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Hacia el bicentenario
El movimiento de Independencia
y la abolición de la esclavitud
en México
ANTONIO MARTÍNEZ BÁEZ
El siguiente texto fue publicado originalmente en el periódico La
Prensa, de San Antonio, Texas, el 14 de septiembre de 1961.
El movimiento de Independencia que se inició en
la noche del 15 de septiembre de 1810, no solamente tuvo como bandera o programa el punto
político de que el pueblo mexicano, sometido durante trescientos años al dominio del gobierno español, debería ser dueño de su propio destino y
darse un régimen designado por la voluntad popular; sino que dicho movimiento adoptó también
otros postulados en las materias social y económica
que lo hacen ser una verdadera revolución que
afectó las bases mismas de la organización medieval entonces vigente, para transformarla en una sociedad ordenada y justa.
En la ciudad de Valladolid (hoy Morelia), durante
la estancia de don Miguel Hidalgo y Costilla, después de la batalla del Monte de las Cruces, el
intendente don José María de Anzorena publicó un
bando con fecha 19 de octubre de 1810, obedeciendo las disposiciones dadas por Hidalgo, en su
carácter de Capitán General de la Nación Americana, previno “a todos los dueños de esclavos y esclavas, que luego, inmediatamente que llegue a su
noticia esta plausible orden superior, los pongan el
libertad”, otorgándoles las escrituras con las inversiones acostumbradas “para que puedan tratar y
contratar, comparecer en juicio, otorgar testamentos, codicilos y ejecutar las demás cosas que ejecutan y hacen las personas libres”. Esta orden previó que su desobediencia por los dueños de esclavos los haría acreedores a la pena capital y a la confiscación de todos sus bienes, y prohibió bajo la
misma sanción, que en lo sucesivo se vendieran y se
compraran esclavos. Se extendió la prohibición a
los notarios, para que no extendieran escrituras en
que constaran tales contratos, bajo pena de suspensión del oficio y confiscación de bienes.
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En la ciudad de Guadalajara, con fecha 6 de diciembre del mismo año de 1810, el Padre de la Patria expidió y firmó el decreto que abolió formalmente la esclavitud y en cuya primera declaración
dispuso terminantemente: “Que todos los dueños
de esclavos deberán darles la libertad, dentro del
termino de diez días, so pena de muerte”. Ademas,
este decreto previno la cesación de tributos para las
castas y las exacciones a los indios, confirmando la
orden que se contenía en el bando citado del intendente de Valladolid, a fin de establecer la igualdad
entre todos los americanos, sin distinción de clases
económicas o de pertenencia a la raza indígena.
El día anterior, 5 de diciembre, el mismo Hidalgo
expidió otro documento importantísimo para los
naturales o indios, ordenando que a éstos les fuesen entregadas las tierras de sus comunidades y que
cesasen los arrendamientos de tales tierras, pues la
voluntad del jefe de la revolución era que “su goce
sea únicamente de los naturales en sus respectivos
pueblos”.
En el año de 1812, entre los “Puntos de nuestra
Constitución”, que formuló don Ignacio Rayón y
que se hicieron circular entre los insurgentes que
combatían por nuestra independencia en los distintos rumbos de la Nueva España, se contienen dos
artículos, el 24 que disponía: “Queda enteramente
proscrita la esclavitud” y el 25 que dispuso la igualdad de todos los nacidos en nuestra nación independientemente de su linaje.
Don José María Morelos y Pavón, en su famoso
“Sentimientos de la Nación”, presentando al Congreso de Chilpancingo el 14 de septiembre de 1813,
que contiene los puntos para la Constitución mexicana dados por el mayor de nuestros héroes, reiteró el
mismo propósito en esta forma: “15. Que la esclavi36
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tud se prosciba para siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro, el vicio y la virtud”.
Como huella imborrable del pensamiento de
nuestros liberadores y que ha subsistido hasta
nuestros días, en los que ya no existe el problema
de la esclavitud y de la desigualdad de castas,
nuestra Constitución política federal vigente toda-
vía dispone, en su artículo 2 lo que sigue: “Está
prohibida la esclavitud en los Estados Unidos Mexicanos. Los esclavos del extranjero que entren al
territorio nacional alcanzarán, por ese solo hecho,
su libertad y la protección de las leyes.”
Así, la Ley Suprema recoge el pensamiento de
quienes nos dieron la libertad y la independencia
hace un siglo y medio.
Las Constituciones,
genealogía cívica de México
FERNANDO SERRANO MIGALLÓN
Llamamos historia constitucional a la genealogía
cívica de un Estado; la imagen de una historia por
la conquista del ser y la identidad. Algunos países
cuentan largas y complicadas historias en las que
el propio territorio, la forma de gobierno y de Estado se han transformando dando lugar a sucesivas
realidades en las que sólo el afán de interpretación
histórica nos permiten identificar al mismo pueblo
a través de la historia; así, por ejemplo, de entre la
primera y la más reciente de sus constituciones, España cuenta con dos repúblicas, dos dictaduras y
diversas monarquías, extendió su territorio hasta
donde, como decía Carlos I, no se ponía el sol, para reducirse luego a la moderna distribución de regiones y autonomías que es casi una federación.
Francia, más estable, tiene en su genealogía dos
imperios y cinco repúblicas y, por lo general hechos traumáticos, golpes de Estado y revoluciones
marcan los difíciles partos de sus constituciones.
Otros países, como Italia y Alemania, tienen historias constitucionales más cortas, aunque más complejas, ambos Estados nacieron apenas en el siglo
XIX, pero si contabilizamos los textos constitucionales de aquellos pequeños Estados que les dieron
origen, podríamos construir un abigarrado catálogo de instituciones jurídicas y políticas. Los Estados construidos sobre la inmigración tienen genealogías cívicas con menos aristas aunque ricas
también en hechos que marcan su evolución. De
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este modo, Estados Unidos sólo ha tenido una
Constitución, aunque su historia constitucional
puede leerse en las enmiendas, como llaman a sus
reformas constitucionales, y en las interpretaciones
que del texto canónico ha hecho la Suprema Corte
de Justicia a lo largo de su historia. Todo parece caber en el principio de observación política que
enunció Alfonso Reyes, “hay países que tienen un
origen y otros que tienen un comienzo”.
Para México, su historia constitucional representa la imagen de la concreción de dos impulsos simultáneos; por un lado, la conquista de la libertad
–tanto del Estado en relación con su soberanía, como de los individuos en el marco de sus derechos–
y, por el otro, la búsqueda de la justicia, ya en el
sentido del respeto del poder respecto de los gobernados, ya en el de sus relaciones con otras entidades soberanas. Cada uno de los proyectos constitucionales de nuestro país ha sido un paso en tales
conquistas; con sus avances y retrocesos, todos han
dado cuenta de la lucha por la identidad y la independencia.
Nuestra genealogía cívica nace con el primer intento constitucional del imperio español, en un
momento en que México todavía no puede ser
nombrado como nación independiente pero en
cuya organización social y cultural pueden ya notarse los rasgos de una identidad diferenciada de la
metrópoli; en el proceso de la Independencia, sin
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