La dignidad humana; un reto para la impartición de justicia Jerónimo H. Martínez Baeza Docente Universidad Autónoma de Chihuahua Resumen La violencia vivida el siglo pasado por causas xenofóbicas obligó al mundo a elaborar una declaración de derechos humanos fundamentados en la dignidad humana, y con base en ellos hoy es que se imparte una justicia penal que no parece ser muy eficaz en su cometido de contener los altos niveles delincuenciales. Por ello, se efectuará un recorrido histórico-filosófico del concepto de dignidad para confrontarlo con la noción actual de la misma. Con esos elementos se reflexionara sobre la aplicación de la justicia penal y las consideraciones a la delincuencia. Palabras claves: dignidad, justicia, derechos humanos El inicio del siglo XXI se presenta acompañado de un cúmulo de hechos perturbadores por sobre los que se destaca la violencia, situación que obliga a plantearnos la posibilidad de reconsiderar la autoevaluación que la humanidad ha efectuado. El propósito de este trabajo es indagar en qué se fundamenta y cómo se lleva a cabo en la actualidad la impartición de justicia penal, ya que de su eficacia depende en buena medida el crecimiento o decremento de la delincuencia. La subjetividad en que se ha configurado el ser humano actual involucra un principio que juega un papel determinante en cuanto a la valoración que se hace de la persona. Este principio es, La dignidad humana, la cual en estos tiempos constituye el fundamento de lo reconocemos como “derechos humanos.” Hasta antes de la segunda guerra mundial, la humanidad no se había visto en la necesidad de apelar a la dignidad como un principio universal que diera sustento al sistema jurídico internacional y a las constituciones de los estados. Sin embargo, los brutales sucesos ocurridos en los territorios ocupados por la Alemania nazi antes y durante la segunda guerra mundial obligaron a una severa revisión e interpretación de los mismos. Por ello, en 1948, la Organización de las Naciones Unidas decide promover la protección y el respeto de la vida humana a partir de la idea de que la dignidad es inherente al ser humano. La voluntad de esa comunidad política internacional se pronuncia entonces en favor de una Declaración Universal de Derechos Humanos con la intención de que no se repitieran ese tipo de acontecimientos ni las condiciones que las propiciaron. 1 En el preámbulo de la “declaración” se dan a conocer los considerandos sobre los que se fundamenta, y en ellos vemos como se destaca la idea de dignidad. El primero enuncia: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana.”; y el quinto establece: “Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres; (…).” Así, el 10 de diciembre de 1948, la Declaración Universal de Derechos Humanos es adoptada y proclamada por la Asamblea General con un total de 30 artículos, de los cuales (para el propósito de este trabajo) nos interesan dos: Art. 1.- “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.” Art.11.- (Numeral 1) “Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa.” Desde esa perspectiva y bajo el espíritu de esa Declaración es como en la actualidad se juzgan los actos de las personas, es decir, partiendo del presupuesto que todos los seres humanos están provistos de dignidad en igual medida. Sin embargo, tal determinación es una idea parcial que no representa el cúmulo de caracteres que conforman la subjetividad humana ya que ésta es la única especie capaz de llevar a la práctica conductas tan despreciables como: el asesinato, la mutilación o el secuestro acompañados de crueldad. La contingencia propia de nuestra existencia demuestra que al no haber un determinismo en la vida del ser humano, éste puede inclinarse tanto por actos virtuosos como por actos reprochables. La dignidad, es uno de los rasgos atribuidos al ser humano que más dificultades presenta al momento de pretender definirlo o identificarlo. No puede ser catalogado como un atributo más, por ello, tal vez se le pueda reconocer mejor por su contraposición, en este caso, por la indignidad. Sorprende entonces, que un concepto tan discutible sea lo que dé sustento a la conformación de los derechos humanos, y ante tal circunstancia, surgen las interrogantes: ¿cómo es posible que los derechos humanos se fundamenten en un principio cuya definición no ha sido explicada con precisión?, y, si nuestra noción de dignidad fuese errónea ¿no será errónea también la impartición de justicia? Los Derechos Humanos, en efecto, son el activo más valioso con el que cuenta la humanidad y su importancia radica en que son el instrumento más adecuado para alcanzar la anhelada justicia social en el mundo. Sin embargo, es conveniente puntualizar que no sucede lo mismo en cuanto a una efectiva impartición de justicia en el aspecto penal debido en parte a la inconsistencia de su fundamento. Al revisar cómo ha sido conceptualizada la dignidad humana en las diferentes épocas, advertimos que es a partir de la Ilustración y con base en el pensamiento kantiano cuando adquiere las características que hoy creemos encontrar en ella. El concepto de dignidad surge en la Grecia Clásica con algunas reservas 2 en cuanto a su distribución en el género humano, empero, se advierte que es en la polis griega cuando se fundamenta ética y filosóficamente un reconocimiento a la persona humana como sujeto susceptible de crecimiento en un sentido moral. Se observa en el pensamiento griego la atribución al ser humano de propiedades de carácter ontológico, pero ninguna que todos poseamos en igual medida y que resulte inamovible. Para Platón, los hombres no eran merecedores de un reconocimiento excepcional por el sólo hecho de pertenecer al género humano, ya que a pesar de estar dotados de pensamiento y racionalidad vivían por lo general en un estado de ignorancia. No era posible asignarle al hombre un valor cuando de manera innata no poseía alguno. (República, p 342, 343) Admitía que el concepto de dignidad contribuía a definir un valor para el ser humano pero no con un sentido igualitario, y más bien, hacía evidentes las diferencias derivadas del grado de perfeccionamiento que cada uno alcanzara. (República p 296) Por ello, la dignidad de la naturaleza humana no era una cualidad inherente a cada uno de los “hombres” sino la consecuencia de una actitud moral e intelectual. De esa manera, el hombre podría ser o no ser virtuoso y también podría ser o no ser digno. Para Aristóteles, la autonomía, la razón, la voluntad, el “ser en proyecto”, la búsqueda de la felicidad y su naturaleza política, fueron algunos de los rasgos que caracterizaban al ser humano y estimó que conectados entre sí permitirían al ser humano alcanzar la “vida buena”, (Ética Nicomáquea 153) la cual era correspondiente con una vida digna. El pensamiento aristotélico subrayó que el ser humano de acuerdo con su voluntad y su autonomía podía elegir su conducta y agregar a su existencia fines morales, mostrando de esa forma su dignidad. Sin embargo, cualquiera que fuera su decisión traería consecuencias que debería enfrentar. Los romanos mantuvieron la percepción de que la dignidad era un potencial contenido en la naturaleza humana, pero no algo inherente a cada individuo. No obstante, en esta época se presenta una apertura sobre la aplicación directa o utilización más precisa de la noción de dignidad, la cual adquiere el carácter de un valor que es empleado inicialmente en el fenómeno de la política, aunque se extiende posteriormente a todos los aspectos que tienen que ver con la vida pública de los ciudadanos. De esa manera, surge la dignitas como un concepto impregnado por una fuerte inclinación hacia la moral. Francisco García Moreno, explica que la dignitas es una idea romana de forma de vida ligada, ante todo, a la vida política, “que estaba unida a ser moralmente intachable (…) Además el que posee dignitas debe mostrar grandeza y disciplina, debe controlar lo animal y lo emocional.” (pág. 4) Por ello: “En Roma el sistema penal estaba instituido considerando los grados de dignidad […] la igualdad misma es desigual cuando no conoce grados de dignidad.” (pág. 3) La dignidad no era absoluta e inagotable puesto que esa predilección podía incrementarse, disminuirse o perderse al estar sujeta a una gradación. Marco Tulio Cicerón, advierte que la dignidad del individuo se veía reflejada en el comportamiento de este en la sociedad, por esta razón, consideró al decoro como uno de los elementos más importantes 3 para que el hombre pudiera alcanzar su dignidad, ya que según él, comportarse con decoro no era solamente una virtud sino la manifestación evidente de todas las virtudes, oponiendo como su contraparte a lo “vergonzoso.” (Sobre los deberes, pag. 50) A pesar de que la “dignidad” era la manifestación misma de una conducta decorosa, no representaba un valor inherente al hombre sino sólo una cualidad de su conducta. En su obra, Sobre la república, Cicerón se refiere a los derechos de los ciudadanos y su participación en la política mediante una afirmación que resulta difícil de rebatir: La igualdad de derechos, que tanto ambicionan los pueblos libres, es imposible conservarla: hasta los pueblos celosos de la libertad y los más enemigos de todo freno, conceden multitud de honores, y saben distinguir y clasificar el mérito. Además, la igualdad absoluta sería la mayor iniquidad. Si se coloca en la misma línea a los hombres más eminentes y a los más ínfimos que necesariamente existen en todo pueblo, a título de equidad, se comete la iniquidad más repugnante. (I, 42) Por su parte, Lucio Anneo Séneca, arguyó que la dignidad se encontraba en el único valor igual para todos los seres humanos y el cual le era otorgado desde su nacimiento, esto es, su propio cuerpo ya que éste es la manifestación más evidente de su existencia, y por ello, es merecedor de todo el respeto de los demás. Séneca denunció la corrupción imperante en su época con esta espléndida cita: El placer se anda buscando por todo los caminos; ningún vicio permanece dentro de su esfera; el lujo impele hacia la avaricia. Se va extendiendo un gran olvido de la honestidad: nada es deshonroso cuando el afán de lucro nos lo aconseja. El Hombre, cosa sagrada para el Hombre, es muerto ya por juego o pasatiempo; antes era un crimen enseñarle a infligir y recibir heridas, hoy ya se le expone desnudo y sin armas, y el único espectáculo que podemos sacar del Hombre es ya la muerte. (Cartas Morales a Lucilio, pág. 327) Con el arribo del cristianismo, la noción de dignidad fue adquiriendo un carácter muy diferente al que hasta ese momento se le había reconocido y empezó a cobrar una importancia mayor debido a que sus márgenes de inclusión se fueron ampliando. Ahora, la dignidad provenía del establecimiento de un estrecho vínculo entre el ser humano y Dios. El ser humano dejo de ser un ente potencialmente digno para transformarse en un ser dotado del privilegio que conlleva la dignidad por el sólo hecho de pertenecer a la especie humana. Tomás de Aquino escribió en su obra Summa Teológica: "Las naturalezas intelectuales y racionales son más excelentes que las otras creaturas por la perfección de su naturaleza y por la dignidad de su fin." (1. III, c. 3.) A lo cual agrega: “Cualquier hombre individual es más digno que todas las creaturas irracionales.” (10, n. 9) Tales afirmaciones que ponían de manifiesto la idea del hombre como un ser “superior”, implicaron que la dignidad dejara de ser pensada como un accidente para ser considerada una esencia. Este primer reconocimiento generalizado de la dignidad en el ser humano 4 permitió que otros pensadores como Pico de la Mirandola, ahondaran en tal idea para proyectar a la humanidad como una maravilla de la naturaleza. Posteriormente, Kant explica que la naturaleza distingue a los seres racionales de los irracionales, confiriendo a estos últimos un valor relativo que se pueden considerar como “medios” porque se llaman “cosas”, en cambio a los seres racionales “su” naturaleza los distingue como personas. Por esa razón, la existencia de los seres racionales es en sí misma un fin y no pueden ser considerados sólo como un medio para alcanzar otro fin, ya que sin ese “fin en sí mismo” no sería posible encontrar nada con valor absoluto. Así, todo ser racional debe erigirse en legislador de leyes comunes universales y no estar sometido a la voluntad de ningún otro, con ello se convierte en un ser con dignidad, ya que no obedece a ninguna otra ley más que la que él mismo se da. La dignidad es entendida por Kant como aquello que se haya por encima de cualquier intento de sujeción y no tiene equivalente, es decir, lo que no tiene precio. Nicola Abbagnano elabora una definición de la dignidad apoyándose justamente en el imperativo práctico kantiano. Esto es lo que interpreta: Este imperativo establece, en efecto, que todo hombre, y más bien todo ser racional, como fin en sí mismo, posee un valor no relativo (como es, por ejemplo, un precio) y sí intrínseco, esto es, la dignidad. “Lo que tiene precio puede ser sustituido por cualquier cosa equivalente; lo que es superior a todo precio y, que por tanto, no permite equivalencia alguna, tiene una dignidad.” Sustancialmente, la dignidad de un ser racional consiste en el hecho de que él “no obedece a ninguna ley que no sea instituida también por él mismo”. (pág. 325) Sin haber conseguido una evidencia de que el comportamiento ético y moral del ser humano -como especie- haya demostrado ser merecedor de algún privilegio más allá de los que su misma naturaleza le ha conferido, hemos decidido que todos y cada uno de los que formamos la humanidad estamos dotados de dignidad. Es decir, nos hemos autonombrado como seres dignos y sin preguntarnos por lo menos si estaríamos dispuestos a serlo, ya que seguramente habrá quienes por su propia voluntad han decidido desestimar tal oportunidad sobre todo después de conocer la responsabilidad que implica el que: “dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Con la presunción de la dignidad, los privilegios y la arrogancia del ser humano se han multiplicado y se ha convertido en un ser dañino para la vida en general ya que asume que su vida importa más que cualquier otra manifestación de la misma. A pesar de todo el esfuerzo que representa mantener la prevalencia de la dignidad, los actos de injusticia siguen indemnes y no se vislumbra cómo el Estado (refiriéndonos a México en particular) pueda cumplir con la tarea de procurar e impartir una justicia que esté garantizada por la normatividad jurídica y que además ofrezca certeza en la legalidad para sus gobernados. El marco jurídico, o en su caso las leyes correspondientes, se muestran insuficientes e incapaces para contener el crecimiento delincuencial, 5 mismo que, por otra parte, resulta beneficiado por una defensa obstinada de los derechos humanos que se han convertido -sin ser su finalidad- en benefactores precisamente de quienes quebrantan los ordenamientos legales. Esto es, no se encuentra el equilibrio entre la justicia que reclama la víctima y el castigo que merece el infractor ya que se ha llegado a la conformación de un modelo judicial desvirtuado y pletórico de escrúpulos, que procura, principalmente, ser justo con los delincuentes a costa de la injusticia para las víctimas abandonando de esa manera la idea de una justicia más equitativa. El Estado, por medio del derecho se ha empeñado en ofrecer un trato digno y juicios impecables para los imputados y se ha olvidado de conceder lo mismo para las víctimas o denunciantes, lo cual constituye una injusticia mayor ya que éstos reciben además de la ofensa del delincuente un trato indiferente por parte de la autoridad. Hoy en día, los abogados defensores orientan más su actividad a objetar y cuestionar lo aseado del procedimiento seguido en contra de su protegido, porque saben lo fácil que resulta liberar a un delincuente de las manos de la ley ante los errores cometidos durante su detención o en la formulación de cargos. Poco interesa ofrecer argumentos en defensa de su inocencia (la cual se presume de inicio) porque saben que es ocioso, más bien será un problema para la víctima el demostrar la ofensa sufrida frente a un sistema judicial que no admite como prueba del delito ni siquiera la aceptación de culpabilidad por parte del inculpado, no hay videos o fotografías que valgan puesto que pueden ser editadas; las declaraciones de testigos también son puestas en duda ya que pueden ser falsos. Si la inocencia de un acusado debe ser presumida a priori entonces la denuncia de la víctima debe suponerse falsa, ya que de no ser así, el juzgador estaría en el grave problema de dilucidar por sí mismo a quien le asiste la verdad. Por ello, la víctima se encuentra entonces en la gran dificultad que representa el demostrar que ha sufrido un agravio cuando todo el procedimiento obra en favor del delincuente, el cual no necesita ni negar los cargos pues con sólo permanecer callado (que es su derecho) obligará al afectado a demostrar su acusación ya que su palabra no basta para ser verdad. Tendrá, por lo tanto, que contratar los servicios de un abogado para que le asista en su desgracia ya que los Ministerios Públicos no se dan abasto con el número de ilícitos y denuncias por atender, en cambio cada sala penal deberá poner a disposición de los inculpados un abogado de oficio para que los defienda. Mientras más noble parezca el discurso más perversas son las intenciones, y el actual discurso político tiene mucho de ello. La insistencia en homologar al ser humano y protegerlo al amparo de los derechos humanos es sólo un halago dirigido a las masas por aquellos individuos que aspiran a mantenerse en el poder, y el tema de la dignidad, es indispensable en el formato del discurso demagógico como un mensaje cautivador en el que subyacen la manipulación y el engaño, pero en la realidad no hay tal emparejamiento. 6 De ser auténtica la intención de homologar al género humano, ésta iniciaría con el reconocimiento y el respeto a la pluralidad que nos hace diferentes en las formas de pensar, de sentir y de actuar. La dignidad como factor de igualdad en términos absolutos no sirve para gran cosa ya que al ser convertida en una propiedad común pasa a ser inadvertida. Así, el pretender hacernos partícipes a todos de un privilegio resulta un engaño, pues un privilegio al ser compartido deja de serlo sencillamente porque deja de ser deseado. Visto de esa manera, la dignidad deriva en una reivindicación absurda. El discurso de los Derechos Humanos parece inobjetable, no obstante, la forma en que se plantean tales derechos (más allá de sus bondades) se observa tendenciosa, pues nos ha hecho creer que yo soy el que tengo derechos y la comunidad tiene obligaciones hacia mi persona, cuando debería puntualizarse que de inicio y para que suceda lo anterior es necesario que yo tenga obligaciones porque los demás tienen derechos. Planteado de esta manera, el discurso muy probablemente sea más efectivo en cuanto al modo de comportarnos, pues se advierte al individuo que a partir del respeto que él otorga a los demás puede entonces exigir al otro respeto a su persona y a su dignidad. La dignidad, por tanto, no puede ser absoluta. Para que la dignidad tenga un efecto positivo, ésta deberá ser siempre con respecto a algo, es decir, ser dignos de merecer algo y por causa de algo. Una reflexión de Lynn Hunt puede sintetizar las inquietudes de este trabajo: “Tenemos que averiguar qué hay que hacer con los torturadores y los asesinos, cómo impedir su aparición en el futuro, reconociendo en todo momento que ellos son nosotros. No podemos tolerarlos ni deshumanizarlos.” (219) Con esta afirmación, Hunt problematiza de manera patente una inquietud que contribuye a clarificar el sentido de esta indagación. Es decir, ¿qué tratamiento les debe otorgar el sistema de procuración de justicia a quienes torturan, secuestran o asesinan sin que se afecten sus derechos humanos?, y ¿dónde queda la dignidad de las víctimas cuando sólo se piensa en apiadarse de la dignidad de los delincuentes? Referencias: ABBAGNANO, Nicolai. (2003) Diccionario de filosofía. México: FCE. AQUINO, Tomás De. (1942). Suma teológica, Buenos Aires: Espasa-Calpe. ARISTÓTELES, (1995) Ética Nicomáquea. Ética Eudemia, Madrid: Gredos. CICERÓN, (1992) Sobre la República. Sobre las leyes. Madrid: Tecnos, “Clásicos del Pensamiento”, nº 20. - Sobre los deberes (1999). Madrid: Tecnos, “Clásicos del Pensamiento”, nº 64 HUNT, Lynn (2009) La invención de los derechos humanos. Barcelona: Tusquets. KANT, Immanuel. (1989) La metafísica de las costumbres. Madrid: Tecnos, “Clásicos del Pensamiento”, n º 59 PICO de la Mirandola, (1984) De la dignidad del Hombre. Madrid: Editora Nacional, “Biblioteca de la Literatura y el Pensamiento Universal” PLATÓN, República, Diálogos, (IV) (1997) Madrid: Gredos. 7 SÉNECA, - Cartas Morales a Lucilio, (1989) Barcelona: Planeta, “Clásicos Universales” 8