LOS VALORES EN LA EDUCACIÓN SOCIAL - Valor

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LOS VALORES EN LA EDUCACIÓN SOCIAL
¿Porque hablar de valores en el campo de la educación social?
En estos últimos años parece que la educación en valores se haya convertido en un reclamo
constante por parte de diversas y amplias instancias sociales (la familia, la escuela,
colectivos y asociaciones de educación no formal (centros de educación en el tiempo libre,
ONG’s...).
Parece cómo si los valores y concretamente la educación en valores nos hubiera de servir
para terminar con determinados problemas sociales, para hacer frente a conductas incívicas
e irrespetuosas, para terminar con la violencia cotidiana, los abusos e injusticias de todo
tipo, etc...
Es decir, existe el discurso en determinados ámbitos, de que hay que intervenir nuevamente
con lecciones de urbanidad y buenas maneras para evitar el descontrol social. Incluso hay
quién considera que los colectivos sociales que viven situaciones de conflicto, riesgo e
inadaptación social son consecuencia de una mala educación moral, de no haber sido
instruidos suficientemente en los valores sociales de la convivencia y el respeto.
Pero considerar esta visión de la educación en valores como una de las principales
herramientas para solucionar los problemas de mala conducta es, a mi entender, tan
simplista cómo erróneo y miraré seguidamente de argumentar mi postura.
Ciertamente vivimos en un contexto social complejo y contradictorio atravesado por el
desconcierto existencial. Parece ser que la desaparición de las seguridades absolutas y de
los valores que durante mucho tiempo habían guiado con sentido nuestra existencia, junto
con la confluencia en las sociedades plurales de diferentes modelos de vida, han dado paso
al asentamiento de posturas próximas al relativismo moral. Posturas en las que se nos hace
muy difícil afirmar que haya opciones de valor más deseables que otras. Se produce así,
frecuentemente, una duda respecto a qué valores se deben defender, porqué unos y no otros
y de qué manera o maneras debemos aplicarlos.
Es decir, cuando se nos desdibujan las creencias, los argumentos y los valores que nos
aportaban soluciones y seguridades delante de los dilemas y los conflictos nos vemos
entregados a una situación de vacilación y confusión dónde nos cuesta encontrar maneras
de vivir que sean realmente convincentes, racionales y razonadas.
Esta es precisamente la normalidad en el contexto social actual: la incertidumbre y la
angustia ante la misma, la búsqueda de sentido y de referentes claros, la ligereza e
inestabilidad de los valores.
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Ante esta situación es prioritario enseñar a las personas a saber decidir, a saber escoger.
Ciertamente la mejor manera de vivir es poder escoger que tipo de vida se quiere vivir. El
problema con el que nos encontramos muchas veces es que, en primer lugar no sabemos
exactamente lo que queremos y, a veces, aún sabiéndolo no nos acaba de aportar la
felicidad que esperábamos. Y en segundo lugar, no se trata de decidir cualquier tipo de
vida, sino de decidir un tipo de vida que nos aporte felicidad y a la vez justicia, tarea
arduamente compleja porque como apunta F. Sabater “Los hombres podemos inventar y
elegir en parte nuestra forma de vida (...). Y como podemos inventar y elegir, podemos
equivocarnos (...). De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar
adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar.1
Así pues, la enseñanza de valores en el contexto social actual no se puede fundamentar en
la transmisión de códigos de conducta normativos o la transmisión de palabras y discursos
de buenas maneras, sino en ayudar a los sujetos a saberse orientar con autonomía, sentido,
sensibilidad, racionalidad y espíritu solidario delante de la vida y de los problemas que en
ella se plantean.
Otra de las razones por las que hoy en día se hace reclamo de la educación en valores es por
las dificultades de convivencia, de relación interpersonal e intercultural.
No debemos olvidar que el trabajo educativo con los colectivos de riesgo y conflicto social
tiene como principal finalidad la incorporación social. Esto nos lleva a la vez a dos
objetivos básicos, la socialización y la sociabilidad. Es decir la adquisición crítica de las
pautas, patrones y valores ampliamente consensuados y las habilidades y competencias para
la buena relación interpersonal. Estos son claramente contenidos claves de la educación en
valores en el campo social.
La socialización y la sociabilidad se presentan hoy en día como una necesidad prioritaria
para la mejora del bienestar personal y social. Porqué uno de los males de nuestra sociedad,
es la falta de experiencias de vida social ricas y estimulantes que nos aporten un microclima
de valores significativos y referenciales.
Nos encontramos ante una sociedad altamente individualista y privatizadora que genera,
frecuentemente, problemas de relación y comunicación.
Se hace así necesaria una educación en valores que ayude a los sujetos a saber reorientar las
relaciones interpersonales y sociales a partir de principios dialógicos, justos, solidarios y
cooperativos, en definitiva una educación en valores que enseñe a convivir y no a coexistir.
Finalmente, como apunta J. Vilar (1999), no podemos olvidar, como otro de los motivos de
preocupación por la educación en valores, los ordenamientos legales y jurídicos sobre
menores y educación.
1
SAVATER, F.: Ética para Amador. Barcelona. Ariel, 1991
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En este sentido la Logse, haciéndose eco de esta preocupación social, ha querido situar la
educación en valores en el núcleo central alrededor del cual se articulan los contenidos y las
actividades (planteamiento transversal de la educación en valores).
Así, por ejemplo, en el currículum de la Educación Secundaria Obligatoria, se afirma:
“El horizonte educativo de esta etapa, es el de promover la autonomía de los alumnos, no
únicamente en los aspectos cognitivos o intelectuales, sino también en su desarrollo social y
moral. Esta autonomía culmina, en cierta medida, en la construcción de la propia identidad,
en el asentamiento de un autoconcepto positivo y en la elaboración de un proyecto de vida
vinculado a valores, en el que se reflejen las preferencias de los adolescentes y también su
capacidad para llevarlo a término”.
Así mismo la Ley del menor insiste en la necesidad de potenciar las habilidades y
conocimientos que permitan la integración y la incorporación social de manera activa y
participativa.
Vista pues la necesidad de la educación en valores cabe abordar ahora su concepción y la
perspectiva, enfoque y modelo des del que partimos.
La educación en valores como construcción crítica y autónoma de la moralidad
La tarea de educar y enseñar lleva explícita e implícitamente la transmisión de una
determinada manera de entender la vida y el mundo, en definitiva comporta siempre una
transmisión determinada de valores.
Durante mucho tiempo esta función de transmisión de valores ha estado vinculada a
prácticas educativas impositivas, adoctrinadoras o manipuladoras que podríamos considerar
no deseables e incluso contrarias a los principios de felicidad y justicia que anteriormente
apuntábamos.
En este sentido consideramos que es posible la enseñanza de valores partiendo de criterios
de autonomía y de razón dialógica para poder construir colectivamente principios que
permitan guiar la conducta humana en situaciones concretas.
Este modelo, tal y como apunta J.M.Puig (1996), se aleja de las propuestas autoritarias que
determinan heterónomamente lo que está bien y lo que está mal pero también se aleja de los
planteamientos relativistas que afirman que solo se puede esperar que cada cual opte en
función de criterios personales.
Se trata de un modelo que confía en las capacidades de juicio, diálogo y acción de las
personas para elaborar y construir colectivamente criterios y principios que guíen y orienten
nuestras intervenciones. Un modelo que toma como referentes para resolver los problemas
éticos y morales, las guías de valores que las sociedades hemos ido construyendo, en
concreto aquellas declaraciones de derechos y principios ampliamente universalizables (los
derechos humanos, derechos de los niños, los principios y valores democráticos) pero
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también aquellos principios y valores presentes en las propias realidades socioculturales y
que no sean contradictorios con los primeros (la constitución, los códigos de ética
profesionales, las normas que permiten regular la buena convivencia...
En definitiva hemos de afirmar que no todo es igualmente deseable, que hay cosas más
buenas que otras y que hay acciones que no se pueden tolerar ni aceptar. Y estas cosas las
podemos construir y pactar mediante el diálogo, la autonomía y la razón.
¿Cómo educar en valores en el campo social?
Tal y cómo hemos afirmado al inicio, la educación en valores no se realiza a partir de
sermones y discursos sobre determinados valores sino a partir de la vivencia de esos
valores, es decir, a partir de saber ofrecer modelos de conducta deseables por una parte y de
desarrollar las competencias y habilidades necesarias para la ejercitación de determinados
valores.
Partiendo de la normalidad en la que se mueven los colectivos en riesgo, conflicto y
desventaja social, una normalidad caracterizada por la falta de experiencias de vida
emocional y social positivas, pensamos que la educación en valores más que una tarea de
instrucción, represión, control o eliminación de los malos valores, comportamientos y
hábitos de conducta, debe centrar su atención en facilitar a dichos colectivos la experiencia
de aquellos valores que todavía no poseen pero que pueden llegar a poseer. En definitiva se
trata de poner el acento no tanto en aquello que no son o no tienen sino en lo que pueden
llegar a ser cómo personas.
Para ello entendemos que la educación en valores debe centrarse fundamentalmente en tres
tareas fundamentales:
1. La creación de contextos morales significativos.
Si la normalidad en la vida de los colectivos de riesgo y desventaja social es una
normalidad pobre y deficitaria afectiva y socialmente hablando, deberemos ser capaces de
transformar esa realidad y ofrecerles otra normalidad en sus vidas que les sea rica,
estimulante y moralmente saludable.
Para ello será necesario, por una parte, crear entornos y climas afectivos positivos. Las
personas a las que educamos únicamente miraran de aproximarse a las expectativas que
tenemos de ellos si realmente somos capaces de ser afectivamente significativos para ellos.
Es decir si les sabemos crear un entorno social y institucional donde se sientan realmente
respetados, amados, acogidos y reconocidos como personas. A partir de ahí, podremos
empezar a pedir que se aproximen a aquellos valores que consideramos deseables.
Por otro lado será necesario también, la creación de climas y contextos que favorezcan el
sentimiento de pertenencia a una colectividad. El establecimiento de unas bases comunes,
unos principios, unos valores y normas, un estilo y una manera de hacer propia de la
comunidad o institución, será necesario para que los sujetos miembros de la colectividad
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puedan adquirir una perspectiva social más amplia y asumir como propios los intereses y
necesidades de los demás.
Finalmente será también necesario que la institución educativa sea democrática, dialógica y
participativa. El aprendizaje del diálogo, la escucha, el pacto y el consenso, requieren en
primer lugar la vivencia real de esos valores y comportamientos en la institución, y en
segundo lugar los mecanismos y las estructuras necesarias que los favorezcan.
2. El desarrollo de las competencias personales
Sobretodo nos referimos a aquellas relacionadas con el hecho de enseñar a pensar y razonar
las propias decisiones, a prever alternativas a los problemas y analizar las consecuencias.
También el desarrollo de competencias vinculadas al autoconocimiento, la elaboración de
la propia identidad, el propio autocencepto y la clarificación personal para ayudar a estos
colectivos a comprender su situación y descubrir dónde quieren llegar.
Finalmente para ser más altruista, o menos egocentrista, es decir, para ser más moral, más
humano y preocuparse más por los demás, será necesario trabajar la empatía, él saberse
posicionar en el lugar del otro.
3. El trabajo de determinados aprendizajes sociales
Para terminar entendemos que la educación en valores debe facilitar aquellos aprendizajes
de vida social necesarios para la incorporación social, a saber, el aprendizaje de la
cooperación, la participación, la implicación social ante las injusticias etc. , mediante la
construcción de colectividades que vivan y desarrollen dichos valores.
En definitiva la educación en valores en el campo social debe perseguir la incorporación
crítica y autónoma de los grupos sociales más desfavorecidos. Entendiendo que esa
autonomía se construye desde, en y con la comunidad, mediante la adquisición de
responsabilidades, de un saber crítico y una mayor capacidad de autodominio y autocontrol.
Mª del Mar Galceran Peiró
Doctora en Pedagogía
Directora del Centro de Postgrado Pere Tarres
de la Universidad Ramón Llull.
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