Con la luna por sombrilla

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HERALDO DE ARAGÓ
Con la luna por sombrilla
MARTA ROCATÍN08/08/2011
Seis vecinas del barrio de las Fuentes llevan 50 años bajando a tomar la
fresca a la plaza de Nuestra Señora del Portal. No necesitan irse de
vacaciones porque, para ellas, la plazoleta es una cala particular donde
poner en común vidas, enfermedades, preocupaciones y alegrías.
El grupo de vecinas de las Fuentes, en su banco favorito de la plaza de Nuestra Señora del Portal...ASIER
ALCORTA
«Es nuestra playa». Así describe Isabel Vicente la plaza de Nuestra
Señora del Portal de Las Fuentes, donde todas las noches que 'hace
bueno' baja a tomar la fresca con cinco o seis amigas desde hace 50 años.
La plazoleta, donde sopla el cierzo en vez de brisa marina, la arena queda
restringida a los alcorques de los árboles y donde bancos carcomidos por el
sol sustituyen a las hamacas y sombrillas, es el lugar donde estas vecinas
ponen en común todo lo que les preocupa, especialmente enfermedades y
dolores. Quizá por ello, el grupo de amigas ha hecho de su plaza una
cala particular donde curar y compartir sus padecimientos.
Sin embargo, no todo son lamentos entre las tertulianas. Ascensión
Galve, de 76 años, suelta una carcajada al ver a un vecino sentado en un
banco de la plaza utilizando un portátil. «¡Mira! ¡Ese lleva un ordenador!»,
exclama mientras señala al hombre llena de asombro. Y es que, Ascensión y
su grupo de amigas han visto cómo un pequeño campo de alfalfa se
convertía en una plaza asfaltada con columpios, tobogán, bancos de madera
y algún comercio.
A veces, la compañía de algún nieto anima la velada. «Los críos dan mucha
alegría, ¡Mucha!», asegura Adela Acín, de 81 años, que ya ha iniciado a su
nieta Paula en las tertulias nocturnas a las que suele acudir de 21.00 a
23.00. La pequeña, serena y concentrada, intenta solucionar el cubo de
Rubik sin perder detalle de la conversación de sus mayores. Mientras tanto
su abuela, entusiasmada, relata al resto de amigas una entretenida película
de pingüinos que ha visto con su nieta en el cine.
A las 21.00, cuando termina Pasapalabra y el estómago ya está saciado, la
cuadrilla de amigas ocupa un doble banco formando dos filas. Allí, se
refrescan y comentan las noticias -especialmente sucesos- que les llaman la
atención. «Ahora estábamos hablando de cuando tuvieron que venir los
bomberos a sacar a un hombre que se había muerto ahí en ese piso»,
recuerda Adela impactada y con cierto gusto al drama. Sus compañeras le
acompañan asintiendo con preocupación.
A veces, Isabel, que puede presumir de tener una memoria de hierro,
alegra la velada con poesías y refranes que aprendió de joven y que es
capaz de recitar de carrerilla. El resto de compañeras admira su
capacidad y a menudo, le ruega que amenice la noche con otra de
sus poesías.
La limpieza de la plazoleta, ahora en buenas condiciones, les tenía muy
preocupadas hasta hace pocos veranos: «Antes se estaba peor aquí. Había
mucha gente de mal vivir. Un hombre nos dijo que era la segunda plaza
más sucia de toda Zaragoza», recuerda Adela.
El tranvía, a examen
Como buenas vecinas de Zaragoza, las obras del tranvía no les son
indiferentes. «Han metido la pata al 100%. Y además... ¡Nos han quitado el
30! Ahora el autobús nos deja a mitad de camino», clama María del Carmen
Merino, de 69 años.
Aunque conocen a la mayoría de gente del barrio de ir a comprar al
mercado, no se dedican a seguir la vida de los vecinos ni a especular sobre
parejas de jóvenes. María del Carmen asegura que es «muy liberal». «A mi
casa vienen a cenar amigas y amigos», desvela sin tapujos. Su compañera
Adela le apoya: «Los jóvenes tienen que quererse. No como hace años que
te tenías que atar las manos. Aunque una cosa es esa timidez que teníamos
antes, y otra lo de ahora, que es un desorden», opina.
Por las mañanas, el esposo de Ascensión se encarga de regentar el banco.
Su mujer, resuelta, cuenta: «Se pasaría aquí hasta la hora de comer, pero
luego por la noche nada. Prefiere quedarse viendo la televisión». Para
emprender estas charlas sin fin acostumbran a dejar a los maridos -quien
los tiene- bien recogidos en casa. «Mi hijo me dice que cuando intenta
llamarme y no le cojo el teléfono ya no se preocupa. Piensa: 'estará abajo
en la plaza'», narra Adela divertida. Solo el frío o algún cumpleaños que
celebrar -se reúnen para merendar en un bar cercano- les aleja de
su playa particular.
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