no podían tener encomienda; d) InvestiLa orientación empirista de Merkel tiene dura; e) Obligaciones del encomendero: como se ve en su afán de encontrar los con1» Adoctrinamiento y amparo de los indios; ceptos fundamentales y formales del De2? Defensa de la tierra; 3' Vecindad; 4» Carrecho una desviación feliz que podría en gas económicas; í) Prohibiciones; g) Orden de sucesión; b ) El tributo. Historia externa. tanto se acentuara, rendir frutos cada vez V. Abolición de las encomiendas. VI. Abomás provechosos y en última instancia prelición del tributo indiano. VII. Xa encoparar el camino de una verdadera consimienda en México. VIII. La encomienda deración filosófico-crítica de tales princien el Perú. IX. La encomienda en Chile. X. La encomienda en el Rio de la Plata: pios fundamentales. Con todo, el aporte a) Ordenanzas de Hernandarlas de 1603; realizado es grande, pues se apartó ex b) Ordenanzas de Alfaro; c) El número de profeso del racionalismo jusnaturalista, y indios encomendados. dirigió su atención al contenido normativo I. GENERALIDADES del Derecho y hecho que revelaba la experiencia jurídica; así logró dar relieve a sus La encomienda es uno de los probleaspectos significativos y señaló dentro de mas más interesantes y complejos que se las limitaciones que imponía su concepción 110. Interesante porque a lo largo de la metodológica fundamentos y problemas im- presentan al estudioso del Derecho indiaplícitos en toda experiencia jurídica, ya que época colonial fue debatido con pasión formales o materiales en tanto a priori, por- debido a que entraban en juego el deseo que la determinan y caracterizan ontoló- del conquistador de lograr ventaja ecogicamente haciéndola posible, cabe adver- nómica y el de conmutar el pago del tritirlos; pero sólo es dable revelarlos plena- buto indígena por servicios personales, mumente mediante una adecuada metodología. cho más remunerativos; el del indio, de Así se explica cómo la Enciclopedia jurídi- resistir el pago y, sobre todo, de no tributar ca no alcanzara a hacerlo y padeciera den- en servicios personales porque era difícil tro de las limitaciones propias inherentes señalar término a su trabajo diario; el de a su cienticídad, de un estrecho marco gno- las autoridades, de hacer cumplir las ordeseológico, lo cual revela el hecho cierto de nanzas de buen tratamiento de los natutodo cuanto se alcanzó con la renovación rales; el de la Iglesia, de denunciar el sisfilosófica en las especulaciones jurídicas, tema de trabajos personales como contrapor obra de los insignes y egregios jus filó- rio a la libertad natural del hombre y los sofos Rudolf Stammler y Giorgio Del Vec- excesos cometidos con los indios, por los chio, a lo que debe sumarse para completar encomenderos, al obligarlos a trabajar de el cuadro de mayor influencia en las di- modo excesivo, sin medida. Es un problema recciones contemporáneas a Hans Kelsen y complejo porque la encomienda establecida Gustavo Radbruch. por los europeos en las islas del Caribe no Producto de esta renovación filosófica en es la que existió en el Perú, México o Rio los estudios del Derecho y los problemas de la Plata, porque tiene caracteres locales fundamentales de la ciencia jurídica, es el y porque desde su establecimiento hasta su extraordinario aporte que ha recibido la extinción varió considerablemente y tanto cultura jurídica de nuestro tiempo, cuyos que entre la encomienda insular y la del aspectos fundamentales hemos destacado continente hay diferencia de naturaleza, ya en la voz CIENCIA JURÍDICA, que desarrolla- que no de grado, porque los fines que se mos en esta misma obra y a cuyo contenido tuvieron en cuenta para instituirlas fueron y bibliografía remitimos al lector. •diferentes. Es de interés porque los problemas relacionados con la naturaleza espiriBIBLIOGRAFÍA. — La indicada en el texto y notas. tual del indio, sus deberes y derechos, fueron ardorosamente debatidos. Es necesario ENCINTA. (V. EMBARAZO.) decir, para honor de España, que es la primera vez en la historia del imperialismo, ENCOMIENDA. (V. COMMENDA.) que una nación pretende justificar su conENCOMIENDA.* SUMARIO: I. Generalidades. quista por otra razón que no sea la del jus gladii; que, vencedora en el tremendo comII. Historia de la encomienda indiana. III. FA debate relativo a la naturaleza del bate, procuró que los vencidos no fuesen india y su libertad: a) El experimento de exterminados o sometidos a un régimen de Cumaná; b) La bula siiblimis Devs; c) Las esclavitud, fiando la organización de la leyes nuevas; d) El debate de 1550-1551. nueva sociedad al derecho, no a la espada. IV. Estructura jurídica de la encomienda: a) Quienes podían dar encomienda; b) QuiéPara determinar si esto fue conseguido plenes podían tener encomienda; c) Quiénes namente o no, sería necesario efectuar trabajos de conjunto en los archivos americanos y europeos para decidir acerca de * Por el Dr. GABRIEL A. POENTES. aquélla o esta hipótesis, lo que hasta ahora no se ha hecho porque el fin de la investigación debe ser la búsqueda de la verdad de modo de huir de los dos extremos del problema —leyenda negra y leyenda dorada— y considerar las cosas teniendo en cuenta que ésta es obra de hombres del siglo xvi, no del xx, que tanto blasonan de respeto a los derechos humanos. II. HISTORIA EXTERNA DE LA ENCOMIENDA INDIANA Por supuesto que la experiencia comenzó en la región de las islas del Caribe. Don Cristóbal Colón impuso en 1496 un tributo a los pobladores de la isla Española (Haití), consistente en una suma de metal —a los españoles— o productos de la tierra —a los indios— a pagar por los hombres mayores de catorce años. Este pago debía efectuarse en favor de la Corona; pero con respecto a los españoles, la cosa variaba considerablemente porque los indios se negaban a tener trato con ellos ni aún mediante retribución. Y como ellos consideraban necesaria su mano de obra, se les o'oligó en 1499 a prestar servicios personales en sus chacras y minas, sin salario y a cambio de manutención, lo que entraña un régimen de esclavitud. Los castellanos exigían tal cosa por entender que ellos habían conquistado la tierra y porque sin- esa mano de obra no podían producirse alimentos para la Colonia. Estos fueron los repartimientos, tantas cabezas de indios por español, según la jerarquía del interesado, forma primitiva de la encomienda. En 1501 se ordenó al gobernador don Nicolás de Ovando, que así como se cobraba tributo a los subditos del rey en España, así se les cobrase en la isla, bien entendido que los caciques debían ser consultados y que los indios, que viviesen en reducción con eclesiásticos, debían trabajar voluntariamente y en beneficio de los conquistadores mediante cobro de jornal, del cual se sacaría el tributo que pagarían al Rey. Mas el sistema fracasó porque los aborígenes perecían de hambre antes que servir a los conquistadores. Así es que la reina Isabel dispuso el 20 de diciembre de 1503 el trabajo forzoso de los indios, en beneficio de los españoles y a cambio de retribución, de modo que los naturales serían repartidos en virtud de órdenes del gobernador. En lo que se refiere al término de duración del servicio, si en un comienzo —1509— se habló de uno o dos años, después el servicio se extendió considerablemente. Y además no se dio a cada español igual número de indios, sino cierta cantidad teniendo en cuenta su condición, aun- que se les impuso la obligación de darles enseñanza religiosa, pagar anualmente un peso de oro por cada cabeza de indio, que no debían ser vendidos ni alquilados a otro conquistador, porque eran naborías —criados. Cabe agregar que posteriormente se efectuaron otros repartimientos. El de 1514 comprendió a treinta y dos mil quinientos naturales y por dos vidas. Se advierte que su número había disminuido considerablemente debido a exceso de trabajo, escasa alimentación, enfermedades _especialmente la viruela, que los destruía por millares—, etcétera. El sermón de Montesinos. En 1510, cuatro frailes dominicos llegaron a la Española Entre "ellos se encontraba Antonio de Montesinos, que el cuarto domingo de Adviento de 1511 pronunció un célebre sermón, en el que reprochó a los encomenderos el trato que daban a los naturales: "¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y Criador, sean bautizados, oigan misas, guarden las fiestas y domingos? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amalles como a vosotros mismos?" Entre quienes le oían se encontraba el licenciado Bartolomé de las Casas, que tenía indios otorgados en encomienda, a quienes daba ocupación en el cultivo de sus tierras. Los ecomenderos se indignaron y exigieron una retractación, que no lograron; antes bien, Montesinos les advirtió que no recibirían absolución de sus pecados y que se les equipararía a delincuentes en caso de no poner en libertad a sus indios. Fernando V intervino en la contienda, como que él tenía indios encomendados y el tributo era uno de los impuestos de mayor rendimiento. En 1512 ordenó a Diego Colón que en caso de que los dominicos persistiesen en sus ideas, fuesen eiviados a España, porque la isla había sido conquistada por los castellanos, y el Papa se la había donado. El teatro de la lucha se trasladó a España, donde Montesinos se encontró con fray Alonso del Espinal, franciscano, que representaba el interés de los colonizadores. Montesinos, lejos de acoquinarse en presencia del soberano, le explicó cuáles eran los abusos de los conquistadores y que su alma estaba en peligro de perdición en caso de que no corrigiese tales abusos. Fernando ordenó reunir una junta de teólogos y juristas para tratar el punto. La Junta se reunió en Burgos y estuvo formada por el doctor Juan López de Palacios Rubios, los licenciados Gregorio, Santiago y Sosa, y los frailes Matías de Paz, Pedro de Covarrubias y Tomás Duran. La discusión fue extensa y varió entre quiénes afirmaban que el indio era esclavo por naturaleza, siervo, o un ser esencialmente libre. La Junta dictó las llamadas leyes de Burgos, de 27 de diciembre de 1512. Estableció en principio que los indios eran naturalmente libres, que debían recibir instrucción religiosa; pero que debían ser compelidos al trabajo a cambio de comida y salario y en condiciones humanas, fuera de darles tiempo para construir su vivienda y trabajar sus tierras, bien entendido que vivirían en el pueblo y recibirían instrucción religiosa y primaria por cuenta del encomendero. Las leyes reglamentaron el tiempo de servicio en períodos de cinco meses, períodos separados por lapsos de cuarenta días. El requerimiento. La creencia regalista de que las Indias pertenecían a la corona de Castilla en virtud de la donación hecha por el Papa Alejandro VI —el problema del título— era objetada, en realidad, por quienes entendían que la presencia de los españole! obedecía a la necesidad de llevar la fe católica a esos pueblos. Esto es, que sobraban los hombres de armas, que debían ser reemplazados por misioneros; que ei rey no podía gobernarlas tiránicamente, que sólo era lícito hacer guerra a los indios para propagar la fe y que quienes les oprimían debían restituirles su libertad y bienes, entendiendo que eran subditos libres de la corona de Castilla, no siervos y esclavos de los encomenderos. Fernando V no pensaba quedar impasible ante el tironeo de que era objeto por parte de profesores y predicadores. El jurista Juan López de Palacios Rubios, abogado del rey, redactó un libro que tituló "De las islas oceánicas", y en él sostuvo que el origen de la posesión de las nuevas tierras obedecía a la donación del Papa, que no carecía de facultades para proceder de tal modo, aunque los indios debían ser requeridos que aceptasen la nueva fe. En 1513 estaba a punto de salir la gran expedición de Pedrarias para Tierra Firme. Debía viajar en ella Martín Fernández de Enciso, vuelto de América con el objeto de presentar sus quejas en contra de Vasco Núñez de Balboa. Fernández de Enciso explicó a una junta de teólogos, constituida por or- den de Fernando V, para estudiar estos problemas, que el Papa había otorgado dominio al rey; qué cabía mover justa guerra a quienes resistiesen la predicación del Evangelio y hacer esclavos a los indios tomados prisioneros en ella. La guerra es justa, según la concepción agustiniana, cuando es ordenada por autoridad competente, en cumplimiento de un fin justo y para hacer el bien. Juan López de Palacios Rubios redactó el requerimiento que Pedrarias llevó en 1514 a Tierra Firme. El documento, del que existen varios textos con ligeras variantes, debía ser leído a los indios por el sujeto designado por el jefe de la entrada y antes de intentar acción ofensiva alguna. Comienza así: "I. De parte del muy alto e muy poderoso é muy catholico defensor de la Iglesia, siempre vengedor y nunca vencido, el grand rey don Fernando (quinto de tal nombre), rey de las Españas, de las dos Sicilias é de Hierusalem, é de las Indias, islas y TierraFirme del mar Ogéano, domador de las gentes bárbaras; é de la muy alta é muy poderosa señora la reyna doña Johana, su muy cara é muy amada hija, nuestros señores: Yo, Pedrarias Dávila, su criado, mensagero é capitán, vos notifico é hago saber, como mejor puedo, que Dios, nuestro Señor, uno é trino crió el cielo y la tierra, é un hombre é una mujer, de quien vosotros é nosotros é todos los hombres del mundo fueron é son descendientes é procreados, é todos los que después nos han de venir". Dios había encargado a San Pedro —el Papa— que fuese señor y pusiese su silla en Roma y que gobernase a todos los hombres. Uno de estos Papas, señor del mundo, había donado las Indias a los reyes de España "con todo lo que en ellas hay, segúnd que se contiene en ciertas escripturas, que sobre ello pasaron, que podéis ver, si quisiéredes". Casi todos los habitantes habían recibido bien a los religiosos para que les predicasen el Evangelio, sin apremio ni condición alguna, y así se hicieron cristianos. Requeríaseles, pues, que reconociesen la superioridad de la Iglesia y de los reyes en' su lugar. Haciéndolo, no serían forzados a abrazar la nueva fe y se conservarían en libertad y con sus bienes; en caso contrario, se les haría guerra, perderían sus bienes y, prisioneros, serían esclavizados. El documento es fruto de la conciencia legalista del rey, que quería acallar la grita de frailes y jurisconsultos pronunciados en favor de la libertad natural del indio y en contra de la jurisdicción temporal del Pa- pa como para disponer del dominio de las Indias. Oviedo y Valdés, testigo de estos hechos, refiere que el 14 de junio de 1514, los españoles salieron de Santa María la Antigua del Darién en demanda de los aborígenes, que huyeron tierras adentro; que él dijo al jefe: —"«¡Señor!; pares§eme que estos indios no quieren escuchar la teología deste requerimiento, ni vos teneia quien se lo dé a entender.» E dile el requerimiento, y él lo tomó con mucha risa del é de todos los que me oyeron". III. EL DEBATE RELATIVO A LA NATURALEZA DEL INDIO Y SU LIBERTAD La llegada a América y el hallazgo de una raza desconocida planteó el problema relativo a la naturaleza del indio y a su libertad. Las opiniones variaron de un extremo a otro. Unos pensaron que tenía plena capacidad para recibir la fe católica y gozar de su libertad; otros, que debía estar sometido a cierto grado de servidumbre; los de más allá, que su naturaleza era bestial, que tenía todos los vicios y que debía ser sometido a esclavitud. De ahí la controversia. En homenaje a la verdad es necesario decir que los reyes se pronunciaron por concederle una relativa libertad y que procuraron organizarlos en pueblos de indios, sin contacto con el blanco, para evitar que adquiriesen sus vicios o fuesen explotados por ellos, y que conservasen su constitución política particular, incorporándolos paulatinamente a la civilización occidental. Silvio Zabala ha escrito un libro magnífico —Servidumbre natural y libertad cristiana, según los tratadistas españoles de los siglos xvi y xvn, Buenos Aires, 1944— con el objeto de sintetizar la polémica y explicar sus fuentes ideológicas. La obra de Aristóteles titulada Política es el origen y fundamento del núcleo que consideraba que la condición del indio era la servidumbre. El Estagirita explica que la familia de su tiempo estaba formada por personas libres y esclavas; que el ser humano que pertenece por naturaleza a otro, es esclavo. La naturaleza ha hecho libres y esclavos; libres y esclavos son diferentes hasta en su constitución física. Al lado de estos hombres, naturalmente esclavos, estaban los que tienen tal condición debido a la guerra, lo que muchos rechazaban debido a que tal distinción estaba fundada en la fuerza. Mas la realidad es que la guerra ha sido la gran fuente de la esclavitud. Los estoicos y cristianos afirmaron la libertad natural del hombre y que los hombres han sido creados iguales. Las ideas de Aristóteles fueron recogidas en la Edad Media, que aceptó la desigualdad y el dominio de un hombre por otro. Juan Maior fue quien aplicó tales ideas a los naturales del Nuevo Mundo, porque vivían bestialmente, de modo que era necesario que subsistiesen, en estado de servidumbre, debiendo estar sometidos a hombres libres. Juan López de Palacios Rubios se pronunció por la servidumbre natural, no legal, de los americanos, y dijo que si los naturales no admitían a los misioneros, podían ser objeto de justa guerra así que rechazasen el requerimiento; aunque quienes se sometiesen pacíficamente debían ser sometidos a servidumbre. La afirmación fue sostenida por no pocos abogados y sacerdotes. El dominico Tomás Ortiz decía que eran sodomitas, que andaban desnudos, que no tenían amor ni vergüenza, que eran sucios, etcétera. Mas al lado de todos estos hombres, que renunciaban a su misión fundamental de magisterio y al real significado de su hábito talar, estaban otros que defendieron al indio y lo consideraron perfectible. Formaron legión. Y tanto, que terminaron por abrirle el camino del sacerdocio. Si algunos les negaron capacidad, los reyes los apoyaron enérgicamente en sus pretensiones. El cardenal Cisneros ordenó, en 1516, que una comisión, formada por tres frailes Jerónimos, se trasladase a la Española, a fin de hacerse cargo de su gobierno. Esta resolución era fruto de las protestas de los eclesiásticos y del ex encomendero, ahora protector de indios, Bartolomé de las Casas, compadecido de las penurias que sufrían los indígenas repartidos. Los informes que los frailes recogieron de los encomenderos testimoniaban la incapacidad del indio para gobernarse, aunque Las Casas y los dominicos rechazaron tal criterio porque —afirmaban—, en caso de ser declarados libres, aquéllos perderían una mano de obra numerosa y punto menos que gratuita. La obra de los Jerónimos fue continuada en 1519, por Rodrigo de Figueroa, que debió poner en libertad relativa a los indios, aunque comprobó su incapacidad para administrar a sus pueblos y lograr mejores condiciones de vida. a) El experimento de Cumaná. Las Casas regresó a España en 1517, aunque ya no pudo contar con la protección del cardenal Cisneros. De todos modos se acercó a Carlos V y le presentó algunos planes encaminados a colonizar Costa Firme, en la costa de Venezuela, y establecer fortalezas a cargo de blancos, que no debían atacar a los naturales, los que debían quedar a cargo de frailes que les orientarían para vivir cristianamente. Los indios vivirían en sus pueblos como subditos libres de la Corona. Mas, entre tanto, se produjo un hecho importante, que es bueno recordar. Ocurrió que en 1519, estando Carlos V en Barcelona, Las Casas se enzarzó en un notable debate con el obispo del Darién, fray Juan Quevedo, acerca de la naturaleza del indio. Parece que Quevedo sostuvo que los naturales eran siervos por naturaleza, siervos de tal especie que más tenían el carácter como subditos libres de la corona, y que no fuesen encomendados a españoles, porque si el Papa Alejandro VI había otorgado una concesión a los reyes de España, el exclusivo fin de la concesión había sido el de evangelizar a los habitantes de las nuevas tierras y no la de realizar esta tarea por medio de hombres de armas; sí mediante sacerdotes. El régimen de encomiendas era fatal para los indios, que eran destruidos, y para la Hacienda Real, que perdía sus tributos. La junta siguió tras la. Corte a Barcelona, donde el 20 'de noviembre de 1542, Carlos V promulgó las "Leyes y orde criados que el de esclavos. Las Casas se denan§as nuevamente hechas por Su Maopuso enérgicamente a tal opinión, al re- gestad para la gobernación de las Indias partimiento de indios y a que éstos fuesen y buen tratamiento y conservación de los concentrados 'en pueblos. Carlos V aceptó, indios". Las Leyes Nuevas constituyen un en 1520, esta capacidad del indio y autorizó verdadero código, porque toman el problea Las Casas para colonizar en la costa de ma en casi su totalidad y a partir del ConVenezuela, pero Las Casas se comprometió sejo de Indias. Dispuso, en lo que se rea fundar tres pueblos de naturales y lograr fiere a las encomiendas, suprimir los trabajos personales, restablecer el régimen de una gran renta para el rey. libertad; quitar sus encomiendas a todos Fue acompañado por algunos labradores, que le abandonaron a poco; llegó a los empleados de la corona, como a aquellos conquistadores que hubiesen cometido Costa Firme y se encontró con una enérgica resistencia de los indios, que mataron a al- abusos con los naturales y los que hubiesen gunos frailes. Se volvió a la Española e in- tomado parte en las guerras civiles del Perú. Ninguna autoridad .americana podía gresó en la orden de los dominicos. encomendar indios y, conforme muriesen b) La bula Sublimis Deus. La obr a y los actuales titulares de encomienda, los prédica de los dominicos conmovió a Indias aborígenes serían puestos en la corona; vay España. Uno de ellos, Bernardino de Mi- le decir, que sólo quedarían encomendados naya, se dirigió al Papa con el fin de expor una vida: la del presente titular, y ponerle cuál era la condición de los indios, que los españoles no debían tener mando considerando que no era necesario seguir alguno sobre ellos ni servirse de ellos. la opinión de los encomenderos, muy inteLa ejecución de las Leyes Nuevas fue conresados en hacerles aparecer como rudos, torpes e incapaces de gobernarse. Paulo III, fiada a Tello de Sandoval en Nueva Espamediante la bula Sublimis Deus, de 9 de ña; Blasco Núñez de Vela en Perú; Miguel junio de 1537, declaró que si bien había Díaz de Armendáriz en Nueva Granada, etcétera. Tello de Sandoval orgente deseosa de declararles incapaces y Venezuela,, denó suspender el cumplimiento de las más que proponían tratarles como a brutos, era rigurosas. El hecho más grave se produjo en necesario destacar que tales personas es- el Perú, donde Blasco Núñez de Vela mantaban inspiradas por el diablo; que, en lugar de eso, los indios eran verdaderos hom- dó que fuesen aplicadas estrictamente. Se produjo la terrible rebelión de Gonzalo Pibres y capaces de recibir la fe de Cristo, zarro. El orden fue restablecido merced a que estaban deseosos de recibir, y que no la obra, del prudente sacerdote La Gasea, y debían ser privados de su libertad ni pro- lo hizo a, fuerza de paciencia, dulzura y piedades. violencia, según el caso lo requería, aunc) Las Leyes Nuevas. Las Casas regresó que debió conceder encomiendas a quienes a España en 1539. Ya había realizado un habían sido sus compañeros de fatiga en interesante experimento en Guatemala, en la dura campaña. Vera Paz, tierra bravia que no había sido El fracaso de las Leyes Nuevas, en lo que conquistada. Acompañado por algunos frai- se refiere a las encomiendas, fue completo, les evangelizó en la región, sin la presen- como que donde se aplicaron estrictamencia de la gente de armas. Carlos V reunió te se produjeron derramamientos de sanuna junta formada por sacerdotes y ma- gre. Finalmente, el 20 de octubre de 1545, gistrados con el objeto de oír a los con- fueron revocadas por Carlos V, estando en tendientes. Las Casas le propuso que los Malinas, en la parte en que había dispuesto indios fuesen puestos en cabeza del rey, que cesasen con la vida del conquistador. Resolvió que se gozasen por dos vidas: la del conquistador y la de su hiyo mayor. d) El debate de 1550-1551. La derrota no amilanó a Las Casas, aunque alguno de sus hermanos en religión se pasaron al otro bando. Obispo de Chiapa, continuó la lucha con más energía que antes, como que prohibió a sus sacerdotes absolver a los españoles que tuviesen indios esclavizados. De paso agregó que la evangelización era el único fin de la presencia de los españo- les en el Nuevo Mundo, que sólo podía que- dar sometido voluntariamente a dominio castellano. No conforme con esto, se dirigió a España para defender sus ideas. Llegó justamente cuando se debatía si un libro del cronista del emperador, Juan Ginés de Sepúlveda, podía ser. publicado. El libro se titula: Democrates alter, sive de justis belli causis apud Indos, y es un diálogo entre Democrates y Leopoldo. Sepúlveda acepta con toda sus consecuencias la servidumbre por razón de naturaleza, explicada por Aristóteles: porque unos hombres son siervos por naturaleza; otros, señores; y aquéllos deben obediencia a éstos, que son prudentes y de ingenio; porque aquéllos son tardíos y perezosos es justo y útil que sean siervos. Aunque los indios no estaban privados de razón, el estar sujetos a los españoles les resultaba conveniente; de modo que tal dominio podía ser impuesto por la fuerza y en virtud de justa guerra, que po- día hacérseles en caso de rechazar la acción pacífica porque podía llegarse a la violencia para someter a los que son siervos por naturaleza, en cuyo caso pueden ser despojados de libertad y bienes. Justifica, pues, la servidumbre legal en virtud de la acción violenta librada en contra de los que, siervos por naturaleza, se niegan a aceptar el dominio de los hombres prudentes. Pero los indios ni admitiendo la fe católica se encontrarían en situación de igualdad con respecto a los castellanos, porque debían permanecer sometidos a cierto grado de desde su origen, a no pertenecer a la Igle- sia. Carlos V dispuso, en 1550, suspender la conquista y que una junta, formada por teólogos y juristas —Melchor Cano, Domingo de Soto, Gregorio López, Hernán Pérez de la Fuente, etcétera—, se reuniese en Valladolid para hallar una solución al espinoso problema. La pelea, dicho sea sin hipérbole, comenzó en el mes de agosto, y Sepúlveda expuso su pensamiento en primer término; posteriormente Las Casas habló de modo extenso. El ilustre Domingo de Soto debió resumir los discursos. El segundo periodo se efectuó en 1551. Por supuesto que Las Casas rechazó la idea de que podía hacerse justa guerra al indio en virtud de su condición ruda, que sólo debían ser considerados tales los hombres perversos, brutos, etcétera, lo cual estaba muy lejos de la naturaleza del americano, que era racional y hermoso (sic). El resultado de esta polémica fue que Las Casas vio publicados casi todos sus libros —base de la leyenda negra— y que Sepúlveda no alcanzó en vida semejante honor. IV. ESTRUCTURA JURÍDICA DE LA ENCOMIENDA El proceso histórico que acabamos de reseñar es sumamente complejo y toma únicamente su aspecto principal porque, las ideas de la corona variaron de un príncipe a otro; inclusive, de un año a otro, porque los reyes se cuidaron mucho de adoptar disposiciones arbitrarias que pudiesen dañar a los indios, siempre dispuestos en su favor, o atacar bruscamente los privilegios de los conquistadores que habían incorporado las nuevas tierras al patrimonio real, y no mediante buenas palabras, sí merced a su arrojo y sacrificio, y a un batallar cruento en el que más de uno dejó sus huesos como recuerdo de su trajinar heroico. Hubo, pues, numerosas contramarchas a lo largo de varios siglos. Será necesario considerarlas como si se las tomase en un momento determinado —que no existió— que concretase sus variadas formas en una ideal, porque lo contrario nos obligaría a referir un proceso distinto para cada una de las colonias españolas debido a la presencia y acción del derecho consuetudinario. Seguimos el texto de la Recopilación y lo que han dicho los juris- servidumbre. Había razón sobrada para que no se permitiese editar este tratado de iniquidad, como también en que se exacerbase el ánimo nada calmo del obispo de Chiapa. Sostuvo que los indios no eran bárbaros ni irracionales, sí capaces de gobernarse, aunque era necesario instruirlos, porque su organización era deficiente; señaló que en tas Pinelo y Solórzano. Definición. El jurista Juan de Solórzalos casos de discrepancia entre Aristóteles y la doctrina cristiana, debía ser seguida ésta y no aquélla, porque lo contrario hubiera significado admitir que la obra divina de la creación es imperfecta y que algunos pueblos hubiesen sido destinados, no Pereira la define como: "un derecho concedido por merced real a los beneméritos de las Indias para percibir y cobrar para sí los tributos de los Indios, que les encomendaren por su vida, y la de un heredero, conforme a la ley de la sucesión, con cargo de cuidar del bien de los indios en lo espiritual, y temporal y de habitar y defender las Provincias donde fueron encomendados y hacer cumplir todo esto, omenage, ó juramento particular". Solórzano quiere significar con esto que los encomenderos no tenían derecho sobre los indios ni sobre los tributos, y que si percibían una parte de estos tributos eran en virtud de ciertos deberes señalados en la definición, que contraían con la corona, no por tener dominio directo sobre la encomienda, sus indios o tributos. Gozaban del provecho de la encomienda. a) Quiénes podían dar encomienda. Antonio de León Pinelo explica en su Tratado de las confirmaciones reales quiénes podían otorgar encomienda. I 9 Los descubridores, conquistadores y pacificadores, por su capitulación expresa, o por comisión de quien la tuviese del rey para conceder nuevos descubrimientos y repartir indios en encomienda. 2" Los gobernadores cuyos antecesores hubieran tenido tal facultad, mientras no se le prohibiese expresamente. 3» Los virreyes, presidentes de audiencia, jueces ordinarios. b) Quiénes podían tener encomienda. 1» Los descubridores. 2° Los conquistadores, que eran los que entraban por primera vez y después de los descubridores. 39 Los pobladores, que eran los que en la fundación de los pueblos y ciudades entraban como sus primeros vecinos, acudiendo a los gastos de su fundación, gobierno y conservación de la ciudad. 49 Los pacificadores, que habían asegurado el dominio real durante las guerras civiles del Perú. 5' Los descendientes de descubridores, conquistadores, pobladores y pacificadores en el orden indicado. 6' Beneméritos de Indias, que no eran los anteriores, pero que sirvieron en hechos de guerra, acontecimientos, etc. 7" Los que tenían real cédula de merced. c) Quiénes no podían tener encomienda. 1? Las iglesias, monasterios, conventos, hospitales y colegios, porque estas encomiendas requerían servicio militar y personal con obligación de residir. No obstante, había excepciones en favor .de los conventos de monjas pobres. 2' Mestizos y mulatos, aunque la incapacidad se refería a los ilegítimos. 3" Los hijos con respecto a la encomien- da que sus padres hubiesen tenido en última vida. 4° Los casados con mujer que hubiese heredado encomienda. Les duraba tanto como la vida de su mujer. 5' Los extranjeros, porque no podían pasar a Indias. 6"? El presidente y vocales del Consejo Real y Supremo de Indias. T> Los virreyes, presidentes de audiencia, oidores, alcaldes y fiscales de audiencia; gobernadores, ministro de justicia, por temor que negociasen con ellas, por ser quienes intervenían en darlas. 8' Los que ya tenían encomiendas, porque estaba prohibido acumular encomiendas. 9" Los que estaban ausentes del lugar de vecindad. 10. Los ilegítimos. 11. Los hijos adoptivos. d) Investidura. Los virreyes, gobernadores, etc., señalaban en sus edictos plazo de veinte a treinta días para que acudiesen los opositores y fuesen examinados sus servicios, debiendo preferirse los de más mérito. En el título debía decirse el número de indios encomendados, en qué clase de tributo pagaban y que la encomienda debía ser confirmada por el rey. Los proveídos debían hacerse cargo de la encomienda en el plazo de seis meses. El título se presentaba al corregidor del pueblo de indios correspondiente y luego se recibía la posesión de mano de un indio principal en nombre de los demás. e) Obligaciones del encomendero: 1*) Adoctrinamiento y amparo de los indios en su persona y bienes, porque el origen de las encomiendas, dijo Carlos V, en 1554, había consistido en lograr el bien espiritual y temporal de los indios, debiendo los encomenderos defenderlos. Construir iglesia para su enseñanza y dotarla de los ornamentos necesarios, así como dar estipendio al cura doctrinero. 2^) Defensa de la tierra. Debían proveerse de armas y caballos, debiendo salir en su defensa a su costa y hacer los necesarios alardes para acudir al llamado del real servicio. Esta obligación comenzaba cuatro meses después de recibir la cédula' de confirmación de la encomienda; debiendo estar prevenidos pena de suspensión de indios. 3?) Vecindad. Los encomenderos no podían hacer abandono del lugar de su residencia, salvo permiso del gobernador, en cuyo caso debían designar escudero aprobado por ese magistrado. Era obligación tener casa poblada en el lugar de su re- sidencia, casa de piedra que él debía hacer construir, pena de suspensión del fruto de su encomienda. No podían tener casa en el pueblo de su encomienda; tampoco negocio, bodega, obraje, etcétera; ni dormir en tal pueblo más de una noche. La prohibición se extendía a sus familiares, huéspedes, esclavos, etcétera. 4^) Cargas económicas. Debía descontarse del valor del tributo, una serie de cargas que eran importantes: salario del cura doctrinero, justicia real, pago de alcabala, diezmo, mantenimiento del hospital, media anata, aceite y vino para el culto, el tercio del fruto de la encomienda, que quedaba en favor del rey; y pensiones que se situaban sobre las encomiendas en favor de tal o cual persona o comunidad. f ) Prohibiciones. Eran numerosas y su violación significaban la pérdida del tributo. No podían tener casa ni vivir en el pueblo de su encomienda, ellos o sus familiares, huéspedes o esclavos; poseer estancia, chacra u obraje en el corregimiento o sus inmediaciones; tener indios de su repartimiento en su casa. No podían hacer trabajar a los naturales en las minas, alquilarlos a otra persona, darlos en prenda, sacarlos de su provincia. Siendo soltero, el encomendero debía contraer matrimonio en el plazo de tres años de percibir los frutos de la encomienda, salvo justo impedimento, etc. Casándose con encomendera, no podían sumar "las encomiendas; sí elegir una entre las dos. Los encomenderos no tenían jurisdicción sobre el indio. Salvo en el caso de Cortés y algunos más que podían designar jueces, en los demás casos estos magistrados fueron siempre reales.' g) Orden de sucesión. El orden fue establecido mediante distintas disposiciones. Carlos V dispuso, en 1534, que las encomiendas fuesen dadas por dos vidas: la del conquistador y el hijo legítimo mayor o el que le siguiese, con la obligación de sustentar a los demás hermanos. La sucesión era semejante a la de los mayorazgos: siempre en el hijo mayor, sin necesidad de declararlo, quedando sin derecho los demás familiares. Por supuesto, que la encomienda podía ser repudiada. Solórzano Pereira ha comparado la encomienda a los mayorazgos en lo que se refiere al orden de sucesión; el encomendero podía ceder el fruto de la encomienda; hipotecar el fruto que pudiese rendir durante su vida, no la de su " sucesor, etc. Acerca del término de duración de la encomienda, si en 1542 se había dispuesto que fuese por una vida, en 1555 Carlos V resolvió que hasta 1607 las encomiendas pu- diesen otorgarse hasta por cuarta vida como disimulación, pero Felipe IV ordenó, en 1637, que lo fueran nada más que por dos Vidas. h) El tributo. Historia externa. Los indios debían pagar un tributo al rey en señal de vasallaje —en su defecto a los encomenderos—, por ser dueño y señor de las Indias, o por ser protector y administrador de los americanos para propagar la fe católica e instruirlos en la religión. Mas fuera de esto se les cargó con tributo porque en España se hacía así con los vasallos para acudir con su fruto a defender la tierra y luchar en contra de los enemigos de la fe. Tenía, pues, un objeto fiscal, puramente fiscal. José María Ots Capdequi recuerda que el primer intento de gra- var a los indios se efectuó en 1501, en las instrucciones que la reina Isabel dio al gobernador Juan de Ovando. Por supuesto que los naturales no disponían del desea- do metal; de modo que a poco el tributo se transformó en un pago en especie, no en el soñado oro, que era muy escaso en las islas del Caribe. Asi es que los conquistadores conmutaron sin más ni más el pago en servicios personales que les resultaba mucho má's conveniente porque no había medida que los limitase. Fuero de esto, si la corona deseaba lograr una retribución de sus esfuerzos, no siempre realizados, la verdaa es que el indio no efectuaba por su voluntad esfuerzo económico alguno que le permitiese pagar el tributo y que fiscalmente era necesario que el conquistador lo abonase, descontando de los trabajos que el indio 'debía hacer. Se suman así varias ideas: el indio debía pagar un tributo, el indio no realizaba por sí trabajo alguno que le permitiese pagarlo; el conquistador, a cambio de la prestación de trabajos personales obligatorios de los naturales, podía pagarlo. Chocaban, pues, las ideas humanitarias en boga, propias de la reina Isabel y los teólogos-juristas, con la cruda realidad representada por la incapacidad económica del indio. Fuera de esto, el castellano necesitaba de esa abundante mano de obra. Se sumaban la necesidad del fisco a la del conquistador. Había otro problema cuya importancia no debe ser olvidada. Si se pensó desde el comienzo en que el tributo debía pagarse en oro, ocurrió que el oro de que disponían los indios, oro que servía para fabricar objetos suntuarios y que no era una relación de valor —mxmeda—, era, por lo general sumamente escaso, como sucedió después de los primeros repartos hechos por los conquistadores, como que el metal fue expor- tado a Europa en su mayor parte. Era inútil gravar a los indios con metal porque no abundaba en plaza y ellos no disponían de medios para adquirirlo, salvo que prendasen su persona. De modo que para ellos lo más conveniente consistía en pagar en especie —maíz, algodón, cacao, un poquitín de oro en polvo, mantas, etcétera. Pero esto debía ser reducido a moneda-y el gobierno español no podía tomar esas especies porque su economía era monetaria, no natural. Una razón más para que los conquistadores se hiciesen cargo de estos frutos, los redujesen a valor monetario y recién así se tributase &, la Corona. Una razón más que hablaba de la necesidad de su presencia como lógicos intermediarios entre la economía natural del indio y la monetaria de los Reyes. Mas no era lógico que se hiciesen cargo de tal conversión sin lograr algunas o muchas ventajas porque de esta conversión no podía hacerse cargo el fisco. Otro motivo más que anunciaba la forzosa presencia del conquistador, que exigía indios; es decir, servicios personales. La política de los reyes debía variar porque no obstante todas sus afirmaciones con respecto a la libertad del americano, no podían desconocer la realidad ni que su brazo, poderoso en Europa, no podía alcanzar a cada uno de los españoles residentes en indias. En 1528 Carlos V, en sus Ordenanzas para el buen tratamiento de los naturales, fijó el tributo en el oro que los indios voluntariamente quisieran dar, expresión vaga cuyo significado no podía determinar de modo preciso desde Toledo, cuando el indio debía tener muy en cuenta la tizona siempre activa del conquistador. No faltaron españoles que estuvieron de acuerdo con el emperador, en contra de los deseos de los encomenderos: don Sebastián Ramírez de Fuenleal, presidente de-la segunda audiencia de México en 1532, entendía que el Rey sólo les debía otorgar un cierto tributo establecido en períodos de tres años por la Audiencia o por el tasador designado por Su Majestad. Así los españoles quedarían satisfechos y no tendrían razón para someter a los indios a exacciones, concederles rentas, no indios. Mas se comprendía sin mucho esfuerzo cuál era el deseo del conquistador. Tasar estrictamente un tributo significaba impedir sus excesos y quitarle pretexto para intervenir en la vida de la comunidad aborigen llevando agua para su molino. Así es que en 1536 Carlos V ordenó a la Audiencia de México sujetar la formación de esta tasa a ciertas formalidades: se reunirían el virrey don Antonio de Mendoza con los tasadores y el obispo Juan de Zumárraga, oirían misa de modo que el Espíritu Santo los alumbrase para proceder, y ' luego jurarían, ante el sacerdote oficiante, hacer bien las cosas. Después irían por la tierra tasando moderadamente a los indios, que pagarían con las cosas en que pudiesen hacerlo; luego harían matrícula e inventario de esos pueblos, pobladores y tributos que debían satisfacer para que los indios supiesen cuánto debían pagar, no pudiéndoseles cobrar más que lo señalado en esa matrícula —"padrón de encomienda". Así surgen varias ideas fundamentales con respecto al tributo: 1») la formación de un padrón de tributarios en que sé anotaría el pueblo del indio, su cacique, nombre, monto del tributo y en qué especie debía tributar. La fijación de una tasa, un máximo de tributo, fuera del cual no se debía exigir más, con lo que debía limitarse el apetito del conquistador, sosteniendo al indio en su derecho, establecido por una comisión de individuos extraño al grupo de conquistadores. El carácter del tributo era estrictamente personal, aunque los caciques y otros individuos que después se señalarán, quedaban exentos de su pago. No se admitió que tuviese otro carácter porque en tal caso hubiese llegado a la conclusión de que los presentes pagasen por los ausentes, los hombres por las mujeres; los mayores por los menores. Ni que fuese real, aunque se dijo que era justo que los sujetos tributasen teniendo en cuenta su hacienda, debidamente comprobada; aunque se agregó que de este modo quedarían exentos muchos individuos carentes de hacienda y que eran aptos para el trabajo; esto es, para la tributación. El procedimiento para efectuar la tasación consistía en hacer el padrón de tributarios y luego indicar la cantidad que colectivamente correspondía a todo el núcleo, haciéndose la división del monto por la masa de tributarios. De modo que en el padrón se dice quiénes eran los tributarios y cuánto debían pagar cada uno. Pago personal y por cabeza presente que se encontrase en determinadas condiciones. Lo notable del caso es que después, en la distribución del tributo, en lo que intervenían los caciques —éstos cometían fraude escondiendo a los tributarios para que no figurasen en el padrón, aunque cobraban el tributo de beneficio propio— quienes cultivaban mayor extensión de tierras pagaban más tributos, tomando el impuesto carácter de real y personal a la vez. Se percibía en el pueblo donde residía el indio y debía decirse si la tributación se efectuaba en moneda o especie; fuera de esto, ha- bía exención en caso de pérdida parcial o total de la cosecha, con lo que el tributo tomaba cierto carácter de impuesto real por gravar la fortuna del indio, o su miseria, asi fuese después abundante su cosecha. Además de esto había una cuestión importante, a saber: los indios continuaron tributando a sus caciques, fuera de pagar tributo al Rey, porque así se hacía en la época anterior a la conquista y porque muchos indios trabajaban en tierras pertenecientes a los caciques, de cuya propiedad éstos no fueron despojados. Diezmo. Con respecto a este pago a la Iglesia, se dispuso que se siguiese la costumbre de la tierra porque el procedimiento variaba de un lugar a otro. En algunos sitios el diezmo se sacaba de la masa de tributos, con lo que se disminuía la ganancia del encomendero; en otros, eran imposiciones que se percibían separadamente. El indio debía abonar diezmo para la Iglesia, tributo para el Rey y tributo para su cacique. El tributo en la Recopilación de Leyes de Indias (1680). Describimos el tributo en este cuerpo legal como si en él hubiese adquirido su forma definitiva, sabiendo que no ocurrió así y que experimentó modificaciones hasta el último momento de su vigencia. En primer término se señalaba su carácter señorial: el indio debía pagar en señal de reconocimiento de señorío y servicio; pero se le debía persuadir que pagase, como lo hacía a sus tecles y principales; de modo que se admitía, con la creación de este impuesto, la subsistencia del anterior. En este pago quedaban incluidos los mitimaes _indios adscriptos a la casa real de los Incas, transportados de su sitio de origen a otro— y yanaconas —indios de servicios agregados a la casa del español. Pagaban tributo los indios varones comprendidos entre dieciocho y cincuenta años de edad; los reducidos voluntariamente a población abonarían la mitad durante los dos años inmediatos a su reducción; los reducidos voluntariamente al catolicismo no tributarían durante diez años. Exentos de tributo. No pagaban las mujeres, los varones mayores de cincuenta años y menores de dieciocho; los caciques y sus hijos mayores; el indio alcalde durante el lapso de su gestión. El procedimiento a seguir en la tasación consistía, dice la ley XXI, título V, libro VI, en que los tasadores oyesen misa del Espíritu Santo "que alumbre sus entendimientos, para que bien, justa y derechamente hagan la tasación y acabada la misa, prometan y juren con solemnidad ante el sacerdote, que hubiese celebrado que la harán bien y fielmente sin odio ni aflicción y luego verán por su persona todos los pueblos de la Provincia que se hubieren de tasar, y estén en nuestro nombre encomendados, o para encomendar, a los descubridores y pobladores y el número de pobladores y naturales de cada pueblo, y calidad de la tierra donde viven, y se informarán de lo que antiguamente solían pagar a sus caciques y a los otros que los señoreaban y gobernaban y asimismo de lo que al tiempo de la tasación pagasen a Nos, y a sus encomenderos, y de lo que justamente debieren pagar de allí adelante, quedándoles con qué poder pasar, dotar y alimentar sus hijos, reparo y reserva para curarse en sus enfermedades y suplir otras necesidades comunes, de forma que paguen menos, que en su infidelidad, guardando en todo lo que está dispuesto. "Después de bien informados de lo que justa y cómodamente podrán tributar por razón de nuestro Señorío, aquellos, declaren, tasen y moderen, según Dios, y sus conciencias, teniendo respecto a que no reciban agravio y los tributos sean moderados, y a que les quede siempre con qué poder acudir a las necesidades referidas y a otras semejantes, de forma que vivan descansados y relevados y antes enriquezcan que lleguen a padecer pobreza, porque no es justo que viniesen a nuestra obediencia, sean de peor condición, que los otros nuestros subditos. Y es nuestra voluntad que en ninguna de estas ocasiones haya comidas, banquetes, gastos ni otras superfluidades, ni servicio alguno para los Comisarios, Tenientes, Corregidores o Alguaciles, estén presentes o ausentes de los pueblos porque en ningún caso se ha de hacer costa a los indios." Las tasas debían ser claras, distintas y sin generalidades, especificando en qué especie debía pagarse el tributo, entre las que no debían figurar casas y estancias de españoles; donde hubiese que tributar en camisetas, mantas, etcétera, debían ser de un solo género y no de varias clases; debe haber peso y medida en las mantas. El cacique percibía el tributo y lo pagaba en el pueblo de indios al encomendero, o al oficial de la Real Hacienda en el caso de ser encomiendas que tributasen directamente a la Corona Según la costumbre de la época, el tributo de estas encomiendas debía ser rematado en almoneda pública. Por supuesto que no debía entregarse el monto del tributo sin cargo porque debía decirse qué parte correspondía al encomendero, a la Iglesia, el tercio de encomiendas, estipen- dio del doctrinero, etcétera. Las controversias suscitadas por la tasación debían ser resueltas en primera instancia por el tasador; se apelaba ante la Audiencia, que podía ordenar una nueva tasación (retasa). La retasa podía ser solicitada por el indio, alegando mortandad, esterilidad de la tierra u otro caso fortuito. El quid de la cuestión consistió en la extinción de los servicios personales. Si bien es cierto que en repetidas oportunidades se había dispuesto, y sobre todo a partir de 1542, que el tributo no se tasase ni conmutase en servicio personal, la verdad es que los abusos continuaron en muchas regiones de América, aunque en otras la presión y vigilancia de la Iglesia y autoridades fue de tal poder que los encomenderos cumplieron las disposiciones reales. Cajas de Censo. La llegada de los conquistadores españoles tuvo efectos devastadores sobre la economía indígena, que sufrió un verdadero colapso. Todo su sistema de protección entró en crisis y los aborígenes sufrieron intensamente en presencia de un régimen de economía individual del cual eran víctimas y no beneficiarios. Fueron los virreyes del Perú, don Antonio de Mendoza (1551-1552) y don Francisco de Toledo, conde de Oropesa (1569-1581) quienes reaccionaron en contra de tan despiadado proceso. Moderaron los tributos y persiguieron a los encomenderos que exigían servicios personales en lugar del pago en especie o dinero. Mendoza y Toledo, llamado el Solón de América española debido a su gran obra legislativa, observaron cómo estaba organizada la previsión entre los peruanos y la restablecieron dándole nuevas formas. Los bienes de comunidad —de las comunidades indígenas— estaban formados por la tierra cultivada, como en la época prehispánica, por el ayllu; por la tierra repartida a los conquistadores que había sido quitada a los aborígenes y que los reyes obligaron a devolver siguiendo precisas instrucciones y órdenes; por el fruto del alquiler de tierras dadas a naturales y, en general, por los bienes que "el cuerpo y colección de indios de cada pueblo tuviese". Debe agregarse tierras cultivadas por turno como carga del trabajo indígena y el real y medio anual que los naturales debían pagar a la colectividad. En las cajas de comunidad debían entrar todos los bienes de los indígenas, debiendo procurar su aumento y usar de ellos por medio de libranzas, buena cuenta y razón, así como las escrituras donde constase su caudal; sólo los bienes de comunidad y no otros. El dinero existente en las cajas era prestado a interés, de modo que no permaneciese inactivo. El procedimiento consistía en pregonar en demanda de personas necesitadas de préstamos de dinero a interés, y un oidor y un fiscal de la Audiencia escogían entre los solicitantes y les obligaban a dar las garantías hipotecarias correspondientes. Pagada la deuda —redimido al censo— se procedía a hacer nuevo préstamo. Las cajas de comunidad estaban a cargo de oficiales reales y en las cabeceras de partido— división de la provincia o intendencia. Ellos percibían el pago de sus deudores, pero debían dar fianzas abonados de esos bienes. Un oidor de la audiencia territorial respectiva era juez en primera instancia de los pleitos suscitados por estos negocios, con inhibición de cualquier otro magistrado; se apelaba de sus autos ante la Audiencia y sus fiscales actuaban en carácter de abogados defensores de esos bienes. Debían hacer una nómina anual de las deudas contraídas con la caja y a hacer efectiva su percepción por medio de un cobrador que daría fianzas abonadas y cuenta mensual de los ingresos. Los propios virreyes debían intervenir para que los deudores saldasen sus cuentas. El sistema era bueno, teóricamente. Sus rentas estaban destinadas a aliviar a los indios necesitados, costear los gastos de se_minario de los hijos de caciques, socorrer a los naturales para que pudiesen pagar su tributo, gastos de misiones, etcétera. Eran verdaderas cajas de previsión, aunque se tomaron precauciones para impedir qué los naturales abandonasen el trabajo y las cajas respondiesen del pago del tributo. Inclusive pagaban sin distinguir capital de interés y sin comprender que tal sistema podía llevar la caja a la quiebra. Todo esto es bueno; pero no faltaban inconvenientes ni quienes aprovechaban su fruto para destinarlo a fiestas y comidas. El cáncer de toda la organización indígena estaba en la acción de los corregidores. Debían efectuar continuamente tanteos —balances— del estado de sus cajas; pues conseguían préstamos de estas cajas para sí o para sus paniaguados, y montaban buenos almacenes que proveían a los pueblos de indios de las cosas necesarias e innecesarias para su mantenimiento y a precio sumamente elevado. Estos hechos fueron prohibidos expresa e inútilmente porque los corregidores eran sanguijuelas del aborigen. Sus deudas con las cajas fueron calificadas de hurtos por Felipe IV en 1621, que ordenó que los rapaces funcionarios íuesen perseguidos criminalmente y hasta con pena de la vida. Pero todo fue inútil porque habla mucho interés, por parte de altos funcionarios, en cubrirlos en sus demasías. De ahí las continuas rebeliones indígenas y el odio con que se miraba a estos magistrados. V. ABOLICIÓN DE LAS ENCOMIENDAS El propósito de acrecentar los ingresos fiscales —explica Silvio Zabala —aceleró el término de las encomiendas. Salvo las que estaban incorporadas a la Corona, las demás habían sido dadas sin cargo para el encomendero, aunque después de 1619 se les restó el tercio de encomiendas y un año de tributos cada vez que eran adjudicadas. En 1665 se resolvió retener la mitad de la renta anual en beneficio del fisco; después, 1665, la quita se redujo a la quinta parte, aunque en 1669 ascendió otra vez a la mitad. Pero el propósito consistía en incorporar las encomiendas a la Corona y que los indios tributasen sólo para la Real Hacienda porque, en definitiva, las encomiendas no eran más que mercedes reales, que el soberano podía revocar, no siendo conveniente hacerlo en la parte destinada al culto y adoctrinamiento. En 1701 se resolvió incorporar a la Corona a las de las personas que no residiesen en Indias porque no cumplían el deber de vecindad; en 1707 se hizo lo mismo con las de pocos indios; en 1709, las de aquellos vecinos que no hubiesen recibido confirmación. Esto no significaba que no se continuasen dando. Se efectuaba el concurso de opositores y se otorgaban; pero el agraciado debía solicitar su confirmación al Consejo de Indias, pena de perder el derecho adquirido. Los Borbones, centralizadores como eran, no permitieron la dispersión y pérdida de tanto dinero. Felipe V promulgó el decreto derogatorio de 23 de noviembre de 1718 y aunque procuró paliar sus efectos, señaló que los titulares no cumplían el fin misio- nal, cuyo costo recaía precisamente sobre la Real Hacienda. De modo que las vacantes y las que en adelante vacasen fueron incorporadas a la Corona. Dispuso declarar desiertas las que a la muerte del actual titular hubiesen sido otorgadas aún por más de una vida. Prohibió toda confirmación, aunque la derogación no tocaba a las que habían sido cedidas a prepetuidad a los principales conquistadores y descubridores de Indias. Hubo una contramarcha en 1720 con respecto a las de tributos, no a las de servicios personales, que continuaron siendo prohibidas, y a los individuos descendientes de conquistadores, a quienes Su Majes- tad daría pensión sobre las cajas reales. Por último, y mediante decreto de 27 de setiembre de 1721, el rey se desentendió de nuevas concesiones. No obstante, continuaron en algunos países como Paraguay y Chile. VI. ABOLICIÓN DEL TRIBUTO INDIANO El decreto de Felipe V suprimió la encomienda para la generalidad de los países americanos y el fruto del tributo fue incorporado a la Real Hacienda. El método de percepción consistía en que los caciques lo cobraban y lo entregaban a los corregidores, que hacían las partes correspondientes. El tributo fue suprimido por las Cortes de Cádiz mediante decreto de 13 de marzo de 1811. La Junta de Buenos Aires lo abolió, el 1» de setiembre de 1811. San Martín lo hizo en el Perú, pero a pesar suyo subsistió hasta bien avanzado el siglo xix, y merced a haber continuado el pago, las comunidades indígenas ño fueron desalojadas de sus tierras. VII. LA ENCOMIENDA EN MÉXICO Hernán Cortés, luego de efectuar la conquista de México —Nueva España_,. debió resolver, entre otros, varios problemas de vital importancia. El primero se refiere a la condición jurídica y social de los indios que, aunque vencidos, debían integrar una nueva entidad política. En segundo término debía premiar a sus soldados que, si habían logrado algún botín de la conquista, de ningún modo se conformaban con él, visto que en las Antillas habían logrado algunas riquezas y la prestación de servicios personales, casi sin compensación por parte de los indígenas. No debe olvidarse, además, que las riquezas adquiridas en la conquista de Tenochtitlán quedaron muy disminuidas debido a que hubo necesidad de separar el quinto real y dar su parte a Cortés, parte muy sustanciosa porque cuando estaban en Villa Rica de la Vera Cruz, antes de efectuar la primera entrada (1519) les comprometió a entregarle una enorme suma de riqueza porque éil había gastado toda su hacienda en armar la expedición. Los conquistadores reclamaron alguna otra cosa, además de la escasa participación lograda en el reparto de riqueza conquistada, mirando con ojos de codicia a los indios porque no podían olvidar que en las Antillas les habían entregado aborígenes en repartimiento, palabra inocente mediante la cual se ocultaba la de servicios personales; esto es, esclavitud. Reclamaron que se les entregasen indios, que debían servirles y darles lo necesario para el sustento: siderar libre al natural con el repartimiento hecho para premiar a los conquistadores. Proponían, pues, concederles una parte del tributo que los indios debían pagar a la corona por razón de señorío. Y con tal fin, Luis Ponce de León fue enviado a Mémarzo de 1524, sus Ordenanzas de Buen xico; pero en presencia del hecho de haGobierno, en las que señaló que los natu- berse dado indios en encomienda sin conrales no debían tributar en oro, sí en ser- sentimiento del soberano, fue necesario vicios personales, porque no podía olvidar la transar; pero Ponce de León debía deterexperiencia antillana, ya que todos los abo- minar si era mejor establecer feudos, conrígenes no disponían de oro y porque el pa- ceder indios en vasallaje, o bien suprimir go del tributo resultaba más conveniente lisa y llanamente la encomienda y suplanal español que se hiciese en trabajo, debido tarla por el pago de tributo al rey. Y en a que era muy difícil traducir a moneda el la provisión de Granada, de 27 de noviemesfuerzo del americano. Señaló que los en- bre de 1528, Carlos V aceptó que los incomenderos no debían castigar a los indios; dios trabajasen voluntariamente para los vale decir, que la jurisdicción sería real, españoles y a cambio de salario; pero conprincipio que se mantuvo firmemente en firmó las encomiendas. Y si en las Ordeel resto de América y que impidió la for- nanzas para el 'buen tratamiento de los namación de una clase de feudatarios. Con turales, dadas en Toledo, el 4 de diciembre respecto a las obligaciones del encomende- de 1528, Carlos V dispuso que los indios ro, ordenó que tuviese casa poblada en los trabajasen a cambio de salario, sin renuntérminos de su vecindad —vecino equivale ciar a la jurisdicción después, en contra de en esta época a encomendero— y sustentar enstos propósitos, Carlos V concedió a Coresta vecindad o dejar escudero en su ausen- tés veintitrés mil vasallos en carácter percia, para lo cual debía concurrir con sus petuo, con sus rentas y jurisdicción civil y armas a cumplir sus obligaciones militares. criminal, bien entendido que él —Carlos V— Le vedó expresamente residir en el pueblo retenía la soberanía y que Cortés debía de indios, comprendido en su encomienda. conceder las apelaciones solicitadas de los La obligación de residir en su vecindad fallos dictados por los jueces que él desigcomprendía un lapso de ocho años. Otros nase, no pudiendo enajenar tales bienes deberes consistían en dar, o hacer dar en- sin su consentimiento. No obstante, se adseñanza religiosa al encomendado, por sí o vierte que la corona vacilaba entre conceder por medio de sacerdotes a quienes debía las encomiendas con carácter de perpepagar, cuando tuviese más de dos mil in- tuidad, o hacer administrar los pueblos de dios. En lo que se refiere a duración de la indios por corregidores, tributando los inencomienda, comprendía la vida del con- dios directamente al rey. Los términos conquistador y sus sucesores. tradictorios son encomienda feudal y correNo había definición precisa en lo que se gimiento, lo señorial y lo real. refiere al esfuerzo que debía cumplir el inSe afirmó paulatinamente y conforme se dio, porque la expresión que empleó Cor- producía la muerte de los conquistadores, tés —servir conveniblemente—, no es muy el concepto de que los indios eran subditos precisa. Y fue necesario que dijese poste- de la corona, y en 1535 se ordenó al virrey riormente que el trabajo comprendía la- Mendoza revisar los libros de tasaciones; bores agrícolas y ganaderas, no mineras, y que los naturales que no podían pagar el que éstas labores serían efectuadas a cam- tributo en dinero, lo hiciesen en trabajos bio de salario. El servicio personal abarcaba personales en las minas, bien entendido períodos de veinte días, separados por in- que una parte de ellos debían beneficiar tervalos de treinta, bien entendido que de- al rey. Había que hacer padrón de indios bían trabajar los hombres durante las ho- y tasar su tributo. La encomienda podía ras de sol, no las mujeres ni los niños me- prolongarse hasta por dos vidas; vale decir, nores de doce años. el conquistador y un hijo. Esa actitud de Cortés no coincidía con el Las Leyes Nuevas fueron dictadas por pensamiento de Carlos V y de los teólogos- Carlos V en Barcelona, en 1542. El emperajuristas, para quienes los indios eran sub- dor limitó las encomiendas a una sola viditos libres de la corona, debiendo, por lo da, al término de la cual los indios no detanto, ser revocado cualquier repartimien- bían ser más encomendados. El cumplito, que sería reemplazado por el pago de miento en Nueva España quedó a cargo del tributo al soberano. licenciado Tello de Sandoval, que, de acuerChocaban, pues, el propósito real de con- do con el virrey Mendoza, suspendió su eje- vale decir, que el propósito no consistía en destruir las poblaciones indígenas, sí en dar una compensación a los castellanos; inclusive, enxí reparto se dieron indios al rey. Acerca del régimen a que debían sujetarse españoles e indígenas, Cortés dictó, el 20 de cución. Las Leyes Nuevas íueron revocadas por el mismo Carlos V mediante la ley de Malinas, de 20 de octubre de 1545, y las encomiendas se dieron por dos vidas, al término de las cuales se ordenó, en 1550, que los naturales volviesen a ser subditos de la corona, a la que debían pagar tributo. De modo que las encomiendas vacantes no debieron repartirse y los pueblos de indios, corregimientos, serian gobernados por corregidores. Sin embargo, en 1555, se concedieron encomiendas por tercera vida, y en 1609 por quinta vida, bien entendido que los encomenderos sólo tenían derecho a una parte del tributo. No perpetuamente, como muchas veces los castellanos lo solicitaron. Con respecto a los servicios personales, no pudieron exigirse después de 1549; pero íueron reemplazados por una forma semejante: el alquiler forzoso, de cuyo fruto debía descontarse el tributo, que sería recaudado por los oficiales de la Real Hacienda. Cabe agregar que si el tributo en favor del español desapareció, no sucedió lo mismo con el que los indios pagaban a sus caciques cuando cultivaban sus tierras en beneficio propio. Se dispuso que ese tributo fue reemplazado por un alquiler por el trabajo efectuado durante algunos días de la semana, lo que después fue permutado por la entrega al cacique de cierta parte del tributo. Acerca del significado económico de estas encomiendas, Zavala recuerda que, en 1560, había setecientos repartimientos; de ellos, correspondían 480 a particulares, por un valor de pesos oro 400.000, lo que habla de que gran parte de los tributos se depositaban en las arcas reales. VIII. LA ENCOMIENDA EN EL PERÚ La organización del régimen de encomiendas se debe sustancialmente a don Francisco de Toledo, conde de Oropesa. No se pretende decir que antes de que gobernase este virrey no se hubiesen dictado ordenanzas legislando lo relativo al tributo y servicios personales; tampoco que luego de 1581, año del término de su gestión, se haya cesado de legislar; sí que él fue ei que dictó las principales ordenanzas que rigieron durante mucho tiempo, a punto de que gran parte de lo hecho después se basa en la obra de este magistrado, a quien Roberto Levillier llamó con justicia "Supremo organizador del Perú". El nombre de Toledo tiene que ver con la visita que el licenciado Juan de Ovando hizo al Consejo de Indias, que, según Juan Manzano Manzano, se habría efectuado entre los años de 1567 y 1571, visita de extraor- dinaria importancia por las comprobaciones que efectuó y las reformas que introdujo, fuera de otras que, desgraciadamen- te no fueron llevadas a la práctica. Ovando pudo comprobar que el Consejo no tenía noticia alguna de las cosas que sucedían en Indias, ni de las leyes y ordenanzas mediante las cuales se regían. Sostuvo que era necesario que el Consejo tomase conocimiento de todos los negocios americanos y redactarse un cuerpo de leyes que sirviere de base para la organización. De ahí surgió la idea de efectuar una obra recopiladora que fue cumplida por Juan López, de Velazco y Juan de Ledesma. El visitador hizo la parte de la codificación, llamada Copulata, y antiguamente De la gobernación espiritual y temporal de las Indias. Fue necesario designar destacados gobernantes para Nueva España y Nueva Castilla. Felipe II nombró a don Martín Enríquez y a don Francisco de Toledo respectivamente, nombres sugeridos por el cardenal Espinosa. Les encargó que pusiesen en planta un nuevo orden y enderezasen la administración de aquellos dominios, quebrantados por tantas revueltas de blancos e indios. Toledo asistió a una junta de Consejo realizada el 27 de julio de 1568, y en ella se trataron, entre otros temas, el relativo a la perpetuación de las encomiendas, acerca de lo cual se había dispuesto otorgarlas en 1556, no obstante la resistencia del virrey del Perú, conde de Nieva, que se opuso en 1561, por considerar que se había impuesto el sistema de tasar a los iridios; que los castellanos, que esperaban que se les diese encomienda, se volverían a España, porque los tributos nunca quedarían vacantes, quedando tan pocos en el Perú que no alcanzarían para defender la tierra y contener a los indios que se sublevasen, o que se convirtiesen en vasallos de los encomenderos, repitiendo la experiencia medioeval española. Nieva se había opuesto también a que los indios fuesen puestos en la corona —no concedidos en encomienda—, porque hacerlo significaría variar por completo el orden establecido, con sus naturales consecuencias. Señaló que los indios peruanos eran renteros, entendiendo por tales a los que únicamente pagaban sus tasas a los encomenderos, sin que éstos tuviesen jurisdicción, ni medio alguno para imponer su voluntad, ni en esto ni en materia de servicios personales, con lo que carecían de medio para hacer daño a los naturales. El mal tratamiento que podían hacer los encomenderos, ahora muy vigilados, estaba compensado con los excesos que cometían los oficiales reales que, po- niéndose de acuerdo con los caciques, ex- y los virreyes destinaban sus frutos para primían a los aborígenes. El conde de Nie- fines que no eran los de su institución. Y va —agrega Zavala— propuso continuar muchos vecinos no cumplían la obligación con el sistema, pero huir de los extremos de guardar la vecindad, aunque es bueno mencionados; esto es, conceder temporal- decir que el rey solía otorgar encomienda a mente el goce del tributo al vecino, bien personas ausentes que no pensaban dejar entendido que la jurisdicción y el estable- la corte, porque inclusive pertenecían a las cimiento de la tasa correspondía exclusiva- primeras familias de la nobleza. Sólo ocho o mente al poder real o a sus representan- nueve sustentaban la vecindad en 1561, y tes, a quienes también incumbía vigilar las a estos pocos se les obligaba a hacer la correlaciones existentes entre indios y espa- te al virrey y gastar el escaso dinero de ñoles. Esto es, un término medio que deja- que disponían. Mucho brillo y poco oro. se de lado extremos tan peligrosos. "La fama de la gran riqueza del Perú, a Toledo debió efectuar una tarea penosa. los que acá estamos me parece que lo deTenía un alto sentido de la dignidad del bimos soñar y en despertando no vimos gobierno y cabe consignar que si cometió nada". errores, no obtuvo fruto alguno de ellos; Los encomenderos hipotecaban sus renantes bien, procuró templarlos y modificar tas y no tenían otro remedio que acudir a en el buen sentido de la palabra la obra las cajas de comunidad en demanda del realizada por sus antecesores. pago de tributos adelantado o dejar que La tercera guerra civil del Perú, finali- la usura les despojase de sus mejores biezada en la batalla de Sacsahuana, 8 de abril nes; salvo que se dedicasen al oficio de de 1548, había terminado con un abundan- mercader a costa de ganarse el desprecio te reparto de tributos, modo empleado por de los otros. Matienzo pensaba que lo meel licenciado La Gasea para premiar a los jor era conceder de una vez por todas la conquistadores que habían jugado vida y perpetuidad, porque así los vecinos dedicafortuna en el momento supremo, que no fue rían sus indios a la agricultura, ganadeel de la batalla, donde sólo hubo un muer- ría y minería, lo que no hacían porque to y diez heridos; sí aquel en el que los todo lo esperaban del tributo, los que lo parciales de Gonzalo Pizarro se pusieron de tenían; los demás, de sediciones. Inclusive acuerdo con el licenciado, su enemigo, aun se mofaban de las órdenes del rey. Felipe II antes de abandonar sus banderas. Dio tri- ordenó, en 1561, quitarlos a Pedro de Córbutos a otros porque se habían mantenido doba, que los tenía mal habidos, del marfieles. Los que le sucedieron no modifica- qués de Cañete. Los oficiales reales proron el sistema; procedieron a dar enco- testaron porque el corregidor de Potosí le miendas a sus parientes, amigos y criados, había dado posesión, no obstante la orden apartando de sí a los beneméritos de In- real; pero todo fue inútil. Fuera de esto había un problema de didias que importunaban con sus'lamentos, porque si sus antecesores no les habían fícil solución. El hecho es qué los indios, favorecido, era porque no lo merecían. De con el fin de huir de sus grandes enemigos modo que, exaltados, no pensaban más que —corregidores y caciques—, abandonaban en hacer revueltas y revoluciones. El ju- sus pueblos y se refugiaban en las estanrista Juan de Matienzo decía, en una ex- cias y chacras de los españoles, que tenían tensa carta que el 18 de abril de 1561 diri- mucho interés en aumentar su número y gió al rey, que mucha parte de ese mal se calidad: eran los yanaconas, conversión que pudo arreglar merced al procedimiento de dañaba la renta real y la del primitivo endividir las grandes encomiendas, debido a comendero, con harto contento del nuevo que a un solo paniaguado se daban muchos amo. Las disposiciones tendientes a lograr miles de pesos de tributos, que podían ser que volviesen a sus pueblos, no eran cumrepartidos entre no pocos individuos, con plidas, porque el natural prefería ser yagran ventaja para la paz del reino, porque nacona, agregado a una tierra, antes que así no tendría tantos sediciosos. Los tres depender de caciques y corregidores. Por mejores repartimientos de esas épocas eran esto disminuían los pueblos de indios y sus disfrutados por otros tantos hijos de virre- moradores. Toledo debía reformar todo esto y poner yes: dos concedidos por el soberano y uno por el propio padre. Fuera de esto se ob- en términos legales a indios, caciques, coservaba que los requisitos que debían cum- rregidores y encomenderos, aunque es neplir los encomenderos, verdaderas obliga- cesario decir que quienes abusaban solían ciones contractuales entre reyes y señores, encontrarse con ministros de la Audiencia razón de ser de las encomiendas, eran ol- y eclesiásticos que cumplían celosamente vidados; numerosas encomiendas vacaban sus obligaciones. Toledo tuvo en cuenta la opinión de los licenciados Polo de Ondegardo, del célebre jurista Juan de Matienzo, autor del libro titulado "El gobierno del Perú"; del oidor Recalde, del padre José de Acosta, sacerdote jesuíta que escribió la obra "Historia natural y moral de las Indias"; fray Reginaldo de Lizárraga, etcétera, todos los que le informaron menudamente del estado de la tierra y de la condición en que se encontraban los indios, convertidos en siervos de los vecinos, no en subditos de la corona. Había que invertir el movimiento de población indígena que se observaba, de modo que los indios volviesen a los corregimientos, reintegrándose a su ayllu —núcleo de familias vinculadas por razón de sangre y que cultivaba una tierra mediante el sistema de prestaciones obligatorias de trabajo—, debiendo abandonar las chacras que cultivaban a títulos de yanaconas. El otro mal, la tiranía de los curacas, sucesores de los Incas, era acaso más grave, porque sus jefes locales los explotaban aún más despiadadamente que los corregidores. Los conquistadores conservaron las jerarquías indígenas sobre todo en el Perú y México. De modo que no desaparecieron los caciques, sus segundos, e inclusive, justamente hasta Toledo, los descendientes de los Incas, que conservaron sus preeminencias en su corte de Vilcabamba bien que se le exigió el juramento de obediencia a la corona como a los demás subditos. La sucesión en los cacicazgos fue rigurosamente respetada y la propia justicia intervino en el establecimiento del orden de sucesión y se hizo respetar rigurosamente las preeminencias que gozaban sus titulares. No pagaban tributo y estaban exentos de mita, lo que también se hizo extensivo a sus hijos. No se podían separar los indios de un cacique para hacer varios repartimientos. Si los indios habían pagado alquiler a su cacique por cultivar su tierra, a modo de solariegos, como en la época anterior a la conquista, debía seguirse tal costumbre. No podían ser prendidos salvo por delito grave. Su jurisdicción en el orden criminal se extendía a los crímenes que no fuesen sancionados con mutilación de miembro, pena de muerte u otro castigo atroz. Toledo dictó ordenanzas para impedir todos estos males. El 3 de octubre de 1572, después de consultar a sus tres consejeros —Matienzo, Polo de Ondegardo y Acosta, que muchas veces le acompañaron_, ordenó que los tributos no se pagasen en coca o indios esclavos. Con respecto a aquel vegetal, es bueno advertir que los Incas no habían dado mucha extensión a su cultivo, y que sólo habían repartido estas hojas en algunas oportunidades solemnes. Efectuada la conquista, los españoles establecieron numerosas chacras de coca y lograron grandes ganancias a costa de la intoxicación de las masas indígenas. En lo que se refiere a los indios esclavos, eran considerados tales los obtenidos en acción de guerra, luego de haberse rebelado en contra de los castellanos. Los indios no debían ser compelidos a trabajar en las minas. El tributo debía ser pagado en oro o plata. El trabajo indígena fue rigurosamente reglamentado. El ofrecimiento de esta mano de obra no debía ser hecho por el cacique, para evitar que éste tomase parte del salario estipulado; bien entendido que tal oferta podía ser hecha directamente por el indio interesado. La coca fue severamente prohibida al indio en el sentido de que se le vedó conchabarse para trabajar en sus chacras, transportarla, servirse de su manta para cubrirla, etcétera. Los españoles no podían venderla a los aborígenes, ni tomar cosa alguna sin abonar su justo valor. Toledo aseguró la propiedad terrera de los ayllus y ordenó que se les devolviese la tierra tomada ilegalmente y en contra de su voluntad. Por supuesto, que esta legislación, de un sentido social avanzado, chocó con la realidad, porque hubiese sido admisible que el español pagase las mejoras hechas por el indio en su tierra —en la del español—, nudo el más difícil de desatar, cuestión batallona que aún no se ha resuelto, a pesar de cuanto se ha dicho; porque, debiendo ampararle el corregidor, su enemigo y sanguijuela, era muy difícil que alguna vez lograse justicia cuando todas las ventajas estaban de la otra parte. El virrey reglamentó minuciosamente la mita, bien entendido que les aseguró horas de garantía, alimentación y un período máximo de trabajo de veinticuatro días. El 18 de octubre de 1572, en otras ordenanzas singularmente extensas, ordenó que los corregidores no diesen posesión de sus repartimientos sin su orden, o la de los gobernadores. En cada cabildo de los españoles había un juez de los naturales designado por los regidores del año anterior conjuntamente con sus colegas, con jerarquía y vara de regidor. Estaba encargado de juzgar las cuestiones civiles y criminales suscitadas entre los indios residentes en los pueblos de españoles, pudiendo suplicarse de sus fallos ante el cabildo. Este juez de naturales, que recibía asesoramionto de alcaldes indígenas, debía impedir las borracheras públicas y castigar a los ab- orígenes que interviniesen en ellas con azotes y trasquilamiento. Prohibió que los negros viviesen en pueblos de indios, para evitar que les llevasen sus vicios, tomados de los blancos. En caso de poseer casa propia en el lugar, debían venderla de inmediato. Lo relativo a la instrucción religiosa fue reglamentado cuidadosamente. Los naturales debían asistir a misa, recibir instrucción y concurrir a fiestas y solemnidades. El cura debía conocer la lengua local de sus feligreses, pena de disminución de su sínodo. Es justo decir que las órdenes religiosas tuvieron muy en cuenta el conocimiento de los idiomas indígenas y que los jesuítas no enviaban misionero que ignorase el idioma lúcal. Acerca del salario que debía pagarse al indio, lo estableció en la siguiente forma: un tomín diario —el tomín equivalía a. un real de plata; el peso de plata tenía ocho reales—, al indio que servía en las obras públicas; doce pesos anuales y una fanega de maíz por mes a los indios de más de diecisiete años de edad; los indios y las indias menores, la comida y dos vestidos anuales. A los indios que hacían mita en la ganadería, ocho pesos anuales, maíz y tierra para sembrar; a los agricultores, lo mismo y pago de un peso por mes. Los encomenderos debían pagar al indio en propia mano y no por medio del cacique. Toledo reglamentó el trabajo de minas por medio de las ordenanzas de 7 de febrero de 1574. Estableció perfectamente su régimen y señaló horario y término de descanso. El indio empleado en lavar metales debía efectuar su labor de invierno en las horas de más calor. Los indios debían trabajar lejos del humo del azogue empleado en quitar sus impurezas a la plata; el azogado sería mantenido por su dueño —a cesta propia— durante tres meses, fuera de entregarle cincuenta pesos a título de compensación. El barretero, que rompe la roca, cobraba tres reales y medio por día. Era el trabajo más duro y mejor remunerado, que no podía ser realizado por indios de mita; vale decir por indios que debían ser dados por cupo por cada pueblo de indios; si por esclavos o indios voluntarios. Los indios que transportaban el metal, apires, percibían los tomines y tres granos diarios; los que acarreaban madera, dos tomines por jornada. El virrey, mediante las ordenanzas de 5 de febrero de 1574, reglamentó el trabajo de los yanaconas y señaló que los indios que hubiesen permanecido durante menos de tres años agregados a la chacra de un español, debían regresar a su corregimiento, lo que era muy difícil que pudiesen cumplir, debido a que en la chacra tenían sueldo, tierras para cultivar y estaban exentos de mita, de tributo y de la odiosa presencia del corregidor y del ladronazo del cacique. El dueño de la chacra no podía expulsar al natural que hubiese cumplido más de cuatro años de trabajo en su tierra y estaba obligado a darle la tierra necesaria para trabajar y sustentarse con su fruto, así como los animales e implementos agrícolas. Es difícil aceptar el cumplimiento estricto de la disposición que prohibía incluir en el precio de venta de la tierra a los yanaconas incorporados. Estos yanaconas pagaban un tributo de un peso por año, fuera del trabajo que obligatoriamente debían realizar en la tierra del dueño de la chacra. Señaló que era necesa- rio perseguir borracheras, obligar al indio a oír misa y demás ejercicios espirituales, y a los dueños de chacra a construir capilla y dotarla de los utensilios necesarios; perseguir los amancebamientos, etcétera. Toledo trabajó intensamente en mejorar la situación del aborigen y disminuir sus tasas, que eran establecidas por representantes de los encomenderos, oficiales reales e indios, revisadas y corregidas por un oidor de la Audiencia. Insistió en que los indios no prestasen servicios personales. Sus colaboradores, entre ellos Matienzo, visitaban continuamente la tierra y trasladaban las reducciones con el objeto de que sus habitantes viviesen en lugares salubres; trazaban los pueblos e iniciaban la obra de construir casas, entre ellas la iglesia, la escuela, acequias, etcétera. Aplicaban la pena de pérdida de tributos a los encomenderos que percibían tasa excesiva. Los indios se veían obligados a vender sus tierras para no ir a la cárcel por deudores. En el repartimiento de Moromoro, encomendado a Bernardino de MeneSes, había 204 indios empadronados para pagar tasa y un total de 1.182 personas. Abonaban anualmente 2.600 pesos en plata ensayada y más de 200 fanegas de maíz. Fuera de esto le cultivaban una chacra de cuatro fanegas de maíz, le daban 150 gallinas, 200 perdices, pescado, queso, etcétera. Matienzo les señaló únicamente siete pesos de tasa que debían pagar los hombres comprendidos entre dieciocho y cincuenta años de edad; de ellos, cinco eran para el vecino, uno para el cura doctrinero y uno para la caja real, de la que se sacaría sueldo para el corregidor. Al lado de esto, el indio pagaba otro tributo al cacique, que Matien- zo fijó en cien pesos anuales, extraídos de los frutos de la caja de comunidad, y treinta carneros de Castilla. Los indios de tasa debían sembrarle dos chacras de maíz y papas, y darle dos indios y seis indias viudas —"fuera de sospecha"—, para que le srvieran a él y a su mujer. Ordenó a la segunda persona se le sembrase una chacrilla. Meneses había cedido su tributo a algunos acreedores que expoliaban a los indios y aumentaban considerablemente el tributo que debían pagar. No obstante, la actividad desplegada por el virrey Toledo y sus asesores. Matienzo señaló los errores cometidos. Los pueblos de indios habían sido trasladados lejos de las tierras de labranza, al punto de que en algunos casos el camino estaba interrumpido por ríos caudalosos. En lo que se refiere a los tributos, consideraba que su monto era excesivo, a punto de que los indios estaban notablemente endeudados con los encomenderos que, mancomunados con los caciques, cobraban tasas elevadas e imponían trabajos personales en sus chacras, fuera de toda razón, peajes, etcétera, y les cargaban con pesos excesivos, a pesar de haber bestias. El indio llegaba al extremo de vender a su mujer e hijos, o bien vivía a monte, y hacía sus huertas en terrazas — sucres—, construidas penosamente al borde de la montaña, con el fin de huir de sus grandes sanguijuelas: encomendero, cacique y corregidor. Propuso fijar precisamente las tasas y vigilar su percepción y apartar a indios de españoles. Era necesario, agregaba, impedir esta explotación inicua, para evitar que acabasen los indios, únicos obreros que podían extraer la gran riqueza del Perú: oro y plata. Por supuesto, que no faltó quien señalase que sus informes eran parciales. El 4 de octubre de 1576, el licenciado Lope Diez de Armendáriz decía al rey que Matienzo, hombre virtuoso y de entendimiento, tenía interés y conexión con mucha gente del Perú.... debido a que algunas hijas suyas estaban casadas con encomenderos y que deseaba otras mercedes: que se le comprase su casa a subido precio, para instalar en ella el tribunal de la Audiencia de Charcas, etcétera, no obstante que el virrey había dado a su hijo una lanza con salario de ochocientos pesos ensayados por año, y tres mil ducados por la visita en que le había acompañado. De todos modos, la tasa quedó fijada en siete pesos, aunque de ellos sólo quedaban cinco para el encomendero; aseguró la subsistencia de las cajas de comunidad, apretó a sus deudores y les obligó a liquidar sus créditos; aumentó el sueldo al indio y aseguró su pago en moneda corriente. IX. LA ENCOMIENDA EN CHILE La primera entrada española fue organizada por Diego de Almagro, en 1535, en busca de metales preciosos, cuya existencia le habían asegurado los peruanos con el propósito de apartarle de su país y exterminar a sus carnadas. Por supuesto que en el valle central no encontraron más que algunas comunidades indígenas de agricultores temporarios; el oro era escaso. Regresó al Cuzco para iniciar la primera guerra civil por la posesión de la ciudad imperial. Pedro de Valdivia llegó en 1540, y el 12 de febrero de 1541 fundó Santiago de la Nueva Extremadura, que a poco fue destruida por los naturales en un vigoroso alzamiento, reprimido por los heroicos conquistadores. Valdivia repartió en 1542 la tierra comprendida entre Copiapó y el río Maule, entre sesenta personas. Cabe advertir que se repartió la tierra y sus habitantes en encomienda con los supuestos que entrañaba el sistema: defensa de la tierra y educación religiosa; mas también la percepción de un tributo en servicios personales; no en dinero o especie, que no tenían. La tierra perteneciente al español, trabajada por el indígena, era la base de la organización social y económica del país, que era muy pobre y escasamente poblado, por lo que en 1546 se resolvió reducir el número de encomenderos debido a que los indios eran muy pocos y no podían sostener debidamente a todos los españoles. De modo que los que fuesen excluidos del nuevo reparto serían beneficiados con otros indios que serían repartidos luego que fuese conquistada la tierra allende el Maule. Los indios fueron dados en encomienda de servicios personales y La Gasea, presidente de la Audiencia de los Reyes, de la que dependía Chile1, aceptó lo hecho. Y los naturales fueron empleados en el laboreo de los minas. La legislación de encomiendas de Valdivia señala el lapso durante el cual los indios debían trabajar en lavaderos de oro, lapso que se extendía a ocho meses por año; el resto sería empleado en el trabajo agrícola, que interesaba poco a los conquistadores. Ni se hablaba de la encomienda de tributo; sí de someter a los indios a trabajos personales obligatorios y sin goce de salario alguno. El sistema significaba, en resumen, la legalización de la esclavitud de los aborígenes, esclavitud que se procuraba ocultar pudorosamente bajo el nombre de éneo- miendas. De modo que cuando llegó a don García Hurtado de Mendoza las cosas cambiaron radicalmente. Don García, profundamente religioso, no se conformó con lo hecho y procuró enfrenar con mano dura a los recios castellanos. Si estaba dispuesto a conquistar el sur del país y someter a los bravos araucanos, también tenía resuelto establecer un orden jurídico una vez que apaciguase a los españoles y naturales, porque uno de sus asesores, el licenciado Hernando de Santillano, había recibido encargo del virrey del Perú, el marqués de Cañete, padre de don García, de suprimir los servicios personales y reemplazarlos por el pago de un tributo. De modo que hizo una visita a la tierra y observó que todos los indios eran llevados al trabajo en las minas. El gobernador ordenó que sólo pudiesen emplear la sexta parte de los aborígenes; pero a cambio de una porción del oro extraído, vestido y alimento. Mas de pronto cambió de parecer y ordenó que el tributo fuese satisfecho en servicios personales. LOS españoles tomarían únicamente la sexta parte de los indios de su repartimiento, cuya edad estuviese comprendida entre dieciocho y cincuenta años. Fuera de esto, el encomendero debía darles instrucción religiosa y auxilio en caso de enfermedad. Por supuesto que los españoles resistieron enérgicamente las ordenanzas; pero el nuevo gobernador, Pedro de Villagra, elaboró otras, que puso en vigencia en 1561, mediante las cuales procuró vigilar estrechamente el trabajo minero. El trabajo minero —demora—se prolongaría durante ocho meses, que en 1563 redujo a seis; señaló estrictamente los meses de trabajo, la jornada legal, el salario —la sexta parte del oro recogido—. Eximió a los caciques y resolvió castigar con pena de muerte a los españoles que forzasen indias. El encomendero quedaba obligado a satisfacer la congrua del sacerdote encargado de la doctrina. Así —señala Feliú Cru?—, el indio disponía de tiempo para hacer sus sementeras. El salario del indio —la sexta parte del oro encontrado, sexmo—, sería empleado en la adquisición de ganado que quedaría bajo la custodia del encomendero, sometido a vigilancia de un protector de los intereses indígenas. Las ordenanzas atacaban fuertemente el interés del vecino en beneficio del aborigen. De modo que su cumplimiento estricto fue resistido enérgicamente y burlado a pesar de las multas impuestas: los americanos eran compelidos a efectuar servicio personal, puestos de acuerdo encomenderos y caciques, y los rebaños del indio eran considerados res nullius porque estaba al alcance de quienes lo quisiesen tomar. Los repartimientos no vacaron con la muerte del titular. Un nuevo intento de tasar hizo en 1580 el gobernador Martín Ruiz de Gamboa; pero ahora en el sentido de suprimir los servicios personales y de que el encomendero percibiese un tributo —parte en oro y parte en especie_, de los varones comprendidos entre diecisiete y cincuenta años. Fracasó como los anteriores, y a poco no fue más que un recuerdo. De modo que el indio continuó siendo empleado durante ocho meses y sin retribución alguna. Don Martín Oñez García de Loyola, designado gobernador por Felipe II, llegó a Chile en 1592. El 4 de.febrero de 1593 dictó ordenanzas para los administradores de indios, ordenanzas que constituyeron un verdadero código de trabajo. Prohibió el trabajó durante los domingos y fiestas de guardar y ordenó hacer iglesia y hospital para atender al indio en sus enfermedades. Las mujeres serían empleadas en hilar y tejer lana; la tercera parte de los hombres comprendidos entre dieciocho y cincuenta años enviados a las minas a cambio de jornal; pero otros empleados en la pesca, tambos, etcétera. En cuanto a sus bienes, quedaron sometidos a vigilancia de administradores y protectores, que debían defender al indio de todo exceso y procurar que los administradores no se cebaran en su persona y bienes, como que eran objeto de alquiler, venta privada o remate público. Fue inútil que en 1605 se prohibiese la esclavitud de hecho, porque la mano de obra era casi exclusivamente aborigen y el gobernador necesitaba de los encomenderos para defender la tierra de indios salvajes y de piratas. La realidad se impuso a los sentimientos humanitarios. Los reyes debieron enviar el situado, una suma destinada al resguardo del país, y aceptar que los encomenderos se excusasen del servicio de defensa de la tierra, una de las razones que podían haber justificado el sistema de encomiendas. La Audiencia de Santiago, erigida en 1609, debía suprimir los servicios personales. Chocó con la dura realidad de la colonia. El indio jomas se prestaría a trabajar voluntariamente para el español y huiría lejos de las haciendas. El conquistador necesitaba de la mano de obra indígena. El Tribunal resolvió mantener el servicio personal para los hombres de edad comprendida entre dieciocho y cincuenta años. Los demás podían servir voluntariamente y por medio de contrato. No se modificó la situación del aborigen ni aún con la presencia de jesuítas, que insistieron repetidamente en la necesidad de que no se les hiciese guerra a muerte y de que se les permitiese llegar a ellos —a los regulares— a Araucania, con el fin de reducirles por medios incruentos. El príncipe de Esquiladle, virrey del Perú, prescribió, nuevas ordenanzas para los indios chilenos, con fecha de 28 da marzo de 1620. Suprimió el pago de tributos en servicios personales, como disposición general y lo reemplazó por dinero, parte del cual debía destinarse al encomendero y parte al doctrinero, corregidor, etcétera. Sólo la tercera parte de los indios debían ser aplicados a la mita durante nueve meses, a cambio de salario, del cual se sacaría lo necesario para pagar el tributo. Por supuesto, que el resto del salario no sería dado al obrero en dinero, sí en especie: un traje, alimentos, etcétera. Los que tuviesen oficio, fuesen propietarios de tierra, etc., quedaron exentos de mita. Fuera de esto, estableció un sistema tomado evidentemente de formas jurídicas medievales y que subsisten en algunas regiones con el nombre de inquilinaje. Los aborígenes que residiesen en alguna hacienda, tenían obligación de trabajar durante ciento sesenta días anuales a título de servicios personales; pero el amo debía proporcionarles una cantidad de tierra y los implementos necesarios para cultivarla con el fin de concurrir a su sustento. El dinero necesario para tributar se tomaría del salario que percibiese. Vése cómo se relacionan encomienda y mita, y se satisfacía al encomendero, que lograba el ansiado trabajo personal, y a la Real Hacienda, que podía lograr el pago del tributo, uno de sus principales ingresos. Y como el encomendero estaba obligado a percibir del indio el tributo, pena de pagarlo él, debióse concederle que obligase al aborigen a efectuar trabajos personales en caso de que no pudiese pagar. Fuera de esto, en 1622, el rey admitió que se condenase a esclavitud a los indios rebeldes mayores catorce años, y que todos los indios fuesen compelíaos a trabajar en la mita. El pago de la tasa, que podía salvar al indio de trabajar ilimitadamente y sin salario, no se aplicó. Nueva prohibición de servicios personales en 1635; en 1676 se agregó la de hacer esclavos a los indios tomados en guerra, lo que constituía un brillante negocio porque los prisioneros eran vendidos en el Perú. De todos modos se advierte una lenta transformación del régimen. El indio y el mestizo de blanco e india, quedaron incor- porados a la . vida de la hacienda como trabajadores que debían laborar durante un tiempo determinado, reservándosele una porción de ella para su sustento y el de su familia. Desapareció después de 1676 el sistema de hacer entradas a Araucania con el objeto de apoderarse de indios, que eran convertidos en esclavos; pero el sistema de encomiendas se transformó en un régimen que dio término a los corregimientos, porque los aborígenes fueron trasladados a las haciendas donde, sujetos al amo, que no tenía interés en que fuesen destruidos, sí en acrecentar su número, recibieron un mejor trato que en sus corregimientos —pueblos de indios—, donde estaban sujetos a cuanto español quisiese servirse de ellos, y nadie, salvo el cura rural, tenía interés en protegerlos. El servicio personal obligatorio se convirtió en inquilinaje, con todo el aspecto y forma de la organización medieval. El indio quedó adherido a la tierra, incrementó su valor y se vendió con ella. Y así ha continuado hasta nuestros días. El capitán general Ambrosio O'Higgins ordenó, en 1789, la supresión de los trabajos personales de los pocos indios encomendados. Los inquilinos, adheridos a la tierra corno los siervos de la gleba medieval, reconocieron en el amo a su juez y a su jefe militar, a quien encontrando en el camino soludaban descubriéndose y que, cuando requerían su presencia, respondían respetuosamente: "¡Mande, señor!", que de vez en vez ejercía derecho de pernada a modo de los payeses. X. LA ENCOMIENDA EN EL RÍO DE LA PLATA La conquista se afirmó sobre la encomienda de servicios personales. Fue lo que hizo Irala en el Paraguay, repartiendo de veinte a treinta indios en encomienda por dos vidas al término de • las cuales sólo pagarían tributo. Con tal fruto fueron fundados ocho pueblos y cuarenta reducciones. Así fue cómo no siendo más de trescientos españoles, pudieron contar con la ayuda de varios miles de indígenas, aún en contra de los demás naturales. Pero Alvar Núñez Cabeza de Vaca prohibió, el 5 de abril Üe 1542, que los españoles vendiesen indios, por que eran subditos libres de la corona; que los comprasen o vendiesen ropas y armas, tener indias en sus casas por el peligro de conciencia. Los castellanos no podían ir a casa del indio, rescatar con ellos, etc. Puede determinarse mediante estas disposiciones que procuraba de que no fuesen objeto de abuso en su persona y familia por parte de los conquistadores, inclusive prohibió comprar esclavos resultan- tes de la guerra, cuando es bien sabido que, en los demás lugares de Hispanomérica, los indios esclavos eran empleados sin inconveniente alguno por los españoles en las labores mineras. Con respecto a los demás aborígenes, las protestas de los eclesiásticos íueron enérgicas, porque señalaron que los servicios personales estaban prohibidos. Irala se hizo cargo, en 1544, del empleo que había ejercido Alvar Núñez. El 22 de septiembre de 1545 ordenó que los españoles cuyos medios defensivos eran muy precarios, saliesen bien armados de Asunción con el íin de defenderse de los indios. La obra de Irala consistió en afirmar la conquista y usar de la abundante mano de obra indígena. Irala tiene gran parte en lo hecho, bueno o malo. El gobernador de Tucumán, Gonzalo Abreu de Figueroa, promulgó, el 23 de mayo de 1579, en Córdoba, nuevas ordenanzas referentes a los indios Ordenó que las encomiendas fuesen entregadas a su primer titular, aunque estuviesen en poder de otra persona, y dio precisas reglas para determinarlo. Dispuso mantener la unidad del matrimonio, así los indios perteneciesen a distintas encomiendas, porque, en tal caso, la mujer y los hijos debían vivir en el pueblo del marido. El domicilio del padre se conocía por el lugar donde tenía casa y chacra. Así finalizarían pleitos interminables en lo que se refiere a la posesión de los indios y a su matrimonnio, que sólo podía ser legitimado en presencia de sacerdote. Los excesos continuaron, según lo prueban las disposiciones del gobernador Hernando de Zarate, de 28 de mayo de 1593, que prohibió que los jueces y oficiales reales diesen cédulas en blanco a sus allegados para que adquiriesen indios de los conquistadores muertos, despojando de su mejor derecho a las viudas de los conquistadores. Luego se prohibió sacar a los indios de la jurisdicción de Córdoba sin permiso de su gobernador y que fuesen castigados. Los problemas se complicaban debido a que los indios forasteros contraían matrimonio con las indias de un lugar y luego se las llevaban al propio, con lo que ocasionaban un grave quebranto al primitivo -encomendero. Había una notable pugna entre encomenderos y jesuítas. Estos sacerdotes conseguían que los indios que ingresaban en sus misiones quedasen exentos de servicios personales; que pagasen tributo sólo después de diez años de convertidos, y lo propio ocurría con la alcabala, sisa, etc. De manera que los indios abandonaban las encomiendas e ingresaban en las misiones, donde eran objeto de un trato muy distinto. Los encomenderos se quejaban a los gobernadores de los perjuicios que sufrían y los regulares destacaban y aumentaban el mal trato que daban los primeros a los naturales, con lo que no hacían más que decir la verdad. De todos modos, es bueno señalar que los memoriales de los eclesiásticos eran contundentes y que el rey los escuchaba con preferencia, no sin advertir que en caso contrario le iba en ello el alma. Felipe II ordenó a la Audiencia de Charcas que impidiese tantos excesos y exigió que los encomenderos cumpliesen las obligaciones del oficio: residencia y conservación de la vecindad, defensa de la tierra, enseñanza religiosa, etc., Por eso se promulgaron las citadas ordenanzas de Hernando de Zarate y las del gobernador de Buenos Aires Juan Ramírez de Velasco, de 1597. El segundo dispuso que los indios fuesen llevados a vivir a zonas altas y sanas donde pudiesen sembrar y construir casas; los encomenderos debían erigir iglesia en cada pueblo de indios y comprar objetos de culto. Los pueblos pobres debían tener iglesia en común y un cercado con la cruz donde los aborígenes debían reunirse para orar. Mas la tierra del Río de la Plata y zonas inmediatas era muy pobre y los encomenderos necesitaban unir sus esfuerzos para poder cumplir las ordenanzas del gobernador, que agregó que los indios no debían ser extraídos de su pueblo ni de la gobernación por motivo alguno y sin licencia. Fuera de las obligaciones referentes a la enseñanza y prácticas religiosas, prohibió castigar a los indios, lo que quedaba reservado a la justicia común; cargarlos, salvo donde no pudiesen pasar bestias ni carretas; sí acudirles en sus enfermedades. Un poblero, designado por el castellano, estaba a cargo del pueblo de indios; prohibió expresamente los amancebamientos con indias. En lo que se refiere al servicio personal, dispuso que los naturales fuesen competidos al trabajo de lunes a jueves inclusive, dejándoles viernes.y sábados libres para hacer sus chacras en tierra que debía dárseles por tres años. Los indios trabajaban entre quince y cincuenta años y por cuartas partes, de modo que siempre trabajase un turno. El hombre no pagaba tributo —servicio— después de los cincuenta años. Las mujeres debían tejer cuatro onzas de algodón por semana. Todo este trabajo debía hacerse a cambio de salario y pago de cinco pesos a la corona en carácter de tributo. Es evidente que este régimen de encomienda entraña el de mita, porque obliga al indígena a trabajar por turno y a cambio del jornal, quedando el pago del tributo al rey a cargo del encomendero. Fuera de esto, es más que dudoso su exacto cumplimiento por la reiteración de estas ordenanzas y porque los mismos encargados de hacerlas cumplir —jueces, regidores, corregidores, etcétera—, eran a la vez encomenderos. a) Ordenanzas de Hernandarias de 1603. Este gobernador promulgó las ordenanzas de 12 de diciembre de 1598, en las que disponía la enseñanza religiosa, construcción de iglesias en los pueblos de indios por cuenta de los encomenderos, pago del estipendio al cura doctrinero; prohibición de trasladar a los naturales de un lugar a otro sin un permiso por escrito del gobernador, alquilarlos o sacarlos de la encomienda. La mita con que debían contribuir los naturales a título de trabajo personal, era de la cuarta parte de ellos, salvo para la cosecha y vendimias, que podía ascender a la mitad. Por supuesto, que los indios tenían derecho a salario, aunque las ordenanzas no establecen su monto. LOS españoles no podían contratar con los indios ni llevarlos a trabajar en la yerba mate, que era objeto de una intensa explotación y comercio. Las ordenanzas mantenían la unidad de la familia indígena; mas no descuidaban la organización y defensa de las ciudades, porque obligaba a los vecinos —encomenderos—, a tener las armas necesarias para sostener militarmente al núcleo conquistador, debiendo concurrir con ellas a los alardes que se hiciesen ante el gobernador, o su teniente, y el escribano. Las ordenanzas son de buen tratamiento de los naturales y defensa de la organización. Otras ordenanzas fueron pregonadas en Asunción el 29 de noviembre de 1603; en Buenos Aires, el 25 de enero de 1604. Ascienden a treinta y una. Hernandarias señalaba que había descuido de los encomenderos en lo que se refiere a doctrina, buena enseñanza y conservación de los indios encomendados, y que muchos de ellos habían muerto sin confesión y sin ser catequizados, no obstante que el principal Intento del rey con respecto a los aborígenes, había consistido en su adoctrinamiento. Señaló que las leyes habían servido más para provecho de los conquistadores que para conservación de los naturales. Y ordenó que los indios viviesen en reducciones, que tuviesen tierras, aguas, montes y las demás «osas necesarias para su conservación. También iglesia, que debía ser construida por cuenta de los encomenderos, a prorrata, según el número de indios que cada uno tuviese, como también sus ornamentos, imágenes, manteles, etcétera. Debían pagar el sínodo correspondiente al cura doctrinero. Un fiscal aborigen en cada pueblo de indios vigilaría la asistencia de los naturales a la doctrina y ayudaría al cura en su tarea, a la que debían concurrir los domingos y fiestas de guardar, quedando sin trabajar el día sábado, para el mejor éxito de su educación. Los varones menores de quince años, las mujeres de trece, quedaban exentos de servicio personal, así como toda persona mayor de sesenta años. Nadie podía sacar indios de la provincia. El encomendero sólo usaría los servicios de un tercio de su repartimiento "y pueblos de su encomienda, salvo para las cosechas de pan y vino, para las cuales podían tomar la mitad. Los naturales residentes a doce leguas de las ciudades harían mita de un mes; de doce a treinta leguas, dos meses; tres meses, los que viviesen a mayor distancia, no volviendo -a servir sino pasados dos turnos —uno cuando se tratase de cosechas de pan y vino—. Los caciques y sus familiares quedarían exentos de mita. Los encomenderos debían dar alimento y un vestido por año a cada indio, debiendo evitar las borracheras y el juego de la chueca, aún mediante castigo. Se les prohibía forzar o impedir matrimonios y separar a los padres de los hijos, bien entendido que los hijos ilegítimos debían seguir la condición de la madre. Remandarías aceptó que la encomienda vacante por haber transcurrido la segunda vida, pasase en tercera vida al hijo, hijos, hijas o esposa del encomendero en este orden y por entender que muchos indios se habían aquerenciado en las estancias de los españoles. No habiendo sucesor, los indios podían quedarse en esa chacra o irse con otro amo. Esto vendría al pelo con una noticia que da José María Ots Capdequí en el artículo que publicó en la revista Humanidades, tomo IV, La Plata, 1922, titulado "¿Una encomienda constituida mediante contrato?". Se refiere a un manuscrito número 27, cuyo rótulo es "Contrato de encomienda firmado ante las autoridades de México por lo.s indígenas en favor del señor Bernardino Vázquez de Tapia, que ellos aceptan como encomendero y tributos que ellos se comprometen a pagarle anualmente. 17 de octubre de 1554". Ots CapdequT señala que la encomienda se concedía siempre por un acto de gracia de la corona, nunca en virtud de un compromiso contractual y por voluntaria sumisión de los indios sometidos; no se trataba de que encomenderos y encomendados fijasen el tri- buto a pagar, porque tal cosa era hecha por tasadores reales con independencia de las partes. Posiblemente haya habido alguna concordia entre ambos términos, porque la acción de las autoridades protectoras podía hacer poco para detener a los castellanos, poderosos, a quienes difícilmente podían impedir la comisión de actos reñidos con los edictos reales, según lo demuestran las reiteradas disposiciones metropolitanas. b) Ordenanzas de Alfaro. Las ordenanzas del oidor de la Audiencia de Charcas, don Francisco de Alfaro, son las más conocidas. Era Alfaro, explica Enrique de Gandía, un distinguido jurista a quien el Consejo de Indias había propuesto, en 1597, para ocupar el cargo de fiscal de la Audiencia de Charcas, vacante por entonces, habiendo desempeñado tal empleo en la de Panamá. Alfaro cumplió una interesante labor en la ciudad del altiplano, y se preocupó de la suerte de los indios, entendiendo que era necesario modificar la ley de Malinas, que concedía las encomiendas por dos vidas; acerca de la ciudad de Buenos Aires, señaló su profunda preocupación por el problema planteado por este puerto, puerta de acceso de los portugueses, muchos de ellos cristianos nuevos, y de un rico comercio de contrabando tolerado generalmente por los gobernadores, a excepción de Hernandarías; aunque el cumplimiento de las disposiciones reales en materia de comercio significaba el fin de la ciudad y puerto platense. Alfaro fue designado en 1597 oidor de ese tribunal por Felipe II, que dos años antes había resuelto que un ministro de la Audiencia hiciese una visita a las cajas, almacenes reales, jueces, oficiales reales, cabildos, encomenderos, etc., de las gobernaciones sometidas a esa cancillería. Alfaro, nombrado para cumplir esa misión salió de Charcas el 19 de diciembre de 1610 y comenzó a efectuar una labor prolija. En junio de 1611 estaba en Buenos Aires, donde promulgó unas ordenanzas en virtud de las cuales dispuso que únicamente los vecinos realizasen el comercio con Brasil y España, a que tenían derecho mediante el navio de permiso, fuera de que sólo podían traficar con productos de su propiedad. Había una escapatoria: no pocos extranjeros habían logrado que el Cabildo les concediese jerarquía de vecino, porque tal cosa les libraba de toda amenaza de expulsión y les otorgaba derecho para tomar parte en las vaquerías, lo que les permitía exportar cueros al pelo, única riqueza de esta tierra e importar negros por distintos procedimien- tos, generalmente dolosos. Dictó posteriormente otras ordenanzas sobre manejo de la Real Hacienda y luego se dirigió a Asunción, donde se encontró con que los españoles pagaban en especie -a los indios por sus trabajos personales, no en dinero, que nadie lo tenía; que algunas veces usaban de violencia con ellos y no les daban bastante doctrina, de la que no estaban instruidos. Fuera de esto, el encomendero pagaba en dinero el tributo del indio a la Real Hacienda y en especie el trabajo del aborigen, lo que éstos preferían a tributar a ía Real Hacienda. ^ El oidor se marchó para Santiago del Estero y el 7 de enero de 1612 publicó las famosas ordenanzas para su aplicación en las gobernaciones del Río de la Plata y Paraguay. Constan de ciento veinte artículos. Declaró que quedaban suprimidas las encomiendas de servicios personales, esto es, prohibió que los indios tributasen en servicios personales a sus encomenderos; que hubiesen indios esclavos y su venta. Los indios vivirían en reducciones —pueblos de indios—, debiendo haber una inmediata a cada ciudad de españoles, para que fuesen a trabajar en sus casas, haciendas y chacras. Los residentes en las estancias y chacras de los castellanos —yanaconas — podían volver a sus pueblos en el término de dos años; pasado ese lapso formarían reducción en una parte de la chacra. Las reducciones serían gobernadas por un alcalde indígena; en caso de tener más de ochenta casas, el cabildo tendría dos regidores y dos alcaldes. La jurisdicción penal de estos alcaldes quedó reducida a aplicar azotes. Las sanciones relacionadas con pena de muerte, mutilación de miembros .sólo podían ser aplicadas por el próximo alcalde de pueblo de españoles. Por supuesto, que el ptíblero debía desaparecer. Los españoles no debían tener casa ni residir en las reducciones, como tampoco sus mujeres, deudos, esclavos; ni ninguno dormir más de una noche en ellas, pagando el encomendero los daños que ellos causasen. No debían tener chacra, ni estancia en las inmediaciones. Las ordenanzas legislan acerca de filiación. En lo que se refiere a los trabajos personales obligatorios, fueron suprimidos, según se ha dicho; pero Alfaro admitió que hiciesen voluntariamente mita por una cantidad no inferior a veinte pesos. Mas no podían subir más allá del doceavo del total, ni residir a más de treinta leguas de la estancia del español y a cambio de salario de un real y medio por día, o cuatro pesos por mes, por el término de un año, fuera de la comida y los remedios en caso de enfermedad; no se les pagaría en vino, chicha, miel o yerba. El reparto de la mita quedó a cargo de los caciques; la parte religiosa, de un sacerdote a quien se pagaría un peso por cada indio de tasa, aunque debía adoctrinar a hombres y mujeres, grandes y chicos, y organizar coro. El trabajo consistía en la agricultura, traer agua o leña. La tasa que pagaría el indio varón de edad comprendida entre dieciocho y cincuenta años, quedando exentos los demás, sería de cinco pesos anuales en moneda de la tierra, pesos de seis reales de plata. Pero por ahora, admitió treinta días de trabajos personales, que después se elevó a sesenta días anuales, de modo que los indios podían servir por sextas partes. No obstante, abrió la puerta de entrada a los servicios personales, porque dispuso que los' indios residentes en chacra de español trabajasen en eíla, con lo que aceptaba una situación semejante a la de inquilino chileno. Prohibió enviar gente armada a tierra de infieles, aunque podían castigarlos en caso de hacer daño, determinándolo así el gobernador. Reducidos, no pagarían tasa durante diez años. Las ordenanzas de Alfaro aceptaban la posibilidad de servicio personal para los indios que habitasen en las reducciones; acerca de los que residían en chacras y estancias de españoles, es incuestionable que se efectuaría a título de pago del alquiler de la tierra, de cuyos frutos subsistían. Mas de todos modos modificaban de modo fundamental el orden establecido porque limitaban considerablemente los servicios personales y disponían el pago en dinero o especie de labores que, por lo general, no habían sido retribuidas hasta entonces. Esta interferencia de la autoridad real entre encomendero e indio, que afectó profundamente esta organización económica y disminuyó la mano de obra, tuvo serias consecuencias. Con excepción de los aborígenes de Cuyo y del noroeste, los demás eran solamente agricultores temporarios. Y era inútil fijarles sueldo y descontar de él el tributo para gratificar al encomendero, previa merma del estipendio para el cura porque ellos rio entendían el significado de sueldo y la razón de ser del tributo. Habían sido simples recolectores y estaban a una distancia sideral de las admirables comunidades agrícolas del Perú, que además tenían una industria que en su momento era excelente porque satisfacía sus necesidades. Eran libres como el aire y el hecho de obligarles a residir en reducciones constituía un acto que les ponía en condición de esclavos. Sólo aceptaban vivir en núcleo comunal debido a la fuerza. No tenían interés en cobrar salario del que se descontaría el tributo correspondiente porque tal cosa importaba la labor continua y les resultaba más conveniente .trabajar dentro del núcleo agrícola del español y percibir parte del fruto logrado, como en Chile; o que el conquistador le socorriese aunque más no fuera que con el alimento y la ropilla. Había vivido en un régimen de economía natural y no podía pasar bruscamente al de economía monetaria, de propiedad individual. Ei español debía resistir tal sistema de vinculación con los aborígenes porque cualquiera fuese su labor debía pagarle salario; de él, descontar el tributo, asistirle en sus enfermedades, construir la iglesia de la reducción y dotarla de los implementos necesarios para el trabajo de la tierra y el tejido de los géneros necesarios para vestir su cuerpo y el de sus indios. No dejaban de perjudicarse las provincias porque desaparecería la base económica de su organización debido a que el español no reemplazaría la mano de obra aborigen en la agricultura, la ganadería y la industria. Los reyes, que pensaban evidentemente en convertir a sus subditos indígenas en trabajadores libres, provocarían una tremenda crisis y una ruina general en caso de insistir en sus propósitos humanitarios: la vida económica reposaba en la mano de obra de los naturales. La reacción en contra de las ordenanzas de Alfaro se produjo de inmediato. Conforme fueron promulgadas en Santiago del Estero —explica Gandía— el Cabildo de la ciudad reclamó y manifestó que iniciaría litigio ante la Audiencia de Charcas y el Consejo de Indias. De todos modos Alfaro modificó casi de inmediato algunas ordenanzas que favorecían notoriamente a los indígenas; les disminuyó el salario, les obligó a tejer más algodón en los lugares que hacían su mita de tal modo e incrementó la tasa, que fue llevada de cinco a ocho pesos durante dos años y a la espera de que las autoridades superiores determinasen. Los encomenderos reclamaron y algunas comunidades religiosas le acompañaron en sus protestas porque el trato que se daba a los indios no era malo y muchos indios habían nacido en la chacra de los españoles. En verdad que españoles e indios de una misma chacra constituían una sola familia, fuera de que la cantidad de mestizos de blanco e india hablaba de una íntima relación entre las dos razas, tratándose los hombres habitualmente de cuñado. Alfaro defendió su obra, aunque el propio Hernandarias de Saavedra, que tanto había luchado en favor de los indios y obra de los jesuítas, no dejó de llamarle la aten,ción acerca de las consecuencias de una aplicación estricta de sus ordenanzas. Pero el hecho es que fueron obedecidas a pesar de las protestas de los españoles; inclusive de les gobernadores, que señalaron que los trabajos personales no podían ser suprimidos; que las tasas que pagaban los indios eran muy reducidas y excesivamente altos sus salarios, fuera de que los naturales, en lugar de residir en sus reducciones, vivían a monte en pleno salvajismo e idolatría. La cuestión suscitada llegó a la Corte y el procurador del Río de la Plata y Paraguay solicitó en 1618 que estas ordenanzas fueran abrogadas y en su lugar se aplicasen las últimas de Hernandarias, sobre todo en provincias donde no se había producido cuestión alguna, salvo las protestas de los jesuítas, enemigos del servicio personal, aunque lo empleaban moderadamente en su gran obra misionera. El Consejo de Indias se pronunció en 1618 en favor de Alfaro; mas también de modificar algunas ordenanzas. Aumentó a seis pesos el tributo en especie, tributo que podía ser permutado por sesenta días de servicios personales. El resto del año debían quedar libres de mita. Las ordenanzas de Alfaro no fueron cumplidas en la parte relativa a servicios personales. Fuera de esto, la cantidad de indios amenguó sensiblemente debido a muchas causas: viruela, escarlatina, alcoholismo y, sobre todo, una notable disminución de la natalidad. Era una raza de gente libre a la que la residencia en poblado resultaba fatal. c) El número de indios encomendados. La cantidad de indios que fueron encomendados en el Río de la Plata fue ínfima y no guarda relación alguna con el elevado número de naturales existentes en el Perú. El 28 de marzo de 1582, Garay, estando en Santa Fe, repartió indios entre sesenta y una personas. Correspondieron indios, inclusive, a personas ausentes y que, por tanto no podían sustentar su vecindad. Tal el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, entonces residente forzoso en Charcas. El número de indios repartidos debió ascender a algunos centenares, con lo que el promedio de indios que había correspondido a cada conquistador, fue de unos pocos. No puede decirse con precisión cuántos correspondieron a cada uno porque en el reparto que publica Ruiz Guiñazú, se lee, por ejemplo, que se da en cabeza de fulano de tal OMEBA x - 15 —aquí el nombre del agraciado— al cacique Bagual que por otro nombre se llama Miniti con todos los indios sujetos al dicho cacique. Eran sesenta y dos caciques, vale decir que la cantidad fue reducida. Fuera de esto, había otra cosa importante. Cuando Garay procedió a efectuar el reparto de tierras, 24 de octubre de 1580, manifestó que los naturales estaban alterados y dos años después recordaba que venían de noche a darnos algún asalto en el pueblo. Luego hubo una larga paz de casi un siglo de duración. Los indios aparentaban aceptar el reparto de 1582, pero el hecho no tuvo ninguna importancia porque los repartidos prestaron escaso o ningún servicio. No eran araucanos. Pertenecían a la familia guaraní, muchos de ellos canoeros del delta del Paraná; vagabundos, que sólo ocasionalmente sembraban maíz; abandonaban después la región y regresaban en la época de la cosecha. No iban a hacerse sedentarios para prestar servicios personales a los conquistadores. Gente desnuda, belicosa. Los españoles dijeron en la información levantada en 1590, que hasta ese momento no los habían podido conquistar. Y tanto que cuando en 1595 se comenzó a levantar el fuerte de Buenos Aires, se debió acudir a la mano de obra de indígenas del Tucumán, proporcionados por sus vecinos. No obstante eso, el gobernador don Diego Marín y Negrón decía en 1611 que los indios que servían en la ciudad no alcanzaban a quinientos. Coni cree que posiblemente fuesen paraguayos. En 1620 el gobernador Góngora efectuó su visita y anotó que las tres reducciones que existían en su jurisdicción eran las siguientes: 1') la del río Aréco, a dieciocho leguas de Buenos Aires y que constaba de doscientos veintitrés indios; 2 9 ) la del cacique Tubichamini, dieciséis leguas tierra adentro, en el pago de Magdalena, con 242 indios; la tercera, sita en Santiago del Baradero, dirigida por el cacique don Bartolomé, contaba con ciento noventa y siete personas. Antonio de León Pinelo calculaba en 1631 que las encomiendas de Tucumán rentaban veinte mil ducados; seis mil las del Paraguay; dos mil las del Río de la Plata. El gobernador Jacinto de Láriz decía en 1642 que había muerto toda la gente de servicio y que los únicos indios que servían eran pampas que se acercaban en demanda de ganado cimarrón. El estudio publicado por Emilio Ravignani en el tomo II del XXV Congreso Internacional de Americanistas, 1932, da un total de doscientos cincuenta y un encomenderos y la siguiente cantidad de indios tributarios: 354 Buenos Aires . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 438 Corrientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 430 Córdoba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10 Talavera de Madrid de Estero Salta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.984 2.303 San Miguel de Tucumán . . . . . . . . . . 95 Santa Fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.390 La Rioja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.117 San Juan de la Rivera de Londres Santiago del Estero ............... 3.358 El total ascendía a 12.994 indios encomendados. Cuatro años después los encomenderos de Buenos Aires eran veintisiete y tenían 348 indios; pero es bueno advertir que algunos eran serranos, otros laguneros. Acaso los principales de ellos debieron ser los de la reducción de Santa Cruz de los Quilmes, desnaturalizados del valle de Catamarca, que ascendían a 111 indios de tasa. Corrientes tenia 44 encomenderos y cuatrocientos cuarenta indios; pero había un conquistador que disponía de 56. En Santa Fe había 13 encomenderos y 118 indios. El principal encomendero era el maestre de campo Antonio de Vera Mugica, que disponía de 42. En Buenos Aires los indios acostumbraban a radicarse en las quintas y chacras de los españoles y al cabo de diez años eran considerados yanaconas. Hacia 1598 recibían algunos agujas, cuchillos, cuñas, etcétera, a título de retribución. y 1922; Don Francisca de Toledo. Supremo organizador del Perú. Sn vida, su obra (1515-1582). Años de andamas y de guerra, Bs. Aires, 193"), y Ordenanzas de don Francisco de Toledo, virrey del Perú, (1509-7581), Madrid, 1929. — Amunátegul Solar, D.. Z.as encomiendas indígenas en Chile, Santiago, 1909. ENCUBRIMIENTO.* El encubrimiento es uno de los delitos que afectan a la administración de justicia. Como a esta última no se la protege con un título por separado en el Código penal argentino vigente, en éste se involucra a dicho delito entre los que lesionan la administración pública, que en general comprende a aquélla, ya que las distintas formas de encubrimiento dificultan la investigación y correspondiente sanción de los hechos previstos y reprimidos por la ley de fondo. De ahí que Manzini sostenga que en este delito el objeto específico de la tutela penal es el interés concerniente al normal funcionamiento de la actividad judicial, en cuanto se considera el fin último de ésta, que es la lucha jurídica contra la delincuencia; fin cuya obtención debe ser asegurada contra aquellos actos de solidaridad hacia los delincuentes, que tienden a frustrarla O ) . El encubrimiento se distingue de la participación criminal en general, en que requiere una ayuda que se presta al autor de un delito, sin que medie promesa o concierto anterior. De mediar cualquiera de BIBLIOGRAFÍA. — Municipalidad de la Capital Feestos últimos, habrá participación en el dederal, administración del señor Intendente doclito que se cometiere, pero no encubrimiento. tor Arturo Gramajo: Caray, fundador de Buenos Aires. Documentos referentes a las fundaciones de Esta es la interpretación moderna, puesto Santa Fe y Buenos Aires, prologados y coordinaque tanto en el antiguo derecho como en dos por el doctor Enrique Ruiz Guiñazú, Bs. Aiel derecho intermedio, los hechos que hoy res, 1915. — Cervera. M. M.. Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe 1573-1853, Santa Pe, 1907. en día constituyen el encubrimiento, esta— Madero, E , Historia del puerto de Buenos Aiban involucrados en la teoría de la partires, 1939. — Ots Capdequí. J. M., Manual de histocipación criminal, hasta que se comprendió ria del Derecho español en las Indias y del Dereque no era eficaz esa solución para el caso cho propiamente indiano. Bs. Aires. 1843. — So1 lórzano y Pereira, J. de. Política indiana, Sevilla, del que intervenía una vez que el delito se 1930 — Zavala. S. A., ¿as instituciones jurídicas había consumado, vale decir, cuando ya se en la conquista de América, Madrid, 1935, y Serhabía producido la lesión al bien jurídico vidumbre natural y libertad cristiana, según ¡os protegido, ya que en tal caso la actividad tratadistas españoles de los siglos XVI y XVII, Bs. Aires, 1944. — Feliú Cruz, G,, Las encomiendas del encubridor nada agrega ni resta a la según las tasas y ordenanzas, Bs. Aires, 1941. — del autor del otro delito. Tan sólo obstacuRecopilación de leyes de los reynos de Indias, Maliza la acción de la justicia. Precisamente drid, 1943. — Zavala, 8. A., La encomienda indiaesta circunstancia es la que hace punible na. Madrid, 1935. — Gandía. E. de, Francisco de Al/aro y la condición social de los indios, Río tle la acción del encubridor, resulte o no sanla Plata, Tucumán, Paraguay y Perú. Siglos XVI cionado el autor del otro delito, pues lo que y XVII. Bs, Aires, 1939. — Zavala, R., y Gandía, se tiene en cuenta es la forma como el enE. de, Historia de la ciudad de Buenos Aires, Bs. Aires. 1937. — Conl, E. A., El gaucho. Argentina, cubridor dificulta a la autoridad jurisdicBrasil. Uruguay. Bs. Aires, 1945. — Ravlgnani, E., cional o policial el esclarecimiento de la La población indígena en las regiones del Rio de verdad. Esa evolución explica por qué los la Plata y Tucumán en la segunda mitad del siglo X V I I , XXV Congreso Internacional de Americanistas. 1932, t. 2. — Levilller, R., La Audiencia de Charcas, Correspondencia del presidente y oídores Documentos del Archivo de Indias, prólogo del docuir Adolfo Bonilla y San Martin. Madrid, 1918 * (1) Por el Dr. RICARDO LEVENE (H.). Manzini, V. Tratatto di Diritto pénale, vol. 5, pAg. 773. distintos casos de encubrimiento eran previstos por Tejedor en la parte general de su proyecto, y así se lo legisló en el primer Código penal de 1887, hasta que el Proyecto de 18S1 creó la figura autónoma de este delito, ubicándolo entre los que afectan a la administración pública, sistema que siguieron los proyectos posteriores y que es el que rige en ia actualidad en el Código vigente. Asi pues, el encubrimiento es un delito autónomo, per se, requiere que exista previamente un delito, sea consumado o tentado, vale decir, que el encubrimiento, como dice Jannitti Piromallo, es un posterius, que presupone un prius (-). Delito consumado o tentado es el que debe preceder al encubrimiento, pero no una falta o contravención, como ocurre con el Código penal italiano (art. 378), que admite ambos supuestos. En las otras legislaciones, la ayuda al autor de una contravención no constituye encubrimiento. El encubridor, como lo sostiene casi toda la doctrina, debe tener conocimiento positivo y real —no figurado— de la existencia del delito anterior. Este es el elemento subjetivo. No hay pues encubrimiento culposo. ' Tanto el sujeto activo como la víctima del delito que se encubre, así como terceros ajenos al mismo, pueden ser sujetos activos en el encubrimiento. El sujeto activo, no por el hecho que cometió, pues no puede haber autoencubrimiento ya que es natural que quien delinquió busque eludir la acción de la justicia, sino porque si para evitar la represión penal, comete nuevos hechos que de por sí son otros delitos, será también responsable por los mismos, y la víctima, por que si bien es facultad de la misma en la mayor parte de los casos formular o no la denuncia del hecho que la ha afectado, en otros, cuando estuviera obligada por su empleo o profesión, esa denuncia es obligatoria y si la omite incurrirá en encubrimiento. Tanto puede encubrirse al autor como al cómplice de otro delito. A su vez, el encubrimiento puede ser también encubierto. En principio la doctrina sostiene que no puede haber encubrimiento de un delito prescripto. Tal es, por ejemplo, la opinión de Carrara, para quien cuando la justicia no tiene derecho a reprimir al autor de un delito, tampoco puede invocar derecho alguno para perseguir a quien ayudó a aquél, que ha merecido el beneficio de la prescripi¡¿i Piromallo. J, "Dclitt! centro l'ammlnistrazn>iie della guistizia", en el Trattato di Diritto peJ.fl.V cíe Eugt'üio Florlan, pág. 258, Milán, 1939 ción, puesto que de lo contrario, habiendo cesado el daño inmediato, la pena sería impolítica y, por consiguiente, injusta, pero para el autor citado queda en pie el daño inmediato, que debe ser reparado; en consecuencia, hay siempre un interés en conocer al autor de un delito, aunque la acción contra el mismo esté prescripta. Naturalmente que éste es un interés más teórico que real o práctico. No puede procesarse por encubrimiento si el hecho encubierto es de acción privada o dependiente de instancia privada, mientras no se instaure la acción correspondiente a este delito. La ley argentina, en alguno de los supuestos que establece para este delito, permitiría una interpretación afirmativa del problema, ya que en el inciso 3<? del artículo 277 del Código, considera encubrimiento el hecho de "guardar, esconder, comprar, vender o recibir en prenda o en cambio los efectos sustraídos". La acción penal contra la persona que los sustrajo puede estar prescripta por el transcurso del tiempo, no así la que debe seguirse contra quien recibió dichos efectos, puesto que además los plazos de prescripción comienzan a correr en momentos distintos: para el autor de la sustracción, desde el día que la cometió, y para el encubridor, desde que dejó de tener a su cargo la guarda de los efectos sustraídos. En este mismo supuesto es requisito indispensable que el sujeto activo tenga conocimiento de que las cosas tienen un origen delictivo, o sea, que han sido sustraídas. Con este término se comprenden las cosas hurladas, robadas, estafadas, etcétera; es decir, todas las cosas muebles obtenidas mediante un apoderamientp ilícito que supere la esfera de custodia dé aquéllos. La enumeración del inciso es taxativa. Sólo son delictivos los actos que el mismo enumera. Así, por ejemplo, no comete encubrimiento quien recibe en donación o en préstamo los efectos sustraídos. En cambio, el Proyecto de 1953 adopta una forma más elástica, pues habla de ocultar, recibir, adquirir, transferir o modificar las tosas provenientes de un delito, sabiendo que lo son (art. 409) Este Proyecto de Código penal trata el encubrimiento en el título de los delitos contra las funciones jurisdiccionales. La guarda, compra, venta, etcétera, c!e objetos sustraídos —receptación— que en algunas legislaciones fue o es delito contra la propiedad pero no encubrimiento, en otras, como la italiana, es contravención en su forma culposa y delito en la dolosa, vale decir, según se haya tenido motivos de sos- pecha o se haya sabido el origen delictivo. La doctrina en general requiere que se tenga un conocimiento cabal del origen delictuoso por lo que no basta la mera sospecha (3). El inciso primero del artículo 277 contempla el hecho de "ocultar al delincuente o facilitar su fuga para sustraerlo a la justicia". La palabra delincuente, según lo ha resuelto la jurisprudencia (*), puede referirse tanto al condenado como al imputado de un delito, esté detenido, en libertad o aunque sea un prófugo desconocido para la justicia. No se precisa que el mismo haya sido declarado tal por la misma y condenado en consecuencia. Como ya hemos dicho, el encubridor debe tener conocimiento de la existencia del delito cometido por la persona a quien oculta o cuya fuga facilita y su propósito debe ser el de sustraer al acusado a la acción de la justicia. De ahí que no constituya delito el solo hecho de tener consigo al delincuente y prestarle cuidados elementales, por ejemplo en el caso de que esté herido. Este caso es el llamado encubrimiento personal. En cambio, el inciso 2' del artículo 277 del Código, se refiere al encubrimiento real, pues habla de "procurar la desaparición de los rastros o pruebas del delito". Basta que ello se procure; es lo único que requiere la ley. No es preciso que esos rastros o pruebas hayan desaparecido. El Proyecto de 1953, a la desaparición agrega la alteración u ocultación de pruebas o rastros (art. 409). El inciso 4' del artículo 277 considera encubrimiento "negar a la autoridad, sin motivo legítimo, el permiso de penetrar en el domicilio para tomar la -persona del delincuente que se encuentre en él". Es el caso típico del que se opone a la orden judicial de allanamiento, pero como es natural, esta disposición no puede considerarse como derogatoria de los principios constitucionales que establecen la inviolabilidad del domicilio. Se ha considerado a la misma como una forma calificada del delito de desobediencia, previsto y reprimido por el artículo 239 del Código penal. Mientras los incisos 1' y 3' del artículo 277 consideran encubrimiento el hecho de (3) Finzl, M., "El dolo del delito de encubrimiento previsto en el artículo 277, Inciso 3 del Código penal", en Jurisprudencia Argentina, de 2 de noviembre de 1945. (4) Cám. Nac. Apel. Pen. Cap., L. L., t. 7, pá- gina 1180. ocultar a quien cometió un delito o el de guardar los efectos provenientes de un delito, con conocimiento de la existencia del mismo, el inciso 5' prevé el hecho de "guardar habitualmente delincuentes u ocultar en la misma forma armas o efectos de los mismos, aunque no tuviere conocimiento determinado de los delitos". Es el caso del encubridor habitual a quien aquí no se le exige que conozca en forma precisa la, procedencia delictiva del efecto que recibe en cada caso. No se requiere entonces en este inciso ese conocimiento, sino que se reprime la habi- tualldad en la ocultación de delincuentes o en la guarda de efectos de origen ilícito. Este caso es considerado circunstancia agravante en el Proyecto de 1953. El último de los incisos del artículo 277 —el 6'—, considera que es encubrimiento "dejar de comunicar a la autoridad las noticias que tuviere acerca de la comisión de algún delito, cuando estuviere obligado a hacerlo por su profesión o empleo". Esta circunstancia ha sido separada de los demás casos de encubrimiento en el Proyecto de 1953, agregándose como exigencia que el funcionario tenga conocimiento del hecho o causa y en el ejercicio de sus funciones y limitando los delitos a los de acción pública (art. 403). Casi nunca es aquí sujeto activo el sim- ple particular. El inciso se refiere a los funcionarios públicos que tuvieren conocimiento de un delito en ejercicio de sus funciones y no particularmente; y a los médicos, farmacéuticos, parteras y demás personas que ejercen el arte de curar y que se hallaren en la misma situación que los funcionarios. En este caso último hay una excepción: la que resulta del secreto profesional, cuya violación en los supuestos que la ley prevé también constituye delito. Gómez critica ($) un fallo de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo penal de la Capital (e), según el cual, el funcionario público que omite denunciar un delito no incurre en encubrimiento, sino que infringe el artículo 248 del Código penal, que reprime al "funcionario público que dictare resoluciones u órdenes contrarias a las constituciones o leyes nacionales o provinciales o ejecutare las órdenes o resoluciones de esta clase existentes o no ejecutare las leyes cuyo cumplimiento le incumbiere", ya que el funcionario público tiene la obligación de hacer la denuncia por razón de su (5) Gómez, E., Tratado de Derecho penal, t. 5. págs. 498. 499 y 606, Bs. Aires, 1941. (6) C. C. C., Fallos, t. 2, pág. 487. empleo, y si no lo hace, no deja por ello de ejecutar una ley cuyo cumplimiento le corresponde, sino que falta a una obligación que la ley le impone y por eso comete encubrimiento. Como puede apreciarse a través de la simple lectura de los distintos incisos del artículo 277, el encubrimiento es a veces delito instantáneo y otras permanente. Esto último en los casos de los incisos 1<? y 3°, 5<? y 6". Es instantáneo en los casos previstos por los incisos 2" y 4" de dicha El término ocultación, empleado por los artículos 278 y 279 debe entenderse en su forma más amplia, o sea, que comprende no sólo la ocultación personal, sino también las otras formas de encubrimiento. En cuanto al juez que debe conocer en este delito, dada la autonomía del mismo, la competencia correspondiente se determina prescindiendo del delito encubierto, de modo que, si por ejemplo, es competente la justicia penal especial para entender en el delito encubierto, sea por razón de la materia o del lugar, el encubrimiento puede no obstante ser investigado por la justicia ordinaria, y viceversa. disposición legal. La ley tiene en cuenta, como lo hace al tratar las excusas absolutorias, los sentimientos familiares y aún los amistosos. Es JURISPRUDENCIA. — 81 bien por razón de lugar asi como el artículo 278 dispone que "es- —hurto cometido en un puerto en perjuicio de tarán exentos de pena por ocultación los un ferrocarril— la justicia federal era competente consaguíneos y afines en línea ascendente para su juzgamiento, el delito de encubrimiento, y descendente, los hermanos, los cónyuges consistente en la venta dolosa de tales efectos, coa la jurisdicción del lugar de esa operay los afines colaterales en segundo grado. rresponde ción (Corte Sup. Nac., L. L., t. 9, pág. 77). El enEn los casos de delitos contra las personas, cubrimiento perpetrado por el comprador de efecquedarán también exentos de pena por ocul- tos Hurtados a un ferrocarril, es de orden común tación, los amigos íntimos y los que hubie- (Cám. Ped. Rosarlo, L. L., t. 14, pág. 929). E! hurde materiales de Obras Sanitarias de la Nación, ren recibido grandes beneficios del res- to consumado en una provincia, debe ser juzgado por ponsable del delito, antes de su ejecución". la justicia federal, no así el encubrimiento imHasta el Proyecto de 1891 se enumeraba putado a un vecino de la provincia (Corte Sup. también a los domésticos. En el caso de los Nac., Repert. L. L., V, v. "competencia", Sum. 319). es competente la justicia federal para entender amigos íntimos, se considera comprendidos No en el delito de encubrimiento de hurto de hierro a los concubinos. sacado de las inmediaciones de un ferrocarril, pues Concordantemente el artículo 279 aclara se trata de un delito autónomo, separado e Independiente del delito principal, con el que no guarque "la exención de pena a que se refiere da relación de tiempo y espacio (Cám. Fed. Menel artículo anterior, se entenderá siempre doza, Repert. L. L., VI, v. "competencia", Sum. que la ocultación no se haya hecho por 297). La jurisdicción federal es de carácter excepprecio o participando de los efectos del de- cional y restrictiva, circunscripta en materia criminal a los casos expresamente determinados por lito". ley: siendo así no alcanza a causas en que se Un autor advierte ( 7 ) que el simple he- la imputa el delito de encubrimiento por compra de cho de participar de los efectos del delito efectos pertenecientes a la armada nacional (Corno implica la comisión del delito de encu- te Sup. Nac., L. L., t. 45, pág. 32). Es competente brimiento, sino que tal participación se tie- la justicia federal en la causa por delito de encusi a consecuencia de éste resultó lesione en cuenta únicamente para impedir la brimiento nado el patrimonio de la Nación (Cám. Fed. Menaplicación de la exención de pena prevista doza, Repert. L. L., VI, v. "competencia". Sum. por el artículo 278. En efecto, la "partici- 296 y Repert. L. L., VII, v. "competencia", Sum. pación de los efectos del delito" debe tener 303). El delito de encubrimiento es un delito inque puede perseguirse ante juez dislugar tan sólo en las formas o supuestos dependiente tinto del que conoce en la causa del delito prinenumerados en los distintos incisos del ar- cipal, debiendo declararse competente a la Justicia ordinaria para conocer de la causa sobre encuticulo 277. Jiménez de Asúa entiende que la excusa brimiento del delito de hurto, cuando no se acreque la actividad del encubridor se hubiera absolutoria prevista por el artículo 278 del ditara cumplido en lugar sometido exclusivamente a la Código, "no es realmente tal, sino una for- Jurisdicción nacional (Corte Sup. Nac., L. L., 22-4ma de la causa genérica de inculpabilidad, 950). La prescripción de la acción penal en el dede encubrimiento comienza a correr desde la que denominamos hoy "no exigibilidad de lito del día en que cesó la guarda de la otra conducta", porque quien no procediere medianoche cosa hurtada, por parte del encubridor (Cám. Crim. como la ley prevé, "sería un malvado o y Corr. Cap., L. L., t. 16, pág. 115). No siendo poun héroe que sobrepondría sus afectos a sible por la prueba de autos determinar la fecha en que el delito de encubrimiento habría su deber de ciudadano" y no le interesa a exactaconsumado, debe aceptarse, por ser la interla ley fomentar aquellas instintos perver-. sido pretación más favorable a los procesados, a los sos ni puede exigir el heroísmo (»). efectos de computar la prescripción, el momento (7) Gómez, ob. clt., t. 5, págs. 607 y 608. (8) Jiménez de Asúa, L., Tratado de Derecho penal, de Eusebio Gómez, t. 5, comentarlo bibliográfico en La Ley, de 14 de noviembre de 1944. consumativo más remoto posible, que sería el inmediato al hurto (Cám. Crlm. y Corr. Cap., Hepert. L. L., III, v. "prescripción". Sum. 681). El término guardar, consignado en el inc. 3? del art. 277 del Código penal, supone, indefectiblemente, una noción de permanencia y continuidad propia y característica de esa modalidad del encubrimiento, distinta de las otras formas de consumación instantánea a que Ee refiere el mismo articulo. Por lo que la prescripción se inicia desde que el delito cesa de cometerse (en el caso, desde el secuestro de las cosas guardadas) (Cám. Crim. y Corr. Cap., L. L., 19-5-950). El delito de encubrimiento no admite la forma culposa; su configuración exige que el agente haya actuado con dolo. Por tanto, no lo comete el médico que no comunicó a la autoridad la asistencia prestada a un lesionado, si verosímilmente pudo creer que se trataba de un accidente de trabajo, exento de carácter delictuoso (Cám. Crim. Corr. Cap.. J. A.. 9-3-942). Para que la compra de efectos subraídos constituya encubrimiento (art. 277, inc. 3" del Cód. pen.) es requisito que al realizarse la compraventa el adquírente sepa que se trata de cosas substraídas (Cám. Cr:m. y Corr. Cap., J. A., 19-1-944). Para que se configure el delito de encxibrimiento (articulo 277, inc. 3-j del Cód. pen ; ), no debe exigirse un conocimiento concreto y total de la procedencia delictuosa de la cosa que se trate, bastando la conciencia de que la cosa ha sido mal hab'da, saberla proveniente, aun por inducción, de un de- mo delito instantáneo, habría siclo ya coiu;'.invti- i > con anterioridad (Supr. Trib. Just. Entre Ríos. J. A., lf-2-955). La venta de cosa ajena como si fuera propia, constituye delito de estelionato i articulo 173, inc. 9' del Cód. pcn.). En cambio, ¡a venta de cosas substraídas por quien no hab:en<; > participado en el hecho, ni teniendo acuerdo privio con el ejecutor del mismo, colabora posteriormente en esca íorma para la desaparición de los objetos, configura un caso especial de encubrimiento (art. 277, inc. 3' del Cód. pen.) (Sup. Corte Bs. Aires. L. L., 19-7-955). No es encubridor quien se limita a. consumir efectos substraídos —carne de la res hurtada—, aunque conozca el origen delictuoso de los mismos (Cám. Crlm. y Corr Concepción del Uruguay, L. L.. 29-4-956). Incurre en los delitos de encubrimiento en concurso real con estafa especial, quien posee un objeto cuyo origen Ilícito le consta y posteriormente lo enajena como si fuese propio (Cám. Nac. Apel. Cap.. J. A., 4-5956). BIBLIOGRAFÍA. — La indicada en las notas. ENCHERIDION. (V. BASÍLICAS.) ENDOCRINOLOGÍA.* SUMARIO: I) Concepto y adecuación como ciencia. II) Simes s biológica. III) E n d o c r i n o l o g í a c r i m ' n a l . IV) La endocrinología criminal y el Dí>re- recho penal. lito (Sup. Corte Tucumán, J. A.. 2-11-945). El encubrimiento, delito autónomo, es punible, aun cuando no lo sea la evasión por no haberse empleado violencia en las personas o cosas (Cám. 1? Corr. Córdoba. L. L., 14-8-947). No comete en- cxibrimiento quien recibe objetos hurtados en carácter de obsequio (Cám. Crim. y Corr. Cap., J. A.. 4-5-948). El delito de encubrimiento, previsto en el art. 277, inc. 3' del Código penal, consistente en guardar efectos substraídos Ignorando su origen ilicito, no requiere que el conocimiento del origen de esas cosas acompañe a la acción desde el momento Inicial, bastando con que ambos sean concomitantes: por ello, comete encubrimiento quien, luego de haber recibido efectos substraídos ignorando su origen ilícito, conoce después que provienen de un hurto y continúa en la guarda, pues con su acción posterior voluntarla y consciente, ha trabado la intervención de la Justicia (Cám. Crim. y Corr. Cap., ,J. A., 22-10-948). Ha cometido un solo delito continuado de encubrimiento y no vsrios delitos Independientes, quien adquirió en tres oportunidades, al mismo sujeto, efectos hurtados, con conocimiento de su ilícita procedencia (Cám. 2« Apel. Corrientes. J. A., 27-11-949). No responde por encubrimiento el marido de la partera que mantiene a la mujer qxie aborta en su casa, por lio estar obligado a denunciar el hecho y porque encontrándose su mujer comprometida en el delito, le alcanza la excusa absolutoria del art. 278 del Código penal (Sup. Corle Tucumán. 11-8-950). El delito anterior es. una condición esencial exigida por la ley penal para que se con- figure el encubrimiento, y no un simple elemento constitutivo del delito, por lo que no es posible', faltando aquel presupuesto hablnr de "delito imposible" (Cám. Apel. Azul. L. L., 15-4-951). Existe encubrimiento en concurrencia formal con estafa especial en quien vende la cosa hurtada conociendo su origen, aunque la enajene como de pertenencia de un tercero (Cám. Nac. Apel. Cap., L. L.. 23-8-953). Comete el cielito de encubrimiento previsto en el art. 277, inc. 3" del Código penal, quien permite que se incorporen a su arreo animales hurtados, sabiendo tal origen; el hecho no importa participación en h\trto. por cuanto éste, co- I). Conforme su nombre lo indica c.s la ciencia que estudia el funcionamiento de las glándulas endocrinas, llamadas asi porque las substancias que segregan se vierten directamente en la sangre (secreción interna) , por oposición a las glándulas exocrinas, cuya secreción es al exterior (veg.: glándulas salivares, sudoríparas, etc.). La función biológica de las glándulas endocrinas consiste en elaborar "mensajeros químicos" que ejercen a través del torrente sanguíneo una acción excitadora (hormonas), una acción inhibidora (caloñas), una acción dirigente (hormozonas), etcétera, determinados todos por el nombre genérico de hormonas, cuyo cometido es el de "reguladoras y adaptadores drl conflicto perpetuo entre el ambiente y la trayectoria individual" (Marañón). Siendo el carácter, como signo de la personalidad, el modo natural de reacción del individuo frente a los fenómenos externos, es preciso establecer que a la formación del carácter concurren la constitución y el temperamento, de base hormonal, y que tanto en el "destino inicial" como en la adaptación —complemento de lo individual con referencia a lo social y por oposición a lo social— intervienen las glándulas de secreción interna. Claro está que no en forma absoluta; ya dijo el mismo Marañón que "la Biología es una ciencia inexacta; y que como todas las verdades a medias, * Por el Dr. RAÚL TOUCEDA. las suyas se completan y rellenan con interpretaciones subjetivas". Algunos autores han considerado a las hormonas como un tipo primitivo de mecanismo integral, que en las formas superiores ha sido reemplazado en parte por el sistema nervioso. Las glándulas endocrinas influyen de modo primordial en la morfología humana; de aquí que la Antropología se encuentre gravitada por la Endocrinología. Casi podemos afirmar que la Endocrinología es una neo-Antropologia, puesto que ha vivificado la ciencia lombrosiana. Edmundo Mezger establece con referencia a la Antropología y a la Endocrinología criminales —lo que puede tomarse sin inconvenientes en términos genéricos— que "frente a Lombroso y su época se produce aquí una esencial modificación, a saber: el cerebro o, respectivamente, la corteza cerebral, han perdido hoy su posición dominante de mo nopolio respecto a la comprensión y conocimiento del suceder bio-psicológico, y a su lado se ven tomar puesto, de manera determinante, al istmo del encéfalo, al sistema nervioso «vegetativo, al vasomotórismo, los procesos de las glándulas de secreción interna, etc.". Puede establecerse, además, una norma general sobre el papel de la Endocrinología en las emociones en cuanto a la determinación de los actos humanos. Es evidente que este presupuesto de Saldaña entraña una Endocrinología en función social, de gran importancia como auxiliar de la medicina social preventiva, en la corrección de las desviaciones del carácter y, por lo tanto, en casos excepcionales, para ser utilizada en una legislación que contemple el "estado peligroso". Por último, ya no es posible dudar de que ciertos casos de patología endocrina crean tipos de reacción en el carácter, expresados en hechos delictivos, que hay que lóbulos del tiroides, de mucha importancia en la formación de imágenes eidéticas o intuitivas, con su acción sobre el metabolismo del calcio y el fósforo; el timo, situado detrás de la horquilla del esternón y dentro del tórax, con aparente gravitación en la infancia, discutiéndose hoy su vinculación con el desarrollo y considerándoselo más bien una estructura linfática; las cápsulas suprarrenales, sobre los riñones, fundamentales para la vida, accionan sobre la psiquis y se les atribuye reacciones eufóricas, insomnio, labilidad emocional, alteraciones de la conducta, confusión, alucinaciones, pérdida de memoria, etc. Además están las glángulas endocrinas mixtas (secreción interna y externa): el páncreas, situado detrás del estómago, que influye en el crecimiento; y las glándulas genitales (testículos en el hombre y ovarios en la mujer), con influencia en la madurez y con función particular con respecto al vigor y los gustos estéticos por su importantísimo papel en la fisiología de la reproducción. Las hormonas que segregan estas glándulas gravitan en determinados aparatos, sistemas y órganos: la tiroxina, hormona de la glándula tiroides, sobre el sistema nervioso; la insulina, hormona pancreática, sobre los hidratos de carbono; la adrenalina, hormona de las cápsulas suprarrenales, sobre el aparato circulatorio, los músculos y los nervios, etc. Cuando hay una aceleración hormonal se dice hiperfunción; cuando hay un retardamiento o disminución, se dice hipofunción. Exceso y defecto determinan en mucho las variaciones del carácter con referencia a un tipo equilibrado funcional (ver Kretschmer, Tipos de reacción, teoría de la estructura corporal-carácter). Existe, asimismo, una correlación interglandular y a su vez una acción reversiva de las glándulas endocrinas con el sistema considerar con atención (Endocrinología nervioso vegetativo o gran simpático (el siscriminal). tema nervioso vegetativo es aquel que preII). Las glándulas endocrinas son: la side todas las funciones vegetativas —nuepífisis o pineal, situada entre los hemis- trición, reproducción, etc.— por oposición ferios cerebrales en la parte superior, cuya al sistema nervioso central que preside la increción inhibe la madurez sexual; la hi- vida de relación —oído, vista, gusto, etc.—). pófisis o cuerpo pituitario, también situada Y el sistema nervioso vegetativo cuenta con entre los hemisferios cerebrales, pero en la dos secciones exactamente opuestas, pero parte inferior, de particular dominio en la que no siempre actúan en forma antagójuventud, reguladora del crecimiento, con nica: la parasimpática de asimilación (que control sobre la impulsividad y el sentido •acumula energías de origen alimenticio, etico; la tiroides, situada en el cuello, de- modera el consumo de materiales de relante de la laringe y de los anillos de la serva en la fibra cardíaca y facilita la intráquea, con dominio durante toda la vida troducción del oxígeno en los pulmones), - del individuo.y función visible sobre el y es anabólica; y la sección simpática (que temperamento; la paratiroides, situada a aumenta y moviliza la glucosa cardiaca y lo largo del borde posterior interno de los hepática, combate la fatiga muscular y for- talece el corazón), y es catabólica. Estas dos secciones representan los instintos de nutrición y reproducción y de deíensa y los designios iniciales se cumplan... El mecanismo, lleno de resortes complicados, además de administrar las energías iniciales. Zas adapta, en cada momento, a las lucha, respectivamente. El simpático es un importante '.'movilizador" en las reacciones nuevas exigencias del ambiente. Hay, pues, un designio inicial para lo somático, lo pside temor, cólera y defensa. La caracterología general en relación con cológico y lo endocrino; pero ya en función, los principios expuestos, y como conse- si respetamos las lógicas relaciones cíe caucuencia de una profunda investigación de sa a efecto, y son las glándulas de selos mismos, ha sido utilizada particular- creción interna las adaptadoras «a las mente en la criminología por Kretschmer, nuevas exigencias del ambiente», el soma y la psique —para formar los términos de Mezger, y Di Tullio, con suerte varia. III). La Endocrinología vinculada a la Jiménez de Asúa— estarían determinados criminalidad, como corroboración de las por el funcionamiento hormonal. Genelli ideas de Lombroso, ha tomado incremento y Zunini consideran «evidente el nexo ínen los últimos treinta años. Las anomalías timo de la actividad fisiológica y de la somáticas —contrariamente a una primera psíquica, pero en la cual no se puede prepostura negativa (Jiménez de Asúa en 1928 cisar la naturaleza de tal relación», y y ahora rectificada)— parecen deberse >a agregan: «que las secreciones internas han desequilibrios funcionales, y no en escasa demostrado que la coordinación neuro humedida. El influjo del soma en la psique de moral y el juego antagonista de hormonas los delincuentes "confirma la concepción y correspondientes procesos nerviosos, dan lombrosiana. Los tipos de Kretschmer y los cuenta del mecanismo a que están condide Landogna Cassone responden tanto á cionadas las emociones»." Desde Salvador Ottolenghi y Landogna lo morfológico como a lo endocrino, y si nos atenemos a los estudios de von. Rodhem, Cassone ha crecido la Endocrinología, a trapara quien el tipo criminal es psicológico vés de José Vidoni, Nicolás Pende, Benigno y no antropológico, también lo psicológico Di Tullio, Mariano Ruiz Funes, Quintiliano tiene lugares comunes con lo endocrino. Saldaña, Luis Jiménez de Asúa, entre otros. Ocurre aquí, evidentemente, un planteo de El procedimiento de investigación en esta concomitancia y subordinación difícil de disciplina es similar al utilizado por Lomsuperar. Para Mariano Ruiz Funes, por broso: experimental, como ciencia causalejemplo, la Antropología o Biología crimi- explicativa; tomando un gran número de nal, la Psicología criminal y la Sociología delincuentes encarcelados (son dignos de criminal integran, así determinadas, la especial mención los estudios realizados por Criminología; para von Liszt, en cambio, Vidoni y Landogna Cassone), se procede a la Criminología (etiología criminal) abar- clasificarlos en diversas categorías. Lanca la Antropología criminal y la Sociología dogna Cassone, que divide a los delincuencriminal, dividiendo la Antropología crimi- tes en: delincuentes contra las personas, nal en Somatología criminal (Anatomía y contra la propiedad y contra la moralidad Fisiología) y Psicología criminal (en este y buenas costumbres, encuentra particular caso la Endocrinología estaría comprendida correlación entre el tipo endocrino y el tipo dentro de la Antropología). Mezger, por otro morfológico. Luis Cattáneo, en Endocrilado, distingue bien: antropología, psicopa- nología y Criminalidad, ofrece esta síntología y biología. tesis: "En los asesinos predomina el tipo Gregorio Marañón ha estimado de la si- brevilíneo de Pende o pícnico de Kretschguiente manera el valor de las glándulas mer, en concordancia con la opinión de endocrinas: "La doctrina de las secreciones Boxich, de la escuela de Ottolenghi, resinternas nos ha revelado un factor de la pecto a los criminales por violencia. En los personalidad humana; pero nada más que delincuentes ocasionales, así como los laun factor. Cierto que su importancia es drones y estafadores, también en conforgrande, pero raras veces decisiva. Las glán- midad con Boxich, se encuentra el tipo dulas endocrinas cumplen, en realidad, un longilíneo de Pende. Las investigaciones de papel de vigilancia, de conservación y de Vidoni dan idénticos resultados, es decir, progreso, en ocasiones de verdadera ge- el 55 por ciento en los delitos con violencia rencia de los elementos básicos de la per- son de brevilíneos, y el 12 por ciento sin sonalidad, que son los elementos heredados, apelar a la violencia. En el tipo longilíneo, los que ex-ovo recibe el organismo al fun- el 18 por ciento de delitos con violencia y dirse los cromosomas de las células gené- el 44 por ciento sin violencia. En los delinticas de sus padres". Más adelante, agrega: cuentes contra la moral del sexo masculino, "Las diversas hormonas cuidarán de 'que y femenino (prostitutas), halló Vidoni de preferencia el tipo brevilíneo y como variedad predominante el tipo hipergenital". Más adelante informa: "Recuérdese que el tipo longilíneo va acompañado de signos de hipertiroidismo que es lo que afirma Pende al describir la constitución tiroidea de cus biotipos. De acuerdo con lo expuesto, el hi- pertiroidismo estaría presente en mayor número en los delincuentes contra la propiedad que contra las personas. Teniendo en cuenta que la glándula tiroides es la de la emotividad, pensaríamos que el hipertiroidismo favorecería más bien los delitos contra las personas, aunque en forma impulsiva u ocasional en sujetos de buenos antecedentes. En el delincuente nato obrarían en forma preponderante los trastornos suprarrenales e hipofisiarios al lado de enero-fe'orero 1938. — Marañón, G., "La endocri- nología y la ciencia penal", en Revista de Psiquiatría y Criminología, mayo-Junlo 1936. — Grinktr. B. E., Neurología, 1942. — Brock, S., Las bases de la clínica neurológica, 1945. — Jiménez de Asúa, L., Tratado de Derecho penal, t. 1, 1950. — Hamblen. E. C., Endocrinología de la mujer, 1950. — Me;:ger, E., Criminología, ed. española, 1950. — Geneil! y Zunini, Introducción a la psicología, 1953. — Pasqualini, B. Q., Endocrinología, 1955. ENDOGAMIA. MIA.) ENDONORMA. ENDOSATARIO. la irresponsabilidad criminal es el que se verá mayormente gravitado por la pato- logía endocirna. Es evidente que en el pasaje del criterio psiquiátrico de la responsabilidad, en vigencia a otro psicológico que contemple en vez de la insuficiencia o alte- raciones morbosas de las facultades mentales la participación del Yo en el hecho en los jóvenes hay una indudable y estrecha relación entre la irritabilidad, el humor áspero y arbitrario y la propensión a las actuaciones incorrectas o francamente (V. ENDOSO.) ENDOSO.* SUMARIO: I. Concepto. Nociones generales. II. Naturaleza jurídica del endoso. III. Capacidad para endosar la letra de cambio. IV. Tiempo hábil para hacer el endoso. V. Clases de endosos: a) Endoso completo; b) Endoso en blanco; c) Endoso incompleto, Irregular o imperfecto; d) Endoso en garantía; e) Endoso parcial. VI. Endoso falso y transmisión fraudulenta de la letra.. VII. Endoso a favor de los diversos obligados. VIII. Inutilización del endoso. IX. Disposiciones de la ley uni/orme de Ginebra de 193C sobre el enodso, IV). En el Derecho penal, el capítulo de cho Marañen— cuando se trata de lesiones del sistema nervioso: "Acaso los más importantes son los ligados al desequilibrio de las glándulas paratiroides. En los niños y (V. NORMA JURÍDICA.) ENDOSANTE. (V. ENDOSO.) la tiroides". delictivo (ésta es la tesis del psicoanálisis), el reconocimiento de los d e s e q u i l i b r i o s glandulares ocupa un lugar intermedio, si bien más cerca de lo biológico que de lo psicológico; sotare todo —así lo tiene di- (V. EXOGAMIA Y ENDOGA- I. CONCEPTO. NOCIONES GENERALES La doctrina y la legislación denomina endoso al acto jurídico por el cual se transmite la propiedad de la letra de cambie. A la vez, da el mismo nombre a la constancia de esa transmisión puesta en el dorso de la letra, en cualquiera de las formas establecidas por las leyes. Para las legislaciones del sistema alemán, la letra de cambio es, en virtud de la ley misma, un título a la orden; es decir, que es transmisible, por endoso, aun cuando antisociales y las frecuentísimas formas de insuficiencia de esas glándulas, con su no haya sido librado a la orden. Este prin- obligatoria hipocalcemia". Marañón, sin embargo, es cauto y no se arriesga a otras me de Ginebra de 1930. Por el contrario, patologías glandulares. Lo cierto es que una derivar la facultad de endosar la letra de Endocrinología en función social, como una superación de la Endocrinología criminal cipio ha sido consagrado por la ley uniforlas legislaciones del sistema francés, hacen cambio de la cláusula a la orden. El Código de comercio argentino ha adoptado es- (ya los autores americanos han tratado el asunto como problema pedagógico y médi- te último sistema. co-legal), aplicada particularmente a la transmisión propio del derecho de cambio, se admite sin discusión en la actualidad, como lo sostiene la doctrina, que los otros infancia y la adolescencia, significaría un aporte sólido a la prevención del delito. 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Se hace notar que, no obstante no ser * Por el Dr. FRANCISCO OEIONE. la transmisión del título, en general, una condición de validez de la cesión, el cesionario no podrá hacer valer los derechos que derivan de la letra de cambio, si no tiene la letra en su poder, exponiéndose el signatario que pagó a que se le reclame por segunda vez el importe de la letra por el portador en cuyas manos se encuentra el documento. En cuanto a la situación jurídica del cesionario, será aquella que deriva de la cesión civil, según la ley a la cual se halla sometido ese acto jurídico, y que, además, en forma general, el cesionario no podrá hacer valer más derechos que los que correspondían al cedente, quedando su crédito sometido a todas las excepciones que podían oponerse a éste; y que, por el contrario, sin contradicción posible, adquiere los derechos accesorios —derecho de prenda, garantía, etcétera— que corresponden al crédito cedido. Y aun cuando la cuestión sea en materia de controversia, se entiende que debe admitirse qtfe el cesionario tiene derecho a endosar válidamente la letra de cambio (Rébora, La letra de cambio, n<? 116). Entre los otros modos de transmisión de la letra de cambio, se señalan: la adquisición por vía de sucesión; en virtud del régimen matrimonial; como consecuencia de la fusión de sociedades anónimas; por efecto de un procedimiento de ejecución forzada; etc. (Arminjon y Carry, La leitre de change et le billet a orare, números 227 y 230. Obarrio, Curso de Derecho comercial, t. II, nP 145). De ahí que, para Rébora, el endoso es el medio de transferir la propiedad de la letra de cambio, en cuanto su transmisión se realice conforme a la índole del documento y a los fines habituales perseguidos en su circulación, o sea que es el medio natural y propio de verificar su transmisión como efecto comercial; porque, como efecto patrimonial, como instrumento representativo de derechos y obligaciones, la letra de cambio puede ser adquirida dentro de las formas comunes a la transmisión de los títulos de obligación y, asi, su propiedad podría corresponder a una persona por herencia o legado o ser reconocida por medio de manifestaciones formales y distantes de la muy escueta encerrada en el endoso (ob. cit., n" 116). En el sistema adoptado por el Código de comercio argentino, el endoso es el complemento necesario de la "cláusula a la orden". Esta funciona por medio del endoso. Su filiación está en el Derecho francés. El endoso es, pues, correlativo de la cláusula 'i la orden. Referirse al origen del endoso, es hablar del origen de dicha cláusula. Antes de la vigencia del Código francés de 1807, que estableció la cláusula "a la orden", como requisito esencial de la letra de cambio, se coinsideraba peligrosa la nueva forma de transmisión, consistente en el endoso del titulo, arbitrada por el comercio y consagrada legislativamente, por primera vez y con carácter facultativo, en la Ordenanza francesa de 1673 sobre el comercio terrestre. Aceptada unas veces, para ser después rechazada por peligrosa; librada su inclusión a la voluntad de las partes por la citada Ordenanza; admitida siempre con recelo, no recibió definitivamente carta de ciudadanía en el Derecho cambiario, hasta la promulgación del Código francés, que la incluyó como obligatoria al detallar en su artículo 110 las enunciaciones que debe contener la letra de cambio. En efecto, el edicto francés de mayo de 1716 prohibió a los particulares el uso de la cláusula a la orden pero fue autorizado nuevamente por una declaración del 21 de diciembre de 1721 (Rébora, obr. cit., n" 60; Arminjon y Carry, obr. cit., n' 7). Los autores admiten que es difícil precisar cuándo nació el endoso cambiario, y reconocen, además, que diversos factores han debido preparar su advenimiento; reputándose como elementos precursores, la irretractabilidad de la aceptación, la irrevocabilidad del giro y otras circunstancias. Aceptan como indudable que antes que el endoso se incorporara a la letra, ya se había intentado en su aspecto formal, pero el endosatario era considerado tan solo un mandatario que debía probar además la extensión de sus poderes; inconvenientes, éstos, que fueron superados por medio de la cláusula cambiaría "a la orden" y por la inserción de otras, como la de "valor recibido", y las iniciales "S. P.", que equivalen a la frase sema procura, que vigorizaban en el tenedor la presunción de propiedad de la letra; por lo cual hay autores que sostienen que es un error el afirmar que el endoso vino como una consecuencia de la cláusula "a la orden", pues hay letras de épocas pretéritas que llevan endoso sin esa cláusula y hay otras que con la cláusula no son endosables. No se pone en duda que la cláusula "a la orden" existia antes del endoso y que el endoso era conocido antes que se aplicara a la letra de cambio y era practicado por los banqueros y por los clientes de éstos, cuyos actos tuvieron decidida influencia en su formación. Los banqueros de Ñapóles, al dar recibo a sus clientes del dinero depositado tfede di crédito) consignaban en aquél una constancia en virtud de la cual se obligaban a pagar a la persona que indicase el depositante a quien se transmitía la "fe del crédito". Los depositantes emitían libranzas sobre sus depósitos polizze a favor de determinada persona que eran órdenes de pago, y los banqueros a su vez delegaban el pago, en otro y éste en otro y así sucesivamente. Esto se llamaba "girar la polizza". Estas delegaciones sucesivas fueron, sin embargo, prohibidas por un bando regio de 1449. El endoso fue también en parte producto del giro-aval, que se usaba en las ferias como elementos de compensación entre varios débitos y créditos (Zaefferer Silva, Letra de cambio, t. I, pág. 270 y sigs). Este mismo autor dice que se discute dónde se empleó primero el endoso. Los autores franceses pretenden que fue en su país donde se arraigó antes que en otros, lo que ocurrió a mediados del siglo xvn. Savary, siguiendo a Ghious Ghio, Discurso sobre la cláusula a la orden, año 1712, expresa que el primer juicio sobre el alcance del endoso y de la cláusula a la orden se trató en Roma, en 1690, siendo abogados Ansaldus por el endosatario, y Casaregis por el endosante. Por su parte, Nouguier sostiene que el endoso surgió durante el Ministerio del Cardenal Richclieu, pues antes de éste nadie se servía de la palabra orden. A juicio de Zaefferer Silva es fácil desvirtuar la opinión de los franceses, pues la Pragmática Napolitana Tesis cambii, de 18 de noviembre le 1607, confirmada por la de 9 de julio de 1617, prohibía el endoso sucesivo en estos términos: Non si possono girare piú che una sola rolta..., y antes que esto, la ley de Venecia, de 14 de septiembre de 1593, habla ya del giro; si bien estas referencias, en su opinión, correspondían al giro de la polizza, mencionado precedentemente, precursor del -endoso cambiarlo; y en cuanto a la innovación, la impuso la práctica y la necesidad contra la resistencia como siempre de banqueros y jurisconsultos. Advierte que el endoso no siempre se practicó en la forma actual, o sea al dorso de la letra, no obstante que .-.u etimología latina In, en, Dorsum, espalda, hace suponer lo contrario. Además, dice que antiguamente se usaba la expresión endorsar; y en cuanto a la paternidad de la palabra "endoso", también se la disputan franceses e italianos, si bien estos últimos denominan el acto con una locución distinta: girata, pero no obstante pretenden hacer derivar el "endoso" de indorsare, que es italiano. La cláusula "a la orden" introdujo un enorme progreso sobre las formas impuestas por el derecho común a la transmisión de los títulos de crédito; desembarazó a las letras de cambio de las molestas formalidades consagradas para tales actos y que tan contrarias resultan a la celeridad requerida por las operaciones comerciales; facilitó la circulación de cada título desdoblando sus alcances y multiplicando los efectos que la formación de esta nueva masa de valores debía producir en la circulación de la riqueza. Es su influencia la que sustrae a la letra de cambio del reducido límite que alcanzaba hasta entonces como vehículo del cambio trayecticio; lo que la erige en medio de pagos, en carta de crédito, en sucedáneo de la moneda, en factor poderoso del comercio internacional, cuya intensidad actual es en gran parte posible por la existencia de instrumentos de cambio muy perfectos, de empleo menos incómodo y por lo mismo más conveniente que el numerario mismo. Tan vastos efectos han dependido de la introducción de una cláusula que acuerda al dueño de la letra la facultad de transmitir a otra persona la propiedad del documento conjuntamente con la de los derechos que representa, y conferirle, pues, derecho para exigir el pago, por medio de una fórmula breve, lacónica y exenta de formalidades capaces de restringir la necesaria agilidad del documento; fórmula que no sólo llena los mismos fines que la cesión de créditos ordinaria, sino que además lleva aparejados efectos más enérgicos. Esta fórmula llamada endoso (escrito "en el dorso", ín dorso) no es sino el medio por el cual entra en acción la cláusula "a la orden". Una crea la estructura; la otra realiza la función (Rébora, ob. cit., n? 115). El Código de comercio argentino no prescribe el lugar del título en que debe insertarse el endoso, ni establece una determinada forma para la redacción del mismo. En cuanto a lo primero, se limita a disponer que las letras de cambio pagaderas a la orden, sólo son transmisibles como tales por el endoso que verifique en la misma letra el tomador o cualquier tenedor; es decir que necesariamente el endoso debe insertarse en el título para que produzca el efecto de transferir la propiedad al endosatario (art. 624, segunda parte); reputándose como tal no sólo la letra original, sirio también cualquiera de sus vías, la hoja de prolongación y la copia de aquélla siempre que, respecto de esta última, aparezca la correlación con las firmas que preceden en el documento en que se verifica (Zaefferer Silva, obr. cit.). En cuanto a lo segundo, sólo dice, en el artículo 626, que el endoso, para ser completo, debe contener los requisitos en él enumerados. La inserción del endoso en el reverso de la letra de cambio no obedece, en general, a disposiciones legales expresas. Nuestro Código, como queda dicho, nada dispone al respecto y tampoco los códigos y leyes áe muchos otros países, inclusive la ley uniforme de Ginebra de 1930. En cambio, las Ordenanzas de Bilbao prescribían que el endoso se debía firmar "a la espalda de la letra", la Ordenanza francesa de 1673, que estableció la cláusula "a la orden" con carácter facultativo, disponía que su correlativo, el endoso, debía ser hecho "al dorso de las letras"; y así lo determinan algunas legislaciones contemporáneas. Pero, en verdad, el endoso en el reverso de la letra, proviene de las prácticas y usos mercantiles, que así lo adoptaron por las diversas ventajas que ofrece. En primer lugar, en razón de hallarse totalmente en blanco la superficie posterior del documento, contrariamente a lo que ocurre en su cara anterior casi completamente cubierta con las enunciaciones pertinentes y las firmas de los que libran, aceptan o avalan la letra, permite extender en aquélla numerosos endosos, sin perjuicio de que, en caso necesario, por insuficiencia de espacio debido a exceso de negociaciones, se recurra al procedimiento arbitrado por la costumbre y autorizado por algunas leyes, de anexar a la letra la llamada hoja de prolongación: el allonge, de los franceses, el foglio d'allongamento, de los italianos; el verbundenes blat o anhang, de los alemanes; la coleta o manga, de que se valían antiguamente los españoles. En segundo lugar, tratándose del endoso en blanco, que consiste en la sola firma del endosante, se evita la posibilidad de que se atribuya a éste el carácter de colibrador o de avalista, lo que sucedería si su firma apareciese en el anverso de la letra. No podría confundirse con el aceptante —como se sostiene, no obstante— por cuanto el nombre del girado, a quien incumbe la aceptación de la letra, debe necesaramente constar en su texto por tratarse de un requisito esencial; y, siendo así. la confusión no sería posible. Es indudable que los términos del citado artículo 624, excluyen la posibilidad del endoso de la letra en documento separado. Dos son las razones que se aducen coma fundamento del precepto legal. La primera consiste en que el endoso se reputa un nuevo giro de la letra; el endosante es un verdadero librador, considerado con relación a las personas a quienes traspasa la propiedad de la misma, de acuerdo con el articulo 625 del Código de comercio. La segunda rpsir'.e en que el endoso por documento se- parado daría lugar a fraudes que la ley debe prevenir y evitar, pues los terceros podrían ser engañados adquiriendo del tenedor una letra negociada ya por un documento cuya existencia ignoran. Pero, ello no obstante, se estima por algunos autores que si el endoso extendido en esta forma no produce sus efectos ordinarios con relación a personas extrañas, tendría perfecta validez entre ceden te y cesionario; sosteniéndose que la nulidad respecto de estos últimos no tendría, como observa Bedarride (Leitre de change, núm. 228), fundamento equitativo, ya que cada uno es dueño de disponer de su propiedad de la manera que lo crea conveniente; y en cuanto a este acto de disposición, una vez realizado, tiene el carácter de definitivo e irrevocable (Obarrio, obr. cit. núm. 148). Concuerda. Fernández (Código de Comercio comentado, t. III, pág. 237) en que el alcance del segundo apartado del artículo 624, es establecer que las letras como tales, es decir, del punto de vista cambiarlo, sólo pueden transmitirse por endoso verificado en la letra misma, único medio para que el adquirente posea la plenitud de los derechos cambiarlos: derecho original, autónomo y distinto del derecho de su endosante y de los demás obligados en virtud de la cambial, y garantía del .endosante que responde solidariamente con los demás obligados en caso de no ser pagada por el girado. Pero, el precepto legal de que se trata, no veda la transmisión de la letra por otros modos, porque como título representativo de un crédito, la letra puede perfectamente transmitirse por cesión, herencia, cesión del activo y pasivo de una sociedad, etcétera; si bien estos modos de transmisión colocan al adquirente en el lugar y grado de su antecesor, por cuyo motivo pueden calificarse de modos no cambiarlos, ya que carecen de todas las virtudes del endoso que es el modo propio o normal de transmisión de la letra de cambio. En opinión de Zaeffercr Silva, el endoso no es el único medio de transmisión de la letra, porque puede hacerse por la simple entrega en el caso del endoso en blanco que equivale a un endoso al portador, y con todos los efectos de un endoso, por causa de muerte, en cuyo caso el tenedor de la letra adquiere un derecho de propiedad indiscutible sobre ella tanto como si se le hubiere endosado, aun cuando falte el endoso del representante legal del acreedor muerto, conforme al artículo 631. Entiende, como Fernández, qae una letra no es transmisible, como tal, por medio de una cesión en forma (obr. cit., núms. 104, 105 y 219). II. NATURALEZA JURÍDICA DEL ENDOSO La doctrina sobre la naturaleza jurídica del endoso debe ser asimilada a la que se refiere a la naturaleza jurídica de la letra de cambio. Como dice Fernández, mucho se ha discutido sobre la naturaleza jurídica del endoso, dependiendo la solución de la posición fundamental que se adopte sobre el mismo problema con relación a la cambial, a cuyo respecto las teorías pueden clasificarse en dos grandes grupos: contractualistas o causalistas (que vinculan la letra con el contrato en cuya virtud se emite y unilateralistas (que la consideran un título abstracto). Si se considera el endoso como un nuevo giro, las cuestiones que se plantean a fin de establecer su naturaleza jurídica, son idénticas a las que se relacionan con la letra de cambio y las soluciones tan diversas en un caso como en el otro (obr. cit., pág. 234). Es así, como algunos autores sostienen que el endoso constituye una especie de venta, una cesión de derechos incorporales y una fianza; otros lo consideran un contrato que comprende una venta de la letra y una fianza, o ven en el endoso principalmente dos contratos: el de cambio y el de cesión, o una verdadera cesión, pero sometida a reglas y disposiciones peculiares. Para Thaller, el endoso tiene el carácter de una delegación que reproduce la operación inicial hecha por el librador. Thol sintetiza su opinión diciendo que el endoso es un nuevo giro. Vidari denomina el endoso "emisión abreviada" y Vivante desarrolla la idea sintetizada por Vidari (Malagarriga, Código de Comercio comentado, t. IV, núm. 118). En opinión de Segovia (Explicación y crítica del Código de Comercio, t. II, nota 2104) el endoso es una nueva letra o promesa cambiaría que se une a la primera letra y por esto el endosante es un verdadero librador, con todas las responsabilidades de tal, y las Obligaciones que contrae son tan distintas y personales como las del primer librador porque cada firma, cada declaración de cambio, forma un contrato cambiarlo distinto e independiente. De modo que hay tantos contratos de cambio y letras como endosos, y cuantas más firmas, más garantido el título; y por otra parte, el endosante deseando que el beneficiario sea el endosatario, lo endosa el título y mediante su sola firma se ahorra dar una letra por separado. En el endoso el librado permanece el mismo pero cambia el beneficiario, que ahora lo es el endosatario, y pueden cambiar el tiempo y lugar y hasta la cantidad. Por último, el endoso y la creación de la letra son idénticos, no sólo en su objeto y forma, sino también en cuanto a sus efectos, porque el endosatario obtiene mediante el endoso los mismos resultados que habría obtenido con una letra especial y los que habría obtenido el endosante. Por esto, hay endoso a la orden del endosante, como hay giro a la orden del librador; y en general las mismas circunstancias que se encuentran en el giro o letra pueden encontrarse en el endoso; tal sería, por ejemplo, la indicación de personas de que trata el artículo 656. Expresa Obarrio, que el endoso es una verdadera cesión, como lo define nuestro Código de comercio. Reconoce que la doctrina de los tratadistas no es uniforme a este respecto, pues mientras unos sostienen la aceptada por nuestra legislación, otros encuentran que el endoso encierra tres contratos a la vez: venta, cesión de derechos incoporales, fianza o caución; y hay quienes afirman que es un acto sui generis que puede aproximarse a determinados contratos, sin confundirse con ninguno de ellos. Piensa que esta división de pareceres es más aparente que real, pues, en primer lugar, hay que eliminar la opinión que distingue la venta de la cesión, desde que cuando esta última se realiza por un precio en dinero, o el derecho creditorio es rematado, o dado en pago, o adquirido en virtud de ejecución de sentencia, la cesión se identifica con la compraventa en cuanto a las disposiciones que la reglan; mientras que cuando la cesión se verifica por un título gratuito, ¡a línea que la separa de la compraventa es manifiesta, notoria. Entiende que la discrepancia de ideas debe considerarse sólo bajo el punto de vista de la identidad del endoso con la cesión en sí misma, o si el primero reviste el carácter de un contrato especial sui generis; y conviene, de antemano, en que el endoso jamás podría confundirse con la cesión de créditos ordinaria, ni por su forma ni por sus efectos jurídicos. Menciona las principales diferencias que, según Vidari, existen entre uno y otro acto: 1" el cesionario no adquiere derechos contra tercer^ sino después de haberse notificado el traspaso al deudor cedido, o de haberse aceptado por éste; en tanto que la sola posesión del tituló basta a hacer del endosatario propietario legítimo del misino; 2" el cedente garante sólo la existencia y legitimidad del crédito al tiempo de la cesión, pero no responde de la solvencia del deudor, a no ser que la insolvencia fuese anterior y pública; mientras que el endosante garante siempre e inmediatamente la aceptación y pago de la letrr teniendo el endosatario derecho de dirigirse directamente contra cualquiera de los codeudores cambiarlos, sin que éstos puedan oponer las excepciones de su autor, sino aquellas que le sean personales; 3' la doctrina de la cesión aplicada de cualquier manera al derecho de cambio se opondria a considerar como independientes todas las obligaciones acumuladas sobre una letra, lo que es un punto fundamental en la nueva doctrina cambiaria; 4" la cesión supone que la primera obligación de que deriva el derecho ccuido, es válida, en tanto que aun cuando sea invalidada la primera obligación cambiaria, las obligaciones posteriores son válidas produciendo todos sus efectos legales. En su concepto, de las difenncia.s substanciales señaladas, que existen entre el endoso y la cesión común, no podría concluirse que el endoso no encierre los lincamientos típicos y característicos de una verdadera cesión de derechos, si bien sometida a reglas y disposiciones peculiares. El derecho comercial, dice, es un derecho de excepción y cuando una institución de cualquier carácter es reclamada para el desenvolvimiento de las operaciones mercantiles, la crea si no la encuentra establecida en la legislación común, y si ésta la ha comprendido ya en sus preceptos, la modifica o reforma para hacerla servir eficazmente a lo que está destinada. Y es esto lo que, según Obarrio, ha ocurrido con la transferencia de la letra de cambio. Esta transferencia en la generalidad de los casos es una cesión. La emisión de la letra acuerda derechos que deben ejercitarse ordinariamente a la época del vencimiento. Pero, en las necesidades diarias del comercio o en las exigencias mismas de la vida civil, conviene muchas veces al tenedor recibir de un tercero el importe de la letra antes de la época del pago o transferirle por otra causa cuolquiera todos sus derechos sobre la misma. Y pregunta Obarrio si este acto puede adscribirse a un contrato distinto del que en todos los tiempos y en todas las legislaciones ha sido conocido con el nombre de cesión de créditos; para hacer notar, en seguida, que la legislación comercial ha creído necesario, sin embargo, modificar 1?» estructura de la cesión civil en las condiciones de su existencia y en sus efectos jurídicos. En consecuencia, la cuestión sobre el carácter del endoso queda reducida a términos sencillos, a saber: si es una cesión especial o sui gencris. La controver- sia es en tal virtud, en su opinión, de importancia mínima, porque en cualquiera de los dos casos, es algo que se rige por reflas peculiares y propias. Se inclina, no obstante, en favor de la solución de nuestro Código, en cuanto establece en el artículo 624. que el endoso es una verdadera cesión, sometida en sus formas y en sus efectos a las disposiciones del presente capítulo icbr. cit., núm. 147). Encuentra Rébora muy natural que exista la tendencia dé ver en el endoso un contrato sui generis, puesto que presenta semejanzas con más de uno y las dificultades en su identificación deben concluir en una idea distinta de la que emerge de todos y cada uno de sus supuestos similares. Señala que lo propio sucede con el contrato de cambio y con la letra misma, de la cual la idea de la delegación de pago, reaparece en todas las manifestaciones sucesivas, ya que "cada endosante es un verdadero librador". Esta última circunstancia es, a su juicio, la que precisamente da nías fuerte asidero a la doctrina moderna que se resiste de nuevo a admitir que la naturaleza jurídica del endoso pueda asimilarse a la de la cesión; asimilación que no admite Thaller, sosteniendo, en cambio, que el endoso es una delegación, una nueva letra incorporada a la primera, como lo afirma Tóhl. Al tratar esta cuestión, entiende Rébora, que se está de nuevo en el terreno ocupado al hablar en general de la naturaleza jurídica de la letra de cambio y de las doctrinas que han procurado dar la explicación de ciertos actos que parecen no ser admisible a los principios corrientes, ya de la delegación de pago que le parece la más próxima al espíritu de nuestra ley, ya las de la "voluntad unilateral", "promesa abstracta", "obligación literal" <obr. cit. núnis. 118 y 118 bis). También para Williams (La letra de cambio; t. i, núm. 43) es inaceptable la teoría de la cesión de créditos para explicar la naturaleza jurídica del endoso, como igunlmente la rechaza respecto de la letra de cambio. En su opinión, entre el endosante y el endosatario se celebra un contrato de igual naturaleza que el que tiene lugar entre librador y beneficiario o tomador. Zaefferer Silva hace mérito de las diversas teorías sobre la naturaleza jurídica del endoso y rechaza la idea de que pueda tratarse de una cesión de créditos, de una fianza, de una delegación o subdelegación o de una asignación. Admite que el endoso se asemeja con la emisión de una letra, pero observa que existen también diferencias, alguna de las cuales señala, y que sólo hay un caso exclusivamente en que endoso y giro son una misma cosa y lo es aquel en que el endoso se hace en letra librada a la orden del librador. Las diferencias anotadas son las siguientes: !a letra nace con el li- brador y tras este no hay responsables: su (misión presume además la creación conjunta del librador, del beneficiario y del girado; el endoso en cambio no da vida a la letra que ya existe y tras de aquél siempre hay por lo menos un responsable; el endoso convierte un elemento que ya existe en la letra, que lo es el tenedor, en otro, pues aquél pasa a ser endosante y crea un elemento nuevo que lo es el portador o endosatario; la falta de protesto por no aceptaron libera de responsabilidad al endosante: el librador, en cambio, no obstante esta onüsión permanece responsable; el librador sólo puede justificadamente rehuir el pago de una letra no protestada si ha hecno provisión en el girado; el endosante en cambio nada tiene que hacer con la provisk.n y la falta de protesto, porque el pago lo ¡ibera de toda obligación; en épocas anteriores, la libranza y la aceptación exigían diversidad de plazas, mientras que el endoso no. Todo esto, dice, demuestra que el endoso rio es giro o libranza, no obstante todas las características comunes que los vinculan; lo cual lo lleva a la conclusión de que el endoso es un instituto propio con personalidad propia y con características de la cesión, de la fianza, de la venta, de la delegación, de la asignación y de' la libranza; y por ello no considera tan censurable la expresión que contiene el articulo 624, que, a su juicio, ha sido objeto de criticas exageradas (ob. cit. número 217). El empleo del vocablo cesión en el primer apartado de dicho articulo 624, dice Fernández, ha tenido perniciosa influencia aobre algunos autores nacionales, que han sostenido que el endoso es una cesión nui generis (Obarrio) o una delegación (Kébora). A su juicio, dicho vocablo carece de todo significado a efecto de determinar la naturaleza jurídica del endoso, en razón de que el precepto legal somete tal acto jurídico, en sus formas y en sus efectos, a las disposiciones del c a p i t u l o pertinente, de r.cuerdo con las cuales.puede afirmarse que el endoso no es, en nuestro derecho, una cesión, ni una delegación, ni una venta. Su verdadera naturaleza, en su opinión, es idéntica a la naturaleza jurídica de la emisión de la letra de cambio, fundada en un concepto ajeno a toda idea de causa; debiendo considerarse al endoso un acto jurídico unilateral de naturaleza cambiaría, (¡ue confiere al endosatario un derecho abstracto, literal, original y autónomo; y que presenta tales diferencias con la cesión y otros contratos del Derecho común (delegación, venln, fianza, etc.) "que resulta an- tií-icntifico pretender asimilarle a ellos' (obr. cit., pág. 234 a 237). La verdad es que, ateniéndose a la letra del precepto legal precedentemente enunciado, el endoso sería una cesión, pero no la cesión de créditos del Derecho civil, puesto que es sometida en sus formas y en sus efectos a las disposiciones del Código de comercio que la rigen, y que han hecho del endoso el modo normal o propio para la transmisión de la letra de cambio. De ahí, la observación de Segovia, de que el articulo 624 es contradictorio en sus términos, porque si el endoso es verdadera cesión debiera regirse, a lo menos en cuanto a sus efectos, por las leyes que rigen la cesión, y en todo caso carece de toda importancia legislativa y no tiene más valor que el de una referencia doctrinaria, pues si la forma y efectos han de regirse por las disposiciones del Código de comercio, lo mismo da que el endoso sea una cesión o un acto jurídico, o una venta, o una fianza, como creía Einert, o un compuesto de los tres contratos, como opina Eravard; pero era siempre preferible no prohijar una doctrina falsa que confundiendo las nociones conducen a erróneas consecuencias (obr. cií., nota 2104). Para los partidarios de la teoría contractual, el endoso no basta, por si solo, para transferir los derechos que derivan de la letra de cambio; es necesario, además, que medie entre el endosante y el endosatario un verdadero contrato, acompañado de la entrega del título (Staub. pág. 1C8. nota 32; Rilk, pág. 61). En defecto de dicho contrato, el endosatario no adquiere ningún derecho cambiario. Si, por consiguiente, la transmisión se operó sin v o l u n t a d del endosante o contra su voluntad o si esa voluntad se halla viciada por error, dolo o temor fundado —y también si el contrato es nulo por alguna otra causa cualquiera— el endoso es nulo. Todo deudor de cambio puede oponer esta nulidad no sólo al adquirente, sino también a todo endosatario posterior, a menos que aquél no pudiese invocar el beneficio de su buena fe (Staub, pág. 170, nota 5). Esta excepción, que se funda en la ausencia de adquisición regular de la letra en razón del hecho, por consiguiente, de que el endosatario no ha llegado a ser propietario, puede ser opuesta al portador por todo deudor de cambio; pero no debe ser confundida con la excepción que puede fundar el endosante desposeído sobre la inexistencia de toda obligación a su cargo, por falta de un desprendimiento voluntario o regular. Ksta segunda excepción sólo pertenece til erulo- sante desposeído. Para los partidarios de la "teoría de la creación" o de otras teorías conexas, ningún contrato es necesario entre endosante y endosatario; la voluntad del endosante y el consentimiento del endosatario derivan, ex lege, del acto de creación unilateral del endosante y de la adquisición unilateral del endosatario, establecido que es de buena fe (Mossa, pág. 467, n' 440). Esta teoría, con la exigencia de la buena fe del adquirente del título, conduce, poco mas o menos, a las mismas soluciones prácticas que la precedente; ella excluye, sin embargo, a priorí, toda posibilidad para el endosante desposeído de invocar la ausencia de contrato regular con respecto al portador de buena fe, aun cuando ciertos partidarios de la teoría contractual sostienen que la excepción puede, en ciertos casos, ser opuesta también al portador de buena fe (Arminjon y Carry, ob. cit., número 227). III. CAPACIDAD PARA ENDOSAR LA LETRA DE CAMBIO Las reglas sobre capacidad, como requisito intrínseco de la letra de cambio, son aplicables al acto jurídico de su transmisión por medio del endoso. El endosante es un nuevo librador y el endoso equivale a un nuevo giro; los preceptos legales sobre capacidad necesariamente no pueden diferir en uno y otro caso. La capacidad para contraer la obligación debe ser concurrente con el momento de la redacción del documento o de su transferencia y adquisición por los endosantes y endosatarios respectivamente y la incapacidad sobreviniente no la invalida (Giannini, n° 77). Y como la ley comercial no contiene ningún precepto expreso sobre capacidad, ésta queda sometida, en materia de letras de cambio, a las normas que rigen la capacidad general, una de ellas la del artículo 1160 del Código civil, que le- gisla sobre la incapacidad de hecho —absoluta y relativa— y la incapacidad de derecho — siempre relativa—, disponiendo que no pueden contratar los incapaces por incapacidad absoluta, ni los incapaces por correspondan a la masa del concurso, si no estipulasen concordato con sus acreedores. En materia de capacidad hay que distin- guir la activa: capacidad para adquirir los derechos resultantes de la letra de cambio, de la pasiva: capacidad para contraer las obligaciones resultantes de una letra de cambio. La primera corresponde en general a todas las personas, sea que ellas obren por sí o que obren por intermedio de sus representantes legales, o voluntarios; la segunda requiere un examen más cuidadoso. En efecto, tomando como punto de partida la regla común, según la cual pueden obligarse las personas mayores de edad que tienen la libre administración de sus bienes conviene hacer notar: a) que los menores emancipados por el matrimonio no pueden contraer deudas por más de quinientos pesos, lo que les impediría emi- tir o aceptar letras por más de esa cantidad, de acuerdo con el articulo 135 del Código civil; y en cuanto al endoso, realizado para recibir anticipadamente el importe de la letra de que el menor es tomador, hay que atenerse a la regla que le impide "recibir pagos" por más de mil pesos, establecida en el mismo artículo 135, e interpretar, además, la situación jurídica en cuanto a la obligación de garantía por el endosante hacia los endosatarios sucesivos. Por último, no podría obligarse como avalista, en virtud de la prescripción del artículo 2011 del Código civil, aplicable al caso por analogía conforme a la regla primera del Titulo preliminar del Código de comer- cio; b) el menor autorizado por sus padres para ejercer el comercio, puede, como la mujer autorizada por su marido a los mismos fines, emitir letras de cambio, aceptarlas o endosarlas, con tal que la negocia- ción corresponda a un acto de su giro comercial (arts. 12 y 17, Cód. de comercio); y dentro de las mismas circunstancias, cuya reunión resulta en este caso más difícil, pueden obligarse como avalistas (art. 684, relacionado con los artículos 12 y 17 e interpretados a contrario sensu); c) la mujer casada y separada de bienes puede emitir, aceptar o endosar letras y aún ser avalista incapacidad relativa en los casos en que después de la vigencia de la ley 11.357, que les es expresamente prohibido, ni los que derogó la prohibición del artículo 684 citado, el cual sólo le permitía afianzar una letra de cambio con sujeción a las leyes civiles; si además se encuentra divorciada, rige el artículo 73, primera parte, de la ley de matrimonio, que le recorioce, con mayor arnpltud, capacidad; d) la mujer CPsada puede aceptar letras emitidas por su marido (interpretación del artículo 55 de la ley de matrimonio) y se tendrán por váli- están excluidos de poderlo hacer con personas determinadas, o respecto de cosas especiales, ni aquellos a quienes les fuese prohibido en las disposiciones relativas a cada uno de los contratos, ni los religiosos profesos de uno y otro sexo, sino cuando comprasen bienes muebles a dinero de contado, o contratasen por sus conventos; ni los comerciantes fallidos sobre bienes que das las que ella emitiere si su marido las toma, las acepta o las endosa, como en el caso de endosos hechos por mujer casada que ejerce profesión o industria y tiene que emitir una letra para reembolsar lo que se le debe, o endosar, para anticiparse fondos, una letra que ha recibido; e) los administradores de bienes de corporaciones —este vocablo tiene aquí un sentido especial— los tutores, curadores y demás representantes necesarios, no pueden obligarse como avalistas (art. 2011, incisos 2* y 3" del Código civil); debiendo señalarse, respecto de unos y otros, la cuestión de si pueden emitir o endosar letras, en ciertos casos, dado que la emisión y el endoso entrañan una garantía virtual; f) los que invisten órdenes sagradas, incapaces por regla general para obligarse a plazo (aunque no para obrar como mandatarios de sus conventos, art. 1160, Cód. civil), pueden obligarse como avalistas de letras en que figuren "sus iglesias, otros clérigos o personas desvalidas" (art. 1011, inc. 6?, Cód. civil) no obstante la prohibición del artículo 22 del Código de comercio, ya que ésta se refiere a la profesión de comerciante y no a un acto de comercio; g) los corredores, agentes auxiliares de comercio, no pueden obligarse como avalistas o fiadores (art. 107, Cód. de com.) en los contratos en que intervienen; h) los padres no pueden constituirse en cesionarios de créditos contra los hijos que están bajo su patria potestad fart. 297, inc. 6', 279, 1361 y 1441, Cód. civ.) y por analogía no pueden constituirse en endosatarios. En el mismo caso están los tutores respecto de créditos contra sus pupilos (art. 450, inc. 3" y concordantes, Cód. civil); los socios administradores, corredores, martilieros, etc. (art. 1361, inc. 3°, 4", 5". 6' y V y 1441, Cód. civil; art. 338, inc. 2", 343, 105, inc. 3' y 113, Cód. de com.). Todas estas personas están afectadas por incapacidades de derecho, en los casos mencionados, que obstan a la realización del acto jurídico enunciado (Rébora, ob. cit., n<? 46 d.). Este mismo autor entiende que en todos los casos, y en particular en los señalados precedentemente, conviene distinguir entre la aptitud para crear obligaciones ceñidas a un rigor especial y la necesidad de valerse de determinada institución jurídica —en este caso, la letra de cambio— para un resultado económico. De ahí que si bien considera que las restricciones a la capacidad para otorgar fianzas, impuestas por la ley civil, son en general aplicables por analogía a las instituciones de que puede resultar una obligación de garantía (paOMEBA X - 16 garé, letra de cambio, cheque, etc.) no cree que ellas se opongan a la negociación de la letra por endoso cuando el endoso tenga por objeto anticiparse fondos, pues si el endosante "responde como un verdadero librador", responde por el importe de la letra, intereses y gastos, es decir, por algo que económicamente está representado por lo que recibió; de donde deduce que las prohibiciones de otorgar autorización para obligarse como fiadores, impuesta a los jueces respecto de ciertos incapaces, no pueden extenderse rígidamente a todos los casos de endoso. En lo que se refiere a las facultades de los representantes legales de los incapaces para emitir y aceptar letras, no puede dejarse de considerar que la letra de cambio puede ser emitida (o endosada) para operar un reembolso de cantidades adeudadas o una extinción de deudas y que en ese carácter es un vehículo universal cuya elección o rechazo puede no depender de la voluntad del representante o del juez que la perfecciona; y así por último, en lo que concierne a la necesidad de poderes especiales por parte de los representantes voluntarios, la cual puede ser calificada por las circunstancias y especialmente cuando se trata de administraciones de determinada índole o de cierta extensión (art. 1881, inc. 9' y 1694, Cód. civil, 409 y 308, Cód. de com.). Advierte que debe tenerse presente la existencia de doctrinas según las cuales la incapacidad de algunos de los firmantes no excluye la responsabilidad de los otros; mientras que, por otra parte, el represensentante que obra sin estar facultado, se obliga personalmente (n? 46 d). La doctrina a que se refiere Rébora es la que informa el artículo 7' de la ley uniforme de Ginebra de 1930, en cuanto dispone que si la letra de cambio contiene firmas de personas incapaces para obligarse por letra de cambio, firmas falsas o firmas de personas que por cualquier otra razón no podrían obligar- a las personas que han firmado la letra de cambio o en nombre de los cuales ha sido firmada, no dejarán por ello de ser válidas las obligaciones de los otros firmantes. A los casos de incapacidad señalados precedentemente, debe agregarse el que se refiere al fallido, quien por disposición expresa del artículo 1160 del Código civil no puede contratar "sobre bienes que correspondan a la masa del concurso, si no estipulase concordato con sus acreedores". Se considera al fallido un incapaz de derecho y fundándose en esta incapacidad se mantiene la prohibición de ejercer el comercio hasta tanto no se rehabilite (art. 24, Cód. de i i . m . » ; y como ccnsocuencia de la declaración cíe quiebra, so produce el desapoderamiento de los bienes presentes y futuros ili>l fallido, con ias excepciones taxativamente expresadas en la ley (artículos 104 y 106. Ifjr 11.719). Sin embargo, nada impide, en opinión de Williams, que i-l fallido, durante el procedimiento de quiebra, pueda válidamente obligarse cambiariamente, porque si firma una letra de cambio, sólo celebra un acto objetivo de comercio que, por razón de su forma, determinará la competencia comercial, pero la obligación contraída tendrá por origen una causa civil, como ser una deuda por alquileres o por alimentos; y el acreedor clel fallido por el importe de la letra, no tendrá que presentarse al concurso para cobrar, porque cuando se acciona contra el fallido con un titulo de cambio por una operación aislada, desvinculada al ejercicio del comercio, se puede hacer efectivo en bienes no comprendidos en la masa, como ser los sueldos y pensiones, y cobrarse con independencia de los otros acreedores de la quiebra, por no tratarse de "bienes pertenecientes al concurso", como lo enseñan Vidari y Raint'lla < n ' 40. letra g). ! 1 Código de comercio contiene ciertas disposiciones especiales que son aplicables u i endoso, relacionadas con los diversos representantes. Son éstas: la del articulo 626, inciso -u", que exige en el que suscribe el acto como mandatario de otra persona, poder suficiente, o "autorización legítima", que seyún el artículo 60.''. debe ser especial: in de) ¡¡rticulo 62!l. inciso 2". según la curtí aquel a quien se hubiere transmitido una letra por medio de endoso irregular, pero a la orden, puede endosarla de nuevo, pero solamente a los mismos efectos que alean/aba su propia autorización, la cual debía estimarse como un mandato para el cobro; la del artículo 630, que autoriza al marido para negociar las letras que tm/rs del matrimonio hubieran sido emitidas para su mujer o endosarlas a la misma. Esta disposición es aplicable siempre que no se trate de mujer comerciante, o profesional, o que no hubiese separación de bienes, o que la mujer no haya asumido la administración de los que le pertenecen, conforme a la regla c) del inciso 2" del articulo 3 de la ley 11.357, y que habiéndola asumido no se trate de actos de administración, o que por insania del marido, u otra causa análoga, no se haya transferido la administración de la sociedad cony;rr:tl a la mujer (artículo 1284 y concord a n t e s riel Código civil). También estaría p t r i n ü i d a 'art. 135 del Cocí, civil! en caso de ser el marido menor de veintidós año.s (artículos 1244, 1219 y 1250 del- mismo Código). La restricción del artículo 135 podría no tener efecto si el marido menor ue veintidós años hubiese sido autorizado para comerciar; la del artículo 631, que da facultades para endosar, al síndico de un concurso o al adjudicatario de los bienes de una quiebra; si bien esta última situación no puede producirse actualmente, por haberse suprimido de la legislación de quiebras la adjudicación autorizada por el Código de 1889, como solución de la quiebra, y por la ley 4156, como recurso preventivo de la quiebra y subsidiario del concordato preventivo. La del mismo artículo 631, segunda parte, que da facultades para endosar, en caso de muerte del propietario de la letra, al albacea de su testamentaría, o a quien represente el causante; la del artículo 632. concordante con el 303 y con el 305, inciso 2 V , que en caso de letras pertenecientes a una sociedad, autoriza para endosarlas al socio que tenga el uso de la firma, o a un socio cuyo nombre figura en la razón social (Robora, n 1 122). Comentando el segundo párrafo del articulo 624 del Código de comercio, en cuanto se refiere a la transmisión de la letra por medio del endoso de "cualquier tenedor", se argumenta, en contra, sosteniendo que no cualquier tenedor puede transmitir la letra como tal en nuestro Derecho, atribuyéndose a error de la ley la expresión criticada; porque, además de ser tenedor y con apariencia de propietario, debe tener capacidad de transmisión y que ésta se haga a favor de un adquirente con capacidad para adquirir la plenitud de los derechos que emergen de la letra. Sólo así, debe entenderse que hay transmisión de ésta, como tal, en el sentido de la palabra, o sea transferencia de todos los derechos que ella contiene y de la letra misma. En otro aspecto, cuando el tenedor no e.s el tomador de la letra, es decir, el que la recibió directamente del librador, para que pueda transmitirla, debe poseerla por una serie regular de endosos que le den a él toda la apariencia de ser el dueño de la misma: y que, además de ser regulares, sean auténticos esos endosos, porque si hay un endoso falso entre los varios que preceden a su tenencia, el tenedor no ha adquirido la propiedad de la letra y, por consiguiente, carece dr derecho para transmitirla, ron i , irme al artículo 629 del Código de conv.Tcio. en el que se establece que el endoso falso no transmite la propiedad de la letra de cambio y vicia todos los endosos po.-.tcriores. Independientemente de las circuns- táñelas o condiciones expuestas, se requiere que el adquirente tenga capacidad plena de adquisición para que el nuevo tenedor adquiera la letra como tal. es decir, en la totalidad de los derechos que de ella emergen. Se requiere que no exista un hecho que sta impedimento para esa transmisión y consecuente adquisición; el adquirente debe tener buena fe y no ser cómplice en lor, vicios que afecten a su antecesor, porque entonces la letra, para los efectos de las defensa.1; de les deudores que precedan al tenedor que ha pretendido transmitir, no ha salido, no obstante el endoso, de manos del endosante; de tal modo, que la transmisión plena de la letra, por endoso, se opera tan sólo cuando la hace quien resulta propietario real comprobado por una serie regular de endosos y en favor de quien no está impedido de adquirir la letra en su plenitud (Zaeffcrer Silva, obr. cit. n» 222). IV. TIEMPO HÁBIL PARA HACER EL ENDOSO E! endoso, para que produzca los efectos previstos en el articulo 624 del Código de comercio, además de contener los requisitos exigidos por la ley, debe ser hecho antes del vencimiento de la letra. Las letras dr c.unbio vencidas no son endosable.s y su propiedad se transmite en la forma establecida en el Codito civil para la cesión de créditos no endosables < a r t . 635. Cód. de c:>!rt. > . La doctrina no es uniforme acerca de In época en que debe verificarse el endoso. Unas autores opinan eme la letra puede nc<:uciaryc por la vía del endoso en cualquier Uemp;>. hasta el momento del pago. He fundan en q u e l , i facultad de endosar un título de crédito no es un favor, sino la consecuencia- natural, necesario., de la cláusula "a la orden", que no es otra cow. que una convención especial, siendo repla del Derecho común que las convenciones lo'jalr.H-nto formadas, tienen el vinculo de ley t n l r i las personas que las celebran; de t a l ¡ivilo, que mientras la letra subsista. conserva la calidad que le es propia de ser c'-.sibln por endoso, calidad que viene a s*-i' uno do sus elementos constitutivos, un.\ de las condiciones de su existene¡'; y que so mantiene, por lo tanto, riel im.Miiü modo '.\ntes que después del vencimiento de la letra, porque el titulo, aunque vencido, no pierde la cláusula a la orden ni conserva menos el carácter que le es propio. Sustentan esta opinión, e n t r e otros, Kr.ivurd Vcyrii\res, Béciurride, Alanzet. Lyon C:irn y Renault. En cambio. Noupuicr Farú'.ss'is. Dallo/ y otros, desconocen la fa- • ulh'.cl el:- t'iidos.Hr la letra cotí post-Tior)- datí ü su vencimiento, invocando asimismo la naturaleza y objeto de este papel > . < comercio. En el momento de su vencimiento, según ellos, la suerte de la letra queda irrevocablemente fijada. Asi lo entiende Si govia, quien argumenta que si ha de presentar todas las ventajas deseables, es necesario que la letra se liquide y pague en la época de su vencimiento, pues entonces habrá ya llenado su misión legal, habiendo teniao la proyección en el tiempo que el librador le impuso: y empeñarse en renovar su existencia extralegal es dar origen a inconvenientes y cuestiones (nota 2138». Pagada la letra por el girado, dicen los partidarios de la improcedencia del endoso después do su vencimiento, el contrato de cambio queda extinguido por la liberación; si el girado rehusa el pago, el contrato queda igualmente extinguido por la inejecución, en el sentido de que el título no es nada ya por sí mismo, y no queda al portador sino un título comercial rcprespntado por la letra y por el protesto que le ha conservado sus efectos. No hay, propiamente hablando, en tal caso, letra de cambio: hay sólo un crédito derivado de una le- tra de cambio. A estas consideraciones, agrega Obarrio otro argumento. La forma especial de la transmisión de la letra de cambio por medio del endoso, dice, es consecuencia de la autorización conferida por el librador al tomador de transmitirla a terceros sin su intervención ni noticia; autorización que se exuliea mientras existan las probabilidades del pago de la letra por parte del girado, en la época oportuna. Pero cuando la l e t r a ha vencido sin que ese pago se efectúe, cuando el titulo por tal hecho ha perdido o disminuido su valor circulante, desde que éste sólo descansa en la confianza que inspira, la facilidad de su cobro, en las condicione.s en que ha sido emitido, no puede presumirse la voluntad del garante para dejar que corra en el comercio una letra cuya falta de pago puede afectar más o menos hondamente su crédito f n o 156). El principio sustentado por la última de las doctrinos expuestas es, pues, el que ha adoptado nuestro Cóclipro de comercio, en el citado articulo C35. No es éste, sin embargo, el sistema de la ley uniforme de Ginebra do 1930, si bien no es absolutamente opuesto. En su artículo 20 dispone que el endoso posterior al vencimiento produce los mismos efectos que un endoso anterior, pero que el endoso posterior al protesto por falta de pago, o hecho después de la terminación del plazo fijado para e f e c t u a r el protesto, no produce otros efectos que los de una cesión nrninarht V U e decir, vino la ley uní- forme se ¡imita, en cierto modo, a prorro- gar el término del vencimiento, a los efectos del endoso, hasta la realización del protesto o hasta la expiración del plazo legal fijado para la realización de esta diligencia. En opinión de Fernández, concordante con la de Mossa, Ferrara, Braceo,- Yadarola, que invoca, es preferible el sistema seguido por la ley uniforme, pues mientras no se formalice el protesto o transcurra el término legal para labrarlo, la letra no debe verse afectada en su circulación caníbiaria. Observa el mismo autor que el endoso a que se refiere el artículo 635 del Código de comercio, no necesita reunir los requisitos que prescribe el artículo 626, bastando que denote en forma indubitable la voluntad de las partes de transferir la letra; y en cuanto a la prueba de que el endoso es de fecha posterior al vencimiento incumbe, a su juicio, a quien lo alega, con arreglo a los principios que rigen el onus probantft.'en Derecho procesal, y porque mientras tal prueba no se produzca, debe presumirse que el endoso ha sido puesto antes del vencimiento (pág. 253 y 254). Con referencia a la disposición del artículo, 635, en cuanto prescribe que las letras de cambio vencidas no son endosables, se plantea la cuestión de saber "cuándo debe entenderse por vencida una letra a los efectos del endoso, si el día que expira el término o sólo una vez hecho el protesto". En opinión de Zaefferer Silva, la letra pierde su acción circulatoria tan sólo con el protesto, o sea el día en que el protesto debió hacerse; sin que se haya alegado razón alguna valedera entre las pocas que se dan los autores, quienes más bien se limitan a hacer afirmaciones que no justifican una solución contraria. El protesto, dice, autentica el estado de la letra y antes de él la transferencia por endoso en blanco resulta incontrolable, en cuanto a la fecha de su realización, salvo circunstancias absolutamente especio lee; de modo que la implantación de una regla insusceptible de control, y que sólo abarca el espacio de horas, no tiene fundamento jurídico (n<? 265). Se olvida, sin embargo, que todas las letras a término, como lo establece el artículo 614 del Código de comercio, deben pagarse el día de su vencimiento, antes de ponerse el sol, sin que se pueda reclamar término alguno de gracia o cortesía; y que, además, toda letra que haya de ser protestada por falta de aceptación o pago, debe ser llevada al escribano el mismo día en que debió ser aceptada o pagada (art. 713 y su interpretación doctrinaria y jurisprudencial co- rriente, como lo admite el propio Zaefferer Silva, n" 554; y con la que están de acuerdo también Segovia, nota 2368; Obarrio, n" 269; Rébora, n* 315; Fernández, pág. 347; Orione, n<? 13; Castellanos, pág. 291); todo lo cual demuestra que, para la ley, el vencimiento, con relación al endoso, a que se refiere el artículo 635, es el que corresponde al fenecimiento del día (a la puesta del sol) en que debió hacerse el pago; después de cuyo momento, en el breve lapso que resta del día, la letra deberá ser llevada al escribano, en cuyo poder permanecerá hasta después de diligenciado el protesto (segunda parte del mismo art. 713), sin posibilidad de endosar legalmente la letra. En adelante, la propiedad de la letra sólo podrá transmitirse en la forma establecida en el Código civil para la cesión du créditos no endosables (art. 635, in fine). Sin embargo, el cumplimiento de este precepto plantea otra cuestión, por cuanto el Código civil no establece una forma determinada para la cesión, exigiendo únicamente que se haga por escrito; de donde se sostiene que puede efectuarse por medio de endoso, con el alcance de aquélla y que este endoso no necesita reunir los requisitos que prescribe el artículo 626 del Código de comercio, siendo suficiente que se manifieste en forma indubitable la voluntad de las partes de transferir la letra; existiendo al respecto el antecedente de la ley uniforme de Ginebra, en cuyo artículo 20, dispone que el endoso posterior al protesto por falta de pago o hecho después de la terminación del plazo fijado para efectuar el protesto —que equivale a la situación prevista en el artículo 635 de nuestro Código de comercio (endoso de la letra vencida)— no produce otros efectos que los de una cesión ordinaria. Esta disposición ha sido adoptada, en sus respectivas legislaciones, por Francia, artículo 122; Suiza, artículo 1010; Italia, artículo 24: Alemania y Austria, artículo 20, etcétera. La diferencia entre el endoso anterior al vencimiento (o al protesto) y el posterior, se explica, en opinión de los autores, porque con el vencimiento (según nuestra ley, o el protesto o transcurso del plazo para evacuarlo, según la ley uniforme y demás leyes citadas) termina la existencia normal de la letra, como título abstracto, de circulación cambiaría, creador de obligaciones y derechos originales, autónomos, d i s t i n t o s para cada uno de los firmantes; y como tal queda fijada en ese momento y los endosatarios o cesionarios posteriores adquieren sólo un derecho derivado de su antecesor o, lo que es igual, el último de esos endosa- tarios o cesionarios puede ejercitar los derechos del tenedor a la época del vencimiento (o del protesto), en cuyo lugar y grado se coloca, y posee acción cambiaría ejecutiva, contra el librador, aceptante, endosantes, avalistas, etcétera, anteriores a tal evento. Sin embargo, esta doctrina no es uniformemente aceptada, pues algunos autores opinan que la letra pierde su fuerza ejecutiva y, en consecuencia, el endosatario no poaee acción ejecutiva, o acción cambiaría de naturaleza ejecutiva, contra el deudor. En cuanto a los endosantes o cedentes posteriores al vencimiento (o al protesto) , que lo pre'ceden, sus derechos son sólo los de un cesionario, de conformidad con la ley civil, y pueden oponérsele no sólo las excepciones personales sino también las relativas a los cedentes anteriores, pues su derecho es derivado y no original. Los cedentes anteriores no están obligados al pago, únicamente garantizan la existencia y legitimidad del crédito al tiempo de la cesión, conforme al artículo 1476 del Código civil (Fernández, p. 253 a 255; Zaefferer Silva, núm. 265). V. CLASES DE ENDOSOS La forma o contenido del endoso difiere según el fin que se propone el-tenedor de la letra al transferirla al tomador o endosatario. Puede guiarlo la intención de trans{erirla en propiedad, o simplemente la de constituir una prenda, o conferir una autorización o mandato para cobrar su importe o hacerla protestar, conservando la propiedad. Según sea, pues, el fin que se ha propuesto el tenedor, asi deberá, ser la forma que se adopte en el endoso. El Código de comercio argentino autoriza las formas de endoso siguientes: endoso completo, que la doctrina denomina también regular, pleno, perfecto, incondicional y propio; endoso en bZanco (arts. 626 y 627). Además, el endoso que el precepto legal pertinente (art. 628) califica de imperfecto y que se lo conoce también por incompleto o irregular. a) Endos.o completo. Es completo el endoso, conforme al artículo 626, cuando ha sido extendido en la letra y contiene: l v lafecha del día en que se verifica; 2' el nombre de la persona a quien se transmite la letra; 3" la declaración del valor recibido, entendido o en cuenta; 4' el nombre de la persona de quien se recibe, o en cuenta de quien se carga, si no fuere la misma a quien se transmite la letra; 5' la firma del endosante o de la persona legítimamente autorizada que firme por él. Esta especie de endoso, es reputado un acto formal como la letra ele cambio mis- ma; su validez depende de la reunión de todos los requisitos exigidos y la falta de uno de ellos destruye sus efectos o los desvía totalmente, pues transforma un acto verificado con el objeto de transferir la propiedad en un simple mandato de alcances restringidos (art. 628); por lo cual se le objeta que esta forma de endoso no es recomendable, pues usarla es exponerse, innecesariamente, a afectar la validez de la transmisión, máxime si la negociación se realiza entre personas poco habituadas a ella y que no posean el dominio de las reglas de la materia. El cuidado, la preocupación, o el examen a que dará lugar la redacción cuando no proceda de manos expertas, no son lo más a propósito para este género* de operaciones, cuyas formas externas son tanto más convenientes y eficaces cuanto más sobrias y sencillas. Este es el criterio con que ha sido instituido el endoso regular en las legislaciones modernas y adoptado en el proyecto de ley uniforme de La Haya, en-1912 (Rébora, núm. 121). En efecto, la tendencia actual es a la simplificación del endoso. La doctrina corriente sólo considera esenciales la firma del endosante y que el endoso se haga en la misma letra; no siendo necesaria la fecha, pues se presume que es anterior al vencimiento y en cuanto a los diversos endosos, lógicamente, sus fechas son sucesivas (Fernández, pág. 239). La ley uniforme de Ginebra, se ha informado en la doctrina más adelantada sobre el particular, disponiendo que el endoso debe escribirse en la letra de cambio o en una hoja añadida (allonge); debe estar firmado por el endosante; y puede no designar el beneficiario o consistir simplemente en la firma del endosante (endoso en blanco); en cuyo último caso, el endoso, para ser válido, debe estar extendido al dorso de la letra de cambio o en la hoja añadida (art. 13). Además, en el artículo 20 ¿n fine prescribe que el endoso sin fecha se presume hecho, salvo prueba en contrario, antes de la terminación del plazo fijado para efectuar el protesto. Lns nuevas legislaciones de Francia (art. 117 y 123), Suiza (arts. 1003 y 1010), Italia íarts. 17 y 24), Alemania (art. 13), Austria (art. 13), etcétera, han incorporado a las mismas los preceptos contenidos en los citados artículos 13 y 20 de la ley uniforme de Ginebra. Nuestro Código áe comercio, como se ha visto, exige la enunciación de la fecha en el endoso, además de los otros requisitos determinados en el artículo 626, para que sea completo y p r o d u z c a el efecto de transferir la propiedad de la letra de cam- bio. La designación de la fecha en que se hace el endoso, sirve para determinar la capacidad del endosante en el momento de la transmisión de la letra; y a fin de asegurar la efectividad del propósito a que responde aquella exigencia, la ley prohibe antidatar el endoso y establece que "el falsificador responde de los daños, sin perjuicio de la pena en que incurre por el delito de falsedad (art. 633). Por la fecha, además, se comprueba si el endoso fue hecho en tiempo oportuno y también qué ley era la vigente en ese momento. En opinión de Segovia, la indicación de la fecha es igualmente necesaria a los efectos del artículo 682, que se refiere al aval, y de la provisión; y piensa que bastarán como enunciado de la fecha, las expresiones lecha ut supra o ut retro (nota 2111). Para Rébora, la fecha en el endoso tiene menos importancia que en el cuerpo del documento, porque si en éste es de interés conocer la fecha de la expedición para fijar la época del vencimiento, cuando es absoluto, no sucede lo mismo en el endoso, que nada modifica de las condiciones de la letra, cuya propiedad transmite respetando todas sus enunciaciones (núm. 125). Conviene Fernández en que la fecha sirve para determinar si el endosante era o no capaz y se encontraba o no in bonis, porque fija el día preciso en que se efectúa el endoso, pero observa que tal precaución carece de importancia práctica para impedir fraudes, al menos en lo que respecta a las relaciones cambiarías, puesto que puede fijarse a voluntad una fecha anterior o posterior, y siempre tiene el endosante el recurso de endosar en blanco; y en cuanto a la fecha que ostente la letra, se presume exacta mientras no se pruebe lo contrario por quien la impugne. Concuerda con el criterio expuesto per Segovia, pues, como éste, no considera indispensable que la fecha se fije indicando en cada endoso el día, mes y año como ocurre con la letra, bastando con ias expresiones antes citadas: ut su}>ra o ut retro, que al referirse a la última fecha (de la letra o de un endoso anterior) la establecerá en forma precisa e inequívoca (pág. 240). En el mismo sentido .se expide, en este punto, también Zaefferer Silva (núm. 227). Otro de los requisitos exigidos por el artículo 626, para el endoso completo, como se ha visto, consiste en la indicación del nombre de la persona a quien se transmite la letra por el endoso. Nada obsta a que en vez de un solo nombre se designen dos o más, expresados conjunta o disyuntivamente, pues la ley no limita el número de personas a las cuales puede transmitirse la letra por medio del endoso, como no limita el derecho del librador de transmitir la letra a uno o varios tomadores en la misma forma conjunta o disyuntiva y aun designar uno o más girados, para que conjunta o sucesivamente, se les requiera la aceptación. A pesar de los términos de la disposición legal (inc. 2" del art. 626) se sostiene que no es esencial que el endoso completo contenga el nombre del endosatario, bastando con que se deje el espacio destinado a tal fin, que el tenedor de buena fe puede llenar con su nombre, como ocurre con la letra de cambio de acuerdo con la prescripción del artículo 509 inciso 4", en cuyo argumento se funda la doctrina expresada (Fernández, pág. 240; Malagarriga, núm. 125); de laque no participa Zaefferer Silva, quien juzga que no es aceptable en el endoso regular "por aplicación en la lógica de lo que al respecto se dispone para el tomador de la letra". A su juicio, mientras exista tal blanco, el endoso será irregular y no habrá transmisión de dominio; por cuanto, cuanto las formalidades se exigen con carácter esencial, no puede prescindirse de ellas por analogía con disposiciones que rigen casos semejantes múm. 228). Sin embargo, conviene tener presente: que el endosante es un verdadero librador (art. 625*; que no obstante establecer el artículo 599 quo es requisito esencial indicar en la letra el nombre de la persona a quien debe pagarse, faculta a dejar un espacio en blanco, en el que "el portador de buena fe puede poner el suyo" (inc. 4" in f i n e ) ; y, por último, que con solo llenar el claro, en el momento que se crea oportuno, el endoso será un endono completo, y transmitirá el endosatario la propiedad de la letra. El artículo 623 no exige que el endoso para ser completo contenga la cláusula ''a la orden". Convienen, sin embargo, los expositores de nuestra ley, en que si el endoso no estuviese concebido "a la orden", el endosatario no podría transmitir la letra sino en la forma ordinaria de la cesión de cré- ditos del derecho común (Segovia, nota 2112; Obarrio, núm. 151, Rébora, núm. 126; Zaefferer Silva, núm. 2251). Este último autor considera que falta para completar la numeración de las condiciones exigidas para el endoso perfecto, la cláusula "a la orden". Sin ella, dice, no hay ondoso propiamente dicho, porque la característica de éste es que el endosatario a su vez hace circular la letra por medio de otro endo-so, si bien la omisión de la cláusula, no restaría al endoso efecto traslativo de propiedad, sólo restaría a la letra su capacidad circulatoria, por lo cual no procedería negarle al endoso la calidad de "completo" en razón de que esta denominación sólo hace referencia al poder traslativo de la propiedad del efecto, que el acto tiene. Por su parte, Rébora, sostiene que nada más inconveniente que la regla en virtud de la cual, si el endoso no contiene la cláusula "a la orden", el endosatario sólo podría transmitir la letra mediante la cesión de créditos, pues constituye una verdadera cortapisa a la acción de la letra de cambio, cuyo fin es moverse como medio de pagos y sustitutivo de la moneda y cuya aspiración es circular con toda libertad en interés de altas leyes económicas. Entiende que la letra creada con carácter comercial debiera conservarlo hasta su desaparición de la esfera de los cambios, antes que perderlo por negligencia o ignorancia riel endosante, y hasta podría dorir.se que ni aún por su voluntad, puesto que se trata de un atributo que en nada perjudica ni empeora la situación del que suscribe el endoso. Y si al hablar de la cláusula "a la orden" en el cuerpo de la letra, ha dicho que e!la no debiera ser mirada como un requisito esencial cuando del documento mismo apareciese la intención de contraer una obligación sujeta a la legislación cambiaría, con mayor razón lo repite ahora oue se trata de mantener y no de crear ese carácter especial. En todo caso, expresa finalmente, cuando el endosante tuviese interés en quitar a la letra el carácter de endosable —lo que seria excepcional— siempre se dejaría a su alcance la cláusula "no a la orden". La declaración del valor recibido, entendido o en cuenta, a que se refiere el inciso 3 del articulo 626, es una exigencia .de nuestro Código reprobada unánimemente por los autores, que la califican de incongruente con los principios admitidos por nuestro derecho y t?mto más injustificada cuanto que se ha creído innecesario imponerla al librador, existiendo las mismas razones en uno y otro cr.so para su relegación a la categoría de cláusula facultativa (Rébora, núm. 137). Es el menos justificable de los requisitos exigidos por el precepto legal citado, puesto que la letra es un título abstracto ajeno absolutamente, del punto de vista cambiario. a toda vinculación causal y la circunstancia de haber o no recibido el valor es de carácter extrar:,mbiario y sólo atañe a las relaciones entr- el endosante y el endosatario; pero, si se omite esta mención, el endoso será imperfecto, con el alcance limitado que le atribuye el artículo 628 (Fernández, pág. 241). Para Segovia la disposición no armoniza con lo establecido en los artículos 6()i? y 603, es incongruente con el principio del artículo 625 y lo prescripto en el artículo 627 y se halla en contradicción con la.s prácticas mercantiles y especialmente con la letra y espíritu del artículo 212. Si el endoso se equipara a la letra (art. 625: Pothier, núm. 79; Namur, núm. 548) e importa efectivamente una nueva letra, es evidente, a su juicio, que el requisito valor recibido, etcétera, que no es esencial para transmitir la propiedad de la letra de cambio original, tampoco debe serlo para transferirla al endosatario, porque tales declaraciones sólo interesan al endosante o al tercero que suministró el valor y al endosatario, y no deben ser un obstáculo para la libre circulación de la letra. Cita en apoyo de su tesis, las opiniones concordantes de Namur, .sobre todo la de Thol, párrafo 109 y Demangeat i obre Bravard, t. III, pág. 152, y la de Frérnery, quien ya en 1833, demostró que la exigencia en cuestión carecía de toda base racional (nota 2113). En concepto de Obarrio, es un hecho indiscutible que la falta de declaración en el endoso de la causa que lo motiva, no le hace perder su condición de regular, ni perjudica por lo tanto, su naturaleza jurídica, bastando una sola consideración para fundar su tesis. A este efecto, dice que el Código antc-s de ser reformado, al final del inciso 3 del articulo f'02, correspondiente al 626 en cuestión, hncía referencia a los artículos 779 y 780, equivalentes asimismo a los que f i g u r a n con los números 602 y 603 del vigente. La cláusula, pues, tenía la misma importancia en el endoso que en el giro de la letra. Es cierto que la referencia o correlación mencionada ha sido suprimida en el artículo 626, pero tal supresión no puede interpretarse como un cambio o modificación en la doctrina. La Comisión reformadora ha suprimido todas o casi todas las citas que contenía el Código sancionado en 1862, sin que en manera alguna haya abrigado el propósito de desconocer las concordancias o vinculaciones existentes entre las disposiciones que hacían la referencia y las correlacionadas con las mismas (núm. 1 5 1 » . Rébora. después de transcribir la* precedentes referencias de Obarrio, manifiesta que esa es también su opinión y agrega que el inciso 3' del artículo 803 del Código de 1862 (626 del Cód. vigente) al referirse a los artículos 779 y 780 (actuales 602 y 603 > y f! primero de éstos, el 779, al a r t i c u l o 107 del Código anterior (212 actual) aclarando así mejor su fundamento, daban a la cláusula "valor recibido", "valor entendían o en cuenta", el carácter de una enunciación que podía aparecer, pero que no era indispensable que existiese en el endoso. Por el Código antiguo, ella no era indispensable y la Comisión reformadora del año 1889 lo consideró "en este punto tan perfecto cuanto cabe en obra humana", declarando que el Congreso reunido en Amberes el año 1885 "no ha llegado a conclusiones que no estuvieran ya consignadas en nuestro Código desde 1858", por cuyo motivo dicha Comisión ha "aceptado sin reserva el plan del Código y sus doctrinas". Agrega el informe de la Comisión, dice en seguida Rébora, que ha introducido algunas modificaciones de detalle en los artículos 766, 767 y 775 del Código (587, 590 y 598 del actual) y las que después de la promulgación del nen porqué conocer las relaciones entre endosante y endosatario, ni si están, o no, motivadas por la ingerencia de un tercero, resulta que la ausencia de tal requisito en nada afecta la fuerza del endoso, que puede y debe considerarse completo cuando estén reunidos en aquél los requisitos exigidos indispensablemente; así la letra podrá ser endosada nuevamente y circular sin ninguna traba (Rébora, núm. 128). Para Zaefferer Silva, que no desconoce la esencialídad legal del requisito en cuestión, éste es totalmente incongruente con la estructura de la letra de cambio, sugiriéndole la consideración de que si en ésta no se exige, como tampoco se exige la cláusula sobre la valuta, no se explica que en el endoso se requiera la determinación de la persona de Código civil sr> hacían indispensables en el quien se recibe el valor o en cuya cuenta capítulo "de lo¡ términos y vencimientos". éste se carga, exigencia que tiene su origen Es, pues, evidente, que la interpretación en la ordenanza francesa de 1673, y que histórica, lógica y sistemática de la dispo- subsiste aún en los Códigos de España, Honsición en estu lio, expresa en conclusión, duras y Uruguay; pero que en la actualidad conduce a la solución adoptada por el autor y en razón de la estructura de nuestra lecitado, refiriéndose a Obarrio (núm. 127). gislación cambiarla que se basa en la inNo participa Zaefferer Silva de la opinión dependencia de las obligaciones cambiade Obarrio, compartida por Rébora, fundan- rías, estas exigencias son inadmisibles y do su disidencia en los términos explícitos revelan sin duda que los principios básicos de la ley, si bien reconoce que los argumen- sobre los cuales se pensó asentar la ley de tos que aduce el primero de aquellos "no cambio no habían madurado en forma al dejan de pesar en apoyo de su tesis". Men- redactarse aquélla (nQ 230). ciona en favor de su tesis la opinión de La firma del endosante o de la persona Segovia, y cita algunos fallos judiciales,-' legítimamente autorizada que firme por contradictorios en sus conclusiones (núm. él, es el quinto y último de los requisitos 229). enumerados en el artículo 626, que debe La expresión del nombre de la persona contener el endoso para que se repute comde quien se recibe, o en cuenta de quien se carga el valor a que se refiere el inciso 3° del artículo 626, si no fuese la misma persona a quien se transmite la letra, lo impone, como ha quedado establecido precedentemente, el inciso 4" de dicho artículo 626. Es posible que el endosante haya recibido el valor o cargádolo en cuenta de un tercero, que no sea el endosatario, y entonces quiere la ley que se consigne, también, esa circunstancia, so pena de que el endoso, por ser irregular, no transfiera la propiedad de la letra. Es para Segovia, esta exigencia, más criticable que la anterior, de la cual es su consecuencia, que ha sido tomada de los viejos Códigos español y portugués, y que fuera eliminada en los nuevos Códigos de ambos países (nota 2114). Se dice, con razón, que la presencia en el endoso del requisito impuesto por dicho inciso 4° del artículo 626, sólo puede exigirse cuando medie la intervención de un tercero en la negociación de la letra en los términos previstos por el precepto legal mencionado; y como los extraños a la negociación no tie- pleto, con los efectos que le atribuye la ley. Este requisito es tan esencial, que su falta, según Segovia, anula el endoso conforme al artículo 1012 del Código civil, y de tal importancia que la sola firma constituye el endoso en blanco (nota 2115). Sin embargo, podría decirse con más .propiedad, que cuando falta la firma, no existe endoso, como no existe letra de cambio sin la firma del librador, salvo cuando éste gira a su orden, en cuyo caso la firma con que al transmitirla, suscribe el endoso, suple la que falta al pie de la letra (art. 599, inc. 6, in fine}. En cambio, cuando se ha omitido cualquiera de los otros requisitos enumerados en el artículo 626, no deja de ser endoso el acto jurídico suscripto en la letra: si bien, la omisión, lo convierte en endoso incompleto, con efectos diferentes de los que corresponden al endoso regular o completo (arts. 628). En la ley uniforme de Ginebra, la firma del librador es requisito esencial para la existencia de la letra de cambio (art. l9, inc. 8 9 ); de tal modo, que si falta, no puede ser suplida en ninguna forma, y el título, en ese caso, "no tiene validez como letra de cambio" (art. 2»); como no la tiene el endoso, como tal, si no está firmado (art. 13). Las legislaciones posteriores a las convenciones de Ginebra, vigentes en Francia, Italia, Suiza, Alemania y Austria, etc., han reproducido los preceptos contenidos en los citados artículos 1', incisos 8' y 2" de la ley uniforme (artículos 110 y 117; 1, 2 y 17; 991, 992 y 1003; 1, 2 y 13) en las respectivas legislaciones mencionadas. Por aplicación del artículo 1012 del Código civil, que establece que la firma de las partes es una condición esencial de todo acto bajo firma privada, sin que pueda ser reemplazada por signos ni por iniciales de los nombres o apellidos, si el endosante no sabe firmar, deberá autorizar, por medio de poder especial, a otra persona, para que firme por él, o podrá, si lo prefiere, otorgar la letra por escritura pública, cuyo testimonio lo entregará el escribano al endosatario (art. 608; Segovia, nota 2033). Observa Rébora que el primero de los temperamentos indicados es el que más conviene en nuestro país, pues la letra hecha ante escribano público es más propia de aquellos países en que la intervención del funcionario notarial puede limitarse a una mera atestación, que de los que tienen al respecto leyes que imponen invariablemente un formulismo reñido con la índole y el laconismo de la letra de cambio (n9 58). Se señalan como signos que no pueden usarse en reemplazo de la firma, la impresión digital, o una cruz y, por supuesto, cualquier otro semejante; como asimismo no servirían a ese efecto la firma a ruego, ante testigos (Fernández, pág. 181). La ley, refiriéndose al librador, establece que la letra debe llevar la firma de éste, a su nombre, o el de la casa de comercio o de la persona que firma por él con poder suficiente (art. 599, inc. 6<?). Con más propiedad, observa Williams, debió decirse "la firma manuscrita, de puño y letra del otorgante en la forma que comúnmente se practica" (n? 57), porque, como lo expresa Fernández, la firma debe ser-manuscrita, tal como habitualmente la usa el firmante, aunque no contenga íntegramente todas las letras de su nombre y apellido. A su vez, Segovia corrige la expresión de la ley "el nombre de la casa de comercio", entendiendo que ha debido decirse "la razón o firma social", porque no se firma con el nombre de la casa de comercio (nota 2034). En el primero de los supuestos del artículo 599, inciso 6?, de que se trata, el firmante es una persona comerciante o no comerciante, que obra individualmente y debe, entonces, firmar de su puño y letra, con su nombre y apellido, en la forma habitual; en el segundo, es el caso de una sociedad, y firmará con la firma o razón social, la persona —sooio, gerente, administrador, etc.— facultado por la ley o por el acto de constitución de la sociedad; en el último, media un mandato, en cuyo caso el mandatario, con poder especial, y haciendo constar la representación que invoca ("por poder", "p. p.", "por mandato") e indicando el nombre del mandante firmará con su propio nombre, pues de lo contrario quedará obligado personalmente (art. 1929, Cód. civil). Los tomadores y tenedores de las letras tienen facultad para exigir del firmante la exhibición del poder (art. 608, Cód. de com.). Debiendo considerarse al endosante, por expresa disposición de la ley, un verdadero librador, sería ilógico que, tratándose de la firma de uno y otro en la letra, aquélla contuviese normas diferentes al respecto. De ahí que todo lo que prescribe el Código para la firma del librador, sobre las diversas cuestiones y circunstancias de que se ha hecho mérito precedentemente, sea de estricta aplicación también par a .la firma del endosante. La ley uniforme de Ginebra de 1930, prevé el caso de que la letra de cambio contenga firmas de personas incapaces de obligarse por letra de cambio, o firmas falsas, o firmas de personas imaginarias o firmas que por cualquier otra razón no podrían obligar a las personas que han firmado la letra de cambio, o en nombre de las cuales ha sido firmada, estableciendo que no dejarán por ello de ser válidas las obligaciones de los otros firmantes (art. 7°). También prescribe esta ley que quién firme una letra de cambio como representante de una persona de la que no tenga poder para actuar, se obliga por sí mismo en virtud de la letra, y si ha pagado tiene los mismos derechos que tendría el pretendido representado; aplicándose la misma regla al representante que se ha excedido en sus poderes (arts. 8). Con esta disposición se han incorporado al derecho cambiario y a su correspondiente legislación, las normas respectivos del derecho civil y las conclusiones concordantes de la doctrina de la materia. En lo que se refiere a la manera como podría ser suplida la firma, cualquiera fuese la persona que debiese firmar en la letra —pues no la limita a una determinada— en razón de las observaciones formuladas por algunos representantes, durante la discusión de la ley uniforme, que hacían notar que en sus respectivos países la ley y los usos reconocían plenamente la validez de un sello, signo o de la impresión del pulgar, etc., en sustitución de la firma; y a un de que los Estados pudieran determinar en su legislación particular, cómo, en caso de imposibilidad de firmar, se podría suplir la firma, se introdujo una reserva en el artículo 2* del Anexo II de la Convención sobre ley uniforme, concebida en estos términos: Cada una de las altas partes contratantes tiene, respecto de los compromisos contraídos en materia de letra de cambio, en su territorio, la facultad de determinar de qué manera puede ser suplida la firma misma, con tal de que una declaración auténtica inscripta en la letra de cambio demuestre la voluntad de aquel que hubiese debido firmar (Percerou y Bouteron, La nouvelle legislation frangaise, etc., T. I., n" 13). Estos autores expresan, además, que las observaciones relativas a la firma, se aplican no sólo a la del librador, sino también a toda persona que quiera obligarse por letra de cambio, billete a la orden o cheque. El endosante puede insertar en el endoso algunas de las cláusulas llamadas usuales o facultativas, tal como puede hacerlo el librador en la letra al emitirla. Así, por ejemplo, considerando las legislaciones en general, le es permitido agregar las cláusulas "libre de protesto", "libre de gastos", "regreso sin gastos" "sin cuenta de retorno", "sin garantías", "no a la orden", etcétera, y "designar un indicado". El Código de comercio argentino ha guardado silencio al respecto, pero los autores sostienen que determinadas cláusulas de las señaladas precedentemente pueden ser incluidas en el endoso. Son todas aquellas que no alteran los derechos y obligaciones que nacen como consecuencia del endoso. Asi, las cláusulas "libre de protesto", "libre de gastos", "regreso sin gastos", se insertan en la letra para que el portador no la proteste en caso de falta de aceptación o de pago. Se escriben en el título mismo y pueden insertarlas el librador y cualquier endosante, este último en el endoso. Los casos fii que las incluya un endosante, dice Rébora, serán muy poco frecuentes; tal vez cuando se trate de una letra cuyos deudores hayan caído en estado de insolvencia; pero cuan- do esto suceda, la cláusula solo surtirá efecto con relación al que la impuso y ü los endosantes posteriores (n" 77). Se considera que la admisión de estas clásulas de interdicción, exonerando al portador para faltar a las formalidades de la ley, en ea.-.o de incumplimiento, bajo pena de so- portar los gastos, va contra la regla general de la inderogabilidad del protesto (Williams, n" 72). El fin que las determina varia según las circunstancias particulares del caso. Se las emplea con relación al librador, cuando éste no ha hecho provisión y teme el rechazo de la letra y en general, comprendido el endosante, cuando la letra se gira por una pequeña suma y los gastos de protesto serian muy sensibles; o cuando se desconfia de 1- solvencia del girado; o cuando se quiere evitar que sea formalizado un protesto, por el descrédito que este hecho reporta. La inserción de cualquiera de las cláusulas mencionadas significa que el propietario de la letra, a su vencimiento, debe dirigirse, a falta de pago y sin otra diligencia, al que impuso esta obligación, sea librador o endosante; y que éste no es responsable de los gastos que verifique el tenedor en oposición a dichas cláusulas; ni el tenedor pierde por la falta de protesto su derecho contra el librador y endosantes si aquellas son introducidas por el librador, o contra el endosante y sus causahabientes si son incluidas en alguno de los endosos 'Rébora, n" 77). No es uniforme la doctrina y la legislación acerca de la admisión e interpretación de las cláusulas relativas a la dispensa convencional del protesto. Existen al respecto tres sistemas principales. Por el primero, la estipulación de "retorno sin gastos" surte todos sus efectos: libra al tenedor de la obligación que el derecho cambiarlo le impone de formalizar un protesto para mantener sus derechos contra los deudores subsidiarios, los cuales subsisten aunque se omita el protesto. Y si el tenedor, apartándose de los términos de la cláusula en cuestión, efectuada la diligencia de protesto, carecería de todo derecho para demandar el reembolso de los gastos por ella motivados. La doctrina y la jurisdicción francesa se han pronunciado unánimemente en e.ste sentido; la ley belga, en el artículo 59, contiene una disposición terminante al respecto. La libertad de las convenciones ha obrado aquí para legitimar la existencia de la cláusula de que se trata. Por el segundo sistema se admite la validez de la cláusula; pero, a pesar de ella, el tenedor puede levantar el protesto y tiene derecho, si lo realiza, a reclamar los gastos que haya demandado la diligencia. En este sentido se deciden la ley alemana, la húngara, y el Código suizo de las obligaciones. Por el tercer sistema, adoptado por el Código italiano, la cláusula "sin gastos", "sin protesto", u otra cualquiera que dispensa de la obligación de protestar, puesta por el librador o algun-j de los endosantes, debe tenerse como no escrita; quedando, por consiguiente, el tenedor en el deber de lumplir las diligencias proscriptas por la u-y. Muestro Código no autoriza ni prohibe la inserción de la cláusula relacionada con la dispensa convencional del protesto. Se limita a establecer, en una de sus disposiciones, que ningún acto ni documento puede suplir la omisión y falta de protesto para la conservación de las acciones que competen al portador contra las personas responsables a las resultas de la letra (art. 723). En otras disposiciones, exceptúa de la regla general sobre caducidad de la letra por falta de protesto, diversas situaciones particulares previstas (arts. 672, y 714, Cód. de com.. y 112, Iry de Quiebras, 11.719). Per ello, se afirma que la ley no se opone al pacto retour sana ¡ruis u otro en que se renuncie a la necesidad del protesto. Lo que no admite el Código, conforme a la interpretación c¡ue se ua al artículo 723, es que un acto realizado a pedido del tenedor pueda suplir al protesto, a no ser mediante la cláusula "retorno sin gastos", u otra cualquiera equivalente (Segovia, nota 2404). En opinión de Obarrio, ninguna dificultad existe para admitir la validez de esta estipulación, argumentando que el protesto no se funda en razones de orden público, que hagan por el propio hecho nula toda convención contraria, por lo cual las personas en cuyo interés se ha creado esa diligencia, pueden renunciarla libremente sin herir en lo mínimo los derechos o menoscabar las conveniencias sociales; y es ésta la doctrina corriente (n 1 262). También Rébora sostiene que, ante nuestro derecho de cambio, la cláusula de que se trata debe considerarse válida como opinan Segovia y Obarrio; y que si no bastaran las consideraciones apuntadas y la circunstancia de no hallarse en nuestra ley disposición alguna en contrario, se apoyaría precisamente en esta circunstancia para remitirse al ejemplo de la jurisprudencia francesa por cuanto tampoco el Código de Francia contenía, ni contiene, precepto alguno relativa a las cláusulas facultativas —esto era hasta 1935, en cuyo año entró en vigencia la nueva ley francesa sobre la letra de cambio, calcada en la ley uniforme de Ginebra de 1930. en cuyos artículos 45 y 46 de esta última ley, se autoriza la cláusula 'devolución sin gasto.,", ''sin protesto", que puede insertarse en la letra y en el prot(-;:to—, y, sin embarco, la opinión favorable a su admisión e-; unánime. Si se dijera (me el precepto de nuestro artículo 663, tuyas disposiciones repite el artículo 714, LS terminante y rechaza la admisibilidad ae la cláusula, haría notar que ella no difiere üe la consagrada por los artículos 168 y 170 del Código francés, que han servido de modelo al 663 argentino, lo cual no fue ubice a la formación de la mencionada jurisprudencia (n- 306). Conviene igualmente Williams en que, entre nosotros, tanto el librador como los endosantes, y aún los uemás obligados reversivamente —se refiere seguramente a los avalistas de uno y otros— pueden insertar la cláusula que exime de la obligación de protesto. Tratándose de los endosantes, hace la salvedad de que procede siempre que se le dé una extensión personal y sin excluir el aviso de íalta de pago; porque una cláusula que agrega en sí una nueva excepción a las ya previstas (art. 714, apartados 2<?, 3? y 4") y de regla general no es posible imponerla tácitamente lart. IV y 1145, Cód. civil), de manera que usada por un endosante se quiera hacerla extensiva también a las subsiguientes; debido a lo cual, para el poseedor del título, no hay utilidad alguna, ya que siempre tendrá que protestar para no enervar su acción contra otros firmantes. Sostiene, además, que el protesto es ineludible, no obstante la cláusula que lo dispensa, cuando se niega la aceptación en las letras a días o meses vista (art. 611, primera parte, y 640); y que tratándose de letras a día fijo (art. 612) o a días o meses de la fecha (art. 611, segundo apartado) el portador tiene siempre que levantar el protesto, a pesar de la cláusula en contrario, porque si no perdería su derecho de afianzamiento lart. 651), produciéndose una situación análoga al pacto de no aceptable, a la que reputa nula. Expresa, por último, que aún en la hipótesis del valor amplio de los términos —como parecen interpretarlos los autores nacionales citados: Segovia, Rébora, Malagarriga— "libre de protesto (aceptación opago) o restringido—cual es su opinión— (al endosante y al pago) es preciso confesar que deben considerarse por no escritos, tratándose de una intervención por honor, conforme a las disposiciones terminantes de los artículos 651, 66S. 6GG, 697, 700 y 704 <n<? 72). Por su parte, Zaefferer ^ilva, si bien reconoce c^ue es menester inclinarse ante la fuerza de la costumbre, acerca del uso de la cláusula "de vuilia sin gastos", ".sin protesto", deja a salvo su opinión en el sentido de que el texto de n l kima.s disposiciones del derecho de cai..bio argentino y el re gimen de formalidades instituidas, no se avienen con esa cláusula •di" 120». En opinión de Fernández, en nuestro Derecho y en razón qin> ni > i arti"'; ; 723, que sólo contempla el caso normal de la necesidad del protesto, prohibiendo que tal formalidad legal se supla por otro acto o documento, ni otras disposiciones de la ley vedan su inclusión en la letra, llega a la conclusión de que tal cláusula es válida, como así lo consideran Segovia, Obarrio, Rébora, Malagarriga, Williams y Rivarola; debiendo reconocérsele los siguientes efectos: 1, puesta por el librador, comprende a todos los endosantes y avalistas; 2, incluida por un endosante o avalista, sólo alcanza a éste y a los endosantes y avalistas posteriores, como lo sostiene Rébora y no lo admite Williams, arguyendo Fernández que si un endosante o avalista posterior ha inserto una fórmula contraria (por ejemplo, "con protesto") éste quedará excluido de la cláusula y regido por los preceptos legales; 3, comprende tanto el protesto por falta de aceptación, como el por falta de pago, contrariamente a lo que sostiene Wiíliams; 4, no exime al tenedor de la presentación para la aceptación y para el pago, ni afecta a lo preceptuado por los artículos 663 y 664 respecto del aviso de la falta as pago, como opina Williams; 5, los intereses de la letra corren automáticamente desde la fecha en que debía formularse el protesto de no mediar la cláusula; 6, el tenedor que hace formalizar el protesto, debe soportar los gastos si la cláusula ha sido puesta por el librador, pero puede repetirlos contra cuaquiera de los obligados cambiarlos cuando emana de un endosante o avalista (págs. 191 y 192). La ley uniforme de Ginebra de 1930 faculta al librador, al endosante y al avalista a dispensar 'al portador de levantar un protesto por falta de aceptación o por falta de pago, para ejercer sus acciones. Para ello, les basta insertar la cláusula de "devolución sin gastos", "sin protesto", o cualquiera otra equivalente. Esta cláusula debe escribirse y firmarse en el título. La cláusula mencionada no dispensa al portador ni de la presentación de la letra de cambio, dentro'de los plazos proscriptos ni de los avisos que haya de dar. La prueba de la inobservancia de los plazos incumbe a quien la oponga al portador. Los efectos de la cláusula dependen de quien la haya insertado. Escrita por el librador, produce sus efectos respecto de todos los firmantes. Si lo ha sido por un endosante o un avalista, solamente produce sus efectos para éste. Si el portador hace extender el protesto no obstante la cláusula escrita por el librador, los gastos quedan a cargo de aquél. Cuando la cláusula procede de un endosante o de un avalista, los gastos del pro- testo pueden ser cobrados contra todos los firmantes (art. 46). En caso de cláusula de "devolución sin gastos", la ley uniforme impone al portador de la letra la obligación de dar aviso de la falta de aceptación o de pago a su endosante y al librador dentro de los cuatro días hábiles siguientes al día de la presentación. La falta de aviso en el plazo indicado no produce la pérdida de los derechos del que debió darlo, pero se hace responsable, si a ello hubiere lugar, del perjuicio causado por negligencia, sin que los daños y perjuicios puedan exceder del importe de la letra de cambio (articulo 45). Francia, Suiza, Italia, Alemania, Austria, Bélgica incorporaron las disposiciones de los artículos 45 y 46 de la ley uniforme de Ginebra de 1930, al reformar esos países sus respectivas leyes nacionales. La ley inglesa y la de algunos otros países autorizan también el uso de la cláusula (Colombia, Guatemala, Venezuela, Solivia, Costa Rica, Bulgaria, Turquía). La prohiben, expresamente San Salvador, Portugal, etc. La inserción de la cláusula "sin cuenta de retorno" tiene por objeto impedir que el portador de una letra debidamente protestada por falta de pago, libre una nueva letra (letra de cambio) o resaca. Esta acción extrajudicial de obtener el pago de una letra de cambio no pagada a su vencimiento, se acuerda solo contra los obligados de regreso: librador, endosantes y avalistas. De ahí que, la cláusula "sin cuenta de retorno", debe ser escrita en la letra por alguno de los nombrados librador, endosantes y avalistas. Inserta la cláusula, el portador, para reembolsarse del importe de la letra, tendrá que deducir acción ejecutiva. Nuestro Código, que en el artículo 726, inciso 1', acuerda al portador el derecho de girar una nueva letra o resaca, como uno de los modos de reembolsarse el importe de la letra primitiva, no autoriza ni prohibe una estipulación en contrario. En cambio, la ley uniforme de Ginebra de 1930, expresamente prevé que los interesados puedan pactar en el sentido de impedir un nuevo giro; y así, en el artículo 52, establece que toda persona con derecho para ejercer una acción puede, salvo estipulación en contrarío, reembolsarse por medio de una nueva letra (resaca) librada a la vista contra uno de los garantes y pagadera en el domicilio de éste. El medio de impedir que el portador gire la letra de resaca es, pues, según la ley uniforme, insertar en el título (en el texto de la letra, por el librador; en el endoso, por el endosante; y en el aval, por el avalista) la equivalente. cláusula 'sin cuenta de retorno" u otra El tenedor se ve privado de la facultad de librar una nueva letra o resaca solo contra quien insertó la cláusula "sin cuenta de retorno", pues su efecto es meramente individual, pero conserva las otras dos vías: acción judicial, de naturaleza ejecutiva y remisión de la letra en la forma que determina el artículo 726, inciso 2° (Fernández, págs. 192 y 193; Conf. Zaefferer Silva, n" 130). La indicación es el derecho que la ley acuerda al librador y endosante, y que la doctrina hace extensivo al avalista de éstos, respectivamente, en su caso, para designar o indicar el nombre de una persona que, a falta de aceptación o pago por parte del girado, acepte o pague la letra en el momento oportuno (art. 656, Cód. de comercio). Por tal medio, el librador o el endosante —y aún el avalista—, celosos de su crédito y de la puntual ejecución de las obligaciones garantizadas con sus firmas, se ponen a cubierto de una posible negativa del girado. La persona designada se denomina indicado (arts. 656, 719 y 721, Cód. citado) . La indicación no puede ser hecha por el girado-aceptante, porque la obligación que éste toma a su cargo es principal y directa y el derecho de hacer la indicación corresponde sólo a los obligados de regreso. La indicación puede recaer en cualquier persona cambiariamente capaz, aún cuando sea ésta el librador o un endosante o avalista y no es necesario especificar el domicilio del indicado, pues éste debe coincidir con el lugar del pago (Williams, número 68). La ley no establece cómo debe hacerse la indicación. No obstante, de los términos del artículo 656 se deduce que debe constar en la letra y así lo sostiene Williams, argumentando que de otra manera el portador correría el riesgo de perder sus acciones, por falta de conocimiento de todos los elementos complementarios del documento, incurriendo en la sanción que establece el artículo 656 in fine, por incumplimiento de la diligencia que le impone la misma disposición legal. Advierte Segovia, sin embargo, que la indicación suele hacerse en documento por separado, porque perjudica el crédito del librado y aun del librador y acaso al de la letra misma (nota 2200). Admite Williams, conforme lo expone Arcángel!, que en los orígenes de la institución, al comienzo del siglo xvm, la indicación se hacía en documentos por separado; pero insiste en su opinión, en el sentido de que, de acuerdo con los preceptos de nuestro Código, debe constar ex- presamente en la letra; y en cuanto a la relación jurídica que existe entre el indicante y el indicado, no es otra a su juicio, que la de un mandato; mientras que para Segovia, la indicación de una persona en subsidio del librado (librado eventual), contiene una delegación "eventual" de pago y constituye una letra eventual, vinculada a la original. La aceptación tiene idéntica forma que la del librado o del interviniente, y debe constar en la letra, para que obligue por derecho de cambio y pueda ser negociada con la letra. Cree que no habrá obligación de reclamar la aceptación del indicado; cuando éste no tenga su domicilio en el lugar del pago, de acuerdo con la doctrina de los artículos 719 y 722 (nota 2200 citada). El Código no especifica qué términos deben usarse en la indicación. Este silencio implica autorizar el empleo de cualquier expresión, siempre que contenga la designación de una persona que, en defecto de aceptarse o pagarse por parte del girado, se hará cargo de la aceptación o pago de la letra. Comúnmente la cláusula se redacta como sigue: "en caso necesario dirigirse al señor...". Tampoco dispone la ley sobre la forma de la aceptación del indicado; pero convienen los autores en que esa aceptación no difiere de la que debe prestar el girado, y debe constar en la letra misma como opina Segovia, según se ha visto. El Código se limita a admitir implícitamente la existencia de la indicación en la letra y a disponer en consecuencia, que en las letras que tengan indicaciones hechas por el librador o endosantes para acudir a exigir su aceptación o pago en defecto de aceptarse o pagarse por la persona a cuyo cargo estén giradas, debe el portador, después de sacado el protesto, solicitar la aceptación o pago de los individuos contenidos en las indicaciones, acudiendo en primer lugar al indicado por el librador, y después a los indicados por los endosantes, siguiendo el orden de los endosos, y que la omisión de esta diligencia hace responsable al tenedor de todos los gastos, y lo inhabilita hasta que conste haberla evacuado, para usar de su derecho de repetir contra el que puso la indicación. En resumen: a) la ley argentina admite la indicación; b) se refiere sólo a las indicaciones hechas por el librador o los endosantes, pero no prohibe que puedan emanar de los avalistas de éstos, como lo admite la doctrina; c) la indicación comprende tanto la aceptación como el pago; d) previamente al requerimiento de aceptación o pago al indicado debe haberse protestado la letra por falta de acep- tación o de pago por parte del girado; e) el requerimiento debe formularse en primer lugar al indicado por el librador y, en seguida, en defecto de aceptación o pago de su parte, a los indicados por los endosantes, comenzando por el primero en el orden de los endosos y continuando con los sucesivos; f) la omisión, por parte del tenedor, del requerimiento a los indicados, impuesto por la ley, determina la responsabilidad de aquél por los gastos de protesto y recambio; y, a la vez, lo priva del derecho de dirigirse contra el que puso la indicación, sus sucesores o endosantes posteriores, para reembolsarse de lo pagado, hasta tanto no evacué la diligencia. El indicado que, en cumplimiento del mandato recibido, realiza el pago en caso necesario, tiene acción para repetir contra el que hizo la indicación y los garantes de éste, conforme al artículo 1196 del Código civil y la doctrina de los artículos 622 y 720 del Código de comercio. Por aplicación de los preceptos generales del mandato, el indicante que no hizo provisión en tiempo oportuno, debe reintegrar a su mandatario el desembolso hecho (Williams, núm. 68; quien se apoya en la opinión de Massé y en los artículos 1948, 1949 y 1950 del Cód. civil). En cuanto al portador omiso podrá siempre acogerse a las disposiciones de los artículos 621, 622 y 672 de dicho Código de comercio, ya que siempre la caducidad del derecho se entiende sin perjuicio de esa facultad, como opina también Segovia (nota núm. 2202). La ley uniforme de Ginebra de 1930, en el capítulo VIII, titulado "De la intervención", contiene disposiciones sobre la indicación. En la primera de ellas prescribe que el librador, un endosante o un avalista, pueden indicar una persona que acepte o pague en caso necesario (art. 51, primer párrafo); excluyendo de la enumeración al girado-aceptante. No establece esa ley si puede ser indicado alguno de los ya obligados en virtud de la letra de cambio. No obstante, debe entenderse que esto es posible, pues al referirse el mismo precepto legal a la intervención, admite que puede ser interventor no sólo un tercero, sino también una persona ya obligada en virtud de la letra, salvo el aceptante; y como las funciones que desempeñan en la letra el indicado y el interviniente son idénticas, la misma re^la debe ser aplicada en ambos ejercitar antes del vencimiento sus act iones contra aquel que ha puesto la indimción y contra los signatarios siguientes, a menos que haya presentado la letra de cambio a la persona designada y habiéndose negado a aceptarla, ésta negativa haya sido acreditada por medio de protesto (art. 56. segundo apartado). Las demás disposiciones del capítulo, se refieren en general a la intervención, sin mencionar particularmente a la indicación. Sin embargo, la circunstancia de haberse incluido en un mismo capítulo y bajo una misma denominación —"de la intervención"— los preceptos que atañen tanto a la indicación como a la intervención, permiten sostener que, en todo lo pertinente, las reglas relativas a la intervención, son aplicables a la indicación. La diferencia, entre una y otra, sólo resicic. como se sabe, en que el indicado es una persona (mandatario) designada expresamente en la letra por alguno de los obligados, mientras que el interventor o interviniente, en principio, obra espontáneamente e interviene por cualquiera de los deudores expuestos a una acción, por honor a éstos. El indicado es admitido por casi todas las legislaciones del mundo y donde no está expresamente legislado, lo acepta la doctrina y la jurisprudencia. Lo contienen las leyes y Códigos de Alemania, Austria, Bélgica, Brasil, Bulgaria, Colombia, Costa Ri- ca, Chile, Escandinavia, España, Estados Unidos de Norte América, Francia, Hungría, Inglaterra, Japón, México, Portugal, Rumania, Suiza, Uruguay, Venezuela. El indicado, conforme a la denominación de nuestro Código, es el recommendatoire o besoin de los franceses; el btsognatario para los italianos; el referee in case c/ need, de los ingleses; el notadresse o efierenakzeptant, de los alemanes. El endosante al transmitir la letra se constituye en responsable de su importe hacia el endosatario y hacia todo adquirente posterior, de acuerdo con los articulos 624, tercer apartado, y 735 del Código de comercio; es garantía de todos los que le siguen y está garantizado por todos los que le preceden. En consecuencia, si llegada la época del vencimiento el girado no pagara, el endosante estaría obligado al reembolso por medio de resaca o a soportar las acciones del portador por el importe do la letra, recambio y gastos, conforme a los casos i art. 55, tercer apartado). Dispone artículos 669 y 736, siempre que hubieran además esta ley, que cuando ha sido indir.ida en la letra de cambio una persona. n.ira aceptarla o pagarla si es necesario. t-¡. '.>! lugar del pago, el portador no puede sido cumplidos los deberes de presentación. protesto y viso en la oportunidad debida, pues la omisión de ellos perjudica irremisiblemente la responsabilidad de los endo- santes. El endosante que paga tiene dert- tablecen que el endosante es el único que cho a reembolsarse de lo pagado de los en- se sustrae por convención a la garantía dosantes anteriores y del librador. Esta es- cambiaría y con alcance individual. La ley pecie de caución que otorga el endosante uniforme de Ginebra de 1930, resuelve la es regla de Derecho en los endosos, pero .cuestión en este último sentido (art. 15, nada impide a los interesados modificarla primera parte). según convenga a sus relaciones. Así, pues, En aquellas países en que por su legisla cláusula "sin garantía" exime de respon- lación, la cláusula a la orden no es necesabilidad al endosante; pero le exime sólo a saria, pues basta para la negociación del él, conservándose en toda su plenitud la titulo por medio de endoso que lleve imgarantía de los endosantes anteriores o preso el nombre de "letra de cambio'. pueposteriores que no se hubieran valido de de restringirse su circulación insertando la dicha cláusula iRébora, núm. 139). Tam- cláusula "no a la orden", sea en el cuerpo bién Williams entiende que tratándose de! del documento, cuando así lo quiere el liendosante —no del librador— no puede ser brador, o en el endoso, si es el endosante objetada. Funda su opinión en que la situa- el que decide impedir su negociación ulteción de los endosantes difiere de la del li- rior. En nuestro Derecho y con relación al brador, pues si alguno de ellos exime su librador no tiene aplicación, porque al haresponsabilidad en esa forma, el derecho cer desaparecer los efectos de la cláusula regresivo queda intacto: los endosantes pre- "a la orden", el documento deja de ser lecedentes y el librador comprometen su pa- tra de cambio y se convierte en un simple trimonio (núm. 71). En cambio Fernández, documento probatorio de una deuda. En por las razones que aduce contra el uso de cuanto a los endosantes, esa cláusula rela cláusula "sin garantía" o "sin responsa- sulta innecesaria, pues se consigue el ¡r.isbilidad" por parte del librador, y por el mo resultado, que con su inclusión en el principio de que el endosante está equipa- endoso, omitiendo en él la cláusu.l.i "a la rado al librador, lo deciden a sostener idén- orden"; pues, faltando ésta, el tenedor sólo tica solución respecto de los endosantes, puede transmitir la letra en la forma orditanto del punto dogmático como en nuestro naria de la cesión de créditos del Derecho derecho positivo; mientras una disposición común (Segovia, nota 1112; Obarrio, núm. legal expresa, dice, no autorice tal cláusula, 151; Rébora, núm. 126; Malagarriga, t. IV, ella es inadmisible. Reconoce que la doctri- núm. 65; Fernández, pág. 189; Zaefferer na y la legislación universales admiten, por Silva, núm. 232). Este último, afirma que el contrario, salvo pocas excepciones que la cláusula "no a la orden" no se adapta los endosantes pueden eximirse de la garan- a nuestra legislación, y que pertenece más tía cambiaría del pago, basándose en que bien a las de origen alemán en las cuales ello no impide la transmisión de la letra la cláusula "a la orden" no es esencial. ni afecta los derechos y obligaciones de los b) Endoso en blanco. La forma más simdemás firmantes. Observa, además, que ple de endosar una letra de cambio consiste quienes admiten la validez de la cláusula en la sola firma del tenedor, puesta en el .fin garantía puesta por los endosantes, dis- dorso del documento para evitar que, escrepan en cuanto a sus efectos, pues, según tampada en el anverso, se considere al firunos, sólo libera de responsabilidad al en- mante un colibrador o un avalista. Esa firdosante que la insertó, y según otros, be- ma desprovista de toda enunciación, constineficia también a los endosantes posterio- tuye el endoso en blanco. El Código de cores: sisado, a su juicio, el primer criterio mercio no lo define ni especifica concretael verdadero, por cuanto tal cláusula debe mente sus características; y al referirse a interpretarse restrictivamente, como con- él, en el artículo' 627, emplea expresiones traria al régimen normal de la letra de un tanto ambiguas. En efecto, expresa que cambio, y porque la ley impone a los endo- cuando el endosante se limita a firmar con santes la obligación de garantía y determi- su nombre o el de la razón social a que na que cada endoso constituye una obli- pertenezca, se presume que endosa a la orgación distinta y personal; conceptuando den del portador, y que este endoso conevidente que los endosantes anteriores no tiene el reconocimiento del valor recibido. pueden invocarla ípág. 185 a 187. Conf. Debido a los términos en que se halla conZaefferer Silva, núm. 232). cebido el precepto legal, se ha hecho la La ley inglesa permite la inserción de la observación, en primer lugar, de que el encláusula "sin garantía" al endosante y aún dosante para usar del nombre de la razón al librador, para excluir o sólo limitar su social a que pertenezca, es indispensable responsabilidad. La ley norteamericana y que su nombre figure en esa razón social gran número de legislaciones europeas es- o que tenga el uso de la firma social, de Se advierte, sin esfuerzo, que el endoso en blanco facilita la libre circulación de la letra de cambio. Esta adquiere, por ese medio, una agilidad semejante a la de la moneda misma. La simple tradición basta para transmitirla y el hecho de la posesión constituye a su respecto un título de propiedad. De ahí, que se considere a esta especie de endoso, como el que se encuentra en más armonía con la naturaleza de la letra de cambio y se diga que, munido de él, se asemeja enteramente al papel moneda, y que por esta razón, el comercio lo mire con predilección particular (Obarrio, núm. 152. Conf. Fernández, pág. 241; Zaefferer Silva, núm. 241). Hace notar Fernández que el endoso en blanco presenta el inconveniente de facilitar la transmisión de las letras confiadas a un tercero y de las robadas o perdidas, y las dificultades para la acción de regreso por la circunstancia de no indicarse el nombre de los que negocian la letra con posterioridad. La admisión por la ley del endoso en blanco, dice, confirma la teoría de que en realidad lo único esencial para el endoso traslativo de la cambial es la decir que la transferencia sea mediante en- firma del endosante puesta en la letra (o doso completo o perfecto. Por otra parte, en su prolongación); habiendo sido incorcomo se advierte, Segovia y Obarrio disien- porado a todas las legislaciones cambiarías ten en la interpretación de la frase en cues- inclusive, como se ha visto, la ley uniforme, tión, usada por el artículo 627, ai referirse y su uso es frecuente en el comercio, que al endoso en que el endosante se limita a lo prefiere por sus ventajas, no obstante firmar. Es posible que ambos estén equivo- los inconvenientes señalados. En cuanto al cados; y que lo que la ley ha querido sig- efecto cambiarlo del endoso en blanco es nificar con esas palabras, es que debe pre- en su opinión, tan amplio como el del ensumirse, salvo prueba en contrario que doso completo con la cláusula valor recicuando se ha endosado en blanco, ese en- bido: transfiere la letra, no a la orden de doso ha sido hecho directamente a favor del determinada persona, sino a la orden del portador; es decir, que antes de llegar el portador; siendo ésta la doctrina corriente documento a manos del actual tenedor y y lo establece el artículo 627, que asimismo con posterioridad al endoso en blanco, no presume que ese endoso contiene el recohubieron otras negociaciones: el título lo nocimiento del valor recibido; todo ello sin recibió el tenedor directamente de la per- perjuicio de las relaciones extracambiarias sona que lo endosó en blanco, con su propia entre el endosante y la persona a quien enfirma o la de razón social a que pertenezca, tregó la letra, que puede no ser el tenedor, en uso legítimo de las facultades correspon- y en la generalidad de los casos no lo será. dientes. Esta última interpretación armo- El portador de buena fe, dice también, de niza con la disposición del artículo 16, ter- una letra con endoso en blanco (aún el cer párrafo, de la ley uniforme de Ginebra mismo endosante en blanco) puede llenar de 1930, que establece que cuando a un en- el endoso a su orden o a la orden de la doso en blanco, sigue otro endoso, se reputa persona a quien la transmite, transformánque el firmante de éste ha adquirido la dolo así en endoso completo, lo que es perletra por el endoso en blanco; lo cual sig- fectamente lícito, sin perjuicio de su resnifica que si el tenedor, en vez de endo- ponsabilidad extracambiaria frente al ensarla, la conserva en su poder, se le repu- dosante en blanco, si ha agravado su situatará igualmente, a todos los efectos legales, ción cambiaría con determinadas cláusulas, que lo hubo directamente por el endoso en cuya validez no puede objetarse frente a blanco; tal como lo dispone nuestro Códi- terceros de buena fe; puede, además, transgo, sin perjuicio de admitir prueba en con- mitir la letra por la sola entrega o traditra que destruya la presunción legal con- ción manual, en virtud de lo cual queda desligado de toda obligación cambiaría ya sagrada por el articulo 627. acuerdo con lo dispuesto en el articulo 632; y en segundo lugar, que con la frase "se presume que endosa a la -orden del portador", se ha entendido decir que el endosatario (más propiamente el portador) adquiere los derechos que competen al poseedor de todo documento al portador y de toda cosa mueble habida de buena fe (Segovia, notas 2116 y 2117). Obarrio, también, se cree obligado a llamar la atención sobre la frase subrayada. En su opinión debe entenderse que la ley, al decir "se presume que se endosa a la orden del portador, etc.", no declara de una manera absoluta que la transmisión se opera por la simple firma en blanco, sino que establece la presunción de ese hecho, dejando en consecuencia al endosante en condiciones de justificar lo contrario, por los medios de prueba admitidos en el Derecho comercial. Y esto, agrega, como se comprende, sólo podrá tener efecto en las relaciones de endosante y endosatario, sin afectar en lo más mínimo los derechos de los terceros que hubieran recibido posteriormente la letra de manos del tenedor (núm. 153). Pero, eso sí, faltaría que su nombre no figura en el título, resp o n d i e n d o sólo extracambiariamente; y puede transferirla con endoso completo, incompleto o en blanco, por cuanto según el natural que se autorizara expresamente, en todos los casos, el mandato para realizar esas gestiones, dándosele si se cree conveniente, como se insinúa, mayores alcances artículo 627, se presume endosada o a su que los que tiene por nuestra ley. Se oborden. En todos estos casos ei tenedor, pon- serva con mucha razón, que si está bien que ga o no su nombre en el endoso, debe ser resulte un mandato de un endoso incomconsiderado como el endosatario y benefi- pleto, si las partes quisieron darle sólo ese ciario del mismo, con prescindencia de las alcance, son en cambio evidentes las difianteriores transmisiones manuales, e inmu- cultades que se originan en esto si la vone a las excepciones que el deudor pudiera luntad de los interesados fue transmitir la oponer a dichos transmisores que no figu- propiedad y por ignorancia, por negligenran en el título, pues adquiere un derecho cia o por dolo, incurrieron en una omisión propio y autónomo, siendo uniforme la doc- ya que es bastante diversa, en cuanto al trina al respecto. Y si bien nuestro Código, fondo del Derecho, la situación del que ha a diferencia de otras legislaciones, no lo admitido un endoso imperfecto entendiendispone en forma expresa, fundado en la do adquirir título de dueño, de la que ocupa doctrina y jurisprudencia corriente, sostie- el beneficiario de un endoso perfecto. Este ne que la fecha del endoso en blanco se prueba la propiedad. Aquél, al contrario, presume anterior al vencimiento de la letra, conserva al endosante el carácter de proaun cuando el documento no se hubiese pro- pietario, aunque haya existido realmente testado (pág. 241 a 244). enajenación del título y por error se haya c) Endoso incompleto, irregular o imper- omitido una de las enunciaciones exigidas fecto. Si el endoso, sea por voluntad del por la ley, en cuyo caso es el endosatario endosante, o por simple inadvertencia o quien debe aportar la prueba necesaria paignorancia, no contiene todos los requisitos ra conservar sus derechos de portador y exigidos por el artículo 626 del Código de relevarse de su.s obligaciones de mandatacomercio para que pueda ser considerado rio, por las cuales debería rendir cuenta al endoso completo, valdrá como simple man- endosante, su mandante, de las gestiones dato, al efecto de autorizar al tenedor a realizadas, de la exactitud de su desempeño exigir el pago o hacer protestar la letra. y del importe percibido. El endoso en proEn este caso, si el endoso estuviese conce- curación, a diferencia del endoso traslativo bido a la orden, el tenedor podrá sustituir de la propiedad, produce relaciones de manotro mandatario por medio de nuevo en- dante a mandatario y no de cedente a cedoso, a los mismos efectos que alcanzaba sionario —admitiendo la teoría legal del su autorización. Pero si el endoso imper- endoso cesión— puesto que quien lo susfecto ha sido hecho en país extranjero, las cribe no ha perdido el carácter de propiefacultades del endosatario se amplían hasta tario del título; y las consecuencias más permitirle exigir judicialmente el pago de importantes de la situación jurídica que se la letra (art. 628). crea entonces se concretan pomo sigue: 1° Con la disposición del artículo 628, se ha en caso de quietara del endosante, es decir instituido, en modo directo, un tipo de en- del mandante, el deudor no debe pagar al doso —endoso en procuración o como man- mandatario, cuyos poderes han caducado dato— cuya utilidad es innegable, pero que (arts. 104 y 105, ley de quiebras); 2", en en más de un caso el efecto que se le atri- caso de quiebra del mandatario, el endobuye por la ley, se hallará en oposición con sante puede reivindicar de la masa el efecla voluntad de las partes, o sea, cuando su to comercial que le pertenece (art. 147, ley propósito no fue otorgar un mandato sino citada); 3*, los acreedores del endosante transmitir la propiedad del título y la au- pueden embargar los fondos en su poder sencia de determinado requisito no es deli- sin que el mandatario pueda oponerse; 4', berada o intencional sino la consecuencia el librado tiene derecho a oponer al portade un error, desconocimiento de los precep- dor las excepciones que tuviese contra el tos legales, etcétera. Por eso, se ha dicho endosante y no las que tuviese contra el que la institución es útil, pues el otorga- tenedor; el mandatario desaparece tras el miento de poder para gestionar el pago y mandante (en contra Fernández, pág. 245, formalizar el protesto viene así a quedar quien sostiene que el endosatario actúa en autorizado en forma sencilla, tal como con- nombre propio pero por cuenta del endoviene a las relaciones comerciales. Pero, lo sante, por lo cual no sólo puede oponérsele justificable de este mandato y de la forma excepciones personales, sino las relativas a de conferirlo, no obsta a la crítica del pre- su mandante, como así lo establece la ley cepto legal que le da nacimiento. Nada más uniforme); 5', el fuero federal por razón OMEBA x - 17 de la nacionalidad no puede invocarse porque el mandatario sea argentino y el ejecutado extranjero; pero si podría ser invocado con relación a la nacionalidad del mandante (Bébora, núms. 148 y 151). Llama la atención que el legislador no haya instituido especialmente el endoso mandato o en procuración, facultando al endosante a apoderar por medio del endoso al endosatario para cobrar la letra o hacer el protesto en caso necesario y se haya valido, en cambio, del procedimiento indirecto de conferir ese efecto al endoso incompleto. Y más extraño resulta ese hecho, si se tiene en cuenta que el librador puede hacerlo y que el mandato, en este caso, contiene la facultad de transmitir por endoso la propiedad de la letra de cambio; debiendo agregarse a lo dicho que, la misma ley, declara expresamente que el endosante es un verdadero librador, considerado con relación a las personas a quienes traspasa la propiedad del titulo (art. 625), resultando así más irritante la diferencia de criterio con que se ha encarado una y otra situación. Por eso, expresa Segovia que la doctrina que sustenta el artículo 623 es conforme a un fallo de la Corte de Casación francesa de 6 de enero de 1852, pero no es congruente con la del artículo 628, inciso 2<?, relativa al endoso incompleto, que se ha inspirado en el Código portugués; desde que siendo el endoso un nuevo giro y el enclocante un verdadero librador, tal incongruencia no parece justificable. Agrega que la incongruencia del Código portugués no existe en su modelo, o sea el Código holandés, artículo 111, inciso 2» (nota 2101). En las relaciones extracambiarías entre endosante y endosatario, éste puede producir prueba para destruir la presunción legal de mandato, que es solo inris tantum y demostrar que la letra se le transmitió en propiedad, pues se trata de vínculos independientes de los cambiarlos (abstractos y formales) que emergen del título (Fernández, pág. 247. Conf. Zaefferer Silva, número 246). d) Endoso en garantía. La letra de cambio puede ser dada en prenda, en seguridad y garantía de una operación comercial. En este caso, debe expresarse que se transmite al acreedor (endosatario) como valor en garantía (art. 586), a cuyo efecto es de práctica insertar en el endoso la cláusula "en garantía", o "valor en garantía". No obstante, aun cuando el endoso careciese de toda enunciación al respecto, de tal modo que apareciese como un endoso regular o completo destinado a transmitir la propiedad de la letra, puede el endosante probar que sólo se ha transmitido el título en prenda o garantía (arts. 580 y 586, Código de comercio). Fundándose en la última parte del artículo 602 del Código de comercio, que establece que la enunciación en la letra del valor recibido, sólo servirá para determinar las obligaciones entre librador y tomador, entendiéndose siempre reservada la prueba en contrario, sostiene Segovia que puede probarse que el título se dio en prenda y no en propiedad. Puede ser de suma importancia para el crédito del deudor que no se sepa que ha tenido que garantizar su deuda y un contradocumento le bastaría para su resguardo y sería imprudente prescindir de él. Como la posesión de una cosa mueble, apoyada en el endoso regular o perfecto, es una prueba o presunción vehementísima de que el documento ha sido enajenado, toca al endosante producir la prueba contraria y lo más plena posible (nota 1985. Conf. Rébora, n° 158, quien invoca las disposiciones de los artículos 602 y 586, inc. 2°). e) Endoso parcial. El endoso parcial consiste en la transmisión de la letra de cambio sólo por una parte de su importe, mediante un endoso regular o en blanco. Nuestro Código de comercio ha previsto el caso y lo ha resuelto en forma que no implica abiertamente su repudio. En efecto, no declara como lo hace la ley uniforme de Ginebra de 1930, que el endoso parcial es nulo, sino que establece que, endosada la letra de cambio por una parte de su importe, queda extinguida la otra parte de ese importe (art. 634, Cód. de com., y art. 12, segundo párrafo, ley uniforme; y como esta última las legislaciones de Francia, art. 117; de Suiza, art. 1002; de Italia, art. 16; de Alemania, art. 12; de Austria, art. 12). Por consiguiente, conforme con el precepto legal citado, entre nosotros, el endoso parcial produce el efecto de extinguir el derecho para exigir o negociar la parte del crédito que no ha sido transmitido. Esta disposición ha sido unánimemente criticada. Entiende Segovia que no es posible endosar la letra a dos personas separadamente, esto es, por una cantidad a una y por el saldo a la otra, porque, una acción personal no puede ser dividida, como lo enseña Kent, quedando de esa suerte el girado sujeto a las acciones separadas de los diversos acreedores. Acaso la verdadera razón sea, además de las complicaciones en las relaciones jurídicas, la imposibilidad de entregar una sola letra a los dos beneficiarios. El endoso parcial hace que la letra quede limitada en sil circulación a la parte o suma endosada, pero el crédito por la parte no endosada no se extingue necesariamente, y si a la fecha del vencimiento no hubiese provisión en favor dei girado, el librador quedará responsable por el monto total de su giro. La disposición del artículo 634 constituye un fuerte argumento de que el endoso importa un nuevo giro, cuyo alcance va hasta limitar el giro, primitivo (nota 2137). También Obarrio sostiene que el endoso no puede ser parcial. La transmisión de la propiedad de la letra debe hacerse por su importe íntegro, so pena de quedar extinguida la parte excluida de esa transmisión, de acuerdo con el artículo 634 y la razón es obvia: la letra de cambio es un documento simple; los derechos que crea y las obligaciones que impone no pueden dividirse (n<? 135). A su vez, Rébora considera que una letra de cambio no es susceptible de transmitirse parcialmente. La índole del crédito se resiste a esta operación, por ser necesaria al acreedor la posesión del título con el cual debe hacer valer sus derechos oportunamente. Reproduce las palabras de Lyon Caen y Renault, en cuanto sostienen que "el portador de una letra, en virtud de un endoso parcial, no puede obrar sino por la parte que le ha sido cedida"; y agrega que es éste el sentido que cree encontrar cuando interpreta la regla de nuestro Código, por la cual la letra de cambio no puede ser endosada por una parte de su importe sin quedar extinguida la otra parte íart. 634), porque el alcance de esta extinción de las obligaciones del deudor debe medirse según las circunstancias de cada caso, siendo muy posible que fuera del estricto rigor formal de la obligación cambiaría quede todavía algún derecho por el resto de la cantidad adeudada, sobre todo si existieran convenciones sobre el particular; entendiendo que atribuir otra significación a la disposición aludida, importaría reconocer que se ha creado una nueva causa dé extinción de obligaciones cuya doctrina no se ha formulado, lo cual no parece haber estado en la mente del legislador y podría ser contrario a la equidad, y como ejemplo de solución contraria a esta hipótesis, señala el artículo 11 del proyecto de ley uniforme de La Haya de 1912 (n» 138). La verdad es que nuestro Código no prohibe el endoso parcial. Se limita a declarar el efecto que éste produce: la extinción de la parte del importe de la letra que no ha sido transferida al endosatario, sin más alcance y sin otras derivaciones. En este sentido, la opinión de Fernández es terminante. Nuestra ley. dice, acepta el endoso parcisl, pero con el efecto que establece el artículo 634, cuyo texto es claro y preciso: por la parte que excede a la suma indicada en el endoso, la letra se extingue con respecto a todos los que en ella han estampado su firma, en cualquier carácter, o, lo que es igual, el referido excedente queda cancelado para todos ellos, como opina Yadarola. Rebate la tesis de Segovía, según quedó expuesta precedentemente, considerando inadmisible el distingo que éste hace respecto del librador, según que hubiese o no provisión en poder del girado a la fecha del vencimiento, por las razones que se expresan a continuación: a) porque la ley no hace excepciones y, por el contrario, dispone que la parte no comprendida en el endoso queda extinguida, extinción que necesariamente debe beneficiar al librador; es un caso análogo al de la remisión parcial por el acreedor, que contempla y resuelve en la misma forma el artículo 677; b) porque la cuestión relativa a la provisión es completamente- ajena al derecho cambiarlo y no podría, en consecuencia, hacer variar la solución, que es estrictamente cambiarla. Se refiere a la ley uniforme de Ginebra de 1930, para señalar, como ha quedado dicho precedentemente, que adopta temperamento, al establecer que el endoso parcial es nulo, considerando que se trata de una solución inatacable del punto de vista teórico y práctico, porque está de acuerdo con la indivisibilidad del crédito cambiarlo y con la naturaleza del título que lo representa y cuya posesión es- indispensable para poder ejercitar los derechos que confiere: obtener la aceptación y el pago, transmitirlo por endoso, etc. La solución del artículo 634 de nuestro Código dice, si bien no contraría tales principios, es susceptible de lesionar en forma irreparable los derechos del endosante, pues la intención de éste al endosar parcialmente la letra puede haber sido la de transmitir sólo una parte, conservando para sí el resto (págs. 251 y 252). Para Zaefferer Silva, el sistema adoptado por nuestra legislación no es recomendable, pues el endoso parcial no se aviene a la unidad que caracteriza el documento cambiario, pero, a su juicio, entre los que aceptan el endoso de parte de la letra, el sistema argentino es sin duda de los mejores; porque el principio de la extinción de la letra corno tal, en cuanto al saldo no endosado, evita muchos inconvenientes, pues cuando el endoso parcial es admitido sin esa consecuencia, el endosante emite una copia de la letra; en ella hace constar el endoso parcial y las cir- posterioridad al endoso falso no adquieren cunstancias de que el original sigue valien- la propiedad legítima de ella y carecen de do por ei resto, y en éste ¡se deja constan- las acciones que hubiesen podido ejercitar cia de la emisión de la copia y del endoso en virtud del documento contra el librador parcial; proceso éste que puede adquirir aceptante, primitivos endosantes y sus resmayores complicaciones si, a su vez, el en- pectivos avalistas, pero tienen una acciór dosante y endosatarios parciales o sus suce- extracambiaria contra la persona qus se le sores hacen nuevos endosos parciales; de transmitió. La propiedad del título sigue tal modo que una letra puede llegar por esa correspondiendo a la persona que lo adquivía a su término, desdoblada en múltiples rió legítimamente antes del endoso falso, parcelas, y por ello, esta cuestión ha dado con todos ¡os derechos y garantías inmargen a discusiones múltiples, habiéndose herentes a ella, por lo cual los endosos andividido las opiniones en favor y en contra teriores al falso conservan sus efectos legídel endoso parcial. Entiende que la práctica timos, como lo dispone en su parte final el es el mejor arbitrio en esta materia; y esa artículo 620. No es éste, sin embargo, el conpráctica demuestra que el endoso parcial cepto que tiende a preponderar en materia no se usa, por cuanto no responde a necede letra de cambio donde, al contrario, sidades reales del comercio- (números 281 se busca la efectividad de todas las oblia 264). gaciones que, juzgadas según la apariencia, Algunas legislaciones prohiben en forma son válidas, y en ese sentido el proyecto expresa el endoso parcial; tales: las leyes de ley uniforme de 1912 (convertida después inglesas, artículo 32, inciso 2<?; estadouni- en reglamento uniforme y la ley uniforme dense, articulo 62, pero ésta lo admite en de Ginebra de 1930, art. 7) contiene una el caso de que haya sido pagada la letra regla general, la del artículo 68, concorpor el resto; brasileña, artículo 8, inciso 3; dante en su espíritu con artículos 7 y 8 del venezolana, artículo 435; mejicana, general mismo (Rébora, n" 145). El artículo 629, de sobre títulos y operaciones de crédito, ar- que se trata, en opinión de Fernández, es tículo 31; y las leyes uniformes de La Ha- contrario al sistema seguido por el Código ya, de 1912, artículo 11, y de Ginebra, ar- en materia de letra de cambio, que consatículo 12. gra ei carácter formal de tal documento y el principio de la autonomía del derecho vi. ENDOSO FALSO Y TRANSMISIÓN de cada suscriptor o tenedor de la letra, FRAUDULENTA DE LA LETRA Endoso falso es el que no emana de un portador legítimo, o como dice Segovia, el que aparece suscripto con el nombre de una persona que no lo ha suscripto realmente, el que lleva una firma falsa o apócrifa (nota 2127 in jine). Aparece extendido en una letra de cambio perdida o extraviada por su dueño o que le ha sido sustraída. El poseedor ilegítimo puede hacer el endoso directamente a la orden de un tercero firmando con el nombre del que resulta ser endosatario en el último endoso legitimo, o endosarla, en la misma forma, previamente a su orden y transmitirla des- pués como si fuese verdaderamente endosatario o legítimo tenedor de la letra. Este endoso, hecho sin facultad para el acto, y constitutivo de un delito, no transmite la propiedad de la letra y vicia todos los endosos posteriores, salvo la acción del portador contra quien le hizo el endoso, la de éste contra el inmediato endosante, y así sucesivamente hasta llegar a la persona que dio el falso endoso. Los endosos anteriores al endoso falso conservan todos sus efectos legítimos (art. 629, Cód. de comercio). Por consiguiente, los que adquirieron la letra con pues supedita a la veracidad del endoso el derecho de los firmantes y tenedores poí;- teriores del mismo, dejando en pie solamente las relaciones de derecho entre los firmantes inmediatos. La moderna doctrina, de la letra cambio, dice, permite su adquisición a nom domino, pues para la legitimación del portador basta con que presente una serie ininterrumpida «Je endosos, con prescindencia de que algunas firmas sean falsas o fraudulentas o puestas por incapaces (cita las disposiciones del reglamento uniforme de La Haya y de la ley uniforme de Ginebra, mencionadas precedentemente) ; y tal contradicción se debe a la circunstancia de que los codificadores se inspiraron en fuentes diversas, algunas de ellas divergentes con el sistema de la ley alemana de 1848, que adoptaron como concepto directriz y al cual corresponden todos los preceptos del título X, con excepción del que es materia de comentario (art. 629) y del contenido en el artículo 647; pero no obstante la evidencia de la contradicción que señala, el texto es claro y preciso, y no puede eludirse su aplicación al caso que contempla, como lo entienden la doctrina y la jurisprudencia (pág. 248). Para Zaefferer Silva, la cuestión más tras- cendente que deriva del precepto legal, es la de saber si el aceptante que paga una letra con endoso falso, al portador, que según dicho precepto no es dueño de ella, está obligado o no a pagar nuevamente al legítimo propietario del documento, teniendo en cuenta que el principio que rige el pago es que éste debe hacerse al acreedor y que el deudor que paga al que no inviste tal calidad, tiene que pagar nuevamente cuando el legítimo acreedor se presenta; principio, éste, que tiene varias excepciones, ninguna de las cuales puede afirmarse que concuerda con este caso: 1?, el inciso 61? del artículo 731 del Código civil autoriza al pago al que presentase el título de crédito si éste fuese de pagaré al portador, salvo el caso de hurto, o de graves sospechas de no pertenecer el título a éste; 2$, el pagtí es válido también cuando se hace al que está en posesión del crédito, aunque el poseedor sea después vencido en juicio sobre la propiedad de la letra (art. 732, Cód. civil) ; 3^, el pago iiecho a un tercero también es válido cuando redunde en beneficio del verdadero acreedor. En estos tres casos —de excepción—, aunque el pago no se haga al acreedor, él es válido; y de ellas, la única que pareciera aplicable, en el caso en cuestión, sería la segunda, por cuanto según el derecho común, el deudor paga bien al que está en posesión pacífica de un documento a la orden, aunque no sea el dueño y aun cuando fuera vencido en la propiedad del efecto, pero esto, como lo enseña Machado, siempre que haya buena fe, pues la mala fe, la complicidad, coloca al pagador en el lugar que tiene el autor del delito a los efectos de medir su responsabilidad. Comparte la opinión del citado autor, entendiendo que el aceptante no tiene medios ni tiempo de inquirir si los endosos son o no legítimos, por lo que presentada la letra el día de-su vencimiento él debe pagarla de inmediato; y sólo ante sospechas fundadas de una falsedad, puede y debe negarse a pagar, pues sin esa sospecha, se expone a un protesto y al desprestigio consiguiente. Reconoce que hay argumentos para sostener la doctrina contraria, y el más fuerte de ellos radica en la interpretación que la ley de origen (art. 358 del Código de Portugal, de 1883, igual al artículo 629 de'nuestro Código, completado con el art. 387) ha merecido al más autorizado de sus comentadores, Sampaio Pimentel. Dicho artículo 387 decía: "EÍ portador de la letra de cambio que recibe su pago, oomo también todos los endosados precedentemente son garantes de la validez de los endosos anteriores para con el pagador de ella"; y en su comentario a ambos artículos, dicho autor expresa que "el librado aceptando la letra contrae obligación especial con el portador. Si paga al que se la presentó no por eso deja de ser obligado a pagar también a quien se presente justificando su derecho, demostrando ser aquél a quien pertenecía por legítima cesión cuando fue negociada por falso endoso" (n» 252). En la transmisión fraudulenta de una letra, no existe endoso falso. El endosante o el tradente de una letra de cambio con endoso en blanco, la transmite cometiendo un abuso de confianza, violación de un derecho u otro engaño o estafa (Segovia, nota 2299. Conf.: Rébora, n" 269; Fernández, pág. 249). Este último, expresa que el endoso fraudulento, emana de quién carecía en sus relaciones extracambiarias de facultades para endosar la letra, como el endosatario que la recibió con endoso completo. o en blanco, a efecto de gestionar el cobro, en depósito, en garantía, etc., y que abusando de su aparente calidad de dueño de la cambial, la transmite a terceros; en tales casos, si el tenedor es de buena fe, su derecho como tal es indiscutible, pues en el derecho cambiario la apariencia prima sobre la realidad, la forma sobre el contenido; así como no lo perjudica la simulación o fraude empleados entre un endosante anterior y su endosatario. En el caso, pues, de la transmisión fraudulenta de la letra de cambio, todos los firmantes del documento están obligados a pagar su importe, siempre que el portador la haya recibido de buena fe, en el curso de sus operaciones habituales, de persona que tenía facultad para transmitirla (art. 690, Cód. de comercio). Faltando estas condiciones, cuya concurrencia es indispensable para legitimar la transmisión del título, procede su reivindicación (O'oarrio, n» 246 in f i n e ) . El ejercicio de este derecho corresponde al legítimo propietario de la letra que fue desposeído fraudulentamente (art. 2767, Cód. civil, a contrario sensu. Conf. Zaefferer Silva, n" 475). VII. ENDOSO A FAVOR DE LOS DIVERSOS OBLIGADOS Según ha quedado establecido, el primer efecto traslativo de la propiedad es conferir al endosatario la facultad de negociar el título por medio de un nuevo endoso (o por simple tradición manual si la recibió por endoso en blanco), pudiencio sucederse las negociaciones en número no limitado y hasta la época del vencimiento. Y en el movimiento de los cambios y dado el carácter de medio de pago que ofrece la letra, puede suceder que llegue ésta, en virtud de un endoso, a manos de persona que ha intervenido en ella, como son el librador, los endosantes y el girado aceptante. Nada se opone, como lo enseñan los autores, a que cualquiera de ellos adquiera por endoso la propiedad de la letra de cambio, pero advierten cómo la dualidad, que en tal caso ocurre, da lugar a una complicación de relaciones que merece atención especial y a cuyo alrededor se ha bordado una extensa controversia. Asi, cuando el que readquiere la letra es un endosante, los efectos consisten en la liberación de los endosantes comprendidos entre el acto por el cual cedió la letra y el acto por el cual le fue transmitida nuevamente. Cuando se trata del librador, el endoso a su orden causa la liberación de todos los endosantes de quien él es garantía. Por último, si la letra fuese transmitida en propiedad al aceptante o al girado, se extinguen todas las obligaciones resultantes de la misma, a no ser que, tratándose del aceptante, no tuviera provlsón de fondos, en cuyo caso la ley le acuerda acción para repetir del librador el pago que hubiese verificado (artículos 642 y 649, Cód. de comercio). Segovia califica de injusta la disposición del artículo 642, en cuanto priva al librado del derecho de disponer de una letra que acaso se ha visto en la obligación de adquirir, y en cuanto le fuerza a trocar su rol de acreedor cambiarlo por el de acreedor común del librador; y advierte, además, que la excepción que establece el mismo artículo se refiere al aceptante y no al simple librado (nota 2162. Conf. Fernández, pág. 261; Rébora, n" 143; Malagarriga, n» 167). La doctrina en general admite, también, la posibilidad de que el librador, el endosante, el aceptante y aun el girado, a quienes se transmita la letra por endoso, puedan, antes del vencimiento, ponerla nuevamente en circulación, endosándola a su vez. Sólo ha levantado resistencia, dando lugar a viva controversia, el endoso al girado y su derecho a endosarla nuevamente (Rébora, núm. 140 a 143). Nuestra ley sólo se refiere a. la transmisión de la letra por endoso al aceptante o al girado; y al establecer que, en estos casos, se produce la extinción de todas las obligaciones que resultan de la letra, niega implícitamente a aquéllos la facultad de poner nuevamente en circulación la letra, endosándola a favor de un tercero. Pero, el silencio que guarda el Código respecto al endoso de la letra a favor del librador y del endosante y al derecho de éstos a transmitirla en la misma forma, no debe interpretarse como una prohibición, puesto que estos actos no contrarían ningún precepto legal, ni vulneran ninguno de los principios jurídicos en que se asienta el derecho de cambio, como le reconoce la doctrina y resulta del hecho de hallarse autorizados por las legislaciones más adelantadas, inclusive la ley uniforme de Ginebra de 1930, que permite que el endoso se haga en provecho del librado, aceptante o no, del librador o de cualquier otro obligado; reconociendo a todas estas personas —por consiguiente, también al girado— el derecho de endosar nuevamente la letra (art. 11, tercero y cuarto apartados). VIII. INUTILIZACIÓN DEL ENDOSO El Código, que niega expresamente al girado el derecho de borrar o retractar su aceptación después de firmada (art. 639, tercer apartado), nada dispone acerca de .si el endosante puede o no destruir o inutilizar el endoso. Se sostiene que el endosante puede borrar su endoso y firma antes de entregar la letra al endosatario, así como puede hacerlo todo aquel que pone su firma en un documento, antes de entregarlo al interesado, porque ninguna ley se lo prohibe (Segovia, nota 2156). El endoso justifica la transmisión de la letra, es decir, pone de manifiesto un acto nacido del concurso de las voluntades del endosante y del endosatario y que requerirían la conformidad de uno y otro para quedar sin efecto. Pero como la escritura del endoso puede obedecer únicamente a la intención o al proyecto de transferir la letra —en la hipótesis, por ejemplo, de que el propietario lo extendiese con anticipación para después tratar de convenir la negociación, o de que en el momento de que se trataba del cumplimiento de los términos de la convención se manifestase un desacuerdo de las partes— debe reconocerse diferencia entre el caso en que esto sucede y el primeramente expuesto: en uno, nada impide destruir la constancia de un contrato no realizado; en el otro, carece el endosante de derecho para invalidar la prueba de la obligación contraída, como lo enseñan Lyon Caen y Renault y Alauzet; y si lo hace, debe que- dar sujeto a las responsabilidades legales. Es esto lo que hace*que se considere necesaria la entrega material del documento, el cual mientras se encontrase en poder del endosante, daría asidero a que se pudiese formular la alegación de que el contrato había quedado sin efecto, y a que fuese des- traído el endoso, produciéndose, si mediara mala fe, la inutilización considerada reprobable (Rébora, n9 144). La ley uniforme de Ginebra de 1930, en su artículo 16, al referirse al tenedor de una letra de cambio, establece que éste "es considerado como portador legítimo, si justifica su derecho por una serie ininterrumpida de endosos, aun cuando el último endoso sea en blanco", y agrega que "los endosos tachados se reputan a este respecto como no escritos"; lo cual demuestra que es posible, conforme a esa ley, tachar los endosos; pero esto sólo puede hacerlo el endosante que ha reembolsado la letra de cambio, a quien el artículo 50, segundo apartado, le confiere el derecho de "tachar su endoso y el de los endosantes subsiguientes". Las más recientes legislaciones de Italia, Francia, Suiza, Alemania, Austria, etcétera, han incorporado los preceptos de dichos artículos 16 y 50. IX. DISPOSICIONES DE LA LEY UNIFORME DE GINEBRA DE 1930, SOBRE EL ENDOSO La ley uniforme de Ginebra exige, entre otros requisitos, para la validez del título corno letra de cambio; que en su texto mismo y expresada en el idioma empleado para su redacción lleve inserta la denominación "letra de cambio". Este requisito hace innecesaria la cláusula "a la orden". De ahí que cualquier letra de cambio, para la ley uniforme, aun no librada a la orden, es transmitible por medio de endoso. Y por el contrario, cuando el librador ha insertado en la letra de cambio las palabras "no a la orden" o una expresión equivalente, el título no es transmisible más que en la forma y con los efectos de una cesión ordinaria (artículos 1 y 11, primero y segundo apartados). Admite, además, la ley uniforme que el endoso —como ya se ha dicho— pueda hacerse, no sólo en favor de terceros, sino también en provecho del librado, aceptante o no, del librador o de cualquier otro obligado; y que todas estas personas puedan endosar nuevamente la letra (art. 11, tercero y cuarto apartados); con cuya decisión la ley uniforme resuelve en sentido amplio, una de las cuestiones más debatidas y oscuras del derecho de cambio. El endoso debe ser puro y simple, reputándose no escrita toda condición a que se le subordine, mientras que el endoso parcial es nulo, y el endoso al portador vale como endoso en blanco (art. 12). Necesariamente el endoso debe escribirse en la letra de cambio, reputándose como la letra misma, a ese efecto, una hoja añadida (allonge), en la cual puede extenderse el endoso. Este debe ser firmado por el endosante (art. 13, primera parte). El endoso puede no designar al beneficiario o consistir simplemente en la firma del endosante (endoso en blanco). En este último caso, el endoso para ser válido debe estar extendido al dorso de la letra de cambio o en hoja añadida (art. 13, segundo apartado). Se evita así que se atribuya al firmante otro carácter u otra intervención que la que le corresponde como suscriptor de un endoso en blanco con los efectos que son propios a su naturaleza. El endoso, por esta ley, transmite todos los derechos resultantes de la letra de cambio (art. 14, primer apartado). Y si el endoso es en blanco el portador puede, a voluntad: 1" llenar el blanco, sea con su nombre, sea con el nombre de otra persona; 2" endosar la letra de nuevo en blanco a otra persona; 3' entregar la letra a un tercero, sin llenar el blanco y sin endosarla (art. 14, segundo apartado). Salvo cláusula contraria, el endosante garantiza la aceptación y el pago (art. 15, primer apartado). En consecuencia, puede eximirse de esa garantía, insertando en el endoso la cláusula "sin garantía de aceptación", "sin garantía de pago", o simplemente "sin garantía". Puede, además, prohibir un nuevo endoso —mediante la cláusula "no endosable" u otra equivalente—, en cuyo caso no responde respecto de las personas a las que se endose la letra posteriormente (art. 15, segundo apartado). El tenedor de una letra de cambio que justifica su derecho por una serie no interrumpida <?.e endosos, aunque el último endoso lo sea en blanco, es considerado como •portador legítimo, reputándose, a este respecto, no escritos los endosos tachados; y cuando a un endoso en blanco sigue otro endoso, se entiende que el firmante de éste ha adquirido la letra por el endoso en blanco (art. 16, primero, segundo y tercer apartados) . Prescribe también, la ley de Ginebra, que aunque una persona haya sido desposeída de una letra de cambio por cualquier medio, el portador que justifique su dere- cho de la manera indicada en el párrafo anterior, no está obligado a devolver la letra, a no ser que la haya adquirido de mala fe, o si al adquirirla ha cometido una falta grave (art. 16, último apartado). Consagra a la ley uniforme el principio de la inoponibilidad de excepciones, estableciendo que las personas demandadas en virtud de la letra de cambio no pueden oponer al portador las excepciones funda- das en sus relaciones personales con el librador o con los tenedores anteriores, a menos que el portador, al adquirir la letra, haya obrado a sabiendas en detrimento del deudor (art. 17). Dispone respecto del endoso en procuración, que cuando el endoso contiene la mención "valor al cobro", "para el cobro", "por poder", o cualquier otra mención que implique un simple mandato, el portador puede ejercer todos los derechos derivados de la letra de cambio, pero solamente puede endosarla en virtud de poder (art. 18, primer apartado). En este caso, los obligados no podrán invocar contra el portador otras excepciones que las que podrían oponerse al endosante (segundo apartado del art. 18) puesto que este último es el legitimo propietario de la letra. Y en cuanto al mandato contenido en un endoso por poder, no queda revocado por la muerte del mandante o porque sobrevenga su incapacidad (art. 18, tercer apartado). Respecto del endoso como fianza, determina la ley que cuando el endoso contenga la mención "valor en garantía", "valor en prenda", o cualquier otra mención que implique un afianzamiento, el portador podrá ejercitar todos los derechos que se deriven de la letra de cambio, pero un endoso hecho por él sólo valdrá como endoso en virtud de poder (art. 19, primer apartado). Y por la misma razón del caso anterior, los obligados no podrán invocar contra el portador las excepciones fundadas en sus relaciones personales con el endosante, a menos que el portador al adquirir la letra haya obrado a sabiendas en detrimento del deudor (art. 19, segundo apartado). En endoso posterior al vencimiento, pero anterior al protesto por falta de pago o hecho antes de la terminación del plazo fijado para efectuar el protesto, produce los mismos efectos que un endoso anterior al vencimiento. Por el contrario si el endoso es posterior al protesto por falta de pago cohecho después de la terminación del plazo fijado para, efectuar el protesto, no produce otros efectos que los de una cesión ordinaria (art. 20, primer apartado). El endoso sin fecha, salvo prueba en contrario, se presume hecho antes de la terminación del plazo fijado para efectuar el protesto (art. 20, segundo apartado). Por la disposición del artículo 7" que, por su carácter general comprende también el endoso, la ley uniforme prescribe que si la letra de cambio lleva firmas de personas incapaces de obligarse por letra de cambio firmas falsas o firmas de personas imaginarias, o firmas que, por cualquier otra ra- zón, no obligan a las personas que han firmado la letra de cambio, o con el nombre de las cuales ha sido firmada, las obligaciones de los otros firmantes no son por ello menos válidas. JURISPRUDENCIA. — Concepto. Nociones generales. I. El endoso es un acto eminentemente formal, como lo es la emisión de la Jetra. Es inadmisible un encloso oral o extendido en documento distinto del de la letra (Just. Paz Cap.. 27-2-S43, J. A., 1943-1, pág. 552). II. Las letras de -cambio y demás documentos a la orden, sólo pueden transmitirse en su carácter de tales, a la orden, por vía de endoso, antes üe su vencimiento; pero pueden serlo como simples créditos mediante cesión (Cám. Fed. Mendoza, 21-8-941. L. L., t. 24. pág. 15, y J. A., t. 76, pág. 2S1). III. El endoso no es la única forma en que pueden transmitirse los documentos a la orden. La cesión qxie hizo la sociedad del activo y pasivo a favor de uno de sus socios, da personería a éste para ejecutar el pagaré extendido a la orden Se aquella sociedad (Cám. Com. Cap., 17-12-916). Naturaleza jurídica. IV. K! endoso de un documento a la orden es una delegación, aunque la ley lo llame cesión en un pasaje doctrinarlo que no es Imperativo (Cám. Com. Cap. Jurisprudencia de Tribunales, agosto 1911, pág. 271). V. El endoso de una letra de cambio o pagaré a la orden es una verdadera cesión que transmite al endosatario la propiedad del crédito... (Cám. Fed. Córdoba, t. 6, pág. 404). VI. La expresión "cesión" empleada en el artículo 624 del Código de comercio sólo tiene un carácter dogmático sin valor legislativo (Cám. Com. Cap., J. de los T., 1911, t. 8, pág. 271, y Cám. Fed., J. A., t. 32, pág. 66). Tiempo hábil para hacer el endoso. VII. SU endose posterior al protesto no transfiere la propiedad de la letra o pagaré (Cám. Con). Cap., t. 33, pág. 132). VIII, Protestado por falta de pago a sxt vencimiento un pagaré al portador, no es transmisible más que por cesión (Sup. Corte Nao., *,. 18, página 419). IX. E! tenedor de una letra cedida después del vencimiento y protestada, si bien no puede ser considerado como propietario de ella, puede, sin embargo, ser considerado como cesionario y con derecho para demandar su cobro (Sup. Corte Nac., t. 109, pág. 65). X. Los endosantes de un crédito no endosable después de vencido, sólo pueden recuperar la propiedad por medio de cesión en forma (Cám. Com. Cap., t. 52, pág. 74). XI. Procede examinar la excepción que desconoce derecho al ejecutante en razón de ser titular de un endoso posterior al protesto de la letra (Cám. Nac Paz, 3-10-952, L. L., t. 68, pág. 593). Clases de endoso. Endoso completo. XII. Los términos del art. 624 son meramente enunciativos y se hallan precisados y completados por el art. 626, que prescribe los requisitos para que el endoso sea perfecto, y por el art. 628 (Cám Fed, La Plata, diciembre 1910, J. de T., pág. 1992). XIII. Para que el endoso de una letra sea completo, debe reunir todos los requisitos exig'dos por el art. 626 (Cám. Fed. Córdoba, t. G, pág. 427). XIV. El endoso regular transfiere la propiedad de la letra respecto del aceptante y de terceros sin dependencia alguna de las convenciones privadas entre endosante y endosatario que hayan dado origen al traspaso de la letra y que no consten del cuerpo de ella. Decidir que el aceptante, ios endosantes sucesivos, los avalistas y demás personas ligadas a la letra tienen el derecho de investigar las relaciones privadas entre el dueño del documento y el primer endosatario, para fundar en ellas excusas o excepciones importaría desnaturalizar el contrato y letra del cambio y privar a los papeles de comercio del prestigio que los ha convertido en uno de los más importantes factores del desenvolvimiento comercial de las naciones (Cám. Com. Cap., noviembre 1910, J. de T., pág. 1743). XV. El tenedor de una letra debidamente endosada no está obligado a Justificar por qué causa la hubo (Cám. Civ. Cap., t. 97, pág. 83). XVI. La orden Judicial de retener una letra que haya sido endosada antes de dicha orden no puede impeüír su cobro, a menos que no se pruebe la antidata del endoso para eludirla (Sup. Corte Nac. t, 7, pág. 116). XVII. La declaración de un endosante de pertenecerle la letra endosada es de ningún valor para anular la transmisión de su propiedad hecha al endosatario (Sup. Corte Nac., t. 7, pág. 116). XVIII. El derecho que se funda en un título a la orden es absolutamente Independiente de la obligación jurídica en virtud de la cual el titulo se emite: y el que se obliga en tal forma acepta de antemano por acreedores, no sólo el tenedor primitivo del título, sino a todos los que por endosos posteriores se hagan propietarios de él (Sup. Corte Nac. setiembre 1913, J. de T., pág. 71). XIX. El simple endoso de una letra de cambio transmite su propiedad al endosatario, el cual al hacer su cobro, lo hace a nombre propio y no en el del endosante, que se ha separado por el hecho del endoso (Cám. Ped. Cap., t. 2, pág. 48). XX. El endosatario no tiene más derechos que los que el endosante ha podido transferirle por medio del endoso (Sup. Corte Nac., t. 23, pág. 352). XXI. El débito hecho por el último endosatario en la cuenta de. su endosante, no Importa por sí solo anulación de los efectos del endoso (Cám. Com. Cap., 9-6-954, L. L., t. 75., pág. 439, y J. A., año 1954, t. 3. pág. 390). Endoso en blanco. XXII. No constituye un endoso en blanco la firma puesta al dorso de un cheque cuando en el mismo Instrumento se hace constar que es solamente a los efectos de la autenticidad de la firma (Cám. Com. Cap., diciembre 1913, J. de T., pág. 301). XXIII. El endoso en blanco, que por naturaleza no lleva fecha, se presume extendido antes del vencimiento de la obligación, aunque el documento no se hubiese protestado; la prueba de que fue hecho después de aquella fecha incumbe al ejecutado (Supr. Trlb. Entre Ríos, 31-5-940, J. A., t. 73, pág. 335). XXIV. El endoso en blanco se presume, salvo prueba en contrarío, hecho antes del vencimiento de la letra; en razón del art. 633, de la naturaleza y rol del instrumento camblarib y de las necesidades del comercio, que se vería seriamente perjudicado si tuviera que acudir a alguno de los medios establecidos por el Código civil para dar techa a cada endoso (Cám. Com. Cap., octubre 1912, J. de T., pág. 363). ,XXV. El redescuento de los efectos de comer r ció que un Banco hace en otro por medio del endoso en blanco no constituye un endoso en garantía, sino que transfiere la propiedad de aquellos documentos ( Uruguay: ver L. L., t. 26, pággina 927). • XXVI. La presunción de! art. 627 del Código de comercio es juris tantum y. por ende, susceptible .de prueba en' contrario (Cara. Com. Cap., G-6-938, L. L., t. 2, pág. 274). XXVII. La presunción del art. 627 del Código de comercio no Juega si los documentos endosados en blanco y protestados a nombre de un tercero se encuentran en poder del presunto endosante y el ejecutado librador no opone la excepción Me pago ni alega haber abonado la deuda a quien protestó el documento (Cám. Com. Cap., 23-6-938, L. L., t. 2, pág, 152). XXVIII. La entrega del documento a .la orden con endoso en blanco efectuada por el endosante, sin haber recibido su importe, vale como un mandato para exigir su cobro; por lo tanto, si el mandatario lo entrega a su vez. a un tercero que lo ha descontado en un Banco, ambos responden frente al referido endosante, por la suma correspondiente (Cám. Com. Cap., 6-6-938, L. L., t. 2, pág. 274). XXIX. El endoso en blanco Justifica la propiedad y hace improcedentes contra el tenedor las excepciones que hubieran podido oponerse al endosante (Cám. Com. Cap., t. 4, pág. 462)-. XXX. El endoso en blanco justifica la propiedad del tenedor, que puede ser el mismo endosante (Cám. Com. Cap., t. 37, pág. 76). XXXI. El endoso en blanco o incondicional Importa sólo una presunción de transmitir la propiedad, presunción que puede ser destruida por todos los medios de prueba que la ley admite (Cám. Com. Cap., t. 94, pág. 187). XXXII. El endoso en blanco transmite el crédito (Cám. Com. Cap., junio 1910, pág. 803; agosto 1910, pág. 1200; setiembre 1910, pág. 1362, J. de T.). XXXIII. El endoso en blanco es traslativo de la propiedad de la letra o de los pagarés a la orden y se presume que tuvo lugar antes de su vencimiento, incumbiendo la prueba a quien alegue lo contrario (Cám. Com. Cap., junio 1911, J. de T., pág. 256). XXXIV. Si el endoso en blanco ha sido otorgado en fecha posterior a la del vencimiento de la obligación, no puede surtir efecto alguno (Cám. Com. Cap., marzo 1913. J. de T., pág. 181). XXXV. El endoso en blanco hace presumir la cesión del crédito, pero dicha presunción sólo es absoluta con relación a terceros. Así, probado que el documento endosado en blanco se entregó en prenda, ese endoso no tiene más valor que si se hubiese realizado con la cláusula "valor en prenda" o "valor en garantía". El acreedor que recibió en prenda documento endosable y endosado no puede ejercitar respecto de él otras acciones que las que corresponden a su deudor y que enumera el art. 587 del Código de comercio. Así, no puede ejecutar el endosante con respecto a quien el titulo es inhábil (Cám. Com. Cap., 28-7-917). XXXVI. El endoso en blanco se presume hecho por valor recibido y corresponde al endosante la prueba para destruir los efectos de dicha presunción. No constituye esa prueba el hecho de haber el endosatario, sin intervención del endosante, ofrecido el pagaré en descuento a un Banco en nombre de éste (Sup. Corte Nac., t. 49, pág. 193). XXXVII. La firma en blanco al dorso de una letra de cambio, puesta por el acreedor de aquélla, hace presumir su endoso en favor del portador, a quien se transmite la misma propiedad (Cám. Fed. Córdoba, t. 1, pág. 416). XXXVIII. El endoso en blanco de letras a la orden, con las palabras "sin responsabilidad personal" puestas después de la firma del endosante. es endoso perfecto para transmitir al- endosatario la propiedad de la letra (Sup. Cort Nac., t. 93. pág. 442). XXXIX. El protesto redactado en nombre del titular anterior de la letra, es prueba de que el endoso en blanco siguiente es posterior al pro- testo de la letra (Cárn. Nac. Paz, 3-10-952, L. L., t. C8. pág. 593). XL. El endoso en blanco se presume siempre «íectuado antes del vencimiento de la obligación, no siéndole aplicable el requisito de la fecha cierta (Cám. Nac. Paz, 4-12-951, G. de P., t. 94, pág. 321). XLI. El endoso en blanco convierte el pagaré en un documento al portador, pudiendo el tenedor optar por: 1», ceder su derecho por la sola transmisión manual; 2», endosarlo en blanco o con las formalidades del endoso regular; 3', llenar con su nombre el endoso en blanco y negociarlo por un nuevo endoso, en blanco o regular; 4?, no transferirlo y ejecutarlo a su vencimiento, como legítimo tenedor y propietario del Instrumento (Cám. Nac. Paz, 4-12-951, O. de P., t. 94, pág. 321). XLII. £1 endoso en blanco confiere la titularidad del crédito (Cám. 2» C. C. Santa Fe, 16-6956, Jurls, t..l, pág. 294). XLIII. El endoso realizado en la forma prescripta por el art. 627 del Código de comercio, importa una cesión a. favor del tenedor (Cám. Civ. y Com. La Plata, Sala 2», 11-6-954, J. A., año 1954, t. 4, pág. 144). XLIV. El efecto cambiarlo del endoso eu blanco es tan amplio como el del endoso completo con la cláusula valor recibido: transfiere la letra (Sup. Corte Nac., t. 12, pág. 305; t. 70, pág. 412; t. 94, pág. 167; 'Cám. Com. Cap., t. 4, pág. 462; t. 8, pág. 457; t. 9, pág. 105; t. 37, pág. 76; t. 38, pág. 289; J. de T.,: t. 6, pág. 803; t. 8, pág. 1200; t. 9, pág. 1362; t. 6. pág. 256; t. 7, pág. 257; J. A.: t. 8, pág. 369;'t. 14, pág. 255; t. 21, pág. 424); y la presunción es absoluta respecto de terceros (Cám. Fed. Cap., J. A., t. 12, pág. 675; G. del F., t. 160. pág. 110; Cám. Fed. Córdoba, t. 1, pág. 416; Cám. Fed. Bahía Blanca, J. A., t. 48, pág. 418). Endoso incompleto, irregular o imperfecto. XLV. El endoso que no se ajusta a los requisitos del art. 626 del Código de comercio no transmite la propiedad <3el documento y, en consecuencia, no da derecho al nuevo tenedor a pedir embargo preventivo (Cám. Com. Cap., 18-11-940, J. A., t. 72. pág. 459). XLVI. SI bien el endoso Incompleto por falta de la fecha en que se verifica y la declaración del "valor recibido", "entendido" o "en cuenta", autoriza la defensa de inhabilidad de título —y no la de falta de personería en el demandante, ya que ésta sólo debe referirse a la capacidad civil o a la insuficiencia de poderes— no procede tal excepción si ti endoso fue ratificado por el endosante y el ejecutado no probó en forma alguna los hechos alegados como fundamento para Impugnar tal ratificación (Cám. Com. Cap., 9-10-941, G. del F., t. 154. pág. 239). XLVII. No obstante lo dispuesto por el art. 628 del Código de comercio, el tenedor de una letra de camb'o con endoso Imperfecto tiene derecho a exigir Judicialmente el pago de la letra si prueba ser el propietario del créedllo (Supr. Trib. Santa Fe, Sala 1». 16-9-941, L. L. t. 24, pág. 7). XLVHI. El endoso Irregular o Incompleto no puede fundar la excepción de Inhabilidad de titulo opuesto, si el ejecutante Inicia el Juicio atribuyéndose la propiedad del pagaré, situación que en ningún momento ha desconocido la ejecutada, y el endosante se reconoce deudor de aquél en virtud del endoso, lo que significa que con dicho acto ha transferido la propiedad del documento, siendo a la vez deudor en virtud de la firma puesta en el endoso (Cám. Com. Cap., 9-10-941, L. L.. t. 25. pág. 366, y G. del F., t. 154, pág. 225). XL1X. El endoso que no reúne los requisitos que determina el Código vale como simple mandato para el cobro, y el endosante, aun notificado nedor (Cám. Com. Cap., t. 33, pág. 275). L. El endoso que no se encuentra comprendido en ios casos de los arts. 620 y 627 vale tan sólo como simple mandato, al efecto de autorizar al tenedor a exigir el pago o hacer protestar la letra (Cám. Com. Cap., junio 1911, J. de T., pá-ai IB acodar! isp SiqBSuodssj sa ou 'oíssio.id isp gina 256). LI. El endoso que no llena los requisitos legales importa un mandato a los efectos del cobro, con cargo de devolver (Cám. Civ. Cap., t. 30. pág. 96). LII. No siendo el endoso en blanco o careciendo de alguno de los requisitos de ley, sólo vale como un mandato para exigir el pago de la letra o pagaré o protestarla, no pudlendo, por tanto, el portador, decirse propietario de ella (Cám. Fed. Córdoba, t. 6, pág. 427). Lili. El endoso personal importa un mandato y. en consecuencia, la ejecución de la obligación por el mismo endosante no puede fundar la excepción de falsedad (Cám. Com. Cap., t. 43, pág. 154). LIV. El endoso imperfecto no da personería al tenedor para demandar judicialmente el pago de la letra (Cám. Com. Cap., t. 54, pág. 412). LV. No procede ejecución si el endoso es nominal (Cám. Com. Cap, t. 64, pág. 361). LVI. El endoso imperfecto hace procedente la excepción de falta de personería si el tenedor exige el pago a nombre propio (Cám. Com. Cap., t. 71, pág. 408). LVII. El endoso Imperfecto de un documento a la orden no autoriza al tenedor a ejecutarlo. Tal documento es inhábil; sólo vale como simple mandato limitado en los términos del art. 628 del Código de comercio (Cám. Com. Cap., 30-11-917). LVIII. El endosatario imperfecto de una letra es simple mandatario para cobrarla, permaneciendo la propiedad en el endosante (Sup. Corte Nao., t. 9, pág. 405). LIX. El endoso precedido de las palabras "este endoso no afecta mi responsabilidad" es un endoso imperfecto, y no siendo hecho en el extranjero no autoriza al endosatario para gestionar Judicialmente el cobro del documento endosado (Sup. Corte Nac., t. 89, pág. 266). LX. No procede ejecución contra el endosante de una letra cuando el endoso ha sido imperfecto (Cám. Fed. Cap., t. 2, pág. 88). LXI. En los documentos a la orden con endoso Imperfecto en que se ha acreditado el fuero federal con respecto al tenedor debe acreditarse ade- más dicho fuero con respecto al endosante (Sup. Corte Nac., t. 83, pág. 145). LXII. El endoso al solo efecto de gestionar el cobro no autoriza para gestionarlo Judicialmente (Cám. Com. Cap., 5-11-952, J. A., año 1953, t. 1, pág. 70, y L. L., t. 69, pág. 89). LXIII. SI se omite en el endoso «1 requisito relativo al "valor recibido", "entendido" o "en cuenta", el endoso será imperfecto, con el alcance limitado que establece el art. 628 del Código de comercio (Cám. Com. Cap.. J. A., t. 25, pág. 711 y t. 36, pás;. 1494; Cám. Fed. La Plata, J. A., t. 67. pág. 779). Endoso en garantía. LXIV. El redescuento de los efectos de comercio que un Banco hace en otro por medio del endoso en blanco no constituye un endoso en garantía, sino que transfiere la propiedad de aquellos documentos (Uruguay: ver L. L.. t. 26, pág. 927). LXV. Ver fallo núm. XXXV. Endoso falso y transmisión fraudulenta de la letra. LXVI. El endoso falso no transmite la propiedad de la letra (Cám. Com. Cap., agosto 1910. J. de T.. pfig. 1201). LXVII. La falsedad del endoso de ¡a letra, por no existir el endosante, importa inhabilidad (artículo 629 del Cód. de com) (Cám. Com. Cap., t. 27, pág. 307). LXVIII. La declaración del endosante es ineficaz contra el endosatario sobre simulación o falsedad del endoso (Cám. Fed. Córdoba, t. 6, página 404). LXIX. Al endosatario o portador de buena fe no puede oponérsele que la letra ha sido fraudulentamente transmitida ni tampoco la nulidad del art. 1931 del Código civil (Sup. Corte Nac. t. 98, pág. 233). BIBLIOGRAFÍA. — La citada en el texto; y todos los tratados genera'es ds Derecho comercial, nacionales y extranjeros. ENECHADOS. (V. EXPÓSITOS.) ENEMISTAD. (V. PRUEBA TESTIFICAL. RECUSACIÓN. TACHA DE TESTIGOS.) ENERGÍA.* Industrialización y energía. En el proceso histórico-social de todos los tiempos, el elemento esencial del devenir ha estado siempre constituido por el desarrollo de las fuerzas productivas, es decir por la relación del hombre con la naturaleza, por el grado de dominio del uno sobre la otra. Nunca, sin embargo, como en los dos últimos siglos el desarrollo de las fuerzas productivas ha tenido una incidencia tan profunda y decisiva sobre la vida económica, social, política, jurídica y espiritual de los pueblos. Ello se vincula esencialmente con el ciclo de revoluciones industriales que el sistema capitalista ha conocido en el curso de su agitada existencia. La primera revolución industrial despunta en Occidente desde fines del siglo xvm, y se caracteriza por la aparición y triunfo de la máquina de vapor, de la organización fabril, del mercado mundial y de la nueva burguesía industrial, con todos los prerrequisitos y fenómenos concomitantes conocidos. Esta primera Revolución Industrial constituye el substratum fundamental de la etapa competitiva y liberal del capitalismo. Desde la segunda mitad del siglo xix se va produciendo en el seno del capitalismo una nueva y vasta marea de transformaciones, una bien llamada Segunda Revolución Industrial, configurada por los siguientes progresos técnicos: mejoramiento continuo de las máquinas, cada vez más complejas, especializadas y autónomas; transformaciones en el empleo de los combustibles; motores a explosión y de aceites pesados; revolución en los transportes y en los equipos agrícolas; penetración masiva de la química en la industria y en la agri• Por el Dr. MARCOS KAPLAH. cultura; desarrollo en la industria de las técnicas de comunicación y de diversiones; utilización mundial de la electricidad. (Cfr. Georges Friedmann, La Crise du Progrés, París, Ed. Gallimard, 1936). Los recientes desarrollos de la energía atómica, automatismo, etcétera, han inaugurado ya, quizás, una Tercera Revolución Industrial, cuyas alternativas y consecuencias comienzan recién a perfilarse. La Segunda y Tercera Revolución Industrial —entre las cuales es dudoso que pueda trazarse una barrera precisa y rígida—, nacen y se integran en la fase de la evolución capitalista en la que la libre compe-tencia desaparece cada vez más ante el monopolio; en que el capital financiero se torna forma dominante de la vida económica; en que la exportación de capitales adquiere un papel preponderante; en que los grandes monopolios proceden al reparto económico del mundo, paralelo al reparto territorial entre Estados; en que la batalla por mercados, materias primas, colonias y zonas de influencia se impone a todos; en que el armamentismo y la guerra se convierten cada vez más en engranaje normal del sistema. Decir industrialización implica decir utilización de la fuerza de trabajo de un número creciente de medios de producción cada vez más eficaces, con todos los procesos necesariamente conexos. Es lógico entonces que en el proceso ininterrumpido de mecanización, signo y clave de nuestro tiempo, la energía haya desempeñado un papel fundamental. El desarrollo de la siderurgia y el uso creciente del vapor como .fuerza motriz hicieron del carbón el eje de la Primera Revolución Industrial. Si la Segunda Revolución Industrial exigió y permitió un empleo cada vez más intenso y múltiple del petróleo y de la electricidad, las posibilidades ilimitadas de uno y otra —tan superiores desde todo punto de vista al carbón— estimularon a su vez progresos decisivos en la industria, en la agricultura, en los transportes y en la guerra; han contribuido en gran medida a posibilitar el desarrollo de nuestra civilización técnica, de todos los angustiosos problemas sociales, políticos y espirituales que la misma ha traído aparejados. Energía, política y derecho. El análisis particularizado de la incidencia de la energía se vincula al problema más amplio del papel de la industrialización en la sociedad contemporánea y en la crisis de nuestro tiempo, tema que rebasa visiblemente el ámbito de este artículo. Más pertinente resulta en cambio examinar el impacto del progreso energético en la política y el Derecho. Este problema se vincula estrechamente a dos aspectos que, a su turno, se relacionan íntimamente entre sí: tremendo poder inherente al control de las fuentes de energía; surgimiento del monopolio como forma dominante de la vida económica y social. La posesión y desarrollo de los recursos energéticos implica el goce de fuerzas cada vez más poderosas y socializadas, cada vez menos susceptibles de explotación racional bajo un signo privatista, y que sin embargo se han ido concentrando en manos de un grupo reducido de países y de monopolios internacionales, que tienen así posibilidades cuantiosas de hegemonía y expoliación sobre países y grupos sociales menos afortunados. Si la trustificación ha operado en todas las fuentes de energía —al punto que es imposible analizar correctamente el problema energético sin comprender cabalmente este hecho básico—, es en el petróleo donde alcanza su manifestación más significativa y ejemplar. Según la investigación efectuada bajo patrocinio del Senado de los Estados Unidos, un cartel mundial integrado por siete compañías —Standard Oil Co. oí California, Standard Oil Co. of New Jersey, Socony-Vacuum Oil Co., The Texas Co., Gulf Oil Corp., Anglo-Iranian Oil Co., Royal Dutch-Shell—, poseía en 1949 el 65 % de las reservas mundiales estimadas de crudo y el 54,6 % de la producción mundial de crudo (excluido el bloque soviético). En 1950 los "7 Grandes" del cartel controlaban el 57% de la capacidad mundial de refinado (bloque soviético excluido), y por lo menos un 50% de la flota mundial de buques petroleros, "y quizás más, ya que desde entonces la mayoría de las grandes compañías han agregado tonelajes substanciales a sus flotas petroleras". Y "fuera de los Estados Unidos, cada oleoducto importante en existencia e incluso en proyecto está controlado por las siete principales compañías internacionales de petróleo, in- dividual y conjuntamente". Finalmente, las "Siete Grandes" son ''fuerzas dominantes en casi todos los mercados extranjeros... El poder de estas compañías grandes es tan substancial como para resultar virtualmente inatacable, excepto, quizás, en particulares zonas locales de comercialización..." (The International Petroleum Cartel - Staff Report to the Federal Trade Commission, submitted to the Sul>committee on Monopoly of the Select Committee on Small Business, United States Senate, United States. Government Printign Oflice, Washington, 1952.) La importancia trascendental del problema energético, y el desarrollo de los monopolios que operan en esa esfera, ha incidido en la estructura y funcionamiento del Estado y del régimen jurídico contemporáneos, contribuyendo por ejemplo, a la crisis del sistema liberal. Este proceso se ha operado a la vez en las grandes potencias imperiales y en los países subdesarrollados o de capitalismo primario. Las grandes potencias. La creación de los monopolios energéticos, la expansión continua de su poder y de sus ganancias, exigen a aquéllos una acción planeada tendiente a influir en la acción del Estado y en la elaboración y aplicación del Derecho en un sentido favorable a sus propios intereses. La posibilidad objetiva general está dada esencialmente por el hecho de que "el monopolio, una vez constituido y que empieza a manejar miles de millones, penetra inevitablemente en iodos los aspectos de la vida social, haciendo abstracción del régimen político y de otras «particularidades»...". Los métodos empleados incluyen: el modelado de la opinión pública mediante un poderoso aparato de propaganda; la corrupción y control de funcionarios administrativos y judiciales, parlamentarios, dirigentes políticos y sindicales; la unión personal del aparato monopolista y del aparato gubernamental. Bajo tales influencias y controles, los Estados de las potencias imperiales actúan a favor de los respectivos monopolios energéticos, por medio de apoyos a la vez activos y pasivos, concediéndoles o preparándoles toda clase de franquicias y concesiones benéficas para su expansión, y absteniéndose en todo lo posible de medidas perturbadoras o restrictivas. Las formas concretas de apoyo incluyen: el mantenimiento de la paz social; las medidas de auxilio en épocas normales y en las de emergencia económica (créditos, exenciones impositivas, legitimación de prácticas restrictivas y especulativas, favoritismo o neutralidad en relación a la trastificación); apoyo a la política internacional de los trusts. En ocasiones ocurre, sin embargo, que el Estado parece oponerse a los monopolios energéticos, e incluso entra en conflicto con ellos. La raíz de este fenómeno aparentemente contradictorio está dada por el hecho que el Estado se halla expuesto simultáneamente a distintas presiones. Representa y defiende los intereses de los monopolios energéticos, pero también los de la clase capitalista en su conjunto y los de sus otros sectores; e incluso, a veces, debe tomar en cuenta, en mayor o menor me- dida, al resto de la población nacional. Por ello, el Estado debe oponerse a que, en la ciega búsqueda de satisfacción para sus intereses particulares, un monopolio energético pueda crear problemas peligrosos para el sistema capitalista en su conjunto; verbigracia, afectando la estrategia políticomilitar del Estado en sectores o momentos críticos, imponiendo condiciones leoninas a los demás grupos capitalistas, dilapidando el patrimonio energético del país hasta extremos demasiado graves, etcétera. Por otra parte, el Estado, sobre todo si aun mantiene su estructura democrática, no puede descuidar completamente los descontentos y presiones de los trabajadores y de la clase media, afectados por la acción de los monopolios energéticos. Debe oponerse en mayor o menor medida a la actividad irrestricta de los monopolios, para canalizar la rebeldía de sectores oprimidos. Tales presiones pueden actuar, sobre todo, mediante la multiplicidad de órganos gubernamentales (nacionales, estaduales, municipales, agencias autónomas), de sindicatos y cooperativas, de partidos políticos, cada uno de los cuales puede recoger y servir una o varias presiones particulares. Ejemplos de tales presiones son: la incidencia de los grupos "independientes" del petróleo en Estados Unidos; la crítica académica a los monopoMos; la polémica abierta en Estados Unidos sobre monopolio estatal o iniciativa privada en la energía atómica; la acción antimonopolista oficial. (Cfr. Harvey O'Connor, El Imperio del Petróleo, México, Ed. América Nueva, 1956; Georges Fischer, L'énergie atomique et les Etats-V'7iis — Droit Interne et droit ínternational, París, Librairie Genérale de droit et de jurispnidence, 1957, Daniel Guerin, OM va le peuple americain, Paris, Julliard, 1950, tomo I). Sin embargo, la línea de fuerza favorable al monopolio termina por imponerse sobre y a través de las fricciones superficiales y los escarceos demagógicos. La dinámica del sistema implica la tendencia inexorable a la concentración y al predominio de la gran empresa. Tal tendencia no puede ser afectada seriamente por la limitada acción antimonopolista del Estado ni de la pequeña burguesía de los países occidentales ni, en genera!, por ninguna fuerza política cuya actividad, presuponga el mantenimiento de la estructura capitalista. Por otra parte, un Estado capitalista, para sobrevivir y expandirse, requiere cantidades crecientes de energía, que sólo las grandes empresas monopolistas están en condiciones de suministrar; la fuerza nacional del Estado impe- rial está condicionada a la fuerza de sus monopolios energéticos, y aquél debe actuar necesariamente de acuerdo con tales perspectivas. El mejor ejemplo lo da el fracaso de la acción monopolista en los Estados Unidos, investigaciones oficiales, leyes y procesos no han impedido que la concentración monopolista prosiga su marcha arrolladura, como lo confirma el caso de la Standard Oil, grupo disuelto por orden judicial en 1911, y hoy más potente que nunca. Los países subdesarrollados. La penetración y dominio de los monopolios energéticos en los países subdesarrollados se realiza a través de su entendimiento y ligazón con las clases altas nativas, y con el aparato estatal que ellas controlan. Esta alianza de intereses permite a los monopolios: acaparar fuentes de energía, lograr franquicias de todo tipo, paz social, precios satisfactorios de) mercado interno y control del mismo, estabilidad y seguridad en las condiciones de operación, ganancias realmente fabulosas (Cfr. Julio V. González, Nacionalización del petróleo, Buenos Aires, El Ateneo, 1947; Jorge del Río, Política Argentina y los Monopolios Eléctricos, Buenos Aires, E. Cátedra Lisandro de la Torre; Marcos Kaplan, Economía y Política del Petróleo Argentino 1939-1956, Buenos Aires, E. Praxis, 1957). La acción de los monopolios energéticos contribuye decisivamente a la estructuración de economías y sociedades dependientes y deformadas, de tipo monocultor, sujetas a las fluctuaciones internacionales, tendientes al estancamiento y el atraso, a la inestabilidad y subordinación políticas, a la vigencia de regímenes dictatoriales. En diversos países subdesarrollados se ha planteado más de una vez la necesidad de establecer restricciones legales a la acción de los monopolios energéticos (reservas, controles, nacionalizaciones, investigaciones, etcétera.). Las razones generales de esta actitud pueden ser consecuencias excesivamente desfavorables y abusivas de la acción monopolista; necesidad de las clases altas do mejorar sus bases de negociación con el capital y los gobiernos extranjeros; descontento y presión del movimiento obrero y de sectores de la clase media; coyunturas internacionales (crisis, lucha de bloques, guerras). Hacer el balance de las causas, proceso y desenlace de las experiencias limitadoras de la acción monopolista en los , países subdesarrollados, excede el ámbito y finalidad de este artículo (Sobre el ejemplo argentino, cfr. Silvio Frondizi, La Realidad Argentina, tomo I, Buenos Aires, E. Praxis, 1957, 2^ edición). Es importante, sin em- bargo, constatar filialmente que esas experiencias aún las más limitadas y frustra- das, han dejado un saldo favorable, por los grupos y procesos sociales, políticos e ideológicos que desencadenan y someten a reveladora prueba práctica. Si el poderío de los monopolios energéticos y de las estructuras más vastas que integran, resulta realmente impresionante, y parezca incontras- table, nuevas y arrolladuras fuerzas emergen del seno y del subsuelo de la sociedad contemporánea, en todos los rincones del planeta, para desafiarlos, destruirlos y reemplazarlos en la conducción del proceso histórico. ENERGÍA ATÓMICA O NUCLEAR.* SUMARIO: I. Consideraciones generales. II. Li energía atómica o nuclear. III. Importancia de la energía atómica o nuclear. IV. La Conferencia Internacional de Ginebra. V. Conclusiones de la Conferencia de Ginebra. VI. Bases jurídicas para un estatuto lega! sobre la exploración, la explotación y el aprovechamiento de los minerales vinculados a la producción de la energía atómico o nuclear. VII. La situación actual. I. Consideraciones generales. No es aceptable adentrarse en un estudio, así sea breve, de carácter jurídico o legal de la llamada "energía atómica o nuclear", sin hacer antes algunas consideraciones de orden general sobre la materia, sus orígenes, esencia importancia. El secretario general de las Naciones Unidas, señor Hammarskjold, al inaugurar en agosto de 1955 la Conferencia de Ginebra, declaraba ante los representantes d e la ciencia universal: "Con el descubrimiento de la liberación de ía inmensa energía acumulada en el núcleo atómico, la Humanidad ha entrado en una nueva etapa, en la que si no se pone dique a las fuerzas destructivas contenidas en el átomo, podrá significar la aniquilación de la actual civilización. Por tanto, es indispensable propiciar la iniciación de una nueva era, en la cual el hombre, liberado del miedo de una guerra atómica, comenzaría a experimentar la exaltación de una de las más sublimes conquistas alcanzadas por la ciencia y por la técnica". Desencadenada la energía atómica, el hombre busca los minerales vinculados a su producción con el mismo afán e inquietud con que buscaba y aún busca los yacimientos de petróleo. Su importancia es mayor que la de éstos, o por lo menos igual. Así se puede afirmar en el momento; ¡'cr ci Dr. EuK-rcp.c'io antes de diez años habrán alcanzado la preeminencia. En los Estados Unidos de América, en Inglaterra, en Francia y en la Unión Soviética, el desarrollo de las actividades inherentes a la energía nuclear es en realidad sorprendente Pero en la hora actual predomina el criterio de su aprovechamiento para fines bélicos; lo cual, como es obvio, entraba las relaciones internacionales, comprometiendo el futuro de la Humanidad. V. Emilianov, miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S., a principios del año de 1955, decía: "Los resultados conseguidos por la unión Soviética en el terreno de la utilización de la energía atómica son fines pacíficos han abierto posibilidades inagotables para el perfeccionamiento de las más diversas ramas de la economía nacional. "El problema referente a la utilización de la energía atómica con fines pacíficos se desarrolla en dos direcciones: la primera es la obtención de la energía eléctrica. La segunda dirección es la utilización de los isótopos radiactivos «artificiales» que se obtienen en pilas atómicas. "En la actualidad, en la Unión Soviética se producen gran cantidad de diversos isótopos radiactivos. De estos isótopos se preparan centenares de substancias químicas que contienen isótopos radiactivos. "El desarrollo de los trabajos para la utilización de los isótopos radiactivos debe conducir en un futuro próximo a una revolución de las diferentes ramas de la economía nacional. Serán eliminados los viejos procesos tecnológicos en la producción y se reconstruirán sobre una base nueva muchos aparatos e instrumentos." Inglaterra y Francia, a la par con la U.R.S.S., orientan sus actividades en orden a la producción de la energía atómica o nuclear con fines civilizados. Lo mismo proclaman los Estados Unidos de América. Hallar la verdad al respecto es difícil, "porque en gran medida los estudios y los procedimientos nucleares son Zas mismos, tanto si se pretende finalizar en aplicaciones militares como si se buscan aplicaciones pacíficas". Lo único cierto es que el peligro que del uso indebido se desprende para la Humanidad, tal como lo advirtió en oportutunidad Einstein: "El envenenamiento de la atmósfera por la radioactividad y, como consecuencia, la destrucción de toda la vida sobre la tierra, ha entrado en el dominio de las posibilidades técnicas. Todo parece encadenarse- en este siniestro desarrollo de los acontecimientos. Cada paso se presenta como la consecuencia inevitable del que le ha precedido. Al final de este camino se perfila cada vez más claramente el espectro de la destrucción general..." II. La energía atómica o nuclear. Energía atómica o nuclear es la que se obtiene mediante la desintegración del núcleo de' átomo. He aquí unas nociones generales, imprescindibles para el caso, entresacadas de diferentes exposiciones científicas: a) El concepto de la energía atómica o nuclear está en oposición con la ley científica de la "conservación de la materia", según la cual, hasta comienzos del siglo se creyó en que dicha materia era indestructible; las relaciones químicas, en las cuales también se produce energía (la combustión, por ejemplo), no son sino combinaciones de átomos para formar moléculas de diversas substancias, pero e?i ellas el núcleo del átomo permanece intacto. Por el contrario, en las reacciones nuclea- res se producen cambios fundamentales en los núcleos, y los elementos que intervienen en ellas se transforman en otros elementos. b) La física nuclear se inicia con el descubrimiento de la radioactividad. Einstein, partiendo del hecho comprobado de que la velocidad de la luz es constante, formuló en el año de 1905 la teoría nueva del universo llamada teoría de la relatividad. Concluyó el sabio alemán que la materia y la energía ?an una misma cosa, y, por consiguiente, debiera ser posible transformar la materia en energía, según su fórmula: E — me'2, en que E representa la energía en ergios, M. la masa en gramos, y C la velocidad de la Ir.1? en centímetros, por segundo. "Es fácil calcular por esta fórmula que la energía producida por lo desintegración de la materia tiene que ser colosal; por ejemplo, si se pudiera aniquilar un kilogramo de materia, produciría una energía equivalente a 25.000.000.000. de kilovatios-horas, mientras que en la combustión, un kilogramo de carbón puro apenas produce 8,5 kilovatios-horas de energía". c) El núcleo del átomo está formado por las partículas fundamentales que se llaman el protón y el neutrón. El protón tiene una carga positiva igual en magnitud a la del electrón, de carga negativa, situada en una órbita fuera, del núcleo. El neutrón no tiene carga eléctrica alguna. El níimero de protones y neutrones que forman el núcleo determina el peso atómico. d) El número de protones en el átomo de un elemento es siempre el mismo; pero en algunos átomos el número de neutrones puede ser distinto, de manera que el elemen- to puede presentase en dos o más formas "isotópicas" con distinto peso atómico. e) Los isótopos son, en consscuencia, formas de un mismo elemento que ofrecen variaciones en su peso atómico. f ) Las partículas que forman el átomo (protón y neutrón) están en vibración continua, pero en equilibrio. En algunos elementos, como el uranio, es posible romper ese equilibrio, con lo cual se ponen en libertad fuerzas insospechadas. Así, al exponer el átomo de uranio al "bombardeo" de una corriente de neutrones .emanada de una partícula de berilio tratada con radio, uno de estos proyectiles atraviesa la órbita de electrones que circundan el núcleo y penetra en él rompiendo el equilibrio de sus componentes, con la consiguiente producción de gran cantidad de energía. g) Del átomo desintegrado salen expelidos algunos neutrones, y si ellos a su vez se convierten en otros tantos proyectiles que van a "bombardear" los núcleos de otros átomos de uranio, se produce una reacción en cadena. h) A principios de 1939 los científicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann demostraron la producción de isótopos radiactivos de bario como resultado del "bombardeo" de uranio con neutrones. Esta reacción fue confirmada por Meiner y Frisch, quienes la designaron con el nombre de fissión (fisuración o fisión). i) El día 2 de diciembre de 1942 se obtuvo el control de la primera reacción en cadena, en la desintegración del átomo de uranio (fisuración del isótopo U-235). El experimento se había llevado a término en los Estados Unidos de América, en la Universidad de Chicago, bajo la dirección de los expertos Enrico Ferni y Arthur Compton. Los laboratorios de Tennessee habían logrado suministrar el uranio puro (U-235), además de otro elemento nuevo y sintético, el plutonio, elaborado en una gran pila atómica, hecha de grafito para moderar la velocidad de los neutrones. Después de dos años «Je este primer éxito se logró producir la primera bomba atómica o "Pomba A" basada esencialmente en la fisuración del uranio y el plutonio. j ) Después de la explotación de la bomba de uranio, los científicos se dieron a la tarea de ensayar la bomba de hidrógeno' o "Homba H", mediante el cambio del sistema. En vez de emplear el más pesado de los elementos naturales, el uranio, em- « plearon el más liviano, o sea el hidrógeno; para poder efectuar sus experimentos cambiaron la forma del hidrógeno y usaron dos isótopos diferentes de ese elemento: el deuteron, que contiene un protón y un neutrón, y el tritum, con un protón y dos neutrones en su núcleo. El peso atómico del hidrógeno común es 1, el del deuieron, 2, y el del tritum, 3. k) Para la explosión de la "Bomba H" se hacen fundir los núcleos de los isótopos de peso 2 y 3. Durante la fusión, el átomo de hidrógeno se trasmuta en un elemento más pesado, el helio, cuyo núcleo consta de dos protones y dos neutrones; el neutrón que sobra, produce al liberarse tremendas cantidades de energía nuclear, siete veces mayores que las obtenidas en la jisur ación del átomo de uranio. 1) A esta reacción se la llama termonuclear y para llevarla a cabo se necesitan temperaturas tan altas que sólo podrían encontrarse dentro del Sol. Tales temperaturas se han obtenido en la Tierra con la fisuración del uranio y el plutonio en la explotación de la bomba atómica. Por lo tanto, la "Bomba A" es el único fulminante con capacidad de hacer estallar la "Bomba H". III. Importancia de la energía atómica o nuclear. Para apreciar como es debido la importancia de la energía atómica o nuclear es indispensable hacer lo que pudiera llamarse balance energético del mundo futuro, tal como lo hace el profesor Villar, de la Universidad de Montevideo, quien con base en datos estadísticos y cálculos científicos, elabora los siguientes cuadros con sus explicaciones: CUADRO i Producción de combustibles y energía en 1952 <en millones de mwh de* electricidad aquivaleute) Fuente de energía Cantidad Propormillones don en mwh Carbón .. .. .. .. .. .. Lignito y Turba .. .. .. Petróleo y gasolina natural Gas natural .. .. .. .. Energía hidráulica .. .. Combustibles vegetales . . Otras clases de energía .. el total % .. .. .. .. .. .. ,. 12.000 1.300 7.700 2.700 400 4.600 300 41.4 4.5 26.5 9.3 1.4 15.9 1.0 .. 29.000 100.0 Es interesante señalar que de los 29.000 millones de megawatios producidos en el numdo, sólo se utilizaron, efectivamente, 10.200 millones, pues las pérdidas por diferentes motivos, alcanzaron a la enorme cifra de 8.800 millones de megawatioshora. CUADRO II Distribución de la energía generada en el mundo en el año de 1952 (en millones de mwh de electricidad equivalente) Regiones Cantidad Proporconsumiáa don en millones el total mwh % América del Norte .. .. .. .. 10.400 35.9 Europa Occidental .. .. .. .. 5.500 19.0 Europa Oriental y U.R.S.S. .. 5.000 17.2 Asia .. . . .. .. .. .. .. . . 3.900 13.4 América Latina .. .. .. .. 1.100 3.8 África (excluyendo Sud África) 500 1.7 Otras reglones (Oceanía y Sud África) . . . . . . . . . . . . . . 600 2.1 2.4 Abastecimiento a barcos .. . . 700 4.5 Energía no distribuida .. .. 1.300 Totales .. .. .. .. .. .. 29.000 100,0 En el cuadro III se detalla la manera cómo se ha distribuido la energía efectivamente utilizada en 1952. CUADRO ni Distribución de la energía efectivamente consumida en 1952 (en millones de mwh de electricidad equivalente) Uso de la energía Cantidad Proporefectivamente don en consumida el total millones mwh % Uso industrial . . . . . . . . . . 5.800 37.0 Uso doméstico .. .. .. .. .. 3.300 32.3 Transporte .. .. .. , . .. .. 800 7.8 Agricultura .. .. .. .. .. .. 300 2.9 Totales . . . . . . . . . . . . 10.200 100.0 energía generada en el mundo; le sigue luego el petróleo (productos petrolíferos y Para estimar las necesidades futuras de energía se han tenido en cuenta por una parte las estadísticas correspondientes al aumento de los consumos desde 1860 hasta 1953 así como también las cifras correspondientes al incremento demográfico de la población mundial. El aumento de los consumos de energía varía entre un 2 a un 6 % anual; mientras que la población mundial parecería aumentar a razón de un 1,5 % por año. En tal caso, la población mundial debería ser de unos 3.500 millones en 1975 y 5.000 millones en el año 2000; es decir, el dobel de la actual. En el cuadro IV se detallan los consumos de energía previstos para los años 1975 y gas natural), que provee el 35,8 % de la 2000. Totales . . .. .. .. La cantidad total de 29.000 millones de megawatios —hora de enegía generada en el año 1952, se produjo en el mundo en la forma indicada en el cuadro II. Las cifras del cuadro I señalan la importancia del consumo actual de los combustibles sólidos minerales (carbón, lignito y turba), que proporcionan el 45,9 % de la energía actualmente generada. CUADRO riores teóricos, siendo muy difícil la estima- IV Necesidades de energía previstas para les años 1975 y 2000 (en millones de mwh de electricidad equivalente) Año 1975 Año 2000 Uso de la energía millones millones de mwh de mwh Uso industrial . . . . . . . . . . . 18.000 60.000 Uso doméstico .. .. .. .. .. 6.000 15.000 Transporte .. .. .. .. .. . . 2.500 8.000 Agricultura . . . . . . . . . . . . 500 1 . 000 Totales .. .. .. .. .. - • 27.000 84.000 En el balance energético mundial intervienen por una parte las demandas de energía y por otra, la forma como dichas demandas de energía deberán ser satisfechas. En este segundo aspecto de la cuestión tienen fundamental importancia las reser- vas de fuentes de energía y el costo de la energía a obtener de las diferentes fuentes. En un análisis general de las actuales reservas recuperables de energía se llegó a las cifras que se detallan en el cuadro V. CUADRO v Rassrvas mundiales r.gotables de energía (en millones de mwh de electricidad equivalente) Fuente de energía Reservas millones de mwh Combustibles sólidos .. .. .. .. .. Petróleo (reservas probables) .. .. Gas natural .. .. .. .. .. .. .. .. 32.172.000 223.000 81.000 El profesor Villar llega a estas conclusiones: a) Como lo indica el cuadro V, los combustibles sólidos representan la casi totalidad de los recursos naturales y sobre la base del consumo mundial del año 1952, podría deducirse que las reservas de carbón alcanzarían para 2.500 años; sin embargo, es muy posible que éste plazo se reduzca notablemente debido al progresivo aumento que se presentará en las dificultades de extracción, ya que la profundidad de las capas explotables irá aumentando con el tiempo. b) La incertidumbre que existe sobre las reservas mundiales de petróleo es considerable, suponiéndose que las reservas probables sean cinco veces superiores a las reservas probadas/Como el petróleo se consume generalmente lejos de los yacimientos, la producción anual sólo estará limitada por la capacidad de los medios de transporte. c) La estimación precisa de las reservas mundiales de energía hidráulica es asunto delicado y sólo han sido determina- dos con cierta exactitud los límites supeOMEBA X - 18 ción de las reservas técnicamente —y sobre todo— económicamente explotables. d) Los recursos hidráulicos no sólo se encuentran desigualmente distribuidos en la superficie del globo, sino que existe muy poca correlación en su localización. Así, por ejemplo, el África, que posee el 30 %de las reservas mundiales de energía hidroeléctrica, sólo absorbió en 1952 el 0,4 % del consumo mundial y de igual manera, el Asia que posee el 50 % de las reservas hidráulicas mundiales, sólo consumió el 4,5 % de la cifra mundial. e) El aprovechamiento de los recursos hidráulicos se encuentra limitado por el transporte de la energía que se encarece considerablemente con la distancia. f) De acuerdo con las opiniones más optimistas y en ausencia de la energía núcleoeléctrica, se supone que la potencia actualmente instalada aumentará a razón del 4 % por año, y que el año 2000 la energía hidroeléctrica permitiría ahorrar 1.000 millones de toneladas de carbón por año. g) Hay numerosos factores, que por razones de brevedad no es posible analizar aquí, que conducen a una tendencia hacia el aumento de los precios de la energía eléctrica, mientras los precios calculados para el kilovatio-hora generado en las centrales nucleares tiende a disminuir a medida que se avanza en el proyecto. h) Además de la necesidad relativa en que se encuentran ciertos países de importar energía para satisfacer su balance energético, otro factor importante a tener en cuenta para la utilización de la energía atómica, lo constituirá el punto de intersección entre las curvas correspondientes al costo de kwh generado térmicamente, hidráulicamente o por centrales atómicas. i) Hay muchos países en el mundo, cu- yos recursos naturales para la generación de energía son mínimos, y para los cuales la competencia entre.la energía núcleoeléctrica y los otros sistemas de generación de energía se presentará tan pronto como estén en el mercado las centrales atómicas. j ) Hay además un gran número de paí- ses en los cuales la energía atómica se introducirá progresivamente en el sistema energético actual. k) Sería muy reducido el número de países donde la energía nuclear no llegue a jugar algún rol trascendente en los próxi- mos cincuenta años. 1) Para destacar la importancia del pa- pel que la energía atómica desempeñará en el mundo futuro, basta considerar que si la demanda de combustibles primarios continúa aumentando a razón del 2 % por año, sin utilización de la energía nuclear, en el año 2025, o sea, dentro de 70 años, las reservas de combustibles se habrán reducido al consumo correspondiente a 300 años de vida del mundo. Si la demanda de combustibles aumentara a razón de un 3 % anual, como parece más probable, de acuerdo con el crecimiento demográfico e industrial del mundo, en el año 2025 las reservas de combustibles sólo alcanzarán para 120 años de vida. m) Estas cifras ponen en evidencia la necesidad urgente de habilitar una nueva fuente de energía. Resulta así oportunísima la intervención de la energía nuclear, pudiendo asegurarse que el desarrollo de la energía nucleoeléctrica será facilitado notablemente por la demanda de eletricidad y por los elevados costos de la energías termoeléctrica e hidroeléctrica en muchos países. n) El notable progreso experimentado por la raza humana en las dos últimas cenmás recientemente al uso del petróleo y <?« la energía hidroeléctrica. Puede por ello turi¡fs se atribuye en gran parte al empleo del ca. bón, a la generación del vapor y asegurarse que la implantación de la energía atómica provocaría un nuevo e importante impulso en el desarrollo progresista de la civilización actual. El aporte de nociones debe complementarse con los autorizados conceptos del profesor soviético V. Romadin, cuyo resumen es este: El desprendimiento de energía en los procesos nucleares, dice, es posible o en la síntesis de los núcleos de elementos ligeros (hidrógeno, litio) o, al contrario, en la disgregación del núcleo de los elementos pesados (uranio, plutonio). La energía que se desprende de las interacciones nucleares lleva el nombre de atómica, aunque sería más acertado llamarla nuclear. Los materiales que se utilizan para la obtención de energía en los procesos atómicos se llaman combustibles nucleares; de éstos, los que desprenden la energía con descomposición de los núcles, son coinbustibles nucleares de desintegración. Lo mismo que los combustibles ordinarios, se los puede clasificar por su capacidad calorífica, cuya magnitud depende de la clase combustible atómico. El uranio y el plutonio, por ejemplo, tienen una capacidad calorífica aproximada de 20.000.000.000. de calorías grandes por kilogramo, es decir, tres millones de veces más que la capacidad calorífica del mejor carbón de piedra. Con la síntesis de átomos ligeros, conti- núa, de cada kilogramo de combustible puede desprenderse una cantidad de energía todavía mayor. Así, cuando cuatro átomos de hidrógeno forman un átomo de helio, de cada kilogramo de hidrógeno se desprenden unos 150.000.000.000 de calorías grandes. La reacción de síntesis de los núcleos, concluye, se utiliza en las bombas H, en forma e explosión. Hoy día (1955) resulta difícil señalar un modo cualquiera de utilización de este proceso con fines industriales, pues las reacciones termonucleares se prducen a temperaturas muy altas, que llegan a millones de grados. Y en relación con la producción de electricidad, el mismo profesor dice: a) Para la obtención de electricidad a partir de la energía nuclear se emplean por ahora los combustibles nucleares de desintegración. El elemento natural de desintegración más apropiado para la obtención de energía es el uranio 235, metal de color gris claro y un gran peso específico. Una bolita de uranio de 45 milímetros de diámetro pesa un kilogramo. El uranio 235 se encuentra en la naturaleza mezclado en pequeñas cantidades con el uranio 238. La insignificante cantidad en que se encuentra en las reservas minerales del uranio haría muy difícil el progreso de la energía nuclear, si no se hubiesen hallado procedimientos para obtener combustibles nucleares artificiales. b) Entre los combustibles nucleares artificiales se hallan el plutonio 239,. obtenido a partir del uranio 238, y el uranio 233, que procede del torio 232. c) La posibilidad de formación de combustibles artificiales permite utilizar casi por completo las reservas naturales de uranio y íorio. Se ha calculado que toda la cantidad de energía nuclear contenida en el uranio y el torio existentes en la naturaleza, es muchas veces superior a todas las reservas, energéticas de carbón, turba, petróleo, gas y demás sustancias orgánicas. La ciencia ha hecho, pues, un generoso presente a los hombres, conjurando para mucho tiempo la amenaza de carencia de combustible. IV. La Conferencia Internacional de Ginebra. En el Palacio de las Naciones en Ginebra, se instaló el 8 de agosto de 1955 la Conferencia Internacional para el uso de la energía atómica con fines pacíficos. A esta histórica Conferencia concurrieron representantes de todos los países, y "nunca se vio reunido un mayor número de sabios de renombre universal". Se trataba de revelar las investigaciones nucleares hechas en los respectivos Estados, lo que se cumplió en el siguiente orden: 1* El profesor D. I. Blokhintsev, jefe de la Central Atómica de Moscú, informó sobre la construcción de la primera estación atómica de la Unión Soviética, con una potencia de 5.000 kw., terminada en junio de 1954. Se trata de un reactor término, moderado con grafito y que utiliza como combustible 550 kilos de uranio enriquecido con un 5 % de uranio 235. Las centrales atómicas, dijo el profesor Blokhintsev, serán mucho más convenientes en regiones situadas lejos de las minas de carbón o cuando las plantas térmicas consuman carbón de baja calidad. 2" El doctor W. H. Zinn, director del Laboratorio Nacional de Argonne, Illinois, Estados Unidos de América, informó sobre la planta experimental construida por la Estación Nacional de Ensayo de reactores del citado Laboratorio, con una potencia de 15.000 kw. El costo de la energía eléctrica generada en esta planta experimental es de 30 a 34 milésimos de dólar por kilowatio-hora; este costo bajará notablemente al aumentar la potencia de las instalaciones. 3" El ingeniero Chistopher Hinton, director de la construcción de la central atómica británica de Calder Hall (Cumberland), informó sobre esta planta, cuya potencia es de 50.000 kw. En su exposición el ingeniero Hinton dio preferencia al aspecto de la seguridad, y dijo: "En las primeras pruebas realizadas por Watt en la máquina de vapor, se produjo una explosión que causó varios muertos y heridos, entre estos últimos el propio Watt. Este accidente demoró en varios años la implantación y el desarrollo de la planta de vapor. Para que la generación de la energía atómica se difunda rápidamente en el mundo, es necesario evitar que al entrar en funcionamiento las primeras grandes centrales de energía nucleoeléctrica pueda ocurrir algún accidente de proporciones importantes; por ello la razón de seguridad tiene considerable importancia". V. Conclusiones de la Conferencia de Ginebra, La Conferencia se clausuró el día 20 de agosto. En la última sesión los delegados de la Unión Soviética y de los Estados Unidos de América, A. N. Lavrichev y W F. Libby, respectivamente, se refirieron áe manera amplia a la cooperación que sus países han prestado a otros "dentro de la utilización pacífica de la energía atómica". Las conclusiones generales a que llegó la Conferencia fueron sintetizadas por el presidente de la misma doctor Bhabha así: 1) La generación de electricidad a partir de la energía atómica es un hecho definitivamente demostrado. Ha sorprendido la variedad de soluciones propuestas para los reactores nucleares, y, como se preveía, las sesiones dedicadas al estudio de la teconologia de los reactores, fueron las de mayor afluencia de público. 2) El análisis económico de la generación de la energía nucleoeléctrica se ha aclarado notablemente y aun cuando los costos unitarios de instalación de las centrales atómicas son 50 a 100 % mayores que los de las centrales térmicas, los costos de combustible son mucho menores; resultando así costos de 5 a 7 milésimos de dólar para el kilowatio-hora de electricidad generada en las plantas atómicas de 100.000 a 200.000 kilowatios de potencia, habiendo muchas razones para prever que los costos de instalación experimentarán fuertes reducciones en la próxima década. Aun en el presente, las plantas atómicas pueden competir económicamente con las plantas convencionales de generación de energía en muchas partes del mundo donde su costo es alto. 3) Muchos países se preparan ya para introducir en forma sustancial la energía atómica en el programa de provisión de energía en las próximas dos décadas. Sobre este aspecto es interesante señalar que dentro del plan de abastecimiento de energía al Reino Unido sé ha previsto que en el año de 1975 el 40 % de la electricidad total consumida será provista de la energía atómica; ahorrándose de esta manera un consumo de 40 millones de toneladas de carbón por año. 4) Es de suponer que por falta de información muchos países no han tomado seriamente en cuenta a la energía atómica en sus planes futuros. Por ello es muy posible, que como resultado directo de las informaciones recogidas por la Conferencia, dichos países revisarán sus futuros programas de provisión de energía. 5) Se ha puesto también en evidencia que cuando la industria de la energía atómica adquiera un gran desenvolvimiento, habrá amplias disponibilidades de uranio y de torio. Una de las grandes revelaciones de la Conferencia ha sido la demostración de la importancia del torio en la producción de energía atómica y la posibilidad de que el factor de conversión del torio en uranio 238 (fisionable) sea bastante superior al factor de conversión del uranio 238 en plutonio (fisionable). 6) Otra de las revelaciones de la Conferencia ha sido el paralelismo que se ha se- guido en varios países en el proceso de la extracción del uranio de sus minerales, según métodos secretos que han resultado corresponder a técnicas prácticamente iguales. 7) Las sesiones dedicadas a las ciencias biológicas y médicas han puesto en evidencia la gran importancia de los isótopos en el estudio de los fenómenos de la vida. Se ha discutido además el peligro biológico directo de las radiaciones, estableciéndose límites de tolerancia para las dosis. Por otra parte, la discusión de los efectos genéticos de la radiación demostró claramente que no se disponía de suficientes conocimientos sobre el asunto como para llegar a conclusiones definitivas. VI. Bases jurídicas para un estatuto legal sobre la exploración, la explotación y el aprovechamiento de los minerales vinculados a la producción de la energía atómica o nuclear. El valor de los minerales vinculados a la producción de la energía atómica o nuclear es incuestionable. En primer lugar, la seguridad de los Estados, el equilibrio de las fuerzas internacionales, y, paradógicamente, el mantenimiento de la paz universal, dependen de su posesión y aprovechamiento, o sea de la elaboración de las bombas A y H. En segundo lugar, está el beneficio industrial; la transformación que él implica, en la organización y vida futura de la Etumanidaá. Dichos minerales son, en verdad, elementos vitales, como el agua y el aire. Por consiguiente, para la adopción de los correspondiente* estatutos legales que reglamenten su exploración, explotación y beneficio, hay que partir de este principio fundamental. Es evidente que los demás minerales, el petróleo y sus derivados, _han ocupado y ocuparán un puesto destacado en el progreso y auge de la civilización. Pero nin-, guno de ellos tiene las características de los minerales llamados radiactivos, ni su explotación y aprovechamiento significan, como en el caso presente, en forma tan nítida, la vida o la muerte de la especie. Por tanto, corresponde al Estado, a los gobernantes, el control directo, o en términos más claros, la exploración, la explotación y el aprovechamiento de tales minerales. La iniciativa individual debe estar ausente de esta clase de actividades; ni ellas pueden ser objeto de lucro como lo son las demás actividades industriales. No comprenderlo así, y no obrar de acuerdo con este planteamiento, es comprometer el porvenir e incurrir en los errores pasados. Apenas podría tolerarse la intervención particular en el descubrimiento de los minerales, pero nada más; y esto, bajo la estricta vigilancia oficial. Mejor sería que los gobiernos organizaran y mantuvieran comisiones técnicas encargadas de ello. Esta debe ser base de la organización y prestación de uno de los más importantes servicios públicos modernos. En cuanto al dominio de los minerales, nadie ha de pretender que él corresponde o hace parte de la propiedad privada. Ello sería tan inaceptable como afirmar igual cosa respecto del agua y del aire, y obrar en consecuencia. El geólogo alemán Gunter Zeschke ha realizado importantes investigaciones acerca de los mineralas radiactivos. De uno de sus estudios titulado Exploración e información sobre los minerales uraníferos y las tierras radioactivas, se desprenden estas conclusiones: Primera. Los elementos radiactivos se encuentran en la capa de unos 20 kilómetros de espesor de la corteza terrestre, en la cantidad de unas 10-15 hasta 10-14 toneladas de uranio, y casi igual cantidad de torio. Esta cantidad no se halla en forma de yacimiento, sino dispersa en las rocas de la ganga, en las aguas subterráneas, en las de la superficie y también en el agua del mar. Segunda. Según la distribución y condiciones de su origen, los minerales y las tierras radiactivas pueden ser clasificados en cinco categorías, de acuerdo con la manera como dichos minerales se encuentran en la naturaleza: 1) dispersos en las rocas magmáticas; 2) en las rocas de la fase pegniatítlco-pneumatolítica; 3) en la fase hidrotermal; 4) en el ciclo en que fueron formadas las rocas durante la sedimentación, y 5) en las aguas. Tercera. La más considerable porción de uranio y torio se solidifica en la masa de las rocas líquidas, siendo simultáneamente distribuida en forma de partículas casi microscópicas. Cuarta. Hasta el presente se conocen alrededor de ciento veinte (120) minerales de uranio, unos primarios como la pitblenda, y la gran mayoría secundarios, como la autunita, la clarquerita, etcétera. Pero en los secundarios el contenido de uranio es muy pequeño. Actualmente existen sólo cuarenta (40) especies que tienen interés para un prospector, en sentido comercial. Quinta.^ El problema respecto de "las ocurrencias"* de los minerales uraníferos y toríferos es usualrnente bastante difícil de resolver. Se requiere considerar los costos de transporte principalmente, debido a que los minerales ricos, que pueden rendir satisfactoria cantidad de isótopo U-235, son demasiado raros y generalmente están situados en lugares distantes de las vías de comunicación. Sexta. Los yacimientos pueden dividirse en las siguientes clases: a) Yacimientos y "ocurrencias" pequeñas de 1,5 hasta 5% de uranio. b) Yacimientos medianos de 0,005 hasta 0,1 % de uranio y torio. c) Yacimientos muy grandes que contienen de 0,005 % hasta unos 0,001 % de uranio. Séptima. Los precios de 100 % de óxido de uranio fluctúan entre 3,8 hasta 4,6 dólares el kilogramo. Octava. Hasta ahora la exploración más segura es la que se hace por medio de aparatos de medición y registro de las radiaciones radiactivas. Los más conocidos son los contadores Geiger-Mueller, los contadores de radiación "alfa" y los centelladores portátiles. Novena. Los gobiernos de muchos países están organizando las investigaciones de grado útil de los minerales uraníferos. Las entidades privadas están ansiosas de extender su actividad a los campos distantes y explorar la mayor superficie posible de terreno. Una adecuada legislación sobre la materia debe, por tanto, consultar todos estos aspectos: el técnico de la exploración o búsqueda y de la explotación, y el social que comprende el económico y el político. La imprevisión sería fatal para los destinos, no sólo de un pueblo determinado, sino de todo el conglomerado humano. Pero es evidente que para la seguridad colectiva lo indispensable o eficaz no son los estatutos nacionales, sino el gran pacto internacional que proscriba el uso de las bombas A y H y estimule la aplicación de la energía atómica o nuclear a fines pacíficos y ,en especial a los de orden biológico e industrial. Este pacto internacional es el anhelo común de millones de seres que no entienden que la violencia sea medio idóneo para garantizar la vida del derecho, o mejor la vigencia de los derechos humanos proclamados por las Naciones Unidas. El temor de la destrucción universal, .a la postre, puede crear un sentimiento de abandono, una inapetencia, o la parálisis del organismo social, que equivale, también, a su desintegración. Tratándose de esta clase de minerales, vinculados a la producción de la energía atómica o nuclear, la autonomía legislativa de los Estados se esfuma. En.su lugar rigen los principios internacionales que aseguren su utilización en beneficio de la gran colectividad, e impidan a la vez la operación de bombas y demás elementos de exterminio. Así, los estatutos legales vendrán a ser desarrollo de las normas supranacionales, diferenciándose entre ellos sólo por ciertas notas adjetivas propias de la índole de cada país. En armonía con el planteamiento anterior, se ,pueden adoptar estas bases generales: A. Los minerales vinculados a la producción de la energía atómica o nuclear, son elementos vitales. En lo presente y en lo futuro, de ellos depende el progreso o el deceso de la humanidad. B. Dadas esta naturaleza y utilidad, no cabe suponer ni menos establecer un domi- nio privado respecto de ellos, tal como algunas legislaciones lo hacen en relación con otros minerales. 19 No cabría el sistema de la accesión: el dominio de los yacimientos está adscrito al dueño del suelo. Se mantiene en vigencia la unidad real del suelo y del subsuelo, rechazándose, en consecuencia, la existencia jurídica de una doble propiedad inmueble. Rige el principio romano: qui dominus solí dominus est coeli et inferorum. 2" Ni menos cabría el sistema de la ocupación: el dominio de los yacimientos está adscrito al primer ocupante de ellos. Todo individuo tiene derecho para excavar la tierra en su propia heredad, y en la ajena con conocimiento del dueño. El que en uso de esta facultad hubiere minado debajo de sus tierras o de las ajenas, se ha hecho propietario a título de primer ocupante de las sustancias minerales Que ha extraído. Toda la misión de la ley positiva en esta materia, y para asegurar el mayor interés del Estado, se reduce a no quitar ni añadir nada a lo que establece la ley natural. C. Deben ser propiedad pública. Es decir del Estado y bajo la guarda exclusiva de los gobernantes, quienes, por delegación del pueblo, tienen a su cargo el cuidado de la comunidad. D. Pero se trata de una propiedad pública sui generis, por cuanto su uso, o sea su explotación, está igualmente reservado a los gobernantes, como una medida de elemental previsión. Se aplica al respecto el que pudiera llamarse sistema dominial absoluto, por cuanto al Estado pertenece el dominio de los yacimientos, con la reserva de su explotación. Es sabido que en el sistema regalista o dominial simple, el dominio de los minerales se descompone en eminente o radical y útil; el primero pertenece siempre al Estado, y a los gobernados el segundo o sea el derecho a la explotación en beneficio propio y mediante el pago de una "regalía". Tal dominio útil lo adquiere el particular bien por adjudicación o bien por concesión. El adjudicatario o concesionario hace suyos los minerales mediante la extracción de ellos, y en esto consiste, precisamente, el dominio o propiedad útil que se le otorga. El mineral no extraído o yacente sigue perteneciendo al Estado, dentro del dominio eminente a él atribuido. La extracción del mineral origina, pues, la propiedad particular del mismo; es entonces cuando entra al comercio humano quedando en condición de ser poseído por terceros. El mineral sin extraer o yacente es algo incierto, vago, y sobre tal cosa no es posible ejercer un derecho de dominio pleno, particular, como el que se puede ejercer sobre un fundo, sobre su superficie, determinada o determinable en cualquier momento. En consecuencia, la palabra "propiedad", que usaron las leyes españolas de minería, y sigue usando la legislación actual, debe entenderse sólo como una facultad para explorar y explotar las sustancias susceptibles de extracción. En realidad, más que un derecho civil de propiedad, el adjudicatario o concesionario tiene a su favor una mera facultad, y de ahí que la mayoría de los estatutos legales sobre la materia declaren inicialmente que el Estado es dueño de las minas y que a los particulares únicamente se les concede una facultad o licencia de explotación y beneficio. E. El Estado debe propiciar, en grande escala, la búsqueda o exploración de los mineralesy organizando comisiones de técnicos, bajo su dirección y control. F. El descubrimiento o hallazgo de los minerales no es hecho que origine un de- recho de propiedad privada sobre ellos. Pero sí es acreedor a especiales recompensas que sirvan de estímulo a nuevos descubrimientos. G. La explotación de los minerales deben adelantarla los gobernantes, de preferencia por intermedio de establecimientos públicos, que son entidades que hacen parte del Estado, pero gozan de autonomía administrativa, tienen patrimonio propio y personería jurídica. Todo de acuerdo con la ley internacional. H. Tales actividades: exploración, explo-^ tación, concentración, refinación y distribución de los minerales radiactivos (uranio, torio, radium, etcétera) deben estimarse como actividades de servicio público, por cuanto satisfacen necesidades de carácter general, en forma continua, según las ordenaciones del Derecho público. Al respecto se aplicarán las nociones doctrinales sobre la materia y las normas positivas que concuerden con ellas. I. Asegurados por el Estado el dominio y la posesión de los minerales radioactivos, le corresponde procurar la producción de la energía atómica con fines pacíficos, para el adelanto científico e industrial. Por tanto su régimen jurídico y legal será de igual contenido. J. Para el aprovechamiento de esa energía atómica, y en especial para la producción de electricidad, se deberá coordinar el esfuerzo oficial con el particular, creando empresas de carácter mixto para obstar el monopolio de heho y el abuso o la especulación con las tarifas de consumo. Es decir, adoptar un régimen de Derecho público. VII. La situación actual. De lo expuesto se deduce que no sería racional que la exploración y explotación de los minerales radiactivos, y la consiguiente producción de la energía atómica y nuclear, quedaran legalmente reglamentadas como actividades privadas, sometidas al régimen jurídico del Derecho civil o del mercantil, desarrollándose dentro del sistema económico individualista de la oferta y la demanda. Ello sería tanto como poner en manos de la incontrolada codicia del hombre la seguridad de sus semejantes y la estabilidad universal. En términos generales, los Estados han consagrado respecto del dominio de los yacimientos mineros el sistema regalista o dominial. Como los distintos códigos de la materia datan de tiempo atrás no pudieron prever el caso especial de los minerales radiactivos y su vinculación con la producción de la energía atómica o nuclear, hecho actual que apenas está en vía de una necesaria reglamentación de carácter internacional. Por ejemplo: 1. "El Estado.es dueño de todas las minas de oro, plata, cobre, azogue, estaño, piedras preciosas y demás sustancias fósiles, no obstante el dominio de las corporaciones o de los particulares sobre la superficie de la tierra, en cuya entraña estuvieren situadas. "Pero se concede a los particulares la facultad de catar y cavar en tierras de cualquier dominio para buscar las minas, y la de disponer de ellas como dueños, con los requisitos y bajo las reglas que prescribe el presente código" (Chile, Código de 1932. Artículo I " ) . 2. "Las minas son bienes privados de la Nación o de las provincias, según el territorio en que se encuentren. "Concédese a los particulares la facultad de buscar minas, de aprovecharlas y disponer de ellas como dueños, con arreglo a las prescripciones de este Código" (Argentina. Código de Minas, artículos 7' y 8'). 3. "As minas e demais riquezas de subsolo bem como asquidas dagua, constituem propiedad disntinta da propiedades de sólo para efeito de explorado ou aproveitamento industrial. O aproveitamento industrial das minas e das jazidas minerais, das aguas e da energía hidráulica, ainda que de propiedade privada, depende de autori?ao federal" (Brasil. Constitución. Artículo 143). 4. "Corresponde a la Nación el dominio directo de todos los minerales o sustancias que en veta, mantos, masas o yacimientos, 'constituyen depósitos cuya naturaleza sea distinta de los componentes de los terrenos, tales como los minerales de los que se extraigan metales y metaloides utilizados en la industria; los yacimientos de piedras preciosas, de sal gema y las salinas, formadas directamente por las aguas marinas; los productos derivados de la descomposición de las rocas, cuando su explotación necesite trabajos subterráneos; los fosfatos susceptibles de ser utilizados como fertilizantes; los combustibles minerales sólidos; el petróleo y todos los carburos de hidrógeno, sólidos, líquidos o gaseosos. "Sólo los mexicanos por nacimiento o por otro alguno de los que constituyen el dominio privado. Ese derecho sólo significa, agrega, una alta potestad administrativa para disponer de las minas consultando el interés de la sociedad. En cuanto a la legislación de Colombia, la situación legal es la siguiente, de manifiesta importancia: Por virtud de lo dispuesto en el artículo 202 de la Constitución Política, los minerales llamados radiactivos, como el uranio, el torio, el radium y demás sustancias naturales cuya desintegración sea fuente de energía atómica, pertenecen a la República, cualquiera que sea el terreno de su ubicación. En relación con su explotación, venta y exportación, desde el año 1907 se dictaron las primeras disposiciones, tal como aparece de las siguientes leyes: "Ley 21 de 1907. Artículo 1' — Autorízase al Gobierno para establecer la exportación exclusiva y la venta en el exterior de los metales llamados platino, paladio, iridio, radio, osmio y rutenio y de todos los minerales radiactivos, y para dictar los reglamentos conducentes a la ejecución de esta ley cuando lo crea conveniente para los intereses de la República, y especialmente para el progreso y desarrollo de la región del Chocón." "Ibidem. Artículo 3' — Autorízase ampliamente al Gobierno para establecer la explotación de las minas y yacimientos en naturalización y las sociedades mexicanas, que se hallan aquellos metales, y a que se tienen derecho para adquirir el dominio de las tierras, aguas y sus accesorios, o para obtener concesiones de 'explotación de minas, aguas o combustibles minerales, en la República Mexicana" (Constitución. Artículo 27). 5. "La tierra, el subsuelo, las aguas, los bosques, los talleres, las fábricas, las minas, los yacimientos, el transporte terrestre, marítimo, fluvial y aéreo, los bancos, los medios de comunicación, las grandes empresas agropecuarias organizadas por el Estado, así como las empresas municipales y la parte fundamental de las casas de vivienda en las ciudades y en los centros industriales, son propiedad del Estado, es decir, patrimonio del pueblo en su conjunto" (Unión Soviética. Constitución. Artículo 6"). Enrique Rodríguez, autor del Proyecto de Código de Minería argentino adoptado en el año 1886, afirma que, por principio general, el dominio de las minas corresponde al Estado con exclusión del dueño del suelo en donde se encuentran; pero este dominio no importa, dentro de la órbita de la ley, el derecho de explotarlas, de enajenarlas, ni refiere el artículo anterior, que no estén trabajándose actualmente." "Ley 120 de 1919. Artículo 45. — La Nación se reserva la explotación de las sus- tancias radiactivas, tales como el radio o heliorradio." Con fecha 15 de febrero de 1951, la rama ejecutiva del poder público, en ejercicio de la función legislativa, expidió el decreto número 365 bis "por el cual se autoriza al Gobierno para reconocer beneficios económicos a los descubrimientos de minerales radiactivos". Consta de tres considerandos y un articulo único, cuyo texto, en su orden, es el siguiente: "19 — QUe ¡os minerales radiactivos forman parte de las reservas del Estado; "2" — Que la Nación se reservó por medio de la ley 120 de 30 de diciembre de 1919, artículo 45, la explotación de todas las sustancias radioactivas; "3« — Que el Gobierno está interesado en estimular el descubrimiento de yacimientos minerales radiactivos, especialmente del uranio, dentro del territorio nacional. "Autorízase al Gobierno para reconocer a los descubridores de minerales radiactivos mina semejante falla. Sabido es que en el un beneficio económico que puede ser una contrato administrativo de concesión, la exparticipación en el rendimiento económico plotación del bien o la prestación del serdel yacimiento o una suma fija, en pesos vicio público, se hace por cuenta y riesgo colombianos, que se calculará teniendo en del concesionario, lo cual es de su naturaconsideración la importancia y riqueza del leza o esencia jurídica. yacimiento descubierto." Por tanto, es más aconsejable, por convePor último, el 6 de octubre de 1955 se ex- niente a la Nación, que la exploración técpidió el decreto legislativo número 2638 que nica y la explotación estén a cargo del Insvino a reglamentar íntegramente la mate- tituto Colombiano de Asuntos Nucleares, tal ria, o jsea el descubrimiento, explotación, como está previsto en su estatuto orgánico. beneficio y distribución de las sustancias Tratándose de un establecimiento público, de una entidad oficial descentralizada, se radiactivas. Los artículos 1°, 2' y 3' de este decreto armonizan los intereses de la técnica y los disponen, en su orden: impostergables de la colectividad represen"Artículo 1' — Los yacimientos de ura- tados por los gobernantes. Aún es tiempo nio, torio, radium y demás sustancias natu- de corregir errores y prevenir graves males rales cuya desintegración sea fuente de o serios conflictos jurídicos y administraenergía atómica, pertenecen a la reserva tivos, que por lo general se resuelven en del Estado, de conformidad con el principio contra del Estado. La objeción al régimen colombiano encaestablecido en el artículo 5" de la ley 38 de ja dentro de los principios generales expues1887. "A las sustancias de que trata el inciso tos, que son los que consultan una positiva anterior no son aplicables las excepciones garantía del bienestar humano. consagradas en los artículos 3" y 4' de la BIBLIOGRAFÍA. — Brunswig, El petróleo y su ecoley citada. nomía, Bs. 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La reserva de la explotación de estos mi- ciones Unidas, 1955. — Además las distintas pu(boletines, circulares, etc.) de la resnerales, que la ley 120 de 1919, consagró a blicaciones pectiva dependencia de las Naciones Unidas. favor de la Nación, desaparece por virtud del sistema de la concesión administrativa ENERGÍA HIDROELÉCTRICA (Regimeque establece el decreto número 2638. Y ello 'nes legales de uso de agua).* 1. La utilisignifica un grave error por las razones ex- zación de la energía eléctrica cuyo desarropuestas al esbozar las bases jurídicas para llo comenzó a fines del siglo xix, y su obun estatuto legal apropiado al caso. tención hidráulica de importancia crecienEstá bien que se estimule la iniciativa te, motivó la aparición de regímenes legaprivada en cuanto a la exploración preli- les de uso de agua a tal efecto. En este senminar o superficial que conduzca al descu- tido podemos señalar las leyes francesas de brimiento de los minerales; pero nada más. 1898 y 1919, la ley norteamericana Federal El régimen de la concesión deja al contra- Water Power Act de 1920 e inclusive nortante o concesionario en completa libertad mas constitucionales como las de la Conspara realizar las actividades propias del titución de los Estados Unidos del Brasil del contrato, tal como si se tratara de yaci18-IX-1946. mientos de petróleo o de otra clase de sustancias minerales de la reserva nacional. La * Por el Dr. JULIO CÉSAR OTAEGTTI. gestión de los interventores oficiales no eli- 2. La Constitución Nacional de la República Argentina, sancionada en 1853, con las reformas de 1860, 1868 y 1898, no contempla expresamente, por obvias razones de carácter histórico el importantísimo problema de la energía hidráulica que reviste especíales contornos en razón de imperar la forma federal de gobierno (C. N. art. 1), dado que por razones técnicas conviene proceder a la electrificación del país mediante un plan de conjunto. Esta circunstancia .ha originado dos tesis divergentes: A) Una que sostiene que es atribución del Congreso Nacional reglar el uso de las aguas interprovinciales y por ende que corresponde al Gobierno Federal propender a un mayor aprovechamiento hidroeléctrico realizando obras o legislando el comercio interprovincial en dicho aspecto. Esta tesis, uno de cuyos principales expositores es el doctor Alberto G. Spota, se funda en que: l c ) Conforme a la C, N., artículo 67, inciso 12, todo lo atinente al comercio interprovincial es de exclusivo resorte de la Nación y por ende la energía hidráulica obtenida en una Provincia y distribuida en otra se halla sujeta a la facultad reglamentaria del Congreso; 2"?) Según la C. N., artículo 67, inciso 16, corresponde al Congreso "proveer lo conducente a la prosperidad del país, al adelanto y bienestar de todas las provincias. .. y la exploración de los ríos interiores", de donde deriva la procedencia de evitar las guerras económicas entre Provincias mediante una legislación general que contemple el desarrollo general del país mediante el empleo razonable de la energía hidroeléctrica, lo que podría no ser así de primar un concepto localista. 3<?) El Poder Legislativo goza de poderes implícitos (C. N. art. 67, inc. 28} para poder desarrollar y aplicar prácticamente las atribuciones otorgadas al Gobierno federal, entre las que se cuentan las anteriores y otras concordantes como reglamentar la nagevación de los ríos interiores (C. N., art. 67, inc. 9). B) Otra tesis que aduce que la energía hidroeléctrica producida dentro de una Provincia es de su exclusiva pertenencia y competencia legislativa. Esta tesis, uno de cuyos principales expositores es el dftctor Guillermo Cano, se funda en que: !<?)' Las Provincias conservan todo el poder no delegado al Gobierno Federal (C. N.', aft. 104), y también los bienes que no cedieroh al crearlo; 2') Las Provincias son condóminas de los ríos interprovinciales (ya sea que las limiten o crucen) respecto a cuyo uso puede celebrar tratados (C. N., art. 107); 3"?) En caso de divergencia u hostilidad entre Provincias respecto al uso de un río interprovincial (en- tre lo que se incluye el aprovechamiento hidroeléctrico), corresponde intervenir a la Corte Suprema de Justicia (C. N., art. 100). La derogada reforma constitucional del 11III-1949 prescribía en su artículo 40 que las "caídas de agua... y las demás fuentes naturales de energía, con la excepción de los vegetales, son propiedades imprescriptibles e inalienables de la Nación, con la correspondiente participación en su producto, que se convendrá con las provincias". 3. La legislación nacional aplicable a la materia parte del principio del dominio público sentado en las Leyes de Indias (Recopilación, libro IV, título XVII, ley 5), y recogido en el Código civil dictado por el Congreso Nacional (C. N., art. 67, inc. 11), con el carácter de ley suprema de la Nación (C. N.,'art. 31). El Código civil prescribe: 1°) Son bienes públicos del Estado General o de los Esta- dos particulares, los ríos y sus cauces y todas las aguas que corren por cauces naturales (art. 2340, inc. 3), o sea que fija el principio de la dominicalidad pública de las aguas corrientes; 2') Las personas particulares tienen el uso y goce de los bienes públicos del Estado o de los Estados, pero estarán sujetos a las disposiciones de este Código y a las ordenanzas generales o locales (art. 2341) o sea que su reglamentación corresponde al Derecho administrativo, siendo amplia la facultad para reglar el aprovechamiento del dominio hídrico público, 3°) Es prohibido a los ribereños sin concesión especial de la autoridad competente, mudar el curso natural de las aguas, cavar el lecho de ellas, o sacarlas de cualquier modo y en cualquier volumen para sus terrenos (art. 2642), o sea que es necesaria la concesión administrativa previa para la utilización de las aguas públicas. 4°) Ni con Ucencia del Estado, Provincia o Municipalidad, podrá ningún ribereño, sin consentimiento de los otros propietarios ribereños, represar las aguas de los ríos o arroyos, de manera que las alcen fuera de los límites de su propiedad, haciendo más profundo el río o arroyo en la parte superior, o que inunden las inferiores; ni detener las aguas de manera que los vecinos se vean privados de ellas (art. 2645). De esto concluyen los sostenedores de la tesis de la jurisdicción federal en materia hidroeléctrica, que una Provincia no tiene derecho de afectar los derechos de otra privándola del total o parte de las aguas de un río que las atraviese o limite; asimismo arguyen que el Congreso Nacional ha legislado sobre la materia al sancionar el artículo 2645 del Código civil. Sus oponentes defensores de la jurisdicción provincial en materia hidroeléctrica entienden que dicho articulo regula al dominio privado y no al público, y que en toda forma es insconstitucional. 4. Aparte del Código civil en el orden nacional se sancionaron las siguientes leyes: A) ley 6545, del 28-IX-1909, que prescribía la realización de los estudios y proyectos para las obras de irrigación en diversos ríos y Provincias, por cuenta del Po- der Ejecutivo Nacional, quien debía invitar a los gobiernos de las Provincias en que hubieran de contruirse las obras de irrigación a acogerse a los beneficios de la ley. Su artículo 15, determina que "el Poder Ejecutivo podrá realizar obras dé ampliación para el aprovechamiento de la fuerza hidráulica que resultare económicamente utilizable y queda autorizada para explotarlas directamente o arrendarles por términos prudenciales"; su articulo 18, inciso c), establecía que para la realización de los estudios y pago de las construcciones se creaba un fondo de irrigación constituido, entre otros fondos, "por los productos del aprovechamiento de la energía hidráulica". B) Leyes que autorizaron al Poder Ejecutivo Nacional la realización de embalses en diversas Provincias conviniendo con éstas las condiciones y obligaciones recíprocas, y en las que se hacía mención de la energía hidroeléctrica, a saber: 12.202, artículo 14, inciso e), 2"?; 12.259, artículo 1, inciso c; 12.650; 12.654; 12.707, aprobatoria del convenio celebrado el 4-X-1940 entre el Gobierno de la Nación y el de la Provincia de Córdoba para la explotación de la energía eléctrica del embalse del Río Tercero; 12.786, artículo 1'', 7;. C) Decreto 6767 del 24-111-945, establecía, en su artículo 1": "El Poder Ejecutivo Nacional regulará por intermedio de la Administración Nacional del Agua, el uso y aprovechamiento de las aguas de ríos y corrientes subterráneas que atraviesen dos o más provincias o una provincia y un territorio, o cuando nacieren en una provincia o territorio y murieren en otro, a fin de asegurar su racional y armónica utilización en todo su curso de acuerdo con la población y necesidades de cada Provincia o Territorio." Dicho decreto fue ratificado por ley 13.030-XLII del 5-XII- 1947 y actualmente derogada. 5) En el orden internacional la República Argentina ha suscrito los siguientes convenios para el aprovechamiento de la energía hidroeléctrica: 1*) Protocolo del 1-II-1926 con Paraguay para el aprovechamiento y estudio de obras del Apipé; Con- venio del 23-1-1958, con Paraguay, para el estudio del aprovechamienao de la energía hidráulica de los rápidos del Apipé; 2') Convenio del 13-XII-1946 con Uruguay, relativo al aprovechamiento de los rápidos del Salto Grande, ratificado por ley 13.213, del 16-VII-1948; 3"? Acuerdo del 10-11-1941, con Solivia y Paraguay, sobre aprovechamiento de las aguas del rio Pilcomayo, ratificado por decreto del 27-11-1941, decreto 27.8767 1944 y ley 13.891-V. 6. En el orden interprovincial, en la República Argentina existen las siguientes iniciativas: 1') Conferencia del Río Colorado celebrada el 29 y 30-VIII-1856, entre representantes de los gobiernos de Buenos Aires, La Pampa, Mendoza, Neuquén y Río Negro sobre distribución de las aguas del Río Colorado con destino, entre otros fines, a la producción de energía eléctrica. Eii la misma .quedó constituida la Comisión Interprovincial del Río Colorado. 2") Comisión Interprovincial del Río Bermejo, entre las Provincias de Chaco, Córdoba, Formosa, Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Santa Fe y Tucumán, ratificado por Salta por decreto-ley 427 del 20-111-1957, y por Chaco, por decreto-ley 827 del 13-IV-1957.3<n Organismo Interprovincial del Agua del Noroeste Argentino, constituido en San Salvador de Jujuy el 16-X-1956 entre representantes de las Provincias de Catamarca, Chaco, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero, Salta y Jujuy para propiciar y fomentar las obras de aprovechamiento hídrico; ratificado por Salta, por decreto-ley 347 del 27-XI-1956. 4") Tratado interestadual de creación de la Corporación Norpatagónica celebrado entre ios Gobiernos de la Nación y de las Provincias de Chubut, Neuquén y Río Negro y la Dirección General de Fabricaciones Militares, ratificado por el primero por decretoley 512/1958, entre cuyos fines se incluye el aprovechamiento de la energía hidráulica del Río Limay. 5') Tratado entre Catamarca y Santiago del Estero sobre el Río Albigasta. Vale decir que en la República Argentina el uso del agua para energía hidroeléctrica se halla sujeto a concesión administrativa, estando controvertido a tal efecto en razón de la forma federal de gobierno si ello corresponde a la Nación en cuanto pueda interesar al bienestar general, o a las Provincias. 7. La ley francesa del 17-X-1919, sobre regulación jurídica de la energía hidráulica citada supra, sienta en su artículo primero el siguiente principio: Nul peut disposer de l'énergie des marees, des lacs et des cours d' eaux, quel que soit son classctnent, sans une concession ou une autorisation de l'Etat, o sea la necesaria concesión o autorización del Estado. Esta ley confiere a la energía hidráulica el carácter de un bien distinto del agua, que nadie puede utilizar sin concesión o autorización administrativa, lo que reviste singular importancia dentro de un ordenamiento jurídico, en el que no todas las aguas corrientes son del dominio público. Todo esto resalta la obvia necesidad y conveniencia de la concesión administrativa en materia de uso de agua para energía hidroeléctrica. 8. La ley norteamericana Water Power Act de 1920, mencionada supra como así la posterior de 1935, tienen importancia por cuanto organizan una Comisión Federal de Energía con facultad de practicar estudios y otorgar concesiones de energía hidroeléctrica, en un país cuya organización federal es sumamente acentuada en comparación por ejemplo con la organización federal de la República Argentina. Esto ha sido posible en los Estados Unidos a través de la aplicación de la comercial clause de la Constitución análoga al articulo 67, inciso 12, de la Constitución Nacional, y ha tenido su razón de ser en tres motivos: 1') Un programa óptimo de aprovechamiento hidráulico sólo puede establecerse con un plan general sobre aguas, siendo indiscutida la necesidad de coordinación en tal materia; 2") La busca de economía de costos ha sido el mayor factor estimulante de la tendencia de planes generales omnicomprensivos; 3<?) La inclusión de la energía en proyectos públicos ha sido para crear un instrumento competitivo que ayudara a la regulación del control de utilidades de las compañías privadas de energía, dado que esta industria es en alto grado monopolista y resulta sumamente difícil su control para las comisiones públicas; por lo tanto, se trata de complementar una regulación insuficiente con la competencia oficial. 9. Una creación interesante del Derecho norteamericano en este aspecto es la Tennessee Valley Authority (TVA). En abril de 1933, el Presidente Roosevelt se dirigió al Congreso, solicitando una legislación que permitiera un desarrollo integral de la utilidad pública potencial del Rio Tennessee por lo que sugería la creación de la Autoridad del Valle del Tennessee "a corporation clothed with the power of governmet but posseesssed of the flexibility and iniciative of a prívate enterprise". El Congreso sancionó la ley, creando la Autoridad del Valle del Tennessee, dirigida por tres miembros designados por el Presidente, con acuerdo del Senado, "para promover la na- vegabílidad y proveer para el control de crecientes del Río Tennesse, para proveer a la reforestación y uso adecuado de las tie- rras marginales del Valle del Tenneessee, para proveer al desarrollo agrícola e industrial de dicho Valle, para proveer a la defensa nacional mediante la creación de una corporación para el manejo de las propiedades gubernamentales en y próximas a Muscle Shoals en el Estado de Alabama, y para otros fines". En 1935 se modificó la ley autorizando a la corporación para generar energía eléctrica en cualquier represa, a fin de evitar el malgasto de energía hidráulica, como así construir represas y usinas hidroeléctricas. La constitucionalidad de la T.V.A. fue cuestionada aduciéndose que ella significaba un avance indebido del gobierno federal sobre las atribuciones de los Estados; la Suprema Corte en los casos "George Ashwander, et. al. vs. Tennessee Valley Authority et al.", del 17-111936 y "Tennessee Electric Power Company et. al. vs. Tennessee Valley Authority et. al." del 30-1-1939 resolvió la constitucionalidad del programa energético de la T.V.A., en razón de ser un legal ejercicio de los poderes de comercio interestatal y de defensa nacional. Quedaron, pues, definidas las debidas facultades del Gobierno Federal para el uso de un río interestatal y la comercialización de su energía para varios Estados. 10. El interés en un adecuado aprovechamiento de la energía hidráulica, y la indiscutible necesidad técnica de coordinación y planes generales en tal materia, ha motivado inclusive que Estados de Organización Federal, legislaran expresamente la cuestión en sus constituciones, atribuyendo la competencia respectiva al gobierno centraí. La Constitución de los Estados Unidos del Brasil, promulgada el 18-IX-1946, prescribe en su artículo 5, n° XV, letra I, que corresponde a-la Unión legislar sobre "riquezas del subsuelo, minería, metalurgia, aguas, energía eléctrica, bosques, caza y pesca", añadiendo en su artículo 6 que la competencia federal para legislar sobre la materia "no excluye la legislación estatal supletoria o complementaria. La Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada el l-V-1917, al fijar las atribuciones del Congreso de la Unión, prescribe, en su articulo 73, X, que éste tiene facultad "para legislar en toda la República sobre hidrocarburos, minería, industria cinematográfica, comercio, juegos con apuestas y sorteos, instituciones de crédito y energía eléctrica...", y en el mismo artículo 73, XVII, que tiene facultad "para dictar leyes sobre vías generales de comunicación, y sobre postas y correos; para expedir leyes sobre el uso y aprovechamiento de las aguas de jurisdicción federal"; la misma Constitución, en su artículo 27, determina que: "Son propiedad de la Nación las aguas de los mares territoriales en la extensión y término que fija el Derecho internacional; la de las lagunas y esteros que se comuniquen permanente o intermitentemente con el mar; la de los lagos interiores de formación natural que estén ligados directamente a corrientes constantes; las de los ríos y sus anuentes directos o indirectos, desde el punto del cauco eri que se inicien las primeras aguas permanentes, intermitentes o torrenciales hasta su desembocadura en el mar, lagos, lagunas o esteros de propiedad nacional; las de las corrientes constantes o intermitentes y sus afluentes directos o indirectos, cuando el cauce de aquellas, en toda su extensión o en parte de ella, sirva de limite al territorio nacional o a dos entidades federativas, o cuando pase de una entidad federativa a otra o cruce la línea divisoria de la República; la de los lagos, lagunas o esteros cuyos vasos, zonas o riberas estén cruzadas por líneas divisorias de dos o más entidades o entre la República y un país vecino, o cuando el límite de las riberas sirva de lindero entre dos entidades federativas o a la República con un país vecino; las de los manantiales que broten en las playas, zonas marítimas, cauces, vasos o riberas de los lagos, lagunas o esteros de propiedad nacional y las que se extraigan de las minas. Las aguas del subsuelo pueden ser libremente alumbradas mediante obras artificiales, y apropiarse por el dueño del terreno, pero cuando lo exija el interés público o se afecten otros aprovechamientos, el Ejecutivo Federal podrá reglamentar su extracción y utilización, y aún establecer zonas vedadas, al igual que para1 las demás aguas de propiedad nacional. .. .En los casos a que se refieren los dos párrafos anteriores, el dominio de la Nación es inalienable e imprescriptible, y sólo podrán hacerse concesiones por el Gobierno Federal a los particulares o sociedades civiles o comerciales, constituidas conforme a las leyes mexicanas, con la condición de que se establezcan trabajos regulares... La capacidad para adquirir el dominio de las tierras y aguas de la Nación, se regirá por las siguientes prescripciones: I. Sólo los mexicanos por nacimiento o por naturalización y las sociedades mexicanas, tienen derecho para adquirir el dominio de las tierras, aguas y sus accesiones, o para obtener concesiones de explotación de miñas, aguas o combustibles minerales en la República Mexicana. El Estado podrá conceder el mismo derecho a los extranjeros, siempre que con- vengan ante la Secretaría de Relaciones en considerarse como nacionales respecto de dichos bienes y en no invocar por lo mismo la protección de sus gobiernos en lo que se refiere a aquéllos..." BIBLIOGRAFÍA. — Bengolea Zapata, J., El Derecho de aguas en la República Argentina, "Acotaciones a una crítica", Bs. Aires, 1943. — Cano, G. J. (h.), Estudio de Derecho de aguas, Bs. 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Concreción de la enfermedad profesional. VIII. Condiciones de la enfermedad profesional: 1. Generalidades. 2. De• Por el Dr. AI.FREDO J. RUPRECHT. aúnela de la enfermedad. 3. Enfermedad profesional determinada por el Poder Ejecutivo. 4. Enfermedad efecto exclusivo del trabajo. 5. Enfermedad adquirida en el trabajo. 6, Exigibilidad de las indemnizaciones. IX. Consecuencias de la enfermedad profesional. X. Prueba de la enfermedad profesional. XI. indemnización. XII. Seguros. XIII. Enfermedades profesionales: 1. Introducción. 2. Enfermsdades declaradas profesionales. 3. Otras enfermedades. I. Antecedentes históricos. La historia de la humanidad revela que desde antiguo el cuerpo humano ha venido sufriendo perturbaciones y deformaciones producidas por el trabajo que, sí bien estudiadas en muchas ocasiones, no alcanzaron su verdadero significado hasta fines del siglo pasado. "Sin pretender hacer un estudio histórico de tales antecedentes esporádicos, basta consignar, cómo ya el propio Aristóteles nos habla de las enfermedades de los corredores, e incluso Hipócrates y, posteriormente, Nicandro, se refieren a las propiedades tóxicas del plomo y a. sus consecuencias para la salud de los que trabajan. Plinio, Celso, Galeno, Discorides, Marcial, Plauto, Juvenal, Ovidio, Lucrecio, entre otros muchos, se ocupan, bien desde el punto de vista médico o desde el literario, de la existencia de un hecho indiscutible, claramente puesto de relieve con la natural limitación de los conocimientos técnicos de aquel entonces: la influencia de determinados trabajos en la producción como causa originaria de ciertas enfermedades. "Estas aisladas apreciaciones que habrían de sentar las bases para posteriores estudios más amplios y de mayor tinte científico, fueron también continuados en épocas siguientes, tanto durante la Edad Media como en el Renacimiento" (i). El precursor de la moderna Medicina del trabajo fue el italiano Bernardino Ramazzini, que publicó su tratado en 1700, tituJado De metritis artificium diatriba. En dicha obra analiza las consecuencias del oficio o profesión sobre el enfermo, los peligras y la patología de aquéllos, llegando a establecer normas de higiene y prevención. Mucho ha sido el camino recorrido desde entonces, hasta llegar al momento actual en que la Medicina del trabajo, tanto preventiva como curativa, ha alcanzado un elevado grado de desarrollo. "El concepto de enfermedad profesional para el Derecho laboral difiere de la definición proveniente del tecnicismo de la Medicina y ni siquiera coincide con la carac- terización realizada por la Medicina del trabajo. En tanto que, para el Derecho laboral, la enfermedad profesional se examina principalmente desde el punto de vista del riesgo económico del trabajador, por la Medicina se estudia y analiza la situación del trabajador, basándose en su organismo físico, afectado por una alteración procedente del trabajo cumplido. Por esa razón, el conocimiento de la enfermedad profesional resulta, en el campo de la Medicina, anterior a su aplicación en el terreno de la responsabilidad jurídica patronal" ( 2 ). II. Concepto. La protección legal a las enfermedades profesionales ha tardado mucho tiempo en aparecer. Fue necesario el desarrollo intenso del maquinismo, de la gran industria, el empleo intensivo de productos nocivos a la salud del trabajador para que el fenómeno adquiriera la categoría que realmente tiene y que las autoridades se apercibieran de la necesidad de proteger al trabajador. Dada la forma de presentación de la enfermedad profesional, lenta, insidiosa, muchas veces manifestándose recién después de haber cesado la relación laboral, el legislador se vio ante graves problemas para su protección. La reparación del accidente se basó en el Derecho civil, en la teoría de la culpa, pero no se podía hallar una solución clara para las enfermedades. La respuesta se halló en la teoría del riesgo profesional que estableció el trabajo como generador de la responsabilidad patronal. La Oficina internacional del Trabajo aclaró más esto, al decir que, siendo idéntica la causa, idéntica la ocasión del trabajo, aun cuando diferentes las manifestaciones clínico-patológicas, no puede admitirse una dualidad de tratamiento (3). La legislación se dicta primero en amparo del accidente del trabajo, y luego alcanza las enfermedades profesionales. Suiza dicta la primera ley, en ese sentido, en 1877, seguida por Alemania en 1883, Inglaterra en 1895 y Francia en 1898. La determinación de la enfermedad se hace generalmente por tablas anexas que especifican cuáles deben ser consideradas como tales, siendo éstas las únicamente indemnizables. La construcción jurisprudencial y la doctrina avanzan luego y van extendiendo el concepto y el ámbito de protección a las enfermedades. III. Definiciones. Es muy difícil hacer la (2) Cabanellas, G., Tratado de Derecho laboral. t. 4, págs. 121 y 122, Bs. Aires, 1949. (1) Hernáinz Márquez, M., Accidentes del trabajo y enfermedades profesionales, págs. 497 y 493, Madrid. 1945. (3) Bureau International du Travail, La riparation des maladies profesionnelles, rapport V, páginas 3 y 4, Ginebra, 1933. definición de la enfermedad profesional, lo que ha hecho que la mayoría de las legislaciones no dieran el concepto sobre la misma. Bretón, en una memoria presentada al Parlamento francés, dijo: "Se llama ordinariamente enfermedades profesionales a las distintas intoxicaciones lentas, que alcanzan a determinadas categorías de obreros llamados, por el ejercicio de su oficio, a preparar, a manipular, a utilizar, productos tóxicos de los cuales absorben diariamente dosis más o menos importantes. A la larga, estos venenos industriales obran de un modo pernicioso sobre el organismo obrero, determinando las más graves afecciones, acarreando enfermedades momentáneas o incurables, incapacidades de trabajo parciales o completas y algunas veces la muerte de la víctima... Además de estos envenenamientos lentos, otras afecciones ocasionadas por algunas prácticas industriales, pueden igualmente ser consideradas como enfermedades profesionales. Tales son las perturbaciones que atacan a los obreros que trabajan en el aire comprimido, las pneumoconiosis que atacan a los obreros llamados por su profesión a respirar algunos polvos, las dermatosis provocadas por la manipulación de algunos productos. Algunas enfermedades contagiosas que no presentan en el primer momento un carácter profesional, pueden también tomar más o menos este carácter, cuando atacan a. obreros empleados en trabajos particulares. Es así como no podría ser discutido el carácter netamente profesional de la anquüostomiasis de los mineros; ocurre lo mismo con el carbunclo y el muermo en algunas profesiones especiales; la viruela y demás enfermedades contagiosas pueden igualmente revestir este carácter en algunos casos particulares; finalmente, las industrias insalubres pueden, algunas veces, predisponer de tal modo a los obreros que ellas ocupan, a contraer afecciones orgánicas como la tuberculosis, por lo que se ha podido pedir que estas afecciones sean consideradas, en lo que concierne a estos trabajadores, como enfermedades profesionales" (<>). Para Unsain, son las contraídas a "consecuencia del ejercicio de una profesión" (=). Antokoletz dice que "son aquellas cuyo origen se debe exclusivamente al trabajo de la víctima en la profesión que ejerce (artículo 145 del decreto reglamentario de la ley 9.688). La Convención de Ginebra de (4) Bretón, L. L., Journal offtciel, 28-9-909, pag. 1421. (5) Dnsaln, A. M,, Legislación del trabajo, t. 3. pag. 85. Bs. Aires, 1927. 1925 habla de «enfermedades e intoxicaciones» producidas por determinadas circunstancias" ( 8 ). Para López Núñez es "la producida por el ejercicio de un trabajo más o menos perjudicial a la salud del obrero" (?). Según Cabanellas, debe entenderse por enfermedad profesional "la alteración en la salud del trabajador motivada por la ocupación o ejercicio del trabajo; pero únicamente producen efectos jurídicos en el Derecho laboral aquellas enfermedades profesionales contraídas por quien realiza una prestación de servicios bajo la dependencia ajena" («). Pozzo es contrario a definir este Infortunio. Dice al respecto: "En realidad, ninguna de las múltiples definiciones que se han dado de las enfermedades profesionales es exacta, y no lo es, porque para su apreciación hay que tener en cuenta los diversos elementos y factores que influyen en su producción, desde las materias tóxicas empleadas en la industria, la mayor o menor intolerancia del organismo del obrero, las medidas de prevención, y de higiene, etcétera. Por ello podemos concluir con Cabouat y Gounod, que una definición es inútil, porque siempre es imperfecta, o muy amplia e imprecisa, o demasiado restringida, y, en todo caso, sujeta a divergencias de interpretación que constituirían una fuente de conflictos que es deseable evitar a todos. La rigidez de la ley también es criticable, pues impide, con toda injusticia, la reparación de enfermedades cuya causa evidentemente tiene su origen en el trabajo. Este es el sistema que sigue la legislación universal, enumerando en listas, o bien las enfermedades comprendidas o bien estableciendo, además, las industrias que pueden generarlas. Cuando la legislación de accidentes evolucione al compás de la experiencia, la distinción entre accidentes y enfermedades desaparecerá, para dar lugar a la reparación de los daños que el empleado sufra con motivo y en ejercicio de su trabajo, sea en forma repentina y violenta, o, lenta y progresivamente. Se cumplirá así, en forma amplia, el principio del riesgo del trabajo, de indemnizar al empleado las incapacidades que sufra con motivo del ejercicio de su profesión, ya sean originadas por accidentes, enfermedades profesionales u ocasionales" <»). (6) Antokoletz, D., Legislación del trabajo y previsión social, t. 2, pág. 223, Bs. Aires, 1941. (7) López Núñcz, A., Vocabulario social, página 37. Madrid, 1911. (8) Op. cit., t. 4, pag. 122. (9) Pozzo, J. D., Derecho del trabajo, í. 3, paginas 319 y 320, Be. Aires, 1949, IV. Legislación iberoamericana. En la República Argentina, la ley 9.688 establece en su artículo 22: "Cuando un obrero se incapacite para trabajar, o muera a causa de una enfermedad contraída en el ejercicio de su profesión, tendrá derecho a la indemnización acordada por esta ley, con arreglo a las condiciones siguientes: "a) La enfermedad debe ser declarada efecto exclusivo de la clase de trabajo que realizó la víctima durante el año precedente a la inhabilitación; "b) No se pagará indemnización si se prueba que el obrero sufría esa enfermedad antes de entrar a la ocupación que ha tenido que abandonar; "c) La indemnización será exigida del último patrón que empleó al obrero, durante el referido año, en la ocupación cuya naturaleza generó la enfermedad, a menos que se pruebe que ésta fue contraída al servicio de otros patrones, en cuyo caso éstos serán responsables; "d) Si la enfermedad, por su naturaleza puede ser contraída gradualmente, los patrones que ocuparon, durante el último año, a la víctima en la clase de trabajo a que se debió la enfermedad, estarán obligados a resarcir, proporcionalmente, al último patrono, la indemnización pagada por éste, determinándose la proporción por arbitradores, si se suscitase controversia a su respecto; "e) El patrón en cuyo servicio se incapacite por enfermedad un obrero, debe dar parte como si se tratase de un accidente. "Las enfermedades profesionales deberán ser taxativamente enumeradas por el Poder Ejecutivo, en decretos reglamentarios, previo informe a las oficinas técnicas, y la responsabilidad por ello sólo comenzará a los noventa días de su determinación". El Poder Ejecutivo nacional reglamentó este artículo de la siguiente manera: Artículo 146: "Cuando un obrero se incapacite para trabajar o muera a causa as enfermedad contraída en el ejercicio de su profesión, tendrá derecho a la indemnización acordada por esta ley, con arreglo a las condiciones siguientes: "a) La enfermedad debe ser declarada efecto exclusivo de la clase de trabajo que realizó la víctima durante el año precedente a la inhabilitación; "b) No se pagará indemnización si se prueba que el obrero sufría esa enfermedad antes de entrar a la ocupación que ha tenido que abandonar; "c) La indemnización será exigida del patrón que empleó al obrero, durante el referido año, en la ocupación cuya natura- leza generó la enfermedad, a menos que se pruebe que ésta fue contraída al servicio de otros patrones, en cuyo caso éstos serán responsables; "d) Si la enfermedad por su naturaleza pudo ser contraída gradualmente, los patrones que ocuparon durante el último año al obrero en la clase de trabajo a que se debió la enfermedad, estarán obligados a resarcir proporcionalmente, al último patrón, la indemnización pagada por éste, determinándose la proporción por arbitradores, si se suscitaren controversias a su respecto; "e) El patrón a cuyo servicio se Incapacite por enfermedad un obrero, debe dar parte como si se tratare de un accidente". Artículo 147: "Es absolutamente prohibido que los patrones hagan constar, en ios certificados que otorguen a los obreros, la enfermedad o enfermedades profesionales que padezcan". Artículo 148: "Se comunicará como fecha del accidente, en los casos de este capítulo, aquella en que la enfermedad se declaró, ocasionando la incapacidad real para el trabajo". Artículo 149: "Las enfermedades profesionales, que por ahora se comprenden a los efectos del artículo 23, párrafo finsl de la ley, son: pneumoconiosis, tabacosis pulmonar, antrocosis, saturnismo, cuprismo, arsenicismo, oftalmía amoniacal, sulfocarbonism'o, hidrocarburismo, fosforismo, pústula maligna, dermatosis y anquilosíomiasis". Artículo 150: "Oportunamente se determinará cualquier otra enfermedad que crea deberse comprender dentro de la precedente enunciación". El 9 de febrero de 1932, por decreto, se incluyó la fiebre ondulante; el 29 de abril de 1936, igualmente por decreto, se agregaron los trastornos patológicos debidos al radio y demás substancias radiactivas y a los Rayos X y a los epiteliomas primitivos de la piel causados por la manipulación o empleo del alquitrán, de la brea, de los aceites minerales, de la parafina o de sus compuestos; se cambió la denominación de pústula maligna por la de infección carbunclosa y la de fiebre ondulante por la de brucelosis. Por decreto del 7 de noviembre de 1944, se incluyó el calambre profesional del telegrafista o neuromiotraum eléctrico. En España se catalogaba idénticamente el accidente y la enfermedad profesional. Al respecto dice Hernáinz Márquez: "También nuestro Tribunal Supremo ha dado a través de sus sentencias, la amplitud demandada por la doctrina y la realidad a este concepto literalmente parcial y restrin- gido; pero obrando siempre influido por el aspecto fisiológico u orgánico que nuestra legislación parece tender a valorar más que el funcional. En este sentido, tiene declarado son accidentes iodos Zos daños corporales, o cuantos detrimentos corporales sufra el trabajador con ocasión o por consecuencia del trabajo". "Otras sentencias suponen ya una dualidad de lesiones que marcan claramente el camino de amplitud en la exégesis de este concepto. En esta idea, afirma la de 6 de octubre de 1928, que debe entenderse por accidente no sólo la lesión corporal o propiamente material, sino también la, enfermedad o trastorno en la salud que sufra el operario, ya sea con ocasión de su trabajo, etcétera, concepto que más tarde aparece ordenadamente catalogado en la de 2 de junio de 1942, que distingue y separa la propia lesión y la impropia o enfermedad" (W). Brasil establece que es "accidente de trabajo, a los fines de la presente ley, toda lesión corporal, perturbación funcional o enfermedad producidas por el ejercicio del trabajo o como consecuencia de él". Son enfermedades profesionales, "además de las inherentes o peculiares a determinados raniQs de actividad, las resultantes exclusivamente del ejercicio del trabajo o de las condiciones especiales o excepcionales en que el mismo fuera realizado, no siendo así consideradas las endémicas cuando por ellas fueran alcanzados habitantes de la región". Costa Rica establece en su articulo 203, párrafos 3 y 4: "La enfermedad profesional debe ser contraída como resultado inmediato, directo e indudable de la clase de Sabores que ejecuta el trabajador y por una causa que haya actuado en una forma lenta y continua en el organismo de éste". "El Poder Ejecutivo, oyendo de previo a la Junta Directiva del Banco Nacional de Seguros, podrá dictar, por via de Reglamento, las Tablas de Enfermedades Profesionales que dan derecho a indemnización, sin perjuicio de que los Tribunales de Trabajo conceptúen comprendidas dentro de las previsiones del párrafo anterior a otras enfermedades no enumeradas en el decreto o decretos respectivos". El 204 establece: "También se entenderá por riesgo profesional toda lesión, enfermedad o agravación que sufra posteriormente el trabajador como consecuencia directa, inmediata e indudable de un accidente de trabajo o enfermedad profesional de que haya sido víctima, de acuerdo con lo dicho en el artículo anterior". (10) Op. cíí.. "Cuando las consecuencias de un riesgo profesional realizado se agravaren por una enfermedad o lesión que haya tenido la víctima con anterioridad al hecho o hechos causantes del mismo, se considerará dicha reagravación, para los efectos de su indemnización, como resultado directo del riesgo profesional ocurrido e indirecto de la enfermedad o lesión". Ecuador establece que son enfermedades profesionales "las afecciones agudas o crónicas causadas de una manera directa por el ejercicio de la profesión o trabajo que realiza el obrero o empleado y que producen incapacidad" (art. 209, Cód. del Trab.). Esta disposición se encuentra copiada por la ley paraguaya 17.071, artículo 118, párrafo 2". En Cuba, la ley sobre la materia legisla en su artículo 1', a.), en la parte pertinente; "Por accidente se entenderá toda lesión corporal que el trabajador sufra en ocasión o por consecuencia del trabajo que ejecute, y las enfermedades e intoxicaciones producidas por las substancias.." La ley sobre accidentes del trabajo de El Salvador, establece en su artículo I9, que es accidente de trabajo toda lesión sufrida por el obrero a consecuencia del manejo directo o inmediato de substancias tóxicas. En México, la Ley Federal del Trabajo, en su artículo 286 define la enfermedad profesional. Dice el mencionado precepto legal: "Enfermedad profesional es todo estado patológico que sobreviene, por una causa repetida por largo tiempo, como obligada consecuencia del trabajo que desempeña el obrero o del medio en que se ve obligado a trabajar, y que provoca en el organismo una lesión o perturbación funcional permanente o transitoria, pudiendo ser originada esta enfermedad profesional por agentes físicos, químicos o biológicos". En este mismo sentido se pronuncia Bolivia (Ley Gen. del Trab., art. 82), Nicaragua (art. 85, Cód. del trab.) y Venezuela (articulo 136, Ley del Trab.) Por último, el artículo 209 del Código del trabajo de Panamá estatuye: "Enfermedad profesional es aquella que, contraída a consecuencia del proceso del trabajo, provoca en el organismo del trabajador incapacidad o perturbación funcional permanente o transitoria". V. Enfermedad profesional y accidente del trabajo. Tanto la enfermedad profesional como el accidente del trabajo tienen su origen en la actividad laboral del trabajador. Por ello, podemos decir, con Pérez Patón, que ambos conceptos —accidente laboral y enfermedad profesional— abarcan toda pérdida o disminución de la capacidad de trabajo del empleado u obrero, pérdida producida por el trabajo en una relación causal directa o conexa, aun cuando el nexo no sea inmediato ("). Algunos autores consideran que debe hacerse una diferenciación entre el accidente del trabajo y la enfermedad profesional. Así, Salvia-Gallozzi dice: "La distinción entre infortunio y enfermedad profesional es necesaria; no se puede ciertamente, a pesar de la piedad que inspiran los obreros destinados a operar sustancias tóxicas, condenar como infortunio en el sentido intensivo de la ley, la enfermedad que ellos absorben día por día, hora por hora y que se manifiesta, pues, en un momento dado; carácter distintivo es la instantaneidad en uno, la progresividad en el otro" (12). Refiriéndose a la necesidad de distinguir entre estos dos infortunios laborales, dice Lattes: "Recalcar esta necesidad podría parecer ocioso cuando se comprueba que en los textos legislativos de casi todos los países que protegen los accidentes del trabajo, la distinción entre accidente y enfermedad profesional se halla netamente establecida. Más aún, en la mayor parte de aquéllos las disposiciones legales concernientes a lo mismo fueron introducidas en tiempos distin- cía Ormaechea es inútil pretender hacer dos conceptos de lo que es uno solo. La enfermedad originada en el trabajo, ya sea de carácter agudo o crónico, de evolución lenta o rápida, es en síntesis un riesgo profesional y, por tanto, una modalidad del mismo que forma parte integrante del accidente. El elemento esencial está en el origen de la lesión, no en su naturaleza y la causa es siempre una y única: el ejercicio del trabajo. Es por ello que en el Derecho positivo, la noción del accidente del trabajo se extiende cada vez más, basándose en la doctrina del riesgo profesional, hacia la inclusión de las enfermedades profesionales, eliminando todas las diferencias que por razones circunstanciales de diversa índole se manifestaron en un principio (is). La realidad es que ambas figuras ofrecen analogías y coincidencias, tanto en su origen como en su íntima conexión con el trabajo y en la plena identidad de las consecuencias, además de una base jurídica común determinante de la misma solución (16) . "Análoga postura fue mantenida por Ferraunini, para el que accidente o enfermedad profesional tienen la misma causa y producen el mismo efecto; ambos son ocasionados por el trabajo y terminan con la tos y según diferentes normas. No así en la muerte o la invalidez. No puede una pecuRepública Argentina, donde desde un prin- liar calidad clínica hacer distinguir el accicipio una sola ley (la 9688), aun mantedente de la enfermedad profesional; hay niendo la distinción, regula con una cierta solamente diferencia de circunstancias acciuniformidad las dos modalidades de daños dentales del momento etiológico, de agrua la integridad del obrero". paciones particulares, de modalidades di"Pero subrayar la oportunidad de man- versas. Todo esto —concluye— no es sufitenerlas bien separadas, se justifica en ra- ciente para formar un carácter diferencial zón de una tendencia social que busca pro- clínico de algún valor". teger en la forma más extensa posible los "El resumen de esta postura unificadora daños del trabajo, cualquiera que sea la podemos hacerlo en fijar que aun cuando causa que los origine; tendencia que en- haya 'entre ellos pequeñas distinciones de cuentra su expresión en la elaboración ju- tipo accidental y secundario, no son lo surisprudencial, escasamente ligada a los pre- ficientemente profundas para aconsejar el cisos textos legales" ( 13 ). mantenimiento de instituciones distintas, Más adelante agrega el mismo autor: "Es mientras que su común englobe en el riesgo necesario afirmar que, en verdad, no sola- profesional, produce indiscutibles ventajas mente se trata de dos conceptos doctrina- de orden jurídico, económico y social" O 7 ) les bien distintos, sino que al quererlos reEvidentemente existen ciertas diferencias lacionar conspira contra bien delineadas entre el accidente del trabajo y la enfermeoportunidades legales y necesidades prác- dad profesional. Así, "la enfermedad profeticas" (14) . sional es una enfermedad que se produce En cambio, otros autores sostienen que se por influjos dañinos repetidos durante largo trata de una institución única. Según Gar- tiempo. El estímulo dañino actúa repetida y solapadamente, sin dejar cada vez una alte(11) Pérez Patón, B., Principios de Derecho social y legislación del trabajo, pág. 384, Bs. Aires, 1946. (12) Salvia-Gallozzl, C., Gli infortuna sul laroro ncl Diritto internazionale, pág. 4, Turín, 1914 (13) Lattes, L., Accidentes del trabajo, pág. 55, Bs. Aires, 1945. (14) Ibíd., pág. 56. OMEBA X - 19 (15) García Ormaeohea, B., El accidente de trabajo y la enfermedad profesional, pág. 22, Madrid, 1933. (16) Cfr. Cabanellas, op. cit.. t. 4, págs. 124 y 125. (17) Hernáinz Márquez, op. cit., pág. 501. ración apreciable. Sólo la acumulación de los estímulos acarrea el síndrome morboso. Dichos estímulos, no obstante, deben haber actuado inmediatamente durante el ejercicio del trabajo profesional específico" ('«). Para Cabanellas, "el accidente del trabajo y la enfermedad profesional presentan características comunes: a) se originan por hecho derivado de la actividad laboral; b) son causa de incapacidad temporal o permanente del trabajador; c) llevan a que el trabajador no pueda prestar sus servicios, e incluso pueden originar la muerte del trabajador. Estas analogías (de causa: el trabajo; y de efecto: la incapacidad temporal o total del trabajador) se convierten en plenas diferencias si se examina, principalmente, el proceso del accidente del trabajo y el de la enfermedad profesional" (i»). Veamos ahora los criterios que existen para diferenciar la enfermedad profesional del accidente del trabajo. Uno de ellos se basa en que el accidente se presenta de manera violenta y súbita, "mientras que el ritmo productivo de la enfermadad profesional se da lentamente y sin concreción posible a un momento determinado" (20) . Esta teoría es seguida por Consentini (21) y Lattes, quien expresa: "Esta es la interpretación lógica y científica exacta, y no se justifican las tentativas de desvalorizar este neto carácter diferencial. Si se siguiese este erróneo camino, vendría, con evidente contradicción, a desaparecer enteramente la distinción entre accidente y enfermedad profesional prevista por la ley". "Es necesario, pues, establecer en todos los casos si la causa laborativa fue o no violenta: reconocer la violencia de la causa laborativa trae como consecuencia la responsabilidad patronal de pleno derecho, totalitaria, por toda clase de lesiones o afecciones, sean lentas o crónicas. Mientras que negar tal carácter de violencia, restringe, como se ha dicho, la responsabilidad a aquellas formas que están indicadas en las listas oficiales. Resulta claro, por consiguiente, que tratándose de una causa no comprendida en dichas listas, aunque sea en el caso especial cierta su naturaleza laborativa, no es posible hacer lugar a indemnización. En otras palabras: aun cuando pueda parecer violento, hay enfermedades (18) Weichsel, A., Kompendium der Versiche- Tugsmedíznj, pág. 95, Leipzig. 1938. (19) Op. cit., t. 4, pág. 125. seguramente profesionales que no gozan de protección legislativa" ( 2 2). Existe una variante del criterio anterior, que considera la enfermedad profesional causada por un proceso morboso lentamente realizado; en cambio, el accidente tiene una aparición mucho más rápida. La causalidad está como diluida en las primeras y concentrada en los segundos. "La enfermedad profesional es fatal que se produzca; ella depende de la repetición del mismo trabajo, y resulta de una acción insensible pero constante. El accidente aparece de pronto sin que nunca se pueda prever; depende de una causa anormal cuyo efecto inmediato y consecuencias no se pueden determinar... Del concepto de accidente y de enfermedad profesional resulta que en el primero hay una causalidad concentrada, en la segunda una causalidad diluida. En otros términos, el accidente sería un estruendo de! rayo que abate el añoso roble; al contrario la enfermedad profesional sería la obra lenta y cotidiana de carcoma que roe las íntimas fibras de la planta-hombre" (23). Es en base a esta distinción que la ley francesa sobre accidentes del trabajo de 1898 no incluyó las enfermedades profesionales en su órbita. Así han dicho Rouast y Givord al respecto: "1° La imputabilidad de una enfermedad al trabajo realizado bajo las órdenes de un patrono es muy difícil. El accidente se caracteriza por un hecho repentino, él es —en general— fácil de probar que se ha producido con motivo o en ocasión de un trabajo determinado, bajo las órdenes de un empleador determinado. Esta prueba es, al contrario, muy difícil para la enfermedad, porque ella se inicia de una manera insidiosa y que la víctima no se da cuenta, a veces, de los síntomas sino tardíamente, después que la misma tiene ya una existencia prolongada. ¿Cómo saber, en esas condiciones, si el trabajador ha contraído esa enfermedad por el hecho o la ocasión del trabajo? Así, ciertas profesiones, tienen una proporción más elevada de tuberculosos; pero, ¿quién puede afirmar que el obrero de «na de estas profesiones la ha contraído por efecto de su trabajo? ¿Puede ser que la invasión del bacilo de Koch ha sido provocada por una imprudencia de la víctima en su domicilio o en su día de descanso? La relación de la enfermedad con el trabajo no es posible más que para ciertas enfermedades, que no pueden tener un origen extraño al trabajo, co- (20) De la Cueva, M., Derecho mexicano del trabajo, t. 2, pág. 114, México, 1849. (21) Consentini, P., Code international du tra- vail, pág. 168, art. 546, París, 1939, (22) Op. cít., págs. 58 y 59. ' (23) Boccia, D., Medicina del trabajo, pág. 218. Bs. Aires, 1938. mo las que provienen del trabajo en plomo y mercurio. Estas enfermedades pueden ser calificadas como profesionales y deben —en buena equidad— ser asimiladas en sus consecuencias a ¡os accidentes. También es preciso determinar la lista, lo que no puede realizarse sin estudios especíales. Es imposible comprenderlas dentro de la ley del 9 de abril de 1898". "2'' Suponiendo que se tenga la certeza de que una enfermedad no puede tener otro origen que el trabajo, es difícil y a menudo imposible, precisar en qué momento la intoxicación de la víctima ha dado fin a la resistencia que le oponía el organismo; es muy delicado determinar la fecha de origen de la enfermedad. Si la víctima ha trabajado mucho tiempo con el mismo patrono, la cuestión importa poco, ya que no es dudoso que la enfermedad ha sido contraída a su servicio. Pero, si en los meses, o aun mismo en las semanas que han precedido el momento en que la enfermedad se ha declarado, la víctima ha trabajado por cuenta de diversos empleadores, ¿a cuál es preciso hacer responsable? Las reglas impuestas con respecto a la imputación de los accidentes, son impracticables para las enfermedades profesionales. Sobre este punto, entonces, una legislación diferente se impone" (^). Cabanellas, criticando este distingo, dice. "Sin embargo, no hay razón para establecer la distinción en la forma expresada; pues en ocasiones se torna difícil diferenciar el proceso entre accidente del trabajo y enfermedad profesional, principalmente en los ca-sos de intoxicaciones súbitas, o cuando la lesión se produce rápidamente. Tampoco cabe diversificar apoyándose en la causa, por la imposibilidad de afirmar que el origen del accidente debe ser externo e interno el de la enfermedad; pues algunos casos de t-nvenenamiento por causas externas tienen el carácter de enfermedad profesional. Igualmente, la diferenciación se malogra cuando se recurre al carácter traumático de los accidentes, ya que también en los envenenamientos la confusión es posible" (25) . Otra distinción se hace teniendo en cuenta un matiz exclusivamente médico: los accidentes del trabajo son tratables por la cirujía, mientras que las enfermedades profesionales caen dentro del campo más amplio de la medicina general interna. El expositor de esta concepción es Bettochi, quien dice que Ja relación etiológica con el trabajo está, respecto a, las enfermedades profesionales, en las causas patógenas, es decir —en sentido médico—, en el agente mismo; en el accidente está en la causa lesiva, en el hecho que dicha causa desencadena (-«). Cabanellas considera que esta doctrina es un acierto ("'). Otra distinción que también tiene muchos partidarios, es la posibilidad de la previsión. En los accidentes, lo común es que no acaezcan, siendo —aunque previsibles— imprevistos. En tanto, las enfermedades profesionales, tarde o temprano, con mayor o menor intensidad, se presentan en aquellos trabajadores que se desempeñan en industrias capaces de producirlas. Al respecto dicen Rouast y Givord: "No hay objeto de repetir la objeción que ha sido hecha del carácter propio de la enfermedad, la cual depende de la higiene, de la profilaxis y de los medios curativos y puede así ser evitada, combatida y curada, en tanto que el accidente es un evento inevitable, dadas las condiciones del trabajo. Se puede responder que son evitables la mayor parte de los accidentes por medidas de previsión y se sabe el esfuerzo que actualmente se está haciendo en ese sentido, pudieiido agregarse que en bastantes accidentes puede obtenerse la curación completa, sin incapacidad persistente, en tanto que el estado de la ciencia no permite, desgraciadamente, una previsión y una cura de ciertas enfermedades que el trabajador contrae en su tarea. No hay, entonces, en ese aspecto, una oposición entre el accidente y la enfermedad. Hasta se puede considerar que la enfermedad, profesional es un riesgo más grave que el accidente para el trabajador, porque ella implica s* menudo la muerte o, por lo menos, una incapacidad de trabaio muy grande y que ese riesgo es más difícil de evitar" (2*). Para De Andrés Bueno ('-•>) la diferencia entre enfermedad profesional y accidente del trabajo se debe buscar en la causa y en los efectos. En los accidentes la causa es exterior, imprevista, súbita y violenta. Dice que la exterioridad se aplica incluso a los esfuerzos que pueden producir lesiones musculares, óseas, articulares y viscerales; (26) Pczzoli. V., "Sejíui'o obligatorio contra las pníermedades profesionales", en Problemas de Prensión Social, del Inst. Nac. de Prev.. pág. 12, Madrid. 1943. (27) Op. cit., t. 4, pág. 127. (24) Rouast, A.-Oivord, M., Traite du Droit des accidents Au travail ct des maladies pro/essionneUes. pags. 164 y 165, París, 1934. ( 2 5 ) Op. cit.. t. 4, pág. 127. (28) Op. cit., págs. 163 y 16-1. (29) 0e Andrés Bueno, A.. "El concepto actual cío la enfermedad profesional", en Boletín de Información cit.. pág. 15. Maclltl, 1942. la imprevisibilidad se da por más cuidados que tengan los trabajadores y por más medidas que tomen los empleadores para prevenirlos; la subitaneidad y la violencia es porque así obran las influencias vulneran- tes y los esfuerzos. En cambio, en las enfermedades profesionales no hay imprevisión, pues de antemano se conoce cuáles son las industrias y tareas insalubres o tóxicas que pueden producirlas; no hay causas súbitas ni violentas, ya que las lesiones se van produciendo en forma gradual y lenta. En punto a los efectos, en los accidentes son inmediatos, pues su aparición es simultánea con el evento que los causa; en las enfermedades se produce un período de incubación, que es variable en cada caso. Según Bortolotto (a«) la diferencia estriba en la causalidad, las circunstancias y las consecuencias. Cataanellas se adhiere a esta posición. Por la causalidad, la desemejanza está en que el accidente se produce por causa violenta y la enfermedad por causa evolutiva y progresiva. Las circunstancias, en el primero, se dan en la fórmula ocasión del trabajo, y en la segunda, en el ejercicio y por causa del trabajo. Las consecuencias surgidas del hecho atacan —en ambos casos— la integridad física del trabajador como lesión y la capacidad productiva como incapacidad. Pero, en el accidente, además de la incapacidad, existe un deterioro orgánico equivalente a la mutilación; en la enfermedad profesional las consecuencias se evidencian como afección orgánica con carácter de enfermedad. El objeto de estas distinciones es de carácter práctico. "La diferenciación que se formula no sólo se basa en determinar la posible responsabilidad de la empresa por los riesgos laborales, comprensivos de los accidentes del trabajo y de las enfermedades profesionales, sino además en que, en el caso de accidente, responde siempre el patrono actual; mientras que en la enfermedad profesional cabe la responsabilidad del patrono actual y la de uno o varios anteriores. Además, dicha responsabilidad • resulta más difícil de determinar en caso de enfermedad profesional que en el de accidente de trabajo; pues éste se manifiesta, como norma, por un hecho externo, y aquélla por un hecho interno. "Aun cuando dentro de los riesgos o infortunios laborales se clasifican, en el presente, tanto los accidentes del trabajo como las enfermedades profesionales, la diferenciación entre unos y otras se revela (30) Bortolotto, G., Infortuni sul lavoro e malattie professionali, págs. 363 y 364, Madrid, 1937. factible, aunque no siempre ni en todas las legislaciones engendran la misma responsabilidad; ya que, antes de extenderse la teoría del riesgo profesional a las enfermedades profesionales, las mismas no originaban obligaciones para el patrono o jefe de empresa" (»i). VI. Clases de enfermedades. 1. Generalidades. Hay diversas clases de enfermedades. Así, se tienen las comunes, las profesionales, las enfermedades del trabajo y la enfermedad-accidente. Pérez Boti-ja las divide en tres categorías: 1) enfermedades profesionales, que son equiparables a los accidentes y .de carácter específico, con una regulación diferente a las demás; 2) enfermedades del trabajo, que encuentran su origen en el trabajo por más que no sean, profesionales y no produzcan la incapacidad que causan estas últimas; 3) enfermedades no laborales, que son las comunes y aquellas que pueden tener protección especial (tuberculosis, paludismo, etc.) (3?). 2. Enfermedad profesional y enfermedad del trabajo. El trabajo puede, por sí mismo, dar lugar a enfermedades, sin que ellas caigan dentro de la categoría de las profesionales. A este respecto ha dicho un autor: "En este materia, ya en concepto general, para determinar la aplicación de los preceptos jurídicos de la ley a la concepción médica de la enfermedad de trabajo, asimilada al accidente, es necesario diferenciar la en- fermedad profesional de la enfermedad de trabajo. Así, el profesor de la Facultad de Lyon, Etienne Martin, considera que las enfermedades padecidas por los obreros, difieren a veces de las que los médicos observan en sus prácticas privadas. El esfuerzo necesario para el cumplimiento de su tarea diaria, las condiciones higiénicas de la vida en los talleres, la alimentación y alojamiento en las aglomeraciones obreras y las intoxicaciones producidas por la manipulación de ciertos productos, crean modos de contaminación y evolución de las enfermedades, con decaimiento del estado general y de la receptividad individual, que, unidos a la constitución del obrero, condicionan estados patológicos especiales. Las enfermedades del trabajo son comunes a todos los trabajadores. En cambio, las enfermedades profesionales atacan únicamente a los que ejercen una profesión peligrosa, por las sustancias que tienen que manipular o por el esfuerzo especial que en ella (31) Cabanellas, op. oit., t. 4, págs. 128 y 129. (32) Pérez Botija, E., Curso de Derecho del trabajo, pág. 248, Madrid, 1949. hay que emplear" (33). Señalando este problema, Hernáinz Márquez expresa: "La posibilidad amplia de que el trabajo por sí mismo pueda ser causa de trastornos morbosos en los trabajadores que lo ejecuten, ya vimos anteriormente, cómo desde tiempos bien antiguos, ha sido un fenómeno conocido y aun estudiado, aunque su concreción y separación haya sido una conquista jurídica y social bien reciente. Pero dentro de esta amplitud de causalidad eficiente entre la función laboral y las enfermedades que de ella se pueden derivar, se distinguen en la actualidad los dos grupos señalados en el epígrafe, y cuya separación real puede resultar a veces bien difícil" (3*). Por su parte, Ossorio y Florit dice: "No vemos ir conveniente ninguno en que dentro de ÍES enfermedades se establezca una distinción entre las enfermedades típicamente profesionales o tecnopatías y las que podrían llamarse enfermedades ocasionadas en el trabajo. Es evidente que determinadas profesiones producen determinadas enfermedades que, generalmente, no se adquieren fuera de esa calse de trabajos, o se adquieren muy raramente. La silicosis no la padecen sino quienes aspiran polvo de sílice, el saturnismo (salvo casos excepcionalísimos) quienes trabajan en el plomo. El fosforismo, el arsenicismo, la aritracosis, el hidrargirismo, etcétera, etcétera, quienes manipulan las respectivas sustancias. Las quemaduras de Rayos X quienes en sus trabajos los emplean. Y así por el orden. A quien padezca una dolencia de esa clase, le bastará probar la índole de su trabajo para que se pueda deducir la relación de causa a efecto. Pero uña vez acreditados el trabajo y la dolencia, se establece una presunción poco menos que inris et de iure respecto al origen profesional de la enfermedad. En cambio hay otras enfermedades que si bien pueden estar ocasionadas en el trabajo o en las condiciones en que éste se desenvuelve, también cabe que su origen sea totalmente extraño. Habría entonces que proceder con mayor cautela para establecer la relación de causalidad. No es forzoso, por ejemplo, que uri taller tenga mala ventilación o mala luz; pero si se justifica que tiene esos defectos, se podrá deducir una presunción inris tantum acerca del origen laboral de ciertas enfermedades pulmonares y de la vista" ( :ir '). (33) Rietti, D. A., Enfermedades profesionales y del trabajo, pág. 26, Córdoba, 1933. (34) Op. cit., págs. 504 y 505. (35) Ossorio y Florit, M., ¿os riesgos en el trabajo, pág. 90, Bs. Aires. 1943. En resumen, las enfermedades del trabajo no son, por su etiología y por no estar comprendidas dentro de las tablas, enfermedades profesionales y, por tanto, deben ser consideradas como accidentes. En nuestra legislación, se basa esta teoría en la ley 9688, cuyo artículo I 9 no define el accidente del trabajo por la naturaleza de su causa. Defendiendo esta posición de amparo ai trabajador, ha dicho Rietti: "Y si bien la ley habla de enumeración taxativa, cabe perfectamente la indemnización de enfermedades equiparadas al accidente del trabajo, cuando ellas son efecto exclusivo de la clase de trabajo del obrero, aun cuando la enfermedad no esté fijada en el artículo 145... En tal caso, no puede hablarse de enfermedades profesionales, pero sí de enfermedades de trabajo. Así, por ejemplo, la tuberculosis, la sífilis, la peste bubónica, las neurosis, las deformaciones profesionales, etcétera. Podrá objetarse: si es tan clara la condición expuesta, ¿por qué todas las leyes han excluido estas enfermedades en el cuadro de las indemnizables, como profesionales? Es fácil contestar la objeción. Primero porque, según he dicho, la enfermedad profesional característica, que es a la que se refieren las leyes de accidentes del trabajo, no pueden ser originadas sino por razón de la profesión misma. Así, por ejemplo, no es posible contraer el saturnismo, sin manipular elementos que contengan plomo. No es posible contraer el fosforismo, sin trabajar con el fósforo o sus elementos derivados, etcétera. Segundo, porque incluir en la ley de accidentes, o en su decreto, otro género de enfermedades no específicamente profesionales, significaría destruir el concepto de ¡a propia responsabilidad del obrero actuante en la fábrica, ya que cualquier lesión orgánica, aun ajena al trabajo, podría determinar una indemnización, haciendo gravitar sobre la industria responsabilidades que, en realidad, desvirtuarían la finalidad misma de la ley. Es así como la jurisprudencia, analizando cada caso, ha llegado a fijar indemnizaciones por enfermedades no profesionales equiparándolas al accidente del trabajo. Es decir, asimilando la causa interna evolutiva, que determina lesiones graves, aparentes o no, y que significan, en definitiva, imposibilidades muchas veces más graves que las de un trauma" ( 3 «). Esta posición ha sido defendida por Ossorio y Florit ( :f7 ) y acerbamente criticada (36) Op. cit., pág. 29. (37) Op. cit.. págs. 93 y sigs. por Lattes i « « bis). Nosotros estimamos que es la que corresponde en justicia. Por su parte, Spota, manifiesta: "Esta —se refiere a la ley 9.688— no ha dado en su artículo 1" la noción del accidente en sí, sino que ha resuelto el problema del nexo causal entre el accidente y el trabajo. Ahora, la noción del accidente no puede limitarse al supuesto de la acción súbita, violenta, exterior, de comienzo cierto", "Por el contrario, toda condición sine qua non del daño —sea un traumatismo, sea una enfermedad ocasional— que emerja del hecho del trabajo o en ocasión del mismo, constituye la causa de la lesión o de la enfermedad, accidente indemniaable en el sistema de la ley 9.688 y de la ley innovatoria 12.331" (38). Trae a colación la ya citada disposición del decreto reglamentario y puntualiza su criterio del siguiente modo: "La enfermedad accidente o enfermedad ocasional, es toda aquella que reconozca en un hecho del trabajo o en la ocasión que ofreció el mismo, una condición sine qua non para que apareciera o se reagravara, o se desencadenara la afección. Se distingue de la enfermedad profesional en el hecho de que no se trata de una afección adquirida por el desempeño de un oficio dañoso per se previsto como tal en la ley y en su decreto reglamentario, sino de una enfermedad que reconoce en el trabajo o con ocasión del mismo, una de las condiciones sine qua non para que se origine o adquiera toda la gravedad que presenta". "Tanto un prolongado trabajo en una curtiembre, con alternativas de sequedad y humedad en el cuerpo, como la brusca inmersión en agua fría, si las dos ocasionan una enfermedad, verbigracia la bacilosis, se está en presencia de la enfermedad accidente, sin tener relevancia jurídica alguna la existencia o inexistencia del hecho súbito, violento, fortuito, exterior. Una acción prolongada de partículas de polvo o de algodón, en un ambiente cerrado, sin ventilación adecuada, puede ocasionar en el aparato respiratorio lesiones _y enfermedades. Estas hállanse amparadas por la ley. no obstante que e! hecho súbito no aparezca de ningún modo. Se puede dar, pues, un oficio dañoso como una de las condiciones del daño, pero ese oficio no tiene las características definidas, ciertas, delimitadas y conocidas de una enfermedad profesional como verbigracia, el saturnismo revelable (37 bis) Op. cit., pégs. 61 a 73. (38) Spota, A. O., "La enfermedad accidente según al ley 9688". en Jurisprudencia Argentina, 1942-111, pág. 767. por un número complejo y completo de síntomas" í 3 »). En la misma corriente puede citarse a Ramírez Oronda, para quien "toda dolencia que origina incapacidades para el trabajo, cae dentro de las premisas de la ley" (w). Por último. Pérez opina: "En la práctica de la aplicación de la ley 9.688, se presentan muchas veces situaciones relacionadas con la ejecución del contrato de trabajo que no configuran típicamente un accidente de trabajo, ni tampoco una enfermedad profesional, por faltar los elementos que caracterizan una u otra figura jurídica. Entonces, el juzgador se ve obligado, valorizando todos los elementos que le proporciona la realidad del caso sometido a su decisión, a construir una doctrina para darle una solución justa. Esto es, en definitiva, lo que ha acontecido con la enfermedad ocasional. Porque esta lesión, no encuadra estrictamente en los cánones legales del accidente del trabajo, ni tampoco en los de la enfermedad profesional. Por eso, en la elucidación del caso a decidir, el juzgador debe a justar, necesariamente su conducta a los elementos de prueba aportados por las partes en el pleito. "Ahora bi'en, no tratándose de un típico accidente de trabajo, ni tampoco de una enfermedad profesional, el onus -probandl tendiente a demostrar la relación directa entre la lesión y el trabajo, está a cargo del actor, puesto que aquí no juega la presunción de responsabilidad instituida por la ley, pues de admitir lo contrario, podría darse el caso que la victima de un accidente o enfermedad profesional, se encontrara, frente a la ley, en condiciones más desfavorables, que la de quien invoca una enfermedad-ocasional no comprendida expresamente en el ámbito de sus disposiciones. Por consiguiente, el juzgador para determinar si el caso sometido a su decisión configura una enfermedad-ocasional, necesariamente debe ponderar todos los elementos de prueba aportados por el actor, a cargo de quien se encuentra la demostración plena de la relación de causalidad, entre el trabajo eje- cutado y la dolencia invocada, como condición sine qua, non para el progreso de la acción ejercida. De donde debe desestimarse en la apreciación de la prueba toda presunción basada en referencias meramente hipotéticas o conjeturales" ( 41 ). (39) Ibíd., pág. 770. (40) Ramírez Oronda, J. D., Derecho dr.l trabajo, 2» ed., pág. 255, Bs. Aires. (41) Peres, B., "La enfermedad profesional como accidente indemnizable", en Derecho del Trabajo, 1952, págs. 609 y 610. Se ha resuelto que están comprendidas en las disposiciones de la ley 9.683 todas las enfermedades que, aunque no encuadren en las denominadas profesionales, pueden calificarse como enfermedades-accidentales por su relación directa e indudable con la naturaleza y condiciones del trabajo realizado, sin que pueda significar motivo de duda la circunstancia de que dicho trabajo haya constituido el agente originario de la lesión o simplemente mediado como factor desencadenante, acelerante o agravante del infortunio (Cám. Nac. Trab. Cap., sala 4^, mar. 10/53. J. A., 1953/III/153) y la circunstancia de que la dolencia no haya sido calificada como enfermedad profesional no obsta al progreso de la acción, si se prueba que existió una relación de causalidad entre ella y el trabajo o el medio ambiente en que éste se desarrolla (S. C. Bs. As., jun. 1/54. J. A. 1954/IV/10). 3. Enfermedad •profesional y enfermedad accidente. En realidad, esta categoría de enfermedad se diferencia de la anterior por su origen. En efecto, la enfermedad del trabajo es de evolución lenta —generalmente— mientras que la accidente es súbita, se presenta con todos los caracteres externos del accidente. Igual que aquélla, se le equipara al accidente del trabajo. A este respecto expresa Krotoschin: "Si se trata de una causa que no es exterior con relación a la víctima, sino que por el contrario radica exclusivamente en ella misma (p. ej., enfermedad originada en la constitución del trabajador), no se está enfrente a un accidente de trabajo. Pero cuando elementos exteriores han contribuido a producir o agravar esa enfermedad (no profesional), y esos elementos se relacionan con el trabajo, la enfermedad puede equipararse a accidente (llamado accidente-enfermedad). Cierta jurisprudencia había exigido que las condiciones de trabajo que hubieran actuado en la forma indicada debieran también ser extraordinarias o anormales. Pero ha prevalecido el punto de vista según el cual se admite el accidenteenfermedad en todo caso de causalidad entre el trabajo y al evolución o agravación de la dolencia. Según esto, es suficiente que la causa exterior haya sido una simple concausa. Lo mismo la condición requerida de que la causa exterior haya obrado en forma súbita y violenta; si bien se la mantiene, desde luego, para los accidentes propiamente dichos, no es necesaria para los accidentes-enfermcdades, que por el contrario pueden y suelen ser el producto de un desarrollo lento. "La doctrina de la enfermedad-accidente se ha aplicado sobre todo al reumatismo, las hernias, la tuberculosis y numerosas otras enfermedades. En cambio, las enfermeda- des que sobrevienen a consecuencia de fenómenos agudos, subitáneos, se califican más bien como accidentes puros, como por jemplo la insolación o el súbito enfriamiento, el contagio, el sincope cardíaco cuando es consecuencia de un esfuerzo extraordinario o simplemente prolongado, etcétera. En rigor, la diferencia entre el accidente puro y el accidente-enfermedad carece de importancia práctica. Por otro lado, también se ha reconocido como indemnizables afecciones de orden psíquico cuando derivan del trabajo" («). 4. Enfermedad profesional y enfermedad común. La dificultad para distinguir entre ambas categorías estriba en'lo que debe entenderse exactamente por enfermedad. La enfermedad profesional viene a ser una clase de la enfermedad en general o común. Esta constituye el género amplio de la alteración de la salud del individuo, haciendo total abstracción de las causas determinantes, mientras que la enfermedad profesional, ya hemos visto, constituye una alteración fisiológica y funcional debida exclusivamente a los peligros creados por la industria y que alcanza de una manera fatal a los que en ella trabajan (is). VIL Concreción de la enfermedad profesional. Así como no es posible fijar las especialidades que los accidentes del trabajo puedan sufrir, en las enfermedades profesionales ello es perfectamente factible, debido a la latitud de su proceso formativo, como al empleo en la industria de distintos métodos de fabricación o utilización de nuevas materias. Además, existen enfermedades no profesionales que son enfermedades del trabajo o su consecuencia, y que, por tanto, dan lugar a indemnizaciones. La importancia estriba en que la presunción de responsabilidad patronal deja de existir cuando no se trata de una enfermedad profesionai y, entonces, la prueba corresponde al que alega la responsabilidad del empresario. También existe el problema de que, preexistiendo una enfermedad congénlta, la enfermedad hace más fácilmente su aparición, es decir, facilita su producción. Todo ello demuestra la importancia que tiene la calificación o concreción de la enfermedad profesional en las respectivas ie(42) Krotoschin. E., Tratado práctico de Derecho del trabajo, t. 1 págs. 344 a 346, Bs. Aires, 1955. 1-13) Hernáinz Márquez, op. cit., págs. 560 y 007, gislaciones. Ante todo, cabe hacer presente el doble ensayo que hizo la Oficina Internacional del Trabajo. Esta, en el Convenio 14 de 1925, resolvió la separación de este tipo de enfermedades, pero sólo se mencionó a las intoxicaciones causadas por el plomo y el mercurio y también el carbunclo. En el Convenio 42 de 1934 se revisó el anterior. Este último deja tácitamente resuelto que los accidentes del trabajo y las enfermedades profesionales son distintos; establece que la reparación del infortunio se regirá por principios comunes a ambos y determina una relación entre trabajo y lesión. Para establecer si una enfermedad profesional es indemnizable, debe figurar en el cuadro anexo y a condición que se produzca en las industrias indicadas en dicho baremo para cada enfermedad (•*•*). El Convenio reputa como enfermedades profesionales las siguientes: 1) Silicosis con o sin tuberculosis, siempre que la silicosis sea causa determinante de la incapacidad o de la muerte; 2) Intoxicación por el fósforo y sus compuestos, con las consecuencias directas de esta intoxicación; 3) Intoxicación por el arsénico y sus compuestos, con las consecuencias directas de esta intoxicación; 4) Intoxicación por el benceno, sus homólogos, sus derivados nitro y aminados, con las consecuencias directas de esta intoxicación; 5) Intoxicación por los derivados halógenos de los hidrocarburos de la serie grasa; 6) Trastornos patológicos debidos a radio y substancias radioactivas y rayos X; 7) Epitelicmas primitivos de la piel. Criticando este sistema apriorístico de establecer cuáles son las enfermedades indemnizables, Ossorio y Florit, después de analizar una serie de situaciones en las cuales considera injusta la falta de derecho a percibir la indemnización por parte del trabajador que sufre una enfermedad, agrega: "De todo lo expuesto y de otros muchos casos que se podrían citar, se desprende que para la determinación de las enfermedades profesionales se sigue una norma absolutamente arbitraria y desprovista de fundamento social. Lo acertado sería aplicar a los quebrantos que en la salud ocasiona el trabajo, igual procedimiento que para los accidentes que se producen de manera súbita y violenta, a saber: demostrada la relación entre la enfermedad y la profesión o entre la enfermedad y el medio ambiente en que se realiza el trabajo, se debe reconocer a la victima el derecho a percibir indemnización, cualquiera que sea la clase del mal sufrido, es decir, sin necesidad de establecer cuadros limitativos. Las diferencias que evidentemente existen entre el accidente y la enfermedad, afectan a cuestiones de orden reglamentario, independientes del problema de la predeterminación o la indeterminación de las enfermedades. Es decir, que tales necesidades reglamentarias lo mismo se presentan, y con iguales dificultades, aun admitido el sistema corriente de baremos" (*s). En consecuencia, la calificación de enfermedad profesional resulta fácil según como se determine en cada legislación respectiva. Puede llegar a extenderse enormemente como en la jurisprudencia francesa («) o ser sumamente restringida, hasta el punto de determinarlas en forma excesivamente rigurosa. VIII. CONDICIONES DE LA ENFERMEDAD PROFESIONAL 1. Generalidades. Al transcribir el artículo 2" de la ley 9.688, hemos visto cuáles son los requisitos que se exigen para que el obrero enfermo tenga derecho a la protección legal. El artículo 112 del reglamento de la Ley general del trabajo de Bolivia establece: "La enfermedad profesional, para ser indemnizable, debe reunir los requisitos siguientes: a) que se haEe consignada en el presente reglamento; b) que el trabajador no la haya tenido antes de ingresar al trabajo, lo que se comprobará con él certificado médico de ingreso; c) que haya sido contraída por efecto del género de trabajo de la víctima o de las condiciones en que lo efectuó durante el año anterior a su aparición, lo que se comprobará mediante informe facultativo, prohibiéndose la prueba testifical". Por su parte, la ley uruguaya sobre accidentes del trabajo especifica: "Artículo 68: Para que una enfermedad, aguda o crónica, declarada profesional, cree la responsabilidad del patrono, será necesario que reúna los requisitos siguientes: 1) que la enfermedad declarada profesional haya aparecido durante el trabajo en alguna de las industrias u ocupaciones comprendidas en el (45) (46) Op. cit., págs. 74 y 75. Sachet, A., Tratado teórico práctico de la (44) Pascuchi, M., Los convenios de la Organización Internacional del Trabajo, págs. 109 y 110, legislación sobre los accidentes del trabajo y las enfermedades profesionales, t. 1, pág. 265, Bs. Ai- Montevideo, 1946. res, 1947. riesgo de acuerdo a la ley; 2) que el eníermo estuviera habitualmente ocupado en el trabajo que causa la enfermedad profesional; 3) que la enfermedad haya causado una incapacidad de trabajo temporaria, o permanente o la muerte; 4) que no haya transcurrido un año entre el momento en que el enfermo haya abandonado los trabajos en que se emplean plomo o mercurio y la aparición de la enfermedad. En las demás enfermedades profesionales, el Poder Ejecutivo fijará los plazos que en cada caso correspondan". 2. Denuncia de la enfermedad. "Desde hace mucho tiempo los especialistas de la Medicina Social, están acordes en considerar que la declaración obligatoria de enfermedades profesionales permite, además de un conocimiento exacto del daño profesional al que se hallan expuestos ciertos obreros, el de adoptar una profilaxis racional susceptible de producir resultados prácticos" («). Según Tissembaum, "la experiencia en los casos de la vida industrial juega un rol de extrema importancia en cuanto constituyen precedentes que pueden dar la pauta para la solución de muchas medidas de profilaxis o de higiene industrial" (*»). En nuestro país hemos visto que el artículo 22, inciso e) establece la obligatoriedad de la denuncia, la que debe ser efectuada ppr el empleador, mientras que en el accidente del trabajo, además debe realizarla el trabajador. Al respecto expone Unsain-: "Aun cuando la ley no lo dice, la naturaleza del hecho necesariamente modifica los plazos fatales que para la denuncia del accidente establece la ley. Ello se explica teniendo presente que la enfermedad no es súbita sino que tiene un desarrollo lento. No se la puede denunciar, pues, sino desde que, evidentemente, aparece declarada y certificada por informe de un facultativo. Esta circunstancia, a su vez, debe influir en el término que para la prescripción del accidente señala la ley. En tal caso, el año se cuenta desde que el hecho generador del derecho —el accidente— se produce. Justo sería que para la enfermedad, el término anual no empezara a correr sino desde el momento en que la denuncia se opera. Es su 9 fecha cierta y equivale a su publicidad" (< ). En cuanto a la forma y condiciones, no varía de la denuncia en los casos de accidentes del trabajo, por lo que nos remiti(47) O. I.T., op. cit., pág. 22. (48) Tissembaum, M. B., Los riesgos del trabajo industrial, págs. 39 y 40, Santa Fe, 1938. (49) Op. cit., t. 3, pág. 93. mos a esa voz (V. DENUNCIA DEL ACCIDENTE DE TRABAJO). 3. Enfermedad profesional determinada por el Poder Ejecutivo. Para que la enfermedad dé lugar al resarcimiento, debe ser de las enumeradas en el cuadro adjunto a la ley o, mejor dicho, establecidas por decreto del Poder Ejecutivo nacional. Se planteó una cuestión en nuestro país, respecto a si los Ejecutivos provinciales podían reglamentar la ley, estableciendo otras enfermedades además de las que había impuesto el Ejecutivo nacional. En un comienzo, los órganos administrativos provinciales entendieron que era de su competencia determinar cuáles eran las enfermedades profesionales comprendidas en la ley. Hemos visto ya los decretos nacionales y las enfermedades qué comprenden. En cuanto a las provincias, hubo dos corrientes: unas, que comprendían la mayoría de ellas, que se limitaban a repetir las enfermedades incluidas en el decreto nacional. Otras, establecían distintas enfermedades. Así, Buenos Aires, Catamarca, Corrientes, San Juan y Santiago del Estero, agregaban, entre otras, las siguientes enfermedades: anilismo, enfermedades de los caissons, enfisema pulmonar y tuberculosis pulmonar. Estos decretos fueron impugnados en diversas oportunidades. La Cámara civil 1» de La Plata, en mayo 13/32, julio 31/34, etcétera, estableció que: "La necesidad misma y el buen gobierno exigen que la aplicación de ciertas leyes nacionales en el territorio de las provincias sea reglamentada, y allí donde no alcanza la facultad de reglamentación del Poder Ejecutivo nacional, por hallarse en pugna con las facultades de la Provincia de dictar los Códigos de procedimientos, debe proveer a esa necesidad la rama ejecutiva del gobierno de la Provincia. La ley 9.688 es complementaria del Código civil, y así como las Provincias pueden dictar los Códigos de procedimientos (art. 67, inc. 11 y concordantes de la Constitución nacional) tienen también el poder de dictar los reglamentos necesarios para su aplicación, y esto puede hacerlo, en defecto de ley provincial, el Poder Ejecutivo Urt. 141, inc. 1? de la Constitución de la Provincia). Es entendido que tales reglamentaciones jamás podrían modificar la ley, lo cual es obvio y en la parte que así ocurriese serían inconstitucionales. La Corte Suprema Nacional, al fulminar de inconstitucional los preceptos de los decretos provinciales reglamentarios de la ley 9688, en cuanto modificaban las normas de dicha ley por las que establece que los depósitos deben efectuarse en la Caja Nacional, ha declarado que «no ha podido darse prelación sobre la ley nacional a las disposiciones de un decreto provincial incompatible con aquélla», pero no ha desconocido a los poderes ejecutivos locales facultad para dictar reglamentos que sean compatibles con la ley nacional. También ha declarado la Corte Suprema Nacional que no es inconstitucional el ar- los siguientes: 1) la ley 9.688 es de derecho común, ampliatoria y modificatoria del código civil, por lo que la gran mayoría de sus preceptos rigen en todo el país; 2) por tal carácter, su reglamentacóin corresponde al Poder Ejecutivo nacional (art. 86, inc. 2', Constitución nacional); 3) la propia ley encomienda al Ejecutivo nacional su reglamentación (arts. 2°, inc. 8, 12 y 22 "in tículo 59 del decreto provincial". categórico cuando dice: "las enfermedades profesionales deberán ser taxativamente enumeradas por el Poder Ejecutivo en decretos reglamentarios..."; 4) cuando la ley quiso que algún aspecto se reglamentara por la autoridad local, lo dijo expresamente (arts. 15 y 29); 5) la limitación general establecida por el articulo 1° del decreto reglamentario, al decir que la ley 9.688 se aplicará en la Capital Federal y Territorios nacionales, no puede prevalecer ante el texto del artículo 149 del mismo y el 22 de Posteriormente esta orientación jurisprudencial varió, inclinándose por la tesis opuesta: la inconstitucionalidad de los decretos provinciales. Asi la Cámara civil "& de la Capital, en ag. 31/36, expresó: "Que, de acuerdo con nuestro régimen político, las provincias carecen de potestad para reglamentar leyes nacionales, ya que los únicos que pueden hacerlo son, el Presidente de la Nación, sujetándose a las condiciones del articulo 82, inciso 2", y el Congreso, a mérito de lo estatuido por el artículo 67, inciso 28, que lo faculta para hacer las leyes y reglamentos que sean convenientes para ponej en ejercicio los poderes que se le otorgan y todos los que la Constitución confiere al gobierno de la Nación". "Que el acto de autoridad provincial invocado por el demandante, en cuanto declara la tuberculosis como enfermedad industrial, no es aplicable en el sub judice, porque ello implicaría contra expresas disposiciones constitucionales, que los Esados federales están capacitados para dictar ordenamientos de índole civil, de cuya naturaleza participa la ley 9.688, según se ha declarado y admitido definitivamente (Corte Suprema Nacional, t. 141, pág. 303, y t. 133, pág. 303)". "Que a lo expuesto corresponde agregar que la propia ley 9.688, artículo 22, dispone que «las enfermedades profesionales deberán ser enumeradas por el Poder Ejecutivo», lo que disipa cualquier .duda que pudiera abrigarse con respecto a la inteligencia del artículo 1" del decreto reglamentario del 14 de enero de 1916". "Que a mayor abundamiento, pueden anotarse los antecedentes de su discusión paramentaría, en la que quedó sentado que todo lo relativo al concepto de accidentes, incapacidades, depósito de garantía y enfermedades profesionales era materia de fondo y, por lo tanto, ajena a las jurisdicciones provinciales (eonf. Bas, Previsión social)". La Suprema Corte de Buenos Aires, *?n acuerdo plenario de oct. 10/39, reafirmó esta doctrina. Los argumentos que dio fueron fine"). El texto del articulo 22 es claro y la ley y disposiciones constitucionales-, 6) los antecedentes de ¡a discusión parlamentaria y, en especial, del miembro informante de la Cámara de Diputados, que apoyan tal declaración. Esta posición ha sido repetid-a en diversaos fallos posteriores. De lo expuesto, se puede decir "que tanto la doctrina como la jurisprudencia se han orientado definitivamente en el sentido de que la facultad de determinar las enfermedades que revisten carácter profesional en los términos del artículo 22 de la ley 9.688, corresponde exclusivamente al Poder Eje- cutivo de la Nación, y que la enumeración taxativa que el mismo dicte a tal respecto, tiene vigencia en todo el territorio del país". "De la referida conclusión, se deducen las siguientes consecuencias de orden práctico: 1') Las únicas enfermedades profesionales, en el concepto de la ley, son aquellas comprendidas en la enumeraei6n del artículo 149 del decreto reglamentario nacional del 14 de enero de 1916, y en los decretos ampliatorios posteriores, del 19 de febrero de 1932, 29 de abril de 1936 y 7 de noviembre de 1944; 2') Las aludidas disposiciones de los decretos premencionados tienen vigencia en todo el territorio de la Nación; 3<?) Las cláusulas de los decretos reglamentarios provinciales, que amplían la nómina de enfermedades profesionales determinadas por la reglamentación nacional, son inconstitucionales" (50). (50) OcJli Piijato, J. M-, "El problema Jurisdiccional en la determinación de las enfermedades profesionales y la solución dada por nuestra ju- 4. Enfermedad efecto exclusivo del ira- picador de la responsabilidad de indemnibajo. Establece el articulo 22, incisa a) de zarlo. En estos casos de enfermedades prola ley 9.688, que "la enfermedad debe ser fesionales, la predisposición del organismo, declarada efecto exclusivo de la clase de justamente, juega un papel importante en trabajo que realizó la víctima durante el la adquisición y desarrollo; de cualquier manera, a no mediar el trabajo realizado, año precedente a la inhabilitación". La ley exige la habitualidad en las tareas. la enfermedad no hubiera seguido su curSi el trabajador la realizó en forma oca- so" ( r >3). sional, el patrono no tiene responsabilidad. Con respecto a la predisposición hacia la Es evidente que los jueces conservan amenfermedad, han dicho Rouast y Oivord: plio poder de apreciación para juzgar sobre "La víctima puede estar atacada de otras la ocasionalidad o habitualidad. enfermedades al mismo tiempo que de una La legislación francesa, en lugar de ex- enfermedad profesional. Puede ser que la clusividad, habla de habitualidad, siendo invasión de esta última haya sido facilitada mucho más ajustado a la realidad este úl- por su estado patológico anterior, o, al contimo término. Unsain critica nuestra dis- trario, que la enfermedad profesional haya posición, pues dice que a raíz de este requi- facilitado la eclosión de otra enfermedad sito, hay menos elasticidad en las enferme- o haya influido sobre su evolución. Las sodades profesionales que en los accidentes luciones deberian ser las mismas que para del trabajo, ya que éstos no requieren una las enfermedades de las cuales sufre la vicvinculación exclusiva y directa con el tra- tima de un accidente: bajo, sino solamente de mayor o menor "1" La circunstaacia que la víctima esgrado ( 31 ). taba atacada anterioamente de otra enEl objeto de la exclusividad en el trabajo fermedad, que ha permitido más fácilmente que exige nuestra ley o la habitualidad en la acción de la enfermedad profesional, no la francesa, es eliminar a los no profesiona- debe ser tomada en consideración; lo misles, que han trabajado sólo accidentalmen- mo que para un accidente, no hay lugar a te en las tareas comprendidas en la ley. tener en cuenta las predisposiciones de la También, "el legislador, al establecer esta víctima. Es suficiente que el trabajo haya condición, se ha dejado guiar por la con- sido una de las causas del mal para que el sideración que las turbaciones resultantes patrono sea responsable. de los trabajos en cuestión no se producen "2* Cuando las enfermedades provocadas en el organismo humano, si dichos traba- por la enfermedad profesional, cuya evojos no son bastantes repetidos para que se lución se acelera o agrava, debe dicidirse impregne de emanaciones nocivas al punto que el patrono es responsable de la incade no poder eliminarlas más" (••-). pacidad que resulte, si se prueba médica5. Enfermedad adquirida en el trabaja. mente que hay un lazo de causalidad neContinúa diciendo el artículo 22, en su inciso cesario entre la enfermedad profesional y b): "No se pagará indemnización si se la enfermedad ordinaria o la agravación prueba que el obrero sufría esa enferme- de una enfermedad ordinaria. Es la aplicadad antes de entrar a la ocupación que ha ción de las ideas precedentemente expuestas respecto a quién corresponde la respontenido que abandonar". Este inciso se contradice con el d), que sabilidad directa. La enfermedad, no tereparte la responsabilidad entre todos los niendo el carácter de subitaneidad del acciempleadores anteriores en ciertos supuestos. dente, no puede dar lugar a que se distinSegún Pozzo, el objeto de esta disposición, gan las consecuencias inmediatas de las "es que si antes de dedicarse al ejercicio consecuencias alejadas. No hrxy otras conde una profesión, el empleado tiene ya ad- secuencias inmediatas del hecho generador quirida la enfermedad profesional, no de- de la enfermedad profesional que esa enbe ser indemnizado. Los principios genera- fermedad misma. Todas las otras conseles de nuestra materia fundan esta nega- cuencias deben ser consideradas como aletiva; la enfermedad no ha sido causada por jadas, porque, para todas, pueden interpoel trabajo; el empleado no ha sufrido nin- nerse otras causas. Una tuberculosis pulmonar puede evolucionar más rápidamente gún riesgo en el ejercicio de sus tareas". "En cambio, entendemos que la predis- a raíz de una intoxicación saturnina, pero posición que el empleado pueda tener para esta agravación puede resultar de otras contraer la enfermedad, no exime al em- causas. Es preciso, creemos, para que el patrono pueda ser considerado responsable risprudencia", en Derecho del Trabajo, 1945. páde la agravación, que se pruebe que ella no gina 178. (51) Op. ctt., t. 3, pág. 91. (52) Rouast-Givord, op. cií., pág. 169. (53) Op. c¡í., t. 3. págs. 344 y 345. no pudo provenir mes que de la intoxicación por saturnismo" (M) . Al respecto se ha resuelto por nuestra jurisprudencia: La circunstancia de ser preexistente la enfermedad cuya reparación se procura, respecto a la iniciación de las tareas, no obsta a la procedencia de la indemnización, si se acredita que el trabajo o el medio ambiente en que éste se cumpla ha actuado como causa concurrente en su aparición o agravación (S. C. Bs. As. junio 1/54, J. A., 1954/IV/10). 6. Exigibilidad de la indemnización. "La indemnización será exigida del último patrón que empleó al obrero, durante el referido año, en la ocupación cuya naturaleza generó la enfermedad, a menos que se pruebe que ésta fue contraída al servicio de otros patrones, en cuyo caso éstos serán responsables" (ley 9.688, art. 22, inc. c) y "si la enfermedad, que por su naturaleza, puede ser contraída gradualmente, los patronos que ocuparon, durante el último año, a la víctima en la clase de trabajo a que ce debió la enfermedad, estarán obligados a resarcir, proporcionalmente al último patrono, la indemnización pagada por éste, determinándose la proporción por arbitradores, si se suscitase controversia a su respecto" (ibídem, inc. d), Estos dos incisos establecen la obligatoriedad y forma del resarcimiento patronal en los casos de enfermedades profesionales. De acuerdo a ellos, pueden presentarse diversas situaciones: 1") El trabajador hacía un año que se desempeñaba bajo el mismo patrono en una actividad dedicada a trabajos susceptibles de originar la enfermedad. Tiene, en este caso, derecho a la indemnización, la cual le deberá ser abonada únicamente por el patrón con quien se desempeñó ese año; 2') El trabajador se desempeñó en el úl~ timo año al servicio de varios empleadores eu tareas que dan lugar a la enfermedad profesional. La responsabilidad patronal es evidente también; únicamente que debe distribuirse entre tantos patronos como el trabajador tuvo en dicho lapso, siendo' el último el responsable, pero, teniendo derecho a repetir de los demás lo pagado, en proporción al tiempo trabajado con cada uno de ellos. El fundamento de esta disposición está dado en que las enfermedades profesionales son de evolución lenta, no siendo posible determinar sino excepcionalmente cuándo han comenzado o el tiempo que tardan en su desarrollo y, por tanto, es muy injusto (54) Op. cit., págs. 171 y 172. S hacer caer toda la responsabilidad en el último empleador, cuando pudo haberse iniciado antes de entrar a su servicio. La solución simple sería el seguro médico obligatorio y el de enfermedades profesionales ( a s ) . Este problema es muy grave, como lo expresa acertadamente Ossorio y Florit: "¿Á quién corresponde reparar la incapacidad permanente derivada de una enfermedad profesional? ¿Al último patrono, aun cuando sólo hubiese tenido a su servicicio al enfermo durante unas semanas o unos días? ¿Se reparte el riesgo proporcionalmente con los patronos anteriores? ¿Hasta qué límite? Cualquier solución que se busque puede ser injusta. Y lo será mucho más al entrar en juego una entidad aseguradora, porque entonces se puede dar el caso de que patronos desaprensivos aseguren cantidades considerables de obreros enfermos de tiempo atrás, para darlos de baja en el trabajo poco después y cargar sobre el asegurador el pago de las indemnizaciones. Cierto que se puede investigar el estado sanitario de los obreros antes de. admitirlos al trabajo o de aceptar el seguro; pero quienes intervienen en estas cuestiones saben perfectamente que esa posibilidad es más teórica que real, porque el reconocimiento médico de los trabajadores ofrece dificultades insuperables. Su resistencia a dejarse examinar es tanto mayor cuanto que saben que un resultado desfavorable les ha de dejar sin trabajo y en la miseria más completa" ( 5 f i ). Ya hemos visto cómo lo soluciona la ley argentina, solución que presenta varias dificultades. Una de ellas se refiere a cuando uno de los empleadores sea insolvente. En este caso surge el interrogante de quién debe cargar con dicha insolvencia. "Creemos que debemos ceñirnos a los principios establecidos por la ley en materia de indemnización, y que quien abonó al empleado la incapacidad, puede exigir de la Caja de Garantía la parte del empleador insolvente. El artículo 10, inciso 2, de la ley establece que los fondos de la Caja de Garantía se destinarán, exclusivamente, a pagar las indemnizaciones que dejaren de abonarse por insolvencia absoluta de los empleadores, judicialmente declarada, y siempre que la víctima hubiese iniciado la acción en el término de un mes de encontrarse habilitada para ello, después del accidente, y realizado todas las diligencias (55) Cabanellas, op. cit., t. 4, pág. 148. Op. cit., pág. 82. (56) i g u i e n t e P á g i n a