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El papel de las industrias culturales del cine y la
televisión
en la producción y reproducción de imaginarios discriminatorios
María Teresa Galarza Neira*
Ecuador
La fantasía no es lo opuesto de la realidad;
es lo que la realidad impide realizarse y,
como resultado,es lo que define los límites de la realidad,
constituyendo así su exterior constitutivo.[1]
En sus orígenes, el cinematógrafo[2] fue considerado un instrumento capaz de capturar la realidad
y reproducirla. La luz, la forma y el movimiento se conjugaban de manera sorprendente para
mostrar a la humanidad imágenes de lo ajeno, lejano y desconocido. Este magnífico aparato y sus
descendientes sentaron firmes bases para la construcción de nuevos imperios: las poderosas
industrias culturales (y medios de comunicación) del cine[3] y (luego) la televisión, que han
afianzado sus raíces en las esferas más altas del poder económico, para dirigir una visión
hegemónica desde el primer mundo.
Con más de un siglo de historia, la creación audiovisual se ha perfeccionado, gracias a la invención
de máquinas que permiten producir, reproducir y manipular ya no sólo luces, formas y
movimientos, sino también colores, sonidos e ilusiones perceptuales de tridimensionalidad, entre
otras maravillas. Pero estos requisitos formales que perfeccionan el proceso se han constituido
únicamente en las herramientas que facultan la verdadera y prontamente descubierta finalidad del
cine[4] y la TV:[5] la reproducción cultural, que implica, la reproducción de patrones culturales y
roles sociales enmarcados en estereotipos que degeneran en formas prejuiciadas de pensamiento
y actuación respecto del mundo y de lo humano.
No es un secreto que “en sociedades de consumo dominadas por la cultura de masas y por la
televisión y también el cine,[6] la escuela dejó de tener el papel privilegiado que antes tuviera en la
socialización de las generaciones más jóvenes".[7]
Pero, si la televisión y el cine complementan (y, según los más radicales, reemplazan) a la escuela
en ciertas etapas del proceso de formación de las nuevas generaciones ¿Qué ocurre cuando la
“realidad” proyectada a través de pantalla no corresponde con aquella susceptible de ser percibida
fuera de ella? ¿Qué pasa cuando en millones de hogares de la esfera se “aprende” acerca del
mundo a partir de la visión hegemónica de quienes tienen la posibilidad de invertir recursos
suficientes para imponer su “verdad” con sonido y a colores?
“Mirando se aprende”[8]
La sabiduría popular no podía pasar por alto el potencial pedagógico de la observación; sin
embargo, esta mirada que nos permite aprehender “la realidad” a través de la sensopercepción
está mediada por bastante más que los órganos de los sentidos. La construcción de imaginarios y
representaciones que dan forma a las diversas versiones de la realidad reflejadas en la pantalla,
responde claramente a los intereses de una cultura hegemónica en la que lo occidental, euroanglo-céntrico, blanco, masculino, heterosexual y joven (aunque no muy joven) desempeña un
indiscutible papel protagónico, ocupando sitiales de poder con respecto a sus subordinados, todos
los que no se ajusten a ese modelo. De este modo se fortalece un sistema discriminatorio de
producción de imaginarios sociales.
Evidentemente la discriminación dice relación con la desvalorización del otro/a que es diferente y
que por ser diferente es considerado/a inferior. Esa negación o falta de reconocimiento del otro/a
diverso/a tiene su base en juicios previos, estereotipos y clichés sobre esa persona o grupo de
personas, los mismos que se trasmiten culturalmente dentro de una lógica de mantenimiento del
poder entendido como dominación.[9]
Uno de los estudios más reveladores acerca del efecto que tienen las representaciones mediáticas
en la construcción de imaginarios se llevó adelante a mediados de la década de los 80 en un
pequeño pueblo canadiense al que, por su posición geográfica, llegó la televisión con algo de
retraso.
Kimball[10] (1986) estudió los estereotipos de los papeles sexuales en una pequeña localidad
canadiense situada en un valle y que por lo mismo no recibía los programas antes que una
transmisora fuera instalada en sus cercanías. Dos años más tarde se midieron las ideas de los
niños sobre los rasgos de la personalidad, las conductas, las ocupaciones y las relaciones con los
pares… ahora las mujeres tenían más ideas estereotipadas sobre las relaciones con los pares.
Estaban convencidas de que presumir y decir groserías caracterizaban a los varones, mientras que
compartir y ayudar caracterizaban a la mujer. Los niños del pueblo aprendieron más ideas
estereotipadas sobre las ocupaciones: creían que las niñas serían profesoras y cocineras y que
ellos serían médicos y jueces.[11]
Los niños y niñas del pueblo, luego de haber sido expuestos a proyecciones televisivas,
empezaron a configurar sus ideas de sí mismos y de los otros a partir de los estereotipos
observados en la televisión, aún cuando las prácticas sociales de su comunidad permanecieran
más o menos constantes (sus padres seguían desempeñando los mismos roles que ejercían antes
de la llegada de la televisión) la influencia del mensaje mediático fue tal que determinó un cambio
en la auto y altero percepción de los roles sociales que, se supone, desempeñarán los pequeños.
Viendo los resultados del estudio mencionado es sorprendente la influencia que puede ejercer la
televisión en temas tan complejos como la concepción de la mismidad y de la otredad, como
elementos indispensables de la construcción de la identidad.[12]
La televisión ha tenido, en los últimos tiempos, una clara influencia en la reproducción de
conductas machistas, sexistas y discriminatorias, especial, aunque no exclusivamente, en lo que a
las relaciones jerárquicas de género se refiere:
Obviamente los roles que cultural y socialmente han sido cumplidos por hombres y mujeres
históricamente plantean una relación de poder en la que la subordinación de la mujer ha sostenido
el poder de dominación de los hombres.[13]
Tal como afirma Boaventura de Sousa Santos, los ejercicios de dominación masculina han
dependido de la subordinación femenina y, como sugiere el estudio precitado, este proceso de
jerarquización de los sexos ha sido eficientemente esencializado en el imaginario de las nuevas
generaciones, gracias a la importante labor de las industrias culturales y los medios de
comunicación. Una vez esencializada la diferencia y, por consiguiente, justificada la primacía de un
sexo sobre otro (de una etnia sobre otra, de una cultura sobre otra), los peligros son múltiples; tal
como advierte Patricio Guerrero:
La postura esencialista conduce a consideraciones racistas de la diferencia, pues construye una
imagen casi genética de la identidad, ya que considera que los individuos por su herencia biológica
ya nacen con determinada identidad cultural y étnica, esta tiene una condición natural, inmanente,
innata, que lo marca de forma definitiva: ‘indio naciste, indio has de morir’. Se construye así una
imagen que lleva a la estigmatización de la pertenencia y la diferencia social y cultural, a la
construcción de estereotipos discriminadores y excluyentes que tan comúnmente se
generalizan.[14]
La esencialización de la diferencia, que en un primer momento otorga el pretexto perfecto para
justificar el establecimiento de relaciones asimétricas de poder, conduce finalmente a una
naturalización de la dominación, resaltando la carga negativa del carácter diferencial, a la vez que
anulando el potencial de lucha política de una identidad que “tiene un sentido político, pues se
vuelve una estrategia para la lucha por el derecho a la diferencia”.[15]
Si la construcción de identidades se ve fuertemente influenciada por las representaciones de la
“realidad” que se dispersan y esparcen a lo largo y ancho la esfera ¿Qué ocurre cuando esas
representaciones mediatizadas tienden a minimizar o invisibilizar las diferencias, universalizando
un ‘modelo’ de lo humano que, de manera poco inocente, persigue una homogenización cultural,
social, sexual, racial directa o indirectamente ligada al mantenimiento de la hegemonía de dicho
‘modelo’?
“Echando a perder se aprende”
Se afirma que la televisión ofrece ‘una ventana al mundo’. Por desgracia, en los horarios de mayor
audiencia la ventana distorsiona la realidad, en especial tratándose de minorías, de mujeres y de
ancianos.[16]
No es un secreto para nadie que la homogenización cultural tiende a desarticular los intentos de
reivindicación de las diversas identidades, procurando, como hemos dicho, aniquilar su potencial
de lucha política a través de un proceso de asimilación cultural en el que la invisibilización es el
instrumento principal. Al respecto es pertinente la reflexión de Boaventura de Sousa Santos con
relación a las culturas excluidas del proceso de globalización cultural (que tiene a las industrias
culturales y a los medios de comunicación masiva como sus herramientas principales):
Estas culturas están condenadas a una exclusión tan radical como el exterminio; son apartadas de
la memoria cultural hegemónica, olvidadas o, cuando mucho, subsisten por la caricatura que de
ellas hace la cultura hegemónica. Ignoradas o trivializadas, no tienen ni siquiera potencialidades
para ser estigmatizadas o demonizadas. En cualquier caso, son víctimas de un epistemicidio.[17]
Mediante esta aniquilación epistémica de los aportes culturales no hegemónicos, el sistema de
construcción de imaginarios sociales a través de las representaciones mediáticas otorga los
elementos necesarios para el mantenimiento del status quo; así, la más popular factoría de
imágenes de la esfera, radicada en Estados Unidos, finalmente ha reivindicado el papel que los
negros desempeñan en la sociedad estadounidense permitiendo su presencia en pantalla
(performando, claro, roles secundarios, esteriotipados y caricaturescos en su mayoría). De
cualquier manera, los tiempos de “El Nacimiento de una Nación”[18] han quedado atrás, para los
negros…
Los actores afroamericanos representan entre 10 y 15% de los elencos, porcentaje aproximado de
su proporción en la población de Estados Unidos. Sin embargo, otras minorías –americanos de
origen asiático, hispanos e indios- aparecen muy poco en dichos horarios (Huston y Wright,
1998).[19]
El hecho de que los chinos, los indios, los latinos, entre las muchas “minorías étnicas” que
conforman la diversa población estadounidense, no tengan la presencia en pantalla que tienen en
la sociedad, habiéndose reivindicado ya la proscripción de los negros de los sets de filmación,
gracias a una ardua y sacrificada lucha por conquistar espacios de poder (estando las industrias
culturales y los medios de comunicación audiovisuales entre los más cotizados), responde a un
proceso de instrumentalización de la diferencia a través de la construcción de estereotipos
‘socialmente aceptables’ y transmisibles por señal abierta sólo de aquellos grupos sociales que han
logrado conquistar sus derechos con la suficiente cobertura mediática como para granjearse un
espacio importante en el imaginario social y, por lo tanto, en las industrias culturales que lo
producen y reproducen.
Las industrias culturales modernas del cine y la televisión, son medios destinados a coadyuvar a
los grupos de poder en su proceso de administración política del “otro”.[20] La cultura central y
hegemónica se yergue en la gran mayoría de programas televisivos y películas como el ideal al
que deben aspirar las cultura periféricas y subalternizadas, cuya representación en pantalla es, si
no malintencionada, al menos, deficiente.
Además de la evidente exclusión de las pantallas (estadounidenses, ecuatorianas, mundiales) a las
denominadas “minorías étnicas” de cada sociedad específica, los televidentes somos testigos de
procesos de construcción de realidades irreales en las que las mujeres, los ancianos, entre otros,
desempeñan roles en pantalla en un porcentaje mucho menor al que ocupan en la sociedad.
Las mujeres no desempeñan más que una tercera parte de los papeles… aunque casi el 20% de la
población estadounidense tiene 60 años o más, menos del 5% de los personajes de esa edad
aparecen en el horario de mayor audiencia. Es irónico pero los que aparecen suelen ser varones a
pesar de que las mujeres de esa edad los superan con una cantidad considerable (Gerbner,
1993).[21]
Con respecto a la exclusión a la que están sujetas dentro de las industrias culturales las personas
con identidad sexual diferente a la hetero, ni siquiera existen cifras…
La exclusión a ciertos grupos sociales, dentro de una industria cultural tan trivial (izada) como la
televisión, puede ser considerada irrelevante o, al menos, no muy importante, frente a las
complejidades propias de la coexistencia en escenarios pluri o, a lo sumo, multiculturales.
Sin embargo, en estos tiempos en los que hasta el sexo es mediatizado, perdiendo
paulatinamente, en el altar del teclado, su carácter de bi, tri, poli relacionalidad, la dominación
cultural, que a decir de Nancy Fraser implica “estar sujeto a patrones de interpretación y
comunicación asociados con otra cultura y ser extraños u hostiles a los propios”,[22] se convierte,
según la misma autora, en la forma básica de la injusticia contemporánea:
La lucha por el reconocimiento se está convirtiendo rápidamente en la forma paradigmática de
conflicto político en los últimos años del siglo veinte. Las exigencias de “reconocimiento de la
diferencia” alimentan las luchas de grupos que se movilizan bajo las banderas de la nacionalidad,
la etnia, la ‘raza’, el género y la sexualidad. En estos conflictos ‘postsocialistas’, la identidad de
grupo sustituye a los intereses de clase como mecanismo principal de movilización política. La
dominación cultural reemplaza a la explotación como injusticia fundamental.”[23]
Sin que esto signifique su desaparecimiento, la injusticia económica, relacionada con la
desigualdad distributiva de la riqueza, va dando paso a una nueva[24] forma de injusticia, que
genera relaciones asimétricas de poder entre los diversos actores sociales. Esta nueva injusticia,
basada en criterios de exclusión que permiten la consolidación de actitudes discriminatorias por
parte de quienes poseen la autoproclamada hegemonía del capital simbólico, actúa en la esfera de
lo cultural, construyendo imaginarios sesgados por estereotipos que descaracterizan, demeritan y
vulneran la dimensión simbólica de la diferencia.
Nancy Fraser ha hecho referencia a las implicaciones de este no reconocimiento o reconocimiento
equivocado al que, como hemos visto, están sujetos todos aquellos que no se ajustan al “modelo”
de lo humano construido en base a criterios discriminatorios.
El no reconocimiento o el reconocimiento equivocado…, puede ser una forma de opresión, que
aprisionan a la persona en un modo de ser falso, distorsionado, reducido. Más allá de la simple
falta de respeto, puede infligir una herida grave, que agobia a las personas con un menosprecio de
sí mismas que las inhabilita. El debido reconocimiento no es simplemente una cortesía, sino una
necesidad humana.[25]
Minimizar los riesgos de ese sesgo que, a nivel formal y sustancial, dicta las agendas de las
industrias culturales del cine y la televisión, implica negar el papel que éstas desempeñan en el
proceso de construcción de las identidades; tal error solo puede acarrear una instrumentalización al
servicio del poder de los esfuerzos de aquellos grupos relegados en el proceso de construcción de
la historia;[26] grupos “minoritarios” que buscan, a través de la promoción de su visibilidad,
legitimarse dentro del imaginario social, a fin de obtener el merecido reconocimiento de su
diferencia como condición necesaria (aunque sólo el tiempo dirá si suficiente) para la construcción
de una sociedad intercultural en la que la innegable coexistencia actual dé paso a una plena
convivencia.[27]
En la utopística[28] del reconocimiento
Solo a partir del conocimiento, del reconocimiento, la valoración y el respeto a la insoportable
diferencia del otro, podremos ser capaces de convivir en paz con esa diferencia.[29]
El reconocimiento de esa diferencia, insoportable según Patricio Guerrero, inapropiable según
Boaventura de Sousa Santos,[30] infinita[31] (por lo que no puede ajustarse a un “modelo”) y a la
vez limitada (por esa característica fundamental que nos es propia: lo humano), es indispensable
para construir un mundo más justo; uno que trascienda el binarismo histórico que ha marcado la
evolución del pensamiento en nuestras sociedades y que incluya en su seno todos los matices de
la complejidad humana.
Tal como afirma Nancy Fraser:
Esto podría implicar la revaluación cada vez mayor de las identidades irrespetadas y de los
productos culturales de grupos menospreciados. Podría implicar reconocer y valorar positivamente
la diversidad cultural. De manera más radical aún, podría implicar la transformación total de los
patrones sociales de representación, interpretación y comunicación, creando cambios en la
autoconsciencia de todos.[32]
Así y sólo así a esta realidad, completamente sobrevalorada y erróneamente representada en
pantalla, que no es más que el estatus quo que mejor se acomoda a los intereses de quienes
detentan el poder (económico, político, simbólico, etc.), podremos realmente oponerle una fantasía,
una de aquellas que nos llevan “más allá de lo que es meramente actual o presente hacia el reino
de la posibilidad”.[33]
La tarea de las industrias culturales, entonces, debe ser replanteada; su enorme potencial en la
(de) construcción de identidades no puede ser pasado por alto por parte de quienes, de algún
modo, pretendemos hacer de la utopía del reconocimiento y, por lo tanto, de la utopía de la
interculturalidad, una utopística hacia la que tarde o temprano llegará la humanidad.
Es necesario que la búsqueda de reivindicaciones para los grupos tradicionalmente subaltenizados
se concentre, no sólo en la procura de normativas menos excluyentes y más justas, si no también
en el hecho de encaminar esfuerzos, presiones, intentos cada vez más frecuentes y contundentes
por la conquista de esos invaluables espacios “públicos” que las industrias culturales reparten a
conveniencia.
Si la socialización mediática ha sido eficaz en la reproducción de ideas estereotipadas, prejuiciadas
y discriminatorias que han contribuido decisivamente a (de) formar los imaginarios sociales de
generaciones enteras; también será eficaz en la consolidación de esa revolución socio-cultural que
abrirá las puertas a esa fantasía de un mundo más justo, en el que la afectividad propia de lo
humano jugará un papel armonizante y al que llegaremos solamente cuando nos demos cuenta de
la necesidad real de deconstruir y trascender esta realidad de un mundo excluyente.
Esta revolución de un ethos otro solo será posible, con la fuerza insurgente de la ternura, pues el
encuentro y convivencia con la diferencia solo puede ser un acto de amor; la prédica de valores
diferentes, tiene pocas posibilidades de transformamos como seres humanos dignos, si no se
apoya en cambios, no solamente legales, institucionales, estructurales, sino fundamentalmente en
aquellos que se produzcan en la profundidad del ethos, en nuestro horizonte de valores, en lo más
profundo de nuestras subjetividades, en la conciencia, las sensibilidades, el conocimiento, los
imaginarios, en los cuerpos, en las representaciones y en la percepción de la realidad.[34]
Bibliografía
Butler, Judith, Deshacer el Género, Al lado de uno mismo: en los límites de la autonomía sexual,
Barcelona, Ediciones Paidós, 2006.
De Sousa Santos, Boaventura, Exclusión y Globalización: Hacia La Construcción Multicultural, La
Caída Del Angelus Novus. Ensayos Para Una Nueva Teoría Social, Bogotá, Ediciones Antropos
Ltda., 2003.
Fraser, Nancy, Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”, Bogotá,
Siglo de Hombres Editores, 1997.
Guerrero Arias, Patricio, Corazonar una Antropología comprometida con la vida. “Nuevas miradas
de descolonización desde Abya Yala para la descolonización del poder, del saber y del ser”,
Asunción, FONDEC, 2007.
Griffith, Richard y Arthur Mayer, The Movies, Nueva York, Editorial Simon and Schuster, Octava
reimpresión, 1970.
Kail, Robert y Cavanaugh, John C. Desarrollo Humano. Una perspectiva del ciclo vital.. México,
Thomson Learning, 2006, 3ra. Ed.
Salgado, María Judith, “La Discriminación desde un Enfoque de Derechos Humanos”, en
DIVERSIDAD ¿Sinónimo de discriminación?, Serie investigación No. 4, Quito, INREDH, 2001.
Sánchez Parga, José, El oficio del antropólogo, Quito, Centro Andino de Acción Popular, 2005.
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* Estudiante de Maestría en Estudios Culturales, Universidad Andina Simón Bolívar, sede
Ecuador.
e-mail: [email protected]
[1] Butler, Judith, Deshacer el Género, Al lado de uno mismo: en los límites de la autonomía sexual,
Barcelona, Ediciones Paidós, 2006, p. 51
[2] Invento de los hermanos Lumiére que a fines del siglo XIX abrió la posibilidad de grabar
imágenes en movimiento en un soporte físico, para luego reproducirlas ante una audiencia
numerosa.
[3] Entendido no como el establecimiento de proyección sino como la industria cultural de
producción de películas cinematográficas.
[4] Con ejemplos innumerables, siendo el adoctrinamiento cinematográfico de Hitler en la Segunda
Guerra Mundial, uno de los más conocidos.
[5] Los ejemplos son todavía más conocidos: fue escenario de lucha por la aprobación de la nueva
constitución 2008 y hoy representa la plataforma perfecta para que el régimen procure mantener
los altos niveles de aceptación de que ha gozado, a través de sendas y diarias publicidades
pagadas.
[6] Más aún aquí y ahora, donde y cuando ver casi cualquier película nacional o extranjera está a
menos de un dólar de distancia.
[7] De Sousa Santos, Boaventura, Exclusión y Globalización: Hacia La Construcción Multicultural,La
Caída Del Angelus Novus. Ensayos Para Una Nueva Teoría Social, Bogotá, Ediciones Antropos
Ltda., 2003, p. 139.
[8] Refrán, dicho popular.
[9] Salgado, María Judith, “La Discriminación desde un Enfoque de Derechos Humanos”, en
DIVERSIDAD ¿Sinónimo de discriminación?, Serie investigación No. 4, Quito, INREDH, 2001, p.
20
[10] Estudio desarrollado en 1986 por Joy, L.A., Kimball, M.M. & Zabrack, M.L. y titulado “Television
and children"s aggressive behaviour”.
[11] Kail, Robert y Cavanaugh, John C., Desarrollo Humano. Una perspectiva del ciclo vital, México,
Thomson Learning, 2006, 3ra. Ed., p. 286.
[12] Patricio Guerrero Arias, en su libro Corazonar una Antropología comprometida con la vida.
“Nuevas miradas de descolonización desde Abya Yala para la descolonización del poder, del saber
y del ser” Asunción, FONDEC, 2007, p. 442 afirma que “…las identidades son construcciones
dialécticas, pues cambian, se transforman constantemente, están cargadas de historicidad. Se
construyen sobre las representaciones que una sociedad y cultura se hace sobre si mismos
(mismidad) y sobre los otros (otredad), a través de un proceso de relación de diálogo entre estos
(alteridad)”.
[13] Salgado, María Judith, op. cit., p. 20.
[14] Guerrero Arias, Patricio, op. cit., p. 441.
[15] Ibídem. p. 442.
[16] Kail, Robert y Cavanaugh, John C., op.cit. p. 286.
[17] De Sousa Santos, Boaventura, op. cit., p 151.
[18] Película de D. W. Griffith, estrenada en 1915, que recrea la Guerra Civil estadounidense desde
una perspectiva sureña. El film dio nuevos bríos a un Ku Klux Klan reivindicado y ensalzado en la
pantalla de Griffith; los personajes negros que aparecen en la cinta representando papeles
abominables son interpretados por blancos pintados el rostro. Una película acerca de la historia
estadounidense aún no podía incluir un negro en el elenco. Para ampliar el tema se puede
consultar a Richard Griffith y Arthur Mayer en The Movies, Editorial Simon and Schuster, Octava
reimpresión, Nueva York, 1970 aunque se hallarán referencias en casi cualquier historia del cine.
[19] Kail, Robert y Cavanaugh, John C., op. cit., p. 286.
[20] Sánchez Parga, José, El oficio del antropólogo, Centro Andino de Acción Popular, Quito, 2005
[21] Kail, Robert y Cavanaugh, John C., op. cit., p. 286.
[22] Fraser, Nancy op. cit., 21 -22.
[23] Ibídem, p. 17
[24] Ancestralmente creada pero recientemente aceptada.
[25] Fraser, Nancy, p.22.
[26] Contada siempre desde aquella “universalizante” perspectiva eurocéntrica.
[27] Acerca de los sistemas de pluriculturalidad, multiculturalidad e interculturalidad ver Guerrero
Arias, Patricio, op. cit.
[28] Categoría planteada por Emmanuel Wallenstein en su libro “Utopística” en 1998 para designar
ese lugar ignoto y aún irreal, al que, sin embargo sabemos, de alguna manera, cómo llegar.
[29] Guerrero Arias, Patricio, op. cit., p. 451.
[30] De Sousa Santos, Boaventura, op. cit., p. 51.
[31] De raza, etnia, sexo, género, edad, religión, nacionalidad, ideología, etc.
[32] Fraser, Nancy, op. cit., p. 24.
[33] Butler, Judith, op. cit., p. 51.
[34] Guerrero Arias, Patricio, op. cit., p. 451.
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