulsado por el amor propio (que, como se recordará, no ha de identificarse con el egoísmo en sentido moralmente condenable), busca de modo natural su propio bien, aunque de eso no se sigue que tenga una idea clara de la verdadera naturaleza de ese bien. La "persona pública" a la que da existencia el contrato social busca también inevitablemente su bien, el bien común. Pero el pueblo no entiende siempre dónde está su verdadero bien. Por lo tanto necesita ilustración para poder expresar adecuadamente la voluntad general. Supongamos que tenga sentido hablar del estado como una entidad moral capaz de voluntad. Si decimos que su voluntad, la voluntad general, es siempre justa, pero distinguimos entre esa voluntad y la voluntad de todos considerada como la suma de las voluntades particulares, entonces la afirmación de que la voluntad Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit general es infalible no nos obliga a afirmar que toda ley votada por la asamblea popular sea necesariamente la ley más adecuada para el beneficio público en las circunstancias dadas. Sigue habiendo posibilidad de crítica. Pero al mismo tiempo estamos corriendo el riesgo de reducir nuestras afirmaciones a mera tautología. Pues si decimos que la voluntad general es siempre justa entendiendo por ello que la voluntad general se orienta siempre al bien común, se presenta la cuestión de si estamos limitándonos a decir que la voluntad del bien común es la voluntad del bien común, o sea, si no estamos definiendo la voluntad general por un objeto universal, a saber, el bien o interés común. Por eso puede afirmarse que la única manera de evitar a Rousseau el reproche de un acrítico sometimiento a las decisiones legislativas de las asambleas públicas consiste en reducir lo que dice a una innocua tautología. Aquí puede observarse que lo realmente necesario es una explicación clara de lo que significa hablar del estado como de una entidad moral dotada de voluntad. ¿Qué es esa voluntad, si no es idéntica con la voluntad de todos? ¿Es algo situado por encima de todas las voluntades particulares? ¿O son más bien las voluntades particulares tomadas colectivamente y consideradas según su orientación natural al bien, no a los particulares conceptos del bien presentes en los espíritus de los sujetos? En el primer caso tenemos un problema ontológico, el problema del estatuto ontológico de esa voluntad general subsistente. En el segundo caso Rousseau tendría que reconsiderar un tanto su individualismo inicial. Pues la voluntad de A se orienta al bien de A, y la voluntad de B al bien de B. Por lo tanto, si afirmamos que las voluntades de A, B, C, etc., consideradas en su orientación natural hacia el bien, forman colectivamente la voluntad general (que se orienta al bien común), tendremos probablemente que mantener que los hombres son seres sociales por naturaleza y desde el primer momento, y que sus voluntades se orientan naturalmente no sólo a su bien privado, sino también al bien común, o que se orientan hacia sus bienes privados en cuanto comprendidos en el bien común o en cuanto contribución a éste. Creo que en el fondo Rousseau pensaba algo así. Pero al presentamos primero una imagen individualista del hombre y proponemos luego la idea de una nueva persona pública moral con su propia voluntad, nos ha dejado en la oscuridad la exacta naturaleza de la voluntad general y su exacta relación con las voluntades particulares. N o parece que Rousseau haya dedicado a esos problemas la larga reflexión que requerían. Podemos identificar en su filosofía política varias líneas de 43 pensamiento que es difícil armonizar. La principal es sin duda la que se basa en la idea del estado como una entidad orgánica que posee su voluntad propia, la cual es, en algún sentido escasamente definido, la voluntad "verdadera" de cada miembro del estado. Vuelvo ahora a considerar esta noción. No pretendo decir que no haya para Rousseau ninguna conexión entre la voluntad general y la actividad legislativa del pueblo soberano. El decir, como él dice, que haya menudo una gran diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general no es afirmar que no coincidan nunca. Y uno de los problemas de Rousseau como teórico político consistía en proponer medios para garantizar, dentro de lo posible, que la infalible voluntad general consiga expresión concreta en la ley. Uno de los medios por él propuestos se ha mencionado ya: el empleo de un sabio "legislador". Otro medio es la evitación, dentro de lo posible, de sociedades parciales dentro del estado. La cuestión se presenta así. Si cada ciudadano vota con entera independencia, las diferencias entre ellos se compensarán, piensa Rousseau, "y quedará como suma de las diferencias la voluntad general". Pero si se forman facciones y partidos, cada uno de ellos con su voluntad relativamente general, las diferencias serán menos numerosas y los resultados menos generales y menos expresivos de la voluntad general. Aún peor: si una asociación o un partido es tan fuerte o tan numeroso que su voluntad haya de prevalecer inevitablemente sobre la de los demás ciudadanos, el resultado no es en modo alguno expresivo de la voluntad general del estado, sino sólo de una voluntad particular (particular respecto de la voluntad general del estado, aunque sea general respecto de los miembros de la asociación o el partido). La conclusión de Rousseau es que "resulta esencial para que la voluntad general pueda expresarse que no haya ninguna sociedad parcial dentro del estado, y que cada ciudadano piense sólo sus propios pensamientos". Ésa es, por supuesto, una de las razones por las cuales la Iglesia Cristiana disgusta a Rousseau. "Siempre que el clero es un cuerpo organizado, es dueño y legislador en su propia tierra... De entre todos los escritores cristianos, sólo el filósofo Hobbes ha visto el mal y cómo remediarlo, y se ha atrevido a proponer la reunión de las dos cabezas del águila y la completa restauración de la unidad política. Pero debería haber visto que el dominante espíritu del Cristianismo es incompatible con su sistema, y que el interés del clero será siempre más poderoso que el del estado." Es verdad Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 44 que cuando ataca a la Iglesia Cristiana y habla en favor de una religión puramente civil Rousseau no está tratando el problema de la voluntad general y su expresión. Pero sus observaciones son de todos modos obviamente relevantes. Pues si la Iglesia misma se pone como un cuasi-soberano, su influencia se cruzará inevitablemente con la expresión de la voluntad general del verdadero soberano, a saber, el pueblo. presupuestos rousseaunianos, para criticar la voluntad expresada por la asamblea, aunque la haya expresado un voto meramente mayoritario. Es verdad que Rousseau sostiene que la mayoría ha de ir aproximándose a la unanimidad a medida que aumenta la importancia de los asuntos que se deciden; pero eso no altera el hecho de que "la voluntad general se forma contando los votos (y) todas las cualidades de la voluntad general residen en la mayoría". Rousseau supone que si los ciudadanos están debidamente informados y se suprimen las sociedades parciales dentro del estado (o si, caso de ser eso imposible, dichas sociedades son tan numerosas que sus intereses e influencias divergentes se anulan recíprocamente), el Voto de la mayoría expresará inevitablemente la voluntad general. "Si cuando el pueblo, provisto de la adecuada información, realiza sus deliberaciones los ciudadanos no se comunican entre sí, el total de las pequeñas diferencias dará siempre la voluntad general, y la decisión será siempre buena." 23 Y "no hay más que una ley que por su naturaleza requiera consentimiento unánime. Es el contrato social. Aparte de este contrato primitivo, el voto de la mayoría vincula siempre al resto. La voluntad general se encuentra contando los votos". Eso no contradice exactamente lo que dice Rousseau acerca de la distinción entre la voluntad general y la voluntad de todos. Pues la distinción se establece para dar razón de la posibilidad de que los intereses privados, particularmente el interés de grupos y asociaciones, determine la decisión del pueblo en asamblea. Y cuando ocurre ese abuso, el resultado del voto no representa la voluntad general, pero cuando se evitan esos abusos, el resultado dará sin duda expresión a la voluntad general. La discusión de la voluntad general por Rousseau está íntimamente relacionada con el problema de la libertad. Como hemos visto, Rousseau deseaba justificar la transición del hipotético estado de naturaleza al de la sociedad política organizada. Pensando que el hombre es libre por naturaleza y que la libertad es un valor inestimable. Rousseau se sentía obligado a mostrar que mediante el contrato social que da nacimiento al estado el hombre no pierde libertad, sino que adquiere una clase superior de ella. Pues" renunciar a la libertad es renunciar a ser un hombre". Rousseau mantiene, por tanto, que mediante el contrato social se cambia la libertad natural por la libertad civil. Pero es obvio que en sociedad los hombres están obligados a obedecer a la ley. Si no obedecen sufren castigo. Dada esa situación, ¿es posible sostener que al cambiar el estado de naturaleza, en el que era libre y podía hacer todo lo que físicamente fuera capaz de hacer, por el estado de sociedad política el hombre se ha hecho más libre que antes o, por lo menos, ha adquirido una libertad más verdadera y plena? El tratamiento de este problema por Rousseau es célebre. Por supuesto que eso es obviamente verdadero en un sentido, a saber, en el sentido de que la voluntad de la mayoría .es más general que la voluntad de una minoría. Pero eso es una tautología. Y no es lo que Rousseau está pensando. Pues una ley expresión de la voluntad general es para él una ley que tiende al bien o interés común, o lo asegura o lo preserva. Si, pues, se evita la influencia de los intereses de grupo, la voluntad expresa de la asamblea llevará infalible mente al bien común. La crítica a la voluntad expresada por la asamblea no será legítima sino sobre la base de una indebida influencia de algún partido privado y de intereses de grupo. Si suponemos que cada ciudadano está "pensando sus propios pensamientos" y no está expuesto a presiones ilegítimas, no parece haber razón, dados los En primer lugar, hay que entender el contrato social de tal modo que incluya la obligación tácita de someterse a la voluntad general y que todo el que se niegue a hacerlo pueda ser sometido a constricción. "El ciudadano da su consentimiento a todas las leyes, incluidas aquellas que se promulgan con su oposición, y hasta las que le castigan si se atreve a violar una de ellas." En segundo lugar -y éste es el punto más destacado- la voluntad general es la voluntad real de cada hombre. Y la expresión de la voluntad general es la expresión de la voluntad real de cada ciudadano. Mas el seguir la propia voluntad es obrar libremente. Por lo tanto, el verse obligado a conformar la voluntad propia a la voluntad general es verse obligado a ser libre. Es ser puesto en una situación en la cual uno quiere lo que "realmente" quiere. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Ésta es la célebre paradoja de Rousseau. "Para que el contrato social no sea una fórmula vacía, ha de incluir tácitamente la cláusula única que puede dar fuerza al resto, a saber, que el que se niegue a obedecer a la voluntad general será obligado a someterse a ella por el entero cuerpo social. Esto significa nada menos que aquél será obligado a ser libre." Y "...la voluntad general se halla contando los votos. Así pues, si prevalece la opinión contraria a la mía, eso prueba, ni más ni menos, que yo estaba equivocado, y que lo que yo creía ser la voluntad general no lo era. Si hubiera impuesto mi voluntad particular, habría realizado lo contrario de mi voluntad y no habría sido libre". Es difícil ver por qué el hecho de que prevalezca por voto mayoritario una opinión diferente de la mía "prueba" que yo estuviera equivocado. Rousseau se limita a suponerlo. Mas, aun pasando por alto este punto, podemos atender al ambiguo uso de la palabra libre. Muchas otras personas preferirían decir que si libertad significa libertad para hacer lo que uno desea hacer y es físicamente capaz de hacer, entonces no hay duda de que la libertad queda limitada por la pertenencia al estado. Pero la limitación de la libertad de cada uno por la leyes esencial para el bienestar de la sociedad y, teniendo en cuenta que las ventajas de la sociedad sobrepasan sus inconvenientes, esa limitación no necesita más justificación que su utilidad. El único problema importante consiste en conseguir que la restricción sea la mínima requerida por el bien común. Pero ese planteamiento puramente empírico y utilitario no era del gusto de Rousseau. Éste desea mostrar que la aparente limitación de la libertad no es realmente limitación alguna. Por eso se ve obligado a adoptar la paradójica posición de que un individuo puede ser obligado a ser libre; y el mero hecho de que esa actitud manifieste en seguida su carácter paradójico sugiere que la palabra libre está recibiendo ahora un sentido que, cualquiera que sea, es en todo caso diferente del sentido o de los sentidos que normalmente tiene. Aplicar esa palabra a un hombre que está siendo obligado, por ejemplo, a someterse a una determinada ley no es precisamente aclarar las cosas. La aplicación de la palabra fuera de su normal ámbito de significación equivale a sugerir que la fuerza y la constricción no son realmente ni fuerza ni contrición. La crítica lingüística puede parecer cansina y superficial a algunos. Pero la verdad es que tiene mucha importancia práctica. 45 Pues la transferencia de nombres o epítetos nobles a situaciones que caen fuera de su ámbito significativo normal es un expediente clásico de los propagandistas políticos que desean hacer más aceptables dichas situaciones. Así, por ejemplo, el término democracia, acaso con el prefijo "verdadera" o "real", se aplica a veces a estados en los cuales unos pocos tiranizan a los más con la ayuda de la fuerza y el terror. Llamar a la constricción "obligación de ser libre" es un caso del mismo tipo. Más tarde encontraremos a Robespierre diciendo que la voluntad de los jacobinos es la voluntad general y llamando al gobierno revolucionario despotismo de la libertad. La crítica lingüística puede en efecto arrojar una luz muy necesaria sobre esas aguas turbias. Esas observaciones no pretenden, desde luego, insinuar que Rousseau mismo haya sido un aficionado al despotismo, la tiranía o el terror. Su paradoja no se debe al deseo de convencer a la gente de que lo negro es blanco, sino a la dificultad de justificar un rasgo normal de la vida social, la restricción del capricho personal por leyes universales, teniendo en cuenta el cuadro que previamente había dado del estado de naturaleza. Y aunque es perfectamente razonable puntualizar los peligros inherentes al uso de tales paradojas, también es verdad que el limitarse a la crítica lingüística del tipo aludido equivaldría a dejar de percibir la importancia histórica de la teoría rousseauniana de la voluntad general y las diferentes vías por las cuales es susceptible de desarrollo. Tal vez sea ésta una de las razones por las cuales esa crítica puede parecer cansina y superficial. En la sección final de este capítulo se incluirán otras observaciones acerca de la teoría de Rousseau. Por el momento atenderemos al problema del gobierno. 3. Gobierno Toda acción libre, dice Rousseau es producto de la concurrencia de dos causas. Una de ellas es una causa moral, a saber, la voluntad que determina el acto; la otra es una causa física, a saber, la fuerza física que ejecuta el acto. Ambas causas son necesarias. Un paralítico puede querer correr; pero como carece de la fuerza física necesaria para hacerla, se quedará donde esté. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Aplicando esta distinción al cuerpo político hemos de distinguir entre el poder legislativo, que es el pueblo soberano, y el poder ejecutivo o gobierno. El primero da expresión a la voluntad general en leyes universales, y no se ocupa directamente de acciones ni personas particulares. El segundo aplica y ejecuta la ley, y se ocupa, por lo tanto, de acciones y de personas particulares. "Llamo gobierno o administración suprema al ejercicio legítimo del poder ejecutivo, y príncipe o magistrado al hombre o a la corporación a la que se confía esa administración. La acción por la cual el pueblo se sitúa bajo un príncipe no es un contrato: "es pura y simplemente un encargo". De ello se sigue que el soberano puede limitar, modificar o recuperar el poder ejecutivo según su voluntad. Rousseau considera en efecto asambleas periódicas del pueblo soberano en las cuales Se voten por separado dos cuestiones: "¿quiere el soberano mantener la presente forma de gobierno?" y "¿quiere el pueblo dejar su administración en las manos de los actuales encargados de ella?" Como es obvio, Rousseau piensa en pequeños estados del tipo de los cantones suizos, en los que es físicamente posible para el pueblo reunirse periódicamente. Pero el principio general –que el gobierno no es sino el instrumento o ministro del pueblo soberanovale para todos los estados. Está claro que decir que el pueblo puede "recuperar" el poder ejecutivo no significa que pueda decidir ejercerlo directamente. Ni siquiera en un pequeño cantón suizo puede el pueblo realizar directamente la administración cotidiana. Y, de acuerdo con los principios de Rousseau, el pueblo se ocupa en cualquier caso de la legislación, no de la administración, salvo en el sentido de que si está descontento de la administración del presente gobierno puede despedirle y confiar el poder ejecutivo a otro gobierno. De acuerdo con Rousseau, el poder ejecutivo posee "una personalidad particular, una sensibilidad común a sus miembros, y una fuerza y una voluntad propias que tienden a su preservación". Pero eso no altera el hecho de que "el estado existe por sí mismo, y el gobierno sólo por el soberano". De hecho esa dependencia no impide al gobierno actuar con vigor y celeridad; pero la voluntad dominante en él ha de ser la voluntad general expresada en la ley. Si el gobierno llegara a tener una voluntad particular propia más activa y poderosa que la del soberano "habría, por así decirlo, dos 46 soberanos, el uno legítimo y el otro de hecho, la unión social se disiparía instantáneamente y se disolvería el cuerpo político". Rousseau no era amigo de príncipes o gobiernos caprichosos y tiránicos. Los gobiernos han de ser servidores, no amos de los pueblos. Aunque Rousseau discute tipos de gobierno, no hace falta decir mucho acerca de este tema. Pues muy agudamente se niega a afirmar que exista una forma de gobierno ideal, adecuada para todos los pueblos y todas las circunstancias. "La cuestión de cuál es el mejor gobierno carece de respuesta y de determinación; o, más bien, hay tantas respuestas cuantas combinaciones posibles de las situaciones absolutas y relativas de todas las naciones." Y "en todas las épocas ha habido muchas disputas acerca de la mejor forma de gobierno, sin tener en cuenta el hecho de que cada una de ellas es en algún casa la mejor y en otro la peor". Pero podemos decir que los gobiernos democráticos son adecuados para estados pequeños, los gobiernos aristocráticos para los estados de dimensión media y los gobiernos monárquicos para los grandes estados. No obstante, todas las formas de constitución son susceptibles de abuso y degeneración. "Si hubiera un pueblo de dioses, su gobierno sería democrático. Un gobierno tan perfecto no es para los hombres." Rousseau se refiere aquí a la democracia en sentido literal, la forma de constitución más tendente a producir facciones y guerra civil. Es obvio que la monarquía está muy expuesta al abuso. "La disposición mejor y más natural" consiste en que "los más sabios gobiernen a la muchedumbre si está garantizado que gobernarán en beneficio de ésta, y no en beneficio propio". Pero eso, por supuesto, no está nunca garantizado. La aristocracia puede degenerar como cualquier otra forma de gobierno. En realidad la tendencia a la degeneración es natural e inevitable en todas las formas de constitución. "El cuerpo político, al igual que el cuerpo humano, empieza a morir desde que nace, y lleva en sí mismo las causas de su destrucción." Es verdad que los hombres han de esforzarse por conservar el cuerpo político en la mejor salud posible y durante el tiempo más dilatado posible, igual que hacen con sus propios cuerpos. Y la mejor manera de hacer esto consiste en separar claramente el poder ejecutivo del poder legislativo, así como en utilizar varios expedientes constitucionales. Pero hasta el estado mejor constituido terminará un día" y aunque sea más longevo que otros, dejando aparte circunstancias imprevisibles, morirá igual que mueren los cuerpos humanos sanos y robustos, aun sobreviviendo a otros cuerpos débiles y enfermos. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 4. Observaciones finales. Alguna parte de lo que Rousseau escribe en el Contrato Social se refiere claramente a su predilección por las repúblicas reducidas, como su ciudad de Ginebra. Sólo en un estado muy pequeño sería posible, por ejemplo, que los ciudadanos se reunieran periódicamente y ejercieran sus funciones legislativas. La ciudad-estado griega y la pequeña república suiza le suministran el ideal de estado por lo que hace a la dimensión. Además, los extremos de riqueza y pobreza que afeaban la Francia contemporánea y escandalizaban a Rousseau estaban ausentes de la vida, más sencilla, del pueblo suizo y el sistema de representación desaprobado por Rousseau es promovido por la gran dimensión de los estados, aunque "haya llegado a nosotros desde el gobierno feudal, aquel sistema inicuo y absurdo que degrada la humanidad y deshonra el nombre de humano". No hay duda de que Rousseau comprendía muy bien que un estado muy pequeño tiene también sus inconvenientes, como, por ejemplo, la dificultad para defenderse; pero aceptaba la idea de federaciones de estados pequeños. De todos modos, la predilección rousseauniana por los estados pequeños es sólo un aspecto relativamente intrascendente, aunque llamativo, de su teoría política. No era tan fantasioso como para suponer que Francia, por ejemplo, pudiera realmente reducirse a una multiplicidad de pequeños estados o a una confederación de tales estados. En cualquier caso, su idea de la soberanía del pueblo y su ideal de gobierno para el pueblo fueron de mayor importancia e influencia que cualesquiera de sus ideas acerca de las dimensiones adecuadas del estado. La idea de la soberanía popular influyó en Robespierre y los jacobinos, y luego a través de ellos. Y podemos decir que cuando las palabras Libertad e Igualdad se difundieron por Europa, se difundían en realidad, y en parte al menos, las ideas de Rousseau, aunque él mismo no fuera un abogado de la revolución. Rousseau no era un cosmopolita: le disgustaba el cosmopolitismo de la Ilustración y lamentaba la falta de aquel patriotismo, de aquel amor del país que había sido característico de Esparta, de la temprana República romana y del pueblo suizo. Podemos, pues, decir que por lo menos la idea rousseauniana de soberanía popular nacional tenía cierta afinidad con el desarrollo de la democracia nacional y se diferencia del internacionalismo socialista. 47 Estimar la influencia práctica de los escritos de Rousseau en los desarrollos prácticos políticos y sociales es difícilmente posible, de modo que en este punto nos vemos limitados a indicaciones más o menos generales. Es mucho más fácil, desde luego, rastrear las influencias de sus teorías en otros filósofos. y los pensadores que en seguida salen a colación son Kant y Hegel. La teoría rousseauniana del contrato social tiene poca o ninguna importancia a este respecto. Él mismo le dio relieve, como lo muestra claramente el título de su principal obra política; pero en realidad se trataba sólo de un expediente artificial tomado de otros autores para justificar la transición del hipotético estado de naturaleza al de la sociedad política. No era una teoría con futuro. Mucho más importante era la doctrina de la voluntad general. Pero esta doctrina se podía desarrollar por dos vías al menos. En la primera redacción del Contrato Social Rousseau habla de la voluntad general como de algo que es en cada hombre un acto puro de entendimiento, por el cual se razona acerca de lo que un hombre puede pretender de su semejante y de lo que su semejante tiene derecho a pretender de él. a voluntad se describe aquí como voluntad racional. A lo que podemos añadir la doctrina expresada en el Contrato Social según la cual" el mero impulso del apetito es esclavitud, mientras que la obediencia a una ley que nos prescribimos nosotros mismos es libertad". Tenemos, pues, una voluntad racional autónoma, o razón práctica, por la cual el hombre, en su superior naturaleza, por así decirlo, legisla para sí mismo y pronuncia una ley moral a la cual está sometido él mismo en su naturaleza inferior. Y esta leyes universal en el sentido de que la razón prescribe lo que es justo e, implícitamente al menos, lo que debe hacer todo hombre en determinadas circunstancias. Esta noción de voluntad autónoma que legisla en la esfera moral es una manifiesta anticipación de la ética kantiana. Puede objetarse que la voluntad kantiana es puramente racional, mientras que Rousseau acentúa el hecho de que la razón sería ineficaz como guía para la acción si la ley no estuviera impresa con caracteres indelebles en el corazón de los hombres. La voluntad racional necesita una fuerza motora que se encuentra en los impulsos fundamentales del hombre. Todo eso es verdad, o sea: es cierto que Rousseau acentúa el papel desempeñado por le sentiment intérieur en la vida moral del hombre. Pero es que no se trata de afirmar que la teoría rousseauniana de la voluntad general Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit y la teoría kantiana de la razón práctica sean pura y simplemente lo mismo. Lo único que se trata de indicar es que hay elementos de la primera susceptibles de desarrollo en sentido kantiano. Y Kant estuvo sin duda influido por los escritos de Rousseau. Pero la voluntad general es universal no sólo en relación con su objeto. Para Rousseau es también universal en relación con su sujeto. O sea, es la voluntad del pueblo soberano, del ser moral o persona pública nacida a la existencia por obra del contrato social. Aquí tenemos el germen de la teoría organicista del estado desarrollada por Hegel. Este último criticó y rechazó la teoría del contrato social, pero elogió a Rousseau por haber puesto la voluntad como principio del estado. Desde luego que Hegel no tomó sin más las teorías rousseaunianas del estado y dé la voluntad general; pero estudió su obra y recibió de ella estímulo e influencia para el desarrollo de su propia teoría política. Hemos observado que Rousseau expresó cierta predilección por los estados pequeños. En el tipo de sociedad política que él consideraba como ideal la voluntad general se manifestaría por democracia directa, o sea, mediante el voto de los ciudadanos en la asamblea popular. Pero si suponemos un estado grande en el cual tales asambleas sean de todo punto impracticables, la voluntad general no podrá expresarse en legislación directa. Podrá hallar expresión parcial en elecciones periódicas, pero para expresarse en la legislación necesitará la mediación interpretativa de un hombre o varios hombres distintos del pueblo soberano. No hay gran distancia de esto a "la idea de la voluntad nacional infalible que encuentra expresión articulada por boca de algún caudillo. No pienso que Rousseau hubiera aprobado una interpretación así de su teoría. Por el contrario, esa interpretación le habría horrorizado, y Rousseau habría podido aducir pasos de sus escritos que explícitamente se oponen a ella. Pero, a pesar de ello, la idea de una voluntad cuasi-mística que busca expresión articulada tiende por sí misma a ser explotada de este modo. Todavía se percibe una vía más por la cual podía desarrollarse la teoría de la voluntad general. Podemos imaginar que una nación posee cierto ideal operativo que se expresa parcialmente en su historia, sus tradiciones y sus instituciones, plástico en el sentido de no fijado por formulaciones teóricas, en el sentido de que no es un ideal articulado, sino un ideal gradualmente construido y que requiere modificaciones y 48 reformulaciones a la luz del desarrollo de la nación. Acaso podamos entender en este supuesto la tarea de los legisladores y de los teóricos políticos, parcialmente al menos, como el intento de dar expresión concreta a ese ideal, para mostrar así a la nación lo que "realmente desea". No creo que esa concepción sea inmune a la crítica. Me limito a decir que es posible presentar una teoría de la voluntad general sin verse obligado a concebir el órgano interpretativo de la misma como un altavoz infalible. El poder legislativo y el gobierno pueden intentar averiguar qué es lo mejor para la nación a la luz de sus tradiciones, sus instituciones y sus circunstancias históricas; pero no se sigue de ello que la interpretación de lo mejor haya de considerarse por fuerza acertada. Es posible mantener la idea de que la nación desea lo mejor para ella, y que el gobierno y el poder legislativo intentan dar expresión a esa voluntad, o están obligados a intentarla, sin tener que suponer por ello que haya ningún órgano infalible de interpretación y expresión. Dicho de otro modo: sería posible adaptar la teoría de Rousseau a la vida de un estado democrático del tipo actual en la cultura occidental. Una de las principales razones por las cuales es posible dar varios desarrollos diferentes de la teoría de Rousseau es, por supuesto, la ambigüedad que puede registrarse en su formulación de la teoría. La siguiente ambigüedad es de particular importancia: cuando Rousseau dice que el orden social es la base de todos los derechos, su formulación puede entenderse en un sentido trivial si entendemos por "derecho" derecho positivo, derecho legal. En este caso el enunciado es una perogrullada. Pero si lo que quiere decir es que la legislación da nacimiento a la moralidad, entonces el enunciado sugiere que el estado es la fuente de las distinciones morales. Y si añadimos a esto el ataque de Rousseau a las sociedades parciales y su defensa de la religión civil contrapuesta a la religión revelada y mediada por la Iglesia, resulta fácil entender cómo puede afirmarse que la teoría política de Rousseau apunta en el sentido del totalitarismo. Pero Rousseau no pensaba que la moralidad dependiera simplemente del estado. En última instancia, ha insistido siempre en la necesidad de ciudadanos virtuosos para que el estado sea bueno. Así tropezaba Rousseau con el dilema de Platón. No puede haber estado bueno sin ciudadanos buenos. Pero los ciudadanos no serán buenos si el estado en su legislación y en el gobierno, tienden a corromperlos y depravarlos. Ésta es una de las razones por las cuales Rousseau recurrió a la idea del "legislador" ilustrado, al estilo de Solón o de Licurgo. Pero el mero Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit hecho de que tropezara con este dilema prueba que o pensaba que la moralidad dependiera exclusivamente del estado, en el sentido de que sea Justo lo que el estado declare justo. Rousseau creía, además, que hay una ley natural escrita en los corazones de los hombres. Y si creía que, dadas ciertas condiciones y precauciones, esa ley natural hallaría sin duda expresión articulada en la voluntad declarada del pueblo soberano, este optimismo se debía a su fe en la bondad natural del hombre, no a un positivismo ético. No puede negarse, sin embargo, que Rousseau ha formulado proposiciones con cierto sabor de positivismo ético, en el sentido de que parece implicar que la moralidad se deriva de la legislación y de la opinión social. Dicho de otro modo: tomada en su conjunto, la teoría es ambigua. El hombre quiere siempre el bien, pero puede errar en cuanto a la naturaleza de éste. ¿Quién ha de interpretar la ley moral? La respuesta es ambigua. Unas veces Rousseau nos dice que la conciencia, y otras veces que el poder legislativo. Por una parte, la voz del poder legislativo no es necesariamente infalible; puede estar influida por intereses egoístas, y entonces no expresa la voluntad general. Es, pues, de presumir que la conciencia haya de ser el factor decisorio. Por otra parte, cada hombre tiene que adecuarse a la decisión del pueblo soberano: caso necesario, se verá obligado a ser libre. Difícilmente se podrá afirmar que no haya ambigüedad en este punto. Por lo tanto, aunque el mismo Rousseau haya insistido en la ley grabada con caracteres indelebles en el corazón de los hombres y también haya insistido en la importancia de la voz de la conciencia, hemos de admitir la objeción de que en su teoría hay elementos incompatibles, y de que el elemento propiamente nuevo en ella es la tendencia a eliminar el concepto tradicional de ley moral natural. Una observación final. Hemos considerado a Rousseau bajo el rótulo general de la Ilustración Francesa. Y teniendo en cuenta el hecho de que él mismo se separó de los enciclopedistas y del círculo de d'Holbach, la clasificación puede parecer inadecuada. Por otra parte, considerando la historia de la literatura, Rousseau ha ejercido una profunda influencia no sólo en la literatura francesa, sino también en la alemana, particularmente la del período del Sturm und Drang. Lo cual puede parecer una razón más para separarle de la Ilustración Francesa. Pero Rousseau no ha sido el origen de la literatura de la sensibilidad, aunque le haya dado un impulso poderoso; ni tampoco ha sido entre los filósofos y escritores franceses del siglo XVIII el único en subrayar la importancia de las pasiones y del sentimiento en la vida humana. 49 Basta pensar en Vauvenargues, por ejemplo. La situación parece ser como sigue: si identificamos como rasgos principales de la Ilustración en Francia un racionalismo árido, un escepticismo religioso y una tendencia al materialismo, entonces, por supuesto, tenemos que decir que Rousseau rebasó la Ilustración o quedó fuera de ella. Pero con la misma razón podemos revisar nuestra concepción del período para incluir en él a Rousseau: podemos hallar en el periodo algo más que racionalismo árido, materialismo y escepticismo religioso. Lo importante es, de todos modos, que aunque tuvo sus raíces en el movimiento general del pensamiento de la Francia del siglo XVIII, Rousseau es una figura demasiado destacada en la historia de la filosofía y de la literatura para que tenga interés ponerle una etiqueta y creer que con eso se ha satisfecho toda justicia. Nuestro escritor es y será siempre JeanJacques Rousseau, no un mero ejemplo de un tipo. Algunas de sus teorías, como la del contrato social, son típicas de la época, y tienen un interés poco más que histórico. En otros aspectos de su pensamiento político, pedagógico y psicológico Rousseau se anticipó al futuro. Y algunos de sus problemas, como el de la relación entre el individuo y el estado, son sin duda tan reales hoy como cuando él escribió, aunque hoy tendamos a dar a sus problemas formulaciones diferentes. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit LA ILUSTRACIÓN FRANCESA I Frederick Copleston 1. Observaciones introductorias Parece haber una tendencia natural en muchos a concebir la Ilustración Francesa primordialmente como una crítica destructiva y una abierta hostilidad contra el Cristianismo, o por lo menos, contra la Iglesia Católica. Aparte de Rousseau, el nombre que más suena cuando se habla de los filósofos franceses del siglo XVIII es probablemente el de Voltaire. Y este nombre suscita en el espíritu la imagen de un literato brillante y agudo, incansable en su denuncia de la Iglesia como enemiga de la razón y propugnadora de la intolerancia. Además, cuando uno ha leído algo acerca del materialismo de autores como La Mettrie y d'Holbach, puede perfectamente inclinarse a entender la Ilustración Francesa como un movimiento antirreligioso que pasó del deísmo de Voltaire y Diderot, en su primera fase, al ateísmo de d'Holbach y a la cruda visión materialista de un Cabanis. Dada esta interpretación de la Ilustración, la estimación en que uno la tenga dependerá considerablemente de las propias convicciones religiosas, o de la ausencia de ellas. El uno considerará la filosofía francesa del siglo XVIII como un movimiento que siguió adentrándose en la impiedad hasta dar sus últimos frutos en la profanación de la catedral de Notre Dame durante la Revolución; y el otro lo considerará como la progresiva liberación espiritual respecto de la superstición religiosa y la tiranía eclesiástica. Tampoco es infrecuente la idea de que los filósofos franceses del siglo XVIII fueron todos enemigos del sistema político existente y prepararon el camino a la Revolución. Y dada esta interpretación política son también obviamente posibles diferentes estimaciones de la obra de esos filósofos. Uno puede considerarlos como irresponsables fomentadores de la revolución, cuyos escritos tuvieron efectos prácticos en el terror jacobino. Y otro puede considerarlos como representantes de un determinado estadio de un desarrollo sociopolítico inevitable, como escritores que contribuyeron a iniciar el estadio de la democracia burguesa, destinada a su vez a ser sustituida por el régimen del proletariado. Ambas interpretaciones de la Ilustración Francesa -la que la contempla desde el punto de vista de su actitud respecto de las instituciones religiosas y de la religión misma y la que la interpreta en base a su actitud respecto de los sistemas políticos Y los desarrollos políticos y sociales- tienen sin ninguna duda fundamento factual. Es posible que sus fundamentos no sean de la misma solidez. Aunque varios filósofos discrepaban sin duda del ancien régime, sería un gran error creer que todos los filósofos típicos de la Ilustración fomentaron conscientemente la Revolución. Voltaire, por ejemplo, aunque deseaba ciertas reformas, no se interesaba propiamente por la promoción de la democracia. Le interesaba la libertad de expresión para sí mismo y para sus amigos, pero es imposible calificarle de demócrata. Más que un gobierno popular habría gustado de un despotismo ilustrado y benévolo, especialmente si la benevolencia beneficiaba a los philosophes. En cualquier caso, no tenía la menor intención de promover una revolución de lo que para él era "la canalla". Es verdad, por otra parte, que todos los filósofos considerados como representantes típicos de la Ilustración Francesa se oponían, en diversos grados, al dominio de la Iglesia. Muchos de ellos se oponían también al cristianismo, y algunos fueron ateos dogmáticos, resueltamente opuestos a toda religión, producto, para ellos, de la ignorancia y el temor, enemiga del progreso intelectual y obstáculo a la moralidad verdadera. Pero aunque tanto la interpretación como actitud respecto de la religión cuanto la interpretación sobre la base de convicciones políticas (aunque ésta en menor medida) tienen fundamento en los hechos, el describir la filosofía francesa del siglo XVIII como un prolongado ataque al trono y al altar sería dar una imagen muy inadecuada de ella. Desde luego que se atacó en nombre de la razón a la Iglesia Católica, la religión revelada y, en ciertos casos, toda forma de religión. Pero el ejercicio de la razón era para los filósofos de la Ilustración Francesa mucho más que la simple crítica destructiva practicada en la esfera religiosa. La crítica destructiva era, por así decirlo, el lado negativo de la Ilustración. El aspecto positivo consistía en el intento de entender el mundo y, especialmente, el hombre mismo en su vida psíquica, moral y social. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 51 Al decir eso no pretendo minimizar la importancia de las opiniones de los filósofos acerca de asuntos religiosos, ni eliminarlas como irrelevantes. En verdad que nadie que comparta las convicciones religiosas del autor puede contemplar con indiferencia la actitud de los filósofos ilustrados franceses. Pero incluso completamente aparte de las creencias de cada cual, la actitud de los philosophes respecto de la religión tuvo sin duda importancia y significación cultural. Expresaba, en efecto, un resuelto cambio respecto del punto de vista de la cultura medieval, y representaba realmente un estadio cultural nuevo y distinto. Tenemos que recordar al mismo tiempo que en esa época somos testigos del crecimiento y de la extensión del punto de vista científico. Los filósofos franceses del siglo XVIII creyeron firmemente en el progreso, esto es, en la extensión del punto de vista científico desde la física hasta la psicología, la moralidad y la vida social del hombre. Si tendían a recusar la religión revelada, y a veces incluso cualquier religión, ello se debía en parte a su convicción de que la religión, revelada y particular o religión en general, es un enemigo del progreso intelectual y del uso claro y libre de la razón. Por supuesto que no pienso que llevaran razón. Para mí no hay una incompatibilidad intrínseca entre la religión y la ciencia. Pero mi tesis es que si nos detenemos demasiado exclusivamente ante su crítica destructiva en la esfera religiosa, iremos perdiendo de vista los objetivos positivos de los philosophes. Y entonces tendremos una visión unilateral del cuadro. de las verdades universales. Dicho de otro modo, ellos entendieron que es un error suponer la existencia de un método ideal, el método deductivo de la matemática, aplicable a todas las ramas del estudio. Buffon, por ejemplo, lo vio claramente, y sus ideas influyeron algo en Diderot. Los filósofos franceses del siglo XVIII estuvieron considerablemente influidos por el pensamiento inglés, particularmente por Locke y Newton. Hablando en general, puede decirse que estaban de acuerdo con el empirismo del primero. El ejercicio de la razón en filosofía no significaba para ellos la construcción de grandes sistemas deducidos a partir de ideas innatas o de principios primeros autoevidentes. En este sentido recusaron la metafísica especulativa- del siglo anterior. Eso no quiere decir que no se interesaran por las síntesis ni que fueran pensadores puramente analíticos que sólo prestaran atención a los varios problemas y a las varias cuestiones particulares sin intentar nunca sintetizar sus varias conclusiones. Pero el hecho es que estaban convencidos de que la vía adecuada es la que lleva a los fenómenos mismos y permite aprender por observación sus leyes y sus causas. Luego podemos proceder. a la síntesis, a formar principios universales y a examinar los hechos particulares a la luz Pero, al mismo tiempo, toda esa interpretación de la Ilustración Francesa es unilateral, porque resulta demasiado filosófica en cierto sentido. Tomaré el ejemplo de Condillac para ilustrar lo que quiero decir. Este filósofo estaba muy influido por Locke y se dispuso a aplicar el empirismo de Locke, tal como él lo entendía, a las facultades y las operaciones psíquicas del hombre, intentando mostrar cómo es posible explicarlas todas a base de "sensaciones trasformadas". Condillac mismo no era precisamente lo que llamaríamos hoy positivista. Pero es indudablemente posible interpretar su Tratado de las sensaciones como un paso hacia el positivismo o un estadio del desarrollo de éste. Por supuesto que también es posible interpretar simplemente el libro como un estadio del desarrollo de la psicología, y la psicología considerada en sí misma no está necesariamente vinculada al positivismo filosófico. Este planteamiento empirista del conocimiento llevó en algunos casos, como el de d'Alembert, a una posición que puede llamarse positivista. La metafísica, si por tal se entiende el estudio de la realidad transfenoménica, es la esfera de lo incognoscible. No podemos tener conocimiento cierto en ese campo, y es una pérdida de tiempo dedicarse a él. El único modo de tener una metafísica racional consiste en sintetizar los resultados de las ciencias empíricas y en la ciencia empírica misma no nos ocupamos de "esencias" sino de fenómenos. Es verdad que en cierto sentido hablamos también de esencias, pero se trata simplemente de las que Locke llamó esencias" nominales". La palabra no se usa entonces en sentido metafísico. Pero sería un grave error creer que todos los filósofos de la Ilustración Francesa fueron "positivistas". Voltaire, por ejemplo, creía que la existencia de Dios es demostrable y también lo creyó Maupertuis. Pero lo que sí es cierto es que podemos descubrir una clara aproximación al positivismo en ciertos pensadores del período. Por lo cual podemos decir que la filosofía del siglo XVIII contribuyó a preparar el camino al positivismo del siglo siguiente. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Numerosos filósofos de la Ilustración Francesa reflexionaron acerca de las conexiones entre la vida psíquica del hombre y sus condiciones fisiológicas. y en ciertos casos, como el de Cabanis, esto redundó en formulaciones de rotundo materialismo. Por lo tanto, uno puede tender a interpretar toda la investigación de esos pensadores sobre la base de dicho resultado. Pero no menos posible es considerar el materialismo dogmático de ciertos filósofos como una aberración transitoria en el curso del desarrollo de una valiosa línea de estudio. Dicho de otro modo: si se consideran los estudios psicológicos de los filósofos del siglo XVIII como experimentos e intentos en los primeros estadios del desarrollo de esa línea de investigación, la psicología, entonces puede darse menos importancia a las exageraciones y crudezas dichas que si uno restringe su horizonte mental a la Ilustración Francesa considerada en sí misma. Es verdad que cuando se estudia, como ocurre en estos capítulos, el pensamiento de un período determinado y de un grupo de hombres no menos determinado, hay que prestar atención a las exageraciones y a las crudezas. Pero también es bueno tener presente una imagen más general, y recordar que esos rasgos pertenecen a un determinado estadio de una línea de desarrollo que se alarga hacia el futuro y es capaz de suministrar ella misma más adelante la crítica y la corrección de sus aberraciones tempranas. Por lo tanto, podemos considerar en general la filosofía de la Ilustración Francesa como un intento de desarrollar lo que Hume había llamado "the science of man", la ciencia del hombre. Es verdad que esa descripción no recoge todos los datos. Así tenemos, por ejemplo, entre ellos teorías cosmológicas. Pero sí que nos solicita la atención sobre el interés que tuvieron los filósofos del siglo XVIII por hacer con la vida psíquica y social lo que Newton había hecho con el universo físico. Al intentar realizar esa tarea decidieron un planteamiento más inspirado por el empirismo de Locke que por los sistemas especulativos del siglo anterior. También vale la pena observar que los filósofos de la Ilustración Francesa, igual que cierto número de moralistas ingleses, aspiraban a separar la ética de la metafísica y de la teología. Es verdad que sus ideas morales diferían considerablemente, pues iban, por ejemplo, desde el idealismo ético de Diderot hasta el trivial utilitarismo de La Mettrie. Pero estaban más o menos de acuerdo en intentar poner la moralidad 52 sobre sus propios pies, por así decirlo. Ésta es realmente la significación de la afirmación de Boyle según la cual es perfectamente posible un estado de ateos, así como del añadido de La Mettrie según el cual eso no es sólo posible, sino también deseable. Sería, de todos modos, incorrecto, decir que todos les philosophes compartieran ese punto de vista. En opinión de Voltaire, por ejemplo, si Dios no existiera habría que inventarlo precisamente en bien de la armonía moral de la sociedad. Pero, en general, la filosofía de la Ilustración contenía la tesis de una separación de la ética respecto de consideraciones metafísicas y teológicas. Cosa, por supuesto, abierta a la discusión es la de si tal separación es sostenible o no. Hemos de recordar, por último, que la filosofía del siglo XVIII en Francia igual que en Inglaterra, fue principalmente obra de hombres que no eran profesores de filosofía en las universidades y que frecuentemente tuvieron intereses extrafilosóficos. Hume, por ejemplo, no ha sido menos historiador que filósofo. Voltaire ha escrito dramas. Maupertuis realizó una expedición al Ártico con la intención de determinar la forma de la Tierra en los polos mediante la medición exacta de un grado de latitud. D'Alembert fue un matemático eminente. Montesquieu y Voltaire tuvieron cierta importancia en el desarrollo de la historiografía. La Mettrie era médico. En el siglo XVIII nos encontramos aÚn en tiempos en los cuales algún conocimiento de ideas filosóficas se consideraba como exigencia cultural básica, y la filosofía no se había convertido en un reservado académico. Seguía habiendo, además, una conexión clara entre la filosofía y las ciencias, conexión que ha sido incluso una característica muy general del pensamiento filosófico francés. 2. El escepticismo de Boyle Entre los escritores franceses que prepararon el camino a la Ilustración en Francia el más influyente fue tal vez Pierre Boyle (1647-1706), autor del famoso Dictionnaire historique et critique (1695-1697). Educado como protestante, Boyle se hizo católico y luego volvió al protestantismo. Pero pese a su definitiva adhesión a la Iglesia Reformada, siempre estuvo convencido de que los católicos no tenían el monopolio de la intolerancia. Y durante su estancia en Rotterdam, donde vivió a partir de 1680, defendió la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit tolerancia y atacó al teólogo calvinista Jurieu por su actitud intolerante. En opinión de Boyle las controversias teológicas de la época eran confusas y carecían de interés. Tómese, por ejemplo, la controversia acerca de las relaciones entre la gracia y el libre albedrío. Tomistas, jansenistas y calvinistas se unen todos en este punto contra el molinismo. Y no hay realmente diferencia fundamental entre ellos. Pero los tomistas claman que no son jansenistas, los jansenistas repudian a los calvinistas, y éstos condenan a unos y otros. Por lo que hace a los molinistas, recurren a argumentos sofísticos en su deseo de mostrar que la doctrina de san Agustín es distinta de la de los jansenistas. En general, los seres humanos se enorgullecen demasiado de pensar que tienen diferencias cuando no las tienen, y tienden demasiado a ver conexiones indisolubles entre posiciones diferentes que no las tienen. Muchas controversias deben su vida y su vigor al prejuicio y a la falta de juicio claro. Pero más importante que las opiniones de Boyle acerca de las controversias en el campo de la teología dogmática es lo que opina acerca de la metafísica y la teología natural o filosófica. Piensa que la razón humana está más capacitada para descubrir errores que para hallar verdad positiva, y que esto puede decirse particularmente cuando se trata de metafísica. Se reconoce comúnmente, por ejemplo, que todo filósofo tiene derecho a criticar cualquier prueba de la existencia de Dios, siempre que no niegue que la existencia de Dios puede probarse de un modo u otro. Pero, en realidad, todas las pruebas conocidas de la existencia de Dios han sido sometidas a una crítica que las ha destruido. Tampoco ha resuelto nadie el problema del mal. Y nada de eso es sorprendente. Pues no es posible conseguir una reconciliación de la existencia del mal en el mundo con la afirmación de un Dios infinito, omnisciente y omnipotente. Los maniqueos daban con su filosofía dualista una explicación del mal muy superior a cualquier explicación propuesta por la ortodoxia. Pero, al mismo tiempo, la hipótesis metafísica de los maniqueos era absurda. Por lo que hace a la inmortalidad del alma, no se ha dispuesto nunca de prueba evidente. Boyle no afirmaba que las doctrinas de la existencia de Dios y la inmortalidad del alma fueran falsas Lo que hacía era situar la fe fuera del ámbito de la razón. Pero esta afirmación requiere 53 ciertas precisiones. Pues Boyle no sostenía simplemente que las verdades religiosas sean insusceptibles de prueba racional, aun no contradiciendo a la razón, sino que pensaba más bien que dichas verdades contienen mucha cosa que repugna a la razón. Por eso añadía, sinceramente o no, que tiene mucho más mérito el aceptar la revelación. En cualquier caso, si las verdades de la religión pertenecen a la esfera de lo no-racional, entonces no tiene el menor interés dedicarse a la argumentación y la controversia teológicas. La tolerancia debe sustituir a la controversia. Hay que observar que Boyle no separaba sólo la religión de la razón, sino también la religión de la moralidad. Esto es, Boyle insistía en que es un gran error suponer que las convicciones y las motivaciones religiosas son necesarias para llevar una vida moral. Motivos no-religiosos pueden ser tan eficaces o más que los religiosos. Y sería perfectamente posible disponer de una sociedad moral compuesta por gentes que no creyeran en la inmortalidad, ni siquiera en Dios. Después de todo, dice Boyle en su artículo sobre los saduceos en el Dictionnaire, los saduceos, que no creían en la resurrección, eran mejores que los fariseos, los cuales sí creían. La experiencia de la vida no indica que haya una conexión indisoluble entre la creencia y la práctica. Así llegamos al concepto del ser humano moral y autónomo que no necesita creencia religiosa para tener una vida virtuosa. Otros escritores de la Ilustración Francesa, como Diderot, han utilizado ampliamente el Dictionnaire de Boyle, que también tuvo su influencia en la Ilustración Alemana, la Aufklärung. En 1767, Federico el Grande escribía a Voltaire que Boyle había comenzado la batalla, que le habían seguido algunos filósofos ingleses y que Voltaire estaba destinado a terminada. 3. Fontenenelle Bernard Le Bovier de Fontenelle (1657-1757) es sobre todo conocido como divulgador de ideas científicas. Empezó su carrera literaria con una pieza teatral que no tuvo éxito y otras producciones literarias. Pronto se dio cuenta de que la sociedad de la época aceptaría gustosamente exposiciones claras e inteligibles de la nueva física. Su intento de satisfacer esta necesidad tuvo tal éxito que Fontenelle se convirtió en secretario de la Académie des Sciences. En general Fontenelle defiende la física carte'siana, y en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit sus Entretiens sur la pluralité des mondes (1686) popularizó las teorías astronómicas de Descartes. Pero no ignoró la importancia de Newton, y en 1727 publicó un Elogio de Newton. De todos modos, defendió la teoría cartesiana de los torbellinos en su Théorie des tourbillons cartésiens (1752) y atacó el principio newtoniano de gravitación, que le parecía contener la postulación de una entidad oculta. Las notas manuscritas que se encontraron en su estudio a su muerte ponen en claro que durante la última parte de su vida se iba orientando resueltamente hacia el empirismo. Todas nuestras ideas se reducen en última instancia a los datos de la experiencia sensible. Además de ayudar a difundir el conocimiento de las ideas científicas en la Francia del siglo XVIII, Fontenelle contribuyó también indirectamente al crecimiento del escepticismo respecto de las verdades religiosas. Publicó, por ejemplo, opúsculos acerca de El origen de las Fábulas y la. Historia de los Oráculos. En el primero rechazaba la idea de que los mitos o fábulas se deban a la facultad imaginativa y no a la inteligencia. Los mitos griegos, por ejemplo, nacieron del deseo de explicar los fenómenos, fueron el producto de la inteligencia, aunque la imaginación tuviera su papel en su elaboración. La inteligencia del hombre no era en épocas antiguas esencialmente distinta de la inteligencia del hombre moderno. Igual el hombre primitivo que el moderno intentan explicar los fenómenos, reducir lo desconocido a lo conocido. La diferencia entre uno y otro consiste en esto: en los tiempos antiguos el conocimiento positivo era escaso, y el espíritu se veía obligado a recurrir a explicaciones mitológicas. En cambio, en el mundo moderno el conocimiento positivo se ha acumulado en tal medida que la explicación científica va ocupando el lugar de la mitológica. Es obvio lo que implica esa tesis, aunque Fontenelle no lo formule explícitamente. En su escrito acerca de los oráculos Fontenelle mantiene que no hay razón de peso para afirmar que los oráculos paganos se debieran a la actividad de demonios o que quedaran reducidos al silencio por la venida de Cristo. El argumento en favor del poder y la divinidad de. Cristo que consiste en decir que los oráculos paganos se redujeron al silencio carece, por tanto, de todo fundamento histórico. El punto en discusión no tiene, ciertamente, gran importancia; pero parece 54 dicho implícitamente que los apologetas cristianos recurren habitualmente a argumentos sin valor. De todos modos, Fontenelle no era ateo. Su idea era que Dios se manifiesta a sí mismo en el sistema de la naturaleza, gobernado por leyes, y no en la historia, en la cual reinan la pasión humana y el capricho. Dicho de otro modo: para Fontenelle Dios no es el Dios de ninguna religión histórica, el que se revela en la historia y da origen a los sistemas dogmáticos, sino el Dios de la naturaleza, revelado en la concepción científica del mundo. Sin duda hubo ateos entre los filósofos franceses del siglo XVIII; pero fue mucho más común el deísmo, o teísmo, como lo llamó Voltaire, aunque el ateísmo se diera más frecuentemente entre los franceses que entre sus contemporáneos ingleses. 4. Montesquieu y su estudio de las leyes Se ha observado ya que los filósofos de la Ilustración Francesa aspiraban a entender la vida social y política del hombre. Una de las obras más importantes en este terreno es el tratado de Montesquieu sobre la ley. Charles de Sécondat (1689-1755), barón de la Brede et de Montesquieu, era entusiasta de la libertad y enemigo del despotismo. En 1721 publicó sus Lettres persones, sátira de las condiciones políticas y eclesiásticas de Francia. De 1728 a 1729 estuvo en Inglaterra, donde concibió gran admiración por ciertos rasgos del sistema político inglés. En 1734 publicó sus Considérations surr les causes de la grandeur et de la décadence des Romains. En 1748, por último, apareció su obra sobre la ley, De l esprit des lois, fruto de unos diecisiete años de trabajo. En esta Última obra emprende Montesquieu un estudio comparativo de la sociedad, el derecho y el gobierno. Su conocimiento factual no era lo suficientemente amplio y preciso como para permitirle realizar una empresa concebida tan ampliamente; pero la empresa misma, ese estudio sociológico comparado era de importancia. Es verdad que Montesquieu había tenido algunos predecesores. Aristóteles sobre todo, que había iniciado la recopilación de estudios acerca de un gran número de constituciones griegas. Pero el proyecto de Montesquieu tiene que entenderse a la luz de la filosofía contemporánea. Montesquieu aplicaba al campo de la política y el derecho el método empírico e inductivo que otros filósofos estaban aplicando a otros campos. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit La intención de Montesquieu no estribaba, empero, en describir simplemente los fenómenos sociales, políticos y jurídicos, o en registrar y describir grandes números de hechos particulares. Deseaba comprender los hechos, usar el estudio comparativo de los fenómenos como base para un estudio sistemático de los principios del desarrollo histórico. "Ante todo examiné a los hombres, y llegué a la convicción de que en esta infinita diversidad de leyes y costumbres no están exclusivamente guiados por sus caprichos. Enuncié principios y vi que los casos particulares encajaban con ellos como por sí mismos, que las historias de todas las naciones no son sino las consecuencias (de esos principios) y que toda ley particular está ligada a otra o depende de otra más general." Así pues, Montesquieu se planteaba su tema no con el espíritu del simple sociólogo positivista, sino más bien como un filósofo de la historia. Considerada según uno de sus aspectos, la teoría de la sociedad, el gobierno y la ley propuesta por Montesquieu son una serie de generalizaciones, a menudo muy apresuradas, de datos históricos. Los diferentes sistemas de leyes positivas que se dan en diferentes sociedades políticas son relativos a una variedad de factores, como el carácter del pueblo, la naturaleza y los principios de las formas de gobierno, el clima, las condiciones económicas, etc. La totalidad de esas relaciones constituye" el espíritu de las leyes". Y lo que :Montesquieu quiere examinar es ese espíritu. Montesquieu habla primero de la relación de las leyes con el gobierno. Divide el gobierno en tres clases, "republicano, monárquico y despótico". Una república puede ser una democracia, si es el pueblo el que posee el poder supremo, o una aristocracia, si sólo una parte del pueblo posee el poder supremo. En una monarquía el príncipe gobierna de acuerdo con ciertas leyes fundamentales y hay en general "poderes intermedios". En un estado despótico no hay leyes fundamentales ni "depositarios) de ellas. "Por eso suele tener en esos países tanta influencia la religión, porque constituye una especie de depositario permanente, y si eso no puede decirse de la religión, será verdadero de las costumbres que se respetan como si fueran leyes." El principio del gobierno republicano es la virtud ciudadana; el del monárquico es el honor; el del despotismo es el temor. Dadas esas formas de gobierno y sus principios, prevalecerán probablemente ciertos tipos de sistema jurídico. "Entre la naturaleza y la forma de gobierno hay 55 esta diferencia, a saber, que su naturaleza es aquello por lo cual se constituye, y su principio aquello por lo cual obra. La una es su estructura particular, y el otro es las pasiones humanas que lo ponen en movimiento. Y las leyes han de tener en cuenta tanto el principio cuanto la naturaleza de cada gobierno." He descrito la teoría de Montesquieu como si no pretendiera ser más que una generalización empírica. Y una de las objeciones obvias contra ella, cuando se la interpreta así, es que su clasificación es tradicional y artificial, muy inadecuada como descripción de los datos históricos. Pero es importante observar que Montesquieu está hablando de tipos de gobierno ideales. Así, por ejemplo, detrás de todo despotismo existente podemos discernir un tipo ideal de gobierno despótico. De lo cual no se sigue en modo alguno que todo despotismo dado vaya a encarnar fielmente ese tipo ideal o puro en su estructura o en su "principio". La teoría tipológica no nos autoriza a inferir que en cualquier república dada el principio operativo vaya a ser la virtud ciudadana, o que en cualquier despotismo el principio operativo de la conducta sea el temor. Pero en la medida en que una forma de gobierno no encarna su tipo ideal se dice que es imperfecta. "Tales son los principios de los tres gobiernos, lo cual no quiere decir que en talo cual república los hombres sean virtuosos, sino que deberían serio. Ni prueba que en una determinada monarquía la gente tenga el sentido del honor, ni que en un determinado estado despótico la gente tenga una sensación de miedo, sino que así debería ser. Pues sin esas cualidades el gobierno será imperfecto." Montesquieu puede decir, por lo tanto, que bajo una .forma dada de gobierno habría que encontrar cierto sistema de leyes y no el que efectivamente se encuentra. El legislador ilustrado velará porque las leyes correspondan al tipo de sociedad política; pero la correspondencia no será un dato necesario. Afirmaciones análogas pueden hacerse acerca de la relación entre las leyes y las condiciones climáticas y económicas. El clima, por ejemplo, ayuda a formar el carácter y las pasiones de un pueblo. El carácter de los ingleses difiere del de los sicilianos. Y las leyes" deberían adaptarse al pueblo para el cual se promulgan, de tal modo que las de una nación resultaran muy improbablemente apropiadas para otra". Montesquieu no dice que el clima y las condiciones económicas determinan sistemas de leyes de tal modo que no sea posible un control inteligente de los mismos. Sino que ejercen una influencia poderosa sobre las formas de gobierno y los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit sistemas jurídicos; esa influencia no es como la de un hado determinante. El legislador prudente adaptará la ley a las condiciones climáticas y económicas. Pero eso quiere decir, por ejemplo, que en ciertas circunstancias tendrá que reaccionar conscientemente contra los efectos adversos del clima sobre el carácter y la conducta. El hombre no es simple juguete de condiciones y factores infrahumanos. Tal vez sea correcto distinguir dos ideas importantes en el marco de la teoría de Montesquieu. En primer lugar, la idea de los sistemas jurídicos como resultado de complejos factores empíricos. Aquí tenemos una generalización a partir de datos históricos, la cual se puede usar como hipótesis para una ulterior interpretación de la vida social y política del hombre. En segundo lugar, la idea de ideales operativo s en las sociedades humanas. La tipología de Montesquieu, pese a su originaria estrechez, puede, por lo tanto, entenderse en el sentido de la tesis de que toda sociedad política es la encarnación imperfecta de un ideal que ha sido un factor formativo implícito en su desarrollo y hacia el cual tiende, o del cual se está separando. La tarea del legislador prudente consistirá en discernir la naturaleza de ese ideal operativo y en adaptar la legislación a su realización progresiva. Si se interpreta de este modo, la tipología de Montesquieu se presenta como algo más que un resto de las clasificaciones griegas de constituciones. Se puede decir que Montesquieu está intentando expresar una genuina visión histórica con la ayuda de algunas categorías anticuadas. Pero si exponemos de este modo la teoría de Montesquieu, estaremos admitiendo que el autor se interesaba sólo por la comprensión de los datos históricos y que se satisfacía con un relativismo en cuanto al asunto político-jurídico mismo. Los sistemas jurídicos son resultado de diferentes complejos de factores empíricos. En cada sistema podemos ver un ideal operativo en acción. Pero no hay ningún criterio absoluto por referencia al cual el filósofo pueda comparar y estimar diferentes sistemas políticos y jurídicos. Mas esta interpretación sería equívoca en dos aspectos. En primer lugar, Montesquieu admite leyes de justicia inmutables. Dios, el creador y conservador del mundo, ha establecido leyes o derechos que gobiernan el mundo físico. Y "el hombre en cuanto ser físico está gobernado por leyes invariables como los demás cuerpos". Pero en cuanto ser inteligente o racional, está sometido a 56 leyes que es capaz de violar. Algunas de estas leyes son obra suya; pero otras no dependen de él. "Por lo tanto, tenemos que reconocer relaciones de justicia que son anteriores a la ley positiva que las promulga." "Decir que no hay nada justo o injusto sino lo mandado y prohibido por las leyes positivas es lo mismo que decir que antes de describir un círculo no todos los radios eran iguales." Suponiendo la idea de un estado de naturaleza, Montesquieu observa que antes de todas las leyes positivas se encuentran "aquellas leyes de naturaleza, así llamadas porque toman enteramente su fuerza de nuestro ser" y para conocer esas leyes hemos de considerar el hombre tal como era antes del establecimiento de la sociedad. "Las leyes admitidas en un estado así serían las leyes de naturaleza." Es discutible si esta idea armoniza bien con los demás aspectos de la teoría de Montesquieu. Pero no hay duda de que éste sostuvo la existencia de una ley moral natural anterior a todas las leyes positivas establecidas por la sociedad política. Podemos, pues, decir que su tratado acerca de la ley apunta a un tratamiento puramente empírico e inductivo de las instituciones políticas y legales, mientras que su teoría de la ley o el derecho natural es un resto de anteriores filosofías del derecho. Pero eso no quita que dicho resto sea un elemento real del pensamiento de Montesquieu. En segundo lugar, Montesquieu era un entusiasta de la libertad, y no un observador distanciado de los fenómenos históricos. Y así, en los libros XI y XII De l'esprit des lois se pone a analizar las condiciones de la libertad política, con el presupuesto de que la mejor constitución es la liberal. Su análisis puede consistir formalmente en dar significación a la palabra libertad según su uso en contextos políticos y en examinar luego las condiciones en las cuales se la puede conseguir y mantener. En teoría esto puede ser, por supuesto, también obra de un filósofo político que no tenga afición alguna a la libertad política o que sea indiferente al problema. Pero Montesquieu tiene presente durante su análisis la constitución inglesa, que él admiraba, y el sistema político francés, que le disgustaba. De modo que su análisis de la libertad política no es sólo un análisis abstracto, al menos por lo que hace a su espíritu y a su motivo. Pues lo que se pregunta es cómo ha de corregirse el sistema francés para que pueda albergar y mantener la libertad. La libertad política, piensa Montesquieu, no consiste en una falta total de vínculos, sino" sólo en poder hacer lo que deberíamos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 57 querer hacer y en no estar obligados a hacer lo que no deberíamos querer hacer". "La libertad es el derecho a hacer todo lo que las leyes permiten." En una sociedad libre ningún ciudadano se ve impedido de obrar de un modo permitido por la ley, y ninguno es obligado a obrar de un modo determinado si la ley le permite seguir su propia inclinación. Es posible que esa descripción de la libertad no resulte muy iluminadora; pero Montesquieu precisa luego que la libertad implica la separación de poderes. Esto es: los poderes legislativo, ejecutivo y judicial no deben encarnarse en la misma persona o en el mismo grupo de personas. Tienen que estar separados o ser independientes cada uno de los demás, de modo que puedan obrar como contrapesos los unos de los otros y constituir una protección contra el despotismo y el abuso tiránico del poder. en el ejercicio de sus funciones al control caprichoso del monarca o de sus ministros. Puede decirse con razón que lo que Montesquieu admiraba en la constitución inglesa era el resultado de un largo proceso de desarrollo, y no de la aplicación de una teoría abstracta acerca de la "separación de poderes". Pero tampoco estaba tan hipnotizado por su fórmula como para exigir, una vez interpretada la constitución inglesa como separación de poderes, que fuera servil mente copiada en su país. "¿Cómo voy a tener ese propósito, yo que pienso que el exceso de razón no es siempre deseable, y que los hombres se adaptan casi siempre mejor a los términos medios que a los extremos?" Montesquieu deseaba una reforma del sistema político francés, y la observación de la constitución inglesa le sugirió modos para practicar esa reforma sin una revolución drástica y violenta. Montesquieu dice explícitamente que ha llegado a esa definición de las condiciones de la libertad política a través de un examen de la constitución inglesa. En estados diferentes ha habido y hay otros ideales operativos. El ideal, la meta de Roma era el aumento del dominio; el del estado judío era la preservación e intensificación de la religión; el del estado chino era el orden público. Pero hay una nación, Inglaterra, que tiene como objetivo directo de su constitución la libertad política. "No hace falta mucho esfuerzo para descubrir la libertad política en una constitución. y puesto que podemos ver dónde existe, ¿ por qué habríamos de seguir su búsqueda?" Las ideas de Montesquieu acerca del equilibrio de poderes tuvieron influencia en América y en Francia, como se ve por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1791. Pero posteriormente se ha dado más importancia a su inaugural obra en el terreno del estudio empírico comparativo de las sociedades políticas y de las relaciones entre las formas de gobierno, los sistemas jurídicos y otros factores condicionantes. Algunos críticos han dicho que Montesquieu ve la constitución inglesa con los ojos de teóricos políticos tales como Harrington y Locke, y que cuando hablaba de la separación de poderes como rasgo distintivo de la constitución inglesa ignoraba o no entendía que la Revolución de 1688 había impuesto definitivamente la supremacía del Parlamento. Dicho de otro modo: un hombre que se hubiera basado exclusivamente en la observación de la constitución inglesa no habría dicho que la llamada separación de poderes fuera su característica principal. Pero aunque Montesquieu viera e interpretara la constitución inglesa a la luz de una teoría acerca de ella, y aunque la frase "separación de poderes" no fuera una descripción adecuada de la situación concreta, parece claro que esas palabras llamaban al menos la atención acerca de rasgos reales de aquélla. Es verdad que los jueces no constituían un "poder" en el sentido en que lo constituía el legislativo; pero, por otra parte, no estaban sometidos 5. Maupertuis En la sección dedicada a Fontenelle se atendió a su defensa de las teorías físicas de Descartes. La sustitución de Descartes por Newton se puede ilustrar con la actividad de Pierre Louis Moreau de Maupertuis (1698-1759), el cual atacó la teoría cartesiana de los torbellinos y defendió la newtoniana de la gravitación. Su defensa de las teorías de Newton contribuyó a su elección de fellow de la Royal Society. En 1736 dirigió una expedición a Laponia emprendida, por deseo de Luis XV, para realizar mediciones exactas del grado de latitud con objeto de determinar la forma de la Tierra. Los resultados de esas observaciones, publicados en 1783, confirmaron la teoría newtoniana segÚn la cual la Tierra tenía que ser algo achatada por los polos. En algunos respectos las ideas filosóficas de Maupertuis fueron empiristas y hasta positivistas. En 1750, actuando de presidente de la Academia Prusiana de Berlín por invitación de Federico'el Grande, publicó un Ensayo de Cosmología. En esta Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit obra habla, por ejemplo, del concepto de fuerza que nace en nuestra experiencia de la resistencia que nos oponen los obstáculos físicos. "La palabra fuerza expresa en su sentido propio una cierta sensación que experimentamos cuando queremos mover un cuerpo que estaba en reposo, o cambiar o detener el movimiento de un cuerpo que estaba en movimiento. La percepción que entonces tenemos está tan constantemente acompañada por un cambio en el reposo o el movimiento del cuerpo, que no podemos evitar creer que es la causa de este cambio. Por eso cuando vemos algún cambio en el estado de reposo o movimiento de un cuerpo pensamos indefectiblemente que ese cambio es el efecto de alguna fuerza. Y si no tenemos sensación alguna de esfuerzo hecho por nosotros para producir ese cambio y vemos otros cuerpos a los que atribuir el fenómeno, situamos la fuerza en ellos, como si a ellos perteneciera." En su origen, la idea de fuerza no es más que "un sentimiento del alma" y, como tal, no puede pertenecer a los cuerpos a los cuales la atribuimos. Pero no es peligroso hablar de una fuerza motriz presente en los cuerpos, siempre que recordemos que se trata sólo de "una palabra inventada para cubrir nuestro (defecto de) conocimiento, y que sólo significa un resultado de fenómenos". Dicho de otro modo: no debemos permitir una confusión debida al uso de la palabra fuerza, dando en pensar que exista una entidad oculta nombrada por ella. La fuerza se mide" sólo por sus efectos aparentes". En la ciencia física no salimos nunca del reino de los fenómenos. Y los conceptos fundamentales de la mecánica se pueden interpretar a base de las sensaciones. Maupertuis ha creído efectivamente que la impresión de conexión necesaria dada por los principios matemáticos y mecánicos se puede explicar de modo empirista, sobre la base, por ejemplo, de la asociación de ideas y la costumbre. Pero al mismo tiempo Maupertuis proponía una concepción teleológica de las leyes de la naturaleza. El principio fundamental de la mecánica es el de "la menor cantidad de acción" o "acción mínima". Este principio dice que "cuando algo cambia de lugar en la naturaleza, la cantidad de acción utilizada para ese cambio es siempre la menor posible. De este principio deducimos las leyes del movimiento". Dicho de otro modo: la naturaleza utiliza siempre la menor cantidad posible de la fuerza o energía necesaria para conseguir su finalidad. Esta ley de la acción mínima había sido ya utilizada por el matemático Fermat en su estudio de la óptica; pero Maupertuis le dio una aplicación universal. Samuel Konig, un 58 discípulo de Leibniz, sostuvo que éste se había adelantado a Maupertuis en la formulación de esa ley, y el filósofo francés intentó refutar esa afirmación. Pero la cuestión de la prioridad no tiene por qué interesamos aquí. La cuestión es que Maupertuis se consideraba autorizado a sostener que el sistema teleológico de la naturaleza muestra que ésta es obra de un creador omnisciente. El principio cartesiano de la conservación de la energía parece separar el mundo del gobierno de la Divinidad. "Pero nuestro principio, más conforme con las ideas que debemos tener de las cosas, deja al mundo constantemente necesitado del poder del Creador, y es una consecuencia necesaria del muy sabio uso de ese poder." En la edición de 1756 de sus Obras incluyó Maupertuis un Systeme de la Nature, una versión latina del cual había publicado ya bajo el seudónimo de Baumann con fecha 1751. En este ensayo negaba el filósofo la tajante distinción cartesiana entre el pensamiento y la extensión. En el fondo, dice Maupertuis, la repugnancia que se siente a atribuir inteligencia a la materia se debe simplemente al hecho de que siempre suponemos que la inteligencia tiene que ser como la nuestra. Pero, en realidad, hay una infinidad de grados de inteligencia, desde la vaga sensación hasta los procesos intelectuales claros. y cada entidad posee su grado de inteligencia. Maupertuis proponía, pues, cierta forma de hilozoísmo segÚn la cual hasta las cosas materiales más bajas poseen alguna vida y sensibilidad. A causa de esas doctrinas Maupertuis ha sido a veces clasificado entre los materialistas más crasos de la Ilustración Francesa, que se mencionarán después. Pero el filósofo se opuso a la interpretación de su doctrina por Diderot, que la entendió como un materialismo destructivo de toda base argumentativa en favor de la existencia de Dios. En su Respuesta a las Objeciones del señor Diderot, que añadió en apéndice a la edición del Systeme de la Nature de 1756, Maupertuis observa que cuando Diderot desea sustituir la atribución de percepciones elementales a las cosas materiales por la de sensaciones análogas a las del tacto no hace sino jugar con las palabras, pues la sensación es una forma de percepción, y las percepciones elementales no son lo mismo que las percepciones claras y distintas de las que nosotros disfrutamos. No hay diferencia real entre lo que dice "Baumann" y lo que Diderot quiere que diga. Es obvio que esas observaciones no resuelven la cuestión de si Maupertuis es un materialista o no. Pero la cuestión Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit es difícil. El filósofo ha sostenido que los grados superiores de la "percepción" se deben a combinación de átomos o partículas que gozan de percepción elemental, pero son puntos físicos, no puntos metafísicos como las mónadas de Leibniz. No hay duda de que ésa es una tesis materialista. Pero al mismo tiempo hay que tener presente que para Maupertuis son fenómenos, representaciones psíquicas no sólo las cualidades, sino incluso la extensión. Y Brunet ha podido sostener que en algunos aspectos la filosofía de Maupertuis se parece al inmaterialismo de Berkeley. El hecho es que mientras los escritos de Maupertuis contribuyeron sin duda al desarrollo del materialismo, su actitud personal fue demasiado equívoca para permitimos clasificarlo sin más entre los filósofos materialistas de la Ilustración Francesa. Por lo que hace a la interpretación de Diderot, es evidente que Maupertuis sospechó que el crítico fingía al hablar de las "terribles" consecuencias de la hipótesis de "Baumann", y que lo que de verdad deseaba era difundir dichas consecuencias rechazándolas verbalmente. 6. Voltaire y el deísmo Hemos visto que Fontenelle y Montesquieu creían que el sistema cósmico manifiesta la existencia de Dios. También Montesquieu creía en Dios. Lo mismo ocurre en el caso de Voltaire. Su nombre está muy vinculado con sus violentos y sarcásticos ataques no sólo a la Iglesia Católica como institución y a los defectos de los eclesiásticos, sino también a las doctrinas cristianas. Pero esto no altera el hecho de que Voltaire no fue un ateo. François Marie Arouet (1694-1778), que luego cambió de nombre y se firmó M. de Voltaíre, estudió en el colegio de los jesuitas de Louis-le-Grand en París. Después de dos visitas a la Bastilla llegó a Inglaterra en 1726 y vivió allí hasta 1739. Durante su estancia en Inglaterra se familiarizó con los escritos de Locke y Newton y desarrolló la admiración por la relativa libertad de la vida inglesa que se manifiesta en sus Cartas filosóficas. En otro lugar observa VoItaire que Newton, Locke y Clarke habrían sido perseguidos en Francia, encarcelados en Roma y quemados en Lisboa. Pero su celo por la tolerancia no le impidió expresar su viva satisfacción al oír en 1761 que el gobierno anticlerical de Lisboa había quemado a tres curas. 59 En 1734, Voltaire se retiró a Cirey y escribió allí el Tratado de Metafísica, que consideró más prudente no publicar. Su Filosofía de Newton apareció en 1738. Voltaire ha recibido la mayoría de sus ideas filosóficas de pensadores como Boyle, Locke y Newton, y tuvo sin ninguna duda mucho éxito al presentarlas en escritos lúcidos y agudos, haciéndolas comprensibles para la sociedad francesa. Pero no fue un filósofo profundo. Aunque influido por Locke, no era un filósofo de la misma categoría, y aunque escribió sobre Newton no era él mismo un físico matemático. En 1750, Voltaire pasó a Berlín, invitado por Federico el Grande, y en 1752 compuso su sátira de Maupertuis, Doctor Akakia. La sátira disgustó a Federico, y al enrarecerse así las relaciones entre el filósofo y su real mecenas, Voltaire dejó Berlín en 1753 y se trasladó a Ginebra. Su importante Essai Sur les moerss apareció en 1756. Voltaire adquirió una finca en Ferney en 1758. Candide apareció en 1759, el Tratado de la tolerancia en 1763, el Diccionario filosófico en 1764, El filósofo ignorante en 1766, un libro sobre Bolingbroke en 1767, la Profesión de fe teísta en 1768. En 1778 acudió a París para el estreno de su obra frene. Se le acogió con una ovación tremenda y murió poco después en la misma ciudad. En la edición Beuchot de 1829-1834, las obras completas de Voltaire componen unos setenta volúmenes, Fue filósofo, dramaturgo, poeta, historiador y novelista. Como hombre tenía sin ninguna duda dotes sobresalientes. Una imponente dosis de sentido común, Y su llamamiento en favor de una reforma de la administración de la justicia, junto con su esfuerzos por revelar desórdenes de la justicia -aunque su inspiración no fuera siempre clara- muestran alguna sensibilidad humana. Pero en general su carácter no fue muy admirable. Era vanidoso, vengativo, cínico y sin escrúpulos intelectuales. Sus ataques a Maupertuis, Rousseau y otros no contribuyen a su prestigio, Pero nada de lo que podamos decir acerca de los defectos de su carácter puede anular el hecho de que Voltaire resume brillantemente en sus escritos el espíritu de la Ilustración Francesa. En su obra acerca de los elementos de la filosofía newtoniana Vo]taire sostiene que el cartesianismo conduce Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit derechamente al spinozismo. "Conozco mucha gente a ]a cual el cartesianismo ha movido a no admitir más Dios que la inmensidad de las cosas, mientras que, por el contrario, no he visto newtoniano alguno que no fuera teísta en el más estricto sentido." "Toda la filosofía de Newton lleva necesariamente al conocimiento de un Ser Supremo que ha creado todas las cosas y lo ha dispuesto libremente todo." Si existe el vacío, la materia tiene que ser finita. Y si es finita, es contingente y dependiente. Además, la atracción y el movimiento no son cualidades esenciales de la materia. Por tanto, tienen que haber sido implantadas en ella por Dios. En su Tratado de Metafísica Voltaire ofrece dos líneas de argumentación en favor de la existencia de Dios. La primera es una argumentación a partir de la causalidad final. El mundo se compara con un reloj, y Voltaire sostiene que igual que al mirar un reloj cuyas manecillas señalan la hora uno concluye que ha sido fabricado por alguien con la finalidad de contar el tiempo, así también hay que inferir de la observación de la Naturaleza que ésta ha sido hecha por un Creador inteligente. El segundo argumento parte de la contingencia según las líneas trazadas por Locke y Clarke. Pero más adelante Voltaire prescindió de este segundo argumento y se contentó con el primero. Al final del artículo sobre ateísmo de su Diccionario filosófico observa que "los geómetras que no son filósofos han rechazado las causas finales, pero los verdaderos filósofos las admiten. Y, como ha dicho un autor conocido, el catecismo anuncia a Dios a los niños, mientras que Newton lo demuestra para el sabio". Y en el artículo "naturaleza" sostiene que ningún ensamblamiento casual puede dar razón de la universal armonía, o sistema. "Me llaman naturaleza, pero soy arte." Pero aunque Voltaire mantuvo hasta el final de su vida su creencia en la existencia de Dios, hubo un cambio en su opinión acerca de las relaciones entre el mundo y Dios. Al principio había compartido el optimismo más o menos cósmico de Leibniz y Pope. Así habla, en su obra sobre Newton, del ateo que niega a Dios por causa del mal que hay en el mundo, y luego observa que los términos bien y bienestar son equívocos. "Lo malo respecto de ti es bueno en el sistema general." ¿Y hemos de abandonar nuestra conclusión acerca de la existencia de Dios, conclusión a la cual la razón nos lleva, sólo porque los lobos devoran a los corderos y las arañas cazan a las moscas? "¿No ves, por el contrario, que esas 60 continuas generaciones constantemente devoradas constantemente reproducidas entran en el plan del universo?" y Pero el desastroso terremoto de Lisboa de 1755 impuso vivamente el problema del mal a la atención de Voltaire. Y éste expresó su reacción a la catástrofe en su poema sobre el desastre de Lisboa y en el Candide. En el poema reafirma la libertad divina, pero en sus escritos posteriores la hace necesaria. Dios es la causa primera o suprema, que existe eternamente. Pero la noción de causa sin efecto es absurda; por lo tanto, el mundo tiene que proceder eternamente de Dios. No es una parte de Dios, y es contingente en el sentido de que depende de Él en su existencia. Pero la creación es eterna y necesaria. y del mismo modo, como el mal es inseparable del mundo, es también necesario. Por lo tanto, depende de Dios; pero Dios no eligió el producirlo. Sólo si la creación fuera libre podríamos tomar a Dios por responsable del mal. Atendamos al hombre. En la Philosophie de Newton Voltaire cuenta que varias personas que habían conocido a Locke le contaron que Newton había dicho, en conversación con aquél, que nuestro conocimiento de la naturaleza no es lo bastante extenso para permitimos afirmar la imposibilidad de que Dios conceda el don de pensar a una cosa extensa. Parece claro que Voltaire consideraba que la teoría del alma como ser sustancial inmaterial es una hipótesis .innecesaria. En el artículo "alma" del Diccionario filosófico sostiene que términos como "alma espiritual" son meras palabras para encubrir nuestra ignorancia. Los griegos distinguían entre alma sensitiva y alma intelectual. Es evidente que la primera no existe, "no es sino la moción de nuestros órganos". Y la razón no puede hallar pruebas mejores en favor de la existencia del alma superior que las halladas a propósito de la del alma inferior. "Sólo por la fe se la puede conocer." En este lugar Voltaire no escribe con todas las letras que no existe un alma espiritual e inmortal, pero su opinión queda" suficientemente clara en otros. Por lo que hace a la libertad humana en sentido psicológico Voltaire ha variado de opinión. En su Tratado de Metafísica defendía la realidad de la libertad apelando al testimonio inmediato de la consciencia, que se resiste a todas las objeciones teóricas. En la Philosophie de Newton procede, en cambio, a una distinción. En ciertos asuntos triviales, en los que no hay motivo que me incline a obrar de un modo y no de otro, se puede decir que tengo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit libertad de indiferencia. Por ejemplo, puedo elegir entre girar a la derecha o a la izquierda, y si no tengo especial inclinación en un sentido ni especial aversión a la otra posibilidad, la elección será resultado de mi propia volición. Como es obvio, libertad de "indiferencia" se toma aquí en un sentido muy literal. En todos los demás casos, cuando somos libres tenemos la libertad que se llama espontaneidad, "o sea, que cuando tenemos motivos, nuestra voluntad está determinada por ellos. Y esos motivos son siempre el resultado final de la comprensión o del instinto". En este caso la libertad se admite nominalmente, pero tras haber trazado esa distinción Voltaire pasa a decir que "todo tiene su causa, por lo tanto, tu voluntad la tiene. Y por lo tanto no se puede querer sino como consecuencia de la última idea que uno ha recibido... Por eso el prudente Locke no se aventura a pronunciar la palabra libertad; una voluntad libre le parece una quimera. No conoce más libertad que el poder hacer lo que uno quiere". En resolución, "tenemos que admitir que es imposible contestar a las objeciones contra la libertad como no sea mediante una vaga elocuencia; es un triste asunto acerca del cual el sabio teme incluso pensar. Sólo una reflexión puede consolamos, a saber, que cualquiera que sea el sistema que uno adopte, cualquiera que sea el fatalismo por el cual se consideren determinadas nuestras acciones, uno obrará siempre como si fuera libre". Y en el capítulo siguiente Voltaire propone una serie de objeciones contra la libertad de indiferencia. En su artículo "Libertad" del Diccionario filosófico Voltaire dice redondamente que libertad de indiferencia es "una frase sin sentido inventada por gente que tenía muy poco". Lo que uno quiere está determinado por motivos, pero uno es libre de obrar o no obrar en el sentido de que se puede o no tener el poder de realizar la acción que se desea realizar. "La voluntad no es libre, pero lo son los actos; se es libre de obrar cuando se tiene el poder de obrar. En el Filósofo ignorante, Voltaire sostiene que la idea de voluntad libre es absurda, porque una voluntad libre sería una voluntad sin razón suficiente que caería fuera del curso de la naturaleza. Sería muy curioso que "un pequeño animal de cinco pies de estatura" fuera una excepción al reino universal de la ley. Obraría por azar: pero el azar no existe. "Hemos inventado esa palabra para expresar el efecto conocido de una causa desconocida. Por lo que hace a la consciencia o sentimiento de la libertad, es perfectamente compatible con la determinación de nuestra 61 voluntad. Lo único que muestra es que uno puede hacer lo que le plazca cuando tiene el poder de realizar la acción que deseaba. Esta afirmación de determinismo no significa que Voltaire descarte la idea de ley moral. Ha expresado su acuerdo con Locke acerca de la ausencia de principios morales innatos. Pero estamos conformados por Dios dé tal manera que en el curso del tiempo acabamos por ver la necesidad de la justicia. Sin duda solía Voltaire llamar la atención acerca de la variabilidad de las convicciones morales. Así por ejemplo, en el Tratado de Metafísica observa que lo que en una región se llama virtud se llama vicio en otra, y que las reglas morales son tan variables como las lenguas y las modas. Pero al mismo tiempo "hay leyes naturales respecto de las cuales tienen que concordar todos los seres humanos en todas las partes del mundo". Dios ha facilitado al hombre ciertos sentimientos inalienables que son vínculos eternos y dan origen. a las leyes fundamentales de la sociedad humana. El contenido de la ley fundamental parece muy restringido, y consiste principalmente en no ofender a los demás y en buscar lo que es agradable para uno mismo, siempre que esto no implique injuria a los semejantes. Del mismo modo que siempre mantuvo una posición deísta (o teísta, como él decía), así también Voltaire evitó las ú timas consecuencias relativistas en moral. Es verdad que no era una característica de Voltaire el profundo sentimiento religioso que puede encontrarse en Pascal; ni tampoco el exaltado idealismo moral. Pero rechazaba el relativismo ético extremo igual que el ateísmo. Hemos dicho que Voltaire adoptó una posición determinista por lo que hace a la libertad humana en sentido psicológico. Al mismo tiempo era un resuelto defensor de la libertad política. Al igual que Locke, creía en una doctrina de los derechos humanos que debía ser respetada por el estado; y, al igual que Montesquieu, admiraba las condiciones de libertad existentes en Inglaterra. Pero es necesario saber qué entendía por libertad política. En primer lugar y por encima de todo pensaba en la libertad de pensamiento y de expresión. Dicho de otro modo, lo que más le preocupaba era la libertad para los philosophes, por lo menos para los que coincidieran con Voltaire. No era un demócrata, en el sentido de que deseara promover el poder popular. Es verdad que sostenía la tolerancia, considerada necesaria para el progreso científico y económico, y que le repugnaba el despotismo tiránico. Pero se reía de las ideas de Rousseau acerca de la igualdad, y su ideal es una Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 62 monarquía benévola ilustrada por la influencia de los filósofos. Desconfiaba de los soñadores y de los idealistas; y su correspondencia muestra que en su opinión la canalla, como gustaba de llamar al pueblo, seguiría siendo siempre una canalla. Era perfectamente posible asegurar bajo la monarquía francesa mejores condiciones de libertad y tolerancia y un criterio mejor para el procedimiento judicial, siempre que se quebrantara el poder de la Iglesia y que el dogma y la superstición del Cristianismo se sustituyeran por la ilustración filosófica. Nunca pensó Voltaire que la salvación pudiera venir del pueblo ni de una insurrección violenta. Así pues, aunque sus escritos contribuyeran a preparar el terreno para la Revolución, sería un gran error pintar a Voltaire como un hombre que prevé la Revolución o la promueve conscientemente en la forma que realmente tomó. El enemigo de Voltaire no era el monarca, sino el clero. No le interesaba liberalizar la constitución en el sentido propuesto por la "separación" o "división de poderes" de Montesquieu. Hasta se puede decir que Voltaire prefería un aumento del poder de la monarquía para liberarla de influencia clerical. base de la vida moral. Y en Francia Voltaire, al que generalmente se retrata como encarnación verdadera de la inteligencia crítica y un tanto superficial, declaraba que sin las pasiones no habría progreso humano. Pues las pasiones son una fuerza motivad ora del hombre; son los engranajes que ponen las máquinas en marcha. Análoga mente nos dice Vauvenargues que "nuestras pasiones no se distinguen de nosotros mismos; algunas de ellas son el entero fundamento y la entera sustancia de nuestra alma". La verdadera naturaleza del hombre se encuentra en las pasiones, no en la razón. Esas observaciones no deben entenderse en el sentido de que Voltaire fuera un enemigo del progreso. Por el contrario, ha sido uno de los divulgadores más influyentes de esa idea. Pero el término significaba para él el reino de la razón, progreso intelectual, científico y económico más que progreso político, si es que por éste se entiende la transición a la democracia, al poder del pueblo. Pues en opinión de Voltaire el monarca ilustrado es el que más probablemente promoverá el progreso en la ciencia, la literatura y la tolerancia de las ideas. El primer libro de la obra de Vauvenargues está dedicado al espíritu (esprit). "El objeto de este primer libro es dar a conocer por definiciones y reflexiones fundadas en experiencia las varias cualidades de los hombres que se comprenden bajo el nombre de espíritu. Los que estudian las causas físicas de dichas cualidades podrán acaso hablar de ellas con menos incertidumbre si se consigue en este libro desarrollar los efectos cuyos principios ellos estudian." Vauvenargues no estaba de acuerdo con los que tendían a subrayar la igualdad de todos los espíritus. En su obra discute brevemente cierto número de cualidades que en el caso normal son recíprocamente excluyentes y originan diversos tipos de espíritu. También acentúa el concepto de genio, en el que ve una combinación de cualidades normalmente independientes. "Creo que no hay genio sin actividad. Creo que el genio depende en gran parte de nuestras pasiones. Creo que nace del encuentro de .muchas cualidades diferentes y de las secretas armonías de nuestras inclinaciones con nuestras luces. Cuando falta una de esas condiciones necesarias no hay genio, o lo hay sólo imperfecto... La necesidad de ese encuentro de cualidades mutuamente independientes es aparentemente la causa de que el genio sea siempre tan escaso." Pese a que las teorías de Montesquieu se han estudiado en este capítulo, me propongo, en cambio, reservar las opiniones de Voltaire acerca de la historia para el capítulo dedicado al nacimiento de la filosofía de la historia. 7. Vauvenargues Al pensar en el período conocido por Ilustración o Edad de la Razón uno tiende naturalmente a imaginar una exaltación de la inteligencia crítica y fría. Pero fue Hume una de las más grandes figuras de la Ilustración, el que dijo que la razón es y ha de ser esclava de las pasiones, y el que identificó en el sentimiento la Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues, nació en 1715. Desde 1733 era oficial en los ejércitos del rey; intervino en varias campañas hasta que perdió la salud. Pasó los dos últimos años de su vida en París, amigo de Voltaire. Murió en la-ciudad en 1747. El año antes de morir había publicado su Introducción al conocimiento del espíritu humano, seguida por las Reflexiones críticas acerca de algunos poetas. A posteriores ediciones (póstumas) se añadieron máximas y otros escritos. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En el segundo libro trata Vauvenargues de las pasiones que, "como dice el señor Locke", se fundan todas en el placer y el dolor. Éstos tienen que referirse respectivamente a la perfección y la imperfección. O sea, el hombre es naturalmente aficionado a su ser, y si su ser no fuera imperfecto, sino que se desarrollara siempre sin obstáculo ni imperfección, no sentiría nunca sino placer. Pero, tal como las cosas son, experimentamos placer o dolor, y "de la experiencia de esos dos contrarios derivamos la idea de bien y mal". Las pasiones (por lo menos las que llegan" por el órgano de la reflexión" y no son meras impresiones inmediatas de los sentidos) se fundan en "el amor del ser o de la perfección del ser, o en el sentimiento de nuestra imperfección". Hay, por ejemplo, personas en las cuales el sentimiento de su imperfección es más vivo que el de la perfección, capacidad o poder. Hay pasiones como la ansiedad, la melancolía, etc. Grandes pasiones nacen de la unión de los dos sentimientos, el de nuestra potencia y el de nuestra imperfección o debilidad. Pues" el sentimiento de nuestras miserias nos mueve a salir de nosotros mismos, y el sentimiento de nuestros recursos nos anima a actuar y nos pone en esperanza". En el tercer libro Vauvenargues trata del bien y el mal morales. Hemos visto que la idea de bien y mal se funda en experiencias de placer y dolor. Pero gentes diferentes hallarán placer y dolor en cosas también diferentes. Diferirán, por lo tanto, sus ideas de bien y mal. "Para que la sociedad entera tome algo por bueno, esto ha de tender al beneficio de toda la sociedad. Y para que algo sea tenido por malo ha de tender a la ruina de la sociedad. Ésta es la gran característica del bien y el mal morales." Puesto que los hombres son imperfectos y no auto suficientes, necesitan la sociedad. Y la vida social acarrea la fusión del interés particular de cada cual con el interés general. “Éste es el fundamento de toda moralidad." Pero la búsqueda del bien común implica sacrificio, y no todo el mundo está espontáneamente dispuesto a realizar esos sacrificios. De aquí la necesidad de la ley. Por lo que hace a la virtud y el vicio, "la única definición que es digna de la virtud y que fija su idea es la preferencia por el interés general respecto del personal. Y a la inversa, el sacrificio egoísta de la felicidad pública por el interés propio es la señal eterna del vicio". Mandeville puede sostener que los vicios privados son beneficios públicos y que el comercio no florecería sin avaricia y vanidad. Pero aunque eso sea verdad en cierto sentido, tiene que 63 admitirse también que el bien producido por el vicio va siempre mezclado con grandes males. Y si se consigue contrapesar éstos y tenerlos subordinados al bien público, ello se debe a la razón y a la virtud. Vauvenargues propone consiguientemente una interpretación utilitarista de la moralidad. Pero al igual que en su primer libro dedica mucha atención al concepto de genio, así también atiende en el tercero, con una discusión especial, al concepto de la grandeza de alma. "La grandeza de alma es un instinto sublime que mueve a los hombres hacia lo que es grande, de cualquier naturaleza que ello sea, pero les dirige hacia el bien o hacia el mal según sus pasiones, sus luces, su educación, su fortuna, etc." La grandeza de alma es pues en sí misma moralmente indiferente. Cuando va unida con el vicio es peligrosa para la sociedad (Vauvenargues menciona a Catilina), pero sigue siendo grandeza de alma. "Cuando hay grandeza la notamos pese a nosotros mismos. Siempre se ha atacado la gloria del conquistador; la gente ha sufrido siempre por su culpa, pero siempre le ha respetado." No es sorprendente que Nietzsche, con su concepción del superhombre que se encuentra "más allá del bien y del mal", sintiera simpatía por Vauvenargues. Pero éste; por supuesto, no estaba negando lo que había dicho acerca del carácter social de la moralidad. Estaba atendiendo simplemente a la complejidad de la naturaleza y el carácter humanos. "Hay vicios que no excluyen grandes cualidades y, consiguientemente, hay grandes cualidades que no se relacionan con la virtud. Reconozco esta verdad con tristeza... (Pero) los que pretenden que el hombre sea completamente bueno o completamente malo no conocen la naturaleza. En el hombre está todo mezclado y todo limitado, y ha ta el vicio tiene en él sus límites." Entre las Máximas de Vauvenargues se encuentran bastantes recuerdos obvios de Pascal. "La razón no conoce los intereses del corazón." "Los grandes pensamientos vienen del corazón." Y también encontramos en ellas la insistencia en el papel fundamental de las pasiones sobre el cual hemos llamado ya la atención. "Tal vez debamos a las pasiones las mayores excelencias del espíritu." "Las pasiones han enseñado al hombre la razón. En la infancia de todos los pueblos, igual que en la de los individuos, el sentimiento ha precedido siempre a la reflexión y ha sido su primer maestro." Tal vez valga la pena recordar este punto, puesto que fácilmente se tiende a entender la Edad de la Razón Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit como una época en la cual el sentimiento y la pasión fueron despreciados en favor de la fría razón analítica. No sería completamente correcto decir que Vauvenargues no fue un escritor sistemático meramente por el hecho de que su obra consta más de aforismos que de discusiones desarrolladas. En su obra acerca del espíritu humano hay una ordenación más o menos sistemática de su pensamiento. En el discurso preliminar indicaba que las circunstancias no le habían permitido realizar su plan primero. En cualquier caso, Vauvenargues se interesaba más por la distinción y la descripción de las diferentes cualidades del espíritu y de las diferentes pasiones que por la investigación de las causas de los fenómenos psíquicos, como él decía. Hemos de dirigimos a Condillac para encontrar un estudio del modo como las operaciones y funciones mentales se derivan de un fundamento primitivo. 8. Condillac y el espíritu humano Étienne Bonnot de Condillac (1715-1780) empezó la carrera del sacerdocio en el seminario de Saint-Sulpice. Pero dejó el seminario en 1740 para dedicarse a la filosofía. De 1758 a 1767 fue tutor del hijo del duque de Parma. La primera publicación de Condillac fue el Essai sur l' origine des connaissances humaines (Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos, 1746) que lleva claramente la huella del empirismo de Locke. Eso no significa que Condillac se haya limitado a reproducir la doctrina del filósofo inglés. Pero sí que estaba de acuerdo con los principios generales de éste, según los cuales hay que reducir las ideas complejas a ideas simples y atribuir a éstas un origen empírico. Al discurrir el desarrollo de nuestra vida mental Condillac da gran importancia a la función desempeñada por el lenguaje. Las ideas no se fijan, por así decirlo, más que por su asociación con un signo o una palabra. Por ejemplo, cuando contemplo la hierba tengo una sensación de verde, los sentidos me transmiten una simple idea de verde. Pero esa experiencia aislada -que, por supuesto, se puede repetir indefinidamente- no se convierte en objeto de reflexión ni puede entrar en combinación con otras ideas más que por su vinculación con un signo o símbolo, que es la 64 palabra verde. El material básico del conocimiento es, pues, la asociación de una idea con un signo; y en virtud precisamente de esa asociación somos capaces de desarrollar una compleja vida intelectual de acuerdo con nuestra creciente experiencia del mundo y con nuestras necesidades e intenciones. Es verdad que el lenguaje ordinario es defectuoso, porque no encontramos en él la correspondencia perfecta entre el signo y lo significado que tenemos en el lenguaje matemático. Pero, a pesar de eso, si somos seres inteligentes, capaces de reflexión, es porque poseemos el don del lenguaje. En su Traité des systemes (Tratado de los sistemas, 1749) Condillac somete a crítica el "espíritu de sistema" manifiesto en la filosofía de pensadores como Descartes, Malebranche, Spinoza y Leibniz. Los grandes filósofos racionalistas intentaron construir sistemas procediendo a partir de los primeros principios y las definiciones. Esto se aplica particularmente a Spinoza. Pero el sistema llamado geométrico es inútil para desarrollar un conocimiento real del mundo. Un filósofo puede imaginar que sus definiciones expresan una aprehensión de las esencias, pero en realidad son arbitrarias. Propiamente, son arbitrarias a menos que se conciban como mera formulación de los sentidos en que de hecho se usan determinadas palabras. Si son más que definiciones de diccionario, por así decirlo, no pueden cumplir la función que se les asigna en los sistemas filosóficos. Eso no significa, desde luego, que Condillac condene todos los esfuerzos por sistematizar el conocimiento. Criticar el espíritu de sistema, el intento de desarrollar una filosofía a partir de la mera razón, y de un modo apriórico, nll es condenar la síntesis. Un sistema, en el sentido aceptable de la palabra, es una disposición ordenada de las partes de una ciencia, de tal modo que se manifiesten claramente las relaciones entre ellas. Sin duda habrá principios. Pero principios significará sólo, en este caso, fenómenos conocidos. De este modo Newton construyó un sistema mediante el uso de los conocidos fenómenos de la gravitación, tomados como principio, a la luz del cual explicar fenómenos como el movimiento de los planetas y las mareas. Ideas análogas encontramos en la Lógica de Condillac, que apareció póstumamente en 1780. Los grandes metafísicos del siglo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit XVII siguieron un método sintético tomado de la geometría, con su proceder deductivo a partir de definiciones. Y, como hemos visto, ese método no puede damos un conocimiento real de la naturaleza. Pero el método analítico no sale nunca de la esfera de lo dado. Podemos partir de un dato confuso y analizarlo en sus distintas partes; podemos recomponer el todo de una forma sistemática. Éste es el método natural, el método que sigue el espíritu humano para desarrollar naturalmente su conocimiento. ¿Cómo llegamos, por ejemplo, a conocer un paisaje o una región? Primero tenemos una impresion confusa de ella, luego procedemos gradualmente a un conocimiento distinto de sus varios rasgos componentes y así llegamos a ver cómo esos rasgos juntos componen el todo. Al desarrollar una teoría del método no se trata de elaborar una noción a priori de método ideal; lo que tenemos que estudiar es cómo trabaja realmente el espíritu cuando desarrolla su conocimiento. En ese estudio se ver que no hay un método único ideal y fijo. El orden según el cual hemos de estudiar las cosas depende de nuestras necesidades y de nuestras intenciones. Y si deseamos estudiar la naturaleza, adquirir un conocimiento real de las cosas, hemos de permanecer dentro de la esfera de lo dado, dentro del orden fenoménico que nos es dado, en última instancia, en la experiencia sensible. Condillac es sobre todo conocido por su Traité des sensations (Tratado de las sensaciones, 1754). Locke ha distinguido entre ideas de la sensación e ideas de la reflexión, admitiendo así dps fuentes de las ideas: la sensación y la reflexión o introspección. En su primera obra acerca del origen de los conocimientos humanos, Condillachabía adoptado más o menos exactamente la tesis de Locke. Pero en el Tratado de las sensaciones rompe claramente con la teoría de Locke acerca del origen dual de las ideas. No hay más que un origen de las ideas, a saber, la sensación. En opinión de Condillac, Locke ha tratado inadecuadamente las ideas de la reflexión, esto es, los fenómenos psíquicos. Ha analizado las ideas complejas, Como las de sustancia, en ideas simples; pero admitiendo sin más las operaciones mentales del comparar, el juzgar, el querer, etc. Por eso es posible ir más allá de Locke. Hay que mostrar cómo esas operaciones mentales y esas funciones mentales son ellas mismas reducibles a la larga a sensaciones. Es verdad que no se las puede llamar a todas ellas sensaciones; pero son "sensaciones trasformadas". Esto es: el 65 entero edificio de la vida psíquica consta de sensaciones. Mostrar eso es la tarea que Condillac se propone en su Tratado de las sensaciones. Para argumentar su tesis Condillac propone al lector que se imagine una estatua que va siendo gradualmente dotada de sentidos, empezando por el del olfato. E intenta mostrar cómo puede explicarse toda la vida mental del hombre en base a la hipótesis de que esa vida nace de las sensaciones. La analogía de la estatua es un tanto artificial. Pero lo que Condillac desea es que su lector se imagine completamente desprovisto de conocimiento y que reconstruya con él sus operaciones mentales sobre la base de sensaciones elementales. Su planteamiento del problema del origen de nuestras ideas fue estimulado por los datos suministrados por la experiencia de ciegos de nacimiento felizmente operados de cataratas por Cheselden, el cirujano de Londres, así como por el estudio de la psicología de los sordomudos por Diderot. En el Tratado de las sensaciones Condillac habla con cierta extensión de los datos suministrados por una de las operaciones de Cheselden. Uno de los rasgos principales del tratado es el modo como Condillac intenta mostrar que cada sentido, tomado separadamente, puede engendrar todas las facultades. Tomemos, por ejemplo, un hombre (representado por una estatua) cuyo ámbito de conocimiento se limite al sentido del olfato. "Si damos a la estatua una rosa para que la huela, para nosotros se trata de una estatua oliendo una rosa, pero para ella misma no hay más que olor de rosa." O sea, el hombre no tendrá idea ni de la materia, ni de cosas externas, ni de su propio cuerpo. Para su propia consciencia él mismo no será más que una sensación de olor. Supongamos que el hombre no tiene más que esa sensación, el olor de una rosa. Esto es 'atención'. Cuando se retira la rosa queda una impresión, más o menos fuerte según la mayor o menor intensidad de la atención. Aquí tenemos el nacimiento de la memoria. La atención a la sensación pasada es la memoria, un mero modo de sentir, pues. Supongamos luego que el hombre, tras haber olido repetidamente los perfumes de rosas y claveles, huele una rosa. Su atención pasiva queda dividida entre los recuerdos de los perfumes de rosas y claveles. Entonces tenemos una comparación, que consiste en prestar atención a dos ideas al mismo tiempo. Y "donde hay comparación hay juicio. Un juicio no es sino la percepción de una relación entre dos ideas que se Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit comparan". Y si el hombre, al tener presente una sensación desagradable de olor, recuerda una pasada sensación agradable, tenemos la imaginación. Pues la memoria y la imaginación no difieren en cualidad. Además, el hombre puede formar ideas, particulares y abstractas. Algunos olores son agradables, otros son desagradables. Si el hombre adquiere la costumbre de separar las ideas de satisfacción e insatisfacción de sus varias modificaciones particulares, poseerá ideas abstractas. Análogamente puede formar ideas de números al recordar varias sensaciones sucesivas distintas. Ahora bien, toda sensación de olor es agradable o desagradable. Y si el hombre que ahora experimenta una sensación desagradable recuerda una pasada sensación agradable siente la necesidad de volver a alcanzar el anterior estado, más feliz. Esto suscita el deseo. Pues" el deseo no es sino la acción de esas facultades cuando se dirigen a las cosas cuya necesidad sentimos". Y un deseo que expulse a los demás o llegue a ser, al menos, dominante es una pasión. Así llegamos a las pasiones de amor y odio. "La estatua ama un olor agradable que tiene o desea tener. Y odia el olor desagradable que le molesta." Además, si la estatua recuerda que el deseo que ahora experimenta ha sido seguido en otras ocasiones por satisfacción, pensará que puede satisfacer su deseo. Y en este caso se dice que quiere, que ejerce la voluntad. "Pues por voluntad entendemos un deseo absoluto, o sea, como pensando que la cosa deseada está en nuestro poder." Así intenta mostrar Condillac que todas las operaciones mentales pueden derivarse de la sensación de olor. Está claro que si consideramos nuestras facultades y nuestras operaciones como meras sensaciones de olor transformadas, su campo será muy limitado. Y lo mismo podemos decir de la autoconciencia de un hombre limitado al sentido del olfato. "Su Yo (el de la estatua) no es sino la colección de las sensaciones que experimenta y de las que la memoria le recuerda." Sin embargo, "aunque con un solo sentido, el entendimiento tiene tantas facultades como con los cinco juntos". ("Entendimiento" es aquí, simplemente, el nombre aplicado a las facultades cognoscitivas en su conjunto.) Luego considera el oído, el tacto y la vista. Condillac sostiene que aunque la combinación del olfato, el oído, el tacto y la vista multiplica los objetos de la atención humana, los deseos y los 66 placeres, no produce, en cambio, un juicio de exterioridad. La estatua" seguirá sin ver más que sí misma... No sospechará que debe su modificación a causas externas... Ni siquiera sabe que tiene un cuerpo". Dicho de otro modo: el sentido del tacto es el responsable verdadero del juicio de exterioridad. Las ideas de Condillac han variado algo en este punto. En la primera edición del Tratado de las sensaciones consideraba que el conocimiento de la exterioridad es independiente del movimiento. Pero en la segunda edición admitía que la noción de exterioridad no nace con independencia del movimiento. De todos modos, el tacto sigue siendo la causa primaria de la noción. Cuando un niño se pasa la mano por el cuerpo" se siente a sí mismo en todas las partes del cuerpo". "Pero al tocar un cuerpo ajeno el Yo que se siente modificado en la mano no se siente modificado en el cuerpo ajeno. El yo no recibe del cuerpo ajeno la respuesta que recibe de la mano. Por lo tanto, la estatua juzga que estos modos están todos fuera de ella." Cuando el tacto se une gradualmente a los demás sentidos, el hombre va descubriendo sus propios órganos de los sentidos y juzga que las sensaciones de olor, sonido, etc., son causadas por objetos externos. Por ejemplo, tocando una rosa y acercándola o alejándola de la cara, un hombre puede llegar a formar juicios acerca del órgano del olfato y acerca de la causa externa de sus sensaciones de olor. Análogamente, sólo mediante combinación con el tacto puede aprender la vista a ver la distancia, el tamaño y el movimiento. Nos hemos acostumbrado de tal modo a estimar el tamaño, la forma, la distancia y la situación por medio de la vista que nos inclinamos naturalmente a creer que esos juicios se deben simplemente a la visión. Pero no es así. Tal vez valga la pena notar de paso un cambio de opinión de Condillac entre la publicación de su Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos y su Tratado de las sensaciones. En la primera obra parece mantener que el vínculo entre la idea y el signo o símbolo es necesario para la comprensión. En la segunda obra se ha modificado el punto de vista. Al tratar, por ejemplo, el hombre limitado al sentido del olfato Condillac admite que ese hombre puede tener alguna idea de número. Puede tener las ideas de uno y uno y uno. Pero según Condillac "la memoria no capta con distinción cuatro unidades a la vez. Más allá de tres no presenta sino una muchedumbre indeterminada... Lo que nos ha enseñado a ampliar nuestro punto de vista es el arte del cifrado". De este modo en el Tratado Condillac sostiene que la comprensión y el uso de ideas son anteriores al lenguaje, aunque el lenguaje es Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 67 necesario para el desarrollo de nuestra vida mental más allá de un estadio rudimentario. más tarde en la interpretación voluntarista de la vida intelectual del hombre que se encuentra, por ejemplo, en Schopenhauer. El resultado del Tratado es que "en el orden natural todo conocimiento surge de sensaciones". Todas las operaciones mentales del hombre, incluso las que generalmente se consideran superiores, se pueden explicar como" sensaciones transformadas". De este modo pensaba Condillac haber dado un preciso paso más allá de Locke. Este último había pensado que las facultades del alma son cualidades innatas; no había sospechado que pudieran originarse en la sensación misma. Acaso pueda objetarse que la formulación de Condillac no es suficientemente exacta, pues Locke había insinuado que nunca se ha mostrado que sea imposible para Dios el conceder a la materia la facultad de pensar. Pero en la práctica Locke se había dedicado a analizar y reducir a sus fundamentos empíricos las ideas a las cuales se aplican nuestras facultades; y no hizo lo mismo con las facultades o funciones psíquicas. La teoría de Condillac, la tesis de que las operaciones mentales son sensaciones trasformadas, parece indicar a primera vista una posición materialista. Y esta impresión aumenta por su costumbre de hablar de las "facultades" del alma como de funciones derivadas de la sensación, lo cual puede entenderse en el sentido de que el alma humana es ella misma material. ¿No añade, además, que el hombre no es sino la suma de sus adquisiciones? "Al darle (a la estatua) nuevos modos de ser y nuevas sensaciones hemos visto que formaba deseos, que aprendía por la experiencia a regularlos y satisfacerlos, y que pasaba de necesidades a necesidades, de conocimientos a conocimientos, de placeres a placeres. Por lo tanto, la estatua no es sino la suma de todo lo que ha adquirido. ¿No puede ocurrir lo mismo con el hombre?" El hombre puede ser la suma de sus adquisiciones; y éstas son sensaciones trasformadas. Ahora bien: en su Essay concerning Human Understanding Locke había sostenido que la voluntad está determinada por "un malestar del espíritu debido a la necesidad de algún bien ausente". Malestar o agitación es lo que "determina la voluntad de las sucesivas acciones voluntarias de las que se compone la mayor parte de nuestras vidas y por las que llegamos a fines diferentes por vías diferentes". Condillac desarrolló y amplió el campo de esta idea. Así en el Extrait raisonné que añadió a posteriores ediciones del Tratado de las sensaciones sostuvo que la "inquietud (inquiétude) es el primer principio que nos da los hábitos del tacto, la vista, el oído, el sentir, el gusto, la comparación, el juicio, la reflexión, el deseo, el amor, el temor, la esperanza, y que, en una palabra, la inquietud da nacimiento a todos los hábitos del espíritu y del cuerpo". Por lo tanto, todos los fenómenos psíquicos dependen de la inquietud, la cual no es tanto anticipación de un bien cuanto malestar o falta de calma en ciertas condiciones. Por todo eso puede tal vez decirse que Condillac da un fundamento "voluntarista" al entero proceso por el cual se desarrolla la vida mental. La atención tiene que explicarse por relación a la necesidad sentida; y la memoria está dirigida por el apetito y el deseo, más que por mera asociación mecánica de ideas. En su Traité des animaux Condillac precisa que en su opinión el orden de nuestras ideas depende en última instancia de la necesidad o el interés. Se trata, sin duda de una teoría fecunda. Daría sus frutos Me parece difícil negar que la teoría de Condillac haya contribuido a promover una visión materialista, pues tuvo su influencia sobre los autores materialistas. Pero Condillac mismo no fue un materialista. No lo era, por de pronto, en el sentido del que sostiene que sólo existen los cuerpos y sus modificaciones. Pues no sólo afirmó la existencia de Dios como causa suprema, sino que también mantuvo la teoría de un alma inmaterial, espiritual. No pretendió reducir el alma a un haz de sensaciones. Más bien presupuso el alma como simple centro de unidad, e intentó sobre esa base reconstruir su actividad según la hipótesis de que todos los fenómenos psíquicos son en última instancia derivables de sensaciones. Es, sin duda, discutible que su análisis reductivo y su aceptación de un alma humana espiritual se compadezcan bien. Pero, en cualquier caso, es inexacto describir a Condillac como materialista. En segundo lugar, el mismo Condillac dejó como cuestión irresuelta la de si existen o no cosas extensas. Como hemos visto, decía al principio que el tacto nos garantiza la exterioridad. Pero pronto se dio cuenta de que explicar el modo como surge la idea de exterioridad no es lo mismo que probar que existen cosas externas. Si queremos decir que los sonidos, los olores, los tactos y los colores no existen en los objetos mismos, también tenemos que decir que la extensión no existe en ellos. Tal vez sean los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit objetos extensos, sonoros, táctiles, olorosos y coloreados; pero tal vez no lo sean. "No sostengo ninguna de las dos opiniones, y espero que alguien pruebe que los objetos son lo que nos parecen ser o que son otra cosa." Puede objetarse que si no hay extensión, entonces no hay objetos; pero esa objeción es falsa. "Todo lo que razonablemente podríamos inferir sería que los objetos son existencias que ocasionan sensaciones en nosotros, y que tienen propiedades acerca de las cuales carecemos de conocimiento cierto." Lejos, pues, de ser un materialista dogmático, Condillac deja incluso la puerta abierta a una hipótesis inmaterialista, aunque tampoco la afirme. Puede añadirse que Condillac no admitió que su explicación de la vida mental del hombre implicara un determinismo estricto. Añadió en apéndice a su Tratado de las sensaciones una disertación acerca de la libertad en la cual discute esta cuestión. 9. Helvecio y la concepción del hombre. El intento por Condillac de mostrar que todos los fenómenos psíquicos son sensaciones transformadas fue proseguido por Claude Adrien Helvétius (1715-1771) en su obra De l'esprit (Del espíritu, 1758). Helvecio descendía de una familia de médicos cuyo nombre originario, Schweizer [Suizo], se había latinizado. Durante algún tiempo ocupó el cargo de fermier général, pero la oposición desencadenada por su libro sobre el espíritu le imposibilitó el seguir en el servicio del rey. Y así vivió en general tranquilamente en su finca, aparte de visitar Inglaterra y Berlín. Su libro acerca del hombre (De l'homme, de ses facultés et de son éducation) se publicó póstumamente en 1772. Helvecio reduce a sensación o percepción sensible todas las potencias del entendimiento humano. Se ha sostenido comúnmente que el hombre posee facultades que trascienden el nivel. de los sentidos. Mas esa teoría es falsa. Tómese el juicio, por ejemplo. Juzgar es percibir semejanzas y desemejanzas entre ideas particulares. Si juzgo que el rojo es diferente del amarillo, lo que hago en realidad es percibir que al color llamado 'rojo' me afecta los ojos de forma diferente que el color llamado 'amarillo'. Por lo tanto, juzgar es simplemente percibir. Este proceso de análisis reductivo se aplica también a la vida ética del hombre. El amor propio es la base universal de la 68 conducta humana, y se orienta a la adquisición de placer. "Los hombres se aman a sí mismos; todos ellos desean ser felices y piensan que su felicidad sería completa si tuvieran el poder suficiente para procurarse toda suerte de placer. Así el amor del poder nace del amor del placer." Los fenómenos del tipo del amor del poder son secundarios, son simples transformaciones del fundamental amor del placer. "El único motivo del hombre es la sensibilidad corpórea." Hasta virtudes como las de liberalidad y benevolencia se pueden reducir al amor propio, o sea, al amor del placer. "¿Qué es un hombre benévolo? Es un hombre en el cual un espectáculo de miseria produce una sensación dolorosa." A la larga el hombre benévolo aspira a suprimir o paliar la miseria y la desgracia humanas simplemente porque le producen sensaciones desagradables. Sobre la base de esa cruda psicología reductiva levanta Helvecio una teoría utilitarista de la moralidad. Los hombres de sociedades diferentes sostienen opiniones morales diferentes y atribuyen significaciones diversas a palabras tales como bien y virtud. Y éste es el hecho que introduce tanta confusión en las discusiones. Antes de entrar en discusiones de ética deberíamos empezar por fijar las significaciones de las palabras. Y "una vez definidas las palabras las cuestiones se resuelven casi nada más plantearlas". Mas ¿no serán esas definiciones arbitrarias? No, dice Helvecio, si son hombres libres los que las hacen. "Inglaterra es tal vez el único país de. Europa del cual el universo puede esperar y recibir ese beneficio." Presupuesta la libertad de pensamiento, el sentido común de la humanidad hallará expresión en un acuerdo acerca de- las significaciones propias de los términos éticos. "La verdadera virtud se tiene por tal en todas las edades y en todos los países. Debería darse el nombre de virtud a las acciones que son útiles al público y concordes con el general interés." Por lo tanto, aunque el propio interés es el movimiento fundamental y universal de la conducta, el interés público, la utilidad pública, es la norma de la moralidad. y Helvecio intenta mostrar cómo es psicológicamente posible el servicio al interés común. Por ejemplo, si se enseña a un niño a ponerse en el lugar del pobre y desgraciado, sentirá impresiones dolorosas, y el amor de sí mismo le estimulará a desear que se mitigue la miseria. En el curso del tiempo la fuerza de la asociación formará un hábito de impulsos y conducta benevolentes. Así pues, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit aunque el amor propio sea la base de toda la conducta, el altruismo es psicológicamente posible. Esas consideraciones sugieren que la educación es de la mayor importancia para formar los hábitos de conducta. Helvecio es, efectivamente, uno de los adelantados y promotores de la teoría moral utilitarista, pero una especial característica de sus escritos es la insistencia en la fuerza de la educación. "La educación puede hacerlo todo" y "la educación nos hace ser lo que somos". Pero la institución de un buen sistema educativo tropieza con serios obstáculos. En primer lugar el clero, y, en segundo lugar, el hecho de que la mayoría de los gobiernos son imperfectos o malos. No podemos tener un buen sistema de educación mientras no se quebrante el poder del clero y no se realice un buen sistema de gobierno, con su buena legislación correspondiente. El primer y único principio de la moralidad es: "el bien público es la ley suprema". Pocos gobiernos se comportan de acuerdo con esa ley. Pero "toda reforma importante de la parte moral de la educación supone una reforma de las leyes y la forma de gobierno". A la luz de esas ideas lanza Helvecio su poderoso ataque contra el despotismo político. En el prólogo al Del Hombre habla del despotismo que ha sometido a Francia y dice que "es característico del poder despótico el extinguir el genio y la virtud". Al hablar de la muy desigual distribución de la riqueza nacional observa que "es una locura hacerse la ilusión de una distribución igual entre hombres sometidos a un poder arbitrario". Sólo en un país libre puede conseguirse una redistribución gradual y más equitativa de la riqueza nacional. Podemos por lo tanto decir que Helvecio fue mucho más reformador político que Voltaire; se interesaba mucho más que éste por el derrocamiento del despotismo y el bienestar del pueblo. Por esta razón puede ser citado por los escritores izquierdistas como un verdadero precursor. Helvecio es incansable en sus ataques no sólo al clero, particularmente al católico, sino también a la religión" de misterios" o revelada, que considera dañina para los intereses de la sociedad. Es verdad que cuando se le acusó de impiedad replicó que no había negado un solo dogma del cristianismo. Pero sus escritos permiten ver con toda evidencia que no estaba seriamente dispuesto a aceptar más que alguna forma de religión natural, o deísmo. Y el contenido de esa religión se interpreta en función de 69 la moralidad más que en función de creencia teológica alguna. "La voluntad de Dios, justo y bueno, es que los hijos de la Tierra sean felices y gocen de todo placer compatible con el bien público. Ésta es. la verdadera religión, la que la filosofía debía revelar al mundo." O "la moralidad fundada en verdaderos principios es la única religión natural verdadera". Difícilmente podrá decirse que Helvecio fue un filósofo profundo. Su reducción de todas las funciones psíquicas a la sensación es grosera, y en ética no ha dado ningún análisis detallado en defensa de sus ideas. Esas deficiencias eran evidentes para otros pensadores de la Ilustración Francesa. Diderot, por ejemplo, se oponía a la tendencia niveladora de Helvecio y a su explicación de todos los impulsos morales como egoísmo velado. Pero a pesar de ello el análisis reductivo de Helvecio, su insistencia en la ilustración intelectual y el poder de la educación y sus ataques a la Iglesia y al Estado hacen de él un representante de algunos importantes aspectos de la filosofía francesa del siglo XVIII, aunque sea una exageración presentarle como el pensador más típico del período. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 70 LA ILUSTRACIÓN FRANCESA I Frederick Copleston 1. La Enciclopedia: Diderot y d' Alembert El gran depósito literario de las ideas' y los ideales de la Ilustración Francesa fue la Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des arts et des métiers. La Enciclopedia, sugerida por una traducción francesa de la Cyclopaedia o Dictionary de Chambers, fue dirigida por Diderot y d'Alembert. El primer volumen apareció en 1751, y el segundo al año siguiente. El gobierno intentó entonces detener la obra por perjudicial a la autoridad real y a la religión. Pero en 1757 habían aparecido ya siete volúmenes. En 1758 d'Alembert se retiró de la dirección y el gobierno francés intensificó su oposición a la obra. Pero Diderot consiguió autorización para seguir adelante con la condición de no publicar ningún volumen más hasta que estuviera completa toda la obra. En 1765 aparecieron los diez volúmenes finales (8-17), junto con el cuarto volumen de grabados, el primero de los cuales se había publicado en 1762. Aparecieron más tarde otros volúmenes de grabados, y en Amsterdam se imprimió un suplemento en cinco volúmenes más dos de índices. La primera edición completa de la Enciclopedia (1751-1780) constaba de treinta y cinco volúmenes. Hubo varias ediciones extranjeras. Aparte de toda discusión acerca de las opiniones expresadas en los artículos, la Enciclopedia, como libremente reconocen sus directores, dejaba mucho que desear. Los artículos varían mucho en calidad y criterios, y no hay supervisión ni coordinación editoriales. Dicho de otro modo, no podemos esperar hallar en esa obra la concisión, la concentración en torno a información factual precisa y clara, la coordinación sistemática y la ordenación que se encuentran en las enciclopedias modernas. Pero a pesar de todos sus defectos la Enciclopedia era una obra de suma importancia. Pues su objetivo no consistía sólo en suministrar información factual a los lectores y servir de útil instrumento de referencia, sino también en guiar y dar forma a la opinión. Ésta es precisamente la causa por la cual su publicación tropezó con tantos obstáculos. Y es que la Enciclopedia era enemiga a la vez de la Iglesia y del sistema político existente. Es verdad que la redacción de los artículos procedió con prudencia, pero la actitud general de los colaboradores quedaba perfectamente clara. La Enciclopedia era un gigantesco manifiesto escrito por librepensadores y racionalistas, y su importancia radicaba en su aspecto ideológico, más que en algún valor permanente como enciclopedia en el sentido moderno del término. Diderot y d'Alembert se rodearon de colaboradores que coincidían cuando se trataba, por ejemplo, de atacar a la Iglesia y la religión revelada, pero que diferían considerablemente ante otras cuestiones. Así, por ejemplo, algunos artículos eran de Voltaire el deísta, pese a que éste, cuando pensaba que la prudencia se lo aconsejaba, solía negar con toda falsedad sus relaciones con la Enciclopedia. Otro colaborador fue el declarado materialista d'Holbach, y la asociación de Helvecio no debió tampoco de recomendar la obra a los ojos de las autoridades eclesiásticas. También se contaban entre los colaboradores Montesquieu y el economista Turgot. D'Holbach se estudiará en la sección dedicada al materialismo, mientras que las ideas de Turgot se discutirán al final de este capítulo. En la presente sección me limito a Diderot y d' Alembert. a) Denis Diderot (1713-1784) era, como Voltaire, alumno del colegio jesuítico de Louis-le-Grand. Y también, como Voltaire, se vio influido por el pensamiento inglés y tradujo al francés algunos libros ingleses. Estaba entre ellos el Essai sur le mérite et la vertu (1745), traducción de Inquiry concerning Virtue and Merit de Shaftesbury, con notas del propio Diderot. Como ya hemos visto, la/idea de la Enciclopedia, que es la obra de su vida, le fue sugerida por la Cyclopaedia de Chambers. En 1746 publicó en La Haya las Pensées philosoplziques y en 1749, en Londres, la Lettre sur les aveugles a l'usage de ceux qui voient. Las opiniones que expresa le valieron unos meses de cárcel en Vincennes, tras lo cual se dedicó a la dirección de la Enciclopedia. En 1754 aparecieron en Londres sus Pensées sur l'interprétation de la nature. Unos cuantos ensayos, entre ellos el Entretien entre d'Alembert et Diderot y Le reve de d' Alembert, no se publicaron durante su vida. Diderot no era nada rico, y en alguna ocasión se encontró en situación económica muy difícil. La emperatriz Catalina de Rusia acudió en su ayuda, y en 1773 Diderot se trasladó a San Petersburgo, donde pasó algunos meses, con frecuentes Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit discusiones filosóficas con su benefactora. Diderot era un conversador celebrado. Diderot no tuvo un sistema fijo de filosofía. Su pensamiento no se detuvo nunca. No podemos decir, por ejemplo, que fuera deísta, ateo ni panteísta, pues su posición cambió al respecto. Cuando escribía las Pensées philosophiques era un deísta; y al año siguiente escribió (1747) un ensayo acerca de la suficiencia de la religión natural, el cual no se publicó hasta 1770. Las religiones históricas, como el judaísmo y el cristianismo, son recíprocamente excluyentes e intolerantes. Son productos de la superstición. Empezaron en determinados períodos de la historia y todas ellas perecerán. Pero todas las religiones históricas presuponen la religión natural, única que ha existido siempre, que une a los hombres en vez de separarlos y que se basa en el testimonio que Dios ha impreso en nosotros, no en el testimonio de seres humanos supersticiosos. Pero en un ulterior estadio de su desarrollo Diderot abandonó el deísmo para adoptar el ateísmo, y exhortó a los hombres a liberarse del yugo de la religión. El deísmo había cortado doce cabezas a la hidra de la religión; pero todas las demás volverían a crecer partiendo de la que había quedado. El único remedio posible consiste en eliminar totalmente toda superstición. Más tarde, sin embargo, Diderot propuso una forma de panteísmo naturalista. Todas las partes de la naturaleza forman en última instancia un individuo, el Todo. Análogamente, la fluidez de su pensamiento impide afirmar o negar tajantemente que Diderot fuera un materialista. En su artículo de la Enciclopedia acerca de Locke se refiere a la indicación del filósofo inglés según la cual no sería imposible para Dios conferir a la materia la capacidad de pensar, y considera evidentemente que ese pensamiento se desarrollaría a partir de la sensibilidad. En el Entretien entre d' Alembert et Diderot, escrito en 1769, ha dado expresión más clara a una interpretación materialista del hombre. Los hombres y los animales son en realidad de la misma naturaleza, aunque sus organizaciones son diferentes. Las diferencias en cuanto a capacidad cognoscitiva e inteligencia son simples resultados de la diferente organización física. Análogas ideas aparecen en Le reve de d' Alembert, donde se supone que todos los fenómenos psíquicos son reducibles a bases fisiológicas, y que el sentimiento de la libertad es ilusorio. Diderot estaba sin duda influido por la teoría de Condillac acerca de la importancia de la sensación en la vida psíquica del hombre; 71 pero criticó el sensismo de Condillac basándose en que el análisis de este último era insuficiente. Tenemos que considerar, más allá de la sensación, su base fisiológica. Y es interesante saber que Diderot ayudó a d'Holbach en la composición del Systeme de la nature (1770), abierta exposición de materialismo, aunque no hay que exagerar la influencia de este autor en el pensamiento de Diderot. Al mismo tiempo podemos encontrar en Diderot una tendencia al panpsiquismo. Siente mucha admiración por Leibniz, al que elogia en la Enciclopedia. Y más tarde atribuye percepción a los átomos, cosa que corresponde a las mónadas de Leibniz. En ciertas combinaciones esos átomos constituyen organismos animales en los cuales surge la consciencia sobre la base del continuo formado por los átomos. El fluido carácter de la interpretación de la naturaleza y el hombre por Diderot está relacionado con su insistencia en el método experimental para la ciencia y la filosofía. En su obra De la interpretación de la naturaleza declaraba -equivocándose, por supuesto- que la ciencia matemática se detendría pronto y que en menos de un siglo no quedarían en Europa ni tres grandes geómetras. Su convicción era que la matemática está limitada por sus conceptos, producidos por ella misma, y es incapaz de damos trato directo con realidad concreta. Esa familiaridad no puede obtenerse más que mediante el uso del método experimental, por el nuevo planteamiento científico que es un rival triunfante no sólo de la metafísica, sino también de la matemática. Una vez nos ponemos a estudiar la naturaleza misma, descubrimos que es cambiante y elástica, rica en posibilidades nuevas, caracterizada por la diversidad y la heterogeneidad. ¿Quién conoce todas las especies que han precedido a las nuestras? ¿Quién conoce las especies que seguirán a las nuestras? Todo cambia; no hay dos átomos ni dos moléculas que sean perfectamente iguales; sólo el todo infinito es permanente. El orden de la naturaleza no es estático, sino que perpetuamente nace de nuevo. Por lo tanto, no podemos dar una interpretación permanente de la naturaleza sobre la base de nuestros esquemas conceptuales y nuestras clasificaciones. Y una de las primeras necesidades del pensamiento consiste en mantenerse abierto a nuevos puntos de vista y a nuevos aspectos de la realidad empírica. Algunos historiadores han subrayado la discrepancia entre los elementos materialistas del pensamiento de Diderot y su idealismo ético. Por una parte, su materialismo elimina la libertad y Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit parece considerar inútiles y absurdos el arrepentimiento y el remordimiento. Por otra parte, se reprochaba el haber escrito su temprana novela erótica Bijoux indiscrets y sostenía los ideales de autosacrificio, benevolencia y humanidad. No tenía simpatías por los materialistas que unían la profesión de materialismo y ateísmo con bajos ideales morales; y se oponía al intento de Helvecio de explicar todos los impulsos e ideales morales por un egoísmo disimulado. Él afirmaba por su parte la existencia de leyes inmutables de moralidad natural. Y como crítico de arte proclamaba la libre actividad creadora del artista. Pero aunque podemos estar de acuerdo con Rosenkranz cuando éste dice, en su obra sobre Diderot, que hay una incoherencia entre el materialismo del filósofo y su ética, Diderot mismo no vio en ello incoherencia alguna. En su opinión no hay ninguna relación esencial entre los ideales éticos y la creencia en un alma espiritual. El que el pensamiento s derive de actividades psíquicas más rudimentarias no implica la negación de elevados ideales morales. En su artículo sobre Locke en la Enciclopedia, al que ya hemos aludido, Diderot se pregunta qué diferencia hay entre que la naturaleza piense y que no piense. "¿Cómo podría eso afectar a la idea de justicia o injusticia?" No se sigue ninguna mala consecuencia moral de la teoría de que el pensamiento surge a partir de la sensibilidad. Pues el hombre sigue siendo lo que es y se le juzga según las intenciones buenas o malas a las que dedica su capacidad, no según que su pensamiento sea una creación origina] o algo que nace de la sensibilidad. Dicho con lenguaje moderno: Diderot, que anticipó la teoría evolucionista de Lamarck, afirma que la hipótesis de la evolución no afecta a la validez de los ideales morales del hombre. Diderot se ha formado en parte sus ideas éticas bajo la influencia de los escritos de Shaftesbury. Pero esas ideas no estaban rígidamente fijadas, salvo en el sentido de que siempre contaron con los ideales de benevolencia y humanidad. Sostuvo la idea "racionalista" de leyes morales inmutables. Pero veía la base de esas leyes en la naturaleza del hombre, o sea, en la unidad orgánica de los impulsos, las pasiones y los apetitos del hombre, no en órdenes a priori de la razón. Y era hostil al ideal ascético, por considerarlo contrario a naturaleza. Dicho de otro modo: aunque Diderot siguió sosteniendo la idea de ley natural, acentuó la base empírica y la eficacia pragmática de esa idea para promover el bien común si se la compara con la ética teológica. 72 b) Jean le Rond d'Alembert (1717-1783) era un hijo natural abandonado por sus padres. Debía su nombre, Jean le Rond o Lerond, al hecho de haber sido encontrado cerca de la iglesia de Saint Jean le Rond de París. Él mismo se añadió el apellido. Lo crió la mujer de un vidriero llamado Rousseau; pero su verdadero padre, un cierto Chevalier Destouches, pagaba una renta anual que le permitió estudiar. En 1738 d'Alembert entró en el orden de los abogados, pero no ejerció la profesión. Se dedicó a la medicina; pero al poco tiempo renunció también a esa profesión y decidió dedicarse enteramente a la matemática. Presentó varios trabajos a la Academia de Ciencias, entre ellos su Mémoire sur le calcul intégral (1739), y en 1741 ingresó como miembro en dicha academia. Su obra matemática y científica es de importancia considerable. En 1741 publicó su Mémoire sur la réfraction des corps solides, y en 1743 su Traitéde dynamique. En este tratado desarrolla lo que todavía hoy se conoce con el nombre de "principio de d'Alembert"; en 1744 aplicó ese principio en su Traité de l' équilibre et du mouvement des fluides. Luego descubrió el cálculo de diferencias parciales y lo aplicó en sus Réflexions sur la cause générale des vents (1747), coronadas por la Academia Prusiana. Hemos de citar aún, de entre otros escritos, el Essai d'une nouvelle théorie sur la résistance des fluides (1752) y las Recherches sur différents points importants du systeme du 'monde (1754-1756). Como hemos visto, d'Alembert colaboró con Diderot en la edición de la Enciclopedia, de cuyo Discours préliminaire es autor. Escribió cierto número de artículos para la obra, principalmente sobre temas matemáticos, pero no sólo sobre ellos. En 1758 dejó de colaborar, irritado por las dificultades y la oposición oficial. En 1752 había publicado los Mélanges de littérature, d'histoire et de philosophie, y en 1759 había aparecido su Essai sur les éléments de phitosophie. En 1763 visitó Berlín, pero rehusó la oferta de Federico el Grande de que presidiera la Academia, igual que el año anterior había rechazado la invitación de Catalina de Rusia que le proponía ser tutor de sU hijo, sobre una base económica muy generosa. D' Alembert era amigo de David Hume, que le tenía en alta estima por su carácter moral y su capacidad, y le dejó a su muerte un legado de 200 libras. Matemático y científico antes que nada, d' Alembert estuvo menos expuesto que los demás enciclopedistas a las sospechas y los ataques; en 1755 había sido Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit nombrado miembro del instituto de Bolonia a propuesta del papa Benedicto XIV. En su discurso preliminar a la Enciclopedia d'Alembert declara que Locke es el creador de la filosofía científica y ocupa una posición correspondiente a la de Newton en física. Y en los Elementos de filosofía afirma que el siglo XVIII es el siglo de la filosofía en un sentido particular. La filosofía de la naturaleza ha experimentado una revolución y casi todos los demás campos del conocimiento han hecho progresos y tomado formas nuevas. "Desde los principios de las ciencias seculares hasta los fundamentos de la revelación religiosa, desde la metafísica hasta las cuestiones de gusto, desde la música hasta la moral, desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta: los asuntos mercantiles, desde las leyes de los príncipes hasta las de los pueblos, desde la ley natural hasta las arbitrarias leyes de 'las naciones... todo se ha discutido y analizado, o mencionado al menos. El fruto o la consecuencia de esa general efervescencia de los espíritus ha consistido en arrojar nueva luz sobre ciertas cosas, y nuevas sombras sobre otras, del mismo modo que el efecto de la marea consiste en dejar algunas cosas en la playa y arrastrar consigo otras." Eso no significa que para d' Alembert el progreso intelectual consista simplemente, ni siquiera primariamente, en la mera acumulación de hechos nuevos. D' Alembert mantiene, de un modo que recuerda, a Descartes, que todas las ciencias juntas son el despliegue de la inteligencia humana. Y subraya la función de la unificación. Supone que el sistema de los fenómenos es homogéneo y uniforme, y que el objetivo del conocimiento científico consiste en mostrar la unidad y la coherencia de ese sistema a la luz de los principios que ejemplifica. Pero hay que entender adecuadamente este punto. D'Alembert no se interesa por principios metafísicos. Ni se dedica a averiguar las esencias de las cosas en un sentido metafísico. Las teorías y las especulaciones metafísicas nos conducen a antinomias y acaban en el escepticismo; no son una fuente de conocimiento. No podemos saber el por qué y el para qué de las cosas. Ni siquiera podemos saber que hay un mundo externo; pero éste es un asunto de instinto, más que de conocimiento teorético. Y no es en absoluto necesario resolverlo teoréticamente para los fines de la filosofía científica; lo mismo ocurre con los demás 73 problemas de esta clase. No hay diferencia alguna para nosotros, por ejemplo, entre que podamos penetrar en las esencias de los cuerpos y que no lo podamos, "siempre que, suponiendo la materia tal como la concebimos, podamos deducir de propiedades consideradas primitivas otras propiedades secundarias que percibimos en la materia, y siempre que el sistema general de los fenómenos, uniforme y continuo, no nos manifieste en ningún lugar una contradicción". Deducir fenómenos de principios no es deducir datos empíricos de principios metafísicos o esencias metafísicas; es deducir propiedades secundarias observadas de otras propiedades observadas que se consideran más primitivas. La tarea de la filosofía científica consiste en describir y correlatar fenómenos de un modo sistemático más que en explicarlos en sentido metafísico. Cuando intentamos hacer esto último, nos salimos de los límites de lo que propiamente se puede llamar conocimiento. Por lo tanto, podemos decir que d'Alembert ha sido un precursor del positivismo. La ciencia no necesita cualidades o sustancias ocultas, ni teorías o explicaciones metafísicas. La filosofía, al igual que la ciencia, se ocupa sólo de fenómenos, aunque considere un campo de fenómenos más amplíe que el estudiado por el especialista de alguna rama de la ciencia. Eso no significa, desde luego, que el filósofo de la naturaleza no tenga que ocuparse de explicar nada en ningún sentido. Sobre la base de la experiencia sensible ha de formar definiciones claras y podrá deducir conclusiones verificables. Pero no puede ir más allá del ámbito de los fenómenos o de lo empíricamente verificable, salvo que desee entrar en una esfera en la que no se puede conseguir conocimiento seguro. La metafísica tiene que convertirse en una ciencia de hechos o seguir siendo el terreno de las ilusiones. El estudio de la historia de las opiniones muestra cómo los hombres han desarrollado teorías meramente probables y cómo en algunos casos la probabilidad se ha convertido, por así decirlo, en verdad, una vez verificada mediante paciente investigación. De este modo el estudio de la historia de las ciencias sugiere puntos de vista para la ulterior investigación y para teorías que hay que contrastar empíricamente. Podemos ver en la teoría moral de d'Alembert el mismo interés por separar la ética de la teología y la metafísica que se da comúnmente en todos los filósofos del período. La moralidad es la consciencia de nuestro deber respecto del semejante nuestro. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Todos los principios de la moralidad convergen hacia el mismo fin, a saber, mostramos la íntima conexión que hay entre nuestro verdadero interés y la realización de nuestro deber social. La tarea del filósofo moral consiste en poner en claro al hombre su lugar en la sociedad y su deber en utilizar su capacidad al servicio del bien y la felicidad comunes. No podemos legítimamente llamar materialista a d'Alembert. Él se abstuvo de pronunciarse acerca de la naturaleza última de las cosas y desconfió de los materialistas y mecanicistas dogmáticos. Aparte de su importancia como matemático, el rasgo más saliente del pensamiento de d'Alembert es probablemente la insistencia en la metodología positivista. Al igual que Diderot, pensaba que el progreso podía considerarse prácticamente garantizado, en el sentido de que la ilustración intelectual acarrearía sin más el progreso social y moral. Pero estaba profundamente influido por Newton y el método experimental en su concepción del desarrollo intelectual y científico. Su pensamiento se movía en el terreno abierto por el avance científico de la época, más que en el marco de la controversia acerca de la naturaleza en última instancia espiritual o material de la realidad. 2. El materialismo: La Mettrie, d’Holbach y Cabanis Hubo, sin embargo, explícitos materialistas en el período de la Ilustración Francesa; en esta sección se dirá algo acerca de La Mettrie, d'Holbach y Cabanis. a) Julien Offray de La Mettrie (1709-1751) era un médico al que la observación en su propia persona de los efectos de la fiebre sobre el espíritu y el pensamiento movió a estudiar las relaciones entre los factores fisiológicos y las operaciones psíquicas. Su Histoire naturelle de l'ame apareció en 1745, y al año siguiente La Mettrie fue desterrado de Francia. En 1748 publicó en Leyden L'homme machine, y el mismo año fue desterrado de Holanda; buscó entonces refugio en la corte de Federico el Grande. l'homme plante apareció en Potsdam en 1748. En su Historia natural del alma (más tarde citada con el título Tratado del alma), La Mettrie sostiene que la vida psíquica del hombre, intelectual y volitiva, nace de las sensaciones y se desarrolla por la educación. Donde no hay sentidos no hay ideas; 74 cuantos menos sentidos, menos ideas; y cuando hay poca educación o instrucción, hay pobreza de ideas. El alma o el espíritu depende esencialmente de una organización física, y su historia natural se tiene que estudiar mediante la observación exacta de los procesos fisiológicos. Los sentidos, dice La Mettrie, son sus filósofos. La teoría de un alma espiritual intrínsecamente independiente del cuerpo es una hipótesis innecesaria. En el Hombre máquina La Mettrie apela a la descripción cartesiana del cuerpo vivo como máquina. Pero en su opinión Descartes no tenía fundamento para afirmar el dualismo, o sea, para considerar al hombre como un compuesto de sustancia pensante, inmaterial y libre, y sustancia extensa, el cuerpo. Debería haber aplicado su interpretación del organismo físico al hombre entero. Al mismo tiempo, La Mettrie difiere considerablemente de Descartes en su idea de la materia. Para La Mettrie la materia no es mera extensión, sino que posee también capacidad de movimiento y de sensación. Al menos la materia organizada posee un principio de movimiento que la diferencia de la materia inorgánica y la sensación nace del movimiento. Podemos ser incapaces de explicar o de entender detalladamente esa procedencia, pero es que tampoco podemos entender detalladamente la materia misma ni sus propiedades básicas. Es suficiente con que la observación nos garantice que el movimiento, el principio de la materia organizada, nace efectivamente. Dado el principio del movimiento pueden surgir no sólo la sensación, sino también todas las demás formas de vida psíquica. O sea: todas las formas de la vida dependen en última instancia de formas diferentes de organización física. Desde luego que la analogía de la máquina no es plenamente adecuada para describir al hombre. También podemos usar la analogía de la planta (por eso escribió L'homme plante). Pero eso no significa que haya en la naturaleza niveles diferentes. Hay diferencias de grado, no de clase. En cuestiones de religión La Mettrie profesaba un agnosticismo completo. Pero se le consideraba ateo. Intentó radicalizar aún más la tesis de Boyle según la cual un estado compuesto de ateos es perfectamente posible, añadiendo que es además deseable. La religión, dicho de otro modo, no sólo es completamente independiente de la moralidad, sino también hostil a ella. Por lo que hace a las ideas éticas de La Mettrie, su naturaleza queda suficientemente indicada por el título de su obra El arte de gozar, o la escuela de la voluptuosidad. No poseía el Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 75 idealismo moral de Diderot. Dicho sea de paso, esa obra fue uno de los muchos tratados publicados durante el siglo XVIII y que representaban las opiniones del círculo de los llamados "libertinos", aunque las tesis expresadas iban desde la acentuación del placer sensorial, que es característica de La Mettrie, hasta programas de goce mucho más refinados e intelectualizados. no excluye el interés por el bienestar de la sociedad. D'Holbach era radicalmente materialista y determinista, pero no proponía una vida egoísta. Se le conocía un carácter humano y benévolo, y entre las obras anónimas que se le atribuyen se encuentra el Systeme social ou principes naturels de la morale et de la politique (Londres 1773) y La morale universelle (Amsterdam 1776). b) Los escritos de La Mettrie influyeron mucho, pero la principal formulación de una posición materialista fue el Systeme de la nature ou des lois du monde physique et du monde moral (1770) del barón Paul von Holbach (1723-1789). Nacido en Alemania, vivía en París, por lo que generalmente se le conoce como d'Holbach. Su casa de París era centro de reunión de los philosophes; allí les acogían con pródiga hospitalidad el barón y su esposa, la cual, dicho sea de paso, no simpatizaba con la filosofía de su marido. Cuando estaba en París, Hume participaba en aquellas reuniones, aunque no se interesaba por el dogmático ateísmo de d'Holbach. Expresó varias veces su afecto por el barón, pero de entre los miembros del círculo prefería a d'Alembert. Horace Walpole, en cambio, que no tenía ningún amor a los filósofos, observa en sus cartas que había dejado de ir a las comidas de d'Holbach y que "absurdo por absurdo, prefiero los jesuitas a los filósofos". La teoría de un determinado sistema de la naturaleza en el cual el movimiento no es un elemento extraño, sino una propiedad esencial de las cosas, le parecía a d'Holbach suficiente para excluir toda necesidad de postular a Dios o seres supramundanos cualesquiera. El orden o sistema del mundo no es resultado de un plan divino, sino efecto de la naturaleza de las cosas y de sus leyes inmanentes. Pero d'Holbach no estaba en modo alguno satisfecho con profesar el agnosticismo y decir que la hipótesis religiosa, como la llamaba Hume, es innecesaria. En su opinión la religión es enemiga de la felicidad y el progreso humanos. En un célebre pasaje del segundo libro del Sistema de la naturaleza declara que la ignorancia y el miedo crearon los dioses, que la imaginación, el entusiasmo o el engaño han adornado o desfigurado sus imágenes, que la debilidad los adora, la credulidad los conserva y la tiranía sostiene la fe en ellos porque sirve a sus propios fines. La fe en Dios, lejos de hacer a los hombres felices, aumenta su ansiedad y su miedo. Según d'Holbach Descartes erraba en considerar que la materia es por sí misma inerte y que el movimiento tiene que añadírsele desde fuera, por así decirlo. El movimiento se sigue necesariamente de la esencia de la materia, esto es, de la naturaleza de los átomos que componen en última instancia las cosas. También erraba Descartes al pensar que la materia es toda de la misma clase. El principio leibniziano de los indiscernibles contiene mucha más verdad que la noción cartesiana de la homogeneidad de la materia. Y hay diferentes clases de movimiento, y cada cosa tiene sus propias leyes del mismo, inevitablemente observadas. Las cosas, tal como empíricamente las conocemos, constan de diferentes organizaciones de átomos, y sus comportamientos difieren de acuerdo con sus diversas estructuras. Por todas partes hallamos los fenómenos de atracción y repulsión, pero en la esfera humana estos fenómenos toman la forma del amor y el odio. Además, cada cosa aspira a mantenerse en el ser. Y también el hombre está movido por el amor propio o interés propio. Pero eso Por lo tanto, si fuera posible derribar ese poderoso instrumento de la tiranía política que es la religión, sería mucho más fácil asegurar el desarrollo de un sistema social racional en lugar del sistema responsable de tanto sufrimiento y tanta miseria. D'Holbach fue en sus escritos por regla general más abierto en la denuncia del ancien régime que sus colegas. Pero rechazaba la revolución como solución de los problemas políticos, y en su Sistema social declaraba que la revolución es peor que la enfermedad que se supone cura. Se ha dicho alguna vez que en su Sistema de la naturaleza d'Holbach combinó y llevó hasta el extremo las diferentes tendencias de los ilustrados franceses. La tesis es verdad hasta cierto punto. Pero las ideas de d'Holbach resultaban demasiado radicales para muchos de sus colegas filosóficos. Voltaire, por ejemplo, denunció la obra por atea. Y en Alemania, Federico el Grande llamó la .atención acerca de algo que él consideraba como una contradicción manifiesta. Según d'Holbach, los seres humanos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit están tan sometidos al determinismo como las demás cosas. Y, sin embargo, no vacila en denunciar a los sacerdotes y los gobiernos con apasionadas palabras, ni en reclamar un nuevo orden social, formas de hablar que no tienen sentido más que si los hombres son libres y es posible elogiarlos o denunciados razonablemente por sus acciones. Hay, por último, una valoración muchas veces citada de la obra de d'Holbach desde un punto de vista muy diferente. En Wahrheit und Dchtung (libro XI) Goethe habla de sus estudios en Estrasburgo y observa que por mera curiosidad él y sus amigos echaron un vistazo al Sistema de la naturaleza. "No pudimos entender que se consideraba peligroso un libro así. A nosotros nos pareció tan gris, tan nebuloso y cadavérico que nos era difícil soportar su presencia y nos producía escalofríos como un espectro." Para Goethe el libro de d'Holbach arranca a la naturaleza y a la vida todo lo que tienen de precioso. c) Una expresión particularmente cruda del materialismo se puede encontrar en los escritos de Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808) médico autor de los Rapports du physique et du moral de l'homme. Cabanis resumió sus tesis en la frase les nerfs, voild tout l'homme, y declaró que el cerebro segrega pensamiento igual que el hígado segrega bilis.. Podía objetarse que en este caso no habría más que diferentes clases de secreción, y que resultaría difícil decidir cuál de ellas posee mejor valor veritativo. Pero sería erróneo suponer que toda la Ilustración Francesa ha de estimarse a la luz de las groseras afirmaciones de materialistas como Cabanis. Hasta perderemos de vista la significación de la misma corriente materialista si sólo atendemos a esas formulaciones. Pues su importancia se encuentra en su aspecto programático más que en el dogmatismo contra el cual protestaron d' Alembert y otros. Su importancia a largo plazo reside en su aspecto de programa para estudiar las conexiones entre los fenómenos fisiológicos y los psicológicos, no en su reducción dogmática de los últimos a los primeros. Cabanis sostenía que su concentración sobre las bases fisiológicas de la vida psíquica no implicaba un materialismo metafísico. Por lo que hace a las causas últimas profesaba, en efecto, el agnosticismo. Pero en su opinión la moralidad ha de separarse drásticamente de presupuestos metafísicos y teológicos y conseguir una base firme en el estudio científico del hombre. Una 76 de sus aportaciones a ese estudio es su insistencia en la unidad de la vida del hombre. Así, por ejemplo, le parece impropio hablar, con CondilIac, de atribuir talo cual sentido a una estatua. Los sentidos son interdependientes y están además íntimamente relacionados con otras funciones orgánicas. 3. La historia natural: Buffon, Robinet y Bonnet Diderot ha dicho alguna vez que en ciertas circunstancias no hay despilfarro mayor que la preocupación por el método. Eso vale especialmente, según él, de la historia natural en general y de la botánica en particular. Diderot no pretendía, desde luego, que sea posible estudiar provechosamente una ciencia de un modo puramente casual. Pero sí que no hacemos más que perder el tiempo cuando intentamos descubrir algún método universal que sea aplicable a todas las ciencias. Es absurdo, por ejemplo, suponer que el método aplicable en matemática es aplicable también en botánica. La forma del método y de la sistematización que es adecuada en el estudio de la botánica tiene que derivarse del especial carácter del tema de esta ciencia. Al afirmar ese punto de vista Diderot estaba más o menos influido por los primeros volúmenes de la Histoire naturelle générale et particuliere (1749-1788) de Buffon. a) En sus consideraciones introductorias a la obra recién mencionada, Georges-Louis Leclerc de Buffon (1707-1788) sostiene que es un gran error hacerse un ideal de método científico e intentar luego violentar todas las ramas de la investigación científica para que entren en el marco de ese método. Por ejemplo, en matemática fijamos con claridad la significación de nuestros símbolos y podemos proceder deductivamente, desplegando las implicaciones de nuestro punto de partida; pero no podemos hacer eso cuando nos ocupamos de la naturaleza existente y no, como en matemática, de nuestros conceptos o de la significación de símbolos, determinada por nosotros mismos. La verdad es diferente en matemáticas de lo que es en las ciencias naturales. En estas últimas tenemos que partir de la observación de los fenómenos, y sólo sobre la base de la observación podemos llegar a conclusiones generales con la ayuda de analogías. Al final podemos ver cómo los hechos particulares se relacionan unos con otros y cómo las verdades universales se ejemplifican en esos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 77 hechos particulares. Pero no podemos utilizar el método deductivo de la matemática. Buffon estaba encargado del Jardín del Rey, y es claro que lo que dice se aplica con particular fuerza en el campo de la botánica. cosa viva, el cual representaría la unidad del plan divino y podría tomar un indeterminado número de formas concretas posibles. Y aunque esos tipos concretos no sean fijos ni rígidos, la creación de cada uno de ellos es un acto especial. La recusación por Buffon de toda concepción rígida de un método científico ideal de aplicación universal se acompaña, con el rechazo también de la idea de que los organismos se puedan clasificar en especies separadas unas de otras por rígidos límites. Hasta Linneo se había equivocado en este punto durante sus estudios de botánica, pues había seleccionado arbitrariamente ciertas características de las plantas como claves clasificatorias, y el hecho es que no podemos entender la naturaleza de ese modo. En la naturaleza hay continuidad, transiciones graduales, no tipos rígidamente fijados. Dicho de otro modo: Buffon sustituye la idea de una jerarquía de clases claramente delimitadas por el concepto de una serie o cadena de clases en cada una de las cuales los miembros se reúnen según el parentesco observado. No rechazaba completamente la noción de clase o especie, pero la especie debía entenderse simplemente como un grupo de individuos más parecidos entre ellos, en virtud de las características observadas, que parecidos a otras cosas. Es erróneo suponer que nuestra clasificación exprese la aprehensión de esencias fijas. Podemos decir, si así lo deseamos, que Buffon entendía la clasificación al modo de lo que Locke había llamado "esencia nominal". Pero su tema capital es que hemos de obedecer a la naturaleza observada y mantener elásticos nuestros conceptos clasificatorios, en vez de construir un fijo esquema conceptual y forzar la naturaleza para que encaje en él. Si sólo tuviéramos que ocupamos de nuestras ideas o definiciones y de sus consecuencias, ese procedimiento violento sería adecuado. Pero en botánica, por ejemplo, hemos de atender al conocimiento de la realidad no a un sistema ideal semejante al de la matemática. b) La idea de serie aparece también en los escritos de Jean Baptiste Robinet (1735-1820). Para él la naturaleza se encuentra con el problema de realizar de la manera más perfecta posible las tres funciones vitales de la alimentación, el crecimiento y la reproducción, las cuales se dan en cierto sentido en toda materia. La solución de la naturaleza a ese problema se encuentra en el hombre, el cual es, por lo tanto, la culminación de la serie en el mundo material. Pero podemos también imaginar una gradual liberación de actividad -nota esencial de la sustancia- respecto de la materia y de cualquiera dependencia de órganos materiales. Y esta concepción nos lleva a la idea de inteligencia pura. Es probablemente correcto decir que las opiniones de Buffon han ayudado algo a preparar el camino a la teoría de la evolución. Pero, de todos modos, no es lícito inferir de su idea de la serie o cadena de las especies que Buffon fuera ya un evolucionista. Lo que él pensaba es que hay numerosos tipos de organismos que nacen en una serie continua en la medida en que las condiciones externas posibilitan su supervivencia. Pero no ha afirmado nunca que una especie atraviese un proceso de trasformación hasta dar en otra. Más bien pensaba en una especie de arquetipo ideal de la c) Pero la teoría de una serie puramente lineal presenta considerables dificultades. Charles Bonnet (1720-1793) sugirió que la naturaleza puede producir líneas principales en las series, y éstas a su vez líneas subordinadas. El naturalista y viajero alemán Peter Simon PaIlas (1741-1811) llega ya a la analogía del árbol con sus diversas ramas. Pero en Buffon mismo se encuentra la analogía de la red. 4. El dinamismo de Boscovich El jesuita Roger Joseph Boscovich (1711-1787) no se puede considerar, desde luego, como un filósofo de la Ilustración, si por Ilustración se entiende un movimiento opuesto a la religión sobrenatural. Pero el término no se debe usar en ese restringido sentido. Es verdad que estamos estudiando la Ilustración Francesa, y Boscovich, que había nacido en Ragusa, no era francés. Pero durante diez años (1773-1783) trabajó como director de óptica de la marina, en París; y en cualquier caso éste es el lugar más adecuado en este libro para hacer unas pocas observaciones a su respecto. En. 1740 Boscovich fue nombrado profesor de matemática en el Colegio Romano (la actual Universidad Gregoriana), y mientras desempeñaba ese cargo publicó ensayos acerca de varios temas matemáticos y astronómicos. En 1758 publicó en Viena su Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Philosophiae naturalis theoria, redacta ad unicam legem virium in natura existentium. Durante una estancia en Inglaterra fue nombrado fellow de la Royal Society, y en 1769 ésta le invitó a emprender un viaje a California para observar el paso de Venus; Boscovich no pudo aceptar a causa de que el gobierno español había expulsado a los jesuitas de todos sus territorios. En 1785, tras volver de París a Italia, publicó las Opera pertinentia ad opticam et astronomiam, en cinco volúmenes. Entre otras obras podemos mencionar sus Elementa universae matheseos (1754). En opinión de Boscovich no hay contacto real entre dos cuerpos. La teoría newtoniana de la gravitación ha mostrado que acción es acción a distancia. Por lo tanto, no podemos seguir pensando que el movimiento o la energía se comuniquen por contacto inmediato. Lo que tenemos que postular es átomos que se atraen y repelen los unos a los otros, sin tocarse realmente nunca. Cada átomo tiene una posición en el espacio y posee una fuerza potencial, en el sentido de que dos átomos cualesquiera se atraen o se repelen entre ellos. Para cualquier distancia superior a una dada, esta fuerza es una atracción que varía en razón inversa del cuadrado de la distancia. En el caso de distancias menores la fuerza es atracción en un caso y repulsión en otro. En esta zona las leyes que regulan la atracción y la repulsión no se han descubierto todavía, aunque según Boscovich al disminuir la distancia más allá de todo límite la fuerza de repulsión aumenta ilimitadamente. Por lo tanto, dos átomos no pueden nunca estar en contacto inmediato. Sin duda hay sistemas de átomos, pero ningún sistema puede ocupar el mismo espacio que otro, pues cuando un sistema se aproxima a otro hay un punto en el cual la repulsión entre los átomos de los dos sistemas crece hasta tal punto que no puede ser vencida. No es necesario decir que Boscovich no sostenía que los átomos fueran la única realidad. Estaba hablando sólo de los cuerpos y quería mostrar la aplicación de su teoría del atomismo dinámico a los problemas de mecánica y física. 5. Los fisiócratas: Quesnay y Turgot 78 Los enciclopedistas estaban animados por la idea del progreso manifiesto en el crecimiento de las ciencias y en la correspondiente liberación respecto de la superstición. La ilustración del espíritu iría acompañada por un aumento de la tolerancia y por la reforma política y social. La idea de progreso aparece también en las teorías del grupo de economistas franceses del siglo XVIII conocidos por "fisiócratas". El nombre fue inventado por Dupont de Nemours (1739-1817), que pertenecía al grupo. Los fisiócratas se llamaron inicialmente economistas, pero ese nombre especial (compuesto con las palabras griegas physis, naturaleza y hatein, gobernar, dominar) es adecuado porque llama la atención acerca de su tesis principal. Ésta dice que hay leyes económicas naturales, y que el progreso económico depende de que permitamos que esas leyes funcionen sin restricción. Se sigue de esa posición que el gobierno tiene que intervenir lo menos posible en los asuntos económicos. La sociedad se basa en un contrato por el cual el individuo se somete a la limitación de su libertad natural en la medida en que el ejercicio de ésta es incompatible con los derechos de otros individuos. y el gobierno debe limitarse a garantizar el cumplimiento de ese Contrato. Si intenta interferirse en el campo de la economía, restringiendo, por ejemplo, la concurrencia, o manteniendo privilegios y monopolios, interferirá en realidad con la operación de la "ley natural". Y ningún bien puede derivarse de esa interferencia: la naturaleza es más sabia. Eso no significa que los fisiócratas fueran demócratas entusiastas, en el sentido de promotores celosos de la idea de gobierno popular. Por el contrario, tendían a considerar que el despotismo ilustrado era el mejor instrumento para realizar su política. Las doctrinas de no interferencia y laissez-faire se prestaban, sin embargo, a servir en sentido revolucionario como parte de una reivindicación general de libertad; y así fueron usadas efectivamente. Pero ni Quesnay ni Turgot, por ejemplo, pueden considerarse abogados de la revolución ni de la sustitución del gobierno monárquico por un poder popular. a) François Quesnay (1694-1774) estudió medicina y cirugía y fue médico de Luis XV. Pero en la corte se dedicó al estudio de la economía, de modo que el grupo de los fisiócratas se centró en torno suyo y de Jean de Gournay (1712-1759). Quesnay escribió algunos artículos de tema económico para la Enciclopedia. Publicó Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit también, entre otros escritos, unas Maximes générales de gouvernement économique d'un royaume agricole (1758); y aquel mismo año el Tableau économique avec son explication, ou extrait des économies royales de Sully. La riqueza nacional depende, según Quesnay, de la productividad agrícola. Los únicos trabajos realmente productivos son los que aumentan la cantidad de materias primas. Y la riqueza nacional es el exceso de esos productos respecto de su coste de producción. La manufactura y el comercio se limitan a dar nuevas formas a la riqueza ya producida (pues entre las materias primas se encuentran, por ejemplo, los metales) y a transferir la riqueza de unas manos a otras. Son, por lo tanto, "estériles", no "productivos", aunque eso no quiere decir que no sean útiles. Por lo tanto coincide el interés del propietario de la tierra con el interés de la sociedad. Cuanto mayor la producción agrícola, tanto mayor la riqueza nacional. O, como decía Quesnay: a campesinos pobres reino pobre, y a reino pobre rey pobre. Por lo tanto, el aumento del "producto neto" ha de ser el objetivo del economista práctico. El comercio distribuye la riqueza, pero las clases comerciantes y manufactureras ganan a costa de la nación, y el bien común requiere que esos costes se reduzcan lo más posible. Las rentas del estado dependen del producto neto de la agricultura, y han de proceder de un impuesto sobre la tierra. No todos los fisiócratas compartían esa acentuación de la producción agrícola frente a la industria y al comercio; pero la tesis era característica de algunos miembros destacados del grupo. Adam Smith, que conoció a Quesnay durante su visita a París en 1764-1766, le tenía en alta consideración, pero, aunque en alguna medida le influyeron los fisiócratas, no estaba de acuerdo con la descripción de la industria y el comercio como actividades "estériles". b) Anne Robert Jacques Turgot, barón de Laune (1727-1781) empezó estudios religiosos, pero los abandonó antes de ordenarse; luego ocupó varios cargos del parlamento y la administración. Era amigo de Voltaire y conoció también a Quesnay, Gourn y, Dupont de Nemours y otros economistas de la escuela fisiocrática. Además de interesarse por las reformas económicas escribió varios ensayos y artículos, algunos de ellos para la Enciclopedia. En 1770 escribió sus Lettres sur la liberté du 79 commerce des grains y en 1776 publicó en un volumen sus Réflexions sur la formation et la distribution des richesses, que habían aparecido ya en 1769-1770 en un periódico. En 1774 fue nombrado ministro de marina, y poco después intendente general. En este último cargo, equivalente al de ministro de hacienda, consiguió aumentar el crédito nacional. Contó primero con el apoyo del rey, pero sus planes de abolir los privilegios, someter todas las clases a los impuestos y proclamar el libre comercio del trigo le acarrearon muchos enemigos, al mismo tiempo que sus proyectos de sistema educativo y de ayuda a los pobres resultaron ya demasiado para el mismo rey. En 1776 se vio obligado a dimitir. Durante el resto de su vida se dedicó al estudio. Como economista Turgot comparte las ideas de Quesnay acerca de la tierra como única fuente de riqueza y acerca de la necesidad de una libertad completa en la industria y el comercio. Pero no era meramente un economista. En su artículo sobre existencia para la Enciclopedia, por ejemplo, desarrolla toda una interpretación positivista. Lo dado es una multiplicidad de fenómenos, las relaciones mutuas entre los cuales cambian constantemente. Pero en algunos grupos hay relaciones de coordinación relativamente persistentes. Uno de esos grupos es lo que llamamos el yo o mismidad, un grupo particular de percepciones relacionadas con percepciones o sentimientos de placer o dolor. Afirmar la existencia del mundo externo es afirmar que otros grupos de fenómenos, inmediatamente dados o postulados, se encuentran en relaciones espaciales o causales con el yo. Por lo tanto, existencia significa para nosotros existencia como sujeto o para un sujeto en el sistema de relaciones espaciales y causales. La cuestión de qué es la existencia en sí misma o la de qué cosas existentes hay fuera del sistema de relaciones espacio-temporales y causales no es una cuestión que podamos resolver. Dicho de otro modo: no podemos resolver problemas metafísicos. La ciencia se ocupa de la descripción de los fenómenos, no de "cuestiones últimas". Turgot tiene importancia en el desarrollo de la interpretación positivista de la historia. A diferencia de lo que ocurre en la historia animal, en la historia humana hay progreso, en el sentido de que los logros intelectuales de una generación son recogidos, ampliados y rebasados por la siguiente. En cada período cultural podemos hallar cierto esquema recurrente. Pero, en general, el avance intelectual de la especie humana pasa por tres fases Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit principales, la religiosa, la filosófica o metafísica y la científica. En esta tercera fase las ciencias matemáticas y naturales triunfan sobre la metafísica especulativa y ponen los fundamentos de un posterior avance científico y de nuevas formas de vida social y económica. De este modo anticipa Turgot la interpretación de la historia que expondría Auguste Comte durante el siglo siguiente. y aunque desde el punto de vista de la economía hay que clasificar a Turgot junto con Quesnay y los demás fisiócratas, desde el punto de vista filosófico, que es más amplio, es posible clasificarle junto con los directores de la Enciclopedia, d'Alembert y Diderot. 6. Observaciones finales. La Ilustración Francesa se identifica casi a menudo con el rotundo materialismo y las polémicas antirreligiosas de hombres como Helvecio, La Mettrie y d'Holbach. La tendencia a hacerlo así tiene causas comprensibles, y sin duda es ése, en efecto, un aspecto real de la filosofía francesa del siglo XVIII. Pero el espíritu del movimiento queda probablemente mejor representado globalmente por hombres como d'Alembert, Diderot y Turgot, los cuales tendían más bien a abstenerse de pronunciamientos dogmáticos acerca de la realidad última, y esperaban que el progreso científico y el incremento de la tolerancia aportaran formas nuevas y más racionales de vida social y política. No hay duda de que la filosofía francesa del siglo XVIII ha ayudado a preparar el camino a la Revolución; pero los filósofos mismos no aspiraban a una revolución sangrienta, sino más bien a la difusión del conocimiento, y, por medio de ella, a la reforma social. No estoy diciendo con esto que los puntos de vista doctrinales de les philosophes fueran buenos, ni que yo coincida con su punto de vista antimetafísico. Pero sí que es un error contemplarlos simplemente a la luz del materialismo dogmático de algunos de entre ellos. Como ya se ha indicado, hacerla así es pasar por alto e ignorar el aspecto programático de su obra, el programa que se proponía ampliar todo lo que fuera posible la esfera del conocimiento empíricamente verificado. Dejando aparte las formulaciones crudas y groseras, los filósofos ilustrados se interesan en realidad, y por ejemplo, por el desarrollo de la psicología y la biología empíricas, por el de los estudios sociológicos y por el de la economía política. En el siglo siguiente los idealistas sintieron la necesidad de reconciliar y sintetizar las visiones religiosa, metafísica y científica. Pero ese ideal 80 presuponía, como es obvio, la presencia del punto de vista científico y positivista; los filósofos del siglo XVIII han tenido mucha importancia en la producción de ese punto de vista. Como lo comprendieron los idealistas del siglo XIX, el punto de vista científico no había de negarse, sino que se trataba de modificarlo mediante su incorporación en una síntesis más amplia. Eso aparte de la cuestión de si han tenido éxito o no en la construcción de tal síntesis. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 81 LA ILUSTRACIÓN ALEMANA I Frederick Copleston 1. Christian Thomasius La primera fase de la Ilustración (Aufklärung) en Alemania. queda acaso representada del mejor modo por Christian Thomasius (1655-1728), hijo del Jakob Thomasius que fue uno de los maestros de Leibniz. De joven insistía Christian Thomasius en la superioridad de los franceses respecto de los alemanes en el terreno de la filosofía. Los alemanes tienen una inclinación a las abstracciones metafísicas, la cual no promueve el bien común ni la felicidad individual. La metafísica no produce conocimiento real. Además, la filosofía "culta" enseñada en las universidades presupone que el fin de la reflexión racional es la contemplación de la verdad abstracta por sí misma. Pero ese presupuesto es un error. El valor de la filosofía estriba en su utilidad, en su tendencia a contribuir al bien común o social y a la felicidad o el bienestar del individuo. Dicho de otro modo, la filosofía es un instrumento del progreso. Esta hostilidad a la metafísica y al puro intelectualismo se fundaba hasta cierto punto en un empirismo. Según Thomasius el espíritu tiene que purificarse de sus prejuicios y preconceptos, particularmente de los que son característicos del aristotelismo y el escolasticismo. Pero si rechazaba la metafísica aristotélica y escolástica, no lo hacía para poner otra en su lugar. Así, por ejemplo, Thomasius criticaba la Medicina mentis de Tschirnhaus (1651-1708), el cual, bajo la influencia de Descartes y Spinoza, proponía la aplicación del método matemático en una filosofía de descubrimiento, y proclamaba que la consecución de la verdad es el ideal más noble de la vida humana. Para Thomasius está claro que nuestro conocimiento natural depende de los sentidos. No poseemos ideas innatas, ni podemos descubrir verdades acerca del mundo mediante un método puramente deductivo. La experiencia y la observación Son las únicas fuentes fidedignas de conocimiento; y los límites del conocimiento están determinados por los sentidos. Por un lado, si hay algo tan pequeño que no impresione los sentidos, no podemos conocerlo. Por otro lado, hay cosas tan grandes que rebasan la capacidad de nuestro espíritu. Así, por ejemplo, podemos saber que los objetos de los sentidos dependen de una Causa Primera; pero no podemos conocer, por filosofía al menos, la naturaleza de esa causa. La dependencia en que nuestro espíritu se encuentra respecto de la percepción sensible y la consiguiente limitación del ámbito de nuestro conocimiento muestran la vaciedad de la especulación metafísica. Ni debemos permitirnos una recaída en la metafísica por el procedimiento de poner en duda la fidelidad de los sentidos para intentar luego dar una prueba filosófica de que son fidedignos. Por supuesto que la duda tiene su lugar en nuestra vida mental, pues debemos someter a dubitación las opiniones del pasado que no han resultado útiles. Pero el sano sentido común pone límites a la duda. No debemos caer en el escepticismo ni en la metafísica. Hemos más bien de dedicarnos a conseguir conocimiento del mundo que nos presentan los sentidos, y no por el conocimiento mismo, sino por su utilidad. La idea de la filosofía que tiene Thomasius, tal como aparece en la Einleitung zur Vernunftlehre (Introducción a la doctrina de la razón) y en la Ausübung der Vernunftlehre (Ejercicio de la doctrina de la razón), ambas de 1691, es en cierta medida expresión de un punto de vista empirista; pero probablemente están en lo justo los historiadores que la relacionan también con ciertos desarrollos sociales y con la concepción general de la Reforma Protestante. Es, desde luego, exagerado limitarse a afirmar que la importancia dada a la idea de bien común sea simple expresión del ascenso de la clase media, pues la idea de bien común era ya importante, por ejemplo, en la filosofía medieval. Pero, al mismo tiempo, probablemente es verdad que la concepción utilitarista de filosofía, con su concentración en torno a la idea de razón ilustrada que utiliza sus capacidades para promover el bien común, tiene algo que ver con la estructura posmedieval de la sociedad, por lo que resulta razonable considerar ese pensamiento como filosofía "burguesa". Por lo que hace a la vinculación religiosa, vale la pena notar que esa filosofía burguesa ha sido la prolongación secular izada de las concepciones de la Reforma Protestante. El verdadero servicio divino ha de verse en las formas ordinarias de la vida social, no en la aislada contemplación de verdades eternas o en el apartamiento del mundo mediante el ascetismo y la mortificación. Esta idea, una vez separada de su fundamento estrictamente religioso, lleva fácilmente a la conclusión de que el progreso social Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit y el éxito individual en este mundo son señales del favor divino. Y si la reflexión filosófica no tiene sino escasa o ninguna competencia en la esfera teológica, como pensaba Lutero, parece razonable que se dedique a promover el bien social y la felicidad individual temporal. El motivo capital de esa reflexión será la utilidad, no la contemplación de la verdad. O sea, la filosofía se ocupará de cuestiones de ética, organización social y derecho, más que de metafísica Y teología. Se centrará en torno al hombre, y su principal finalidad al considerar al hombre será la de promover el bien temporal de éste, no el integrar una antropología filosófica en una metafísica general del ser. El hombre será considerado psicológicamente, no metafísicamente ni desde un punto de vista teológico. Eso no significa, por supuesto, que la filosofía haya de ser antirreligiosa. Como hemos visto, la filosofía de la Ilustración Francesa fue frecuentemente hostil al Catolicismo y, en el caso de algunos pensadores, a la religión en general, vista como enemiga del progreso social; pero este punto de vista no fue, ciertamente, característico de la Ilustración Alemana en general ni de Thomasius en particular. Este último estaba muy lejos de ser un hombre irreligioso. Por el contrario, estaba relacionado con el pietismo, movimiento que nació en la Iglesia Luterana hacia fines del siglo XVII y que tendía a infundir una nueva devoción al cuerpo religioso. No puede decirse lícitamente que el pietismo redujera la religión al sentimiento, pero, de todos modos, es un hecho que no tenía simpatía por la metafísica ni por la teología escolástica, sino que acentuaba la importancia de la fe personal y de la interioridad. El pietismo, por lo tanto, al igual que el empirismo, aunque por razones diferentes, contribuyó a que la filosofía se apartara de la metafísica y de la teología naturaI. La conclusión de la Doctrina de la razón es que la metafísica es inútil y que la razón ha de utilizarse para promover el bien del hombre. La teoría ética de Thomasius se formula en su Einleitung zur Sittenlehre (1692), o Introducción a la doctrina de las costumbres y en su Ausübung der Sittenlehre (1696) o Ejercicio de la doctrina de las costumbres. Pero la teoría experimenta una curiosa metamorfosis. Primero nos enseña Thomasius que el bien supremo del hombre es la tranquilidad del alma, el camino hacia la cual es descubierto por la razón, mientras que la voluntad es la facultad que aparta al hombre del bien. El ideal es individualista. Pero Thomasius arguye luego que el hombre es por naturaleza 82 social y que sólo como miembro de la sociedad es propiamente hombre. De ello se sigue que el hombre no puede conseguir la serenidad del alma fuera del vínculo social, sin amor por sus semejantes; y que el individuo debe sacrificarse al bien común. Gracias al amor recíproco nace una voluntad común que trasciende la voluntad meramente privada y egoísta. De eso parece seguirse la imposibilidad de caracterizar la voluntad como necesariamente mala. Pues el "amor racional" es una manifestación de la voluntad, y del amor racional nacen las virtudes. Pero a pesar de ello Thomasius sigue sosteniendo que la voluntad humana es mala. La voluntad es esclava de los impulsos o instintos básicos, como los deseos de riqueza, honores y placer. No podemos conseguir por nuestros propios esfuerzos la virtud de desprendimiento o generosidad. La elección y la acción humanas no pueden producir sino pecado; sólo la gracia divina es capaz de rescatar al hombre de su impotencia moral. Dicho de otro modo: el pietismo pronuncia la última palabra en la ética de Thomasius, el cual acaba reprochándose el haber creído alguna vez que un hombre pueda desarrollar por su propio esfuerzo una moralidad natural. Thomasius es sobre todo conocido por sus obras de jurisprudencia y derecho internacional. En 1688 publicó los Institutionum jurisprudentiae divinae libri tres in quibus fundamenta juris naturae secundum hypotheses ill. Pufendorfii perspicue demonstrantur. Como lo indica el titulo, la obra está escrita bajo la influencia del célebre jurista Samuel Pufendorf (1632-1694). Más originalidad e independencia mostró Thomasius en su posterior publicación Fundamenta juris naturae et gentium ex sensu communi deducta (1705). Thomasius empieza con una consideración psicológica, no metafísica, del hombre. Halla en éste tres impulsos fundamentales: el deseo de vivir tan larga y felizmente como sea posible, la repugnancia instintiva por la muerte y el dolor y el deseo de propiedad y dominio. Mientras la razón no domina esos impulsos o instintos existe el estado natural de la sociedad humana, que es una mezcla de guerra y paz, siempre con la tendencia a degenerar en guerra. Esta situación no puede remediar se más que si la reflexión racional la domina y se orienta a conseguir para el hombre la vida más dilatada y feliz que sea posible. Mas, ¿qué es una vida feliz? Por de pronto es vida justa; y el principio de la justicia consiste en no hacer a otros lo que no deseamos que se nos haga. En este principio se basa la ley natural en el sentido más estrecho, a saber, en cuanto orientada a Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit la conservación de relaciones externas pacíficas. En segundo lugar, una vida feliz se caracteriza por el decoro (decorum) o decencia; y el principio del decoro o conveniencia es que hagamos a los demás lo que deseamos que se nos haga. En este principio se basa la política, orientada a promover la paz por 'medio de la acción benévola. En tercer lugar, una vida feliz exige virtud y respeto de sí mismo (honestum), y el principio es en este caso hacemos a nosotros mismos lo que deseamos que otros se hagan a ellos mismos según sus capacidades. En este principio se basa la ética, orientada a la consecución de la paz interior. Aquí tenemos, pues, una visión que discrepa de la sugerida por las observaciones de Thomasius en su Ausübung der Sittenlehre acerca de la incapacidad en que está el hombre de desarrollar una vida moral por sus propias fuerzas. Pues en los Fundamenta juris naturae et gentium ex sensu común deducta adopta claramente la actitud según la cual puede derivarse de la razón humana un derecho natural, del mismo modo que mediante el ejercicio de dicha razón el hombre puede superar sus instintos egoístas y promover lo útil, o sea, el bien común. También Pufendorf había derivado el derecho natural de la razón; pero Thomasius separaba la ley natural de la metafísica y de la teología de un modo mucho más tajante que su predecesor. Así encontramos, en cualquier caso, una idea característica de la Ilustración, a saber, que la razón puede curar las heridas de la vida humana, y que el ejercicio de la razón tiene que orientarse al bien social. El individuo debe hallar su propio bien en la superación de sus deseos y sus codicias egoístas, y en su subordinación al bien de la sociedad. No se trata de que Thomasius descartara la fe religiosa, la creencia en lo sobrenatural. Pero tendía a separar la religión, que pertenece a la esfera de la fe, el sentimiento y la devoción, de la esfera de la reflexión filosófica. La acentuación calvinista de la comunidad aparece así de un modo secularizado, pero coexiste en Thomasius con el pietismo luterano. 2. Christian Wolff El principal representante de la segunda fase de la Ilustración Alemana es Christian Wolff (1679-1754). Pero con él pasamos a una concepción de conjunto muy diferente de la de Thomasius. Desaparece del todo la hostilidad de éste a la metafísica, y la combinación de esa hostilidad con el pietismo. En lugar de ello 83 encontramos un renacimiento de la filosofía académica y la metafísica de escuela, así como un racionalismo que lo penetra todo. Con eso no se trata de afirmar que Wolff fuera un racionalista en el sentido de un pensador antirreligioso; nada de eso. Pero desarrolló un sistema racional completo de filosofía que incluía la metafísica y la teología natural y ejerció una poderosa influencia en las universidades. Sin duda acentuaba el fin práctico de la filosofía y está claro que su intención era promover la difusión de la inteligencia y la virtud entre los hombres. Pero la nota característica de su pensamiento es la confianza y la insistencia en la capacidad de la razón humana para conseguir certeza en el campo de la metafísica, incluido el conocimiento metafísico de Dios. Este racionalismo se expresa ya en los títulos de sus obras alemanas, que empiezan frecuentemente con las palabras "Pensamientos racionales acerca de..." (Vernünftige Gedanken von...), como, por ejemplo, en los Pensamientos racionales acerca de Dios) el Mundo y el Alma del Hombre) de 1719. y sus obras latinas componen la "Filosofía Racional" (Philosophia rationalis). La separación pietista entre esfera de la fe y esfera de la razón, así como la eliminación de la metafísica por insegura e inútil, son cosas completamente ajenas al espíritu de Wolff. En este sentido Wolff ha continuado la gran tradición racionalista de la filosofía continental posterior al Renacimiento. Wolff depende considerablemente de Leibniz, cuyo pensamiento ha expresado en forma escolástica y académica. Pero aunque careció de la originalidad de Leibniz y de sus demás grandes predecesores, Wolff es de todos modos una figura importante en la filosofía alemana. Cuando Kant discute la metafísica y las argumentaciones metafísicas, está frecuentemente pensando en la filosofía de Wolff. Pues en su período precrítico había estudiado y asimilado las ideas de Wolff y de' sus seguidores. Wolff nació en Bratislava, y al principio iba a estudiar teología, aunque pronto se dedicó a la filosofía, que enseñó en Leipzig. Algunas notas sobre la Medicina mentís de Tschirnhaus le pusieron en relación con Leibniz, por recomendación del cual Woiff obtuvo una plaza de profesor de matemáticas en Halle; allí enseñó no sólo matemáticas, sino también varias ramas de la filosofía. Sus opiniones provocaron la oposición de sus colegas pietistas. los cuales le acusaron de ateísmo y consiguieron que Federico Guillermo I le expulsara de su cátedra (1723). Wolff recibió orden de abandonar Prusia bajo pena de muerte en el plazo de dos días. Fue acogido en Marburgo, donde continuó sus actividades Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit docentes y de escritor, mientras su caso provocaba animadas discusiones por toda Alemania. En 1740 Federico II le llamó para que volviera a Halle y posteriormente le ennobleció. Mientras tanto la influencia de sus ideas se había extendido por todas las universidades alemanas. Murió en Halle en 1754. En algunos respectos Wolff ha sido un racionalista radical. Así por ejemplo el método ideal era para él el deductivo. Su uso fuera de la lógica formal y de la matemática pura es posible, según Wolff, por el hecho de que el principio supremo, el de nocontradicción, se aplica a toda la realidad. De ese principio podemos derivar el de razón suficiente, el cual, como el de no contradicción, es un principio ontológico, no sólo lógico. y el principio de razón suficiente es de gran importancia en filosofía. El mundo, por ejemplo, ha de tener: su razón suficiente en un ser trascendente, que es Dios. Wolff se daba cuenta, por supuesto, de que el método deductivo solo no bastaría para construir un sistema de filosofía, y aun menos para desarrollar las ciencias empíricas. No podemos adelantar en éstas sin experiencia e inducción, y hasta en filosofía necesitamos elementos empíricos. Por lo tanto, muchas veces tenemos que contentamos con la mera probabilidad. Algunas proposiciones son absolutamente ciertas, pues no podemos afirmar sus opuestas sin incurrir en contradicción. Pero hay muchas otras proposiciones que no se pueden reducir al principio de no contradicción, sino que gozan simplemente de grados varios de probabilidad. Dicho de otro modo: Wolff adoptaba las distinciones de Leibniz entre verdades de razón -las opuestas a las cuales no se pueden afirmar sin contradicción y que son, por lo tanto, necesariamente verdaderas- y verdades de hecho, las cuales son verdaderas no necesaria, sino contingentemente. He aquí un ejemplo del modo como aplicaba la distinción. El mundo es el sistema de cosas finitas interrelacionadas, y es como una máquina que trabaja o se mueve necesariamente de cierto modo por el hecho de ser como es. Pero esa necesidad es hipotética. Si Dios lo hubiera querido, el mundo habría podido ser diferente de lo que es. De ello se sigue que hay muchos enunciados verdaderos acerca del mundo cuya verdad no es absolutamente necesaria. Al mismo tiempo, el mundo se compone en última instancia de sustancias, cada una de las cuales ejemplifica una esencia que, al menos 84 idealmente, puede ser concebida mediante una idea clara y puede ser, por lo tanto, definida. Si poseyéramos un conocimiento de esas esencias, podríamos deducir una serie de verdades necesarias. Pues cuando concebimos las esencias hacemos abstracción de la existencia concreta y consideramos el orden de la posibilidad, sin tener en cuenta la divina elección de este mundo. Puede sostenerse que la idea de Wolff según la cual el mundo podría ser diferente de lo que es no encaja bien con su teoría de .las esencias. Pues podría sostenerse que, dadas las esencias que componen el mundo, el orden de éste no puede ser sino el que es. Pero lo que aquí me interesa puntualizar es que el racionalismo de Wolff, su insistencia en las ideas claras, distintas y definible s y en la deducción, le mueve a describir la filosofía como la ciencia de lo posible, de todas las cosas posibles, en base al concepto inicial de que una cosa posible es simplemente algo que no implica contradicción. Hemos aludido ya a Leibniz, y no hay duda de que la filosofía de éste ha influido grandemente en el pensamiento de Wolff. Brevemente veremos ejemplos de esa influencia. Pero al restablecer la idea de las esencias Wolff alude explícitamente a la escolástica. Y aunque, dado el difundido desprecio por la escolástica que es propio de la época, Wolff precisa que está perfeccionando las ideas de los escolásticos, no oculta, sin embargo, que, de acuerdo con el ejemplo de Leibniz, no simpatiza con la condena global de las opiniones y la obra de aquéllos. De hecho está clarísimo que Wolff ha experimentado la influencia de la escolástica. Pero la concentración de su pensamiento en torno a la noción del ser como esencia recuerda más a Duns Escoto que a Tomás de Aquino. Lo que ha influido en Wolff ha sido el escolasticismo tardío, no el de los tomistas. Así, por ejemplo, se refiere en su Ontología elogiosamente a Suárez, cuyos escritos tuvieron mucho éxito en las universidades alemanas, incluso en las protestantes. La influencia de la escolástica puede apreciarse en la división wolffiana de la filosofía. La: división fundamental, que se remonta a Aristóteles, distingue entre filosofía teórica y filosofía práctica. La filosofía teórica, o metafísica, se subdivide en ontología, que trata del ente como tal, psicología racional, que se ocupa del alma, cosmología, que trata del sistema cósmico, y teología natural o racional, que tiene como tema la existencia y los atributos de Dios. (La filosofía práctica se divide, con Aristóteles, en ética, economía Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit y política.) La separación explícita entre ontología o metafísica general y teología natural no se remonta a la Edad Media, por lo que algunas veces se ha atribuido a Wolff mismo. Pero ya el cartesiano CIauberg (1622-1665), que hablaba de "ontosofía" en vez de "ontología", habría practicado la distinción, y el escolástico Jean-Baptiste Duhamel (1624-1706) había utilizado el término "ontología" en su Philosophia universalis: Wolff aspiraba explícitamente en su Ontología a mejorar las definiciones dadas por los escolásticos, así como el tratamiento de la ciencia del ente como ente. Y aunque su división de la filosofía difiere de la de santo Tomás, por ejemplo, sin embargo, la disposición jerárquica de sus ramas se ha desarrollado claramente bajo influencia escolástica. La cosa puede parecer de escasa importancia; pero es por lo menos interesante observar que la tradición escolástica ha tenido continuación en el pensamiento de una de las figuras rectoras de la Ilustración Alemana, aunque, desde un punto de vista estrictamente tomista, la forma de escolasticismo que se ha insertado en la filosofía wolffiana no resulte nada fundamentada. Sin duda será ésta la opinión de los que, con Gilson, contraponen el "existencialismo" de santo Tomás y sus fieles sucesores al "esencialismo" de la posterior escolástica. La influencia leibniziana puede percibirse claramente en el tratamiento del concepto de sustancia por Wolff. Aunque evita el término 'mónada', Wolff postula la existencia de sustancias simples imperceptibles sin extensión ni figura; ningún par de ellas es completamente igual. Las cosas que percibimos en el mundo material son agregados de esas sustancias o átomos metafísicos; y la extensión pertenece, como dice Leibniz, al orden fenoménico. El cuerpo humano es también, por supuesto, un agregado de sustancias. Pero en el hombre hay además un alma que es una sustancia simple y cuya existencia se puede probar por referencia al hecho de la conciencia, la autoconciencia y la conciencia del mundo externo. La existencia del alma es inmediatamente evidente para cualquiera en la autoconciencia. Wolff insistía mucho en el papel de la consciencia. El alma, como sustancia simple que es, posee una potencia activa; pero esa potencia consiste en la capacidad que tiene el alma de representarse el mundo. Y las diferentes actividades del alma, las dos fundamentales de las cuales son el conocimiento y el deseo, son simplemente manifestaciones diversas de esa misma potencia de representación. Por lo que hace a la relación entre el cuerpo y el 85 alma, hay que describirla sobre la base de la armonía preestablecida. No hay interacción directa entre el alma y el cuerpo; así lo enseñaba ya Leibniz. Dios ha dispuesto de tal modo las cosas que el alma se representa a sí misma el mundo según las modificaciones que ocurren en los órganos de los sentidos de su cuerpo. La principal prueba de la existencia de Dios es según Wolff un argumento cosmológico. El mundo, el sistema de las cosas finitas interrelacionadas, exige una razón suficiente de su existencia y de su naturaleza, y esa razón suficiente es la voluntad divina, aunque la misma opción divina tiene a sU vez razón suficiente, a saber, la fuerza atractiva del bien concebido por Dios. Eso significa, naturalmente, que Wolff tiene que seguir las líneas de la teodicea leibniziana. Y al igual que Leibniz distingue, en efecto, entre mal físico, mal moral y mal metafísico. Este último es la imperfección necesariamente anexa a la finitud y, por lo tanto, es inseparable del mundo. En cuanto al mal físico y al mal moral, el mundo requiere por lo menos su posibilidad. En realidad, la cuestión no estriba en saber si Dios podía haber creado un mundo sin mal, sino en si hay razón suficiente para crear un mundo del cual no puede estar ausente el mal o, por lo menos, la posibilidad del mal. La respuesta de Wolff es que Dios ha creado el mundo para ser reconocido, honrado y glorificado por el hombre. Como se ve, todo esto nos lleva bastante lejos de la opinión de Thomasius según la cual la mente humana es incapaz de alcanzar la verdad en la metafísica y la teología natural. Además de su prueba cosmológica de la existencia de Dios, Wolff aceptaba el argumento ontológico, convencido de que el desarrollo de este argumento por Leibniz y por él mismo lo había inmunizado frente a las críticas habituales. La acusación de ateísmo presentada contra Wolff era realmente absurda. Pero se comprende que sus enemigos pietistas pensaran que Wolff estaba colocando la razón en el lugar de la fe y socavando así su concepto de religión. Del mismo modo que rechazaba la tesis de la incapacidad intelectual del hombre en la esfera de la metafísica, así también rechazaba Wolff la idea de la incapacidad moral del hombre, esto es, la tesis de que, dejado a sí mismo, el hombre no es capaz más que de pecar. Su teoría moral se basa en la idea de perfección. El bien se define como lo que nos hace más perfectos, a nosotros mismos y a nuestra condición; mientras que el mal se define como Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit lo que no$ hace más imperfectos. Pero Wolff admitía como de antiguo reconocido, "por los antiguos", ese principio de que sólo queremos lo que consideramos bueno en el sentido de perfectivo de nosotros mismos, y que no queremos nada que consideremos malo. Dicho de otro modo, Wolff admite la doctrina escolástica de que el hombre elige siempre sub specie boni. Está claro, por lo tanto, que Wolff ha de encontrar algún criterio que distinga entre el bien en el amplio sentido del término, o sea, como inclusivo de todo lo que sea objeto de la elección de la voluntad, y el bien en sentido moral, o sea, en el sentido de lo que tenemos que elegir, o de aquello a lo que debemos aspirar. Sin duda acentúa la idea de perfección de nuestra naturaleza. Pero está claro que este concepto tiene que tomar un contenido más concreto que nos permita distinguir entre acciones morales y acciones inmorales. Al intentar hacerla así Wolff da preeminencia a la idea de armonización de la multiplicidad de elementos de la naturaleza humana bajo el gobierno de la razón y de las condiciones internas y externas del hombre. Algunos autores han sostenido que al incluir el bien externo en el summum bonum o fin del esfuerzo moral humano, Wolff estaba expresando una" ética protestante". Pero ya siglos antes Aristóteles había incluido en el bien del hombre la suficiencia en bienes externos. En cualquier caso, hay que observar que Wolff desea evitar el individualismo que podría derivarse de una ética del autoperfeccionamiento. Por eso acentúa el hecho de que el hombre no puede perfeccionarse más que si se esfuerza por ayudar a sus semejantes y por levantarse por encima de sus impulsos puramente egoístas. La promoción de los honores debidos a Dios y del 'bien común pertenece a la idea de autoperfeccionamiento. La "ley natural" ordena, por lo tanto, que hagamos lo que nos perfecciona a nosotros mismos, y lo que perfecciona nuestra condición y la condición de los demás, y que no hagamos lo que nos hace más imperfectos a nosotros mismos, o lo que hace más imperfectos a los demás. Wolff afirma la libertad como condición de la vida moral. Pero no le es nada fácil explicar la posibilidad de la libertad, si es que libertad significa que un hombre pudo haber hecho otra elección que la que efectivamente ha hecho. Pues, como hemos visto, Wolff considera la naturaleza por analogía con una máquina en la cual todos los momentos son determinados e (hipotéticamente) necesarios. Pero a pesar de esa dificultad Wolff sigue afirmando que el hombre es libre. Para 86 justificar su tesis apela a la teoría de la armonía preestablecida entre el alma y el cuerpo. No hay una interacción directa entre ellos. Por lo tanto, las condiciones somáticas y los impulsos sensibles, por ejemplo, no pueden determinar la elección del alma. La decisión del alma surge de su propia espontaneidad y es por lo tanto libre. Wolff tropieza con dificultades también a propósito de la relación entre la inteligencia y la voluntad en la vida moral. Según él, el comienzo y el fundamento de la virtud es una voluntad constante de no hacer más que lo que corresponde a la ley moral natural. Pero ¿pueden el entendimiento o la razón, el conocimiento del bien y el mal morales, producir esa dirección constante de la voluntad? ¿No habrá de ser esa producción un efecto de la voluntad misma? Puesto que la dirección constante de la voluntad hacia el bien moral objetivo no es nada dado desde el comienzo, y puesto que es difícil mostrar que pueda producirla el mero entendimiento, Wolff subraya la necesidad y la importancia de la educación en la vida moral. Por educación no deja de entender educación intelectual, formación de ideas claras y distintas. Por lo tanto, aunque Wolff no suministre una respuesta completamente satisfactoria a la cuestión de cómo puede tener el hombre una vida verdaderamente moral merced a su propio esfuerzo, queda claro que el racionalismo pronuncia para él la última palabra. El principal objetivo de la educación consiste en producir las ideas claras acerca de la vocación moral del hombre que puedan servir como fuerzas motivadoras de la voluntad. El fondo de su pensamiento parece bastante claro. La voluntad busca por naturaleza el bien. Pero el hombre puede tener ideas erradas acerca del bien. De aquí la importancia de desarrollar ideas verdaderas, claras y adecuadas. Sólo el entendimiento puede dirigir adecuadamente la voluntad. Es posible que Wolff no consiga explicar con precisión por qué el entendimiento puede gobernar la voluntad y producir los deseos rectos; pero está fuera de duda que él lo cree así. A veces habla Wolff como si el objetivo de la educación del espíritu fuera producir ideas útiles. y si tenemos presente su insistencia en que el hombre ha de trabajar para promover así el bien común, además de mantenerse a sí mismo, podremos acaso inclinarnos a inferir que su ideal moral es simplemente el del ciudadano decente y trabajador. Dicho de otro modo, podemos llegar a la conclusión de que también Wolff tiene una concepción plenamente burguesa del hombre y de su vocación moral, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit concepción que puede describirse como forma secularizada de protestantismo, o de la noción protestante de la vocación del hombre en este mundo. Pero aunque esa concepción constituya sin duda un elemento de su pensamiento no es el único. Wolff, en efecto, da .una significación muy amplia al término "útil". Ser útil a la sociedad no significa simplemente prestar leal servicio como trabajador manual o como funcionario. El artista y el filósofo, por ejemplo, desarrollan sus potencialidades, se perfeccionan a sí mismos y son "útiles" para la sociedad. La educación para la vida no ha de tomarse en un sentido estrecho y filisteo. Wolff intenta combinar una amplia idea de la educación y la autoperfección con la insistencia en el deber de servir al bien común, deber que considera como la nota característica de su filosofía moral. Pensando en la idea kantiana de que el hombre está obligado a buscar la perfección moral y que esta perfección no se puede conseguir en un tiempo finito, vale la pena observar que antes ya, para Wolff, la perfección moral no es nada que se pueda conseguir precisamente aquí y ahora. El hombre, por así decirlo, no puede alcanzar su objetivo y ponerse a descansar. La obligación de buscar la perfección moral implica la obligación de seguir constantemente hacia adelante, en busca de ella, la obligación de aspirar infinitamente a la armonización completa de los impulsos y los afectos bajo el gobierno de la razón. Y esta obligación recae tanto sobre el individuo cuanto sobre la especie en su conjunto. Los derechos del hombre se basan en sus deberes. Por naturaleza son todos los hombres iguales, y tienen lo mismos deberes en cuanto hombres. Por lo tanto, también tienen los mismos derechos. Pues tenemos un derecho natural a todo lo que nos permite satisfacer nuestros deberes naturales. También hay, desde luego, derechos adquiridos; pero por lo que hace a los derechos naturales, todos los hombres son iguales. Wolff basa el estado en un contrato. Pero el estado tiene una justificación natural en el hecho de que sólo en una sociedad grande puede el hombre obtener con suficiencia los bienes de la vida, y defenderlos contra la agresión. Por lo tanto, el estado existe para promover el bien común. Por lo que hace al gobierno, éste se basa en última instancia en el consentimiento de los ciudadanos, los cuales pueden reservarse el poder supremo o trasferirlo a alguna forma de gobierno. El poder del gobierno abarca sólo las actividades de los ciudadanos que están relacionadas con la 87 consecución del bien común. Pero Wolff concede al gobierno amplios poderes de supervisión por el bienestar físico y espiritual de los ciudadanos. Ello se debe a que Wolff interpretaba el bien común sobre la base de la perfección humana, no de un modo puramente económico. Las naciones, dice Wolff en su Jus Gentiunt, han de considerarse como "personas individuales libres que viven en estado de naturaleza". Y del mismo modo que hay una ley moral natural que obliga a los hombres individuales y origina los derechos, así también hay una ley natural de las naciones, o ley necesaria de las naciones, la cual es inmutable y da origen a derechos iguales. Esta ley es la ley moral natural en cuanto aplicada a las naciones. Ha de entenderse, además, que todas las naciones juntas han formado, por consentimiento presunto, un estado supremo. Pues la naturaleza misma obliga a las naciones a formar una sociedad internacional por su bien común. Por lo tanto, podemos concluir que las naciones en su conjunto poseen el derecho a obligar a determinadas naciones a cumplir sus obligaciones para con la sociedad más amplia. Y del mismo modo que en un estado democrático la voluntad de la mayoría ha de considerarse como representativa de la voluntad del pueblo entero, así también en el estado supremo la voluntad de la mayoría de las naciones ha de considerarse representativa de la voluntad de todas las naciones. Mas, ¿cómo podrá expresarse esa voluntad, puesto que las naciones no pueden reunirse al modo como pueden hacerlo grupos de individuos? Según Wolff, hemos de considerar como voluntad de todas las naciones aquello sobre lo cual se pondrían de acuerdo si siguieran la recta razón y de esto infiere que la ley de las naciones es lo que ha sido aprobado por "las naciones más civilizadas". Wolff llama "derecho voluntario de las naciones" al derecho derivado del concepto de una sociedad de naciones. Y lo sitúa bajo el rótulo general de «derecho positivo de las naciones", junto con el derecho estipulativo, que se basa en el consentimiento expreso de, las naciones, y con el derecho consuetudinario, que se basa en su consentimiento tácito. Pero completamente aparte de la posible crítica de la idea de un estado supremo con gobernante ficticio, parecería más natural situar lo que Wolff llama jus gentium Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit voluntarium bajo el rótulo del jus gentium naturale que bajo el de jus positivum. Pues esta última clasificación parece exigir la existencia de una sociedad suprema o universal efectiva, y no simplemente la de una presunta sociedad de las naciones. De todos modos, al afirmar la existencia del" derecho voluntario de las naciones" Wolff actuaba bajo la influencia de Grocio, al que se remite precisamente, aunque le reprocha no haber distinguido entre derecho voluntario, estipulativo y consuetudinario. En cualquier caso, la idea de una sociedad de naciones es de valor indiscutible, aceptemos o rechacemos el uso de la idea por Wollf. Si se compara a Wolff con pensadores como Descartes, Spinoza y Leibniz, hay que clasificarlo, evidentemente, como figura menor en la historia de la filosofía. Pero sise le considera en el contexto del desarrollo del pensamiento alemán, el juicio habrá de ser muy diferente. Aparte de Leibniz, Alemania había producido hasta el momento muy poca cosa en filosofía; el gran período de la filosofía alemana se encontraba aÚn en el seno del futuro. Wolff actuó en esa fase como una especie de educador filosófico de su nación. Muchas veces se le ha criticado, y con razón, su aridez, su dogmatismo y su formalismo. Pero precisamente por su fácil comprensibilidad y por su ordenada y formal disposición, su sistema pudo proporcionar una filosofía de escuela para las universidades alemanas. Su influencia se desarrolló por toda Alemania y fuera de ella, y se puede afirmar que sus ideas dominaron las universidades alemanas hasta el triunfo del criticismo kantiano. El sistema, que no fue en sí mismo nada muy importante, estimuló de este modo el desarrollo de la reflexión filosófica. Triunfó sobre sus oponentes teológicos, aunque poco después esa filosofía fuera a su vez derribada por la de Kant y sus sucesores. Dicho de otro modo: Wolff ocupa un lugar importante en la historia del pensamiento alemán, y no hay crítica por falta de originalidad o por formalismo que pueda expulsarle de ese lugar. 3. Seguidores y críticos de Wolff. El término "filosofía leibnizo-wolffiana", rechazado por el mismo Wolff, fue acuñado por Georg Bernhard Bilfinger (16931750), profesor de filosofía durante algún tiempo en San Petersburgo y luego (desde 1731) profesor de teología en Tubinga. 88 Sus Dilucidationes philosophicae de Deo, anima humana, mundo et generalibus rerum affectionibus (1725) ayudaron a difundir el sistema de Wolff, aunque Bilfinger no lo siguiera en todo punto. Entre otros discípulos de Wolff conviene también citar a Ludwig Philipp Thümmig (1697-1728), que perdió su cátedra de Halle al mismo tiempo que Wolff, y Johann Christoph Gottsched (17001766), autor de unos Erste Griinde der gesamten Weltweisheit (Primeros principios de la entera sabiduría mundanal). 1733, en los que intentaba utilizar la filosofía wolffiana en el campo de la crítica literaria. También hay que mencionar a Martin Knutzen (17131751), aunque no fuera sino porque desde 1734 fue profesor de lógica y de metafísica en Konigsberg y tuvo a Kant entre sus alumnos. Era matemático y astrónomo al mismo tiempo que filósofo, y contribuyó a suscitar el interés de Kant por la ciencia newtoniana. En el campo de la filosofía estaba influido por Leibniz y por Wolff, pero fue al mismo tiempo un pensador independiente. Así abandonó, por ejemplo, la doctrina de la armonía preestablecida por una teoría de la causalidad eficiente. No habrá que decir que Knuteen no es el causante de la filosofía crítica de Kant, pero sus lecciones fueron uno de los factores que contribuyeron a formar las opiniones filosóficas del Kant del período precrítico. En religión Knutzen tendía al pietismo; pero bajo la influencia de Wolff modificó considerablemente la recusación de la teología natural o filosófica que era una de las características del movimiento pietista. Publicó, en efecto, una Demostración filosófica de la verdad de la religión cristiana (1740). Se puede decir que intentó combinar la espiritualidad pietista con el "racionalismo" wolffiano. Figura más importante es Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762), profesor en Frankfurt del Oder, que produjo cierto número de manuales en los que exponía y desarrollaba la filosofía de Wolff. Su Metafísica, por ejemplo, era utilizada por Kant en sus clases, de manera nada acrítica, por supuesto. Pero la importancia de Baumgarten no se encuentra primariamente en su relación con Kant, ni en su enriquecimiento del vocabulario filosófico alemán mediante la traducción de términos latinos, sino en el hecho de que ha sido el verdadero fundador de la teoría estética alemana. En sus Meditationes philosophicae de nonnullis ad poema pertinentibus (1735), que se tradujerml al inglés con el título de Reflections on Poetry, acuñó la palabra "estética" (aesthetica). Desarrolló sus teorías en una obra en dos volúmenes titulada precisamente Aesthetica (1750-1758). Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit La dedicación de Baumgarten a la estética estuvo en gran parte determinada por la filosofía de Wolff. Este Último había omitido deliberadamente el tratamiento del arte y de la belleza, porque el tema no entraba bien en el esquema de su filosofía. Wolff se ocupaba de ideas "distintas", esto es, de Conceptos que fueran comunicables por medio de palabras; no se interesaba por conceptos que fueran" claros", pero no "distintos", o sea, por conceptos que aun siendo claros no pueden comunicarse verbalmente, como es el concepto de un color determinado. Y como creía que los conceptos relacionados con el goce de la belleza no son conceptos distintos, omitió todo estudio de la estética. Por otra parte, al considerar las potencias o facultades del hombre Wolff atendió principalmente a las "potencias superiores" (vires superiores), prescindiendo de las "potencias inferiores" (vires inferiores). Y su creencia de que el goce estético es una función de las potencias inferiores, de las facultades de la sensación, es también una razón de que no considerara la teoría estética. Había por tanto una laguna en la filosofía wolffiana, y Baumgarten se dispuso a colmarla. Para un discípulo de Wolff, esa tarea implicaba un estudio de las potencias sensitivas del hombre. El creciente conocimiento del empirismo británico en Inglaterra hacía aún más aguda la necesidad de ese estudio. La idea de estética que tiene Baumgarten es de carácter humanístico, en el sentido de que está vinculada con una idea del hombre. Al principio de la Estética observa en efecto que "el filósofo es un hombre entre los hombres; no debe considerar ajena a sí mismo ninguna parte del conocimiento humano". El filósofo tiene que aspirar a un conocimiento de la sensibilidad, puesto que ésta es tan importante en la vida humana, y aunque no sea capaz de crear belleza, como la produce el artista, debe intentar conocer sistemáticamente lo bello. Baumgarten define la estética como ciencia de la belleza y de las cosas bellas. Mas la belleza es perfección en el campo de la sensibilidad, del conocimiento sensible. Por lo tanto, la estética es la ciencia de la perfección del conocimiento sensible. "El objeto de la estética es la perfección del conocimiento sensible como tal. Y esto es la belleza." Baumgarten describe también la estética como el arte de pensar hermosamente (ars pulchre cogitandi). Esta desgraciada definición o descripción tiende evidentemente a provocar equívocos y usos incorrectos. Pero Baumgarten no pretendía decir 89 que la ciencia de la estética consistiera en saber cómo pensar "ideas hermosas"; estaba pensando en el arte de usar adecuadamente las facultades llamadas inferiores para conseguir su "perfección" y si reunimos sus varias definiciones o descripciones podemos decir que esperaba de la estética una psicología de la sensación, una lógica de los sentidos y un sistema de crítica estética. La idea de una lógica de los sentidos es importante. Como seguidor de Wolff, Baumgarten disponía las ciencias filosóficas en orden jerárquico, y con la misma naturalidad situaba la estética en una posición subordinada, pues la estética se ocupa de potencias inferiores y de conocimiento inferior. Si es una ciencia, de todos modos, tiene que ser una actividad de pensamiento; mas como no trata de la provincia de las ideas distintas, ha de ocupar una posición inferior en lo que podría llamarse la escala del conocimiento. Al mismo tiempo Baumgarten comprende que no es posible tratar la intuición estética como una forma de pensamiento puramente lógico que por una u otra razón no hubiera conseguido alcanzar los criterios del pensamiento lógico pleno. No es que sea "ilógica". La intuición estética tiene su propia ley interna, su propia lógica, por eso habla Baumgarten de la estética como del arte del análogo de la razón. "La estética (la teoría de las artes liberales y el conocimiento inferior, el arte de pensar hermosamente, el análogo de la razón) es la ciencia del conocimiento sensitivo." Baumgarten no indica siempre con suficiente claridad si está hablando de la intuición estética misma o de nuestra representación reflexiva y conceptual de la misma; pero hayal menos dos cosas que quedan claras. Primera, que no hay que excluir la sensibilidad de la esfera del conocimiento por el mero hecho de que el "conocimiento sensible" no sea conocimiento puramente lógico ni matemático. Segunda, que la sensibilidad es una clase peculiar de conocimiento. Para tratar con ella necesitamos una epistemología especial, conocimiento o teoría del conocimiento inferior (gnoseología inferior). Pues la ley que gobierna la intuición estética no puede expresarse con conceptos distintos y puramente lógicos; es un "análogo de la razón". La lógica pura significa abstracción, y la abstracción significa empobrecimiento, en el sentido de que lo concreto e individual se sacrifica a favor de lo abstracto y universal. Pero la intuición estética salva el abismo entre lo individual y lo universal, entre lo concreto y lo abstracto; su "verdad" se encuentra en cualidades Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit concretas. Y la belleza es algo que no puede expresarse con conceptos abstractos. Al incluir tal variedad de temas bajo el rótulo general de estética, Baumgarten no ha facilitado, ciertamente, la consecución de generalizaciones claras. Pero el punto más destacado de su teoría estética es el reconocimiento del hecho de que conceptos como el de belleza tienen sus usos peculiares. De este modo ha constituido la estética como rama de investigación filosófica independiente. Por ejemplo, al hablar del lenguaje de la poesía, Baumgarten pone en claro que no podemos constreñir todos los usos del lenguaje en el mismo molde e interpretarlos del mismo modo. En la poesía las palabras quedan, por así decirlo, saturadas de contenido sensible: "el lenguaje perfecto del sentido", escribe Baumgarten en las Meditaciones, "es la poesía". El lenguaje de la poesía tiene que diferenciarse del de la ciencia física, por ejemplo. Las palabras no funcionan de la misma manera. Pero de ello no se sigue que los enunciados poéticos sean sinsentidos. Expresan y evocan intuiciones vivas que no son irracionales, sino que poseen su propia analogía de razón. Según la frase de Baumgarten, tienen "vida de conocimiento" (vita cognitionis). Desde luego que no hay que exagerar la importancia de Baumgarten. En primer lugar, no es verdad que sea “el padre de la estética”. Por no remontarnos más atrás en la historia, Shaftesbury y Hutcheson; por ejemplo, habían escrito ya en Inglaterra acerca de ese tema. En segundo lugar, frente al elogio desmesurado a veces dado a su obra, hay que recordar, como antídoto, la frase de Benedetto Croce según la cual" salvo en su título y en sus primeras definiciones, la Estética de Baumgarten está configurada por el molde de la antigüedad y el lugar común". Todo eso, empero, no ha de bastar para negar su importancia en el desarrollo de la teoría estética en Alemania. Y también es indudable, como observa el mismo Croce, que Baumgarten tiene importancia en la historia de la estética como "ciencia en formación... de la estética condenda, no condita": Pues Baumgarten reconoció al menos que hay una investigación que es la filosofía de la estética, y, además, que el lenguaje de la estética tiene sus peculiaridades. Sin duda interpretó el tema a la luz de la filosofía de Wolff; y se le puede criticar un intelectualismo excesivo para el tema, por ejemplo, el uso de expresiones relativas al conocimiento y a la verdad. Pero lo importante es que Baumgarten ha notado la inadecuación de una interpretación puramente racionalista de la intuición y el goce 90 estéticos, y que ha preparado el camino para un desarrollo ulterior de la teoría estética. Cualesquiera que hayan sido las insuficiencias de Baumgarten, este filósofo vio que hay un aspecto de la vida y de la actividad humanas que es objeto adecuado de la consideración filosófica, pero que no puede ser entendido por nadie que se empeñe en llevarlo a la esfera del pensamiento lógico abstracto, bajo pena de una completa exclusión de la filosofía. El discípulo de Baumgarten Georg Friedrich Meier (17181777) expuso las doctrinas de su maestro en Halle y publicó unos Anfangsgründe aller schönen Wissenschaften (Principios iniciales de todas las ciencias bellas) en tres volúmenes (1748-1750), así como unas Betrachtungen über den ersten Grundsätzen aller schonen Künste und Wissenschaften (Consideraciones acerca de los primeros principios de todas las artes y ciencias bellas) en 1757. También Moses Mendelssohn (1729-1786), del que se volverá a hablar en el capítulo siguiente, estuvo bajo la influencia de Baumgarten por lo que hace a la teoría estética. Pero no tiene interés dar aquí una lista de nombres. Baste con decir que la segunda mitad del siglo XVIII vio una verdadera floración de escritos de estética. En su Conspecto de la historia y la bibliografía de la estétim J. Koller afirmaba en 1799 que la juventud patriótica podía observar complacida que Alemania ha producido sobre este tema más bibliografía que otro país alguno. Atendamos ahora a los oponentes y críticos de Wolff. Conviene citar ante todo a Joachim Lange (1670-1744), de Halle, uno de los personajes más activos y eficaces de entre los que consiguieron la expulsión de Wolff de aquella universidad en nombre de la ortodoxia religiosa y la piedad. Mucho más profundamente filosófico como pensador fue Andreas Rüdiger (1673-1731), que enseñó en las universidades de Halle y Leipzig y atacó la noción de que el método matemático puede aplicarse en filosofía. La matemática se ocupa de la esfera de lo posible, mientras que la filosofía se interesa por lo actual. Por lo tanto, el filósofo ha de basarse en el fundamento de la experiencia, el cual nos es dado en la percepción sensible y en la autoconciencia. De esas fuentes ha de obtener el filósofo sus definiciones fundamentales y los axiomas en los que fundamentar su razonamiento. Rüdiger se ha opuesto también a otras doctrinas características de la tradición de Wolff y de Leibniz, por ejemplo y señaladamente a la doctrina de la armonía preestablecida entre el Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit cuerpo y el alma. Su tesis es que el alma es extensa y hay una interacción física entre ella y el cuerpo. Otro contrincante de Wolff que vale la pena considerar es Christian August Crusius (1715-1775), profesor de filosofía y de teología en la Universidad de Leipzig. Crusius ha atacado en general el optimismo y el determinismo característicos de la filosofía de Leibniz y de Wolff. No podemos interpretar el sistema del mundo como un sistema de armonía preestablecida, pues se opone a ello el hecho de que en el mundo hay seres libres, a saber, los hombres. Crusius critica además el uso que Leibniz y Wolff hacen del principio de razón suficiente, aunque la crítica no le impide poner en lugar de aquel otro principio escogitado por él mismo, a saber, la proposición de que lo que no puede pensarse es falso y aquello de lo que no puede pensarse que sea falso es verdadero. De esta instructiva proposición deduce tres principios más: el principio de no contradicción, que nada puede ser y no ser al mismo tiempo; el principio de los inseparables, que aquellas cosas que no pueden pensarse separadamente no pueden existir separadamente; y el principio de los incompatibles, que aquellas cosas que no pueden pensarse juntas no pueden existir juntas. Como es obvio, Crusius no se oponía en realidad al espíritu de la filosofía wolffiana, aunque a sus contemporáneos pareciera un contrincante de Wolff por el hecho de haber rechazado algunas de las tesis características de éste. Dicho sea de paso, Kant tenía buena opinión de Crusius, aunque criticó su noción de metafísica. 91 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 92 LA ILUSTRACIÓN ALEMANA II Frederick Copleston 1. Observaciones introductorias; Federico el Grande; los "filósofos populares" a) La filosofía de Wolff y de sus continuadores ha sido en cierto sentido una culminación de la Aufklärung alemana. Constituía algo así como un programa para reunir todas las provincias de la actividad intelectual humana bajo la batuta de la razón. esa fue, por supuesto, la razón que movió a los teólogos luteranos pietistas a enfrentarse con Wolff; pues pensaron que su racionalismo era enemigo de la fe. El sistema de Wolff representó además el ascenso de la clase media culta. Así, por ejemplo, la razón había de juzgar acerca de qué es y qué no es aceptable de por fe a propósito de Dios; las convicciones personales del monarca o del soberano local no habían de ser el factor decisorio al establecer la religión del pueblo. Del mismo modo, el "gusto" y el juicio estéticos no son prerrogativa de la aristocracia ni del genio: la razón filosófica puede ampliar su imperio hasta cubrir también el campo estético. Es verdad que son relativamente pocos los que se ocupan de filosofía; pero la razón misma es universal. La fe, la moral, las formas del estado y del gobierno, la estética, todo está sometido al juicio impersonal de la razón. Esos aspectos de la filosofía wolffiana y de sus derivados la vinculan con el movimiento general de la Ilustración. Pero al mismo tiempo, y como hemos visto, el sistema de Wolff estaba íntimamente relacionado con el pensamiento de Leibniz y, por lo tanto, con el movimiento de metafísica racionalista característico de la filosofía postrenacentista del continente europeo. De este modo se encontraba un tanto fuera del espíritu de la Ilustración tal como éste se manifestó en Francia y en Inglaterra. Pero en la fase de la Aufklärung que será brevemente considerada en este capítulo se acusa más la influencia del pensamiento francés e inglés. b) Difícilmente se encontrará símbolo de esa influencia mejor que Federico el Grande (1712-1786). Educado por una gobernanta y un tutor franceses, Federico sintió gran entusiasmo por el pensamiento y la literatura franceses, junto con cierto desprecio de la literatura alemana manifiesto en su preferencia por hablar y escribir en francés. Es verdad que en cierto período simpatizó intensamente con las filosofías de Leibniz y de Wolff, y, como hemos visto en el capítulo anterior, restituyó a éste su cátedra de Halle. Federico no sentía simpatía alguna por los teólogos que habían conseguido la expulsión de Wolff por Federico Guillermo 1. Por lo que hace a las creencias religiosas, el príncipe era tolerante, no sólo para con otros sistemas dogmáticos, sino también para con el racionalismo, el agnosticismo e incluso el ateísmo. El rey no podía tolerar que un hombre de la eminencia de Wolff estuviera fuera de Prusia sólo porque no se adhería al pietismo. Pero con el tiempo cambió la opinión que tenía de Wolff como pensador, y cayó bajo la influencia predominante del pensamiento francés e inglés. En los capítulos dedicados a la Ilustración Francesa hemos visto cómo Federico invitó a filósofos como Voltaire y Maupertuis a Potsdam donde gustaba de hablar con ellos acerca de temas filosóficos y literarios. Por lo que hace al pensamiento inglés, apreciaba mucho a Locke, y dispuso que en Halle se dieran cursos sobre su filosofía. Aunque Federico el Grande creía en Dios, tendía mucho al escepticismo, y apreciaba grandemente a Boyle. El rey era muy librepensador. Al mismo tiempo sentía veneración por Marco Aurelio, el emperador estoico; y, como los estoicos, daba gran importancia al sentimiento del deber y a la virtud. Así en su Ensayo acerca del amor de sí mismo considerado como principio de la moral (1770) intentaba mostrar que el amor de sí mismo no se puede satisfacer sino consiguiendo y practicando la virtud, que es el verdadero bien del hombre. Teniendo en cuenta los éxitos militares de Federico, así como su logrado propósito de robustecer el estado político y militar de Prusia, uno puede inclinarse a contemplar al "filósofo de Sans Souci", como gustaba de llamarse a sí mismo, como se contempla a un cínico. Pero su elogio de Marco Aurelio no era sólo cháchara vacía. Desde luego que no se puede retratar al monarca prusiano como a un santo sin canonizar; pero no hay duda de que poseyó un agudo sentido del deber y de sus responsabilidades, de modo que su afirmación, en el Antimaquiavelo (1740), de que el príncipe ha de considerarse como el primer servidor del pueblo estaba pensada seriamente. Puede haber sido un déspota; pero un Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 93 déspota ilustrado que se preocupaba, por ejemplo, de imponer una imparcial administración de la justicia y de promover y difundir la educación, desde la elemental hasta la reorganización y el desarrollo de la Academia Prusiana. Su interés por la educación hace de Federico una de las figuras rectoras de la Ilustración Alemana. algunas partes de ella bajo el título de Fragmentos de Wolffenbüttel. Lessing no daba el nombre del autor, sino que declaraba haber encontrado dichos fragmentos en la localidad de Wolffenbiittel. Otra parte se publicó en Berlín en 1786 bajo el pseudónimo de C. A. E. Schmidt, y otros fra mentos más aparecieron en 1850-1852. c) La difusión de las ideas filosóficas en Alemania se vio favorecida por la obra de los llamados" filósofos populares", los cuales, sin ser pensadores productivos, consiguieron llevar la filosofía al público educado. Christian Garve (1742-1798), por ejemplo, tradujo al alemán algunas obras de moralistas ingleses como Ferguson, Paley y Adam Smith. Friedrich Justus Riedel (17421785) contribuyó a difundir las ideas estéticas con su Teoría de las bellas artes y ciencias (1767), que suele considerarse como una mera recopilación. Christian Friedrich Nicolai (1733-1811) ejerció una gran influencia como director, primero de la Bibliothek der schonen Wissenschaften (1757-1758), luego de las Briefe, die neueste Litteratur betreffend (1759-1765) y, por último, de la Allgemeine deutsche Bibliothek (1765-1805), revistas literarias que consiguieron autofinanciarse. También vale la pena citar, aunque fuera muy escasamente filósofo en sentido académico, a Christoph Martin Wieland (1733. 1813), pietista, literato y poeta que tradujo al alemán veintidós piezas de Shakespeare y describió en la novela autobiográfica Agathon (1766) la historia del desarrollo de un joven a través, principalmente, de las influencias sucesivas de diferentes filosofías. Reimarus se oponía, por una parte, al mecanicismo puramente materialista. El mundo en cuanto sistema inteligible es la autorrevelación de Dios; el orden del mundo es inexplicable sin Dios. Pero, por otro lado, Reimarus se oponía resueltamente a la religión sobrenatural. El mundo mismo es la revelación divina, y las demás supuestas revelaciones son invenciones humanas. Además la idea del mundo como sistema mecánico causalmente interconexo es el gran logro del pensamiento moderno, y no podemos ya aceptar la idea de una revelación divina sobrenatural y milagrosa. Los milagros serían indignos de Dios, pues Dios, realiza sus fines a través de un sistema racionalmente inteligible. Dicho de otro modo, la teología natural de Reimarus sigue el habitual esquema deísta. 2. El deísmo: Reimaru; Mendelssohn Uno de los efectos de la influencia del pensamiento inglés y el francés en Alemania fue el desarrollo del deísmo. En 1741 apareció en alemán la obra de Tindal Christwnity as old as the Creation, aparte de que ya a principios de siglo John Toland había visitado durante algún tiempo las cortes de Hannover y Berlín. a) Destaca entre los deístas alemanes Hermann Samuel Reimarus (1694-1768), profesor de hebreo y lenguas orientales en el Instituto de Hamburgo. Su obra principal fue una Apologie oder Schutzschriftt für die vernünftigen Verehrer Gottes (Apología o escrito en defensa de los razonables adoradores de Dios). Reimarus no publicó la obra, pero en 1774-1777 Lessing publicó b) El filósofo hebreo Mases Mendelssohn (1729-1786), amigo de Lessing y corresponsal de Kant, puede citarse -entre los" filósofos populares" porque contribuyó a popularizar las ideas religiosas y filosóficas de la Ilustración. Pero es interesante también por sus propias ideas. En 1755 Lessing y Mendelssohn publicaron un ensayo espectacularmente titulado Pope ein Metaphysiker (¡Pope metafísico!). La Academia Prusiana había convocado un concurso a propósito del supuesto sistema filosófico de Pope, que según Maupertuis era un mero resumen de la filosofía leibniziana. (La intención del concurso parece haber sido atacar indirectamente el prestigio de Leibniz.) Pero Lessing y Mendelssohn sostuvieron que Pope podía haber sido un poeta o un metafísico, mas no ambas cosas a la vez, y que en realidad no había tenido ningún sistema filosófico. La filosofía y la poesía son dos cosas completamente distintas. Mendelssohn expresó de un modo más general esa diferenciación entre lo conceptual y lo estético en sus Briefe über die Empfindungen (Cartas acerca de las sensaciones, 1755), así como en otros escritos. En su quinta carta dice que hay que distinguir entre la "Venus celeste", que es la adecuación perfecta de los conceptos, y la "Venus terrenal", o belleza. La experiencia Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 94 de la belleza no es un asunto de conocimiento; no podemos aferrarla por un proceso de análisis y definición. Es erróneo pensar que experimentaríamos más perfecto goce estético si poseyéramos potencias cognoscitivas más perfectas. Tampoco es la belleza objeto de deseo. Pues en la medida en que algo es deseado deja de ser, si es que alguna vez lo había sido, objeto de contemplación y goce estéticos. Mendelssohn postula, por lo tanto, una facultad distinta a la que llama "facultad de asentimiento" (Billigungsvermogen). En sus Morgenstunden (7ª) indica como signo especial de la belleza el ser contemplada con" placer sereno" con independencia de que la poseamos o no. Al insistir así en el carácter desinteresado de la contemplación estética Mendelssohn escribía en alguna medida bajo la influencia de la teoría estética inglesa. compatible con la libertad de pensamiento, la formación de ideas que tiendan a redundar en actividad deseable, no debe ampliar su poder de coacción pasándolo de la esfera de la acción a la del pensamiento. La tolerancia es el ideal, aunque, como observó Locke, no podemos tolerar a los que intentan sustituir la tolerancia por la intolerancia. En la esfera de la religión Mendelssohn mantenía que la existencia de Dios es susceptible de prueba estricta. Su demostración, tal como aparece en las Morgenstunden (Horas matutinas, 1785), seguía más o menos las líneas del sistema de Wolff; y aceptaba y defendía el argumento ontológico. Dios es posible. Pero la pura posibilidad es incompatible con la idea del ser más perfecto. Por lo tanto, Dios existe. Al ingresar en la Universidad de Leipzig, Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781) lo hizo como estudiante de teología. Pero pronto abandonó los estudios teológico s en favor de una carrera literaria; y por supuesto que es más conocido como dramaturgo y crítico de arte y literatura. Mas también hay que reservarle un lugar en la historia de la filosofía. Pues aunque nunca fue un filósofo profesional y sistemático en el sentido en que lo fue Wolff, se interesaba profundamente por cuestiones filosóficas, y sus ideas, pese a ser un tanto fragmentarias, tuvieron una influencia considerable. Pero más importante que cualquiera de sus tesis o ideas tomadas sueltas es el hecho de que sus escritos tendieron a formar una expresión literaria unificada del espíritu de la Aufkläirung. Eso no quiere decir que sus obras reflejen simplemente las ideas de otros como un espejo. En cierta medida fue, efectivamente, así. Por ejemplo, Nathan der Weise (Nathan el sabio, 1779) expresaba en forma dramática el ideal de la tolerancia religiosa que fue un rasgo destacado de la Ilustración. Pero al mismo tiempo Lessing desarrolla incluso las ideas que toma de otros. Así por ejemplo, aunque estaba influido por el deísmo de Reimarus, lo desarrolló parcialmente bajo la inspiración de su interpretación de Spinoza en un sentido que recuerda más bien lo que luego había de ser el idealismo que lo que normalmente se entiende por deísmo. En su Phädon oder über die Unsterblichkeit der SerIe (Fedón, o de la inmortalidad del alma, 1767), Mendelssohn intenta modernizar a Platón, y arguye que el alma no es ni mera armonía del cuerpo ni cosa corruptible. que pueda, por así decirlo, desgastarse o desaparecer. El alma tiene una tendencia natural y constante a la autoperfección; y sería incompatible con la sabiduría divina y con la bondad de Dios crear el alma humana con ese impulso y hacer imposible su satisfacción permitiendo que el alma recaiga en la nada. Por lo tanto, el filósofo puede probar la existencia de Dios y la inmortalidad del alma, o sea, los fundamentos de la religión natural. Al hacerla se limita a dar justificación teorética de verdades que el alma humana reconoce espontáneamente por sí misma, al menos de un modo confuso. Pero eso no significa que el estado tenga derecho a imponer la aceptación uniforme de concretas creencias religiosas. Y ningún cuerpo religioso que exija a sus miembros uniformidad de creencias puede invocar la ayuda del estado para alcanzar ese fin. El estado se ocupa de acciones, no de creencias. Y aunque sin duda debe promover, en la medida en que ello sea Mendelssohn se vio envuelto en una célebre disputa con Jacobi acerca de Spinoza y el panteísmo. Algo de ello diremos en la sección dedicada a Lessing, ya que el debate se produjo en relación con el supuesto spinozismo de éste. 3. Lessing Como ya se ha dicho, Lessing publicó algunas partes de la obra principal de Reimarus bajo el título de Fragmentos de Wolffenbüttel. Esto le acarreó los ataques de algunos, particularmente, como era de esperar, de cuantos, estando en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit desacuerdo con los Fragmentos, los creyeron obra de Lessing. Pero en realidad las ideas de Lessing acerca de la religión no coincidían con las de Reimarus. Éste estaba convencido de que las verdades fundamentales de la religión natural son estrictamente demostrables, mientras que Lessing creía que ningún sistema de creencias religiosas es demostrable mediante argumentos universalmente válidos. La fe descansa en la experiencia interna, no en pruebas teoréticas. Tampoco coincidía Lessing con la actitud de Reimarus respecto de las religiones dogmáticas o positivas. No podemos aceptar la distinción radical hecha por los deístas racionalistas entre las verdades de la religión natural, que se pueden probar por la razón, y los dogmas de la llamada religión revelada, que han de ser rechazados por los ilustrados. No es que Lessing acepte la idea de revelación en el sentido ortodoxo. Rechazaba, por ejemplo, la idea de que la Biblia sea una revelación indiscutible, y hasta fue un adelantado de la crítica bíblica que iba a ponerse tan de moda durante el siglo XIX. Pero estaba convencido de que el valor de las ideas y las creencias religiosas ha de estimarse por su efecto en la conducta, por su capacidad de influir en la conducta de un modo deseable. El modo cristiano de vida existía ya no sólo antes de que se fijara el canon del Nuevo Testamento, sino incluso antes de que se escribiera evangelio alguno. Y la crítica de los documentos no puede afectar al valor de ese modo de vivir. Por lo tanto, si todas las creencias religiosas se basan en última instancia en la experiencia, y si su valor ha de estimarse primariamente por su tendencia a promover la perfección moral, entonces tiende a desdibujarse y a desaparecer la distinción deísta entre las verdades racionalmente demostrable s de la religión natural y los dogmas del cristianismo, hechos por el hombre. La interpretación de los dogmas cristianos por Lessing no era la interpretación ortodoxa; pero, al mismo tiempo, le permitía dar una estimación del cristianismo más positiva que la que podían emitir los deístas racionalistas. Lessing, desde luego, no pensaba que no hubiera nunca razones para preferir una posición religiosa o filosófica a otra. Pero se trataba para él de una cuestión de grados de la verdad, de una infinita aproximación a la verdad absoluta, y no de la consecución, en un momento dado, de una verdad absoluta con validez última y universal. Este punto de vista queda simbolizado por su famosa observación de que si Dios le ofreciera en la mano derecha la 95 verdad completa y en la izquierda la busca infinita de la verdad, escogería esto último aunque ello significara que iba a estar siempre en el error. La posesión de la verdad pura y última es sólo de Dios. No es raro que esa actitud se haya criticado desde varios puntos de vista. Por ejemplo, se ha objetado muchas veces que, dada su negación de que el hombre pueda poseer una verdad absoluta e inmutable, Lessing no tiene criterio para distinguir entre grados de verdad. Puede, sin duda, mantener que los grados de verdad han de estimarse por su tendencia a promover líneas de conducta diferentes. Pero entonces aparece inevitablemente un problema en la distinción entre tipos de conducta más o menos deseables, entre lo moral y lo inmoral, etc. No es posible entrar en una discusión detallada de esta cuestión. Basta con indicar de paso que surgen esos problemas El punto de interés en un esbozo de las ideas de Leibniz es más bien el desplazamiento que representan desde la actitud racionalista de los deístas hacia una idea "dinámica", por no decir fluida, de la verdad. Esta idea reaparecerá más tarde en contextos muy diferentes del pensamiento de Lessing. La idea de verdad de Lessing está íntimamente relacionada con su noción de la historia. En Die Erziehung des Menschengeschlechts (La educación del género hunuzno, 1780) afirma que "la revelación es para el entero género humanó lo que la educación es para el ser humano individual". La educación es revelación hecha al individuo, mientras que la revelación es la continua educación del género humano. Por lo tanto, para Lessing revelación quiere decir educación divina de la especie humana en la historia. Es un proceso que ha procedido siempre, que sigue discurriendo y que seguirá adelante en el futuro. Además, la revelación, como educación del género humano en general, es análoga a la educación del individuo. El niño se educa por medio de premios y castigos sensibles. Y en la infancia del género humano Dios no pudo dar "más religión ni ley que las impuestas por la observancia o inobservancia de lo que Su pueblo esperaba o temía como felicidad o desgracia aquí en 'la tierra". La infancia del género humano corresponde, por lo tanto, más o menos exactamente a la situación descrita en el Viejo Testamento. A esa fase sigue la adolescencia o juventud de la humanidad, que corresponde al Nuevo Testamento. Aquí aparecen motivos de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit conducta moral más nobles que los castigos y los premios terrenales; se predican pues la inmortalidad del alma y el premio y el castigo eternos en el más allá. Al mismo tiempo la concepción de Dios como el Dios de Israel se desarrolla hasta dar en la concepción del Padre universal; y el ideal de la pureza interior de corazón como preparación de la vida celeste sustituye a la obediencia meramente externa a la ley con la intención de conseguir la prosperidad temporal. Es cierto que los cristianos han añadido a la enseñanza de Cristo especulaciones teológicas propias; pero hemos de reconocer un valor positivo en ellas, pues han estimulado el ejercicio de la razón y a través de ellas el hombre se ha acostumbrado a pensar acerca de cosas espirituales. Lessing menciona y racionaliza algunos dogmas determinados; pero lo importante no es tanto que los racionalice cuanto que vea en ellos un valor positivo. En este punto Lessing preanuncia a Hegel en vez de recordar a los deístas. Por último llegará la edad adulta del género humano. "Por cierto que llegará el tiempo de un nuevo evangelio eterno, que nos ha sido prometido en los libros elementales de la Nueva Alianza." El término "libros elementales" no es polémico. Para Lessing los libros del Viejo Testamento son Elementarbücher en comparación con el Nuevo Testamento, y los de éste son a su vez Elementarbücher en comparación con el ulterior estadio de la revelación divina. En este tercer estadio de la revelación el hombre hará el bien por amor del bien mismo, y no por premio alguno, ni terrenal ni celestial. Así, pues, Lessing acentúa la importancia de la educación moral del género humano. Esta educación es un proceso infinito, y Lessing sugiere incluso una teoría de la palingenesis o reencarnación. Sería mucho decir afirmar que formule la teoría; se limita a sugerirla en una serie de preguntas. "¿Por qué cada ser humano no podría estar presente sino una vez en este mundo? ¿Es la hipótesis ridícula por el hecho de ser la más antigua?.. ¿Por qué no he de volver tantas veces cuantas' he estado para adquirir nuevo conocimiento, nuevas capacidades?" En 1783, Jacobi (cuyas ideas se esbozarán en el capítulo siguiente) escribió a Mendelssohn que al visitar a Lessing poco antes de su muerte éste le había dicho abiertamente que era spinozista. La admisión era sorprendente para Jacobi, convencido de que el panteísmo es simple ateísmo bajo otro nombre. Mendelssohn no era panteísta, pero la carta de Jacobi le ofendió, pues la entendió no ya sólo como un ataque a Lessing, sino también como un ataque contra él mismo, que estaba preparando 96 una edición de las obras de aquél. Por ello atacó a su vez a Jacobi en una de sus Horas matutinas, a raíz de lo cual Jacobi publicó una réplica junto con su correspondencia con Mendelssohn (1785). Herder y Goethe quedaron complicados en la controversia, y ambos desaprobaron la identificación por Jacobi de la doctrina de Spinoza con el ateísmo. Lessing parece haber dicho a Jacobi que .la idea ortodoxa de Dios no le era de ninguna utilidad, que Dios es uno y todo y que si podía considerarse él mismo discípulo de alguien, habría de serlo de Spinoza. Aunque admitamos la posibilidad de que Lessing hubiera querido escandalizar a Jacobi, no hay duda de que estuvo bajo la influencia de Spinoza ni de que reconocía una afinidad entre sus ideas tardías acerca de Dios y las ¿el gran filósofo judío Lessing creía, por ejemplo, que las acciones humanas están determinadas. El mundo es un sistema cuya causa universal última es Dios. Además, Lessing sugiere claramente que todas las cosas están comprendidas en el Ser divino. Basta para convencernos de esto con echar un vistazo a los párrafos titulados De la realidad de las cosas fuera de Dios, escritos para Mendelssohn. Refiriéndose a la teoría de que las cosas existentes son distintas de las ideas divinas de esas cosas se pregunta Lessing: "¿Por qué las ideas que Dios tiene de las cosas reales no han de ser esas cosas reales mismas?" Se objetará que de ser así habrá cosas contingentes en la esencia inmutable de Dios. Mas "¿no habéis considerado nunca, puesto que os veis obligados a atribuir a Dios ideas de cosas contingentes, que las ideas de cosas contingentes son ideas contingentes?" Sin duda Lessing da a la individualidad mucho más valor que el que le daba Spinoza y, como hemos visto, acentúa mucho el movimiento de la historia hacia una meta, la perfección moral. De este modo sus teorías apuntaban en cierta manera al posterior idealismo, con su acentuación del desarrollo histórico, y no a la pasada filosofía de Spinoza. Pero la cuestión no estriba en si Lessing interpreta correctamente a Spinoza, sino en si hay alguna verdad autobiográfica en las observaciones que hizo a Jacobi. Y parece claro que la hay. En cierto sentido el Pantheismusstreit, (la disputa del panteísmo) no fue muy provechoso. La cuestión de si el panteísmo es ateismo bajo otro nombre es de las que se aclaran del mejor modo por vía de definición. Pero, por otra parte, la controversia estimuló el interés por la filosofía de Spinoza, las ideas acerca de la cual eran vagas e inexactas. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En el campo de la teoría estética Lessing se propuso en el Laokoon (1766) analizar las características específicamente diferenciadoras de la poesía y las artes plásticas, la pintura y la escultura. El gran crítico Winckelmann (1717-1768) había observado que el efecto artístico del grupo de Laocoonte en el Vaticano es el mismo que produce la descripción por Virgilio de la historia correspondiente en la Enewa. Lessing utiliza esa observación como punto de partida. Ya hemos visto que había trazado, en relación con Pope, una distinción tajante entre la filosofía y la poesía. En el Laocoonte sostiene que la poesía se ocupa de la presentación de acciones humanas y de la vida del alma a través de ellas. Y por esta razón condenaba la poesía pictóricamente descriptiva. La escultura, en cambio, se ocupa de la presentación del cuerpo, particularmente de la belleza somática ideal. Lessing intenta además mostrar cómo los materiales utilizados por las diversas artes determinan sus características. Si la acción humana es el tema específico de la poesía, ello puede afirmarse aún más categóricamente del drama, tema al que Lessing prestó atención en la Hamburgische Dramaturgie (17671769). En esta obra insistía en la unidad del drama, unidad que consiste esencialmente en la unidad de acción. Según Lessing, la Poética de Aristóteles, fruto de una reflexión sobre las grandes tragedias griegas, es "una obra tan infalible como los Elementos de Euclides" (Dramaturgw hamburguesa, último capítulo). Al mismo tiempo atacaba Lessing enérgicamente la preocupación francesa por las "tres unidades". Los franceses entendían mal a Aristóteles al afirmar que las unidades de tiempo y de lugar son características esenciales del drama. Si llevaran razón, Shakespeare no habría sido un verdadero dramaturgo. Lessing aceptaba también la tesis aristotélica de que el objeto de la tragedia consiste en "purgamos de compasión y miedo". Además, Aristóteles tiene razón al ver en la imitación la esencia del arte. El drama imita las acciones humanas, y la tragedia imita o presenta una unidad de acción humana de tal modo que el hombre se ennoblezca por la producción y la "purificación" de las pasiones de' compasión y temor. La tragedia tiene, pues, una finalidad moral. Estas observaciones desordenadas y en cualquier caso breves dan, ciertamente, una imagen muy inadecuada de Lessing como escritor de teoría estética y crítico de arte. Lessing no fue un pensador 97 original en el sentido de autor que propone ideas nuevas en filosofía o en teoría estética. En este último campo estaba muy influido por autores franceses, ingleses y suizos y, por lo que hace al drama, muy influido por Aristóteles. Pero aunque la mayor parte de sus ideas tiene su paralelo en algún otro lugar, Lessing tenía el don de dar vida a las ideas, y en este sentido al menos fue original y productivo. En el prólogo al Laocoonte observa que "nosotros, los alemanes, no carecemos de libros sistemáticos". Su propia obra, añade, puede no ser tan sistemática y concisa como la de Baumgarten. Pero se felicitaba del hecho de que mientras Baumgarten admitía haber tomado de los escritos de Gesner muchos de los ejemplos citados en su Estética, "mi propio ejemplo tiene más sabor de fuente". O sea: tal como podía esperarse de un hombre que era él mismo dramaturgo y poeta. Lessing se esforzó por basar sus reflexiones estéticas en la consideración directa de las obras del arte y la literatura. Por eso es indudablemente verdad que el espíritu de Lessing se aparta del formalismo y que, por grande que sea su dependencia respecto de otros autores, presenta sus ideas de un modo que estimula ulteriores reflexiones, aunque discurran por otro camino. Lo mismo se puede decir de sus observaciones en las esferas de la metafísica y de la filosofía de la historia. 4. La psicología El período de la Aufklärung vio los comienzos del estudio de la psicología en Alemania. Una figura importante en este terreno es Johann Nikolaus Tetens (1736-1807), profesor de filosofía en Kiel durante algún tiempo. En 1789 aceptó una invitación para trasladarse a Copenhague. La tendencia general del pensamiento de Tetens consistía en mediar entre la filosofía empirista de Inglaterra y la filosofía racionalista del continente. No era en modo alguno un antimetafísico. Publicó obras de metafísica y estudios acerca de las pruebas de la existencia de Dios, afirmando la posibilidad y la validez de la metafísica y de las argumentaciones metafísicas, aunque al mismo tiempo se esforzaba por averiguar la razón por la cual son tan escasas las tesis metafísicas universalmente aceptadas. Pero insistió en que el punto de partida en psicología no debe constar de presupuestos metafísicos, sino que debe ser el análisis de los fenómenos psíquicos; luego ese análisis puede dar Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit la base de reflexiones metafísicas acerca del alma. Éste es un ejemplo de la tendencia mediadora a la que acabamos de aludir. La introspección es según Tetens la base de la psicología científica. Pero el alma no es consciente de sí misma más que en sus actividades, y sólo es consciente de sus actividades en la medida en que éstas producen fenómenos psíquicos. El alma no es objeto suyo inmediato de intuición. Por lo tanto, al clasificar las potencias o facultades del alma y al intentar determinar la naturaleza del alma misma como fundamento de sus actividades dependemos necesariamente de hipótesis. Junto con el entendimiento, la actividad del alma en cuanto piensa y produce imágenes, y la voluntad, actividad por la cual el alma produce cambios (movimientos del cuerpo, por ejemplo) que no son ellos mismos representaciones psíquicas, Tetens reconoce el sentimiento como actividad distinta. Así podemos, pues, distinguir tres potencias del alma, el entendimiento, la voluntad y el sentimiento, el último de los cuales se describe como receptividad o modificabilidad del alma. Pero Tetens apunta la hipótesis de que esas, tres capacidades sean reducibles en último análisis a una potencia fundamental, la del sentimiento y la autoactividad, capaz de perfeccionamiento sucesivo. La diferencia entre el hombre y los animales es particularmente visible en la perfectibilidad de la actividad del alma. Los Ensayos filosóficos acerca de la naturaleza humana y su desarrollo (2 vols., 1777) muestran el planteamiento predominantemente analítico de la psicología que es caracteristico de Tetens. El Ensayo sobre el alma (1753) de Karl Kasimir von Creuz (1724-1770) muestra una actitud básica diferente. Al igual que Tetens más tarde, von Creuz se esforzaba por mediar entre olas filosofías inglesa y continental (Leibniz) del alma. Y también, como Tetens, insistía en el fundamento empírico de la psicología. Le interesaba reconciliar la idea leibniziana del alma como sustancia simple o mónada con el análisis fenomenista del yo propuesto por Hume. Von Creuz concedía a Hume que no es posible descubrir un yo metafísico puntual, sin extensión. Pero al mismo tiempo se negaba a reconocer que el yo pueda disolverse en fenómenos discretos separados. Tiene partes, y en este sentido es extenso. Pero sus partes no son separables. Esa inseparabilidad de las partes del alma la distingue de las cosas materiales y constituye una razón para afirmar la inmortalidad del 98 alma, aunque los fundamentos últimos de esta afirmación no pueden hallarse en esa argumentación, sino en la revelación divina. Tetens ha tenido sin duda más importancia que von Creuz para el desarrollo de la psicología. Como hemos visto, insistía en la conveniencia de un planteamiento analítico preciso. Pero al mismo tiempo vinculaba la psicología analítica con una filosofía general de la naturaleza humana y de su desarrollo, como lo indica ya el título de su obra principal. En su opinión hemos de estudiar no sólo, por ejemplo, los orígenes de las ideas humanas en la experiencia, sino también todo el crecimiento de la vida intelectual hasta su expresión en las diferentes ciencias. Su insistencia en el sentimiento como "facultad" distinta apuntaba a un estudio de la expresión de la vida del sentimiento y de la sensibilidad en el mundo del arte y de la literatura. 5. La teoría de la educación. La influencia del Emile de Rousseau en la teoría de la educación en Alemania durante la época de la Aufklärung fue considerable. La experimentó, por ejemplo, Johann Bernhard Basedow (1723-1790), autor, entre otras obras pedagógicas, de un extenso volumen titulado Elementarwork (Obra elemental, 1774), pensado como una especie de enciclopedia para maestros y texto para padres y niños. Pero aunque Basedow fue estimulado por la idea rousseauniana de una educación "natural", su teoría pedagógica no se complicaba con presupuestos acerca de los deletéreos efectos de la civilización en los seres humanos. Así podía proponer como finalidad y objeto de la educación la preparación de los niños para una vida patriótica y feliz al servicio del bien común. En sus ideas acerca de los métodos didácticos estaba también influido por Comenius (1592-1671), el autor de la Gran Didáctica. El estimulante efecto de Rousseau se aprecia también en el famoso pedagogo suizo Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827), que influyó en el desarrollo de las Volksschulen o escuelas populares (escuelas elementales) alemanas. Pero en Pestalozzi, igual que en Basedow, encontramos una acentuación de la educación para la vida social. También daba gran importancia a la educación en la familia y en la comunidad rural, así como a la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit educación en general como instrumento privilegiado de la reforma social, siempre, naturalmente, que promueva el desarrollo moral, no sólo el intelectual. Basedow fue durante algún tiempo profesor de filosofía moral; pero es difícil llamar filósofo a Pestalozzi, y estaría fuera de lugar el discutir aquí sus particulares ideas acerca de la pedagogía, por famoso que sea su nombre en la historia de la teoria de la educación. Baste con observar que la Ilustración ha producido sus teóricos de la educación en Alemania igual que en los demás países. En Inglaterra se tuvo a Locke, en Francia a Rousseau, en Alemania y Suiza a Basedow y Pestalozzi. Y la idea de la educación para la vida social, representada por los dos últimos, era muy concorde con la orientación general del pensamiento de la Aufklärung. 99 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 100 LA RUPTURA CON LA ILUSTRACIÓN Frederick Copleston 1. Hamann El año de la muerte de Wolff cumplía veinticuatro un hombre de tipo muy diferente, Johann Georg Hamann (1730-1788). Wolff había sido un gran sistematizador; Hamann no había sabido qué hacer con sistemas filosóficos. Wolff representaba la abstracción y el poder de la razón discursiva; Hamann odiaba lo que consideraba abstracción unilateral y rechazaba la tiranía de la razón discursiva. Wolff aspiraba a ideas claras y distintas; Hamann escribía sentencias de oráculo que contribuyeron a acarrearle el título de Mago del Norte. Dicho de otro modo; Hamann se enfrentó con el racionalismo de la Ilustración, que representaba para él el poder del diablo, no el de la razón divina. Nacido en Konigsberg, Hamann era hombre de carácter inestable, pasó de una a otra rama de los estudios y de una ocupación a otra, desde preceptor familiar hasta agente comercial. En una ocasión en que se vio reducido a pobreza extrema y profundo tormento del espíritu se dio al estudio de la Biblia y desarrolló el pietismo radical que es característico de sus escritos. Hamann era amigo de Herder y Jacobi, y tuvo también amistosas relaciones con Kant, aunque criticó enérgicamente la filosofía de éste cuando, ya despierto de su sueño dogmático, empezó a publicar sus Críticas. Puede parecer que el Mago del Norte esté fuera de lugar en una historia de la filosofía. Pero el hecho es que expresó, aunque sea asistemática y exageradamente, ideas que fueron características de la reacción contra la Ilustración, y que sin duda ejerció una influencia considerable, aunque la que tuviera en Herder haya sido exagerada por algunos historiadores. Una de las características principales del antirracionalismo de Herder es su fundamento religioso. Tomemos, por ejemplo, la controversia acerca del lenguaje. Contra la opinión racionalista de que el hombre inventó el lenguaje, como si éste fuera una especie de producto mecánico, Herder sostuvo que el lenguaje es coetáneo con la especie humana, Hamann fue siempre de esta misma opinión. Pero no le bastaba con decir que el lenguaje no es una invención artificial de la razón humana, para asignarle luego alguna causa o algunas causas empíricas. En su opinión el lenguaje era, de algún misterioso modo, comunicación de Dios, revelación divina. También estaba Hamann convencido de que la poesía no es producto de la razón. Tal como dice en su Aesthetica in Nuce (contenida en las Cruzadas de un filólogo, 1762) la poesía es la lengua materna de la humanidad. El lenguaje de l s hombres primitivos era sensación y pasión, y no entendían más que las imágenes. Se expresaban mediante la música, el canto y la poesía. Además, la gran poesía no es el producto de una razón superior; no hay que atribuida a una gran capacidad de comprender y observar normas. Hornero y Shakespeare han creado sus obras gracias al genio, no mediante la aplicación de reglas intelectualmente descubiertas. Mas ¿qué es el genio? El genio es un profeta cuya inspiración es divina. El lenguaje y las artes son productos de la revelación. Sin duda es posible dar a esos enunciados una interpretación sencilla y de sentido común. Por ejemplo, como observó Goethe, es verdad que Dios hizo al hombre, y si el lenguaje es natural al hombre en cuanto se diferencia de los animales, entonces es verdad que Dios ha hecho el 'lenguaje. Análogamente, todo teísta (o panteísta, que para este caso es lo mismo) estará dispuesto a atribuir genio a la obra creadora de Dios. Pero Hamann se expresaba en un estilo de oráculo con tonos místicos, lo que sugiere que estaba pensando en algo más que en esas paráfrasis razonables, aunque sea difícil precisar de qué se trataba. En cualquier caso, no le satisfacía el insistir, por ejemplo, en el carácter natural del lenguaje humano y separado de la idea .de un invento racional; insistía además en su origen divino. Tampoco le bastaba, por otra parte, con atacar la tiranía de la razón discursiva y su pretendida competencia universal, ni con abrir un lugar en la vida humana a la fe en Dios y en la revelación divina. Su pietismo le conducía a despreciar la razón y complacerse en restringir su poder. Es significativo que afirme la existencia del genio poético, pero no del genio científico. No podemos llamar genios a los grandes científicos. Pues trabajan con la razón, y la razón no es órgano de inspiración. Por lo que hace a Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 101 la esfera religiosa, no se trata sólo de que la teología natural de Wolff sea inadecuada; es que hay que destruida en nombre de la fe. Aunque la concepción de la historia por Hamann como comentario a la palabra o auto expresión de Dios influyó mucho en Herder, el primero quedó muy desconcertado por el hecho de que el segundo utilizara fuentes profanas e intentara aplicar un método científico en sus estudios históricos. Para Hamann la historia, al igual que las Escrituras, posee un sentido interno místico o "verdadero" que es revelado por Dios, no descubierto por el paciente e incansable esfuerzo de la razón. Dicho de otro modo: Hamann tiende a aplicar a la comprensión de la historia la concepción protestante del sentido verdadero de la Escritura, revelado por el Espíritu Santo al creyente individual silencioso y orante. La exégesis profunda, de la Biblia o de la historia, es asunto sólo de Dios. primera Crítica de Kant. En su Metacrítica del purismo de la razón pura Hamann atacaba las separaciones kantianas de razón, entendimiento y sentido y de forma y materia en la sensación y la conceptualización. Kant trabaja con abstracciones. Sin duda hay, por ejemplo, una actividad llamada "razonamiento"; pero no existen "la razón" ni "el entendimiento". Hay, simplemente, actividades diferentes realizadas por un ser, un organismo, una persona. Es evidente que, aunque su crítica no pueda ser una destrucción de la Crítica de la razón pura, Hamann está diciendo algo serio. Algo que muchas veces se dice también en otros contextos y por filósofos cuya concepción general está muy lejos de la del Mago del Norte. De todos modos, no podemos despachar a Hamann como mero pietista que si merece alguna consideración del filósofo la debe sólo al hecho de que hay que prestar también atención al contrincante. Su noción .de la historia como revelación divina, como obra de la divina providencia, compartida por Herder, iba a tener considerable importancia poco después. Pues esa noción traspuesta, ciertamente, a un sistema de filosofía especulativa que habría parecido a Hamann una intolerable manifestación de racionalismo, iba a ser un elemento integrante de la filosofía hegeliana de la historia. Además, el antirracionalismo de Hamann iba junto con un disgusto por la abstracción que no era producto del mero prejuicio. Vale la pena aludir brevemente a este tema, Goethe ha observado 2 que las afirmaciones de Hamann pueden reducirse al principio de que todo lo que el hombre intenta hacer, ya sea por la palabra, por los actos o de cualquier otro modo, nace de la potencia total, unida, de la personalidad. Desde el principio fue el hombre poeta, músico, pensador y adorador a la vez. Los racionalistas de la Ilustración habían hipostasiado, en la opinión de Hamann, la razón, hablando de ella y de sus logros como si fueran algo independiente y como si el ideal de la vida humana consistiera en la conquista de todas las esferas por la razón. De este modo tendieron a dar al hombre una concepción falsa de sí mismo y de. sus actividades. Abstrayeron una función .de la actividad del hombre y la convirtieron en el todo. Hamann se oponía claramente al racionalismo de la Ilustración. Con Herder encontramos un hombre que partió del punto de vista de la Aufklärung (en la medida en que esté justificado hablar "del" punto de vista en cuestión) y salió por sí mismo de él. Razón por la cual aunque los historiadores puedan tener perfecta razón para hablar de la ruptura de Herder con la Ilustración, también es posible ver en ese proceso un desarrollo de ciertas líneas de pensamiento dentro del movimiento ilustrado. La manera de describirlo dependerá del modo como definamos ciertos términos. Si entendemos por Ilustración el racionalismo wolffiano y el individualismo de algunos pensadores, es obvio que Herder rompió con la Aufklärung. Pero si damos al término una significación más amplia, incluyendo en él los primeros gérmenes o semillas de actitudes a las que Herder dio expresión, la palabra "ruptura" parecerá exagerada. Pero, de todos modos, la cosa queda más clara si se sigue la práctica tradicional y se presenta a Herder como un pensador que reacciona contra la Ilustración y rompe con ella. Esta hostilidad para con lo que considera abstracciones falsas o unilaterales es manifiesta en la crítica de Hamann a la 2. Herder Johann Gottfried Herder (1744-1803) nació en Mohrungen, en la Prusia Oriental; era hijo de un maestro pietista. En 1762 entró como estudiante de medicina en la Universidad, de Konigsberg, aunque en seguida pasó a teología. Asistió a las clases de Kant, que estaba entonces exponiendo la filosofía de Wolff y dando cursos de astronomía y geografía. Kant le introdujo a la lectura de Rousseau y Hume. En Konigsberg entabló también Herder amistad con Hamann, aunque es difícil 1ue ya entonces le influyera Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit profundamente su antirracionalista amigo. Pues cuando se trasladó a Riga en 1764 siguió escribiendo ensayos y reseñas para órganos ilustrados. En 1765 fue ordenado pastor protestante. Al año siguiente aparecían anónimamente en Leipzig las dos primeras partes de Ober die neuere deutsche Literatur: Fragmente (Sobre la reciente literatura alemana: fragmentos). La obra lleva la fecha de 1767, que es cuando se completó. En su curso discute Herder problemas referentes al lenguaje, tema que ha ocupado gran parte de su pensamiento. Al igual que Mendelssohn y Lessing, insistía en una distinción entre lenguaje poético y lenguaje científico (filosófico en su terminología). Pero la distinción tenía un fundamento genético o histórico. Herder distingue cuatro estadios de desarrollo lingüístico, clasificados según una analogía con el desarrollo humano, analogía sugerida por Rousseau. Primero viene la infancia, estadio en el cual el lenguaje consta de signos de pasión y sentimiento, Luego viene el período de la juventud, edad poética del lenguaje, en la cual la poesía y el canto son lo mismo. En tercer lugar se tiene el estado adulto el cual, aunque sigue poseyendo poesía, se caracteriza por el desarrollo de la prosa. En cuarto lugar, por último, se tiene la vejez del lenguaje, la edad filosófica, en la cual la vida y la riqueza se sacrifican a la exactitud pedante. El contexto de la teoría del lenguaje de Herder es la discusión acerca de la lengua alemana. No podemos entrar aquí en los detalles de esa discusión. Baste con decir que Herder, a causa de su insistencia en la diferencia entre lenguaje poético y lenguaje filosófico, rechazó la noción de que lo que necesitaba la poesía alemana era claridad lógica. Esa idea había sido propuesta, por ejemplo, por G. Sulzer (1720-1779), para el cual los poetas son mediadores entre la filosofía especulativa y el pueblo. Herder rechazó también la idea de que la lengua alemana tuviera que perfeccionarse mediante la imitación de la literatura extranjera. La poesía alemana puede ser grande si crece a partir de la poesía espontánea del pueblo y si es fruto del genio nacional. Más tarde Herder contribuiría mucho a promover un renacimiento del interés por la poesía popular. Con esta actitud se oponía a los pensadores de la Aufkliirung que despreciaban el lenguaje alemán y pensaban que la única esperanza de la literatura alemana era la "imitación". Todo eso puede parecer de poca monta para la filosofía. Pero es interesante observar que Herder (y no sólo él, desde 102 luego) distinguía entre diversos tipos de lenguaje. Además veía que la cuestión del uso es de gran importancia. Si estudiamos los orígenes de los diferentes tipos de lenguaje, es porque queremos examinar, dice Herder, sus usos de un modo más exacto. Los usos del lenguaje son un tema muy discutido en la filosofía inglesa del siglo XX. La insistencia de Herder en el alemán y en la poesía espontánea del pueblo como base de una literatura poética desarrollada puede considerarse también como un estadio inicial en el desarrollo de su posterior filosofía de la cultura y de la historia, la cual acentúa el desarrollo de las culturas nacionales consideradas como totalidades en las cuales los lenguajes tienen una función de importancia extrema. En sus Kritische Wiilder (Selvas críticas, J769) Herder toma como punto de partida el Laocoonte de Lessing, aunque tiene en cuenta otros autores aparte de Lessing, al que reconoce como destacado dramaturgo. En esa obra toca Herder una gran variedad de cuestiones, distingue, por ejemplo, entre la escultura y la pintura y arguye que aunque Hornero fue sin duda el más grande poeta griego, las creaciones de su genio poético estuvieron condicionadas históricamente, y que sus métodos no se pueden tomar por normas. Esto es para nosotros completamente obvio; pero el punto de vista de Herder es importante porque representa un aspecto de su sentido del desarrollo histórico y de su recusación de la crítica y la teoría puramente abstractas y racionalistas. En la cuarta parte de las Selvas, que .no se publicó hasta después de su muerte, Herder sometía a aguda crítica las ideas de Friedrich Justus Riedel (1742-1786), autor de una Teoría de las bellas artes y ciencias (1767). Riedel había afirmado la existencia de tres facultades fundamentales del espíritu -el sentido común, la conciencia y el gusto- correspondientes a tres absolutos, la verdad, el bien y la belleza. Herder sostiene, por ejemplo, que es absurdo suponer que haya una facultad llamada "sentido común" por la cual el hombre pueda captar la verdad absoluta de un modo inmediato y sin proceso de razonamiento. Nociones antiwolffianas de esta naturaleza obligarían a volver a la filosofía de Wolff si ésta pareciera admisible. Y la tesis de una facultad del gusto, con su consecuencia de que todo lo que gusta es hermoso o, por lo menos, que lo que gusta al mayor número de personas es lo más hermoso, resulta un absurdo. Mucho más acertado estaba Baumgarten al distinguir entre la lógica y la estética, pero manteniendo al mismo tiempo que puede y debe haber una ciencia Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de la estética, una ciencia de la sensación que sería una parte importante de la filosofía del hombre. Para Herder la estética debería examinar la lógica de la simbolización artística. Al igual que Baumgarten veía que es necesario distinguir entre la estética por un lado y la lógica abstracta y la ciencia por otro; pero su planteamiento era más histórico. Lo que se necesita es un análisis histórico de las diferentes culturas y del desarrollo y la naturaleza de sus respectivos ideales estéticos. Mas, aun rechazando la teoría de Riedel acerca de una facultad .universal del gusto que correspondiera a lo absolutamente hermoso, Herder vacila en su discusión del tema de la belleza absoluta. Puede parecer que su idea de un planteamiento histórico, con sus correspondientes investigaciones psicológicas y fisiológicas, hubiera de llevar a una concepción relativista de la belleza; y efectivamente Herder entiende que la belleza artística es relativa a las diferentes culturas y a los diferentes períodos de esas .culturas. Pero al mismo tiempo parece afirmar que sería imposible hallar un denominador común mediante el solo planteamiento histórico. Pues un planteamiento histórico no significa meramente el registro de diferentes concepciones de la belleza artística, sino también un examen de los factores psicológicos, fisiológicos y ambientales que determinan aquellas concepciones. Es verdad que el propio Riedel había defendido un planteamiento psicológico de la estética, utilizando la psicología de Johann Georg Darjes (1714-1791), un autor influido por la psicología de las facultades de Crusius. Pero la tesis de Herder es que el planteamiento psicológico tiene que integrarse en otro histórico. No podemos cortar por lo sano postulando una facultad siempre uniforme en sus operaciones en todas las culturas y que sea correlativa a un ideal absoluto, universal e inmutable. En 1769 Herder dimitió de su cargo de pastor en Riga y se puso en viaje hasta Nantes, de allí pasó a París y de París a Estrasburgo, donde coincidió con el joven Goethe (1770-1771). El fruto literario de aquel tiempo fue su Diario de viaje. Esta obra, que no se destinaba a la publicación, es de importancia considerable, porque manifiesta un cambio en el pensamiento de su autor. Éste expresa retrospectivamente su descontento con los muertos detalles técnicos de la crítica estética, describe sus Selvas críticas como inútiles, groseras y pobres, y lamenta no haberse dado al estudio del francés, de las ciencias naturales y de la historia, o sea, a la adquisición de conocimiento positivo del mundo y del hombre. Si lo hubiera hecho así, dice, no se habría convertido en un depósito de letra impresa. Y mirando hacia el futuro prevé un 103 nuevo tipo de escuela y de educación en el cual el niño, mediante sucesivos estadios de familiarización con su ambiente natural, mediante una presentación concreta de la geografía, la etnografía, la física y la historia, llegue hasta el estudio sistemático y más abstracto de esas ciencias. El método sería, pues, inductivo, procediendo de lo concreto a lo abstracto, de tal modo que las ideas abstractas se fundaran en experiencia. La educación religiosa y moral sería, desde luego, una parte del plan general. Y el resultado al que se aspiraría sería el desarrollo de una personalidad humana plena y equilibrada. El pensamiento del Herder del Delirio de viaje está, pues, dominado por las ideas de conocimiento positivo y de educación. En Estrasburgo Herder consiguió comunicar a Goethe algo de su propio interés y de su estima por la poesía popular y la herencia cultural nacional. Escribió entonces su Abhandlung über den Ursprung der Sprache (Tratado sobre el origen del lenguaje). Terminado a finales de 1770, consiguió a principios de 1771 un premio ofrecido por la Academia de Berlín. Rechazando las tesis extremas y opuestas del origen divino del lenguaje y su "invención", Herder insiste en que la cuestión del origen del lenguaje, en la medida en que tiene sentido, no se puede resolver sino sobre la base de datos empíricos referentes al desarrollo y el uso o los usos de la lengua, y que no se puede zanjar mediante enunciados dogmáticos y teorías a priori. En la discusión Herder ataca la psicología de las facultades, sostiene que lenguaje primitivo y poesía primitiva eran lo mismo y subraya la función social de la poesía. Herder no estaba a su gusto en Estrasburgo. En 1771 pasó a Bückeburg como capellán del conde de Schaumburg-Lippe. Estimulado por la fantasiosa creación ossiánica de James Macpherson intervino en un volumen titulado Von deutscher Art und Kunst (Del modo de ser y el arte alemanes, 1773) con un ensayo sobre Ossian y la poesía popular y otro sobre Shakespeare. En esta época Herder estaba ya en rebeldía contra las ideas típicas de la Ilustración según las cuales la Ilustración misma era la culminación suprema del desarrollo histórico y la clase media prácticamente la única fuente de razonables luces. También afirmaba que los grandes sistemas racionalistas de Descartes, Spinoza, Leibniz y otros eran ficciones poéticas, y añadía que la poesía de Berkeley era superior y más fundada. No puede sorprender que Herder completara por entonces su ruptura Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit con la Ilustración, ruptura simbolizada por Auch eine Philosophie der Geschichte (Otra filosofía de la historia, 1774). En esta obra expone Herder las sucesivas edades de la humanidad, desde la Edad de Oro de su infancia. Pero el esquema no pretende ser tomado completamente en serio, como se desprende del hecho de que Herder afirma redondamente que cuando uno ha descrito una entera edad o un pueblo entero no ha hecho más que acuñar una palabra genérica. Las caracterizaciones generales son intrínsecamente débiles. Hay efectivamente mucha ironía en la exposición de las edades históricas por Herder. Dice de Roma que representa la edad adulta de la especie humana, con la consecuencia de que el siglo XVIII, tan elogiado por los hombres de la Ilustración, representa entonces la senilidad. Y Herder no vacila en llamar la atención sobre la vaciedad de algunas de las pretensiones del siglo XVIII. Por ejemplo aunque es verdad que los ilustrados han formado y expresado ideas y principios sublimes, no es menos cierto que se han debilitado la inclinación y los impulsos que posibilitan una vida noble y generosa. La Europa ilustrada se enorgullece de su libertad, pero se silencia la invisible esclavitud de las, clases, y se exportan a otros continentes los vicios de Europa. Más importante que el ataque de Herder a la complacencia de los hombres de la Ilustración es, desde un punto de vista filosófico, su ataque a la historiografía ilustrada. Los ilustrados se acercan a la historia con el presupuesto de que ella ha de representar un movimiento ascendente desde el misticismo religioso y la superstición hacia una moralidad libre e irreligiosa. Pero si estudiamos la historia a la luz de esos presupuestos, jamás conseguiremos entender su realidad concreta. Hemos de estudiar cada cultura y cada fase de ella por su propio interés, intentando entrar en su compleja vida y entenderla, dentro de lo posible, desde dentro, sin juicios de valor y sin estimar su mayor o menor felicidad. Cada nación, dice Herder, lleva consigo su propia felicidad, y lo mismo puede decirse de cada período del desarrollo de cada nación. No podemos decir de un modo general que la juventud sea más feliz que la infancia ni que la edad provecta sea más desgraciada que la juventud. Ni podemos hacer legítimamente generalizaciones análogas acerca de las naciones en el curso de su desarrollo. 104 Hay sin duda cierto historicismo en esta actitud. Pero Herder insiste claramente en una verdad importante, a saber, que para entender realmente el desarrollo histórico del hombre hay que abstenerse de forzar los datos históricos recortándolos en el lecho de Procusto de un esquema preconcebido. La cosa nos parece hoy completamente obvia, pero, dada la tendencia general de la Ilustración a utilizar la historia para probar una tesis, y una tesis discutible, además, la formulación de Herder no era en modo alguno una perogrullada en el momento en que él la hizo. En 1776 Herder se trasladó de Bückeburg a Weimar, donde recibió el nombramiento de Supérintendente General, o sea, de cabeza del clero luterano. En 1778 publicó un ensayo Vom Erkennen und Empfinden der menschlichen Seele (Del conocer y sentir del alma humana) en el que expresaba la opinión de que no es posible una psicología que no sea fisiología a cada paso. Esa tesis es curiosamente conductista, aunque en fisiología Herder postulaba una fuerza vital. También escribió extensamente acerca de temas literarios, como la poesía popular y su importancia cultural, o cuestiones" teológicas, y a propósito de ciertos libros de la Biblia y del espíritu de la poesía hebrea. Pero la obra capital de este período son sus Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit (Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad) que aparecieron en cuatro partes entre 1784 y 1791; la redacción se interrumpió por un viaje a Italia (1788-1789). La proyectada quinta parte no llegó a escribirse. Como me propongo discutir l s Ideas más adelante, en un capítulo dedicado al nacimiento de la filosofía de la historia, no diré aquí nada acerca de su contenido. En el período que va de 1793 a 1797 aparecieron las Briefe zur Beforderung der Humanität (Cartas para la elevación de la humanidad) que tratan una amplia serie de temas. Más adelante, en relación con las ideas, se mencionará un par de nociones expresadas en las Cartas. La teoría general de la obra es que la "humanidad", el carácter ideal de la especie, es, innata en nosotros como potencialidad o predisposición, y que tiene que desarrollarse por medio de una educación formativa. La finalidad de la ciencia, del arte y de toda otra institución humana consiste en "humanizar" al hombre, en desarrollar la perfección de la "humanidad" en ese sentido. Herder suscita la objeción de que ese desarrollo llevaría a la producción de un superhombre, de un ser situado fuera de la especie humana; pero responde diciendo que ese hombre perfecto no sería un superhombre, sino simplemente la realización de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit "humanidad". Podemos observar que los ideales educativos de Herder rebasaron el estadio de la teoría, pues él mismo planeó y realizó en la medida en que pudo hacerlo una reforma de la educación en el ducado de Weimar. Durante sus últimos años Herder publicó unos cuantos trabajos de teología, particularmente los Escritos cristianos (17941798), los cuales son en general sorprendentemente racionalistas, mucho más propios de un ilustrado que de un amigo de Hamann. También escribió contra la filosofía crítica de Kant, que condenaba enérgicamente. En 1799 publicó una Metacrítica de la Crítica de la razón pura, en la que presenta la obra de Kant como un puro juego de palabras, una monstruosidad lingüística y una desorientada eternización de la psicología de las facultades. No se crea que la crítica de Herder sea escasa de comprensión. Se basa, por el contrario, en un razonado examen de las teorías de Kant. Contra la teoría kantiana del carácter sintético de las proposiciones matemáticas, por ejemplo, Herder sostiene que son" idénticas", o sea, que son lo que Wittgenstein ha llamado "tautologías". Herder rechaza también la visión kantiana del espacio y el tiempo. El geómetra no analiza la forma a priori del espacio, porque no hay tal forma. Y aunque Herder no explica claramente qué es lo que analiza el geómetra, parece pensar que el geómetra analiza las implicaciones de sus propios axiomas y postulados fundamentales. Pero la explicación de la matemática no es más que un ejemplo de la crítica de Herder a Kant. Su principal idea es que toda la empresa kantiana está mal concebida. Aunque hubiera una facultad sustantiva llamada "razón" estaría fuera de lugar el hablar de "criticarla". Hay que partir más bien del lenguaje, pues el razonar se expresa sólo en el lenguaje y es además inseparable de él, aunque no sea coextensivo con todos sus usos. Según Herder el pensamiento es lenguaje interior, mientras que hablar en sentido corriente es pensar sonoramente. No existe la entidad" razón", sino el proceso, la actividad del hombre como personalidad total, y el lenguaje es mí instrumento indispensable de este proceso, y se funde con él. Por último, la Crítica de la razón pura se basa según Herder en una psicología errónea. En 1880 publicó Herder la Kalligone, crítica de la Crítica del juicio kantiana. Herder no escribió ninguna crítica de la segunda Crítica, pero no porque estuviera de acuerdo con ella. Pensaba escribirla, pero abandonó la idea; en parte porqué se lo desaconsejaron y en parte también, y acaso sobre todo, porque 105 estaba dedicado a otro trabajo. Había emprendido la publicación de una nueva revista literaria, Adrastea (1800-1804), de la que era el principal colaborador en forma de ensayos y temas poéticos. El quinto volumen de la revista contiene entregas de la traducción alemana por Herder del Romancero del Cid (traducción del francés, compulsada con una versión castellana tardía). Herder murió en Weimar el 18 de diciembre de 1803. El anterior resumen de su vida muestra que fue hombre de intereses varios; y aunque no fue un gran filósofo sistemático, fue un escritor fecundo que tuvo gran influencia en la vida y el pensamiento alemanes. Se le ha llamado maestro del movimiento del Sturm und Drang; pero además ha influido en el posterior movimiento romántico, por su insistencia en la importancia de la poesía popular, por su idea de la importancia del lenguaje en la cultura y en el desarrollo de la conciencia estética, por su idea de la historia como revelación divina y por su defensa de Spinoza en la controversia sobre el panteísmo. A. W. Schlegel (1767-1845) y F. Schlegel (1772-1829) eran ambos deudores de Herder. Pero, como han observado los historiadores de la literatura alemana, el Herder que más ha influido en el romanticismo ha sido el más joven, el rebelde contra el racionalismo de la Ilustración. En sus últimos años Herder no podía competir en el terreno literario con la influencia de Goethe, inevitablemente sentida incluso por los escritores que discrepaban de él. 3. Jacobi Se ha mencionado a Jacobi ya en relación con la controversia sobré el panteísmo. Friedrich Heinrich Jacobi (17431819), que llegó a ser presidente de la Academia de las Ciencias de Munich, era un filósofo de la fe. Insistía en el hecho de que su intención no era construir un sistema académico de filosofía, sino que sus escritos eran expresión de su vida interior y de su experiencia, impuestos, como él mismo' decía, por un poder superior e irresistible. Jacobi había estudiado a Spinoza y en su opinión la filosofía de éste era el único sistema lógico. Pues en el proceso de demostración de verdades la razón humana sólo puede pasar de lo condicionado a lo condicionado: no puede alzarse por encima de lo condicionado hasta una Divinidad trascendente. Por eso todas las Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit demostraciones metafísicas de un fundamento último de la existencia han de llevar al monismo, a la concepción de un sistema del mundo que equivale al ateísmo, como sostuvo J acobi en su correspondencia con Mendelssohn. Pero todo eso no quiere decir que haya que aceptar el spinozismo. Por el contrario, hay que rechazarlo en nombre de la fe, que es un asunto del ánimo (Gemüt) y no de la razón especulativa. El resultado de esta posición es, naturalmente, una separación 'completa entre la filosofía y la esfera de la fe. Intentar demostrar la existencia de Dios equivale a intentar reducir a Dios a un ser condicionado; a la larga, la metafísica especulativa tiene que desembocar en el ateísmo. Más vale reconocer los servicios prestados por Hume al destruir las pretensiones de la metafísica, siempre, naturalmente, que atribuyamos plena validez a la fe. Del mismo modo que no demostramos la existencia del mundo externo, sino que gozamos en la percepción sensible una intuición inmediata de la existencia de los objetos de los sentidos, así también tenemos (o podemos tener) una intuición inmediata de la realidad suprasensible, intuición a la que llamamos "fe". En sus últimos escritos Jacobi habla de la razón superior (Vernunft, distinta del Verstand o entendimiento) por la cual aprehendemos inmediatamente la realidad suprasensibIe. No podemos probar la existencia de Dios al que la niegue; pero con su negación se excluye él mismo de un aspecto de la experiencia humana. O, más bien, su negativa es un resultado de su ceguera para todo lo que no sea la percepción del mundo corpóreo y el conocimiento de las relaciones entre cosas finitas. La luz nos viene de la esfera de la realidad suprasensible, pero en cuanto que intentamos aferrarla por medio de la razón discursiva, junto Con lo que ella hace visible para la razón superior o intuitiva, esa luz palidece y se apaga. En cierta medida estaba Jacobi de acuerdo con Kant. Creía, por ejemplo, que, "el campo del conocimiento -del conocimiento científico o teórico- está limitado al reino de la experiencia posible, experiencia en el sentido de lo sensible, y concordaba con Kant en cuanto a la incapacidad de la razón para probar la existencia de realidades suprasensibles. En esa medida, por lo tanto, acogió favorablemente la filosofía crítica como un movimiento que limpiaba el terreno para la fe. Pero rechazaba la teoría kantiana de los postulados de la razón práctica, La creencia en Dios, por ejemplo, no es un postulado práctico, sino resultado de la fe, de una iluminación interna de la razón superior. También rechazaba 106 en Kant lo que él interpretaba como fenomenismo. Lo que percibimos no son fenómenos vinculados por formas subjetivas de la intuición y por categorías del entendimiento; son las cosas reales mismas. Insistía también en la inmediatez de la intuición moral, o sentido moral, frente a lo que consideraba vacío formalismo de la teoría kantiana del imperativo categórico. Puede pensarse que Jacobi interpretó mal a Kant; pero el interés de su crítica de la filosofía kantiana es que acepta esa filosofía en la medida en que coincide con su idea de la incompetencia de la razón discursiva para trascender la esfera de lo sensible, y la rechaza en la medida en que le parece excluir la aprehensión directa de Dios y de los valores morales. Hay que observar también que en opinión de Jacobi la doctrina kantiana de la cosa en sí es una anomalía, no en el sentido de que no haya realidades metafenoménicas, sino en el de que para la filosofía kantiana la afirmación de cosas en sí no puede justificarse más que por el principio de causalidad, y éste, según el propio Kant, es un principio de fundamento subjetivo y sólo aplicable a fenómenos. 4. Observaciones finales. Hemos visto que los tres pensadores considerados en este capítulo no sólo se opusieron al racionalismo de la Ilustración sino que, ad más, sometieron a crítica la nueva filosofía kantiana. Pero el gran movimiento del idealismo especulativo alemán de la primera mitad del siglo XIX arrancó precisamente de Kant. Es verdad que muchas de las objeciones suscitadas por aquellos pensadores contra el kantismo fueron compartidas por los idealistas. Por ejemplo, la objeción de Jacobi según la cual la afirmación kantiana de la cosa en sí, tomada junto con la doctrina kantiana de las categorías, sitúa a Kant en una posición insostenible, ha sido una tesis recogida por Fichte. Pero la línea de desarrollo tomada por el idealismo especulativo no fue en absoluto la que habrían aprobado Hamann, Herder o Jacobi. (Jacobi acuso a Schelling de intentar ocultar las consecuencias spinozistas de su pensamiento.) En este sentido aquellos pensadores nadaban contra una corriente que iba a resultar demasiado fuerte para ellos. También la idea que Herder se hacía de la historia como una educación progresiva de la humanidad y como manifestación de la providencia, junto con su insistencia .en la totalidad orgánica en las esferas cultural y psicológica y contra la fragmentación analítica se incorporarían al movimiento idealista, especialmente en el sistema Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit hegeliano. Es verdad que también Hamann había sostenido la noción de la historia como una especie de comentario del logos divino. Pero sus fórmulas eran demasiado oscuras para tener el efecto de las ideas de Herder. Por eso históricamente el más importante de los tres pensadores ha sido Herder. Puede pensarse que deberíamos considerar esos tres hombres no solo en relación con el ulterior desarrollo filosófico, sino por sus propios méritos, reconociendo que realizaron una útil tarea al llamar la atención acerca de aspectos de la vida espiritual del hombre que la Ilustración racionalista tendía a ignorar. Acaso sea justa esa objeción. Pero, por otra parte, es difícil que el espíritu humano quede satisfecho y tranquilo .con el tipo de dicotomía entre filosofía y fe que practicaron Hamann y Jacobi. .Si, como sostenía Herder, la religión es una parte de la cultura humana y no algo de lo cual deba desprenderse el hombre, como creyeron algunos ilustrados, entonces el hombre, al intentar entender su propio desarrollo histórico, ha de intentar entender también la religión. Y ésta es, por supuesto, una de las cosas que intentó Herder. Al hacerlo puso la razón especulativa por encima de la inmediatez de la fe, adoptando así una actitud contraria a la de Hamann y Jacobi que estimuló luego a Kierkegaard a su reafirmación de la fe. Así tenemos la reacción de Hamann y Jacobi contra el racionalismo de la Ilustración, y luego la reacción de Kierkegaard contra la forma hegeliana de racionalismo. Esto hace pensar que Hamann y Jacobi a finales del siglo XVIII y Kierkegaard a principios del XIX representan un hecho importante, el papel de la fe en la vida humana. Pero también sugiere que hace falta una síntesis más satisfactoria -racionalmente satisfactoria- de la fe y la filosofía, más que la ofrecida por esos rebeldes contra un árido racionalismo o contra un intelecto especulativo que todo lo absorbía. 107 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 108 LA ILUSTRACIÓN Historia del Pensamiento Filosófico y Científico Giovanni Reale – Dario Antisieri LA RAZÓN EN LA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN 1. EL LEMA DE LA ILUSTRACIÓN: «¡TEN LA VALENTÍA DE UTILIZAR TU PROPIA INTELIGENCIA!» Immanuel Kant, en su Respuesta a la pregunta: ¿qué es la ilustración? (1784), escribe lo siguiente: «La ilustración es el abandono por el hombre del estado de minoría de edad que debe atribuirse a sí mismo. La minoría de edad es la incapacidad de valerse del propio intelecto sin la guía de otro. Esta minoría es imputable a sí mismo, cuando su causa no consiste en la falta de inteligencia, sino en la ausencia de decisión y de valentía para servirse del propio intelecto sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten la valentía de utilizar tu propia inteligencia! Este es el lema de la ilustración.» Para los ilustrados -como dirá Kant más tardenuestras mentes sólo pueden liberarse de la servidumbre espiritual si se incrementa nuestro conocimiento. Tal servidumbre es una «servidumbre de los prejuicios, de los ídolos y de los errores evitables» (K.R. Popper). Una decidida -aunque no ingenuaconfianza en la razón humana, un uso crítico y desprejuiciado de ésta con el propósito de liberarse de los dogmas metafísicos, de los prejuicios morales, de las supersticiones religiosas, de las relaciones deshumanizadas entre los hombres, de las tiranías políticas: éste es el rasgo fundamental de la ilustración. Y aunque hoy -afirman Max Horkeimer y Theodor W. Adorno en Dialéctica de la ilustración (1947)- «la tierra completamente iluminada resplandece con el símbolo de una desventura triunfante», «la ilustración, en su sentido más amplio de pensamiento en continuo progreso, persiguió desde siempre el objetivo de quitarles el miedo a los hombres y convertidos en amos [...]. El programa de la Ilustración consistía en liberar el mundo de la magia. Se proponía eliminar los mitos y sustituir la imaginación por la ciencia». Christian Thomasius (1655-1728) fue quien distinguió -en sus Lectiones de praeiudiciis (1689-1690)- entre prejuicios debidos a la autoridad y prejuicios debidos a la precipitación. Los ilustrados se constituyen como un ejército en lucha contra todos los prejuicios: la verdad no tiene otra fuente que no sea la razón humana. Convierten «a la tradición en objeto de crítica, lo mismo que [hace] la ciencia de la naturaleza con respecto a la apariencia sensible (...]. La razón, y no la tradición, es la fuente última de la autoridad» H.G. Gadamer). Aunque no constituye el único movimiento cultural de la época, la ilustración es la filosofía hegemónica en la Europa del siglo XVIII. Consiste en un articulado movimiento filosófico, pedagógico y político, que va seduciendo de manera gradual a las clases cultas y a la activa burguesía en ascenso en los diversos países europeos, desde Inglaterra hasta Francia desde Alemania hasta Italia, en parte también en Rusia y hasta en Portugal Insertándose sobre tradiciones distintas, la ilustración no se configura como un sistema compacto de doctrinas, sino como un movimiento en cuya base se encuentra la confianza en la razón humana, cuyo desarrollo implica el progreso de la humanidad, al liberarse de las cadenas ciegas y absurdas de la tradición, y del cepo de la ignorancia, la superstición, el mito y la opresión. La razón de los ilustrados se presenta como defensa del conocimiento científico y de la técnica como instrumentos de la transformación del mundo y del progresivo mejoramiento de las condiciones espirituales y materiales de la humanidad; como tolerancia ética y religiosa; como defensa de los inalienables derechos naturales del hombre y del ciudadano; como rechazo de los dogmáticos sistemas metafísicos incontrolables desde el punto de vista fáctico; como crítica de aquellas supersticiones en las que consistirían las religiones positivas, y como defensa del deísmo (pero también el materialismo); como lucha contra los privilegios y la tiranía. Éstos son los rasgos o parecidos de familia que, dentro de las variantes constituidas por las distintas ilustraciones (tomaremos en consideración la francesa, la inglesa y la alemana), nos permiten hablar de ilustración en general. 2. LA RAZÓN DE LOS ILUSTRADOS La ilustración es una filosofía optimista. Es la filosofía de la burguesía en ascenso: es una filosofía que se esfuerza y trabaja por el progreso. «Algún día todo irá mejor, ésta es nuestra esperanza», dice Voltaire. y tal esperanza podría no llevarse a cabo si no aportamos nuestro esfuerzo; el desarrollo de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit humanidad podría estancarse y todo se perdería. Sin embargo, ha habido y hay progreso; incluso aunque no exista -como llegan a pensar algunos positivistas- una ineluctable ley del progreso. En la base de este progreso espiritual, material y político, que no es lineal y que se ha dado y se puede obtener a pesar de los obstáculos, los ilustrados colocan el uso crítico y constructivo de la razón. No obstante -y aquí nos enfrentamos con el problema central e ineludible- ¿de qué razón se trata? Cassirer escribe al respecto: «Para los grandes sistemas metafísicos del siglo XVII, para Descartes y Malebranche, para Spinoza y Leibniz, la razón es el territorio propio de las verdades eternas, de aquellas verdades que son comunes al espíritu humano y al divino. Lo que conocemos e intuimos gracias a la razón, lo intuimos directamente en Dios: cada acto de la razón nos confirma nuestra participación en la esencia divina, nos abre el reino de lo inteligible, de lo suprasensible.» Empero, prosigue Cassirer, «el siglo XVIII otorga a la razón un significado diferente, más modesto. Ya no es un conjunto de ideas innatas que se hayan dado antes de cualquier experiencia, en las que se nos manifiesta la esencia absoluta de las cosas. La razón no es una posesión, sino más una cierta forma de adquisición. No es el erario ni el tesoro del espíritu, en el que se halle bien custodiada la verdad, como una moneda acabada de acuñar; por el contrario, es la fuerza originaria del espíritu, que conduce al descubrimiento de la verdad y a su determinación. Este acto determinante constituye el germen y la premisa indispensable de cualquier auténtica seguridad». Todo el siglo XVIII concede a la razón este significado. «No la considera como un contenido fijo de conocimientos, principios o verdades, sino como una facultad, como una fuerza que sólo se puede comprender plenamente ejerciéndola y explicándola [...]. Su función más importante consiste en su capacidad de atar y desatar. Analiza todos los simples datos de hecho, todo aquello que se había creído con base en el testimonio de la revelación, de la tradición o de la autoridad; no descansa hasta haberlo reducido todo a sus componentes más sencillos y hasta llegar a los últimos motivos de la fe y de la creencia. Sin embargo, después de esta labor de disolución, comienza de nuevo el esfuerzo de construir. La razón no puede quedarse en los disjecta membra; debe hacer surgir un nuevo edificio [...]. Sólo a través de este doble movimiento espiritual puede definirse en su integridad la noción de razón: no es ya la noción de un ser, sino de un hacer.» Lessing fue quien dijo que lo típicamente humano no era la posesión de la verdad, sino el 109 tender hacia la verdad. Montesquieu, por su parte, sostendrá que el alma humana jamás podrá detenerse en su anhelo de saber: las cosas son una cadena, y no se puede conocer la causa de algo o una idea cualquier sin verse poseído por el deseo de conocer la cosa o la idea que viene después. Diderot estaba convencido de que entre otras cosas la Enciclopedia tenía el propósito «de cambiar el modo corriente de pensar». En resumen: los ilustrados tienen confianza en la razón, en lo cual son herederos de Descartes, Spinoza o Leibniz. Sin embargo, a diferencia de las concepciones de éstos, la razón de los ilustrados es la del empirista Locke, que analiza las ideas y las reduce todas a la experiencia. Se trata, pues, de una razón limitada: limitada a la experiencia, controlada por la experiencia. La razón de los ilustrados es la razón que encuentra su paradigma en la física de Newton: ésta no se enfrenta con las esencias, no se pregunta cuál es, por ejemplo, la causa o la esencia de la gravedad, no formula hipótesis ni se pierde en conjeturas sobre la naturaleza última de las cosas. Por el contrario, partiendo de la experiencia y en continuo contacto con ésta, busca las leyes de su funcionamiento y las comprueba. El uso de la razón ilustrada es un uso público. Kant señala: «El uso público de la razón debe ser libre en todo momento, y sólo él puede poner en práctica la ilustración entre los hombres [...]. Entiendo por uso público de la propia razón el uso que uno hace de ella en cuanto estudioso ante todo el público de lectores.» En el Tratado de Metafísica, Voltaire escribe: «Nunca debemos apoyamos en meras hipótesis; nunca debemos comenzar inventando principios, con los que más tarde nos pongamos a explicar todas las cosas. En cambio, debemos empezar por una exacta descomposición de los fenómenos que nos son conocidos. Si no recurrimos a la brújula de la matemática y a la antorcha de la experiencia, no podremos avanzar ni un solo paso.» En opinión de los ilustrados, el verdadero método de la fIlosofía «coincide en el fondo con el que había introducido Newton -con resultados tan fecundos- para el conocimiento de la naturaleza». Voltaire también dice que «el hombre, cuando pretende entrar en la esencia interior de las cosas y conocerlas en sí mismas, cae muy pronto en la cuenta de los límites que se alzan ante sus facultades: se halla en las mismas circunstancias que un ciego al que se le pide un juicio sobre la esencia del color. El análisis, empero, es el bastón que la benévola naturaleza colocó Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit en las manos del ciego. Con la ayuda de dicho bastón puede avanzar a tientas en el mundo de los fenómenos, puede captar su sucesión comprobar el orden en que se presentan, y esto es todo lo que le hace falta para su orientación espiritual, para la formación de su vida y de la ciencia» (E. Cassirer). 3. LA RAZÓN ILUSTRADA CONTRA LOS SISTEMAS METAFÍSICOS Por lo tanto, la, razón de los ilustrados es la razón de Locke y de Newton: es una razón independiente de las verdades de la revelación religiosa y que no reconoce las verdades innatas de las filosofías racionalistas. Se trata de una razón limitada a la experiencia y controlada por ésta. Limitada en sus poderes y gradual en su desarrollo, la razón de los ilustrados no se halla reducida sin embargo -como sucedía en Newton- a los hechos de la naturaleza. La razón de los ilustrados no tiene vedado ningún campo de investigación: la razón hace referencia a la naturaleza y al mismo tiempo al hombre. En su Ensayo sobre los elementos de la filosofía (1759), d'Alembert escribe que el renacimiento es típico del siglo xv; la reforma es el acontecimiento más significativo del siglo XVI; la filosofía cartesiana modifica la visión del mundo en el siglo XVII. Y en el siglo XVIII, el «siglo de la filosofía», d' Alembert ve otro grandioso movimiento análogo. «Apenas se considera atentamente el siglo, mediado el cual nos encontramos, apenas se tienen en cuenta los sucesos que se desarrollan ante nosotros, las costumbres con las que vivimos, las obras que producimos y hasta las conversaciones que tenemos, se advierte sin dificultad que ha ocurrido un notable cambio en todas nuestras ideas: un cambio que por rapidez hace prever que en el porvenir se dé una revolución aún mayor. Sólo con el tiempo será posible determinar con exactitud el objeto de esta revolución e indicar su naturaleza y sus límites... y quienes vengan después estarán en condiciones de conocer mejor que nosotros sus defectos y sus méritos.» A nuestra época -prosigue d' Alembert- le gusta llamarse «época de la filosofía»: «Cuando se estudia sin prejuicios el estado presente de nuestro conocimiento, no puede negarse que la filosofía ha hecho notables progresos entre nosotros. La ciencia de la naturaleza adquiere todos los días nuevas riquezas; la geometría ensancha su 110 territorio y ya ha penetrado en aquellos terrenos de la física que estaban más próximos a ella; el verdadero sistema del universo, finalmente, ha sido conocido, desarrollado y perfeccionado. Desde la Tierra hasta Saturno, desde la historia de los cielos hasta la de los insectos, la ciencia natural ha cambiado de cara. Y junto con ella, todas las demás ciencias han tomado una nueva forma [...]. Este fermento, que ha actuado en todas direcciones, ha aferrado todo aquello que se le presentaba, con violencia, como un torrente que rompe los diques. Desde los principios de la ciencia hasta los fundamentos de la ciencia revelada, desde los problemas de la metafísica a los del gusto, desde la música hasta la moral, de las controversias teológicas a los temas de economía y de comercio, desde la política hasta el derecho de los pueblos y la jurisprudencia civil, todo fue discutido, analizado, sacudido. Una nueva luz que se extendió sobre muchos temas, nuevas oscuridades que fueron apareciendo: tal fue el fruto de ese generalizado fermento de los espíritus, al igual que el efecto de la marea alta y la marea baja consiste en llevar a la orilla muchas cosas nuevas, y en llevarse de allí otras.» El hombre no se reduce a razón, pero todo lo que se refiere a él puede ser investigado a través de la razón: los principios del conocimiento, las conductas éticas, las estructuras y las instituciones políticas, los sistemas filosóficos y las fes religiosas. La razón ilustrada es crítica en la medida en que es empírica, en la medida en que se halla ligada a la experiencia. Y precisamente porque es experimental e inductivo, el racionalismo ilustrado «comienza, en Inglaterra y en Francia, con un quebrantamiento de la anterior forma de conocimiento filosófico, la forma de los sistemas metafísicos. Ya no cree en los derechos ni en las ventajas del "espíritu del sistema"; en éste no encuentra una fuerza, sino un límite y un obstáculo para la razón filosófica [...]. En lugar de encerrar la filosofía dentro de las fronteras de un determinado edificio doctrinal, en lugar de encadenada a determinados axiomas -establecidos de una vez para siempre- y a las deducciones que se pueden extraer de ellos, la filosofía debe desarrollarse en libertad y desvelar en este proceso inmanente a ella la forma fundamental de la realidad, la forma de todo el ser, tanto natural como espiritual» (E. Cassirer). De este modo prosigue Cassirer en La filosofía de la Ilustración (1932)- la filosofía no es un bloque de conocimientos que se coloque por encima o más allá de los demás conocimientos: la filosofía «ya no se separa Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de la ciencia natural, de la historia, de la ciencia del derecho, de la política, sino que en relación con todas ellas constituye su aliento vivificador, su atmósfera, la única en la que pueden subsistir y actuar. Ya no es la substancia del espíritu como un todo en su pura función, en el modo específico de sus investigaciones y de sus postulados, de su método y de su puro método cognoscitivo». En conjunto, la ilustración no resulta demasiado original en lo que se refiere a sus contenidos; a menudo, éstos provienen del siglo anterior. La originalidad filosófica del pensamiento ilustrado reside en el examen crítico de estos contenidos y en el uso que se propone darles, en vista de un mejoramiento del mundo y del hombre que habita en este mundo. Para la ilustración, la filosofía no es «la propia época aprehendida con el pensamiento»; la filosofía ilustrada no es una manera de acompañar la vida y reflejada a través de la reflexión. La ilustración asigna al pensamiento «no [...] sólo méritos secundarios e imitativos, sino la fuerza y la tarea de plasmar la vida. No sólo debe elegir y ordenar, sino promover y llevar a cabo el orden que considera necesario, demostrando precisamente con este acto de realización la propia realidad y verdad» (E. Cassirer). La filosofía de la ilustración aparece con claridad no en las doctrinas individuales o en un conjunto de axiomas, «sino donde aún se está configurando, donde duda y busca, donde demuele y construye». La auténtica filosofía de la ilustración no se identifica con las teorías de los ilustrados; «no consiste [...] tanto en determinadas tesis, cuanto en la forma y en el modo de la disquisición conceptual. Sólo en el acto y en el constante avance de esta disquisición se pueden aprehender las fuerzas espirituales básicas que aquí predominan y sólo aquí es posible sentir el latido de la íntima vida del pensamiento en la época ilustrada» (E. Cassirer). 4. EL ATAQUE CONTRA LAS SUPERSTICIONES DE LAS RELIGIONES POSITIVAS Ligado con la experiencia y contrario a los sistemas metafísicos el racionalismo ilustrado es un movimiento laico en lo que concierne a los mitos y las supersticiones de las religiones positivas que los ilustrados a menudo ridiculizaron con un despreciativo sarcasmo. La actitud escéptica -y con más frecuencia aun, irreverente- es un rasgo característico y esencial de la ilustración, filosofía que puede considerarse sin lugar a dudas como un gran proceso de secularización del pensamiento. La 111 ilustración inglesa y la alemana fueron menos irreverentes con respecto a la religión y aunque en el seno de la ilustración francesa se haya desarrollado una corriente materialista y atea, la filosofía ilustrada es una filosofía del deísmo. El deísmo, a su vez, es parte integrante de la ilustración: el deísmo es la religión racional y natural, es todo aquello y sólo aquello que la razón humana (entendida a la manera de Locke) puede admitir. La razón de los deístas admite: 1) la existencia de Dios; 2) la creación y el gobierno del mundo que parte de Dios (los deístas ingleses -Toland, Tindal, Collins, Shaftesbury- atribuyen a Dios el gobierno del mundo físico y también el del mundo moral, mientras que Voltaire afirma que la divinidad muestra la mayor de las indiferencias por las vicisitudes humanas); 3) la vida futura en la que recibirán su merecido el bien y mal. Voltaire dirá: «Es evidente, para mí, que existe un Ser necesario, eterno, supremo, inteligente; y ésta [...] no es una verdad de fe sino de razón.» Como resulta obvio, si éstas son las únicas verdades religiosas que puede alcanzar, comprobar y aceptar la razón, entonces los contenidos, los ritos, las historias sagradas y las instituciones de las religiones no son más que supersticiones, fruto del miedo y de la ignorancia. Es tarea de la razón el aclarar las tinieblas de las religiones positivas, mostrando la variedad de estas religiones, analizando sus orígenes históricos y sus usos sociales, y poniendo en evidencia su absurda deshumanización. Ecrasez l'infáme: éste fue el grito de combate de Voltaire, no contra la creencia en Dios, sino -como él decía- contra la superstición, la intolerancia y los absurdos de las religiones positivas. Después de Voltaire, empero, su distinción entre creencia en Dios por una parte, y religiones positivas e iglesias -por la otra-, no siempre se puso de manifiesto. A menudo se combaten a la vez la creencia en Dios y la religión, como obstáculos al progreso del conocimiento, como instrumentos de opresión y generadores de intolerancia, como causa de principios éticos erróneos y deshumanizados, y como base de pésimos ordenamientos sociales. En su Política natural (1773) d'Holbach acusará a la religión de que, al educar al hombre para que tema a tiranos invisibles, lo educa en realidad para el servilismo y la cobardía ante los tiranos visibles, eliminando en él su capacidad de independencia y aquella fuerza que lo haría moverse por sí mismo. En el Tratado sobre la tolerancia Diderot señala que el deísta ha cortado una docena de cabezas a la hidra de la religión, pero le ha dejado una, aquella de la cual renacerán las demás. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Por consiguiente la naturaleza -en opinión de Diderot- es la que debe sustituir a la divinidad: hay que tener la valentía de liberarse de las cadenas de la religión, renunciar a todos los dioses y reconocer los derechos de la naturaleza. Ésta le dice al hombre: «Renuncia a los dioses que se han atribuido mis prerrogativas y vuelve a mis leyes. Dirígete nuevamente hacia la naturaleza, de la que huiste; ella te consolará y expulsará de tu corazón todas aquellas ansias que te oprimen y toda la inquietud que te atormenta. Abandónate a la naturaleza, a la humanidad, a ti mismo: y hallarás flores a lo largo de todo el sendero de tu vida.» Existe, pues, una tendencia atea y materialista en el seno de la ilustración. Sin embargo, esto no debe hacernos olvidar que la ilustración está substancialmente impregnada de deísmo, es decir, de una religiosidad racional, natural y laica, a la que se une una moralidad laica: «Los deberes a los que todos estamos obligados con respecto a nuestros semejantes -afirma d' Alembertpertenecen esencial y exclusivamente al ámbito de la razón y por lo tanto son uniformes en todos los pueblos.» Voltaire añade: «Por religión natural hay que entender aquellos principios morales que son comunes a todo el género humano». Vemos aquí dos elementos: el deísmo, es decir, creencias racionales; y los deberes naturales -por ejemplo la tolerancia o la libertad- que son también racionales, laicos e independientes de la revelación. Basándose en esta constatación, E. Cassirer está en condiciones de decir que en la ilustración «reina un sentimiento fundamental auténticamente creativo: domina una esperanza incondicional en la formación y la renovación del mundo. Esta renovación se exige y se espera de la religión misma. […] Cuanto más se siente la insuficiencia de las respuestas que hasta ahora ha dado la religión a los principales temas del conocimiento y de la moralidad, tanto más intenso y apasionado será el planteamiento de dichas cuestiones. La batalla ya no se entabla alrededor de los dogmas individuales y de sus interpretaciones, sino acerca del modo de la certeza religiosa: ésta no sólo se refiere a las cosas creídas, sino a la manera y al enfoque, a la función de la fe como tal. Se aspira, sobre todo en el ámbito de la filosofía ilustrada alemana, no a una disolución de la religión, sino a su motivación trascendental y a su trascendental profundización. Esta aspiración explica el carácter específico de la religiosidad en la época ilustrada, se explican sus tendencias negativa y positiva, su fe y su incredulidad. Sólo cuando se reunen estos dos elementos, cuando 112 se reconozca su dependencia recíproca, se puede entender de veras, en su unidad real, la evolución histórica de la filosofía religiosa en el siglo XVIII». 5. RAZÓN y DERECHO NATURAL Contrario a los sistemas metafísicos, defensor de una religiosidad y una moralidad racionales y laicas, el racionalismo ilustrado coloca la razón como fundamento de las normas jurídicas y de las concepciones del Estado. Si se habla de religión natural y de moral natural, se habla también de derecho natural. Natural significa racional o, mejor aún, no sobrenatural. El espíritu crítico de los ilustrados, con el que se criban todas las ideas, opiniones y creencias del pasado penetra en todas partes y «también se encuentra en las obras de los escritores de filosofía política y jurídica, que se esfuerzan por replantear y transformar los principios de la vida social y la manera en que esta estaba organizada. El ideal iusnaturalista de un derecho conforme a Ia razón se define en el siglo XVIII de un modo cada vez más radical e inspira proyectos de reforma; a veces éstas son efectuadas por los soberanos mismos, muchos de los cuales gustan de ser llamados "ilustrados" aunque continúen siendo absolutos, y en otras ocasiones en cambio, se propugnan y se realizan en contra de ellos. En Francia la Ilustración Jurídico-política desembocará en la revolución, uno de cuyos primeros actos será la declaración típicamente lusnaturalista- de los derechos del hombre y del ciudadano. En efecto, es propio de la ilustración el encauzar la investigación cognoscitiva hacia fines prácticos, con el objetivo de mejorar -de hacer mas conforme a la razón, que se consideraba como modo de hacerla más feliz- la condición humana» (G. Fasso). En El espíritu de las leyes Montesquieu afirma: «Las leyes, en su significado más amplio, son las relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas.» Aunque nos hayamos liberado de las cadenas de la religión, debemos estar sujetos -dice también Montesquieu en sus Cartas persas- al dominio de la justicia: las leyes del derecho son objetivas y no modificables, al igual que las de la matemática. Por su parte Voltaire, aunque constata la gran diversidad de las costumbres y aunque ve que «lo que en una región se llama virtud es justamente lo que en otra se llama vicio», era sin embargo de la opinión de que «existen ciertas leyes naturales, sobre las cuales los hombres de todas las partes Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit del mundo tienen que estar de acuerdo [...]. Al igual que [Dios] les dio a las abejas un fuerte instinto, en virtud del cual trabajan en común y al mismo tiempo hallan su alimento, también le dio al hombre ciertos sentimientos, de los que jamás puede renegar: éstos son los vínculos eternos y las primeras leyes de la sociedad humana». La fe en una naturaleza inmutable del hombre -hecha de inclinaciones, instintos y .necesidades sensibles- también la encontramos en Diderot, que logró reafirmada contra las tesis de Helvetius, según las cuales los instintos morales no serían otra cosa que un disfraz del egoísmo. Según Diderot existen vínculos naturales entre los hombres, vínculos que las morales religiosas pretenden romper. Mario A. Cattaneo -filósofo contemporáneo del derechoescribió que las características generales de la doctrina ilustrada son: 1) «una actitud racionalista con respecto al derecho natural»; 2) «una actitud voluntarista en relación con el derecho positivo». La racionalidad y la universalidad de la ley, la traducción que hace el legislador de las reglas eternas e inmutables del derecho natural transformándolas en derecho positivo, y la certidumbre del derecho serían las instancias más importantes de la doctrina ilustrada, la cual-siempre en opinión de Cattaneo- se configura como una lucha por la elaboración y la puesta en práctica de valores jurídicos esenciales. Tal concepción, en un primer momento, se mueve dentro de los límites del despotismo ilustrado, para abandonado más tarde a través de propuestas políticas teóricas y prácticas de naturaleza liberal, y acabar desembocando en la revolución o en reformas institucionales que subvierten el orden del ancien régime y que resultan decisivas para la construcción del moderno Estado de derecho. La conclusión que extrae Cattaneo es «la afirmación del carácter esencialmente liberal y democrático de la filosofía jurídica ilustrada, de manera que la adhesión a dicha concepción significa una toma de posición a favor de la libertad política y de la democracia». La ilustración jurídica influyó sobre los soberanos ilustrados, sobre todo en Alemania y Austria, y sobre aquella burguesía en ascenso muy especialmente en Francia se rebelará contra los monarcas. Por consiguiente como ha afirmado hace poco otro filósofo del derecho, G. Tarello-la Ilustración jurídica del área germánica es «la ideología operativa de los soberanos y de los funcionarios, [...]. la ideología de quienes poseen el poder político»; en cambio, la Ilustración Jurídica francesa e incluso la Italiana 113 estarían constituidas por «una serie de Ideologías radicalizadas y de oposición, que por principio no compartían los soberanos ni, durante mucho tiempo, tampoco sus funcionarios». Estas ideologías, agrega Tarello, no eran por sí mismas revolucionarias, pero llegaron a serlo cuando -bajo la presión de los acontecimientos históricos- la burguesía las transformó en «una compleja máquina Ideológica, capaz de destruir la cultura y las instituciones jurídico-políticas existentes». Parece útil, sin ninguna duda, distinguir entre una ilustración jurídica reformista y una ilustración jurídica revolucionaria, por lo menos en primera instancia, «para describir la configuración y los resultados que obtuvieron determinadas doctrinas jurídicas en Francia y en el área germánica durante el siglo XVIII» (P. Comanducci). Basándose en las ideas iusnaturalistas de los ilustrados se elaboró la doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano, que halla su realización más elocuente en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, mediante la cual la Asamblea constituyente francesa quiso especificar en 1789 aquellos principios que servirían como documento programático de la revolución. Los derechos del hombre y del ciudadano, que la Asamblea constituyente considera naturales, son los siguientes: la libertad, la igualdad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. La ley es igual para todos y señala límites precisos al poder ejecutivo, con objeto de proteger la libertad personal y la libertad de opinión, de religión y de palabra. La leyes manifestación de la voluntad general y se elabora con el concurso directo de todos los ciudadanos o a través de sus representantes. Se afirma que la propiedad es un derecho sagrado e inviolable. De clara inspiración individualista, la Declaración francesa de 1789 se remite a la americana de 1776, es decir, a la «declaración de derechos formulada por los representantes del buen pueblo de Virginia, reunido en una convención libre y plena», en cuyo artículo 1º leemos que «todos los hombres son, por naturaleza, igualmente libres e independientes y poseen determinados derechos innatos, de los cuales -cuando entran en el estado de sociedad- no pueden mediante ningún pacto privar o despojar a sus descendientes: el disfrute de la vida y la posesión de la propiedad, y la búsqueda y el logro de la felicidad y de la seguridad». Esto se declara en el artículo 1º, mientras que en el artículo 2º se dice que «todo el poder reside en el pueblo y, por consiguiente, de él procede». El artículo 3º continúa: «el gobierno es, o debe ser, instituido para la utilidad pública, la protección y la seguridad del pueblo»; artículo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 4º: «ningún hombre o grupo de, hombres tiene derecho a remuneraciones o privilegios particulares»; artículo 5º: «los poderes legislativo y ejecutivo del Estado deben estar separados y distinguirse del poder judicial.» En este mismo tono prosigue la enunciación de lo que más adelante serán considerados como principios básicos del Estado liberal-democrático o Estado de derecho. Criticados desde la derecha y desde la izquierda, los principios establecidos en la doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano sirven de base a los ordenamientos constitucionales de los Estados democráticos de tipo occidental. Y a pesar de sus limitaciones tantas veces denunciadas, la ilustración jurídica aún perdura en la teoría y en la práctica del Estado de derecho en nuestros días. En lo que respecta más específicamente al siglo XVIII, actuó de manera muy fecunda «apartando los residuos de doctrinas y de instituciones efectivamente superadas, y [...] estimulando la racionalización de la legislación y la afirmación de los principios iusnaturalistas de libertad y tolerancia» (G. Fasso). Por lo que concierne a la racionalización de la legislación, téngase en cuenta, por ejemplo, que en Francia «la unificación del sujeto de derechos no consistía en otra cosa [...] que en la eliminación de los múltiples estados jurídicos (noble, eclesiástico, comerciante, católico, protestante, judío, hombre, mujer, primogénito, etc.), que poseían relevancia procesal y sustancial, y que correspondían a la estratificación social del ancien régime» (P. Comanducci). Aunque las ideas iusnaturalistas de libertad e igualdad del individuo son consideradas por los intérpretes marxistas como la sistematización supraestructural de un proceso económico estructural, el filósofo del derecho Gioele Solari escribía en 1911 que «la codificación resume los seculares esfuerzos de los príncipes, los jurisconsultos y los filósofos por reducir la legislación civil a una unidad material y formal [...]; la invocada uniformidad de las leyes civiles implicaba la abolición de todas las desigualdades jurídicas derivadas del nacimiento, la clase social, la profesión, la riqueza o el domicilio». Y si los principios éticos y jurídicos son naturales, también lo serán aquellos principios que los economistas como François Quesnay (1694-1774), Mercier de la Riviere, Du Pont de Nemours y otros, resumirán en el pensamiento fisiocrático, cuyo núcleo esencial está en la fórmula liberal: Laissez faire, laissez passer. La propiedad privada y la libre competencia son naturales, mientras que es contraria al «orden natural» cualquier intervención estatal que tienda a bloquear o a obstaculizar estas leyes naturales. La función del Estado o del soberano es esencialmente negativa: debe 114 limitarse a quitar los obstáculos que impiden el normal desarrollo del orden natural. 6. ILUSTRACIÓN Y BURGUESÍA La evolución de la ilustración está entrelazada con el desarrollo desigual de la burguesía en los distintos países europeos. «El avance de la burguesía, que ya había caracterizado el desarrollo de una parte notable de los países más civilizados de Europa durante el siglo precedente, asumió en el siglo XVIII un nuevo ímpetu y una nueva fuerza de choque. Tuvieron lugar importantes desplazamientos de riqueza, se iniciaron nuevas empresas económicas, aumentó el comercio, se reorganizó y consolidó la explotación de los pueblos colonizados. Ya no se toleraron los obstáculos a las nuevas iniciativas, que entraron en un conflicto abierto con las fuerzas que habían detentado el monopolio del poder durante las épocas anteriores [...]. El avance de la burguesía y el incremento de la producción, la confianza en las iniciativas humanas y la laicización de la cultura son fenómenos que caracterizan de manera global el grandioso y complejo desarrollo de la civilización europea durante el siglo XVIII» (L. Geymonat). En el marco de esta evolución, diferenciado en cada una de las naciones -como nos enseñan los textos de historia- el interés de los intelectuales se dirige hacia la clase burguesa, sujeto d l progreso. Aunque la propiedad de la tierra sea en el siglo XVIII una importante fuente de riqueza, el artesanado se va transformando de manera decidida en industria, y la ciencia y la tecnología parecen poner en práctica el sueño de Bacon, referente a la transformación del mundo en servicio del hombre. Junto con la industria, el comercio se incrementa de un modo impensable con anterioridad. En la décima de sus Cartas inglesas, Voltaire escribe lo siguiente, a propósito del significado del comercio británico: «El comercio que en Inglaterra ha enriquecido a los ciudadanos, contribuyó a hacerlos libres, y esta libertad a su vez extendió el comercio, de donde procede la grandeza del Estado. El comercio es el que ha ido creando poco a poco aquellas fuerzas navales que convierten a los ingleses en dueños de los mares.» Una notable estabilidad interna y una expansión hacia el exterior facilitada por la política del equilibrio, permitió a la burguesía inglesa un desarrollo sin los obstáculos que en cambio encontró ante sí la francesa. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En Francia la política absolutista de Luis XIV había ido ensanchando cada vez más el abismo existente entre la clase política y las fuerzas activas y en ascenso dentro de la nación. Las consecuencias del fracaso de la política exterior de Luis XIV fueron graves, y las guerras prolongadas habían debilitado de manera muy onerosa las finanzas del Estado. Sin duda, al revocar el edicto de Nantes (1685), el monarca consolida la unidad política del país, pero esto hace que Francia tenga que pagar el alto precio de la pérdida de energías muy valiosas. Además, el tercer estado -al que estaban vinculados los hugonotes- separa mayoritariamente su propio destino del que corresponde al poder absoluto y de manera paulatina va enfrentándose con éste, hasta llegar a la revolución. En este combate contra un poder incapaz de interpretarla y de dejarla hacer, contra los privilegios feudales de la nobleza y del clero, la burguesía utilizará como armas poderosas las ideas defendidas por los ilustrados, quienes a su vez habían visto en ella el sujeto del progreso, y en sus iniciativas, efectivos pasos hacia delante en el camino de la realización de tal progreso. Como testimonio de lo que acabamos de decir, veamos lo que escribe Diderot en la Enciclopedia con respecto a los grandes talleres: «Se presta atención a la bondad de los materiales, mientras que la prontitud y la perfección del trabajo sólo están en función de la cantidad de operarios que se emplean. Cuando una fábrica tiene numerosos operarios, cada fase de la elaboración ocupa a un hombre distinto. Un operario lleva a cabo, y llevará a cabo durante toda su vida, una sola y única operación; otro, otra; por eso, cada una, se realiza correcta y rápidamente, y la mejor ejecución coincide con el mínimo costo. Además, el buen gusto y la destreza se perfeccionan sin duda gracias a la elevada cantidad de operarios, porque es difícil que no haya algunos capaces de reflexionar, combinar y descubrir por último aquel modo que les permita superar a sus compañeros: cómo ahorrar material, ganar tiempo o hacer que progrese la industria, ya sea con una nueva máquina, o con una manipulación más cómoda.» El entusiasmo de Diderot por aquella revolución industrial que en pocas décadas conmocionará la vida de la mayor parte de los países europeos -y no sólo de los europeos- es algo sincero, pero contemplado con una perspectiva actual, cabe decir por lo menos que resulta ingenuo. «Los problemas sociales de la clase trabajadora aún no suscitan un interés demasiado grande durante el siglo XVIII, ni siquiera entre los pensadores más progresistas; por el momento, la preocupación fundamental 115 consiste en otra cosa: facilitar la iniciativa de los nuevos empresarios (echando a tierra los obstáculos que ésta encuentra en las viejas legislaciones de origen feudal) y permitirles asumir lo más pronto posible el peso político que corresponde a su creciente fuerza económica» (L. Geymonat). 7. CÓMO DIFUNDIERON LAS «LUCES» LOS ILUSTRADOS Por las razones antes descritas, las ideas ilustradas no penetraron en las masas populares de la Europa del siglo XVIII. En líneas generales, las clases populares permanecieron ajenas al movimiento ilustrado, mientras los ilustrados se dedicaban a propagar las nuevas ideas en las clases intelectuales y en la burguesía avanzada de toda Europa, interesando cultural y políticamente a naciones muy diferentes entre sí: desde Inglaterra hasta Italia, desde Portugal hasta Prusia, desde Francia hasta Rusia. La capacidad divulgador a de los ilustrados constituye un acontecimiento sorprendente y ejemplar dentro de la historia cultural europea. En realidad, los philosophes (como eran llamados comúnmente los exponentes de las «luces») no tuvieron ideas filosóficas demasiado originales y tampoco crearon grandes sistemas teóricos. En cambio, fueron considerados por todos como maestros de sabiduría, consejeros natos de los monarcas y guías naturales de la clase media emergente. Se comprende, pues, que hayan insistido en la divulgación de sus propias opiniones, para convertirlas en eficaces. Los medios utilizados para acelerar la circulación de las ideas iluministas fueron las academias, la masonería, los salones, la Enciclopedia, las cartas y los ensayos. Las academias, nacidas en el siglo XVI y extendidas durante el XVII, se multiplicaron en el siglo XVIII. Los ilustrados asumieron una postura crítica ante las academias que con demasiada frecuencia se dedicaban a ejercicios abstractamente literarios. De este modo lograron que se otorgase en ellas una mayor atención a las ciencias naturales, físicas y matemáticas, a los estudios agrarios, etc. En Italia fue modélica la Accademia dei Pugni, fundada en 1762 por un grupo de milaneses bajo la dirección de Pietro Verri. Los miembros de dicha academia eran jóvenes que estaban decididos a criticar la cultura y las costumbres de sus padres, y dispuestos a configurarse como representantes de las Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit luces y de la cultura empírica. Los jóvenes milaneses entablaron discusiones tan vivas que en broma calificaron a su grupo como «Academia de los Puños». Tan singulares académicos milaneses llegaron a publicar una revista, «Il Caffè», entre 1764 y 1766, donde se trataba de todo, desde la física galileana hasta el contagio de la viruela, desde temas astronómicos hasta cuestiones historiográficas, lingüísticas Y políticas. La masonería fue otro vehículo eficaz para la ilustración. Surgida en Londres en 1717, muy pronto se puso de moda en Europa. Fueron masones Goethe y Mozart, Voltaire y Diderot, Franklin y... Casanova. La primera masonería londinense respondía a las exigencias de paz y de tolerancia de una Inglaterra que acababa de salir de profundos enfrentamientos políticos y religiosos; en cambio, la masonería del mundo latino fue más agresiva y anticlerical. De todas maneras, también ésta se desarrolló sobre la base de principios profundamente ilustrados, como por ejemplo la fe no dogmática en un único Dios (fueron precisamente los ilustrados quienes difundieron el rechazo ante el término «dogma»), la educación de la humanidad, la amistad tolerante entre hombres de culturas diversas. Las primeras Constituciones de la masonería, publicadas por James Anderson en 1723, declaraban que «un masón tiene la obligación, en virtud de su título, de obedecer a la ley moral; y si comprende bien al arte, jamás será un necio ateo ni un libertino sin religión». Empero, se añade: «En los tiempos antiguos, los masones (es decir los albañiles medievales pertenecientes a la corporación de su oficio) estaban obligados en cada país a profesar la religión de su patria o nación, cualquiera que ésta fuese; hoy en día, sin embargo, permitiendo a cada uno de ellos sus opiniones particulares, se considera más apropiado obligarlos únicamente a seguir la religión en torno a la cual están de acuerdo todos los hombres: consiste en ser buenos, sinceros, modestos y personas de honor, cualquiera que sea el credo que posean.» La Iglesia condenó muy pronto la masonería (1738), debido a que ésta rechazaba las proposiciones dogmáticas (las verdades de fe) que resultaban imprescindibles para el cristianismo; no obstante, la condena pontificia tuvo un éxito limitado. Los salones constituyeron otro instrumento de la cultura ilustrada. «La vida cultural del siglo halla su expresión mundana en los salones. Lugar de encuentro y de reunión para literatos y 116 estudiosos, ansiado cenáculo para los extranjeros de prestigio, constituyen un activo, variado y dúctil vehículo de relaciones e intercambios intelectuales. París suministra el modelo adecuado, el París que representa en aquel siglo el espejo en el que se refleja todo el mundo intelectual europeo» (F. Valsecchi). Fueron justamente los salones los que permitieron que las mujeres se integrasen activamente en la cultura propia del siglo, discutiendo acerca de filosofía e interesándose por los descubrimientos científicos. La Enciclopedia francesa, de la que hablaremos con más extensión dentro de poco, resumía el saber ilustrado en 17 volúmenes, y logró un resonante éxito editorial. Las ganancias obtenidas por los editores fueron el 500 %: nunca se había visto un beneficio tan elevado, en ningún otro tipo de comercio, señaló Voltaire. De este modo, la Enciclopedia se convirtió en una herramienta formidable para el pensamiento ilustrado. El epistolario fue otro canal ilustrado para difundir, de manera personal e Inmediata, el aprecio por las luces de la razón. La Europa de la segunda mitad del siglo XVIII pudo disfrutar de un largo período de paz, lo cual permitió una intensa correspondencia, que convirtió a los ilustrados en una clase que se comunicaba por encima de las fronteras nacionales. A través de las cartas se comunicaban sobre todo las experiencias de viajes (en el siglo XVIII se viajó mucho más que en el XVII) e informaciones científicas (de ello se beneficiaron las ciencias naturales y asimismo, en gran medida, la historia). Los ensayos fueron un poderoso instrumento propagador de la ilustración. Voltaire, en representación de todos los demás autores, manifestó su disgusto y su desacuerdo ante los escritos palaciegos y altisonantes. Los ilustrados preferían en general el ensayo, un escrito breve, jugoso, vivaz e ingenioso -si era posibley, de buena gana, polémico. El ensayo se transformaba con facilidad en libelo irónico y burlón, en panfleto. Los franceses fueron maestros en el género ensayístico. Y en Italia apareció un ensayo que conoció un éxito estruendoso, Sobre los delitos y las penas, de Cesare Beccaria. El estilo de los ensayos también se manifestó a través de los periódicos y las revistas. Estas publicaciones ya existían en el siglo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit XVII, pero en el XVIII se volvieron más ágiles y numerosas, y se convirtieron en poderosa arma de difusión ideológica. «En 1782 en Londres se publicaban 18 periódicos; diez años después se editaban 42», señala asombrado el historiador Anderson. Las revistas y los periódicos en general se dedicaban a formular juicios, con un estilo accesible e inmediato, sobre los hechos políticos y culturales. Estaba de moda el declarar que tales juicios eran ilustrados. Sin embargo, a pesar de su gran capacidad divulgadora, la ilustración «fue más una actitud mental que una orientación científica y filosófica. Pocos seguían de cerca las discusiones intelectuales que se desarrollaban entre unos cuantos hombres en Londres y, sobre todo, en París, y menos todavía eran los que aceptaban todas las conclusiones formuladas por los pensadores más revolucionarios. No obstante, a pesar de las variantes locales y de las contradicciones individuales, los nuevos valores se iban difundiendo lentamente a través de Europa» (N. Hampson). 8. ILUSTRACIÓN y NEOCLASICISMO La ilustración también influyó sobre el arte neoclásico y en especial, sobre la arquitectura. Por consiguiente, la comprensión del neoclasicismo ayuda a interpretar la ilustración, y viceversa. El binomio ilustración-neoclasicismo tuvo en Italia una interesante y precoz manifestación, a través de la llamada «arquitectura en función». Sobre ella escribió en 1756 F. Algarotti, en su Ensayo sobre la arquitectura: «Un hombre valiente y docto (alude al franciscano CarIo Francesco Lodoli), por amor a la arquitectura, ha emprendido en nuestros días una empresa semejante a la que antes emprendió Sócrates por amor a la filosofía... queriendo sin excepción ninguna que no se represente nada que no esté realmente en función, y que se califique apropiadamente de abuso todo aquello que se aparte de este principio.» Según Lodoli y Algarotti, la arquitectura debe ser funcional, tiene que obedecer de manera racional a la finalidad por la cual se construye. Algarotti también señala que Lodoli se reafirmó en otro principio suyo, según el cual «la correcta arquitectura debe formar, adornar y mostrar, y en ella deben ser una misma cosa la función y la representación». Esto implica la condena del barroco y del rococó; la razón evita todo adorno superfluo y trata de armonizar belleza y utilidad. Sin embargo, el binomio ilustración-neoclasicismo no benefició al arte neoclásico, que tuvo una historia crítica bastante 117 ajetreada. A menudo se ha juzgado que el arte neo clásico era un arte menor y frío, con muy escasas excepciones, producidas en momentos afortunados. En realidad, toda infravaloración de la ilustración ha comportado una subestimación del neoclasicismo. Sólo en época reciente se ha logrado con verosimilitud una comprensión ecuánime del arte neoclásico, gracias a la obra de E. Kaufmann La arquitectura en la Edad de la Razón (1955) y, sobre todo, gracias a la exposición londinense «La época del neoclasicismo», promovida en 1972 por el Consejo de Europa. El caso del arqUItecto neoclásico Giuseppe Piermarini (1734-1808) resulta paradigmático. Sin duda alguna, se trataba del arquitecto más valioso de la época neoclásica en Italia. Dan testimonio de su genio el teatro de la Scala y el palacio real de Milán, y la villa real en Monza. A lo largo de casi dos siglos de crítica artística, a Piermarini se le ha calificado de maneras radicalmente contradictorias, como vanvitelliano, palladino o, incluso, barroco. Sólo en los últimos años se ha llegado a comprender que «la actitud científica o racional de Piermarini está encaminada a una funcional distribución de los ambientes y a la correspondencia de las formas de conjunto con el destino propio del edificio. En la decoración [...] su gusto le lleva hacia formas sencillas, definidas con nitidez, austeras y con perfiles destacados, distribuidas sobre los planos de la superficie en movimiento y reducidas a una escala directamente proporcionada a la humana [...]; todos los demás valores se sacrifican, o por lo menos se subordinan, a la adecuación -a su fidelidad al fin práctico- o a la sencillez» (G. Mezzanotte). La ilustración de Piermarini se expresó mediante líneas simples y humanas, agradables y al mismo tiempo funcionales. El teatro de la Scala da testimonio de esta arquitectura de inspiración ilustrada, en la que está ausente la línea curva barroca, predomina la línea recta lógica y funcional, el pórtico utilizable por los carruajes, la perfecta acústica de la sala, etc. Piermarini, en suma, manifestó a través de sus diseños la escuela ilustrada más importante de Italia, la de Beccaria, los hermanos Verri, Parini y Frisi. El arte de Piermarini representómediante espacios urbanísticos y soluciones arquitectónicas la época de las reformas de María Teresa de Austria, con las que el milanés pretendía racionalizar las escuelas y el catastro, las finanzas, la agricultura y la burocracia en su conjunto. Debido a su característico sentido de la medida y a su equilibrio, Piermarini constituye un destacado exponente del espíritu ilustrado neoclásico. Dominó amplios sectores de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit matemática y poseía grandes conocimientos mecánicos, por lo que se dedicó a realizar invenciones útiles para el trabajo, enseñando a los artesanos valiosos secretos del oficio. En resumen, no separó el arte de la ciencia y de la técnica. Como buen ilustrado, se preocupó por la educación de los artesanos, para conseguir el progreso: «Experimentaba un gran placer cuando, por la noche, reunía alrededor suyo a los mejores artesanos, para interrogarles sobre los trabajos que estaban realizando, ilustrarles sobre los progresos conseguidos en todas las ramas de la mecánica y del arte, encauzarlos en la ejecución de determinadas obras, que él les confiaba. [...El mismo] torneaba piezas de todas clases y se entretenía puliéndolas en todas sus partes [...]. Fabricaba arados mecánicos, construía bombas para jardines y también esculpía chimeneas para salas de recepción.» Esto escribe E. Filippini, el más importante biógrafo del arquitecto; informaciones análogas podemos encontrar en las biografías de otros grandes artistas neoclásicos, como los arquitectos franceses Ledoux y Boullée, el arquitecto inglés R. Adam o el pintor David. Un historiador del arte extrae la siguiente conclusión: «La revalorización del arte de la época neoclásica es un hecho consumado dentro de la cultura contemporánea [...]. Se ha otorgado el valor que le corresponde a los aspectos estéticos y éticos del movimiento, basándose sobre todo en la categoría del rigor, pero no se ha insistido lo suficiente sobre el dato quizá más importante del movimiento en cuestión: la inevitable implicación pragmático-funcional. Esta, mediante la eliminación -a veces, consciente- de los accesorios antiguos [...] se proponía sacar a la luz el elemento central de las estructuras buscadas y valoradas, restaurando así una seriedad artesanal, que se comprende muy bien desde dentro del aparato doctrinal» Esta seriedad artesanal resume durante el período neoclásico-ilustrado «los ideales de ética civil y económica que se propuso el siglo de las luces en toda su extensión», y compendia «los principios mediante los cuales los pensadores del siglo XVIII reivindicaron la legitimidad teórica de las artes aplicadas y las técnicas artísticas» (F. Bologna). 9. ILUSTRACIÓN, HISTORIA Y TRADICIÓN Una actitud hipercrítica y a menudo de rechazo con respecto a la tradición filosófica, religiosa y política; la defensa de una razón que, una vez establecida, se erige en calidad de tribunal ahistórico 118 de todos los acontecimientos históricos; así como las ideas de naturaleza humana, estado de naturaleza o derechos naturales, hicieron que el siglo XVIII fuese acusado sobre todo por los románticos de ser un siglo típicamente antihistórico. En suma, la ilustración sería la filosofía de una razón abstracta; de una razón (naturaleza, ley, etc.) sin historia; de una razón cuyos valores éticos, teorías filosóficas, principios teológicos o normas jurídicas carecerían de dimensión histórica. Si los románticos consideraron abstracto el pensamiento ilustrado, Hegel -que en las Lecciones sobre historia de la filosofía hablará con admiración de la crítica ilustrada contra la vieja sociedad- enjuició en la Fenomenología del Espíritu a la ilustración como un planteamiento superficial, aburrido, abstracto y que «no puede otorgar la noción de nada». Para el Marx de la Ideología alemana, la ilustración «es especulativa, en todo y por todo». En el fondo, para el marxismo «la ilustración es [...] un movimiento de progreso y de emancipación humana sobre el plano ideológico, en la medida en que la burguesía es una fuerza social revolucionaria, pero es un movimiento de compromiso ideológico y de conservación en la medida en que la burguesía establece compromisos de hecho con los grupos feudales de poder (como en Alemania) o en la medida en que con una gran coherencia se limita a realizar sus propios intereses privilegiados, exclusivamente clasistas» (N. Merker). Abstracto para los románticos, superficial e incapaz de captar el verdadero sentido de la historia -según un juicio de Hegel- el ilustrado reino de la razón es considerado por el marxista G. Lukacs como el reino de la burguesía. Con respecto a la ilustración, los tradicionalistas como De Bonald y De Maistre se mostraron notablemente críticos, al igual que los neoidealistas. En Italia, el filósofo Giovanni Gentile mantuvo una polémica constante con el siglo de la revolución. Hub que esperar a los años treinta del presente siglo, en opinión de W. Matun, para que apareciesen las primeras señales de un retorno más adecuado a la realIdad del XVIII. L. Salvatorelh (El pensamiento político italiano desde 1700 hasta 1870, 1935), N. Valeri (Pietra Verri, 1937) y F. Venturi (La jeunesse de Diderot, 1939) fueron los máximos exponentes de la nueva historiografía. En 1936 se tradujo al italiano y en 1945 al castellano, la .obra fundamental de Cassirer, La filosofía de la ilustración, que hemos citado en numerosas ocasiones. El historiador austriaco A. Wandruszka considera que la decisiva revalorización de la ilustración se produjo en Europa como consecuencia de la segunda guerra mundial: el soldado norteamericano «en su mochila volvía a traer a Europa -aunque transformada- una parte de la herencia Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit espiritual de la Europa dieciochesca, de la edad de la razón, que se halla en las raíces de la historia y de la civilización norteamericanas». Sin ninguna duda, la revolución norteamericana se inspiró en las ideas ilustradas europeas. Según Wandruszka, la victoria de los aliados sobre los estados totalitarios -y la consiguiente revalorización del sistema de libertades- hicieron que volviese a atravesar el Atlántico la antigua cultura ilustrada. Después de la última posguerra, se ha ido consolidando la revalorización de la ilustración, hasta convertirse en algo bastante unánime. A ello han contribuido motivos diversos: la neoilustración, la búsqueda de una nueva racionalidad después de la caída de los grandes mitos, el cosmopolitismo y las renovadas irrupciones de la tecnología. Como es natural, no sería satisfactoria una comprensión de la cultura dieciochesca que estuviese centrada en la categoría del prerromanticismo; la consecuencia sería que el siglo XVIII únicamente tiene sentido como anticipación del XIX. Por eso, se entiende la rebelión de G. Giarrizzo, para quien la fórmula germánica del prerromanticismo constituiría un intento de «emascular el siglo XVIII para eliminarlo de la historia de la cultura». Sin ninguna duda, la historiografía reciente sobre el siglo XVIII y sobre la ilustración aparece por completo desvinculada de una exagerada vinculación con el romanticismo. Sin embargo, el juicio que formularon los románticos acerca de la ilustración, como pensamiento abstracto y carente del sentido de la historia -incluso antihistórico- es una opinión que aún no ha desaparecido. Tal opinión, escribe Cassirer, «no es a su vez una concepción históricamente motivada motivable: se trata, al contrario, de un grito de combate y una frase acunada por el romanticismo para luchar bajo esta enseña contra la filosofía de la ilustración». Fue justamente la filosofía ilustrada la que conquistó el mundo histórico del que se vanagloriará -y con justa razón- el romanticismo. Esta es la tesis que aparece en obras tan famosas como El siglo XVIII y el mundo histórico de W. Dilthey (1901), La filosofía de la ilustración de E. Cassirer (1932) y Los orígenes del historicismo de F. Meinecke (1936). Dilthey escribe que, gracias a la ilustración, «por primera vez la historia universal llegó a una conexión que nacía de su consideración empírica misma; era algo racional, en virtud de la concatenación de todos los acontecimientos según el principio de causa y efecto, y se mostraba críticamente superior en virtud del rechazo de toda superación de la realidad dada, a través de representaciones que la trascendiesen. Los fundamentos de esta construcción consistían en un empleo por completo desprejuiciado de la crítica histórica -que no se detenía ni siquiera 119 ante las más sagradas reliquias del pasado- y en un método comparativo que se extendía a todos los estadios de la humanidad». Por su parte, Cassirer sostiene que la ilustración se encuentra con la ciencia ante sí, como un dato de hecho, pero debe llevar la historia dentro de la razón empírica, debe conquistar el mundo histórico: «Fue el siglo XVIII el que formuló, también en este terreno, el interrogante filosófico auténticamente fundamental. Este inquiere sobre cuáles son las condiciones de posibilidad de la historia, del mismo modo que inquiere cuáles son las condiciones de posibilidad del conocimiento natural. Y trata de establecer [...] tales condiciones: se esfuerza por hallar el significado de los hechos históricos, buscando a este respecto un concepto claro y distinto, y proponiéndose establecer la relación que existe entre lo universal y lo particular, entre la idea y la realidad, entre las leyes y los hechos, y señalar fronteras seguras entre unos y otros.» En opinión de Cassirer, lo cierto es que «resulta una curiosa ironía el hecho de que el romanticismo, al acusar a la ilustración en nombre de la historia, cae precisamente en el mismo error que echa en cara a su adversario». 10. PlERRE BAYLE Y EL DESCUBRIMIENTO DEL ERROR COMO TAREA DEL HISTORIADOR La filosofía del siglo XVIII coloca en el mismo plano los problemas de la historia y los de la naturaleza. Para analizar las cuestiones históricas en el mundo de la razón, resulta fundamental la obra de Pierre Bayle (1647-1706). En 1682 Bayle publica los Pensamientos sobre el cometa y en 1697 aparece su Diccionario histórico-crítico. Bayle utiliza la aparición de un cometa en 1681 como ocasión para criticar la generalizada creencia según la cual los cometas presagian desgracias y amenazan el mundo con una infinidad de percances. Bayle sostiene que no puede admitir que «un doctor cuya función no consiste en ejercer dotes de persuasión sobre el pueblo y cuyo alimento espiritual debería ser únicamente la pura razón, considere con respeto ideas tan poco fundadas y se contente con seguir la tradición y los pasajes extraídos de los poetas y de los historiadores». El ataque de Bayle contra la pretendida autoridad de la tradición es tajante: «Sería mera ilusión pretender que una opinión que se transmite de siglo en siglo y de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit generación en generación no pueda ser nunca del todo falsa. Un examen, por superficial que sea, de las causas que se hallan en la base de ciertas opiniones y de los motivos que las perpetúan de padres a hijos, nos revelará que una pretensión semejante no encuentra ningún respaldo en la razón.» Bayle no sólo critica la idea del influjo de los cometas sobre los acontecimientos humanos, sino que discute los milagros, no acepta la identificación del ateísmo con la inmoralidad, admite que pueda existir una sociedad formada por ateos, sostiene que la convención social está en la base de muchas costumbres, y así sucesivamente. Aún más radical se muestra Bayle en su Diccionario histórico-crítico, cuyas 2038 densísimas voces aspiraban a constituir un registro de errores. No teme que le acusen de ser un minutissimarum rerum minutissimus scrutator ni se deja seducir por el espejismo del sistema. En la historia no se aprecia, en opinión de Bayle, un plan preestablecido y sabiamente ordenado. En ella comprobamos, más bien, una serie de delitos y de desdichas. La función del historiador consiste precisamente en construir y establecer el hecho histórico, mediante el descubrimiento Y la progresiva eliminación del error. Por consiguiente, lo que confiere al diccionario histórico-crítico de Bayle «un valor inmortal es la circunstancia de que el concibió el puro concepto de "hecho" en su problematicidad más profunda. Bayle ya no considera que los hechos aislados son como piedras bien definidas con los que el historiador debe levantar su edificio; lo que le atrae y le fascina es el trabajo intelectual que lleva a la conquista de este material de construcción» (E. Cassirer). Bayle centra su interés en las condiciones de las cuales depende un juicio de hecho. Es así como se erige en calidad de lógico de la historia: «Para él, el hecho ya no es el comienzo del conocimiento histórico sino en cierto modo su fin, su terminus ad quem, no su terminus a quo. No parte del hecho, sino que tiende hacia él; quiere allanar el camino que conduce a una verdad de hechos. [...] Antes (de Bayle) jamás se había realizado una crítica de la tradición con una exactitud tan minuciosa y con un rigor tan inexorable. Bayle es incansable en la búsqueda de lagunas, de puntos oscuros, de contradicciones. Sólo aquí es donde se revela su auténtico genio de historiador. Este consiste, aunque pueda parecer paradójico, no ya en el descubrimiento de lo verdadero, sino en el hallazgo de lo falso» (E. Cassirer). 120 Bayle se nos muestra así como el fundador de la precisión histórica. No es un filósofo o un teólogo de la historia, como Bossuet. Es un lógico de la historia. Precisamente por ello, «adquirió con respecto a la historia unos méritos que quizás no sean inferiores a los de Galileo con relación al conocimiento de la naturaleza». Este es su designio: «El que conozca las leyes de la naturaleza estará de acuerdo conmigo en que un historiógrafo fiel a su cometido debe desembarazarse del espíritu de adulación y de maledicencia. En la medida de lo posible debe ponerse en la situación de un historiador al que no le perturba ninguna pasión. Insensible a todas las demás cosas, sólo debe atender a los intereses de la verdad, y por amor a ésta debe sacrificar su sentimiento por un perjuicio que se le haya causado o el recuerdo de un beneficio recibido y hasta el amor a la patria. Debe olvidar que pertenece a un país determinado, que fue educado en una fe específica, que debe reconocimiento a esto o a aquello, que éstos o aquéllos son sus padres o sus amigos. En cuanto tal, un historiador es como Melquisedec, sin padre, sin madre y sin descendientes. Si se le pregunta de dónde viene, ha de responder: No soy ni francés, ni alemán, ni inglés ni español; soy cosmopolita; no estoy al servicio del emperador ni al servicio del rey de Francia, sino exclusivamente al servicio de la verdad; ésta es mi única reina, a la que he prestado juramento de obediencia.» Basándose en estas ideas y en el imperativo ético que contienen -afirma Cassirer- Bayle se convirtió en el jefe espiritual de la ilustración. No hemos de olvidar que entre la primera y la segunda obra de Bayle, en 1688, había aparecido la Comparación entre los antiguos y los modernos de Charles Perrault, donde los antiguos ya no son considerados como los gigantes en cuyos hombros se colocarían los enanos que son los modernos, y donde se sostiene que la verdadera antigüedad hay que hallarla en los modernos, que han encontrado la manera de acumular más conocimientos y realizar más experiencias. Bayle tuvo el mérito, con relación a la posteridad, de haber enseñado a encontrar y a construir los hechos. Después de él -a quien Voltaire llamará «el inmortal Bayle, honor del género humano»- aunque se apliquen audaces esquemas teóricos para interpretar los hechos históricos y otorgarles un sentido, la precisión histórica y el análisis de los acontecimientos singulares serán considerados como elementos de los que ya no se puede prescindir. Tendremos ocasión de comprobarlo cuando hablemos de la historia (de las ideas, de las costumbres y, en definitiva, de la civilización) en Voltaire o incluso en Montesquieu; asimismo, dan testimonio de ello los trabajos del Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit inglés Edward Gibbon (1737-1794), autor de la Historia de la decadencia y caída del imperio romano (1776-1787), y la obra del escocés William Robertson (1721-1793), autor de una Historia de Escocia (1759), la Historia del reinado de Carlos V (1769) Y una Historia de América (1777). 121 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 122 LA ILUSTRACIÓN EN FRANCIA Historia del Pensamiento Filosófico y Científico Giovanni Reale – Dario Antisieri 1. LA ENCICLOPEDIA 1.1. Origen, estructura y colaboradores de la Enciclopedia La empresa más representativa de la cultura y del espíritu de la ilustración francesa está constituida por aquella obra colectiva que es la Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios. La obra tuvo su origen en la idea del librero parisiense Le Breton, que proyectó traducir al francés el Diccionario universal de las artes y de las ciencias del inglés Ephraim Chambers. Por diversos desacuerdos, dicho proyecto no se llevó a cabo. Entonces, Denis Diderot cambió el plan de la obra y en unión de lean d'Alembert se encaminó hacia metas mucho más ambiciosas. En noviembre de 1750 fue distribuido el Prospectus de la Enciclopedia y comenzaron a reunirse subscripciones, muy numerosas desde el primer momento. El volumen inicial apareció a finales de junio de 1751. Las reacciones no tardaron en producirse. Fue especialmente duro el ataque del jesuita P. Berthier. Este, a comienzos del mes de octubre, publicó numerosos artículos en el «Journal de Trévoux» con los que se proponía desacreditar la obra de los philosophes. Berthier analizó con detalle y precisión el Discurso preliminar (escrito por d' Alembert) así como muchas voces del primer volumen. Berthier era lo bastante inteligente como para darse cuenta de la importancia de la Enciclopedia y de su poder disolvente con respecto a la tradición. «El instrumento del que se sirvió en su combate poseía una notable eficacia: consistía en reiteradas acusaciones de plagio, que demostraba de manera minuciosa y detallada, dando a entender con claridad sin embargo que la auténtica finalidad de su combate no era más que la defensa de la religión y de las instituciones en que ésta se basaba. Ponía de manifiesto la especial peligrosidad de, entre otros, el artículo Autorité politique y el artículo Aius Locutius, en el que se reivindicaba -al menos para los philosophes- la libertad de expresión, destacando además la irreverencia hacia la religión y la autoridad política que se traslucía mediante la peculiar elección de los artículos y el relieve concedido a unos más que a otros» (Gianni Micheli). Es interesante señalar que los jansenistas rivalizaron con los jesuitas en los polémicos ataques contra los enciclopedistas. En 1752 apareció el segundo volumen de la Enciclopedia. El eclesiástico F. Boyer, que había sido obispo de Mirepoix y que en ese momento era preceptor del Delfín, intervino ante el rey y el 7 de enero de 1752 se promulgó un decreto de supresión de los dos primeros volúmenes. No obstante, gracias al apoyo de altos personajes, fueron superadas estas dificultades; en 1753 se publicó el tercer volumen. Luego, al ritmo de uno por año, fueron apareciendo los demás, hasta que en 1757 se publicó el séptimo volumen, A esta altura -debido al clima que siguió al atentado que se perpetró contra el rey en 1757, y al decreto regio por el cual se establecían medidas de control más severas sobre la prensa opositora arreciaron los ataques contra la Enciclopedia. Una bien orquestada campaña de acusaciones tuvo como resultado la decisión de d' Alembert de retirarse de la empresa. De nada sirvieron los intentos de Voltaire y de Diderot de que d' Alembert rectificase su decisión. Así Diderot se convirtió en director de la obra, asumiendo la responsabilidad y el inmenso trabajo que exigía la continuación de la empresa, mientras la Enciclopedia se veía afectada por la crisis más grave de su historia. Esta no se debía únicamente a que la retirada de d' Alembert implicaba también la marcha de otros valiosos colaboradores, sino en particular al hecho de que, después de la publicación del libro de Helvetius Del espíritu, el parlamento decretó (el 6 de febrero de 1759) la condena del trabajo de Helvetius y de la Enciclopedia. Sin embargo, la obra no se suspendió y, a través de la mediación del directeur de la librairie, Malesherbes -que siempre se mostró favorable a los philosophes-, se concedió autorización para imprimir las tablas (cuya publicación se vio acompañada por una activa polémica en torno a la acusación según la cual habrían sido copiadas varias de las tablas y en especial las de las artes y los oficios). Se aplazó la publicación de los demás volúmenes, y no fue hasta 1772 que pudo imprimirse el último de los diez volúmenes de texto que aún faltaban. «Por la atracción que ejerció sobre las fuerzas más activas de la Francia de entonces, por el equilibrio que supo otorgar a Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit complejas y diversas formas culturales y por el objetivo común hacia el que supo encauzarlas, la Enciclopedia es una gran obra política y social» (F. Venturi). Fue un poderoso instrumento de difusión de una cultura renovada y crítica; de una cultura que pretendía romper con el ideal del saber erudito y retórico, y que «se abre generosamente a la historia, a la sociedad, al saber técnicocientífico» (S. Moravia). Entre los colaboradores más destacados de la Enciclopedia encontramos -además de Diderot y d'Alemberta Voltaire, Jacourt, d'Holbach, Quesnay, Turgot, Montesquieu, Rousseau, Grimm, Helvetius.'.. Hay que señalar, empero, que la colaboración de Montesquieu se limita a la voz Gusto; la de Turgot se reduce a las voces Etimología y Existencia (en esta última voz, Turgot -siguiendo las huellas de Locke- habla de la existencia del «yo», del mundo exterior y de Dios); y la aportación de Rousseau se refiere esencialmente a temas de música. Esto constituye sólo uno de los elementos que sirven para demostrar que «la Enciclopedia no fue en su totalidad aquella clarinada de combate contra la tradición que se acostumbra a creer; contiene numerosos artículos que podían confortar a las almas piadosas y servir de coartada a sus colaboradores» (N. Abbagnano). Ocurre tal cosa en algunas de las voces políticas y económicas más importantes, en las que se trasluce una línea moderada y reformista. También sucede esto en las voces teológicas -confiadas a religiosos como Mollet, de Prades o Morellet- que se proponían conciliar las nuevas ideas con la ortodoxia más escrupulosa. En cambio, resultan más polémicas las voces filosóficas que redactadas por Diderot, acentuaban los temas antirreligiosos, En la Enciclopedia, por lo demás, se concede un gran relieve -tanto en las voces históricas como en los artículos referentes a la investigación histórica- a los principios de la critica histórica. Son muy notables las voces matemáticas, de física matemática y de mecánica redactadas por d'Alembert. No obstante, la parte más original es la que concierne a las artes y los oficios, Siguiendo las huellas del pensamiento de Bacon, que se proponía superar la verborrea estéril de la vieja filosofía y realizar con este fin una unión entre teoría y práctica que fuese fecunda en resultados útiles para la humanidad, la Enciclopedia llevó a cabo aquel rescate de las artes mecánicas que había sido uno de los rasgos fundamentales de la revolución científica. Diderot quiso llevar a cabo estos propósitos y para ello fue a informarse a los talleres de los artesanos, En el Prospectus encontramos algunas expresiones suyas que constituyen un auténtico monumento a la técnica, a las habilidades operativas y a la manualidad inteligente: «Nos hemos dirigido a los más hábiles 123 artesanos de París y del reino. Nos hemos tomado la molestia de ir a sus talleres, interrogarles, escribir lo que nos han dictado, desarrollar sus pensamientos, hallar términos adecuados a sus oficios, elaborar y definir las tablas correspondientes, hablar con aquellos que nos habían enviado informes escritos y (precaución casi indispensable) rectificar mediante prolongados y repetidos coloquios con unos, lo que otros habían explicado de manera insuficiente, oscura, o a veces poco fidedigna.» Diderot además se procuró algunas máquinas y llevó a cabo algunos trabajos; en ocasiones, construyó las máquinas más fáciles y llevó a cabo pésimos trabajos para ayudar a otros a hacerlos bien. Descubrió, según propia confesión, que no podía describir en absoluto en la Enciclopedia determinadas tareas y ciertas labores si no había manejado la máquina con sus propias manos, si no había visto formarse la obra con sus propios ojos. Confesó además su ignorancia acerca de la mayoría de los objetos que nos sirven en esta vida y la necesidad de salir de esta ignorancia. Reconoció que no sabía el nombre de muchísimos aparatos y mecanismos, que antes tenía la ilusión de poseer un vocabulario rico, y que no obstante tuvo que aprender de los artesanos una infinidad de términos. Sin embargo, se ha señalado con razón que en la Enciclopedia se describe el mecanismo técnico que se aplicaba en la máquina de hacer tela para las medias, pero que -a juicio de Diderot- la verdadera técnica era la constituida por los «oficios tradicionales poco mecanizados, los de los artesanos» (B. Gille), tanto es así que no se le presta demasiada atención a la máquina a vapor, que poco después adquiriría una importancia social realmente notable. En cualquier caso con la Enciclopedia «por primera vez, dejando a un lado los vínculos corporativos que tendían a no divulgar en exceso los procedimientos técnicos de fabricación, se pone al alcance del gran público, de una forma programática y efectiva, una detallada y escrupulosa descripción de las artes y oficios. Al convertirse de hecho en adquisición social -gracias a la Enciclopedia- la conciencia de la relevancia cultural de las técnicas, ésta asumió una dimensión por completo nueva» (G. Micheli). 1.2. Finalidades y principios inspiradores de la Enciclopedia Nos hemos referido ya a la historia, a los colaboradores y -de forma resumida- a los contenidos de la Enciclopedia. Examinemos ahora cuáles eran los principios filosóficos que inspiraron esta gran Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit obra y los objetivos que se proponía lograr. Hablando de la finalidad de la Enciclopedia, d' Alembert escribió en su Discurso preliminar: «El orden enciclopédico de nuestros conocimientos consiste en reunidos en el menor espacio posible y en hacer que el filósofo asuma -por así decido- un punto de vista bastante por encima de este laberinto, de manera que pueda abarcar en su conjunto las ciencias y las artes principales, contemplar con una sola mirada los objetos de las especulaciones y las operaciones que puede realizar sobre dichos objetos, distinguir las ramas generales de los conocimientos humanos, sus puntos de contacto y de separación, e incluso llegar a vislumbrar los caminos ocultos que las enlazan.» En la voz «enciclopedia» de la misma Enciclopedia, podemos leer: «El objetivo de una enciclopedia es unificar los conocimientos dispersos sobre la faz de la tierra; exponer el sistema y transmitido a los que vendrán después que nosotros; para que la obra de los siglos pasados no haya sido inútil para los siglos siguientes, para que nuestros descendientes, al ser más instruidos, puedan al mismo tiempo ser más virtuosos y más felices, y para que nosotros no desaparezcamos sin haber sido merecedores del género humano [...]. Nos dimos cuenta de que sólo podía intentarse la enciclopedia en un siglo filosófico y de que este siglo había llegado.» Si en esto consiste el objetivo principal de la Enciclopedia, el principio que la inspira se formula así: hay que atenerse a los hechos. También en el Discurso preliminar se sostiene: «No hay nada más indiscutible que la existencia de nuestras sensaciones; para demostrar que son el principio de todos nuestros conocimientos, es suficiente con demostrar que pueden seda. En efecto, en buena filosofía toda deducción que parta de los hechos o de verdades bien conocidas es preferible a un discurso que se base en meras hipótesis, aunque sean geniales.» A partir de este principio, los enciclopedistas revalorizaron las artes mecánicas, hasta el punto de que «la sociedad, al igual que respeta adecuadamente a los grandes genios que la iluminan, no debe rebajar las manos que la sirven. El descubrimiento de la brújula es tan útil para el género humano como la explicación de las propiedades de la aguja magnética lo sería para la física». Los once volúmenes de las tablas de las artes y los oficios constituyeron entre otras cosas un homenaje a la sagacidad, la paciencia y el ingenio de los artesanos. La opinión pública, observaron los enciclopedistas, es más propensa a admirar a los grandes personajes de las artes liberales y del saber humanístico; pero ha llegado el momento de levantar un monumento a los 124 inventores de máquinas útiles, a los descubridores de la brújula, a los constructores de relojes, y así sucesivamente. El desprecio por el trabajo manual está ligado a la necesidad que obliga a practicado; pero la gran utilidad de las artes mecánicas es motivo suficiente para que los científicos las practiquen y la sociedad las honre. En la voz «arte» de la Enciclopedia Diderot escribe que la distinción y la separación entre artes liberales y artes mecánicas reforzó un prejuicio nefasto: aquél según el cual «el dedicarse a los objetos sensibles y materiales» constituye «una abdicación de la dignidad del espíritu humano». Este prejuicio, añade Diderot, «ha llenado las ciudades de orgullosos razonadores y de contempladores inútiles de los campos, de pequeños tiranos ignorantes, o ilusos y desdeñosos». Es Interesante advertir que los enciclopedistas también se sintieron deudores a este respecto del renacimiento Italiano: «Sería injusto por nuestra parte, una vez que hemos entrado en los detalles mencionados, no reconocer nuestra deuda para con Italia: ésta nos cedió las ciencias, que a continuación han fructificado con tanta abundancia en toda Europa. A Italia le debemos sobre todo las bellas artes y el buen gusto, e innumerables modelos de perfección inigualable.» La idea de saber que rige la Enciclopedia es la de Newton y Locke. Es un saber que se erige contra «el sistema de las ideas innatas, que aún conserva -después de haber dominado durante largo tiempo- algunos defensores»; es un saber que se opone al sistema de las ideas innatas porque su fundamento reside en el ámbito de las sensaciones. Escribe asimismo d' Alembert: «La primera cosa que nos revelan las sensaciones es nuestra existencia, porque nuestras primeras ideas reflejas se refieren a nosotros mismos, al principio pensante que constituye nuestra naturaleza y que no difiere de nosotros; el segundo conocimiento que debemos a las sensaciones es la existencia de los objetos externos, entre los cuales también se cuenta nuestro cuerpo.» Siguiendo la sugerencia de Bacon, d'Alembert distingue «tres maneras diferentes en las que el alma opera sobre los objetos de nuestros pensamientos», tres maneras .diversas que se relacionan con la memoria, la razón y la imaginación. O' Alembert escribe: «Estas tres facultades forman las tres distinciones generales de nuestro sistema, los tres objetos generales de los conocimientos humanos, la historia que se refiere a la memoria, la filosofía que es fruto de la razón, y las bellas artes que surgen de la imaginación.» Por lo tanto, la imaginación genera el arte; la razón, las ciencias; y la memoria, la historia, la cual, «al unimos a los siglos pasados mediante el espectáculo de sus vicios y sus virtudes, de sus conocimientos y sus errores, transmite los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit nuestros a los siglos futuros». Por otro lado, a juicio de d' Alembert, los frutos mejores de la razón los encontramos en los resultados de las ciencias, y «los sueños de los filósofos con respecto a las cuestiones metafísicas no merecen ningún sitio en el conjunto de conocimientos reales obtenidos por el espíritu humano». 2. D'ALEMBERT y LA FILOSOFÍA COMO CIENCIA DE LOS HECHOS 2.1. El siglo filosófico es el siglo de la experimentación y del análisis Jean Baptiste Le Rond d'Alembert nació en París en 1717. Hijo de un oficial del ejército y de una aristócrata, fue abandonado en la iglesia de Saint-Jean-le-Rond, de la cual tomó su nombre. Criado por una mujer del pueblo, recibió una pensión de su padre y así pudo dar comienzo a sus estudios. Primero se interesó por el derecho y la medicina; a continuación, empero, se dedicó sólo a las matemáticas. Ingresó jovencísimo en la Academia de Ciencias y publicó en 1743 el Tratado de dinámica, mientras que al año siguiente veía la luz el Tratado del equilibrio y del movimiento de los fluidos. Las Investigaciones sobre las cuerdas vibrantes -que le valieron la admisión en la Academia de Berlín- son de 1746; a 1749 pertenecen las Investigaciones sobre la precesión de los equinoccios y sobre la mutación del eje terrestre. A continuación, el trabajo en la Enciclopedia le absorbió durante unos cuantos años. En 1758 se separó de la Enciclopedia y de Diderot. Poco después también rompió con Rousseau. Los elementos de filosofía, donde d' Alembert exalta «el siglo filosófico» y expone su propia doctrina del progres(), aparecen en 1759. Las Reflexiones sobre la poesía son de 1761; la Historia de la destrucción de los jesuitas es de 1765; en 1754 se habían publicado las Reflexiones sobre diversos aspectos importantes del sistema del mundo. A petición de Federico II, d'Alembert escribió las Aclaraciones, que se añaden a los Elementos de filosofía y que se publicarán en 1767. En 1772 d'Alembert fue nombrado secretario perpetuo de la Academia de Francia. Murió en París en 1783. Al hablar de la Enciclopedia ya hemos mencionado algunas ideas de d'Alembert. Lo que ahora es preciso reiterar constituye el 125 criterio de fondo que sirve de guía a la teoría del conocimiento de d'Alembert: la razón no debe abandonar nunca su contacto con los hechos. En el Discurso preliminar de la Enciclopedia, d'Alembert escribe: «La física únicamente se limita a las observaciones y a los cálculos; la medicina, a la evolución del cuerpo humano, de sus enfermedades y de sus remedios; la historia natural, a la descripción detallada de los vegetales, los animales y los minerales; la química, a la composición y a la descomposición experimental de los cuerpos; en una palabra, todas las ciencias ciñéndose a los hechos en el mayor grado posible y a las consecuencias que de ellos se puedan deducir- no conceden nada a la opinión, a menos que se vean obligadas a ello.» D'Alembert prosigue: «Todos nuestros conocimientos pueden dividirse en directos y reflejos. Son directos los que recibimos inmediatamente, sin ninguna intervención de nuestra voluntad [...]. Los conocimientos reflejos son aquellos que adquiere el espíritu cuando actúa sobre los directos, uniéndolos y combinándolos. Todos los conocimientos directos se reducen a los que recibimos de los sentidos; de esto se deduce que debemos todas nuestras ideas a las sensaciones.» A juicio de d' Alembert, no se puede discutir la existencia de las sensaciones. La afirmación de que «las ideas son el principio de nuestros conocimientos y a su vez tienen como principio las sensaciones» es una «verdad de experiencia». Los verdaderos principios de todas las ciencias hay que encontrarlos precisamente en aquellos «hechos simples y conocidos» atestiguados por la sensación, en aquellos «hechos que no presuponen otros y que por eso no se pueden explicar ni poner en tela de juicio». Como manifiesta d'Alembert en los Elementos de filosofía, esa clase de hechos son «en física, los fenómenos que la observación ofrece cada día a nuestros ojos; en geometría, las propiedades sensibles de la extensión; en mecánica, la impenetrabilidad de los cuerpos, origen de su acción recíproca; en metafísica, el resultado de nuestras sensaciones; en moral, los efectos elementales, comunes a todos los hombres. La filosofía no debe extraviarse tras las propiedades generales del ser y de la naturaleza o en cuestiones inútiles sobre nociones abstractas, en distinciones arbitrarias y en nomenclaturas eternas; es la ciencia de los hechos o bien la de las quimeras». Por lo tanto, la filosofía tiene que ser la ciencia de los hechos. En consecuencia, debe dar la espalda a los sistemas: la filosofía, aunque se esfuerce por complacer, no puede olvidar que su principal objetivo consiste en instruir; «precisamente por esta Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit razón, el gusto por los sistemas -más adecuado para halagar la imaginación que para iluminar a la razón- ha desaparecido hoy por completo de nuestras obras más valiosas. El abate de CondilIac, uno de nuestros mejores filósofos, le ha inferido un golpe de gracia. El espíritu de hipótesis de conjetura pudo ser útil una vez e incluso necesario para el renacimiento de la filosofía, porque entonces se trataba de aprender a pensar por sí mismos y no de pensar correctamente. Los tiempos han cambiado, empero, y quien hoy se dedicase a elogiar los sistemas llegaría con retraso, sin ninguna duda. Las ventajas que hoy podrían ofrecer son demasiado escasas, en comparación con los inconvenientes que provocan». D'Alembert señala con agudeza que el espíritu filosófico, «hoy tan de moda» en nuestro siglo «proclive a la experimentación y al análisis», va más allá de sus fronteras y «parece querer introducir también en las cosas del sentimiento discusiones áridas y didácticas». No se puede negar, comenta d'Alembert, que esto daña sin duda el avance de las letras, porque «también las pasiones y el gusto poseen su lógica, pero ésta depende de principios muy diferentes a los de la lógica ordinaria». Sin embargo, insiste d' Alembert, «hay que [...] admitir que este espíritu de discusión contribuyó a liberar a nuestra literatura de la ciega admiración por los antiguos; nos enseñó a apreciar en ellos las mismas bellezas que estamos obligados a apreciar en los modernos también». «El siglo de la filosofía» es el siglo de la crítica y del análisis, y la filosofía es ciencia de hechos, hasta el punto de que no debe extraviarse en aquellas vagas e inútiles conjeturas de las viejas metafísicas, donde en el sitio «de un profundo examen sobre la naturaleza y un gran estudio sobre el hombre» hallamos «mil frívolas cuestiones en torno a seres abstractos y metafísicos». La filosofía tampoco habrá de confundirse con aquella escolástica que constituyó «toda la pseudo-ciencia de los siglos oscuros». La filosofía nueva y verdadera es la de Bacon, Locke y Newton, aunque tampoco haya que olvidar algunos méritos propios de Descartes y de Leibniz. En todo caso, afirma d'Alembert, «la filosofía -que constituye la pasión dominante de nuestro siglo-parece querer recuperar, con los progresos hechos entre nosotros, el tiempo perdido antes y vengarse de aquella, especie de menosprecio que nuestros padres habían profesado en relación con ella». 126 2.2. Deísmo y moral natural En lo que concierne la religión, d' Alembert en alguna ocasión parece atribuir un cierto valor a la revelación, la cual -como leemos en el Discurso preliminar- «tendría la finalidad de integrar el conocimiento natural de todo lo que nos es indispensable conocer: el resto nos está vedado y al parecer siempre lo estará. Algunas verdades en las que hay que creer, unos pocos preceptos que practicar: a esto se reduce la religión natural». Sin embargo, a pesar de esto, d'Alembert es claramente un deísta. Dios es el autor del orden del universo, y media te la razón llegamos a comprender su existencia, partiendo de las leyes inmutables que vemos cómo dominan en la naturaleza. Este Dios ordenador del universo, a juicio de d'Alembert, es ajeno a las vicisitudes humanas. La religión, en definitiva, ni fundamenta la moral ni hay que vincularla con ella; la moral es algo natural, esto es, racional. En los Elementos de filosofía, d'Alembert escribe: «Lo que pertenece esencial y únicamente a la razón, y por lo tanto es uniforme en todos los pueblos, son los deberes que nos obligan para con nuestros semejantes [...]. La moral es una consecuencia necesaria de la fundación de la sociedad, ya que tiene por objeto aquello que debemos a los demás hombres [...]. La religión no interviene para nada en la primera formación de las sociedades humanas y, aunque esté destinada a estrechar los lazos entre ellas, cabe decir que fue principalmente para el hombre considerado en sí mismo.» En efecto, «el principio y fundamento de la unión [entre los hombres] es la comunicación de las ideas, que exige necesariamente la invención de los signos: éste es el origen de las sociedades, que se formaron junto con las lenguas». Las ideas, sin embargo, están ligadas a las sensaciones. Y también las ideas morales remiten a las sensaciones de d'Alembert: «Por lo tanto, es evidente que las nociones puramente intelectuales de virtud y vicio, el principio y la necesidad de las leyes, la existencia de Dios y nuestros deberes hacia él, en una palabra, las verdades de las que tenemos una necesidad más inmediata e indispensable, son fruto de las primeras ideas reflejas ocasionadas por nuestras sensaciones.» De lo que se ha dicho hasta ahora se deduce con claridad que d'Alembert posee una gran confianza en la razón: en la razón controlada por la experiencia. Sin embargo, en su opinión existen cuestiones -y cuestiones de primera importancia- ante las cuales Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit nuestra razón permanece impotente y cuya solución está «por encima de nuestras luces». Por ejemplo, ¿cómo producen las sensaciones las ideas? ¿Cuál es la naturaleza del alma? Más aún: «¿En qué consiste la unión del cuerpo y del alma, y su influencia recíproca? ¿Los hábitos son algo propio del cuerpo y del alma, o sólo de esta última? ¿En qué consiste la desigualdad de los espíritus? ¿Es algo inherente al alma, o depende únicamente de la disposición corporal, la educación, las circunstancias o la sociedad? ¿Cómo pueden estos distintos factores influir de modo tan diverso sobre las almas, que por lo demás serían todas iguales, o acaso en cuanto substancias simples podrían ser desiguales por su propia naturaleza? ¿Por qué los animales, que poseen órganos similares a los nuestros, sensaciones semejantes y a menudo más fuertes, no superan el plano de la sensibilidad, sin ser capaces de lucubrar como nosotros gran número de ideas abstractas y reflejas, conceptos metafísicos, lenguajes, leyes, ciencias y artes? Finalmente, ¿hasta dónde puede conducir la reflexión a los animales, y por qué no puede llevarlos más allá? Las ideas innatas son una quimera refutada por la experiencia; pero el modo en que adquirimos las sensaciones y las ideas reflejas, aunque esté fundado en la experiencia misma, no es por eso menos incomprensible.» Ante estos interrogantes y ante cuestiones de esta clase, d' Alembert confiesa que «la inteligencia suprema colocó ante nuestra débil mirada un velo que resulta imposible apartar. Es un triste destino para nuestra curiosidad y para nuestro amor propio; pero tal es el destino de la humanidad. Hemos de concluir, más bien, que los sistemas -o mejor aún, los sueños de los filósofos acerca de la mayor parte de las cuestiones metafísicas- no merecen el más mínimo lugar en una obra que pretenda resumir los conocimientos reales adquiridos por el espíritu humano». 3. DENIS DIDEROT: DEL DEÍSMO A LA HIPÓTESIS MATERIALISTA 3.1. El deísmo, en contra del ateísmo y de la religión positiva Denis Diderot (1713-1784), hijo de artesanos acomodados, fue educado por los jesuitas e inició la carrera eclesiástica. Sin embargo, en 1728 abandonó dichos estudios y se trasladó a París, donde obtuvo en la Sorbona el título de Magister artium (1732). En París entró en contacto con el ambiente de los philosophes, y 127 conoció a Rousseau, a d' Alembert y a Condillac. Se ganó la vida como traductor: tradujo la Historia de Grecia de Stanyam, el Diccionario universal de medicina de James y el Ensayo sobre el mérito y la virtud de Shaftesbury. Bajo el influjo de Shaftesbury, Diderot escribió y publicó en 1746 los Pensamientos filosóficos. Ese mismo año comenzó a trabajar en la Enciclopedia. En 1748 publicó la Carta sobre los ciegos y en 1753, la famosa Interpretación de la naturaleza. En 1759 empezó a frecuentar el círculo de d'Holbach, donde se encontró con Grimm, SaintLambert, Raynal y el italiano Galiani. Al período 1769-1770 se remontan las Conversaciones entre d'Alembert y Diderot, El sueño de d'Alembert y los Principios filosóficos sobre la materia y el movimiento. La Refutación de Helvetius es de 1773. En 1785 Catalina II de Rusia adquirió la biblioteca de Diderot, asignándole a cambio una pensión. Diderot residió en San Petersburgo entre 1773 y 1774, dedicándose a elaborar proyectos de reforma. Antes, se había trasladado a Holanda, donde escribió la Refutación de Helvetius. Durante los últimos años de su vida colaboró en la obra de Raynal, Historia de las dos Indias, donde se considera que el comercio es el factor básico del progreso y de la civilización. Los Pensamientos filosóficos se presentan «en apariencia como una polémica contra los planteamientos y las confusiones del ateísmo, pero de hecho, [Diderot] polemiza al mismo tiempo contra el ateísmo y contra la religión supersticiosa, que en ambos casos deben ceder su lugar a una religión natural fundada sobre la fe en la naturaleza» (Paolo Rossi). A continuación Diderot asumirá posturas mucho más radicales, pero en los Pensamientos filosóficos manifiesta una concepción claramente deísta, y por lo tanto opuesta tanto al ateísmo como a la religión positiva. Diderot escribe: «No fueron los metafísicos quienes infligieron los grandes golpes que han herido al ateísmo. Para conmocionar al materialismo, las sublimes meditaciones de Malebranche y de Descartes no valían lo que una sola observación de Malpighi. Si hoy se tambalea la peligrosa hipótesis materialista, el honor le corresponde a la física experimental. Sólo en las obras de Newton, de Musschenbroek, de Hartsoeker y de Nieuwentyt se encuentran pruebas satisfactorias de la existencia de un ser con perfecta inteligencia. Gracias a la labor de estos grandes hombres, el mundo ya no es un dios: es una máquina con sus ruedas, sus cuerdas, sus poleas, sus resortes y sus pesos.» Esta máquina sólo puede haber sido creada por una Inteligencia superior y perfecta, esto es, por Dios. El orden del mundo descubierto por la física y Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit por las ciencias de la naturaleza, es el que conduce a Dios y no las presuntas pruebas de la ontología. «Las sutilezas de la ontología, en el mejor de los casos, han creado escépticos; únicamente al conocimiento de la naturaleza le estaba reservado el crear verdaderos deístas.» Por lo tanto, en los Pensamientos filosóficos Diderot se muestra deísta convencido. Asimismo, posee el mismo grado de convicción en la batalla que libra contra la superstición de las religiones positivas y del cristianismo en especial. Escribe: «Probar el Evangelio con un milagro equivale a probar un absurdo con una cosa contra natura.» Más aún: «¿Por qué los milagros de Jesús son auténticos, mientras que los de Esculapio, Apolonio de Tiana y Mahoma son falsos?» «Creería sin dificultad a un único hombre honrado que me anunciase: "Su Majestad acaba de obtener una completa victoria sobre los aliados"; pero aunque todo París me asegurase que hace poco resucitó un muerto en Passy, no lo creería. No es en absoluto sorprendente que se engañe un historiador o que se engañe todo un pueblo.» Diderot no sólo pone en duda los milagros, sino también la inspiración divina de las Escrituras: ¿quién es el que establece la divinidad de la Escritura? La Iglesia. ¿Pero dónde se fundamenta la Iglesia? En las Escrituras. Empero, comenta Diderot, «no puedo aceptar la infalibilidad de la Iglesia si antes no se me ha demostrado la divinidad de las Escrituras. En consecuencia, me veo llevado a un inevitable escepticismo». En el fondo, a juicio de Diderot, la mitología romana (con Rómulo que asciende al Cielo) y la cristiana no son muy diferentes. Contrapone Juliano el Apóstata, emperador tolerante en materia religiosa, a Gregario Magno, personaje intolerante. Diderot también revaloriza las pasiones humanas: «Atacamos sin tregua a las pasiones [...]. Sin embargo, sólo las pasiones, y las grandes pasiones, pueden elevar el espíritu a grandes cosas. Sin ellas, ya no existe lo sublime, ni en las costumbres ni en las obras; las artes retroceden a su infancia y la virtud se convierte en pedante. Las pasiones moderadas producen hombres comunes [...]. Las pasiones reprimidas degradan a los hombres excepcionales [...]. El colmo de la locura sería proponerse suprimir las pasiones. Tal es el proyecto del devoto, que se atormenta como un desatinado para no desear, no amar, no sentir nada, y que se transformaría en un auténtico monstruo si se llevasen a cabo sus propósitos.» Todo esto demuestra a las claras la impiedad del libro de Diderot. Es cierto que se proclama fiel a la Iglesia de Roma, que sostiene que el cristianismo es mejor que las otras religiones 128 positivas y que es un bien la adecuada educación religiosa. Sin embargo, todo ello no es suficiente para disfrazar la naturaleza del trabajo de Diderot: «¿Qué graves delitos -se pregunta- han cometido todos estos infelices? Algunos se golpean con piedras el pecho; otros desgarran su cuerpo con uñas de hierro; todos tienen en sus ojos el remordimiento, el dolor y la muerte. ¿Quién los ha condenado a semejantes tormentos? ... El Dios al que han ofendido... Pero ¿quién es este Dios? Un Dios lleno de bondad... ¿Acaso un Dios lleno de bondad podría encontrar placer en bañarse en sus lágrimas? ¿No serían quizás sus terrores los que deberían ofender la clemencia de Dios? ¿Qué otra cosa harían los asesinos para aplacar los furores de un tirano?» En realidad, «se viviría con bastante tranquilidad en este mundo si se estuviese verdaderamente seguro de que no hay nada que temer en el otro: el pensamiento de la no existencia de Dios nunca espantó a nadie, pero en cambio horroriza pensar que existe uno como el que me han descrito». En el Añadido a los pensamientos filosóficos, Diderot escribe: «Dijo Pascal: "Si vuestra religión es falsa, nada arriesgáis creyéndola verdadera; y si es verdadera, lo arriesgáis todo si la creéis falsa." Un imán puede decir lo mismo que Pascal.» El 7 de julio de 1746 el parlamento de París condenó el libro a la hoguera porque, «escandaloso y contrario a la religión y la moral [...] ofrece el veneno de las más criminales y absurdas opiniones de que sea capaz la depravación de la razón humana [...] coloca todas las religiones en el mismo plano y acaba por no aceptar ninguna». 3.2. Todo es materia en movimiento En los Pensamientos filosóficos (y también en otra obra de Diderot, El paseo de un escéptico) se pone en evidencia la teología natural deísta, de cuño newtoniano. A continuación de estos escritos, Diderot cambia el derrotero de su pensamiento y, a partir de la Carta sobre los cuerpos, hasta la Interpretación de la naturaleza, la Conversación entre d'Alembert y Diderot y el Sueño de d'Alembert, «contrapone ahora a la naturaleza estática y creada de los newtonianos y de Voltaire, la imagen de una realidad física en continuo movimiento y desarrollo, que extrae de sí misma su propio origen, y en la cual la presencia de un orden no autoriza a efectuar ninguna afirmación con respecto a la presencia de causas finales o la existencia de un Ordenador supremo» (Paolo Rossi). Diderot sustituye el deísmo por un neospinozismo materialista, en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit el que resulta válido el siguiente postulado: Deus sive natura sive materia. El mundo es materia en movimiento. En la Carta sobre los ciegos se dice: «¿Qué es este mundo? Un compuesto sometido a revoluciones [...] una rápida sucesión de seres que se siguen, se empujan unos a otros y desaparecen, una simetría efímera, un orden contingente.» No es lícito afirmar la existencia de nada que esté más allá de la materia en movimiento: «La hipótesis de un ser cualquiera, que esté fuera del universo material, resulta imposible. Nunca se deben hacer hipótesis de este género, porque nunca se puede inferir nada.» Diderot escribe esto en los Principios filosóficos sobre la materia y el movimiento: en la Interpretación de la naturaleza afirma: «Cuántas ideas absurdas, cuántas suposiciones falsas, cuántas nociones quiméricas se hallan en los himnos que algunos defensores temerarios de las causas finales han osado componer en nombre del Creador.» No hay un Dios ordenador, por lo tanto, y tampoco existe ningún finalismo. Lo único que existe es materia en movimiento: «Veo que todo se halla en una relación de acción y reacción, todo se destruye de una forma y se recompone de otra; veo sublimaciones, disoluciones, combinaciones de todas las especies, fenómenos incompatibles con la homogeneidad de la materia; de ello extraigo la conclusión de que la materia es heterogénea, de que en la naturaleza existe una infinidad de elementos diferentes, cada uno de los cuales posee en su diversidad su propia fuerza, particular, innata, inmutable, eterna, indestructible, Y de que estas fuerzas tienen una explicación; de esto se deriva el movimiento, es decir, aquel fermento general que subsiste en el universo.» De esto también se deriva la vida: «¿Veis este huevo? Gracias a este huevo quedan confundidas todas las escuelas de teología y todos los templos de la tierra. ¿Qué es este huevo? Una masa insensible antes de que el germen se haya introducido en él; y después que en él se haya introducido el germen, ¿que es? Sigue siendo una masa insensible, porque el germen no es otra cosa que un fluido inerte y basto. ¿De qué modo esta masa llegará hasta otra organización, hasta la sensibilidad, hasta la vida? Mediante el calor. ¿Quién producirá el calor? El movimiento.» Las formás orgánicas, según Diderot, están sujetas a transformaciones graduales. Como puede verse, estamos ante una imagen total del universo, construida a partir de los datos de las ciencias existentes y que se propone fecundar otros campos de experiencia. Nos enfrentamos con un intento de interpretación global que ha provocado que algunos intérpretes de Diderot hablen de su metafísica materialista. 129 Sin embargo, si se tiene en cuenta la obra de Diderot en su totalidad, más que una dogmática metafísica materialista sobre el universo, quizás tendríamos que ver en Diderot intentos o hipótesis conscientes, de orden general y de naturaleza materialista, que hacen referencia al universo en su conjunto: intentos e hipótesis en armonía con la investigación científica en aquella época. Si entendemos de esta forma su materialismo neospinozista, podremos entonces refutar también (junto con Paolo Casini) la hipótesis de aquellos intérpretes que han visto en Diderot un pensador en continua contradicción consigo mismo, en la medida en que la Refutación de Helvetius no sería un retorno de Diderot al deísmo y un rechazo del materialismo, sino que expresaría el control metodológico de un filósofo muy sagaz, acerca de ideas que pretenden poseer el carácter absoluto de un sistema metafísico, en lugar de presentarse en calidad de hipótesis. Diderot escribe: «El dice: La educación lo hace todo. Decid: La educación hace mucho... Él dice: Nuestras penas y nuestros placeres siempre se reduce a penas y placeres de los sentidos. Decid: Con bastante frecuencia... El dice: La instrucción es la única fuente de diferencias entre los espíritus. Decid: Es una de las principales... El dice: El carácter depende por completo de las circunstancias. Decid: Creo que las circunstancias lo modifican.» Por lo tanto, en relación con Helvetius en Diderot se da una mayor conciencia metodológica. Empero, señala Paolo Rossi, tras el desacuerdo con Helvetius también había profundas divergencias políticas: «Cuando se opone a la tesis de que los hombres pueden vivir felices "bajo el gobierno arbitrario de soberanos justos, humanos y virtuosos", Diderot no sólo se opone al despotismo hipócrita de la corte francesa, sino que pone en claro todos los equívocos que implica el ideal y la práctica del absolutismo ilustrado, se remite a un concepto de virtud que está cargado de consecuencias y de energías revolucionarias.» Diderot se pregunta: « Qué es lo que caracteriza a un tirano? ¿La bondad o la maldad, quizás?» Y contesta: «En absoluto. Estas dos nociones no entran para nada en la definición de tirano. Éste se arroga una implicación de autoridad que no le corresponde, y no simplemente un uso específico de ésta. Dos o tres reinados con un poder justo, suave e ilustrado, pero arbitrario, constituirían una de las mayores desgracias que podrían acaecerle a una nación: los pueblos se verían conducidos desde la felicidad hasta el completo olvido de sus derechos, hasta la más perfecta de las esclavitudes». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Éste es el humanismo de Diderot, un filósofo que cree en la razón «Si renuncio a la razón, ya no tengo ninguna guía», pero no en la omnipotencia de la razón, y que por consiguiente exalta la duda y elogia al verdadero escéptico: «Es un filósofo que dudó acerca de todo lo que creía y que creyó en aquello que le había demostrado como verdadero un uso legítimo de su razón.» En realidad, «lo que nunca se haya puesto en tela de juicio, no se ha comprobado jamás. Lo que no se haya examinado sin prejuicios, jamás se ha examinado adecuadamente. El escepticismo, por lo tanto, es el primer paso hacia la verdad». 4. CONDILLAC Y LA GNOSEOLOGÍA DEL SENSISMO 4.1. Su vida y el significado de su obra «En el ámbito de la ilustración francesa, Condillac llevó a cabo el intento más riguroso de desarrollo en sentido auténticamente filosófico del empirismo de Locke. La mayor parte de los philosophes, siguiendo el ejemplo de Voltaire, se contentaron con asumir la polémica anticartesiana y los temás más conocidos del filósofo inglés. En cambio, el autor del Tratado de las sensaciones [Condillac] fue más allá de las enseñanzas del maestro inglés, proponiéndose demostrar que únicamente de la sensación, mediante transformaciones y desarrollos, nace toda la vida cognoscitiva y psíquica del hombre» (M. Ghio). La teoría gnoseológica, en cierto modo, es -y como tal se impuso en la tradición historiográfica- la gnoseología de la ilustración, en la que el empirismo de Locke queda reducido a una forma clara de sensismo, dominado por el único principio que representa la sensación. En realidad, «Condillac estuvo inspirado por dos autores de una manera especial: Locke y Newton. De Locke tomó el método analítico y las tesis fundamentales de su gnoseología. De Newton tomó la exigencia de reducir a una unidad el mundo espiritual del hombre, así como Newton había reducido a unidad el mundo de la naturaleza física, mediante la ley de la gravitación» (N. Abbagnano). Etienne Bonnot, que más tarde fue abate de Condillac, nació en Grenoble en 1714, en el seno de una familia acomodada. Después del fallecimiento de su padre, Condillac fue llevado a Lyón, donde estudió en el colegio de los jesuitas. Más adelante pudo trasladarse a París, donde ingresó en el seminario de Saint- 130 Sulpice y prosiguió sus estudios teológicos en la Sorbona. Ordenado sacerdote en 1740, se distanció progresivamente de los estudios de teología, para interesarse de modo exclusivo en la filosofía. Profundizó en las teorías de Locke y de Newton. Leyó a Lamettrie, Voltaire y Bacon, y entró en contacto -a través de su protectora Mme. de Tencin- con los hombres más representativos de la cultura de la época: Diderot, Fontenelle, Marivaux, d'Alembert y Rousseau. La primera obra filosófica de Condillac fue una Disertación sobre la existencia de Dios, que envió a la Academia de Berlín, presidida en aquel momento por Maupertuis. En tal Disertación Condillac llega a la existencia de Dios tomando como punto de partida el orden del universo y el finalismo que se manifiesta en éste. No obstante, el primer libro relevante de Condillac fue el Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos, publicado en 1746. Con dicha obra intentó conseguir el siguiente objetivo: «Nuestra primera finalidad, que jamás debemos perder de vista, es el estudio del espíritu humano, no para descubrir su naturaleza, sino para conocer sus actividades, estudiar de qué modo se llevan a cabo y cómo debemos realizadas con el propósito de adquirir todo el conocimiento del que seamos capaces. Hay que remontarse al origen de nuestras ideas, conocer su génesis, seguidas hasta el límite que les ha Impuesto la naturaleza, llegando así a fijar la extensión ylas fronteras de nuestros conocimientos, y a reformar radicalmente la doctrina del intelecto humano. Tales investigaciones sólo pueden tener éxito si se llevan a cabo con base en observaciones.» El intento de fondo que estructura la obra es reducir «a un solo principio todo lo que concierne al intelecto». En 1749 apareció el Tratado de los sistemas. Aquí, desarrollando las consideraciones metodológicas del Ensayo, Condillac quiso desenmascarar «el engaño de los sistemas», engaño consistente en «la ilusión de adquirir conocimientos verdaderos gracias a ellos, mientras que nuestros pensamientos versan sobre palabras que en la mayoría de los casos carecen de sentido riguroso». Los sistemas correctos, a juicio de Condillac, son sólo aquellos que se fundamentan en hechos perfectamente constatados. Basándose en este principio, critica los errores de filósofos como Descartes, Malebranche, Leibniz o Spinoza, que colocan como fundamento de sus sistemas determinados principios abstractos y carente s de contacto con la experiencia sensible Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit fáctica. Como consecuencia de tales investigaciones Condillac fue admitido como miembro de la Academia de Berlín. Después de que se hubiesen efectuado las primeras operaciones de cataratas, y a continuación de los debates -por ejemplo, de Berkeley y de Diderot- sobre la percepción, la visión y la realidad del mundo exterior, Condillac entregó a la imprenta en 1754 su obra más sistemática: el Tratado de las sensaciones. En él se vuelve a plantear los temas del Ensayo, pero ampliados y profundizados con aquella aguda finura que tanto éxito le dio a Condillac. Justamente en este Tratado fue donde Condillac expuso el famoso ejemplo de la estatua (del cual hablaremos enseguida), por el que fue acusado de plagio en relación con Diderot y Buffon, mientras que los teólogos -el padre La Roche y el abate de Lignac- le acusaban de materialismo. Condillac contestó a Buffon al año siguiente, en 1755, con el Tratado de los animales, en el que introdujo adrede su Disertación sobre la existencia de Dios, «para mostrar que su sistema conducía a la religión natural y, por lo tanto, exigía recurrir a la verdad revelada» (M. Ghio). En 1758, Condillac se trasladó a Parma como preceptor de Fernando de Borbón, hijo del duque de Parma y nieto de Luis xv. Esta permanencia suya en Parma ejerció una considerable influencia sobre numerosos intelectuales italianos. Residió en Parma hasta 1767. Allí escribió -aunque fue publicado en 1775- su Curso de estudios, que abarcaba la Gramática, el Arte de hablar, el Arte de pensar, el Arte de escribir, una Historia antigua y una Historia moderna. De regreso en París, fue nombrado en 1768 miembro de la Academia. En 1772, después de haberse negado a ser preceptor de los tres hijos del Delfín, se retiró al castillo de Flux (Loira), junto a su sobrina, y se dedicó a revisar sus obras, interesándose asimismo en grado sumo por los temas agrícolas y económicos. En 1776 publicó su trabajo Sobre el comercio y el gobierno considerados en su mutua relación. Esta obra fue acremente criticada por los fisiócratas. A solicitud del conde Potocki, que se proponía utilizarla en las escuelas de Polonia, escribió una Lógica. Esta se publicó en 1780, año en que murió Condillac. La Lengua de los cálculos apareció en 1798, con carácter póstumo. 131 En el Ensayo Condillac afirma que el alma es distinta del cuerpo; los conocimientos se originan en la experiencia; el cuerpo, por lo tanto, es la causa ocasional de lo que se produce en el alma, y hay que distinguir entre sensación y reflexión. Sin embargo, esta última distinción -que Condillac toma de Locke- fue abandonada en el Tratado de las sensaciones, en el que se considera que la sensación es el único principio que determina todos los conocimientos y al mismo tiempo la evolución de las facultades humanas. De este modo Condillac pretende llegar más allá de Locke, para hallar una base más sólida a su empirismo filosófico. Escribe lo siguiente: «Locke se contenta con reconocer que el alma percibe, piensa, duda, cree, razona, conoce, quiere, reflexiona, y que nosotros estamos convencidos de la existencia de dichas operaciones porque las encontramos en nosotros mismos y contribuyen al progreso de nuestros conocimientos; sin embargo, no sintió la necesidad de descubrir el principio y el origen de todas estas operaciones.» Es evidente, continúa Condillac, que a Locke «se le escapó la mayor parte de los juicios que se unen a todas nuestras sensaciones; [...] ignoró la necesidad que tenemos de aprender a tocar, a ver, a oír, etc.; [...] todas las facultades del alma le parecieron cualidades innatas y ni siquiera supuso que podían originarse en la sensación misma». Locke, además, «distingue dos fuentes de nuestras ideas, los sentidos y la reflexión. Sería más exacto admitir sólo una, ya sea porque en su origen la reflexión se identifica con la sensación, o porque no es tanto un origen de las ideas como un canal a través del cual fluyen desde los sentidos». Locke «contribuyó mucho a ilustramos», pero su pensamiento también debe ser corregido en algunos aspectos y profundizado en otros. En efecto, «remontarse a la sensación [...] no era suficiente. Para descubrir los avances de todos nuestros conocimientos y facultades, era cosa de extrema importancia distinguir lo que debemos a cada sentido, investigación que todavía no ha sido emprendida». Además, es preciso establecer y demostrar que «de las sensaciones nace todo el sistema del hombre [...]. El juicio, la reflexión, las pasiones, todas las operaciones del alma, en una palabra, no son otra cosa que la sensación transformada de diversas maneras». En esta verdad está centrado el Tratado de las sensaciones, «única obra en la que el hombre ha sido despojado de todas sus costumbres. Al estudiar el sentimiento en su origen, se demuestra cómo adquirimos el uso de nuestras facultades». 4.2. La sensación como fundamento del conocimiento Veamos la forma en que Condillac presenta su pensamiento. Cuando sobre nuestros sentidos se ejerce una impresión, nos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit encontramos entonces con una sensación en sentido estricto. En cambio, cuando una «sensación, que no se produzca en este momento, se nos ofrece en cuanto sensación ya registrada», entonces se le llama «memoria»: «la memoria no es más que una sensación transformada.» Por otra parte, si «el espíritu se encuentra ocupado más específicamente por la sensación que conserva toda su vivacidad», entonces dicha sensación se convierte en atención. Pero si la atención se fija sobre una sensación en acto y sobre una sensación registrada en la memoria, entonces puede instituirse entre tales sensaciones una comparación. «Ahora bien, no se las puede comparar sin percibir en ellas alguna diferencia semejanza: percibir tal elación significa juzgar.» Por lo tanto, «las acciones de comparar y de Juzgar no son más que la atención misma: la sensación se transforma sucesivamente en atención, comparación y juicio». Al juzgar los diversos aspectos de nuestras sensaciones, «la atención [...] es como una luz que se refleja desde un cuerpo hasta otro, para iluminarlos a ambos, y yo la llamo reflexión. Después de haber sido atención, comparación y juicio, la sensación se identifica con la reflexión». En el fundamento de nuestro conocimiento, se halla la sensación. El conocimiento sólo es sensación transformada. Ahora bien, ¿qué es lo que permite que el alma no naufrague en un océano de sensaciones indiferentes, cada una de las cuales vale tanto como todas las demás? ¿Qué es, en definitiva, lo que produce la atención? Condillac responde: «es el placer o el dolor que, al interesar a nuestra capacidad de sentir, producen la atención de la que emergen la memoria y el juicio.» Comparamos estados presentes y pasados para comprobar si estamos mejor o peor. Juzgamos el disfrute de un bien que nos es necesario. La memoria, la atención, la reflexión y la imaginación están guiadas por el placer y el dolor: «El deseo [...] es la acción de las facultades que se atribuyen al intelecto, acción que -al dirigirse hacia un objeto, debido a la inquietud que causa su privación- también dirige hacia allí la acción de las facultades del cuerpo. [Y...] del deseo nacen las pasiones, el amor, el odio, la esperanza, el temor, la voluntad... Todo esto, una vez más, no es otra cosa que la sensación transformada.» El placer y el dolor son así «el único principio del desarrollo de nuestras facultades» y «nuestros conocimientos y nuestras pasiones son consecuencias del placer y del dolor que acompañan las impresiones de los sentidos. Más se 132 reflexionará y más nos persuadiremos de que éste es el único origen de nuestra inteligencia y de nuestros instrumentos». 4.3. Una estatua organizada internamente como nosotros y la construcción de las funciones humanas Con objeto de poner en claro la idea de que todos los conocimientos proceden de las sensaciones y de que todas las facultades del alma deben a éstas su desarrollo, Condillac imagina «una estatua organizada internamente como nosotros, y animada por un espíritu que, por lo demás, carece de cualquier clase de ideas». Supone, asimismo, que la superficie de la estatua es de mármol, de modo que no permite «el uso de ningún sentido» y. se reserva «la libertad de abrirlos [los sentidos] a su arbitrio, ante las diferentes impresiones a las que son susceptibles». Empieza por conceder a la estatua el sentido del olfato y le da a oler el aroma de una rosa. De inmediato, en la estatua aparece la atención: «apenas comienza el aroma, la capacidad de oler de nuestra estatua se dirige completamente hacia la impresión que se produce en su órgano»; la estatua «comienza a gozar y a sufrir: si la capacidad de oler se dirige hacia un aroma agradable, hay placer; si se dirige hacia un aroma desagradable, hay dolor». No sólo nace la atención, empero; también surge la memoria, ya que a la estatua «no se le escapa del todo el aroma que siente cuando el cuerpo oloroso deja de actuar sobre su órgano». La estatua, por lo tanto, experimentará otros aromas y los comparará, formulando juicios; también podrá imaginar. Mediante la utilización de un solo sentido (y de un sentido que «entre todos ellos es el que parece contribuir menos a los conocimientos del espíritu humano») la estatua «ha contraído diversas costumbres». Condillac piensa que, con el análisis de un solo sentido, ha demostrado que «la sensación implica todas las facultades del alma». En otras palabras, las operaciones del intelecto y de la voluntad (el juicio, la reflexión, los deseos, las pasiones, etc.) sólo son sensaciones que se transforman. Después del análisis del olfato, Condillac lleva a cabo consideraciones análogas con respecto al oído, el gusto y la vista, y señala que con las sensaciones percibid as a través de estos sentidos la estatua «aumenta la cantidad de modos de ser», «la cadena de sus ideas se vuelve más amplia y variada», y se multiplican sus deseos y sus gozos. Sin embargo, aunque los sentidos del olfato, el gusto, el oído y la vista aumentan las ideas y potencian la vida de la estatua, ésta aún no posee la idea de una Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit realidad exterior distinta a las sensaciones que percibe. Esta noción, la ideal del mundo exterior, le llega a través del tacto. Condillac atribuye al tacto una importancia particular. Al tacto se debe el sentimiento de la recíproca acción entre las partes del cuerpo, sentimiento que Condillac califica de «fundamental». Luego, cuando la estatua extiende sus manos sobre un cuerpo extraño a ella, esta sensación le permite descubrir el mundo exterior al que se atribuye la causa de nuestras separaciones. De este modo, Condillac soluciona la cuestión de la objetividad de nuestros conocimientos. Sin embargo, con esto no se resuelven todos los problemas, como por ejemplo la existencia o no de cualidades secundarias en la realidad. La estatua se preguntará: «¿Existen realmente, en los objetos, sonidos, sabores, olores, colores?» No obstante, en opinión de Condillac, «la estatua no tiene necesidad de una certeza mayor de la que posee: es suficiente con la apariencia de las cualidades sensibles para que en ella nazcan deseos, se ilumine su conducta y se forme su felicidad o infelicidad. Por otra parte, la dependencia en que se halla la estatua con respecto a los objetos, a los que debe referir sus sensaciones forzosamente, no le permite dudar que no existan otros seres fuera de ella. Empero, ¿cuál es la naturaleza de estos pensamientos? Ella lo ignora, y nosotros sabemos lo mismo que ella: todo lo que sabemos es que los llamamos "cosas"». Formulando una opinión acerca de estas teorías de Condillac, Mario Dal Pra escribe: «Ninguno de los pensadores que antes de Condillac se habían remitido al valor de la experiencia, había llegado a concebida como algo capaz de integrar la naturaleza y producir las facultades del alma; con la nueva doctrina no sólo se construye el conjunto de los conocimientos -que dejan de ser innatos- sino que el conjunto de las funciones humanas se produce en dependencia de la mera sensación, en vez de darse de manera acabada desde el comienzo». 4.4. La perjudicial jerga metafísica y la ciencia como lengua bien estructurada En opinión de Condillac esta concepción del conocimiento no entra en conflicto con una más amplia visión espiritualista del hombre, de la vida y del mundo. En el fondo, dentro de la estatua hay un alma, la estatua está «organizada internamente como nosotros». El alma existe y es algo distinto del cuerpo. Según 133 Condillac, también puede probarse que el espíritu es inmortal Y que Dios existe. Aunque no se muestra contrario a una concepción espiritualista de la vida, Condillac :-basándose en sus supuestos gnoseológicos- se opone sin embargo a los sistemas metafísicos. En el Tratado de los sistemas distingue tres clases de sistemas: los que se fundamentan en principios que no son más que máximas muy generales y abstractas; los que asumen por principio hipótesis que también son abstractas y que han sido concebidas para dar razón de hechos no explicables de otro modo; y por último están los sistemas que fundan sus raíces en hechos adecuadamente establecidos. Las metafísicas de Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibniz, y por supuesto, también las anteriores a éstas, se hallan construidas sobre principios abstractos y enormemente generales, sin ningún contacto con la realidad. Condillac formula una aguda crítica con respecto a los sistemas, convencido de que «los principios abstractos son inútiles y peligrosos». Lo lamentable es que «la educación ha acostumbrado con tal tenacidad a los hombres a contentarse con nociones vagas, que son muy pocos los hombres capaces de decidirse a abandonar por completo el uso de tales principios [...]. Así, los tristes efectos de un método de esta clase a menudo se convierten en irremediables». La crítica a los sistemas metafísicos se reduce, pues, a una crítica a aquellas nociones vagas y abstractas que llevan el disfraz del conocimiento. Condillac sostiene: «Los filósofos fueron quienes condujeron las cosas hasta este grado de desorden. Cuanto más han querido hablar de todo, han hablado con tanta mayor impropiedad [...]. Sutiles, originales, visionarios, ininteligibles, a menudo han dado la sensación de temer no haber sido lo bastante oscuros y de querer cubrir con un velo sus conocimientos verdaderos o pretendidamente tales. Así, a lo largo de muchos siglos, la lengua de la filosofía no ha sido más que una jerga.» Ha quedado establecida la máxima deplorable según la cual no es preciso poner en discusión los principios. De este modo, ya que no deben discutirse los principios y dado que éstos son vagos, incontrolado s e incontrolables, no hay error en el que no se pueda caer. Quien se proponga construir un sistema metafísico actúa de la manera siguiente: «Partiendo de una idea preconcebida, con frecuencia sin ahondar demasiado en ella, comienza por reunir todas las palabras que a su juicio tengan alguna relación con ésta. Por ejemplo, quien desee trabajar en torno a la metafísica se adueña de los siguientes términos: ser, substancia, esencia, naturaleza, atributo, propiedad, modo, causa, efecto, libertad, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit eternidad, etc. Luego, con el pretexto de que somos libres de atribuir a un término las ideas que queramos, los definirá según su capricho; la única precaución que tomará consistirá en escoger las definiciones más cómodas para el objetivo que se propone. Por extrañas que resulten dichas definiciones, entre ellas siempre habrá determinadas relaciones; en consecuencia, se tiene el derecho de extraer conclusiones y de acumular inacabables razonamientos [...]. Concluirá, pues, que las definiciones de palabras se han transformado en definiciones de cosas, y quedará lleno de admiración ante la profundidad de los descubrimientos que creerá haber realizado.» No obstante, no se trata en absoluto de descubrimientos, sino únicamente de un lenguaje erróneo, carente de contacto con la realidad. Se entiende, entonces, por qué Condillac presta una atención tan considerable a los signos, es decir, al lenguaje. Los sistemas metafísicos abstractos no hacen otra cosa que «acumular errores incontables, y el espíritu debe contentarse con nociones vagas y palabras sin sentido»; en cambio, con una filosofía atenta a analizar las nociones abstractas y a convertidas en sensaciones simples, y preocupada por los correctos mecanismos que establecen las relaciones entre las ideas, «se adquiere una cantidad más limitada de conocimientos, pero se evita el error, el espíritu avanza con rectitud y elabora en todos los casos ideas rigurosas». Este es el camino de la ciencia: «una ciencia bien configurada no es más que una lengua correctamente estructurada.» «El análisis no nos enseñará [...] a razonar si no en la medida en que, enseñándonos a determinar las ideas abstractas y generales, nos ayude a construir correctamente nuestra lengua: todo el arte del razonamiento se reduce al arte de hablar bien.» En La lengua de los cálculos Condillac sigue diciendo: «Las matemáticas son una ciencia bien configurada, cuyo lenguaje es el álgebra.» El rigor conceptual, la corrección argumentativa y la proximidad a la experiencia son los ideales que no manifiesta aquella metafísica «ambiciosa, [que] quiere penetrar todos los misterios, la naturaleza y la esencia de los seres, las causas más ocultas», sino aquella filosofía «más modesta, [que] adecua sus propias pretensiones investigadoras a la debilidad del espíritu humano y se preocupa muy poco de lo que jamás podrá lograr, mientras que se halla ávida de aquello que sí puede aprehenden». 4.5. Tradición y educación 134 A pesar de las críticas que formula con respecto a él y de las correcciones que va realizando a sus ideas, Locke fue el máximo inspirador de Condillac, en el sentido de que le llevó a obedecer únicamente la experiencia, en lugar de confiarse a principios metafísicos indemostrados. El filósofo francés, sin embargo, investigó en la vida psíquica con mayor rigor que Locke, eliminando algunas timideces del filósofo inglés. Condillac ofreció a la cultura europea «una teoría orgánica del yo, que ni Descartes ni Locke habían brindado, ni habían querido dar» (C. A. Viano). Resumiendo el Tratado de las sensaciones, afirma lo siguiente: «De las sensaciones nace todo el sistema del hombre: sistema completo, cuyas partes están todas ellas unidas entre sí y se sostienen recíprocamente.» Si las sensaciones se limitasen a la necesidad de alimentarse, entonces las capacidades del hombre quedarían entorpecidas y se repetiría «la situación de un niño de alrededor de diez años, que vivía entre osos, y que fue hallado en 1694 en los bosques que separan Lituania de Rusia. No mostraba ningún signo de razón, caminaba a cuatro patas, no poseía lenguaje de ninguna clase y emitía sonidos que en nada se parecían a los propios de un ser humano. Pasó mucho tiempo antes de que pudiese proferir algunas palabras e incluso entonces lo hizo de modo muy rudo». Por lo tanto, es preciso educar los sentidos del hombre, suministrándoles la experiencia que la humanidad ha recogido a lo largo de su extenso caminar; de esta manera, la mente llegará a las ciencias y a las artes, porque éste es el punto de llegada de toda la historia humana. Al final de la obra educativa, el hombre habrá de extraer la misma conclusión que la estatua mencionada en el Tratado de las sensaciones: «A veces tomo precauciones que me parecen necesarias para mi felicidad, a veces invito a los objetos a que contribuyan a ello y creo estar rodeada únicamente de seres amigos y enemigos. Instruida por la experiencia, examino, decido antes de actuar [...]. Me comparo con base en mis convicciones, soy. libre y, hago un mejor uso de mi libertad, en la medida en que he adquirido más conocimientomiento [...] poco me importa saber con certeza si estas cosas [que me rodean] existen o no existen. Tengo sensaciones agradables o desagradables, y llegan hasta mí como si expresasen las cualidades mismas de los objetos con los que me veo llevada a relacionadas, y con esto es suficiente para velar por mi conservación». El pensamiento de Condillac, tan sencillo en apariencia, ha dado lugar a interpretaciones diversas y sigue dando pie a juicios Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 135 radicalmente opuestos. «Condenado como materialista y sensista, como alma superficial y perversa de la ilustración, reivindicado como espiritualista oculto -es decir, como un traidor al espíritu de la ilustración- o considerado como padre de los epígonos de la ilustración, el destino historiográfico de Condillac en cualquier caso parece un destino difícil» (C.A. Viano). La obra de Condillac también se utilizó en los seminarios, porque a pesar de su sensismo el philosophe, que era abate, profirió una plena adhesión a las verdades de la religión. ¿Fue algo ilusorio el tratar de conciliar el sensismo con la fe católica? Hay quien contesta que se trató «de una singular incongruencia teórica» acompañada por una «semejante oportunidad práctica» (F. Amerio). Dejando de lado el hecho de que, según Condillac, «a menudo un filósofo declara estar del lado de la verdad sin conocer cuál es ésta» debemos repetir una vez más que en nuestra opinión el sensismo de Condillac no ponía en peligro el espiritualismo: dentro de la estatua de mármol hay un alma, un alma cuya inmortalidad puede demostrarse y que puede demostrar la existencia de Dios. 5. EL MATERIALISMO HELVETIUS, D'HOLBACH ILUSTRADO: LA METTRIE, 5.1. «El hombre máquina» de La Mettrie Condillac no se desliza en absoluto desde el sensismo hasta el materialismo; y tampoco pensadores como Voltaire, d'Alembert o incluso Maupertuis -con la cautela que les impone el ideal de una razón que describe y se ciñe a los hechos, sin perderse en incontrolables teorías metafísicas- defienden para nada el materialismo, en el sentido de que no admiten la noción según la cual la actividad mental (o el alma, o el espíritu) depende de la materia de una manera causal. Sin embargo, si en Diderot el materialismo no es más que un programa de investigación, con La Mettrie, Helvetius y d'Holbach se presenta como una teoría que pretende ser verdadera, en la medida en que se halla fuertemente corroborada por los resultados de la ciencia y en particular por los de la medicina. De este modo, pierde su autonomía la res cogitans de Descartes y queda reducida a la res extensa, con la consecuencia de que el mecanicismo de Descartes se transforma en materialismo metafísico. Julien Offroy de La Mettrie (o Lamettrie) nació en Saint-Malo en 1709. Estudió en Caen y luego en París, licenciándose en medicina. A continuación, se trasladó a Holanda, a Leiden, donde fue alumno en 1733-1734 del célebre médico Hermann Boerhaave (1668-1738), conocido ateo y partidario de Spinoza, y que sostenía que los procesos vitales pueden reducirse a términos químicos y expresarse mediante éstos. En 1745 La Mettrie publicó su Historia natural del alma. Aquí, en su Discurso preliminar, La Mettrie afirma que «todo lo que no pertenezca al seno mismo de la naturaleza, todo lo que no sea fenómeno, causa, efecto, en una palabra, esencia de las cosas, no se refiere para nada a la filosofía y procede de una fuente ajena a ésta». Por consiguiente, «escribir como filósofo significará […] enseñar el materialismo». Se dice, prosigue La Mettrie, que el materialismo es un gran mal. Empero, se pregunta, «¿y si el materialismo está fundamentado, si es el resultado evidente de todas las observaciones de los más grandes filósofos y médicos, si dicho sistema no ha sido enunciado hasta después de haber estudiado atentamente la naturaleza, siguiéndola paso a paso en toda la extensión del reino animal, y después de haber estudiado profundamente al hombre, en todas sus edades y todos sus estados? [.oo]. Ante la verdad misma, ¿no querríamos hacer el esfuerzo -por así decirlo- de inclinamos a recogerla?» En cualquier caso, a pesar de estas premisas La Mettrie -de manera ilustrada- no lleva demasiado lejos en la obra mencionada las pretensiones de la razón: «Ni Aristóteles, ni Platón, ni Descartes, ni Malebranche podrán enseñarnos qué es el alma. En vano os atormentaréis por conocer su naturaleza; para vergüenza de vuestra vanidad y de vuestra impaciencia, tendréis que someteros a la ignorancia y a la fe. La naturaleza del alma, del hombre y de los animales, es y será siempre tan ignorada como la naturaleza de la materia y de los cuerpos. Más aún: el alma separada del cuerpo por la abstracción se asemeja a la materia cuando se la considera prescindiendo de toda forma; no se la puede concebir.» De estos supuestos se deducen, a juicio de La Mettrie, consecuencias éticas de naturaleza claramente antiestoica: «¡Cuán antiestoicos nos sentimos! Cuanto más rigoristas, tristes y duros sean los estoicos, más alegres, suaves y complacientes queremos ser nosotros. Todo almas, ellos hacen abstracción de los cuerpos; todo cuerpos, nosotros haremos abstracción del alma.» En 1746 La Mettrie fue expulsado de Francia y se refugió en Holanda. También allí, sin embargo, las cosas le rodaron mal: en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 1748 publicó en Leiden su obra más famosa, El hombre máquina, la cual por orden de los jueces fue condenada a la hoguera. Expulsado de Holanda, halló asilo gracias a Federico II de Prusia, que le concedió una pensión y el ingreso en la Academia de ciencias de Berlín. Las siguientes obras pertenecen al período berlinés: El hombre planta (1748): El anti-Séneca o discurso sobre la felicidad (1750); Reflexiones filosóficas sobre el origen de los animales (1750); El arte de gozar (1751); Venus física o ensayo sobre el origen del alma humana (1751). La Mettrie murió en 1751. Como ya se mencionó, su obra más famosa es El hombre máquina. La Mettrie escribe: «El hombre es una máquina tan compleja, que resulta imposible hacer en la primera vista una imagen clara de él, y por consiguiente, poderlo definir. Por eso, todas las investigaciones realizadas por los más grandes filósofos a priori -esto es, tratando de servirse, por así decirlo, de las alas del ingenio- han sido vanas. Sólo a posteriori, es decir, tratando de desembrollar y descubrir el alma a través de los órganos del cuerpo, se hace posible, no digo descubrir hasta la evidencia la naturaleza misma del hombre, sino lograr el mayor grado de probabilidad que sea alcanzable al respecto.» De esto enseguida se deduce que hay que armarse «con el bastón de la experiencia» y abandonar «las vacuas habladurías de los filósofos». Ser ciego prosigue La Mettrie- y creer que no puede no apoyarse en dicho bastón constituye el colmo de la obcecación. Se pueden admirar «las investigaciones perfectamente inútiles de tantos grandes gemas Descartes, Malebranche, Leibniz, Wolff, etc.», pero La Mettrie se pregunta: «¿Qué fruto se obtiene, decidme, de sus profundas meditaciones y de todas sus obras en conjunto?» En cambio, hemos de partir desde los hechos empíricos. Si nos colocamos en este terreno, de inmediato veremos que «en las enfermedades, el alma a veces queda como eclipsada y ya no se revela mediante ninguna señal; en otras ocasiones, se diría que está desdoblada, al verse dominada por un inmenso furor; en otros casos, desaparece su debilidad, y después de la convalecencia de un necio, surge un hombre de ingenio. Al revés, puede suceder que el genio más grande, al imbecilizarse, se transforme en irreconocible». Más aún: «El alma y el cuerpo se adormecen al mismo tiempo [...]. El cuerpo es una máquina que recarga por sí solo los mecanismos que la mueven [...]. Los alimentos reconstruyen lo que la fiebre consume [...]. ¡Cuánta potencia hay en una buena comida! [...]. Pensamos y hasta actuamos moralmente, en la medida en que somos alegres y valerosos; todo 136 depende del modo en que se halle dispuesta nuestra máquina [...]. Los ojos son suficientes para constatar la influencia inevitable de los años sobre la razón. El alma refleja los progresos del cuerpo tanto como los de la educación [...]. Es tan grande [...] la influencia del clima, que un hombre que pase de uno a otro acusa la diferencia, aunque no quiera. Es como una planta ambulante, que se trasplanta por sí misma.» El hombre no es más que una máquina: «Los diversos estados del alma son [...] siempre correlativos a los del cuerpo [...]. Sin embargo, puesto que todas las facultades del alma dependen tanto de la peculiar organización del cerebro y de todo el cuerpo, al identificarse evidentemente con tal organización, se trata de una máquina muy inteligente». En realidad, sentencia La Mettrie, «el alma es [...] una palabra vacía a la que no corresponde ninguna idea, y de la cual un hombre razonable sólo debería servirse para designar la parte pensante que hay en nosotros. Una vez aceptado el más mínimo principio de movimiento, los cuerpos animados poseen todo lo que les hace falta para moverse, sentir, pensar, arrepentirse y, en una palabra, comportarse, tanto en la vida física como en la moral, que depende de aquélla». La Mettrie concluye, por lo tanto, que «el hombre es una máquina y que en todo el universo sólo existe una sustancia, con diversas modificaciones». La Mettrie no considera que dicha hipótesis haya sido «formulada a fuerza de elucubraciones y suposiciones»; «no es en absoluto el resultado de prejuicios y ni siquiera obra exclusiva de mi razón; habría despreciado una guía que considero muy poco segura, si mis sentidos -llevando la antorcha, por así decido- no me hubiesen inducido a seguida, iluminándola. La experiencia me habló por medio de la razón; así, las he tenido en cuenta a ambas». En contra de esta construcción teórica, en contra de «un roble tan robusto y sólido», ¿qué podrán hacer «las débiles cañas de la teología, de la metafísica y de las escuelas»? Sin duda, la organización y la instrucción son los méritos fundamentales del hombre, pero «a pesar de todas las prerrogativas del hombre, superiores a las de los animales, colocado en la misma clase que éstos significa hacerle honor». La Mettrie afirma lo siguiente: «No es que yo ponga en duda la existencia de un ser supremo; al contrario, creo que a su favor existe un alto grado de probabilidad.» La existencia de Dios, de todos modos, «no demuestra la necesidad de un culto determinado más bien que de otro, se trata de una verdad teórica que no es de mucha utilidad en la práctica». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Tampoco vale la pena atormentamos por cuestiones de naturaleza teológica: Un amigo mío, tan pirroniano como yo y hombre de muchos méritos [...] decía: es cierto que el alma de un filósofo no debe verse turbada por los pros y los contras, ya que aquél se da cuenta de que ninguno de los dos casos ha sido demostrado con la claridad suficiente como para obligar al asentimiento; sin embargo, el universo nunca será feliz hasta que no se convierta en ateo [...]. Si el ateísmo se hubiese difundido de forma generalizada, todas las confesiones religiosas se habrían destruido y habrían sido cortadas de raíz. No habría ya guerras teológicas ni combatientes por la religión, combatientes terribles. La naturaleza, liberada de ese veneno tremendo, recobraría sus derechos y su pureza [...]. Todo el que en su corazón erija altares a la superstición, es conocido por adorar a ídolos y no por venerar la virtud. 5.2. Helvetius: la sensación es el principio de la inteligencia y el interés es el principio de la moral Si el sensista Condillac es decididamente espiritualista, el sensista Claude-Adrien Helvetius (1715-1771) es claramente materialista. Nacido en París, en el seno de una familia originaria del Palatinado, Helvetius estudió en los jesuitas y -antes incluso de haber ingresado a la universidad- había leído el Ensayo de Locke, que influyó notablemente sobre él. Al finalizar sus estudios de derecho, trabajó como concesionario general de las finanzas estatales. En 1737 se publicó su primer libro, titulado Epístola sobre el amor al estudio, que más tarde, junto con otros ensayos, pasó a integrar La felicidad, obra editada con carácter póstumo en Londres, en 1772. Ese mismo año apareció también Sobre el hombre, sus facultades intelectuales y su educación, donde se defiende aquello que podría llamarse la omnipotencia de la instrucción. En cualquier caso, la obra más famosa de Helvetius fue Del espíritu que, publicada en 1758, provocó aquella oleada de protestas que logró interrumpir el trabajo de la Enciclopedia. ¿Cuáles son las tesis que Helvetius propuso y defendió en Del espíritu? Ante todo, Helvetius trata de descubrir qué es la inteligencia y afirma que, a tal efecto, «es preciso conocer cuáles son las causas productoras de nuestras ideas». El es de la opinión de que «la sensibilidad física y la memoria, o -para hablar con más exactitud- la sensibilidad por sí sola es la que produce todas 137 nuestras ideas. En efecto, la memoria no es más que uno de los órganos de la sensibilidad física; el principio que siente en nosotros tiene que ser, necesariamente, también el principio de la memoria, porque recordar [...] no es en sentido estricto otra cosa que un sentir» . La sensación, por lo tanto, es el cimiento de toda la vid mental, por otro lado, el interés es el principio de la vida moral y social. Helvetius escribe: «Sostengo que la inteligencia es el conjunto más o menos numeroso no sólo de ideas nuevas, sino también de ideas interesantes para el público; y que la reputación de un hombre inteligente depende no tanto de la cantidad y de la finura de sus Ideas, sino de su acertada elección.» Si una idea no es útil, ni agradable, ni instructiva para la gente, entonces no tiene ningún interés tomarla en consideración: por lo tanto, «el interés preside todos nuestros juicios». Por lo demás, «¿sobre qué otra balanza [...] podría pesar el valor de nuestras ideas?» Las ideas son infinitas y el criterio de selección con respecto a su valor es según Helvetius- un criterio pragmático: «Sería muy notable descubrir que el interés general estableció el valor de las distintas acciones de los hombres; que les dio el calificativo de virtuosas, de viciosas o de permitidas, según fuesen útiles, nocivas o indiferentes para la gente, y que este mismo interés fue el único dispensador del aprecio o del desprecio otorgado a nuestras ideas». Basándose en estas premisas, Helvetius reagrupa las ideas, al igual que las acciones, en tres géneros distintos: a) ideas útiles: «entiendo con tal noción todas las ideas capaces de instruimos o divertimos»; b) ideas nocivas: «aquellas que producen en nosotros una impresión contraria»; c) ideas indiferentes: «todas las que, siendo poco agradables en sí mismas o poco frecuentes, ya no producen casi ninguna impresión en nosotros.» «En todos los tiempos y todos los lugares, tanto en el terreno ético como en el especulativo, el interés personal es el que determina el juicio de cada uno y el interés general es el que determina el de las naciones; [...] siempre, tanto en los individuos como en la gente en general, existe el amor o el reconocimiento que alaba y el odio o la venganza que menosprecia.» El universo físico, en consecuencia, está sometido a las leyes del movimiento y. el moral, a las leyes del interés o del amor propio: «sobre la tierra, el interés es un poderoso encantador que Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit cambia a los ojos de todas las criaturas la forma de todos los objetos.» El hombre individual llama buenas a las acciones de los demás que le son útiles; y para la sociedad son virtuosas aquellas acciones que le resultan útiles. Las naciones más prósperas y fuertes son aquellas en que los sabios legisladores han logrado combinar el interés del individuo con lo útil para la sociedad: «Las sociedades deben la mayor parte de las ventajas de que disfrutan al conocimiento del principio del amor de sí mismo: tal conocimiento, aunque sea todavía imperfecto, hizo comprender a los pueblos la necesidad de armar con poder la mano de los jueces; hizo comprender al legislador, aunque sea de forma confusa, la necesidad de fundamentar sobre el interés personal los principios de la probidad. En efecto, ¿sobre qué otra base se podrían fundar? Unir el interés privado con la virtud pública: en esto reside la sabiduría. Así sucedía en Esparta, donde la virtud militar se veía premiada con el amor de las mujeres más bellas. No se trata de destruir o de extirpar, como pretenden los moralistas hipócritas, las pasiones del hombre. Lo que hay que hacer es convertir la pasión del individuo en algo conforme con el interés más amplio de la sociedad. En realidad, «destruid en un hombre la pasión que lo anima, y en ese mismo instante le habréis privado de todas sus luces; desde esta perspectiva, la cabellera de Sansón era el símbolo de las pasiones; si se la cortan, Sansón se convierte en un hombre corriente [...]. Si pudiese darse una ausencia total de pasiones, esto produciría en nosotros un completo embrutecimiento [...]. Las pasiones son el fuego celestial que vivifica el mundo moral; las ciencias y las artes les deben a ellas sus descubrimientos, y el alma, su elevación. Si bien es cierto que la humanidad también les debe sus vicios y la mayoría de sus desventuras, éstas no conceden para nada a los moralistas el derecho a condenar las pasiones y a consideradas como una pura locura. La sublime virtud y la sabiduría ilustrada son dos resultados muy hermosos de tal locura, y capaces por tanto de convertida en algo respetable ante los ojos de ellos». 5.3. D'Holbach: «el hombre es obra de la naturaleza» Paul Heinrich Dietrich, barón de Holbach, nació en Heidesheim, en el Palatinado, en 1725. Heredero de enormes riquezas, muy pronto se estableció en París, donde llevó a cabo sus estudios y pasó toda su vida. Muy instruido en ciencias naturales y tecnología, colaboró en la Enciclopedia con voces 138 pertenecientes a la física, la química, la metalurgia y la mineralogía. Amigo de los philosophes, d'Holbach les invitaba a comer en su casa dos veces por semana, los jueves y los domingos. Diderot ocupaba el centro de estas reuniones, sin ninguna duda. También Rousseau, hasta 1753, participó en tales encuentros, a los que asistían Lagrange (preceptor en casa de d'Holbach), Morellet, La Condamine, Helvetius, F.M. Grimm, Raynal, el abate Galiani y otros. Además, todos los extranjeros ilustres que pasaban por París eran invitados al palacio de d'Holbach. Éste murió en 1789. Sus escritos más notables son: El sistema de la naturaleza (1770); La política natural (1773); El sistema social (1773); La moral universal (1776). Son escritos típicamente antirreligiosos: Sobre la crueldad religiosa (1766); La impostura sacerdotal (1767); Los sacerdotes desenmascarados o las iniquidades del clero cristiano (1768); Examen crítico de la vida y de las obras de san Pablo (1770); Historia crítica de Jesucristo (1770); El buen sentido, o ideas naturales opuestas a las ideas sobrenaturales (1772). (Al parecer, no son auténticas todas sus obras menores.) «El Systeme de la nature, que ha sido llamado el código o la Biblia del materialismo ateo, es una síntesis de todos los argumentos antiguos y modernos en favor de una explicación materialista y atea de la realidad (de un modo particular, se hace sentir en él la eficacia de La Mettrie); no posee, pues, ninguna originalidad filosófica; sin embargo, tiene una gran importancia histórica como poderoso explosivo en contra del oscurantismo y a favor de la ilustración, y en contra del orden constituido y a favor de la revolución. También podría calificarse de himno filosófico a la naturaleza, entendido únicamente en su sentido físico» (C. Capan e Braga). Veamos cuáles son las ideas fundamentales que d'Holbach pone de manifiesto en su Sistema de la naturaleza. Allí se lee: El hombre es obra de la naturaleza, existe en la naturaleza, está sometido a sus leyes y no puede liberarse de ellas, y ni siquiera con el pensamiento puede abandonadas; su inteligencia intenta vanamente superar los límites del mundo visible, siempre se ve obligada a volver a éste. Para un ser formado por la naturaleza y circunscrito por ella, no existe nada que esté más allá del gran todo del cual forma parte, y cuya influencia padece; los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit seres que se suponen como existentes por encima de la naturaleza, o en cualquier caso diferentes de ella, siempre serán quimeras, de las cuales nunca podremos tener conocimientos exactos, así como de los espacios que ocupan y de su modo de actuar. No hay y no puede haber nada que esté por fuera de los límites que encierran a todos los seres. La distinción entre hombre físico y hombre espiritual provoca confusión. Ello se debe a que «el hombre es un ser puramente físico; el ser espiritual no es más que este mismo ser físico considerado desde un punto de vista particular, en relación con uno de sus modos de actuar, debidos a su particular organización. Empero, ¿acaso esta organización misma no es también obra de la naturaleza? ¿Acaso los movimientos o la capacidad de actuar de ésta no son también físicos? Sus acciones visibles, al igual que los movimientos invisibles que se producen en su interior, provenientes de la voluntad o del pensamiento, son igualmente efectos naturales, necesarias consecuencias de su mecanismo específico y de los impulsos que recibe de los seres que le rodean». En resumen, «el hombre físico es el hombre que actúa bajo el impulso de causas cognoscibles mediante los sentidos; el hombre espiritual es el hombre que actúa por causas físicas que nuestros prejuicios nos impiden conocer». Por lo tanto, el hombre, «para todas sus exigencias», siempre debe recurrir «a la física y a la experiencia». Esto también vale para la religión, la moral y la política. El hombre debe y puede entender estas cosas a través de la experiencia. En efecto, dice d'Holbach, el hombre «a causa de su ignorancia acerca de la naturaleza se creó dioses, que se convirtieron en los únicos objetos de sus esperanzas y sus temores. Los hombres no se dieron cuenta para nada de que la naturaleza, carente tanto de bondad como de maldad, se limita a obedecer a leyes necesarias e inmutables». Los conceptos teológicos «no tienen ninguna realidad, no son más que palabras vacías de sentido, fantasmas creados por la ignorancia y modificados por una imaginación enfermiza». No obstante, las cosas no se quedan aquí, puesto que las nociones teológicas, además de ilusorias, son y han sido ideas perjudiciales para la humanidad: «La teología y sus concepciones, muy lejos de ser útiles al género humano, son la auténtica fuente de los males que afligen la tierra, de los errores que la ciegan, de los prejuicios que la paralizan, y de la ignorancia y de los vicios que la atormentan, de los gobiernos que la oprimen [...]. Las ideas sobrenaturales y divinas que se nos enseñan desde la infancia son las verdaderas causas de nuestra frecuente incapacidad para 139 razonar, de las disputas religiosas, las guerras de religión y las persecuciones más inhumanas. Reconozcamos, por último, que estas funestas Ideas han oscurecido la moral, corrompido la política, retrasado los progresos de las ciencias, destruido la felicidad y la paz en el corazón mismo del hombre.» Si el hombre quiere abandonar la jaula en que le han encerrado estas ideas ilusorias y cargadas de dolor, tiene que dejar de dirigir sus ojos al cielo y no implorar nada a los dioses: las desgracias por las que eleva sus ojos bañados de lágrimas hacia el cielo «se deben a los vanos fantasmas que su imaginación colocó allí». Por todo ello, d'Holbach da al hombre los consejos siguientes: «Busque en la naturaleza y en sus propias fuerzas aquellos recursos que Jamás podrán procurarle las sordas divinidades. Escuche los deseos de su corazón, sabrá qué es lo que debe a sí mismo y a los demás; examine la naturaleza y el objetivo de la sociedad, y ya nunca será esclavo; consulte la experiencia, hallará la verdad y reconocerá que el error nunca podrá hacerle feliz.» El hombre, pues, se halla por completo en el interior de la naturaleza; y «en la naturaleza sólo pueden existir causas y efectos naturales». Por consiguiente, carece de sentido hablar de un alma separada del cuerpo. Tampoco tiene sentido hablar de la libertad del hombre: «Las acciones de los hombres nunca son libres; siempre son consecuencias necesarias de su temperamento, de sus ideas adquiridas, de las nociones verdaderas o falsas que poseen acerca de la felicidad, en suma, de sus opiniones reforzadas por el ejemplo, la educación y la experiencia de cada día [...]. El hombre, pues, no es libre en todos los instantes de su vida, se ve necesariamente guiado a cada paso por los beneficios reales o ficticios que atribuye a los objetos que excitan sus pasiones.» A este propósito, d'Holbach se pregunta: «¿Acaso soy yo dueño de no desear un objeto que me parece deseable? [...]. ¿Acaso soy capaz de impedir que se hallen en un objeto las cualidades que lo convierten en deseable para mí?» Todo hombre, por naturaleza, tiende hacia la felicidad y «todas las sociedades se proponen el mismo objetivo; en efecto, el hombre para ser feliz vive en sociedad». La sociedad es «un conjunto de individuos, reunidos por sus necesidades, con la meta de colaborar en la conservación y en la felicidad comunes». Esta es la razón por la cual cada ciudadano, en vista de su propia felicidad, «se obliga a someterse y a depender de aquellos que ha convertido en depositarios de sus derechos e intérpretes de sus Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit voluntades». En este sentido las leyes naturales, que ninguna sociedad puede abrogar o dejar en suspenso, son justamente aquellas «que están fundamentadas sobre la naturaleza de un ser que siente, busca el bien y huye del mal, piensa, razona y desea incesantemente la felicidad». Las leyes civiles, por lo tanto, no son más que «las leyes naturales aplicadas a las necesidades, las circunstancias y las opiniones de una sociedad específica o de una nación. Dichas leyes no pueden contradecir las de la naturaleza, porque en todos los países el hombre es siempre el mismo y posee los mismos deseos: sólo pueden cambiar los medios para satisfacerlos». El hombre debe comprender lo siguiente: se halla íntegramente dentro de la naturaleza y, comprendiendo sus leyes y actuando bajo condiciones específicas, puede ser él mismo y satisfacer sus exigencias más auténticas. Y «si el error y la ignorancia sirvieron para forjar las cadenas de los pueblos, si los prejuicios las consolidaron, la ciencia, la razón y la verdad podrán romperlas un día. El espíritu humano -que durante una larga serie de siglos había estado oprimido por la superstición y la credulidadfinalmente se ha despertado. Incluso las naciones más frívolas comienzan a pensar; su atención se fija en los objetos útiles, las calamidades públicas obligan finalmente a los hombres a meditar, a renunciar a los que podríamos llamar juguetes de su niñez. Incluso los príncipes, cansados de sus delirios, buscan a veces en la razón un remedio contra los males que ellos mismos se procuraron». 6. VOLTAIRE y LA GRAN BATALLA POR LA TOLERANCIA 6.1. El significado de la obra y de la vid de Voltaire «Voltaire fue el último de los grandes poetas dramáticos que adecuó a la medida griega su alma multiforme: nacida, para las mayores tempestades trágicas. Podía lograr lo que ningún alemán había conseguido todavía, porque la naturaleza del francés es mucho más afín a la griega que la naturaleza del alemán; fue el último gran escritor que, al manejar el lenguaje de la prosa, tuvo el oído de un griego, la conciencia artística de un griego, la sencillez y la gracia de un griego.» Este juicio sobre Voltaire pertenece a Friederich Nietzsche. Por su parte, Wolfgang Goethe afirmó: «Voltaire fue quien suscitó personalidades como Diderot, 140 d'Alembert, Beaumarchais y otros más, ya que para poder ser simplemente algo ante él, era preciso ser mucho.» En realidad, con su prosa sarcástica, cortante y elegante, con su pasión por la justicia y su ilimitado amor por la tolerancia, con sus risas y sus furias, Voltaire es el signo más representativo de la cultura ilustrada. François-Marie Arouet (conocido por el pseudónimo de Voltaire) nació en París, el último de los cinco hijos de un rico notario, en 1694. Después de haber sido educado en su propio hogar por el abate de Chateneuf, padrino suyo, ingresó en 1704 como alumno del colegio Louis-le-Grand, regido por los jesuitas. Allí da pruebas de una vivaz precocidad; después de recibir una herencia, abandona el colegio, frecuenta el círculo de los jóvenes librepensadores y comienza sus estudios de derecho. En 1713 acompaña a Holanda, en calidad de secretario, al marqués de Chateneuf (hermano de su padrino), embajador de Francia. Una aventura amorosa con una joven protestante hace que la familia, alarmada, llame a Voltaire de regreso a París. Pone en circulación dos irreverentes composiciones en contra del regente, y se ve obligado a un breve exilio en Sully-sur-Loire. A su retorno a París, es arrestado y permanece encarcelado en la Bastilla durante más de once meses (desde mayo de 1717 hasta abril de 171 ). En noviembre de 1718 se pone en escena su tragedia Oedipe, que obtiene un éxito enorme. Su poema épico La ligue fue escrito en 1723, en honor de Enrique IV. Este poema se vuelve a publicar en 1728 con el título de Henriade. Un gentilhombre, el caballero de Rohan, ofendido por el sarcasmo de Voltaire, le hace apalear brutalmente por sus siervos. Este acontecimiento tiene lugar en 1726. Voltaire reta a duelo al caballero de Rohn. Éste, por toda respuesta, logra que se le vuelva a encerrar en la Bastilla. Al salir de la prisión, parte exiliado hacia Inglaterra, donde reside durante tres años y donde publica la Henriade. En Inglaterra lord Bohngbroke le introduce en los círculos de la alta cultura inglesa. Entra en contacto con Berkeley, Swift, Pope y otros sabios ingleses. Estudia las instituciones políticas inglesas; profundiza en el pensamiento de Locke y en el de Newton. «La lectura de Locke le proporciona una filosofía, la de Swift, un modelo, y la de Newton, una doctrina científica. La Bastilla le había inspirado el deseo de una sociedad renovada; Inglaterra le había mostrado lo que podía ser tal sociedad» (A. Maurois). El gran resultado de su estadía en Inglaterra son las Cartas inglesas, que en 1733 se publicaron en inglés por primera vez y luego en francés en 1734 (se imprimieron Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit en Holanda y se hicieron circular por Francia de manera clandestina). En estas Cartas Voltaire contrapone las libertades inglesas al absolutismo político francés, expone los principios de la filosofía empirista de Bacon, Locke y Newton, y contrapone la ciencia de Newton a la de Descartes. Sin duda, Voltaire no niega los méritos matemáticos de Descartes, pero sostiene que éste «hizo una filosofía de la misma forma que se hace una buena novela: todo parecía verosímil pero nada era verdadero». Descartes, escribe Voltaire, «se engañó: siguió, empero, un método riguroso y consecuente, destruyó las quimeras absurdas que confundían a la juventud desde hacía dos mil años; enseñó a los hombres de su tiempo a razonar; más aún, a servirse en contra de él mismo de las armas que él les había prestado. Aunque en definitiva no pagó con buena moneda, ya hizo de hecho bastante con poner en guardia en contra de la moneda falsa». Newton sí había pagado con moneda correcta. La filosofía de Descartes es un esbozo, la de Newton, «una obra maestra». «Los hallazgos del caballero Newton, que le valieron una fama tan universal, conciernen el sistema del mundo, la luz, el infinito en geometría, y por último la cronología a la que se dedicó como a una diversión relajante [...]. La senda que abrió, después de él se convirtió en infinita.» Por su parte, Bacon es «el padre de la filosofía experimental». El lord canciller «aún no había conocido la naturaleza; pero intuyó y mostró el camino que conducía a ella. Comenzó muy pronto a despreciar lo que las universidades llamaban filosofía; e hizo todo lo posible para que estas instituciones, creadas para el perfeccionamiento de la razón humana, no siguiesen confundiéndola con sus quiddidades, su horror al vacío, sus formas substanciales y todas las demás palabras vacuas, que la ignorancia convertía en respetables o casi sagradas, en virtud de una ridícula mezcla con la religión». «Quizás nunca haya existido un espíritu más profundo y metódico, un lógico más exacto que Locke [...]. Locke, después de haber destruido la noción de idea innata [...] estableció que todas nuestras ideas nos llegan de los sentidos, estudió las ideas simples y las complejas, siguió al espíritu del hombre en todas sus operaciones, mostró lo imperfectos que eran los lenguajes que hablan los hombres, y cómo abusan éstos continuamente de los términos que emplean». Voltaire regresa a Francia, desde Inglaterra, en 1729. El 15 de marzo de 1730 muere la actriz Adrienne Lecouvreur, a cuyo ataúd -por ser ella actriz- se le niega sepultura en sagrado. Voltaire 141 escribe La mort de Mlle. Lecouvreur, donde pone de manifiesto la gran diferencia existente entre esta odiosa inhumación con la sepultura que los ingleses, en cambio, dieron en Westminster a la actriz Anne Oldfield. La tragedia Brutus es de 1730; La Historie de Charles XII es de 1731; al año siguiente Voltaire conoce un éxito apoteósico con la tragedia Zaïre. En 1734 se publican, como se dijo antes, las Cartas inglesas. El parlamento le condena y el libro es quemado en el tribunal de la curia parlamentaria. Voltaire huye de París y se refugia en el castillo de Cirey, en casa de su amiga y admiradora, la marquesa de Châttelet. Así dio comienzo una unión que estaba destinada a durar una quincena de años. En Cirey se constituye un grupo intelectual en el que participan Maupertuis, Algarotti y Bernouilli, entre otros. Para Voltaire, el período de Cirey es una época feliz y fecunda. Escribe La mort de César (1735), Alzire (1736), los Eléments de la philosophie de Newton (1737), la Metaphysique de Newton. (1740); y otras dos tragedias: Mahomet (1741) y Merope (1745). ReconcIlIado con la corte, gracias al favor de Mme. Pompadour, el rey nombró a Voltaire historiógrafo de Francia, y el 15 de abrIl de 1746 fue elegido miembro de la Academia. Las narraciones filosóficas Babuc, Memnon y Zadig se publican respectivamente en 1746, 1747 y 1748. Mientras tanto, sin embargo, «otra pequeña corte, la de Lunéville, donde el ex rey de Polonia, Estanislao Leczinski, reinaba sobre una amante y un confesor, contempló la gran tragedia de la vida de Voltaire. Mme. de Chatelet se dejó seducir allí por el joven Saint-Lambert, que era hermoso y sensible. VoltaIre la sorprendió y se enfureció con ella, pero luego -como buen filósofo- la perdonó. Sin embargo, la dama tuvo un hijo y murió de parto: el dolor de Voltaire fue sincero» (A. Maurois). Mme. de Chátelet murió en 1749. Voltaire partió hacia Berlín, donde Federico de Prusia le había ofrecido un puesto de chambelán. Recibido con grandes honores, tres años después Voltaire termina con una detención su período prusiano. A dicho período se remonta la primera edición de Le siecle de Louis XIV (1751). En 1755 adquiere la finca «Les Délices», cerca de Ginebra. Aquí le llega la noticia del terrible terremoto de Lisboa y en 1756 publica el Poeme du désastre de Lisbonne. Al mismo tiempo, colabora en la Encyclopédie. Aparece en siete volúmenes su Essai sur l'histoire générale et sur les moeurs et l'esprit des nations, obra conocida como Essai sur les moeurs. Mientras que Bossuet -en su Discurso sobre la historia universal- había intentado demostrar que la historia es la realización del plan de la Providencia, Voltaire excluye de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit historia el mito y la superstición religiosa, y hace historia de los hombres, de sus instituciones y de sus culturas. Los acontecimientos humanos no dependen para nada de la Providencia, sino del entrelazarse de los acontecimientos, de las acciones de los hombres. Los hombres ilustrados e inteligentes quizás puedan cambiar para mejor el destino de la humanidad. Voltaire, en su historia universal, incluye la historia de los pueblos de la India, el Japón y la China. Se propone eliminar lo sobrenatural de los acontecimientos humanos y sostiene que la historia judeocristiana posee un papel modesto dentro de la historia universal de la humanidad. Sin embargo, quizá lo más importante de todo sea que Voltaire reemplaza la historia de los reyes, de las dinastías y de las batallas, por una historia de las civilizaciones, una historia de las costumbres, una historia de las instituciones de las mentalidades y de las tradiciones culturales. El Poema sobre el desastre de Lisboa anticipa el tema que Voltaire vuelve a exponer en Candide, ou l'optimisme, que aparece en 1759. En 1762 fue ejecutado injustamente el comerciante protestante Jean Calas, acusado junto con su familia de haber asesinado a un hijo que quería convertirse al catolicismo. Voltaire escribe el Traité sur la tolérance en el que denuncia la manera implacable y con una nobilísima pasión humana los errores Judiciales, el fanatismo, el dogmatismo y la intolerancia religiosa. Mientras tanto, en 1758 había adquirido Ferney, donde se establece definitivamente en 1760. El Dictionnaire philosophique se remonta a 1764; la Philosophie de l'histoire, de 1765, se publica en Holanda; en 1766 aparecen Le philosophe ignorant y el Commentaire sur le livre des délits et des peines de Beccaria (cuyo ensayo había aparecido dos años antes, en 1764). En 1766 el caballero de la Barre fue acusado de impiedad y condenado a muerte; sobre su cuerpo se quemó un ejemplar del Dictionnaire philosophique. A propósito de dicho suplicio, Voltaire escribe lo siguiente: «Cuando el caballero de la Barre, sobrino de un teniente general del ejército, joven de gran inteligencia y que daba fundadas esperanzas, pero dominado por el aturdimiento de una juventud rebelde, fue convicto de haber cantado canciones impías e incluso de haber pasado ante una procesión de capuchinos sin quitarse el sombrero, los jueces de Abbeville -gente comparable con los senadores romanos- ordenaron no sólo que se le desgarrase la lengua, se le cortase la mano y se le quemase el cuerpo a fuego lento, sino que también le aplicaron tortura para saber con precisión cuántas canciones de aquéllas había cantado y cuántas 142 procesiones había visto pasar conservando el sombrero en la cabeza. Y esta hermosa historia no acaeció en los siglos XIII o XIV, sino a mediados del siglo XVIII.» Aunque ya de edad avanzada, la actividad de Voltaire no tiene pausa: en 1767 aparecen las Questions de Zapola, el Examen important de milord Bolingbroke, la Défense de mon ancle y L'ingénu. A 1770-1772 pertenecen los volúmenes de las Questions sur l' Encyclopédie. La Bible en fin expliquée aparece en 1776. El 10 de febrero de 1778, después de 28 años de ausencia, Voltaire vuelve a París para la representación de frene, su última comedia. Durante su viaje le aclaman inmensas multitudes al grito de «¡viva Voltaire!» «¡viva el defensor de Calas!» Voltaire murió, unas semanas más tarde, el 30 de mayo de 1778. «Porque sufrió la intolerancia, las órdenes y la insolencia de los poderosos, y también porque posee corazón e imaginación, será un tenaz adversario de todo fanatismo y de todo despotismo. Porque es un burgués y un excelente hombre de negocios, admirará la constitución que en Inglaterra se había dado una "nación de tenderos". Porque su ingenio, su habilidad y su talento le permitieron ganarse una gran fortuna, este reformador nunca será un revolucionario. Finalmente, porque es al mismo tiempo extraordinariamente inteligente, siente curiosidad por todas las ciencias -desde la teología hasta la política, desde la astronomía hasta la historia- y es capaz de exponer con evidente claridad las cuestiones más oscuras, ejercerá sobre los hombres de su tiempo y también sobre los de los siglos venideros, un influjo mayor que el de cualquier otro escritor» (A. Maurois). 6.2. La defensa del deísmo contra el ateísmo y el teísmo Existen Diccionarios en los que el término volterianismo se define como «la actitud de incredulidad burlona con respecto a las religiones». Empero, para Voltaire, ¿existe o no Dios? En opinión de Voltaire no hay la menor duda sobre el hecho de que Dios existe. Para él, como para Newton, Dios es el gran ingeniero o maquinista que ideó, creó y reguló el sistema del mundo. El reloj es una prueba inapelable de que existe el relojero. Y Dios, a juicio de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Voltaire, existe porque existe un orden en el mundo. La existencia de Dios, en suma, se ve atestiguada por las «sencillas y sublimes leyes en virtud de las cuales los mundos celestiales se desplazan en el abismo de los espacios». En el Tratado de metafísica, Voltaire escribe que «después de habernos arrastrado así de duda en duda, de conclusión en conclusión [...] podemos considerar esta proposición: Dios existe, como la cosa más verosímil que los hombres puedan pensar [...] y la proposición contraria como una de las más absurdas». El orden del universo no puede proceder del azar, «antes que nada porque en el universo hay seres inteligentes, y vos no podríais probar que el solo movimiento produzca la inteligencia, y por último, porque -según vuestra confesión misma- puede apostarse uno contra el infinito que una causa inteligente es la que anima el universo. Cuando se está por completo solo ante el infinito, nos sentimos muy pobres. Cuando vemos una máquina hermosa, decimos que existe un maquinista y que tal maquinista debe tener una inteligencia excepcional. Ahora bien, sin duda el mundo es una máquina admirable: por lo tanto, existe una inteligencia admirable, dondequiera que esté. Un argumento de esta clase, concluye Voltaire, es viejo, pero no por eso carece de valor». Dios existe. Pero también existe el mal. ¿Cómo conciliar la generalizada presencia del mal con la existencia de Dios? La respuesta de Voltaire es que Dios creó el orden del universo físico, pero la historia es asunto de los hombres. Tal es el núcleo doctrinal del deísmo. El deísta es alguien que sabe que Dios existe; pero, escribe Voltaire en el Diccionario filosófico, «el deísta ignora de qué forma Dios castiga, favorece y perdona; porque no es tan temerario como para caer en la ilusión de conocer cómo actúa Dios». El deísta, además, «se abstiene [...] de adherirse a una secta en particular, todas ellas íntimamente contradictorias. Su religión es la más antigua y la más difundida; porque la simple adoración a un Dios ha precedido a todos los sistemas de este mundo. Habla una lengua que pueden entender todos los pueblos, aunque en lo demás no se entiendan para nada entre sí. Sus hermanos están dispersos por el mundo, desde Pekín hasta Cayena, todos los sabios son hermanos suyos. Considera que la religión no consiste en las doctrinas de una metafísica ininteligible, ni en vanas construcciones, sino en la adoración y en la justicia. Hacer el bien, ése es su culto; estar sometido a Dios, tal es su doctrina [...]. Socorre al indigente y defiende al oprimido». 143 Voltaire, por lo tanto, es un deísta. En nombre del deísmo, rechaza el ateísmo: «Algunos geómetras no filósofos han rechazado las causas finales; pero los verdaderos filósofos las admiten y, utilizando la frase de un conocido escritor, mientras el catequista anuncia a Dios a los niños, Newton lo demuestra a los sabios.» Además, señala Voltaire, «el ateísmo es un monstruo muy peligroso en aquellos que gobiernan; también lo es en las personas dedicadas al estudio, aunque su vida sea inocente, porque mediante sus estudios puede llegar hasta aquellos que viven en las plazas; y si no resulta tan funesto como el fatalismo, casi siempre resulta fatal para la virtud. Recordemos añadir, empero, que hoy se dan menos ateos que ninguna otra época: porque los filósofos han reconocido que no existe ningún ser vegetal sin una semilla, ninguna semilla sin un objetivo, etc., y que el trigo no nace de la putrefacción». Voltaire, pues, se muestra contrario al ateísmo. Y es contrario al ateísmo porque es deísta. Para el deísta, la existencia de Dios no es un artículo de fe, sino un resultado al que se llega mediante la razón. En el Diccionario filosófico, Voltaire afirma: «Para mí es evidente que existe un Ser necesario, eterno, supremo, inteligente; y esto no es una verdad de fe, sino de razón [...]. La fe consiste en creer no aquello que parece verdadero, sino lo que parece falso a nuestro intelecto [...y] existe la fe en cosas admirables, y la fe en cosas contradictorias e imposibles.» La existencia de Dios, por lo tanto, es un hecho de razón. En cambio, la fe sólo es superstición: «Casi todo lo que va más allá de la adoración a un Ser supremo y la sumisión del corazón a sus mandatos eternos, es superstición.» Por eso, las religiones positivas -con sus creencias, sus rituales y liturgias- son en su casi totalidad un cúmulo de supersticiones. «El supersticioso es a un bribón lo mismo que el esclavo es para el tirano. Más todavía: el supersticioso está gobernado por el fanático y se convierte en tal. La superstición, nacida en el paganismo, adoptada por el judaísmo, inficionó la Iglesia cristiana desde los primeros tiempos [...]. Hoy en día la mitad de Europa está convencida de que la otra mitad ha sido supersticiosa durante siglos, y lo continúa siendo en la actualidad. Los protestantes consideran las reliquias, las indulgencias, las penitencias corporales, las oraciones por los muertos, el agua bendita y casi todos los rituales de la Iglesia romana como una demencia supersticiosa. Según ellos, la superstición consiste en asumir prácticas inútiles como si fuesen prácticas indispensables.» No hay que asombrarse de que una secta considere supersticiosa a otra secta, y a todas las demás religiones: «Los musulmanes, en efecto, acusan de superstición a Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 144 todas las sociedades cristianas, y a su vez, son acusados de lo mismo. ¿Quién juzgará este gran pleito? ¿La razón, quizás? Todas las sectas, sin embargo, pretenden tener la razón de su parte. Para decidirlo habrá que apelar a la fuerza, esperando el momento en que la razón penetre en un número de cabezas lo suficientemente grande como para que logre desarmar a la fuerza.» Voltaire formula extensas enumeraciones de supersticiones, y concluye: «menos supersticiones, menos fanatismo; menos fanatismo, menos desventuras.» Es completamente inútil que Francia se jacte de ser menos supersticiosa que otros países: «¿Cuántas sacristías existen en las que podéis encontrar todavía trozos del vestido de la Virgen María, coágulos de su leche o caspa de sus cabellos? ¿Y no existe aún, en la iglesia de Puy-en-Velay, la punta del prepucio de su hijo, religiosamente conservada? ...] Podría citaros otros veinte ejemplos...» Añade también: «Españoles, que ya no se oigan entre vosotros los nombres de la Inquisición y de la Santa Hermandad. ¡Turcos que habéis sojuzgado a Grecia, monjes que la habéis embrutecido, desapareced de la faz de la tierra!» tradición cristiana francesa. Y Voltaire se propone justamente esto: atacar a Pascal. 6.3. La defensa de la humanidad contra Pascal, sublime misántropo En opinión de Voltaire, el pesimismo de Pascal está fuera de lugar y si la concepción que Pascal tiene acerca del hombre está equivocada, Voltaire piensa que también es erróneo el camino que indica para salir de ese supuesto estado de miseria del hombre. Para Pascal, consiste en la verdadera religión, el cristianismo, que da razón de las contradicciones inherentes al ser humano, de su miseria y de su grandeza. Sin embargo, replica Voltaire, también existen otras concepciones (el mito de Prometeo, el de Pandora, los dogmas de los siameses, etc.) que permitirían explicar estas contradicciones. Además, «la religión cristiana seguiría siendo igualmente verdadera, aunque no se esforzase por elaborar estos razonamientos especiosos [...]. El cristianismo enseña la simplicidad, la humanidad, la caridad; pretender traducirlo a metafísica significa convertirlo en una fuente de errores». Pascal sostiene también que, sin el más incomprensible de los misterios, nosotros resultaríamos incomprensibles para nosotros mismos. Voltaire objeta: «El hombre es inconcebible sin este misterio inconcebible: ¿qué clase de razonamiento es éste?» En realidad, «el hombre no es en absoluto un enigma, como gustáis pensar para tener el placer de resolverlo. El hombre ocupa su lugar en la naturaleza, superior al de los animales a los que se parece en sus órganos, inferior a otros seres a los que quizás se parece en el pensamiento. Como todo lo que vemos, es una mezcla de mal y de Las Cartas filosóficas I-VII versan sobre el pluralismo de las confesiones en Inglaterra y ponen el acento sobre la concordia religiosa y la tolerancia de la sociedad inglesa. Las cartas VIlI-X tienen por objeto el régimen de libertad del pueblo inglés, tan diferente al sistema político de Francia. Las cartas XII-XVII se refieren a la filosofía inglesa y tratan de Bacon, Locke, Newton y la filosofía experimental, tan alejada de la metafísica escolástica y de la filosofía cartesiana que se practican en Francia. Las cartas XVIIIXXIV versan sobre literatura y centran su atención sobre la libertad y la influencia que ejercen los intelectuales sobre el resto de la sociedad. Las Cartas filosóficas son una obra de gran relevancia y fueron muy influyentes. Dieron a conocer en Francia, de una manera sistemática, el pensamiento político y filosófico inglés. Sin embargo, la carta que en aquellos años suscitó una auténtica estupefacción -si .no un escándalo en sentido estricto- fue la vigésimo quinta, titulada Remarques sur Pascal. Para Voltaire el cristianismo, como todas las demás religiones positivas, es superstición. No obstante, el cristianismo había encontrado en Francia un apologista de una gran talla: Pascal. Por consiguiente, atacar a Pascal significaba minar el punto mas sólido de la Voltaire sostiene: «Respeto el genio y la elocuencIa de Pascal. [...] y precisamente porque admiro su genio, combato alguna de sus ideas.» ¿Qué ideas de Pascal hay que rechazar, o por lo menos, corregir? «En general, tengo la impresión de que Pascal escribió los Pensamientos con la intención de mostrar al hombre a una luz odiosa. Se empeña en pintamos a todos como malvados e infelices. Escribe contra la naturaleza humana aproximadamente con el mismo tono con que escribía contra los jesuitas.» Aquí reside su primer error fundamental, ya que «atribuye a la esencia de nuestra naturaleza lo que sólo pertenece a algunos hombres. Injuria de modo elocuente a todo el género humano. Por eso, me atrevo a tomar la defensa de la humanidad contra este sublime misántropo; me atrevo a afirmar que no somos tan malvados ni tan infelices como él dice». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit bien, de placer y de dolor. Está dotado de pasiones para actuar, y de razón para dirigir las propias acciones. Si el hombre fuese perfecto, sería Dios, y estos pretendidos contrastes -que vosotros llamáis contradicciones- son los ingredientes necesarios que constituyen aquel compuesto que es el hombre, el cual es lo que debe ser». En lo que concierne a la cuestión de la famosa apuesta pascaliana sobre la existencia de Dios (según la cual, dado que es preciso apostar, y puesto que si se vence se gana todo, y si se pierde, no se pierde nada, es razonable apostar que Dios existe), Voltaire señala que «una proposición semejante me parece más bien irrelevante y pueril: estas ideas de juego, de pérdidas y ganancias no se condicen con la gravedad de la argumentación». Pero aún hay más, porque «el interés que puedo tener en creer una cosa no constituye en lo más mínimo una prueba de su existencia». Finalmente, para Pascal la búsqueda de diversiones y de ocupaciones externas es señal evidente de la miseria humana. Voltaire disiente de dicha opinión: «Este secreto instinto [de diversión], al ser el principio primero y el fundamento necesario de la sociedad, resulta más bien un don de la bondad de Dios y el instrumento de nuestra felicidad, que no el resultado de nuestra miseria.» Voltaire expone otros argumentos contra Pascal y afirma que omite otros comentarios que podrían formularse sobre los Pensamientos de Pascal. Termina sus consideraciones con la siguiente advertencia: «Me basta con la presunción de haber vislumbrado alguna distracción en este gran genio; para un espíritu limitado como el mío, es de gran consuelo el estar convencido que incluso los más grandes hombres se equivocan, igual que los hombres más corrientes.» 6.4. Contra Leibniz y su «mejor de los mundos posibles» Si Voltaire está convencido de que incluso el gran genio de Pascal se equivoca en alguna ocasión, se halla aún más convencido de la falsedad y del carácter ilusorio del optimismo de Leibniz, «el metafísico más profundo de Alemania», para el cual este mundo no puede ser más que «el mejor de los mundos posibles». Voltaire, a diferencia de Pascal, no piensa que todo esté mal: «¿Por qué habríamos de experimentar horror ante nuestro ser? Nuestra existencia no es tan infeliz como se nos quiere hacer creer. Considerar que el universo es una cárcel y que todos los hombres son criminales en espera de ser ajusticiados es una idea de fanático.» Sin embargo, aunque se esté en desacuerdo con el 145 profundo pesimismo de Pascal, Voltaire no se muestra ciego o insensible ante el mal que hay en el mundo. El mal existe: los horrores de la maldad humana y las penas de las catástrofes naturales no son una invención de los poetas. Son hechos comprobables, que entran en colisión con el optimismo de los filósofos, contra la idea del «mejor de los mundos posibles». Ya en el Poema sobre el desastre de Lisboa, Voltaire se preguntaba el por qué del sufrimiento inocente, la razón del «desorden eterno» y del «caos de desventuras» que nos toca contemplar en este «mejor de los mundos posibles»; allí decía que si es cierto que «todo, un día, estará bien» es nuestra esperanza, es una ilusión el afirmar que «hoy en día, todo está bien». No obstante, Cándido o el optimismo -auténtica obra maestra de la literatura y de la filosofía ilustrada- es la obra en la que Voltaire se propone reducir a su verdadera dimensión aquella filosofía optimista que quiere justificarlo todo, prohibiéndose así el entender algo. Cándido es una obra maestra: «El espíritu de Cándido inspiró a Renan, Anatole France e incluso a escritores de derechas como Charles Maurras y Jacques Bainville, por lo que el estilo de Voltaire -brillante, rápido, simple y claro- se convierte en ideal de todo un linaje de escritores franceses; aquellos que no habían adoptado al maestro de la escuela rival, Chateaubriand. Incluso en el extranjero, escritores como por ejemplo Byron deben mucho a la ironía volteriana» (A. Maurois). El Cándido es una narración tragicómica. La tragedia esta en el mal, en las guerras, en los abusos, en las enfermedades, en las violencias, en la intolerancia, en la superstición ciega, en la estupidez, n los robos y en las catástrofes naturales (como el terremoto de Lisboa) en que Cándido y su maestro Pangloss (símbolo de Leibniz) se debaten. La comedia reside en las insensatas justificaciones que Pangloss, y también su alumno Cándido, tratan de dar a las desdichas humanas. ¿Qué clase de maestro es Pangloss? «Pangloss enseñaba la metafísica-teólogo-cosmoloidiotología. Demostraba admirablemente que no hay efectos sin causa y que en este mejor de los mundos posibles, el castillo de Monseñor el barón es el más bello de los castillos, y Madama, la mejor baronesa posible. "Está probado -decía- que las cosas no pueden ser de otra manera: en efecto, porque todo está hecho para un fin, todo es necesariamente para el mejor fin. Advertir que las narices fueron hechas para que en ellas cabalguen los anteojos, y en efecto, tenemos anteojos; Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit evidentemente, las piernas han sido hechas para que les pongamos las calzas, y tenemos calzas. Las piedras fueron creadas para ser talladas y para hacer castillos, y Monseñor posee, en efecto, un castillo hermosísimo; el barón más poderoso de la provincia debe ser el que esté mejor alojado, y dado que los cerdos fueron hechos para ser comidos, comemos cerdo todo el año. Por consiguiente, aquellos que han afirmado que todo va bien han dicho una tontería: es preciso decir que todo va del mejor modo"». Cándido, expulsado del castillo del barón Thunder-tentronckle porque fue sorprendido en amorosa actitud con la señorita Cunegunda, es obligado a enrolarse en el ejército de los búlgaros (los prusianos) que están en guerra con los abaros (los franceses), y le dan una paliza horrorosa. «No hay efecto sin causa, pensaba Cándido. Todo se encuentra necesariamente ligado y ordenado en vista de lo mejor. Era necesario que yo fuese .expulsado de la presencia de Cunegunda, que fuese azotado y que mendigue el pan hasta que pueda ganármelo. Todo esto no podía ir de otra manera.» Cándido pensaba esto cuando se vio obligado a pedir limosna, después de haber huido de una sangrienta batalla: «En el mundo no hay nada más hermoso, ágil, brillante y bien ordenado que los dos ejércitos. Las trompetas, los pífanos, los oboes, los tambores y los cañones creaban una armonía como no podría oírse ni siquiera en el infierno. Los cañones dieron la señal de partida, despedazando a unos seis mil hombres por cada bando; luego, la mosquetería se llevó del mejor de los mundos posibles a aproximadamente nueve o diez mil tunantes que inficionaban su superficie. La bayoneta se convirtió en razón suficiente de la muerte de algunos millares de hombres. El todo se evaluó en unas treinta mil almas. Cándido, que temblaba como un filósofo, se escondió lo mejor que pudo durante esa carnicería heroica. Finalmente, mientras los dos reyes, cada uno en su propio campo, hacían entonar un Te Deum, decidió marchar a otro sitio para discutir sobre los efectos y las causas.» Después de diversas peripecias y de muchos dolores, Cándido vuelve a encontrar a Pangloss, completamente desfigurado, que le cuenta que Cunegunda «fue despanzurrada por los soldados búlgaros, después de haber sido violada lo mejor posible; rompieron la cabeza del barón, que quería defenderla; la baronesa fue despedazada [...] y, en cuanto al castillo no quedó piedra sobre piedra». Ante tales noticias, Cándido se desespera pregunta dónde está el mejor de los mundos y se desvanece. 146 Cuando vuelve en sí, oye que Pangloss le dice: «Pero hemos sido vengados, porque los abaros hicieron lo mismo en una baroma cercana, que pertenecía a un señor búlgaro.» Cándido entonces pregunta a Plangoss por qué está tan desfigurado. Pangloss le contesta que a causa del amor. «¿Cómo es posible -le replica Cándido- que una causa tan hermosa haya producido en vos un efecto tan horrible?» Pangloss le responde: «Apreciado Cándido, ¿tenéis presente a Pascuina, la graciosa camarera de nuestra augusta baronesa? Gusté entre sus brazos las delicias del paraíso, que ha producido estos tormentos del infierno, por los cuales me veis destruido. Ella estaba contagiada, y creo que debe haber muerto de ello. Pascuina recibió este regalo de un franciscano verdaderamente sabio que había querido remontarse a las fuentes: en efecto, la tomó de una vieja condesa que la había recibido de un capitán de caballería, quien la debía a una marquesa que era deudora a su vez de un paje, al cual le había llegado por medio de un jesuita que, siendo aún novicio, la había recibido por vía directa a través de uno de los compañeros de Cristóbal Colón. Por lo que a mí respecta, no la pasaré a nadie, ya que estoy a punto de morir.» Ante tal descripción de la sórdida historia, Cándido le pregunta a Plangoss si es el diablo el iniciador de tal genealogía. Empero, aquel «gran hombre» de Pangloss responde: «En absoluto, era una cosa indispensable, un ingrediente necesario en el mejor de los mundos. Hasta tal punto, que si Colón no hubiese recogido en una isla de América esta desventura que envenena la fuente de la generación, que a menudo impide la generación misma y es de manera evidente justamente lo contrario a la frontera de la naturaleza, no tendríamos ni el chocolate ni la cochinilla. Conviene señalar también que, hasta la fecha, en nuestro continente esta enfermedad es -como la controversiaexclusivamente nuestra. Los turcos y los indios, los persas y los chinos, los siameses y los japoneses aún no la conocen: pero existe una razón suficiente para que a su vez la conozcan dentro de pocos siglos. Mientras tanto, entre nosotros ha realizado progresos maravillosos, especialmente en estos grandes ejércitos formados por honrados mercenarios bien educados, gracias a los cuales se decide la suerte de los Estados; puede garantizarse que, cuando treinta mil hombres entablan una batalla contra un contingente similar de tropas, en cada bando hay veinte mil sifilíticos.» Al llegar al puerto de Lisboa, un anabaptista generoso y bueno -que había socorrido a Pangloss y a Cándido- muere Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ahogado al tratar de ayudar a un marinero que le había maltratado y que había caído al mar. «Cándido se acerca, ve a su bienhechor que sale un instante a la superficie y luego es engullido para siempre: quisiera arrojarse al mar tras él; el filósofo Pangloss se lo impide, demostrándole que la bahía de Lisboa había sido creada precisamente para que este anabaptista se ahogase allí.» Al entrar en la ciudad, de inmediato caen en la cuenta de que la tierra comienza a temblar, el mar se levanta hirviendo en el puerto y arranca las naves a la sujeción del anda; remolinos de llamas y cenizas cubren las plazas y las casas se derrumban. Treinta mil habitantes se ven aprisionados por los escombros. «Este terremoto no es cosa nueva, dice Pangloss; la ciudad de Lima pasó por lo mismo en América, el año pasado: idénticas causas, idénticos efectos. Sin duda alguna, debe haber un filón subterráneo de azufre, que va desde Lima hasta Lisboa.» «Nada más probable responde Cándido-, pero por favor ¡un poco de aceite y de vino!» «¿Cómo probable? -replicó Pangloss-; sostengo que se trata de cosa demostrada.» Las vicisitudes de ambos no acaban aquí. De lo dicho hasta ahora, se comprende qué es Cándido y qué quiso manifestar Voltaire a través de esta: obra. Después de otras turbulentas aventuras, los dos protagonistas llegan a Constantinopla (en realidad, Cunegunda no había muerto, pero se había vuelto extremadamente fea). Allí, Cándido, Pangloss y otro filósofo, Martín, se encuentran con un viejo sabio musulmán que no se interesa por la política ni discute sobre la armonía preestablecida, ni se inmiscuye en los asuntos de los demás. «Sólo poseo veinte yugadas, dice el sabio turco, que cultivo junto con mis hijos; el trabajo aparta de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad.» La sabiduría del viejo turco contagia en cierto modo a los tres filósofos. «Las grandezas -dice Pangloss- son muy peligrosas.» «También sé -afirma Cándido- que es preciso cultivar nuestro huerto.» Y Martín sostiene: «Trabajemos sin discutir; es la única manera de que la vida se vuelva soportable.» «Es preciso cultivar nuestro huerto»: no se trata de una huida ante las exigencias de la vida, sino del modo más adecuado para vivirla y para cambiar, en lo que nos sea posible, dicha realidad. No todo es mal y tampoco todo es bien. El mundo está lleno de problemas. La tarea de cada uno de nosotros consiste en no eludir nuestros propios problemas, sino afrontarlos, haciendo lo que esté a nuestro alcance para resolverlos. Nuestro mundo no es el peor 147 de los mundos posibles, pero tampoco es el mejor. «Es preciso cultivar nuestro huerto», hay que afrontar nuestros problemas, para que este mundo pueda mejorar paulatinamente o, al menos, no empeorar. 6.5. Los fundamentos de la tolerancia Para que este mundo fuese más civilizado y nuestra vida, más soportable, Voltaire combatió a lo largo de toda su existencia una gran batalla en favor de la tolerancia. La tolerancia, para Voltaire, tiene su fundamento teórico en el hecho de que, tal como demostraron «hombres como Gassendi y Locke, con nuestras propias fuerzas nada podemos saber acerca de los secretos del Creador». No sabemos quién es Dios, no sabemos qué es el alma, y muchas cosas más. Sin embargo, hay quien se arroga el derecho divino a la omnisciencia y de aquí surge la intolerancia. En la voz «tolerancia» del Diccionario filosófico podemos leer: «¿Qué es la tolerancia? Es la solución de la humanidad. Todos nos hallamos repletos de debilidades y errores: perdonémonos nuestras estupideces recíprocamente, es la primera ley de la naturaleza. En la Bolsa de Amsterdam, de Londres, de Surat o de Basora, el seguidor de Zaratustra, el baniano, el judío, el mahometano, el deísta chino, el brahmán, el cristiano griego, el cristiano romano, el cristiano protestante, el cristiano cuáquero trafican unidos durante todo el día: nadie alzará jamás el puñal en contra de otro, con objeto de ganar un alma para su propia religión. ¿Por qué, entonces, nos estamos degollando casi sin interrupción, a partir del primer concilio de Nicea?» Nuestro conocimiento es limitado y todos estamos sujetos al error: ésta es la razón de nuestra tolerancia recíproca. «En todas las demás ciencias estamos sujetos a error. ¿Qué teólogo tomista o escotista osaría defender seriamente que se encuentra del todo seguro de sus afirmaciones?» Las religiones, empero, están en guerra las unas contra las otras, y en el interior de cada religión las diversas sectas se combaten terriblemente entre sí. Es evidente, dice Voltaire, que «debemos tolerarnos mutuamente, porque todos somos débiles, incoherentes, sujetos a la inconstancia y al error. ¿Un junco que el viento hunda en el fango acaso puede decirle al junco que esté aliado suyo, hundido en diferente dirección: "Arrástrate como me arrastro yo, miserable, o te denunciaré para que te arranquen y te quemen"?» La intolerancia va unida a la tiranía y «el tirano es Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 148 aquel soberano que no conoce más ley que su capricho, que se apropia de los bienes de sus súbditos y luego los alista en la milicia para ir a apropiarse de los bienes de los vecinos». las razones que podrían justificar a dichos jueces; me he devanado los sesos para hallar el modo de excusarlos y no he encontrado otra cosa que motivos para diezmarlos». Volviendo a la intolerancia estrictamente religiosa, Voltaire sostiene que la Iglesia cristiana se ha visto casi siempre desgarrada por las sectas: «A menudo el mártir era considerado como un apóstata por sus hermanos, y el cristiano carpocraciano expiraba bajo el hacha del verdugo romano, excomulgado por su compañero ebionita, el cual a su vez era anatemizado por el sabeliano.» Según Voltaire, «una discordia tan terrible, que dura desde hace tantos siglos, es una lección muy clara de que debemos perdonamos mutuamente los errores: la discordia es la gran plaga del género humano y su único remedio es la tolerancia». Esta verdad es una verdad que todos aceptan, cuando piensan en ello y meditan a solas. «¿Por qué, entonces, estos mismos hombres que en privado admiten la indulgencia, la benevolencia y la justicia, se alzan públicamente con tanto furor en contra de estas virtudes? ¿Por qué? Porque su interés es su dios y todo lo sacrifican a este monstruo que adoran.» En el Tratado sobre la tolerancia Voltaire se expresa en los siguientes términos con respecto al proceso contra la familia Calas. 6.6. El caso Calas y el «Tratado sobre la tolerancia» Voltaire, a través de su Tratado sobre la tolerancia, llevó a cabo un ataque a dicho «monstruo», un ataque que hizo época y que aún hoy provoca debates. Hacia finales de marzo de 1762, un viajero que procedía del Languedoc se detuvo en Femey y relató a Voltaire un hecho que había conmocionado a la ciudad de Toulouse. Allí, hacía poco tiempo, el comerciante calvinista Jean Calas había sido sometido a torturas, colgado y quemado por orden del parlamento de la ciudad. Jean Calas -que había muerto perdonando a sus torturadores- había sido acusado de asesinar a su hijo Marc-Antoine, con objeto de impedirle el hacerse católico. En realidad, únicamente se trató de un caso de bárbara y cruel intolerancia religiosa. Una salvaje multitud de católicos fanáticos y jueces también fanatizados condenaron a un inocente. Bajo la emoción de estos hechos Voltaire escribió el Tratado sobre la tolerancia. Como se lee en una carta fechada el 24 de enero de 1763, escrita a un amigo, redacta su obra con el siguiente objetivo: «Ya no se puede evitar que lean Calas sea sometido al suplicio; pero es posible convertir en execrables a sus jueces, que es lo que yo me propongo. Así, me he empeñado en poner por escrito todas Todos los días se reunieron trece jueces para llevar a cabo el proceso. No había, no podía haber ninguna prueba contra la familia; pero la religión traicionada ocupaba el lugar de las pruebas. Seis jueces insistieron durante mucho tiempo pidiendo la condena de Jean Calas, de su hijo y de Lavaisse [un amigo de la familia Calas] al potro de tortura, y de la mujer de Jean Calas a la hoguera. Los otros siete, más moderados, querían por lo menos que la cuestión se sometiese a examen. Los debates fueron extensos y reiterados. Uno de los jueces, convencido de la inocencia de los acusados y de la imposibilidad del delito, habló con energía en favor de éstos; opuso el celo de la humanidad al celo de la severidad; se convirtió en defensor público de los Calas en todas las casas de Toulouse, donde el clamor incesante de la religión traicionada pedía la sangre de aquellos desgraciados. Otro de los jueces, famoso por su violencia, hablaba en la ciudad con tanta ira en contra de los Calas como entusiasmo ponía el primero en defenderles. El escándalo llegó a un grado tal que ambos fueron obligados a declarar su abstención del juicio, y se retiraron al campo. Empero, por una extraña desventura, el juez favorable a los Calas fue tan delicado como para persistir en su abstención, mientras que el otro volvió a dar su voto contra aquellos a quienes no debía juzgar. Este voto fue decisivo para la condena al potro, porque no hubo más que ocho votos contra cinco, pues uno de los jueces contrarios acabó por pasar -después de muchas discusiones- al bando de los más severos. Al parecer cuando se trata de un parricidio y de condenar a un padre de familia a la más atroz de las torturas, el juicio tendría que ser unánime, porque las pruebas de un crimen tan inaudito habrían de ser claramente evidentes para todos: la más mínima duda en un caso semejante serviría para que un juez echase a temblar antes de firmar una condena a la muerte. Cada día se nos hace sentir la debilidad de nuestra razón y la insuficiencia de nuestras leyes; pero su miseria se vuelve más evidente que nunca Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit cuando la mayoría de un solo voto condena al potro a un ciudadano. En Atenas se requerían cincuenta votos más que la mitad para pronunciar una condena de muerte. ¿Qué cabe deducir de ello? Que los griegos eran más sabios y más humanos que nosotros, cosa que sabemos inútilmente. Al hablar del caso Calas, Voltaire enumera una larga serie de horrores causados por el fanatismo y la intolerancia. ¿Cuál será el remedio contra esta dolencia tan salvaje? Esta es la respuesta sagaz y apasionada del sabio ilustrado: «El medio mejor para disminuir el número de los maníacos, si es que sigue habiéndolos, consiste en confiar esta enfermedad del espíritu al régimen de la razón, que de manera lenta pero infalible ilumina a los hombres. Esta razón más suave, es humana; inspira indulgencia; sofoca la discordia, consolida la virtud, vuelve agradable la obediencia a las leyes, asegurando su cumplimiento mejor que la fuerza. ¿Y no se tendrá en cuenta para nada el ridículo universal que hoy rodea al fanatismo? Este ridículo es una barrera poderosa contra los excesos de todos los sectores.» Contra los excesos, por ejemplo, de aquellos teólogos que están henchidos de fanatismo y de odio. Afortunadamente, «la controversia teológica es una enfermedad epidémica que se está acabando; esta plaga, de la que ya estamos curados, sólo exige un régimen de mansedumbre». Como es evidente, Voltaire se mostraba aquí muy optimista: la disputa teológica puede cambiar de ropaje y convertirse en disputa ideológica, siendo tan feroz como aquélla o incluso más. Esto fue lo que sucedió a continuación. En todo caso, para Voltaire «el derecho natural es aquel que la naturaleza impone a todos los hombres. Habéis criado a vuestro hijo, él os debe respeto porque sois su padre, y reconocimiento porque sois su bienhechor. Tenéis derecho a los productos de la tierra que habéis cultivado Con vuestras manos. Habéis dado y recibido una promesa y hay que cumplirla». El derecho humano, afirma Voltaire, «no puede fundarse en otra cosa que no sea este derecho natural; el gran principio, el principio universal de unos y otros, sobre toda la tierra, es: "No hagas lo que no quieras que te hagan a ti." Ahora bien, si se obedece este precepto, ningún hombre tendría que decirle a otro: "Cree lo que yo creo y lo que tú no puedes creer, o morirás." Esto es lo que se dice en Portugal, en España, en Goa. 149 En otros países, algunos se contentan con decir: "Cree, o te aborrezco; cree, o te haré todo el mal que esté a mi alcance; monstruo, no tienes mi religión, y por lo tanto, no tienes ninguna religión: ¡es preciso que tus vecinos, tu ciudad, tu provincia sientan horror ante ti!"» Si esta conducta fuese conforme al derecho humano, sería preciso -señala Voltaire- «que el japonés execrase al chino, el cual execraría a su vez al siamés; éste perseguiría a los habitantes de las tierras del Ganges, quienes a su vez se echarían sobre los que viven en el Indostán; un mongol le arrancaría el corazón al primer malabar que se encontrase; el malabar destrozaría al persa, quien se dedicaría a masacrar al turco; y todos juntos se precipitarían sobre los cristianos, que durante tanto tiempo se han devorado entre sí. Por lo tanto, el derecho a la intolerancia es algo absurdo y bárbaro: es el derecho de los tigres; es aún más horrendo, porque los tigres sólo se despedazan para comer, y nosotros nos exterminamos por simples párrafos». J. Benda sostuvo que las ideas de Voltaire inspiraron la legislación de la revolución francesa, las de la Tercera República, y se encuentran en la base de la teoría democrática. En realidad, «los grandes principios del Estado laico, de la soberanía popular, de la igualdad de derechos y de deberes, del respeto a las prerrogativas naturales de los individuos y de los pueblos, de la necesidad de una convivencia pacífica entre las diferentes opiniones en el seno de la vida social, de los imprescriptibles derechos a la libertad de pensamiento y de las ventajas de la libre crítica; la generosa y optimista noción de una lucha incesante contra los prejuicios y la ignorancia, y de una confiada propaganda difusora de la cultura, como instrumentos esenciales para el progreso de nuestra civilización: todas estas cuestiones -que habían sido tratadas con mayor o menor intensidad por muchos escritores del siglo XVIII y a veces incluso del XVII o del XVIfueron replanteadas por Voltaire, quien las renovó y defendió con una agudeza analítica tan clara y convincente, con una riqueza de referencia., históricas y de polémicas menciones a la realidad contemporánea, con un vigor sintético, una coherencia moral y una valentía tan notables, que su eficacia quedó multiplicada de golpe; cabe decir que sólo con él empezaron a fortalecerse y a pesar de un modo realmente decIsivo» (M. Bonfantini). 7. MONTESQUlEU: LAS CONDICIONES DE LA LIBERTAD Y EL ESTADO DE DERECHO Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 7.1. Su vida y el significado de su obra «Después de haber leído el Espíritu de las leyes, el naturalista Charles Bonnet escribió al autor: "Newton descubrió las leyes del mundo natural: vos, señor, habéis descubierto las del mundo intelectual." Sin llegar a tanto, Montesquieu -erudito, moralista, jurista, político, viajero, cosmopolita- en su obra maestra se había propuesto aplicar el método experimental al estudio de la sociedad humana; formular algunos principios universales para organizar con criterio lógico la infinita multiplicidad de los usos, las normas jurídicas, las creencias religiosas y las formas políticas; establecer, por último, las leyes objetivas de acuerdo con las cuales se articula de manera permanente -bajo la apariencia del azar- el variado comportamiento de los hombres. No rechazó la concepción maquiavélica de la política como fuerza, sino que la integró, a través de una pormenorizada consideración, junto con las otras infinitas causas -históricas, políticas, físicas, geográficas, morales- que actúan sobre los acontecimientos humanos. Trasladando al estudio de la sociedad los criterios propios del método experimental, fue uno de los padres de la sociología; sin embargo, en cuanto filósofo ilustrado, compartió la fe ilustrada en la perfectibilidad del hombre y de la sociedad. Renunció a la búsqueda de la mejor forma de Estado, tan frecuente en la literatura utópica, y trató de establecer en concreto cuáles son las condiciones que garantizan en los diversos regímenes políticos el optimum de la convivencia civil: la libertad. Su realismo y su relativismo se consolidan a través de otro intento normativo, con una invitación a la racionalización de las leyes y de las instituciones» (P. Casini). Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, nació en el castillo de La Brede, cerca de Burdeos, en 1689. Llevó a cabo sus estudios de derecho, primero en Burdeos y luego en París, y fue consejero (1714) y más tarde (1716) presidente de sección en el parlamento de Burdeos (antes de la revolución, los parlamentos franceses eran órganos judiciales). Montesquieu ocupó el cargo de presidente del parlamento hasta 1728, fecha en que -como entonces se solía hacer- vendió su cargo. Emprendió entonces diversos viajes por Italia, Suiza, Alemania, Holanda e Inglaterra. En este último país residió durante más de un año (1729-1731), y al estudiar la vida política inglesa, concibió aquella elevada opinión sobre sus instituciones políticas, que podremos comprobar en su 150 obra principal: El espíritu de las leyes. Regresó a Francia en 1731, estableciéndose en el castillo de La Brede, donde -aparte de algunos breves períodos en París, ya que en 1727 había sido elegido miembro de la Academia- vivió trabajando en sus distintas obras, hasta su fallecimiento ocurrido en 1755. Montesquieu escribió sobre temas diversos, tanto literarios como científicos, si bien su interés predominante -la ciencia política- ya se había manifestado en algunas de sus Lettres persanes, publicadas con carácter anónimo en 1721. En 1733 publicó las Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence y las Réflexions sur la Monarchie universelle. En 1748, después de veinte años de trabajo, publicó De l'esprit des loix (o como se escribe en francés contemporáneo, loís). A esta obra le siguieron en 1750 una Défense y los Eclaircíssements. Se ha perdido el Traité des devoirs (1725), del que sólo nos quedan unos cuantos fragmentos y un resumen. También poseen una cierta relevancia para la comprensión de sus ideas las Pensées que Montesquieu dejó en manuscrito. 7.2. Las razones de la excelencia de la ciencia En Montesquieu se pone de manifiesto la confianza ilustrada en la ciencia. En sus Discursos y memorias podemos leer: «La diferencia entre las grandes naciones y los pueblos salvajes se reduce al hecho de que aquéllas se han aplicado a las artes y a las ciencias, mientras que éstos las han descuidado por completo.» Las ciencias «resultan extremadamente útiles en la medida en que liberan a los pueblos de perniciosos prejuicios». Sin embargo, las razones que militan en favor del estudio de las ciencias no se reducen a esto: a) «la primera es la satisfacción interior que se experimenta al crecer la dignidad de la propia naturaleza, aumentando la inteligencia de un ser inteligente»; b) «la segunda es una cierta curiosidad que poseen todos los hombres y que jamás estuvo tan justificada como en nuestro siglo. Todos los días nos llegan noticias de nuevas ampliaciones en las fronteras de nuestro saber, los científicos se maravillan ante la vastedad de sus conocimientos, y la grandiosidad misma de sus éxitos les lleva en ocasiones a dudar de que sean reales»; c) «una tercera razón que nos debe animar a la investigación científica es la fundada esperanza de conseguir resultados positivos. El carácter extraordinario de las conquistas de nuestro siglo reside en el hecho Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de que ya no se trata de descubrir simples verdades, sino de cuáles son los métodos necesarios para probarlas; no se trata de una simple piedra, sino de los instrumentos y máquinas necesarios para construir el edificio completo. Un hombre se jacta de poseer oro; otro, de saberlo fabricar: resulta obvio que el verdadero rico es el segundo»; d) «una cuarta razón es nuestra propia felicidad. El amor a los estudios es la única de nuestras pasiones que, por así decirlo, es eterna; todas las demás nos abandonan a medida que la frágil máquina de la que surgen se acerca a su fin [...]. Por lo tanto, es necesario construirse una felicidad que nos acompañe en todas las edades: la vida es tan breve que no podemos conceder la más mínima importancia a una felicidad que, por lo menos, no dure lo mismo que nosotros». Más aún: e) «otra razón que nos debe alentar a aplicamos a los estudios es la utilidad que de ello puede extraer la sociedad de la que formamos parte; podremos añadir nuevas comodidades a las muchas de las que ya gozamos. El comercio, la navegación, la astronomía, la geografía, la medicina, la física han recibido un impulso muy vigoroso gracias al trabajo de quienes nos precedieron: ¿qué otro fin puede ser más noble, por lo tanto, que el trabajar para que los hombres que vengan después de nosotros sean todavía más felices que lo que nosotros hemos sido?» 7.3. Las «Cartas persas» La confianza que Montesquieu demuestra por las ciencias naturales es muy sólida. Su intención de investigar los acontecimientos históricos y sociales con el método característico de las ciencias naturales ya se puede constatar en las Cartas persas, donde aparecen también otros ingredientes de la mentalidad ilustrada. En realidad, «la tendencia a aplicar el método experimental a los fenómenos históricos sociales, la herencia escéptica y racionalista de los mécreants eruditos, la utilización de la ironía con funciones críticas y pragmáticas, se combinan de manera muy original en las Cartas persas [...], que bajo la apariencia de exotismo y con la función literaria acostumbrada en la novela epistolar, constituyeron en sentido estricto un manifiesto de la ilustración» (P. Casini). La ficción literaria consiste en que Usbek, joven persa ingenuo en apariencia pero en realidad agudo y despiadado, escribe cartas referentes al viaje de instrucción que realiza por Europa. En dichas epístolas fustiga los vicios de las clases dirigentes, ridiculiza al clero, muestra el carácter 151 despreciable de las discusiones teológicas, pone de manifiesto la corrupción de la corte y lo absurdo de las costumbres imperantes, denuncia el despotismo, se interesa por la condición de las mujeres, del derecho penal, de las finanzas, de las formas de gobierno y de los problemas demográficos. Posee gran interés la carta LXXXIII, en la que se plantea una concepción racionalista y naturalista de la justicia, típica de la filosofía ilustrada. Montesquieu escribe: «La justicia es una relación de conveniencia que existe realmente entre dos cosas: tal relación es la misma siempre, sea quien fuere el que la considera, sea Dios, sea un ángel o sea el hombre.» La justicia, en la vida social de los hombres, surge de la virtud y no de las leyes coercitivas del Estado. En este contexto resultan significativas las cartas XI-XIV, en las que se expone el apólogo de los trogloditas. Feroz, invencible y enemigo de cualquier norma de convivencia, el pueblo troglodita llega hasta el extremo de la destrucción general. Sin embargo, vuelve a resurgir y prospera gracias a la obra de dos hombres justos, cuyo ejemplo permite que nazca un pueblo nuevo, educado en la virtud de la justicia. Se admite de forma unánime que esto constituye una crítica a la tesis de Hobbes según la cual sólo puede obtenerse la paz de un pueblo mediante la fuerza del Estado que aplaca la furia de las pasiones egoístas. A continuación veremos una serie de observaciones que dan a entender el tono de la obra. Con respecto a las disputas teológicas, hallamos escrito: «Existe [...] una infinita cantidad de doctores, ocupados continuamente en plantear nuevas cuestiones acerca de la religión [...]. Te puedo asegurar que jamás ha existido un reino tan desgarrado por las guerras civiles como el de Cristo. Aquellos que ponen en circulación proposiciones nuevas son calificados de herejes [...], pero he oído decir que en España y en Portugal hay ciertos derviches que no entienden de razones y que hacen quemar a un hombre como si fuese un puñado de zarzas [...]. Veo aquí a mucha gente que está ocupada en disputas inacabables en torno a la religión; tengo la impresión, no obstante, de que rivalizan en observarla lo menos posible.» Con respecto a la intolerancia, se afirma: «Admito que las historias están llenas de guerras de religión. Pero si se observa con atención, no es la multiplicidad de religiones Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit lo que produjo tales guerras, es el espíritu de intolerancia característico de la secta que se consideraba dominante; es aquel espíritu proselitista que los judíos aprendieron de los egipcios y que más tarde se difundió -como una enfermedad epidémica- entre mahometanos y cristianos; en suma, se trata de aquella embriaguez del espíritu, cuyos avances acaban por provocar un eclipse total de la razón humana.» Por lo que se refiere a la mayor diferencia que existe entre la política asiática y la de algunos Estados europeos, Usbek sostiene: «Una de las cosas que más excitaron mi curiosidad al llegar a Europa fue la historia y el origen de las repúblicas. Tú sabes que la mayoría de los asiáticos ni siquiera posee la noción de un gobierno de esta clase ni tiene la imaginación suficiente como para llegar a pensar que puede existir, sobre la faz de la tierra, un gobierno que no sea el despótico.» Sobre los ingleses leemos: «No todos los pueblos de Europa están igualmente sujetos a sus príncipes; el impaciente humor de los ingleses, por ejemplo, no le permite a su rey hacer sentir demasiado su propia autoridad; las virtudes que menos aprecian son la sumisión y la obediencia. A este propósito, sostienen cosas realmente extraordinarias. Según ellos, sólo existe un vínculo que pueda unir de veras a los hombres: la gratitud [...]. Pero si un príncipe, en lugar de hacer que sus súbditos vivan felices, pretende ahogarlos y oprimirlos, desaparece todo motivo para obedecerle: ya no hay nada que los ate a él y los súbditos recobran su libertad natural. Sostienen, en efecto, que ningún poder ilimitado puede ser considerado como legítimo, precisamente porque su origen no puede haber sido legítimo. Dicen que no se puede atribuir a otro un poder mayor que el que tengamos nosotros sobre nosotros mismos. Ahora bien, no poseemos un poder ilimitado sobre nosotros: por ejemplo, no podemos quitamos la vida. Nadie, por lo tanto, tiene tal poder sobre la tierra, concluyen ellos.» A estos sentimientos de admiración hacia los ingleses, les corresponde una sarcástica ironía hacia el rey de Francia y hacia el papa. «El rey de Francia es el príncipe más poderoso de Europa. Aunque no posee minas de oro, como su vecino el rey de España, es más rico que éste porque sabe extraer oro de la vanidad de sus súbditos, que es más inagotable que una mina. Se le ha visto emprender y sostener largas guerras sin más recursos que la venta de títulos nobiliarios y, por un milagro del orgullo humano, sus tropas eran pagadas con regularidad, las fortalezas recibían suministros y las flotas estaban equipadas. Por lo demás, este reyes un gran mago: ejerce su poder sobre el espíritu de sus súbditos; les hace pensar lo que él 152 quiere [...]. Llega incluso a hacerles creer que es capaz de curarlos de toda clase de males por el mero hecho de tocarles, tan grande es la fuerza y el poder que tiene sobre los espíritus.» Sin embargo, aunque el rey de Francia es un gran mago, en opinión de Montesquieu hay otro mago todavía más notable que él. «Este mago es el papa. Logra hacer creer que tres y uno son la misma cosa, que el pan que se come no es pan, o que el vino que se bebe no es vino, y otras mil cosas de este tipo [...]. El papa es el jefe de los cristianos. Se trata de un viejo ídolo, al que se incensa por costumbre. Hubo un tiempo en que los príncipes le temían […] pero ahora ya no causa temor a nadie. Pretende ser el sucesor de uno de los primeros cristianos, que se llamaba san Pedro; se trata, sin duda, de una rica herencia: posee inmensos tesoros y es dueño de un gran país.» Acerca del cristianismo hallamos observaciones como las siguientes: «Sabrás [...] que la religión cristiana está sobrecargada de una infinidad de prácticas cuyo cumplimiento es muy difícil; por lo tanto, se ha pensado que resultaba más fácil obtener una dispensa de los obispos, que no poner en práctica todos esos preceptos, lo cual se ha hecho en aras de la utilidad pública. De modo que si se quiere evitar el cumplimiento del Ramadán, substraerse a las formalidades del matrimonio, renunciar a un voto, desposarse en contra de las prohibiciones de la ley, o incluso faltar a los propios juramentos, se acude al obispo o al papa, que enseguida conceden la dispensa.» 7.4. El «Espíritu de las leyes» El análisis empírico de los hechos sociales -que se pone de manifiesto en las Cartas persas, está presente en las Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia- también es un elemento característico del Espíritu de las leyes. En efecto, esta obra «responde a la exigencia, que cada vez madura más en el pensamiento de Montesquieu, de estudiar las leyes de la vida social y política mediante la observación directa y empírica, y no con el método apriorístico y abstracto de los ilustrados. Dichas leyes ya no se entienden como principios racionales e ideales, sino como relaciones constantes entre fenómenos históricos» (G. Fassó). Montesquieu escribe: «Muchas son las cosas que gobiernan a los hombres: los climas, las religiones, las leyes, las máximas de gobierno, los ejemplos de las cosas pasadas, las costumbres, los usos... y de todo esto surge un espíritu general.» Por «espíritu de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit las leyes» hay que entender las relaciones que caracterizan a un conjunto de leyes positivas e históricas que regulan los intercambios humanos en las diversas sociedades. La ley en general es la razón humana, en la medida en que gobierna a todos los pueblos de la tierra; las leyes políticas y civiles de cada nación son aquellos casos particulares en los que se aplica dicha razón humana. Estas deben adaptarse tan perfectamente al pueblo para el que han sido elaboradas que, sólo en casos muy infrecuentes, las de una nación pueden convenirle a otra [...]. Deben hacer [...] referencia a la geografía física del país; al clima, glacial, tórrido o templado; a la calidad, situación y tamaño del país, al género de vida de sus pueblos, campesinos, cazadores o pastores; deben estar relacionadas con el grado de libertad que la constitución puede tolerar; con la religión de los habitantes, con sus inclinaciones, sus riquezas, su cantidad, su comercio, sus costumbres y sus usos. En fin, están en relación entre sí y con sus orígenes; con los propósitos del legislador, con el orden de las cosas sobre las cuales se fundamentan. En consecuencia, es necesario estudiarlas bajo todos estos diferentes aspectos. Esta es la empresa que intenté en mi obra. Examinaré todas estas relaciones: su conjunto constituye lo que denomino el espíritu de las leyes. Por lo tanto las leyes son diversas en cada pueblo, dependen del clima, las tareas básicas, la religión, y así sucesivamente. Montesquieu no se enfrenta con un esquema apriorístico -abstracto y absoluto- a la masa Inmensa de hechos empíricos que conciernen las leyes de los diferentes pueblos. Sin embargo, impone un orden a la ilimitada serie de observaciones empíricas apelando a principios concretos que, no sólo sirven para ordenar las mencionadas observaciones empíricas, sino que también reciben de éstas un fuerte respaldo empírico. Estos son los esquemas ordenadores de Montesquieu: «Existen tres géneros de gobierno: el republicano, el monárquico y el despótico [...]. El gobierno republicano es aquel en el cual el pueblo en su totalidad o una parte de él- posee el poder soberano el monárquico es aquel en el que gobierna uno solo, pero basándose e leyes fijas e inmutables; mientras que en el despótico también gobierna uno solo, pero sin leyes ni reglas, decidiendo todas las cosas fundándose en su voluntad y en su capricho.» Estas tres formas de gobierno poseen unos principios éticos correspondientes: la virtud, para la forma republicana; el honor, para la monárquica, y el temor, 153 para la despótica. La forma o naturaleza del gobierno «es aquello que lo hace ser tal, el principio que le lleva a actuar. Una cosa es su estructura peculiar, y otra, las pasiones humanas que lo mueven». Es obvio, dice Montesquieu, que las leyes deben estar relacionadas con el principio del gobierno y con su naturaleza. Para que se vea con más claridad, «no hace falta demasiada probidad para que un gobierno monárquico o despótico puedan mantenerse y defenderse. La fuerza de las leyes en aquél, y el brazo amenazador del príncipe en éste, regulan y gobiernan todas las cosas. En un Estado popular, empero, hace falta otro resorte, la virtud. Esta aserción es conforme a la naturaleza de las cosas y además se ve confirmada por toda la historia universal. En efecto, es evidente que en una monarquía, donde quien manda cumplir las leyes se considera por encima de éstas, se necesita menos virtud que en un gobierno popular, donde quien manda cumplir las leyes es consciente de que también él está sometido a ellas y sabe que debe soportar su peso [...]. Cuando dicha virtud desaparece, la ambición entra en los corazones más proclive s a ella y la avaricia se adueña de todos. Las aspiraciones se dirigen hacia otras finalidades: lo que antes se amaba, ahora se menosprecia; antes se era libre bajo las leyes, ahora se quiere ser libre contra las leyes». Por lo tanto, tenemos tres formas de gobierno inspiradas por tres principios. Estas tres formas de gobierno pueden corromperse, y «la corrupción de un gobierno comienza casi siempre por la corrupción de su principio». Por ejemplo, «el principio de la democracia no sólo se corrompe cuando se pierde el espíritu de igualdad, sino también cuando se propaga un espíritu de extremada igualdad y todos pretenden ser iguales a aquellos que eligió para mandar». Montesquieu aclara en los siguientes términos este importante pensamiento: «Tan lejos como el cielo de la tierra, el verdadero espíritu de igualdad está alejado del espíritu de extremada igualdad. El primero no consiste en absoluto en que todos manden, o que nadie sea mandado, sino en obedecer y mandar a iguales. No pretende en absoluto carecer de amos, sino en tener a iguales por amos [...]. El lugar natural de la virtud se halla aliado de la libertad, pero no puede sobrevivir junto a la libertad excesiva, al igual que no puede sobrevivir en la esclavitud.» Por lo que, en segundo lugar, hace referencia al principio monárquico, éste «se corrompe cuando las máximas dignidades se convierten en símbolo de la máxima esclavitud, cuando los grandes se ven privados del respeto popular y se Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit transforman en viles instrumentos de un poder arbitrario. Se corrompe aún más cuando se contrapone el honor a los honores, y se puede estar al mismo tiempo cubierto de cargos y de infamia». Por último, «el principio del gobierno despótico se corrompe de manera incesante, porque se halla corrompido por su propia naturaleza». 7.5. La división de poderes: el poder que frena el poder La principal obra de Montesquieu no es únicamente un análisis descriptivo y una teoría política explicativa: También se halla dominada por la gran pasión de la libertad. Montesquieu elabora el valor de la libertad política buscando en la historia y estableciendo mediante la teoría cuáles son las condiciones efectivas que permiten disfrutar de libertad. Montesquieu explicita este interés predominante en el capítulo que dedica a la monarquía inglesa y en el que se desconoce el Estado de derecho que se había configurado después de la revolución de 1688. Más en particular Montesquieu analiza y expone la noción de división de los Poderes, factor clave para la teoría del Estado de derecho y para la práctica de la vida democrática. Montesquieu afirma: «La libertad política no consiste en absoluto en hacer lo que se quiere. En un Estado, en una sociedad en la que hay leyes, la libertad no puede consistir en otra cosa que en poder hacer aquello que se debe querer y en no estar obligados a hacer aquello que no se debe querer […]. La libertad es el derecho de hacer todo lo que permiten las leyes.» En este sentido, propio de Locke, no se trata de que las leyes limiten la libertad, sino que la garantizan a todos los ciudadanos: éste «es el principio del constitucionalismo moderno y del Estado de derecho. En efecto, Montesquieu se remite a Locke ya la experiencia constitucionalista de Inglaterra, cuya forma de gobierno considera óptima, gracias a la división de los tres poderes del Estado legislativo, ejecutivo y judicial- que en ella se aprecia y que considera como condición política y jurídica para que exista libertad» (G. Fasso). Dicha división es una condición para la libertad porque «para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por medio de la disposición de las cosas, el poder frene al poder. » 154 En todo Estado, dice Montesquieu, existen tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial. «En virtud del primero, el príncipe o el gobernante hace leyes, que tienen una duración limitada o ilimitada, y rectifica o abroga las hechas anteriormente. En virtud del segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, garantiza la seguridad, previene las invasiones. En virtud del tercero, castiga los delitos o juzga los litigios entre particulares.» Una vez que ha establecido estas definiciones, Montesquieu afirma que «la libertad política en un ciudadano es aquella tranquilidad de espíritu que procede de la convicción que tiene cada uno sobre su propia seguridad; para que se goce de dicha libertad, es preciso que el gobierno esté en condiciones de liberar a cada ciudadano del temor a los demás». Ahora bien, si el objetivo consiste justamente en la libertad, «cuando en una misma persona o en el mismo cuerpo de gobernantes se une el poder legislativo con el poder ejecutivo, deja de haber libertad; porque aparece la legítima sospecha de que el monarca o el parlamento promulguen las leyes tiránicas, para luego exigir su cumplimiento de un modo tiránico». Tampoco tendremos libertad «si el poder de juzgar no está separado del poder legislativo y del ejecutivo. En efecto, si estuviese unido al poder legislativo, existiría una potestad arbitraria sobre la libertad de los ciudadanos, en la medida en que el juez sería al mismo tiempo legislador. Y si estuviese unido al poder ejecutivo, el juez tendría la fuerza de un opresor». Finalmente, «todo se habría [...] perdido, si un mismo hombre o un mismo cuerpo de gobernantes, de nobles o del pueblo ejerciese al mismo tiempo los tres poderes: el de hacer leyes, el de exigir el cumplimiento de los mandatos públicos y el de juzgar los delitos o los litigios entre particulares». Montesquieu reconoce que, mientras que en los turcos (donde los tres poderes se reúnen en el sultán) se da «un despotismo espantoso», en la mayoría de los reinos europeos, en cambio, «el gobierno es moderado porque el príncipe -que detenta los dos primeros poderes- permite a sus súbditos el ejercicio del tercero». Y añade: «No me corresponde a mí el juzgar si los ingleses gozan o no en la actualidad de esta libertad. Me basta con afirmar que se halla sancionada por sus leyes y no me preocupo de otras cosas.» Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 155 LA ILUSTRACIÓN INGLESA Historia del Pensamiento Filosófico y Científico Giovanni Reale – Dario Antisieri 1. LA CONTROVERSIA SOBRE EL DEÍSMO y LA RELIGIÓN REVELADA 1.1. John Toland: el cristianismo sin misterios De lo dicho hasta ahora puede deducirse con facilidad que la ilustración mostró en Francia sus aspectos más brillantes, más variados, más conocidos y en cierta forma más influyentes. No hemos de olvidar, sin embargo, que los temas difundidos por la Enciclopedia de Diderot y d'Alembert tienen su origen sobre todo en las imágenes (además de en los contenidos) de la ciencia de Newton y de Robert Boyle (quien, en el Químico escéptico, había combatido la vieja doctrina de los elementos y había definido de manera operativa el elemento, como aquello que resistía a la descomposición mediante el fuego) y en las teorías gnoseológicas y políticas de Locke (quien, según Boyle, había vuelto a asumir la distinción entre cualidades primarias: extensión, figura, solidez, movimiento, etc. y cualidades secundarias: colores, sonidos, olores, sabores, ...). Estrechamente vinculada con los avances del empirismo, la ilustración inglesa plantea a través de la polémica entablada en torno a la primacía de la religión natural o de la revelada, una de sus manifestaciones más interesantes y conocidas. La obra Cristianismo sin misterios, de John Toland, fue el punto de referencia para los deístas ingleses. De origen irlandés, Toland nació en 1670 y murió en 1722. A los 16 años abandonó el catolicismo y se hizo protestante. Estudió en Glasgow, Leiden y Oxford. Leibniz apreció mucho los trabajos de Toland, gracias a lo cual éste conquistó los favores de Ia reina Sofía Carlota de Prusia, que había sido alumna de Leibniz. Cristianismo sin misterios se publicó en 1696 y en 1704 aparecieron las Cartas a Serena, donde Serena representa a la reina Sofía Carlota. Toland adquirió una gran notoriedad gracias a la obra Cristianismo sin misterios: este libro se consolidó como texto clásico del deísmo. Esto hizo que Toland tuviese que soportar asimismo gran parte de los ataques que desencadenaron con a el deísmo los defensores del cristianismo, entendido como religión positiva. ¿Qué sostenía Toland en su Cristianismo sin misterios? Con su obra, en realidad, Toland sigue las huellas de Locke, quien en La razonabilidad del cristianismo había tratado de armonizar la razón y la fe cristiana. Toland, empero, va mucho más allá que Locke. En lugar de poner de acuerdo religión y fe, convierte la razón en tribunal de la fe y elimina del cristianismo todos los elementos de misterio, reduciendo toda la fe a los límites de la razón. El cristianismo, según Toland, no es en absoluto misterioso; así lo afirma el título de su obra, que lleva este subtítulo tan significativo: «Tratado en el que se demuestra que en el Evangelio no hay nada contrario a la razón, ni por encima de ella: y que ninguna doctrina cristiana puede ser llamada propiamente misterio.» Si se someten al examen de la razón aquellos que pasan por misterios, pueden explicarse y comprenderse a plena satisfacción: ésta es la tesis central de Toland. Cuando hablamos de «misterio», dice Toland, entendemos dos cosas: el misterio como algo contrario a la razón, y entonces es algo que carece de sentido y que debe rechazar sin más un debate riguroso; o bien el misterio es algo que todavía no ha sido aclarado y explicado, y entonces hay que convertirlo en objeto de investigación para explicarlo racionalmente. A juicio de Toland, las doctrinas del cristianismo son misteriosas únicamente en el segundo sentido, es decir, no son en absoluto misteriosas. Haciéndose eco de Newton, Toland escribe: «Yo elimino de mi filosofía todas las hipótesis.» Está convencido de que «lo que la religión nos revela, puesto que es utilísimo y necesario, debe ser conocido con facilidad y mostrarse coherente con nuestras nociones habituales». No debe ser ininteligible nada de lo que entra en nuestro conocimiento; y en el Evangelio no habría nada inconcebible o incoherente. Sin lugar a dudas, el Evangelio se dio a conocer de una forma adecuada para divulgar ciertas verdades ante grandes masas de personas. El cristianismo positivo, empero, no es ni más ni menos que la expresión de la religión natural, esto es, de la religión cuyos principios son perfectamente alcanzables mediante la razón «no hay nada más fácil de comprender que los atributos de Dios». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit La religión natural, más allá de los cultos, las instituciones y las creencias propias de las religiones positivas, es la que domina en el corazón de Toland. Con objeto de que dicha religión pueda salir a la superficie se hace preciso un gran esfuerzo y un ejercicio tenaz de la razón, para que nos demos cuenta de todas las supersticiones y prejuicios que aprisionan nuestra mente. En realidad, escribe Toland en las Cartas a Serena, «apenas vemos la luz, el gran engaño comienza a llenamos de ilusiones por todas partes. La comadrona me pone en el mundo con ceremonias supersticiosas y las comadres que asisten al parto utilizan mil palabras mágicas para alejar el infortunio o para procurar la felicidad al niño [...]. También el clérigo, en muchos aspectos, interviene en estas supersticiones, con el fin de ponerlo cuanto antes a su servicio, y pronuncia ciertas fórmulas verbales y muchos potentes encantamientos, utilizando los símbolos paganos de la sal y el aceite». Inmediatamente después del nacimiento, prosigue Toland, «somos confiados a nodrizas, mujeres ignorantes y llenas de la más indigna vulgaridad, que nos infunden sus errores junto con su leche, asustándonos para que estemos quietos, como amenazas de espantajos y cocos [...] nos asustan con historias de espíritus y brujas, haciéndonos creer que todos los lugares solitarios están frecuentados por espectros y que las potencias invisibles son activas e invisibles durante la noche [...]. De las manos de nuestras nodrizas regresamos después a casa, donde somos arrojados a manos aún peores, entre servidores ociosos e ignorantes, cuyas principales maneras de entretenernos consisten en cuentos de hadas, trasgos, brujería, espíritus errantes, adivinos, astrólogos que hay que consultar y otras quiméricas historias de esta clase». La escuela tampoco es un lugar mejor para educar a la razón, porque allí «toda la juventud se ve tan corrompida como en su casa y no oye hablar de otra cosa que no sean demonios, ninfas, genios, sátiros, faunos, apariciones, profecías, transformaciones y otros milagro fantásticos». Más tarde se frecuenta la universidad; según Toland, «la universidad es el más fecundo vivero de prejuicios, el mayor de los cuales es el que lleva a pensar que allí aprendemos todo, aunque en realidad no. se nos enseña nada nos limitamos a recitar de memoria, con gran segundad, las precarias nociones de nuestros sistemas». Además, como si todo esto no fuese suficiente para corromper nuestras inteligencias, «hay determinadas personas 156 pagadas y apartadas, en la mayoría de las comunidades del mundo, no para iluminar al resto del pueblo, sino para que se mantenga en sus errores. Lo que digo quizá se considere una afirmación excesiva, pero ¿acaso no puede aplicarse al clero ortodoxo?» Los predicadores narran cada día, desde el púlpito, las cosas más extrañas; ninguno puede contradecirles y así transmiten sus propias opiniones «como si fuesen verdaderos milagros de Dios». Algunos llegan, sin duda, a comprender que nos encontramos inmerso s en un mar de mitos, prejuicios y supersticiones, pero quizás estas personas no tienen la suficiente valentía como para alzarse contra la opinión predominante y así se adaptan a las opiniones más frecuentes «por temor a perder las fortunas, la tranquilidad, la reputación o la vida». Esto «fortalece a los demás en sus prejuicios». Entre los prejuicios más fuertes se cuentan «las costumbres civiles» y «los ritos religiosos» de la sociedad en que somos educados. A esto «se añaden [...] nuestros propios temores y nuestra vanidad, nuestra ignorancia de las cosas del pasado, la incertidumbre del tiempo presente y la anhelante curiosidad acerca del porvenir, nuestro apresuramiento en el juzgar, la frivolidad en el asentir y la falta de una debida ponderación en el examinar». Después de todas estas consideraciones, Toland admite que para un hombre resulta casi imposible «huir al contagio y obtener o preservar la libertad; ya que todos los demás hombres del mundo están de acuerdo en la misma conspiración para engañarle». A primera vista puede parecer que el hombre carente de prejuicios posee muy pocas ventajas sobre los demás, «pero el cultivo de esta razón constituirá la principal ocupación de su vida. Si por un lado considera que nada puede igualar su serenidad y alegría interiores, al ver que todos los otros hombres se arrastran en la oscuridad, perdidos en laberintos inextricables, atormentados por continuos temores y nada seguros de que su desgracia tenga fin, ni siquiera con la muerte. En cambio, él se encuentra completamente seguro gracias al recto uso de su inteligencia contra estos vanos ensueños y fantasmas terribles, satisfecho con lo que ya conoce y alegre por sus nuevos hallazgos, sin dedicarse a pensar en cosas inescrutables; no es arrastrado como un animal por la autoridad o por la pasión, sino que da leyes a sus propias acciones como un hombre libre y razonable». Como un hombre, pues, que ha convertido su propia razón en guía de su vida y la ha erigido como tribunal de todas las cosas, incluida la revelación. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 1.2. Samuel Clarke y la prueba de la existencia de un Ser necesario e independiente. Cristianismo sin misterios, de Toland, se publicó en 1696. Al año siguiente aparecieron otros dos escritos en contra del deísmo de Toland: la Respuesta a Toland, de Peter Browne, y Sobre razón y fe en relación con los misterios del cristianismo, de John Norris. Browne sostenía que la razón humana no puede conocer la esencia de Dios ni tampoco sus atributos. Norris, por su parte, afirmó que a diferencia de Toland había que distinguir entre verdades por encima de la razón y verdades contrarias a la razón. Más adelante, en 1705, apareció el Discurso sobre el ser y los atributos de Dios, de Samuel Clarke (1675-1729). El verdadero inspirador de Clarke fue Newton, a quien defendió de los ataques de Leibniz y cuya Óptica tradujo al latín. De una forma rigurosamente silogística, Clarke se propuso sostener que, aunque la esencia de Dios sea indemostrable, pueden demostrarse su existencia y sus atributos. Asimismo, también es demostrable la libertad de Dios, ya que es libre de determinarse por sí solo. En opinión de Clark y contrariamente a lo que suponía la necesidad afirmada por Spinoza, el hombre también es libre. Estas son algunas de las consideraciones de Clarke: «Mi primera propuesta, que no puede ponerse en duda, es que resulta absolutamente necesario que algo haya existido desde toda la eternidad [...]. En efecto, dado que existe algo actualmente, es evidente que siempre existió algo. Si así no fuera, habría que afirmar que las cosas que existen actualmente han salido de la nada y su existencia no tiene la más mínima causa; esto sería una pura contradicción.» Una vez que se ha establecido esta primera proposición, Clarke pasa a la segunda, según la cual «debe haber existido desde toda la eternidad un ser independiente e inmutable». «Suponer una serie infinita de seres dependientes y sujetos a mutación, que se han ido produciendo el uno al otro hasta el infinito, sin una causa original, no significa sino hacer retroceder una y otra vez la objeción, perdiendo de vista la cuestión que hace referencia al fundamento y a la razón de la existencia de las cosas.» La tercera proposición indica que «este ser independiente e inmutable, que existió desde toda la eternidad sin haber tenido una causa externa de su propia existencia, existe necesariamente y por sí mismo». En realidad, concluye Clarke, «la mera idea de un ser que exista 157 necesariamente y por sí mismo es la idea de un ser cuya existencia no se puede negar sin incurrir en una contradicción expresa». Por lo tanto, la razón puede llegar a la existencia y a los atributos (infinitud, eternidad, independencia, etc.) de Dios. Si esto es así, ¿cómo se justifica la revelación? La revelación, contesta Clarke, esclarece y explicita mejor las leyes naturales de la moral. Por otra parte, Dios no puede ser obligado por nadie a revelarse a todos los pueblos; el cristianismo, según Clarke, es una auténtica revelación divina porque sus enseñanzas morales son perfectamente racionales. Uno de los seguidores de Clarke fue William Wollaston (1659-1724), autor de La religión de la naturaleza, libro publicado en 1722 y que en aquella época tuvo una gran difusión. Wollaston centra su atención en el hecho de que Dios no puede querer el sufrimiento y el resto de los males que los hombres soportan cada día de su vida. Por consiguiente, si el mundo está lleno de dolor, esto quiere decir que el plan de la bondad misericordiosa de Dios tendrá que realizarse después de la muerte. De esta manera Wollaston demuestra la inmortalidad del alma. 1.3. Anthony Collins y la defensa del libre pensamiento Anthony Collins (1676-1729), vástago de una familia noble, fue discípulo de Locke y en 1713 publicó un ensayo destinado a provocar una gran polémica: el Discurso sobre el libre pensamiento. Collins escribe: «Por libre pensamiento" entiendo "el uso del intelecto en esforzarse por hallar el significado de cualquier proposición, en el considerar la naturaleza de la evidencia a favor de ella o en contra de ella, y en juzgada conforme a la fuerza o a la debilidad de la evidencia que muestra". Esta definición no puede [...] serme objetada por los enemigos del libre pensamiento, ya que no incluye el crimen que ellos reprochan a los librepensadores, para hacerlos odiar por la gente que no piensa.» En lo que concierne a las razones que fundamentan el libre pensamiento, Collins argumenta lo siguiente: «1) Si Dios nos exige el conocimiento de algunas verdades, si el conocimiento de otras verdades es útil para la sociedad y si el desconocimiento de toda verdad nos está prohibido por Dios o nos es perjudicial, entonces tenemos el derecho de conocer todas las verdades, tenemos el derecho de pensar libremente. 2) Al igual que en las artes Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit manuales únicamente a través de pruebas libres, comparando y experimentando con todas las cosas, llegamos a conocer lo que es mejor y más perfecto para cada arte, también en las ciencias sólo podemos lograr la perfección mediante el libre pensamiento. 3) Si los hombres descuidan el pensar o llegan a convencerse de que no tienen derecho a pensar con libertad, no sólo no conseguirán ninguna perfección en las ciencias, sino que deben -si quieren tener opiniones- incurrir en los mayores absurdos imaginables, tanto en la teoría como en la práctica. ¡Cuántas absurdas nociones sobre la divinidad han prevalecido a veces, no sólo entre los paganos, sino también entre los cristianos!» El libre pensamiento consiste en un análisis no preconcebido del significado, las razones o las pruebas en contrario, que respaldan o niegan una teoría determinada. Collins considera carentes de toda razón las numerosas opiniones «absurdas» y «contrarias a las nociones más obvias del sentido y de la razón» que «abundan en toda la Iglesia cristiana, desde hace muchos siglos». He aquí algunas de esas ideas absurdas y sin fundamento, en opinión de Collins: «La infalibilidad colocada en una única persona o en un concilio, el poder de salvar o de condenar que se concede a los sacerdotes, la adoración de imágenes, pinturas, santos y reliquias, y un millar de otros absurdos tan enormes como nunca había prevalecido en ninguna nación pagana.» Todo esto ha sucedido precisamente porque el libre pensamiento se ha visto obstaculizado. «¿Cuántos absurdos se han dado en la moral, la astronomía, la filosofía natural y todas las demás ciencias? Los antiguos Padres consideraban que, en todos los casos, la autodefensa era ilegítima; consideraban que las segundas nupcias eran una especie de adulterio; se suponía que las leyes de Dios prohibían la usura. Resistirse a aceptar esto equivalía a situarse en las antípodas, era una herejía; y Galileo, durante el sIglo pasado, fue encarcelado por afirmar que la tierra se mueve.» En opinión de Collins, los sacerdotes católicos y los pastores luteranos son culpables de las ideas más absurdas porque han prohibido el libre pensmiento: renuncian a su propia razón y pretenden que sus fieles también lo hagan, y en su descaro teológico se parecen «a aquella mujer que, cuando su marido la encontró en el lecho con un sacerdote, le explicó que aquello sólo había sido un engaño del diablo para escarnecer a un hombre de Dios y que ella esperaba que él creyese a su querida esposa y no a sus propios ojos». Los adversarios del libre pensamiento se esfuerzan de modo incesante por encadenar al hombre en el uso de sus facultades. Empero, se 158 pregunta Collins, «¿qué podría resultar más absurdo? No tengo otro camino para distinguir la verdad de la falsedad, o para saber si me hallo en estado de salvación o de peligro, si no es usando el intelecto y la razón que Dios me proporcionó». El ejercicio del libre pensamiento es algo acorde con la voluntad divina, y «el pensar libremente, por lo que enseña la experiencia, es el único medio apropiado para destruir el dominio del diablo sobre los hombres, cuyo dominio y poder se halla más o menos extendido, según el grado en que el libre pensamiento lo ataque o lo permita; todos los demás medios que se han empleado en su contra -exorcizarlo de manera milagrosa, multiplicando los sacerdotes, aumentando el poder de éstos y empleando su poder temporal- a menudo han servido para aumentar la potencia del diablo, pero jamás la han destruido del todo». Collins se mostró crítico ante las profecías en su obra Fundamentos y razones de la religión cristiana (1724), y en su Investigación filosófica sobre la libertad humana (1717) negó en cierta forma el libre albedrío. «En primer lugar, aunque niego el libre albedrío en uno de los significados de esta palabra, lucho sin embargo a favor de la libertad, en la medida en que significa el poder que tiene un hombre de hacer lo que quiere y lo que le place [...]. En segundo lugar, cuando afirmo que me veo obligado por la necesidad, únicamente lo sostengo en lo referente a la llamada "necesidad moral", entendiendo a través de esto que el hombre ser inteligente y sensible- está determinado por su razón y por sus sentidos; niego, en cambio, que el hombre esté sujeto a una necesidad como la de los relojes, los despertadores y otros objetos semejantes, los cuales, al no tener sensaciones ni inteligencia, están sujetos a una necesidad absoluta, física y mecánica.» Collins no considera que su determinismo psicológico sea algo contrario a la moral. Más aún, constituye el mejor camino para salvar la moral, ya que muestra que la acción humana está determinada por motivaciones racionales y no sigue en absoluto la irracionalidad o los juegos del azar. Atacado desde diversos frentes, Collins recibió duras críticas-ya en 1713, formuladas por Richard Bentley (16621742), quien en su escrito Notas sobre un discurso muy reciente sobre el libre pensamiento afirmó que la investigación sobre la Biblia requería instrumentos filológicos bastante más serios que los que poseía Collins, mencionando toda una sarta de errores filológicos cometidos por éste. Otro crítico de Collins fue Jonathan Swift, que -ironizando sobre las tesis de dicho autor- escribió en El discurso sobre el libre pensamiento de Collins reducido a palabras Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit lisas y llanas que «la masa del género humano está tan dispuesta a pensar como a volar». 1.4. Matthew Tindal y la reducción de la revelación a la religión natural. Thomas Woolston (1669-1733) fue quien siguió con más fidelidad a Collins y aplicó sus teorías a las narraciones de milagros, en sus Seis discursos sobre los milagros, publicados en el período que transcurre entre 1727 y 1730. Según Collins, los milagros son falsedades o bien hay que concebirlos como alegorías. Por ejemplo, la resurrección no sería más que una invención de los discípulos de Cristo. También las profecías serían alegóricas. Con motivo de estas ideas, Woolston fue condenado a pagar una multa y a pasar un año en la cárcel. Fue defendido por Clarke y por Whiston (1667-1752); este último era el teólogo y físico que había sucedido a Newton en la cátedra de Cambridge. Woolston no pudo pagar la multa y murió en prisión. Esto ocurrió a pesar de la Toleration Act. También es preciso señalar que las controversias originadas por las ideas de Woolston llamaron la atención de Voltaire, quien en aquella época se encontraba en Inglaterra. En 1730 también se publicó otra obra clásica del deísmo inglés, El cristianismo, tan viejo como la creación, de Matthew Tindal (1653-1733). Tindal, antes de este escrito, había publicado otros ensayos, donde -desarrollando la unión entre iusnaturalismo y deísmo- se había convertido en paladín de la libertad religiosa en el ámbito político. Recordemos su Ensayo sobre la obediencia a los poderes supremos (1694) y su Ensayo sobre el poder del gobernante y los derechos de la humanidad (1697), donde Tendal elabora las teorías políticas y religiosas de Locke. En este último trabajo leemos: «Por "religión" entiendo la creencia en un Dios, y la noción y la práctica de aquellos deberes que son consecuencia del conocimiento que tenemos de él y de nosotros mismos, y de la relación en que nos encontramos con él y con nuestras compañeras las criaturas, o en resumen, de todo lo que parece -en virtud de una evidencia convincente- que es nuestro deber creer o practicar.» Existen, pues, leyes naturales establecidas por Dios (por ejemplo, «la ley de la autoconservación», impresa por Dios en nuestras naturalezas) que es necesario obedecer. Tindal afirma: «Dios, que es infinitamente feliz en sí mismo, para crear al hombre 159 no puede haber tenido ningún otro motivo que el hacerle feliz en esta vida y en la futura; si la humanidad se ajustase a estas reglas los hombres ¡en qué estado tan feliz, bendito y floreciente vivirían! Y cuánta miseria y confusión crean, incluso en esta vida, quienes se apartan de aquellas reglas, además de ser castigadas en la vida futura, por actuar en contra del mismo Dios.» En todo caso, la obra más influyente de Tindal fue El cristianismo, tan viejo como la creación. Tenía un subtítulo muy significativo: «El Evangelio como nueva promulgación de la religión de la naturaleza.» La única religión verdadera, auténtica y genuina es la religión natural. En opinión de Tindal, las religiones positivas no son más que supercherías y corrupciones de la única religión verdadera: la natural. Ésta, según Tindal, «sólo difiere de la revelada en su modo de ser comunicada: la primera es una revelación interna, mientras que la segunda es una revelación externa debida a la voluntad inmutable de un Ser, que es al mismo tiempo infinitamente sabio e infinitamente bueno». En esencia, Tindal opina que Dios -bueno e inmutable- imprimió desde la eternidad leyes también buenas e inmutables en el universo y en la naturaleza humana. Por lo tanto, sería absurdo pensar que Dios haya querido revelarse a Sí mismo y sus leyes a un solo pueblo, en un momento determinado de la historia. Por lo tanto, la revelación es substancialmente inútil. En su esencia, no es más que «una nueva promulgación de la religión de la naturaleza». En aquellos puntos en que difiere de ésta, es únicamente superstición y violencia. En conclusión: para Tendal la verdadera religión es la que se puede comprender a través de la razón, y la razón constituye tanto la guía de nuestras acciones como el juez de la religión revelada. El deísmo de Tindal se muestra consecuente y radical. Tindal, que se profesó cristiano durante toda su vida, no pensó en absoluto que su defensa de una razón que enjuicia a la revelación fuese una acción antirreligiosa, sino todo lo contrario. Sostiene Tindal: «Dios no concedió a los hombres ningún otro instrumento que no fuese el uso de la razón; la razón, la razón humana, tiene que ser este instrumento; puesto que Dios nos ha hecho criaturas razonables y la razón nos atestigua que tal es su voluntad -que actuemos según la dignidad de nuestra naturalezaigualmente es la razón la que nos debe decir cuándo actuamos de este modo. Lo que Dios nos exige que conozcamos, creamos, profesemos y practiquemos debe ser en sí mismo un servicio razonable; pero si esto que se nos propone, lo es de veras, sólo es tarea propia de la razón el decidido.» En resumen, ésta es la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit profesión de fe racionalista de Tindal: «Al igual que el ojo es el único juez de lo visible y el oído, a su vez, lo es de lo audible, también la razón es el único juez de lo que es racional». Todo lo dicho hasta ahora sobre el deísmo inglés nos permite deducir que «en el ámbito del deísmo tanto hay quien sostiene que las religiones positivas deben ser combatidas y eliminadas, como quien opina que desde la religión natural se puede efectuar el paso hasta las religiones positivas; en cualquier caso, se trata de una purificación de las diversas confesiones religiosas a la luz de un conjunto de cuestiones naturales que a veces se suponen confiadas a la pura razón, pero más a menudo, a la razón en sus valores sensibles» (M. Dal Pra). 1.5. Joseph Butler: la religión natural es algo fundamental, pero no lo es todo 160 décadas del XVIII, con las obras de Locke, Leibniz y Shaftesbury» (A. Plebe). En realidad, «al final de su obra, Butler [...] llegaba a mostrar, si no la certeza, por lo menos la probabilidad de las verdades religiosas, y al mismo tiempo atacaba a fondo el optimismo superficial y ciego de los deístas. Butler, como Pascal, a quien se puede parangonar con razón, pone en claro el tupido velo de misterio que en vano intentamos apartar. Vive profundamente el sentimiento trágico de la vida y a menudo lo expresa con una elocuencia eficaz. Sin embargo, jamás desespera, ya que la vida moral es fuente segura de salvación. Inclinémonos sobre nuestro "yo"; aunque en nosotros haya un abismo, aunque a menudo el "yo" resulte odioso, en sus profundidades está nuestro único consuelo. A través de la experiencia moral se penetra en las dificultades religiosas y éstas quedan esclarecidas. En la voz de la conciencia que nos indica el camino del bien, hallamos infaliblemente a Dios»(E. Garin). Nacido en 1692, Joseph Butler falleció en 1752. Fue obispo y publicó en 1726 los Quince sermones sobre la naturaleza humana, que contienen sus consideraciones con respecto a la ética, mientras que sus concepciones teológicas se exponen en La analogía de la religión, natural y revelada, con la constitución y el curso de la naturaleza (1736). De 1748 son sus Seis sermones predicados en ocasiones públicas, en los que el autor aplica sus reflexiones al ámbito político. Collins había sido atacado por Bentley y también por Thomas Sherlock (1678-1761) -quien defendió el valor de las profecías y los milagros, dado que quien se enfrenta a la muerte, como hicieron los apóstoles, no puede ser un impostor- y por Edward Chandler (1688-1750). Tindal recibió de inmediato las críticas de James Foster (1697-1753), que en 1731 publicó un libro titulado Utilidad, verdad y excelencia de la religión cristiana. En contra de la idea de que una revelación efectuada a un solo pueblo no podía ser una revelación divina, Foster afirmó que al igual que Dios creó hombres inteligentes y hombres idiotas, de manera similar pudo perfectamente revelarse a un solo pueblo; por lo demás, el hombre no es quien para pedirle cuentas a Dios acerca de su voluntad. John Conybeare (1692-1755) publicó en 1732 una Defensa de la religión revelada, donde afirmaba -convencido de la falibilidad y la insuficiencia de la razón humana- que al igual que fue necesario Newton para desvelar los secretos de la astronomía, también fue necesaria la revelación divina para indicar cual era la auténtica verdad religiosa. En el Sermón XV Butler afirma que incluso «el hombre más sabio y más culto no puede comprender las obras de Dios, los métodos y los designios de su providencia en la creación y el gobierno del mundo. La creación se halla absoluta e íntegramente fuera del ámbito de nuestras facultades y más allá de los límites de nuestras máximas capacidades». Es verdad, dice Butler, que Dios creó el mundo, y es verdad también que «estos efectos deben haber tenido una causa». No obstante, dado que únicamente los efectos son los que nos permiten adquirir conocimientos, las causas «permanecen totalmente en las tinieblas de nuestra ignorancia». «No parece que sea una coincidencia la publicación simultánea, en 1726 de los Gulliver's Travels [Los viajes de Gulliver] y de los Fifteen Sermons [Quince sermones] de Butler: en efecto, señala el final de las filosofías radicalmente optimistas, cuya culminación tuvo lugar entre finales del siglo XVII y primeras Describimos y conocemos algunas reglas generales con respecto a la frecuente reiteración de fenómenos observados, pero «la naturaleza y la esencia de las cosas, en cambio, nos resultan completamente ignoradas». La verdad es que «cada secreto que se revela, cada hallazgo que se realiza, cada nuevo efecto que Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit sale a la luz, sirven para convencernos de que aún continúan innumerables hechos de los que antes ni siquiera sospechábamos su existencia. ¿Qué sucede cuando examinamos toda la creación, del mismo modo y de forma conjunta, como si ella constituyese un único objeto?» Por otro lado, en lo que se refiere al «gobierno del mundo», mediante la consideración de las causas finales y del mérito y demérito personales que se aprecian con facilidad, podemos conocer «algo sobre los designios de la naturaleza acerca del gobierno del mundo, que nos bastan para sostener nuestra religión y nuestra práctica de la virtud; no obstante, dado que el reino del universo es un ámbito de extensión ilimitada y de duración interminable, su sistema general debe hallarse necesariamente más allá de nuestra comprensión». Además, «¿quién puede explicar las obras de su [de Dios] justicia?» El «esquema de la providencia», los caminos y las obras del Señor son demasiado vastos y profundos para nuestras capacidades. Tampoco «sería nada absurdo suponer que se haya colocado ex profeso un velo sobre determinadas escenas de sabiduría, bondad y poder infinitos, cuya contemplación podría de un modo o de otro afectarnos con demasiada fuerza; o que los objetivos se cumplen y se llevan a cabo mejor si permanecen ocultos, que si se ven expuestos a nuestro conocimiento. El Omnipotente puede rodearse de nubes y de oscuridad por razones y propósitos de los que nosotros no tenemos la más leve imagen o idea». La razón, pues, no es para nada omnipotente, y «la religión consiste en someterse y conformarse a la voluntad divina. Nuestra condición en este mundo es una escuela donde nos ejercitamos en tal actitud: nuestra ignorancia, la superficialidad de nuestra razón, las tentaciones, las dificultades y las aflicciones que hemos expuesto, contribuyen igualmente a que se vuelva así». Si se tienen en cuenta estas consideraciones -esto es, basándonos en el conocimiento de nuestra ignorancia- el hombre no tiene por qué maravillarse si topa con «cosas misteriosas, que no esté en disposición de comprender por completo o de llegar hasta el fondo de ellas». En segundo lugar, añade Butler, «nuestra ignorancia es la respuesta apropiada a muchas cuestiones que reciben el nombre de objeciones contra la religión, en particular aquellas que se plantean ante las apariencias de mal y de irregularidades en la constitución de la naturaleza y en el gobierno del mundo». En tercer lugar, «puesto que la constitución de la naturaleza y los métodos y las intenciones de la providencia en el gobierno del 161 mundo están por encima de nuestra comprensión, debemos aceptar nuestra ignorancia y aplicarnos a lo que está al alcance de nuestras capacidades y que constituye nuestra verdadera tarea y el asunto que nos concierne». Nuestra verdadera tarea, lo que nos interesa antes que nada es comprender qué debemos hacer y sobre qué fundamentos hemos de establecer nuestras normas éticas. A este respecto, oponiéndose a la perspectiva ética de Hobbes y a la de Shaftesbury, Butler defiende en el Sermón II el valor y la primacía normativa de la conciencia: «En todos los hombres hay un principio superior de reflexión, o conciencia, que lleva a cabo una distinción entre los principios interiores de su corazón, así como entre sus acciones exteriores; introduce un juicio entre él mismo y dichas acciones; y establece, específicamente, que algunas acciones son en sí mismas justas, rectas y buenas, y otras en cambio son malas, equivocadas e injustas. Aunque no sea consultado o informado, se esfuerza de modo magistral por aprobar o condenar coherentemente al hombre que lleve a cabo tales acciones. Si no se le hace callar a la fuerza, ese principio llega a anticipar, de manera natural y siempre espontánea, una sentencia superior y más decisiva, que en el futuro tendrá que reiterar y confirmar su propia sentencia.» A través de esta facultad, natural en el hombre, éste «es un ser que actúa moralmente y es ley para sí mismo». Por otro lado, aunque sea explícito acerca de nuestra condición de miseria y de ignorancia, Butler no se limita a ofrecer un fundamento del juicio moral y una guía para la acción moral, sino que también busca una vía de acceso al conocimiento de la realidad trascendente. Dicha vía es la analogía. En realidad, «la evidencia probable, por su propia naturaleza, sólo ofrece una forma imperfecta de información; y sólo puede considerarse propia de seres que posean capacidades limitadas». Para una inteligencia infinita no hay nada probable, porque todo es claro y cierto, «pero para nosotros en cambio la probabilidad es lo que nos sirve de guía efectiva en la vida». Mediante el principio de analogía, Butler intenta colocar un puente entre el hombre y Dios, entre la inteligencia finita y la infinita. Las leyes de la naturaleza, en efecto, no son diferentes a las de la revelación, y los mandatos de Dios son al mismo tiempo divinos y naturales. «Comparemos la constitución conocida y el curso conocido de las cosas, con lo que ha sido denominado sistema moral de la naturaleza; comparemos las manifiestas dispensaciones de la providencia, o este gobierno Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 162 bajo el cual nos encontramos, con la religión que nos enseña a creer y a esperar: veamos si no son algo análogo, de la misma clase. Basándose en tal comparación, pienso que se hallará que en gran medida se ajustan a las mismas leyes generales y se reducen a los mismos principios de conducta divina.» (1709) y Soliloquio o consejo a un autor (1710). En 1711 Shaftesbury reunió estos cinco escritos, les agregó las Reflexiones misceláneas sobre los tratados precedentes y publicó el conjunto bajo el título de Características de hombres, maneras, opiniones y épocas. Al decir esto, Butler no pretende llegar a un completo conocimiento del orden revelado, pero tal cosa no debe sorprender, si se piensa que dicho conocimiento resulta imposible, ni siquiera en el orden natural. Hasta tal punto es así, que «si el orden natural de las cosas y el orden revelado provienen ambos de Dios, si coinciden y forman juntos un único plan providencial, que nosotros seamos jueces incompetentes en uno de ellos vuelve necesariamente creíble que también seamos jueces incompetentes en el otro caso». Sin embargo, aunque un juez incompetente no lo sepa todo, sería falso afirmar que no sabe nada. Por lo tanto, no hay que ser ni pesimistas ni optimistas: nos hemos de dedicar con realismo a buscar las garantías que sean suficientes para nuestra conducta correcta, convencidos de que si bien la religión natural es el fundamento y la parte principal del cristianismo, no constituye sin embargo -en ningún sentido-la totalidad de él». «Shaftesbury no fue un filósofo de profesión; fue un caballero culto, que poseía intereses morales y políticos. Al vivir en una época y en un país en el que las controversias religiosas eran violentas y llevaban a luchas y persecuciones, está animado por una profunda desconfianza hacia la religión positiva y desea una religión natural que sea suficiente para justificar la moral. La verdadera religión, para él, se reduce a la moralidad. Siente antipatía y sospechas ante todos los elementos que en la religión positiva pueden llevar a la intolerancia y alodio entre los hombres, así como ante cualquier forma de misticismo» (S. Vanni-Rovighi). En la Carta sobre el entusiasmo, Shaftesbury ataca a los místicos y a los fanáticos, y recomienda al destinatario de la carta -el ministro lord Sommers- que no reprima con violencia las manifestaciones de misticismo y fanatismo, sino que las someta al ridículo. En realidad Shaftesbury creyó que la sátira, el ridículo y la ironía eran armas poderosas al servicio de la razón y, por tanto, de la civilización: «La libertad de ironizar y de expresar dudas sobre todo, con un lenguaje correcto, la posibilidad de analizar y refutar cualquier argumento sin ofender al adversario -se lee en Sensus communis- son los métodos que hay que usar para que las conversaciones filosóficas sean agradables.» Y en la Carta sobre el entusiasmo Shaftesbury escribe que «el espíritu nunca será libre si se suprime la libre ironía». Butler, en conclusión, comparte la opinión de Pascal, según la cual el hombre navega en la miseria, la confusión y la ignorancia. Sin embargo, no desprecia excesivamente la razón y trata de abrirse camino a través de ella: en esa senda es donde descubre aquellos elementos de verdad que le llevan a no ser presuntuoso y a no desesperar. 2. LA REFLEXIÓN ILUSTRACIÓN INGLESA SOBRE LA MORAL EN LA 2.1. Shaftesbury y la autonomía de la moral Anthony Ashley Cooper, conde de Shaftesbury, nació en Londres en 1671. Nieto del primer lord Shaftesbury, que había sido íntimo amigo de Locke, fue alumno de éste, protegió a Toland, participó durante un tiempo en la vida política, viajó por Francia y por Italia, y murió en Nápoles en 1713. Su Ensayo sobre la virtud y el mérito, que Toland publicó sin la autorización de su autor, apareció en 1699. A esta obra le siguieron la Carta sobre el entusiasmo (1708), Sensus communis (1709), Los moralistas Una vez establecido esto, vemos que el problema del que parte Shaftesbury en el Ensayo sobre la virtud y el mérito consiste en saber «hasta qué punto la religión implica necesariamente la virtud y si está en lo cierto quien afirme que es imposible que un ateo sea virtuoso o posea algún grado de honradez y mérito». La opinión común, que casi nadie se atreve a poner en duda, es que religión y virtud están intrínsecamente conectadas. No obstante, señala Shaftesbury, la observación de la realidad desmiente tal idea: «En efecto, es verdad que encontramos casos que parecen contradecir esta frecuente opinión. Hemos conocido personas que, aunque mostraban un gran celo religioso, carecían hasta de los más comunes afectos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit humanos y parecían extremadamente degeneradas y corrompidas. Otras, en cambio, que se interesaban poco por la religión y se las consideraba ateas, practicaban las normas de la moralidad y actuaban en muchas circunstancias con tanto buen sentido y afecto hacia la humanidad, que nos obligaban a reconocer su calidad de hombres virtuosos. En general, consideramos que los principios morales son tan importantes, que en nuestras relaciones con las personas rara vez nos contentamos con las más plenas afirmaciones de su celo religioso, hasta que no sabemos algo que haga referencia a su carácter. Si nos dicen que un hombre es religioso, a continuación inquirimos cuál es su comportamiento moral. En cambio, si nos enteramos de que alguien posee honrados principios morales y es un hombre dotado de justicia instintiva y de buen temperamento, en pocas ocasiones inquirimos si es religioso y practicante.» Shaftesbury, por lo tanto, concede a la moral una autonomía propia, lo que lo aproxima a un cierto innatismo. Dicho innatismo, sin embargo, no concierne a las ideas racionales sino a los sentidos o sentimientos: a las actitudes éticas y estéticas. En suma, existe un sentido intrínseco al hombre, que forma parte de su naturaleza y que está en la base de sus valoraciones morales y estéticas, y de sus convicciones religiosas: «Los múltiples movimientos, inclinaciones, pasiones, actitudes, y la consiguiente conducta y hábitos de las criaturas en las distintas ocasiones de la vida, se presentan al espíritu bajo perspectivas y puntos de vista diversos, permitiéndoles juzgar con prontitud lo que es bueno y lo que es malo con respecto a la especie o sociedad.» En realidad, sostiene Shaftesbury, «una criatura, antes de tener una clara y exacta noción de Dios, puede poseer un concepto o un sentido de lo justo y de lo injusto, y diversos grados de vicio o virtud». Este sentido moral es un sentimiento reflejo innato o instintivo, tan instintivo y natural como lo es en el hombre la actitud de simpatía hacia los demás, que demuestra por lo menos cuatro cosas: 1) Hobbes se equivoca al insistir en que el instinto egoísta es fundamental en la naturaleza humana y exclusivo de ella; 2) no existe un estado de naturaleza como situación contrapuesta al estado social: la sociedad no nace a través de un pacto entre individuos aislados e independientes, puesto que el hombre por su naturaleza es un ser social, y resulta inconcebible un hombre fuera de la sociedad; 3) no puede existir una contraposición entre el egoísmo que se experimenta hacia uno mismo y la simpatía hacia los demás; 4) no sólo no existe contraposición entre egoísmo y 163 altruismo, sino que se puede establecer una relación de equivalencia entre egoísmo y altruismo, como puede apreciarse en la amistad y el amor, sentimientos que surgen de la simpatía hacia los demás y que al mismo tiempo satisfacen el egoísmo. Si bien existe una bondad natural en las cosas o acciones que alcanzan el fin para el cual fueron hechas, la acción virtuosa es aquella que está acompañada por una buena intención. Por lo tanto, la virtud es algo característico de las acciones humanas buenas y conscientes. La moralidad tiene su propia autonomía (esto constituye uno de los aspectos en los que Kant, en cierto modo, es deudor de Shaftesbury). Junto a los adversarios del fanatismo o entusiasmo religioso Shaftesbury afirma que la virtud también puede existir fuera de la práctica religiosa. Más aún: la religión positiva, en opinión de Shaftesbury, puede apartar a los hombres de la virtud, proponiendo la idea de un Dios falso (vengador, tiránico, etc.), o enseñando que se deben realizar determinadas acciones por temor al castigo divino y no porque tal acción sea buena en sí misma. Sin embargo, aun en tales circunstancias y aunque ataque las «supersticiones» de las religiones positivas, Shaftesbury quiere «defender tanto la religión como la virtud moral, sin disminuir el valor de ninguna de las dos». En el Ensayo sobre la virtud y el mérito se distingue entre cuatro concepciones religiosas diferentes, pero antes se ofrece una definición de Dios: «Aquella cosa que es superior en todos los aspectos al mundo o que gobierna en la naturaleza con discernimiento, e intelecto, es lo que por acuerdo universal los hombres llaman Dios.» Estas son las cuatro concepciones religiosas: 1) «Creer que todas las cosas están gobernadas, ordenadas o reguladas, hacia lo mejor, por un principio o intelecto ordenador, significa ser perfectos teístas»; 2) «Creer que no existe un principio o intelecto ordenador, ni una causa, medida o norma de las cosas, que no sea el azar [...] significa ser perfectos ateos»; 3) «Creer que el principio o intelecto ordenador y superior no es uno solo, sino dos, tres o más, aunque de buena naturaleza, significa ser politeísta»; 4) «Creer que el intelecto o los intelectos que gobiernan el mundo no son absoluta y necesariamente buenos, ni están encaminados hacia lo mejor, sino que son capaces de actuar según el puro arbitrio y la fantasía, significa ser demonistas». Una vez descritas estas nociones, Shaftesbury Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit comenta que «todas estas formas de demonismo, politeísmo, ateísmo y deísmo se pueden combinar entre sí. La religión sólo es incompatible con el perfecto ateísmo». ¿Cuál es, según Shaftesbury, la noción válida y correcta de religión? Shaftesbury propone la religión natural. El modo en que articula su propuesta posee un notable interés: no se llega a la religión natural por medio de sofisticados procedimientos racionales, sino -al igual que sucede con la moralidad- a través de una visión inmediata y segura de lo que constituye el orden del universo. «Nada mejor que la idea o el sentido del orden y de la proporción está impreso en nuestra mente y compenetrado con nuestra alma.» En Los moralistas, Shaftesbury contempla el universo en su integridad como algo estructurado, regido y guiado -a la manera platónica- por un principio que da razón de su orden y su teología. «El hombre, como cualquier otro animal, aunque sea de por sí un sistema autónomo de partes, no puede ser considerado tan autónomo como el resto; es preciso advertir que está vinculado por otras relaciones al sistema de su especie; de igual manera, el sistema de su especie está ligado al sistema animal; y éste, a su vez, al mundo, que es nuestra tierra; la tierra está ligada al cosmos más amplio, que es el universo.» Si se tienen en cuenta las regularidades del sistema del universo, entonces nos vemos obligados «a admitir una mente universal, que ningún hombre perspicaz pondrá en tela de juicio, a no ser que quiera llevar el desorden al universo». También se introduce un desorden en el universo cuando las inclinaciones o pasiones que influyen en nuestra vida se convierten en vicios. Las inclinaciones que pueden influir y gobernar en nuestra vida son las siguientes: «1) las inclinaciones naturales que conducen al bien público; 2) las inclinaciones egoístas, que sólo conducen al bien privado; 3) las inclinaciones que no pertenecen a los dos grupos anteriores y que no tienden a un bien público o privado, sino a lo contrario; se las puede definir adecuadamente como inclinaciones innaturales.» Admitidas tales inclinaciones, habrá desorden -y por lo tanto vicio-- en los tres casos siguientes: «1) cuando las inclinaciones públicas son débiles o deficientes; 2) cuando las inclinaciones privadas y egoístas son demasiado fuertes; 3) cuando se desarrollan inclinaciones distintas a éstas y que no se proponen en ningún caso el bien del organismo público o del privado.» En efecto, concluye Shaftesbury, poseer inclinaciones naturales, fuertes y generosas, hacia el bien público «significa poseer el medio principal y el poder de disfrutar de sí mismos; Y el carecer de ellas significa miseria y mal»; por otro lado, poseer 164 inclinaciones privadas y egoístas demasiado fuertes y más intensas que las generosas «es algo desdichado»; finalmente, tener inclinaciones que vayan contra el interés del individuo y el interés público «significa ser desdichado en el mayor de los grados posIbles». 2.2. Francis Hutcheson: la acción mejor procura la mayor felicidad a la mayor cantidad de personas Si la finura del análisis psicológico es una de las características de los escritos de Shaftesbury, la sistematicidad es el rasgo típico de las obras del irlandés Francis Hutcheson (16941747). Este fue profesor de filosofía moral en la universidad de Glasgow, a partir de 1729, Y su filosofía –al menos al principio-desarrolla las ideas y los temas fundamentales de Shaftesbury, si bien más adelante recibirá asimismo el influjo de las concepciones de Butler. Hutcheson es autor de las siguientes obras: Investigación sobre el origen de nuestras ideas de belleza y de virtud (1725); Investigación sobre el bien y el mal moral (1726); Ensayo sobre la naturaleza de las pasiones (1728); Sistema de filosofía moral (póstumo, 1754). Hutcheson comienza a dar clase en Glasgow en 1729, como ya se ha dicho. Durante este período, bajo el influjo de las ideas de Butler -a cuya Analogía califica de «libro excelente»- pero también de Grocio y de Locke, dedica una particular atención a los temas del iusnaturalismo. «Todos tenemos suficientes indicios de la existencia y de la providencia de Dios, y del hecho de que es el autor de todos nuestros poderes y disposiciones naturales, de nuestra razón, de nuestra facultad moral y de nuestras afecciones; por eso, con una adecuada reflexión, podemos discernir con claridad cuál es la conducta que nuestra constitución natural recomienda como moralmente excelente a nuestra aprobación y a nuestra elección en materia de intereses. En todo esto debemos ver, pues, la intención del Dios de la naturaleza, y no podemos menos que considerar todas estas conclusiones del razonamiento justo y de la reflexión como otras tantas advertencias que recibimos acerca de la voluntad de Dios relativa a nuestra conducta. Si llegamos a esta convicción, tales conclusiones quedan reforzadas en nuestro ánimo, por parte de la facultad moral y por parte de nuestro interés». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Por otro lado están las ideas de Shaftesbury que se reelaboran en la Investigación sobre el origen de nuestras ideas de belleza y de virtud. La obra está dividida en dos tratados. En el primero de ellos se sostiene que poseemos un sentido inmediato de la belleza y que este sentido es específico y autónomo. Lo es porque no puede verse reducido a los sentidos externos, en la medida en que hay hombres -poseedores de una visión óptima y de una perfecta audición- que son ciegos a la belleza de un cuadro o sordos a la de la música. Tampoco hay que confundir el sentido de la belleza con la valoración de la utilidad de un objeto. El sentido de la belleza es una especie de instinto innato que nos lleva a contemplar objetos que manifiestan cualidades como la regularidad, la uniformidad dentro de la variedad, etc. Shaftesbury había identificado el sentido estético con el moral, pero Hutcheson distingue entre ambos. Para él, la capacidad de valoración estética es tan originaria y autónoma como la de valoración moral. «Al igual que el Autor de la naturaleza nos determinó a recibir, a través de los sentidos externos, ideas placenteras o desagradables de los objetos, según sean útiles o dañosos para nuestros cuerpos; y a recibir de los objetos uniformes los placeres de la belleza y de la armonía [...], del mismo modo nos concedió un sentido moral con el fin de guiar nuestras acciones y de damos placeres aun más elevados; de manera que, mientras estamos queriendo únicamente el bien de los otros, de forma no intencionada promovemos nuestro mayor bien.» Existe, pues, el sentido de lo bello y existe el sentido del bien. Este sentido del bien es el que nos permite individualizar y escoger aquellos fines últimos sobre los cuales el intelecto permanece en silencio. En efecto, el intelecto «juzga acerca de los medios o los fines subordinados; en cambio, sobre los fines últimos no se da ningún razonamiento. Tendemos a ellos por una disposición o determinación inmediata del alma, que en vista de la acción siempre se produce con anterioridad a cualquier razonamiento, en la medida en que una opinión o un juicio jamás pueden impulsar a la acción, si previamente no existe el deseo de un fin.» El sentido del bien y de la justicia es innato, inmediato, autónomo: «Aunque una mayoría, o incluso todos los individuos que integran una gran multitud, estén corrompidos o sean injustos -escribe Hutcheson en el Sistema de filosofía moral- esos hombres unidos rara vez promulgarán leyes injustas. Existe un sentido del derecho y de lo equivocado en todos los hombres, acompañado de una natural indignación ante la injusticia.» 165 A diferencia de Shaftesbury, Hutcheson distingue el sentido estético del sentido moral e insiste sobre toda una gama de diferentes «percepciones más finas». Asimismo, está en contra de aquellos que afirman que «no hay ocasión para que la organización política de la sociedad surja fuera de la maldad humana». Hutcheson no acepta el pesimismo de Hobbes acerca de la naturaleza humana, pesimismo que -como veremos enseguida- fue heredado por Bernard de Mandeville. La organización política de la sociedad, en efecto, «es algo exigido por la imperfección de los hombres, que en esencia son justos y buenos». «En la naturaleza se da un deseo fundamental, definitivo y desinteresado por la felicidad de los demás; y nuestro sentido moral sólo nos lleva a aprobar como virtuosas aquellas acciones que proceden, al menos en parte, de dicho deseo.» La mejor acción posible es aquella que procura «una mayor felicidad a la mayor cantidad de personas». Esta expresión de Hutcheson se convertirá en clásica, y la volveremos a encontrar en Bentham y en Beccaria. 2.3. David Hartley: la física de la mente y la ética sobre bases psicológicas David Hartley, el fundador del asociacionismo psicológico inglés, nació en Armley (Yorkshire), en 1705, y murió relativamente joven, en 1757. Sus dos obras más relevantes son las Coniecturae quaedam de sensu motu et idearum generatione (1746) y las Observaciones sobre el hombre, su constitución, su deber y sus expectativas (1749). Hartley estudió en Cambridge, pero muy pronto dejó sus estudios teológicos, se interesó por la física y se hizo médico. La lectura de las obras de Newton y de Locke le empujó hacia la filosofía. Y es a partir de los principios establecidos por esos dos pensadores como Hartley explica el origen y el destino de la vida psíquica. En sus Observaciones, Hartley escribe: «Mi principal objetivo consiste en explicar, establecer y aplicar en resumen la doctrina de las vibraciones y de la asociación. La primera de estas doctrinas se extrae de las reflexiones sobre la formación de la sensación y del movimiento que Isaac Newton formuló al final de sus Principios y en las cuestiones anexas a su Optica. La segunda procede de lo que Locke y otros autores de gran ingenio han escrito después de él, acerca del influjo de las asociaciones sobre nuestras opiniones y nuestras afecciones, y sobre su utilización para explicar con claridad y precisión las cosas Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit que se suelen relacionar de un modo general e indeterminado con los poderes de la costumbre y del hábito». Contrario a las ideas innatas, persuadido de la materialidad y la realidad del mundo exterior, Hartley trata de conciliar una visión teológica del mundo con una noción materialista y mecanicista del funcionamiento del mundo y de la mente. «La substancia medular blanca del cerebro, la medula espinal y los nervios que salen de ellas son el instrumento inmediato de la sensación y del movimiento [...]. Todos los cambios que se producen dentro de estas sustancias corresponden a los cambios que tienen lugar en nuestras ideas, y viceversa.» Sucede que «las sensaciones permanecen en el espíritu durante un tiempo, después del alejamiento de los objetos sensibles». El mecanismo productor de sensaciones es el siguiente: «La impresión de los objetos exteriores sobre los sentidos provoca de inmediato, en los nervios sobre los que ellos actúan y por consiguiente en el cerebro, ciertas vibraciones de las pequeñas, y a veces pequeñísimas, partículas elementales.» Tales vibraciones «son suscitadas, propagadas y conservadas en parte por el éter -fluido elástico y muy sutil- y en parte por la uniformidad, la continuidad, la ductilidad y la actividad de la substancia medular y del cerebro, de la medula espinal y de los nervios». La frecuente repetición de las sensaciones nos deja «ciertas huellas, tipos o imágenes de tales sensaciones, que pueden denominarse ideas simples de la sensación». Hartley prosigue: «por medio de la asociación, las ideas simples se convierten en ideas complejas.» Hartley tenía la esperanza de que, si se perfeccionaba la doctrina de la asociación, algún día se pudiese «analizar, en las partes simples que las componen, toda la inmensa variedad de ideas complejas, a las que se da el nombre de ideas de reflexión e Ideas intelectuales». Las asociaciones primarias y elementales son las sensaciones de placer y de dolor, que se unen a toda sensación. Y el mecanismo de la asociación, al hacerse más complejo, también es el que produce la imaginación, la ambición, el egoísmo, la simpatía, la teopatía [o amor de Dios] y el sentido moral. De esta forma, Hartley consideró que había fundamentado la ética sobre una base segura desde el punto de vista psicológico. 3. BERNARD DE MANDEVILLE y LA «FÁBULA DE LAS ABEJAS»: «VICIOS PRIVADOS, VIRTUDES PÚBLICAS» 166 3.1. Cuando el vicio privado se convierte en beneficio público Bernard de Mandeville, de familia francesa, nació en Holanda en 1670. Una vez acabada su carrera de medicina, se estableció en Londres donde en 1705 publicó por primera vez con carácter anónimo un apólogo en que se narra lo floreciente que era una sociedad de abejas inmorales y viciosas, y cómo dicha sociedad se arruinó por completo cuando las abejas se volvieron morales y virtuosas. En 1714 se publicó una segunda edición -la fundamental- de esa obra, también con carácter anónimo, bajo el título de La fábula de las abejas, o vicios privados, públicos beneficios. A esta segunda edición se le añadieron veinte notas (remarks), en las que Mandeville desarrolla el significado filosófico de los puntos más importantes de la fábula. En vida de Mandeville, se hicieron otras ediciones de la Fábula de las abejas, con nuevos añadidos. La edición definitiva fue la de 1732. Mandeville murió al año siguiente, en 1733. Fue uno de los pensadores más leídos y debatidos de su siglo. Veamos cuáles son los contenidos de la paradójica Fábula de las abejas. «Un enjambre numeroso de abejas habitaba en una espaciosa colmena. Allí, en una feliz abundancia vivían tranquilas [...]. Nunca vivieron abejas bajo un gobierno tan sabio; sin embargo, nunca hubo abejas tan inconstantes y tan insatisfechas.» La cantidad de abejas era enorme y «millones de abejas se ocupaban de satisfacer la vanidad y las ambiciones de otras abejas, que sólo se dedicaban a consumir los productos del trabajo de las primeras. A pesar de la gran cantidad de obreras, los deseos de aquellas abejas quedaban insatisfechos. Tantas obreras y tanto esfuerzo apenas podían mantener el lujo de la mitad de la población». Sin embargo, las diferencias -o, mejor dicho, las desigualdades- no acababan aquí: «Algunas, con grandes capitales y poco esfuerzo, obtenían ganancias muy considerables. Otras, condenadas a utilizar la hoz y la pala, sólo podían ganarse la vida con el sudor de su frente y agotando sus fuerzas en los oficios más penosos. Había otras que se dedicaban a trabajos por completo misteriosos, que no requerían aprendizaje, ni capitales, ni esfuerzos. Estos eran los vividores, los parásitos, los intermediarios, los jugadores, los ladrones, los falsarios, los magos, los sacerdotes y, en general, todos aquellos que -odiando la luz- con prácticas deshonestas se aprovechaban del trabajo de sus vecinas, que al Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit no ser capaces de engañar, eran menos desconfiadas. A éstos se les llamaba bribones; pero a aquéllos cuyo traficar era más respetado, aunque en poco se diferenciase de los primeros, se les otorgaba un nombre más honorable.» Todos los que «ejercían alguna función o cubrían algún cargo, poseían su propia especie de pillería». Los jurisconsultos se preocupaban por conservar la recíproca animosidad, con objeto de arruinar a sus clientes y aprovecharse de sus bienes; «para defender una causa perversa, analizaban las leyes con la misma meticulosidad con la que los ladrones examinan los palacios y las tiendas». Por su parte, «los médicos preferían el prestigio a la ciencia, y las riquezas, a la curación de sus enfermos. La mayor parte, en vez de aplicarse al estudio de los principios de su disciplina, trataban de adquirir una práctica ficticia. La mirada grave y un aire meditabundo era todo lo que les permitía ganarse una reputación de hombres doctos. No se preocupaban por la salud de los pacientes, sólo trabajaban para ganarse el favor de los farmacéuticos y para obtener las alabanzas de las comadronas, los sacerdotes y todos aquellos que vivían de los ingresos que producían los nacimientos y los funerales». En su mayoría, los sacerdotes eran «tan presuntuosos como ignorantes». «Su pereza, su incontinencia, su avaricia y su vanidad eran manifiestas, a pesar de lo mucho que se preocupaban de esconder estos defectos a la mirada de la gente. Eran tan pillos como un ratero y tan intemperantes como un marinero.» Sin embargo, en esta sociedad de las abejas los vicios de los individuos no se limitaban a lo ya descrito. «Los soldados que habían huido eran Igualmente cubiertos de honores.» Sin duda «había también guerreros que se enfrentaban al peligro, ocupando siempre los lugares más expuestos. Primero perdían una pierna, luego un brazo, y cuando todas estas mutilaciones ya no les permitían continuar sirviendo, se les licenciaba vergonzosamente con la mitad de la paga, mientras que otros -que con más prudencia nunca participaban en un ataque- recibían paga doble por quedarse tranquilamente en la retaguardia». Los ministros engañaban a su rey y saqueaban impunemente el tesoro público. Además, la justicia se dejaba corromper con dádivas y «la espada que llevaba sólo recaía sobre las abejas pobres y sin recursos». Los magistrados, en suma, mandaban «colgar del árbol maldito a personas que -oprimidas por una necesidad fatal- habían cometido crímenes que en absoluto merecían tal tratamiento. Con esta injusta severidad, se trataba de mantener a salvo al poderoso y al 167 rico». En resumen, se pregunta Mandeville, «¿quién podría describir en detalle todos los fraudes que se cometían en aquella colmena?» Sin embargo, aunque «todas las clases sociales estaban llenas de vicios [...], la nación en sí gozaba de una feliz prosperidad […]. Los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública. Puesto que la virtud -instruida por las malicias políticas- había aprendido las mil afortunadas artimañas de la astucia, y puesto que había trabado amistad con el vicio, incluso los más perversos ayudaban en algo al bien común». En realidad, comenta Mandeville, «la armonía de un concierto es resultado de una combinación de sonidos que se oponen directamente entre sí. Así, los miembros de aquella sociedad, siguiendo caminos absolutamente contrarios, se ayudaban casi a pesar suyo [...]. El lujo fastuoso daba ocupación a millones de pobres. La vanidad, esa pasión tan detestable, daba trabajo a una cantidad todavía más elevada. La envidia y el amor propio, al servicio de los vividores, hacían florecer las artes y el comercio. Las extravagancias en el comer y en la variedad de alimentos, la suntuosidad de los ropajes y de los muebles, a pesar de su ridiculez, constituían la parte más activa del comercio. Siempre inconstante, este pueblo cambiaba de leyes como de modas. [...] Sin embargo, alterando sus antiguas leyes y corrigiéndolas, las abejas se anticipaban a errores que la prudencia jamás hubiese logrado prever. Dado que el vicio engendraba astucia y la astucia se prodigaba en la industria, poco a poco la colmena fue abundando de la vida, las comodidades y el descanso se habían convertido en bienes tan comunes que incluso los pobres vivían ahora de forma más placentera que nunca. Nada se hubiese podido agregar al bienestar de aquella sociedad». 3.2. Cuando la virtud privada lleva la sociedad a la ruina Es cierto, empero, que la felicidad no es algo propio de los mortales. Apenas las abejas paladearon las primicias del bienestar, un grupo de ellas empezó a criticar la política, los ejércitos y la flota. Estas abejas pusieron en común sus quejas y difundieron por todas partes las siguientes palabras: «¡malditas sean todas las pillerías que reinan entre nosotras!» Se llegó hasta el punto de que un comerciante, verdadero genio del robo, exclamó con el máximo impudor: «¡Oh Dios mío, no nos concedas otra cosa que la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit probidad!» Mercurio, dios de los ladrones, no pudo contener la risa al escuchar una plegaria tan desvergonzada. Júpiter, sin embargo, juró indignado que la sociedad de las abejas se vería liberada del vicio y del fraude por los que se lamentaba, y dijo: «A partir de este instante, la honradez se hará dueña de todos los corazones.» Dicho y hecho, pero... «¡qué consternación! ¡Qué cambio más repentino! En menos de media hora, disminuyó en todas partes el precio de los víveres. Todos, desde el primer ministro hasta los campesinos, se quitaron la máscara de hipocresía con la que se disfrazaban». ¿Qué sucedió entonces? Aconteció que «a partir de aquel momento, el tribunal quedó vacío. Los deudores pagaban sus deudas espontáneamente, sin exceptuar siquiera aquellas que los acreedores habían olvidado [...]. No se entablaron más procesos por maldades o vejaciones. Nadie podía acumular riquezas. La virtud y la honradez reinaban en la colmena». Por lo tanto, los abogados quedaron de inmediato sin trabajo. Las prisiones se vaciaron. No obstante, al vaciarse las prisiones un auténtico ejército de empleados en diversos oficios se hizo inútil enseguida: «los fabricantes de cerraduras, pestillos, cerrojos, cadenas y puertas provistas de barras de hierro.» Junto con éstos, quedaron sin trabajo «los carceleros, los celadores y sus ayudantes»; también el verdugo, «gran ejecutor de sus [de la justicia] severas sentencias». Además de ellos, desaparecieron «los esbirros, los ujieres y los criados [...] que se nutrían de las lágrimas de los infortunados». Los médicos abandonaron el lujo y se dedicaron de veras a su oficio. Los eclesiásticos se volvieron más caritativos y obedecieron al pontífice, que sólo se ocupaba de los asuntos religiosos. Todos aquellos que no se sintieron a la altura de sus deberes presentaron su renuncia, con lo que su número disminuyó de forma notable. Los ministros abandonaron su acostumbrada rapacidad; en la administración, «bastaba con una sola persona para llevar a cabo las funciones que antes del feliz cambio exigían tres personas». Más aún: como todas las abejas eran honradas y carecían de ambiciones, «se hundió el precio de las tierras y de los edificios. Los encantadores palacios, cuyas paredes -semejantes a los muros de Tebas- se habían alzado con armonía musical, quedaron desiertos. Los poderosos, que antes habrían preferido perder la vida antes que contemplar cómo se borraban sus fastuosos títulos -esculpidos sobre sus soberbios pórticos- ahora se mofaban de estas vanas inscripciones. La arquitectura, arte maravilloso, fue abandonada por completo. Los artesanos- ya no encontraban a nadie que les quisiese emplear. Los pintores ya no se hacían célebres con sus cuadros. La 168 escultura, el grabado de inscripciones, el arte del cincel y la estatuaria ya no se conocieron en la colmena». Como consecuencia de todo esto, «las pocas abejas que allí permanecieron, vivían de forma miserable». Ya no se vieron más aquellas cortesanas que ganaban tanto dinero que podían lucir vestidos con adornos de oro. Aquellos aristócratas que, por Navidad, regalaban a su amante esmeraldas que en pocos instantes les hacían gastar lo que habría costado una compañía de caballería durante dos días, hicieron su equipaje y se marcharon «de un país tan miserable». Ya no había más ambición ni deseo de aparentar, hasta el punto de que las modas dejaron de sucederse con su abigarrada inconstancia, con lo que «todos los operarios que trabajaban las ricas telas de seda y de plata, y todos los artesanos que de ellos dependían, tuvieron que retirarse […]. Las fábricas que quedan sólo producen los tejidos más sencillos; sin embargo, éstos son todos muy caros». En pocas palabras, «a medida que iban disminuyendo la vanidad y el lujo, muchos habitantes tuvieron que abandonar su antigua morada. No eran ya los comerciantes o las compañías mercantiles quienes, ordenaban la reducción de la producción, sino la sencillez y la moderación de todas las abejas. Todos los oficios y todas las artes caían en el abandono». La causa primera de tal desastre consistía en el «fácil contentamiento, esa plaga de la industria», que hizo que las abejas ya no buscaran las novedades ni tuviesen más ambiciones. La consecuencia final fue que la colmena quedó casi desierta y «las abejas ya no podían defenderse de los ataques de sus enemigos, cien veces más numerosos». Ellas se defendieron con valentía, «pero el triunfo les costó muy caro. Perecieron muchos miles de aquellas abejas tan valerosas. El resto del enjambre, que se había endurecido con los esfuerzos y el trabajo, creyó que la comodidad y el reposo -que someten la templanza a tan duras pruebas- eran un vicio. Queriendo asegurarse de una vez para siempre que jamás recaerían en el vicio, todas estas abejas se refugiaron en un profundo hueco de un árbol, donde lo único que les quedaba de su antigua felicidad era el contentamiento de la honradez». En la nota X, Mandeville explica que la moraleja de la Fábula de las abejas consiste en lo siguiente: si una nación quiere ser virtuosa, «entonces será necesario que los individuos se resignen a ser pobres y a endurecerse en el trabajo. Si quieren vivir con comodidad, gozar de los placeres de la vida y formar una nación opulenta, poderosa, floreciente y aguerrida, la cosa resultará completamente imposible». Sin ninguna duda, Mandeville afirma Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit «como primer principio que es deber de todos los individuos de la sociedad -grandes o pequeños- el ser personas de bien. Hay que estimular sIempre la virtud y se debe prohibir el vicio. Convienen además que las leyes se cumplan con todo su rigor y que todos los transgresores sean castigados». No obstante, señala Mandeville, «la naturaleza siempre ha sido la misma, desde la caída de Adán hasta nuestros días. Con independencia de las épocas, los ambientes y la religión, en todas las partes del mundo terrestre habitado se han manifestado siempre las fuerzas y las debilidades del hombre». Por lo tanto, prosigue Mandeville, «nunca he sostenido ni creído que no se pueda ser virtuoso en un reino rico y poderoso, en la misma forma que en el más pobre de todos los países. Creo, simplemente, que es imposible que una sociedad se enriquezca y se conserve durante largo tiempo en situación tan floreciente, sin los vicios de los hombres». En consecuencia, desde el punto de vista que propone Mandeville, los valores se invierten; el vicio se convierte en positivo y la virtud es negativa. ¿Qué es el vicio? Según Mandeville, el vicio «es todo acto que el hombre realiza para satisfacer un apetito». ¿Y qué es la virtud? La virtud «es toda acción contraria al impulso natural, que frene las propias pasiones». En palabras de Hobbes, la sociedad se basa en un sistema de egoísmos y no en un sentido moral o de la benevolencia, como dice Shaftesbury, a quien Mandeville ridiculiza al hablar del «contentamiento de la honradez». Como es obvio, pueden formularse críticas con respecto a las ideas de Mandeville: por ejemplo, no sólo tenemos ambiciones, ganas de figurar, deseos de lujo, etc. La maquinaria de la industria también podría funcionar con objetivos correctos, para conseguir un bien intencionadamente público y no individual. En cualquier caso, sin embargo, nadie puede poner en duda el agudo análisis que lleva a cabo Mandeville sobre las públicas y benéficas consecuencias, involuntarias y no intencionadas, que tienen las acciones o las iniciativas queridas por ambición o por otros deseos viciosos. En el fondo, Mandeville -que es un fino observador de la sociedad de su tiempo y un sagaz analista de la historia pasadacon su Fábula llega más allá que el proverbio «no hay mal que por bien no venga». Su idea central consiste en que el bien -los beneficios públicos- sólo proceden del mal, es decir, del vicio. Por ello, a Mandeville no le amilanaron las críticas, y a sus adversarios -grandes predicadores de las virtudes privadas- les replicaba así: 169 ¿Queréis eliminar el fraude y el lujo, evitar la impiedad y la religión? ¿Os proponéis convertir a todos los hombres en caritativos, buenos y virtuosos? Tirad a tierra las imprentas, fundid los tipos, abolid las tipografías, quemad todos los libros que han inundado nuestra isla, no salvéis los que se encuentran en nuestras universidades y no permitáis que nadie lea otro libro que no sea la Biblia. Prohibid todo comercio con el extranjero; no permitáis que ningún ciudadano tenga contactos con otras naciones; obligad a que no haya ninguna nave dedicada al transporte de nuestras mercancías que sea más grande que una barca de pesca; restituid al clero, al rey y a los barones sus antiguos privilegios, sus antiguas prerrogativas y funciones; construid nuevas iglesias; convertid en vasos y utensilios sagrados toda la plata que podáis conseguir; fundad monasterios y casas de caridad en todas las parroquias; promulgad leyes sobre el lujo, endureced a vuestra juventud en el esfuerzo, inspirad las ideas más elevadas sobre el honor y la honradez, sobre la amistad y el heroísmo; introducid en la nación una gran variedad de recompensas imaginarias [...]. Muy pronto, estas intenciones tan piadosas y estas normas tan saludables cambiarán el escenario [...] y la Jerusalén -que en su estado primitivo era floreciente- se habrá corrompido y despoblado, sin que para ello haya intervenido la escasez, la guerra o la peste, y sin que ni siquiera se haya empleado la violencia. 4. LA ESCUELA ESCOCESA DEL SENTIDO COMÚN 4.1. Thomas Reid: el hombre como animal cultural El sucesor de Hutcheson en la cátedra de Glasgow fue Adam Smith (sobre cuya contribución a la teoría económica hablaremos en el volumen III de esta obra). Cuando Adam Smith dejó la cátedra en 1763, fue llamado a ocuparla Thomas Reid. Reid, iniciador e inspirador de la escuela escocesa, se opuso a los desconcertantes resultados de la filosofía de Hume y de Berkeley. Combatió, en efecto, el escepticismo de Hume y el inmaterialismo de Berkeley, centrándose en una teoríá del conocimiento de carácter realista, que apela al sentido común. Reid nació en Stracham, cerca de Aberdeen, en 1710. Estudió en Aberdeen, donde después fue profesor; permaneció en la universidad de Aberdeen hasta 1763, año en el que se trasladó a Glasgow. El primer escrito de Reid, Ensayo sobre la cantidad, es de 1748. Sin embargo, su obra más relevante -que pertenece al período de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Aberdeen- es la Investigación sobre el espíritu humano según los principios del sentido común (1764). Durante la época transcurrida en Glasgow, Reid sólo escribió un Análisis de la lógica de. Aristóteles (1773). Después de abandonar la universidad en 1780, volvió otra vez a publicar: en 1785 aparecieron los Ensayos sobre las fuerzas activas del hombre. Reid murió en 1796. En la Investigación sobre el espíritu humano, y con respecto al método de la filosofía, Reid escribe: «Los hombres sabios coinciden, o deben coincidir, en que sólo hay un camino para conocer las obras de la naturaleza: la vía de la observación y del experimento. Dada nuestra constitución, nos vemos vigorosamente empujados a convertir en reglas generales los hechos y las observaciones particulares, ya aplicar dichas reglas generales para dar cuenta de otros efectos o para orientamos en la producción de éstos. Este procedimiento del intelecto resulta familiar a todas las criaturas humanas en los asuntos corrientes de la vida y es el único que permite llevar a cabo los verdaderos hallazgos de la filosofía.» En pocas palabras, se trata del procedimiento inductivo newtoniano, que fue paradigmático para los empiristas y los ilustrados. Reid afirma: «El hombre que descubrió por primera vez que el frío congela el agua, y el calor la transforma en vapor, se basó en los mismos principios generales y utilizó el mismo método que Newton empleó para descubrir la ley de la gravitación y las propiedades de la luz. Sus regulae philosophandi son máximas de sentido común y cada día se ponen en práctica en la vida corriente; quien filosofe con otras reglas, ya sea con respecto al mundo material o con respecto a la mente, fracasa en su objetivo.» Nuestras «conjeturas y teorías -afirma Reid- siempre nos parecen muy distintas» a las creaciones de Dios, por lo que, «si queremos conocer las obras de Dios, debemos observadas con atención y humildad, sin pretender añadir algo por nuestra cuenta a lo que nos muestra la observación. La única filosofía sana y ortodoxa es una adecuada interpretación de la naturaleza: todo lo que nosotros añadamos es apócrifo y carece de autoridad». Por eso, todas «nuestras extrañas teorías» sobre la formación de la tierra, la generación de los animales y el origen del mal natural y moral, siempre que «van más allá de los límites de una correcta inducción de los hechos, son vanidad y extravío, igual que los "torbellinos" de Descartes o el "arqueo" de Paracelso». Reid señala que también se han formulado conjeturas erróneas acerca de la mente. Reid cree que su época es la que 170 «ha producido un sistema de escepticismo que parece triunfar sobre todas las ciencias, e incluso sobre los dictámenes del sentido común». Por consiguiente, es preciso volver a analizar nuestra mente. Algunos de los poderes y facultades que tenemos los poseemos en común con los animales y Son los «necesarios para la conservación del individuo y la continuación de la especie». No obstante, también «hay [...] otros poderes, de los cuales la naturaleza sólo puso en nuestra mente las semillas, y es la cultura quien se encarga de desarrollarlos. Cultivándolos adecuadamente, nos volvemos capaces de todos aquellos perfeccionamientos del intelecto, el gusto y la moral, que exaltan y honran la naturaleza humana». El hombre, en definitiva, es -en opinión de Reid y utilizando una expresión característica de la etología contemporánea- un animal cultural. El hombre, en cuanto bípedo que come los frutos agradables de la tierra, que satisface su sed con el agua cristalina de las fuentes, que propaga su especie cuando tiene la ocasión y la voluntad de hacerla, que rechaza las ofensas, que trabaja y que descansa, «es como un árbol del bosque, un puro producto de la naturaleza. Empero -señala Reiddicho salvaje lleva en su interior los gérmenes del lógico, del hombre de buen gusto y educado, del orador, del hombre de Estado, del virtuoso, del santo. Estos gérmenes, aunque la naturaleza los haya colocado en su mente, por falta de cultivo y de ejercicio permanecen sepultados para siempre y son difíciles de percibir por él mismo o por los demás». En cambio, otros gérmenes o potencialidades que se hallan ocultos en el salvaje se desarrollan a través del «ejercicio, la compañía y la forma de vivir». 4.2. Reid y la teoría de la mente No hay que concebir la mente humana como algo pasivo. Por lo contrario, «cabe [...] compararla a un farmacéutico o a un químico, a quienes la naturaleza les suministra sus materiales; de acuerdo con los objetivos de su arte, él los mezcla, combina, disocia, evapora o sublima, hasta que les otorga un aspecto por completo diferente». En otras palabras, la sensación es algo distinto del pensamiento. Las sensaciones se «mezclan, componen y descomponen, mediante costumbres, asociaciones y abstracciones, hasta el punto de que se vuelve difícil reconocer qué habían sido originariamente». Es imposible reconstruir la historia «clara y completa» de una mente, por ejemplo, «de todo lo que ha pasado por la mente de un niño desde el comienzo de su Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit vida y de sus sensaciones, hasta llegar al uso de razón». No nos es posible obtener «este tesoro de historia natural» que arrojaría mucha luz sobre las facultades humanas. Sin embargo, se puede llegar a saber algo sobre la mente. En opinión de Reid, hay dos instrumentos que nos sirven para conocer en cierta forma la mente: «la estructura del lenguaje» y «el curso de las acciones y de la conducta del hombre». En los Ensayos sobre las fuerzas intelectuales del hombre, Reid sostiene: «El lenguaje de los hombres expresa sus pensamientos y las diversas operaciones de sus mentes. Las distintas operaciones del intelecto, de la voluntad y de las pasiones, que son comunes a todos los hombres, poseen diversas formas de lenguaje que les corresponden en cada una de las lenguas, que constituyen los signos a través de los cuales se expresan.» Una concienzuda atención al lenguaje puede iluminar de manera considerable nuestro análisis de la mente. En efecto, «en todas las lenguas hay modos de hablar a través de los cuales los hombres expresan sus juicios o manifiestan su testimonio, a través de los cuales aceptan o rechazan, piden información o consejo, mandan, amenazan o suplican, comprometen su palabra en promesas o contratos. Si dichas operaciones no fuesen comunes a toda la humanidad, no hallaríamos en todas las lenguas aquellas formas de lenguaje a través de las que son denotadas». La estructura del lenguaje o, mejor dicho, las funciones lingüísticas fundamentales son una fuente de información sobre la mente. También lo es el curso de las acciones y de la conducta de los hombres. Reid afirma: «Las acciones de los hombres son efectos; sus sentimientos, sus pasiones y sus afecciones son las causas de tales efectos; en muchos casos, podemos formamos un juicio sobre la causa a partir de los efectos.» Así, la conducta de los padres hacia los hijos nos proporciona pruebas suficientes para afirmar que el afecto paterno es un rasgo general en los seres humanos; la conducta de los hombres nos indica cuáles son los objetos de su aprecio, de su resentimiento, etc.; y los comportamientos humanos son los que siempre nos dan a entender que «el hombre es, por su propia naturaleza, un animal sociable, que ama asociarse con su especie, conversar e intercambiar servicios con sus semejantes». 4.3. Reid: realismo y sentido común Llegamos así a la famosa cuestión de las ideas. Reid afirma que es el genio -y no la ausencia de genio- lo que corrompe la 171 filosofía y la llena de errores y de falsas teorías. Una de estas falsas teorías es la teoría de las ideas que defienden Hume, Locke y Berkeley. Hume concibe las Ideas como «una impresión en nuestra mente». «Se dice que esta idea es la imagen, la semejanza, la representación del Sol, si es que hay un Sol. De la idea, empero, al ser percibida de forma inmediata, no se debe poner en duda la existencia, según lo que afirman los filósofos.» La primera reflexión de Reid sobre dicha opinión filosófica es que «es algo que se opone directamente al sentido universal de los hombres no instruidos en filosofía. Si vemos el Sol o la Luna, no dudamos de que los objetos reales que vemos inmediatamente están muy lejos de nosotros y muy lejos entre sí. No tenemos la más mínima duda de que hay un Sol y una Luna, que Dios creó hace miles de años y que desde entonces han venido recorriendo sus órbitas en el cielo». El hombre corriente que escucha al filósofo se queda desconcertado y le pregunta a su «instructor filosófico»: «¿Acaso no existe un ser sustancial y permanente, llamado Sol o Luna, que continúe existiendo, piense o no piense yo en él?» A juicio de Reid, la respuesta de Locke a esta pregunta sería: hay seres permanentes y sustanciales, como el Sol y la Luna, pero «nunca se nos presentan a nosotros en persona, sino siempre a través de sus representaciones, las ideas que hay en nuestra mente, y nosotros nada sabemos de ellos, salvo lo que podamos aprender gracias a dichas ideas». Berkeley y Hume, en cambio, responderían de otra manera: «Le asegurarían al que pregunta que no es más que un error vulgar, un simple prejuicio del hombre ignorante y sin instrucción pensar que hay seres permanentes y sustanciales llamados Sol y Luna [...]. Nada existe fuera de la mente y de las ideas, dice el obispo Berkeley. Más aún, dice Hume, lo único que existe son las ideas.» Ante los desconcertantes resultados de tal teoría de la mente, Reid se limita a afirmar que «sin duda es innecesario demostrar que, a un hombre no instruido en filosofía, ésta debe parecerle extravagante y visionaria, y notablemente contraria a lo que indica el entendimiento corriente». La concepción filosófica de Reid se caracteriza por remitirse a la experiencia del sentido común. George E. Moore, en nuestro siglo actual retornó -en oposición al neoidealismo inglés, de F. Bradley por ejemplo- a la verdad del sentido común, como atestigua su ensayo Defensa del sentido común, de 1922 Moore, a caballo entre los dos siglos, guió la ofensiva contra el Idealismo y arrastró a Bertrand Russell a dicha empresa. Moore, recuerda Russell, «asumió el puesto de guía de la rebelión y yo le seguí con Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit un sentimiento de liberación [...]. Con la sensación de huir de una prisión, nos permitimos pensar que la hierba era verde, que existían el Sol y las estrellas aunque nadie fuese consciente de ellos [...]. El mundo, que hasta entonces había sido algo sutil y lógico, de pronto se convirtió en algo rico, variado y sólido». Moore, en contra de Bradley y de sus contemporáneos, repitió en un contexto diverso -pero siempre en nombre de la verdad del sentido común «existe actualmente un cuerpo humano viviente, que es mi cuerpo»; «existe un mundo exterior»; «existen otros yos», etc.- la misma operación que Reid había llevado a cabo contra Hume, Berkeley y Locke. Más cercano a nosotros, Karl Popper -en un ensayo escrito en defensa del realismo (la doctrina según la cual nuestras teorías científicas, aunque sean discutibles, nos dan a conocer la realidad)- afirmó: «y Reid,"cuya adhesión al realismo y al sentido común yo comparto, pensaba que poseemos una directa, inmediata y segura percepción de la realidad externa, objetiva.» Popper no está de acuerdo con este último punto, ya que «en nuestra experiencia no hay nada directo o inmediato». Al igual que el sentido común nos ofrece un testimonio inequívoco de la realidad del mundo exterior y de la verdad de la teoría que lo respalda, también el sentido común atestigua -escribe Reid en los Ensayos sobre las fuerzas activas del hombre- la validez de los principios morales de esta clase: «1) En la conducta humana hay algunas cosas que merecen aprobación y premio, y otras que merecen reproches [...]; 2) lo que no es en absoluto voluntario no puede merecer aprobación o reprobación moral; 3) lo que se realiza por una necesidad ineluctable puede ser agradable o desagradable, útil o perjudicial, pero no puede ser objeto de reprobación o de aprobación moral; 4) los hombres son notablemente culpables tanto en el no hacer lo que deberían hacer, como en el hacer aquello que no deberían; 5) debemos utilizar los mejores medios de que disponemos para estar bien informados acerca de nuestros deberes [...]; 6) nuestra tarea más importante debe consistir en llevar a cabo nuestro deber, en la medida en que lo conozcamos, y fortalecer nuestras mentes contra toda tentación de apartamos de él.» La lista prosigue y Reid acaba afirmando: «A éstos les llamo "principios primeros" porque me parece que tienen en sí mismos una evidencia intuitiva e irresistible». 4.4. Dugald Stewart y las condiciones de la argumentación filosófica 172 Después de Reid la escuela escocesa cuenta entre sus exponentes a James Oswald (fallecido en 1793), quien -en su Apelación al sentido común al servicio de la religión (1766-1772)elabora sobre todo el aspecto teológico del pensamiento de Reid. En el campo ético, tuvo más relevancia que la obra de Oswald la aportación de Adam Ferguson (1724-1816), autor entre otras obras de los dos volúmenes de Principios de ciencia moral y política (1792). Ferguson enseñó en la universidad de Edimburgo, primero filosofía natural y luego filosofía moral. En 1778, designado secretario de una comisión para las colonias, viajó a América, y su cátedra fue ocupada -primero con carácter de suplente y después como titular a todos los efectos- por Dugald Stewart. Este, junto con Thomas Brown, fue el representante más prestigioso de la escuela escocesa. Dugald Stewart, hijo de un profesor de matemática de la universidad de Edimburgo, nació en esta ciudad en 1753. Discípulo de Reid en Glasgow, estudió matemática, filosofía y economía política. Primero fue profesor de matemática en Edimburgo, pasando mas tarde a sustituir a Ferguson en la cátedra de filosofía moral, que ocupó hasta 1810. Stewart, que murió en 1826, fue un autor bastante fecundo. Entre sus escritos de mayor relevancia, hay que recordar: Elementos de filosofía del espíritu humano (1792, 1814, 1827), Directrices de filosofía moral (1793), Ensayos filosóficos (1810) Y Visión general del progreso de la filosofía metafísica y política a partir del renacimiento de las letras en Europa. Esta última obra consistió en una interesante historia del pensamiento filosófico moderno y fue publicada en los suplementos de la Encyclopedia Britannica (IV y V eds., 1815 Y 1821). Stewart expuso y divulgó el pensamiento de Reid; trató de introducir en la cultura filosófica inglesa los temas propios del pensamiento de los ideólogos franceses. «La interrupción [por motivos políticos] de toda comunicación entre Inglaterra y el continente durante tanto tiempo -escribe Stewart en la Visión general del progreso de la filosofía metafísica y política- nos ha dejado [...] en una ignorancia casi completa acerca de lo poco que se hizo durante este período en favor del progreso de la verdadera filosofía en las demás partes de Europa.») Asimismo, Stewart desarrolló una filosofía de la mente, adentrándose en el interesante camino del análisis psicológico; propuso una teoría estética basada sobre la hipótesis de la existencia de un sentido común de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit belleza; puso el dedo en una de las llagas más dolorosas de la escuela escocesa, para la cual en definitiva no existe un criterio claro que sirva para delimitar aquellos principios primeros que el sentido común estaría en condiciones de atestiguar y fundamentar. En cualquier caso, a través de los Elementos de filosofía del espíritu humano, Stewart establece que la creencia en la existencia del «yo», la creencia en la realidad del mundo exterior material, la creencia en la uniformidad de las leyes naturales, la confianza que hay que tener en los testimonios de la memoria, al igual que la identidad personal, son verdades fundamentales y condiciones de todo razonamiento. En las Directrices de filosofía moral, Stewart se propone explicitar aún mejor las condiciones y las reglas de las argumentaciones filosóficas: «Todas las investigaciones filosóficas, sea cual fuere su naturaleza, y todos aquellos conocimientos prácticos que orientan nuestra conducta a lo largo de la vida, presuponen un orden establecido en la sucesión de acontecimientos. Si así no fuera, la observación del pasado resultaría estéril y no podríamos extraer ninguna conclusión para el futuro.» Como puede apreciarse, se trata del principio de inducción, que no sólo se aplica al mundo natural sino también -en opinión de Stewart- al mundo humano: «Las leyes que gobiernan las vicisitudes humanas resultan sin duda más difíciles de determinar; no obstante, en esta clase de hechos, hay un cierto grado de orden que es posible captar y que es suficiente para fundamentar reglas generales de gran utilidad.» Existe, pues, un orden en los acontecimientos naturales y en los hechos humanos. «Nuestro conocimiento de las leyes de la naturaleza tiene una sola fuente: la observación y la experiencia. Nunca percibimos que entre dos acontecimientos haya una conexión necesaria; por consiguiente, jamás podremos deducir lógicamente a priori uno del otro. La experiencia nos enseña que ciertos acontecimientos se hallan invariablemente asociados; y de esto se deriva que, si uno aparece, esperamos también al otro; pero no sabemos nada más, y nuestro conocimiento en tales casos se limita sólo al hecho.» No conocemos las causas esenciales de los hechos, sino sólo los hechos y las leyes que los enlazan: «Reconocer con diligencia, constatar con exactitud estas asociaciones de acontecimientos -que no son otra cosa que el orden mismo del universo-, unificar los fenómenos dispersos que este universo nos presenta y enlazarlos con sus leyes generales: ésta es la suprema tarea de la filosofía.» Según Stewart, Bacon fue el primero que demostró con total evidencia esta verdad 173 fundamental. El verdadero objetivo de toda investigación filosófica «es el que se propone un hombre sensato cuando observa los acontecimientos que tienen lugar ante sus ojos: su intención consiste en aprovechar aquello que ve para su conducta futura». Por consiguiente, «entre la ciencia de la filosofía y este buen sentido que dirige a la mayoría de los hombres en los asuntos de la vida, no existe una diferencia de naturaleza: se trata exclusivamente de una gradación». Y precisamente porque se han aplicado estas reglas del filosofar, que imponen a la experiencia como guía, es por lo que se ha producido el gran avance de la metafísica. En la Visión general del progreso de la filosofía metafísica y política, Stewart señala que la metafísica -con Locke y sus sucesores- abandonó «las sutilezas y las abstracciones del medievo, para ocuparse de estudios sujetos al cultivo de la inteligencia, al ejercicio de sus facultades y al conocimiento del gran objetivo del destino de nuestro ser. Por lo tanto, puede considerarse que dicho cambio es una prueba palpable e irrefutable de los progresos correspondientes que la razón ha llevado a cabo en Inglaterra». 4.5. Thomas Brown: la filosofía del espíritu y el arte de dudar Thomas Brown, también escocés, nació en Kirkmabreck en 1778. Alumno de Stewart, fue profesor de la universidad de Edimburgo hasta el año de su muerte, en 1820. Su primera obra fueron las Observaciones sobre la Zoonomía del Dr. Erasmus Darwin (1798). En 1804 aparecieron las Observaciones sobre la naturaleza y la tendencia de la doctrina del señor Hume sobre la relación de causa a efecto; Brown continuó trabajando sobre estas observaciones y más tarde las integró en la Investigación sobre la relación de causa a efecto, publicada en 1818. En 1820 vieron la luz las Lecciones de filosofía del espíritu humano. Tal filosofía de la mente abarca «en primer lugar la filosofía de la mente, considerada [esta última] como una sustancia susceptible de diversas modificaciones, o estados, que constituyen -al irse sucediendo unos a otros- los fenómenos del pensamiento y del sentir. En segundo lugar, las doctrinas de la ética general, por ejemplo, la obligación que el hombre tiene de aumentar y ensanchar lo más posible la felicidad de todos los seres vivientes. En tercer lugar, las doctrinas políticas, como el instrumento que le permite en sociedad con sus semejantes buscar con el mayor éxito posible y el menor riesgo posible de males futuros, aquella felicidad de todos, que es Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit deber de cada individuo desear y promover. En cuarto lugar, las doctrinas de la teología natural, como las que se refieren a la existencia y los atributos del más grande de los seres, bajo cuyo gobierno moral vivimos, al fundamento de nuestra fe en que la muerte no es más que un cambio de escenario: respecto a nuestra mortalidad, puede llamársele conclusión, pero con respecto al alma en sí misma, es sólo uno de los acontecimientos de su vida, que es eterna». Brown expresa esto en las Lecciones de filosofía del espíritu humano donde también se lee que «la filosofía de la materia y la filosofía de la mente coinciden plenamente en este aspecto: en ambas, nuestro conocimiento está igualmente limitado a aquellos fenómenos que ese conocimiento nos presenta». Por lo tanto, no conocemos ni podemos conocer qué son en su esencia la materia o la mente: «Si nuestro conocimiento de la materia es sólo un conocimiento relativo, nuestro conocimiento de la mente es igualmente relativo.» Además, al igual que en nuestros razonamientos debe haber principios de los cuales partir, también vemos que existen verdades -verdades del sentido común- que no se pueden poner en duda. «El sujeto [...] es uno de los más evidentes ejemplos de estas verdades primeras, como han sido denominadas. La creencia en nuestra identidad no es resultado de una serie de proposiciones, sino que surge inmediatamente -en determinadas circunstanciasde un principio de pensamiento, que es tan esencial para la verdadera naturaleza de la mente como lo son sus facultades de la percepción o de la memoria, o como lo es el poder del razonamiento mismo, ante cuya validez esencial -y, por consiguiente, ante la creencia intuitiva en una verdad primera sobre la cual se basa dicho razonamiento- debe acabar por detenerse cualquier objeción contra la fuerza de estas verdades efectivas.» Otra verdad, sobre la que no se puede dudar, es la concerniente a la realidad del mundo exterior. Sin lugar a dudas, «la mente, dotada de las facultades de percepción y de juicio, es la que observa, compara y combina; pero los fenómenos pertenecen a un mundo que -aunque está conectado con la mente a través de numerosas y maravillosas relaciones de acción recíproca- existe con independencia de ella». Por otra parte, Brown se muestra muy opuesto a multiplicar los principios de la creencia intuitiva. En su opinión, Reid y otros filósofos escoceses,-que se han dedicado a multiplicados- han hecho algo «inoportuno y ridículo». Brown escribe: «No se puede 174 negar que su multiplicación no necesaria sería nociva en grado sumo para una sana filosofía: ya sea porque nos lleva a formarnos una visión errónea de la naturaleza de la mente -atribuyéndole principios que no forman parte de su constitución- o, lo que es aún mas grave, porque frena el vigor general de nuestra investigación filosófica, al hacer que nos contentemos con demasiada rapidez, mediante la confianza fácil e indolente en que ya no necesitamos avanzar más allá, como si ya hubiésemos avanzado todo lo que nos permitían nuestras facultades. » Por lo tanto no hay que sofocar nuestra curiosidad. Hay que ceñirse a los hechos y tratar de que las palabras representen hechos. Sobre todo hay que aprender a dudar, pero a dudar bien. «Si nuestra duda se detiene demasiado pronto, nos equivocamos tanto como si no hubiésemos puesto jamás en duda un solo prejuicio.» El escéptico que duda siempre y de todas las cosas se equivoca tanto como el que toma una actitud de «estupidez confiada». En suma, es preciso determinar «en qué circunstancias es legítima la duda y en qué circunstancias debe cesar». «Puede decirse que no sabe dudar aquel que está completamente satisfecho del resultado de una investigación, que sin embargo podría avanzar aún más, aunque únicamente se tratase de añadir otro paso al millar de pasos que ya haya realizado. La verdad es el último eslabón de una larga cadena, cuyo primer eslabón fue colocado en nuestras manos por la naturaleza. Si hemos llegado con felicidad al último eslabón y advertimos con toda seguridad que no hay ningún otro posterior, sería evidentemente absurdo suponer que podemos continuar avanzando. En cambio, si nos detenemos antes de haber llegado al último y sostenemos -sin alargar nuestra mano para llevar a cabo la experiencia- que no hay ningún otro eslabón después de aquel que hemos alcanzado, resulta indiferente lo mucho que hayamos podido avanzar: la verdad sigue estando más allá de nosotros, y la tendrá que asir un brazo más fuerte y poderoso.» En definitiva, no es necesario afirmar de manera temeraria que hemos llegado al último eslabón de la cadena, cuando no estemos seguros de ello. Y si nos contentamos con decir que hemos alcanzado el último eslabón que puede conseguir el esfuerzo humano, «hemos de tener muy en cuenta que no podemos medir la incapacidad de la raza humana en su integridad con la vara de nuestra propia incapacidad, o, lo que no resulta nada improbable, quizás estemos sustituyendo por la noción de incapacidad -incluso en nosotros mismos- lo que no es Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit más que el tedio provocado por un ejercicio continuado, a lo largo de mucho tiempo». 175 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 176 LA ILUSTRACIÓN ALEMANA Historia del Pensamiento Filosófico y Científico Giovanni Reale – Dario Antisieri 1. LA ILUSTRACIÓN ALEMANA: CARACTERÍSTICAS, PRECEDENTES Y AMBIENTE SOCIO-CULTURAL 1.1. Características «La ilustración alemana debe su originalidad, en comparación con la inglesa o la francesa, más que a nuevos problemas o temas de especulación, a la forma lógica en que se presentan y se plantean los temas y los problemas. El ideal de una razón que tiene el derecho de acometer con sus dudas y sus problemas el completo mundo de la realidad, se transforma en la ilustración alemana en un método de análisis racional, cauteloso y decidido a la vez, que avanza demostrando la legitimidad de cada paso, es decir, la posibilidad intrínseca de los conceptos que emplea y de su fundamentación [...]. En esto consiste el método de la fundamentación, que siguió siendo una característica de la filosofía alemana posterior y que celebró su gran victoria con la obra de Kant. El fundador de este método fue Wolff, que desde este punto de vista es el máximo representante de la ilustración alemana» (N. Abbagnano). En realidad el mismo Kant aludirá al método de Wolff diciendo que es el que fija «el camino seguro de una ciencia, a través de una regular determinación de los principios, una clara especificación de los conceptos, un comprobado rigor en las pruebas y un negarse a dar saltos atrevidos en las consecuencias». En estas circunstancias, la exigencia de una razón que aunque no lo sea todo, quiere indagarlo todo y pretende autojustificarse, asume en la ilustración alemana un tono pedante y un carácter sistemático «que producen un extraño contraste. Con el carácter caprichoso, genial y divertido de los escritos de los principales ilustrados ingleses y franceses» (N. Abbagnano). 1.2. Precedentes Las líneas de pensamiento que, en modo diverso, confluyen en la Ilustración alemana y la preparan, son las siguientes: 1) la filosofía de Leibniz; 2) las teorías científicas de Newton, cuya mecánica -unida a la correspondiente imagen del mundo- ejercerá un decisivo influjo sobre Kant; 3) la filosofía de Spinoza; 4) las ideas de los ilustrados ingleses y, sobre todo, franceses: «tuvo una particular eficacia la circulación, en versión alemana, de las obras de Helvetius, Condillac y Holbach, cuyo materialismo utilizaron algunos autores para dar nuevo vigor a la corriente genéricamente materialista que con razón o sin ella se hacía remontar hasta Spinoza» (L. Geymonat). 1.3. E. W. van Tschirnhaus: el «ars inveniendi» como confianza en la razón Entre los que pueden considerarse como precursores de la ilustración en Alemania hay que mencionar a Ehrenfried Walter von Tschirnhaus, Samuel Pufendorf y Christian Thomas (Thomasius). Tschirnhaus (1651-1708), descendiente de una familia noble de Moravia, estudió matemática, física y filosofía. Entre 1675 y 1678 viajó mucho por Holanda, Inglaterra, Francia e Italia; durante estos viajes tuvo ocasión de conocer a Huygens, Newton, Collins, Spinoza y Leibniz. Su obra principal es la Medicina mentis sive artis inveniendi praecepta generalia (1687), donde el autor propone según el modelo matemático- un ars inveniendi que permita llegar al conocimiento real. Este conocimiento debe fundarse en la experiencia, entendida a la manera cartesiana como una conciencia interior. En opinión de Tschirnhaus, las verdades evidentes y fundamentales sobre las que se erige el saber son las siguientes: 1) somos conscientes de muchas cosas; 2) nos afectan cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan (de aquí provienen los conceptos de bien y de mal, y los fundamentos de la ética); 3) somos conscientes que podemos concebir determinadas cosas, y otras no las podemos concebir; 4) a través de los sentidos internos y externos, nos formamos imágenes de los objetos externos. «Tschirnhaus está convencido de que estos hechos de la experiencia interna, si se toman como principios generales de la deducción y se desarrollan de manera sistemática, pueden llevar al logro de un método útil para la verdad en todas las ciencias. En otras palabras, comparte el ideal de la ciencia universal, como la había formulado Leibniz, con el que estableció relaciones personales» (N. Abbagnano). Lo importante, en todo caso, es su confianza en la razón humana. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 1.4. Samuel Pufendorl el derecho natural es una cuestión de razón. Samuel Pufendorf (1632-1694) ocupó la cátedra de «derecho natural y de gentes» en la universidad de Heidelberg; luego se trasladó a Lund, donde escribió su obra más importante, el De iure naturae et gentium (1672). Pufendorf era un luterano ortodoxo y por eso no sorprende que aquí y allá emerja su voluntarismo. Sin embargo, partió desde el principio -que luego servirá de fundamento al iusnaturalismo contemporáneo suyo y al posteriorsegún el cual el derecho natural es una cuestión de razón. Al ser universal por esencia, no puede basarse en la religión, que varía entre los distintos pueblos. El derecho «es regla de las acciones y de las relaciones entre todos los hombres, no en cuanto cristianos, sino en cuanto hombres». Sobre esta base, Pufendorf está convencido de que se puede construir una ciencia del derecho que posea el mismo rigor que la ciencia física. En resumen, la doctrina del derecho natural de Pufendorf, «esencialmente ecIéctica [...] reunió a la vez temas de Grocio -la racionalidad y la socialidad de la naturaleza humana- y de Hobbes: el móvil utilitario de todas las acciones. En especial, se propuso otorgar una sistematización científica a la doctrina del derecho natural, sobre el que llevó a cabo un tratamiento efectivamente muy amplio y metódico, si bien se hallaba viciado, precisamente en sus bases filosóficas, por incertidumbres y por auténticas contradicciones» (G. Fasso). 1.5. Christian Thomasius: la distinción entre derecho y moral En los iusnaturalistas -defensores de la doctrina del derecho natural- de aquella época, «natural» equivale a «racional» o, mejor aún, a «no sobrenatural», en el sentido de que la intención de los iusnaturalistas consistía en convertir la razón humana -y no la revelación- en el criterio para enjuiciar la verdad en todas las actividades humanas y, por supuesto, también en el ámbito de las normas jurídicas. Tal concepción se aprecia con toda claridad en Christian Thomasius (1655-1728). Originario de Leipzig, decididamente anticonservador (escandalizó al mundo culto de Leipzig, dando clases en alemán y no en latín), debido a sus actitudes personales se vio obligado a dejar Leipzig y trasladarse a Berlín, y luego a Halle, donde escribió las lnstitutiones iurisprudentiae divinae (1688). En Halle se sintió atraído en un 177 primer momento por el movimiento pietista, pero a principios del siglo XVIII -bajo el influjo de las ideas de Locke y de los sensistasThomasius asumió una forma de pensamiento radicalmente ilustrada, de lo cual dan fe sus Fundamenta iuris naturae et gentium (1709). Y si en las lnstitutiones Thomasius define el derecho natural como «ley divina escrita en el corazón de todos los hombres, que les obliga a hacer aquello que es necesariamente conforme a la naturaleza del hombre racional, y a abstenerse en cambio de lo que repugna a dicha razón», en los Fundamenta sostendrá sin ambages que conocemos el derecho natural «a través del razonamiento del ánimo sereno», y que ese derecho abarca omnia praecepta moralia ex ratiocinatione profluentia. Sin embargo, lo más relevante del pensamiento de Thomasius es la definición y la determinación de la categoría autónoma de juridicidad. En esencia Thomasius se propone distinguir lo jurídicamente iustum de lo moralmente honestum y lo socialmente (o convencionalmente) decorum. Lo jurídicamente justo se distingue de lo moralmente honrado por el hecho de que el comportamiento jurídico justo es, antes que nada, intersubjetivo, en el sentido de que se refiere a la acción de, por lo menos, dos personas. Sin embargo, la intersubjetividad y la exterioridad no son suficientes para determinar lo que es justo jurídicamente, porque aunque sirven para distinguir entre lo justo y lo honrado- no logran separar lo justo de lo decorum, de lo socialmente oportuno y conveniente, y que también lo decorum posee el rasgo de la intersubjetividad. Surge aquí la otra característica propia de la categoría de la juridicidad: «A lo decorum -escribe Thomasiusnadie puede verse obligado, y si se le obliga, ya no se trata de decorum; la obligación jurídica, por lo contrario, siempre es externa y teme la coacción procedente de los demás hombres.» La intersubjetividad y la coerción: éstos son los rasgos específicos y definidores del derecho. Obviamente, si sólo son coercitivos los deberes jurídicos -aquellos que permiten la paz social- el ámbito de las convicciones íntimas y personales, morales y religiosas, no es coercitivo: por consiguiente, Thomasius admite y defiende la libertad de pensamiento y de religión. La Iglesia, o mejor dicho, las iglesias no pueden configurarse como instituciones jurídicas que se arroguen poderes coactivos. Por lo tanto, «es comprensible que a Thomasius, filósofo de no demasiada talla, se le asigne tradicionalmente un puesto relevante en la historia específica de la filosofía del derecho; anticipa temas que, con una fundamentación filosófica muy diferente, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit encontraremos en Kant, por ejemplo, la distinción entre derecho y moral. Asimismo, defiende con valentía las ideas de libertad que había venido madurando el iusnaturalismo del siglo XVII, contribuyendo de modo eficaz a que dichas teorías se conviertan en una acción reformadora» (G. Fasso). 1.6. Las relaciones del pietismo con la ilustración No es posible comprender el ambiente cultural en el que se desarrolló la ilustración alemana, si no se tiene en cuenta el movimiento religioso llamado pietismo. Ladislao Mittner, en su Historia de la literatura alemana, lo considera como el tejido conjuntivo de la cultura alemana en la época de la ilustración y en la de Goethe. «Como la ortodoxia protestante, con un racionalismo demasiado rígido, ignoraba las necesidades místico-sentimentales de los fieles, la intimidad y la dulzura de la fe, hacia finales del siglo XVII surgieron por todas partes -como consecuencia de los Collegia pietatis fundados por Philipp Jacob Spener en Francfort en 1670- grupúsculos más o menos clandestinos de piedad religiosa, las "iglesias del corazón" que, aparentemente integradas en la "iglesia de piedra" de la ortodoxia (ecclesiola in ecclesia), en realidad se le superponían y contraponían, practicando ejercicios piadosos que la Iglesia oficial no aprobaba y que a menudo condenaba y perseguía severamente (...). Los pietistas no eran santos, sino creyentes que sentían, vivían y actuaban santamente; antes que nada, eran almas emotivas, ansiosas de paz, pero que tenían sobre todo la necesidad de experimentar todas las penas y las dulzuras de su irrefrenable emotividad» (L. Mittner). La relación entre pietismo e ilustración fue compleja: la emotividad de los pietistas tenía que chocar -como de hecho sucedió- con la racionalidad de los ilustrados; sin embargo, por lo menos la primera etapa de la ilustración hallará un gran aliado en el pietismo, ya que éste significaba: a) una actitud polémica con respecto a la dogmática ortodoxia luterana que predominaba; b) una afirmación de las libertades de la conciencia de la persona individual, con respecto a las cadenas de la teología oficial; c) la primacía de una fe práctica y no de la teología escolástica. En lo substancial la primera ilustración y el pietismo se alían contra la hegemónica ortodoxia luterana. Así, Thomasius mantuvo estrechas relaciones con los filósofos y teólogos pietistas del Círculo de Halle (Gundling -alumno de Thomasius-, Budde, Lange, Rüdiger, Sperlette). 178 Combatido por los ortodoxos, el pietismo (cuya ascendencia se remonta a las sectas místicas que Lutero ya había reprobado; que tiene puntos de contacto con los movimientos de los anabaptistas, los cuáqueros y los metodistas, Y que recibió el influjo del movimiento quietista francés y de la mística de los jesuitas franceses y españoles), triunfó en Halle en 1706, gracias a August Hermann Francke, «célebre por su prédica de una durísima disciplina penitencial y por la fundación de ejemplares Institutos educativos (1702) que provocaron la admiración de toda Alemania» (L. Mittner). Debido justamente a la acción de Francke, Wolff fue expulsado de Halle. En el Discurso sobre la filosofía práctica de los chinos, Wolff había tenido la osadía -dentro de un ambiente como el de Halle- de colocar entre los profetas a Confucio, aliado de Cristo. «Por efecto de las intrigas de Francke, el filósofo Wolff acusado de haber justificado desde la cátedra a los soldados desertores- fue expulsado de la universidad de Halle en 1723; a partir de entonces el pietismo de Halle, oficialmente protegido por el gobierno prusiano, también triunfó en las cortes menores, hasta que en 1740 se produjo una total inversión de la situación con e! rey filósofo Federico II» (L. Mittner). 1. 7. Federico II y la situación política El recuerdo de Federico II nos obliga a mencionar con mucha brevedad (ya que el estudiante recibe más información sobre el tema en los cursos de historia general) la situación política de Alemania durante el período de la ilustración. Aunque la guerra de los Treinta Años hubiese postrado a Alemania; aunque la poderosa monarquía francesa constituyese una amenaza permanente a su independencia; aunque «las trescientas patrias» en las que se dividía el poder en Alemania impidiesen el avance unitario y mayoritariamente decisivo de la burguesía, ésta -a pesar de todohabía logrado progresos económicos y comerciales. Este desarrollo provocaba que las clases burguesas exigiesen una nueva redistribución de! poder político. Sin embargo, la falta de unidad política -la división territorial y política del país, que favorecía los antiguos privilegios e imponía tributos a las mercancías en las fronteras de cada uno de los pequeños Estadosimpidió un fuerte avance de la burguesía, que tuvo que limitarse a reivindicaciones bastante parciales, de un poder esencialmente paternalista. Por ello, la burguesía creyó encontrar un intérprete adecuado en Federico II de Prusia, soberano ilustrado, rey filósofo, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit mecenas de los philosophes y aconsejado por éstos. En realidad, incluso ante los ojos de algunos contemporáneos suyos, los cambios y las reformas de Federico de Prusia resultaron más formales que substanciales. 2. LA «ENCICLOPEDIA DEL SABER» DE CHRISTIAN WOLFF Christian Wolff, la figura más representativa de la ilustración alemana, nació en Breslau en 1679 y estudió en el centro local de enseñanza secundaria en el que se producían debates entre católicos y protestantes. Más tarde, prosiguió en Jena sus estudios de matemática y profundizó en la filosofía cartesiana. Se trasladó en 1702 a Leipzig, donde se doctoró con una tesis titulada De philosophia practica universali methodo mathematico conscripta. A este trabajo le siguió, en 1704, la Dissertatio algebrica de algoritmo infinitesimali differentiali. Estos trabajos le valieron la colaboración en la célebre revista «Acta eruditorum», en la que también colaboraba Leibniz, a quien Wolff envió su Dissertatio en el mismo año 1704. Leibniz le contestó a Wolff con una extensa carta de comentario. Así se inició el epistolario entre Wolff y Leibniz, intercambio de cartas que duró hasta el fallecimiento de Leibniz en 1716. En 1706, con el apoyo de Leibniz, Wolff obtuvo la cátedra de matemática de Halle, donde más tarde dio clases de filosofía. En 1710 aparecen los Principios de todas las ciencias matemáticas, en cuatro volúmenes, que no sólo se refieren a las matemáticas sino también a la mecánica, la artillería, etc. Wolff también dedicó a la matemática los Elementa matheseos universae (1713-1715) y el Lexicon mathematicum (1716). A este respecto es preciso señalar que, en lo referente a la lógica de Leibniz, Wolff elimina sus importantes aspectos lógico-formales, reduciéndola a su exposición de la silogística. Este enfoque será el predominante en la ilustración alemana que, «con la excepción del matemático Lambert, dejó a un lado -siguiendo las huellas de Wolff- los temas de Leibniz relativos al arte característica o combinatoria» (F. Barone). En efecto, «la noción de mathesis universalis, que en Leibniz se halla íntimamente vinculada con su especulación filosófica, en sus epígonos dieciochescos se desliza hacia un plano exclusivamente metafísico-ontológico» (F. Barone). La primera obra filosófica de Wolff se remonta a 1713 y se trata de los Pensamientos racionales acerca de las fuerzas del 179 intelecto humano y su correcto uso en el conocimiento de la verdad. Estos Pensamientos racionales «en 1728 ya habían superado, con cinco reimpresiones, los ocho mil ejemplares (y se siguieron reimprimiendo hasta la muerte de Wolff en 1754), con lo que se convertía en el manual de más amplia difusión entre las personas cultas. Fue adoptado por casi todas las universidades y escuelas, en las que alrededor del año 1735 había unas doce cátedras ocupadas por seguidores de Wolff» (N. Merker). En los años siguientes, Wolff completa su sistema y su producción científica adquiere un volumen imponente. Primero escribe en alemán y luego en latín, ya que se proponía hablar como «preceptor de todo el género humano». En realidad, sin embargo, «su eficacia más duradera fue la que ejerció en el terreno del lenguaje filosófico. Gran parte de la terminología filosófica de los siglo XVIII y XIX, Y que se sigue usando todavía hoy, recibió el influjo de las definiciones y las distinciones de Wolff» (N. Abbagnano). Wolff opina que el procedimiento científico más riguroso es el que consiste en el análisis a priori de los conceptos. No obstante, sostiene que también las observaciones y la experiencia están en condiciones de fundamentar doctrinas científicas: por consiguiente, hay ciencias racionales y ciencias empíricas. Por otro lado, se hace obligada otra distinción: la que se da entre teoría y práctica, entre conocer y hacer, lo que da pie a las ciencias teóricas y las ciencias prácticas. Con base en estos dos criterios de clasificación, Wolff elabora -sobre el trasfondo de la filosofía de Descartes y en especial de Leibniz- todos los elementos propios de una auténtica enciclopedia del saber. Las ciencias racionales teóricas son la ontología, la cosmología, la psicología racional, la teología natural; las ciencias racionales prácticas son la filosofía práctica, el derecho natural, la política y la economía; las ciencias empíricas teóricas son la psicología empírica, la teleología y la física dogmática; las ciencias empíricas prácticas son las disciplinas técnicas y la física experimental. La lógica es la disciplina que sirve de propedéutica a todo el sistema de las ciencias. Este sistema se apoya sobre a) el principio de no contradicción, en el pensamiento racional; b) el principio de razón suficiente, en el pensamiento empírico. Esta breve mención de los supuestos fundamentales del pensamiento de Wolff proporciona una ratio de su enorme producción literaria, dividida en obras en alemán y obras en latín. Las obras en alemán, además de los ya citados Pensamientos racionales sobre las fuerzas del intelecto humano, son las siguientes: Pensamientos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit racionales sobre Dios, el mundo y el alma de los hombres (1719); Pensamientos racionales sobre el actuar humano (1720); Pensamientos racionales sobre la vida social de los hombres (1721); Pensamientos racionales sobre las operaciones de la naturaleza (1723); Pensamientos racionales sobre la finalidad de las cosas naturales (1724); Pensamientos racionales sobre las partes de los hombres, de los animales y de las plantas (1725). Sus obras en latín son: Philosophia ratíonalis sive Logica (1728); Philosophia prima sive Ontología (1729); Cosmologia generalis (1731); Psychologia empírica (1732); Psychologia rationalis (1734); Theologia naturalis (1736-1737); Philosophia practica universalis (1738-1739); Ius naturae (1740-1741); Ius gentium; Philosophia moralis (1750-1759). De acuerdo con Wolff, la ontología es la ciencia del ser posible, y en ella se rescata -y en cierto modo se vincula a la experiencia- la metafísica aristotélico-escolástica (por ejemplo, a través de los conceptos de sustancia y de causa). En teodicea, Wolff afirma la validez del argumento cosmológico (Dios es la suprema inteligencia que justifica el orden del mundo) y deja de lado el argumento ontológico y el teleológico. «En la concepción wolffiana del mundo se conjugan al mismo tiempo el optimismo y el racionalismo. El mundo es una inmensa máquina cuya perfección hay que buscar en la armoniosa interdependencia general de las partes. El determinismo mecánico que gobierna el mundo no excluye la libertad humana ni la intervención divina, y el mundo es contingente en cuanto a su existencia: Wolff admite con reservas lo sobrenatural y lo milagroso en el cosmos, en la medida en que siempre constituye una superposición a un orden natural constituido por la sabiduría divina» (B. Bianco). Las relaciones entre alma y cuerpo están reguladas, según Wolff, por la armonía preestablecida, aspecto en el que sigue a Leibniz. En cambio, se aleja notablemente de éste en el terreno ético-político, «porque acentúa la autonomía de las normas éticas con respecto a toda consideración de orden teológico y porque en política y en economía se hace eco del cambio de época y defiende teóricamente la intervención del Estado en la economía y el ejercicio del poder en el sentido del despotismo ilustrado» (M. Dal Pra). Para Wolff, el objetivo de la filosofía consiste en la felicidad humana. El conocimiento no puede separar la felicidad humana del progreso humano, Y no se puede llegar al conocimiento sin «la 180 libertad filosófica» es decir, sin libertad de pensamiento. Sin ninguna duda, la racionalidad de Wolff no es brillante como la de los philosophes franceses, y tampoco se halla tan impregnada de experiencia y de vida como la de algunos pensadores ingleses contemporáneos suyos. Sin embargo, «la aportación de la sistemática wolffiana a la cultura ilustrada sigue siendo igualmente relevante, sobre todo por el método de análisis tanto racional como empírico que él aplica, con rigor y con orden, a todos los campos de lo cognoscible» (M. Dal Pra). Wolff explicita en estos términos su noción de racionalidad: «En el método filosófico, no se deben usar términos que antes no se hayan aclarado mediante una cuidadosa definición y no hay que admitir como verdadero aquello que no haya sido demostrado de manera suficiente; en las proposiciones es necesario determinar con el mismo cuidado el sujeto y el predicado, y el todo debe ser ordenado de un modo que coloque primero aquellas cosas en virtud de las cuales pueden comprenderse y justificarse las que vienen después». 3. EL DEBATE FILOSÓFICO EN LA ÉPOCA DE WOLFF 3.1. Martín Knutzen: el encuentro entre el pietismo y la filosofía de Wolff Como ya se ha dicho, la filosofía de Wolff ejerció un influjo notable sobre la cultura alemana, por lo menos a través de las numerosas cátedras universitarias ocupadas por filósofos partidarios suyos. Martin Knutzen (1713-1751), profesor de Kónigsberg y maestro de Kant, fue seguidor de Wolff. Su obra principal fue la Prueba filosófica de la verdad de la religión cristiana (1740), donde trata de combinar elementos pietistas con aspectos procedentes de Wolff. Kant aprendió de él la mecánica de Newton. Franz Albert Schultz, discípulo de Spener y más tarde director del Colegio Fridericianum de Kónigsberg (donde estudió Kant), también consideró que la filosofía de Wolff era una aliada de la concepción pietista de la vida. En cambio, se mostró contrario a Wolff un discípulo de A. Rüdiger, Adolph Friedrich Hoffmann (17031741), autor de una Lógica (1737) donde se pone el acento en la sensación como base del conocimiento real. 3.2. Christian A. Crusius: la voluntad es autónoma con respecto al intelecto Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Christian August Crusius (1715-1775) fue alumno de Hoffmann, quien había muerto demasiado joven para poder dar la medida de su auténtico talento. En una disertación de juventud, De appetitibus insitis voluntatis humanae (1742), Crusius -influido por el pietismo suabo, que a su vez influirá sobre Kant- puso de relieve la autonomía de la voluntad con respecto al intelecto. La libertad es un atributo de Dios y todos los hombres la experimentan en sí mismos. Eliminar la libertad significaría la desaparición de la moral. En 1743, con su ensayo De usu et limitibus principii rationis determinantis, vulgo sufficientis, ataca el principio de razón suficiente. Si se le toma en su sentido más fuerte, dicho principio llevaría al determinismo, pero la experiencia y el hecho de la libertad humana constituyen una limitación de este principio. Existen causas libres, y es preciso distinguir entre las razones del acaecer de los hechos físicos y las razones de las elecciones y las acciones morales. En 1744 se publicó la Instrucción para el vivir racional, donde en oposición a Wolff se reitera por una parte la autonomía de la voluntad con respecto al intelecto y, por la otra, se acentúa el fundamento teológico de la ética. El Esquema de las verdades de razón necesarias, en cuanto contrapuestas a las contingentes es de 1745. Aquí Crusius reemplaza el principio de razón suficiente por el siguiente principio: «lo que no puede ser pensado, es falso; lo que no puede ser pensado como falso, es verdadero.» Este principio da lugar a otros tres: a) el principium contradictionis: nada puede ser y no ser al mismo tiempo; b) el principium inseparabilium: lo que no puede ser pensado como separado, tampoco puede existir como separado; c) el principium inconiugibilium; lo que no puede ser pensado como simultáneo y contiguo tampoco puede existir como simultáneo y contiguo. «El carácter intelectual y gnoseológico de estos principios no nos debe llevar a engaño sobre la naturaleza general de la metafísica de Crusius: ésta no significa una actitud racionalista como la de Wolff, sino que subraya las fronteras del saber conceptual y especulativo, cuyo ordo idearum no coincide de manera inmediata con el ordo rerum. [Por esto] a lo largo del siglo XVIII [la metafísica de Crusius] constituirá uno de los principales puntos de apoyo en la polémica contra el racionalismo de Wolff y de su escuela» (B. Bianco). Contrario al determinismo, defensor de la autonomía de la voluntad, convencido de las limitaciones del intelecto, Crusius también rechaza la tesis del optimismo de Leibniz y de Wolff acerca del mejor de los mundos posibles: este mundo no es el óptimo y el más perfecto, ya que al ser una criatura, siempre es perfectible, como todas las demás criaturas. 181 3.3. Johann H. Lambert: la búsqueda del reino de la verdad Johann Heinrich Lambert (1728-1777) poseyó más talla filosófica que Crusius. De modesta condición económica, Lambert adquirió con tesón sus conocimientos, sobre todo de carácter científico. Trabajó como preceptor en Suiza y viajó mucho hasta que en 1765 -gracias a las gestiones del filósofo Johann Georg Sulzer (1720-1779), traductor de Hume y autor de ensayos sobre ética y sobre arte- fue elegido miembro de la Academia de Berlín, a cuyas actividades contribuyó con 52 memorias de investigación a lo largo de doce años. Geómetra y filósofo de la geometría (sus investigaciones en este ámbito serán posteriormente publicadas por Bernouilli), Lambert investigó en matemática sobre los números imaginarios; realizó asimismo notables aportaciones en astronomía y fotometría. Cabe recordar la Photometria, sive de mensura et gradibus luminis, colorum et umbrae (1760) y las Cartas cosmológicas sobre la naturaleza del universo (1761). La filosofía de Lambert -quien nos dejó una interesante correspondencia con Kant- «se sitúa en el núcleo de aquellas investigaciones metodológico-fundamentantes en torno al saber metafísico sobre el que se implanta y madura la reflexión kantiana». El Tratado sobre el criterio de la verdad es de 1761 y el escrito Sobre el método para una correcta demostración de la metafísica: la teología y la moral se publica en 1762. En opinión de Lambert, es preciso llegar a conceptos sImples, cognoscible s a través de la experiencia pero independientes de ésta (conceptos como existencia, extensión, duración, fuerza, movimiento, etc.), en base a los cuales se construirá -combinándolos entre sí- todo el edificio del saber. Lo que importa, pues, igual que en la geometría, es hallar aquellos postulados verdaderos (el reino de la verdad) que establecen la relación existente entre los elementos simples. Lambert también es autor de otras dos obras filosóficas, muy extensas: el Nuevo órgano o pensamientos sobre la investigación y la definición de lo verdadero (1764) y el Diseño de la arquitectónica o teoría de los elementos simples y primeros en el conocimiento filosófico y matemático (1771). El problema de fondo de la Arquitectónica se refiere a la distinción entre verdad lógica y verdad metafísica. La verdad lógica es lo meramente pensable, es decir, lo posible, lo no contradictorio. En cambio, la verdad metafísica no sólo debe ser pensable -esto es, no contradictoria- sino que también debe demostrar que se refiere a algo que existe en la realidad o no sería Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit más que un sueño. «Lambert señala que, si el problema de la lógica consiste en distinguir lo verdadero de lo falso, el problema de la metafísica es distiguir lo verdadero del sueño» (N. Abbagnano). Se trata de un problema que Kant también se planteó: el problema del pasaje desde lo posible hasta lo real, desde lo pensable hasta lo existente. 182 relación que tiene esta facultad con las demás facultades del alma.» También en las Investigaciones filosóficas, Tetens desarrolla una crítica interesantísima a la teoría de la causalidad de Hume. Según Tetens, el concepto de causa no puede proceder de la conexión entre las representaciones, ya que aquél procede de la actividad del intelecto. Se pone de manifiesto la proximidad de Tetens a Kant, aunque en él no se da el proyecto kantiano de las estructuras trascendentales de la experiencia. 3.4. Johann N. Tetens: la fundamentación psicológica de la metafísica En la misma área de problemas que interesaban a Lambert y a Kant, también se mueve el pensamiento de Johann Nikolaus Tetens. Nació en 1736 y estudió en Rostock y Copenhague. Fue profesor de la universidad de Bützow y, más tarde, en 1776, en Kiel. En 1789 Tetens abandona la docencia universitaria para ocupar en Copenhague un cargo en el ministerio de hacienda. Docto en matemática, física y economía, e interesado por la pedagogía, la lingüística y la psicología, Tetens se preocupa por la cuestión del método y la fundamentación de la metafísica. A diferencia de Lambert y de Kant, Tetens se centra en el aspecto psicológico a lo largo de sus investigaciones sobre el fundamento. Esto se hace evidente ya en los Pensamientos en torno a algunas razones del hecho de que en metafísica haya pocas verdades establecidas (1760) y también en el escrito Sobre la filosofía especulativa general (1775). Si queremos fundamentar la metafísica -escribe Tetens- no podemos limitamos a la observación empírica como hacen los filósofos ingleses; por lo contrario, debemos prestar atención a lo que constituye la actividad del intelecto, que es compartida por todos los hombres. Sin embargo, esta actividad del intelecto humano no se considera a la manera kantiana en un sentido trascendental, sino en sus aspectos empírico-psicológicos. Esta misma idea también se desarrolla en la principal obra de Tetens: las Investigaciones filosóficas sobre la naturaleza humana y su evolución (1777). Tetens afirma: «Las representaciones sensibles originarias son la materia que sirve de base a todas las demás. Las representaciones derivadas se forman en todos los casos, sin ninguna excepción, gracias a aquéllas. Considerar el modo en que esto sucede nos sirve para introducimos en el laboratorio interior del alma. Desde allí, es absolutamente necesario que miremos a nuestro alrededor, para obtener la noción más completa -a través de sus efectos- sobre la fuerza de representación, lo cual nos permita comprender la 4. ALEXANDER BAUMGARTEN y LA FUNDACIÓN DE LA ESTÉTICA SISTEMÁTICA Alexander Gottlieb Baumgarten nació en Berlín en 1714 y murió en Francfort del Oder en 1762. Llegó a Halle en 1730, allí se dedicó al estudio de la filosofía de Wolff, convirtiéndose en uno de sus representantes más destacados. En 1735 se publicó su tesis doctoral, titulada Meditationes philosophicae de nonnullis ad poema pertinentibus, donde se descubre el núcleo de su pensamiento estético, que más tarde Baumgarten desarrollará a lo largo de su docencia en Francfort del Oder y que expondrá en los dos volúmenes de la Aesthetica (1750-1758). En 1739 Baumgarten publicó la Metaphysica, obra que hasta 1779 conoció siete ediciones. Georg Friedrich Meier (1718-1777), alumno de Baumgarten, la tradujo del latín al alemán en 1766. Kant consideró dicha obra como «el más útil y el más profundo de todos los manuales de su especie» y la utilizó como texto en sus cursos. La Metaphysica de Baumgarten es «un compendio de mil párrafos de la metafísica wolffiana, escrito con un estilo austero y conciso: útil sin duda como texto básico para un curso universitario, en nuestros días no parece del todo merecedor de los elogios que le tributa el pensador de Konigsberg, si bien en algunos aspectos Baumgarten da pruebas de originalidad» (B. Bianco). Baumgarten escribe: «La metafísica es la ciencia de los primeros principios del conocimiento humano. La ontología, la cosmología, la psicología y la teología natural pertenecen a la metafísica.» Y si «la ontología [...] es la ciencia de los predicados más generales del ente», «la cosmología general es la ciencia de los predicados universales del mundo, y es empírica -si se la fundamenta más estrictamente sobre la experiencia- o racional, si en cambio se la fundamenta sobre la noción de mundo». Por su lado, «la psicología es la ciencia de los predicados generales del Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit alma», «es empírica, si extrae sus asertos más estrictamente de la experiencia, y es racional, si los deduce mediante una larga cadena deductiva de la noción de alma». Por último, la teología natural «es la ciencia sobre Dios, en la medida en que puede ser conocido sin la fe [...]. La teología natural considera: 1) la noción de Dios, 2) sus operaciones». Como puede apreciarse a través de estos apresurados trazos, el pensamiento metafísico de Baumgarten se mueve substancialmente en el interior del paradigma wolffiano. No obstante, el mérito histórico de Baumgarten «consistió sobre todo como supo ver Wundt- en construir una especie de puente entre la metafísica escolástica y el pensamiento trascendental kantiano, entre el realismo de una perspectiva ontológica y el idealismo de una consideración lógicognoseológica de la estructura del ser»(B. Bianco). A pesar de los méritos de su Metaphysica -que harán que Kant califique de «excelente analista» a Baumgarten-:- el gran mérito histórico de éste reside en haber puesto las bases filosóficas de la estética. La estética (fue precisamente Baumgarten quien hizo propio este término, procedente del griego aisthesis, que quiere decir «sensación» no puede reducirse a las reglas para producir la obra de arte, o al análisis de sus efectos psicológicos. Todo esto, para Baumgarten, no es más que empirismo. En cambio, la estética «es una ciencia del conocimiento sensible» y, por lo tanto, «una gnoseología inferior», puesto que se ocupa de una «facultad cognoscitiva inferior». Dado que «existe esta facultad inferior y abarca el campo de la perfección del conocimiento sensible, es preciso indagar y establecer escrupulosamente sus leyes. En consecuencia, la ciencia que se ocupa de esto se transforma en una "hermana menor de la lógica", y toma en préstamo de ésta su propio carácter sistemático. El paralelismo que de este modo se instituye entre estética y lógica, y el consiguiente interés teórico-sistemático por la estética, señalan -en comparación con Wolff- un avance que supera en gran medida un simple completamiento externo del edificio wolffiano» (N. Merker). En realidad, lo que cambia es la doctrina acerca del hombre, cambia la imagen del hombre, cambia la antropología. El hombre no se reduce al conocimiento o, mejor dicho, el conocimiento no es sólo científico, ya que hay también conocimiento de lo sensible: este conocimiento es autónomo y no es un escalón inferior e instrumental para el conocimiento científico. En este contexto, Cassirer señala que Leibniz ya había contrapuesto la idea clara a la idea distinta. La idea clara es aquella que resulta suficiente para 183 las necesidades de la vida, la que nos permite distinguir entre los objetos y hace posible nuestra orientación inicial dentro del ambiente sensible. La idea distinta, en cambio, es un conocimiento adecuado de las cosas, es la ciencia del «por qué», que no s contenta en absoluto con distinguir entre los objetos según los caracteres sensibles de éstos. Para Baumgarten, la estética es la ciencia de las representaciones claras y confusas, donde perceptio confusa equivale etimológicamente a aquella percepción en la que «se da un "confluir" de elementos, y en la que no podemos separar cada uno de los elementos de la totalidad global, y donde no podemos indicar aisladamente los elementos y seguirlos por separado» (E. Cassirer). En resumen, la intuición estética es un conocimiento autónomo de lo sensible, entendido en un sentido global. Es un ver, intuir, saber, conocer que, y no por qué. Cassirer trata de explicar en estos términos una teoría bastante complicada: «Cuando explicamos el fenómeno del color basándonos en los métodos de la ciencia exacta y lo reducimos a puro movimiento, no sólo anulamos su impresión sensible, sino que también eliminamos su significado estético. Mediante dicha reducción a un concepto físico-matemático, desaparece todo aquello que significa el color como medio de representación artística, como producto en el ámbito de la pintura. Todo esto queda destruido de un plumazo. En dicho concepto no sólo ha desaparecido todo recuerdo de la experiencia sensible del color, sino también todos los vestigios de su función estética. Sin embargo, ¿carece realmente de importancia tal función, es realmente algo indiferente? ¿Acaso no posee también un valor particular?» La nueva ciencia de la estética responde positivamente a estos interrogantes: «Se ocupa del fenómeno sensible y se abandona a él sin intentar avanzar desde este fenómeno hasta sus causas, es decir, a algo totalmente distinto. En efecto, este avance hacia las causas no explicaría el contenido estético del fenómeno, sino que lo destruiría» (E. Cassirer). Comprobamos así que Baumgarten no sólo es un «excelente analista», no sólo es un virtuoso de la lógica escolástica, sino un pensador que logra reconocer el límite infranqueable de tal lógica: los conocimientos distintos, obtenidos al dar satisfacción al «principio de razón suficiente», no tienen ningún poder dentro del ámbito del conocimiento de lo sensible. La belleza de un paisaje no es asunto de la competencia del geólogo: «Esta belleza sólo aparece en la intuición íntegra, en la pura contemplación del paisaje total. Únicamente al artista, al pintor o al poeta, le es dado Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit conservar esta totalidad y hacerla vivir con todos los rasgos de su representación. La pintura de un paisaje, realizada por un pintor o un poeta, presenta de golpe su verdadera imagen: a la visión y al disfrute de tal imagen no se le pregunta cuál es la "causa", que en cambio la reflexión científica y la indagación conceptual quieren conocer. Hemos de abandonamos al mero efecto y detenernos allí, si queremos que el fenómeno no se diluya y se nos escape de las manos» (E. Cassirer). Como conclusión, para Baumgarten, además de la lógica -que investiga las leyes del pensar- existe la estética, que descubre y analiza las leyes del conocimiento sensible, con lo que se devuelve «dignidad filosófica al campo de lo sensible» (N. Merker). Baumgarten, en resumen, luchó «en favor de la causa de la intuición estética y pura ante el tribunal de la razón [...]. y el objetivo que se propone la estética es la legitimación de las facultades psíquicas inferiores, no su supresión» (E. Cassirer). 5. HERMANN SAMUEL REIMARUS: LA DEFENSA DE LA RELIGIÓN NATURAL Y EL RECHAZO DE LA RELIGIÓN REVELADA El deísmo que celebraba sus fastos en las obras de los filósofos franceses e ingleses halla un destacado exponente dentro de la ilustración alemana- en el filósofo hamburgués Hermann Samuel Reimarus, nacido en 1694 y que falleció en 1768. Reimarus estudió teología, filología y filosofía en Jena y en Wittemberg, viajó por Holanda e Inglaterra, y a partir de 1728 fue profesor de lenguas orientales en el centro de segunda enseñanza de Hamburgo. En su Tratado sobre las principales verdades de la religión cristiana (1754) se erige como paladín de la religión natural, en el sentido de que la razón demuestra sin la menor duda la existencia de un Dios creador del mundo, la realidad de la providencia y la inmortalidad del alma. Se opone a la religión revelada, pero Reimarus critica a los materialistas franceses, puesto que sin religión natural no hay moralidad y se hunde la esperanza del hombre en una vida feliz. Por otra parte, añade Reimarus, si Dios es el creador del mundo y del orden del mundo, entonces el único milagro verdadero es la creación y son imposibles los milagros proclamados por la religión positiva, porque Dios no tiene por qué cambiar o rectificar sus obras. Sólo la religión natural es verdadera, y dado que la religión bíblica es contraria a la religión natural, la religión bíblica es simplemente falsa. Los 184 argumentos que se proponen desacreditar la religión positiva son expuestos por Reimarus en la Apología de los adoradores racionales de Dios, obra que sin embargo no publica, al considerar que los tiempos aún no estaban maduros para pensamientos de esta clase. Como veremos más adelante, la obra será publicada por Lessing con el título Fragmentos de un anónimo. En ella Reimarus reitera: 1) que la única religión válida es la racional; 2) que la revelación y las religiones positivas tienen que ser rechazadas. Afirma, asimismo, que: 1) la religión natural racional instruye acerca del deber y del temor de Dios; 2) en esencia, la enseñanza de Cristo no es más que «una religión racional práctica». Salvo este núcleo moral, el resto del cristianismo es política o engaño (Jesús y sus seguidores eran políticos; el bautismo de Jesús habría sido un pacto, también político, entre Jesús y Juan el Bautista; la crucifixión habría sido el hecho que truncó el proyecto político de Jesús; y la resurrección sería una invención de los discípulos y los seguidores de Jesús, después de su derrota). Todo esto hace referencia al Nuevo Testamento. Con respecto al Antiguo Testamento Reimarus afirma que en él se exponen tantos absurdos, maldades y corrupción que ver en tal obra un escrito inspirado por Dios no sería más que una blasfemia. Lo poco que se acaba de exponer sobre el contenido de la Apología de los adoradores racionales de Dios es suficiente para explicar por qué representó «un material tan provocador y explosivo, que turbó en gran medida el tranquilo sueño de la ortodoxia luterana» (N. Merker). 6. MOISES MENDELSSOHN Y LA DIFERENCIA ESENCIAL ENTRE RELIGIÓN Y ESTADO Christoph Friedrich Nicolai (1733-1811) fue «el protector y el empresario editor» de la Filosofía popular. La labor de la Filosofía popular fue esencialmente divulgadora, dirigida hacia un público muy amplio, mediante la cual se difundían los problemas debatidos en el interior del movimiento ilustrado alemán. «Posee un ideal de naturaleza práctica, no teórica; no se propone una indagación crítica o una profundización, sino la formación del hombre de mundo y del ciudadano burgués, que a la cultura le está pidiendo instrumentos para su refinamiento y una potenciación de su capacidad de éxito. De aquí procede su optimismo genérico y la confianza en la razón como factor de progreso y de curación de los males sociales. Sin embargo, se trata de una razón que está Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit anclada en el sentido común, y por lo tanto teñida de eclecticismo y de empirismo, que se vuelca especialmente en la observación psicológica de los hombres y de su conducta» (B. Bianco). Bruno Bianco prosigue: «Mendelssohn ocupa un lugar eminente entre los ilustrados de la Popularphilosophie, por la amplitud de sus intereses, la elegancia y la claridad de su estilo y, sobre todo, por la nobleza de espíritu con la que trató los apasionantes problemas ético-religiosos que ocupaban a la cultura ilustrada durante la segunda mitad del siglo XVIII». Nacido en Dessau, de padres judíos, en 1729, Moses Me!ldelssohn fue a Berlín a los trece años. Allí en casa de un comerciante, primero trabajó como preceptor y luego como administrador. Después de trabar relación con Lessing y Nicolai, Mendelssohn colaboró en las iniciativas editoriales de éstos, escribiendo en importantes revistas. En 1755 se publican sus dos primeros libros de filosofía: Diálogos filosóficos y ¡Pope, un metafísico! Se trata de dos ensayos escritos con ocasión de concursos convocados por la Academia de Berlín. También son de 1755 las Cartas sobre las sensaciones, en las que se sostiene que la valoración de lo bello se lleva a cabo por medio de una facultad distinta a la del conocimiento y a la de la voluntad. En 1763 (año en que Federico II le concede, por los méritos que había contraído, el privilegio de verse redimido de las condiciones de inferioridad civil a las que estaba sometida la comunidad hebrea de Prusia) Mendelssohn publica el Tratado sobre la evidencia en las ciencias metafísicas. En él se afirma que «la matemática es una ciencia de las cantidades y la filosofía en general es una ciencia de las cualidades»; el conocimiento metafísico está «fundamentado sobre la razón» y por esto «merece ser llamado ciencia». El Fedón, la obra más famosa de Mendelssohn, aparece en 1767: constituye una reelaboración y una modernización del diálogo platónico referente a la inmortalidad del alma. En su opinión, no sólo se puede demostrar la inmortalidad del alma sino también la existencia de Dios, y para ello utiliza tanto el argumento ontológico como el cosmológico, sin dejar de lado los otros tipos de argumento. Las Horas matutinas aparecieron en 1785. Se abren con una declaración acerca del pésimo estado de salud de su autor, quien lamenta que por este motivo no pueda seguir la evolución de la filosofía más reciente, la de Lambert, Tetens y Kant. Sin entrar en excesivos detalles, cabe afirmar que las Horas matutinas constituyen una especie de recapitulación de las ideas metafísicas de Mendelssohn. Llevan el subtítulo de Lecciones 185 sobre la existencia de Dios. Preocupado por elevar el nivel cultural de sus propios correligionarios, Mendelssohn proyectó una nueva traducción de la Biblia, en la que él se encargó personalmente de traducir el Pentateuco y el Salterio. El significativo trabajo Jerusalén: o del poder religioso y del judaísmo fue escrito en 1783 en favor de algunos judíos franceses, y en él Mendelssohn expone el tema de las relaciones entre la libertad de conciencia del individuo y el Estado. Propone la solución de la tolerancia. La religión y la moral no pueden aceptar ninguna forma de constricción. Tampoco es válido el ideal de unificación religiosa propuesto por Leibniz, ya que tal unificación exigiría la propuesta de una fórmula jurídica que debería llevarse a cabo mediante un ejercicio del poder. Mendelssohn afirma que religión y Estado son dos elementos esencialmente diferentes: El Estado impone y obliga, la religión enseña y persuade; el Estado promulga leyes, y la religión, mandamientos. El Estado posee un poder físico y lo utiliza siempre que sea necesario: la fuerza de la religión está en el amor y en la caridad. Aquél abandona al desobediente y lo expulsa; ésta, en cambio, le acoge en su seno, y hasta en el último instante de su vida presente intenta -siempre con provecho-- instruirle o, por lo menos, confortarle. En una palabra: la sociedad civil, en la medida en que es persona moral, puede ejercer derechos coercitivos y de hecho los posee, ya que los ha obtenido mediante el contrato social. La sociedad religiosa no formula ninguna pretensión a un derecho coercitivo y no puede obtenerlo mediante ningún contrato de este mundo. 7. GOTTHOLD EPHRAIM LESSING Y LA PASIÓN DE LA VERDAD 7.1. Lessing y la cuestión estética «Lessing, o la pasión de la verdad. El poeta más grande de la ilustración alemana, aunque no siempre fue un gran poeta, siempre fue un gran hombre, un hombre de una sola pieza, como pocos lo eran; fue, sin duda, el alma más varonil del siglo XVIII alemán: un campeón decidido, intransigente y heroico de la verdad. Para él era algo sagrado la lucha por la verdad, aunque se tratase de verdades de escasa importancia intrínseca; el único objetivo digno del hombre -la única manera de manifestar la debida gratitud a Dios Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit por el supremo don de la razón- consistía en utilizar en cada instante de la vida la facultad razonadora y perfeccionarla a través del ejercicio cotidiano. Se trataba de una ilustración substancial y, sobre todo, de una ilustración llena de energía, enfocada siempre hacia la acción. Lessing iba literalmente a la búsqueda de enemigos a los cuales atacar, les atacaba con una impaciencia alegre y furiosa, y -muy parecido, al menos en esto, a Federico IIno se limitaba a atacarles uno por uno» (L. Mittner). Gotthold Ephraim Lessing, hijo de un pastor protestante y nieto de pastores protestantes, nació en Kamenz, en la alta Lusacia, en 1729. Estudió en Leipzig y luego se trasladó a Berlín, donde conoció a Voltaire. En 1760 entró al servicio del general prusiano Tauentzien y se estableció en Breslau como secretario suyo. En 1770, a los 42 años, Lessing entró en calidad de bibliotecario al servicio del príncipe heredero Fernando, duque de Wolfenbüttel, pequeña ciudad de la baja Sajonia. Allí, escasamente retribuido, Lessing «vivía solo, en una larga serie de habitaciones en un tercer piso; cuando no podía rehusarse a asistir a la corte, se presentaba allí "como obligado por un látigo". De vez en cuando muestra un arrebato de indignación; preferiría pedir limosna antes que dejarse tratar de esta manera; después, se encierra -firme e intransigente- en un silencio lleno de dignidad, y logra arrancar alguna mejora con la amenaza de abandonar el servicio» (L. Mittner). Desde esta situación de explotación y trato ofensivo, prosigue Mittner, «su protesta apasionada contra cualquier forma de opr sión resultará más resonante y más pura». En efecto, en 1772 Lessing escribe su tragedia más opuesta a la tiranía: Emilia Galotti, donde, para aludir a la miseria política y moral de Alemania, lleva a escena la miseria política y la desolación moral de la corte y del soberano de Guastalla. En 1774 publica los Fragmentos de un anónimo, añadiéndoles diversas notas. Se trataba de una ficción a través de la cual Lessing pudo ofrecer a los lectores un manuscrito de Reimarus -que le había sido entregado por la hija de éste- en el que, a través de una crítica de la religión, se atacaba al poder. En 1775 Lessing realiza un viaje a Italia, formando parte del séquito del duque. Aunque se mostró muy atraído por Italia, no pudo aprovechar a su gusto la estancia en dicho país, debido a las numerosísimas recepciones a las que tenía que asistir. También asistió a una audiencia pontificia. En 1780, finalmente, contrae matrimonio con su amada Eva Kónig. La felicidad de Lessing, empero, fue muy breve: Eva Kónig murió después de haber dado a 186 luz un niño, que también muere poco después. «También yo quise tener un poco de felicidad -confiesa Lessing- pero la fortuna no me sonrió.» Lessing murió en 1781. Brillante escritor, colaborador en diversas revistas, infatigable polemista, Lessing escribió muchas obras de teatro; se interesó por la estética y fue un filósofo de la religión. Entre sus obras de teatro -además de la ya mencionada Emilia Galotti- hay que recordar Miss Sara Sampson (1756), que es un «drama lacrimógeno»; Philotas (1759), «la exaltación y al mismo tiempo la condena del ardor juvenil»; Minna van Barnhelm (1767), «sin duda, y con mucha diferencia, la mejor comedia alemana, que logró de inmediato un éxito si precedentes»; y Nathan el sabio, en 1779, que es la obra maestra de Lessing, «su gran poema dramático sobre la tolerancia» (L. Mittner). Entre los escritos sobre filosofía del arte hay que mencionar la Dramaturgia de Hamburgo (1767-1769) y sobre todo el Laocoonte o las fronteras de la pintura y de la poesía (1766). Como lo indica su título, en el Laocoonte Lessing traza una nítida diferenciación entre la poesía y las artes figurativas. En efecto, en éstas «las diversas partes de la representación» coexisten en el espacio, como sucede por ejemplo en la pintura, que «emplea figuras y colores en el espacio» para representar objetos que coexisten en un lugar preciso. En cambio, la poesía versa sobre temas cuyas partes se suceden en el tiempo, es decir, trata acerca de acciones: «los objetos que se suceden, o cuyas partes se suceden en el tiempo, en general se llaman acciones». La consecuencia de ello es que las reglas adecuadas para la pintura son distintas de las reglas adecuadas para la poesía. En efecto, ¿por qué en el famoso grupo escultórico helenístico llamado Laocoonte, éste -que se halla desgarrado por las serpientes- está representado con la boca cerrada y no profiriendo gritos? Lessing responde: el grito no puede expresarse a través de la escultura, mientras que sí se puede manifestar a través de la poesía, como lo demuestra el Laocoonte virgiliano. La pintura se caracteriza por las figuras y los colores; la escultura, por los gestos y los espacios; la poesía, en cambio, se distingue por los sonidos, los ritmos y los símbolos. Las ilegítimas invasiones del terreno ajeno sólo pueden llevar a obras equivocadas. Sin lugar a dudas, «al poeta le queda la posibilidad de describir cuerpos, al igual que el pintor puede aludir a acciones; pero la belleza de la forma corpórea proviene de la armonía de las partes que se puedan captar al mismo tiempo; y Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit esto le quedará vedado al poeta, ya que la descripción vuelve difícil -si no imposible- captar el objeto como un todo» (M. Paolinelli). Para Lessing también son fundamentales las reglas aristotélicas de la unidad, y en la Dramaturgia de Hamburgo afirma que considera la Poética de Aristóteles como «una obra infalible, tanto como los Elementos de Euclides». En opinión de Lessing, los principios de la Poética aristotélica son tan verdaderos y tan ciertos como los de la geometría euclidiana. Para la obra dramática resulta fundamental la unidad de acción, de la que la unidad de tiempo y la de lugar son simples corolarios. En la Dramaturgia de Hamburgo, que reúne las recensiones de los programas del teatro nacional de Hamburgo, Lessing defiende el dinamismo de la representación teatral, considera que el teatro es una escuela de formación del carácter moral de los alemanes, «teniendo en cuenta que los alemanes todavía no formamos una nación», y cree que la verdad es el objetivo del teatro. Esta verdad no es una verdad histórica (qué es lo que hizo este personaje o aquel otro), sino más bien una verdad psicológica. El teatro debe enseñar «qué hará cada hombre, que tenga un carácter determinado, en determinadas circunstancias». 7.2. Lessing y la cuestión religiosa El laocoontismo se convertirá en una corriente estética de gran éxito, incluso en el siglo XIX, pero mucho más importantes fueron las reflexiones de Lessing sobre el hecho religioso. En los Pensamientos sobre los Herrnhuter (1750), Lessing contrapone el aspecto ético de la religión al aspecto dogmático-doctrinal. También es de 1750 una composición poética titulada Sobre la religión; entre 1751 y 1753 se sitúa la breve composición (en 27 parágrafos) titulada Cristianismo de la razón. En el escrito Sobre el nacimiento de la religión revelada, Lessing sostiene: «Reconocer la existencia de un Dios, tratar de formarse acerca de él los conocimientos más dignos, tomar en consideración estos dignísimos conocimientos en todos nuestros pensamientos y acciones: ésta es la suma más completa de cualquier religión natural.» Sin embargo, puesto que la «medida» con la que el hombre logra comprender la religión natural varía en cada hombre, «hubo que construir una religión positiva a partir de la religión de la naturaleza, que no estaba en condiciones de construir una práctica universalmente uniforme entre los hombres: del mismo modo, y por las mismas razones, se había construido un derecho positivo basándose en el derecho natural. Esta religión positiva fue 187 sancionada mediante la autoridad de su fundador, quien pretendía que la parte convencional de dicha religión procediese con tanta certeza de Dios -y sólo instrumentalmente a través del fundador- al igual que la parte esencial de ella procedía inmediatamente de la razón de cada hombre». Por tal motivo, prosigue Lessing, «todas las religiones positivas y reveladas son [...] igualmente verdaderas e igualmente falsas». «La mejor religión positiva o revelada es la que contiene el mínimo de añadidos convencionales que se hayan sumado a la religión natural y la que limita lo menos posible los buenos efectos de la misma religión natural.» Durante el período que transcurre entre 1774 y 1778, como ya se ha mencionado, Lessing publica los Fragmentos de un anónimo, obra de Reimarus. Se trataba de una obra muy provocativa, que constituía un ataque feroz contra toda noción de lo sobrenatural y de religión revelada. Reimarus sostenía que Jesús había sido un turbulento agitador político, enemigo de los romanos, que fue crucificado y a continuación sus discípulos se inventaron un Cristo renovador espiritual y maestro de vida. En suma, el cristianismo estaría basado en una fábula. La publicación de estos escritos complicó a Lessing en una encarnizada polémica con el pastor J.M. Goeze: en 1778 escribe el Anti-Goeze. Mientras tanto el año anterior había visto la luz un texto de gran relevancia: Sobre la prueba del espíritu y de la fuerza. Aquí nos encontramos con lo que más tarde recibirá el nombre de «problema de Lessing»: ¿cómo puede deducirse de una verdad histórica (Jesús y los apóstoles) una verdad suprahistórica (Dios trascendente y la Iglesia como lugar de la salvación)? Según Lessing, «pasar con esta verdad histórica a otra categoría completamente distinta de verdad y pretender que yo modifique en el mismo sentido todos mis conceptos metafísicos y morales... Si esto no es una metabasis eis allo genos, no se en realidad qué quiso decir Aristóteles con esta frase... Tal es el horrible y ancho abismo que no logro franquear, aunque a menudo y con toda seriedad haya intentado emprender el salto. Si hay alguien que puede ayudarme a pasar hacia allá, le ruego que lo haga, le conjuro a ello. Dios le recompensará en .mi nombre». Cassirer comenta, empero, que «ni la teología ni la metafísica sistemática del siglo XVIII poseían un principio en virtud del cual se pudiese ofrecer una auténtica respuesta al interrogante de Lessing y satisfacer su solicitud». Como veremos en el volumen III de esta obra el problema de Lessing interesará notablemente al filósofo danés Sören Kierkegaard, que en Migajas de filosofía (1844) y en la Apostilla conclusiva no científica (1864) sintetizará el Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit enigma de Lessing en las famosas palabras: «No se puede fundar una salvación eterna sobre un hecho histórico», y responderá: «A esto se le llama arriesgarse, y sin riesgo la fe es imposible.» En realidad, Lessing no iba a la caza de esta o aquella contradicción en el texto bíblico, sino que buscaba «el verdadero talón de Aquiles de la teología»: «la pretensión de construir sobre verdades históricas casuales (o verdades puramente historiográficas, porque éste es el sentido que hay que atribuir aquí a la expresión "verdades históricas" utilizada por Lessing), una clase completamente distinta de verdades, un sistema de conceptos metafísicos y morales (pertenecientes a la metafísica y a la moral dogmático-razonadora de los teólogos»> (N. Merker). El propio Lessing trató de responder a sus dudas, a través de la Educación del género humano (1780). Su idea consiste en que los hombres viven en continua tensión, buscando siempre una meta ulterior, y por eso la historia es una historia que avanza; la religión hay que integrarla, en consecuencia, dentro de este continuo progreso de la humanidad. La religión revelada no es más que una etapa de la educación moral dada al pueblo. El judaísmo y el cristianismo son fases educativas de una obra pedagógica general y perenne. El judaísmo puede ser considerado como «un silabario para niños»; en cambio, el cristianismo es una pedagogía más madura. No obstante, todas las religiones que se proclaman como reveladas son en definitiva simples etapas de la conciencia humana y desaparecerán cuando surja la religión racional y se imponga la ética autónoma. Esto nos explica por qué Lessing, como muchos otros ilustrados, entró en colisión con las iglesias tradicionales. Sin embargo, no quedó muy satisfecho con esta polémica en torno a la religión. Como escribió en una carta privada que dirigió en 1769 al ilustrado berlinés F. Nicolai, habría preferido dedicarse a la crítica política, pero el poder absolutista no se lo consentía: «No os atreváis a hablarme de vuestra libertad berlinesa de pensamiento y de imprenta. Se limita a la mera libertad de endilgar a la religión cuantos sofismas se deseen y un hombre honrado tendría que avergonzarse muy pronto de emplear tal libertad. Dejad, empero, que en Berlín alguien se proponga escribir sobre otros temas con [...] libertad; dejad que intente decir lo que piensa sobre la aristocrática chusma cortesana [...]; dejad que llegue a Berlín alguien que quiera alzar su voz en defensa de los derechos de los súbditos y en contra de la explotación y el despotismo, como sucede ahora en Francia y en Dinamarca: entonces, experimentaríais muy pronto cuál es hoy en día el país más esclavizado de Europa.» 188 Lessing hubiese querido que la batalla sobre cuestiones teológicas estuviese acompañada por un ataque político en contra del despotismo, pero tal cosa no pudo ser. Sin embargo, fue siempre un intelectual que se mostraba siempre alerta, siempre preparado; se sentía comprometido en una búsqueda sin fin: «Si Dios tuviese en su mano derecha todas las verdades, y en la izquierda, la única y siempre inestable aspiración a la verdad, con el añadido incluso de poderse equivocar para siempre y eternamente, y me dijese: elige, me echaría de rodillas humildemente ante su mano izquierda, y le diría: ¡Padre, dame ésta! ¡La verdad pura sólo te corresponde a ti!» La educación del género humano [donde «la historia ya no constituye la antítesis de lo racional, sino el camino para llegar a la realización de éste, es el verdadero -en realidad, el único- terreno en que tal realización puede producirse» (Cassirer)] está redactada mediante aforismos, y los aforismos 73 Y 75 son de un tono claramente panteísta. A este respecto, es muy significativo que Jacobi, en las Cartas a Moses Mendelssohn sobre la doctrina de Spinoza (1785), hablase de la sustancial adhesión de Lessing a Spinoza, después de fallecido Lessing. Estas son las palabras que, poco antes de morir, Lessing le habría dicho a Jacobi: «Los conceptos ortodoxos de la divinidad ya no son para mí; no logro saborearlos. ¡Hen kai Pan! No sé otra cosa.» Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 189 HEGEL INTRODUCCIÓN Frederick Copleston Historia de la Filosofía Tomo VII 1. Observaciones preliminares En el mundo filosófico alemán de la primera mitad del siglo XIX surge uno del los más extraordinarios florecimientos de la especulación metafísica que se han producido en la larga historia de la filosofía occidental. Nos encontramos con una sucesión de sistemas, de interpretaciones originales de la realidad y de la vida e historia del hombre, que poseen una grandeza que difícilmente puede discutirse y que son aún capaces de ejercer, sobre algunas mentes por lo menos, un extraordinario poder de seducción, ya que cada uno de los filósofos más destacados de este período se propone resolver el enigma del mundo, revelar el secreto del universo y el significado de la existencia humana. Antes de la muerte de Schelling en 1854, Auguste Comte, en Francia, había ya publicado su Curso de filosofía positiva en el que la metafísica era concebida como un estadio pasajero de la historia del pensamiento humano. Alemania iba también a tener sus propios movimientos materialistas y positivistas, los cuales, a pesar de no acabar con la metafísica, iban a obligar a los metafísicos a expresar y definir con más precisión la relación entre la filosofía y las ciencias particulares. Pero, en las primeras décadas del siglo XIX, la sombra del positivismo no se había aún proyectado sobre la escena, y la filosofía especulativa disfrutaba de un período de desarrollo exuberante. En los grandes idealistas alemanes encontramos una enorme confianza en el poder de la razón humana y en el alcance de la filosofía. Al considerar la realidad como la automanifestación de la razón infinita, pensaron que la vida de autoexpresión de esta razón podía ser trazada de nuevo en la reflexión filosófica. No eran hombres inquietos, preocupados por saber si los críticos decían de ellos que estaban produciendo sólo efusiones poéticas bajo el fino disfraz de la filosofía teórica, o que su profundidad y lenguaje oscuro eran una máscara para la falta de claridad del pensamiento. Al contrario, estaban convencidos de que el espíritu humano había, por lo menos, llegado hasta ellos y de que la naturaleza de la realidad había sido por fin revelada claramente a la conciencia humana. Y cada uno de ellos expuso su visión del Universo con una extraordinaria confianza en su verdad objetiva. Difícilmente se puede negar que el idealismo alemán dé hoy a casi todos la impresión de pertenecer a otro mundo, a otro modo de pensar, y podemos decir que la muerte de Hegel en 1831 marcó el final de una época, seguida por el colapso del idealismo absoluto y la aparición de otros tipos de pensamiento. Incluso la metafísica tomó un ritmo distinto, y la extraordinaria confianza en el poder y alcance de la filosofía especulativa, que fue característica de Hegel, nunca fue recuperada. Pero, aunque el idealismo alemán cruzó el cielo como un meteorito y después de un tiempo relativamente corto se desintegró y cayó a tierra, su vuelo dejó mucha huella. A pesar de sus fallos, representa uno de los intentos más serios que la historia del pensamiento ha conocido para conseguir un dominio intelectual unificado de la realidad y de la experiencia como un todo. E incluso si se rechazan los presupuestos del idealismo, los sistemas idealistas pueden aún conservar el poder de estimar el impulso natural del espíritu reflexivo a esforzarse en llegar a una síntesis conceptual unificada. Muchos están convencidos realmente de que la elaboración de una visión totalitaria de la realidad no es la tarea apropiada de la filosofía científica. E incluso los que no comparten esta convicción quizá piensen que la consecución de una síntesis final sistemática está más allá de la capacidad de cualquier hombre y es más un objetivo ideal que una posibilidad práctica. Pero tendríamos que estar preparado para reconocer la superioridad intelectual cuando nos encontramos ante ella: Hegel, en particular, se destaca con una grandeza impresionante sobre la enorme mayoría de todos aquellos que han querido empequeñecerle y podemos siempre aprender de un filósofo eminente, aunque sólo sea exponiendo nuestras razones de estar en desacuerdo con él. El colapso histórico del idealismo metafísico no lleva necesariamente a la conclusión de que los grandes idealistas no tienen nada valioso que ofrecer. El idealismo alemán tiene sus aspectos fantásticos, pero los escritos de los principales idealistas están muy lejos de ser sólo fantasía. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 2. La filosofía de Kant y el idealismo metafísico Lo que tenemos que considerar aquí no es el colapso del idealismo alemán, sino su nacimiento, y esto verdaderamente exige alguna explicación. Por una parte, la base filosófica inmediata del movimiento idealista le fue proporcionada por la filosofía crítica de Immanuel Kant, que se había enfrentado con las pretensiones de los metafísicos de proporcionar un conocimiento teórico sobre la realidad. Por otra parte, los idealistas alemanes se consideraban a sí mismos como los sucesores espirituales de Kant y no simplemente como los que luchaban contra sus ideas. Lo que tenemos que explicar, por lo tanto, es cómo el idealismo metafísico pudo surgir del sistema de un pensador cuyo nombre ha quedado asociado para siempre con el escepticismo respecto a las pretensiones metafísicas de proporcionamos un conocimiento teórico sobre la realidad como un todo, o sobre cualquier realidad que no sea la estructura a priori del conocimiento y la experiencia humanos. El punto de partida más conveniente para una explicación del desarrollo del idealismo metafísico a partir de la filosofía crítica es la noción kantiana de la cosa-en-sí. Según Fichte, Kant se había colocado en una postura imposible al negarse categóricamente a abandonar esta noción. Por una parte, si Kant hubiera afirmado la existencia de la cosa-en-sí como causa del elemento dado o material en la sensación, hubiera caído en una patente contradicción, ya que, según su propia filosofía, el concepto de causa no debe de ser empleado para extender nuestro conocimiento más allá de la esfera de los fenómenos. Por otra parte, si Kant conservo a la cosa-en-sí simplemente como una noción problemática y limitante, esto equivalía a mantener una reliquia espiritual de aquel mismo dogmatismo que la filosofía crítica tenía la misión de combatir. La revolución copernicana de Kant fue un gran paso adelante y no se trataba para Fichte de volver atrás a una postura prekantiana. Si se tenía una comprensión mínima del desarrollo de la filosofía y de las exigencias del pensamiento moderno, sólo cabía seguir adelante y completar la obra de Kant. Y esto significaba eliminar la cosa en-sí, ya que, teniendo en cuenta las premisas de Kant, no quedaba sitio para una entidad oculta incognoscible que se suponía independiente del espíritu. En otras palabras, la filosofía crítica 190 debía convertirse en un Idealismo consistente; y esto significaba que las cosas teman que ser consideradas en su totalidad como productos del pensamiento. Ahora bien, parece evidente que lo que concebimos como el mundo extramental no puede interpretarse como el producto de una actividad consciente creadora del espíritu humano. En lo que se refiere a la consciencia ordinaria, me encuentro en un mundo de objetos que me afectan de diversos modos y de los que yo espontáneamente pienso que existen independientemente de mi pensamiento y voluntad. Por lo tanto, el filósofo idealista debe ir más allá de la conciencia, y exponer el proceso de la actividad inconsciente que la fundamenta. Pero tenemos que ir todavía más lejos y admitir que la producción del mundo no puede ser atribuida de ningún modo al yo individual, ni siquiera a su actividad inconsciente. Porque, si fuera atribuida al, yo individual finito en cuanto tal, sería muy difícil, si no imposible, evitar el solipsismo, postura que difícilmente puede ser mantenida en serio. El idealismo se ve pues obligado a ir más allá del sujeto finito hasta una inteligencia supraindividual, un sujeto absoluto. Sin embargo, la palabra "sujeto" no es muy apropiada, excepto si se quiere indicar que el principio productor último se encuentra, para hablar así, del lado del pensamiento y no del lado de la cosa sensible. Porque las palabras "objeto" y "sujeto" son correlativas. Y el principio último, considerado en sí mismo,'.no tiene objeto. Fundamenta la relación sujeto-objeto y, en sí mismo, trasciende esta relación. Es sujeto y objeto en identidad, la actividad infinita de la que proceden ambos. El idealismo postkantiano fue pues necesariamente una metafísica. Fichte, partiendo de la postura de Kant y llevándola al idealismo, empezó llamando a su primer principio el yo, y convirtió el yo trascendental de Kant en un principio metafísico u ontológico. Explicó que entendía con esto el yo absoluto, no el yo finito individual. Pero otros idealistas (y el mismo Fichte en su última filosofía) no emplean la palabra yo en este sentido. Con Hegel el principio último es la razón infinita, el espíritu infinito. Y podemos decir que, para el idealismo metafísico en general, la realidad es el proceso de la autoexpresión o automanifestación del pensamiento o razón infinita. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Evidentemente, esto no quiere decir que se reduzca el mundo a un proceso de pensamiento en el sentido habitual. El pensamiento o razón absoluta es considerada como una actividad, como una razón productora que se coloca o se expresa a sí misma en el mundo y el mundo conserva toda la realidad que vemos que posee. El idealismo metafísico no implica la tesis de que la realidad empírica está constituida por ideas subjetivas, pero supone la visión del mundo y de la historia humana como la expresión objetiva de la razón creadora. Esta visión era fundamental en el pensamiento del idealista alemán: no pudo evitarla, porque aceptó la necesidad de transformar la filosofía crítica en idealismo. Y esta transformación significó que el mundo en su totalidad tendría que ser considerado como el producto del pensamiento o razón creadora. Si, por lo tanto, consideramos como una premisa la necesidad de transformar la filosofía de Kant en idealismo, podemos decir que esta premisa determinó la visión básica de los idealistas postkantianos. Pero, si se trata de explicar lo que significa decir que la realidad es un proceso del pensamiento creador, caben entonces distintas interpretaciones según las diversas visiones particulares de los diferentes filósofos idealistas. La influencia directa del pensamiento de Kant fue naturalmente más fuerte en Fichte que en Schelling o Hegel, ya que la filosofía de Schelling presuponía los primeros pasos del pensamiento de Fichte, y el idealismo absoluto de Hegel presuponía los primeros pasos de las filosofías de Fichte y Schelling. Pero esto no altera el hecho de que el movimiento del idealismo alemán como un todo presupuso la filosofía crítica. Y, en su resumen de la historia de la filosofía moderna, Hegel describió al sistema kantiano como representando un progreso sobre los estadios anteriores de pensamiento y como exigiendo ser él mismo desarrollado y superado en estadios posteriores. En este trabajo nos hemos referido sólo al proceso de eliminar la cosa-en-sí y de llevar la filosofía de Kant al idealismo metafísico. Pero no era ciertamente mi intención sugerir que los idealistas postkantianos estuvieran sólo influidos por la idea de que la cosa-en-sí tenía que ser eliminada. Estuvieron también influidos por otros aspectos de la filosofía crítica. Por ejemplo, la doctrina de Kant del primado de la razón práctica ejerció una poderosa atracción sobre el pensamiento ético de Fichte. Y le vemos interpretando el yo absoluto como una razón práctica o voluntad 191 moral infinita que concibe a la naturaleza como campo e instrumento para la actividad moral. En su filosofía los conceptos de acción, deber y vocación moral son muy importantes. Y quizá se pueda decir incluso que Fichte convirtió en metafísica la segunda Crítica de Kant, empleando su desarrollo de la primera Crítica como un medio para hacerlo. Sin embargo, a Schelling, el énfasis sobre la filosofía del arte, el papel del genio y la significación metafísica de la intuición estética y la creación artística le vincula más con la tercera Crítica que con la primera o segunda. Pero, en vez de extendemos sobre las formas particulares en las que las distintas partes o aspectos de la filosofía de Kant se reflejaron en uno u otro idealista, será más adecuado, en nuestro capítulo de introducción, esbozar una visión más amplia y general de la relación entre la filosofía crítica y el idealismo metafísico. El deseo de llegar a una interpretación coherente y uniforme de la realidad es natural para la mente que piensa. Pero la tarea real que hay que efectuar se presenta de distintos modos en distintos momentos. Por ejemplo, el desarrollo de la ciencia física en el mundo postmedieval significaba que el filósofo que quería construir una interpretación total tenía que enfrentarse con el problema de conciliar la visión científica del mundo como un sistema mecánico con las exigencias de la conciencia moral y religiosa. Descartes se encontró con este problema. Y lo mismo le ocurrió a Kant. Pero, aunque Kant rechazara las formas de tratar este problema que eran características de sus antecesores y diera su propia solución original, se puede admitir que, a la larga, nos dejó una "realidad bifurcada". Por una parte, tenemos el mundo fenoménico, el mundo de la .ciencia newtoniana, regido por leyes causales necesarias. Por otra, el mundo suprasensible del ente moral libre y de Dios. No hay ninguna razón válida para suponer que el mundo fenoménico es la única realidad, pero, al mismo tiempo, no existe ninguna prueba de la existencia de una realidad suprasensible. Es una cuestión de fe práctica que se apoya en la conciencia moral. Es cierto que en a tercera Crítica Kant intentó salvar esa distancia entre los dos mundos hasta el límite en que lo creía posible para el espíritu humano. Pero se puede comprender que otros filósofos no se contentaran con este logro. Los idealistas alemanes supieron ir más lejos desarrollando y transformando la filosofía de Kant. Si la realidad es el proceso unificado por el que el pensamiento absoluto o razón se manifiesta a sí mismo es inteligible. Y es inteligible para el espíritu humano, suponiendo que Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit este espíritu pueda ser considerado como el vehículo del pensamiento absoluto reflejándose sobre sí mismo. Esta condición tiene una importancia obvia si tiene que haber una continuidad entre la idea kantiana de la única metafísica científica posible y la concepción de la metafísica en los idealistas. Para Kant la metafísica del futuro es una crítica trascendental de la experiencia y del conocimiento humanos. Podemos decir de hecho que es el conocimiento reflexivo que tiene la mente humana de su propia actividad espontánea formativa. Sin embargo, en el idealismo metafísico, la actividad en cuestión es productiva en el sentido más pleno (habiendo sido eliminada la cosa-en-sí); y esta actividad no es atribuida al espíritu humano finito en cuanto tal, sino al pensamiento absoluto o razón. Así pues, la filosofía, que es una reflexión del espíritu humano, no puede ser considerada como el conocimiento reflexivo que tiene de sí misma la mente humana, a menos que este espíritu sea capaz de elevarse hasta el punto de vista absoluto y convertirse en el vehículo del pensamiento absoluto o conocimiento reflexivo por la razón de su propia actividad. Si se cumple esta condición, existe una cierta continuidad entre la idea kantiana del único tipo científico posible de metafísica y el concepto idealista de la metafísica. Hay también, por así decirlo, una inflación obvia. Esto quiere decir que la teoría kantiana del conocimiento se convierte en una metafísica de la realidad. Pero este proceso de inflación conserva en cierto modo su continuidad. A pesar de ir más allá de lo que pudo imaginar el propio Kant, no es una simple vuelta a un concepto prekantiano de la metafísica. La transformación de la teoría kantiana del conocimiento en una metafísica de la realidad lleva consigo, naturalmente, importantes cambios. Por ejemplo, si con la eliminación de la cosaen-sí, el mundo se convierte en la automanifestación del pensamiento o razón; la distinción entre lo a priori y lo a posteriori pierde su carácter absoluto, y las categorías, en vez de ser formas subjetivas o moldes conceptuales de la comprensión humana, se convierten en categorías de la realidad, y recuperan un status objetivo. El juicio teleológico ya no es subjetivo como en Kant, puesto que, en el idealismo metafísico, la Idea de finalidad en la naturaleza no puede ser simplemente un principio heurístico o regulador del espíritu humano, un principio que cumple una función 192 útil, pero cuya objetividad no puede ser probada teóricamente. Si la naturaleza es la expresión y manifestación del pensamiento o razón en su movimiento hacia un fin, el proceso de la naturaleza tiene que tener un carácter teleológico. No puede negarse que existe una diferencia muy grande entre la idea modesta de Kant sobre el alcance y poder de la metafísica y la noción de los idealistas sobre lo que la filosofía metafísica era capaz de conseguir. El mismo Kant rechazó la propuesta de Fichte de transformar la filosofía crítica en un idealismo puro, eliminando la cosa-en-sí. Y es fácil comprender la actitud de los neokantianos quienes, más a finales de siglo, anunciaron que estaban hastiados de las fantásticas especulaciones metafísicas de los idealistas y que ya era hora de volver al espíritu del mismo Kant. Al mismo tiempo, la transformación del sistema de Kant en el idealismo metafísico es también comprensible y las observaciones que hemos hecho pueden haber ayudado a explicar cómo los idealistas fueron capaces de considerarse como los sucesores espirituales legítimos de Kant. 3. El significado del idealismo, su insistencia en el sistema y confianza en el poder y alcance de la filosofía Se puede deducir claramente de lo que se ha dicho sobre el desarrollo del idealismo metafísico que los idealistas postkantianos no fueron idealistas subjetivos en el sentido de sostener que el espíritu humano conoce sólo sus propias ideas como distintas de las cosas existentes extramentalmente. Tampoco fueron idealistas subjetivos porque defendieran que todos los objetivos de conocimiento son los productos del sujeto humano finito. En realidad, el empleo que hizo Fichte de la palabra "yo" en sus primeros escritos dejaba entender que esto era precisamente lo que sostenía. Pero no era así, ya que Fichte insistía en que el sujeto productivo no era el yo finito como tal, sino el yo absoluto, un principio trascendental y supraindividual, y tanto para Schelling como para Hegel, cualquier reducción de las cosas a productos del espíritu individual finito era enteramente extraña a su pensamiento. Pero, aunque es fácilmente comprensible que el idealismo postkantiano no implica el idealismo subjetivo en ninguno de los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit sentidos aludidos en el último párrafo, no es tan fácil dar una descripción general del movimiento que pueda aplicarse a todos los principales sistemas idealistas. Éstos difieren en aspectos importantes. Además, el pensamiento de Schelling, por ejemplo, pasó por diversas fases. Al mismo tiempo encontramos, naturalmente, un parentesco entre los diferentes sistemas. Y este hecho justifica que nos arriesguemos a hacer algunas generalizaciones. En cuanto que considera la realidad como la autoexpresión del pensamiento absoluto o razón, hay una gran tendencia en el idealismo alemán a asimilar la relación causal a la relación lógica de implicación. Por ejemplo, el mundo empírico es concebido por Fichte y por Schelling (por lo menos en las primeras fases de su pensamiento) como dependiendo del principio productivo último en la relación de consiguiente a antecedente. Y esto significa, naturalmente, que el mundo proviene necesariamente del primer principio productivo, cuya prioridad es lógica y no temporal. Evidentemente, no hay ni puede haber una cuestión de compulsión externa. Pero lo Absoluto se manifiesta espontánea e inevitablemente en el mundo. Y no queda ningún lugar para la idea de creación en el tiempo, en el sentido de existir un primer momento del tiempo idealmente asignable. Esta noción de la realidad, como el autodespliegue de la razón absoluta, ayuda a explicar la insistencia de los idealistas en el sistema, ya que, si la filosofía es la reconstrucción reflexiva de la estructura de un proceso racional dinámico, debería ser sistemática, en el sentido de que debería empezar con el primer principio y presentar la estructura racional esencial de la realidad como viniendo de él. Y realmente, la idea de que una deducción puramente teórica no ocupa en la práctica un lugar tan importante en el idealismo metafísico como la primera visión del proceso dialéctico de Fichte y sobre todo de Hegel, parece sugerir -ya que la filosofía idealista no es un análisis estricto del significado e implicaciones de una o más proposiciones básicas iniciales, sino más bien la reconstrucción conceptual de una actividad dinámicauna vida infinita que se despliega a sí misma. Pero la visión general del mundo está contenida en embrión en la idea inicial del mundo como el proceso de la auto manifestación de la razón absoluta. Y la tarea del filósofo consiste en una vinculación sistemática a esta idea, haciendo vivir de nuevo el proceso, por decirlo así, en el plano del conocimiento reflexivo. Por lo tanto, 193 aunque sería posible partir de las manifestaciones empíricas de la razón absoluta, y retroceder, el idealismo metafísico sigue una forma deductiva de exposición, en el sentido de que vuelve a trazar sistemáticamente un movimiento teleológico. Ahora bien, si admitimos que la realidad es un proceso racional y que su estructura dinámica esencial puede ser captada por el filósofo, esta presunción debe acompañarse de una confianza en el poder y alcance de la metafísica que contrasta con la modesta valoración de Kant sobre lo que ésta puede conseguir. Y este contraste es muy evidente si se compara la filosofía crítica con el sistema hegeliano del idealismo absoluto. Es lícito afirmar que la confianza de Hegel en el poder y alcance de la filosofía no fue igualada por ningún otro filósofo anterior. Al mismo tiempo, hemos visto que existía una cierta continuidad entre la filosofía de Kant y el idealismo metafísico. Y podemos incluso decir, aunque sea una afirmación paradójica, que cuanto más cerca se mantenía el idealismo de la idea kantiana de la única forma posible de metafísica científica, mayor era su confianza en el poder y alcance de la filosofía. Porque, si suponemos que la filosofía es el conocimiento reflexivo del pensamiento de su propia actividad espontánea, y si substituimos el contexto de la teoría kantiana del conocimiento y la experiencia humana por el contexto de la metafísica idealista, tenemos entonces la idea del proceso racional, que es la realidad, tomando conciencia de sí misma en y mediante la reflexión filosófica del hombre. En este caso, la historia de la filosofía es la historia de la autorreflexión de la razón absoluta. En otras palabras, el universo se conoce a sí mismo en y a través del espíritu del hombre. Y la filosofía puede ser concebida como el autoconocimiento de lo Absoluto. En realidad, esta concepción de la filosofía es más característica de Hegel que de los otros idealistas destacados. Fichte acabó por insistir en un Absoluto divino que en sí mismo trasciende lo que puede alcanzar el pensamiento humano, y Schelling, en su última filosofía de la religión, insistió en la idea de un Dios personal que se revela al hombre. Con Hegel cobra importancia la idea del dominio conceptual del filósofo sobre toda la realidad y la interpretación de este dominio como la autorreflexión de lo Absoluto. Pero decir esto es simplemente afirmar que es en el hegelianismo, la máxima consecución del idealismo metafísico, donde la fe en el poder y alcance de la filosofía especulativa que Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit inspiró el movimiento idealista conoció su expresión más pura y más grandiosa. 4. Los idealistas y la ideología Acabamos de mencionar la última doctrina de lo Absoluto de Fichte y la filosofía de la religión de Schelling. Podríamos decir algo ahora sobre las relaciones entre el idealismo alemán y la teología, ya que es importante comprender que el movimiento idealista no fue simplemente el resultado de una transformación de la filosofía crítica en metafísica. Los tres grandes idealistas debutaron como estudiantes de teología: Fichte en Jena, Schelling y Hegel en Tubinga. Y, aunque es cierto que muy pronto se dedicaron a la filosofía, los temas teológicos desempeñaron un papel importante en el desarrollo del idealismo alemán. La afirmación de Nietzsche de que estos filósofos eran teólogos ocultos era exagerada en algunos aspectos, pero no carecía de fundamento. La importancia del papel desempeñado por los temas teológicos en el idealismo alemán puede ser ilustrada por el siguiente contraste. Aunque no fuera un científico profesional, Kant estuvo siempre interesado por la ciencia. Sus primeros escritos mostraron una gran preocupación por los temas científicos, y una de sus primeras discusiones fue sobre las condiciones que hacen posible el conocimiento científico. Sin embargo, Hegel llegó a la filosofía a partir de la teología. Sus primeros escritos tuvieron un carácter teológico. Iba más tarde a afirmar que el objeto de la filosofía es Dios y nada más que Dios. Si la palabra "Dios", tal como es empleada aquí, debe ser entendida o no de un modo teísta, es algo que no debe preocupamos ahora. Lo que nos interesa es que el punto de partida de Hegel era el tema de la relación entre lo infinito y lo finito, entre Dios y las criaturas. No podía contentarse con una distinción categórica entre el ser infinito por una parte y los seres finitos por otra, e intentó juntados viendo lo infinito en lo finito y lo finito en lo infinito. En la fase teológica de su desarrollo, estuvo inclinado a pensar que la elevación de lo finito a lo infinito podría tener lugar sólo en la vida de amor y entonces llegó a la conclusión de que, a la larga, la filosofía cedería su lugar a la religión. Como filósofo intentó mostrar la relación entre lo infinito y lo finito conceptualmente en el pensamiento, y se inclinó a 194 considerar la reflexión filosófica como un modo de comprensión más elevado que la forma de pensar que es característica de la conciencia religiosa. Pero el tema general de la relación entre lo infinito y lo finito que impregna todo su sistema filosófico procede, por decirlo así, de sus primeras reflexiones teológicas. Sin embargo, esto no es sólo una cuestión de Hegel. En la primera filosofía de Fichte, no aparece aún el tema de la relación entre lo infinito y lo finito; porque estaba sobre todo preocupado por el problema kantiano de la deducción de la conciencia. Pero más tarde aparece en su pensamiento la idea de una vida divina infinita y se desarrollan los aspectos religiosos de su filosofía. Como Schelling, no dudó en decir que la relación entre lo infinito divino y lo finito es el principal problema de la filosofía. Y su último pensamiento tuvo un carácter profundamente religioso, desempeñando un papel muy importante las ideas de la alienación del hombre lejos de Dios y de su vuelta a Dios. En cuanto filósofos, los idealistas intentaron, naturalmente, comprender la relación entre lo infinito y lo finito. Y se inclinaron a concebida según la analogía y la implicación lógica. Además, si hacemos la excepción necesaria de la última filosofía religiosa de Schelling, podemos decir que la idea de un Dios personal infinito y totalmente trascendente pareció a los idealistas ilógica e indebidamente antropomórfica. Así encontramos una tendencia a transformar la idea de Dios en la idea de lo Absoluto, en el sentido de una totalidad que lo abarca todo. Al mismo tiempo, los idealistas no tuvieron intención de negar la realidad de lo finito. Por consiguiente, el problema con el que se enfrentaron fue el de incluir lo finito dentro de la vida de lo Infinito sin despojar al primero de su realidad. Y la dificultad de resolver este problema es responsable de gran parte de la ambigüedad del idealismo metafísico cuando se trata de definir su relación con el teísmo, por una parte, y el panteísmo, por otra. Pero, en cualquier caso, esta claro que un tema teológico central, la relación entre Dios y el mundo, ocupa un lugar importante en las especulaciones de los idealistas alemanes. Se ha dicho anteriormente que la descripción que hace Nietzsche de los idealistas alemanes como teólogos ocultos es exagerada, ya que sugiere que los idealistas estaban preocupados por reintroducir el cristianismo por la puerta trasera, cuando en realidad encontramos una clara tendencia a sustituir la fe por la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit metafísica y a racionalizar los misterios revelados del cristianismo, considerándolos a la luz de la razón especulativa. Para usar un término moderno, encontramos una tendencia a desmitificar los dogmas cristianos, convirtiéndolos en un proceso dentro de una filosofía especulativa. Por esto no podemos menos de sonreír ante la imagen de Hegel que nos presenta J. H. Stirling como gran campeón filosófico del cristianismo. Nos parecería más fácil admitir el punto de vista de McTaggart, y también de Kierkegaard, según los cuales la filosofía hegeliana minó el cristianismo desde dentro, dejando al descubierto el contenido racional de las doctrinas cristianas en su forma tradicional. Y podemos pensar que era en cierto modo sutil la relación que Fichte intentó establecer entre su última filosofía de lo Absoluto y el primer capítulo del Evangelio de San Juan. Al mismo tiempo, no hay ninguna razón convincente para suponer, por ejemplo, que Hegel fuera insincero cuando se refirió a san Anselmo y al proceso de la fe buscando comprensión. Sus primeros ensayos mostraban una clara hostilidad hacia el cristianismo positivo; pero cambió de actitud y admitió la fe cristiana. Sería absurdo pretender que Hegel era un cristiano ortodoxo. Pero fue sin duda sincero cuando representó la relación entre el cristianismo y el hegelianismo, como la de la religión absoluta con la filosofía absoluta, dos formas diferentes de aprehender y expresar el mismo contenido de verdad. Desde una posición teológica ortodoxa se puede considerar que Hegel sustituyó la fe por la razón, la revelación por la filosofía, y defendió el cristianismo racionalizándolo y convirtiéndolo, para emplear una frase de McTaggart, en hegelianismo esotérico. Pero esto no altera el que Hegel pensara que había demostrado la verdad de la religión cristiana. La afirmación de Nietzsche, por lo tanto, no era del todo errónea, sobre todo si se tiene en cuenta el desarrollo de los aspectos religiosos del pensamiento de Fichte y las últimas fases de la filosofía de Schelling y, en cualquier caso, los idealistas alemanes atribuyeron ciertamente un significado y un valor a la conciencia religiosa y encontraron un lugar para ella en sus sistemas. Pudieron haber abandonado la teología por la filosofía, pero estuvieron muy lejos de ser hombres irreligiosos y racionalistas en el sentido moderno. 5. El movimiento romántico y el idealismo alemán 195 Pero hay otro aspecto del idealismo metafísico que merece ser mencionado, su relación con el movimiento romántico en Alemania. La descripción del idealismo alemán como la filosofía del romanticismo se presta evidentemente a serias objeciones. En primer lugar, sugiere la idea de que existe una relación en un solo sentido. Es decir, supone que los grandes sistemas idealistas fueron simplemente la expresión ideológica del espíritu romántico, cuando en realidad fueron las filosofías de Fichte y Schelling las que ejercieron una considerable influencia sobre algunos de los románticos. En segundo lugar, los principales filósofos idealistas no estuvieron siempre de acuerdo con los románticos. Podemos admitir que Schelling reflejó el espíritu del movimiento romántico, pero Fichte criticó duramente a los románticos a pesar de que éstos se inspiraran en algunas de sus ideas. Y Hegel no tuvo mucha simpatía por algunos aspectos del romanticismo. En tercer lugar, es posible que el término "filosofía del romanticismo" pudiera aplicarse mejora las ideas especulativas desarrolladas por románticos como Friedrich Schlegel (1772-1829) y Novalis (17721801) que a los grandes sistemas idealistas. Al mismo tiempo, hubo indudablemente alguna afinidad espiritual entre los movimientos idealista y romántico. El espíritu romántico en cuanto tal era verdaderamente una actitud frente a la vida y al universo más que una filosofía sistemática. Se puede quizás emplear los términos de Rudolf Carnap y hablar de él como de un Lebensgefühl o Lebenseinstellung. Y es perfectamente comprensible que Hegel viera una considerable diferencia entre la reflexión filosófica sistemática y las digresiones de los románticos. Pero cuando volvemos la vista hacia la escena alemana de la primera parte del siglo XIX, estamos tan sorprendidos por las afinidades como por las diferencias. Después de todo, el idealismo metafísico y el romanticismo fueron fenómenos culturales alemanes más o menos contemporáneos, y lo único que puede esperarse encontrar es una afinidad espiritual fundamental. Es muy difícil definir el espíritu romántico, pero se puede evidentemente mencionar algunos de sus rasgos característicos. Por ejemplo, frente a la gran preocupación de la Ilustración por la comprensión crítica, analítica y científica, los románticos exaltaron el poder de la imaginación creadora y el papel del sentimiento y la intuición. El genio artístico ocupó el lugar de la philosophe. Pero la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 196 insistencia en la imaginación creadora y en el genio artístico formaba parte de una insistencia general en el desarrollo libre y pleno de la personalidad humana, en los poderes creadores del hombre y en el goce de la riqueza de toda posible experiencia humana. En otras palabras, se destacaba más la originalidad de cada persona humana que lo que es común a todos los hombres. Y esta insistencia en la personalidad creadora estuvo a veces asociada con una inclinación hacia el subjetivismo ético. Esto significó que hubo una tendencia a despreciar las leyes o normas morales universales fijas en beneficio del libre desarrollo del yo de acuerdo con valores que corresponden a la personalidad individual y arraigados en ella. No quiero decir con esto que los románticos no se preocuparan por la moralidad o los valores morales. Pero hubo una tendencia, en F. Schlegel, por ejemplo, a insistir en la libre persecución por el individuo de su propio ideal moral (la realización de su propia "Idea"), en vez de la obediencia a leyes universales dictadas por la razón práctica-impersonal. imaginación productiva podía ser modificada por la voluntad. Del mismo modo que el artista crea obras de arte, así el hombre es también un poder creador no sólo en la esfera moral, sino también, en principio por lo menos, en la esfera natural. De este modo, el idealismo trascendental de Fichte se había convertido en el "idealismo mágico" de Novalis. La exaltación romántica del yo creador de Novalis tiene por base algunas doctrinas de Fichte. La importancia dada por los románticos al genio creador les aproxima más a Schelling que a Fichte. Como veremos, fue Schelling quien insistió en la significación metafísica del arte y en la importancia del genio artístico en el proceso de creación. Cuando Friedrich Schlegel afirma que el mundo del arte es superior a cualquier otro y que el artista muestra la Idea modelándola en sus obras en forma finita, y cuando Novalis dice que el poeta es el verdadero "mago", la encarnación de las fuerzas creadoras de la humanidad, estos autores están más cerca del pensamiento de Schelling que de la consideración fundamentalmente ética de Fichte. Al desarrollar sus ideas de la personalidad creadora, algunos de los románticos buscaron su inspiración y estímulo en las primeras ideas de Fichte. Esto es verdad tanto para Schlegel como para Novalis. Pero no equivale a decir que el empleo que hicieron de las ideas de Fichte correspondiera siempre a las intenciones del filósofo. Un ejemplo aclarará esto. Como hemos visto en su transformación de la filosofía kantiana en idealismo puro, Fichte tomó por último principio creador el yo trascendental, considerado como actividad ilimitada. Y en su deducción sistemática o reconstrucción de la conciencia utilizó mucho la idea de imaginación productiva. Novalis hizo suyas estas ideas y consideró que Fichte le había permitido ver las maravillas del yo creador, pero hizo un cambio importante. Fichte intentó explicar con principios idealistas la situación en la que el sujeto finito se descubre a sí mismo en un mundo de objetos que le son dados y que le afectan de diversas formas, como en .la sensación. Representó, por lo tanto, la actividad de la llamada imaginación productiva cuando pone el objeto como afectando al yo finito, como teniendo lugar por debajo del nivel de la conciencia. Por la reflexión trascendental el filósofo puede conocer que esta actividad tiene lugar, pero ni él ni ninguna otra persona puede conocerla como teniendo lugar, ya que la posición del objeto es lógicamente anterior a todo conocimiento o conciencia. Y esta actividad de la imaginación productiva no depende ciertamente de la voluntad del yo finito. Sin embargo, Novalis admitió que esta actividad de la A pesar de todo, el énfasis puesto en el genio creador es sólo uno de los muchos aspectos del romanticismo; la concepción romántica de la naturaleza es otro no menos importante. Los románticos, en vez de considerarla como un sistema mecánico, lo que les obligaría a destacar los contrastes y diferencias entre el hombre y la naturaleza -como en el caso del pensamiento cartesiano-, tienden a considerarla como un todo orgánico y viviente que vibra al unísono con el espíritu, revestida del mismo misterio y belleza que éste. Algunos románticos mostraban gran simpatía por Spinoza, es decir, procedieron a una transformación romántica del filósofo. Esta visión de la naturaleza como totalidad orgánica correlacionada con el espíritu es una de las características más propias de los románticos y también de Schelling. La idea de los filósofos sobre la naturaleza y del hombre como espíritu adormecido y del espíritu humano como órgano de la conciencia de la naturaleza se incluye en este mismo orden de cosas. Es significativo que el poeta Hölderlin (1770-1843) fuera amigo íntimo de Schelling cuando estudiaban en Tubinga. Hölderlin veía la naturaleza como una totalidad viviente y esto pudo haber influido en las ideas de Schelling. La filosofía de la .naturaleza de Schelling ejerció una poderosa influencia sobre algunos escritores románticos. La simpatía que mostraron por Spinoza fue compartida por el filósofo y teólogo Schleiermacher, pero no por Fichte a quien Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit repugnaba cualquier forma de divinización de la naturaleza, a la que él consideró solamente como el campo e instrumento de la actividad moral libre. En este aspecto, la concepción de Fichte era antirromántica. El apego que los románticos tenían a la idea de la naturaleza como totalidad orgánica y viviente no significaba que concedieran a ésta mayor importancia que al hombre. Ya hemos visto cómo insistieron en la libertad de la personalidad creadora. La naturaleza llega al punto más elevado de su desarrollo en el espíritu humano. Por esta razón, el concepto romántico de la naturaleza incluía una clara apreciación del desarrollo histórico y cultural y del significado de períodos culturales anteriores como momentos necesarios para el despliegue de las posibilidades del espíritu humano. Hölderlin, por ejemplo, sentía un entusiasmo romántico por el genio de la antigua Grecia, entusiasmo que fue compartido por Hegel en sus tiempos de estudiante. Conviene, sin embargo, no olvidar el interés que volvió a suscitar la Edad Media. El hombre de la Ilustración tendía a considerar los tiempos medievales como una noche oscura que precedía al Renacimiento y al florecimiento de les philosophes. Para Novalis, la Edad Media representaba, aunque imperfectamente, el ideal de unidad orgánica de la fe y la cultura. Por lo demás, los románticos mostraron su predilección por lo popular (Volksgeist) y sus manifestaciones culturales, como la lengua, fueron por primera vez apreciadas. En este aspecto Novalis fue un discípulo de Herder. Los filósofos idealistas compartían naturalmente esta creencia en la continuidad del desarrollo histórico. Para ellos, la historia era la realización en el tiempo de una idea espiritual, un telos o una finalidad. Cada uno de los grandes idealistas tuvo una filosofía de la historia propia; la de Hegel es especialmente interesante. Fichte consideraba la naturaleza, ante todo, como un instrumento para la actividad moral y, por ello, daba más importancia a la esfera del espíritu humano y a la historia en cuanto que era un movimiento encaminado a la realización del orden del mundo moral e ideal. En la filosofía de la religión de Schelling la historia aparece como la narración del retorno a Dios de la humanidad, narración de los movimientos del hombre separado del verdadero centro de su ser. En Hegel juega un papel prominente la idea de la dialéctica de los espíritus nacionales, acompañada' de la noción de los llamados mundos históricos individuales. El movimiento de la historia como un todo ha sido reducido al 197 movimiento para la realización de la libertad espiritual. Puede decirse que, por lo general, los grandes idealistas creían que, en su época, el espíritu humano había llegado a ser consciente de la significación de su propia actividad dentro de la historia y del sentido o dirección del proceso histórico global. Pero, fundamentalmente, el romanticismo se caracteriza por el sentimiento y la nostalgia de lo infinito. Las ideas sobre la naturaleza y sobre la historia de la humanidad se fundían al ser consideradas como dos manifestaciones de la vida infinita, como aspectos de una especie de poema divino. La idea de la vida infinita era el factor unificador de la visión romántica del mundo. A primera vista, la apreciación romántica del Volksgeist puede parecer sólo una variación de la importancia concedida al libre desarrollo de la personalidad de los individuos. No son radicalmente incompatibles, dado que la totalidad infinita se concebía como vida infinita que se manifiesta a sí misma en los seres finitos y gracias a ellos, aunque nunca negándolos o reduciéndolos a simples instrumentos mecánicos. El espíritu de los pueblos se concebía como una manifestación de esta misma vida infinita, como totalidades que necesitaban para alcanzar su pleno desarrollo la libre expresión de las personalidades de los individuos, quienes venían a ser portadoras de este espíritu. Del mismo modo se puede hablar del Estado considerado como encarnación política del espíritu del pueblo. El romanticismo concebía la totalidad infinita de una manera fundamentalmente estética, como un todo orgánico en el que el hombre podía sentirse como individuo, esto es, podía alcanzar esta unidad más bien por la intuición y la sensación. El pensamiento conceptual tiende a fijar y perpetuar límites y fronteras definidas, mientras que el pensamiento romántico tiende a borrarlos y disolverlos en el flujo infinito de la vida. Dicho de otra forma, el sentimiento romántico de lo infinito con frecuencia era un sentimiento de lo indefinido. Esta característica puede observarse en la tendencia a oscurecer la separación entre lo finito y lo infinito, en la frecuente fusión de filosofía y poesía y, en el campo del arte, en la mezcla de las diversas artes. En parte se trataba de reconocer afinidades y de sintetizar los diversos tipos de experiencias del hombre. F. Schlegel Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit consideraba que la filosofía era una forma de religión, ya que ambas se relacionaban con lo infinito y que todas las relaciones del hombre con lo infinito pertenecen al ámbito religioso. En este sentido, el arte también es religioso; el artista creador ve lo infinito en lo finito al captar y expresar la belleza. Sin embargo, la repugnancia de los románticos por las formas definidas fue una de las razones por las que Goethe lanzó su famosa afirmación de que lo clásico es lo sano, y lo romántico lo enfermo. N o obstante, algunos románticos sintieron la necesidad de dar forma definida a sus visiones vagas e intuitivas de la vida y de la realidad, de manera que la nostalgia de lo infinito y la libre expansión de la personalidad humana pudieran ser más fácilmente reconocidas. Schlegel, por ejemplo, creyó que el catolicismo podía satisfacer esta necesidad. Evidentemente, el sentimiento del infinito es un rasgo común del romanticismo y del idealismo. La idea del Absoluto infinito, concebido como vida infinita, es básica en los últimos escritos de Fichte; el Absoluto también es el tema central en el pensamiento de Schelling, de Schleiermacher y de Hegel. Por lodemás, puede decirse que los idealistas alemanes tienden a concebir el infinito no como algo opuesto a lo finito, sino como vida o actividad infinita que se expresa a sí misma precisamente en lo finito. Concretamente, Hegel hizo un intento deliberado de relacionar lo finito y lo infinito, de establecer entre ambas ideas una conexión que no las identifique, ni reste valor a lo finito haciéndolo aparecer como irreal o ilusorio. La totalidad vive en sus manifestaciones particulares y por medio de ellas, tanto si es una totalidad infinita -el Absoluto- como una totalidad relativa -el Estado-. La afinidad espiritual entre el movimiento romántico y el idealismo es indudable y los ejemplos de ella son múltiples. Cuando Hegel considera el arte, la religión y la filosofía en relación con el Absoluto, se advierten claras semejanzas con las ideas de Schlegel a las que ya he aludido. Sin embargo, no debe olvidarse los contrastes entre los grandes filósofos idealistas y los románticos. Schlegel identifica filosofía y poesía y suena con el día en que ambas sean realmente una sola cosa. Cree que el filosofar es ante todo una actividad intuitiva y no un razonar deductivo. Cualquier demostración lo es de algo antes intuido; la intuición precede a los argumentos deductivos y, por ello, el razonamiento conceptual es siempre secundario. Como dijo Schlegel, Leibniz afirma y Wolff demuestra. Evidentemente, esta afirmación no era un elogio de Wolff. Pero la filosofía está en relación con el 198 universo, con la totalidad; no podemos demostrar la existencia 'de la totalidad ya que ésta sólo puede ser captada intuitivamente. Tampoco puede ser descrita del mismo modo como puede describirse una cosa concreta y sus relaciones con las otras cosas concretas. En cierto modo, la totalidad puede mostrarse -como, por ejemplo, en la poesía-, pero decir concretamente lo que es está fuera del alcance humano. Por ello, el filósofo se enfrenta con la ardua tarea de tratar de decir lo que no se puede decir. La filosofía y el propio filósofo son para el filósofo un asunto irónico. Sin embargo, cuando pasamos de Schlegel, el romántico, a Hegel, buen representante del idealismo, apreciamos la clara insistencia de este último en la necesidad del pensamiento conceptual y sistemático, y la negativa a recurrir a cualquier tipo de misticismo del sentimiento. Hegel, desde luego, se preocupó de la totalidad, del Absoluto, pero debía pensarlo para expresar la vida de lo infinito y sus relaciones con lo finito en un pensamiento conceptual. Es cierto que interpretó el arte, incluida la poesía, como algo centrado en el mismo tema esencial de la filosofía, el espíritu absoluto, pero no perdió de vista nunca la diferencia formal entre arte y filosofía. Son cosas distintas que no conviene confundir. Se puede alegar que el contraste entre la idea de los románticos sobre la filosofía y la de los grandes idealistas es menor que el que existe entre las posiciones de Schlegel y Hegel. Fichte postulaba una intuición intelectual básica del yo puro o absoluto, y su concepción influyó considerablemente en algunos románticos. Schelling insistía en que, al menos en una etapa del filosofar, es posible la aprehensión del Absoluto en sí y que esto sólo es posible mediante la intuición mística. También le daba mucha importancia a la intuición estética por la que se capta la naturaleza del Absoluto en su forma simbólica. Además, incluso dentro de la lógica dialéctica de Hegel, que es una lógica en movimiento destinada a mostrar la vida interior del Espíritu y a superar las antítesis conceptuales que la lógica ordinaria considera fijas y permanentes, pueden advertirse rasgos románticos, La manera como Hegel concibe el espíritu humano, haciéndolo, pasar sucesivamente por una serie de fases, y como un movimiento incesante de una posición a otra, puede ser considerada como una expresión de la actitud romántica, La lógica de Hegel se aparta del espíritu romántico y es la base de su pensamiento, sin embargo, podemos advertir una profunda afinidad espiritual con el romanticismo. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit No se trata de negar la existencia de una afinidad espiritual entre el idealismo metafísico y el romanticismo, sino de indicar que, en líneas generales, los filósofos idealistas se ocupan del pensamiento sistemático mientras que los románticos subrayan el papel de la intuición y el sentimiento, y confunden filosofía y poesía. Schelling y Schleiermacher estaban más cerca del espíritu romántico que Fichte y Hegel. Fichte postulaba la intuición intelectual básica del yo puro o absoluto, pero no creía que esto supusiera una visión mística privilegiada. Era la intuición de una actividad que se manifiesta a sí misma en la conciencia reflexiva. No se requiere una capacidad mística o poética sino la reflexión trascendental. En su ataque a los románticos, Fichte insiste en que la filosofía, a pesar de exigir una intuición intelectual básica del yo como actividad, es sobre todo pensamiento lógico que produce ciencia, es decir, un cierto conocimiento. Filosofía es conocimiento del conocimiento, a ciencia fundamental; no un intento de decir lo que no se puede decir. En cuanto a Hegel, es indudable que incluso en su dialéctica pueden encontrarse rasgos románticos. Pero esto no altera el hecho de que para, él, la filosofía no sea una colección de elucubraciones apocalípticas, de rapsodias románticas, de visiones místicas, sino un pensamiento crítico y sistemático que piensa sus objetos conceptualmente, La labor del filósofo consiste en entender la realidad, en hacer que los demás la entiendan y no en construir o sugerir significados por medio de imágenes poéticas. 6. La dificultad de cumplir el programa idealista Como hemos visto, la transformación inicial de la filosofía kantiana en idealismo puro supone que la realidad debe ser considerada como un proceso de pensamiento o de razón productiva. Dicho de otra forma, el ser tiene que ser identificado con el pensamiento. El programa natural del idealismo consistirá, pues, en mostrar la verdad de esta identificación para poder así reconstruir deductivamente la estructura dinámica esencial de la vida y del pensamiento o razón absoluta. Por otra parte, para conservar la concepción kantiana de la filosofía como pensamiento reflexivo, consciente de su propia actividad espontánea, la reflexión filosófica debe presentarse como autoconciencia de la razón absoluta en la mente humana. Por ello, mostrar la verdad de esta 199 interpretación de la reflexión filosófica es otra de las misiones del programa natural del idealismo. Si pasamos a la historia concreta del movimiento idealista, observaremos las dificultades con que tropezó al desarrollar este programa. Prueba de ello son las acusadas divergencias que se produjeron al transformar la filosofía crítica en idealismo trascendental. Fichte, por ejemplo, comienza por afirmar que no irá más allá de la conciencia, en el sentido de postular como primer principio un ser que la transcienda. De ahí que su primer principio, el yo puro tal como se manifiesta en la conciencia, no pueda ser una cosa sino una actividad. Las exigencias del idealismo trascendental le obligan a desplazar la realidad última más allá de la conciencia, de manera que, en la exposición posterior de su filosofía, Fichte postula un ser infinito, y absoluto que transciende el pensamiento. Con Schelling asistimos a un proceso inverso. Mientras que en una etapa, de su peregrinación filosófica afirma la existencia de un Absoluto que transciende el pensamiento humano y la conceptualización, en su filosofía de la religión intenta reconstruir reflexivamente la esencia interna de la divinidad personal. Pero, al mismo tiempo, abandona la idea de deducir a priori la existencia y estructura de la realidad empírica y, por el contrario, insiste en la libre revelación que Dios hizo de sí mismo. Persiste, sin embargo, la tendencia del idealismo a considerar lo finito como si fuera una consecuencia lógica de lo infinito; pero, después de haber introducido la idea de un Dios personal y libre, se vio obligado a ampliar sus especulaciones a distancias cada vez mayores del modelo original del idealismo metafísico. Es inútil decir que el hecho de que tanto Fichte como Schelling desarrollaran y modificaran sus posiciones iniciales no constituye ninguna prueba de que las modificaciones y desarrollos fueran injustificados. Creo que precisamente estas variaciones son una prueba de la dificultad de realizar lo que he llamado antes, programa natural del idealismo. Se puede afirmar que, ni con Schelling ni con Fichte, el ser quedó reducido al pensamiento. Hegel efectuó los intentos más eficaces para cumplir este programa. No dudó en afirmar que lo racional es lo real y lo real lo racional. Creía que era completamente erróneo pensar que la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit mente humana fuera algo finito y, partiendo de aquí, no se puede, poner en duda la capacidad de entender la vida del Absoluto infinito. La mente tiene aspectos finitos, pero es infinita en el sentido de que es capaz de elevarse a un nivel de pensamiento absoluto, nivel en el que el conocimiento que tiene el Absoluto de sí mismo se identifica con el conocimiento humano del Absoluto. Hegel intenta demostrar de manera sistemática y detallada de qué modo la realidad es la vida de la razón absoluta en su movimiento hacia el conocimiento de sí misma hasta llegar a ser, en su existencia real, lo que siempre fue en esencia, concretamente pensamiento que se piensa a sí mismo. Evidentemente, Hegel identifica el conocimiento que el Absoluto tiene de sí mismo con el conocimiento que el hombre tiene del Absoluto y, cuanto más lejos se lleva este proceso, tanto más perfectamente se cumple el programa natural del idealismo que exige que la filosofía sea una autorreflexión del pensamiento o razón absoluta. Si el Absoluto fuera un Dios personal que gozara de autoconciencia eterna, independiente del espíritu humano, el conocimiento que el hombre tuviera de Dios sería una visión externa, Sin embargo, si el Absoluto fuera totalmente realidad -el universo-, interpretado como desarrollo del pensamiento absoluto que alcanza una autorreflexión en el espíritu humano, el conocimiento que el hombre tendría del Absoluto vendría a ser el conocimiento que el Absoluto tiene de sí mismo. La filosofía es un pensamiento productivo que se piensa a sí mismo. ¿Qué se entiende por pensamiento productivo? Puede decirse que es el universo considerado teleológicamente, como un proceso universal en marcha hacia el auto conocimiento y que este autoconocimiento no es más que el conocimiento por parte del hombre de la naturaleza, de sí mismo y de su historia. En este caso, no hay nada más allá del universo, ningún pensamiento ni razón que se exprese a sí misma en la naturaleza y que a la vez exprese la historia humana como si la causa eficiente se expresara a sí misma en sus efectos, Teleológicamente considerado, el pensamiento es primario, en el sentido de que es a la vez el fin del mismo proceso, y lo que le da significación. Pero lo que es real e históricamente primario es el ser, en forma de naturaleza objetiva. En este caso, el modelo del idealismo sugerido por la transformación inicial procedente de la filosofía kantiana ha sufrido una notable alteración, puesto que esta transformación supone una imagen de la actividad del pensamiento infinito en cuanto que 200 produce o crea el mundo objetivo, mientras que la idea que acabamos de exponer supone únicamente el mundo real de la experiencia, interpretado como proceso teleológico. El telos del proceso se considera que es la autorreflexión del mundo en la mente humana y gracias a ella. Pero esta finalidad es un ideal que en ningún momento puede cumplirse. Por ello, - la identificación del ser y del pensamiento nunca se consigue de verdad. 7. El elemento antropomórfico en el idealismo alemán Otro de los aspectos de las divergencias del modelo natural del idealismo postkantiano es el siguiente: F. H. Bradley, representante del idealismo absoluto en Inglaterra, insiste en el concepto de Dios como concepto que inevitablemente se transfiere al de Absoluto, es decir, que si la mente trata de pensar lo infinito de una manera rigurosa acaba por tener que reconocer que el infinito no puede ser más que el universo del ser, la realidad como un todo, la totalidad. La religión desaparece en esta transformación de Dios en el Absoluto. "Dios no puede quedarse junto al Absoluto y, habiendo llegado a ello, se perdió, y con él la religión." Algo parecido afirmó R. G. Collinwood: Dios y el Absoluto no son idénticos sino distintos. Pero son idénticos en este sentido: Dios es la forma imaginativa o intuitiva en la que el Absoluto se revela a sí mismo a la conciencia religiosa. Si conservamos la metafísica especulativa, tenemos que el teísmo esta a medio camino entre el antropomorfismo politeísta y la idea del Absoluto omnicomprensivo. Es evidente que, a falta de una noción clara sobre la analogía del ente, no es posible el concepto del ser finito como ontológicamente distinto del ser infinito. Pero, pasando esto por alto, lo importante es que el idealismo postkantiano es fundamentalmente antropomórfico. El modelo de la conciencia humana es transferido a la totalidad de la realidad. Supongamos que el yo humano sólo alcanza indirectamente la autoconciencia es decir, que se va antes al no-yo. Entonces éste debe ser puesto junto al yo, no en el sentido de que el no-yo sea ontológicamente creado por el yo, sino en el de que ha de ser reconocido como objeto para que haya conciencia. El yo puede volver a sí mismo y llega así a ser reflexivamente consciente de sí mismo. En el idealismo postkantiano este proceso de la conciencia humana es la idea clave que sirve para interpretar toda la realidad. El yo absoluto, o razón absoluta, o como quiera llamársele, se considera Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit (en un sentido ontológico) que ha de poner el mundo objetivo de la naturaleza como condición necesaria para la vuelta a sí mismo en el espíritu humano y merced a su actividad. Este esquema general es una consecuencia de la transformación de la filosofía kantiana en idealismo metafísico, Pero este hiperdesarrollo de la teoría kantiana del conocimiento hasta transformarse en una metafísica cósmica implica una interpretación del proceso de la realidad como un todo, de acuerdo con el modelo de la conciencia humana. En este sentido, el idealismo postkantiano contiene marcados elementos antropomórficos; éste es un hecho que hay que hacer notar, si se tiene en cuenta que frecuentemente se ha juzgado que era mucho menos antropomórfica la concepción idealista que la teísta. Es evidente que Dios sólo puede ser concebido analógicamente; tampoco podemos concebir la conciencia divina más que de manera analógica respecto a la conciencia humana. Pero se puede intentar la eliminación de aquellos aspectos de la conciencia relacionados con la finitud, Aunque se puede argüir que para atribuir al infinito un proceso de reflexión autoconsciente es necesario este elemento antropomórfico. Ahora bien, si hay una realidad espiritual que -en todo caso- es lógicamente anterior a la naturaleza y llega a ser autoconsciente en el hombre y gracias a él, ¿cómo puede ser concebida? Si la concebimos como actividad ilimitada no consciente en sí misma pero que fundamenta la conciencia, estamos prácticamente repitiendo la tesis del yo absoluto de Fichte. El concepto de una realidad última que es a un tiempo espiritual e inconsciente es difícil de comprender. Tampoco tiene mucho parecido con el concepto cristiano de realidad. Si creemos, al igual que Schelling en sus últimos escritos sobre la religión, que la realidad espiritual que se esconde tras la naturaleza es un ser personal, el modelo del esquema idealista queda muy deformado. En este caso ya es imposible sostener la idea de que la realidad espiritual última llega a ser consciente de sí misma en el proceso del mundo. Puesto que Schelling vivió unos veinte años más que Hegel, puede decirse que (cronológicamente considerado) el movimiento idealista que sigue inmediatamente a la filosofía crítica de Kant acababa en una segunda aproximación al teísmo filosófico. Ya hemos visto cómo Bradley sostenía que el concepto de Dios es 201 una exigencia de la conciencia religiosa, pero que, desde un punto de vista filosófico, este concepto debe ser transformado en el de Absoluto. Schelling hubiera aceptado la primera parte de la afirmación, pero hubiese rechazado la segunda, al menos tal y como Bradley la formuló. La filosofía de los últimos años de Schelling era una filosofía de la conciencia religiosa. Creía que la conciencia religiosa exigía una transformación de sus primeras ideas sobre el Absoluto en la idea de un Dios personal. En sus especulaciones teosóficas, evidentemente, introdujo elementos antropomórficos. Pero su camino hacia el teísmo representaba un alejamiento de la línea fundamental del idealismo. Aún queda una tercera posibilidad. Podemos eliminar la idea de una realidad espiritual, consciente o inconsciente que produzca la naturaleza y, al mismo tiempo, conservar la idea del Absoluto que deviene .autoconsciente. En este caso, el Absoluto es el mundo, el universo. Así obtenemos la imagen del conocimiento que el hombre tiene del mundo y de su propia historia como autoconocimiento del Absoluto. En esta imagen que representa la línea general de una de las interpretaciones más importantes del idealismo, el mundo de la experiencia no es más que el resultado del proceso teleológico del mundo, es decir, ningún ser trascendente es necesario desde este punto de vista; el universo se interpreta como un proceso que evoluciona hacia una meta ideal, concretamente hacia la autorreflexión en el espíritu humano. Esta interpretación de Hegel difícilmente puede considerarse equivalente a la afirmación empírica de que el hombre aparece en un momento dado de la historia del mundo y de que es capaz de conocerse a sí mismo y de aumentar este conocimiento, además de conocer su historia y su medio ambiente. Es de suponer que nadie, ya sea materialista, idealista, teísta, panteísta o ateo, tenga el menor inconveniente en aceptar estas afirmaciones. La interpretación hegeliana es teleológica, y supone un movimiento del universo hacia el conocimiento humano, y este movimiento es el conocimiento que el universo tiene de sí mismo. Pero, a no ser que estemos dispuestos a admitir que esto es sólo una de las posibilidades de considerar el proceso del mundo y, de esta forma, permanezcamos expuestos a la objeción de que nuestra elección de este modelo particular está determinada por un prejuicio intelectual favorable al conocimiento (esto en cuanto a un juicio de valor particular), estamos obligados a reivindicar que el Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit mundo se mueve por una necesidad inherente hacia su autoconocimiento en y por el hombre. Pero, ¿con qué otro fundamento podemos hacerlo sino a partir de la creencia de que la naturaleza en sí es una mente inconsciente -lo que Schelling llamaba espíritu adormecido- que se esfuerza por alcanzar una conciencia, o que tras ella yace una razón o mente inconsciente que, espontáneamente, pone la naturaleza como una condición previa y necesaria para alcanzar la conciencia en y por el espíritu humano? Cualquiera de estas dos proposiciones que admitamos nos obliga a transferir al universo como totalidad el modelo del desarrollo de la conciencia humana. Este procedimiento exige la transformación de la filosofía crítica en idealismo metafísico; pero es indudable que no .por ello tiene un carácter menos antropomórfico que el teísmo como filosofía explícita. 202 Las tesis del idealismo sobre el hombre y la sociedad reafirman siempre la libertad, pero esta palabra no tiene en todos los casos el mismo significado. Fichte ve la libertad del individuo manifestándose en la acción, tal vez a consecuencia del propio carácter del filósofo, enérgico y decidido. En cierto modo, para Fichte el hombre es un sistema de tendencias, instintos e impulsos naturales; y, desde este punto de vista, no puede hablarse de libertad humana. Pero el hombre, en cuanto que es espíritu, no está obligado a satisfacer automáticamente un deseo tras otro y puede dirigir su actividad, hacia una meta ideal según su concepto del deber. Como para Kant, la libertad significa algo que surge a un nivel más elevado que el de la vida de los impulsos sensoriales y corresponde a la acción de un ser moral y racional. Fichte se inclina más bien a pensar que la actividad misma es también su propia meta, y el énfasis con que recalca la libre acción nunca transciende esta acción. 8. Filosofías idealistas del hombre. En este capítulo hemos considerado el idealismo alemán como una teoría, o bien, un conjunto de teorías sobre la realidad como un todo, como la automanifestación del Absoluto. La filosofía del hombre es una de las notas más sobresalientes del movimiento idealista, como fácilmente puede deducirse al considerar las premisas metafísicas de sus más conspicuos representantes. Según Fichte, el yo absoluto es una actividad ilimitada que se puede representar como movimiento tendiente a la consecución de su propia libertad. Pero la conciencia existe sólo como conciencia individual; por ello, el yo absoluto se expresa a sí mismo en una serie de sujetos o seres finitos que tienden a elevarse hasta su verdadera libertad. Aquí irrumpe, como no puede ser por menos, la consideración moral de la actuación humana. La filosofía de Fichte es fundamentalmente un idealismo ético dinámico. Para Hegel el Absoluto es un espíritu o un pensamiento que se piensa a sí mismo, y, por lo tanto, puede revelarse mejor en el espíritu humano que en la naturaleza. Debe insistirse en la consideración reflexiva de la vida espiritual -la vida del hombre como ser racional- más que en la filosofía de la naturaleza. En cuanto a Schelling cuando afirma la existencia de un Dios libre y personal, se enfrenta con el problema de la libertad humana y con el retorno del hombre a Dios. Pero, a pesar de que para Fichte lo principal sea la actividad del individuo por su capacidad de elevarse por encima de la esclavitud del impulso natural hasta una vida de acción concorde con su deber, cree que, en cierto modo, se debe dar algún contenido a la idea de la libre acción moral. Esto es posible gracias a la ampliación del concepto de la misión moral del hombre. Esta misión moral y la serie de actos que el hombre debe realizar en el mundo se determinan en alto grado por la situación social del individuo. Así, por ejemplo, la posición de padre de familia. Finalmente obtenemos una visión de la gran variedad de misiones morales en cuanto que éstas convergen hacia una finalidad Ideal común, es decir, hacia el establecimiento de un orden moral del mundo. Fichte en su juventud fue entusiasta partidario de la Revolución Francesa que creía liberaría a los hombres de las formas opresivas de la vida social y política que, según él, eran el mayor obstáculo para el desarrollo de la moralidad libre del hombre. Posteriormente surgió la pregunta, ¿cuál es la forma de organización social, económica y política mejor para que el hombre desarrolle más su moralidad? Fichte se vio obligado a potenciar el papel de la sociedad política como fuerza educativa y moral. En sus últimos años, se preocupó mucho por los acontecimientos políticos de la época, especialmente por la dominación napoleónica y la guerra de liberación. Estas reflexiones le llevaron a una visión nacionalista de un Estado unificado alemán con una misión cultural Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit en el que los alemanes encontrarían, por fin, su propia libertad. Pero lo que caracteriza su pensamiento es la idea de que el Estado es el instrumento necesario para proteger los derechos del hombre hasta que éste no haya desarrollado por completo su misión moral. Cuando el hombre alcance su plenitud moral, el Estado debe desaparecer. Si volvemos a Hegel, nos hallamos ante una posición distinta. También en su juventud vio con simpatía la Revolución Francesa a la que consideraba como una posibilidad de libertad y esta palabra juega un importante papel en su filosofía. Como más tarde veremos, Hegel representa la historia humana como un movimiento hacia la plena realización de la libertad. Hace una clara distinción entre libertad negativa, que es la mera ausencia de limitaciones, y la libertad positiva. Como ya decía Kant, la libertad moral implica obediencia a la ley que uno se da a sí mismo en cuanto ser racional; pero lo racional es lo universal. La libertad positiva supone la identificación de uno mismo con una finalidad que transciende los propios deseos. Al identificar la voluntad personal del individuo con la voluntad general de Rousseau, que se expresa en el Estado, se alcanza la libertad positiva. La moralidad es esencialmente moralidad social. La ley moral formal encuentra su aplicación en la vida social, especialmente en el Estado. Fichte y Hegel trataron, por estas razones, de superar el formalismo de la ética kantiana dando a la moralidad una situación social. Pero se aprecia una diferencia entre ambos. Fichte insiste en la libertad individual y en la actividad del hombre según el deber que le impone la conciencia personal. Además, conviene añadir que la vocación moral del individuo es un elemento de un sistema de vocaciones morales y, de esta manera, se incluye en la sociedad. En la ética de Fichte, lo más importante es la lucha que mantiene el individuo para superarse a sí mismo, es decir, para ponerse a sí mismo en concordancia con la voluntad libre que tiende hacia la libertad total. Hegel, por el contrario, subraya desde un principio la sociedad política en la que el individuo se encuentra incluido y, por ello, resalta el aspecto social de la ética. La libertad positiva se consigue gracias a la participación en la totalidad social orgánica. Para contrarrestar esta visión un poco parcial que hemos dado, añadiremos que para Hegel el Estado sólo llega a ser completamente racional si reconoce el valor de la libertad subjetiva o individual. 203 Cuando Hegel daba lecciones en Berlín sobre teoría política describiendo el Estado en términos muy retóricos, pretendía que sus oyentes tomaran conciencia social y política, y su interés básico estaba en la superación de lo que él había llamado preponderancia unilateral y nefasta de la moralidad interior. La propaganda del totalitarismo estaba muy lejos de su intención. Por otra parte, según Hegel, las instituciones políticas son el fundamento necesario de las actividades espirituales superiores del hombre, como el arte, la religión y la filosofía, en las que la libertad espiritual alcanza su expresión suprema. Lo que se echa de menos, tanto en Fichte como en Hegel, tal vez sea una teoría clara sobre los valores morales absolutos. Si tenemos en cuenta que para Fichte la acción sólo existe para sí misma y la libertad también acaba en sí misma, comprenderemos el carácter único de la vocación moral de cada uno de los seres humanos. Al mismo tiempo, corremos el riesgo de exagerar la importancia de la personalidad creadora y la originalidad de su vocación moral a expensas de la universalidad de la ley moral. Sin embargo, si socializamos la moralidad como lo hizo Hegel, evitamos el formalismo de la ética kantiana, pero nos exponemos a relativizar las normas y valores morales según los distintos períodos culturales y sociales en los que se produzcan. Evidentemente, muchos suscribirían esta afirmación, pero, si no la aceptamos, sentimos la necesidad de una teoría más explícita sobre los valores morales que la de Hegel, en la que su carácter absoluto sea indudable. El pensamiento de Schelling se apartaba mucho de los de Fichte y Hegel; En uno de los estadios de su desarrollo, recogió muchas de sus Ideas anteriores y llego a representar la actividad moral del hombre como algo que tiende a crear una segunda naturaleza es decir, un orden moral del mundo, un mundo moral dentro del mundo físico. Pero la diferencia entre su posición y la de Fichte es mayor porque Schelling añade una filosofía del arte y de la intuición estética a las que atribuye una decisiva importancia para la metafísica. Con Fichte, el centro de gravedad caía en la lucha moral y en la libre acción moral, mientras que en Schelling se sitúa en la intuición estética a la que consideraba como llave para penetrar en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit la naturaleza última de la realidad. El genio del artista brilla más que el héroe moral en el pensamiento ético de Schelling. Sin embargo, cuando los problemas teológicos absorben completamente su atención, su filosofía del hombre adopta inmediatamente un subido matiz religioso. Schelling pensaba que la libertad es la capacidad de elegir entre lo bueno y lo malo, y que la personalidad moral es innata y resplandece en la oscuridad del mundo físico por la sublimación de la naturaleza inferior del hombre y la subordinación a la voluntad racional. Pero estos temas aparecen en forma metafísica. Por ejemplo, las ideas sobre la libertad y la personalidad que hemos mencionado condujeron a Schelling a especulaciones teosóficas sobre la naturaleza de Dios. Sus tesis sobre la naturaleza divina repercuten en su visión del hombre. Volvamos a Hegel, el más grande de los idealistas alemanes. Sus análisis de la sociedad humana y su filosofía de la historia son impresionantes. Muchos de los que asistieron a sus clases sobre la historia deben haber sentido la importancia del pasado y el movimiento de la historia como algo presente. Hegel no se preocupaba sólo de hacer comprender el pasado. Hemos visto cómo su interés principal consistía en ayudar a sus alumnos a que tomaran conciencia social, política y ética. Creía que su análisis del Estado racional aportaría un esquema a la vida política de su tiempo, especialmente a la política alemana. Pero Hegel insiste siempre en la comprensión. No en vano dijo que el búho de Minerva sólo extiende sus alas al oscurecer y que cuando la filosofía desprende un color grisáceo es que algún carácter de la vida se ha enfriado. Hegel creyó que la filosofía política servía para justificar formas sociales y políticas de una sociedad o cultura que estaban a punto de desaparecer. Una cultura o sociedad maduras, o incluso más que maduras, llegan a ser conscientes de sí mismas en la reflexión filosófica y, precisamente gracias a ella. Esto sólo puede producirse en un momento en que el desarrollo de la vida exige y ofrece nuevas sociedades y nuevas formas sociopolíticas. Con Marx, aparece una actitud diferente. La tarea del filósofo radica en comprender el movimiento de la historia para así poder cambiar las instituciones y formas de organización social de acuerdo con el movimiento teleológico de la historia. Marx no niega el valor y la necesidad de la comprensión, pero insiste en su función revolucionaria y, en este sentido, sí que puede decirse que Hegel mira hacia atrás y Marx hacia adelante. No hay necesidad de 204 discutir aquí la validez de las ideas de Marx sobre la función del filósofo. Basta con señalar las diferentes posiciones de los grandes idealistas y de los revolucionarios sociales. Para encontrar en el campo idealista algo semejante al celo proselitista de Marx hemos de volver a Fichte y no a Hegel. Como veremos, Fichte creía que su propia filosofía debía ser salvada para bien de la sociedad humana. Hegel, por el contrario, sentía todo el peso de la historia sobre sus hombros y, lanzando una mirada retrospectiva sobre la historia del mundo, su ambición esencial era la de comprenderla. Además, a pesar de que nunca pensó que la historia se hubiera detenido al abrirse el siglo XIX, su sentimiento histórico era lo bastante agudo como para preservarle de cualquier utopía filosófica sobre la historia. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 205 HEGEL I Frederick Copleston Historia de la Filosofía Tomo VII 1. Vida y obras Georg Wilhelm Friedrich Hegel, el más importante idealista alemán y uno de los primeros filósofos occidentales, nació en Sturtgart el 27 de agosto de 1770. Su padre era un funcionario público. Durante sus años escolares en Stuttgart, el futuro filósofo no se distinguió en ningún aspecto especial, aunque fue entonces cuando sintió por primera vez la atracción del genio griego, quedando impresionado especialmente por las obras de Sófocles, sobre todo con Antígona. En 1788, Hegel se inscribió como estudiante en la fundación teológica protestante de la Universidad de Tubinga, donde entabló relaciones amistosas con Schelling y Hölderlin. Los amigos estudiaban a Rousseau y compartían un entusiasmo común por los ideales de la Revolución Francesa. Sin embargo, durante estos años Hegel no dio muestras de estar excepcionalmente dotado, y cuando dejó la universidad en 1793, en su certificado de estudios se hacía mención a su buen carácter, sus conocimientos de teología y filología y su escasa facilidad para la filosofía. La inteligencia de Hegel no era precoz como la de Schelling y necesitó más tiempo para madurar. Pero debe anotarse otro aspecto de sus actividades. Por entonces había comenzado ya a dedicar su atención a las relaciones entre la filosofía y la teología, pero no había enseñado sus apuntes a sus profesores, que no parece fueran extraordinarios en ningún aspecto y en los que, en todo caso, Hegel no tenía demasiada confianza. Después de dejar la universidad, Hegel se ganó la vida como preceptor familiar, primero en Berna, Suiza (1793-1796) y después en Frankfurt (17'97-1800). Aunque sin manifestaciones exteriores notables, estos años representaron un período muy importante para su maduración filosófica. Los ensayos que escribió en aquella época fueron publicados por primera vez en 1907 por Hermann Nohl bajo el título de Hegels teologische Jugendschriften (Escritos teológicos de juventud); en la próxima sección diremos algo sobre su contenido. Es cierto que si sólo contáramos, con dichos escritos, no nos podríamos hacer ninguna idea del sistema filosófico que desarrollaría después y no habría razón para dedicarle espacio en una historia de la filosofía. En este sentido, estos ensayos no son demasiado importantes. Pero cuando los consideramos a la luz del sistema filosófico que más tarde desarrolló, podemos apreciar una cierta continuidad problemática y entender mejor cómo llegó a formular su sistema y cuáles eran sus ideas preponderantes. Como hemos visto, sus primeros escritos fueron calificados como teológicos y hay que reconocer que, aunque Hegel se convirtió más tarde en un filósofo más bien que en un teólogo, su filosofía fue siempre teología en el sentido de que su sujeto era, él mismo insistió en afirmarlo, el mismo que el de la teología, es decir el Absoluto, o, si empleamos el lenguaje religioso, Dios y las relaciones existentes entre lo finito y lo infinito. En 1801 Hegel obtuvo un puesto en la Universidad de Jena, y también en ese año publicó su primera obra sobre las Differenz des Fichteschen und Schellingschen Systems (Diferencias entre los sistemas filosóficos de Fichte y Schelling). De esta obra se deduce que él era, en todos los aspectos, un discípulo de Schelling, y esta impresión se reforzó debido a su colaboración con éste en la edición del Diario crítico de filosofía (1802-1803). Sin embargo, las conferencias de Hegel en Jena, que no fueron publicadas hasta este siglo, demuestran que ya por entonces estaba elaborando una postura propia e independiente. Sus divergencias con Schelling se hicieron patentes en su primera gran obra Die Phanomenologie des Geistes (La fenomenología del espíritu) que apareció en 1807. En la quinta sección de este capítulo haremos referencia más amplia a este libro. Después de la batalla de Jena, que interrumpió la vida universitaria de Hegel, se vio prácticamente destituido, y de 1807 a 1808, editó un periódico en Bamberg. Fue nombrado rector del Gymnasium de Nuremberg, cargo que desempeñó hasta 1816. Se casó en 1811. Como rector del Gymnasium Hegel promocionó los estudios clásicos, aunque no hasta el extremo de perjudicar la lengua materna. También instruyó a sus discípulos en los rudimentos de la filosofía, pero parece que más por complacer a su jefe Niethammer que por un especial entusiasmo personal en introducir la filosofía como disciplina del programa académico. Podemos imaginar que los alumnos experimentarían grandes Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit dificultades en entender a Hegel. Al mismo tiempo, el filósofo continuó sus estudios y reflexiones, y durante su estancia en Nuremberg produjo una de sus principales obras, la Wissenschaft der Logik (Ciencia de la lógica, 1812-1816). El mismo año que aparecieron el segundo y tercer volumen de esta obra, Hegel recibió tres ofertas de cátedra de filosofía en Erlangen, Heidelberg y Berlín. Aceptó la de Heidelberg y, aunque su influencia en, los estudiantes de aquella universidad no parece que fuera apreciable, su reputación como filósofo siguió aumentando, y creció más aún con la publicación, en 1817, de la Enciclopedie der philosophischen Wissenschaften in Grundriss (Enciclopedia de las ciencias filosóficas en esbozo), en la que da una visión general de su sistema, de acuerdo con sus tres divisiones principales, lógica, filosofía de la naturaleza y filosofía del espíritu. Es de notar también que fue en Heidelberg donde Hegel dio sus primeras clases sobre estética. En 1818 Hegel aceptó las repetidas propuestas de Berlín y ocupó una cátedra de filosofía en la universidad hasta el 14 de noviembre de 1831, en que murió a causa de cólera. Durante este período alcanzó una posición única como filósofo, no solamente Berlín sino en toda Alemania. En cierta medida, se le consideraba como el filósofo oficial, aunque su influencia como maestro no se debía, por cierto, a sus relaciones con el gobierno, ni al don de la elocuencia. Como orador, era inferior a Schelling. Su influencia se debía más bien a su evidente y completa dedicación al pensamiento puro, unido a su extraordinaria habilidad para abarcar un vasto campo del pensamiento dentro de su dialéctica. Sus discípulos sentían que, siguiendo sus enseñanzas, se revelaba a su conocimiento la naturaleza interna y el proceso de la realidad, incluida la historia del hombre su vida política y actividades espirituales. Durante el período en que ocupó su cátedra en Berlín, Hegel escribió comparativamente poco. Sus Grundlinien der Philosophie des Rechts (Líneas fundamentales de la filosofía del derecho) aparecieron en 1821, y en 1827 y 1830 se publicaron nuevas ediciones de la Enciclopedia. Cuando murió, Hegel estaba revisando la Fenomenología del Espíritu, pero durante todo este período también estuvo dando clases y el texto de sus cursos, basados en parte en los apuntes de sus alumnos, fueron publicados póstumamente. 206 En opinión de Hölderling, Hegel era un hombre de entendimiento sereno y prosaico. En la vida cotidiana, por lo menos, nunca dio la impresión de poseer un genio exuberante. Cuidadoso, meticulosos, consciente, sociable, era, desde un cierto punto de vista, el honrado burgués profesor universitario, digno hijo de un buen funcionario. Al mismo tiempo, estaba inspirado por una profunda visión del movimiento y significado de la historia cósmica y humana, a cuya expresión dedicó su vida. Esto no quiere decir que fuera lo que comúnmente se entiende por un visionario, ya que le horrorizaba recurrir a intuiciones místicas y a los sentimientos, por lo menos en lo concerniente a la filosofía. Creía firmemente en la unidad de la forma y el contenido. Estaba convencido de que el contenido, en, verdad, solamente existe en filosofía en su forma sistemática y conceptual. Lo real es lo racional y lo racional es lo real, y la realidad sólo puede captarse en su construcción racional. Pero Hegel no se servía de las filosofías que tomaban atajos, por así decirlo, recurriendo a visiones místicas o a las que, en su opinión, pretendían edificar un sistema más que intentar una comprensión sistemática. Pero el hecho es que obsequió al género humano con una de las más grandiosas e impresionantes panorámicas del universo que pueden encontrarse en la historia de la filosofía. Y, en este sentido, se le puede considerar como un gran visionario. 2. Escritos teológicos de juventud Ya hemos visto que Hegel se sintió atraído por el genio griego cuando estaba todavía en la enseñanza media. En sus años de universidad, esta atracción ejerció una notable influencia sobre su actitud para con la religión cristiana. La teología que le enseñaron sus profesores en Tubinga era, en su mayor parte, cristianismo adaptado a las Ideas de la Ilustración, es decir, teísmo racionalista con una cierta infusión o tinte de supernaturalismo bíblico. Pero esta religión del entendimiento, como Hegel la describió, parecía no solamente árida y estéril, sino también divorciada del espíritu y necesidades de su generación. La comparaba, desfavorablemente, con la religión griega que estaba enraizada en el espíritu del pueblo griego y formaba parte integral de su cultura. El cristianismo, pensaba, es una religión de libro, y el libro en cuestión, la Biblia, es el producto de una raza extraña, ajeno al alma alemana. Hegel no proponía, por supuesto, una Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit sustitución literal de la religión cristiana por la griega; lo que afirmaba es que la religión griega era una Volksreligion, íntimamente relacionada con el espíritu y genio del pueblo y que formaba un elemento más de la cultura del mismo, mientras que el cristianismo, al menos tal como se lo habían presentado a él sus profesores, era algo impuesto desde fuera. Además, el cristianismo, creía él, era contrario a la felicidad y la libertad humanas, e indiferente a la belleza. Este entusiasmo juvenil de Hegel por el genio y la cultura griegos, pronto se modificó a causa de su estudio de Kant. Si bien nunca abandonó su admiración por el espíritu griego, llegó a considerarlo falto de profundidad moral. En su opinión, este elemento de profundidad moral y fervor, lo había proporcionado Kant, quien había propuesto al mismo tiempo, una religión ética libre de la carga del dogma y de la adoración a la Biblia. Está claro que Hegel no quiso decir que la humanidad había tenido que esperar a Kant para gozar de una profundidad moral. Por el contrario atribuía una moralidad kantiana al fundador del cristianismo. En su Das Leben Jesu (Vida de Jesús 1795), escrita mientras trabajaba cama preceptor en Berna, describía a Jesús exclusivamente como un predicador moral y casi como un expositor de la ética kantiana. Es cierto que Cristo insistía en su misión personal, pero, según Hegel, se vio obligado a hacerlo así simplemente porque los judíos estaban acostumbrados a pensar que todas las religiones y concepciones morales eran reveladas y provenían de una fuente divina. Por ello, para convencer a los judíos de que le escucharan, Cristo tuvo que presentarse como legado o mensajero de Dios. Pero su intención no era ni hacer de sí misma el único mediador entre Dios y los hombres, ni imponer dogmas revelados. ¿Cómo se entiende entonces que el cristianismo se convirtiera en un sistema autoritario, eclesiástico y dogmático? Hegel estudia este problema en su libra Die Positivitat der christlichen Religion (La positividad de la religión cristiana), cuyas das primeras partes fueran escritas en 1795-1796 y la tercera algo más tarde, en 1798-1799. Como podía esperarse, la transformación del cristianismo, se atribuye en gran parte a los apóstoles y a otros discípulos de Cristo. El resultado de esta transformación es descrito como la alienación del hombre de su verdadero ser. La libertad de pensamiento se perdió a través de la imposición de dogmas, y la libertad moral desapareció por la 207 imposición desde fuera de una normatividad moral. Además de esto, se consideraba al hombre como alienado de Dios. Sólo podía reconciliarse con él a través de la fe y, en el catolicismo por lo menos, a través de los sacramentos de la iglesia. Pero el período que permaneció en Frankfurt, la actitud de Hegel para con el cristianismo sufrió ciertos cambios que encontraron su expresión en la abra Der Geist des Christentums und sein Schicksal (El espíritu del Cristianismo y su destino, 1800). En este ensayo, el culpable pasa a ser el judaísmo con su moralidad legalista, pues el Dios judío es el dueño y el hombre sólo, el esclavo obligado a realizar la voluntad de su amo. El Dios cristiana, en cambia, es amar, vida en el hambre y la alienación que éste sufre con respecto a Dios puede ser salvada por la unión y una vida de amor. La insistencia de Kant en la ley y el deber, y la importancia que da a la necesidad de vencer las pasiones e impulsos le parecen ahora a Hegel que expresan un concepto inadecuado de la moralidad y que, a su manera, vuelve a caer en la relación amo-esclavo, característica de concepción judaica. Cristo, en cambia, se eleva par encima del legalismo judía y el moralismo kantiana. Reconoce, por supuesto, la lucha moral, pero su ideal es que la moralidad cese de consistir- en la obediencia a la ley y se convierta en la expresión espontánea de una vida que es, en sí misma, una participación en la vida divina infinita. Esto no quiere decir que Cristo suprima la moralidad en la que a su contenida se refiere, sin que la despoje de la forma legal y sustituye la obediencia a la ley por el amor. Como puede observarse, la atención de Hegel se dirige ya a los temas de la alienación y la recuperación de la unidad perdida. En los tiempos en que comparaba la, religión cristiana con la griega, a favor de ésta, ya estaba insatisfecha con la concepción de la divinidad como algo remota y puramente trascendente. En el poema titulado Eleusis que escribió al final de su estancia en Berna y que dedicó a Hölderlin, expresaba su sentimiento por la Totalidad infinita. Y en Frankfurt representaba a Cristo predicando la superación del abismo existente entre el hombre y Dios, el infinito y lo finito, por medio de la vida en amor. El Absoluto es vida infinita y el amor es la conciencia de la unidad de esta vida, de la unidad con la vida infinita misma y con otros hombres a través de su vida. En 1800, mientras estaba todavía en Frankfurt, Hegel escribió algunas notas, que Hermann Nohl tituló Systemfragment Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit (Fragmento de un sistema), pues a partir de una alusión hecha en una carta de Hegel a Schelling, Nohl y Dilthey pensaran que las notas en cuestión representan un esbozo de un sistema completo. Esta conclusión parece estar basada en una evidencia algo insuficiente, al menos si la palabra "sistema" se entiende en los términos en que Hegel desarrolló su filosofía. A pesar de ello, las notas revisten un considerable interés y merecen ser mencionadas. Hegel aborda el problema de superar las oposiciones o antítesis, sobre todo las planteadas entre lo finito y lo infinito. Si nos colocamos en la posición de meros espectadores, el movimiento de la vida se nos aparece como una multiplicidad infinita organizada de individuos finitos, es decir, como naturaleza. Por supuesto, la naturaleza puede también considerarse como la vida planteada para la reflexión o el entendimiento, pero los objetos individuales, cuya organización constituye la naturaleza, son transitorios y perecederos. El pensamiento, que es en sí mismo una forma de la vida, piensa la unidad entre las cosas como una vida infinita y creativa, que está libre de la mortalidad que afecta a los individuos finitos. Esta vida creadora, que se concibe como llevando en sí misma la multiplicidad y no como una simple abstracción conceptual, recibe el nombre de Dios. También puede definirse como espíritu (Geist), pues no es ni un vínculo externa entre las casas finitas ni un concepto puramente abstracto de la vida, un universal abstracto. La vida infinita une todas las cosas finitas desde dentro, pero sin aniquilarlas como tales. Se trata pues de la unidad viva de la múltiple. Hegel introduce, por tanto, un término, espíritu, que adquiere una gran importancia en su concepción filosófica. Pero el problema es si, por medio del pensamiento conceptual, somos capaces de unir lo infinito y lo finito de tal forma que ninguna de las dos se disuelva en el otro mientras, al mismo tiempo, están realmente unidas. En el llamado Fragmento de un sistema, Hegel mantiene que no es posible. Es decir, si se niega la existencia del abismo presente entre lo finito y lo infinito, el pensamiento conceptual tiende inevitablemente a mezclarlos sin distinción o a reducir uno al otro, mientras que, si se afirma su unidad, no hay más remedio que negar su distinción. Podemos darnos cuenta de la necesidad de una síntesis en la que la unión no excluya la distinción, pero no podemos, en realidad, pensar en ella. La unificación de lo múltiple en Uno sin la disolución del primero, sólo puede alcanzarse viviéndola, es decir, a través de la propia 208 elevación del hambre de lo finito a la vida infinita, y este proceso no es otra cosa que la religión. De esto se deduce que la filosofía se detiene en la religión y que, en este sentido, es su subordinada. La filosofía nos muestra lo que es necesario para superar la oposición entre lo finito y lo infinito, pero no puede por sí misma realizar lo necesario para hacerlo. Para ello, hemos de recurrir a la religión, es decir, a la religión cristiana. Los judíos objetivaron a Dios como un ser puesto por encima y fuera de lo finito, lo cual constituye una Idea equivocada de lo finito, un "mal" infinito. Cristo, sin embargo, descubrió la vida infinita dentro de sí misma como fuente de su pensamiento y de su acción. Y aquí está la idea correcta de lo infinito, es decir, considerado como inmanente a lo finito y como comprendiendo en sí mismo lo finito. Pero esta síntesis sólo puede vivirse tal como la vivió Cristo, es decir, en el amor. El órgano de mediación entre lo finito y lo infinito es el amor, no la reflexión. Es cierto que en uno de los pasajes parece adivinarse lo que mas tarde iba a constituir el método dialéctico de Hegel, pero, al mismo tiempo afirma que la síntesis completa trasciende la reflexión. Sin embargo, si se presupone que la filosofía exige la superación de la oposición que ella misma plantea, parece que debería esperarse que la misma filosofía cumpliera este cometido, E incluso, si decimos que es la vida en el amor, la vida religiosa la que lo hace, la filosofía intentará al menos comprender qué es lo que hace la religión y como lo hace. No es sorprendente, pues, que Hegel trate de realizar por medio de la reflexión lo que previamente había declarado imposible. Lo que necesita para realizar su labor es un nuevo tipo de lógica, una lógica que sea capaz de seguir el movimiento de la vida (que no deje a los conceptos opuestos en una oposición irremediable. La adopción de este nuevo tipo de lógica significa la transición del Hegel teólogo al Hegel filósofo, o, mejor aún, de una concepción que cree que la religión está por encima de todo y que la filosofía no puede sustituirla, a otra que cree que la filosofía especulativa constituye la suprema verdad, Pero el problema sigue siendo el mismo: la relación entre lo finito y lo infinito, y la idea de lo infinito como espíritu. 3. Relaciones de Hegel con Fichte y Schelling Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Unos seis meses después de su llegada a Jena, Hegel publicó su obra sobre las Diferencias entre los sistemas filosóficos de Fichte y Schelling (1801). Su finalidad inmediata era doble: en primer lugar, demostrar que estos sistemas eran realmente diferentes y no, como creían algunos, iguales, y, en segundo lugar, probar que el sistema de Schelling representaba un avance sobre el de Fichte. Pero las consideraciones de Hegel sobre estos temas, le llevan de una manera natural a reflexiones generales sobre la finalidad de la filosofía, El fin fundamental de la filosofía, mantiene Hegel, es el de superar las oposiciones y "divisiones. "La división [Entzweiung] es la fuente de la necesidad de la filosofía. En el mundo de la experiencia, nos encontramos con diferencias, oposiciones, aparentes contradicciones, y tratamos de construir un todo unido, que salve la armonía rota, como dice Hegel. Estas divisiones y oposiciones se presentan a la inteligencia humana en diferentes formas según las distintas épocas culturales, y esto ayuda a comprender las peculiares características de los diferentes sistemas. En un tiempo, por ejemplo, la inteligencia humana se encontró con el problema de la división y oposición entre el alma y el cuerpo, mientras que en otro, el problema que se presentó fue el de la relación entre el sujeto y el objeto, la inteligencia y la naturaleza. Pero cualquiera que sea la forma o formas en que se presenta el problema, el interés fundamental de la razón (Vernunft) es el mismo, es decir, alcanzar una síntesis unificadora. 209 razón (Vernunft) y nos encontramos con un conocimiento especulativo que a de concebirse como identidad de la reflexión y la intuición. Hegel escribe, sin duda, bajo la influencia de las ideas de Schelling. Ahora bien, en el sistema de Kant, tal como lo ve Hegel, nos encontramos repetidamente con dualismos u oposiciones irreconciliables entre los fenómenos y los noumenos, la sensibilidad y el entendimiento, etc. Hegel muestra, por lo tanto, una viva simpatía por el intento de Fichte para remediar esta situación, y está de acuerdo, por ejemplo con la eliminación que hace Fichte de la Incognoscible cosa-en-sí, considerando su sistema como un importante intento hacia el verdadero filosofar. "El principio absoluto, el único fundamento real y firme de la filosofía, es en la filosofía de Fichte, como en la de Schelling, intuición intelectual, o, utilizando una expresión propia del pensamiento reflexivo, la identidad entre el objeto y el sujeto. En la ciencia, esta intuición se convierte en el objeto de la reflexión, y la reflexión filosófica es, por lo tanto, intuición trascendental que se convierte a sí misma en su propio objeto y se hace una con él. Es, en consecuencia, especulación. La filosofía de Fichte es, entonces, un verdadero producto de la especulación. Esto significa, de hecho, que "hay que construir el Absoluto para la conciencia, y ésta es la labor de la filosofía". La síntesis ha de abarcar, a la larga, la realidad como una totalidad, y ha de superar la oposición básica entre lo finito y lo infinito no negando toda realidad a lo finito, no reduciendo lo infinito a una simple multiplicidad de finitos particulares como tales, sino integrando lo finito en lo infinito. Pero, aunque Fichte ve que el supuesto previo para una filosofía especulativa es la unidad última y comienzo del principio de identidad, "el principio de identidad no constituye el principio del sistema: tan pronto como empieza la construcción del sistema, desaparece la identidad". En la deducción teórica de la conciencia, es sólo la idea del mundo objetivo la que se deduce, no el mundo mismo. Nos quedamos pues sólo con la subjetividad, En la deducción práctica, nos encontramos de hecho con el mundo real, pero la naturaleza se plantea sólo como el opuesto del yo. En otras palabras, nos vemos enfrentados con un dualismo que no puede resolverse. No obstante, enseguida se presenta una dificultad. Si ha de construirse la vida de lo Absoluto por medio de la filosofía, el instrumento para hacerlo será la reflexión filosófica. Pero dejada a sí misma, la reflexión tiende a operar como un entendimiento (Verstandt) y a plantear y perpetuar las oposiciones. Habrá, por tanto, que emplear también la intuición trascendente que descubre la interpenetración de lo ideal y lo real, de la idea y el ser, del sujeto y el objeto. La reflexión se eleva entonces al nivel de la En el caso de Schelling, sin embargo, la situación es muy diferente, pues para él "el principio de identidad es el principio absoluto de todo el sistema de Schelling. La filosofía y el sistema coinciden, y la identidad no se pierde en las partes, y mucho menos en el resultado. Es decir, Schelling empieza con la idea del Absoluto como la identidad de subjetividad y objetividad, y persiste como la idea guía de todas las partes del sistema. En la filosofía de la naturaleza, de Schelling, se demuestra que la naturaleza no es Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit simplemente lo opuesto del ideal, sino que, aunque real, es también ideal: es espíritu visible. En el sistema del idealismo trascendente, muestra cómo la subjetividad se objetiva a sí misma, cómo lo ideal es también lo real. El principio de identidad se mantiene, por lo tanto, a lo largo de todo el sistema. En la obra de Hegel sobre los sistemas de Fichte y Schelling, se ven signos de divergencia con este último. Por ejemplo, está claro que la intuición intelectual no significa para él una intuición mística de un oscuro e impenetrable abismo, el punto en que desaparecen todas las diferencias, sino más bien la comprensión interior por parte de la razón de la antítesis como momento de la vida omnicomprensible de lo Absoluto. Sin embargo, como el trabajo se propone demostrar la superioridad del sistema de Schelling sobre el de Fichte, Hegel no explicita de una manera clara sus puntos de divergencia con la filosofía del primero. La independencia de su pensamiento se hace patente, sin embargo, en sus clases durante su estancia en la Universidad de Jena. En dichas clases, Hegel afirma, por ejemplo, que si lo finito y lo infinito chocan uno contra otro como conceptos opuestos, no se da una conversión de lo uno en lo otro, es imposible una síntesis. Pero en la realidad, sin embargo, no podemos pensar lo finito sin pensar en lo infinito. El concepto de finito no es un concepto autosuficiente y aislado, sino que está limitado por lo que no es él mismo. En el lenguaje de Hegel está afectado por la negación. Pero lo finito no es simplemente la negación, por lo que hemos de negar también la negación. Al hacerlo, afirmamos que lo finito trasciende su ser finito, es decir, es un momento de la vida de lo infinito. De aquí se deduce que construir la vida de lo Absoluto, que es la tarea de la filosofía, es construirla en y a través de lo finito, demostrando cómo lo Absoluto se expresa necesariamente como espíritu, como autoconciencia, en y a través de la mente humana, porque la mente humana, aunque finita, es al mismo tiempo más que finita y puede alcanzar un punto en el que se convierte en el vehículo del conocimiento absoluto de sí misma. 210 muy importante. Para Schelling, el Absoluto en sí mismo trasciende el pensamiento conceptual, y hemos de abordado por vía negativa, prescindiendo y eliminando los atributos y distinciones de lo finitas Para Hegel, el Absoluto no es una identidad sobre la que no se puede decir nada, sino el proceso total de la autoexpresión, de la automanifestación en y a través de lo finito. No es sorprendente, por lo tanto, encontrar en el Prefacio a La fenomenología del espíritu un rechazo total de la concepción que Schelling tiene del Absoluto. Es cierto que no se menciona el nombre de Schelling, pero la referencia es lo suficientemente clara, y lo fue para el mismo Schelling que se sintió profundamente herido. Hegel habla de un formalismo monótono y de una universalidad abstracta a la que se considera Absoluto. Pone todo el énfasis en el universal en su forma desnuda de identidad. "Y vemos cómo la contemplación especulativa se identifica con la disolución de lo preciso y determinado, o más bien con precipitarlo en el abismo de la vacuidad sin otra justificación." Considerar una cosa en el Absoluto ha venido a significar que se encuentra diluida en una unidad indiferenciada e idéntica a sí misma. Pero "enterrar este conocimiento, es decir, afirmar que en el Absoluto todo es uno, en contra del conocimiento determinado y completo o el conocimiento que por lo menos investiga y exige completarse -proclamar el Absoluto como la noche en la que, como se dice, todos los gatos son pardos-, en esto consiste la ingenuidad del conocimiento vacío". No es sumergiéndonos en una noche mística como podemos conocer el Absoluto. Lo conoceremos solamente comprendiendo un contexto determinado, la vida que se desarrolla a sí misma del Absoluto en la naturaleza y en el espíritu. Es cierto que, en su filosofía de la naturaleza y en su sistema del Idealismo trascendental, Schelling consideraba determinados contenidos, y. de acuerdo con estos contenidos, intentó llevar a cabo una demostración sistemática de la identidad de lo ideal y lo real. Pero al Absoluto en sí mismo lo concebía, por lo menos en lo que se refiere al pensamiento conceptual, como una identidad vacía, un punto en que desaparecían todas las diferencias, mientras que, para Hegel, el Absoluto no es una realidad impenetrable que existe, por .encima y detrás de sus manifestaciones concretas, sino que es la manifestación de sí mismo. 4. La vida del Absoluto y la naturaleza de la filosofía Hasta cierto punto, por supuesto, esto está de acuerdo con la filosofía de Schelling, pero existe al mismo tiempo una diferencia Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Este punto es de gran importancia para comprender a Hegel. El objeto de la filosofía es desde luego el Absoluto, pero el Absoluto es la totalidad, la realidad entera, el universo. "La filosofía se ocupa de la verdad y la verdad es la totalidad." Además, esta totalidad es la vida infinita, un proceso de autodesarrollo. El Absoluto es "el proceso de su propio devenir, el círculo que presupone su fin y su objeto y cuyo fin está al principio. Se convierte en algo concreto y real, sólo por su desarrollo y a través del fin que le es propio". En otras palabras, la realidad es un proceso teleológico, y el término ideal presupone el proceso completo y le da su significado. Desde luego, podemos decir que el Absoluto es "en esencia un resultado", pues si consideramos el proceso total del autodesarrollo de una esencia, la realización de una idea eterna, podemos ver como es el final o término del proceso el que revela lo que el Absoluto es en realidad. El Absoluto es desde luego el proceso en su totalidad, pero en un proceso teleológico es el telos o fin el que muestra su naturaleza, su significado. Y la filosofía ha de tomar la forma de una comprensión sistemática de este proceso teleológico. "La verdadera forma en que existe la verdad sólo puede ser el sistema científico del mismo." Ahora bien, si decimos que el Absoluto es el todo de la realidad, el universo, puede parecer que estamos incurriendo en el spinozismo, al afirmar que el Absoluto es la sustancia infinita. Pero, para Hegel, esta es una descripción muy inadecuada del Absoluto. En su opinión, una opinión que sólo puede justificarse a través de la exposición del sistema mismo, todo depende de que se capte la verdad no sólo como substancia sino también como sujeto. Pero si el Absoluto es sujeto, ¿cuál es entonces su objeto? La única respuesta posible es que su objeto es él mismo. En este caso, se trata del pensamiento que se piensa a sí mismo, del pensamiento autopensante. Y decir esto equivale a proclamar que el Absoluto es espíritu, el sujeto infinito autoluminoso o autoconsciente. La afirmación de que el Absoluto es espíritu constituye para Hegel su definición suprema. Al decir que el. Absoluto es el pensamiento autopensante, Hegel está, sin duda, repitiendo la definición de Dios que da Aristóteles, hecho del que es bien consciente. Pero sería una gran equivocación pensar que Hegel está hablando de una deidad 211 trascendente. El Absoluto es, tal como hemos visto, la totalidad, la realidad toda, y esta totalidad es también un proceso. En otras palabras, el Absoluto es un proceso de autorreflexión: la realidad llega a conocerse a sí misma, y lo hace en y a través del espíritu humano. La naturaleza es una condición necesaria previa de la conciencia humana en general, y proporciona la esfera de lo objetivo sin la cual no puede existir la esfera de lo subjetivo. Pero ambos son momentos de la vida de lo Absoluto. En la naturaleza lo Absoluto penetra, por así decirlo, o se expresa a sí mismo en la objetividad. Para Hegel no puede decirse que la naturaleza sea irreal o simplemente idea en un sentido subjetivista. En la esfera de la conciencia humana, el Absoluto vuelve a sí mismo, es decir, el espíritu, y la reflexión filosófica de la humanidad es el autoconocimiento del Absoluto. Es decir, la historia de la filosofía es el proceso por el cual la razón llega a ver toda historia del cosmos y toda la historia del hombre como autodesarrollo del Absoluto. También se puede plantear de esta manera. Hegel está de acuerdo con Aristóteles en que Dios es el pensamiento que se piensa a sí mismo, y en que este pensamiento autopensante es el telos o fin que conduce al mundo a su causa final. Pero mientras el pensamiento que se piensa a sí mismo de Aristóteles es, digamos, una autoconciencia ya constituida que no depende del mundo, el pensamiento que se piensa a sí mismo de Hegel no es una realidad trascendente sino el conocimiento que el mundo tiene de sí mismo. Todo el proceso de la realidad es un movimiento teleológico hacia la realización del pensamiento autopensante, y, en este sentido, el pensamiento que se piensa a sí mismo es el telos o fin del universo. Pero se trata de un fin que es inmanente al proceso mismo. El Absoluto, el universo o totalidad, puede definirse, por supuesto, como pensamiento autopensante, pero es un pensamiento que llega a pensarse a sí mismo y en este sentido podemos decir, al igual que Hegel, que el Absoluto es esencialmente un resultado. Decir, por lo tanto, que el Absoluto es pensamiento que se piensa a sí mismo, es afirmar la identidad de lo ideal y lo real, de la subjetividad y la objetividad. Pero esto es una identidad-en-ladiferencia, no una identidad vacía e indiferenciada. El espíritu se ve a sí mismo en la naturaleza: ve a la naturaleza como la manifestación objetiva del Absoluto, como una manifestación que Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit es la condición necesaria para su propia existencia. En otras palabras, el Absoluto se conoce a sí mismo como la totalidad, como el proceso completo de su devenir, pero al mismo tiempo conoce las distinciones entre las fases de su propia vida. Se conoce a sí mismo como una identidad-en-la-diferencia, como la unidad que comprende las fases distinguibles dentro de sí mismo. Como hemos visto, la labor de la filosofía es construir la vida del Absoluto, es decir, debe mostrar de una forma sistemática la estructura dinámica racional, el proceso teleológico o movimiento de la razón cósmica, en la naturaleza y la esfera del espíritu humano que culmina en el conocimiento del Absoluto de sí mismo. No es cuestión, por supuesto, de que la filosofía trate de hacer otra vez, o de hacer mejor, el trabajo realizado ya por la ciencia empírica o por la historia. Este conocimiento se supone de antemano. Más bien, podemos decir que la misión de la filosofía es esclarecer el proceso teleológico básico que, en forma distinta, se encuentra inmanente en el mundo, proceso que da a dicha materia su significación metafísica. En otras palabras, la filosofía ha de mostrar de forma sistemática la autorrealización de la razón infinita en y a través de lo finito. Ahora bien, tal como Hegel cree, como lo racional es lo real y lo real es lo racional en el sentido de que realidad es el proceso necesario por el cual la razón infinita, el pensamiento autopensante, se realiza a sí mismo, podemos afirmar entonces que la naturaleza y la esfera del espíritu humano son el campo en el que se manifiesta la idea eterna la esencia eterna. Es decir; podemos distinguir entre la idea o esencia que se realiza y el campo de dicha realización. Podemos entonces tener una panorámica de la idea eterna o logos manifestándose a sí mismo en la naturaleza y en el espíritu. En la naturaleza el logos vuelca, por así decirlo, en la objetividad, en el mundo material, que es su antítesis. En el espíritu (la esfera del espíritu humano), el logos vuelve a sí mismo en el sentido de que se manifiesta a sí mismo como lo que es esencialmente. La vida del Absoluto comprende entonces tres fases principales: la idea lógica o concepto, la naturaleza, y el espíritu, y el sistema filosófico se dividirá en tres partes principales: lógica, que para Hegel es la metafísica en tanto estudia la naturaleza de lo Absoluto" en sí mismo"; la filosofía de la naturaleza; y la filosofía del espíritu. Estas tres partes juntas forman la construcción filosófica de la Vida del Absoluto. 212 Sin duda, si hablamos de la idea eterna "manifestándose a sí misma" en la naturaleza y en el espíritu queremos decir con ello que el logos posee una naturaleza ontológica propia, independiente de las cosas. Y cuando Hegel utiliza, como hace frecuentemente, el lenguaje religioso y habla de la Idea lógica como de Dios-en-símismo, tiende inevitablemente a dar la impresión de que para él el logos es una realidad trascendente que se manifiesta a sí misma de forma externa en la naturaleza. Pero esta utilización del lenguaje religioso no justifica necesariamente esta conclusión sobre su significado. Sin embargo, no quiero discutir este problema aquí. Por el momento, podemos dejar en suspenso la cuestión de si el pensamiento autopensante que forma la categoría culminante de la lógica de Hegel puede decirse que existe con propiedad, es decir, independientemente de lo finito. Es suficiente con haber reparado en las tres partes principales de la filosofía, cada una de las cuales se ocupa del Absoluto. La lógica estudia el Absoluto "en sí mismo"; la filosofía de la naturaleza estudia el Absoluto "para sí mismo"; y la filosofía del espíritu estudia el Absoluto "en y para sí mismo". Juntos, constituyen la construcción completa de la vida del Absoluto. La filosofía debe, por supuesto, mostrar esta vida en forma conceptual, pues no hay otra forma en que pueda hacerlo. Y si la vida del Absoluto es un proceso necesario de autorrealización, esta necesidad ha de reflejarse en el sistema filosófico. Es decir, ha de demostrarse que el concepto A da lugar al concepto B. Y si el Absoluto es la totalidad, la filosofía debe ser un sistema autosuficiente, que demuestre el hecho de que el Absoluto es a la vez alfa y omega. Una filosofía verdadera y adecuada sería el sistema total de la verdad, la verdad completa, la perfecta reflexión conceptual de la vida del Absoluto. Será, de hecho, el conocimiento que el Absoluto tenga de sí mismo en y a través de la mente humana, la automediación de la totalidad. De aquí se deduce, en términos hegelianos, que no se podría comparar la filosofía del absoluto con el Absoluto, como si la primera fuera una relación puramente externa del segundo, de forma que tuviéramos que compararlos para ver si la filosofía se adaptaba a la realidad que describía. Porque la filosofía del absoluto sería el conocimiento que el Absoluto tiene de sí mismo. Si afirmamos que la filosofía ha de mostrar la vida del Absoluto en forma conceptual, surge enseguida una dificultad. El Absoluto es, como ya hemos visto, identidad-en-la-diferencia. Por Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ejemplo, es la identidad-en-la-diferencia del infinito y de lo finito, del Uno y de lo múltiple. Pero los conceptos de infinito y finito como del Uno y lo múltiple, parecen excluirse mutuamente. Si, por lo tanto, la filosofía funciona con conceptos claramente definidos, ¿cómo puede construir la vida de lo Absoluto? Y si opera con conceptos vagos y mal definidos, ¿cómo puede ser un instrumento apto para entender cualquier cosa? ¿No sería mejor decir, como hace Schelling, que el Absoluto trasciende el pensamiento conceptual? Para Hegel, esta dificultad surge a nivel de entendimiento (Verstand), pues el entendimiento plantea y fija perpetuamente conceptos estáticos de tal naturaleza que no puede superar las oposiciones que él mismo plantea. Tomando el mismo ejemplo que hemos dado ya, para el entendimiento los conceptos de lo finito y lo infinito están irrevocablemente opuestos. Si finito, entonces no infinito; si infinito, entonces no finito. Pero la conclusión que se obtiene es que el entendimiento es un instrumento inadecuado para el desarrollo de la filosofía especulativa, no que la filosofía sea imposible. Está claro que si el término "entendimiento" se toma en un sentido amplio, la filosofía es un entendimiento. Pero si el término se toma en un sentido restringido (Verstand), la mente, funcionando de esta manera, no es capaz de producir el entendimiento (en el sentido amplio) que es, o debiera ser, característico de la filosofía. Hegel no tiene, desde luego, la intención de negar que el entendimiento, en el sentido de la mente funcionando como Verstand, tiene su cometido en la vida humana. En la práctica, a menudo es importante mantener conceptos y oposiciones claros. La oposición entre lo real y lo aparente podría ser algo a tener en cuenta. Además, gran parte del trabajo científico, tal como las matemáticas, está basado en el Verstand. Pero es diferente cuando la mente trata de captar la vida del Absoluto, la identidaden-la-diferencia. No se puede entonces quedar satisfecho con el nivel de entendimiento que para Hegel, es un nivel superficial. Hay que penetrar más profundamente en los conceptos, que son categorías de la realidad, y se verá entonces cómo un concepto dado tiende a ser o a provocar su contrario. Por ejemplo, si la mente piensa el concepto de infinito lo ve perdiendo su rígida autosuficiencia y emergiendo el concepto de lo infinito. De igual forma, si la mente piensa realmente en el concepto de realidad como opuesto a la apariencia, verá lo absurdo o contradictorio" de una realidad que no aparece ni se manifiesta a sí misma en modo 213 alguno. Por otra parte, desde el punto de vista del sentido común y de la vida práctica, una cosa es diferente de todas las demás, es idéntica a sí misma y niega a todas las demás. Y mientras que no nos preocupemos de pensar lo quiere decir en realidad, la idea tiene su utilización práctica. Pero una vez tratemos de pensarla realmente, veremos lo absurdo del concepto de una cosa por completo aislada y obligados a negar la negación original. Así pues, en la filosofía especulativa, la mente ha de elevarse a sí misma desde el nivel del entendimiento, en un sentido estricto, al nivel del pensamiento dialéctico que supera la rigidez de los conceptos del entendimiento y ve a un concepto generando o pasando a ser su contrario. Sólo así puede pensarse en captar la vida del Absoluto en el que un momento o fase pasa necesariamente a otro. Pero esto no es suficiente. Si para los conceptos intelectuales A y B están irrevocablemente opuestos, mientras que para la más profunda penetración del pensamiento dialéctico A pasa a B y B a A, tiene que haber una unidad superior o síntesis que los una sin anular sus diferencias. Y captar este momento de identidad-en-la-diferencia, es función de la razón (Vernunft). Así pues, la filosofía exige la elevación del entendimiento, a través del pensamiento dialéctico, al nivel de la razón o del pensamiento especulativo, que es capaz de aprehender la identidad-en-la-diferencia. Tal vez no sea necesario añadir que, desde el punto de vista de Hegel, no se trata de esgrimir un nuevo tipo de lógica que le permita establecer una concepción preconcebida y arbitraria de la realidad, pues él cree sinceramente que el pensamiento dialéctico penetra más profundamente en la realidad que el entendimiento, en el sentido estricto del término. Por ejemplo, no se trata, para Hegel, de insistir en que el concepto de lo finito pase a ser o provocar en sí el concepto de lo infinito simplemente porque existe una creencia preconcebida de que el infinito existe en y a través de lo finito. Está convencido por completo de que no podemos pensar lo finito si no lo relacionamos con lo infinito. No somos nosotros los que hacemos algo con el concepto, haciendo malabares con él, sino que es el concepto mismo el que pierde rigidez y se hace pedazos ante la mirada atenta de la mente. Y este hecho, que nos revela la naturaleza de lo finito, tiene una significación metafísica. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En la descripción que hace Hegel del pensamiento dialéctico, utiliza el término "contradicción" de una forma bastante desconcertante. A través de lo que él llama el poder de lo negativo, el concepto del entendimiento da lugar a una contradicción. Es decir, la contradicción implícita en el concepto se hace explícita cuando el concepto pierde su rigidez y autosuficiencia y pasa a convertirse en su contrario. Por otra parte, Hegel no duda en expresarse como si las contradicciones existieran no sólo en el pensamiento conceptual o discursivo, sino en las cosas mismas. Y, de hecho, esto tiene que ser así de alguna forma, si es cierto que la dialéctica es reflejo de la vida del Absoluto. Además, esta insistencia sobre el papel de la contradicción no es un mero incidente del pensamiento de Hegel, pues el surgimiento de la contradicción es la fuerza motriz, dijéramos, del movimiento dialéctico. El conflicto entre los conceptos opuestos y la resolución de dichos conflictos en una síntesis, que da lugar ella misma a otra contradicción, es lo que dirige sin descanso a la mente hacia un término ideal, una síntesis que todo lo abarca, el sistema completo de la verdad. Y, tal como hemos hecho notar, esto no significa que la contradicción y conflicto estén confinados al discurso sobre la realidad. Cuando la filosofía considera, por ejemplo, la historia del hombre, descubre el movimiento dialéctico en pleno funcionamiento. Esta utilización de la palabra "contradicción" ha llevado a algunos críticos de Hegel a acusarle de negar el principio lógico de la no-contradicción, al decir que los conceptos y proposiciones contradictorias pueden darse juntos. Como refutación de esta acusación se ha señalado a menudo que, para Hegel, es precisamente la imposibilidad de satisfacerse con una clara contradicción lo que fuerza a la mente a buscar la síntesis en la esta contradicción se supere. Esta respuesta, sin embargo, puede llevar a decir que Hegel no comparte la opinión de Fichte de que las contradicciones o antinomias que surgen en el curso del pensamiento dialéctico son mera apariencia. Por el contrario, insiste en su realidad. Y en la síntesis, se mantienen los llamados conceptos contradictorios Puede responderse a su vez, sin embargo, que aunque se mantengan los conceptos no lo son en una relación de mutua exclusividad, ya que se muestran como esenciales y complementarios de una unidad superior. Y en este sentido se resuelve la contradicción. Así pues, la simple afirmación 214 de que Hegel niega el Principio de no-contradicción, da una visión bastante inadecuada de la situación. Lo que hace Hegel es dar una interpretación dinámica del principio en lugar de la interpretación estática característica del nivel del entendimiento. El principio funciona en el pensamiento dialéctico, pero funciona como un principio de movimiento. Esta discusión podría prolongarse, pero sería inútil sin preguntar primero en qué sentido entiende Hegel el término "contradicción", en tanto que se ocupa más en desentrañar su, filosofía dialéctica que en hablar de una forma abstracta sobre el pensamiento dialéctico. Es importante notar que el resultado de dicha investigación es demostrar que Hegel no utiliza el término en un sentido preciso e invariable. A veces nos encontramos con una contradicción verbal. Así, se dice que el concepto de ser da lugar y se convierte en el concepto de no-ser, mientras que este se convierte en e concepto de ser. Esta oscilación dialéctica da lugar al concepto de devenir que sintetiza el ser y el no-ser. Pero, como veremos en la sección dedicada a la lógica de Hegel, el significado de este funcionamiento dialéctico es claramente inteligible, estemos o no de acuerdo con lo que dice Hegel. En todo caso, en las llamadas contradicciones de Hegel se trata mucho más a menudo de conceptos contrarios que de contradictorios, propiamente dichos. La idea es que un contrario exige la existencia de otro, idea que, verdadera o falsa, no significa la negación del principio de no-contradicción. Por otra parte, los llamados conceptos contradictorios u opuestos, pueden ser conceptos simplemente complementarios. Una abstracción unilateral evoca otra abstracción de la misma especie, Y la unilateralidad de cada una se supera en la síntesis. Además de esto, afirmar que todo es contradictorio quiere decir, a veces, que una cosa en un estado de completo aislamiento, aparte de sus relaciones esenciales, sería imposible y "contradictoria". La razón no puede permanecer en la idea de una cosa completamente aislada y finita, Tampoco aquí se trata de negar el principio de no-contradicción. Hemos utilizado la palabra "síntesis" para el momento de la identidad-en-la-diferencia dentro del avance dialéctico, pero en realidad, los términos,"tesis", "antítesis” y "síntesis" son más característicos de Fichte que de Hegel, que apenas los usa. Al mismo tiempo, una rápida ojeada al sistema hegeliano basta para comprobar su preocupación por las tríadas, Así pues, existen tres fases principales en la construcción de la vida del Absoluto: la idea Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit lógica, la naturaleza y el espíritu. Cada fase se divide y subdivide en tríadas. Por otra parte, todo el sistema es, o trata de ser, un desarrollo necesario. Es decir, para la reflexión filosófica, un estadio se revela como exigiendo el siguiente por necesidad interior. Por lo tanto, y al menos en teoría, si empezamos por la categoría de la Lógica, la necesidad interior de las fuerzas del desarrollo dialéctico obliga a la mente a proceder no solamente hasta la categoría final de la Lógica, sino hasta la última fase de la filosofía del espíritu. En cuanto a la preocupación que siente Hegel por el desarrollo en tríadas, podemos pensar que es innecesario y que a veces hasta produce resultados artificiales pero no podemos por menos de admitirlo como un hecho. Sin embargo, aunque es verdad que d que desarrolla su sistema de acuerdo con este modelo, no hay que deducir de aquí que el desarrollo siempre posee el carácter de necesidad que Hegel quiere implicar. Y si no lo tiene de verdad es fácilmente comprensible, pues cuando Hegel se ocupa, por ejemplo de la vida del espíritu en el arte y en la religión, se enfrenta con una multitud de datos de históricos que extrae de las fuentes necesarias y que interpreta de acuerdo con un esquema dialéctico. Está claro que podría haber diversas formas de agrupar e interpretar dichos datos ninguna de las cuales sería estrictamente necesaria. El descubrimiento de la mejor sería una cuestión de reflexión y visión interna más que de pura deducción. Decir esto no implica necesariamente condenar el método de Hegel, pues, de hecho, su interpretación de una gran masa de datos puede ser iluminadora y estimulante, aunque no se esté de acuerdo con ella. Al mismo tiempo, las transiciones entre las etapas de su dialéctica no son siempre todo lo lógicas que pudiera esperarse de su afirmación de que la filosofía es un sistema deductivo de carácter necesario, aun cuanto la observancia persistente del mismo esquema exterior, es decir, la disposición en tríada, tiende a oscurecer la complejidad subyacente. Ni que decir tiene que cuando Hegel afirma que la filosofía es, o debería ser, un sistema deductivo necesario, no quiere decir en realidad que se trata de la misma clase de sistema deductivo que podría conseguirse con una máquina, Si lo fuera, pertenecería a la esfera del entendimiento más que a la de la razón. La filosofía 215 se ocupa de la vida del espíritu absoluto, y discernir el desenvolvimiento de esta vida en la historia humana, por medio de una deducción a priori, es claramente insuficiente. El material empírico no puede proporcionarlo la filosofía, aunque es ella quien discierne el modelo teológico que informa este material. Al mismo tiempo, todo el movimiento dialéctico del sistema hegeliano debería, en teoría por lo menos, imponerse a la inteligencia humana por su propia necesidad interna. De lo contrario, el sistema no podría ser, como Hegel pretende, su propia justificación. A pesar de ello, está claro que Hegel llega a la filosofía con ciertas convicciones básicas, por ejemplo, que lo racional es lo real y que lo real es lo racional, que la realidad es la automanifestación de la razón infinita y que la razón infinita es el pensamiento que se piensa a sí mismo, que se realiza a sí mismo en el proceso histórico, Es cierto que lo que sostiene Hegel es que la verdad de estas convicciones está demostrada en el sistema. Pero también puede argüirse que el sistema depende realmente de ellas y que ésta es una de las principales razones por las qué quienes no comparten, o por lo menos no están favorablemente dispuestos hacia las convicciones iniciales de Hegel, no se sienten demasiado impresionados por lo que podemos llamar confirmación empírica de su esquema metafísico general. Les parece que su interpretación del material está dirigida por un esquema preconcebido y que, incluso, si el sistema constituye un notable tour de force intelectual, demuestra, en el mejor de los casos, solamente sobre qué líneas hemos de interpretar los diversos aspectos de la realidad, si nos hemos decidido ya a que la realidad en su conjunto sea de una cierta naturaleza. Esta crítica sería invalidada si el sistema demostrara que la interpretación de Hegel sobre el proceso de la realidad era la única interpretación que satisfaría las exigencias de la razón. Pero es dudoso que esto se pueda demostrar sin dar a la palabra "razón" un significado que fuera una petición de principio de toda la cuestión. Tal vez se podría descuidar o pasar por alto la teoría hegeliana de la necesidad, inherente al desarrollo dialéctico del sistema, y considerar su filosofía simplemente como una de las formas posibles de satisfacer el impulso de la mente para obtener un dominio conceptual sobre toda la multiplicidad de los datos empíricos, o para interpretar el mundo en su conjunto, así como las relaciones del hombre con él. Podríamos entonces compararlo con otras interpretaciones a gran escala, o visiones del universo, y tratar de encontrar el criterio para elegir entre ellos. Pero, aunque Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit este procedimiento podría parecer eminentemente razonable a mucha gente, no concuerda con la estimación que Hegel tiene de su propia filosofía, ya que, aunque él no creyera que su exposición del sistema filosófico fuera toda la verdad en su forma final, sí creía, sin duda, que se representaba el mas alto estadio que el conocimiento del Absoluto habla alcanzado de su propio devenir hasta la fecha. Tal vez parezca esto un concepto extraño en extremo, pero hemos de tener en cuenta que, para Hegel, el Absoluto es identidad-en-la diferencia. Lo infinito existe en y a través de lo finito, y la razón infinita o espíritu, se conoce a sí misma en y a través del espíritu finito o entendimiento. Pero no se puede decir que toda clase de pensamiento de la mente finita sea un momento del desarrollo del autoconocimiento del Absoluto infinito. Es el conocimiento que tiene el hombre de lo Absoluto lo que constituye el conocimiento que éste tiene de sí mismo, A pesar de ello, podemos afirmar que el conocimiento que tiene cada mente finita del Absoluto es idéntico al que éste tiene de sí mismo, ya que éste trasciende cualquier mente finita o conjunto de mentes finitas. Platón y Aristóteles, por ejemplo, están muertos, pero, de acuerdo con la interpretación hegeliana de la historia de la filosofía, los elementos esenciales en sus respectivas captaciones de la realidad fueron incorporados y persisten todavía en el movimiento total dialéctico de la filosofía a. través de los siglos. Y esto es el movimiento evolutivo, que es conocimiento que el Absoluto tiene de su propio desarrollo. No existe aparte de las mentes finitas, pero, desde luego, no está confinado a ninguna mente o conjunto de mentes humanas. 5. La fenomenología de la conciencia. Podemos hablar, por lo tanto de la mente humana que se eleva a una participación del autoconocimiento de lo Absoluto. Algunos escritores han interpretado a Hegel sobre unas coordenadas más o menos teístas. Es decir, han entendido que, para Hegel, Dios es perfectamente lúcido de sí mismo y completamente independiente del hombre, si bien el hombre es capaz de participar en este autoconocimiento. Por mi parte, creo que lo que quiere decir es que el conocimiento que tiene el hombre de lo Absoluto y el conocimiento de éste de sí mismo, son dos aspectos distintos de la misma realidad. 216 Aun ateniéndonos a esta interpretación, podemos afirmar, sin embargo, que la mente finita se eleva a una participación en el autoconocimiento divino. Pues, como ya hemos visto, no todos los pensamientos e ideas de la mente humana pueden considerarse momentos del autoconocimiento del Absoluto. No todo nivel de conciencia participa en la autoconciencia de lo divino. Para alcanzar esta participación, la inteligencia finita ha de elevarse al nivel que Hegel llama conocimiento absoluto. En este caso, sería marcar los sucesivos estadios de la conciencia desde el más bajo al más elevado de los niveles. Y esto es lo que hace Hegel en La fenomenología del espíritu, que puede describirse como una historia de la conciencia. Si consideramos el entendimiento humano y su actividad en sí mismos, sin relacionados con ningún objeto, nos encontramos con la psicología. Si, por el contrario, consideramos la mente como relacionada con un objeto, exterior o interior, tenemos la conciencia. Y, en este sentido, la fenomenología es la ciencia de la conciencia. Hegel comienza con la conciencia natural a científica y continúa siguiendo el desarrollo dialéctico de esta conciencia, demostrando cómo los niveles inferiores son subsumidos en los superiores, de acuerdo con una perspectiva más adecuada, hasta que alcanzan el nivel del conocimiento absoluto. En un cierto sentido, La fenomenología puede considerarse como una introducción a la filosofía. Es decir, traza sistemáticamente el desarrollo de la conciencia hasta un nivel en que podemos llamarla, con propiedad, conciencia filosófica, Pero no se trata de una introducción a la filosofía en el sentido de ser una preparación externa para filosofar, ya que Hegel no creía que una introducción de este tipo fuera posible. En todo caso, la obra constituye un ejemplo extraordinario de la reflexión filosófica sostenida. Podemos considerarla como la conciencia filosófica reflejándose en le conciencia de su propia génesis. Por otra, parte, aun cuando la obra constituye en cierta medida una introducción al punto de vista requerido por el sistema hegeliano, se entrecruza con él. El sistema en sí encuentra el lugar apropiado para la fenomenología de la conciencia. La fenomenología contiene; a su vez, un plan general de gran parte de los temas que Hegel tratará más tarde con mayor amplitud, entre los que se encuentra el estudio de la conciencia religiosa. Por último, por mucho que se esfuerce la imaginación, la fenomenología no puede ser descrita Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit como una introducción a la filosofía en el sentido de una filosofíasin-lágrimas, Por el contrario, es una obra muy profunda y, a menudo, muy difícil de comprender. La fenomenología está dividida en tres partes principales, que corresponden a las tres fases más importantes de la conciencia, La primera de estas fases es la conciencia del objeto como cosa sensible que se opone al sujeto, y es a esta fase a la que Hegel da el nombre de "conciencia" (Bewusstsein). La segunda fase es la de la autoconciencia (Selbstbewusstsein), y aquí Hegel trata con gran amplitud el problema de la conciencia social. La tercera fase es la de la razón (Vernunft), a la que se representa como la síntesis o unidad de las fases precedentes en un nivel superior. En otras palabras, la razón es la síntesis de la objetividad y la subjetividad. Ni que decir tiene que cada una de estas visiones de la obra posee sus subdivisiones. El procedimiento seguido por Hegel consiste en describir en primer lugar la actitud espontánea de la conciencia a un determinado nivel y proceder entonces a un análisis de la misma, como resultado del cual la mente se verá obligada a proceder a un nivel superior, que se considera como una perspectiva o actitud más adecuada. Hegel comienza por lo que él llama certeza sensible, que consiste en la captación acrítica, por me o de los sentidos, de los objetos particulares, que; para las conciencias ingenuas aparece no sólo como la forma más segura de conocimiento, sino también como la más rica. Un análisis adecuado muestra que se trata de una forma peculiarmente vacía y abstracta de conocimiento. La conciencia ingenua siente que a través de la aprehensión sensible se relaciona directamente con el objeto en cuestión, pero cuando tratamos de describir qué es lo que en realidad conocemos, es decir, definir el objeto con el que creemos estar en contacto directo, nos encontramos con que sólo podemos describirlo o en términos universales aplicables también a otras cosas. Podemos, por supuesto, intentar apoderarnos del objeto utilizando términos tales como “éste”, “aquí” y “ahora”, acompañándolos quizá con gestos evidentes, pero al minuto siguiente, vemos que esos mismos términos pueden referirse a otros objetos. Está claro, dice Hegel, que es imposible dar a palabras como "éste", un significado genuinamente particular, por mucho que deseemos e intentemos hacerlo así. 217 Tal vez deberíamos decir que Hegel se está refiriendo solamente a un aspecto del lenguaje, y él sabe, por supuesto, que habla del lenguaje cuando se expresa de ese modo, pero su preocupación más importante es la epistemológica. Quiere demostrar que pretender que la certeza sensible es el conocimiento por excelencia carece de base, y extrae la conclusión de que este nivel de conocimiento, en su trayectoria hacia un conocimiento verdadero, ha de pasar por el nivel de la percepción para el que el objeto es algo concebido como centro de propiedades y caracteres bIen definidos. Pero el análisis de este nivel de conciencia demuestra que no es posible, mientras nos quedemos simplemente a nivel de los sentidos, reconciliar de forma satisfactoria los elementos de unidad y multiplicidad postulables desde .este punto de vista al considerar el objeto. Y la mente pasa, por lo tanto, por varios estadios, hasta llegar al nivel del entendimiento científico que utiliza las entidades metafenoménicas o inobservables para explicar los fenómenos sensibles. Por ejemplo, la mente ve los fenómenos sensibles como la manifestación de las fuerzas ocultas, pero Hegel mantiene que no puede quedarse en este estadio y debe pasar sin más a la idea de las leyes, Las leyes naturales son formas de ordenar y describir los fenómenos pero no proporcionan ninguna explicación, por lo que no pueden realizar la función para la que se las requiere, es decir, no pueden explicar los fenómenos sensibles, Hegel no intenta negar, por supuesto, que el concepto de ley natural tenga una función útil que cumplir a un nivel apropiado, lo que dice es que no proporciona la clase de conocimiento que, a su parecer, busca la mente; al aplicarla. Al final, la mente ve que todo el campo de los metafenómenos a que se ha recurrido para explicar los fenómenos sensibles, es el producto del entendimiento mismo. La conciencia se vuelve a sí misma como a la realidad que, está detrás de los fenómenos y se hace autoconciencia. Hegel comienza con la autoconciencia en forma de deseo (Begierde). El yo sigue ocupándose del objeto externo, pero lo característico de la actitud de deseo es que el yo subordine el objeto a sí mismo, tratando de utilizado para su satisfacción, de apropiárselo, incluso de consumirlo, Esta actitud puede demostrarse, por supuesto, con respecto a las cosas vivas y no- Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit vivas, pero cuando el yo se enfrenta con otro yo, la actitud se desmorona, pues la presencia del otro es esencial en Hegel para la autoconciencia, La autoconciencia desarrollada puede surgir sólo cuando el yo reconoce la personalidad en sí mismo y en los demás, Ha de tomar la forma, por lo tanto, de una verdadera conciencia social o conciencia de nosotros, el reconocimiento a nivel de la autoconciencia de la identidad-en-la-diferencia, Pero en la evolución dialéctica de esta fase de la conciencia, la autoconciencia desarrollada no se alcanza inmediatamente, El estudio que hace Hegel de los estadios sucesivos constituye una de las partes más interesantes e influyentes de La fenomenología. La existencia de otra persona es, ya lo hemos dicho, una condición de la autoconciencia, pero la primera reacción espontánea de un ser enfrentado con otro, es su propia existencia como yo, en oposición al otro. Un ser desea anular o suprimir a otro como medio de afirmación triunfante de su propio yo; sin embargo, una destrucción real iría en detrimento de este mismo propósito, pues la conciencia de una persona requiere como condición, el reconocimiento de su personalidad por otro ser que también la tenga, De aquí surge la relación amo-esclavo, El amo es el que consigue el reconocimiento de otro, en el sentido de que se impone a sí mismo como valor del otro, y el esclavo es el que ve realizada en otro su propia personalidad. Paradójicamente; sin embargo, la situación de origen cambia, y tiene que hacerlo así debido a la contradicción latente en la misma. Por una parte, al no reconocer al esclavo como verdadera persona, el amo se priva a sí mismo del reconocimiento de su propia libertad, necesaria para el desarrollo de la autoconciencia, se sumerge en una condición infrahumana. Por otra, el esclavo, al realizar la voluntad de su amo, se objetiva a través del trabajo que transforma las cosas materiales: Se forma, pues, a sí mismo y se eleva al nivel de la verdadera existencia. Está claro que el concepto de la relación amo-esclavo, tiene dos aspectos. Puede considerarse como una etapa en el desarrollo dialéctico de la conciencia, y también puede ser estudiada en relación con la historia; pero los dos aspectos distan mucho de ser incompatibles. La historia humana revela el desarrollo del espíritu, los esfuerzos del espíritu por alcanzar su objetivo. Por lo tanto, no debemos sorprendernos de que a partir de la relación amo-esclavo, en su primera fase, Hegel pase a una 218 actitud o estado de conciencia, al que le da un nombre con asociaciones históricas explícitas, a saber, la conciencia estoica. En la conciencia estoica, las contradicciones inherentes a la relación amo-esclavo no se superan de una manera real; sólo se superan en la medida en que tanto el amo (simbolizado por Marco Aurelio) como el esclavo (simbolizado por Epicteto) se liberan en la interioridad y exaltan la idea de la verdadera libertad interior o autosuficiencia interna, dejando iguales las relaciones concretas, Como consecuencia de ello; según Hegel, esta actitud negativa hacia lo concreto y lo externo, pasa fácilmente a una conciencia escéptica para la cual sólo prevalece la persona mientras que todo lo demás se somete a duda y se niega. Pero la conciencia escéptica contiene una contradicción implícita, ya que es imposible para el escéptico eliminar la conciencia natural, y, así, la afirmación y la negación coexisten en la misma actitud. Cuando esta contradicción se hace explícita, nos encontramos con lo que Hegel llama la "conciencia infeliz" (das unglückliche Bewusstsein) que es una, conciencia dividida. A este nivel, la relación amo-esclavo, que no fue superada con éxito ni por la conciencia estoica ni por la escéptica, vuelve en otra forma, En la propia relación amo-esclavo, los elementos de verdadera autoconciencia, reconocimiento del yo y libertad, tanto de uno mismo como del otro, estaban divididos entre dos conciencias individuales. El amo reconocía la personalidad y la libertad sólo en sí mismo y no en el esclavo, mientras que el esclavo la reconocía sólo en el amo, no en sí mismo, En la llamada conciencia infeliz, sin embargo, la división se produce en el mismo yo. Por ejemplo, el yo es consciente de un abismo entre un yo cambiante, inconsistente y voluble, y otro ideal e incambiable, Mientras que el primero aparece en cierta medida como un falso yo, como algo que hay que rechazar, el segundo aparece como un yo verdadero que todavía no se ha alcanzado. Y este ser ideal puede proyectarse en la esfera del mundo de los demás e identificarse con la perfección absoluta, como Dios existiendo aparte del mundo y del yo finito. La conciencia humana esta entonces dividida, autoalienada, “infeliz”. Las contradicciones o divisiones implícitas en la autoconciencia se salvan en la tercera parte de La fenomenología, cuando el sujeto finito se eleva a la autoconciencia universal, A este nivel, la autoconciencia deja de tomar la forma de una sabiduría unilateral de uno mismo, amenazada y en conflicto con Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit los demás seres autoconscientes, para reconocer plenamente la personalidad subjetiva en uno mismo y en los demás, y este reconocimiento es por lo menos un conocimiento implícito de la vida del universal del espíritu infinito, en y a través de los seres finitos, considerándolos en su conjunto pero no anulándolos. Este conocimiento de la identidad-en-la-diferencia -característico de la vida del espíritu- presente de una forma implícita e imperfecta en la conciencia moral desarrollada, para la cual la única voluntad racional se expresa en una multiplicidad de vocaciones morales concretas en el orden social, alcanza una expresión más elevada y explícita en el desarrollo de la conciencia religiosa, para la que la vida divina es inmanente en todos los seres, conteniéndolos en sí misma al tiempo que conserva sus características diferenciadoras. En la idea de una unión viva con Dios se supera la división existente dentro de una conciencia infeliz o dividida. El verdadero yo deja de considerarse como un ideal del que el yo real se encuentra irremediablemente alejado, y pasa a ser el núcleo vivo, por llamarlo así, del verdadero yo, que se expresa a través de sus manifestaciones finitas. La tercera fase de la historia fenomenológica de la conciencia, a la que, como ya hemos visto, Hegel llama razón, se representa como la síntesis de la conciencia y de la autoconciencia, es decir, de las dos primeras fases. En la conciencia en el sentido estricto (Bewusstsein), el sujeto es consciente del objeto sensible como de algo externo y distinto a sí mismo. En la autoconciencia (Selbstbewusstsein), la atención del sujeto se vuelve hacia sí mismo como hacia un ser finito. Al nivel de la razón, el sujeto contempla la naturaleza como la expresión objetiva del espíritu infinito con el que él mismo está unido. Pero esta conciencia puede tomar formas diferentes. En la conciencia religiosa desarrollada el sujeto considera la naturaleza como la creación y la automanifestación de Dios, con el que él está unido en el fondo de su ser y a través del cual está unido a otros seres. Y esta visión religiosa de la realidad es verdadera, pero a nivel de la conciencia religiosa, la verdad encuentra su expresión en forma de pensamiento figurativo o pictórico (Vorstellung), mientras que en el nivel supremo del "conocimiento absoluto (das absolute Wissen), la misma verdad se capta en forma filosófica. El sujeto finito es consciente de manera explícita de su ser más profundo, como de un momento en la vida del espíritu infinito y universal, como un momento del pensamiento absoluto. Y como tal, considera la naturaleza como su propia objetivación y como la condición previa 219 para la existencia de su propia vida. Esto no significa, por supuesto, que el sujeto finito considerado precisamente como tal, vea la naturaleza como un producto propio, sino que el sujeto finito, consciente de sí mismo como más que finito, como un momento de la vida más profunda del espíritu absoluto, considera la naturaleza como un estadio necesario en la marcha progresiva del espíritu en su proceso de autorrealización. En otras palabras, el conocimiento absoluto es el nivel en el cual el sujeto finito participa en la vida del pensamiento que se piensa a sí mismo, el Absoluto. O, para expresarlo de otra forma, es el nivel en el que el Absoluto, la totalidad, se piensa a sí mismo como unidad-en-la diferencia, en y a través de la mente finita del filósofo. Al igual que en las otras fases principales de la fenomenología de la conciencia, Hegel llega a la tercera fase, la de la razón, rebasando una serie de estadios dialécticos. Trata primero de observar la razón como atenta a cualquier manifestación de su propio reflejo en la naturaleza (a través de la idea de finalidad, por ejemplo); luego, volviéndose a sí misma para estudiar la lógica formal y la psicología empírica; y, finalmente, manifestándose en una serie de actitudes éticas, que van desde la búsqueda de la felicidad hasta una crítica de las leyes morales universales, dictadas por la razón práctica y derivadas del reconocimiento del hecho de que una ley universal necesita tantos requisitos que, al final, termina perdiendo su verdadero significado. Esto prepara el camino para transición a una vida moral concreta en la sociedad. Aquí Hegel va desde una ética irreflexiva, en la que los seres humanos siguen simplemente las costumbres y tradiciones de su comunidad, a la forma de cultura en la que los individuos se alejan de este estado de irreflexión y emiten juicios sobre el mismo. Los dos momentos se sintetizan en el desarrollo de la conciencia moral para el cual la voluntad racional general no es algo por encima de los individuos en la sociedad, sino una vida común que los une como personas libres. En el primer momento, podemos decir que el espíritu es irreflexivo, como en el caso de la moralidad en la antigua Grecia antes del advenimiento de los llamados sofistas. En el segundo momento, el espíritu se hace reflexivo pero, al mismo tiempo, se aleja de la sociedad real y de sus tradiciones, a las que somete a juicio. En casos extremos, como en el del terror jacobino, aniquila a las personas físicas en nombre de la libertad abstracta. En el tercer momento, sin embargo, el espíritu está éticamente seguro de sí mismo. Toma la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit forma de una comunidad de personas libres, en la que la voluntad general opera como unidad viva. Esta unidad viva, sin embargo, en la que cada miembro de la comunidad es para los demás un ser libre, exige un reconocimiento explícito de la idea de identidad-en-la-diferencia, de una vida que está presente en todos como su lazo interior de unión, aunque no los anule como individuos. Exige un reconocimiento explícito de la idea de lo universal concreto que se diferencie de, o se manifieste en, sus particularidades en tanto se une consigo mismo. En otras palabras, la moralidad pasa a convertirse, de una forma dialéctica, en religión, y la moral en una conciencia religiosa, para la cual esta unidad viva se reconoce de manera explícita en la forma de Dios. En la religión, por lo tanto, vemos cómo el espíritu absoluto se hace explícitamente consciente de sí mismo. Pero la religión, por supuesto, tiene su historia y, en esta historia, vemos cómo se repiten las primeras fases del ser dialéctico. Así pues, Hegel se mueve a partir de lo que él llama "religión natural", en la que lo divino aparece bajo la norma de objetos perceptibles o naturaleza, hasta llegar a la religión del arte o de la belleza, en la que, como en la religión griega, lo divino se ve como la autoconciencia que se asocia con lo físico. La estatua, por ejemplo, representa la deidad antropomórfica. Por último, en la religión absoluta, el cristianismo, se reconoce al espíritu como lo que es, es decir, como espíritu. La naturaleza se considera como una creación divina, como la expresión del mundo, y el Espíritu Santo se considera como inmanente a los seres finitos y uniéndolos entre sí. Pero la conciencia religiosa se expresa a sí misma, como ya hemos visto, en formas pictóricas. Exige, por tanto, que se la transforme en la forma conceptual y pura que es la filosofía que, al mismo tiempo, expresa la transición de la fe al conocimiento de la ciencia. Es decir, la idea pictórica de la deidad personalmente trascendente, que salva al hombre por una encarnación única y el poder de la gracia, se convierte en el concepto mismo del pensamiento absoluto, el pensamiento infinito que se piensa a sí mismo y se conoce a sí mismo en la naturaleza (como su objetivación y co