La temporalidad como mecanismo de poder en la historiografía

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Historias que vienen:
Revista de Estudiantes de Historia (6:2015)
La temporalidad como mecanismo de poder en la
historiografía liberal y conservadora chilena:
Repensando las construcciones historiográficas de
nación y ciudadanía en las primeras décadas del
siglo XX en Chile.
Mario Enrique Azara Guerrero1
Resumen
La historiografía chilena de comienzos del siglo XX ha
sido estudiada desde diversas perspectivas que
incluyen las categorías de nación, conflictos de clase,
pugnas políticas, y otras, sin embargo, no se ha
prestado atención al papel que cumplen las
concepciones de tiempo en la construcción de una idea
de nación, y su influencia en la determinación de
quiénes son partícipes de ésta y quiénes no.
Postulamos que, si bien no se ha dado importancia a
las concepciones temporales presentes en los discursos
historiográficos comienzos del XX, estas son gravitantes
porque determinan qué aspectos son relevantes para
ser resaltados como parte de la historia nacional y qué
sujetos serían los que forman parte de esta historia,
legitimando así un tipo de comunidad determinada,
como es la nación.
Tiempo, Historia y Nación
El enfoque de esta investigación está puesto en
la relación existente entre la Historia y el tiempo en la
construcción
de
las
“historias
nacionales”,
específicamente en el caso de la historiografía liberal y
conservadora en Chile a comienzos del siglo XX. El
período es relevante porque se dan una serie de
debates sobre lo que es la nación cuestionando las
bases que legitimaron el orden establecido por el
Estado durante el siglo XIX. De algún modo, los
contrates y ambivalencias en torno a lo que es “Chile”,
convirtieron a ese período en un momento que tiene
Licenciado en Historia de la Universidad Diego Portales.
Actualmente
estudiante
del
Magister
en
Estudios
Latinoamericanos de la Universidad de Chile. Correo:
[email protected]
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mucho de refundacional y que influirá durante todo el
siglo XX y comienzos del XXI.
En primer lugar, es necesario establecer la
relación entre los conceptos de tiempo, historiografía y
nación. La intrínseca unión de estos conceptos y su
relación con las estructuras de poder, para el caso de
América Latina, queda patente con los movimientos de
independencia que se comenzaron a desarrollar a
comienzos del siglo XIX, que implicaron procesos de
construcción de “Estados-nacionales” sustentados en
ideales homogeneizantes que permitieran crear una
“unidad ficticia” entre los distintos colectivos que
conformaban la sociedad. Dado que la historia ha sido
comprendida como una realidad innegable, no se ha
prestado atención al aspecto temporal implícito en ella,
ni a la influencia de éste en la construcción de las ideas
de nación. En esta investigación postulamos que la
disciplina histórica, lejos de aludir a una materia que
tiene una única temporalidad incuestionable, se
construye en función de los intereses de grupos
particulares que se manifiestan en los acontecimientos
y protagonistas que aparecen destacados en la
cronología histórica nacional.
En este sentido, las construcciones históricas
(fundamentalmente
nacionales)
ligadas
a
la
conformación de los Estados nacionales modernos
poseen un carácter eminentemente político. Como
plantea Mario Rufer:
... una premisa central que ya ha sido planteada por
Benedict Anderson y Francois Hartog, entre otros: [es
que] las nociones de tiempo que la historia (y
particularmente la historia nacional) mantiene como
base de sus operaciones discursivas, son nociones
políticas (no unidades mecánicas de distribución de la
experiencia ni taxonomías físicas mesurables).2
Esto permite considerar los discursos históricos
no solo como verdades específicas, sino como
construcciones políticas al servicio de determinados
RUFER, Mario, La temporalidad como política, nación, formas de
pasado
y
perspectivas
poscoloniales.
P.
12-13
[PDF].
<http://www.scielo.org.co/pdf/meso/v14n28/v14n28a02.pdf>
[Consulta: 31 mayo 2013]
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intereses y, por lo tanto, interpretaciones parciales, que
determinan los marcos de legitimidad de aquellos que
los promueven. Así, incluyendo una única forma de
temporalidad considerada “universal”, se legitima la
incorporación a la noción de ciudadanía y nacionalidad
solo a aquellos sujetos que se identifican con los
eventos históricos destacados, excluyéndose a quienes
no lo hacen.
Esta investigación se centrará en tres conceptos
específicos, como mencionamos anteriormente, que
direccionarán el análisis: tiempo, historiografía y
nación. Si bien son conceptos distintos, para efectos de
esta investigación se hace extremadamente difícil
definirlos por separado debido a que tiempo e
historiografía se conjugan para la construcción de la
nación por lo que los definiremos en conjunto,
relacionándolos entre sí.
El tiempo es difícil de definir y en torno a él han
girado muchos debates. En la antigüedad, Aristóteles3
lo definía como un elemento mecánico. San Agustín4,
por su parte, establece la idea del tiempo como un
triple presente donde confluyen el pasado de las cosas
presentes, el presente de las cosas presentes y el futuro
de las cosas presentes, lo que le permite concebirlo
como experiencia humana. Más adelante, por nombrar
a algunos de los pensadores que han reflexionado sobre
el término, Walter Benjamin5 analiza el tiempo
instrumentalizado dentro de la modernidad en función
del progreso, y lo concibe como homogéneo y vacío,
homogéneo, debido a que se establece como la única
forma posible de concebirlo excluyendo cualquier
diferencia; y vacío, porque puede llenarse con una
masa de hechos históricos diversos. En base a esto,
Benjamin señala que esta idea de progreso ha
“capturado” la historia, impidiéndole hacer otra cosa
que seguir adicionando datos y ver crecer la masa de
hechos que van llenado el pasado. Esta idea queda
muy bien representada en la imagen del “Ángel de la
ARISTÓTELES, Física, España, Gredos, 1998.
AGUSTÍN, Santo, Obispo de Hipona, Las confesiones, Madrid,
Alianza, 1996.
5 BENJAMIN, Walter, Conceptos de filosofía de la historia, Buenos
Aires, Terramar, 2007.
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Historia” cuya
[…] cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para
nosotros aparece como una cadena de acontecimientos,
él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar
ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel
quisiera detenerse, despertar a los muertos y
recomponer lo despedazado. Pero una tormenta
desciende del paraíso y se arremolina en sus alas y es
tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta
tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro,
al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de
ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo
que llamamos progreso6.
Esta idea es retomada por Benedict Anderson, en
su análisis sobre la construcción de las comunidades
nacionales, señala que el “[…]‘tiempo homogéneo,
vacío’, [es] donde la simultaneidad es, por decirlo así,
transversa, de tiempo cruzado, no marcada por la
prefiguración y la realización, sino por la coincidencia
temporal, y medida por el reloj y el calendario”7, es
decir una concepción universal del tiempo, prefigurado
y fijado sin relación alguna con las prácticas sociales,
que se va llenando de acontecimientos y sucesos
“importantes” para las clases que detentan el poder.
Son ellos los que plantean su comprensión de la
experiencia humana y, con ello, un marco temporal
determinado como el único posible, ligado a la
construcción de los Estados nacionales y a su
búsqueda de una legitimidad que los sustente.
En este sentido, la escritura de la historia cobra
vital importancia porque se establece como aquella
disciplina que tiene en sus entrañas la capacidad de
controlar la construcción del tiempo. Por ejemplo, Marc
Bloch plantea que “éste [el tiempo] es el plasma en el
que se bañaban los fenómenos históricos”8; en tanto
que Alfredo Jocelyn-Holt9 señala que la característica
Ibíd. P. 70. Las negrillas son mías.
ANDERSON, Benedict, Comunidades imaginadas, México, Fondo
de Cultura Económica, 1993, P. 46.
8 BLOCH, Marc, Introducción a la Historia, México, Fondo de
Cultura Económica, 2006, P. 31.
9 JOCELYN-HOLT, Alfredo, Historia General de Chile, Santiago,
Sudamericana, 2004.
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principal de la historia es el “control” del tiempo, por lo
menos el control de un sentido de tiempo histórico. De
esta forma, la escritura de una “historia nacional”, no
puede pensarse, hoy, como imparcial, sino como la
construcción de una o varias realidades históricas que
responden a concepciones políticas vinculadas a la
creación de los Estados nacionales, momento en el que,
no por casualidad, se pensó la Historia como una
disciplina científica.
Desde una perspectiva distinta, Walter Mignolo10
hace un planteamiento interesante sobre las
concepciones temporales en la producción del
conocimiento en las ciencias sociales. El autor revela el
carácter central que posee el tiempo en la epistemología
occidental moderna, como eje articulador de lo que él
llama la diferencia colonial, esta última consiste en la
imposición de una única forma de conocimiento,
sustentada en un solo tiempo universal, que anula
cualquier otra epistemología no occidental (indígena,
asiática, etc.). La función del tiempo dentro de este
discurso permite extender una línea que separa la
naturaleza de la civilización, ubicando a las sociedades
“menos avanzadas” (fundamentalmente todas las no
occidentales y principalmente las indígenas) más cerca
de la naturaleza que de la civilización, mientras que la
sociedad europea se encontraría del lado de la
civilización. Así, la noción de tiempo permite diferenciar
sociedades que se desenvuelven en un mismo territorio.
Antes, en la época medieval, esta diferenciación se
hacía mediante una separación espacial que colocaba a
los “bárbaros” en los límites espaciales de la
civilización; ahora los bárbaros se transforman en
“primitivos” que entran en la diferenciación temporal.
De esta forma, entenderemos el tiempo como una
construcción social que es capaz de dar cuenta de la
experiencia de los sujetos, pero que a su vez puede ser
empleado como medio de dominación, es decir como
sustento de formas de poder determinadas, sobretodo,
cuando se trata de establecer modelos sociales
CONFERÊNCIA INTERNACIONAL: A CONSTRUÇÃO DO TEMPO E
OS FUTUROS POSSÍVEIS, Rio de Janeiro, Brasil, 10-12 mayo,
1999. Mignolo, Walter, “Coloniality at Large: Time and the colonial
difference”.
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estandarizados
que
busquen
homogeneizar
la
experiencia. Un ejemplo básico de esto es el calendario.
Por otro lado, la Historia como disciplina
supuestamente científica, está íntimamente relacionada
con el surgimiento de los Estados nacionales europeos,
ya que fue pensada como un medio de legitimación
para las clases dirigentes y de los mismos Estados
modernos;
así
como
un
mecanismo
de
homogeneización para el resto de la sociedad. El
mecanismo consistía en construir, a través del relato
histórico, un origen “nacional” común, que muchas
veces se situó en un tiempo anterior a la formación del
Estado, y que se fundaba en elementos supuestamente
comunes como las lenguas vernáculas, las costumbres
o las creencias.
En este sentido, la relación entre historia y poder
es clave en el desarrollo y legitimación de determinadas
estructuras, especialmente las de poder, en la
conformación de las sociedades modernas, dentro de
los procesos de legitimación realizados en los nacientes
Estados nacionales que se conformaron en América.
Así, la idea de una sociedad unificada, con un origen
común, fue fundamental.
Desde una perspectiva más contemporánea, la
teoría poscolonial de finales del siglo XX, a la cual
pertenecen las reflexiones de Mignolo, plantea una
crítica a las ideas tradicionales de la construcción de
los Estados nacionales, principalmente en los casos de
Asia, África y América del Sur, donde difícilmente se
pueden
establecer
los
modelos
de
nación
homogeneizante, exportados por Europa, sin que ello
conlleve una violencia implícita o explícita de la
diversidad cultural de estas regiones. La crítica se
dirige, principalmente, a la construcción histórica de la
nación y al carácter de verdad irrefutable que se le
tiende a otorgar.
En este sentido, son interesantes, y sugerentes, la
ideas planteadas por Michel-Rolph Trouillot en su libro
Silencing the past. El autor plantea allí una discusión
entre lo que es considerado historia y lo que no lo es,
sobre todo por la intención de generar una verdad a
través de las dinámicas colonialistas llevadas a cabo
desde Occidente hacia el resto del mundo. En este
sentido, Trouillot señala que “la clasificación de todas
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las
[sociedades]
no
occidentales
como
fundamentalmente no históricas está ligada a la
presuposición de que la historia requiere un sentido
lineal y acumulativo del tiempo que permita al
observador aislar el pasado como una entidad
distinta”11. Esto es interesante porque da cuenta del
proceso que ocurre en América al momento de crear los
Estado nacionales en el siglo XIX, es decir, de la
capacidad de la historia, como disciplina, para
establecer una temporalidad única y universal,
pensada en términos lineales, que le permite,
finalmente, el control del tiempo. Ello, junto con su
capacidad para construir “verdades”, la convierte en el
medio perfecto para legitimar los Estados nacionales,
estableciendo una sola versión de
lo que era
considerado como “historia nacional”. Todo, y todos, los
que no entraban en ese relato quedaban relegados a un
no tiempo o a pasados tan remotos que no
constituirían parte de la historia. En otras palabras, y
citando nuevamente a Rufer, las historias nacionales
perpetuaron una idea central del dominio colonial “la
abstracción de las temporalidades múltiples (y los
mundos de la vida divergentes) en la imagen
omnicomprensiva
de
la
nación
homogénea
independiente”12.
En cuanto al concepto de nación, Anderson lo
describe como una “comunidad política imaginada
como inherentemente limitada y soberana”13, distinta a
las otras comunidades, como la religiosa o dinásticas.
En sus palabras:
Es imaginada porque aún los miembros de la Nación
más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus
compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de
ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de
su comunión14.
Así, el autor postula que existen una serie de
artefactos culturales que son creados, por una clase
TROUILLOT, Michael-Rolph, Silencing the past. Boston, Beacon
Press Books, 1995, P. 7. La traducción y las negrillas son mías.
12 RUFER, Mario, op.cit. p. 15.
13 ANDERSON, Benedict, op.cit. p. 23.
14 Ibíd.
11
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particular, para generar un apego espontaneo de las
personas hacia la idea de nación. Estos artefactos de
difusión serían, por ejemplo, publicaciones como
novelas y periódicos, los que generan una difusión de
los sistemas ideológicos que componen el Estado. Es lo
que el autor denomina como “capitalismo impreso”. En
nuestro caso, la historiografía será uno de estos medios
de difusión y legitimación de la idea de nación y
expansión del capitalismo impreso, estableciendo una
historia nacional que se plantea como única e
irrefutable.
De
esta
forma,
como
plantea
Dipesh
15
Chakrabarty , en su análisis para el caso de la India,
los tres conceptos se relacionan directamente. Para el
autor, uno de los factores predominantes en la
construcción de los relatos históricos es “el deseo de
ser moderno”, que, marcado por el intento de construir
una historia nacional bajo los parámetros de la
modernidad europea, es decir de una identidad
nacional recreada en el sujeto ciudadano, estaría
destinada a fracasar en otras regiones como la India o
América del Sur. Esto debido a que esta historia es
incapaz de dar cuenta de otras realidades mientras
tenga como su centro el referente europeo. Volviendo a
Rufer,
[…] en la historia-narración, el sujeto ciudadano (que
en los países poscoloniales responde generalmente a
un sujeto fallido, en transición, racializado, mestizo)
reemplazó al dominado colonial bajo un aspecto que la
historia hizo
propio: la abstracción de
las
temporalidades múltiples (y los mundos de la vida
divergentes) en la imagen omnicomprensiva de la
nación homogénea independiente.16
El problema del tiempo, entendido en clave
nacional, es que sólo permite la creación de una, y solo
una, identidad nacional, de modo que toda otra forma
de concebir la temporalidad, es decir la experiencia,
CHAKRABARTY, Dipesh, “La poscolonialidad y el artilugio de la
historia: ¿Quién habla en nombre de los pasados “indios”?”, En:
DUBE, Saurabh, comp. Pasados Poscoloniales. México, Colegio de
México, 1999.
16 RUFER, Mario, op.cit. p. 15.
15
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queda relegada en el discurso histórico, al pasado. En
este sentido, encontramos el análisis que hace Rufer de
los postulados de Johannes Fabian en Time and the
other cuando este último plantea que “al espacializar el
tiempo, la diferencia cultural del Otro es concebida
como distancia”17. Una distancia que permite aislar en
el pasado, aquellas otras formas de concebir el tiempo,
lo que se aprecia, por ejemplo, en la división de campo
que se hace entre antropología e historia, donde las
comunidades indígenas, comúnmente, son relegadas a
la primera y excluidas de la segunda.
Es en función de todo lo anterior que postulamos
que las concepciones universales de “tiempo
homogéneo vacío”, que comprende tanto la linealidad
propia de los ideales liberales, así como una forma
cíclica de un eterno retorno a un pasado, representada
en los conservadores, determinan distintas ideas de
nación y, por lo tanto, de ciudadanía de los sujetos que
la conforman. Este proceso no sólo incluye a los sujetos
considerados “nacionales” sino que excluye, a través de
una violencia implícita, realidades y formas de
identidad distintas a las predominantes en esos
discursos. En esta investigación analizaremos,
principalmente, el elemento temporal presente en los
discursos historiográficos erigidos por las principales
corrientes historiográficas de la época: la liberal y la
conservadora.
Entre el optimismo desenfrenado y el pesimismo
obsecuente
Las primeras décadas del siglo XX chileno puede
pensarse como una serie de contradicciones y
ambivalencias, producto de los contrastes existentes
entre las promesas de modernidad, es decir, la idea de
un futuro brillante para Chile asegurado, en ese
momento, en la bonanza económica del salitre; y la otra
realidad palpable en los demás ámbitos de la vida
nacional, con el surgimiento de nuevos actores y
modelos de país, consecuencia de los mismos procesos
de modernización dentro de los cuales no estaban
incluidos, y que por lo tanto constituyen la contraparte
17
Ibíd. p. 17.
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de ese optimismo “modernizante”. En este sentido, la
tensión existente entre estas dos realidades va a
producir un escenario en el que van a resaltar distintos
actores que venían cobrando relevancia desde el siglo
anterior, quienes darán cuenta de un profundo
sentimiento de inconformidad y desilusión en todos los
niveles de la vida nacional, que contrasta con el
optimismo que mostraba la oligarquía en cuanto al
progreso modernizante de la nación.
Así, podemos pensar que la tensión entre estas
dos caras de la modernidad, es decir entre ambas
realidades, generó un ambiente de crisis, debido a que
se comenzarán a cuestionar las bases en las que se
legitimaba no tan solo el gobierno sino la sociedad en
general, del que darán cuenta los numerosos discursos
y debates que se gestaron en la esfera pública durante
este período. De esta forma, los distintos ámbitos de la
vida nacional, como la economía, la política, la
vivienda, la educación, e incluso la historia, entre otros;
se erigirán como campos de batalla entre las diferentes
corrientes que encarnarán las disímiles visiones sobre
la modernización del país y sus consecuencias, así
como las ideas de nación y la inclusión o exclusión de
determinados sujetos.
Es interesante, y sugerente, considerar la
categoría de tiempo como el eje central que subyace a
estos debates, junto con otras como clase, raza, etc.,
porque va a ser la concepción temporal la que delimite
los marcos de lo que es considerado dentro de la
historia nacional y aquello que no. De esta forma, la
Historia se articula como la base que va a sostener y/o
criticar, determinados modelos de Estado y de
sociedad. En este sentido, podemos pensar que en este
comienzo de siglo asistimos a un choque de estructuras
temporales que pugnan por establecer un modelo
determinado de sociedad, y por lo tanto de nación. El
motivo por el que podemos pensar que el tiempo se
erige como una categoría que no puede ser obviada, es
que la construcción de la nación, dentro del
pensamiento moderno, en función de una idea de
tiempo homogéneo-vacío18, implica una, y solo una,
determinada forma de comprender la sociedad, que
18
ANDERSON, Benedict, op.cit.
10
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excluye cualquier otro tipo de experiencia temporal,
relegándola del ámbito de la historia, aspecto que, en el
caso de Chile, se evidencia en la composición de las
historias nacionales propuestas por las corrientes
liberal y conservadora como evidenciaremos más
adelante.
Durante el siglo XX, se produce la incorporación
de nuevos actores a la esfera pública nacional (clase
media, proletarios, “campesinos”, entre otros) que
cuestionan los modelos aristocráticos de pensar la
nación y se posicionan de forma crítica frente a los
procesos de modernización, cuestionando su verdadero
alcance dentro de la mayor parte de la sociedad. No es
que se opongan a los procesos de modernización, sino
que objetan su verdadero alcance hacia los grupos
marginales de la población.
El contexto específico en el que surgen estos
nuevos actores, está marcado por el desarrollo de
medidas concretas de modernización que se venían
aplicando desde la segunda mitad del siglo XIX,
especialmente después de la Guerra del Pacífico y la
explotación del mercado del salitre en 1883, que le
otorgó al Estado los recursos necesarios para hacerse
presente a lo largo y ancho del territorio nacional19.
Dentro de estas medidas destaca, como uno de sus
pilares
fundamentales,
la
inversión
en
la
infraestructura ferroviaria y en las redes de
comunicación, por ejemplo “se expandió la red de
telegrafía, se instalaron las primeras líneas telefónicas,
se construyeron caminos, puentes, obras marítimas y
portuarias y los ferrocarriles estatales, que hacia 1890
cubrían poco más de 1.000 kilómetros, abarcaban
5.000
en
1913”20.
Económicamente,
el
país
experimentó una industrialización, promovida por la
19CORREA,
Sofía; JOCELYN-HOLT, Alfredo; FIGUEROA, Consuelo;
ROLLE, Claudio y VICUÑA, Manuel. Historia del Siglo XX chileno,
Santiago,
Editorial
Sudamericana Chilena, 2001.
Estos
historiadores han planteado que, a pesar de que la explotación del
salitre quedó en manos de empresas privadas extranjeras, el
impuesto que cobraba el Estado hacía que las ganancias se
repartieran en partes iguales entre las utilidades de las empresas,
el costo de extracción y el porcentaje que le correspondía al
Estado.
20 Ibíd. P. 24.
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presencia extranjera y debida, sobre todo, a la
explotación del salitre21 que inundó también la
producción en el campo a través de la incorporación de
nuevas tecnologías y maquinarias, que desde 1883
fueron estimuladas por la Sociedad de Fomento Fabril
(SOFOFA), lo que se tradujo en un aumento
exponencial de la cantidad de industrias en el país. Por
otra parte, esta presencia industrial en el campo
propiciará procesos de migración interna que llevaran
flujos poblacionales a las ciudades, elemento que
propiciará el surgimiento de nuevos actores dentro de
la esfera pública
urbana, como los obreros, que
tendrán un rol fundamental en el ámbito público de
comienzos del siglo XX22.
Por otro lado, la contraparte del progreso material
de la modernización se siente con fuerza en los sectores
“bajos” de la sociedad, que viven en condiciones
paupérrimas en casas como conventillos o habitaciones
que no reunían las características necesarias para el
desarrollo de una vida digna y saludable23. Lo que se
agrava con los procesos migratorios internos (campociudad), que venían produciéndose desde las últimas
dos décadas del siglo XIX debido, como mencionamos,
a la implementación de maquinaria en el campo y la
creación de nuevos puestos de trabajo en la ciudad.
Entre 1875 y 1907 la población rural se redujo de un
73 por ciento a un 57 por ciento a favor del aumento de
la población urbana24, sobre todo en Santiago que en
Ver: ORTEGA, Luís, Chile en ruta al capitalismo: cambio, euforia
y depresión 1850-1880, Santiago Chile, LOM Centro de
Investigaciones Barros Arana, 2005. BLAKEMORE, Harold;
ORTEGA, Luis (ed.), Dos estudios sobre el salitre y política en Chile:
(1870-1895), Santiago, Universidad de Santiago de Chile.
Departamento de Historia, 1991.
22 CORREA, et.al, op.cit.
23 Ver: SAGREDO BAEZA, Rafael, Historia de la vida privada en
Chile, Santiago, Taurus, 2007-2008. RAMÓN DE, Armando;
GROSS, Patricio (comps.), Santiago de Chile: Características
histórico ambientales, 1891-1924, Londres, Monografías de nueva
historia, 1985. ROMERO, Luis Alberto, ¿Qué hacer con los pobres?
Elites y sectores populares en Santiago de Chile 1840-1895,
Santiago, Chile: Ariadna Eds., 2007. ESPINOZA, Vicente, Para una
historia de los pobres en la ciudad, Santiago, Ediciones SUR, 1988.
24 MORRIS, James, “La cuestión social”, En: GODOY URZÚA,
Hernán, Estructura social de chile, Santiago, Los Andes, 2000, p.
238.
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1895 contaba con “256.403 habitantes, y en 1907, con
332.724”25, elemento que la terminó por consolidar
como la ciudad más importante del país. Sin embargo,
las ciudades no estaban preparadas para recibir estos
flujos migratorios, lo que se tradujo en el hacinamiento
y la propagación de enfermedades, debido a las
pésimas condiciones higiénicas. Un documento titulado
La mortalidad de los niños en Chile, publicado por La
Sociedad Protectora de la Infancia, señala que, para el
segundo lustro de la década de 1880, la mortalidad
infantil ascendía al 30,3% y que “de cada 1,000
defunciones que se anotan cada año mas del 50%, hai
quienes la hacen subir a 60%, está representado por
los niños, en tanto que en Europa apenas representan
el 46%”26.
La
modernización
también
tendrá
como
consecuencia, producto de la industrialización del
norte salitrero del país desde finales del siglo XIX, la
conformación de una clase proletaria que adquirirá
cada vez más protagonismo en la esfera pública. Desde
1890, que se realizó la primera huelga grande del país,
la situación social de las clases marginales se fue
deteriorando progresivamente sin que el Estado tomara
medidas para mejorarla. Es en este punto que los
sectores proletarios adquirieron protagonismo en la
esfera pública, organizando y liderando una serie de
huelgas y protestas que apuntaban a la mejora de sus
condiciones de trabajo, vivienda, alimentación, salud,
etc. De esta forma, el siglo XX comienza con una serie
de huelgas, la primera de las más grandes, se produjo
en Valparaíso (1903), a partir de una huelga portuaria
que duró varias semanas, a la que siguieron la de
Santiago en 1905, producida por los altos precios de la
carne; la de Antofagasta en 1906; para llegar a un
punto álgido en 1907 con la matanza de Santa María
de Iquique27.
Estas voces disidentes van a representar
estructuras sociales que no calzan del todo dentro de
las ideas del tiempo homogéneo-vacío y que reclaman
CORREA, et.al., op.cit. p. 27.
SIERRA, L. y MOORE, Eduardo, La mortalidad de los niños en
Chile, Valparaíso, Imprenta y Litografía Central, 1895, P. 7.
27 MORRIS, James, op.cit. P. 242-243.
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por ser incluidas en un modelo de nación heterogéneo
que reconozca sus méritos en la construcción y el
desarrollo del país, así como también dentro de la
Historia nacional. En cierta forma, la historia escrita
por estos sectores, a través de personajes como
Recabarren28 por ejemplo, hace “saltar el continuum de
la historia”29, resquebrajando esta unidad temporal
ficticia que sostiene la idea del tiempo como homogéneo
y vacío, algo así como buscando que el “ángel de la
historia” logre reaccionar frente al huracán del
progreso, característica que Bejamin señala como
“propia de las clases revolucionarias en el instante de
su acción”30
En síntesis, el resultado de un proceso de
modernización excluyente, y por lo tanto desigual, que
genera las condiciones para el surgimiento de nuevas
clases sociales que se van a encontrar frente a frente en
la esfera pública, va a tensionar el ambiente nacional,
produciendo una sensación de crisis y, por lo tanto, la
elaboración de nuevas formas de pensar la nación y la
historia nacional. En este sentido, es interesante que
muchos de estos discursos no se quedaron sólo en
propuestas que apuntaban a la mejora de problemas
específicos, sino que se formularon en términos de
propuestas globales que suponían un cambio
trascendental en las ideas sobre las que se había
erigido hasta entonces el país, cuestionando sobre todo
categorías como la de nación y ciudadanía. Finalmente,
esta época pone de manifiesto una crisis sobre “¿qué es
la nación?”, pero sobre todo ¿quiénes forman parte de
ella? Estas, entre otras, son preguntas fundamentales
que se realizan en la época y que nosotros no podemos
obviar al momento de estudiar este comienzo de siglo
que va a tener mucho de “fundacional” para el devenir
del país.
Así, la Historia se establecerá como el campo en
Aquí aludimos al famoso discurso de Recabarren para el
centenario: Conferencia dictada en Rengo, la noche del 3 de
septiembre de 1910, con ocasión del Primer Centenario de la
Independencia.
Disponible
en:
http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0003647.pdf.
29 BENJAMIN, Walter, Conceptos de filosofía de la historia, Buenos
Aires, Terramar, 2007, P. 73.
30 Ibíd.
28
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Historias que vienen:
Revista de Estudiantes de Historia (6:2015)
que se enfrentarán las distintas posturas. En este
sentido, ya hemos mencionado el papel que cumple la
historia en la construcción de los Estados nacionales
modernos, a través de la elaboración de un discurso
homogeneizante que sienta las bases de la nación en
una serie de características específicas, muchas veces
excluyentes. En el caso de Chile, la historia actuará,
como menciona Julio Pinto, como el “espejo”, es decir el
reflejo, de las “batallas”, tanto sociales como políticas,
que se entablan sobre el tipo de país que se quiere y las
demandas del pueblo por ser escuchados dentro de
esta lucha31. En este sentido, podemos pensar en la
elaboración historiográfica como un instrumento para
la legitimación de ideas temporales que sustentan, a su
vez, modelos de nación y de ciudadanía, situando en el
pasado aquellos elementos que caracterizan aquello
que es considerado aceptable en el presente.
La temporalidad como eje de la historia nacional. La
construcción de la nación y la sociedad en la
historiografía liberal y conservadora
Durante el siglo XX, producto del ambiente de
crisis y el surgimiento de nuevos actores sociales, en
Chile se desarrolló un debate historiográfico en torno a
la forma de concebir la “historia nacional” y los valores
que ésta debía comprender. En esta investigación se
plantea que las concepciones de un tiempo homogéneo
vacío (considerado universal), que comprende tanto
una forma lineal y progresiva de entender el tiempo
encarnada por los ideales liberales, como una forma
más cíclica de un eterno retorno a un pasado
específico, es decir hacia una tradición determinada
que legitima el presente, como una nación atávica de
existencia inmutable, determinan distintas ideas de
nación que han pugnado en Chile, estableciendo
distintas concepciones de ciudadanía. Ambos procesos
no sólo incluyen a los nacionales sino que excluyen, a
través de una violencia implícita, realidades y formas
de identidad distintas a las predominantes en esos
31PINTO,
Julio, Cien años de propuestas y combates: la
historiografía chilena del siglo XX, México, Universidad Autónoma
Metropolitana, 2006.
15
Historias que vienen:
Revista de Estudiantes de Historia (6:2015)
discursos. En este apartado nos enfocaremos
principalmente al elemento temporal presente en los
discursos historiográficos erigidos por las principales
corrientes historiográficas de la época: la liberal y la
conservadora, con las exclusiones que ellas conllevan.
Para dar cuenta esto analizaremos dos casos. El
primero, consiste en la idea de establecer una forma de
comprender el desarrollo cronológico de la historia
nacional en La Fronda Aristocrática en Chile, original de
1927, obra de Alberto Edwards y en Las Ideas Políticas
en Chile, original de 1946, de Ricardo Donoso que él
mismo planteó como una respuesta al trabajo de
Edwards. Nos centraremos, específicamente, en las
formas de interpretar la independencia, y la posterior
intervención de Diego Portales en la “historia nacional”.
Ambos autores coinciden en que la sociedad de
ese momento era netamente aristocrática, debido a que
estos sujetos eran los que tenían el poder, mientras que
el pueblo no se preocupaba del acontecer político y el
componente indígena era prácticamente inexistente.
Sin embargo, a partir de este punto encontramos
diferencias en las interpretaciones. Ya que si bien los
dos se fundan en una idea del tiempo como homogéneo
y vacío, los parámetros que homogeneizan la
experiencia temporal que delimite los marcos de la
nación son distintos.
Para
Edwards,
referente
del
pensamiento
conservador, la Independencia es vista como un evento
fortuito y accidental32, por lo que, para él, si Napoleón
no hubiera invadido la península Ibérica y apresado al
Rey, nunca se habría producido este evento, ya que la
sociedad chilena estaba formada en la tradición y en
los lazos de obediencia hacia el monarca. Por lo tanto,
la Independencia no sería sino un acontecimiento más
dentro de la “masa de hechos” que compone el
continuum de la historia nacional, cuyas raíces se
encuentran en la Colonia, desconociendo todo
trasfondo doctrinario o ideológico. Así Edwards apela a
la idea de un Alma Nacional que se quiebra con la
independencia pero que se recompuso con la figura de
Diego Portales y la “restauración” que habría llevado a
EDWARDS, Alberto, La fronda aristocrática en Chile, Santiago,
Editorial universitaria, 2012, p. 46.
32
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Historias que vienen:
Revista de Estudiantes de Historia (6:2015)
cabo en 1830, invisivilizando, por cierto, los 20 años de
gobierno liberal. Menciona que la obra de Portales fue:
La restauración de un hecho y un sentimiento, que
habían servido de base al orden público, durante la paz
octaviana de los tres siglos de la colonia; el hecho, era
la existencia de un poder fuerte y duradero, superior al
prestigio de un caudillo o la fuerza de una facción; el
sentimiento, era el respeto tradicional por la autoridad
en abstracto, por el poder legítimamente establecido con
independencia de quienes lo ejercían33.
Por su parte, Donoso34 se refiere a la
Independencia como un acontecimiento eminentemente
ideológico, reivindicando las acciones de los liberales, o
libres pensadores, y los padres de la patria, en sus
esfuerzos por romper el vínculo con el pasado colonial y
permitir el progreso de la nación. Para esto recurre al
positivismo propio de la historiografía liberal
decimonónica, mostrando un abundante trabajo de
fuentes y citas. Para Donoso la influencia ideológica de
la Independencia, manifestada en el tránsito de ideas
entre las aristocracias latinoamericanas que llevó al
surgimiento de un sentimiento de solidaridad entre
ellas, es central. De esta forma, al contrario de
Edwards, para Donoso éste no fue un hecho fortuito
sino una gesta premeditada en favor de los derechos
del hombre que marca un quiebre con el pasado
colonial. En este sentido, sería el punto de partida de la
historia nacional. Por lo tanto, para Donoso no habría
existido una restauración, como la de Portales, sino
que, por el contrario, había que avanzar en la
configuración
de
una
República
democrática
conformada por ciudadanos libres. En el modelo
histórico planteado por Donoso, la Independencia se
erige como el origen mítico de la nación que legitima el
establecimiento del Estado y un hito en la búsqueda
del progreso.
En este sentido, las acciones de Portales fueron,
para los liberales, un contratiempo en el avance hacia
el desarrollo de un sistema político-democrático, que
Ibíd. P. 61, Las negrillas son mías.
DONOSO, Ricardo, Historia de las Ideas Políticas en Chile,
México, Fondo de Cultura Económico, 1946.
33
34
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además señalaría el nivel de atraso en que estaba
sumergido
Chile.
Donoso
plantea
que
esta
“restauración portaleana”, más que el éxito de un
partido y una doctrina, es una reacción social que
resultaría en la organización definitiva de la República,
acorde con el estado de desarrollo de la sociedad y
cultura política35. En otras palabras el pueblo tenía el
gobierno que se merecía, a pesar de los esfuerzos
liberales por ampliar sus derechos.
Hasta aquí hemos observado algunos ejemplos de
la función cronológica del tiempo para resaltar
determinados acontecimientos con el propósito de
fortalecer algunas posturas y debilitar u ocultar otras,
en función de establecer modelos de nación. En este
sentido, lo relevante aquí es qué tipo de pasado es
necesario recordar en la tradición histórica del país,
para darle sentido al presente y enfrentar el futuro.
En ese proceso de mostrar y ocultar, no todos los
sujetos ingresan a la historia nacional. En este punto
haremos referencia a algunas obras de Domingo
Amunátegui Solar, Historia social de Chile (1932) y
Formación de la nacionalidad chilena (1943); y de
Francisco Antonio Encina, Nuestra inferioridad
económica, original de 1912.
Ambos autores presentan perspectivas diferentes.
Mientras Amunátegui se centra en el estudio de los
orígenes de la estructura social chilena y su evolución
hasta el siglo XX, Encina se enfoca en los motivos de la
crisis de la economía nacional a comienzos del siglo XX,
para lo que, sin embargo, se refiere a la constitución de
la estructura social del país. Pese a sus diferencias, en
ambos autores encontramos fuertes concepciones
raciales que, conjugadas con las categorías temporales,
establecen estratos y estándares de ciudadanía.
Amunátegui, por ejemplo, dedica varias partes de
sus libros a la conformación de las clases bajas. El
autor, establece una evolución cronológica de estas
clases en función de sus rasgos culturales y aptitudes
físicas, desde la colonia hasta su presente. Para él “los
progresos de la colonia fundada por Pedro de Valdivia
no se debieron […] a la lucha entre dos razas de
equivalente cultura, sino por la conquista paulatina de
35
Ibíd. P. 98.
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un pueblo casi bárbaro por otro que llevaba varios siglos
de civilización europea”36. Amunátegui plantea que esa
mezcla entre una cultura avanzada, los españoles, y
otra atrasada, los indígenas, es el origen de la sociedad
chilena actual; señalando que la gran mayoría de la
población, al momento de la Independencia, era el
resultado mestizo de esa mezcla. De manera que “si a
veces los conquistadores se portaron crueles con los
naturales de América no puede negarse que fueron
grandemente humanos cuando confundieron su sangre
con la de ellos, y formaran de las dos nacionalidades”37.
Para el autor los mestizos estarían más avanzados
que los indígenas, a pesar que heredaran muchos de
sus males como el alcoholismo. Ha sido el acceso a la
educación la que los sitúa en otro estrato.
Lentamente han ido modificando sus costumbres y sus
ideas, hasta convertirse en un pueblo culto, idóneo
para los trabajos más difíciles y complicados de la vida
moderna […] la mejor prueba de esta afirmación se
halla en la actual condición social de nuestras clases
populares. Esta es muy superior a la de las
reducciones de los siglos XVI y XVII38.
Así, el tiempo sirve para otorgar características
diferentes a los mestizos en función de su progreso
tempo-evolutivo (serían la mezcla entre una raza
primitiva y una civilizada) que los desmarca de los
indígenas como una raza diferente. De esta forma, el
tiempo actúa como el eje en el que sitúa a los sujetos y
se les determina racialmente, en el presente o en el
pasado.
Por su parte, Encina plantea un “lazo indisoluble
entre el suelo y la raza”39. Para él en ese momento Chile
se encontraría en una crisis debido a su atraso en
materia económica y social, pero, sobre todo, a la
influencia de factores extranjeros y extranjerizantes
AMUNÁTEGUI SOLAR, Domingo, Formación de la nacionalidad
chilena, Santiago, Eds. Universidad de Chile, 1943, P. 8, Las
negrillas son mías.
37 Ibíd. P. 137, Las negrillas son mías.
38 Ibíd. P. 25.
39 ENCINA, Francisco, Nuestra inferioridad económica, Santiago,
Editorial universitaria, 1981, P. 36.
36
19
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Revista de Estudiantes de Historia (6:2015)
que se estaban instalando en el país. Dada la
preeminencia de una economía pre-industrial y agrícola
era
menester
limitar
el
contacto
extranjero,
readaptando las políticas económicas y sociales a la
condición actual del país. En efecto, Encina promueve
una reflexión sobre la composición social y económica
del país para determinar la mejor forma de volver a una
economía fuerte. Para él este desplazamiento del
chileno en la economía nacional refleja
Un estado de anemia o debilitamiento del organismo
nacional entero, que se manifiesta incapaz de dominar
y absorber los elementos extraños que se ponen en
contacto suyo. Revelan en seguida, una extraordinaria
ineptitud económica en la población nacional, hija de la
mentalidad de la raza o, en el mejor de los eventos,
consecuencia de una educación completamente
inadecuada para llenar las exigencias de la vida
contemporánea y para suplir los vacíos de pueblos
retrasados en su evolución40
De la cita se deduce, por una parte, que la
aristocracia, compuesta por la descendencia española a
la que Encina considera igualmente atrasada en la
escala evolutiva de los pueblos, no ha sido capaz de
explotar e implantar políticas de estimulación
productiva adecuadas al grado de evolución de la
población; por otra parte, los vicios del pueblo mestizo,
tales como la pereza y falta de constancia, también
serían causa de la crisis económica, formulando una
fuerte crítica al modelo educativo que enfatiza la
formación de profesionales liberales, que no se adecúa
al nivel de atraso en que se encuentra el pueblo.
De lo anterior se desprende el elemento temporal.
Para Encina la crisis económica se debe, en realidad, a
una crisis moral cuya causa es, principalmente, el
atraso evolutivo de las clases sociales, lo que a su vez
obedece al carácter mestizo de la población. De esta
forma, Encina plantea que
[…] no pueden ser medidos con el mismo cartabón los
pueblos europeos de hoy día y el pueblo chileno,
mestizo, una de cuyas razas, la más civilizada, la
40
Ibíd., p. 36, Las negrillas son mías.
20
Historias que vienen:
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española, experimentó por el hecho de la emigración
una selección moral regresiva; y la otra, la araucana,
no había traspasado la Edad de la Piedra ni salido del
fraccionamiento tribal41
Así, los sujetos que componen la sociedad y la
economía nacional estarían determinados por sus
grados evolutivos. El pueblo, al igual que Amunátegui,
lo caracteriza como eminentemente mestizo, más apto
para el trabajo físico que intelectual, a pesar de los
vicios heredados de sus antepasados. El aspecto
temporal le permite a Encina situar en el pasado (aislar
en el pasado) a los “mestizos”, relegándolos, por sus
“capacidades raciales”, a los trabajos físicos y
negándoles la capacidad de moverse en el rango
evolutivo hacia la civilización. Su lugar dentro de la
historia nacional (y económica) del país es la de mano
de obra.
En este sentido, los integrantes de la sociedad
chilena son situados dentro de la línea temporal que
menciona Mignolo42 según el grado de evolución en el
que se encuentren. La categoría temporal actuaría
como un elemento que no solo organiza los hechos de
forma cronológica, sino que también ordena los sujetos
otorgándoles un lugar y papel determinado dentro de
los relatos históricos nacionales. Si los indígenas están
al lado de la naturaleza, el pueblo mestizo, aunque un
poco más avanzado, también está más cerca de ella que
de la civilización; mientras que los criollos, de los que
proviene la clase aristocrática, se ubican al lado de la
civilización; de ahí que todos concuerden en que es la
única clase que puede dirigir, y por lo tanto ser los
sujetos de la historia nacional.
Conclusión
En Chile se desarrolló un debate historiográfico
en torno a la forma de concebir y escribir la “Historia
nacional” y los valores que ésta debía comprender. En
medio de este debate se pueden apreciar los nexos que
41
42
Ibíd., p.73.
MIGNOLO, WALTER, op.cit.
21
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existen entre la instrumentalización del tiempo y la
construcción de modelos de nación y ciudadanía
diversos. De esta forma, la historiografía en Chile actuó
como uno de los instrumentos de homogeneización y
difusión de las concepciones modernas de pensar la
nación en base a la idea del tiempo como homogéneo y
vacío. Los énfasis en los acontecimientos seleccionados
para construir, a través del relato histórico, un origen
“nacional” común, fueron diferentes. Para los liberales
este comenzaba con la Independencia, en tanto que
para los conservadores, en el período colonial,
considerándose los tiempos anteriores como prenacionales y pre-históricos.
La relación entre historia y poder fue clave en el
desarrollo y legitimación de determinadas estructuras,
especialmente de control político-social, en la
conformación de la idea de Chile como una nación
homogénea y civilizada. Ello significó la exclusión de
sujetos de su pertenencia nacional, como mestizos e
indígenas quienes fueron relegados a un papel
secundario en función de una categoría temporal que le
permitía a las clases dirigentes situarlos en un pasado
primitivo, incompatible con el presente.
En este sentido la categoría temporal subyace a
otras categorías que han sido estudiadas de forma más
amplia, tales como las de nación, raza y clase. Pero el
tiempo en tanto permite diferenciar entre lo moderno y
lo tradicional, entre lo civilizado y lo primitivo, funciona
como elemento organizador de la producción científica
y académica en general, pero de la historia, y la historia
nacional en particular.
El problema del tiempo, entendido en clave
nacional, permite la creación de una, y solo una,
identidad nacional, de modo que toda otra forma de
concebir la temporalidad, queda relegada en el discurso
histórico, al pasado. De esta forma, la historiografía
nacional aísla el pasado del presente, permitiendo
construir una idea de Chile como nación homogénea,
en la que la diferencia racial es disfrazada u omitida en
la consideración “primitiva” de los otros (indígenas,
proletarios, campesinos, etc.) y, por lo tanto, sin un
lugar protagónico en el presente.
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