Marie Curie, más allá de la ciencia

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6 jul. 2014
La Vanguardia
CELESTE LÓPEZ Madrid
Marie Curie, más allá de la ciencia
Hace 80 años moría una mujer que desafió los cánones machistas de la época
con su inteligencia y austeridad
La física polaca fue la primera mujer en ganar un premio Nobel, y luego un segundo, en doctorarse en Ciencias
y dar clases en la Sorbona
Ochenta años se cumplieron el pasado 4 de julio de la muerte de una de las personas que más
ha hecho por las mujeres en la historia, pese a que ha sido sólo reconocida casi en exclusiva por su
faceta científica. Es Marie Curie, una polaca enamorada de una tierra ocupada entonces por los
rusos, que se marchó a Francia a estudiar y que, desafiando los criterios machistas de la época, se
convirtió en la primera fémina en muchos campos: en recibir un premio Nobel, en ser reconocida con
un segundo, en doctorarse en Ciencias en Francia y en dar clases en la Universidad de la Soborna.
Y todo ello, sin ostentaciones y bajo la bandera de la austeridad que siempre guió su vida. Ella
demostró que sí, que detrás de un gran hombre puede haber una gran mujer, pero sobre todo que
una gran mujer no tiene por qué estar detrás de un hombre.
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Marie Sklodowsk nació un 7 de noviembre de 1867 en una Varsovia bajo el imperio ruso. La
menor de cinco hermanos, heredó el amor por la ciencia de su familia paterna –el abuelo y el padre
fueron profesores de matemáticas y física–, mientras que de su madre, su interés por la música. Y
de todos ellos, el deseo de una Polonia libre del yugo ruso, donde poder desarrollar su cultura y
hablar su lengua en libertad. De hecho, Marie y sus hermanos daban clases clandestinas sobre la
cultura polaca, así como de ciencia (entendían que el conocimiento es el mejor instrumento para
liberar a un pueblo), una herencia cultural que nunca olvidó, salvo en el caso de la religión católica,
de la que se alejó tras la muerte prematura de su hermana mayor (tifus) y posteriormente de su
madre (tuberculosis).
Tras años de institutriz para sufragar la carrera de Medicina de su hermana, a los 24 años esta
le devolvió el favor y le financió su viaje a París para ingresar en la Facultad de Ciencias
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Matemáticas y Naturales de la Universidad de la Sorbona, en donde se licenció en 1893 en Física y
un año después, en Matemáticas. No fue tarea fácil ya que desconocía el francés y la mayor parte
de sus conocimientos en la materia los había aprendido por sí misma. Pese a ello, fue la número
uno de su promoción en Física y la segunda en Matemáticas. Esfuerzo, tenacidad e inteligencia.
Fue en un laboratorio donde conoció al reputado profesor de Física Pierre Curie. Ella tenía 24
años y él, 35. Sus biógrafos cuentan que fue un auténtico flechazo entre dos personas que
compartían un modo de ver la vida nada común. A los pocos meses de conocerse, Pierre le pidió
matrimonio: “¿Qué sería pasar la vida el uno junto al otro? Hipnotizados con nuestros sueños: tu
sueño patriótico, nuestro sueño humanista y nuestro sueño científico”.
Nunca buscaron el boato y lo eludieron cuanto pudieron. En ese 1895, acudieron a casarse
vestidos como cualquier día. No hubo anillos, ni comida, ni parientes, sólo el dinero suficiente para
comprarse dos bicicletas con las que recorrer tierras francesas. Fue su “inolvidable” viaje de novios,
como relató Marie años después, llena de dolor y de desesperación tras la muerte accidental de su
compañero (arrollado por un carro de caballos), once años después del austero enlace.
De vuelta al laboratorio, Pierre sigue con sus trabajos sobre magnetismo, mientras ella se
inclina hacia la radiactividad. En 1895, el
físico alemán y primer premio Nobel de Física, Willhelm Roentgen, había descubierto los rayos X y
un año después, el físico francés Antoine Henri Becquerel halla de manera accidental que el uranio
emitía radiaciones invisibles similares. Y hacia este campo se encaminó Marie, quien midió
cuidadosamente las radiaciones en la pechblenda, un mineral que contiene uranio.
Horas y horas de estudio llevaron al matrimonio (Pierre se había sumado al trabajo de su mujer
tras terminar sus proyectos sobre magnetismo) a descubrir dos nuevos elementos: el polonio, que
recibe este nombre en honor al país de Marie, y el radio.
Descubrimientos que llegan en un momento –hubo muchos– en los que los medios económicos
apenas sí les permitían sobrevivir. Los Curie se encontraron con una disyuntiva: ¿patentaban su
descubrimiento para asegurarse un buen sustento de por vida o bien publicaban sus resultados
para que cualquiera que quisiese seguir investigando pudiese hacerlo? “Se miraron a los ojos y
supieron qué hacer: optaron por la pobreza con tal de ver crecer la ciencia: ‘Es imposible, sería
contrario al espíritu
científico’, dijo Marie”. ( Marie Curie, una gran científica, una gran
mujer, artículo científico de Daniela García y Cristián García).
En ese tiempo ya había nacido Irène (1897), la mayor de sus hijas, criada en un austero y
caótico laboratorio, repleto de elementos radiactivos cuyos perjuicios en aquel momento eran
desconocidos (moriría en 1956 por una leucemia). Su madre se ocupaba de ella mientras realizaba
la tesis doctoral, que dirigía el propio Becquerel, y que presentó en 1903, con todos los honores. En
este ambiente no es difícil entender el interés de la hija por la física. Casada con Jean Frédéric
Joliot, la pareja se especializó en física nuclear y en 1935 recibieron el premio Nobel de Química.
Antes, en 1903, Marie Curie recibía, junto a su marido y Becquerel, el premio Nobel de Física por
el descubrimiento de los elementos radiactivos. Mucho revuelo y muchas invitaciones para una
pareja que gustaba de su vida aislada en el laboratorio. El galardón, sin embargo, sólo trajo
bendiciones para él: en 1904 Pierre Curie fue nombrado profesor de física en la Universidad de
París, y en 1905 miembro de la Academia Francesa. Marie, por su parte, tuvo ese año a su segunda
hija, Eve. la única del clan Curie que no se dedicó a la ciencia.
La muerte de Pierre dejó a Marie sumida en la desesperación –echando por tierra aquella
descripción que de ella hizo Albert Einstein, que era una mujer fría como un pez–, lo que no impidió
que retomara sus investigaciones y ocupara el puesto que dejó su marido en la Sorbona. En 1911,
Marie protagoniza un escándalo cuando establece una relación con el físico Paul Langevin, casado y
con cuatro hijos. La opinión pública se lanzó contra ella, al tacharla de “ladrona de maridos” y
gimoteando porque “la gran Francia era privada de sus hijos por una judía polaca”. Xenofobia y
machismo juntos. Meses después la academia sueca la otorgó un segundo Nobel, el de Química, por
sus investigaciones sobre el radio y sus compuestos.
Con el pasar de los años, su salud fue empeorando, pero ella seguía exigiéndose el máximo.
Incluso, durante la Primera Guerra Mundial, junto a su hija mayor, organizó equipos de rayos X
portátiles para que los médicos pudieran atender con más precisión a los soldados heridos. Pero
llegó el día en que los 35 años manipulando el radio y demás elementos radiactivos hicieron mella
en ella. En mayo de 1934, ya no pudo ignorar más la fatiga, los mareos y la fiebre: leucemia con
anemia perniciosa severa. El 4 de julio de 1934, a los 74 años, Marie moría en París y era enterrada
junto a su marido. Desde 1955 sus restos descansan en el Panteón de París. De nuevo, es la
primera mujer en reposar allí. Y hasta el momento, también es la única.
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