72 | Especial -FITUR Monegros Diario del AltoAragón - Miércoles, 28 de enero de 2009 Sijena y La Cartuja rompen el horizonte Los dos monumentos atesoran entre sus muros una impresionante historia de siglos de avatares SARIÑENA.- En mitad del monte, muy cerca del pueblo de la Cartuja de Monegros y entre Lanaja y San Juan del Flumen, un vetusto e imponente edificio rompe el horizonte extenso y plano de los monegros. Se trata de La Cartuja de Las Fuentes, edificio tan impresionante como el devenir histórico que atesoran sus muros: monasterio cartujo, fortín de republicanos, almacén de grano o corral ovino han sido algunos de los usos de este inmueble. La Cartuja de Nuestra Señora de las Fuentes, primera de las levantadas en el Reino de Aragón, fue fundada en el año 1507 por los condes de Sástago, doña Beatriz de Luna y don Blasco de Aragón. Se fundo en una antigua ermita, sita en el término municipal de Sariñena, en cuyo interior había sido enterrado su hijo don Artal. Debido a la prematura muerte de sus fundadores y a la pronta desaparición de sus benefactores, Juan Torrero, rico mercader de Zaragoza y el valenciano Pedro Domingo de Perandreu, señor de la Baronía de Parcent, los primeros años de vida de la fundación se caracterizaron por su gran pobreza y por la precariedad de sus instalaciones. Tales fueron las dificultades que entre 1563 y 1589 se abandonó el edificio, trasladándose los monjes que allí habitaban a la Cartuja del Aula Dei. En el siglo XVII, los monjes tuvieron los recursos necesarios para vivir sobria pero dignamente, y para emprender la construcción de un nuevo conjunto monástico en un emplazamiento de mejores condiciones topográficas, “más sano y agra- Imagen del Monasterio de Sigena. D.A. dable”, en un llano cercano al antiguo establecimiento. Las obras de La Cartuja se dilataron prácticamente durante todo el siglo XVIII. Aunque la primera piedra fue colocada en 1717, hasta el año 1745 no se acometió con decisión la nueva edificación. La etapa de mayor actividad constructiva se desarrolló entre 1745 y 1777. En este último año, en el que se bendijo solemnemente la iglesia, se había levantado el grueso del monasterio, es decir, el gran claustro y las celdas, incluida la prioral; el claustrillo conventual y dependencias en su entorno como las capillas y la sala capi- tular; la iglesia con su capilla del sagrario, camarín, tribuna, torre y sacristía; y la cerca que rodeaba el monasterio, con la portería hospedería. Las últimas obras realizadas fueron las del edificio de obediencias (lugar donde residían y trabajaban los hermanos), que fue concluido en 1797. No obstante, el conjunto, tal y como estaba planeado, nunca llegó a edificarse completamente, por falta de recursos económicos. Entrado en siglo XIX, La Cartuja registró importantes deterioros en la Guerra de la Independencia. Durante el llamado Trienio Liberal (1820-1823) los cartujos tuvieron que abandonar su monasterio. Poco después, los decretos desamortizadores del Conde de Toreno y Juan Álvarez de Mendizábal (1825-1836) dieron fin a la vida monástica en La Cartuja. Durante la guerra civil la columna de Durruti usó el establecimiento como cuartel, momento del que aún se pueden observar vestigios en forma de grabados realizados en el yeso por algunos de los soldados, e incluso algún impacto de bala en las paredes. Ya en época franquista el inmueble se utilizo como silo de trigo, lo que provoco más daños en los interiores e infraestructura. El Monasterio de Sijena es sin duda alguna otra de las obras arquitectónicas que no se deben olvidar si viajamos a los monegros. El edificio cuya primera planta se comenzó a construir en 1183 a expensas de Doña Sancha, esposa de Alfonso II, se levantó sobre una laguna desecada relacionada con una aparición milagrosa de la Virgen a quien se dedicó el cenobio. Esta curiosa ubicación provocó problemas de humedad y salubridad que llegan hasta nuestros días. El monasterio llegó a ser uno de los primeros de Aragón, tanto en riqueza como en prestigio, gozando de una situación estratégica, en el cruce de caminos entre Zaragoza, Barbastro, Huesca y Lérida. En su momento de mayor esplendor, el monasterio llegó a poseer o a recibir tributos de los pueblos de Sixena (Sijena), Sena, Urgellet, Candasnos, Ontiñena, Alcubierre, Ballobar, Peñalba y Bujaraloz. Numerosos miembros de la nobleza aragonesa pasaron por estos muros, llegando a ser a finales del siglo XIV casi una prolongación de la corte. Entre sus muros descansaban los cuerpos de la reina Doña Sancha y sus hijas las infantas Dulce y Leonor, completando el panteón real el único rey que fue enterrado en esta ubicación, Pedro II el Católico, muerto en 1213. Pese a ser una visita muy minimizada, vale la pena acercarse hasta el monasterio y la villa de Villanueva de Sijena, cuna de Miguel Servet – de quien se puede visitar la casa natal – y cuyos paisanos reclaman una y otra vez la rehabilitación del monasterio para fines turísticos.