Acuerdos, Paz,

Anuncio
or Romero, AÑO XXX, No. 621, 1-31 de enero
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Acuerdos, Paz,
Justicia y Víctimas
Foto de René Figueroa
Presidente Mauricio Funes
Parroquia San Luis de la Reina
Padre Ponseele
1
Artículos
Ellacuría costructor de Paz. Carlos Ayala
Pág. 6
¿Cómo celebrar los acuerdos de Paz?
Pág. 7
José María Tojeira
Las Iglesias
y los Acuerdos de Paz
16 de enero en El Mozote
Pág. 8
Discurso del Presidente Mauricio Funes
El 11 de enero se reunieron el obispo Medardo Gómez de la Iglesia
luterana, el obispo Martín Barahona de la Iglesia Episcopal, Monseñor
Gregorio Rosa obispo de la Iglesia católica y los Padres Tojeira y Sobrino
para tocar el tema que da nombre a este este artículo. Publicamos las
palabras de Jon Sobrino.
Pág. 10
El Mozote: verdad, justicia y reparación.
Carlos Ayala
Pág. 12
Es importante evaluar lo que las Iglesias han hecho en los últimos 20
años, pero para encaminarnos bien hacia el futuro hay que regresar a
los setenta donde comenzó una época excepcional en el país. Desde la
experiencia de estos años quisiera decir unas palabras sobre qué pueden
y, en mi opinión, deben hacer las iglesias en favor de la paz. Para ello
analizaré las tres ideas que aparecen en el título.
Crónicas
de
Guerra.
Historias
prohibidas. Vida, pasión y muerte del
Coronel Monterrosa
Pág. 13
En qué hemos fallado. José María T.
Pág. 14
1. El cristianismo de las iglesias, una fuerza personal y social
El juego del quita y pon. YSUCA
Pág. 15
Homenaje a Gustavo Gutiérrez
Pág. 16
¿Y nuevamente elecciones?
Mauricio Iraheta
Pág. 18
Salmo de Juan Bruno Monje, Arcatao
Contraporta
Miguel Cavada Diez murió el domingo
6 de febrero de 2011, después de 4
años de penosa enfermedad. Y ese
mismo día se convirtió en buena
noticia, porque sigue y seguirá
pruduciendo
2 vida y esperanza.
www.uca.edu.sv/publica/cartas
Pág. 19
Diseño y diagramación de revista: Ronald Cardoza
Las Iglesias son fuerzas sociales específicas. Por un lado, a diferencia
de otras, se remiten a algún tipo de ultimidad absoluta, entre nosotros
“Dios” Y en esto consiste formalmente lo religioso. Pero lo hacen a través
de las dimensiones fundamentales de lo humano. Y estas configuran, de
una u otra forma, todos los ámbitos de la sociedad.
Me fijaré en las iglesias cristianas, pues son las que hemos sido
convocadas, y porque el cristianismo, en sus diversas confesiones, es la
“religión” que más ha influido en nuestra época. Me referiré al cristianismo
de Monseñor Romero, no por que sea cristianismo un “católico”, sino
porque, valga la redundancia, es un cristianismo cristiano y salvadoreño.
En él caben los mártires, las comunidades de base, los pastores de los
pobres, la teología de la liberación, y muchas otras cosas de muchas
iglesias cristianas. Ese cristianismo dio una respuesta determinada a las
preguntas fundamentales de los seres humanos, y ayudó a configurar a
personas y grupos sociales. Veamos qué respuestas dan las iglesias con
ese cristianismo.
¿Qué puedo saber? Es la doctrina. Que Dios es un Dios de vida,
liberador de los oprimidos, cuya gloria es que el pobre viva. Y es un Dios
crucificado. Jesús de Nazaret es su sacramento en la historia.
¿Qué tengo que hacer. Es la praxis. Justicia para bajar de la cruz a un
crucificado y resucitarlo para la liberación. Es el seguimiento de Jesús.
¿Qué nos debe mover? Es la espiritualidad. Espíritu de compasión en
contra de la indeferencia, de verdad en contra de la mentira, de entrega en
contra del egoísmo. Hasta dar la propia vida en el martirio.
¿Qué me está permitido esperar. Es la utopía. Revertir la historia con
Editorial
todos los pobres y oprimidos. “El nuevo cielo y la nueva
tierra”, de Isaías.
¿Qué puedo celebrar. Es el culto y la liturgia. El vivir y
caminar con otros, y juntamente con los de abajo. Muy
especialmente, celebrar la vida y el amor de los mártires,
individuales como Romero y colectivos como El Mozote.
Poniendo todo esto junto, con limitaciones, errores
y pecados, el cristianismo fue una vigorosa fuerza
humanizadora en los setenta y ochenta. Tuvo un inmenso
impacto social y acompañó al pueblo que buscaba su
liberación, soñada en definitiva como la paz “shalom”. No
fueron pequeños los costos, los agravios y la persecución.
El cristianismo se hizo más cristiano, y más salvadoreño.
En los últimos 20 años ha cambiado la afiliación a
las iglesias cristianas, y el cristianismo mencionado. Y
en mi opinión ha decaído. Ha sido sustituido por otro
más centrado en la espiritualidad individual interiorizada
que en la espiritualidad abierta a la realidad salvadoreña
con sus esperanzas y tragedias. En celebraciones más
devocionales que de reflexión bíblica, más lúdicas y de
menor compromiso que creativas y comprometidas.
En mayor o menor medida hay un distanciamiento
del Jesús de Nazaret concientizador, parcial hacia los
oprimidos, denunciador de todo tipo de opresiones
y firme hasta el final. Hay un distanciamiento de las
comunidades de base, es decir, que surgen de la base
del pueblo sufrido y comprometido que lucha por la
liberación. De ahí, las nuevas formas de, música, afiches,
publicaciones, que ignorando la rica tradición salvadoreña
y latinoamericana.
Conclusión. La religión, el cristianismo, las iglesias,
puede ser de pobres y seguidores de Jesús. Pero puede
dejar de serlo. Y eso afecta a la paz.
2. Al servicio de qué “paz” debe estar el cristianismo
En los setenta, en la iglesia católica, la luterana y
otras, los cristianos trabajaron por la justicia en contra de
la injusticia, por el reino de Dios en contra del antirreino,
por la liberación en contra de la opresión. En un momento
dado trabajaron, por poner fin a una guerra trágica y cruel
como todas, como lo vieron minorías nobles. También
inútil, pues, aun considerada como mal necesario,
no conducía a ningún bien previsible, como lo vieron
pragmatistas sensatos. Y sin expectativa de triunfo para
ningún bando, como lo vieron los clarividentes.
Había que poner fin a la guerra, no sólo por razones
abstractamente cristianas, sino por razones humanas
muy concretas. Hay que recordar la lucidez y los esfuerzos
de Monseñor Rivera e Ignacio Ellacuría. Y antes, los de
Monseñor Romero en tiempo de opresión y represión
más unilateral, pero igualmente cruel. En 1979, en su
cuarta carta pastoral escribió: “El diálogo nacional es una
necesidad”.
Ahora, con la experiencia de estos últimos 20 creo que
debemos hacer mucho más por la paz, y preguntarnos
por qué paz deben trabajar las Iglesias.
a) Los acuerdos de paz fueron necesarios para detener
la guerra, pero la amnistía, útil para posibilitar un mínimo
de convivencia, fue precipitada en el tiempo y, sobre todo,
en su enfoque. No buscó caminos humanizadores de
reconciliación. Y no hizo desaparecer, sino que reforzó,
la cultura de impunidad con que opera la espantosa
violencia imperante Junto a ello que tener en cuenta
lo que dice el Nuevo Testamento “la raíz del todos los
males es la ambición del dinero” (2Tim 6, 10). Persiste
la ambición por acumular capital, y ahí también actúa la
impunidad. Contra ello deben luchar las iglesias.
b) Terminó el conflicto bélico, pero no la violencia
masiva y cruel. Hemos llegado a más de 4,000
homicidios al año. En los órganos del estado hay
incapacidad o incompetencia para ponerle fin. Y con
excepciones, los partidos, los medios, la banca, la
empresa privada, tampoco el conjunto de universidades
e incluso iglesias -éstas normalmente por omisión- se
desviven por frenarlo. El cristianismo al menos debe
denunciar la epidemisa del homicidio.
c) Aducir que el posible enjuiciamiento de los
militares hace peligrar el proceso de pacificación es
falacia interesada, que no constata lo que ocurre. El
cristianismo urge a la honradez con lo real. Honrado
era Monseñor Romero en muy largas homilías. “Los
asesinatos, las torturas donde se queda tanta gente, el
machetear y tirar al mar. Esto es el imperio del infierno” (1
de julio, 1979). Y escribió cartas pastorales, la tercera con
Monseñor Rivera, analizando las causas de la violencia
y promoviendo el diálogo por la paz. Estas cartas
pastorales eran largas, pues larga era la magnitud del
horror, bien fundamentadas racional y evangélicamente,
pues irracional y antievangélico era el horror. Hoy son
hoy muy necesarias. Y tienen mayor eficacia cuando son
expresión de todo un cuerpo eclesial cohesionado, junto
con reuniones del clero, religiosos, laicos. Y son expresión
de todo un cuerpo cristiano, ecuménico, de las Iglesias
que, entre todas, forman la Iglesia de Jesús.
d) Y Monseñor analizó también qué es “paz” para no
convertirla en un vocablo vacío ni grito mitinesco, no
sea que los que decimos “paz, paz, paz” escuchemos
las recriminaciones de Jeremías a quienes se les llenaba
la boca diciendo “Templo de Jerusalén, Templo de
Jerusalén, Templo de Jerusalén”, pretendiendo esconder
así sus fechorías. Digamos, por ello, una breve palabra
sobre la “paz” desde un contexto cristiano.
En navidad los cristianos cantamos “paz en la tierra
3
Editorial
Padre José Ma. Tojeira, Mons. Gregorio Rosa Chávez, Obispo Martín Barahona, Obispo Medardo Gómez, Padre Jon Sobrino.
a los hombres de buena voluntad” (epi ges eirenen en
anthropois eudoxias). El evangelista Lucas escribía
en griego, y para decir “paz” usó la palabra eirene, que
significa ausencia de violencia, de guerra. En el país hoy
ya no hay violencia bélica, pero no existe la eirene griega,
pues los homicidios continúan por miles.
Pero sobre todo hay que estar claros en que lo que
san Lucas tenía en mente era el shalom, paz en hebreo,
la vida de todos, en la que participan los pobres y
pequeños, basada en la justicia y la verdad, la solidaridad
y la reconciliación, lo que fructifica en fraternidad y gozo.
Y en eso las iglesias deben seguir insistiendo, aunque no
se les preste oído. El salmo dice “la paz y la justicia se
besan” (85, 11). “La paz es fruto de la justicia”, decía Isaías
(32, 17). Pablo VI lo recordó. Y en ello insistió Monseñor
Romero, en la homilía del 31 de diciembre de 1977: “una
paz que se construye en la justicia, en el amor y en la
bondad”
En el país no existe el shalom. Sin trabajar por ello es
simplismo, al menos en ámbitos cristianos y eclesiales,
dialogar la ausencia de violencia. Monseñor Romero
captó con lucidez la intuición bíblica. Bueno es el diálogo,
pero solo el diálogo no garantiza la paz. Sin la justicia, “la
violencia se institucionaliza y por ellos sus frutos no se
hacen espera”. Y no hay shalom.
De lo que sí sabemos en el país es de la pax romana,
es decir, el sometimiento impotente y resignado que
imponía el imperio romano, y que imponen los imperios,
militares y económicos hasta el día de hoy. Por cierto
imperó en El Salvador más despiadadamente hasta que
los campesinos tomaron conciencia y se organizaron.
Bien lo entendió Monseñor Romero, y se alegró.
Reconociendo sus limitaciones, errores y ambigüedades
lo declaró “un signo de los tiempos”. Contra esa pax
romana el cristianismo tiene que luchar.
4
3. Quiénes “acuerdan” la paz y construye el shalom
Los acuerdos de paz fueron firmados por políticos,
que representaban a sectores de la sociedad que se
habían convertido en “bandos”, políticos y miliares. Y
por ello merecen agradecimiento. Pero para ver quiénes
“acuerdan” en verdad que haya paz, y quiénes quieren
construir shalom hay que mirar a otros lugares. Las
siguientes reflexiones quizás ayuden a comprenderlo.
En cualquier caso, el cristianismo puede aportar algo
importante.
a) Monseñor Romero, no sólo habló de la violencia,
sino dijo de que “se provoca el enfrentamiento entre
los campesinos”, a lo que llamó “trágico espectáculo”.
Y añadió. “Lo más grave es que no son -únicamente
o fundamentalmente- ideologías las que han logrado
desunirlas y enfrentarlas. No es que los miembros de
esas organizaciones piensen en su mayoría de forma
distinta sobre la paz, sobre el trabajo, sobre la familia.
Lo más grave es que a nuestra gente del campo la
está desuniendo precisamente aquello que la une más
profundamente: la misma pobreza, la misma necesidad
de sobrevivir, de poder dar algo a sus hijos, de poder
llevar pan, educación, salud a sus hogares” (Tercera
Carta Pastoral 33).
Hacer “acuerdos” sobre estas realidades no debería
ser difícil porque hay unanimidad basada en lo biológico y
primario, no en lo superfluo e ideológico. Los campesinos
se apuntaron a “diversos” bandos porque pensaron que
así podrían vivir.
De ahí también el horror que transmitieron las últimas
palabras de Monseñor a los miembros del ejército.
“Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a
sus mismos hermanos campesinos” (Homilía del 23 de
marzo, 1980).
b) La opción preferencial del cristianismo no consiste
en elegir entre las diversas formas del estar debajo en
la historia. Su opción fundamental es elegir lo que
“Hay signos de que los pobres
son evangelizadores, son salvadores.
La espléndida experiencia de las
comunidades de base como fermento
de renovación de la Iglesia y como factor
de transformación política, el ejemplo
no puramente ocasional de “pobres con
espíritu”, que se organizan para luchar
solidaria y martirialmente por el bien de
sus hermanos, los más humildes y débiles,
son ya prueba del potencial salvífico y
liberador de los pobres”.
En ese país vivimos y en él se mueven las iglesias
cristianas. Ojalá hagamos “acuerdos de shalom”,
acuerdos de cristianismo entre todas las iglesias y
movimientos para ponerlo mejor en práctica. Así
funcionarán mejor los acuerdos de paz, el shalom,
la vida de los pobres.
Jon Sobrino
11 de enero, 2012
Miguel Cavada Diez
Palabras sobre monseñor Romero
y los mártires
El gran número de textos en que monseñor menciona el
martirio y reflexiona sobre él y la riqueza teológica de los
mismos, leídos y reflexionados veinte años después, es
realmente impactante y nos puede ayudar a la reflexión
teológica y vivencia en la fe en la actualidad.
De los textos de monseñor impresionan varias cosas. Una
es la libertad de espíritu con que monseñor habla de los
“mártires” actuales, más allá del derecho canónico y de
teologías oficiales. La otra es el aplomo con que habla
de una realidad tan trágica como es el martirio. Por
último impacta la lucidez y generosidad con que enfrenta
existencialmente el martirio, tanto el de su pueblo como el
suyo propio.
Monseñor Romero (1) no duda en reconocer como
mártires a las víctimas de la violencia en El Salvador (2)
pide que se respete y se celebre su memoria (3) afirma que
la persecución es una nota característica de la verdadera
iglesia y (4) une el martirio de la iglesia al martirio del
pueblo. Citemos dos textos sobre el pueblo crucificado.
“Sentimos en el Cristo de la semana santa, con su cruz a
cuesta, que es el pueblo que va cargado también su cruz,
sentimos en el Cristo de brazos abiertos y crucificados, al
pueblo crucificado; pero que, desde Cristo, es un pueblo
crucificado y humillado que encuentra su esperanza”
(Homilía 19/03/1978).
“En Cristo encontramos el modelo del liberador, hombre
que se identifica con el pueblo hasta llegar los intérpretes
de la Biblia a no saber si el siervo de Yahvé, que proclama
Isaías, es el pueblo sufriendo o es Cristo que viene a
redimirnos” (Homilía 21/10/1979).
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está “abajo”. En el lenguaje que ya se ha hecho
convencional, aunque siempre difícil de poner en
práctica, es “la opción por los pobres”. Esa opción,
o la contraria, sabiéndolo o sin saber, la hace toda
criatura. Es la opción de Dios: “Por el mero hecho
de ser pobres, Dios toma su defensa y los ama”. Si
queremos “acordar” paz y construirla tenemos que
defender a los de abajo, optar por ellos.
c) Esto significa introducir parcialidad en el
concepto mismo de la gestión de la sociedad,
aunque suene escandaloso y antidemocrático. “La
justicia del rey no consiste primordialmente en
emitir un veredicto imparcial, sino en la protección
que se preste los desvalidos y a los pobres, a las
viudas y a los huérfanos”, dice Joachim Jeremias
hablando del rey justo que esperaba el pueblo en el
Antiguo Testameno.
d) Según lo dicho, las mayorías pobres no son
sólo víctimas, sino también principios de vida
pueden “acordar” el shalom. La ideología marxista
lo dice a su manera, pero también se puede decir
cristianamente.
Ellacuría dijo de las mayorías populares que
son la continuación del siervo de Yahvé, el siervo
de Dios, lenguaje que todos los que estamos aquí
entendemos. Ese siervo, por un lado, es el pueblo
crucificado, “víctima del pecado del mundo”.
“Ustedes”, dijo Monseñor Romero a los campesinos
de Aguilares”, son el divino traspasado” (19 de junio,
1977). Y hay que bajarlo de la cruz. Pero, cosa que
se suele olvidar, ese siervo de Dios también “trae
salvación”. Sólo una cita de Ellacuría de 1978.
Acuerdos de Paz
Ellacuría constructor de paz
Carlos Ayala
En 1985 Ellacuría escribió un artículo sobre la paz.
Caracterizó las distintas posiciones que predominaban
en el país: los “pacifistas”, los “militaristas”, los
“pragmatistas” y los “realistas”. El pacifismo buscaba
cualquier paz, confundiéndola con la ausencia de guerra,
sin tener en cuenta que la paz debería ser, por lo menos,
la ausencia de toda violencia, no excluida la estructural.
Criticó fuertemente la actitud militarista de los que
confiaban en la violencia, sin excluir la terrorista y la de
los escuadrones de la muerte. También cuestionó a los
pragmatistas, para quienes la cuestión fundamental era
llegar a un arreglo rápido de la guerra y de las apariencias
de los males que la causaron.
Frente a esas tres posiciones, Ellacuría propuso una
línea de superación que denominó “realista”. Los realistas
pretenden dar respuesta a la realidad, pero no la confunden
con sus apariencias y sus inmediatismos. Pretenden
regirse por la realidad, duramente vivida y largamente
escrutada, a la hora de proponer las soluciones. El
principio fundamental de los males de El Salvador era
la injusticia estructural, que se mostraba como violencia
institucionalizada. Esta era la violencia primaria que
debía erradicarse. Para ello consideró necesario el cultivo
permanente y vigilante de tres actitudes, que pueden ser
hoy muy oportunas para enfrentar el tipo de violencia
que predomina en el país. Estas son la prudencia, la
misericordia y la justicia.
Para Ellacuría, el prudente es el que ve lejos, es el
providente, el que tiene su mirada puesta adelante, más
allá del inmediato presente, más allá de los intereses
egoístas y/o minoritarios. Es el que se guía por el principio
de realidad, entendido no como aceptación resignada de
lo que se suele dar, sino como búsqueda, en lo que hay,
de lo que debe haber. Por eso, añadía, cuando se hace
menos o más de lo que se debe, ya no se es prudente ni
realista. [Hasta aquí el comentario de Carlos Ayala. En
adelante palabras de Ellacuría].
“A la hora de encontrar soluciones y a la hora de estar
dispuestos a ponerlas en práctica es indispensable, si se
quiere ser de verdad realista, una actitud de misericordia,
la cual particulariza una fuerte dosis de benignidad en
favor de los más castigados por la vida de hoy y por la
historia de siempre. Quien piense que este reclamo es
meramente moralizante y poco político, se equivoca. Sin
esta misericordia, así entendida, se podrá ser pragmatista,
pero no realista. Los condicionamientos de los lugares
en que uno se sitúa para encontrar respuestas a los
6
problemas teóricos y prácticos son de gran importancia
tanto para favorecer como para dificultar ese encuentro.
En El Salvador, un lugar que no sea el de las mayorías
populares sufrientes, es un lugar irreal para el encuentro
de soluciones justas y ajustadas. Pero respecto de esas
mayorías ha de tenerse ante todo actitud de misericordia,
de vuelta cordial a lo que realmente son en su dignidad,
en sus esperanzas y también en la injusticia que padecen.
De ahí que la posición realista exija también otra
actitud, una actitud de repudio contra toda forma de
injusticia y una actitud de entrega a todo lo referente
al establecimiento de una justicia siempre mayor. La
misericordia debe completarse con verdadera hambre
y sed de justicia, entendida ésta aquí como rechazo
de una situación intolerable y como promoción de
un orden que responda, siquiera mínimamente, a las
necesidades y expectativas de quienes siempre han sido
privados de lo que les es debido. Esta actitud en pro
de la justicia exige mucha fortaleza, mucha actividad,
mucha capacidad de sacrificio, lo cual de ninguna
manera está en contradicción con la actitud misericorde,
pues ésta pone ante los ojos las necesidades y los
sufrimientos de los más pobres, cuyo aplastamiento por
los poderosos suscita fuertes sentimientos y acciones
en favor de ellos y, por consecuencia, en contra de los
causantes y responsables de tanto mal y tanta injusticia.
Ni los pacíficos son pacifistas, ni los misericordiosos son
pasivos aguantadores del mal. La misericordia subraya
que el principio de la lucha contra la injusticia no es el
odio frente al agresor, sino la compasión con la víctima,
una víctima que ella misma se levanta en busca de su
propia liberación.
Para hacer la paz en El Salvador hay, sin duda,
que establecer estrategias, tácticas y eventualmente,
maniobras largas y complejas. No se puede esperar que
la paz amanezca mañana. A la noche le quedan todavía
muchas horas. Pero si se dejan a un lado los intereses
parciales y se los subordina a los intereses generales, si
se van abandonando poco a poco las posiciones falsas
del pacifismo, del militarismo y del pragmatismo; si se
consigue que cada vez más gente, no sólo de las que
en la actualidad no están comprometidas directamente
en el conflicto, sino también de las que son sus agentes
principales, se empape más de la posición realista y se
sitúe firmemente en ella; si las actitudes de prudencia,
misericordia y justicia se enseñorean de más y más
personas, de más y más grupos, sin duda, la paz avanzará,
la paz se acercará a nosotros y nosotros a la paz”.
Acuerdos de Paz
¿Cómo celebrar los acuerdos de Paz?
Todos los años celebramos los Acuerdos de Paz.
Pero en 2012, por ser el vigésimo aniversario, el festejo
tendrá mayor dinamismo y fuerza. Por eso es importante
preguntarnos cómo debemos honrar los Acuerdos. Para
hacerlo bien, debemos partir de actitudes hondas, que
nos impulsen a vivir solidaria y comunitariamente, que
nos ayuden a profundizar y mejorar la democracia que
tenemos. De lo contrario, terminaremos celebrando
una fiesta que no nos afecta, anclada en un pasado que
solo sirve a algunas instituciones y personas para hacer
propaganda de sí mismas.
Lo primero que tenemos que plantearnos es a quién
celebramos. Unos dirían que celebramos el escrito de los
Acuerdos en la medida en que dio fin a la guerra. Otros
opinarían que celebramos a quienes los firmaron, como
líderes del país que al fin salió pacíficamente de una guerra
fratricida. Muy pocos dirán que celebramos a quienes
trabajaron sacrificadamente por la paz, entregando a
veces sus propias vidas por esa causa. Y finalmente, casi
nadie afirmaría que celebramos la fuerza de las víctimas
inocentes, que impulsaron a tantas personas y poner
sus mejores esfuerzos dentro de El Salvador y fuera de
nuestras fronteras a favor de una paz sin vencedores ni
vencidos.
Aunque esta lista de protagonistas de la paz tiene
anclaje en la realidad, el orden de importancia es
exactamente el inverso. En primer lugar hay que celebrar
a las víctimas. Las madres de presos y desaparecidos
nos hicieron conscientes de la guerra. Los hombres y
mujeres asesinados o torturados, los niños y ancianos
masacrados nos hicieron odiar la brutalidad de la guerra
y de sus protagonistas, nos indignaron y fueron los
primeros que crearon la conciencia de que la guerra
tenía que terminar cuanto antes. Y no tenía que terminar
con victorias militares, sino con una negociación seria y
pacífica. El testimonio de Rufina Amaya sobre la masacre
de El Mozote, conviene recordarlo siempre, fue más
importante para crear la conciencia de la necesaria paz
que la buena voluntad final de los firmantes.
Después habría que recordar y celebrar los nombres de
todos aquellos y aquellas que lucharon denodadamente
contra la brutalidad de la guerra, insistiendo en la salida
negociada y pacífica cuando aún los bandos en contienda
perseguían la victoria militar y atacaban, censuraban o
amenazaban a aquellos pocos que hablaban de diálogo y
negociación. Es una vergüenza que la figura de monseñor
Rivera no sea mencionada en este contexto o que se olvide
a los jesuitas asesinados en la UCA. Hay más personas
que siguieron la misma línea, dando lo mejor de sí en el
intento. A ellos hay que agradecerles, especialmente si ya
no están entre nosotros.
Finalmente, podemos felicitar a los firmantes, que se
dejaron al fin impactar por el dolor ajeno y rechazaron a
los grupos militaristas que deseaban todavía una victoria
aplastante sobre el enemigo. Aun en medio de todas las
críticas que se puedan hacer a algunas de las personas
o líderes firmantes, hubo en todos ellos un verdadero
impulso ético y responsable para con las grandes mayorías
de nuestro país. En ese sentido los podemos felicitar
también, al tiempo que les recordamos, en la medida en
que tienen todavía poder o influencia, que la paz debe ser
un proceso permanente que solo se construye sobre la
justicia y el perfeccionamiento de la democracia.
Pero si queremos celebrar la paz del pasado en su
totalidad, no basta lo dicho. Es necesario continuar
hoy el esfuerzo ético de aquel momento e insistir en los
avances que entonces no se dieron en torno al desarrollo
y la justicia social. Si después de los Acuerdos el Foro
Económico Social, constituido para dar continuidad al
proceso de paz, fue incapaz de encontrar caminos de
desarrollo justo y pacífico, hoy debemos exigir con mayor
insistencia que busquemos entre todos un verdadero
acuerdo de desarrollo salvadoreño. Un acuerdo en
torno a un proyecto nacional de realización común
que nos conduzca a una patria más profundamente
democrática y a un desarrollo social que nos pueda sacar
de nuestro subdesarrollo socioeconómico. Un acuerdo
que contemple trabajo digno para todos, que busque
bienestar desde los derechos básicos a una educación
amplia y universalizada, y a una salud sin las debilidades
que todavía hoy muestra nuestro sistema de salud
pública.
Buscar nuevos acuerdos es la única manera de celebrar
la fecha pacificadora de hace veinte años. El haber hecho
muy poco y muy lentamente por hacer realidad los
derechos al trabajo digno; a la educación amplia, que
abarque 11 años formales para todos; a un sistema de
salud digno y de acceso universal es una de las causas
de la actual violencia social. No es lógico que celebremos
la salida de una violencia pasada mientras no hacemos
lo debido para prevenir la violencia del presente. No es
lógico que busquemos hoy soluciones de mano dura que
no dieron resultado en el pasado, mientras el trabajo a
favor de los derechos económicos y sociales queda en
segundo término. ¿Celebrar los Acuerdos de Paz? Claro
que sí. Pero trabajando por unos nuevos acuerdos de
desarrollo y paz social.
7
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José María Tojeira
16 de enero en El Mozote
El 16 de enero
en El Mozote
El Mozote. Juana Sánchez,
familiar de víctimas de El
Mozote, frente al monumento
alusivo a la masacre de
diciembre de 1981. Foto de
LA PRENSA/Milton Flores
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Palabras de bienvenida de Dorilia Márquez
Sean bienvenidos todos y todas a este lugar sagrado.
Por ser el lugar donde se derramó mucha sangre inocente.
Saludo al señor presidente de la república Don Mauricio
Funes. A la señora primera dama de la nación doctora
Vanda Pignato. Al señor presidente de la Asamblea
legislativa, a los señores diputados, al señor presidente
de la corte suprema de justicia y señores magistrados. A
los señores miembros del cuerpo diplomático.
Saludos con un abrazo fraterno a todas las victimas
y familiares de víctimas y a todas las personas que han
venido hoy hasta El Mozote a acompañarnos en este
histórico acto. Después de 20 años de que finalizó la
guerra por primera vez se hace un acto de desagravio
en El Mozote, reconociendo las graves violaciones a los
derechos humanos que se cometieron en esta tierra
sagrada contra gente inocente.
El operativo denominado “Tierra Arrasada” quitó la
vida a un total aproximado de 936 personas contabilizadas
hasta la fecha. De esas 936 personas, 450 eran menores
de 13 años, siendo 204 niñas y 246 niños. 65 eran
adolescentes de entre 13 y 17 años. 346 eran adultos
entre 18 y 64 años, de los cuales 192 eran mujeres y
154 hombres. 58 eran ancianos de 65 años en adelante,
de los cuales 32 eran mujeres y 26 hombres y 17 eran
personas de edad no identificada.
Esta cruel masacre de ancianos, mujeres, mujeres
embarazadas, niños y niñas se cometió del 10 al 13 de
diciembre de 1981 por el Batallón Atlacatl en el antes
mencionado operativo “Tierra Arrasada”. Empezó por
Arambala, y siguió por Tierra Colorada y El Mozote,
Rancherita, Jocote Amarillo, La Joya, Cerro Pando, Cerro
Ortiz y lugares aledaños. Los asesinaron y los quemaron,
8
eran gente sencilla, gente inocente. La mitad niños y
niñas.
Mis padres, Cesareo Márquez, Geraldina Argueta,
mi hermana embarazada, Hilda Hortensia Márquez,
su esposo José María Márquez, sus dos hijos, Sonia
Dinora, mi hermano Adolfo Arturo de 11 años de edad,
25 sobrinos y 20 ahijados. Los hermanos y hermanas de
mi esposo, José Nino, Máximo, María Mártir, Ceferina,
Margarita, junto con sus esposos y esposas y sus hijos
e hijas, todos menores de edad, todo ellos asesinados,
como tantos familiares de los que hoy estamos aquí
reunidos, cuyos nombres acabamos de escuchar y
seguiremos escuchando después de la ofrenda floral.
A treinta años de este horror, sigue la impunidad.
A treinta años de haber quitado la vida a estos niños y
niñas, y siendo la vida de estos inocentes el futuro de
nuestra comunidad, y, por qué no decirlo, del país. Me
surgen preguntas por qué lo hicieron, cuál fue el daño
que habían hecho, por qué debían morir, por qué todo
esto sigue impune, dónde está la justicia. Ninguno debió
morir. Es más, algunos aún estaban en el vientre de sus
madres. O es que a estos señores no les importa la vida,
o les hubiera gustado que le mataran a sus madres y a
sus hijos. Yo creo que nadie quiere perder a su familia en
estas circunstancias.
Estos campesinos eran personas honestas, trabajaban
mucho para mantener a su familia y no se metían con
nadie. Y los niños estaban esperando la navidad para
divertirse sencillamente, pero en vez de recibir juguetes,
recibieron balas. Por eso estamos pidiendo justicia y
reparación. Nosotros no guardamos rencor ni odio para
esas personas. Queremos perdonar, pero para perdonar
16 de enero en El Mozote
debemos saber el qué y el quién.
Es un acto simbólico importante que el presidente
de la república en nombre del estado, venga a pedir
perdón a todas las víctimas de esta masacre. Es una
acto que las víctimas hemos pedido como medida de
reparación simbólica y nos alegra que se nos reconozca
el dolor y se visibilice tan cruel acto.
Las víctimas tenemos la esperanza de que nuestra
voz se escuche y que el rostro que ustedes ven hoy en
este lugar sagrado no lo olviden y puedan con nosotros
trabajar por la justicia, y porque nunca más se repita el
horror y la impunidad que nosotros hemos vivido.
Pedimos desde aquí, que el acto de perdón no
sea solo un acto simbólico sino que sea el inicio de
una verdadera reparación donde se den acciones que
acompañen la responsabilidad y el reconocimiento.
Estas acciones deben ir de la mano de la verdad y la
justicia.
Vaya un mensaje de esperanza y de amor con la
mirada puesta en el empeño, la verdad, la justicia y
la reparación. Esperamos que el estado cumpla con
las obligaciones de investigación y reparación tan
necesarias para la reconstrucción de la comunidad y el
país. Que esto no quede en el olvido y el silencio. Vamos
a luchar por nuestros seres queridos. Y por construir un
país donde la paz se construya con la justicia.
El Mozote nunca más. Gracias.
Palabras del Padre Rogelio Ponseele que ha
acompañado al pueblo durante todos estos años
Bueno, a mi juicio veo el discurso como muy bueno,
Ha superado al menos mis expectativas porque el
presidente pidió perdón con un sentido humano, no
fue un acto formal únicamente. Y después enfatizo la
verdad, la justicia y la reparación. Y dejó todo un listado
de cosas que piensan hacer dentro de poco, es decir
en estos días. A mí me ha gustado mucho el discurso.
Creo que ha sido un alivio para todas las victimas que
estaban presentes. Es un discurso que nos da ánimo
para seguir adelante. Este evento va crear un ambiente
favorable para retomar la verdad, la justicia y reparación.
Y cabal así ha sucedido.
El presidente dijo algo importante, puso a todas
las instancias que tienen que ver con la justicia ante
a su responsabilidad. Es cierto lo que él dice. Él no
administra la justicia, él es el ejecutivo, puede ser una
pequeña zafada también. Pero si me gustó que puso a
todas las instancias frente a su responsabilidad.
Jamás pensé que ese punto de los militares lo iba a
tocar, porque aquí se toca la fuerza armada. ¿Ha tenido
una plática previa con militares, o es una iniciativa de
él y va a tener que negociar esto con los militares? Me
Pintada que apareció en el caserío El Mozote después de
perpetrada la masacre del 11 de diciembre de 1981
pareció un anuncio bastante atrevido y muy bueno. Es lo
que se debe hacer. Así debe ser, sería algo muy apreciado
por todas las víctimas de El Mozote.
Palabras de David, habitante de El Mozote
Lo del discurso del presidente es cosa bastante
complicada. Lo que más nos parece a nosotros es la
justicia porque es lo que más tocó. Para algunos de los que
implementaron el plan, hay muchos que los lastiman que
esto se hable, pero es la verdad aunque lo nieguen. Pero
esas cosas nunca se pueden borrar. Y la gente que lo vivimos
en carne propia, estas cosas no se olvidan. Como dijo el
presidente, los jueces que estuvieron en aquel tiempo, que
en vez de exhibir el juicio trataron mejor de irlo solapando
que esto no saliera a nivel mundial
Lo que hace falta es justicia, aunque se habla bastante,
pero es lo que más poco hay. Porque lo que se manejaba en
gobiernos anteriores solo de trataba de tapar, de que esto
no se supiera, de negar. Pero hay cosas que no se pueden
negar a nivel nacional e internacional. Porque como se dice,
el sol no se tapa con un dedo. Son cosas grandes.
Soy del cantón, pero cuando sucedió eso tenia 11
años. Nos libramos por una obra del Señor. Aunque vimos
las cortinas de humo negro cuando se estaba quemando
la gente, porque en este lugar no nos retiramos tan largo
cuando fue la matanza. Nos escondimos en el monte, pero
parte de mi familia quedó aquí. Si nosotros no hubiéramos
tratado de ocultarnos, a saber cómo nos hubiera ido. Porque
el único pecado era ser del lugar aunque no perteneciera a
nada. Porque ese operativo era a tierra arrasada, que todo
lo que se movía debía morirse. Pero la verdad de las cosas
no se puede ocultar nada. Ante los ojos del pueblo no se va
a ocultar nada.
9
9
16 de enero en El Mozote
AP Foto/Luis Romero
Discurso del Presidente
Mauricio Funes
Extractos editados
U
na residente de El Mozote y familiar
de víctimas solloza mientras escucha
al presidente Mauricio Funes.
Agradezco a Dios que me ha dado la oportunidad de estar aquí
para realizar uno de los actos más importantes de mi gestión
gubernamental y de mi labor como presidente de la República. El acto
de dar a conocer al país y al mundo entero uno de los hechos que
por su magnitud y su barbarie constituye uno de los episodios, sino
el episodio más trágico, oscuro y tenebroso cometido contra civiles,
especialmente niños y niñas y mujeres durante el conflicto armado.
Estoy convencido de que la mejor manera de celebrar
el 20 Aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz es
avanzando en el reconocimiento de la verdad y hacer valer
la justicia. Por eso iniciamos una búsqueda consensuada
de medidas morales y materiales que alivien el dolor y
mejoren las condiciones de vida de las víctimas y sus
familiares.
Justicia que busque y promueva la verdad. Justicia
que otorgue resarcimiento; justicia que acabe con la
impunidad; justicia que genere igualdad de oportunidades
y contribuya a erradicar la pobreza; que reconozca
derechos por igual al de abajo y al de arriba, al hombre
y a la mujer, al que lo tiene todo y al que no tiene nada o
casi nada. En suma: justicia en igual medida para todos
y todas.
En el país, amigos y amigas, no ha habido justicia porque
quienes debieron plasmarla no lo hicieron por diversas
razones. Ni los gobernantes, en lo que les correspondía,
ni los jueces, que tenían la suprema responsabilidad de
no dejar impune el crimen, cumplieron con su deber.
Aquí, como acabamos de escuchar, en tres días y tres
noches, se perpetró la más grande masacre contra
civiles de la historia contemporánea latinoamericana.
Aquí se exterminó a casi un millar de salvadoreñas y
salvadoreños, la mitad de ellos niños menores de 18
años. Aquí se cometió el peor de los pecados, del que
hasta hoy –como Estado, pero también como sociedadno nos habíamos arrepentido.
Por esa masacre, por las aberrantes violaciones de los
derechos humanos y por los abusos perpetrados, en
nombre del Estado salvadoreño pido perdón, como
Presidente de la República y Comandante General de la
Fuerza Armada, pido perdón a las familias de las víctimas
y a las comunidades vecinas.
Pido perdón a las madres, padres, hijos, hijas, hermanos,
hermanas que no saben hasta el día de hoy el paradero
de sus seres queridos.
Pido perdón al pueblo salvadoreño que fue víctima de
este tipo de violencia atroz e inaceptable.
Este pedido de perdón, que no pretende borrar el dolor,
Aquí, en El Mozote y comunidades vecinas, hace poco es un acto de reconocimiento y de dignificación de las
más de 30 años, se consumó una desmesura criminal víctimas de esta tragedia.
que se pretendió negar y ocultar sistemáticamente. 10
16 de enero en El Mozote
Este pedido de perdón, es expresión de nuestro
compromiso para resarcir moral y materialmente, en la
medida en que las arcas del Estado lo permitan, a los
familiares de las víctimas.
Este pedido de perdón, es también, un acto de
responsabilidad ante el pueblo salvadoreño y
ante la historia porque en la medida en que se
reconoce la verdad y se actúa con justicia, se
construyen las bases de la paz y la convivencia.
A esta descripción de los hechos y al pedido de perdón,
quiero agregar que ha habido responsabilidades
específicas que deben citarse, de acuerdo con lo
expresado por el informe de la Comisión de la verdad. De él surgen responsabilidades: el Teniente
Coronel Domingo Monterrosa, comandante de
aquel Batallón; su segundo al mando, el Mayor
José Armando Azmitia Melara; Jefe operativo, el
entonces Mayor Natividad de Jesús Cáceres Cabrera,
y otros, mencionados por la Comisión de la Verdad.
En virtud de ello, he resuelto a partir de este día, instruir
como Comandante General de la Fuerza Armada a la
institución la revisión de su interpretación de la historia
a la luz de este reconocimiento histórico que hoy en
nombre del Estado salvadoreño y como Comandante
General formuló.
Similar llamado, en mi condición de Jefe de Estado y
Presidente de la República, al liderazgo político del país, a
todos los partidos políticos para que no exalten nombres
de personajes que pudieron haber estado vinculados a
violaciones de los derechos humanos ni acciones que
hubieren provocado muerte y sufrimiento y que, lejos de
contribuir a la creación de una cultura de paz, fomentan
la polarización y la división de la sociedad salvadoreña.
Me corresponde como Jefe de Estado, iniciar un
proceso de reparación moral y material y de creación de
condiciones, para que este tipo de hechos abominables no
se repitan más en el país, pero no es mi responsabilidad,
ni mi atribución administrar justicia.
Por ello, ante el pueblo, ante los habitantes de esta zona
masacrada hace 30 años, pido a todos los miembros
del Órgano Judicial y del Ministerio Público que revisen
conductas del pasado que impidieron el reconocimiento
de la verdad y hacer justicia.
Hay sectores que demandan la derogatoria de la Ley de
Amnistía y es una pretensión válida, sin embargo, como
Presidente de la República respetuoso de la independencia
de los poderes del Estado, me corresponde reconocer
que la sentencia de inconstitucionalidad 27-98, de la Sala
de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia,
deja sin efecto jurídico la mencionada ley, cuando ella
constituya un factor de impunidad a las graves violaciones a los derechos humanos.
Por ello, como Jefe de Estado, pido también a las
organizaciones civiles y a las autoridades nacionales
involucrados en el tema de justicia, particularmente
a la Fiscalía General de la República y a los jueces y
magistrados del Órgano Judicial, que contribuyan con
su acción a favorecer el combate de la impunidad en el
país.
Y pido a los miembros actuales y futuros de la Asamblea
Legislativa que legislen con sabiduría, que revisen lo que
haya que revisar, para impedir la impunidad. Y que legisle
lo que deba legislarse para garantizar la justicia y para
facilitar el proceso de reconciliación y paz en nuestro país.
El presidente Mauricio
Funes visita junto a su
esposa Vanda Pignato
y otros funcionarios,
el lugar donde están
ubicados los nombres
de las víctimas de la
masacre de El Mozote.
Tomado de noticias.net,
31 de enero 2012.
11
16 de enero en El Mozote
El Mozote: verdad, justicia y reparación
Carlos Ayala Ramírez
Foto tomada de The Crispal Blog
L
os huesos y dientes de la familia
Márquez aparecieron el 12 de
noviembre de 2010, luego de
que un albañil cavara una zanja en
donde se levantaron las bases de una
casa de concreto.
Entre el 11 y el 13 de diciembre de 1981, el batallón
Atlacatl, el primer batallón de reacción inmediata del
Ejército, equipado y entrenado por Estados Unidos,
masacró a más de mil personas en seis cantones,
localizados en las municipalidades de Meanguera y
Joateca, en el departamento de Morazán. Según el
Informe de la Comisión de la Verdad, los oficiales al mando
del batallón Atlacatl en el momento de la operación
fueron el teniente coronel Domingo Monterrosa, el mayor
Natividad de Jesús Cáceres, el mayor José Armando
Azmitia; los comandantes de campaña Juan Ernesto
Méndez, Roberto Alfonso Mendoza y José Antonio
Rodríguez; y los capitanes Walter Salazar y José Jiménez.
Por esta masacre y por las aberrantes violaciones de
derechos humanos cometidas por instancias del Estado
en tiempos de la guerra, el presidente Mauricio Funes
pidió perdón a las familias de las víctimas. El hecho en sí
mismo tiene una importancia histórica y humana porque
se comunica verdad sobre los hechos y se dignifica a
las víctimas. Además, se hace en el contexto del veinte
aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz, cuyo
espíritu inicial fue refundar la sociedad salvadoreña
sobre la verdad, la justicia y la democracia. En definitiva,
la acción del Presidente fue por lo menos un acto de
desagravio y de reivindicación moral para las víctimas
frente a sus verdugos del pasado.
En lo que respecta a la verdad de los hechos —cuyos
datos están bien fundamentados y son conocidos desde
hace años—, la petición de perdón pronunciada por
el Presidente incluyó el reconocimiento de que tropas
del batallón Atlacatl asesinaron a cerca de un millar de
personas no combatientes, la mayoría niñas y niños; la
12
aceptación de que dicha masacre fue un crimen de lesa
humanidad que se pretendió negar y ocultar de forma
sistemática; la referencia explícita de los responsables,
entre ellos el teniente coronel Domingo Monterrosa;
la convicción de que no se puede seguir enarbolando
y presentando como héroes de la institución militar y
del país a personas que estuvieron vinculadas a graves
violaciones a los derechos humanos; y la necesidad de
que, como Estado y sociedad, se expresara públicamente
arrepentimiento por semejante barbarie.
Por otra parte, en lo que toca a la dignificación de las
víctimas y sus familiares, el Presidente hizo al menos 9
compromisos. Entre ellos, iniciar un censo que permita
conocer el número exacto de víctimas, así como las
necesidades más apremiantes y los principales problemas
que enfrentan las comunidades de la zona; declarar como
bien cultural el sitio donde ocurrió la masacre; responder
de manera inmediata a los principales padecimientos
físicos y psicológicos que sufren muchas víctimas;
implementar una serie de medidas de apoyo a los
sectores productivos del lugar; y desarrollar en el norte
de Morazán el segundo emprendimiento de Territorios de
Progreso.
El gesto del Presidente, por tanto, parece ser más
que un acto simbólico; tiene características de ser un
verdadero programa que repare, restituya, rehabilite y
compense a las víctimas y sus familiares. No obstante,
padece de vacíos o ausencias. Citamos al menos tres. En
primer lugar, el Presidente no hizo ninguna alusión a las
reiteradas recomendaciones y solicitudes de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, orientadas a que
el Estado realice acciones para derogar la ley de amnistía
El Mozote
Foto tomada de Optical Realities
Rufina Amaya,
sobreviviente.
vigente desde marzo de 1993, que sigue siendo fuente
de impunidad y negación de justicia para las víctimas.
En segundo lugar, la ausencia de compromiso para
promover la integración de la legislación interna a
importantes tratados internacionales de derechos
humanos que pueden garantizar la no repetición de
hechos considerados de lesa humanidad. Finalmente,
—y quizás más difícil de realizar— no pocos esperaban
que el Presidente se comprometiera a abrir los archivos
de la Fuerza Armada para que puedan ser examinados
por los representantes de las víctimas, que también
reclaman verdad y justicia por violaciones de derechos
humanos por parte de organismos del Estado.
En suma, buscar verdad y justicia, y resarcir en
la medida de lo posible los daños cometidos son
condiciones necesarias que saldar las deudas con
el pasado y construir la paz en el país. Cierto es que
las violaciones flagrantes de los derechos humanos
que estremecieron a la sociedad salvadoreña y a la
comunidad internacional no fueron realizadas solamente
por miembros de la Fuerza Armada, sino también
por los insurgentes. Pero no menos cierto es que en
cantidad y en gravedad la mayor responsabilidad recae
sobre los militares de esa época. Algunos preferirían
que no se hablara de estos temas, menos en el contexto
de la conmemoración de los Acuerdos de Paz. Siguen
creyendo que el olvido y la ley de amnistía son factores
necesarios para superar las heridas del pasado. Los
que así piensan no son realistas ni éticos, porque ni
el pretendido olvido ni la ley de amnistía han logrado
cerrar las heridas causadas por tanto sufrimiento.
Además, está suficientemente demostrado que sin
verdad, justicia, reparación y perdón estaremos muy
lejos de una verdadera reconciliación nacional, uno de
los principales objetivos que se trazaron en los Acuerdos
de Paz; meta que a veinte años de la firma sigue siendo
asignatura reprobada. La acción de desagravio hecha
por el presidente Funes en El Mozote ha dado paso
nuevamente al grito profundo de “nunca más” a los
crímenes contra la humanidad y al encubrimiento y la
impunidad.
Coronel José Domingo Monterrosa Barrios, a la derecha, junto
al teniente coronel Sigifredo Ochoa Pérez. Santa Clara, San
Vicente, 1983. Foto pública tomada del
muro de ASVEM en Facebook
Crónicas de Guerra...
Historias Prohibidas
“...Los asesinatos se llevaron a cabo de un manera
previamente meditada, todo estaba planeado con mucha
anticipación. Primero, los hombres fueron torturados
con la intencion de obtener información que estos no
tenian y después eran asesinados. La mayoría de mujeres
primero eran violadas y luego asesinadas. Cientos de
niños fueron los últimos en sufrir la rabia del Coronel
Monterrosa quien estaba a cargo del batallón Atlacatl,
su batallón. Un niño que pudo escapar comentó más
tarde haber visto a su hermano de dos años colgando
de un árbol. Rufina Amaya Marquez, única sobreviviente
de la matanza de EL MOZOTE, y quien falleció el 17
de marzo del 2007, en sus declaraciones dijo haber
escuchado a soldados quienes se resistían a asesinar a
los niños, pero que sus superiores les amenazaban con
matarlos a ellos mismos si no obedecían las órdenes.
Rufina Amaya, perdió a sus cuatro hijos y su esposo
en la masacre. En sus relatos dijo que por cosas del
destino pudo esconderse entre la maleza y desde allí
pudo escuchar cuando sus propios hijos lloraban y
pedían ayuda antes de ser asesinados por los soldados.
Muchas de las mujeres con sus niños en brazos fueron
encerrados en la iglesia local, desde afuera los soldados
del batallon Atlacatl dispararon tantas veces que después
los cuerpos eran casi irreconocibles. Finalmente, todas
las casas de EL MOZOTE fueron quemadas y con ellas
también fueron quemados los cadáveres y personas que
aún estaban con vida, personas que habían sobrevivido
a las balas, el fuego fue su fin”.
http://diego-delcid.blogspot.com,
“Vida, pasión y muerte de Monterrosa”, 31/01/2012
13
Acuerdos de Paz
En qué hemos fallado
José María Tojeira
Llevamos 20 años celebrando los Acuerdos de Paz.
Vencimos la guerra a través del diálogo y la buena
voluntad de la gran mayoría de nuestra gente. Pero
somos con frecuencia tan obstinados en nuestras
propias limitaciones y errores que, efectivamente, salir
de la guerra debemos verlo como un gran triunfo de lo
humano y de nuestro propio sentido de humanidad. Sin
embargo, la violencia sigue teniendo un peso cultural
excesivo. Los muertos se multiplican, y en ninguno de los
años de la postguerra hemos conseguido bajar el número
de homicidios de una cifra que supera tres veces, y en
ocasiones hasta seis, la calificación de epidemia que hace
la Organización Panamericana de la Salud calculando el
número de muertes al año por cada cien mil personas.
Releyendo los Acuerdos de Paz vemos algunas
dimensiones en las que sus semillas pacíficas no
alcanzaron a dar fruto. Se hablaba en los Acuerdos de
impulsar un desarrollo económico y social por la vía de la
concertación. Pero los esfuerzos fueron escasos, cuando
no nulos. El único esfuerzo serio al respecto lo hizo el
presidente Calderón Sol con sus amplias discusiones
sobre lo que debía ser un Plan de Nación. Pero su sucesor
en la Presidencia prefirió dolarizar la economía y olvidarse
del esfuerzo y trabajo colectivo previo. De un esfuerzo de
concertación para el desarrollo del país se pasó a una
política económica duramente neoliberal, que no hizo
sino agravar la situación de estancamiento del país.
Si los Acuerdos de Paz hablaban de superación de la
impunidad, lo primero que se hizo al conocerse la barbarie
que reflejaba el informe de la Comisión de la Verdad fue
dictar una ley de amnistía, creyendo que con el “perdón y
olvido” se sanaban automáticamente las heridas. Si bien
los pasos después de un conflicto civil deben ser verdad,
compensación a las víctimas, justicia y establecimiento
de mecanismos de reconciliación, en El Salvador se nos
impuso desde el poder, e incluso desde la amenaza, una
reconciliación por ley que eliminaba los pasos adecuados
para llegar a purificar la memoria de todos los elementos
de odio, mentira y brutalidad de la guerra. Solo desde
el proceso descrito se pueden dar pasos eficaces hacia
una auténtica reconciliación, basada en la capacidad
humana, y en nuestro caso también cristiana, de perdón.
El fortalecimiento de la democracia, como sistema
de convivencia social y de instituciones adecuadas, fue
otro de los grandes elementos e impulsos que dieron a
nuestro país los Acuerdos de Paz. Aunque no hay duda
14
de que en este punto es donde hubo mejores logros y
continuidad, hubo sus más y sus menos en el proceso. La
Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos
se vio en algunos momentos enfangada en el lodo de la
corrupción. La PNC se manejó en ocasiones demasiado
discrecional y políticamente, sin dotársele de los recursos
adecuados y favoreciendo la corrupción interna. El
sistema judicial fue maltratado y distorsionado por los
intereses políticos, creando Cortes Supremas donde
abundó el prevaricato, la despreocupación por la ley e
incluso algunas formas de corrupción.
Todos debemos en estos días, examinar las dinámicas
que nos llevaron a interrumpir o a poner limitaciones
severas a ese gran primer momento de logros unánimes
en la construcción de la paz. La paz se construye sobre
la justicia, sobre el diálogo, sobre el desarrollo sin
desigualdades estridentes. La injusticia y la violencia, al
contrario, se construyen desde el egoísmo personal y la
irresponsabilidad social, desde la falta de inversión en
la gente, desde la negativa a escuchar el clamor de los
pobres, desde la desigualdad hiriente entre quien puede
derrochar en múltiples lujos mientras la mayoría de la
población pasa apuros serios, cuando no graves, en su
economía. Al igual que tras la lucha a favor de la paz hay
nombres ilustres, también la injusticia y la violencia tienen
nombre y apellido, a veces ocultos en denominaciones
genéricas, como narcotraficantes, machistas violentos,
empresarios sin conciencia social, profesionales que
ponen el afán desmedido de lucro por encima de la
solidaridad, jóvenes capturados por la cultura de la
satisfacción inmediata de los deseos.
Examinar los fallos, ser autocríticos, comprometerse
con un cambio que nos lleve a recuperar aquel profundo
impulso ético que estaba detrás de los Acuerdos de Paz,
es hoy más necesario que nunca. El Presidente de la
República ha dado un buen ejemplo yendo al Mozote,
reconociendo la verdad y comprometiéndose con una
serie de medidas que cambian la dinámica de olvido y
negativa de lo que en aquellas tierras y a nuestras gentes
les sucedió. A todos nos quedan cosas por hacer en este
tema de conseguir para nuestro país una paz con justicia.
En la medida en que con honradez reconozcamos nuestros
fallos, personales e institucionales, y recuperemos lo
mejor de nuestro pueblo, que es su ansia de paz, justicia
y desarrollo, el futuro será mejor para todos. Si nos
quedamos en la celebración sin dar paso a la acción, las
cosas seguirán como siempre. Es decir, mal.
La PNC y Los Militares
El juego del quita y pon
Editorial Radio YSUCA
La creciente presencia de militares en la Policía
Nacional Civil, aunque se mantenga la teoría de que
por estar en reserva son civiles, chirría y no concuerda
adecuadamente con el texto constitucional. Darle
de baja a un militar para ponerlo inmediatamente
al frente de la Policía no casa muy bien con la
calificación “independiente de la Fuerza Armada”
que atribuye la Constitución a nuestro cuerpo
policial. Y contrasta todavía más con dicho texto
que, a la hora de argumentar sobre los méritos del
general Salinas para dirigir la PNC, solo se alabe su
actuación frente a la delincuencia mientras era oficial
en la Fuerza Armada. Que la Constitución afirme
que el Presidente podrá disponer “excepcionalmente
de la Fuerza Armada para el mantenimiento de la
paz interna, la tranquilidad y la seguridad pública”
(artículo 212) tampoco parece demasiado coherente
con nuestra realidad actual. La excepción se está
convirtiendo en regla. Y los nombramientos para
actividades reservadas a los civiles de generales
retirados que ostentaban cargos importantes en la
Fuerza Armada aumentan la percepción ciudadana
de que el tema seguridad se está dejando cada vez
más en manos de los militares.
Por otra parte, la dimisión de la directora de la
Inspectoría de la PNC, Zaira Navas, y la negativa
sistemática a que esa instancia pase a depender del
Ministerio de Justicia y Seguridad Pública tampoco
son buena noticia. Navas se distinguió por investigar
a fondo casos de corrupción o de abuso policíaco, a
pesar de los pocos recursos y de la poca colaboración
de los jefes de la PNC, incluidos algunos que se
consideran cercanos al FMLN. Su salida puede verse
como un paso más hacia la legitimación del uso y
abuso de la fuerza como estrategia policial. Si esto
se une a la mayor presencia de militares, es lógico
que aumente la preocupación de una ciudadanía
que insiste generalmente más en la prevención que
en la fuerza bruta a la hora de dar pasos serios para
contener el delito.
El uso de la baja y el alta de los militares, de un
modo un tanto caprichoso, aumenta la preocupación.
La Fuerza Armada no puede convertirse en una
institución de quita y pon. Cuando me conviene doy
la baja, cuando me conviene doy el alta, aunque a
veces dé la impresión de una dulce y suave venganza
como en el caso del coronel Ochoa Pérez. Convertir
al Ejército en un instrumento básico y discrecional
para solucionar los problemas del país, sea el de la
violencia, o sea el de la protesta pública de un coronel
retirado, no es lo más coherente con el esfuerzo por
mantener tranquilos en sus cuarteles a los miembros
de la institución castrense. Si los militares retirados
fallan, la lógica de utilización creciente de la fuerza
que se ha seguido puede recomendar que se acuda
a los militares en activo. Y así hasta llegar a quién
sabe dónde.
Es evidente que hay que invertir más en seguridad.
Es cierto también que hay que invertir más y mejor
en la PNC. Es obvio que hay que examinar el porqué
la Policía se ha visto en tantos aspectos superada
por el delito. Pero no es para nada claro ni evidente
que los militares estén preparados para enfrentar el
reto de la seguridad. Agotar primero el análisis de la
situación de la PNC y reforzar los puntos y aspectos
en los que se encuentren debilidades es un primer
paso, antes de jugar a poner militares, rayando
temas constitucionales. El actual Ministro de Justicia
y Seguridad Pública ya ha comenzado a lavarse
las manos señalando dificultades en la Fiscalía
General de la República y en el sistema judicial.
¿Habrá que poner militares retirados también en la
Fiscalía? Hacer un análisis integral del problema de
la seguridad no es difícil, pues hay ya mucho trabajo
hecho. Lo que ha faltado hasta ahora es voluntad
política, o bien por falta de recursos económicos o
bien por miopía. Irse a la solución más barata, el uso
de la fuerza, es entrar en el riesgo de una espiral de
violencia y en un aumento del autoritarismo en el
campo político.
15
Homenaje
“Dios mío, ¿dónde estás?
No me oyes para remedio de tus pobres”
José Ignacio González Faus, enero 2012.
Homenaje a Gustavo Gutiérrez
Gustavo Gutiérrez durante su participación en el Congreso de Teología,
en la UCA, marzo 2010.
Sin muchos preámbulos quisiera, en este
homenaje, señalar cuatro rasgos que pueden
resumir la aportación teológica de Gustavo Gutiérrez.
1.- No hay salvación sin trabajo por la liberación.
El primer rasgo es haber planteado desde el principio el
problema de las relaciones entre liberación histórica y
salvación ultrahistórica.
Un cristianismo desfigurado había reducido la fe a una
esperanza en el más allá, donde el más-acá de nuestra
historia sólo servía para merecer o comprar el billete de
ese más allá. Semejante cristianismo chocaba con la
pregunta central de Gustavo: “¿cómo hablar de un Dios
Padre a aquél que ni siquiera es hombre?”, volviendo
casi imposible la evangelización de los pobres que es
distintivo de la misión de Jesús (Mt 11,5; Lc 4,18). Y
además, desfiguraba y desvalorizaba la Resurrección de
Jesús cuya enseñanza es que la salvación escatológica
ha de ir gestándose y anticipándose ya en esta historia.
De este tema que Gustavo planteó ya en su primera
Teología de la liberación, brotó después el lema tan
extendido en una América Latina asolada por la injusticia:
“sin in-surrección no hay re-surrección”.
16
2.- De “la fuerza histórica de los pobres” a “Los
pobres de Jesucristo” La primera expresión es título de
otra de las obras primerizas de Gustavo. La constatación
de una fuerza histórica de los pobres podía ser un dato
de la situación de aquellas horas. Pero es evidente que
esa fuerza histórica se desvaneció poco después por
la reacción del imperio del dios Dinero. Gustavo pasó
entonces a hablar de “los pobres de Jesucristo” en el título
de su espléndida obra (quizás la mejor) sobre Bartolomé
de Las Casas. La fuerza teológica de los pobres compensó
su pérdida de fuerza histórica.
Con ello se dio relieve a otra de las tesis más decisivas
de la teología de la liberación: que el problema de los
pobres y la eliminación de la pobreza no es meramente
un problema ético: es primariamente una cuestión
cristológica y por tanto también un asunto teologal en
el que nos jugamos la verdad de Dios o la idolatría. Por
eso, cuando más tarde aprovechando la caída del Este,
se lanzó la pregunta capciosa de qué queda de la teología
de la liberación, el obispo Casaldáliga pudo responder
sencillamente: quedan los pobres y queda el Dios de los
pobres. O sea: queda todo.
Homenaje
En este punto quizá se estudie algún día la influencia
de Guamán Poma en algunas formulaciones de Gustavo.
Sospecho que el estudio valdría la pena. Yo me limito a
sugerir una comparación entre dos canciones “de iglesia”:
a) el himno final de la misa salvadoreña canta: “cuando
el pobre crea en el pobre… construiremos la fraternidad”
y podremos cantar libertad etc. b) En cambio, otra
conocida canción de la época (“Pequeñas aclaraciones”),
parte de un presupuesto similar (cuando el pobre nada
tiene y aún reparte, cuando un hombre pasa sed y agua
nos da…), pero no deduce de ahí ningún pronóstico
histórico sino un juicio teológico: no se dice que entonces
construiremos nada sino que “va Dios mismo en nuestro
mismo caminar”. Con ello, otra vez, la teología y la praxis
de la liberación se convierten en experiencia espiritual.
Esa es la fuerza teológica de los pobres. Y ya que
hemos citado a Las Casas, completemos diciendo que el
gran dominico no sólo es ejemplo por su defensa profética
de los derechos de los oprimidos (y más si son oprimidos
en nombre de Dios), sino también por su concepción de
la evangelización (ésta sí que verdaderamente “nueva”):
porque “Cristo concedió a los apóstoles solamente la
licencia y autoridad de predicar el evangelio a los que
quieran oírlo; pero no la de forzar o inferir alguna molestia
o desagrado a los que no quisieran escucharlo”. Y, a su
vez, “la Iglesia no tiene más poder en la tierra que el que
tuvo Cristo”,
3.- “Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente”
Esa fuerza teológica de los pobres se despliega en el
título de la obra quizás más conocida de Gustavo. Se
trata de un breve comentario al libro de Job, que evoca
el espléndido verso de César Vallejo (“Dios mío estoy
llorando el ser que vivo”), gran poeta peruano muy
citado en esta obra. Gustavo pone de relieve cómo toda
teología que pretenda hablar y especular sobre Dios al
margen del dolor de este mundo (sobre todo del dolor
injusto) se convierte en un lenguaje comparable al de los
amigos de Job, “consoladores inoportunos” e intachables
“ortodoxos” de un dios falso, al que creen poder defender
a costa del sufrimiento de su amigo.
Pero con ello no hacen más que ofender a Dios, hablar
falsamente de Él y convertir su presunta ortodoxia en
una blasfemia, hasta verse desautorizados por el mismo
Dios al final del libro. En cambio Job, protestando contra
la injusticia que se comete contra él, es un testigo más
veraz de Dios que todos los que “se acostumbran” a esa
injusticia. Esa injusticia le ayudará a salir de sí y de su
dolor ante el drama del sufrimiento injusto del mundo,
a comprender que no hay nada que justifique el dolor
injusto de un ser humano.
Con delicadeza y buenas palabras, creo que pocas
veces se ha dado un aviso tan serio a toda esa teología
meramente académica que se está queriendo revitalizar
entre nosotros a raíz de la involución eclesial y que, so
capa de ortodoxia, está elaborando una idolatría o una
reflexión sobre un dios falso. Y deja planteado a la Iglesia
el más decisivo de todos sus problemas: el de la identidad
de Dios, deformada tantas veces por los creyentes y causa
(según Vaticano II) de buena parte del ateísmo moderno.
Conocer a Jesús es seguir a Jesús han dicho con
frecuencia los teólogos latinoamericanos. Y hablar de
Dios implica un “practicar a Dios” según expresión de
Gustavo. Job es llevado a una experiencia de gratuidad
que le deja desconcertado ante su propio dolor, pero le
mueve proféticamente a trabajar contra todo el dolor del
mundo. Teología y santidad (como la justicia y la paz) se
besan para Gustavo.
4.- Fidelidad eclesial. Por desgracia, como no podía
ser menos, Gustavo se vio denostado y perseguido por una
curia romana cada vez más ciega y que pretende articular
en todo el episcopado mundial una confirmación de su
ceguera. No ha sido el único en nuestro hoy ni en nuestro
ayer: ciñéndonos al ámbito hispanohablante ¿habrá que
evocar que santos y doctores de la Iglesia, como Juan de
Ávila, Teresa de Jesús, Luis de Granada o el arzobispo
Carranza, vieron puestas en el Índice de libros prohibidos
algunas de sus obras y soportaron dificultades con la
inquisición?.
Pero lo que aquí merece ser destacado es la fidelidad
y ejemplaridad de la reacción de Gustavo, en medio de
dolores absurdos que sólo él conoce. He evocado otras
veces cómo en Madrid, en un congreso de teología,
ante preguntas capciosas que pretendían plantearle una
opción entre la Iglesia y los pobres, Gustavo se negó a
aceptar el dilema y confesó que él amaba a esta iglesia
pecadora “con un amor de antes de la guerra”.
Buen punto de referencia para muchos que hoy han
compartido su mismo destino crucificado. Y buena
lección histórica sobre la fecundidad del seguimiento
crucificado de Jesús de Nazaret, que confirma lo que
ocurrió con Lagrange, Rahner, Congar, De Lubac… y
otros mártires de la teología del preconcilio Vaticano II,
reivindicados luego en el concilio.
Las peripecias y los vericuetos de esa fidelidad (que
necesitó también la astucia de las serpientes sin perder la
sencillez de las palomas) no son para ser evocados aquí
y son suficientemente conocidos. Sólo una palabra de
gratitud para los hijos de Santo Domingo que salvaron
para la Iglesia esta pequeña joya y permitieron a Gustavo
convertirse en hermano de su querido Bartolomé de Las
Casas.
17
Campaña Electoral
¿Y nuevamente elecciones?...¡Pobre El Salvador!
www.uca.edu.sv/publica/cartas
Mauricio Iraheta
Miro la propaganda electoral en la TV y la escucho en
la radio. Y me pregunto: ¿en qué galaxia habito? Quedo
preguntándome si el desfile enfermizo de candidatos
difiere mucho de la presentación de los gladiadores
preparados para disputar el derecho a la vida en el Coliseo
de Roma.
Hay tantas burradas, tantas promesas inconsistentes,
tantas ofensas a la lengua patria, que llego a
preferir un paseo por el zoológico, donde se puede
apreciar, de jaula en jaula, la variedad de animales
sin la incomodidad de escuchar tanta tontería.
Claro que incontables aparatos de TV y de radio
desconectados en el horario electoral significan un
mensaje obvio: ¡reforma política ya! Como no sucederá
inmediatamente, todo indica que, de nuevo, a partir del
2012 veremos nuestra representación política -en las
Asambleas Legislativas y Alcaldías- integrada por figuras
respetables, competentes, éticas, hombro a hombro con
el bestiario: políticos elegidos no por lo que representan
como promotores del bien común sino por su fama en los
medios, en la farándula y en el jolgorio general.
¡Pobre El Salvador! ¿De quién es la culpa? ¿Del
elector? No estoy de acuerdo. La culpa es de los
partidos que aceptan filiaciones irresponsables,
funcionan como lemas de alquiler, abren sus puertas
a los recaudadores de votos, meros candidatos para
robustecer la bancada partidaria en el Poder Legislativo.
No importa si el elegido no habla más que con los
suyos. Lo que importa es recoger votos en cantidad.
Eso revela algo muy grave: los partidos representan cada
vez menos a una parte o segmento de la sociedad. Se
representan a sí mismos. Se han convertido en clubes
políticos destinados a beneficiar a sus socios. Viven
separados de la base social, se precian de no tener
ideología, sólo intereses, y en todo lo que hacen buscan,
en primer lugar, reforzar su propio poder y apellido. Y
funcionan sobre la base de acción entre amigos, pues
quien resulta elegido trata de nombrar a quien no fue
elegido para un cargo público bien remunerado.
El Salvador necesita urgentemente una reforma de
su sistema político. No basta con cambiar las reglas
del juego. Se hace necesario modificar la actual cultura
política, fundada sobre el compadreo y el nepotismo
(¿cómo puede un ministro incorporar familiares a la
máquina de gobierno?), sobre el tráfico de influencias,
sobre el uso de los recursos del Estado para beneficio
propio.
18
¿Quién se hace representar en nuestro poder legislativo?
La élite, el agronegocio, los lobbies de armas, drogas y
de bebidas alcohólicas, de la devastación de nuestros
recursos naturales y de la apertura irresponsable del país
al capital extranjero. Ésta es la minoría de la población,
poderosa, pero minoría.
¿Quién representa a los pobres y sin techo? ¿Quién
representa a los que padecen la falta de salud y de
educación? ¿Quién representa a los pueblos indígenas,
a las personas con necesidades especiales, a los jóvenes,
a los ancianos? ¿Quién representa a los movimientos
populares?
Introducir una nueva cultura política es crear
mecanismos de control civil del poder público, de
modo que se pueda frenar la corrupción, castigar a los
que actúan a contrapelo de las leyes y combatir todo
eso que, en la estructura socioeconómica salvadoreña,
favorece y fortalece diferentes formas de desigualdad.
La revocabilidad de los mandatos, sobre todo en los casos
de corrupción comprobada, debiera figurar como principio
pétreo en nuestro sistema político. ¿Por qué permitir que
una misma persona pueda presentarse indefinidamente
como candidato (diputados y alcaldes) perpetuándose en
la política? Nadie debiera tener derecho a más de dos
mandatos sucesivos en la misma función.
Para avanzar rumbo a una democracia participativa
El Salvador necesita reformular su sistema de
comunicación, de manera que se posibilite el acceso
de los sectores populares a la libre expresión;
promover plebiscitos y consultas populares; adoptar el
financiamiento público de campañas electorales; crear
mecanismos de control social de las políticas económicas
y del presupuesto.
¿Cómo hablaremos de democracia si en plena
campaña apenas algunos tienen derecho a participar
en los debates de la TV? ¿Y los demás? Fueron legal y
legítimamente presentados por sus partidos. No importa
que sean partidos enanos. El elector tiene derecho a
conocer las propuestas de todos los que son oficialmente
candidatos a funciones ejecutivas.
Es hora de no sólo oír lo que tienen que
proponer los candidatos sino de que los
movimientos sociales y sus congéneres les
presenten a ellos sus propuestas y sugerencias.
La autoridad es el pueblo, del que los políticos son meros
servidores.
Poesía
Salmo de Juan Bruno Monge, Arcatao
Han partido almas y corazones las bayonetas.
Se ha bordado con sangre la historia del planeta.
El mundo: es un campo de batalla.
No dejan de masacrar las metrallas.
Rosas de sangre señalan millones de tumbas.
Los cielos cierran sus ojos para poder llorar
amargamente.
Y algún angelito rezagado
Aleteando muy asustado,
Va dejando rostros de tristeza,
Mientras vuela apresuradamente
A posarse sobre el epitafio del hijo que está ahí
yaciente.
La anticristiana y cruel violencia,
Cegó esa feliz existencia.
¿Por qué? ¿Por qué espíritu del maligno se han
apoderado?
de las mentes, de los corazones, de las vidas, de
los pueblos y de los destinos?
¿Por qué el derecho omnipotente de los unos
sobre los otros?
¿Por qué se ha sembrado tanto luto en campos
montañas y ciudades?
¿Por qué hay hoy violencia por doquier?
¿Hasta cuándo te esconderás de mi?
¿Hasta cuándo Dios nos olvidarás?
Los delincuentes andan hoy sueltos.
La sangre mártir clama justicia.
¡Oh Señor! ¡Oh Dios omnipotente!
Dios, salvador y creador nuestro: que se encienda
la llama de las más grande revolución que el
mundo ha conocido, que nunca vio jamás: La
que produzca el hombre nuevo.
Porque este hombre y esta mujer actual
quedaron sin valores humanos,
morales, éticos y cristianos.
Tu Señor, que nos has sostenido en nuestra
angustia y tribulación
y nos salvaste en la persecución:
de todos nosotros ten compasión.
Y en esta hora de obscuridad,
de violencia, de martirio y de maldad,
profecía, de pascua, danos paz.
Paz para toda la humanidad.
Que las montañas y las colinas
traigan la paz, la justicia de Dios, al pueblo,
que venga ya tu Reino.
Este texto es un salmo personal realizado para una
tarea escolar de Juan Bruno Monge, agente de pastoral
de Arcatao, quien concluyó su proceso formativo en la
escuela de Teología Pastoral de Chalatenango. Lo leyó
en la clausura de la misma en Diciembre del año recién
pasado. El salmo es una expresión de fe enraizada en
la historia personal y colectiva desde el corazón de un
campesino salvadoreño consciente de la irrupción de
Dios en su caminar, conmovido por el conflicto de la
guerra y ahora interpelado por la sinrazón de la violencia
delincuencial que segó la vida de un menor en su
comunidad.
Suscripción de Carta a las Iglesias
El Salvador:
Personal
Correo
$ 4.00
$ 8.00
Centroamérica y Panamá $ 20.00
Norte y Suramérica
$ 25.00
Europa y otras regiones $35.00
Precio por ejemplar
$ 0.35
Si desea más información, puede ingresar a nuestra página web: www.ucaeditores.com.sv o escríbanos a la dirección
electrónica: [email protected] Tel. 22106600, Exts 240,241,242, Telfax: 503- 22106650
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Miguel Cavada Diez. Primer aniversario, 6 de febrero 2012
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Fotos de Equipo Maíz
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