TEMA 4 LA REEDUCACIÓN Y REINSERCIÓN SOCIAL COMO FIN DE LA PENA PRIVATIVA DE LIBERTAD La orientación de las penas privativas de libertad hacia la reeducación y reinserción social que incluyera el constituyente como pórtico del apartado segundo de su artículo 25 no permite hablar de la existencia de un «derecho subjetivo» del recluso a que la totalidad de los aspectos integrantes de la organización de la vida en prisión hayan de regirse por aquel. Nos encontramos ante un mandato al legislador para orientar la política penal y penitenciaria, a través del tratamiento1, que ha de coordinarse con ese «fin primordial» de las instituciones penitenciarias, que como señala el artículo 1 de la Ley Orgánica General Penitenciaria no es otro que el de la «retención y custodia de detenidos, presos y penados», que comporta «garantizar y velar por la seguridad y el buen orden regimental del centro». Así lo ha señalado el Tribunal Constitucional en numerosas sentencias2, SSTC 57/1994, de 28 de febrero, caso “Cacheos con desnudo integral y comunicaciones íntimas de los reclusos”, 129/1995, de 11 de septiembre, caso “Administración penitenciaria y legitimación procesal”, 35/1996, de 11 de marzo, caso “Control por rayos X”... Con más cercanía en el tiempo lo ha apuntado en las SSTC 299/2005, de 21 de noviembre y 23/2006, de 30 de enero, casos “Permiso de salida I y II”, respectivamente, con ocasión de la denegación, en ambos casos, de este importante instrumento de preparación de la futura vida en libertad, cuestión que, como es bien sabido, es una de las que habitualmente provoca mayores recursos ante el Tribunal Constitucional por su conexión con el artículo 25.2 de la Norma Suprema3. 1 Al hilo de este punto parece oportuno reseñar que entre los “elementos” del tratamiento se contarían la clasificación de los penados, las relaciones con el exterior, la redención de penas por el trabajo, el adelantamiento de la libertad condicional e indulto particular y las sanciones y recompensas. Sobre esta específica cuestión, véase, ARANDA CARBONELL, M., Reeducación y reinserción social. Tratamiento penitenciario. Análisis teórico y aproximación práctica, Ministerio del Interior, Madrid, 2007. 2 La consolidada jurisprudencia constitucional en este punto sólo se ha visto correspondida hasta la fecha respecto de otras cuestiones también contenidas en la Sección primera del Capítulo segundo del Título primero, con relación al deber de colaboración con la Iglesia Católica (artículo 16.3 CE) o con alguno de los contenidos del derecho a la educación (artículo 27 CE); véanse, así, por ejemplo, las SSTC 93/1983, de 8 de noviembre y 86/1985, de 10 de julio. 3 El Tribunal Constitucional ha reiterado sobre este punto que aun cuando una la “posibilidad” de la concesión de permisos de salida tiene conexión con la finalidad de reeducación y reinserción, “esa simple congruencia de la institución de los permisos penitenciarios de salida con el mandato constitucional establecido en el artículo 25.2 de la Constitución, no es suficiente para conferirles la categoría de derecho subjetivo, ni menos aún de derecho fundamental” (en ese sentido, por ejemplo la STC 23/2006, de 30 de enero). J.L. SEGOVIA, en el marco de lo que denomina como “Estado Penitenciario” (entiende que se ha pasado del paradigma de la reinserción al de la retribución y del Estado Social al Estado Mínimo –el Estado se centraría ahora en labor de defensa de fronteras y defensa de orden público interno-) critica la interpretación, en su opinión reductora, del Tribunal Como se apunta así en la STC 299/2005, de 21 de noviembre, “el artículo 25.2 de la Constitución, en cuanto alude a la orientación de las penas privativas de libertad hacia la reeducación y reinserción social, no contiene un derecho subjetivo, ni menos aún un derecho fundamental, susceptible de protección en vía de amparo, sino tan sólo un mandato del constituyente al legislador y a la Administración penitenciaria para orientar la ejecución de las penas privativas de libertad”. A ello hay que añadir, en un plano más genérico, como ha repetido en multitud de sentencias el Tribunal Supremo, abordando cuestiones de refundiciones o acumulaciones de condena, que la resocialización no es tampoco el único fin de la pena privativa de libertad, sino que también lo es la retribución o especialmente los efectos que de ella se pretenden en orden a la prevención general y especial4. Pueden traerse igualmente a colación aquí los debates suscitados con la aplicación de penas que no responden a tal punto de vista, por ejemplo, en la imposición de penas por impago de multas. Recordemos la argumentación de la STC 19/1988, de 16 de febrero, caso “Artículo 91 del Código Penal”, sobre esta cuestión: “la reeducación y la resocialización –que no descartan, como hemos dicho, otros fines válidos de la norma punitiva- han de orientar el modo de cumplimiento de las privaciones penales de libertad en la medida en que éstas se presten, principalmente por su duración, a la consecución de aquellos objetivos, pues el mandato presente en el enunciado inicial de este artículo 25.2 tiene como destinatarios primeros al legislador penitenciario y a la Administración por él creada (..) No cabe pues en su virtud descartar, sin más, como inconstitucionales todas cuantas medidas privativas de libertad –tengan o no el carácter de pena- puedan parecer inadecuadas, por su relativamente corta duración, para cumplir los fines allí impuestos a la Ley y a la Administración penitenciarias”. Esta misma idea se reproduce en posteriores sentencias del Alto Tribunal. Cabe destacar, por ejemplo, con relación al arresto menor en el propio domicilio, la STC 120/2000, de 10 de mayo, caso “Artículo 586 bis del Código Penal”, resolutoria de una cuestión de inconstitucionalidad y en donde se señala que “el artículo 25.2 de la Constitución no resuelve sobre la cuestión Constitucional, al señalar que “es muy probable que hoy el artículo 25.2 CE no hubiera alcanzado la redacción que alcanzó en el pacto constitucional. De hecho ya se ha ido ocupando el Tribunal Constitucional de reducir bastante su contenido esencial, apuntando en la dirección de su interpretación más light, como principio orientador genérico, negando cualquier consideración de entenderlo como algo más concreto generador de derechos subjetivos”; frente a la interpretación del Tribunal Constitucional opone el autor la de mayor amplitud que habría hecho en algunas sentencias el Tribunal Supremo, como por ejemplo la STS de 20 de abril de 1999 en donde se vino en apuntar que “la orientación de las penas a la reinserción y reeducación ya entendida como principio inspirador de la política penitenciaria, ya como derecho que actúa en la fase de ejecución de la pena, supone que el ordenamiento jurídico debe prever unas instituciones que tengan en cuenta que el interno debe reinsertarse a la sociedad, por lo que debe ser preparado para ello y que debe atender a las deficiencias educacionales que, precisamente, inciden en su actuar delictivo, lo que satisfaría la reinserción”, “En torno a la reinserción social y a otras cuestiones penales o penitenciarias”, Anuario de la Escuela de Práctica Jurídica, nº 1, 2006, pág. 7. 4 STS de 15 de noviembre de 2005 –Sala 2ª-. 3 referida al mayor o menor ajustamiento de los posibles fines de la pena al sistema de valores de la Constitución ni, desde luego, de entre los posibles prevención especial, retribución, reinserción, etc.- ha optado por una concreta función de la pena. De lo que se desprende, en primer lugar, que no puede afirmarse que las penas de arresto menor con las que se conmina la conducta en abstracto infrinjan el artículo 25.2 por su inidoneidad para cumplir uno de entre los varios fines constitucionalmente legítimos, ya que la constitucionalidad de dicha pena quedaría avalada por su aptitud para alcanzar otro u otros de dichos fines. En segundo lugar, que su confrontación con el mandato contenido en el artículo 25.2 de la Constitución en ningún caso puede derivar de su genérica falta de virtualidad para alcanzar la resocialización del condenado. A lo que cabe agregar, por último, que no cabe negar toda posibilidad de que la efectiva imposición de una pena privativa de libertad de tan corta duración pueda cumplir la finalidad de resocialización y reinserción social, dado que la intimidación específica e individual que se opera con el sometimiento efectivo del sujeto al proceso penal y con la declaración de culpabilidad y correlativa imposición de la pena, puede ser, por sí misma, idónea para alcanzar un efecto resocializador”. Ello determina de igual modo no acoger pretensiones que defiendan la imposibilidad de imponer una pena a quien se encuentre socializado y no necesite de una acción reeducadora5. No está de menos apuntar, aunque no creemos que sea una tendencia que vaya a consolidarse, que la constante doctrina del Alto Tribunal en esta materia ha sido criticada en una relativamente reciente Sentencia del Tribunal Supremo al señalarse que “la reducción teleológica del alcance meramente gramatical del texto de una norma legal no constituye ninguna prohibición interpretativa. La propia jurisprudencia del Tribunal Constitucional la ha admitido no sólo para limitar el alcance de ciertos tipos penales, sino incluso en la interpretación de normas constitucionales que literalmente otorgan derechos fundamentales. Tal es el caso, por ejemplo, cuando sostiene que el artículo 25.2 de la Constitución no contiene un derecho fundamental cuya infracción pueda fundamentar un recurso de amparo, reduciendo lo que el Texto constitucional declara sin limitaciones como un derecho fundamental, a «un mandato dirigido al legislador y a la Administración penitenciaria para orientar la ejecución de las penas privativas de la libertad», introduciendo al mismo tiempo finalidades de la pena, no mencionadas en el artículo 25.2, para limitar el alcance de la norma constitucional6. Si esta interpretación no tiene un fundamento histórico, ni gramatical, ni sistemático, su efecto reductivo sólo puede provenir de un método teleológico implícitamente 5 STS de 10 de julio de 2003 –Sala 2ª-. Con relación a estas cuestiones, señalan COBO DEL ROSAL y QUINTANAR DÍEZ que el artículo 25.2 del texto constitucional “no puede convertirse en quicio constitucional de la teoría de la pena” ya que, de acuerdo con la mayor parte de la doctrina penalista, “la declaración constitucional afecta tan solo al ámbito de la ejecución de ciertas sanciones penales, de las penas privativas de libertad y de las medidas de seguridad”, “Artículo 25. Garantía penal”, “Artículo 25. Garantía penal”, Comentarios a la Constitución Española, (Tomo III) ALZAGA VILLAAMIL, O., (Dir.), Cortes Generales/Editoriales de Derecho Reunidas, Madrid, 1996, págs. 140 y ss. 6 Ver entre otras la STC 120/2000, de 10 de mayo, caso “Artículo 586 bis del Código Penal”. empleado para llegar a ese resultado, restrictivo de la finalidad de reinserción social, en beneficio de otros fines de la pena que no son compatibles con él”7. Esta sentencia ha sido valorada positivamente por un sector de la doctrina al haber abierto una puerta a una más amplia interpretación del artículo 25.2 del texto constitucional8. *** Más allá de esta cuestión, parece preciso destacar también que los términos utilizados por el constituyente han sido criticados por un amplio sector de la doctrina por diferentes cuestiones, aunque esencialmente por su vaguedad o indefinición. Ello ha llevado a la búsqueda de términos alternativos entre los que podemos destacar la resocialización o la reintegración9. Sea uno u otro el término elegido, como apunta Aranda Carbonell, todos ellos coinciden en buena medida en “asignar a la ejecución de las penas privativas de libertad una función correctora e, incluso, de mejora del delincuente”10. Desde la criminología, que ha abordado en detalle estas cuestiones, se ha destacado que el ideal resocializador dejará de ser un mito o un lema vacío de contenido cuando se pueda alcanzar tras el oportuno debate científico “un elemental consenso en torno a tres cuestiones básicas: qué objetivos concretos se pueden perseguir con relación a cada grupo o subgrupo de infractores, qué medios y técnicas de intervención se estiman en cada caso idóneos y eficaces y qué limites no debe superar jamás cualquier suerte de intervención”11. En un plano meramente conceptual, dentro de la diversidad de criterios existentes, podemos destacar como Álvarez García entiende la concepción de la reeducación/reinserción como resocialización o recuperación social; ello en contraposición al concepto de reeducación-enmienda12. El objetivo de este no es otro que conseguir que el sujeto adquiera “la capacidad de vivir en la sociedad con respeto hacia la ley penal” condicionando al sujeto “a los valores dominantes en una determinada colectividad pero solamente en su aspecto externo”13. Ello supone “la aceptación del llamado programa mínimo que se conforma con obtener el acatamiento externo de la norma con objeto de evitar la reincidencia y que no exige por parte del penado su adhesión 7 STS de 20 de junio de 2006 -Sala 2ª-. En ese sentido, DELGADO RINCÓN, L., “La constitucionalización de la reeducación y la reinserción social como fin de las penas privativas de libertad”, Reinserción, derechos y tratamiento en los centros penitenciarios, CARCEDO GONZÁLEZ, R., REVIRIEGO PICÓN, F., (Eds.), Amaru Ediciones, Salamanca, 2007. 9 R. BERGALLI desde una perspectiva muy crítica nos habla de conceptos desfasados que provocan que se caiga en meros discursos autoalimentadores de prácticas penitenciarias negativas, Introducción al libro Cárcel y Derechos Humanos. Un enfoque relativo a la defensa de los derechos fundamentales de los reclusos, RIVERA BEIRAS, I., (Coord.), Bosch, Barcelona, 1992. 10 Reeducación y reinserción social. Tratamiento penitenciario. Análisis teórico y aproximación práctica, Ministerio del Interior, Madrid, 2007. 11 GARCÍA-PABLOS DE MOLINA, A., Tratado de Criminología, Tirant lo Blanch, Valencia, 2003, págs. 1120/1121. 12 ÁLVAREZ GARCÍA, F.J., “La reeducación y reinserción social en el momento de la conminación", El nuevo Derecho Penal español. Estudios penales en Memoria del profesor José Manuel Valle Muñiz, Aranzadi, 2001, pág. 41. 13 Íbidem. 8 5 interna a determinadas escalas de valores. Es decir: se sigue afirmando el fundamental derecho del recluso a pensar de un modo distinto, en definitiva a su libertad y a su dignidad”. Idea que hay que vincular a la necesidad de tener en cuenta el otro factor en liza, la otra cara de la moneda, la sociedad, y el cuestionamiento de alguna de sus estructuras. En la doctrina constitucionalista, que en muy contadas ocasiones se ha acercado a esta cuestión, encontramos como Delgado Rincón nos habla de un “precepto orientador de la política penal y penitenciaria, sin perjuicio de que exista el inconveniente de tener que fijar el significado del verbo orientar” que el autor equipara de alguna forma al verbo “informar” del artículo 53.3 del texto constitucional14; esa “gloriosa incorrección” en palabras de Rubio Llorente15. Una “norma de principio, un precepto que prescribe la consecución de un fin de interés general, un precepto orientador de la política penal y penitenciaria que vincula por igual a todos los poderes públicos: legislativo, ejecutivo y judicial”16. Ese mandato resocializador tendría “tal vez” como “principal valor”, en palabras de Urías Martínez, el hecho de que la prisión debiera “entenderse siempre como un auténtico estado excepcional, caracterizado por la provisionalidad. El mandato es la válvula reguladora de la provisionalidad: en prisión se pueden restringir los derechos de los reclusos tan solo porque es el modo provisional de lograr una mayor armonía social a través de la resocialización de los delincuentes”; esta es a su criterio “la última justificación constitucional de la prisión”17. Más allá de las dudas que nos suscita que de forma efectiva pueda afirmarse el efecto reeducador y resocializador de la prisión18 lo cierto es que 14 “El artículo 25.2 CE: algunas consideraciones interpretativas sobre la reeducación y reinserción social como fin de las penas privativas de libertad”, Revista Jurídica de Castilla y León, nº extraordinario, 2004, pág. 353. 15 “La Constitución como fuente del Derecho”, La forma del Poder (Estudios sobre la Constitución), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993, pág. 90. 16 “El artículo 25.2 CE: algunas consideraciones interpretativas sobre la reeducación y reinserción social como fin de las penas privativas de libertad”, Revista Jurídica de Castilla y León, nº extraordinario, 2004, pág. 366. 17 “El valor constitucional del mandato de resocialización”, Revista Española de Derecho Constitucional, nº 63, 2001, pág. 78. 18 MARTÍN DIZ apunta que desde la práctica se constata “como parece insostenible la utopía de la resocialización absoluta ni relativa de todos y cada uno de los penados privados de libertad, en similares términos a como lo planteaba ROXIN desde el campo dogmático, utilizando como técnica la contraria al fin pretendido, la paradoja más palmaria, la preparación de la libertad desde su ausencia más radical. E incluso no admitimos, sin querer con ello pecar de extremistas, el argumento de que el tratamiento penitenciario contempla, como vías de reinserción, tanto la técnica de los permisos penitenciarios como la más avanzada de la libertad condicional y que por tanto la preparación a la libertad contiene aproximaciones paulatinas a ella, siendo innegables estas realidades del tratamiento penitenciario quizá los obstáculos se encuentren más en la mentalidad social o en la propia conducta del interno que en el fin resocializador de la pena en sí”, El Juez de Vigilancia Penitenciaria. Garante de los derechos de los reclusos, Comares, Granada, 2002, pág. 29. Previa a estas reflexiones ofrecerá el autor un dato que a su entender deja en entredicho la suficiencia y aptitud de los tratamientos penitenciarios: el sesenta y dos por ciento de la población reclusa en nuestro país es reincidente. En un sentido contrario GARCÍA-PABLOS DE MOLINA nos habla de un “inequívoco giro optimista, razonablemente optimista, en la doctrina científica, así como un consenso científico en torno a determinadas estimaciones que distinguen, con prudencia, mayores o menores cotas de rendimiento en función de concretas resulta ilustrativo en orden a apuntar su complejidad, que cuando el propio legislador ha querido significar la necesidad de su alcance y potenciar su consecución lo ha hecho haciendo referencia a la necesidad de sustituir las penas privativas de libertad por otras alternativas. Buen ejemplo de ello lo podemos encontrar en la propia exposición de motivos del Código Penal del 95. Poza Cisneros y Landrove Díaz hablarán así de una curiosa paradoja que denota una idea que compartimos sin dificultad: “la prisión –pena básica entre las privativas de libertad- no es el instrumento idóneo de resocialización y es preciso, por ello, encontrar alternativas a la misma”19. El objetivo sería ya no resocializar (por imposible) sino “aspirar a que las sanciones penales y, especialmente la pena privativa de libertad, no desocialicen más a la persona que queda sometida a ella”20. La masificación de los centros penitenciarios es una de las razones fundamentales de esa dificultad. Ilustrativas por sí solas resultan algunas tasas de masificación: Ceuta (378%); Martutene (272%); Murcia (247%); Basauri (234%), Ibiza (224%), etc21. En la actualidad, la población reclusa, según datos del Ministerio del Interior es de 66.479 internos en el año en curso (datos de septiembre de 2007) habiéndose incrementado sensiblemente, como podemos observar, respecto de los años anteriores, 63.248 en 2006, 60.707 en 2005, 58.655 en 2004, 54.497 en 2003, 50.537 en 2002 o 46.594 en 2001. Hasta tal punto parece haberse asumido esta masificación como una suerte de variables”, Tratado de Criminología, Tirant lo Blanch, Valencia, 2003, pág. 1122. Véase, también, SEGOVIA, J.L., En torno a la reinserción social y a otras cuestiones penales o penitenciarias”, Anuario de la Escuela de Práctica Jurídica, nº 1, 2006, pág.1. 19 LANDROVE DÍAZ, G., “Prisión y sustitutivos penales", El nuevo Derecho Penal español. Estudios penales en Memoria del profesor José Manuel Valle Muñiz, Aranzadi, 2001, pág. 427; POZA CISNEROS, M., “Formas sustitutivas de las penas privativas de libertad”, Cuadernos de Derecho Judicial, nº 24, 1996. Sobre la crisis de la ideología del tratamiento y del ideal resocializador, puede verse, OLARTE HURTADO, A., Alternativas a la cárcel en Euskadi: el trabajo en beneficio de la comunidad, Colección Derechos Humanos P. Francisco de Vitoria, Ararteko, Vitoria, 2006, págs. 31 y ss; HASSEMER, W., MUÑOZ CONDE, F., Introducción a la Criminología y al Derecho Penal, Tirant lo Blanch, Valencia, 1989. 20 OLARTE HURTADO, A., Alternativas a la cárcel en Euskadi: el trabajo en beneficio de la comunidad , Colección Derechos Humanos P. Francisco de Vitoria, Ararteko, Vitoria, 2006, pág. 35. 21 Fuente: Dirección General de Instituciones Penitenciarias. La propia Directora General de Instituciones Penitenciarias M. GALLIZO reconoció en febrero de 2006 la “sobreocupación” de la práctica totalidad de los centros penitenciarios, aunque consideraba que ello no permitía hablar de “hacinamiento” en tanto que dicho término haría referencia a condiciones de vida penosas que entiende que no concurrirían, Fuente: Diario ABC, 15 de febrero de 2006. Vinculado a esta cuestión se encuentra el tema de la competencia sobre las decisiones en materia de necesidades de instalaciones penitenciarias, tema abordado por el Tribunal Constitucional en la STC 14/2004, de 12 de febrero; recordemos así que la Ley 7/1998, de 16 de julio, de ordenación del territorio de la Comunidad de Aragón se recogió la prohibición de “no instalación en usos penitenciarios cuya capacidad supere a la media de la población reclusa generada en Aragón en los últimos cinco años”. Dicha previsión fue declarada inconstitucional al caer bajo la esfera de la competencia estatal “las decisiones sobre las necesidades de instalaciones penitenciarias, la distribución de la población reclusa y la capacidad de aquellas instalaciones, alcanzando dicha competencia la configuración del sistema penitenciario global. Cualquier previsión normativa autonómica que limite, dificulte o impida la toma de aquellas decisiones invadirá la competencia estatal”. 7 déficit estructural, que podemos llegar a leer en un reciente Informe de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias (actualmente Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, RD 438/2008), que ésta se felicitaba porque gracias a la puesta en marcha entonces de dos nuevos centros penitenciarios se había posibilitado que la tasa de ocupación en las prisiones se mantuviera únicamente en un ciento seis por ciento. Cuando menos, llamativo. A mayor abundamiento, cabe reseñar que en el Informe del Defensor del Pueblo correspondiente al año 2002 se señalaba que sólo ocho centros de un total de setenta y siete no superaban el cien por cien de la ocupación operativa (dos internos por celda)22, cuestión hacia la que se ha seguido manifestando preocupación en los sucesivos informes. La aprobación por el Consejo de Ministros de un Plan de Creación de Infraestructuras Penitenciarias en diciembre de 2005 no ha permitido paliar en todo caso estos problemas, no en vano en 2003 y 2004 se había incrementado la población reclusa casi en un quince por ciento, y aunque el año siguiente, 2005, apenas subió un tres por ciento, en 2006 volvió a las pautas habituales elevando la misma en un seis por ciento respecto del año inmediatamente anterior. No está de más destacar asimismo, al hilo de esta idea, que España es el país de la Unión Europea con mayor ratio de presos por cien mil habitantes. Cabe apuntar por último que, como se ha señalado atinadamente en la exposición de motivos del Real Decreto 100/2006, de 3 de febrero23, “para conseguir el fin de la reeducación y reinserción social de quienes han cometido delitos es indispensable actuar sobre una multitud de ámbitos que van más allá del estrictamente penitenciario, debiendo, pues, compaginar la tradicional gestión de los Centros Penitenciarios con una adecuada acción social, laboral, educativa y sanitaria de la población penitenciaria, esto es, efectuar unas políticas públicas heterogéneas y complejas, todo ello en permanente contacto con la sociedad civil, actuando en colaboración con el movimiento asociativo y las organizaciones no gubernamentales”24. 22 A efectos comparativos sobre la situación en Europa en este punto puede verse, aunque data ya de un lustro, el Informe sobre los Derechos Fundamentales en la Unión Europea en 2002 elaborado por la Comisión de Derechos y Libertades de los Ciudadanos, Justicia y Asuntos Interiores, del Parlamento Europeo. 23 Este Real Decreto fue aprobado con ocasión de la STS de 7 de diciembre de 2005 que declaró la nulidad parcial del Real Decreto 562/2004, de 19 de abril, por causa del nombramiento, sin suficiente motivación, de varios Directores Generales que no reunían la condición de funcionario –entre ellos la de la propia Directora General de Instituciones Penitenciarias-; recordemos que el artículo 18.2 de la LOFAGE establece que “Los nombramientos habrán de efectuarse de acuerdo con los criterios establecidos en el apartado 10 del artículo 6 entre funcionarios de carrera del Estado, de las Comunidades Autónomas o de las Entidades locales, a los que se exija para su ingreso el título de Doctor, Licenciado, Ingeniero, Arquitecto o equivalente, salvo que el Real Decreto de estructura del Departamento permita que, en atención a las características específicas de las funciones de la Dirección General, su titular no reúna dicha condición de funcionario”. 24 Todo ello debe unirse a la idea de que “el ejercicio de estos cometidos públicos en materia penitenciaria exige un amplio conocimiento de esta realidad y supera las tradicionales funciones técnicas de gestión de recursos humanos, materiales, económicos, etc., propias de otros órganos del mismo rango”, argumento utilizado para volver a nombrar tras su protocolario cese a la actual Directora General de Instituciones Penitenciarias (Reales Decretos 100, 116 y 117/2006, de 3 de febrero).