octubre‐diciembre, 2011 La reforma a graria en la Revolución mexicana Carmen María Díaz García La revolución mexicana del siglo XX constituyó uno de los hitos históricos de nuestra América hasta el triunfo de la revolución cubana en 1959. Ambas dieron pautas a seguir, aunque disímiles fueron sus objetivos y realizaciones. Hoy nos detenemos a la conmemoración del movimiento revolucionario mexicano de fines de 1910, en sus 100 años de iniciado. El tiempo transcurrido nos permite evaluar con más objetividad aquel hecho, cuyo tratamiento historiográfico apuntó a narrar y glorificar los sucesos, la llamada “historia oficial” en beneficio de las clases dominantes. A fines del siglo pasado comenzaron nuevos estudios con sentido crítico pero no es hasta lo que va del siglo XXI que proliferan estudios donde se aprecia más objetividad sobre este hecho histórico. En Cuba en el año 2003 fue publicada la obra de Adolfo Gilly,[1] la cual en la presentación a la edición cubana el profesor universitario Dr. Sergio Guerra Vilaboy señaló sobre la misma que era una obra precursora, de reinterpretación, con la cual “contamos con una visión crítica de la revolución mexicana que supera las historias descriptivas tradicionales…”.[2] Con respecto a este escritor revolucionario queremos destacar la poca difusión de su obra en su país, casi desconocida por la mayoría de jóvenes encargados de reeditar su nación. En el año del centenario, en M éxico, además de las actividades conmemorativas, hubo esfuerzos por presentar una visión autocrítica de significativa extensión; se materializó en un programa televisivo, Discutamos México,[3] el cual durante ese año llevó a especialistas sociólogos, historiadores para tratar cronológicamente a la revolución mexicana, algunos de ellos con señalamientos críticos, pero marcados por los períodos presidenciales sin una visión generalizadora. El esfuerzo como tal es valedero, pero insuficiente pues durante decenas de años la visión del pueblo mexicano sobre su revolución ha sido falseada, en particular sobre el tema de la reforma agraria. También una serie de publicaciones de estudiosos mexicanos indican una revalorización de los hechos así han visto la luz obras como Contrahistoria de la Revolución mexicana,[4] La otra mirada de Clío,[5] La revolución del Sur 1912-1914,[6] entre otras, con visiones más acorde al tiempo de analizar el pasado para comprender el presente y proyectar el futuro. Como expresión del sentir general mexicano en mayo de 2010 fue publicado el artículo “El contexto” el cual brinda la visión más actual de lo acaecido en cuanto a la interpretación histórica. Llevamos veinte o treinta años haciendo burla de la historia oficial y de cada uno de sus corolarios políticos. Y con muy buen éxito. Eso tenemos que agradecerles a Luis González de Alba, Gabriel Zaid, Paco Calderón. Lo malo es que a fuerza de buscar el contraste hemos terminado por hacernos otra historia oficial, que dice exactamente lo contrario pero es igualmente caricaturesca, doctrinaria, moralista y mendaz. Luis González de Alba, en M ilenio, pregunta “Qué nos dio la revolución”. Responde que nada, por 123 supuesto. Nada útil ni provechoso ni que valga la pena recordar…… La historia de Luis González de Alba, la del fracaso absoluto, la de la revolución que solo produjo miseria y parasitismo, es igual de esquemática, superficial y maniquea que la vieja historia oficial. …El éxito de la historia oficial ha hecho que el lenguaje de nuestro espacio público sea superficial, esquemático y ramplón, de pocos matices, apropiado sobre todo para hablar a gritos y sin dejar de sollozar. De un lado y otro.[7] Criterios que indican que el espacio de interpretación sobre los hechos de la llamada “revolución mexicana” es amplio, lo cual nos permite detenernos en uno de sus postulados: la reforma agraria. En particular este hecho ha sido menos revaluado, aunque un nuevo enfoque sobre “la revolución” otorga a esa medida otro ángulo de lectura. El tratamiento a la problemática agraria mexicana no resulta fácil, pues el componente de su propia integración como nación aún no está consolidado, si se toma como referente la ubicación social de la población originaria del continente. Uno de sus más notables estudiosos señaló como quizás en el siglo XXI sea posible “…ver con más claridad su historia compleja e ininterrumpida”.[8] Porque, habría que aprender a mirar el territorio del continente americano, sus recursos naturales, sus litorales, su hidrografía, su flora, su fauna y también aprender a mirar a sus habitantes; “…. aprendizaje, lento y conflictivo, no… concluido aún”.[9] Las frases antes citadas, señalan lo complejo del tratamiento del tema, pues intervienen no sólo el interés por la posesión de la tierra, sino también la propuesta cultural nacional en su más amplio sentido; al que hay que incorporar el pensamiento cosmogónico de la población indígena el cual relaciona la tierra, la naturaleza con su propia existencia. El llamado de hoy del ex candidato presidencial por el partido PRD, Andrés M anuel López Obrador tiene un fundamento histórico, el cual debe tenerse en cuenta para poder alcanzar su objetivo del logro de una renovada nación. La magnitud del asunto obliga a no ambicionar ofrecer una explicación total del proceso agrario en el contexto de la revolución mexicana, sino señalar aspectos sobresalientes y limitantes, quizás para hacer comprender el panorama actual. Reforma agraria mexicana, contenido y resultados La Revolución de 1910, al iniciarse, encontró un panorama social donde el 29% de la población era considerada indígena. La población “rural libre” constituía el 51% de la total y el 46% vivía sujeta a ranchos y haciendas. Tenían tantos peones como campesinos independientes trabajando hombro a hombro y los jornales a estos eran bajos y a menudo en especie o en fichas para ser cambiadas en tiendas[10] yhasta 1910 solo el 4% de agricultores eran propietarios de tierras.[11]Un número aproximado de 8 mil 245 haciendas contaban con una extensión de 88 millones de hectáreas; es decir, el 40% del territorio del país y estaban en manos de extranjeros 32 millones, constituyendo los dueños de esa extensión sólo 834 hacendados.[12] La desigualdad apreciada requería una transformación en la estructura social, un cambio radical, liquidando el latifundio y otorgando la tierra, teniendo en cuenta el fundamento cultural de un buen 124 número de los necesitados o incluidos en la medida. De acuerdo con ello podemos determinar la compleja estructura agraria mexicana como sigue: - Latifundista o hacendados - Campesino sin propiedad de la tierra - Campesino con propiedad de la tierra - Colectivo o pueblos indígenas con tierra - Colectivo o pueblos indígenas sin tierra - Obrero asalariado o peón Ante este panorama cabe preguntar si las propuestas respondían a transformar la estructura agraria y con ello el sistema socio económico del país, además a quien beneficiaría. Entonces, es necesario subrayar el carácter burgués reformista del movimiento frente al gobierno dictatorial de Porfirio Díaz, donde prevalecería fortalecer una nueva burguesía agro industrial frente al poder hasta entonces de los latifundistas. Las otras clases, los obreros agrícolas y campesinos incluyendo las comunidades indígenas desde antes de 1910 se enfrentaban a la explotación que representaba el porfiriato y por ello su incorporación inmediata a la lucha armada contra el mismo. También es destacable la proporción numérica entre campesinos y peones u obreros agrícolas, la primera no era determinante, por ejemplo en 1910, según Gilly:[13] Estado Coahuila Sonora Chihuahua Durango M orelos Tlaxcala Población 362 092 265 383 405 707 483 175 179 574 184 171 % Peones 72,3 83,9 73,7 86,8 95,8 98,8 %Agricultores 27,6 18,0 26,2 13,2 4,2 1,2 Sin embargo, esto no proporcionó un mayor conocimiento o sentimiento de clase, sino que quizás influyó negativamente, pues el llamado peón aún no tenía la organización necesaria para enfrentar la explotación del patrón y su demanda se igualaba a la del campesino, o sea, la posesión de tierra como producción individual. Además mantenía un vínculo a la tierra porque por lo general poseía una parcela para su auto consumo, no llegando en su mayoría a ser ni proletario ni campesino. El desarrollo del capitalismo sobre la tierra aun no había alcanzado el nivel de socializador de la producción al punto de que el obrero no sintiera la necesidad de ser propietario, en este caso de la tierra. El grado de organización de esas fuerzas sociales, no estaba en igual nivel que la exigencia de participación en el control económico. O sea, ideológicamente solo era factible aceptar para esas 125 fuerzas sociales la propuesta del reformismo burgués, o sea, la entrega de tierra, condicionada la misma a los intereses del capital. La reforma agraria mexicana de principio del siglo XX, como resultado del carácter ideológico de la lucha, no tuvo un pensamiento rector, sino que fue fruto de puntos de vista disímiles en lo social, los cuales a su vez tuvieron que enfrentar la fuerte oposición de los terratenientes y otras fuerzas. Los dirigentes del proceso político, desde Francisco M adero hasta Venustiano Carranza, hablaron de la distribución de la tierra, pero su propósito era detener la sublevación campesina. Por ejemplo M adero, en el programa conocido como “San Luis de Potosí” solo en su artículo tercero, declaraba el reintegro de las tierras despojadas a sus antiguos propietarios, sin embargo, esto estaba sujeto a un fallo judicial, reduciendo las posibilidades de que con los despojados se hiciera justicia; Carranza continuó este modelo obligado a redactar en 1915 una ley de reforma agraria ante la pujanza de las reivindicaciones propuestas por Emiliano Zapata. Por su parte Francisco (Pancho) Villa decía resolver la problemática agraria con la distribución de la tierra, lo cual ejecutaría su ejército sin programa ni orden. Zapata, iba más allá y en su proyecto conocido como el “Plan Ayala”[14] planteó la expropiación de tierras por causa de utilidad pública, confiscación de bienes a los enemigos del pueblo y restitución de sus terrenos a los individuos y comunidades despojados. Los puntos dedicados a esos fines fueron los siguientes: 6to: Como parte adicional del plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la tiranía y justicia venal, entrarán en posesión de estos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados, por la mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance, con las armas en la mano, la mencionada posesión, y los usurpadores que se consideren con derecho a ellas, lo deducirán ante tribunales especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución. 7to: En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos, no son más dueños que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición social no poder dedicarse a la industria o a la agricultura por estar monopolizadas en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se expropiaran, previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de M éxico obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de los mexicanos. “8vo: Los hacendados, científicos o caciques que se opongan directa o indirectamente al presente plan, se nacionalizaran sus bienes, y las dos terceras partes que a ellos les correspondan, se destinaran para indemnizaciones de guerra, pensiones para las viudas y huérfanos de las victimas que sucumban en la lucha por este plan. 9no: Para ajustar los procedimientos respecto a los bienes antes mencionados, se aplicaran leyes de desamortización y nacionalización según convenga, pues de norma y ejemplo pueden servir las puestas en vigor por el inmortal Juárez, a los bienes eclesiásticos, que escarmentaron a los déspotas y conservadores que en todo tiempo han pretendido imponernos el yugo ignominioso de la aprensión y del retroceso.[15] En el orden del pensamiento, no hay duda que fue Zapata quien constituyó el símbolo del ideal agrario, cuyo movimiento social y político encabezado por este líder campesino del sur trascendería 126 el regionalismo y obligaría a las fuerzas de la burguesía a mantener como demanda la reforma agraria. Pero, su modelo solo fue valido en M orelos por un tiempo y útil como futuro estandarte de lucha de los desposeídos. La conclusión de la situación revolucionaria, marcado por la aprobación de la Constitución, lastró la solución del problema agrario y favoreció la gran burguesía agroindustrial a través del Artículo 27 que serviría para dar cumplimiento a la necesidad social pero de carácter capitalista moderno, bajo un precepto controvertido donde la nación se erigía como el poseedor de la tierra, subrayando tener el derecho a trasmitirla, condición donde los campesinos y comunidades indígenas serían los menos favorecidos; pues las expropiaciones estarían condicionadas a lo que el gobierno entendiera por utilidad pública. El dejar sin precisar las obligaciones de la Nación y sí garantizar la propiedad privada constituyó la esencia para la implementación de la reforma agraria, más cuando se entendería por Nación el interés de la burguesía. Esa reforma agraria fue fruto de la necesidad del capitalismo moderno para poder ascender y consolidar el poder, y hacer uso del nacionalismo, imprescindible como expresión de su poder de clase, aunque no hubieran cuajado todos los factores para ello, situación sin consolidar en el siglo XXI.[16] El texto del artículo 27 señaló: La propiedad de la tierra…corresponde originalmente a la Nación, la cual ha tenido y tiene derecho a transmitir el dominio de ellas a los particulares, constituyendo la propiedad privada. Las expropiaciones solo podrán hacerse por causa de utilidad pública y mediante indemnización. La Nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público, así como el secular, en beneficio social, el aprovechamiento de los elementos naturales susceptibles de apropiación con el objeto de hacer una distribución equitativa de la riqueza pública, cuidar de su conservación, lograr el desarrollo equilibrado del país y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población rural y urbana.[17] Al citado artículo se sumó un número de prescripciones que subrayaría el camino de la “Nación” para adquirir el mandato sobre las tierras y aguas. La base legal hizo pensar a muchos que con ella se daría solución al problema agrario para campesinos o peones y a la restitución de las propiedades de los pueblos e individuos que la habían perdido como resultado del proceso de colonización y expansión capitalista. Pero el análisis del texto aportaba elementos límites, como sería el caso del derecho otorgado al “Estado” a conceder el dominio de tierras a extranjeros. Ese elemento mantendría dependiente gran parte del territorio nacional en otras manos, ajenas y contrarias al interés de las grandes mayorías rurales. En 1923, por ejemplo, 16 558 000 hectáreas estaban en manos de capital norteamericano,[18] significando el 51,7% de las posesiones extranjeras. Este legalismo permitiría no solo la permanencia extranjera sino también su extensión en el territorio mexicano, originando que empresas de Estados Unidos[19] adquiriesen tierras para la producción de plátano y henequén. Además, la prescripción XV relativa a la cantidad de posesión de la tierra crearía una beneficiosa confusión pues llamó límite la “pequeña propiedad agrícola” a toda tierra cultivada o sea, no existía 127 un máximo, entonces el latifundio como entidad jurídica no estaba prescripto. Además el XVI facultaba a los estados fijar la extensión máxima, la cual podía ser mayor o menor, inclusive darse o no pues, mediante la aplicación del XVIII facultaba revisar …todos los contratos y concesiones hechos por los gobiernos anteriores desde el año 1876 que hayan traído por consecuencia el acaparamiento de tierras, aguas y riquezas naturales de la nación por una sola persona o sociedad, y se faculta al ejecutivo de la Unión para declararlos nulos cuando impliquen perjuicios graves para el interés público.[20] Se vuelve a dar libertad para interpretar ¨cuando impliquen perjuicios graves¨ con la intención de poderse fijar límites y posesiones. De forma tal que al poder político se le otorgaba amplia libertad de decisión para dar posesión o limitar tierras; status el cual sería utilizado en la promoción política de partidos y gobiernos cuyo resultado favorecería al gran capital, durante más de medio siglo. En la práctica, las áreas de las tierras entregadas a los campesinos fueron muy limitadas, pues en muchos casos les fue negado el derecho a ellas por carecer de títulos que avalaran la posesión milenaria de sus tierras. En el estado de Yucatán, 17 años después de la aplicación del artículo 27, se comportó la entrega de tierra de la siguiente forma: La extensión dedicada a henequén que se entregaría a los ejidos es menor del 15% de la superficie sembrada en el estado. A su vez, las propiedades afectadas conservan el 47% de la extensión total que tenían antes de la afectación, y como sólo destinaban al henequén el 21% de su superficie, resulta que les queda todavía el 26% de su área primitiva, es decir 217 000 hectáreas, para mantener sus cultivos.[21] En otros datos se aprecia la lentitud con que se ejecutaba la legislación ratificándose el sentido con el cual fue promulgada la referida legislación el beneficio del gran capital agro industrial. En 1926 los hacendados, para evitar el cumplimiento de la legislación relativa, ofrecieron a la Comisión Nacional Agraria entregar a cada ejidatario en embrión una parcela de una hectárea de henequén en plena producción y de cuatro hectáreas incultas. El ofrecimiento no fue aceptado; pero tampoco se dio posesión de la tierra a los campesinos. Alentados por esta tardanza, en 1930 los hacendados redujeron su oferta: entregarían las superficies afectadas; pero después de haber concluido de explotar el henequén, cosecha de varios años; días después –nuevamente alentados por la actitud del Gobierno que no hacía cumplir sus propias determinaciones-, no ofrecían ya ni los terrenos desnudos sino permutarlos por otros y, finalmente, desde 1932 hasta hoy –su último escrito es del 27 de marzo de 1934-, proponen que se declare que las fincas henequeneras son industrias exceptuadas de las afectaciones ejidales.[22] Otro ejemplo sobre a quien iba dirigido lo legislado fue el caso de los quienes esgrimieron el precepto de unidad agrícola económica determinados estados se mantuvieron y hasta crecieron, como fue Jenkins, quien en Puebla en la década del 20 llegó a poseer la tierras.[23] grandes hacendados azucareros y con el apoyo político en el norteamericano William O. más grande concentración de Así se entiende que aun en 1959 se diera la fundación de un ejido ganadero, en el latifundio de la familia Green[24] en respuesta a las posibles revueltas de campesinos y conflictos agrarios. 128 En la década de los 90s del siglo XX la extrema lentitud y falta de ejecutividad de una reforma agraria a favor de los trabajadores agrícolas se manifestaría en el estado de Chiapas donde se darían reclamos de tierras del 30%. [25] Otro elemento de carácter particular, y no por ello menos significativo fue la tendencia a no cumplir con la necesidad de la masa indígena al no reconocer explícitamente sus derechos. Además las características de la reforma agraria a partir de repartir la tierra no podía dar solución al problema del obrero agrícola, ni al campesino, ni a las comunidades indígenas pues se confabulaban en su contra la escasez de recursos en créditos e insumos en medio de un sistema de agricultura extensiva, y las condiciones negativas en la cantidad y calidad de las tierras cuando estas fueron otorgadas. Así, el artículo 27 en el curso de las luchas históricas[26] reflejaría la sujeción a los intereses de la burguesía nacional y los grandes consorcios extranjeros, en detrimento del hombre trabajador mexicano. De acuerdo a la apreciación a la problemática agraria de cada gobierno ésta tuvo sus variantes, por esa razón y una mejor comprensión particularizaremos al respecto. Como gobernantes ni M adero, ni Carranza concibieron un reparto revolucionario de la tierra, sólo su interés político por ganar a las sublevadas masas de trabajadores del campo, las cuales estaban bajo la dirección o influencia de Zapata y Villa los hizo “repartir tierras”. En M adero, representante de los intereses de la nueva burguesía latifundista, sus propuestas no fueron más allá que aceptar lo hecho por gobernadores, militares o dirigentes en cuanto a la asignación, repartición o entrega de fincas o parcelas, éstas en relación con el nivel social del beneficiario. Carranza, quien inició su gobierno en 1914 fue más audaz y legisló la disposición del 6 de enero de 1915 para ocultar sus verdaderos objetivos, haciéndole frente al prestigio y pujanza de Zapata por las entregas hechas por éste en los distintos estados bajo su influencia militar y en particular por el modelo adoptado en el estado de M orelos. Por todo ello es válida la afirmación de la escritora Heather Fowler Salamini sobre el propósito de Carranza en cuanto a la ley: “El 6 de enero de 1915 había promulgado su famoso decreto agrario para cortejar al campesinado y ganarlo para su causa. La ley del 6 de enero fue una medida más por la necesidad política…”. [27] La aplicación de lo legislado se relacionaría con las condiciones socio económicas y las posiciones políticas de sus gobernadores a pesar que se trató darle un carácter nacional. Por ejemplo las zonas azucareras, textiles, cafetaleras o ganaderas tuvieron más - menos lentas o efectivas reparticiones a favor de campesinos o de nuevos burgueses procedentes de las filas de oficiales opositores al porfiriato, ampliándose por esa vía la presencia de una nueva burguesía agro industrial. En otros estados la prospección petrolera situó la tierra en el papel protagónico para inversionistas de esta futura próspera “rama industrial”. El debilitamiento de los grupos zapatista y villista, sobre todo después del asesinato del primero en 1919 permitiría los fines de otorgar solo las tierras vinculadas al interés económico de unos o al mantenimiento del orden burgués. Bajo esas condiciones las tierras que cambiaron de poseedor hasta 129 1920 solo llegaron a 172. 227 hectáreas, según cifras oficiales. En general continuó el descontento de las masas y las pugnas por el poder político entre los representantes de la burguesía. Los trabajadores del campo al comprobar que sus problemas no eran resueltos, pues las tierras no eran restituidas, tomaron nuevamente las armas en 1923 produciéndose alzamientos en varios estados como Jalisco, M ichoacán, San Luis Potosí, Hidalgo, Tamaulipas y Nuevo León, en momentos en que las organizaciones de campesinos y obreros habían ganado en preparación ideológica.[28] En ese clima, las medidas legalistas o burocráticas fueron numerosas pero los logros de la reforma agraria insignificantes. Sin embargo, el estudioso mexicano González Ramírez reconoce un avance, y no entra a juzgar a los encargados de llevar a cabo esa medida como parte fundamental para la revolución pretendida y el papel jugado de carácter limitado de la misma al no satisfacer a las masas en sus demandas esenciales. Así la describió después de 20 años de su inicio: “…la Revolución Mexicana acató el principio de la redistribución de la tierra y en él puso sus empeños, pese a los dolorosos contratiempos que significaron las intrigas, maniobras, levantamientos y asesinatos que pusiéronse en juego para la reforma”. [29] El ejercicio de un proceso revolucionario en la medida que avanzaba el siglo y posterior a la Revolución de Octubre debía garantizar su continuidad radicalizándose y no hacer concesiones. Pero, en el caso mexicano continuó la penetración del capital extranjero, particularmente el norteamericano, convirtiendo su sistema en un capitalismo dependiente, ajeno a dar cumplimiento a las demandas de una revolución dentro del capital. Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien reconoció no se habían satisfecho las necesidades del campesino y del proletario rural[30] puso su mira en llegar a un capitalismo de estado, más correspondiente con el carácter progresista de un proceso con pretensiones de desarrollar al país por la vía capitalista. Para ese objetivo tomó medidas de nacionalización, como fue en el petróleo. Con respecto a la reforma agraria siguió la tesis de que los campesinos agrupados en antiguos núcleos de población o con el carácter de obreros agrícolas tenían derecho a reclamar la tierra y a organizarse colectivamente para explotarla. Con este criterio se permitió la creación de ejidos en las zonas más ricas del país, las más irrigadas, las cuales permitían vender la producción a mayor precio en el mercado nacional o exterior. Con esto se pretendía hacer depender la producción agrícola nacional de los ejidos, rebasando la concepción tradicional de que éstos deberían satisfacer, únicamente, las necesidades de las familias campesinas. Esta política produjo un salto en la concepción del trabajo colectivo y en la entrega de las tierras, sobre este último aspecto durante 7 gobiernos anteriores (del 1914 hasta el de 1934) la cantidad de tierras fue de 11 788 678 mientras durante el de Cárdenas, ascendió a 20 317 045 hectáreas,[31] cifra que da la medida de su voluntad política por producir un cambio de índole económico y político. Este proceso se dio en las haciendas azucareras, y el ingenio nombró al dirigente de la cooperativa o ejido, además según la cláusula del decreto que se refería a este asunto, se le permitía al ingenio mantener a su entera voluntad al personal técnico de campo, quien en realidad siguió controlando la producción cañera. En determinados territorios, según valoraron sus propietarios, este tipo de organización los había beneficiado y permitido la modernización, pues su responsabilidad con los resultados de la materia prima recayeron en otros. En otros casos llevó al desmantelamiento de ese 130 tipo de producción por ineficiencia entre el campo y la industria.[32] Durante este período aunque se aumentó el número de tierras expropiadas, tampoco se hizo de forma simultánea, sino en dependencia del Gobernador del Estado o una voluntad específica del Gobierno Federal, igualmente se mantuvo la presión de los hacendados y embajada norteamericana por detener el proceso. En cuanto a la creación de cooperativas o ejidos, los mismos estuvieron expuestos a la agudeza de los intereses del capital, resultando beneficiosos en unos casos y no en otros. Hay que subrayar que pudo lograrse un capitalismo de estado integral o sea, un desarrollo agrícola industrial durante este gobierno, pero los contradictorios intereses condujeron a fortalecer los intereses extranjeros y perderse la oportunidad de sellar su independencia y soberanía. Estos años de gobierno se pueden calificar quizás como el único momento en que se trató de llevar adelante y hacer sentir un espíritu progresista bajo la invocación de la revolución mexicana, el cual desapareció en lo adelante. El escritor Pablo González Casanova reconoce a este presidente como “el más decidido dirigente de un movimiento de desarrollo del país dentro del capitalismo”.[33] No es de extrañar que en un resumen del año 1950 aparezcan los campesinos beneficiados desde el gobierno de Carranza hasta el de M iguel Alemán en solo 491 570, mientras según cifras oficiales quedaban 500 mil campesinos con derechos agrarios reconocidos sin recibir las tierras, además 225 mil pequeños propietarios agrícolas con menos de una hectárea de labor y que 400 mil jornaleros agrícolas carecían de tierras. A esto se agregaba que durante la Segunda Guerra M undial abandonaron el campo 400 mil campesinos de los cuales 200 mil se fueron de braceros al Norte y 200 mil emigraron a las diversas ciudades y poblaciones del país. O sea, según el político Vicente Lombardo Toledano, quien había compartió las ideas de Lázaro Cárdenas, a ese ritmo la solución agraria llevaría más de 100 años.[34] Durante ese período la cuestión productiva privilegiaría en técnica y crédito a los más ricos, por ejemplo el productor de maíz, de algodón, forestal y café, algunas haciendas cañeras, mientras los ejidales no contaron con apoyo financiero. El latifundio se extendió como resultado de la corrupción de los gobernantes y los dirigentes campesinos, llegando a subsistir tierras privadas de más de 40 millones de hectáreas, (más de 3 millones de caballerías). La voluntad política para resolver la problemática social en el orden agrario, obviando el gobierno de Lázaro Cárdenas, fue reformista pues sus miras estuvieron en detener el proceso de transformación agraria aunque para tener el apoyo popular tuvieran que otorgar algunas limitadas ventajas. Sin embargo se continuó otorgando el calificativo de revolucionario a las medidas de entregas de tierras como la parte esencial de la reforma agraria, sin considerar los límites impuestos por el comportamiento en su aplicación dado por el fondo ideológico que preservaba la estructura socio económica capitalista con una tendencia a ser más dependiente. Esa postura se fue acentuando y ganó espacio en la década del 50, la cual se correspondería con los cambios que en la política exterior de Estados Unidos se percibían posteriores a la II Guerra M undial. La situación de dependencia con Estados Unidos aumentó, el comercio exterior destinado a ese país en 1958 fue de un 70%,[35] situación que fue denunciada, subrayándose la pretensión de convertir al mundo bajo su dominio. Bajo esas condiciones de fuertes presiones de las masas y de la reacción llegó al poder Adolfo López M ateo a finales del año 1958. A partir de 1959 a las circunstancias nacionales se sumó el triunfo de la revolución cubana cuyo 131 programa socio económico iba dirigido a socavar las bases del capital. Para el poder económico y político en M éxico la suma de los reclamos nacionales y la relativa[36] influencia de las transformaciones cubanas los haría reconsiderar el asunto agrario con otra perspectiva que pusiera freno a un posible movimiento por la tierra. Como primera medida se optó por vitalizar la entrega de tierras bajo una política que llamaron Reforma A graria Integra. En términos generales apuntaba a crear una relación entre la producción de los ejidos, la industria y el mercado, “…para desenvolver al ejido en nuevas fases, su industria y su ganadería industrializada”, según el Secretario de Agricultura,[37] para hacer una unidad de producción múltiple: agrícola, ganadera e industrial, dándoles el carácter de centros de nuevas fuerzas productivas para incrementar la economía de la nación. Bajo esta posición el gobierno de Adolfo López M ateo[38] con la “Reforma Agraria Integral”, entendía resolver algunos de los problemas, entre ellos el de la “comunidad indígena”. Pero la decisión planteada partía del prepuesto, por el cual adjudicaba como causa de la pobreza la superpoblación en Veracruz, Oaxaca y Chiapas, abundante en latifundios y tomaba como solución la reubicación de estos pueblos en otros estados al norte del país, subrayando como importante la dispersión.[39] Esta concepción ratificaba el desconocimiento de la cultura de esos pueblos, su relación con la tierra y su asentamiento. Pero no sólo esa postura afectaba en el sentido cultural sino que tampoco resolvió el problema de la tierra en manos campesinas pues, aún hoy, la población agrícola se mantiene al margen de los derechos esenciales del hombre. A espalda del interés del agricultor, en un sentido teórico, López M ateo, valoró y defendió la reforma agraria ejecutada durante décadas como transformadora de la estructura agraria pues “el latifundismo como sistema económico y social ha sido desvertebrado”, sin reconocer que aun subsistía, restándole valor a este hecho por “fáciles de localizar”,[40] pues en sus intereses no estaba destacar el significado de la existencia aun del latifundio, sino de aparentar que lo hecho cumplía los requisitos constitucionales y según estos continuarían, como la “Reforma A graria Integral”, con nuevos aires que atenderían a distribuir las tierras ociosas. Alrededor de la existencia del latifundio se creó una situación embarazosa para el gobierno, pues se dio una polémica entre Roberto Barrios y el senador tlaxcalteca Francisco Hernández y Hernández, quien comentó que “Ahí donde haya un latifundio, ahí hay que aplicar la Ley”, añadiendo que debía aplicarse el mandato constitucional para todos con la necesaria reglamentación del artículo 27 …para fincar sobre bases firmes la desaparición de los latifundios, olvidándose de las indemnizaciones que al otorgarlas legalizan la existencia de los latifundios o bien constituye una operación de compra venta como en el caso de Bavícora y Cananea, para no citar sino dos ejemplos. Este político ponía el dedo en la llaga, pero el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización ratificaba el criterio[41] “de que el propietario de un latifundio, una vez limitada la pequeña propiedad, tiene derecho de fraccionar o vender el resto al mejor postor”.[42] El enfrentamiento lo dio por zanjado desde el poder cuando Barrios declaró unos días después que “el latifundio no es ilegal, pero sí es repartible”.[43] Con esta frase ambigua quedaría liquidada una cuestión tan delicada para el futuro de la reforma agraria, pues la “revitalización” de ella anulaba las posibilidades de una radicalización en sus postulados. En la manipulación política por exaltar una política agraria de nuevos aires jugaron un papel a su favor las organizaciones campesinas, las cuales habían sucumbido ante la política engañosa o por el dinero de los políticos y potentados. Posición que justificaría la entrega al presidente Adolfo López M ateo a pocos meses de su mandato de la condecoración “Al M érito Agrario” impuesta por el “Frente Zapatista”. “…a nombre de todos los campesinos del país, por la obra que ha llevado a cabo 132 para beneficiarlos y resolverles sus más urgentes problemas”.[44] En igual fecha la “Confederación Nacional Campesina” emitía una declaración de apoyo al programa agrario del presidente de la República, subrayando que la organización “se encuentra perfectamente unida para defender los intereses del campesinado mexicano”.[45] No había dudas que todo formada parte del interés político de gobernantes y funcionarios, intereses capitalistas y claudicación de la dirigencia campesina ante el poder económico y político imperante; pues la postura era inconsecuente con un pensamiento a favor de los cambios estructurales y sí motivada por mantenerse en el poder y evitar un resurgimiento insurreccional campesino o indigenista. Las políticas que se limitaron al nacionalismo, dejando intactas las estructuras económicas de la nación, bien pronto probaron la vulnerabilidad del supuesto proceso liberador. La dependencia de estas naciones se reforzó y la clase burguesa desplazó del poder político a figuras patrióticas para imponer a otras que clausuraran los procesos nacionalistas. [46] También el poder mediático jugaría un importante papel en el destaque de las medidas gubernamentales como solución a la problemática agraria. [47] A esos años siguió un proceso degradante como se expresa en el cuadro a continuación, volviendo a manifestarse el desinterés por resolver la problemática agraria, y que en la década del 90 daría por liquidado el proceso de reforma agrario mexicano; quedando así pendiente resolver la situación de campesinos y pueblos originarios. Comportamiento de la entrega de tierras segunda mitad siglo XX[48] Adolfo Ruiz Cortines Adolfo López M ateos Gustavo Díaz Ordaz Luis Echevarria Álvarez José López Portillo M iguel de La M adrid H. 3.500,000 16,004.170 23.055,619 16.239,429 15.729,000 2.698,000 1952-1958 1958-1964 1964-1970 1970-1976 1976-1982 1982-1988 Notas [1] Adolfo Gilly: México la revolución interrumpida. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003. [2] Presentación de la edición cubana Ídem, p. 7. [3] Página web: Discutamos M exico.com [4] Carlos Antonio Aguirre Rojas: Contrahistoria de la Revolución Mexicana. Facultad de Historia Universidad M ichoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2009. 133 [5] Revista Contehistoria. La otra mirada de Clío. Revolución 1910-1921. Facultad de la UNAM . [6] Francisco Pineda Gómez: La revolución del Sur 1912-1914. Ediciones ERA, 2005. [7] Fernando Escalante Gonzalbo: “El contexto”, en Periódico La Razón, sábado 29, domingo 30.05.2010. [8] Carlos M ontemayor: Los pueblos indios de México hoy. Editorial Planeta M exicana, S.A. de C.V. M éxico p. 6. [9] Ídem p.27. [10] Laura Randall: Introducción, en Reformando la Reforma Agraria Mexicana. Universidad Autónoma M etropolitana. Ediciones El Atajo. 1999, M éxico, pp. 4-5. [11] Roberto Barrios: El hombre es la tierra. Editores SIA. M éxico D.F. [12] Carlos M ontemayor: Obra citada p. 78. [13] Adolfo Gilly: Obra citada p. 320. [14] Plan Ayala firmado el 28 de noviembre de 1911 por siete generales. Diecisiete coroneles, treinta y cuatro capitanes y un teniente, casi todos campesinos, constituidos en Junta revolucionaria del estado de M orelos. [15] Adolfo Gilly: Obra citada. pp. 97-98. [16] Carlos M ontemayor: Los pueblos indios de México hoy. Editorial Planeta M exicana, S.A. de C.V. M éxico p. 6. [17] En: Roberto Barrios Castro: México, en su lucha por la tierra. De la independencia a la revolución. (1521-1987) Costa_AM IC. Editores SIA. M éxico, D.F. 1987. p.126. [18] Carlos M ontemayor: Obra citada. p. 79. [19] Di Giorgio Fruit Corporation de New Cork y la Compañía Frutera Transcontinental S.A, de capital norteamericano. Vicente Lombardo Toledano: En torno al problema agrario. Coedición de la Confederación Nacional Campesina y del Partido Popular Socialista. M éxico 1974, pp. 32 y 34. [20] Roberto Barrios Castro: Obra citada p.134. [21] Ídem. [22] Ídem, p. 66. [23] Véase: Horacio Crespo: Historia del azúcar en México Tomo II. Fondo de Cultura Económica pp. 228-230. [24] En torno al problema agrario. Obra citada. p. 251. 134 [25] Laura Randall: Introducción. Obra citada p. 5. [26] Federico Engels en carta a José Bloch en 1890 señaló: “Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia (el énfasis es del propio Engels) determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni M arx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta – las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de estas hasta convertirlas en un sistema de dogmas– ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores…”. Federico Engels, Carlos M arx: Obras Escogidas. Tomo III Editorial Progreso, M oscú 1974, p. 514. [27] Heather Fowler Salamini: Movilización campesina en Veracruz (1920-1938), Editorial Siglo XXI. M éxico, 1979, p. 39. [28] Ursulo Galván fue designado jefe de los destacamentos guerrilleros, el mismo era dirigente del Partido Comunista M exicano. [29] González Ramírez: p. 314. [30] Tomado del Archivo de la Confederación Nacional Campesina, en: México en su lucha por la tierra. Obra citada p. 216. [31] Roberto Barrios Castro: Ibídem, p. 262. [32] Véase: Historia del Azúcar en México. Obra citada pp. 855 –881. [33] Pablo González Casanova: La democracia en México. Ciencias Sociales, La Habana 2003. [34] Vicente Lombardo Toledano: La revolución mexicana 1921 – 1967. Tomo II. Obra citada, pp. 207–250. [35] Vicente Lombardo Toledano: Obra citada, p. 262. [36] Los medios de información mexicanos se sumaron a la campaña norteamericana por desacreditar la revolución cubana y sus medidas en particular la reforma agraria. [37] Ingeniero Julián Rodríguez Adame, Secretario de A gricultura, en: En torno al problema agrario. Obra citada, p. 361. [38] Durante su mandato se entregaron 16, 004,170 ha; Gustavo Díaz Ordaz de (1964 -1970) 23, 005,619. Ibidem. p. 191. [39] Discurso de Adolfo López M ateo, en: México en su lucha por la tierra. Obra citada p. 241. [40] M éxico en su lucha por la tierra. Ibídem. pp. 241-242. 135 [41] Excelsior, 7 junio 1959, p. 4ª col. 1. [42] Ibídem. [43] Ibídem. 10 junio 1959 p. 1ª col. 4-5. [44] Excelsior, 10 junio 1959 p.1ª col. 5. [45] El Nacional, 10 junio 1959, p. 1 col. 7. [46] Editorial: Utilidad del Cuadro descriptivo Agrario. El Nacional. 5 mayo 1959, p. 3 col. 1-2. Entrevista a Roberto Barrios, Jefe del Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización: El Nacional 6 junio 1959, p. 1 col. 4. [47] Rafael Plá: ¨Cultura y nación. Apuntes para situar el problema de la identidad cultural latinoamericana¨, en: Pensamiento Español y Latinoamericano Contemporáneo. Varios autores. Editorial Feijóo. Universidad Central de Las Villas. p.10. [48] México en su lucha por la tierra. Obra citada, p. 262. 136