La simetría de los afectos y los sentidos | Santiago Rivadeneira

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La simetría de los afectos y los sentidos | Santiago
Rivadeneira Aguirre
Hay quienes proclamaban que las verdades fundamentales están basadas en la simetría y en eso radica un tipo
profundo de belleza. Así lo pudo sostener, en un principio, el pensamiento filosófico especulativo, hasta que se
establece, por una dialéctica de la mirada que convoca a la estética y a los sentidos, el principio de la observación.
Solo observamos relaciones y, en otro sentido, solo observamos probabilidades.
También está el modo en que es posible definir verdades insondables como elementos invariantes (cosas,
hechos, momentos) que nos cambian pase lo que pase; aunque, en materia de afectos, cabría decir, las simetrías
no son posibles siempre. ¿O sí? En el amor los principios filosóficos y matemáticos se encuentran, se fusionan y
estallan como una arquitectura del espíritu y del proceso creativo.
Miguel Ángel, allá por el año 1537, trata de explicarse que el amor evoluciona en sus formas expresivas, que
ponen en juego otras maneras de aproximación y de deleite y que a pesar de todo ello, el amor siempre será
inmaterial e inaprensible. Años después conoció a Vittoria Colonna, la marquesa de Pescara que lo llamaría
“Maestro único y amigo dilecto”, con ella establece lazos de profundo afecto.
Y también se preguntaba: ¿quién podría presumir de conocer los misterios de los sentidos y del corazón? Es
mejor, pudo haberlo dicho, establecer algunas proximidades que permitiesen las formas para posibles vínculos de
almas, (otra vez el amor de dos, etéreo e inmortal) como la mayor contribución del espíritu compartido. Los
sentidos y el corazón, sostenía el maestro, son simétricos entre sí y consustanciales. Les liga una misma esencia.
Es una simple cuestión de números, dice, para que ese espíritu converso y compartido pueda ser rescatado del
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desasosiego de la ambigüedad.
¿Cómo si se hablase de verdades distintas, la del amor y la del mundo de la vida?
La simetría –como principio matemático y filosófico- solo funciona cuando posee el poder para revelar la verdad
y crear belleza. Pero el amor la perfecciona porque de la correlación entre los sentidos y el corazón, queda la
serenidad, la alegría apacible de la devoción. Extraña contradicción la que enarbola Miguel Ángel, cuando intenta
doblegarnos primero ante el amor y después nos envuelve en una extemporánea teoría de las emociones. Como
si el propio enfermo pudiera proclamar su propio fracaso. Es la imagen solamente la que se conserva al final,
como única y definitiva realidad, cuando se anticipa el riesgo de que termine la pasión de los sentidos. ¿La
apariencia es aquí lo absoluto?
Hay fallos en el aparato perceptivo que determinan engaños corrientes y nos proporciona medios relativamente
sencillos para protegernos de nuestra propia ignorancia.
“Las cosas parecen relativas, pero las apariencias engañan”, afirmó Einstein, solo para establecer esa
maravillosa correlación entre tiempo y espacio.
Y Miguel Ángel, en otro acápite, pero siempre hablando del amor imposible, le dice a Vittoria:
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“Ya sea de cerca o de lejos mis ojos pueden contemplar tu bello rostro donde quiera mostrarse. Pero, ah,
señora, mis pies tienen prohibido acercarse a ti, y mis brazos y mis manos.
El alma, la inteligencia pura y libre pueden por medio de mis ojos, elevarse hacia tu esplendor; pero el amor, por
ardiente que sea, no concede tal privilegio al cuerpo humano pesado y mortal.
Sin alas, es incapaz de seguir el vuelo de un ángel y no puede regocijarse más que por la vista.
Si en el cielo puedes tanto como entre nosotros, haz de mi cuerpo un solo ojo, para que en él no haya un solo
átomo que no te goce”.
Así, solo hay un tiempo y un espacio en el colmo de la exaltación: hay inconmensurabilidad entre la esencia y
los hechos (1). Miguel Ángel nunca empezó su indagación por los hechos porque su búsqueda final y última fue el
encuentro de las esencias. Buscó, a su manera, entre atormentado y feliz, ese extraño principio de la simetría que
cubrió toda su exquisita producción artística, pero que ahora –esa misma simetría, casi como un principio
inamovible- era incapaz de ligar a dos cuerpos y dos voluntades, el de Vittoria y el suyo; el tiempo y el espacio
intentan encontrarse como una manera de destilar la esencia de las cosas en la mezcla revuelta que nos presenta
la naturaleza. ¿La apariencia vuelve aquí a ser lo absoluto?
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Vittoria Colonna murió aquejada por un algún terrible mal. Y Miguel Ángel, en el éxtasis de la contemplación de
la muerte, observaba los progresos de la enfermedad que apagaba la luz de aquella inteligencia a la que tanto
había amado, que agotaba las fuerzas últimas de aquel cuerpo por el que, quizás, había sentido deseo.
Miguel Ángel nunca pudo entender que ya no es suficiente el voto de la contemplación, porque el disfrute pleno
va más allá de los sentidos hasta la consumación final, que actualiza ese mismo deseo, lo vuelve acto,
multiplicado. Aún así, dijo:
“Cuando aquella que fue la causa de mis muchos suspiros se apartó del mundo de mis ojos, de sí misma, la
naturaleza que nos había juzgado dignos de poseerla se avergonzó y quienes la vieron, lloraron”.
No se puede proclamar la ausencia y el abandono.
Solo importa buscar los meollos de una verdad constante.
Miguel Ángel no pudo olvidar a su Vittoria Colonna. Dejó Roma para no seguir sintiéndose un zángano. Y
apenas pudo preguntarse, antes de la inexorable partida, si era posible llevarse el sufrimiento consigo. El
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sufrimiento no se halla fuera esperando a que pasemos, sino instalado en lo más profundo de nosotros mismos,
ocupando su lugar en nuestro corazón. Para evadirse haría falta huir de uno mismo y aquí reside el sentido del
grito desesperado que Miguel Ángel lanza al final de uno de sus poemas:
”Haz que jamás vuelva a mí mismo”
Tal es el verdadero Miguel Ángel, lleno de delicadeza y pureza, que oculta tras su fachada altiva y grosera una
sensibilidad siempre en carne viva, una susceptibilidad de desollado y una necesidad de amor que todo el amor de
la tierra apenas podía saciar.
NOTAS
1 Bosquejo de una teoría de las emociones. Jean Paúl Sartre
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