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DEL XVI AL XIX: LAS INSURGENCIAS, LOS
PRECURSORES Y PRECURSORAS INVISIBLES DE LA
INDEPENDENCIA DE VENEZUELA
Iraida Vargas Arenas
C
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oncebimos que las numerosísimas y constantes rebeliones, protestas,
motines y demás manifestaciones de rebeldía de los pueblos nuestroamericanos, desde el mismo momento cuando se inició la conquista europea hasta el siglo XIX, formaron parte constitutiva del proceso de independencia y supusieron actos revolucionarios en tanto obedecieron a proyectos
políticos-sociales alternativos, primero al de la metrópoli, luego al de las
oligarquías y finalmente al de la mayoría de nuestros venales gobiernos
nacionales.
Es necesario que en el marco de la conmemoración de la independencia
que se inicia este año, asumamos una nueva definición sobre el carácter
emancipador de los pueblos nuestroamericanos de los albores del siglo
XIX, alejada de aquéllas acuñadas por una historiografía que los ha relegado al olvido, negando su protagonismo en la historia y estigmatizándolos,
recurriendo a estereotipos negativos.
La independencia política del imperio español que se logra en los albores del XIX debe ser entendida, no como un hecho sino como un proceso,
cuya cronología se remonta al mismo momento de la invasión europea.
Entendemos como vital destacar el papel jugado en ese proceso por cada
uno de esos pueblos nuestroamericanos, no sólo a finales del siglo XVIII y
comienzos del XIX, sino también desde el XVI hasta el presente.
Según Marx, una revolución surge cuando es históricamente posible y
socialmente necesaria. El carácter súbito y violento, que dentro de muchas
posiciones marxistas se le ha atribuido a las revoluciones sociales, no entra
en contradicción con su carácter procesal. De hecho, Marx y Engels lo
reconocen cuando señalan que ninguna transformación social parte de un
vacío, puesto que en toda sociedad… cada generación le da a la que le
sigue –como fuerzas productivas– capitales y circunstancias los cuales,
aunque modificados por la nueva generación, le dictan a ésta sus propias
condiciones de existencia, las líneas
de su desarrollo y un carácter especial
(1982: 39). Así podemos entender a la
gesta independentista como el transitorio corolario de un proceso que se inició cuatro siglos antes, producto de la
actividad sensible y viva de la actividad
total de los pueblos nuestroamericanos,
dentro de sus específicas condiciones
de existencia.
No nos extenderemos en caracterizar cuáles fueron esas condiciones:
baste señalar en tal sentido, que entre
los siglos XVI y XVIII los actos de rebelión populares hicieron a la revolución independentista nuestroamericana
socialmente necesaria, pero fue sólo en
las primeras décadas del XIX cuando
fue históricamente posible. En el curso
Foto: Ramón Elías Pérez
de ese largo recorrido durante la conquista y en los tres siglos coloniales,
las acciones populares fueron forjando las condiciones sociales para una
transformación social revolucionaria, que gracias a Bolívar cobró cuerpo a
inicios del siglo XIX. Nos oponemos en consecuencia a la tesis que señala
que fue únicamente el “malestar social” que sufría la elite y los comerciantes criollos de la sociedad venezolana –sobre todo en los años finales
del siglo XVIII– lo que determinó la necesidad de una revolución social,
haciendo caso omiso a lo ocurrido entre los siglos XVI y XVIII que fue
construyendo y plasmando la liberación nuestroamericana como un proyecto realizable. Podemos afirmar, sin embargo, que la condición colonial
golpeó de manera diferente a las distintas clases sociales. Los ricos mantuanos y los comerciantes criollos resentían la falta de autonomía política para
tomar sus propias decisiones de acuerdo a sus propios intereses –sobre todo
los económicos– y rechazaban los impuestos, siempre en aumento, que debían entregar a la corona. La mayoría de la población, por otra parte, sufría
vejámenes, esclavitud, pobreza, miseria, racismo y patriarcado, frente no
sólo a la corona, sino también ante los mismos mantuanos y comerciantes
criollos. Es precisamente por estas manifestaciones de las clases existentes
que las aspiraciones y objetivos de lucha de ambos grupos sociales, aunque
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orientadas ambas hacia el logro de la emancipación, fueron diferentes e
hicieron posible la aparición de dos proyectos políticos disímiles.
A pesar de que la oligarquía del momento, sobre todo a partir de los
años treinta del XIX, gestó y reprodujo la idea de que la liberación del
imperio español fue resultado de un único proyecto (el sostenido por ella
misma), existió otro proyecto alternativo sostenido por los sectores populares. Afirmamos que los sectores populares de nuestros países tenían un proyecto político alternativo, aun cuando no en todos los casos contamos con
documentos escritos probatorios, no porque no existan sino seguramente
porque no han sido buscados. Lo hacemos porque contamos con las acciones de los sectores oprimidos que comenzaron a ocurrir ya desde el XVI.
Todas esas acciones perseguían un objetivo común, un vínculo que conllevó implícitamente una voluntad de luchar de manera sostenida y constante
en contra de la dominación, la tiranía, y la esclavitud y a favor de la justicia
social. Este elemento es común en toda Nuestra América desde el siglo
XVI al XIX. En tal sentido, destacamos las acciones, puesto que ello nos
permite calibrar la vinculación entre pensamiento y acción, entre objetivo
y acción, entre teoría y acción y, porque ello nos faculta para desmontar las
tesis –equivocadas a nuestro juicio– que señalan que los pueblos no saben
lo que quieren por lo cual necesitan de una vanguardia que se lo señale.
El pueblo venezolano, es decir, l@s esclav@s, l@s blanc@s pobres
llamados “blanc@s de orilla”, l@s mestiz@s zamb@s y mulat@s y l@s
indi@s, sí sabían qué querían: ser libres de cualquier forma de opresión,
por ello tenían casi cuatro siglos rebelándose. Es posible discernir, sin embargo, que no siempre los actos de rebelión y emancipación supusieron un
accionar conjunto por parte de todos los oprimidos y oprimidas de nuestros
pueblos, no sólo porque no compartieran las mismas ideas libertarias, sino
por razones que se escapaban a su control como eran la incomunicación,
el aislamiento, y las de orden económicas. En el caso de los pueblos originarios venezolanos, por ejemplo, debido a las características genocidas
de la misma conquista y de los primeros años de la colonia, la mayoría fue
masacrada y l@s sobrevivientes, desestructurad@s como pueblos, quedando reducidos a un porcentaje ínfimo que se vio forzado a desplazarse a las
zonas más inaccesibles del territorio, y otro porcentaje fue absorbido por el
mismo sistema colonial. Estos desplazamientos impidieron (a diferencia de
lo ocurrido con los esclavos y esclavas de origen africano que estuvieron
presentes en todo el territorio nacional durante los tres siglos coloniales
por razones fundamentalmente de orden económico pues era la fuerza de
trabajo sustitutiva de la indígena), que pudieran unirse y actuar de manera
Foto: MAAO
conjunta. A pesar de ello, los y las indígenas presentaron durante decenas
de años fuerte resistencia a la conquista, protagonizando importantes batallas, solos o en unión con los cimarrones.
Creemos necesario hacer una advertencia sobre los peligros que entrañan en la actualidad, las de posiciones acuñadas y sostenidas por nuestras
historias oficiales que hacen sinónimos los intereses y objetivos de las luchas de los pueblos nuestroamericanos de los siglos XVI al XIX y los de
las de comienzos del siglo XIX, vistas como las encargadas de extender la
supuesta independencia al resto de los miembros de cada una de nuestras
sociedades sólo por un voluntarismo paternalista. Es pertinente advertir
que dichas oligarquías, aunque llegaron a condescender en la búsqueda de
la satisfacción de algunas de las necesidades básicas elementales de los
pueblos, jamás, pero jamás, pudieron aceptar la organización de naciones
independientes que incluyeran la participación de estos en las decisiones
políticas y económicas, pues esto habría quebrantado las bases de su propio
poder y de su misma existencia.
Por otro lado, debemos apuntar que las historias oficiales subsecuentes
al siglo XIX continuaron con la línea establecida por las oligarquías en los
años treinta del mismo siglo. De forma tal, esas versiones sobre el proceso
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histórico venezolano han sido reproducidas para intentar impedir que la
gente común de hoy comprenda y se explique las causas históricas de sus
presentes condiciones de existencia, marcadas por condiciones de dominación y pobreza. Esa ocultación de las acciones populares ha continuado
hasta nuestros días. Sus efectos han sido previsiblemente negativos: cada
generación de venezolanos y venezolanas ha tendido a creer que sus luchas
contra la dominación son únicas, pero lo peor, cada generación se ha manejado con un imaginario que contiene ideas sobre la dominación como única de su tiempo y un sector dominador, igualmente único de su momento
histórico. De esa manera, cada generación desconoce que sus acciones de
protesta y rebelión obedecen a una tradición centenaria de luchas en donde
el sector dominante es el mismo; desconocen pues la propia historicidad de
la dominación y la propia historicidad de sus luchas contra ella.
Es bueno señalar de la misma manera, que en el caso venezolano muy
poc@s saben que sólo cuando se incorpora el pueblo al ejército libertador,
la gesta independentista tiene éxito. Después de la pérdida de la primera
república y sobre todo luego del año 1814, Bolívar se percata de que sin la
participación popular la gesta independentista no sólo estaba condenada al
fracaso, sino también que sus objetivos debían ser, precisamente, la emancipación de esos mismos pueblos de la dominación de sus oligarquías. Sin
embargo, una vez finalizadas las contiendas, a partir de la tercera década
del siglo XIX, los pueblos nuestroamericanos comenzaron a ser sistemáticamente caracterizados por las historias oficiales apelando a lo que no
eran, en lugar de a lo que eran y considerando siempre lo que no tenían,
en lugar de lo que poseían, sin ver sus logros ni sus propias convicciones
y aspiraciones, radicalmente distintas y antagónicas con las oligárquicas, y
distorsionando lo que tenían que era congruente con esos deseos populares,
pero radicalmente distinto a lo que Europa y las oligarquías de cada uno
de nuestros países sancionaban como correcto. Así fueron penalizadas las
repúblicas emergentes por tener pueblos que impedían el “progreso”: en
Bolivia y Perú los culpables eran sus pueblos integrados mayoritariamente
por los sobrevivientes de los “bárbaros e ignorantes” pueblos originarios;
en Venezuela, era el “rebelde y anárquico” pueblo mestizo de indi@s, español@s y afrodescendientes; en Argentina, los factores de atraso eran los
gauchos y los indi@s (Alberdi, 2005), etc.
En el caso venezolano, todas estas tesis antipopulares de la historiografía tradicional sirvieron para justificar y legitimar los mecanismos de exclusión social del pueblo, incluyendo el mismo derecho a una vida digna al
mantenerlo sumergirlo en las mismas condiciones de pobreza y miseria que
había generado la condición colonial; fueron usadas para descalificar sus
modos de vida, sus culturas, penalizar sus expresiones culturales; sirvieron
para denostarlo, al acusarlo de ser la causa de nuestro atraso como país, y lo
más importante, esas tesis fueron reproducidas a través de la educación. De
esa manera, se volvieron lugares comunes frases atentatorias al gentilicio y
a la condición étnica como: “a los venezolanos no nos gusta trabajar”, “los
venezolanos somos flojos”, “los venezolanos somos vivos”, “nos gusta el
bochinche”, “negro tenías que ser”, “indio comido, indio ido”, “negro no
es gente”, “ten modales, no seas indio”, y un largísimo etcétera. Todo lo
anterior ocurrió porque, desde el principio, tanto los invasores europeos
como la oligarquía local nunca llegó a aceptar que las sociedades indígenas originarias fueron las que establecieron las bases humanas y materiales
sobre las cuales se erigiría posteriormente la sociedad colonial y luego la
republicana (Vargas y Sanoja, 1993, 1999).
Debemos, es nuestro deber como historiadores críticos y comprometidos, desmontar las tesis basadas en las ideas hegelianas de que nuestros
pueblos no sabían lo que querían, tarea que sólo debía ser emprendida por
una elite de vanguardia, puesto que en ésta reposaba la razón, el conocimiento y la sabiduría. Debemos extirpar las ideas que han condenado a los
pueblos nuestroamericanos del siglo XIX y a los subsecuentes, sistemáticamente despreciados y vilipendiados, a observadores pasivos del proceso
de independencia y a “mirones de palo” de los reacomodos y ajustes de las
oligarquías, luego de las burguesías y las burocracias de la democracias
representativas. Es necesario destacar en el caso venezolano, cómo y por
qué ese pueblo se sumó a las luchas de Boves, de Bolívar y de Zamora
pues creemos que ese pueblo sí sabía lo que quería y tenía clara la idea de
que la ruptura de los mecanismos de su exclusión social sólo era posible
en esos momentos de manera violenta. Tal fue el caso –como hemos venido señalando– del movimiento independentista venezolano, la sucesión de
alzamientos, guerras y guerrillas que caracterizaron nuestro primer siglo
de vida republicana, las rebeliones militares y populares del siglo XX, y la
contrainsurgencia popular revolucionaria del siglo XXI.
Debemos extirpar, asimismo, las concepciones sobre las rebeliones,
motines, montoneras, saboteos y similares que sucedieron durante tres siglos como actos que no tienen nada que ver con la gesta de la independencia y visualizarlos como precursores de ella; acabar con las versiones llenas
de denuestos que han convertido esas acciones como expresión del carácter
rebelde y, sobre todo, anárquico del pueblo, concebido como turba inconsciente, quien no solo no tuvo éxito con esas acciones sino que no poseía
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la capacidad de generar un proyecto político propio. Y si además vemos
como esos historiadores consideraron que rebeliones, motines, montoneras
y similares fueron protagonizadas por los negros, indios, mestizos y por
todos los pobres que conformaban el pueblo de la Capitanía General de
Venezuela, por ejemplo, la conclusión lógica a la cual nos fuerza a arribar
es que el pueblo venezolano no solamente no sabía lo que quería, sino que
se rebelaba porque eso estaba en su naturaleza.
Quiero recordar que la lucha y la resistencia colectivas han supuesto
formas auto-gestadas, por lo tanto propias y singulares culturalmente, de los
sectores populares venezolanos (incluyendo por supuesto a los indígenas),
sectores que han reinventado continuamente sus luchas abordando nuevos
espacios y nuevos problemas. Ese ejercicio ha contado con la cooperación
de múltiples y variados agentes sociales unidos en torno a una misma identidad sociopolítica para resolver el problema de la opresión, la discriminación, la invisibilización, la injusticia en suma. Cimarrones y pueblos indígenas desde el siglo XVI hasta ahora, campesinos y campesinas durante los
siglos XIX y XX, sectores populares urbanos del XX y XXI, todos ellos no
sólo estuvieron y están conscientes de las causas de aquellos momentos y
los factores de la misma, sino que ha sido y es ese conocimiento, el que los
impulsó para actuar en contra de ella a través de actos revolucionarios.
Ha existido una –para nada inocente– incomprensión por parte de las
historias oficiales de lo que ha motivado a luchar a los pueblos nuestroamericanos en general y el venezolano en particular desde el siglo XVI hasta
hoy; por ello se han valido del recurso de minimizar su importancia a través
de la argucia de destacar solamente las figuras que han actuado como líderes, y ver la necesidad popular de contar con un líder que reconociera sus
demandas, su resistencia y sus luchas como manifestación de su maleabilidad e ignorancia. Pero lo que no han querido ver esas historias oficiales es
que los pueblos no han necesitado de cualquier líder sino de aquél proveniente de su propio seno, o de aquél con el cual posean una concordancia
afectiva, porque la afectividad es tan necesaria para el éxito de una revolución como lo son los actos mismos de rebelión y lucha. La afectividad es la
base fundamental para la construcción de una nueva subjetividad colectiva.
Por ello seremos libres cuando el proceso de constitución de los pueblos
incluya una subjetividad que permita su construcción no sólo como sujetos
políticos sino fundamentalmente como sujetos sociales.
Las mujeres. Precursoras invisibles de la Independencia de
Venezuela
Cualquiera que analice, aunque sea brevemente, el proceso histórico
venezolano, no puede menos que concluir que la historia del país fue protagonizada tanto por hombres. como por mujeres, por miembros de la elite
y por gente del común, por colectivos populares y por individualidades
criollas “blancas”, por colectivos de “blanc@s”, indi@s, afrodescendientes
y mestiz@s. No obstante, las reconstrucciones historiográficas de ese proceso más conocidas y utilizadas dentro del sistema educativo formal y todos los mecanismos de educación informal venezolanos sólo reconocen las
actuaciones masculinas. Esta visión androcéntrica del proceso histórico se
ve fuertemente enfatizada cuando se trata del llamado Período de la Independencia, pues es narrado como la gesta ideada por un puñado de hombres
de origen español, acompañados por un ejército conformado solamente por
hombres; a ello se suma, sin duda, el hecho de que la emancipación del
imperio español es conceptuada como una gesta y no como un proceso, que
abarcó los años finales del siglo XVIII y las tres primeras décadas del XIX.
En consonancia con esa concepción, las versiones historiográficas sobre la
gesta se han dedicado a destacar los llamados “personajes relevantes masculinos “blancos”, quienes fueron los precursores de la independencia y
los conductores del ejército libertador. En suma, no reconocen precursoras
ni combatientas. Y si alguna participación femenina es reconocida, refiere
a algunas individualidades “blancas”, vinculadas directamente con algún
hombre “blanco relevante”.
Pero, cuando la emancipación del imperio español es vista como el resultado transitorio de un proceso centenario, es necesario inevitablemente reconocer la existencia de mujeres precursoras y combatientes. Porque,
cuál otro calificativo le podemos dar a mujeres como la cacica Apacuama
de la nación Palenque, quien lideró a guerrer@s de varias tribus en 1577
en contra del ejército realista durante la conquista (Vaccari, 1995), y como
ella miles de mujeres indígenas de distintas regiones y grupos étnicos del
país que combatieron junto a los hombres como flecheras (Vargas, 2006) o
que coordinaron acciones de resistencia ante los invasores en sus diversas
comunidades, como la cacica Arara y una hija del cacique Guapay (Vaccari, 1995). ¿Cómo designar, si no es llamándola combatienta, la valentía, el
coraje, la capacidad de mando de nuestra ilustre antepasada indígena Ana
Soto quien organizó una guerra de guerrillas, al lograr agrupar miles de
combatientes y combatientas? Nos preguntamos ¿fueron o no combatientas
las mujeres “blancas” del grupo que enfrentó al ejército realista en Maturín,
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conocidas como “Batería de las Mujeres”, y lograron en 1812 impedir que
tomara la ciudad?, situación muy similar a la que sucedió en la isla de Margarita, cuando mujeres artilleras impidieron que Pablo Morillo tomara la isla
(Mago, 1995). ¿Cómo podemos calificar si no como combatientas a las llamadas “avanzadoras” o “troperas” que viajaron con el ejército libertador por
todo el territorio nacional participando directamente en las batallas, ya en la
vanguardia ya en la retaguardia?; o a las mujeres tomadas prisioneras luego
de la pérdida patriota de la batalla librada en Cuyumuenar ocurrida en 1819
(Mago, 1995); ¿cómo calificar a las decenas de mujeres “blancas”, afrodescendientes e indias que sufrieron vejaciones sin límites como le sucedió a
Ana María Campos que fue condenada por apoyar a l@s patriotas a recorrer
desnuda sobre un burro la ciudad de Maracaibo? (Mago, 1995); ¿cómo podemos denominar las actuaciones de mujeres como Josefa Camejo, quien
en 1821, al frente de 300 esclavos propició una rebelión contra las fuerzas
realistas de la Provincia de Coro y quien ese mismo año, con un grupo de
15 hombres, se presentó en Bararida, donde enfrentó al jefe realista Chepito
González y lo derrotó?; ¿cuál otro nombre le podemos dar que no sea el de
precursoras a los cientos de mujeres que junto a Josefa Joaquina Sánchez
formaron parte del movimiento revolucionario liderado por Gual y España
en los servicios de inteligencia y logística, desafiando el orden colonial que
prohibía la participación femenina en la vida pública? (López, 1977).
Comentarios finales
Como consecuencia de la reproducción sostenida de las tesis antipopulares
y las androcéntricas por parte de las historiografías tradicionales nacionales,
tanto los pueblos como las mujeres protagonistas de los procesos históricos
nuestroamericanos han devenido invisibles. En nuestras memorias históricas
no existen ni precursor@s ni combatient@s populares, no porque no hayan
existido, sino porque han sido ocultad@s. En la hora presente los diversos pueblos nuestroamericanos han demostrado que desean asumirse y auto-representarse a sí mismos, tanto política como socialmente, que ha sido lo que hasta
ahora les han negado las historias oficiales en todos nuestros países. Esa nueva
visión es imprescindible para que se dé la consolidación de la nueva subjetividad política y social popular emergente en las condiciones históricas actuales.
Esa subjetividad política común en Nuestra América es necesaria, puesto que
las nuestras historias nos muestran que la plena independencia no fue alcanzada con la gesta independentista del siglo XIX, por lo que siguen existiendo
distintas y variadas formas de organización populares que practican formas
de resistencia y lucha que reflejan la continuidad de la tradición combativa de
nuestros pueblos, lo que se ha manifestado tanto en lo cotidiano como en lo excepcional, especialmente en aquellos momentos cuando nuestros pueblos han
alcanzado un límite de tolerancia ante los abusos del poder, irrumpiendo en la
arena pública rebelándose y protestando.
Referencias citadas
Alberdi, Juan B. 2005. Política y Sociedad. Caracas. Fundación Biblioteca Ayacucho.
López Casto. 1997. Juan Picornell y la conspiración de Gual y España. Caracas.
Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. 235.
Mago, Lila. 1995. El papel de la mujer dentro de la estructura social venezolana
del siglo XIX. En: La Mujer en la Historia de Venezuela. Caracas. Asociación
Civil La Mujer y el V Centenario de América y Venezuela. Pp. 283-325.
Marx y Engels (1982). La ideología alemana. La Habana. Editorial Pueblo y
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Vaccari, Letizia. 1995. La participación de la mujer en la política y la administración colonial. En: La Mujer en la Historia de Venezuela. Caracas. Asociación
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Vargas, Iraida. 2006. Historia, Mujer, Mujeres. Caracas. Ediciones del Ministerio de Economía Popular.
Vargas, Iraida y Mario Sanoja, 1993. Historia, Identidad y Poder. Caracas. Fondo Editorial Tropykos.
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