problemática del hombre en su nostalgia del otro salvaje

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LA ANIMALIDAD QUE ESTÁ AFUERA: PROBLEMÁTICA DEL
HOMBRE EN SU NOSTALGIA DEL OTRO SALVAJE
Juan Vásquez Molina*
RESUMEN
El presente ensayo se alinea en la animalidad entendida como lo oculto
del ser en tanto hombre. Tomando algunos puntos de la «cosmología del
Dios que quiso no-ser», expresada por Philipp Mainländer, se busca
establecer que los impulsos traspasan cualquier grado de racionalidad.
Desde un lugar parecido, Bataille y Agamben recuerdan el rol que
cumple el hombre como sujeto y el animal como objeto; la nostalgia que
produce el afuera. Si a lo planteado, adherimos la convencionalidad de
los mecanismos culturales –centro y periferia– estudiada por Iuri
Lotman, los que configuran un “otro barbárico” como la representación
fronteriza alejada de cualquier espectro conocido, entrevemos que el ser
humano vuelve siempre ahí por ser su memoria propia de lo salvaje:
retorna, por ese paso, a su íntimo espectro nativo.
Descriptores: animalidad– racionalidad– canonización– centro y
periferia– otro
* Estudiante en Licenciatura en Lengua y Literatura, UAH. Email: [email protected]
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Juan Vásquez Molina
Oh socorro que temo! Oh recompensa si descifrarme
pudiera para el Otro!
Humberto Díaz Casanueva,
La hija vertiginosa
La historia nos enseña la secuencialidad del tiempo, qué sucede mientras éste
transcurre en la línea religiosa–cristiana– de occidente y oriente occidentalizado. La
lingüística configurada como un plano autónomo o interdisciplinario, anhela develar el
misterio de la lengua, la escritura y el lenguaje. Por su lado, la filosofía propone sistemas y
dudas para desenmarañar tal o cuál motivo que lleva al hombre a comportarse de una
determinada manera. En este contexto, que el ser humano se posicione como un ente
racional, sólo lo lleva a una diferenciación tajante respecto a las demás especies naturales,
ya que puede discernir las circunstancias de un modo instintivo y racional. Dicha
especialización impulsada por una capacidad o facultad ‘única’, es el motivo que ha llevado
al hombre a otorgarse a sí mismo un halo de superioridad con el que puede desplegarse sin
problema alguno.
De todos los textos en cuyo contenido se desarrolla una cosmogonía, La Biblia no es
la primera creación escritural sobre esto ni la menos sincrética respecto a sus postulados1.
No obstante, y en lo que me respecta, este texto bíblico, en específico ‘Génesis’, consta de
una particularidad trascendental: aquí se perpetúa la idea del ser como el que es racional
por naturaleza propia; ser que existe a causa de un fin predeterminado, dominar –excluir.
Este punto gravitante separa los demás escritos en relación con el códice cristiano, porque
se le otorga un rol y posición al hombre. Quizá debido a que la religión cristiana
(hebrea/judía) posee un Dios ‘unívoco, todopoderoso y creador’ –o la subdivisión trinitaria
del Padre/Espíritu/Santo que son un Uno2–, a diferencia de otros estadios religiosos con
panteones y jerarquías, en los cuales el ser humano es representado como un esclavo o
ancilla de los dioses, el Cristianismo infunde un vuelco inquebrantable. La creación a
imagen y semejanza no sólo implica replicar la fisionomía secreta de Dios, sino algo mayor,
a saber, la inteligencia y poder de ésta. En consecuencia, el hombre desde el comienzo de
los tiempos fue concebido como el ‘ser que debe en cuanto espejo divino’, recrear al Padre
1
Pasajes de textos más antiguos que La Biblia, conocidos por sus narraciones respecto al origen del universo,
el mundo y la humanidad, presentan similitudes ideológicas entre sí. Recordemos, entre otros, por ejemplo:
Popol Vuh de la cultura maya y su Creador; la cosmogonía mesopotámica del Enuma Elish con el rey Marduk
dando muerte a la diosa originaria, Tiamat; o la Teogonía griega de Hesíodo con Zeus a la cabeza luego de
restablecer el orden al asesinar a su padre, Cronos, y vencer en la batalla contra los titanes. Existen más, pero
no me corresponde aquí nombrarlos. [Para ello véase ELIADE, M., “Segunda parte. Mitos de la creación y los
orígenes”, en Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Tomo IV, Ediciones Cristiandad, Huesca,
1989, pp. 104-149].
2
La hipóstasis del Uno, el nous (espíritu o inteligencia) y el alma, desarrollada con anterioridad por Plotino
(205-270), filósofo griego neoplatónico.
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y gobernar la tierra. Este punto de inflexión conlleva la separación irreconciliable entre
razón/instinto; racionalidad/animalidad [conciencia/inconsciencia].
Vemos, en ciertos versículos del “Primer libro de Moisés llamado Génesis” –Antiguo
Testamento–, cómo, al ser racional, creado después de los animales y la vegetación, le es
entregado todo para poder vivir con dicha. Así, Dios hizo, después de expandir en la tierra
hierbas y semillas, “los animales de la tierra según su especie, y ganado según su especie, y
todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno”3. Y
dijo, luego de aquello:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga
dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las
bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y a hembra
los creó”4.
El que Iahvé advierta que el hombre tendrá todo dominio sobre peces, aves, bestias, y
sobre todo animal y la tierra misma, es una señal reveladora para entender la animalidad
como lo ajeno en cuanto exterior y poder. En occidente, por lo menos, y considerando al
tiempo lineal esa invención cristiana que rompió los ejes eternos de la circularidad antigua,
el trasfondo ideológico oculto tras esta narración mítica nos lleva a pensar al ser racional
como un ‘ente separado desde el comienzo’. Y pese a que sólo es un texto, culturalmente ha
influido tanto como si se hubiera comprobado la veracidad de los actos narrados. No
obstante, existen otros postulados que pueden refutar qué tan cierto es el rol del hombre en
su estatuto heredado. O mejor dicho, cuán capaz es de permanecer como tal sin pasar a ser
animal o salvaje: lo otro.
PHILIPP MAINLÄNDER Y EL DIOS QUE QUISO NO SER. IMPULSO ANIMAL QUE
TRASPASA LA
RAZÓN Y DECANTA EN LA MUERTE
Una cosmogonía distinta a la planteada por La Biblia y otros textos cosmogónicos
antiguos, de la que haré uso para interpretar la animalidad como lo que atraviesa la razón
por más que ésta intente subyugar lo salvaje del hombre, es la presentada por el filósofo
alemán Philipp Mainländer. En su obra Filosofía de la redención, de la que en español hoy
sólo existe una antología preparada por Sandra Baquedano Jer5, Mainländer se encargó de
formular una teoría que interpreta a Dios como el motor inmóvil aristotélico. Sin embargo,
a diferencia del de Aristóteles, el cual requería “un ser perfecto (…) una primera causa a la
3
Gen 1: 25. [Esta edición: SANTA BIBLIA. “Antiguo Testamento: Génesis”, en Santa Biblia, La Iglesia de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días Salt Lake City: E.U.A, 2009].
4
Ibíd., Gen 1:26-27.
5
MAINLÄNDER, P. Filosofía de la redención, Antología, Comp. de Sandra Baquedano Jer, Fondo de cultura
económica, Chile, 2011.
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cual en definitiva deban su ser todas las causas de movimiento y de cambio de este
mundo”6, el motor inmóvil de Mainländer, unidad simple originaria, sólo produce
movimiento cuando para siempre deja de ser, vale decir, cuando Dios se vuelve
perpetuamente no-ser.
Philipp Mainländer fue un filósofo alemán partícipe o asiduo al enunciado ‘Dios ha
muerto’, aunque de modo distinto a Nietzsche, e incluso más religioso. Si consideramos
que Friedrich Nietzsche buscó distinguir del ser humano su capacidad de evolución e
independencia, por decir, nominalista; el primero estableció la muerte divina como un nihil
negativum que arrastra a los hombres –existencias individuales– al mismo destino de la
unidad original, dejar de ser. De este modo, el fin de Dios es el mismo fin en las ‘creaturas’
y, por consiguiente, la vida es concebida sólo como un transcurso por cuya senda se alcanza
la meta. Pero esto no es todo; o sí en el sentido de bosquejar la idea.
La primera división que establece Mainländer es la de ‘campo trascendente’ y ‘campo
inmanente’. En el primero, entiende, se sitúa la unidad simple, originaria y trascendental
Dios; el segundo campo comprende el universo y las extensiones del movimiento
producido por la muerte de Dios, los individuos con su esencia y existencia. Esta
bipartición implica no entender al hombre como imagen y semejanza, al contrario, éste es
interpretado como una mera creación devenida en el nacimiento del universo. Así, señala
que “la existencia es el abismo que separa al campo trascendente del campo inmanente”7.
Esto acarrea, necesariamente, a una separación radical entre el ser y el Ser –Supraser para
Mainländer–. Sin embargo, existe una situación, o fundamento si puede llamarse de tal
manera, que une a ambas entidades: la muerte. Por ello dice Philipp M. que “nosotros
podemos definir la unidad (original) sólo negativamente”8, ya que una predestinación ha
movido a Dios a no-ser, y nosotros tampoco podemos conocer ‘siéndolo’, sino tan sólo en
su posición que es otra y desconocida.
El hombre, ser racional y extensión de un movimiento inmanente, no puede librarse
de la muerte por más que quiera. Un instinto animal lo lleva al fin, el nihil negativum. La
vida se representa como un transcurso sin otro motivo más que concretar el plan de dejar de
ser. La destrucción de Dios tiene por efecto la creación del universo, el que es su primera y
última gran obra, y “el destino (...) no es otra cosa que el devenir del universo, el
6
GUTHRIE, W. “Cap. VII”, en Los filósofos griegos de Tales a Aristóteles, Fondo de cultura económica,
México, 2011, p.152.
7
MAINLÄNDER, P. Filosofía de la redención, Antología, Comp. de Sandra Baquedano Jer, Fondo de cultura
económica, Chile, 2011, p. 49.
8
Ibíd., p. 48. Cabe señalar que el método negativo de conocer a Dios ya fue desarrollado en la época
medieval. Para complementar, cuando Anselmo de Canterbury dijo “pues cualquier cosa que no sea esto es
menos que lo que pueda pensarse; pero esto no puede pensarse acerca de Ti”, apuntó a la misma idea: Dios
como lo que no puede pensarse. [Véase SAN ANSELMO, Proslogion, Ediciones Folio, Barcelona, 2007, p. 14
(Ítem V)].
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movimiento de la coyuntura órfica, el resultado de todos los movimientos singulares”9. Este
es el rol y posición del hombre en el espacio inmanente planteado por Philipp Mainländer:
“el mundo completo (...) tiene una meta, el no ser, y la logra mediante el debilitamiento de
sus fuerzas”10.
Lo que nos plantea Mainländer es que el mundo es la suma de un gran conjunto de
fuerzas destinadas a la disgregación. El hombre no posee un rol de inteligencia, sino sólo
un anhelo que lo lleva a la animalidad, al despojo de sus otros planes, lo cual lo encamina
en un devenir frenético, el que es denominado por el filósofo alemán la ley del
debilitamiento de la fuerza. En ese principio se nos plantea la paradoja de que el universo
es finito y entró en juego con una determinada fuerza en la existencia. Se presenta una
genealogía cuyo comienzo parte con la creación del mundo, y las voluntades individuales,
mismas existencias que en la génesis, deben debilitar su ser mientras vivan, pues es “la
muerte la aniquilación absoluta, la cual anhela todo [ser] en la naturaleza”11.
Vemos, en consecuencia, cómo el hombre es despojado de cualquier condición que le
permita distinguirse verdaderamente como Hombre, quedando relegado a la categoría de
‘individualidad’ o, en su mayor abstracción, extensión de la multiplicidad que es el
universo. En este emplazamiento, lo salvaje del ser se revela como un anhelo decisivo, ya
que “la voluntad quiere la vida como medio para la muerte (...) La voluntad es ciega, es
decir, su meta consiste en su afán, está contenida ya en el movimiento de por sí. Su esencia
es puro instinto, voluntad pura siempre siguiendo el impulso (...) [y] El universo es el punto
en tránsito, pero no para un estado nuevo, sino para la aniquilación”12. Así, el ser humano
racional se conforma como la nostalgia de una sombra que pretende comportarse de manera
propia, y su lucha enmascara la esencia verdadera mientras transcurre la vida. No existe
una especialización, sino todo lo contrario, una sumatoria de fuerzas –juego de Dios–, de
cuyo resultado infiero el rol del hombre que está fuera de sí; aquel mandato de disgregación
puesto en el borde en que el ser ya no es sujeto.
GEORGES BATAILLE Y GIORGIO AGAMBEN:
EL HOMBRE ALEJADO DE LA ANIMALIDAD Y
LA NOSTALGIA DEL PASADO
Quizá lo anterior, aquella reformulación de algunos postulados de Philipp
Mainländer, no encuentra su espacio pleno en esta interpretación que intento desarrollar, ‘la
animalidad que está afuera del ser’. Pese a ello, nos abre las puertas para comprender al ser
humano no necesariamente como una creatura racionalizada per se, cuyo fin sea adquirir
mayor conocimiento para diferenciarse de las otras especies. De igual modo, esto justifica
9
Ibíd., p. 50.
Ibíd., p. 57.
11
Ibíd., p. 63.
12
Ibíd., pp. 66-76.
10
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el uso de Filosofía de la redención, pues el debilitamiento, la disgregación y la teleología
del exterminio, nos lleva a emplazar al individuo en un contexto cultural en el cual no se
entiende más capaz que el otro.
Ya en un plano directo de la relación –exclusión– entre la racionalidad del ser y la
animalidad de los otros, la concepción que tiene Georges Bataille sobre la humanidad
permite abrir la diferencia de subordinación que obra su asilo en la dicotomía
hombre/animal. De esta manera, Bataille señala que “sólo en la medida en que somos
humanos el objeto existe en el tiempo en que su duración es aprehensible”13. Aquí el lugar
que toma un objeto yace en su capacidad de ser asimilado cronológicamente por una
conciencia. Fuera del plano temporal, los artefactos no existen porque tampoco existe el
Hombre. Entonces, ¿qué es lo que descubrimos fuera del espacio cronologizado? Con una
entrevista nostalgia, “inevitablemente, ante nuestros ojos, el animal está en el mundo como
el agua en el agua”14. Esta aseveración es significativa. Georges Bataille distingue de qué
modo cada parte es en su lugar: los seres humanos permanecen en su relación ineluctable
con el tiempo; los animales son la naturaleza misma mitológica, y exentos de volverse
objetos por su cuenta, se mueven a través de intercambios libre de sujetos definidos. El
agua en el agua sólo es15.
Como vemos, la particularidad de esclarecer qué parte ocupa cada extremo de la
dualidad en el otro, cómo se dividen, imbrican y bifurcan, nos lleva a pensar al animal
como una expresión de la pureza del mundo. Por cierto, el hombre sigue insistiendo en
descolocar la figura animalesca del mundo interior. Giorgio Agamben aclara que “el
hombre suspende su animalidad y, de este modo, abre una zona “libre y vacía” en la cual la
vida es capturada y abandonada en una zona de excepción”16. Mediante este mecanismo de
exclusión, el ser humano afianza su preeminencia humanística, postergando lo animal a un
sector oscuro de su conciencia, la inconsciencia, que es sólo un término psicológico para
referir la parte donde el hombre deposita todo lo que perturba su desarrollo social y
racional.
Ahora bien, el rechazo cultural por parte de la humanidad al lado salvaje, motiva,
también, otras consecuencias: el humano se desplaza en su ‘máquina antropológica’, como
denomina Giorgio Agamben. En este espacio, las demás especies animales, en un
intercambio con el ser racional, adquieren un carácter de objetos, se cosifican. El hombre es
sujeto de aprehender a los demás a fin de escalar peldaños en la jerarquía del mundo, a la
vez que los otros se vuelven útiles para él; “en la medida en que los útiles están elaborados
13
BATAILLE, G., Teoría de la religión, Trad. de Fernando Savater, Taurus Ediciones, España, 1991, p. 22.
Ibíd., p. 27.
15
Igual naturalidad como el fuego de Heráclito que agita su llama transformando el contorno sin él apagarse.
No como el bañarse dos veces en el mismo río, pues aquella afirmación les compete netamente a los hombres
en su calidad de conciencia sobre los actos y los ciclos.
16
AGAMBEN, G. Lo abierto, el hombre y el animal, Trad. de Flavia Costa y Edgardo Castro, Adriana Hidalgo
editora S. A., Buenos Aires, 2006, p. 146.
14
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con vistas a su fin, la conciencia los pone como objetos”17. Por otra parte, quienes son
objetivizados, ante sí no se interpretan como el ser humano hace con ellos. Porque, “hay,
sin duda, una parte de mentira en mirar al animal como una cosa. Un animal existe por sí
mismo, y para ser una cosa debe estar muerto o domesticado”18. Este ‘encumbramiento’,
por decir, adquiere justificación en la medida en que el hombre cosifica los animales y lo
salvaje en su conciencia inmanente. Fuera de ella, los demás están “como el agua en el
agua”.
Hasta aquí, el humano actúa como quien dice saber que una clasificación y exclusión
es cierta. No obstante, como digo, esto sólo resulta verdadero en el universo mental de la
humanidad. “El descubrimiento humanístico del hombre es el descubrimiento de su faltarse
a sí mismo”19, a su parte esencial, la animalidad. “En cuanto el animal no conoce ente ni no
ente, abierto ni cerrado, él está fuera del ser”20. Porque es natural que las especies animales
estén fuera del ser, pero no que el ser humano esté fuera de sí.
Otra consecuencia es la que nace de la separación interior del hombre en
alma/cuerpo21. Aquel drama platónico del ‘cuerpo como cárcel’, es reformulado para
concebir al animal como puro y sólo instinto. El ‘lógos’ compuesto por las razones
seminales –logoi spermatikoi–, se revierte de una facultad suprema, la que le permite al ser
humano verse sólo como razón, mientras que el cuerpo es el vehículo que permite el
transcurrir del alma por el mundo. No existe una espiritualidad del cuerpo, en lo común de
la humanidad, ni una animalidad del alma.
Acerca de esto nos habla Georges Bataille cuando dice que “es la miseria del hombre,
en tanto que es espíritu, tener el cuerpo de un animal, y a ese respecto ser como una cosa,
pero es la gloria del cuerpo humano ser el sustrato de un espíritu”22, y de igual modo,
Giorgio Agamben, al inferir que:
“en nuestra cultura, el hombre siempre ha sido pensado como la articulación y
conjunción de un cuerpo y de un alma, de un viviente y de un lógos, de un
elemento natural (animal) y de un elemento sobre natural, social o divino.
Tenemos que aprender [propulsando, por cierto], en cambio, a pensar el hombre
como lo que resulta de la desconexión (...) ¿Qué es el hombre, si siempre es el
lugar –y, al mismo tiempo, el resultado– de divisiones y cesuras incesantes?”23
17
BATAILLE, G., op. cit., p. 31.
Ibíd., pp. 42-43.
19
AGAMBEN, G., op. cit., p. 64.
20
Ibíd., p. 166.
21
Los dos mundos de San Agustín: el campo terrestre y el campo celeste. La bipartición agustiniana de la
Civitae Dei en contra de los páganos también se entiende como ‘quienes no pertenecen, son ajenos y bárbaros
ante Dios’.
22
BATAILLE, G., op., cit., p.43.
23
AGAMBEN, G., op. cit., p.35.
18
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Existe un anhelo y cierta nostalgia por reintegrar en el Hombre su animalidad,
destronando los tapujos racionales de la conciencia. Unas ganas por derribar la
canonización y conversión del otro en él mismo, al punto de objetivizarlo. Ansias por las
que Bataille dice “los primeros hombres estaban más cerca que nosotros del animal; le
distinguían quizá de sí mismos, pero no sin una duda mezclada de terror y de nostalgia24.
¿Por qué no mirarnos al espejo para ver en él nuestro propio bestiario?25
LA SOMBRA DEL YO
Y LA CANONIZACIÓN DEL OTRO BARBÁRICO. INTERCAMBIOS ENTRE
CENTRO Y PERIFERIA
Nos es difícil observar con hálito crítico nuestra memoria originaria. Ahondar en lo
propio, de hoy y ayer, es despersonalizarlo. Por ello la idea de crear barreras ficticias que
permitan iniciar un diálogo tiene un único fin, a saber, anular la totalidad de las especies.
Lo salvaje existe sólo en la medida que el hombre se compara con el animal, ya que así el
humano subraya una carencia en el otro: la razón. De este modo lo salvaje existe como un
convenio impuesto por una de las partes. Me apodero de lo otro asemejándolo,
estableciendo un parámetro de gnosis o de niveles de comunicación. Nunca una integración
respeta alguna esencia, por el contrario, buscar aprehender para subordinar en ella. Con esto
no me refiero, por cierto, a una particularidad nacional o cultural, sino al ámbito general del
hombre. Éste, al promover límites de racionalidad y animalidad, provoca a su vez una
frontera en cuyo territorio deambulan todos, pero es el ser humano quien se centraliza en el
núcleo– espacio predominante de la semiósfera–, mientras que el resto se mueve
difuminado por el transcurso del centro a la periferia y viceversa.
La creación de dos circuitos culturales –centro: racionalidad; periferia: animalidad –,
admite en cuanto intercambio, que el humano configure un territorio específico en el
mundo. La posición que pueda ocupar x individuo o ser, depende de qué relación establezca
con los otros, pues la oposición es quien verdaderamente delimita el lugar de x existencia.
Dado que el hombre ronda siempre queriendo ir al punto convergente, un axis mundi local
se subvierte como el borde donde no hay obstáculos sociales visibles, válidos. He aquí la
formación de las clases, y en último grado, el bárbaro, el animal plenamente salvaje.
Iuri Lotman, en su texto La semiósfera I, cita a Vernardski –La biósfera–, quien dice
“el hombre, como se observa en la naturaleza, así como todos los organismos vivos, como
todo ser vivo, es una función de la biósfera [área de la vida], en un determinado espaciotiempo de ésta”26 Siguiendo la clasificación del científico ruso, Vladímir Vernadski,
24
BATAILLE, G., op. cit., p.38.
Giorgio Agamben entrega un dato valioso: “en la iconografía medieval, el mono tiene en la mano un espejo,
en el que el hombre tiene que reconocerse como simio dei [copia de Dios]” [op. cit., p.5.]
26
LOTMAN, I., La semiósfera I. Semiótica de la cultura y el texto. Selec. y trad. de Desiderio Navarro.
Ediciones Cátedra, Madrid, 1996, p. 12.
25
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posterior a la geósfera –conjunto de materia inanimada–, y a la semiósfera,27 se conforma
un bloque en cuya sustancia habita el ser humano: la noosfera. Esta estructura psicosocial
comprende el desarrollo y poder de la inteligencia del ser humano, puesto que “en él, y por
primera vez, el hombre deviene una fuerza geológica de enorme magnitud. Puede y debe
reconstruir su campo vital por medio de su trabajo y su inteligencia, debe reconstruirlo de
forma radical en comparación con el pasado”28.
El razonamiento de Vernadski nos sirve para entender cuán inmensa es la brecha que
el hombre ha ensanchado durante su evolución. Dicha categorización propende a bifurcar la
materia viva, en la que por un lado se hallan los humanos racionalizados, y por otro las
especies ‘instintivas’. Este marco cultural, en cuyo interior se gesta el intercambio de
fuerzas y poder, es la motivación principal para que el ser humano asimile a los otros
mediante la aprehensión. Lotman señala que “la frontera de la persona como fenómeno de
la semiótica histórico-cultural depende de la codificación”29. A este respecto, la
comunicación y el fortalecimiento de códigos específicos convencionalizados, supone el
predominio de un frente lingüístico y la conversión del rededor semiológico.
La frontera como un mecanismo que traduce los mensajes externos en internos, y
viceversa, permite racionalizar lo salvaje. Pero y el ser humano, ¿no se animaliza? Más que
volver a su existencia milenaria, diremos que en el humano aflora un gesto del pasado.
Ciertos actos, conductas impropias, devienen en un inconsciente que, por momentos, decide
posarse en la conciencia de un individuo. Así, el hombre es siempre un doble, es decir,
habitan en él una imagen de la realidad, y en su reverso se oculta la sombra de lo salvaje.
“La cultura crea no sólo su propia organización interna, sino también su propio tipo de
desorganización externa. La antigüedad construye los «bárbaros»; y la «conciencia», la
inconsciencia”30.
Este proceso de apropiación de lo salvaje, como lo que se halla fuera del centro,
conlleva la desemantización del frente extracultural, a través de enganches a la realidad que
permiten interconectar ambos polos sin separarlos en su totalidad. El ser humano, en
consecuencia, mantiene, siempre que existan ‘hilos conductores’, lazos con el afuera, los
que serían nudos metaculturales. Por consiguiente, la inclusión siempre busca racionalizar
lo animal para mantenerlo bajo control. Sin embargo, dicha relación entre ambos
27
La semiósfera es el espacio semiológico en que transcurren las relaciones culturales de codificación y
decodificación de una lengua, cultura, textos, entre otros. En este ámbito, son 'traducidas' las recepciones
externas –extra-lingüísticas– de un estrato sociocultural ajeno, las cuales luego son incluidas y
convencionalizadas. De igual modo, también el interlocutor plural de otro lugar cultural traduce la
información recibida, recontextualizándola e incluyéndola en su bagaje semiológico.
28
VERNADSKI, I. “La Biosfera y la Noosfera”, en Revista American Scientist: enero 1945, vol. 33, no. 1, pp.
205-218. P. 216. [citado 5 de marzo 2013]. Artículo almacenado en página de la Universidad Autónoma de
Madrid. Disponible en internet: http://www.uam.es/personal_pdi/ciencias/scasado/documentos/Vernadsky.pdf
29
LOTMAN, I., op. cit., p.13.
30
Ibíd., p. 15.
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mecanismos presenta una paradoja estructural. La exclusión, a su vez ‘integrativa’, accede
a una “estructura única, en la cual cada parte es al mismo tiempo un todo, y cada todo
funciona también como una parte”31. Esta contradicción, después de lo dicho
anteriormente, resulta ser la conducta y espíritu del hombre en su ligadura perpetua con el
pasado; también, la respuesta del animal que siempre ha estado aquí. Esto, la nostalgia de lo
salvaje y el camino natural al no-ser.
Tal como señala Benveniste, en su estudio filosófico y lingüístico de la lengua,
“nunca llegamos al hombre separado del lenguaje ni jamás lo vemos inventarlo. Nunca
alcanzamos el hombre reducido a sí mismo, ingeniándose para concebir la existencia del
otro”32. Y puesto que el hombre no puede desligarse de la naturaleza y la cultura, avanza a
configurar un frente de canonización que le permita velar su pasado en la zona oscura de la
conciencia, la inconsciencia, que es el lugar donde yacen las conductas olvidadas, las
rémoras salvajes. Cuando Benveniste dice que “hablar de instrumento es oponer hombre y
naturaleza. El pico, la flecha, la rueda no están en la naturaleza. Son fabricaciones. El
lenguaje está en la naturaleza del hombre, que no lo ha fabricado”33. No dice otra cosa sino
que el hombre se ha alejado de su hábitat primero por su racionalización y al objetivar todo
en utilidades. El lenguaje, entonces, permanece como aquel lazo primigénito entre razónbarbarie; método por el cual se logra escarbar en el pasado, no sin cierto sabor romántico.
El lenguaje yace en nosotros, por naturaleza, como un espacio compartido. Si el
humano es interpretado como una reconfiguración o racionalización de su esencia, sigue
estando este fiato que lo ata a todos los extremos del mundo. Ahora, como el animal es
existencia no objetivizada, está como ‘el agua en el agua’. De ello, el hombre va a la muerte
con la conciencia lingüística que es la memoria, y va porque tiene que ir, más allá de toda
oposición; va hacia su no-ser que es voluntad mayor a su propia racionalidad.
Lo que se desea concluir entre estos nexos, es que el establecimiento de centroperiferia se manifiesta como un invento, un contrato del hombre por el hombre que es un
lazo inevitable para ‘desligarse’ de su lugar natural. En consecuencia, lo otro nace como un
espacio de salvajismo e inconciencia. Sin embargo, la convención del lenguaje como una
memoria le recuerda al humano esta nostalgia que es también ser el otro, el bárbaro íntimo
que lleva en su pecho como una daga. Y es que, al fin y al cabo, lejos de toda estratificación
lógica, el hombre avanza al no-ser recordando el que es y el que será recordado. De este
modo, su final se resuelve como una nostalgia por su origen y por no desprenderse de su
origen –la dualidad–, pero nunca, definitivamente, sucede la supresión de la existencia de
individuo racional: ésta se la ha creado para perpetuarla.
***
31
Ibíd., p. 46.
BENVENISTE, É., Problemas de la lingüística general I, Siglo XXI Editores, México, 1997, p. 180.
33
Ibíd., p. 180.
32
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BIBLIOGRAFÍA
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Artículo almacenado en página de la Universidad Autónoma de
Madrid.
Disponible
en
internet:
http://www.uam.es/personal_pdi/ciencias/scasado/documentos/
Vernadsky.pdf
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