TEMA 4 - Cursos en Abierto de la UNED

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TEMA 4
LA REEDUCACIÓN
Y REINSERCIÓN SOCIAL COMO FIN DE LA PENA
PRIVATIVA DE LIBERTAD
La orientación de las penas privativas de libertad hacia la reeducación
y reinserción social que incluyera el constituyente como pórtico del apartado
segundo de su artículo 25 no permite hablar de la existencia de un «derecho
subjetivo» del recluso a que la totalidad de los aspectos integrantes de la
organización de la vida en prisión hayan de regirse por aquel.
Nos encontramos ante un mandato al legislador para orientar la
política penal y penitenciaria, a través del tratamiento1, que ha de coordinarse
con ese «fin primordial» de las instituciones penitenciarias, que como señala
el artículo 1 de la Ley Orgánica General Penitenciaria no es otro que el de la
«retención y custodia de detenidos, presos y penados», que comporta
«garantizar y velar por la seguridad y el buen orden regimental del centro».
Así lo ha señalado el Tribunal Constitucional en numerosas
sentencias2, SSTC 57/1994, de 28 de febrero, caso “Cacheos con desnudo
integral y comunicaciones íntimas de los reclusos”, 129/1995, de 11 de
septiembre, caso “Administración penitenciaria y legitimación procesal”,
35/1996, de 11 de marzo, caso “Control por rayos X”... Con más cercanía en
el tiempo lo ha apuntado en las SSTC 299/2005, de 21 de noviembre y
23/2006, de 30 de enero, casos “Permiso de salida I y II”, respectivamente,
con ocasión de la denegación, en ambos casos, de este importante instrumento
de preparación de la futura vida en libertad, cuestión que, como es bien
sabido, es una de las que habitualmente provoca mayores recursos ante el
Tribunal Constitucional por su conexión con el artículo 25.2 de la Norma
Suprema3.
1
Al hilo de este punto parece oportuno reseñar que entre los “elementos” del tratamiento se
contarían la clasificación de los penados, las relaciones con el exterior, la redención de penas
por el trabajo, el adelantamiento de la libertad condicional e indulto particular y las sanciones
y recompensas. Sobre esta específica cuestión, véase, ARANDA CARBONELL, M., Reeducación
y reinserción social. Tratamiento penitenciario. Análisis teórico y aproximación práctica,
Ministerio del Interior, Madrid, 2007.
2
La consolidada jurisprudencia constitucional en este punto sólo se ha visto correspondida
hasta la fecha respecto de otras cuestiones también contenidas en la Sección primera del
Capítulo segundo del Título primero, con relación al deber de colaboración con la Iglesia
Católica (artículo 16.3 CE) o con alguno de los contenidos del derecho a la educación
(artículo 27 CE); véanse, así, por ejemplo, las SSTC 93/1983, de 8 de noviembre y 86/1985,
de 10 de julio.
3
El Tribunal Constitucional ha reiterado sobre este punto que aun cuando una la
“posibilidad” de la concesión de permisos de salida tiene conexión con la finalidad de
reeducación y reinserción, “esa simple congruencia de la institución de los permisos
penitenciarios de salida con el mandato constitucional establecido en el artículo 25.2 de la
Constitución, no es suficiente para conferirles la categoría de derecho subjetivo, ni menos aún
de derecho fundamental” (en ese sentido, por ejemplo la STC 23/2006, de 30 de enero).
J.L. SEGOVIA, en el marco de lo que denomina como “Estado Penitenciario” (entiende que se
ha pasado del paradigma de la reinserción al de la retribución y del Estado Social al Estado
Mínimo –el Estado se centraría ahora en labor de defensa de fronteras y defensa de orden
público interno-) critica la interpretación, en su opinión reductora, del Tribunal
Como se apunta así en la STC 299/2005, de 21 de noviembre, “el
artículo 25.2 de la Constitución, en cuanto alude a la orientación de las penas
privativas de libertad hacia la reeducación y reinserción social, no contiene un
derecho subjetivo, ni menos aún un derecho fundamental, susceptible de
protección en vía de amparo, sino tan sólo un mandato del constituyente al
legislador y a la Administración penitenciaria para orientar la ejecución de
las penas privativas de libertad”.
A ello hay que añadir, en un plano más genérico, como ha repetido en
multitud de sentencias el Tribunal Supremo, abordando cuestiones de
refundiciones o acumulaciones de condena, que la resocialización no es
tampoco el único fin de la pena privativa de libertad, sino que también lo es la
retribución o especialmente los efectos que de ella se pretenden en orden a la
prevención general y especial4.
Pueden traerse igualmente a colación aquí los debates suscitados con
la aplicación de penas que no responden a tal punto de vista, por ejemplo, en
la imposición de penas por impago de multas.
Recordemos la argumentación de la STC 19/1988, de 16 de febrero,
caso “Artículo 91 del Código Penal”, sobre esta cuestión: “la reeducación y la
resocialización –que no descartan, como hemos dicho, otros fines válidos de
la norma punitiva- han de orientar el modo de cumplimiento de las
privaciones penales de libertad en la medida en que éstas se presten,
principalmente por su duración, a la consecución de aquellos objetivos, pues
el mandato presente en el enunciado inicial de este artículo 25.2 tiene como
destinatarios primeros al legislador penitenciario y a la Administración por él
creada (..) No cabe pues en su virtud descartar, sin más, como
inconstitucionales todas cuantas medidas privativas de libertad –tengan o no
el carácter de pena- puedan parecer inadecuadas, por su relativamente corta
duración, para cumplir los fines allí impuestos a la Ley y a la Administración
penitenciarias”.
Esta misma idea se reproduce en posteriores sentencias del Alto
Tribunal. Cabe destacar, por ejemplo, con relación al arresto menor en el
propio domicilio, la STC 120/2000, de 10 de mayo, caso “Artículo 586 bis del
Código Penal”, resolutoria de una cuestión de inconstitucionalidad y en donde
se señala que “el artículo 25.2 de la Constitución no resuelve sobre la cuestión
Constitucional, al señalar que “es muy probable que hoy el artículo 25.2 CE no hubiera
alcanzado la redacción que alcanzó en el pacto constitucional. De hecho ya se ha ido
ocupando el Tribunal Constitucional de reducir bastante su contenido esencial, apuntando en
la dirección de su interpretación más light, como principio orientador genérico, negando
cualquier consideración de entenderlo como algo más concreto generador de derechos
subjetivos”; frente a la interpretación del Tribunal Constitucional opone el autor la de mayor
amplitud que habría hecho en algunas sentencias el Tribunal Supremo, como por ejemplo la
STS de 20 de abril de 1999 en donde se vino en apuntar que “la orientación de las penas a la
reinserción y reeducación ya entendida como principio inspirador de la política penitenciaria,
ya como derecho que actúa en la fase de ejecución de la pena, supone que el ordenamiento
jurídico debe prever unas instituciones que tengan en cuenta que el interno debe reinsertarse a
la sociedad, por lo que debe ser preparado para ello y que debe atender a las deficiencias
educacionales que, precisamente, inciden en su actuar delictivo, lo que satisfaría la
reinserción”, “En torno a la reinserción social y a otras cuestiones penales o penitenciarias”,
Anuario de la Escuela de Práctica Jurídica, nº 1, 2006, pág. 7.
4
STS de 15 de noviembre de 2005 –Sala 2ª-.
3
referida al mayor o menor ajustamiento de los posibles fines de la pena al
sistema de valores de la Constitución ni, desde luego, de entre los posibles prevención especial, retribución, reinserción, etc.- ha optado por una concreta
función de la pena. De lo que se desprende, en primer lugar, que no puede
afirmarse que las penas de arresto menor con las que se conmina la conducta
en abstracto infrinjan el artículo 25.2 por su inidoneidad para cumplir uno de
entre los varios fines constitucionalmente legítimos, ya que la
constitucionalidad de dicha pena quedaría avalada por su aptitud para alcanzar
otro u otros de dichos fines. En segundo lugar, que su confrontación con el
mandato contenido en el artículo 25.2 de la Constitución en ningún caso
puede derivar de su genérica falta de virtualidad para alcanzar la
resocialización del condenado. A lo que cabe agregar, por último, que no cabe
negar toda posibilidad de que la efectiva imposición de una pena privativa de
libertad de tan corta duración pueda cumplir la finalidad de resocialización y
reinserción social, dado que la intimidación específica e individual que se
opera con el sometimiento efectivo del sujeto al proceso penal y con la
declaración de culpabilidad y correlativa imposición de la pena, puede ser, por
sí misma, idónea para alcanzar un efecto resocializador”.
Ello determina de igual modo no acoger pretensiones que defiendan la
imposibilidad de imponer una pena a quien se encuentre socializado y no
necesite de una acción reeducadora5.
No está de menos apuntar, aunque no creemos que sea una tendencia
que vaya a consolidarse, que la constante doctrina del Alto Tribunal en esta
materia ha sido criticada en una relativamente reciente Sentencia del Tribunal
Supremo al señalarse que “la reducción teleológica del alcance meramente
gramatical del texto de una norma legal no constituye ninguna prohibición
interpretativa. La propia jurisprudencia del Tribunal Constitucional la ha
admitido no sólo para limitar el alcance de ciertos tipos penales, sino incluso
en la interpretación de normas constitucionales que literalmente otorgan
derechos fundamentales. Tal es el caso, por ejemplo, cuando sostiene que el
artículo 25.2 de la Constitución no contiene un derecho fundamental cuya
infracción pueda fundamentar un recurso de amparo, reduciendo lo que el
Texto constitucional declara sin limitaciones como un derecho fundamental, a
«un mandato dirigido al legislador y a la Administración penitenciaria para
orientar la ejecución de las penas privativas de la libertad», introduciendo al
mismo tiempo finalidades de la pena, no mencionadas en el artículo 25.2,
para limitar el alcance de la norma constitucional6. Si esta interpretación no
tiene un fundamento histórico, ni gramatical, ni sistemático, su efecto
reductivo sólo puede provenir de un método teleológico implícitamente
5
STS de 10 de julio de 2003 –Sala 2ª-.
Con relación a estas cuestiones, señalan COBO DEL ROSAL y QUINTANAR DÍEZ que el artículo
25.2 del texto constitucional “no puede convertirse en quicio constitucional de la teoría de la
pena” ya que, de acuerdo con la mayor parte de la doctrina penalista, “la declaración
constitucional afecta tan solo al ámbito de la ejecución de ciertas sanciones penales, de las
penas privativas de libertad y de las medidas de seguridad”, “Artículo 25. Garantía penal”,
“Artículo 25. Garantía penal”, Comentarios a la Constitución Española, (Tomo III) ALZAGA
VILLAAMIL, O., (Dir.), Cortes Generales/Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1996,
págs. 140 y ss.
6
Ver entre otras la STC 120/2000, de 10 de mayo, caso “Artículo 586 bis del Código Penal”.
empleado para llegar a ese resultado, restrictivo de la finalidad de reinserción
social, en beneficio de otros fines de la pena que no son compatibles con él”7.
Esta sentencia ha sido valorada positivamente por un sector de la doctrina al
haber abierto una puerta a una más amplia interpretación del artículo 25.2 del
texto constitucional8.
***
Más allá de esta cuestión, parece preciso destacar también que los
términos utilizados por el constituyente han sido criticados por un amplio
sector de la doctrina por diferentes cuestiones, aunque esencialmente por su
vaguedad o indefinición. Ello ha llevado a la búsqueda de términos
alternativos entre los que podemos destacar la resocialización o la
reintegración9. Sea uno u otro el término elegido, como apunta Aranda
Carbonell, todos ellos coinciden en buena medida en “asignar a la ejecución
de las penas privativas de libertad una función correctora e, incluso, de mejora
del delincuente”10. Desde la criminología, que ha abordado en detalle estas
cuestiones, se ha destacado que el ideal resocializador dejará de ser un mito o
un lema vacío de contenido cuando se pueda alcanzar tras el oportuno debate
científico “un elemental consenso en torno a tres cuestiones básicas: qué
objetivos concretos se pueden perseguir con relación a cada grupo o subgrupo
de infractores, qué medios y técnicas de intervención se estiman en cada caso
idóneos y eficaces y qué limites no debe superar jamás cualquier suerte de
intervención”11.
En un plano meramente conceptual, dentro de la diversidad de criterios
existentes, podemos destacar como Álvarez García entiende la concepción de
la reeducación/reinserción como resocialización o recuperación social; ello en
contraposición al concepto de reeducación-enmienda12. El objetivo de este no
es otro que conseguir que el sujeto adquiera “la capacidad de vivir en la
sociedad con respeto hacia la ley penal” condicionando al sujeto “a los
valores dominantes en una determinada colectividad pero solamente en su
aspecto externo”13. Ello supone “la aceptación del llamado programa mínimo
que se conforma con obtener el acatamiento externo de la norma con objeto
de evitar la reincidencia y que no exige por parte del penado su adhesión
7
STS de 20 de junio de 2006 -Sala 2ª-.
En ese sentido, DELGADO RINCÓN, L., “La constitucionalización de la reeducación y la
reinserción social como fin de las penas privativas de libertad”, Reinserción, derechos y
tratamiento en los centros penitenciarios, CARCEDO GONZÁLEZ, R., REVIRIEGO PICÓN, F.,
(Eds.), Amaru Ediciones, Salamanca, 2007.
9
R. BERGALLI desde una perspectiva muy crítica nos habla de conceptos desfasados que
provocan que se caiga en meros discursos autoalimentadores de prácticas penitenciarias
negativas, Introducción al libro Cárcel y Derechos Humanos. Un enfoque relativo a la
defensa de los derechos fundamentales de los reclusos, RIVERA BEIRAS, I., (Coord.), Bosch,
Barcelona, 1992.
10
Reeducación y reinserción social. Tratamiento penitenciario. Análisis teórico y
aproximación práctica, Ministerio del Interior, Madrid, 2007.
11
GARCÍA-PABLOS DE MOLINA, A., Tratado de Criminología, Tirant lo Blanch, Valencia,
2003, págs. 1120/1121.
12
ÁLVAREZ GARCÍA, F.J., “La reeducación y reinserción social en el momento de la
conminación", El nuevo Derecho Penal español. Estudios penales en Memoria del profesor
José Manuel Valle Muñiz, Aranzadi, 2001, pág. 41.
13
Íbidem.
8
5
interna a determinadas escalas de valores. Es decir: se sigue afirmando el
fundamental derecho del recluso a pensar de un modo distinto, en definitiva a
su libertad y a su dignidad”. Idea que hay que vincular a la necesidad de tener
en cuenta el otro factor en liza, la otra cara de la moneda, la sociedad, y el
cuestionamiento de alguna de sus estructuras.
En la doctrina constitucionalista, que en muy contadas ocasiones se ha
acercado a esta cuestión, encontramos como Delgado Rincón nos habla de un
“precepto orientador de la política penal y penitenciaria, sin perjuicio de que
exista el inconveniente de tener que fijar el significado del verbo orientar”
que el autor equipara de alguna forma al verbo “informar” del artículo 53.3
del texto constitucional14; esa “gloriosa incorrección” en palabras de Rubio
Llorente15. Una “norma de principio, un precepto que prescribe la
consecución de un fin de interés general, un precepto orientador de la política
penal y penitenciaria que vincula por igual a todos los poderes públicos:
legislativo, ejecutivo y judicial”16. Ese mandato resocializador tendría “tal
vez” como “principal valor”, en palabras de Urías Martínez, el hecho de que
la prisión debiera “entenderse siempre como un auténtico estado excepcional,
caracterizado por la provisionalidad. El mandato es la válvula reguladora de la
provisionalidad: en prisión se pueden restringir los derechos de los reclusos
tan solo porque es el modo provisional de lograr una mayor armonía social a
través de la resocialización de los delincuentes”; esta es a su criterio “la
última justificación constitucional de la prisión”17.
Más allá de las dudas que nos suscita que de forma efectiva pueda
afirmarse el efecto reeducador y resocializador de la prisión18 lo cierto es que
14
“El artículo 25.2 CE: algunas consideraciones interpretativas sobre la reeducación y
reinserción social como fin de las penas privativas de libertad”, Revista Jurídica de Castilla y
León, nº extraordinario, 2004, pág. 353.
15
“La Constitución como fuente del Derecho”, La forma del Poder (Estudios sobre la
Constitución), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993, pág. 90.
16
“El artículo 25.2 CE: algunas consideraciones interpretativas sobre la reeducación y
reinserción social como fin de las penas privativas de libertad”, Revista Jurídica de Castilla y
León, nº extraordinario, 2004, pág. 366.
17
“El valor constitucional del mandato de resocialización”, Revista Española de Derecho
Constitucional, nº 63, 2001, pág. 78.
18
MARTÍN DIZ apunta que desde la práctica se constata “como parece insostenible la utopía
de la resocialización absoluta ni relativa de todos y cada uno de los penados privados de
libertad, en similares términos a como lo planteaba ROXIN desde el campo dogmático,
utilizando como técnica la contraria al fin pretendido, la paradoja más palmaria, la
preparación de la libertad desde su ausencia más radical. E incluso no admitimos, sin querer
con ello pecar de extremistas, el argumento de que el tratamiento penitenciario contempla,
como vías de reinserción, tanto la técnica de los permisos penitenciarios como la más
avanzada de la libertad condicional y que por tanto la preparación a la libertad contiene
aproximaciones paulatinas a ella, siendo innegables estas realidades del tratamiento
penitenciario quizá los obstáculos se encuentren más en la mentalidad social o en la propia
conducta del interno que en el fin resocializador de la pena en sí”, El Juez de Vigilancia
Penitenciaria. Garante de los derechos de los reclusos, Comares, Granada, 2002, pág.
29. Previa a estas reflexiones ofrecerá el autor un dato que a su entender deja en entredicho la
suficiencia y aptitud de los tratamientos penitenciarios: el sesenta y dos por ciento de la
población reclusa en nuestro país es reincidente. En un sentido contrario GARCÍA-PABLOS DE
MOLINA nos habla de un “inequívoco giro optimista, razonablemente optimista, en la doctrina
científica, así como un consenso científico en torno a determinadas estimaciones que
distinguen, con prudencia, mayores o menores cotas de rendimiento en función de concretas
resulta ilustrativo en orden a apuntar su complejidad, que cuando el propio
legislador ha querido significar la necesidad de su alcance y potenciar su
consecución lo ha hecho haciendo referencia a la necesidad de sustituir las
penas privativas de libertad por otras alternativas.
Buen ejemplo de ello lo podemos encontrar en la propia exposición de
motivos del Código Penal del 95.
Poza Cisneros y Landrove Díaz hablarán así de una curiosa paradoja
que denota una idea que compartimos sin dificultad: “la prisión –pena básica
entre las privativas de libertad- no es el instrumento idóneo de resocialización
y es preciso, por ello, encontrar alternativas a la misma”19. El objetivo sería ya
no resocializar (por imposible) sino “aspirar a que las sanciones penales y,
especialmente la pena privativa de libertad, no desocialicen más a la persona
que queda sometida a ella”20.
La masificación de los centros penitenciarios es una de las razones
fundamentales de esa dificultad. Ilustrativas por sí solas resultan algunas tasas
de masificación: Ceuta (378%); Martutene (272%); Murcia (247%); Basauri
(234%), Ibiza (224%), etc21. En la actualidad, la población reclusa, según
datos del Ministerio del Interior es de 66.479 internos en el año en curso
(datos de septiembre de 2007) habiéndose incrementado sensiblemente, como
podemos observar, respecto de los años anteriores, 63.248 en 2006, 60.707 en
2005, 58.655 en 2004, 54.497 en 2003, 50.537 en 2002 o 46.594 en 2001.
Hasta tal punto parece haberse asumido esta masificación como una suerte de
variables”, Tratado de Criminología, Tirant lo Blanch, Valencia, 2003, pág. 1122. Véase,
también, SEGOVIA, J.L., En torno a la reinserción social y a otras cuestiones penales o
penitenciarias”, Anuario de la Escuela de Práctica Jurídica, nº 1, 2006, pág.1.
19
LANDROVE DÍAZ, G., “Prisión y sustitutivos penales", El nuevo Derecho Penal español.
Estudios penales en Memoria del profesor José Manuel Valle Muñiz, Aranzadi, 2001, pág.
427; POZA CISNEROS, M., “Formas sustitutivas de las penas privativas de libertad”,
Cuadernos de Derecho Judicial, nº 24, 1996. Sobre la crisis de la ideología del tratamiento y
del ideal resocializador, puede verse, OLARTE HURTADO, A., Alternativas a la cárcel en
Euskadi: el trabajo en beneficio de la comunidad, Colección Derechos Humanos P. Francisco
de Vitoria, Ararteko, Vitoria, 2006, págs. 31 y ss; HASSEMER, W., MUÑOZ CONDE, F.,
Introducción a la Criminología y al Derecho Penal, Tirant lo Blanch, Valencia, 1989.
20
OLARTE HURTADO, A., Alternativas a la cárcel en Euskadi: el trabajo en beneficio de la
comunidad , Colección Derechos Humanos P. Francisco de Vitoria, Ararteko, Vitoria, 2006,
pág. 35.
21
Fuente: Dirección General de Instituciones Penitenciarias. La propia Directora General de
Instituciones Penitenciarias M. GALLIZO reconoció en febrero de 2006 la “sobreocupación”
de la práctica totalidad de los centros penitenciarios, aunque consideraba que ello no permitía
hablar de “hacinamiento” en tanto que dicho término haría referencia a condiciones de vida
penosas que entiende que no concurrirían, Fuente: Diario ABC, 15 de febrero de 2006.
Vinculado a esta cuestión se encuentra el tema de la competencia sobre las decisiones en
materia de necesidades de instalaciones penitenciarias, tema abordado por el Tribunal
Constitucional en la STC 14/2004, de 12 de febrero; recordemos así que la Ley 7/1998, de 16
de julio, de ordenación del territorio de la Comunidad de Aragón se recogió la prohibición de
“no instalación en usos penitenciarios cuya capacidad supere a la media de la población
reclusa generada en Aragón en los últimos cinco años”. Dicha previsión fue declarada
inconstitucional al caer bajo la esfera de la competencia estatal “las decisiones sobre las
necesidades de instalaciones penitenciarias, la distribución de la población reclusa y la
capacidad de aquellas instalaciones, alcanzando dicha competencia la configuración del
sistema penitenciario global. Cualquier previsión normativa autonómica que limite, dificulte
o impida la toma de aquellas decisiones invadirá la competencia estatal”.
7
déficit estructural, que podemos llegar a leer en un reciente Informe de la
Dirección General de Instituciones Penitenciarias (actualmente Secretaría
General de Instituciones Penitenciarias, RD 438/2008), que ésta se felicitaba
porque gracias a la puesta en marcha entonces de dos nuevos centros
penitenciarios se había posibilitado que la tasa de ocupación en las prisiones
se mantuviera únicamente en un ciento seis por ciento. Cuando menos,
llamativo. A mayor abundamiento, cabe reseñar que en el Informe del
Defensor del Pueblo correspondiente al año 2002 se señalaba que sólo ocho
centros de un total de setenta y siete no superaban el cien por cien de la
ocupación operativa (dos internos por celda)22, cuestión hacia la que se ha
seguido manifestando preocupación en los sucesivos informes. La aprobación
por el Consejo de Ministros de un Plan de Creación de Infraestructuras
Penitenciarias en diciembre de 2005 no ha permitido paliar en todo caso estos
problemas, no en vano en 2003 y 2004 se había incrementado la población
reclusa casi en un quince por ciento, y aunque el año siguiente, 2005, apenas
subió un tres por ciento, en 2006 volvió a las pautas habituales elevando la
misma en un seis por ciento respecto del año inmediatamente anterior. No está
de más destacar asimismo, al hilo de esta idea, que España es el país de la
Unión Europea con mayor ratio de presos por cien mil habitantes.
Cabe apuntar por último que, como se ha señalado atinadamente en la
exposición de motivos del Real Decreto 100/2006, de 3 de febrero23, “para
conseguir el fin de la reeducación y reinserción social de quienes han
cometido delitos es indispensable actuar sobre una multitud de ámbitos que
van más allá del estrictamente penitenciario, debiendo, pues, compaginar la
tradicional gestión de los Centros Penitenciarios con una adecuada acción
social, laboral, educativa y sanitaria de la población penitenciaria, esto es,
efectuar unas políticas públicas heterogéneas y complejas, todo ello en
permanente contacto con la sociedad civil, actuando en colaboración con el
movimiento asociativo y las organizaciones no gubernamentales”24.
22
A efectos comparativos sobre la situación en Europa en este punto puede verse, aunque
data ya de un lustro, el Informe sobre los Derechos Fundamentales en la Unión Europea en
2002 elaborado por la Comisión de Derechos y Libertades de los Ciudadanos, Justicia y
Asuntos Interiores, del Parlamento Europeo.
23
Este Real Decreto fue aprobado con ocasión de la STS de 7 de diciembre de 2005 que
declaró la nulidad parcial del Real Decreto 562/2004, de 19 de abril, por causa del
nombramiento, sin suficiente motivación, de varios Directores Generales que no reunían la
condición de funcionario –entre ellos la de la propia Directora General de Instituciones
Penitenciarias-; recordemos que el artículo 18.2 de la LOFAGE establece que “Los
nombramientos habrán de efectuarse de acuerdo con los criterios establecidos en el apartado
10 del artículo 6 entre funcionarios de carrera del Estado, de las Comunidades Autónomas o
de las Entidades locales, a los que se exija para su ingreso el título de Doctor, Licenciado,
Ingeniero, Arquitecto o equivalente, salvo que el Real Decreto de estructura del
Departamento permita que, en atención a las características específicas de las funciones de
la Dirección General, su titular no reúna dicha condición de funcionario”.
24
Todo ello debe unirse a la idea de que “el ejercicio de estos cometidos públicos en materia
penitenciaria exige un amplio conocimiento de esta realidad y supera las tradicionales
funciones técnicas de gestión de recursos humanos, materiales, económicos, etc., propias de
otros órganos del mismo rango”, argumento utilizado para volver a nombrar tras su
protocolario cese a la actual Directora General de Instituciones Penitenciarias (Reales
Decretos 100, 116 y 117/2006, de 3 de febrero).
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