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LA GUIRNALDA
PERIÓDICO QUmCENAL
D E D I C A D O AL B E L L O
Madrid 16 de j a l l o de 1872.
AÑO VI.
SUMABIO
El canto del Calvario, fragmento. = El reloj de plata. = L a manía de loa
caliellos nibioB, por D. Jerónimo Moran. = Costuinbrea salvaje8. = Avontui-as <lc »n millonario, continuación, por Pan! Pupleasis. = A «na
* niíía muerta, soneto. =MÍ3Celdnea. = Charada. = Jeroglífico. =Pliego de
dibujos, por J. Magietrig.
EL
DEL CALVARIO
(FRAGMENTO.)
Atravesaba yo, al declinar la tarde, un angosto vallecillo rodeado de pintorescas colinas que le preservaban de los
vientos del mar, y que goza gran fama en el país por la
salubridad del airo que en el se respira. Entre las toscas viviendas espai-cidas en aquel sitio ameno distinguí una casita que descollaba por su blancura entre aquel espléndido
follaje como una cáncKda paloma acurrucada en su nido.
Según me iba .acercando á ella, atraído por una curiosidad
muy natural, dado el paraje y las circunstancias del momento, oí de repente elevarse desde el fondo do un vergel
pegado á la casita los sonidos graves y amortiguados de
un violoncelo ¡Ni el arco ni la mano eran para mí desconocidos!
TJn hombro de mediana edad, pómulos salientes y cabello rojo, permanecía en el umbral de la puerta.
Le saludé y le dii'igí algunas preguntas.
"
SEXO
NÚM. 134;
Había cu la quinta, hacia ya un ano, cío.? hue'spedes,'
cuyos nombres me espresó.
El ^doloucelo resonaba siempre como un gemido continuado.
Entré, pues, en el vergel, me escurrí siü causar el menor ruido, detrás de los árboles y pude distinguir un grupo
de tres personas á quienes el tupido follaje de una enorme
higuera protegía contra los rayos del sol poniente; una
de ellas me era desconocida, mas comprendí desde luego
que era un médico. En cuanto á las otras dos ya dejo indicado que no mo eran desconocidas.
Eran un anciano y una joven. Solo aquel me pareció
notablemente cambiado; en los ra.sgos déla joven apenas
noté alteración y, sin embargo, su actitud, el silloíi escondido bajo los almohadones sobre que se hallaba casi tendida, todo me anunciaba que el médico estaba allí solamente
por ella. Cuando yo mo aproximaba, por supuesto sin ser
visto, el padre dejaba descansar el arco y la preguntaba
cómo se encontraba.
—Mejor—respondió ella sonriendo—cada vez mejor,
mas solo en Alemania recobraré la salud por completo,
—Hija mía—repuso entonces el anciano,—confíamelo
todo. Ese secreto que guardas con tanta oK-ítinacíon dobla
tu mal. Te .suplico que me lo confies todo: yo te prometo
no maldecirle. Te ha engañado, ¿no es verdad?
Ella volví<f á abrir sus lánguidos ojos.
—No, no—contestó con viveza febril.—Soy yo, que me
he engañado á mí misma, yo sola; no hay mas culpable que
yo ¡amadle siempre!
106
LA GUIRNALDA.
Seguidamento, cuando su pupila tornaba á velarse,
como si el delirio se apoderase de ella súbitamente, le acusaba, rofjaudo, no obstante, á Dios que le perdonara.
Durante este intervalo, los dedos do la mano, puestos
sobre las cuei-das del violoncelo sacaban de él sonidos tan
lastimosos que penetraban en mi alma.
La joven, volviendo de nuevo en sí, dice:
—Padre mío, tengo dos cosas que pedirte; sonrie en primer lugar.
El anciano ensayó penosamente una sonrisa.
—Dios te Iq. pag-ue—repuso la doliente joven;—ahora
toca el canto del calvaño.
—No, no—dijo el buen hombre con el acento de una
alegría dolorosa;—el día de tu casamiento, hija mía.
La joven so sonrió mirándole fijamente: él Baja loa ojos
sin replicar lo mas mínimo.
En seguida con un gesto do dolor sacudió sus blancos
cabellos sobre la frente mas pálida que el márrnol y vuelve
. á tomar el arco
Yo escuche entonces el canio del calvarioj el canto del
calvario, sí
Mienti'as que (H lo ejecutaba tembloroso, yo
veia gruesas lágrimas caer una á una sobre sus pobres manos trémulas y flacas.... ¡Lloraba y con él la madera y
las cuerdas!.... ¡El médico tenia los ojos humedecidos y
yo pagaba también mi tributo en aquella escena tan
triste!
Solóla joven érala que allí no lloraba
porque no tenia ya lágrimas.
Apárteme de allí con el alma desgarrada y aguardé al
médico a l a puerta. Llegó y le pregunté si quedada alguna
esperanza.
i ¡Por toda respuesta el doctor levantó las manos y los
ojos al cielo!
Fatigados de trotar á través de los campos, Federico y
José echaron pié á tierra sobre el borde de un camino
sombroso, próximo al cementerio de una aldea. El espectáculo improvisto de esta mansión suprema les afectó lo
bastante para retener las palabras en sus labios durante
algunos momentos. Los dos augustos paseantes que disponían de millones de vasallos, entrevieron sin duda la igualdad de los i'eyes y los subditos ante la muerte.
La poesía pagana puso término á esta triste consideración. Sentándose sobro un ribazo al pié de un árbol corpulento, José I I deja caer un libro que contenia nada menos
que las obras completas de Virgilio. Federico recoge del
suelo el precioso volumen y se le entrega al emperador)
esclamando:
—¡Qué gran poeta, señor, pero qué mal jardinero este
pobre Virgilio! Figuraos que me habían recomendado m u cho que plantase, sembrase y ejecutase todas h's demás
labores agi-ícolas con las Geór(jicati en la mano. ¡Mayor
tontería!.... Aunque, á decir verdad, el sol se lo niega todo
a la tierra endiablada de mi reino.
—¿De suerte, señor, que no produce sino laureles?
Una vieja campesina pasó á la sazón cerca de los dos
interlocutores que so entretenían en darse incienso recíprocamente. Saludóles respectivamente, sin sospechar que fuesen un rey y un emperador ocupados en repartirse al pié
de un árbol una buena pai'te de este mundo.
—Buena mujer—le dijo Federico II—¿dónde vais asi
con paso tan ligero, como si fueseis una muchacha de 15
años?
—Voy á Neustadt
al campamento de Neustadt.
—¿Queréis presenciar las giuudes maniobras?
—Quiero ver al rey de Prusia.
. ,.,; ,-. „;, .^,.,r.,
—¿Y al emperador de Austria?
—No, señor; al rey .de Prusia únicamente,
>0!^00-C=—Buena aldeana—la dijo á su vez José II—¿nos podeLs
decir la hora que es?
EL RELOJ DE PLATA.
—Tengo un reloj, como veis, señor mío, pero no marca
las horas desde hace ya mucho tiempo; es viejo y está desUna gran casualidad permitió en 1770 al emperador do compuesto, como yo.
—Y entonces ¿de que os sirve semejante maula?
Austria conocer y admirar personalmente al rey de Prusia
—¡De recuerdo!
Federico IT. Lo. reunión súbita de estos dos grandes sobeA estas palabras la anciana lugareña oprime sobre sus
ranos dí^duraute algunos días al campo de Neustadt, en
la filoravia, todas las apariencias de una corto espléndida: labios un reloj do platíi, en cuya caja esterior campeaban la
las fiestas, los banquetes, los juegos, los espectáculos alter- cifra y las armas de la casa real de Prusia. Tanto his dos
naron allí con las maniobras militares de un modo diffno iniciales como la corona, no pudieron menos de llamar
la atención de Federico II, que esclamó con voz conmode la doble magnificencia de un emperador y un rey.
Federico llevó por galantería al campamento 'de Neus- vida:
—¿De dónde os ha venido este reloj? ¿Os le habéis entadt el uniforme blanco del ejército austríaco. Parecióle
bien sin duda sustraer á los ojos del emperador la casaca contrado?.... ¿Dónde le habéis cogido?
awü de Prusia, que los imperiales habían visto con tanta
—No se lo he cogido ú nadie—replicó con orgullo la anfrecuencia sobre el teatro de la guerra.
ciana;—no me le he encontrado en ninguna parto: le recibí
de un hombre.
Cierto día, á la conclusión de IÍUS maniobras, los dos hace ya treinta años de un hombre
soberanos acordaron hacer de incógnito una escursion polí—¿Que se llamaba?
' •
tica por los alrededores de Neustadt. Montaron á caballo
—Ese os un secreto entre el cielo y yo. Buenas tardes,
y helos aquí, sin escolta, sin.acompañamiento alguno, en caballeros.
medio del campo corriendo emparejados y decidiendo del
—Una palabra mas, raí buena mujer. ¿Tenéis mucho
porvenir do los pueblos
á escape.
deseo de ver al rey de Prusia?.,., Pues bietí, le veréis; yo
LA GTJ/KNALDA.
íñismo os prcaentaré 6. é\, si os place..... pero con una condición,
—¿Cuál?
—La (lefjuenos contéis la historia de ese reloj i c plata.
—¿Veré ai roy y hablaré con él?
•' —Yo os lo aseguro,
•\ —Corriente. Hacedme ahora un pequeño lugar á vuestro lado, mis buenos señores. Si titubeo alguna vez con tándoos esta historia, dignaos perdonar á mi ancianidad;
si suspiro con los recuerdos, tened compasión de mis penas;
si lloro acaso, no os riáis demasiado de mis lágrimas.
La pobre aldeana recapacitó un instante, y en seguida
comienza con voz muy baja la confidencia do su -inisterto,
con los ojos fijos en las inmóviles agujas do su reloj:
A la edad de 16 años, Margarita era la mas linda muchacha de 8u aldea
de todas las aldeag> de la Moravia;
Margarita constituía el orgullo y la alegría de su casa, que
no era mas que una humilde cabana Desde la mañana á
la noche trabajaba sin descanso. Así, á la edad de 16 años,
bella, limpia y laboriosa, no había tenido tiempo de soñar,
de suspirar, ni de pensar en amoríos.
Luego que hubo crecido lo bastante y cuando se creyó
con fuerzas y habilidad suficientes, pensó que debia ponerse
á servir, con la niadosa idea de poder hacer algo en favor
de la casa paterna. Buscó, pues, y solicitó una plaza de
criada, hallando al fiu colocación por un poco de dinero con
una gran señora, que no era su madre, y con una joven
señorita, que no era su hermana. Un dia, un desdichado
dia, dio el adiós de despedida á sn hogar querido, y hela
aquí, en el carruaje de una estraña, sobre el camino que
conduce á la gran ciudad de Berlin.
Margarita era yo.
Pasaré por alto las mortificaciones y los enojos por que
pasé durante el primer invierno. ¡Que Dios preserve á las
lindas hijas de la aldea de ir á servil- á los ociosos de las
ciudades! Mas ¿qué importa? me decia yo á menudo enjugando mis lágrimas; no tardará on venir la primavera: loa
hielos y las nieves se derriten: pronto el cielo aparecerá
, todo azul y la tierra toda verde, los jardines se verán e s maltado-s de flores y los pájaros volverán á ^legrarme con
sus gorgeos.
La casualidad tuvo compasión de mi tristeza y de mj
aislamiento. Oí una voz que me hablaba un lenguaje que
yo no habia hasta entonces oído en mi mísera condición,
que diiigia á una simple criada ¡as palabras mas dulces y
consoladoras. La persona afable que me hablaba de esta
manera, habitaba en la casa do su tia Mad. de Burder, mi
noble señora. Este joven—¡era un joven!—tenia veinte
años, servia en clase de oficial en Jos guardias del último
rey, de odiosa memoria
y so llamaba Guillermo K a t t .
Federico I I interrumpió de repente á la campesina.
—¡Guillermo KattI.... ¿Se llamaba Guillermo Katt?
—¿Conocíais este nombre por ventura?
•—iSi yo le conocía, mi buena Margarita? Si, sí, continuad .
—¡Ah! tanto mejor
Estoy hablando tal vez coü alguno
de sus antiguos amigos continuo.
'' '"
107
Mad. de Burder, ó mas bien Mr. Guillermo Kattj tenia
ol honor do recibir diariamente la visita de un gran p e r sonaje, la visita del príncipe real, Federico do Prusia. El
heredero presunto de la corona estaba en esta época en
desgracia. Decíase qiie era odiado en la corto del rey su
anciano padre, y me parecía muy natural que se dignase
venir á consolarse al lado de un oficial á quien llamaba
su amigo.
Coronel de la guardia á los diez y ocho años, el p r í n cipe comenzaba á luchar contra una posición inútil, quo
repugnaba a su orgullo y á su genio, y preparaba en s i lencio los triunfos de su glorioso porvenir, estutliando reservadamente con Guillermo iíati; el arte de vencer ó los
enemigos- de la Prusia. . ,?I-Í;V ¡.H/, j-i.'ivi:Jj..:..í^;ri
Yo veia á Mr. Guillermo á todas las horas del día; él
me protegía y me defendía contra todos los regaños injustos de Mad. de Burder y de su orgullo.sa hija: su presencia
habia bastado para embellecer mi servidumbre; en fin, yo
le amaba sin decíi'solo, contemplándome feliz con este amor
silencioso.
Mas ¡ay! icuán poco duraron los sueños que me tenían
tan orguUosa y tan satisfecha!
Una mañana Guillermo anuncia á Mad. de Burder y á
su hija una orden del rey, que lo preceptuaba so encontrase dispuesto á partir con su jefe el coronel de la guardia,
es decir, con el príncipe real Federico. Se trataba de acompañar á S. i[. en un viaje por las provincias del reino mas
apartadas.
El dia de su partida, Mr. Katt vino á tomar la venia
de su noble tia y de su linda prima. Yo pude hallar un
pretesto para permanecer largo tiempo en el salón, y no
tardé en echar de ver la turbación de Guillermo, que lloraba al despedirse de la señorita de Burder. Parecíame quo
una de aquellas lágrimas caia sobre mi corazón y le hacia
saltar de cólera y de colo.s. Antes de salir del salón, se dignó
tenderme la mano, diciéndome:
' . • •'
—Margarita, tomad esos dos federicos de oro: deseo quo
sean la base de vuestro dote, el principio de vuestra m o desta fortuna,
Yo acepté los dos federicos para guardarlos, no como
se guarda un poco de dinero, sino como se conserva un r e galo magnífico ó un precioso recuerdo.
Un mes mas ta,rde se esparció por Berlin una estraña
y alarmante noticia. Se decia que el príncipe real, para
ponerse á salvo de la violencia, de la injusticia y de los
malos tratamientos de su padre, habia intentado abandonar la corte, huyendo lejos de la Prusia.
Esta desgi-aciada noticia era cierta; mas el príncipe y
Guillermo Katt, su cómplice, fueron aprosados en un pueblo de la frontera. Coudújoselos primero al Braudebourg
y después á la cindadela de Custrin para ser allí juzgados y
condenados, sin duda, por orden del rey.
Yo no vacilé uu instante en apelar á un medio desesperado para ver á Guillermo en su prisión y para servirlo,
mal de su grado. Merced á los dos fedei icos de oro que él
me había dado á su partida de Berlin, fuéme posible realizar apresuradamente mi proyecto, mi única esperanza. Yo
IOS
LA GUIRNALDA
era crecida y varonil; así, sin grande dificultad, el trajo,
la apostura, el habla, todas las aparienci;is rústicas de un
campesino, disfrazaron en breve á la joven lugareña de la
Moravia. L/n morral sobro mis espaldas, un palo grueso de
camino en la mano, y lie'me aquí sobre la carretera.
En esta disposición caminé de día y de noche sobre el
Helo, entre la nieve, entre el lodo, viéndome al fin sobre
los umbrales de la ciudadela de Castrin. Llamé valerosamante á la puerta y me arrodillé á las plantas de la mujer
del gobernador: invento un viaje y aventuras imaginarias;
la pido trabajo y un pedazo de pan en cambio de mi adhesión y de mi vida entera. Esta mujer era joven y bien parecida, y se moviá á compasión ante un desgraciado que
mostraba Juventud y belleza, admitiéndome sin gran dificultad á su servicio. Vedme, pues, ya en la prisión del
príncipe reaX.... al lado casi do Guillermo.
¡Ali! dejadme respirar, mis buenos señores
porque
yo me ahogo con el recuerdo do mi aventura, do mi alegría
y de mi dolor.
Guillermo,—continúa tristemente la vieja aldeana,—me
habia ya olvidado hasta tal punto, quo no reconoció ni adivinó siquiera en mi persona á la pobre criada de Alad, de
Burder. Pero .no obstante, yo no me encontraba allí, en
aquella aborrecida prisión para ser vista de Guillermo; e s taba para v erlo, y
le veia.
El gobernador de la ciudadela habia relegado al inocente cómplice del príücipo r e a l a un horrible calabozo,
sin muebles, sin aire y sía luz: el gobernador de Custriu
era un soldado inexorable que obedecía ciegamente los
mandatos reales de su soberano. En medio de tan graves
obstáculos yo me decia; ¿Cómo valerme para hacer entrai"
en el calabozo de Guillermo el resplandor de una lámpara
durante la nocho y un solo rayo de sol durante el dia?
¿Será imposible arrojar uu miserable colchón sobre el lecho de paja del prisionero? ¿Por Ja mañana ó por la tarde,
mientras se pasea en el patio, uo hallaré medio do darle
al paso plumas, papel, tabaco y libros? En fin, ¿qué recurso apelar para dulcificar el infortunio de mi amado G u i llermo?
No hay nada imposible, nada difícil para una mujer,
que no solamente está enamorada, sino que sabe amar. Yo
no era entonces mas que unasenciüa y candida campesina,
una mísera criada liona de ignoiancia
Pues con todo eso
yo discurrí súbitamente una astuciiv admirable para servir
á Guillermo, lo mismo que había encontrado antes un disíraz para venir á verle.
Mi estratajema era muy propia de una mujer. Cierta
noche, al recibir las órdenes de mi nueva ama, me atreví á
decirla con la mayor simplicidad y acento candoroso del
mundo:
—¿Sabéis, señora, que ese prisionero que se llama, creo,
Guillermo Katt, todos los dias ú la hora do su paseo me fatiga, me aburre, sin hacer otra cosa que hablarme de vos?
—¿De mí? — respondió desdeñosamente la hermosa
dama. .
'' ..
—Se alaba—repliqué yo—de luiberos Síxludado á lo lejos
dos ó tres veces y do haberos visto en Berlín durante
vuestro último viaje del año pasado. En fin, ha tenido el
atrevimiento de confiarme que estaba enamorado
¡enamorado de vos, señora!
—¡Cómo! el desgraciado se ha atrevido!
—Pues por lo mismo que es desgraciado es por loque se
ha atrevido ií hablarme de su amor
Esto le consuela
qxiizás.
;,_ ;,
Mi linda señora estaba furiosa contra el prisionero, pero su indignación no so prorogó mas allá do un minuto, ni
las consecuencias ventajosas de mi ingeniosa mentira so
hicieron esperar mucho para Guillermo.
Yo velaba apercibida á todo evento. Las mujeres, ora
sean damas de calidad, ó simples aldeanas, g-uardan siempre un poco de compasión para el que las ama. Perdonadme la observación, mis buenosseñores.
El hecho es que después de haberlo consultado con la
almohada, á la mañana siguiente mi señora consiguió obtener, no se cómo, de su marido, una nueva habitación
para Guillermo: allí al menos tenía una cama bastante
regular para que se pudiera dormir en ella, libros que permitían al cautivo distraerse, barbacanas que le daban un
poco de aire y una especie de lumbrera ó tragaluz que lo
dejaba entrever el cielo y los árboles. Para colmo de ventura, el prisionero fué servido por un joven que se llamaba
Frantz, y ya habréis adivinado sin duda que Frantz era ni
mas ni menos mi propia persona.
Cuando Guillermo, quo no llegaba á reconocerme, me
preguntaba sonriendo de placer:
—¿CuálGs laraauo invisible que me protege?
Yo le respondía poniéudorae colorada de vergüenza:
—La mano de una joven que no quiere ser conocida.
Cuando mi señora me preguntaba con toda la curiosidad de una coqueta:
—¡Qué hace, qué piensa nuestro proteg-ido?
Yo la respondía con una nueva mentii-a;
—Vive con la esperanza de veros, porque continúa adorándoos y aguarda la primera hora de su libertad para decíroslo él mismo.
'•»:= -^ • • ,.:,4 .-'^^-. * - f
Guillermo ^.tribuía únicamente á la intervención g e n e rosa de la esposa del gobernador el cambio de su situación.
Sus pensamientos de gratitud eran para ella sola, sin cuidarse lo mas mínimo ni de mi turbación, ni de mi palidez
ni do mis lágrimas
¡Yo se lo perdono!
Las prerogativas de inviolabilidad, como príncipe real,
debían sustraer á Federico á la vindicta de las leyes del
reino, y la impunidad del delito, salvando al principal delincuente podía dejar impune la falta de su cómplice; pero
no sucedió así: impotente contra el heredero presunto do
su corona, el rey no quiso considerar á su hijo en esta ocasión mas que como al coronel de su guardia; la alteza y e^
simple oficial tuvieron que someterse al mismo tiempo al fallo do un consejo de guerra; Federico y Guillermo Katfc
fueron, pues, juzgados ycondenados á muerte.
Unsolo pensamiento, una esperanza única nos quedaba
todavía á la esposa del gobernador y á mí: ambas esperábamos el peí-don del príncipe real: á nuestros ojos, on el
fondo de nuestro corazón, la existencia de Federico garantí-
LA GUIBNALDA.
zaba la vida de Guillermo, la libertad del coronel debia
hacer imposible la ejecución de su oficial subalterno.
Mi buena y crtídula señora imagina dar á nuestra esperanza una nueva seguridad: la esposa, pues, del gobernador escribió á la reina de Prusia anunciándola la terrible sentencia do su hijo, que ella tal vez ignoraba. Revelar á su
noble madre la condena del príncipe real, ¿no era un medio
admirable de ligar mas y mas la suerte de Guillermo al
perdón y á la libertad de Federico? Ksta futí la última tabla do salvación arrojada por la mano de una mujer entre
un prisionero y el cadalso. La carta salid para su destino,
y nosotras aguardamos.
Una mañana el gobernador obligó á su mujer bajo un
pretesto cualquiera á alejar.se de la fortaleza. Una hora
mas tardo los carpinteros construyeron un tablado en el
patio de la fortaleza al nivel del encierro del príncipe real:
cubrióse el cadalso con un inmenso tapiz negro, y ' desde
su Tentana Federico podia contomplai' el instrumento que
iba á cortar la cabeza de un hombre.
Algunos instantes mas y el desgraciado Guillermo
Katt iba á dejar de eKÍstir: no había, pues, un momento
que perder para arrancarle al infame suplicio .... Y yo, pobre de mí, buscando todavía el medio de salvarle, me d e cía con una secreta esperanza: "¡Yo le salvaré!"
Dios me ilumina con los rayos de una idea sublime.
Tomo con la prontitud del relámpago mi saco de viaje que
contonia mis vestidos de mujer; abro el encierro de G u i llermo y me dirijo al pri-siijuero que duerme, soñando tal
vez con su madre: le despierto, se levanta y le digo toda
temblando:
¡Vamos, valor y obedecedme! Vestios este disfraz, y á
escape hasta la frontera. ¡Vengo á salvaros
] or orden
de mi ama, y os salvo!.... ¡No tenéis ma.? que franquear
el recinto de la prisión riendo y cantando como una joven
sirvienta; sois tan joven y tan agraciado!
Os tomarán
por una muchacha. El verdugo llegará demasiado tarde.
— Í Y el príncipe real?—me pregunta el sentenciado.
—La reina de Prusia ha obtenido el perdón de eu hijo.
—Frantz—me dijo todavía Mr. Katt—tengo un favor
que pedirte
Esciichame bien; que yo perezca I103'" en el
cadalso, ó que atraviese mañana la frontera, adiós l a p a tria, adiós la esperanza, adiós el amor.
—¡El amor, Mr. Guillermo!
—Aquí tienes un peso de oro, lo que te bastará para el
viaje de Berlín, tú irás allá y llevarás esto reloj do plata,
que me regaló el príncipe i'eai, a l a señorita María de Burder, 3in olvidarte de decirla: este es el último recuerdo de
vuestro primo Guillermo Katt. ¿Quieres hacerme este postrer servicio?
'• '•* '" •'•••-•••'
Yo no tuve bastantes fuerzas en mi afección para r e s ponder á estas palabras: fuí al cabo vendida por mí desesperación
¡Mis ojos 80 cerraron y caí desmayada en los
brazos de Gaillermo!
Al volver en mí, contemplé á Guillermo que se arrodillaba á mis pies, ¡me había por fin adivinado, me liabia reconocido! Frantz desapareció á sus ojos
Dióme conmovido el nombre de Margarita
Me llamó su buena Mar-
109
garita como otras veces! y hasta so dignó decirme cu
bríendo mis dos manos de lágrimas:
--¡Tú aquí, en una pri?ion, disfrazada de hombre!
¿Y
desde cuándo mi pobre y generosa Margarita?
Yo le respondí, cngujando sus líígrimaa y dejando correr las mías:
—Desde muy poco después que fuisteis oncerrado*on cate lugar horrible.
—Margarita—repuso él poniéndose de pié—no irás ya
á Berlin; no verás mp^ á María de Burder
¡F-ste reloj ic
guai-darás para tí sola!
En seguida volvíle á hablar de mi proyecto, que nio
parecía posible aun de realizar y estendí delante de él mis
vestidos de mujer. Mas ¡ay! en este crítico momento la
puerta del encierro se abrió con violencia, dos soldados
avanzaron hasta Guillermo, y yo balbuceé lanzándolo una
triste mirada. "¡Ya es demasiado tarde!"
Un cuarto de hora después de esta escena, la justicia
digo mal, la injusticia estaba consumada, y Federico, el
príncipe real, acababa de ver morir á Guillermo Katt, su
mejor amigo!
Eran las diez en punto cuando subió al cadalso
Y
¡cosa cstraña! al ruido del hacha que cortaba la cabeza do
Guillermo, el reloj que me habia regalado perdió instantáneamente el movimiento
iba á decir que la vida! ¡Sí, la
aguja se parado repente y mirad, señores, mirad! todavía
está apuntando las diez el reloj de plata de Guillermo!
Lahistoriade la vieja CJirapesiua habia conmovido al
emperador de Austria, y yo estoy bien seguro do que al escucharla Federico II, hubia contenido mas de una lágrima
en sus ojos, diciendo, por último á la aldeana con un apretón de manos:
—Margarita ¿queréis cederme esc reloj en cambio de
una verdadera fortuna?
—¿Queréis vos volverme á Guillermo? —respondió la
vieja. Con esta condición, negocio concluido
y renuncio
á esa gran fortuna que me ofrecéis.
—¿Mo parece que veríais hoy con gusto al rey do
Prusia?
—Ciertamente,
:';
—¿Que 03 agradará hablarle?
—Sí
¡le hablaré de Guillermo!
,
—Pues bien, Margarita, venid á visitarme esta tarde al
campamento do Neustadt.
—¿Cuál es vuestro nombre, caballero?
—Federico II.
— ¡El rey, el rey! exclama Margarita
¡Oh señor, ¡que
Dios sea loado! ¡Que el cielo proteja vuestra senectud!
•
¡porque os acordáis todavía de mi pobre GuíUermo Katt!
LA MANIÁ DE LOS CABELLOS RUBIOS
Estamo.s en plena manía do cabellos rojos. A la locura
do amontonar sobre vuestras cabezas trenzas, bucles y rizos inverosímiles que, aumentando desproporcionadamente
lio
LA GUIRNALDA.
SU volumen, dan á las que son pequeñas el verdadero a s - en ella un gnieso marisco que da á sus bocas cierta semepecto de gigantillas, agregáis la demencia de teñiros el janza con los picos de los gansos.
pelo de color rubio. En primer lugar, este capricho detesConvendrán nuestras lectoras en que semejante moda
table, higiénicamente considerado, apresura la caida de los ó costumbre es una verdadera gansada.
'•'••
cabellos, atacando á sus raíces; y en segundo, semejante
Sin embargo, las negraa africanas se someten con p l a afán de corregir á la naturaleza, en la mayoría de los cer á tan molesta operación por un rasgo de coquetería,
casos, íurte efectos contraríos que los que se proponen las creyendo que con sus bocas de pico de ganso aparecen c o que á tales estremos apelan para aparecer dotadas de m a - mo unas ninfas interesantes, y esperimentado tendrán lo
yor hermosura. La prueba de que á muy pocas sientan bien que semejante artificio es capaz de cautivar y conmover
semejantes tinturas artificiales, la encontrareis en la especie los corazones de sus paisanos los cafres y los hotentotes.
de repulsión que inspiran muchas de esas cabezas donde el
color rubio postizo se presenta como una máscara, conocitíndose á tiro de ballesta que aquel matiz, no solo no es
AVENTURAS DE UN MILLONARIO
el suyo verdadero, sino que está muy lejos de ai-monizar
POR PAUL DüPLESSIS.
con su semblante, ¡Válganos Dios, por caprichos femeniles!
Como si no valiera mas la sedosa cabellera negra, que ha ce destacar maravillosamente los bellos y graciosos rasgos
II .
de una fisonomía meridional, fogosos como el sol que nos
EL NÚMERO 1 7 . 6 4 5 .
•;
alumbra. No se crea por esto que tratamos de hacer un
iíran las siete.
.•>".••
agravio á las rubias: lo mismo diriamos á estas si incurrieM. de f erriéres, su hijo y Raoul estaban sentados á la
sen en la estravagancia de teñirse de negro sus cabellos
blondos. Destruirían con ello toda la dulzura y apacible mesa. Esta había sido admirablemente servida y se hallaencanto de sus rostros angelicales, sin ganar por eso en el ban en los postres.
Aunque la anciana Martha, verdadera especialidad que
otro sentido. La naturaleza es siempre mny sabia y en el
código eterno del buen gusto siempre será una aberración hacia quince años estaba iil servicio del ilustre abogado,
había preparado esta comida desde el dia anterior y para
contrarestar sistemáticamente lo que ella ha dispuesto.
Taya ahora para concluir un rasgo de erudición sobre ello habia recurrido á su talento culinario, ni JVI. de Fer—
esta materia. La manía que dejamos criticada tiene sus rieres ni su hijo la hicieron gran honor, apenas hablan toprecedentes en la historia, lo que prueba una vez mas que mado un bocado; la alegría les quitaba completamente el
apetito y hubiera sido imposible decir cuál de los dos era
nada hay nuevo debajo del sol.
Siendo muy poco comunes los cabellos rubios entre los mas dichoso; si el padre, con el triunfo de su hijo, ó este
romanos, vinieron á constituir en la e'poca de su esplendor con la satisfacción de aquel. Sin embargo, Raoul habia coantiguo una distinción muy envidiada 31* hasta casi un título mido por ios dos, tal vez pensando que no debía herir e!
de nobleza. A tal estremo llegó la locura, en los mismos hom- amor propio de la anciana Martha.
El rostro animado y los ojos brillantes del huérfano
bres, que se rasuraban la cabeza para cubríx-sela con los d o rados cabellos de las jóvenes hijas de la Gennania; cabellos permitiau suponer que no habia usado del Champagne con
que por cierto compraban á un precio muy subido y que moderación al querer celebrar suceso tan fausto; y aunque
todavía procuraban hacer mas resplandecientes cubrie'ndo- no estuviese Raoul completamente bajo la iufluenci,a del
dios Baco, estaba loco de alegiía y^ miraba la existencia por
los con polvos de oro.
La moda, como se ve, .era bien detestable, pero en cam- un prisma de color de rosa.
—Cuando yo sea rico—esclamó—comeré diariamente
bio resultaba fabulosamente dispendiosa.
como
ahora.
Sentiremos que de esta revelación tomen protesto algu—Sin duda, hijo mío—repuso M. de Ferriéres.
nas rubias de contrabando para justificar un capricho que
— ¿Por qué lo dudáis, padre mío?
uo tiene razonablejustificacion.
El huérfano llamaba así á .su escelente tutor.
J. -MORAN,
—Porque cuando tú seas rico, si alguna vez lo eres,—
. respondió el abogado con la misma sonrisa,—en lugar de
tener diez y seis años tendrás cincuenta, y á esa edad ni
COSTUMBRES SALVAJES.
tus ideas ni tu estómago serán lo que hoy.
Raoul desplegó los labios y con tono seco y altanero
Bien sabido es que en varias regiones de América conservan aun muchas mujeres indias la costumbre de embe- repuso:
Yo espero ser rico antes de los cincuenta años.
llecerse á su manera, horadándose el labio inferior por e n —¡A^erdaderamente!
¿Puede saberse, hijo mío, en qué
cima de la barba para introducii* en él un disco ó rodaja
se
funda
tan
dulce
esperanza?
de madera, de resina ó de metal.
En la casualidad. Un presentimiento me dice que e n También en ^ilVica hay puntos donde las negi-as se
contraré muy pronto una gi-an fortuna; ademá,s, ¿quién me
perforan, no el labio inferior, sino el superior, y van alargando gradualmente esta abertura) acabando por ingertar asegura que mi tio de América no tenga millones? En a l -
LA GUIRNALDA.
gunas cartas que habéis recibido de ese querido pariente,
¿uo 03. habla de mí con mucha ternura?
Tal vez me
nombre su heredero
—Y llevando su generosidad mas lejos, querrá morirse
lo mas ]ironto posible para evitarte la molestia de a g u a r dar el legado—interrumpió el tutor con un tono malicioso
y que uó estaba exento de ironía.—Créeme, liijo mío, continuo después de una pequeña pausa, desecha de tí esas
Incas ideas que podrán perjudicarte, y muelio, para tu por •
venir. Los tios millonarios que llegan de América solo se
encuentran en los cuentos. En cu¿into al medio de encontrar pronto tortuna, solo conozco uno: irahajav con coiistancia.
".
. ' "
M. de Ferriéres hizo una pequeña pausa; pero echándose á reír continuó;
—Me olvidaba de la lotería, mi querido Raoul; aun te
queda la suerte de ganar en estos días un gran premio."
Con tu presentimiento y tus ideas me atrevo íí aconsejarte
que tomes billetes siempre que tengas ocasión.
Esta broma, que no tenia nada de cruel, hizo que el joven bajase la cabeza, y ponitíndose encarnado hasta las
uñas y con voz que demostraba su inquietud, por mas que
se esforzaba para que apareciese tranquila, dijo:
—¿Con qué motivo me habláis de loterías, querido
padi-e?
^
—Con motivo de una lista que, no sé por qué, he recibido de Alemania, ccn los números premiados en una l o tería colosal que se acaba de jugai* en Francfort. Pero, ¿qué
tienes, querido hijo?—continuó el abogado.—Estás pálido
como un muerto
¿Será el Champagne del cual has a h u sado? Toma, bebe este vaso de ag'ua azucarada, añójat-e la
corbat-a, dame el brazo.
Eaoul se desasió bruscamente, y tomando la palabra
preguntó con viveza:
—¿Y esa lista de números premiados en la lotería de
Francfort, ¿la habéis guardado?
•—No, hijo mió, pero ¿qué interés puede tener esa lista
para tí?
Uaoul fijó los ojos en el abogado, lo miró con aire de
sumo interés; se hubiera diclio que quería leer su pensamiento; sin embargo, el rostro de M. Ferriéres permaneció
tranquilo, y dirigiéndose al joven:
- - . ' .•
-~Y bien, llaoul,—dijo —estoy esperando tu contestación,
ÍSl joven hizo un esfuerzo y repuso:
—Querido padre, no he esperado para tantear la suerte
al juego el consejo qué me acabáis de dar en tono burlón;
un prospecto me hizo conocer la ex^tencia do la lotería de
Francfort y...,.
—Acaba, querido llaoul.
— ^ yO' gastando todas mis economías, he comprado billetes por valor de cincuenta francos.
—¿Hablas iucloido con el dinero tu nombre y tus seíías?
—No; yo habia enviado vuestras señas, querido padre;
de manera que esa lista do números premiados que habéis
recibido significa, súi duda, que ho sido favorecido por la
suerte.
—Puede ser, es muy posible,.... pero no, no dejes que tu
ni
imaginación sueñe. Esa lista habrá sido enviada á todos
los jugadores para noticiarles que el sorteo se ha efectuado. Oye, no he tenido cuidado de mirar el número del
premio grande; mas no importa
lo he leido
¡si lo r e cordaré!.... Sí, era este: el premio grande cayó en la serie
diez y siete
- ¿Serie diez y siete?—repitió Raoul—¡Es la mia! jAh,
querido padre!
—Menos entusiasmo, pobre hijo mió; las series so c o m ponen de mil números; tú tendi-ás novecientos noventa y
nueve en contra
¡Ay, aliora me acuerdo! El número
premiado está en los diez y siete mil seiscientos
—¡Mi número!—esclamó el joven;—^yo soy de los que
tienen la serie diez y siete mil seiscientos.
—Bueno; pero de ahí al premiado probablemente habrá
muchos números. ¿Pero dónde habré dejado esa lista? Puede ser que la haya echado en la cesta de los papeles rotos.
M. de Ferriéres no habia concluido de hablar, y aun
no habían pasado diez segundos, cuando ya estaba de
vuelta Raoul, trayendo la lista toda arrugada.
—jAJí! ¿has encontrado la lista?—le dijo au buen tutor,
—Veamos; lee que te oimos.
—No mo atrevo, tengo miedo.
. .'
—¿Tienes contigo el billete?—le preguntó Eduardo, que
hasta entonces no habia tomado parte en la conversación.
—Sí.
—Pues bien, quédate con él y dame Á mí la lista. Yo iré
leyendo los números uno por uno y así disfrutaremos de
las emociones y el placer de un verdadero sorteo. ¿Estás
ya pronto? continuó alegremente el joven laureado pasando la mano por el arrugado papel ¿Me dices que sí? muy
bien. ;AtencionJ
Eduardo, con postura teatral y aire grotescamente s o lemne, esclamó:
—¡Señores! El sorteo va á dar principio. ¡Silencio!..,.,
¡Números uno y siete!
—¡Uno y siete!—repitió Raoul.
—¡Seis!
—¡iSeisü repitió también el joven,*
—j Cuatro!
—¡¡Cuatro!!—repitió el joven Chav¡g*ny con voz a h o gada y devorando con la vista el billete que tenia en la
mano,
Eduardo se detuvo un instante, se puso serio, y lo que
hasta entonces no habia sido para él mas que un juego, se
convirtió en verdadera realidad: tenia miedo.
—Acaba,—le dijo su padre.
Con emoción vivísima y profunda proclamó el último
número, que era un cinco.:
—Diez y siete mil seiscientos cuarenta y cinco—dijo.
Raoul suspiró dolorosamente.
—¡La fortuna se ha burlado de mí!—murmuró.j—^ Ya rae
ha vuelto un Gros-Jean (1), lo que era antes! Es el n ú mero diez y siete mil seiscientos cuarenta y cuatro el que
(1} Locución popular que se aplica eu stJuLido da hxíth 6
mofa.
112
LA GUJIÍNALDA.
yo tengo Pensai* que por solo una unidad uo soy millonario
¡Esto es horrible!....
Gruesas lágrimas llenaban los ojos del pobre hufirfanOj
é inmóvil y abatido parecía paralizado por el dolor. Mas
de pronto dió un giito sobrehumano, que el idioma de las
pasiones puede po.seer solamente y que á la pluma le está
prohibido explicar. Después, en medio de una especio de
vdrtigo empezó á bailar y dar vueltas como un loco, y de
vez en cuando mono.sílabo3 roncos é inconexos sfiliando
sus labios. Eduardo, espantado por estos síntomas de l o cura, se echó en brazos del pobre huérfano. La criáis, que
era muy violenta, concluyó pronto; un diluvio de lágrimas
la dió fin.
—¡Padre mió! ¡Jiennano mió'—esclamó llaoul en m e dio de una alegría delirante, abi-azadme, felicitadme!.... ¡Yo
he ganado! Mi billete es ua billete de sfírie, tomad y vedlo.
Diez] y siete rail seiscientos cuarenta y cuatro, después el
premio grande. ¡Diez y sieto mil seiscientos cuarenta y
cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete, cuarenta y ocho!
¡Tengo millones!
¡Soy millonario!
Esta impresión mora! era mayor de lo que el pobre
joven podia esperar; no pudo tenerse en pi¿, y si su tutor
no le hubiera sostenido, hubiera caido en tierra: habia
perdido el conocimiento.
(Se continuará).
- ^ . j j ^
A U N A N I Ñ A MUERTA.
¿No lias vislo la gentil rosa leniprana
Orgullo do una auroni en primavera,
Dijscollar por la larde en la pi-adera.
De SII.S colores y su pompa ufana?
¿No la viste mas pura en la mañana.
Como infantil bellísima ])alnu'ra,
Mecer su tallo altiva y placentera,
Bañando cu míeles su bolón de grana?
—Por vuestros bellos ojos, señorila.
La cual, sin desconcertarse lo mas mínimo, hizo una nueva
reverencia y presentando otra vez la bandeja, replica lacónicamente.
—x\íiora, por los pobres, monseñor.
tj--í:7:ijrK?-*t_fc.
CHARADA.
La segunda del todo
Suave resuena
Cuando en vuestros oídos.
Niñas, penetra.
Sed precavidas,
Que el todo, cual las rosas
contiene espinas.
!•'• t -
-. r.t
Cual tercera y segunda
Voy yo buscando
ün vellocino de oro;
Pero no en barco;
Porque yo creo
Que el que yo loco ansio
No eslá muy lejos.
Oro'son tus virtudes,
•"Yo busco ese oro,
Y •aunque digas que es mucho
Lo que ambiciono,
No una respuesta
Me des, por Dios, tan áspera
Cual prima y tercia. .
Solución á la anterior: PANAMÁ.
Solución al acertijo del número anterior: CASCO.
JEROGLIFICO.
Pues»csa flor que candida crecia,
Ildrmo.sa en el vergel como ninguna,
Vivin tan solólo que vive un dia:
¿Oufj le resla a! jardín de su fortuna?
_ Al aura... Iniicral iiiclanrolía,
Y mustias hojas al rosal su cuna.
E. S.
-c-
MISCELÁNEA.
ANÉcnOTA. Encoutrándo.ífi el famoso duque de Riclielieu en
una iglesia no juido menos de mo.^trarse admirado de la hermosura de una joven que colectaba limosna para los necesitados, con
ima gracia sin igual. Después de haberse adelantado hasta cl en.
cunibrado personaje, la mueíiacha hizo una profunda inclinación,
presentándole una bant'eja en que brillaban ya no pocas monedas.
El duque dejó deslizarse de sus dedos un luis de oro, murmurando id oido de la bouJla cucsladora:
(la solución en el número p-^ximo.}
M ADRr D
IMPRENTA DKJ, NOGUERA, BOIUDADOR^, .T
• SI»
[//. flellm Esvfran-SBV.'O W-
• r
.-->v
'4
'
_../
La ííerencia de la asociación corrcspontleria á la 'empresa de
bajo In inmoíliala inspección fie una junln comiíiiC3ta de personas respetables rcí^identes en Madrid y que hubieren
dado pruebas inequívocas, por su posición ó cargos oOciales, de
iatériís por el prolesorado.
Seyun nuestros cálculos, son necesarias para dar por constituida la asociación 2.500 asociadas, y consideraremos cu tal concepto, no solo á las profesoras que se suscribieron á LA Gu:n.VALDA, sino ú aquellas por cuyo conducto se. liiciere una ó dos suscriciones, remiliendo además el número d(íl periódico fjraluitamenle ú las que avisasen cuatro ó mas suscriones mientras estas
ie bailen corrientes de ])ago.
¡Ojalá que la apalia, tan general en nuestro país, no esterilice
este pensamiento, tan modesto de aspiraciones íioy como grandes pueden :íor sus resultados, puesto que es el germen de una
gran asociación nacional de las personas dedicadas á la enseñanza!
LA GUIRNALDA
Túnica de foulard écni, sembrado de lunares marrón recortada á dientes redondos y guarnecidas de terciopelo del mismo color marrón. La falda de csla túnica está muy plegada por detrás
á manera de pon(f. Cuerpo á basque, y en la espalda un pliegui'
.aplastado de cinco centímetros de ancho, conocido con el nombre de jj/íVí/He it-aí/cau. Un lazo en el cuello y uno mayor en ol
talle, marcan.el principio y el fin de este pliegue; la ¡Kuque debe
ser mas larga en el cmUro que en los coslados. La manga de mediana auclmra, forma encmia el mismo pliegue de \\ espalda y
se termina por un volante festoneado; dos la/.os de terciopelii
marrón, uno sobre el hombro y otro en la bocamanga, completan
el adorno,
El sombrero redondo de paja de Italia qne se denomina «El
Conservador,» es el menos en uso, sin qué poresto pueda decu-sique le faltan partidarias, obstinadas en no abandonar es'.a moda
Lstá guarnecido de tciciopelo negro, luciendo encima un gran
grupo de bleiiets que caen por detrás sobre el peinado.
TRAJES DE VERANO.
EspUcacloD del pliego de dibujos del numero 134.
iVitm. 1.—Falda ú ílor detierní, de foiitaiil de lanaazul lázuH,
terminada por un volante i)lepadü de 15 centímetros de alto; olio
pequeño volante fruncido, cae sobre la parle superior del mismo,
lina franja de terciopelo azul oscuro sujeta este último, que esiá
adornado en su borde inrerior por un encaje negro no muy ancho, y cortado á cortas distancias por varios lazos en forma de
mariposa, de la mi.sma tela del traje. Un gran bouillouné encima; y en lin, un ancho zig-zag de terciopelo guarnecido de encaje negro, cuyo ¡idorno está contorneado i-n su parle superior
por un plegado estrecho del mismo fouhrd Ue lana.
Segunda falda igual, abierta á los laílos: la parte de delante
forma un delantal redondo, cuyos costados vuelven á manera de
solapas; la parte de atrús^forma un gran plegado por debajo y
vuelto ú los lados, todo guarnecido por un volante estreclio, fruncido y sujeto por un terciopelo azu.!, adornado en su parte superior por un encaje negro, y á corta distancia otra franja do
terciopelo mas estrecha. Cuerpo ábasque cerrado Iiasla el cuello
y en este otra franja de terciopelo; In espalda se termina por dos
basques agudas (¡ntí se amoldan sobre las caderas y re repiten
mas pequeñas en los delanteros. Un volante estrecho fruncido,
terciopelos y encajo negro guarnecen estas basques. Mangas de
mcdiann anchura .'ulornadas como Iodo el traje.
El inílujo de las opiniones politicas llega á manifestarse hasta
en las modas del bello sexo, y dea([ui el nombre de sombrero á
la repulilicana, que so representa en esta figura colocado hacia
atrás, de m.anera que deje descubierta toda ia frente y gran parle
de los bandos. Dicho sombrero es de paja, forma redonda y elevada, ribeteado de terciopelo azul y guarnecido de terciopelo y
faiUeÚG\ mi:-nio color, con un gran grupo de rosas encima y
caynndo en abundancia sobre la í'.>|»alda.
Niim. 2.—Falda de coln no muy larga. Ue ja'tUe gris perla,
guarnecida por un volante plegado de ."O centímetros de alio. La
cabeza de este se compone de una ancha franja de terciopelo negro, adornado en ambas orillas con encaje ijuijiure. Segunda falda, redondeada por delante, se recoje á los lados por una grande
abrazadora adornada asimismo de terciopelo y encaje, cayendo
por detrás próximamente hasta el bajo de ia cola. Esta iulda está
cortada eñ grandes ondas dentadas, abiertas *Mi cuadro en su parte superior 'y alias de 12 centimetros, teniendo por adorno un
terciopelo y un enca,ie ffuípiíreestreclio. Cuerpo a oasquc redondo,
muy abierta por delante, adornada como el resto del traje, sobre
el pecho y la espalda se figura un ancho escote cuadrado con, los
mismos terciopelo y guipurv. Mangas ile mediana anclun-a con
grandes vueltas quelievan idénlicps adornos.
Sombrero UqitimhUí, en el que se observa la forma cerrada.
Almohadón, cuarta parte del dibujo; se borda en satin gris ó
blanco, con seda argelina. Este bordado es á cadena y puntos
largos siendo los contornos del dibujo, con los colores negro, oro,
verde, grana, rosa y marrón.
Encaje de crochel y frívolitó para pañuelo; presentado con
tanta claridad en el dibujo, cvila toda evplicacion. Este encaje
hecho con torzal negro ó do color, servirá también para guarnición de túnica y adorno do vestido.
Cuadro para acerico; se borda en gró blanco con torzales, á
cadeneta y puntos largos.
Eácudos para |iañue¡o bordado á realce.
Dibujo para pechera, realce.
A fin de que las. señoras suscrifcoraa cuyo abono ha
terminado, puedan á tiempo renovar la suscricion para
entrar en el sorteo|ii¿ a n i n í i a ' n i i sin sufoir rebramo en
el recibo del número 1.° do Julio, inaortamoa á continuación la adjunta carta, que no tendrán mas que llenarla
como la misma indica.
Señor Adminislrador de U
mUklU.
MUY SEÑOR MÍO: Adjunto remito á Vd. en
la cantidad de
un
importe de
para que se sirva renovar mí suscricion, la
cual quedará abonada basta fin de
-
De Vd. A. y S. S.
Q. D. S. M.
provincia de
Calle
núni.
(i
de
de 187
LA GUIRNALDA
ma rosa dominando la forma, cae sobre el costado. Velo de en
X t i l l o t o p a r a l a i-ifa <iu<f t o n a r á lugax-, p o r m o a i o
caje negro, caido por detrás. Bridas rosa.
a
o
l a L o t o r i u rs-aclonal, o n ol s o g u n d o s o r t e o a o l
Núm. 5.—Falda redonda de foiilard rcnií. guarnecido por un
3I10S
d o A g o s t o prúxl,in.o.
volante plegado de 12 centímetros de alto, en cuya cabeza se ven
tres listas de terciopelos estrcciios, color marrón y sobre estas,
un pequeño plegado de fottlard; un poco mas arriba se repiten
dos series semejantes de tcrc-opclo y pirgnilo-.
LA GUIRNALDA
SE P U B L I C A
LOS D Í A S
1." Y 1 6
DE CADA
MES
Administración, B a r c o , 2 duplicado, t e r c e r o .
Cada numero consta de ocho paginas en f¿lio de amena é inslnicliva lectura, iluslradns con excelentes grabados: de UD grao pliego de diluj«, cuajados de alíabetos, cilras, mtdaliont'S y deniiis caprichosas fanlasja.s; de la cubierla, que cbnsliluye una publicación aparte, coa
teniendo recetas, advertencias útiles y anuncios de la rrtayor importancia para las íaniilías; los colegios y las maestras du primera eiie*'ñanza.
Beparlo una voz al mes, allomando convenieníementc: ilibiijos de colores para bordar en cañamazo; pliecos de crochet; caprichos de alta
novedad de labores varias que no pueden tener cabida en los plie^íos orditiarioá, y aun algunos palrones de las prendas más en moda; plm»
fc música para piano, ú canto y piano; y al principio de cada estaciónfigurinesItcclios expresamente en Paris.
U GlilIiNUbA ofrece además grandes regalos á sus siiscritoras.
MODO DK HACER LAS SUSCRICIONES Ü ENCARGOS, QUK IÍAN DE AHOXABSE siEwriiE pon ADELANTADO:
En Madrid acudiendo á sus Glicinas, ó avisando por el correo interior ó por cualquier otro medio lo que se desee.
En Provincids: dirigiéndose «ti Administrador del periúdico, y remitiendo ci importe de las suscricioncs que pidan, ó renovaciones, ó
encargos que hagan, en letras de lacil cobro, entre las cuales ofrecen ventaja las de! Tesoro, que pueden excusar el gasto del cerlilicado;
ó en sellos de correos, al que así acomode mí'is, ó para aquellos pueblos donde no sea l'ácil obtener libranzas, en cuyo caso recomendamos ctírtifiquen la carta que Jos contenga. También so ;;uede hacer la suscricion por las librerías, comisionados y corresponsales.
P R E C I O S DE S U S C R I C I O N
MADRID.—Un mes. . 4 rs.—Trimestre. . 12—Semestre. . 24—Ano. . 48
PROVINCIAS
EXTRANJERO Y ULTRAMAR,
Id.
.
50
haciendo la suscricion en la Administración. Id.
Números sueltos: con música, 6 rs.—Sin ella, 4.—Piezas de música, 4.
Se insertan anuncios á precios convencionales.
Id.
.14
Id.
.
28
,
80
RE GALO
RIFA ENTRE LOS SUSGRITORES DE L A
GUIRNALDA
DE
DOS
BILLETES
Y
MEDIO
DEL SEGUNDO SORTEO DE LA LOTERÍA NACIONAL
QUIí SE
CELEBRÍVRA
EN EL MES DE AGOSTO DE 1872
Teniendo en cuen(íi la aceptación que entre nuestras abonadas ha tenido
en los años anteriores los regalos de billetes de Lotería, hemos dispuesto
hacer iin sorteo de números para que todas las susciñíoras puedan aspirar á
dichos billetes. Los números que á cada una correspondan se estamparán en
las cubiertas de LA GUIRNALDA de 16 del corriente, en la que ya aparererán también los de los billetes. La persona que entre los números que le
enviemos tenga el que salga agraciado con el premio mayor de aquella lotería, tendrá derecho al billete entero núm. 15,255*9 y de la misma manera
obtendrá el billete núm. 13.564» y medio billete núm. 6.835 respectivamente,
aquellas á quienes hubiesen correspondido los números premiados con el segundo ^^t(írcer .pi;eq4¡Q. Como hemos dicho otras veces, pai'a tener opción al
regalía es T^ecisó' que se haya abonado la suscricion.
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