LA ECONOMíA Y LA POLÍTICA ECONÓMICA ALGUNAS

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LA
POLÍTICA ECONÓMICA
ALGUNAS TENDENCIAS RECIENTES
ECONOMíA Y LA
Eric Roll
Es para mí un placer y un honor la opo.tunidad de hablar ante esta
distinguida audiencia durante una visita a México que ya se había demorado
demasiado. Recuerdo claramente mi primera visita, hace cerca de cincuenta
años, cuando era todavía un universitario. En esa época acababa de traducirse al español uno de mis libros. Historia del pensamienlo económico, y se
iba a publicar aquí. Me parece una coincidencia feliz el hecho de que pueda
hablar de nuevo acerca de un tema académico y también —si se me permite
un pequeño "comercial"— cuando este mismo libro aparecerá pronto en su
más reciente edición, la quinta. Espero que pronto aparezca también su
traducción castellana.
En una artículo reciente la revista The Economist observó que México
está gobernando ahora por un grupo de personas que en el campo económico
son las más preparadas que hayan gobernado jamás en país alguno. Naturalmente, como alguien que fue alguna vez un economista practicante, me
sentí encantado por este tributo rendido a México y a nuestra ciencia. Si al
hablar de los desarrollos teóricos recientes digo algo que pueda denotar
cierto escepticismo acerca de la eficacia de la ciencia económica en los
asuntos prácticos, no deberá enterderse que ello aminore el agrado que me
produjo esta aseveración de The Economist por lo que se refiere a los líderes
de este país. Desde luego, los avances logrados en los recién pasados años
por la economía mexicana, dirigida por economistas tan distinguidos como
su Presidente y su secretario de Hacienda, quienes me han invitado ahora
tan amablemente, son notables. Cuando recordamos el estado tan peligroso
de la economía mexicana hace menos de diez años concluimos que tales
avances son más sorprendentes aún. Me encontraba en Washington y tenía
una cita a primera hora de la mañana con un amigo que había sido uno de
los arquitectos principales del "paquete de rescate" que se había armado
virtualmente en una cesión de trabajo de toda la noche, celebrada en Nueva
York, de donde mi amigo acababa de regresar. Ambos expresamos nuestra
alegría por el arreglo y nuestra confianza en el resurgimiento final y el
progreso de la economía mexicana. Naturalmente, me encanta que así haya
sucedido. Es posible que lo que ustedes han realizado no sólo sea una
interesante lección respecto a la manera en que otros países podrían atacar
sus problemas, sino que también haya aportado una guía útil para el avance
de ciertos aspectos del tema. Espero regresar a este punto más adelante.
Quisiera hablar ahora de la teoría económica come tal así como de la
política económica. Son dos cosas diferentes, pero tendré que ocuparme de
las relaciones entre ellas. La primera fase de posguerra, tras el final de la
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NOTAS Y COMENTARIOS
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segunda Guerra Mundial, se caracterizó —en lo que concierne a la política
económica— por la aplicación continua, pero también más elaborada, de las
teorías de Keynes que se desarrollaran durante la depresión de los años
treinta y se complementaran luego con diversos instrumentos prácticos,
principalmente estadísticos, que en gran medida con la influencia de economistas estadunidenses se habían convertido en indicadores cada vez más
refínados destinados a trazar el curso de la economía. Pero aun entonces —y
hasta la fecha— el rasgo más notable de la ciencia económica, desde el punto
de vista teórico y el analítico, ha sido una lucha entre Iceynesianos de todas
clases —Iceynesianos no reconstruidos, como los ha llamado Samuelson,
neokeynesianos y poskeynesianos— por una parte y monetaristas de todas
clases por la otra parte. Digo "de todas clases" porque también aquí deben
distinguirse diversas variedades, desde quienes desean hacer gran hincapié
en la política monetaria (usando la oferta monetaria u otros diversos índices)
como guía, hasta quienes abogan por una doctrina no intervencionista
extrema que llega en el límite incluso al rechazo del monetarismo mismo y
a la sugerencia de una "privatización" del dinero. No me ocuparé de estas
ideas, asociadas con Hayek en su versión más fantasiosa.
Primero diré algunas palabras respecto al origen de esta batalla particular que ha conducido a una politización de la economía como quizá no se
había conocido en los doscientos cincuenta años de su historia. No hay duda
de que fue el extremismo de algunos escritores y políticos intervencionistas
lo que provocó esta reacción más extremosa aún. Las pretensiones de
algunos de estos intervencionistas contrastaban marcadamente con los escasos resultados prácticos alcanzados, en particular medidos por su incapacidad para mantener a la economía estabilizada e impedir un ciclo de
altibajos continuos. Más aún: la aparición de la "cstanflación", que no ha
estado ausente en países donde el intervencionismo se ha establecido
activamente, demostró la invalidez de algunas de las aseveraciones deljine
tuning. La controversia siguiente se tornó muy aguda en la arena política,
donde a menudo ha sido la característica predominante del debate económico público durante el pasado decenio. Sus manifestaciones más vehementes se presentaron en los países de habla inglesa, en particular los Estados
Unidos y la Gran Bretaña. Esto es algo paradójico, ya que estos dos países
se consideran tradicionalmente (sobre todo por ellos mismos) poco inclinados a las predilecciones doctrinarias extremas y generalmente pragmáticos
en su comportamiento económico y político. En ambos países se hicieron
comunes lemas tales como "el retroceso del Estado", los que produjeron
consecuencias importantes en la política fiscal. Por ejemplo, se alabó el
efecto "del lado de la oferta" de la reducción de los impuestos y la eliminación
del apoyo a las industrias en problemas, y la privatización de las industrias de
propiedad o control estatal dentro de un principio general de no intervención
basado en la creencia en una operación absoluta y exclusiva del mecanismo
del mercado se convirtieron en los cánones de la política económica.
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EL TRIMESTRE ECONÓMICO
Se ha reconocido que la fase anterior, de una política keynesiana sin
correctivos, había pasado de su éxito casi total anterior a una especie de
fracaso (al que, como sabemos, sigue de ordinario el castigo), siendo la
palabra clave e\ Jine-tuning de la economía. Por desgracia la economía no
es un laboratorio en el que puedan medirse y analizarse estricta y satisfactoriamente los resultados de los experimentos. Las circunstancias están
cambiando siempre. Por lo tanto, no es fácil la evaluación de los resultados
buenos y malos de la antigua política económica "activa", para compararlos
con los resultados —reales o esperados— de una política de laissez-faire
extrema (sobre todo porque esto no se ha practicado jamás en su modo más
puro) Sólo podemos decir que, después de cerca de diez años de experiencia
con una política proclamada no intervencionista (la que en muchos países
superó las divisiones políticas habituales entre la izquierda y la derecha),
los resultados en términos de los criterios usuales —crecimiento, empleo,
ausencia de inflación o de desequilibrios en la balanza de pagos— no son
mucho más tranquilizadores que los de la jjolítica anterior. En efecto, parece
en general mejor la actuación de los países donde fue mucho menos virulenta
la batalla doctrinal y su expresión práctica en la acción política, como
Alemania y el Japón (y después de 1983 también Francia), y que tradicionalmente se consideran menos pragmáticos que los anglosajones.
La utilización excesiva de la política monetaria tampoco ha sido el éxito
clamoroso que se ha pretendido a veces. Incluso en la lucha contra la
inflación la restricción monetaria ha tardado mucho tiempo en hacer sentir
sus efectos positivos, y todavía no se demuestra que triunfará por completo
en todas partes y en todo momento, para no señalar el precio que exigirá su
triunfo en términos de desempleo. En una conferencia que dicté hace veinte
años señalé: "Podemos imaginar que la adopción de una política monetaria
más restrictiva podría cambiar de tal modo las expectativas acerca de las
perspectivas futuras de la inflación y de los mercados de bienes, que los
arreglos salariales inflacionarios desaparecerían espontáneamente sin necesidad de un gran desempleo. Sólo puedo decir que quienes creen eso creerán
cualquier cosa, siempre que todo termine bien". Así pues, ni la utilización de
las fuerzas del mercado con exclusión de todas las políticas que tengan la menor
inclinación intervencionista, ni el monelarismo (que es intervencionista, por
supuesto, pero tiene cierta relación "filosófica" con el laissez-faire), han podido
evitar la estanflación o el paso del estancamiento a la inflación —fenómeno
que Analmente nulifícó gran parte del considerable éxito alcanzado durante
cerca de veinte años de poskeynesianistno, en los países que he mencionado.
Antes de profundizar en estos desarrollos el campo de argumentos acerca
de la política económica y de intentar una evaluación, quisiera examinar
algunos de los desarrollos teóricos recientes, en particular los que guardan alguna
afínidad con la tendencia de la política no intervencionista que he mencionado.
En general resulta inconveniente la aplicación de los rótulos de la
historia política a la amplia historia de las ideas, sobre todo en el campo de
NOTAS Y COMENTARIOS
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la economía. Sin embargo, tras la "revolución" que nos hizo pasar del
mercantilismo a los clásicos, y la "revolución marginalista" de la última
parte del siglo XIX, nos hemos acostumbrado a distinguir de esta manera las
nuevas direcciones seguidas por nuestra disciplina. Así, durante algunos
decenios nos hemos acostumbrado a hablar de la revolución keynesiana y
de la contrarrevolución antikeynesiana. Pero mientras que en la historia
política se puede distinguir con relativa facilidad las revoluciones y las
contrarrevoluciones, a las que siguen de ordinario ciertos periodos de
relativa estabilidad en los que una tendencia primero, y luego la otra, han
alcanzado cierto dominio, no ocurre jamás lo mismo en la historia del
pensamiento económico, mucho menos durante el pasado medio siglo. En
efecto, pocas ideas económicas parecen desaparecer por completo, por lo
menos en sus modos más generales.
Como indiqué antes, lo cierto es que la levolución keynesiana tuvo tanto
éxito que fue seguida por un periodo en el que se estableció su autoridad
sin cuestíonamientos de los académicos y en gran medida en el mundo real
de la acción económica, es decir, en la arena política. Esto no parece haber
sido el mismo caso en lo que respecta a la contrarrevolución masiva, sobre
todo en su manifestación monetaria, por lo menos en el mundo académico.
Donde alcanzó, por lo menos durante cierto tiempo, gran autoridad indiscutida —no universal, ni de duración secular hasta donde podemos ver
ahora —, fue en su influencia en la política económica de algunos países, en
particular los Estados Unidos y la Gran Bretaña.
Pero antes de evaluar la longevidad de la contrarrevolución, conviene
insistir en la descripción y el análisis de sus manifestaciones más recientes.
En efecto, la brecha entre las convicciones de la gran mayoría de los
economistas y las creencias de los políticos se puso claramente de manifiesto
en una situación que quizá no les resulte muy familiar a ustedes. En marzo
de 1981 trescientos sesenta y cuatro economistas británicos importantes,
muchos de ellos famosos, publicaron una carta en la que se afirmaba que
las políticas aplicadas a la sazón por el gobierno británico estaban mal
orientadas y no tenían ninguna base en la teoría económica que les permitiera reclamar alguna validez. Estas opiniones no lograron gran aceptación
durante cierto tiempo porque parecían contradecir la favorable experiencia económica de la época. Pero en marzo de 1988, tras siete años de
altibajos, el grupo sostuvo que lo que estaba ocurriendo en el mundo real
confirmaba de nuevo su opinión original. Esta declaración no quedó sin
respuesta. En la introducción a una encuesta mayor de las opiniones de
los economistas, publicada en 1990, se describió como "infame" la exposición original. Es posible que con esa palabra se haya querido decir lo
contrario de "famosa". Sin embargo, de acuerdo con el diccionario de Oxford
— y de acuerdo con el uso común — , "infame" significa "notoriamente vil o
malo, abominable". Menciono esto para sugerir la virulencia alcanzada por
la disputa.
392
ELTRIMESTRE ECONÓMICO
Veamos ahora, en términos más generales, los desarrollos teóricos que
dieran su inspiración, o pretendieran darla, a estas posiciones opuestas. Se
requiere destacar en este punto un desarrollo particular de los pasados
veinte años más o menos, de alcance muy general y que a veces se ha
considerado de fundamental importancia para el conjunto de la ciencia
económica. Se le ha llamado la "nueva economía clásica", o bien la "nueva
macroeconomía clásica". Uno de sus elementos importantes son las "expectativas racionales", cuyos fundadores son Robcrt Lucas, de la Universidad
de Chicago, y Thomas Sargent, de la Universidad de Minesota, junto con
Robert Barro, primero de la Universidad de Chicago y ahora de Harvard,
como el tercer miembro del grupo original, del que hubo sin embargo algunos
anuncios rudimentarios. La bibliografía sobre este tema ha crecido con
rapidez, de modo que ahora es muy abundante.
En ciertos sentidos la teoría de las expectativas racionales, por lo menos
en su importancia práctica final, es el fundamento o la coronación de la
nueva macroeconomía neoclásica, según se vea. En suma, la teoría tiene sus
raíces en el concepto del comportamiento racional y en la historia y la
bibliografía muy extensas concernientes. Las fronteras de este tema son
mucho más amplias que las del análisis económico como tal, de modo que
no podremos examinar aquí todos sus aspectos e implicaciones. En cuanto
a la ciencia económica, el concepto proviene en cierto sentido de la noción de
elección, como se observa por ejemplo en las doctrinas de la escuela austríaca,
en particular la de Wieser, como la esencia del comportamiento del hombre
económico, o del "agente económico", como suele llamársele ahora (por cierto,
esta nueva palabra para describir al individuo en su actividad económica podría
ser el tema de un análisis filosófico psicológico de las nuevas tendencias
teórícas, ya que podríamos preguntarnos: "agentes" ¿de quién o de qué?).
En efecto, en la formulación de algunos economistas austríacos —Mises
y Hayek, por ejemplo —, la elección se convierte en la esencia de toda acción
humana como tal. Podría usarse el término "comportamiento racional" para
describir lo que es efectivamente el comportamiento individual, y lo que
probablemente sea (es decir, el pronóstico), o bien lo que debería ser si cada
individuo actuara en favor de su propio interés, considerando esto último,
por lo menos por implicación, como su motivación principal (un poco lo
contrario de lo que pensara Adam Smith) o como el supuesto usado con
mayor facilidad en el análisis del comportamiento económico, o incluso
como la motivación que "debería" prevalecer (en cierto sentido) sobre otras.
La expectativa racional es la proposición de que los pronósticos afectan
los resultados y éstos afectan las expectativas, de modo que se produce una
"proyección" de expectativas a expectativas. Los "agentes económicos"
advertirán finalmente que han cometido errores y tratarán de revisar sus
métodos de formulación de pronósticos hasta que lleguen al equilibrio, es
decir, a una situación en la que se formen efectivamente expectativas
racionales. Dicho en términos más tradicionales, debemos suponer que todos
NOTAS Y COMENTARIOS
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los "agentes económicos" aclúíin de acuerdo con la mejor información de
que disponen y con los principios de la teoría económica, y que, por lo tanto,
sus pronósticos serán "no sesgados", y esperarán racionalmente las consecuencias de cualquier intervención intentada por las autoridades. Como
resultado, y formulando además el supuesto muy importante de la existencia
de precios y salarios flexibles, el gobierno no podrá intervenir en el proceso
económico de una manera que no sea inmediatamente frustrada por las
acciones de los "agentes económicos".
Esta teoría se ha desarrollado en gran medida en relación con la eficacia
de la política monetaria, y gran ¡jarte de la bibliografía busca demostrar la
inutilidad del intento de influir en las principales categorías económicas
mediante la política monetaria, ya que las expectativas racionales frustrarán la acción de la autoridad monetaria. Esto es algo paradójico, ya que los
monelaristas y los partidarios de las expectativas racionales sienten la
misma aversión por las políticas intervencionistas —en el primer caso,
exceptuando la acción sobre la oferta monetaria. En efecto, la teoría va más
allá, por lo menos en la formulación de Barro, cuando se afirma que también
la política fiscal es ineficaz porque no iiay ninguna diferencia entre el
financiamiento del gasto público con impuestos o con préstamos. Por lo
tanto, los gobiernos no pueden estimular el crecimiento económico mediante
el financiamiento deficitario, porque las familias no consideran los bonos
gubernamentales como parte de su ricpieza. Más precisamente, los agentes
económicos considerarán los prestamos gubernamentales como una mera
posposición de la tributación, de modo tjuc aumentarán su ahorro para pagar
los impuestos esperados en el futuro, compensando así el desahorro representado por los préstamos gubernamentales.
Por supuesto este análisis ha sido cuestionado. No hay necesidad de
entrar a los detalles del debate consiguiente, pero resulta interesante destacar esta nueva implicación de la escuela de las expectativas racionales para
una política económica no intervencionista. Aunque no todos los autores
antikeynesianos comparten todas las ideas de la escuela monetarista o !a de
las expectativas racionales, hay cierta relación familiar entre todos ellos: el
rechazo general de la administración macrocconómica, ya sea de la variedad
keynesiana o de cualesquiera de las variedades pertenecientes a lo que
Samuelson ha denominado la "síntesis neoclásica".
El concepto de las expectativas racionales se relaciona con la corriente
mas amplia de la macroeconomía neoclásica. Esta es la manera más reciente
de la teoría de que los mercados siempre se etiuilibran. Entre paréntesis, se
dice que la base de la teoría se encuentra en Atlam Smith, aunque esta
aseveración podría discutirse. En su modo extremo la idea aparece en Say
y más tarde en Bastiat, el popularizador francés de Smith. Walras presentó
una versión más refinada y matemática de la teoría, la que ahora se asocia
con los nombres de Arrow y Debreu, dos ganadores del Premio Nobel. En
términos teóricos, una relación de la nueva fornudación de la inevitable
mi>
EL TRIMESTRE ECONÓMICO
tendencia de los mercados hacia una posición ile e(|uiiil)rio con la proposición de las exjjectalivas racionales (en el senl¡:lo de (|iic la inlervención de
la autoridad es inútil, sobre lodo en la política iiionctaria, ijorcjue inevitablemente ésta se frustrará por la acluación de los agentes económicos de
acuerdo con sus ex])eclal¡vas racionales) genera la base para un cuerpo
completo de teoría absolutainonle contrario a la inlervención estatal.
Si bien no podríamos acusar a los autores de estas construcciones
teóricas (en particular a profesionales de la lalla de Kenneth Arrow) de
desconocer la enorme brecha enlie las condiciones |)osluladas por la teoría
y las del mundo económico real (por ejemplo en cuanto a la formación de
los precios en los mercados de mano de obra), se advicile sin dificultad que
tales construcciones se prestan con iacilidad a lemas políticos demagógicos, y
a veces a experimentación política peligrosa. Como he señalado antes, algunos
de los excesos inlcrvencionistas de ciertos seguidores de Keynes f)rovocaron
un ambiente de desencanto en el (|ue podían florecer pretensiones extremas
— y por tanto igualmente excesivas— en favor del no intervencionismo.
Por supuesto, hay ciertas alian/.as y diferencias curiosas, y no fácilmente
analizables, no sólo en el campo de la teoría, sino también en el de la acción
práctica. Es imposible un examen de todas las variedades de combinaciones
entre los partidarios de la teoría de las expectativas racionales, la doctrina
pura del equilibrio macrocconómico generado por un nuevo tipo de "mano
invisible" y el grupo duro de los monelaristas que en general creen firmemente en una manera extrema tlel luisscz-faire pero que no siempre se
entienden con los otros. Toda esta esfera de la teoría económica y la teoría
de la política económica se asemeja a veces a una contradanza en la que
posiciones y parejas están sujetas a frecuentes cambios.
Sin embargo, desde una perspectiva de largo plazo en cuanto al presente
y el futuro de la ciencia económica, hay una distinción muy clara entre, por
una parle, diversos economistas ortodoxos, cuyos análisis conservan todavía
mucho de la teoría keynesiana y se basan en sus versiones más recientes y
refinadas y, por la otra, los economistas cpic de diversas maneras han llevado
adelante la contrarrevolución antikcynesiana.
En este sentido es inleicsante observar que, mientras que Jevons creía
que Ricardo había encaminado a la ciencia económica por una senda errada,
ningún neokeynesiano, poskeynesiano o cualquier otra clase de keynesiano
ha sugerido todavía que Walras haya hecho precisamente eso. Por lo contrario, muchos de ellos han mostrado gran admiración por Walras, y algunos
podrían incluso convenir con Schum|)eler en que el sistema de Walras es
"la Carta Magna" de la teoría económica dado que, en su opinión, establecer
las condiciones del equilibrio general es el problema central de la economía.
Por supuesto, sería un error descartar lodo el trabajo realizado desde Walras
hasta Arrow, que ha establecido esta "teoría general"; pero me parece difícil
sostener su aseveración de que esta es el princi¡)io y el fin de toda la
economía como ciencia. En primer lugar, si acei)táramos esto estaríamos
NOTAS Y COMENTARIOS
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eliminando —como algo que no es rcalinente economía— la parte más
voluminosa del trabajo de hoy, que se ocupa de una enorme variedad de
cuestiones prácticas de política económica en sectores particulares de la
economía o de las fínanzas. Estas cuestiones no se relacionan fácilmente con
las austeras proposiciones del equilibrio general, sino que de manera
implícita —ya menudo explícita— incluyen algún tipo de acción intervencionista, o postulan imperfecciones del mercado, con frecuencia condicionadas por la historia, sin otro juicio de valor que su efecto en procesos
económicos particulares. Si la pretensión de que la nueva macroeconomía
clásica es en efecto la culminación de un desarrollo científico que hace de
la economía el equivalente de la física newtoniana, digamos, tendríamos que
preguntarnos irremisiblemente cómo y dónde podrá encontrarse una aplicación práctica equivalente (como diversas ramas de la tecnología moderna).
Este es el punto en que la naturaleza y c! |>ropósito de la economía se
convierten de nuevo en la cuestión fundamental, como ha ocurrido antes en
momentos críticos anteriores de la historia de la disciplina.
Los economistas de la escuela neoclásica de macroeconomía adoptan
una visión muy complaciente del estado de la economía. Para ellos la
perspectiva del equilibrio general, donde los mercados siempre se equilibran (por mucho que se tarden para lograrlo), y dados los lemas de la escuela
de las expectativas racionales de que la intervención es inútil, es decir peor
que algo sencillamente ofensivo desde el punto de vista moral para quienes
creen en el laissez-faire, basta para constituir no sólo una economía positiva,
sino una economía que también proporciona de manera automática ciertas
normas para la acción, es decir, la inacción.
La búsqueda del "piloto automático" que elitninará las elecciones a
menudo difíciles parece una necesidad inevitable de la ciencia económica.
Puede asumir diversas maneras, pero su esencia aún es la misma: un solo
principio sencillo de explicación que ya contiene en sí mismo la prescripción
correcta para la política. Las maneras distorsionadas del keynesianismo
(como también las del marxismo, de manera diferente) exhiben esta tendencia, la que ha resurgido ahora en la teoría no intervencionista extrema.
¿Cuál es entonces el resultado de estas tendencias? Por lo que respecta
a la teoría económica, los nuevos macroeconomistas clásicos y los representantes de la gran síntesis poskeynesiana parecen seguir trabajando más
o menos en compartimientos separados. No puedo ver ningún avance real
hacia alguna clase de fusión, y en efecto considero muy improbable que ello
pudiera ocurrir. Esta no es una situación feliz, y algunos analistas han
hablado de una "crisis" en la ciencia económica. En este nivel de abstracción resulta en efecto difícil no considerar la situación por lo menos como
muy poco satisfactoria.
Por lo que se refiere a la aplicación práctica de sus doctrinas a la política
económica, no creo que ninguna de las escuelas —desde luego no en sus
versiones extremas— pueda presumir de una experiencia particularmente
SM
EL TRIMESTHE ECONÓMICO
brillante. Como dije antes, los éxitos tcinpraiios c indudables del keynesianismo de la posguerra llevaron al siijjuesto arrogante de que podemos leer
el estado de la economía como en un cuadrante, y manipular luego diversas
palancas para crear un crecimiento soslciiiblo con ausencia de inflación,
desempleo mínimo, equilibrio en la balanza de pagos, etcétera, todo ello al
mismo tiempo. En consecuencia, en diversos lugares surgieron la desconfianza o aun el desprecio |>or el mecanismo del mercado y la motivación de
la ganancia, e incluso podían discernirse ciertas tendencias peligrosas hacia
el "dirigismo" y el corporatismo extremos.
Por otra parte, la otra escuela extremosa no lia sido jamás plenamente
sometida a prueba en la |)ráctica —quizá rúnica |)ueda ser verificada así en
una sociedad democrática —, pero tampoco puede mostrar grandes éxitos.
Cuando digo esto no debo enlentlcrscmc mal. En |)rimer lugar, he subrayado
que estoy hablando de una actitud extremista y doctrinaria en este sentido,
y además sin ninguna referencia cspecílica a las condiciones reales de un
país particular en un momento dado. En electo, creo que en algunos países,
en ciertas épocas, una firme postura ideológica y su aplicación práctica de
la virtud (o por lo menos la utilidad piáctica) tie la o|)cración del mecanismo
del mercado y algunas de las consecuencias im|)licadas, por ejemplo en
cuanto a la [)rivatización de las empresas estatales, ha sido esencial para
restablecer el equilibrio frente a las tendencias excesivas, "dirigislas" y en
última instancia autoritarias, ya no digamos frente a la declinación económica. De igual modo, el uso de instrumentos monetarios para la estabilización financiera lia sicJo a menudo eficaz, y en realidad inevitable. Pero esto
significa sencillamente c|ue los excesos —en una u otra dirección— deben
corregirse cuando han ocurrido, y que tal corrección es inevitablemente
dolorosa, no sólo en términos prácticos sino tuinbién en el terreno intelectual,
como una sacudida a los modos de pensamieiilo ace|)tados.
Por lo tanto, llego a la conclusión poco estimulante de que si bien no
debe excluirse ningún enfo{|uc de la investigación en el campo teórico,
siempre que se investigue honestamente, con espíritu académico, la historia
económica de los pasados cincuenta años demuestra que la dependencia
excesiva de uno solo —o un jiequeño número— délos instrumentos de política,
sobre todo cuando se presenta como el único camino virtuoso, puede ser algo
peligroso. Si la vigilancia eterna es la condición de la libertad, esto se aplica
también a la política económica, junto con una disposición a cambiar de curso.
Estas son las condiciones necesarias -aunque quizá no suficientes— de
una economía saludable. Porque la construcción de una sociedad sana,
de la que la economía es sólo uno de sus as|)ectos, recpiiere mucho más que
una buena política económica, ya no digamos una buena teoría. Creo que este
ha sido el principio orientador de la política mexicana en los recién pasados
años, y los resjjonsables de ella merecen el aplauso de sus conciudadanos.
Enero de 1992
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