La camisa de Margarita Pareja Una leyenda del Perú

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La camisa de Margarita Pareja
Una leyenda del Perú
Recientemente una alumna americana estaba visitando a su abuela en la linda ciudad de Lima,
Perú. Pasaron una tarde agradable en los comercios más elegantes del centro de la ciudad y la joven
se dio cuenta que varias veces su abuela, al mirar los precios en las etiquetas de la ropa, exclamó:
—¡Es más cara que la camisa de Margarita Pareja!
Finalmente la joven le preguntó qué significaba esta expresión. La abuela contestó que
era un dicho muy conocido en Lima, y usado especialmente por las personas mayores de edad
cuando querían criticar los precios altos. Añadió que le parecía que el dicho tenía su origen en la
época colonial de Lima.
—Pero ¿quién era Margarita Pareja?— la muchacha quiso saber. Así la abuela le contó la
linda historia de Margarita Pareja y su amor, Luis.
En el año 1765, Don Raimundo Pareja, el colector general del puerto de Callao, era uno de los
hombres de negocio más prósperos de Lima. Vivía en un palacio con su esposa Doña Carmela y su
única hija, Margarita. A los dieciocho años, Margarita era la belleza de la ciudad. La invitaban a
todas las fiestas y bailes más importantes y ella siempre bailaba y conversaba con mucho aplomo y
gracia. Era muy bonita. Tenía el pelo negro rizado adornado con moños de colores, los ojos
negros vivaces y la cintura esbelta. Era muy mimada por sus padres, los cuales le daban todo lo
que ella deseaba. Tenía tres guardarropas llenos de vestidos y zapatos para cada ocasión. Durante
sus años de estudiante, Margarita Pareja había asistido a los mejores colegios que existían en el
Perú, así como también había pasado dos años en Paris estudiando francés. Además de ser rica y
bella, Margarita era muy inteligente. Le encantaba leer y escribir poesía, y también discutir de
política y los nuevos descubrimientos científicos del día. Detrás de su conducta dulce y alegre
únicamente sus padres sabían que ella también tenía una voluntad obstinada e incansable.
En otro barrio de la gran ciudad vivía un joven pobre y guapo que se llamaba Luis
Alcázar. Era huérfano y vivía en un sólo cuarto de una casa de huéspedes. Luis nunca asistía
ni a fiestas ni a bailes, y no tenía interés en las mujeres. Lo que le interesaba y le
importaba mucho era su trabajo de oficinista en una compañía grande de importaciones.
Luis había sido muy estudioso durante sus años escolares, y aunque ahora trabajaba en la
posición más baja de la compañía, por medio de su esfuerzo esperaba avanzar
rápidamente. Probablemente esto sucedería, porque aunque Luis no tenía padres, si tenía
un tío, Don Honorato, el señor más rico de Lima, quien era el dueño de esa compañía de
importaciones. El miraba el progreso de su sobrino con interés y escondido orgullo:
quería que Luis avanzara en la compañía por sus propios méritos e inteligencia, no a
causa de la relación familiar con el jefe.
Cada año el 30 de agosto era un día festivo en Lima: todos los ciudadanos
participaban en una procesión para honrar a Santa Rosa, la Santa Patrona de la ciudad.
Todas las fábricas, oficinas, escuelas y tiendas estaban cerradas ese día y la gente caminaba
alrededor de la Plaza de Armas en el centro. Los ricos y los pobres juntos llevaban su
ropa más alegre y paseaban, cantaban y exponían estatuas y cuadros religiosos. Los
vendedores despachaban jugos, frutas, nueces y elotes, y los niños se ponían máscaras y
ondeaban banderas pequeñas.
Margarita Pareja asistía a la procesión montada en un caballo blanco adornado con
monos azules. Ella saludaba a todos con gracia, de acuerdo a su posición elevada en la
sociedad. Luis estaba parado entre la muchedumbre, gozando de un día sin trabajo, y la
vio acercarse. Cuando la muchacha paseaba frente a él, ella por casualidad lo miró. Sus
miradas se cruzaron, sus ojos se clavaron, y en un sólo instante sus almas se fundieron y se
enamoraron profundamente. Luis siguió la procesión corriendo y al final cuando
Margarita se bajó del caballo, la tomó en sus brazos y la besó.
Durante los meses siguientes, a Luis le resultó difícil concentrarse en su trabajo.
Cada tarde que podía, la pasaba con Margarita en su patio. Descubrieron que a pesar de
la riqueza de ella y la pobreza de él, tenían mucho en común; compartían sus
perspectivas, sus metas, sus creencias, y sobre todo, un amor apasionado. Mientras
conversaban sobre libros interesantes, invenciones nuevas o culturas exóticas, sus ojos
declaraban: "Te quiero."
Cuatro meses después decidieron casarse. Luis, respetuosamente, le pidió a Don
Raimundo la mano de su hija. El padre se horrorizó con la sugerencia de que ése
muchacho humilde fuera su yerno, y se lo negó firmemente. Luis se fue de la casa
deprimido y destrozado.
Don Raimundo lo miró alejarse. Estaba encolerizado. Buscó a su esposa y a su
hija y las encontró en el jardín.
—¡Ese pobretón!— gritó —¡Puedes escoger a cualquier galán de la ciudad - y quieres
casarte con ese pobre insignificante! ¡No lo permitiré!
Se escucharon sus gritos enfurecidos por toda la calle. Los vecinos comenzaron a chismear y
a los pocos días la historia alcanzó los oídos de Don Honorato, el tío de Luis. El se puso aún más
furioso y gritó —¡Ese don Raimundo! ¿Cómo se atreve a insultar a mi sobrino de tal manera?
¡Luis es el mejor hombre joven en toda la ciudad de Lima!
Margarita estaba desconsolada. Lloraba, gritaba y arrancaba el pelo. Amenazaba con
hacerse monja. Pero don Raimundo rehusaba cambiar su decisión. Doña Ana sentía compasión
por su hija, se acordaba de la intensidad del amor, y rogaba a su esposo que reconsiderara, pero él
reiteraba su decisión. Margarita resolvió quedarse en su cama y rehusó comer o beber. Se puso
delgada y pálida, y su cuerpo se debilitó.
Cuando don Raimundo temía que se iba a morir, se ablandó y dijo —Si lo quieres tanto me
supongo que tengo que dar mi bendición a esa boda.
Luego él trató de hablar con Don Honorato, pero éste se sentía aún muy ofendido con el
tratamiento humillante que había sufrido su sobrino.
—Yo consiento ésa boda pero con una condición— dijo el tío —ni ahora ni nunca puede
regalarle ni un real a su hija. Margarita tendrá que formar su hogar con Luis con la ropa que lleva
puesta, y nada más.
Don Raimundo estuvo enojado pero se puso a pensar en los deseos de su hija. —Está bien—
consintió sin alegría y con un apretón de manos prometió —Juro no dar a mi hija más que la
camisa de novia.
Llegó el mes de mayo y toda la ciudad celebró la gran boda de Margarita y Luis. ¡Qué
resplandeciente lucía la novia en su traje de boda! Don Raimundo y Don Honorato olvidaron sus
desacuerdos y miraron orgullosamente a la feliz pareja.
Don Raimundo también cumplió con su juramento: ni en vida ni en muerte dio a su hija
nada más.
¡Pero que camisa de boda era! El bordado que adornaba la camisa era de oro y plata, los
botones de perlas, y el cordón que ajustaba el cuello era una cadena de diamantes. ¡La camisa de
boda valía una fortuna! Luis y Margarita gozaron de un matrimonio feliz y próspero, y tuvieron
muchos hijos y nietos. Se supone que la lujosa camisa de novia todavía pertenece a los
descendientes de la familia Alcázar, porque nadie ha vuelto a verla desde aquel día de la boda - y
jamás se ha visto otra semejante.
Por eso - aún dos siglos después - cuando un limeño habla de algo caro, muchas veces dice:
—¡Es más caro que la camisa de Margarita Pareja!
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