Proyecto de codificación minera

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Proyecto de Codif icación minera
Consideraciones generales.
Cirandes son las dificultades que para el cumplimiento
de las prescripciones legales ofrece el difexente criterio que
informa de una parte la ley hoy vigente de 4 de Marzo de
18G8, inspirada en principios restrictivos, y de otra, el decreto-ley de Diciembre, también vigente, del mismo año, que,
como dictado á raíz de la revolución política de dicho año,
contiene principios muy radicales.
Además, y como en todas las naciones, las cuestion?s sociales entre patronos y obreros, se presentan con más frecuencia con caracteres de conflicto en la industria minera á causa
de la acurnulación en determinadas comarcas de la masa obrera, reconociéndose por tales causas la urgente necesidad de
formular un Código minero, que á la vez qu^ corrija las deficiencias que ]a práctica ha hecho notar en las leyes vis;entes,
establezca en principios científicos y racionales el verdad^ro
concepto de la propiedad minera, con el criterio que ha imperado tradicionalrnente en nuestras legislaciones, determinar^do
las facultades que el Estado, al que corresponde el dorrrinio
eminente sobre ia propiedad minera, debe tener en la concesión y aprovechamiento de las substancías minerales y su intervención en la organización y contrato del trabajo y en las
cuestiones que se susciten entre patronos y obr^ros, que
-70pueden influir poderosamente en el desarrollo y prosperidad
de esta industria, que en España, sólo cede en importancia á
la agricultura.
Por todas estas razunes el Ministro de Fomento D. Fermín
Calbetón dictó la siguiente Real orden de 9 de Marzo de I^J10:
«MINISTERIO DE FOMENTO
>MINAS
^Ilmo. Sr.: Reconocida unánimemente la necesidad de una
ley de Minas que ponga término á los continuados conflictos
que surgen y á las dificultades casi insuperables que en la
práctica se ofrecen á la aplicación de prescripciones, á veces
opuestas, inspiradas en leyes de criterios fundamentales antagónicos, como son la de 1859, reformada en 18G8, y el decreto-ley de Bases del mismo año, se hace preciso reformar
la legislación vigente, no sólo para corregir las deficiencias
observadas desde su planteamiento y dar unidad á los preceptos que regulan la concesión de la propiedad minera como inmanente del Estado, sino para introducir en ellos aquellos
principios de índole social que, respondiendo á las transcendentales transformaciones experimentadas en la industria en
general, y especialmente en la minera, en el transcurso de
algunas décadas, tiendan al rnismo tiempo á la mayor prosperidad y desarrollo de una riqueza que, cual la minera, sólo á
la Agricultura cede en importancia.
AFundado en tales consideraciones, S. M. el Rey (que
Dios guarde) ha tenido á bien disponer se constituya una Comisión especial que, utilizando en la medida que juzgue conveniente los elementos y antecedente reunidos por Comisiones anteriores, respecto á la ley propiamente minera, y otras
como la de Expropiación forzosa, de Aguas, de Accidentes
del trabajo, etc., etc., con las que tiene la primera lntimas co-
- !1 -
nexiones, estudie y proponga una legislación completa ó Cócligo minero capaz de satisfacer los intereses generales de la
industria minera y metalúrgica en todas sus manifestaciones
en su relación con el Estado ó con el concesionario explotador ó industrial, cuya Comisión se formará del modo siguiente:
^Presidente, el Director general de Agricultura, Industria
y Comercio (1).
^Vocales: D. Federico Kuntz, Presidente del Consejo de
Minería; D. Angel Vasconi, Inspector general y Jefe del Negociado del ramo; D. Luis Adaro, Ingeniero Director del
Mapa Geológico de España é individuo de la extinguida Junta
de reforma de la legislación minera; D. Julio Redondo, Jefe
de la Asesorta jurfdica de este Ministerio; D. Miguel Poo1e,
Registrador de la Propiedad, y como Secretario, D. César
Arruche, Oficial del Negociado Central.
=De Real orden lo comunico á V. [. para su conocimiento
y efectos oportunos. Dios guarde á V. I. muchos años. Madrid, 9 de Marzo de 1910.- Calbet6n.-Sr. Director general
de Agricultura, Industria y Comercio. ^
En numerosas sesiones han estudiado minuciosamente todas las cuestiones que afectar pueden á la industria y sus relaciones con la Administración activa del Estado, haciendo á
la vez la discusión comparada con la legislación de otros
paí ses.
La amplitud de criterio en que se dejó á la Comisión para
adoptar los principios fundamentales que habrían de servir de
base á su trabajo, al aumentar su responsabilidad, la obligó
á estudiar detenidamente no sólo la legislación vigente en España y en los demás pafses y los ante ^edentes de los mismos,
sino también y principalmente la situación especial de la Mi(1)
Hoy Director general de Agricultura, Minas y Montes.
-72nerta en nuestra Patria á través de las distintas épocas, los
conflictos tanto de orden privado como público suscitados por
deficiencias del.derecho positivo y la forma y medios de atender al desarrollo de esta importantísima fuente de riqueza públíca.
En aquella Real orden nada se dijo de si habría de redactarse sólo un proyecto de ley de bases ó si habría de redactarse un Código definitivo. A1 principio, la Comisión propendió á realizar lo primero, pero el ejemplo de lo ocurrido
con el decreto-ley de 18G8, que fué de bases que habian de
desarrotlarse en una ley que no ha llegado á hacerse; e] temor
de involucrar aún más de lo que estaba la enmarañada legislación de Mineria, perpetuando el carácter transitorio de la
misma, y ei de que aun cuando llegase el caso de redactarse
Ea ley con arreglo á las bases aceptadas, esa redacción nó
correspondiese por compieto al espíritu de las mismas bases,
aunque fuera quizás por deficiencia en la expresión de éstas,
la decidieron á afrontar resueltamente la magna empresa de
escribir el Código, articulando detenidamente todos y cada
uno de los preceptos que habían de integrarlo.
Quizá pueda decirse por los impugnadores de este proyecto que la Comisión ha invadido esferas de acción propias
de otras ramas del Derecho al tratar, enfre otras cuestiones,
algunas relacionadas con las legislaciones civil, hipotecaria y
social; pero este argumento, que se cita en demostración de
que ha sido tenido en cuenta, carece de fundamento. Todo
lo que se relaciona con la Minería, todo lo que á la Minería,
á su nacimiento, á su régimen, á su extinción se refiere, ha
tenido que ser estudiado por la Comisión, todo ello se ha revisado; á mucho de ello alcanza la transformacíón que de
nuestras costumbres mineras inicia el nuevo proyecto de Código, atendiendo á necesidades por la realidad impuestas, y
era preçiso para que este trabajo resultase armónico resolver
•
-73-
en él todo lo que á la Minerfa importase dentro de esos dis-
..
^,
tintos aspectos. ^
Las substancias minerale^ 'c+o?^stituyen por su naturaleza
bienes fungibles, y esto hace que aqúe^ropiedad, al objetivarse, en ocasiones determinadas tenga un •arác^Pr más ó
menos transitorio, diferenciándose en esto esencíal y radicálmente de la propiedad territorial. Una finca existe siempre,
salvo cataclismos geológicos de esos que por fortuna no se
realizan sino en períodos de mil^s de año^. Una mina nace
cuando se descubre un criadero mineral; hasta ahora, ni eso
ha hecho falta en España; nace cuando^ el Estado otorga su
concesión, vive el tiempo que dura su explotación, ó mientras se cumplen los requisitos legales establecidos; muere
cuando esos requisitos dejan de cumpiirs^ y el Estado caduca
la concesión, ó cuando ésta es renunciada por el propio concesionario. Pues esos distintos períodos de la vida dL la propiedad minera son los que constituyen la esencia del libro
primero del proyecto, que se ha dividido en tres títulos.
Examínase en el primero cuálQs son las substancias objeto
de la ley, y la facultad del Estado para disponer d^ ellas, y
después de clasificarlas debidamente, según su distinta y especial naturaleza; trátase en el seiundo, de los rnedios de
adquirir la propiedad minera según las distintas clases de la
mismá, de las demarcaciones, deslindes y rectificaciones que
sirven para asegurar la coexistencia de distintas c.oncesiones
ó propiedades mineras, de los escoriales y terreros, las aguas
subt^rráneas, que son yacimi ^ntos propiamente minerales,
pero cuya especial situación y destino exigen también condiciones especiales para regular su aprovechamiento, y de
los establecimientos de preparación y beneficio de minerales
-74-
yf,r
que, porque se dedican al aprovechamiento de,^s substancias
objeto de esta ley, tienen que form.afp^rté de la misma.
En el titulo #ercero de di^fió libro, los dos primeros capítulos tratan de ^m^ •:;^aferia importantísima: de las garantías
con guP pl ^ 5tado debe rodear la existencía de la propiedad
minera, dando á ésta condiciones de estabilidad y seguridad
que hagan posible su más floreciente desarrollo y eviten la
comisión de fraudes y estafas que por deficiencias de la legislación vigente no sólo vienen siendo de fácil rl'alización,
sino, lo que es aún peor, pueden ejecutarse con la complicidad jorzosa de funcionarios del Estado, aun cuando éstos
se limiten á cumplir sus deberes estrictamente.
Concluye el libro primero del proyecto de Código tratando
de la cancelación de expedientes y caducidad de permisos de
investigación y concesiones mineras.
Es, pues, este libro primero, como antes se ha dicho, y
asf apreciado en general, una exposición de las distintas clases de propiedad minera ó, mejor dicho, de los diversos modos con que el Estado ofrece á los nacionales el aprovechamiento de la propiedad minera que pertenece á la Nación, de
las garantías con que el mismo Estado rodea ese aprovechamiento dándole condiciónes de permanencia y seguridad, y
de las circunstancias y requisitos indispensables para declarar extinguido el mismo derecho.
Después de reseñar los tres sistemas jurídicos que existen
para fundamentar la propiedad minera, que son el de la acción, el regalista y el de la ocupación, con indicación del seguido en los diferentes países, la Comisión continúa la tradición española, reconociendo que originariamente la propiedad
de las substancias minerales pertenece al Estado, en cuanto
por éste se entiende la Nación constitutda y representada, y
aceptan3o el principio del dominio eminente del tnismo, como
representante de la Nación, sin atribuir ya á esa fase el valor
-75de la propiedad real y efectiva, sino entendiendo, de conformidad con el parecer de dos ilustres adversarios del sistema
regalista, por dominio eminente, ^el derecho que al Estado
corresponde de regular la propiedad enclavada en su territorio, garantizando á la vez que sometiéndola á determinada
limitación y prestaciones en interés general^.
Concesión y clasificacibn
de las substan^ias minerales
Entrarrdo en el estudio detallado de las distintas partes
que constituyen el libro primero del proyectado Código, debe
consignarse que la Comisión, después de afirmar el derecho
eminente del Estado sobre las substancias del reino mineral,
sin más excepciones que las de 1a tierra v^getal y,las aguas
comunes subterráneas, propone la clasificación de las substancias minerales según su aplicación industrial, forma de yacimiento, por razón tributiva según sus diversas clases, y para
la fijación de los diversos derechos y deberes inherentes á su
concesión, en cuatro secciones. A la primera, que se designa
con el nombre d2 Piedras, van las substancias pétreas, térreas, espáticas, resinosas, arcillosas, alcalinas y salinas que
tienen empleo en cualquier ramo de la industria ó de las artes,
comprendiéndose también en ella las canteras de materiales
de construcción. La segunda,^,lllamada Menus, comprende todas las substancias genéricas, pero no exclusivamente metalíferas, que la industria utiliza como menas metalúrgicas, cualquiera qu^ sea su nacimiento, y, en general, todos los cucrpos ínorgánicos que pueden servir de primeras materias á las
industrias minero-metalúrgicas, y cuantos, no estando expresamente incluídos en las otras secciones, exijan para su
explotación un laboreo subterráneo.
Bastaba con lo dicho para comprender que (los terreros y
escoriales de minas y fábricas abandonados, formaban parte
de esta sección; pero siendo estos yacimientos minerales de
-77verdadera importancia para la industria que nos ocupa y aspiración casi universal de los mineros que en la ley se exprese
concretamente todo lo relativo á los mismos, la Comisidn se
ha creído en el caso de manifestar en el lugar correspondiente que los terreros y escoriales abandonados y los aluviones
metalíferos forman parte de esta sección se^unda.
En la tercera, que se conoce con el nombre de Combustibles, se incluyen todos los minerales de esta clase sólidos,
líquidos y gaseosos (Ilenando así, por lo que á estos últimos,
ya trabajados en España en la provincia de Cádiz, respecta, un
vacío de que adolecían nuestras leyes mineras) así como las
rocas que se impregnen ó acornpañen de estas substancias.
Esto último quizás no fuera necesario decirlo, porque dándose ]a concesión no sólo para la explotación de lo ^ minerales
completamente puros, sino también para el beneficio de los
que fueran mezciados á otras-substancias, bastaba que de una
rocacualquiera formara parte una substanciacombustible para
que se considerase comprendida en esta sección, pero se ha
preferido la mayor claridad aun á trueque de incurrir en alguna redundancia y por ello se ha hecho constar as^.
Por último, en la cuarta sección de A^uas subterráneas
se comprenden todas éstas, sean potables, mineralizadas ó
minero-medicinales, no apropiadas por los terratenientes,
que como cualquier otro mineral se investiguen ó alumbren
con pozos, socavones, sondeos ú otras labores propiamente
mineras, salvo los derechos conferidos á los propietarios del
suelo respecto de las aguas de sus predios.
Todas las substancias de estas cuatro secciones, con la
sola excepción de las aguas comunes subterráneas, pueden
ser objeto de concesión; pero como sería violento en demasia
exigir el cumplimiento de los trámites de ésta para el aprovechamiento momentáneo de las de la primera sección, que por
su naturaleza se presten á ello en gran diversidad de ocasio-
-78nes, por el art. 13 se atiende á esta necesidad declarando que
las mismas, mientras no hayan sido concedidas ó exceptuadas
por una declaración de utilidad pública, son de libre aprovechami°nto en ]os terrenos baldíos del Estado y en los comunales de los pueblos, quedando á disposición de los dueños
de los terrenos de propiedad particular, lo cual no obsta para
que conserven su calidad de concedibles al primero que lo
solicite en debida forma, no exceptuándose de este precepto
ni aun las canteras no metalíferas de materiales de construcción que hayan de explotarse á cielo abierto y radiquen cn terrenos de propiedad particular, si ,bien respecto de éstas se
reconocen derechos importantfsimos á los dueños de los terrenos, en cuya determinación ha querido la Comisión no quede lugar á duda al^una para impedir todo género de cuestiones ulteriores.
Dichas canteras pueden ser explotadas por los propietarios particulares, como cualquier otra substancia de la primera sección, sin necesidad de concesión minera, y si un tercero la solicitare, aquél tendrá preferencia á la explotación
sin estar sujeto al pa^o del canon de superficie, pero con la
obligación de laborearlas, porque no serta lógico ni conveniente al int;.rés general que esa preferencia, que se otorga al
propietario particular para su explotación, fuera á convertirse
para el mismo en derecho á no explotar y á prohibir el aprovechamiento de las expresadas canteras; y si él no las explota y deja, por tanto, de hacer uso de aquel derecho de preferencia, pueden concederse al tercer solicitante.
Aun en este caso, la Comisión, celosa de los legftimos intereses de la comunidad, pero siempre respetuosa con todos
los derechos de los propietariosterritoriales, ha entendido que
s^ría injusto privar á éstos del aprovechamiento de los materiales de construcción que pudieran necesitar para sus usos
propios (construir una casa ó una cerca, reparar un camino
-- 79 particular, etc., etc.l y respondiendo á esta idea se ha sentado
en el proyecto de Código el pr^cepto de que aun sobre las
canteras ya expresadas que hubieran sido concedidas, conservan indefinídamente el indicado derecho y el dueño del terreno
podrá, por tanto, extra°r de ellas los materiales que necesite
para su uso, consignando la prohibición de destinar los materiales extraídos á fin alguno comercial, porque si esto se hiciera, no sólo se desnaturalizaría aqu^^l dcxecho, sino que se
daría lugar á graves conflictos entre el misrno y el concesionario minero, que pr^.cisa evitar por completo.
Resp^cto de las demás substancias de la primera, segunda
y tercera sección no pu°de haber duda al^;una. Todas ellas
son objeto ó pueden serlo de concesiones exclusivamente mineras; pero á la Comisión precisa justicar el por qué de la inclusión en el Código, aunque formando una sección especial
de las aguas subterráneas.
Las leyes de Minas apenas se han ocupado hasta ahora
sino de las substancias minerales sólidas, por no t:^nerse ídeas
exactas acerca de las aguas subterráneas, su origen y existencia entre los estratos de las rocas impermeables ó impregnando las permeables> ni de las roturas, fallas y demás accidentes estratigráficos que puedan influir en su situación ó
circulación, pasando poco menos que desapercibida la irnportancia industrial mineralúrgica de las aguas salinas y minerales en general. Antiguamente s^ promovían algunos expedientes relativos á aguas subterráneas y eran los Ingenieros de
Minasquienes despachaban estos asuntos según r^sulta de los
archivos; pero fué el decreto-ley de 18G8 el que muy sabiamente incluyó entre las substancias concedibles las sales alcalinas y las térreo-alcalinas, ya se encuentren en estado sólido,
yadisueltas en el agua, aplicando lógicamente el principio del
^gp^
dominio eminente del Estado sobre todas las substancias del
reino mineral.
Como la Comisión no ha aceptado el principio de la accesión para fundamento de la propiedad minera, no ha podido
admitirlo tampoco respecto de las aguas subterráneas en general, aparte de que sería absurdo creer que el dueño de un
terreno, al alumbrar aguas por cualquier medio, no ha de extraer más qu^ las existentes por bajo de la superficie de su
finca, lo cual está reñido con los más elementales principios
hidrognósticos; pero manifestándose que la clasificación se
hace muy principalmente por razón del aprovechamiento de
las substancias clasificadas surge inmediatamente la distinción
que la realidad establece entre las aguas comunes, que son las
que se buscan para satisfacer las necesidades de la vida, de
la agricultura y de la industria en general, las aguas mineralizadas no potables, que no sirven tampoco para el riego ni
tienen más mérito que el mineralógico, y ias aguas mineromedic;nales que porlas substancias que contienen pueden servir para la curación de determinadas enfermedades.
Los estados de derecho que pueden existir respecto al
aprovechamiento de estas tres ^clases de aguas subterráneas,
quedan perfectamente establecidos en el proyecto de Códi ^
go, respetándose escrupulosamente los preceptos de la ley de
Aguas con la importante pero necesaria novedad, de establecer un ámbito ó zona de protección en favor de las aguas minero-medicinales.
EI dueño de un predio puede en él alumbrar libremente
aguas subterráneas de cualquier clase y hacer suyas las alumbradas. No podrán otorgarse concesiones mineras de aguas
comunes, pero los Gobernadores pueden conceder autorizaciones para alumbrarlas y aprovecharlas en terrenos de do
minio público, del Estado, de las provincias y de los pueblos,
con las necesarias garantías para no perjudicar aprovechamiento de cualquier clase en ellos preexistente.
- 81 Las aguas minerales no potables pueden ser objeto de
concesión pasando siempre por el trámite previo de la investigación. Las aguas minero-medicinales pueden concederse
también, pero por el Ministerio de la Gobernación, que es ei
encargado de la dirección é inspección de los servicios sanitarios. ^
Determinados en los lugares correspondientes del proyecto los preceptos que se desprenden de estos principios generales, la Comisión cree que no ha de ofrecer duda alguna su
aplicación; pero en la imposibilidad de que pudiera presentarse respecto de la sección en que hubiera de estar incluída
una substancia mineral cualquiera, atiende cumplidamente á
este extremo, disponiendo que la clasificación detallada de las
substancias y criaderos minerales, á los efectos de su inclusión en una de las cuatro secciones, será objeto especial del
Reglamento y quedará, además, ^indefinidamente abierta, de
modo que, en caso de duda, ó cuando se trate de una substancía eomereialmente nueva, ó cuando 1a aplicación industrial
aconseje que un determinado mineral pase de una sección á
otra, la resolución competerá al Ministerio de Fomento, previo informe del Consejo de Minería, y sentará jurisprudencia; así como para evitar cuestiones entre los propietarios
territoriales y los mineros respecto de la propiedad de las
substancias arrancadas en los trabajos de esta clase, ha establecido que todas ellas, aunque no sean de la sección á que
la concesión se refiera, pertenecen al minero, salvo una excepción, en lo que se refiere á las aguas comunes halladas
en investigacianes de aguas minerales, perfectamente justificada para evitar qu^ con achaque de buscar aguas minerales
puedan aprovecharse aguas comunes en perjuicio del terrateniente.
w
.
a
6
-82Una novedad importa se introduzca en este trabajo, y es
el principio racional contenido en la le^íslacíón anterior al
decreto-ley, y en las de casí todas las naciones extranjeras;
ó sea, que para otorgar una conc^sión minera, se hace preciso Ia demostración de la existencia del mineral.
Aunque parezca mentira, en España, concede el Estado
minas de plomo, de cobre, de hierró ó de cualquier substancía donde no se sabe si existe la substancia objeto de ^la concesión. Hay estadísticas muy bien hechas: ejemplo de ello, la
de 1908, última que se ha publicado por el Consejo de Mineria, que en punto tan importante, tan esencial, tan primordial,
puede decirse, como es en una estadística minera determinar
el número de minas que hay de las distintas substancias, no
deben merecer crédito alguno. Refiriéndonos precisamente á
la de 1908, ya citada, vemos en ella que el Estado español
dice públicamente que en ^u territorio existen, en 31 de Diciembre de dicho año, veinticuatro mil setecientas noventa y
siete minas improductivas, pero no se limita á eso, sino que
esas minas improductivas se especifican: tres mil doscientas
setenta y nueve son de plomo; dos mil novecientas veinticuatro, de hulla; mil ciento cincuenta y cuatro, de cobre, y
asf sucesivamente.
Pero esto no puede afirmars^ que sea verdad; puede más
bien decirse que no es, porque como para conceder una mina
(ú otor^ar una concesión minera, según el lenguaje que se
emplea en el proyecto) no hace falta demostrar la existencia
del mineral de que se trata, y el Estado puede conceder, y de
hecho ha concedido, en más de un caso, minas de plata donde no hay mas que mica; minas de oro donde no ha habido
más que pirita de hierro, ó, en general, minas de cualquier
clase en terrenos donde no hay substancia mineral aprovechable de ningún género, resulta que esas estadísticas, admirablemente hechas con relación á los datos oficiales que las
-83han servido de base, en el tzrreno de la realidad, se fundan
en hechos erróneos en muchos casos, no compulsados casi en
la totalidad de los misrnos.
E1 decreto-ley de 28 de Diciembre de 18G8, rrrás atento á
la generalización de ideas amplias y generosas que al ordenamiento de su aplicación, optando sin titub^; ar por la libertad absoluta en Minería, como germen de progreso y prueba
de justicia, creyó, equivocadamente, conseguidos estos fines
concediendo al primer solicitante el df^recho privativo de disponer de la riqueza minera que pudiera existir en el subsuelo,
bajo el perímetro solicitado, sin preocuparse de si existe ó no
un criadero, una bas^ d^^ mina en la masa terrestre concedida,
por entender que «si la mina no existe, si el concesiónario se
equivocó, si maliciosamente buscaba un pretexto para ejercitar agios y malas artes, de sentir scrá, pcro libre de culpa
queda la Adrninistración pública, porque nada garantiza».
Esto es un error lamentabilísimo; cierto que la Adrninistración pública no puede garantizar el valor industrial de
la mina yue concede, y sería absurdo p`nsar que lo hiciera,
porque entonces irrogaría un perjuicio consicierable á la Nación, otorgando graciosamente al prim^^r solicitante un criadero mineral de riqueza conocida y de valor señalado con la
garantía d21 Estado; pero en el espiritu g°neral, en el común
sentir, estiman en contra de las sutilezas antes copiadas, que
cuando el Estado concede una mina de hic:rro, es porque la
mina de hierro existe. Y no es en v:^rdad la tnisión de la Administración pública dar medios para el ejercicio de «agios y
malas artes», contentándose con conceptuarse a prinr^ á sí
misma libre de toda responsabilidad, porque nada ha .^^,arantizado; antes bien, el deber principal de los I^^^;isladores que prevén la posible comisión de esos actos reprobables, es dictar
los preceptos necesarios para evitar que pu ^dan realizarse.
Aparte de estas consideraciones, es realmente contrario
-84á la seriedad oficial, y violento para el distinguido Cuerpo de
Ingenieros de Minas de España verse obligado á demarcar
minas de esa clase, no sólo donde no existen, sino hasta
donde concurre una imposibilidad de orden geológico.
Bien está lo de defender la libertad, no sólo en Mineria,
sino en todos los órdenes de la vida; pero la libertad no necesita de engaños para existir, ni va contra ella el exigir que
lo que el Estado afirme en un titulo de concesión sea rigurosamente cierto.
El criterio seguido en esta materia, en el proyectado Código, además de ser el más racional, es el adoptado también
por los Estados Unidos; Austria, República Argentina, Alemania, Uruguay y Francia, en donde, además, se exige que
el solicitante justifique que tiene medios para constituir una
explotación beneficiosa.
Otra anomalía resulta en la legislación actual de otorgarse
las concesiones mineras sin estar justificada la existencia del
criadero. Teniendo los conc^sionarios reconocida la facultad
de expropiar la superficie para poder explotar sus concesiones, puede darse el caso, y de hecho se ha dado en algunas
concesiones de aguas, de emplearse este medio para realizar
un acto verdad^^ramente reprobable, amparándose en la legislación minera para expropiar un terreno, no ya para explotar
un criadero que no existe, sino para despojar al anterior propietario de su dominio. Esto no puede permitirse ni tolerarse. La expropiación forzosa en Minería i^o puede ni debe
darse sino cuando esté justificada la causa de utilidad pública del ejercicio de este derecho sobre el primitivo del dueño del terreno, y eso no pued^ conseguirse si para otorgar
una concesión no se exige la previa demostración de la existencia del criadero que ha de explotarse.
*
* :a
-85^Cómo conseguir entonces aquella facilidad para conceder
que anhelaba el decreto ley y que buscó equivocadamente
en el mal remedio de conceder lo que no existía? zCómo asegurar el derecho de prioridad del descubridor, dándole garantías suficientes para buscar la riqueza mineral sin temor á
que después de encontrada por él se otorgue la concesión de
la misma á un tercero? Sencillamente, volviendo al sistema de
los permisos de investigación aceptados en nuestra ley de
1859 y en todas las extranjeras que se han citado en el
apartado anterior, modificando en todo lo necesario aquella
]egislaci5n para impedir los graves riesgos que la misma
ofrecia al investigador de buena fe y las multiplicadas controversias y pleitos que sobre prioridad y derechos preferentes
se ocasionaban con la aplicación de la misma, consiguiendo de este modo la realización de aquel principio importantísimo para el desarrollo de la industria minera sentado en el
preámbulo del decreto ley de 18G8, de la «facilidad para conceder^; pero sin que el mismo pueda servir de base para
que se cometa la anomalía de que la Administración pública
pueda en ningún caso ser, como de hecho lo era con aquella
legislación, cómplice ^de los errores en que la industria minera cae y d° no pocas impurezas que á la industria minera
manchanp.
A primera vista parece justo que la ley prernie los esfuerzos del primer descubridor; pero este principio, basando la
concesión en el descubrimiento, daba lugar á innumerables
cuestiones para dilucidar quién había sido realmente el descubridor. De esto es menester huir y huir abiertamente. El
legislador de 18G8 vió el peligro claramente y quiso evitarlo,
pero se equivocó en la adopción de medios para conseguirlo
y suprimió las inv^sti^faciones para esquivar las cuestiones
originadas en el descubrimiento material del criadero, estableciendo las concesiones de minas para el primer solicitante,
-86hubiera ó no mineral descubierto, incurriendo de este modo
en los errores antes señalados. Esto se evita por completo
restableciendo las investigaciones, pero restableciéndolas sin
trabas, sin inconvenientes, sin labor legal, sin temor alguno á
denuncios más ó menos fundados que pudieran malograr el
buen éxito de los legítirnos afanes y de los trabajos del investigador. La facilidad para conceder las minas, establecida en
el decreto ley de 18G8, se convierte en el Código formado por
la Comisión en faci)idad para conceder el permiso de investigación, facilidad tan grande, tan extraordinaria que hasta se
suprime el carácter de necesario para ellas al trámite de la
demarcación, con el exclusivo objeto de ahorrar gastos y dilaciones al investigador.
La presentación de la instancia confiere un exclusivo derecho de prioridad al solicitante para investigar y para convertir el día que le convenga, después de descubrir el mineral y dentro del plazo del permiso, éste en verdadera concesión minera. No puede en manera alguna decirse que asf se
mantiene la ficción viger^te de conceder minas donde no existe mineral, porque en este caso, lo que se concede es sólo
un permiso para investigar, con exclusión de cualquier otra
persona, si en un terreno determinado existe ó no una substancia mineral. EI Estado no compromete en manera alguna
su seriedad con esto.
Quizás no falte quien censure este criterio seguido en el
proyecto de Código, de establecer en absoluto el derecho de
prioridad nacido de la presentación de la solicitud y no del
descubrimiento material del criadero mineral, según hacían
nuestras antiguas leyes. Pero será sin razón alguna, porque
son muchas las facilidades que se dan para solicitar un permiso
de investigación y descubrir un criadero mineral; pero si quiere hacerlo efectivo debe acudir con diligencia solicitando una
concesión; si no lo hace, si no utiliza los medios que tenga á
-- 87 su alcance para asegurar su derecho, quéjese á sí mismo. Si
sospecha por cualquier causa que en un terreno hay mineral
y no quiere exponerse á descubrirlo y perderlo porque un tercero se adelante á solicitarlo, que pida un permiso de investigación. Ese permiso por el tiempo de su duración le garantiza un absoluto derecho de prioridad al aprovechamiento de
los minerales descubiertos.
El solo peligro que puede seguirse de la supresión de las
demarcaciones es que coexistan dos investigaciones sobre el
mismo terreno, puesto que no demarcándose no puede garantizar el otorgamiento de un permiso de esta clase la existencia de terreno fran.co, por el cual se entiende todo el que no
esté concedido 6 solicitado, bien para registro, bien para investigación; pero la Comisión cree que ese peligro es más
problemático que real. Suprimido en aras de la facilidad para
pedir y de la más acertada publicidad el vigente sistema de
designaciones, debiendo referirse éstas á puntos de fácil comprobación y debiendo acomodarse en lo posible la línea de
contorno á l^mites naturales del mismo terreno (arroyos, ríos,
caminos, cuerdas, montañas, etc.) se facilita de manera extraordinaria aun para los más profanos en esta materia el conocimiento del lugar preciso á que se refiera una concesión minera ó un permiso de investigación y aun de la misma superficie solicitada y no es fácil que existan equivocaciones en
este punto.
Y es más, si existiera el temor de que el terreno no estuviese franco, el investigador que quiera estar completamente seguro de su derecho puede pedir la demarcación oficial, para conocer de este modo y de una manera precisa si ha
de trabajar ó no en terreno sobre el que nadie tenga adquirido con anterioridad otro derecho minero. Es decir, que por lo
mismo que el permiso de investigación es de índole transitoria, pues dentro de un plazo marcado, y prórrogas prudencia-
-88les que en el Código se autorizan, ha de convertirse en conc®sión definitiva ó ha de volver el terreno á su estado primitivo de franco y registrable, la Comisión ha querido aligerar
todo lo posible el expediente y lo ha hecho sin dejar por eso
de facilitar, en lo que á la seguridad de los derechos mineros
pueda referirse, las mayores garant(as á quien quiera obtenerlas. Por esta causa puede terminarse este apartado con la
afirmación de que en el criterio seguido por el Código se contiene la misma seguridad en la posesión y mayor facilidad
la adquisición de las que se recomendaban en el preámbulo
det decreto-ley de 1868.
Nacionalización de la propiedad minera
Otra novedad de importancia y transcendencia suma se
íntroduce, y es la de nacionalizar la propiedad minera. El artículo 12 del proyecto de Código dice así: «Cualquier español ó extranjero podrá calicatar, sujetándose á las condíciones
que más adelante se precisan, y solicitar y obtener un permiso
temporal de investigación en terreno franco; pero verdaderos
derechos mineros por títulos definitivos de concesión ó por
transmisión de ésta, sólo podrán obtenerlos los e ^pañoles y
las Sociedades españolas, aunque de éstas formen parte extranjeros, salvo los derechos que los propietarios del suelo,
de cualquier nacionalidad que sean, puedan tener sobre las
substancias de la primera sección por virtud de las disposiciones de este Códi^o.
^Se considerarán Sociedades españolas, á los efectos de
este artículo, aquellas que tengan su domicilio en España y se
rijan exclusivamente por las leyes españolas en todas las manifestaciones de su actividad. ^
La consecución del fin primordial de la investigación, ó
sea el descubrimiento del mineral buscado, puede llevar directamente al otor^amiento de ]a concesión minera. La Comisión, atenta á la idea del mayor interés público, del beneficio ^eneral, lejos de atribuir á la concesión el carácter de
propiedad plena y absoluta, como erróneamente se la venía
considerando hasta aqui, y deseosa de que siempre resulte
evidente el derecho del Estado para intervenir en la organización del trabajo minero y para la imposición de determinadas
-90condiciones, de que ya hablaremos, y entre ellas, como una
de las más importantes, la de laborear los criaderos descubiertos, consignó en el artículo primero de su proyecto, según
se ha manifestado al hablar del dominio eminente del Estado,
que éste se reservaba el dominio directo como demostración
evidente de que la concesión minera implicaba, más que otra
cosa, un contrato de censo enfitéutico, ya que en el reservativo se transmite el pleno dominio, y no quería la Comisión
que así apareciese. Pero enfitéutico 6 no, es éste un contrato
realizado entre el Estado español y el particular ó Sociedad
solicitante, con el que se verifica una verdadera transmisión
de dominio más 6 menos pleno.
Ahora bien: ^á quiéñ puede otorgarse una concesión minera, transmitiéndose en esta forma una parte del dominio de
la Nación? zEs indiferente que esa concesión se otorgue á un
español ó á un extranjero?
A primera vista, la contestación parece que debe ser negativa en absoluto. Las minas pertenecen á la Nación, son bienes nacionales y no deben ser cedidos á los extranjeros en
ningún caso, porque recibiendo éstos el dominio más ó menos
pleno de esos bienes que á la Nación pertenecen, y en los que
la Nación misma, por virtud de su soberanía, se reserva el dominio directo, vienen á compartir con el Estado español esa
soberanfa en lo que á los bienes concedidos respecta. Sin
embargo, es conveniente para la riqueza pública española no
alejar á los caritales extranjeros del trabajo y aprovechamiento de esta industria nacional. En España, donde está demostrado de manera fehaciente la abundancia, mejor dicho,
la exuberancia de capital, cuando éste ha de emplearse en
cualquier empréstito del Estado, no es lo normal dedicarlo á
la explotación de las minas.
Las minas son, desde luego, bienes inmuebles, según preceptúa el artículo 334 del Código civil; pero en el mismo ar-
- 9l tfculo, al tratar de ellas, se expone ya el carácter particularísimo que revisten y que las diferencia de los demás bienes de
aquella clase. Son bienes inmuebles mientras su materia permanece unida al yacimiento. Consideradas así, los minerales
son los frutos de estos bienes; pero esos frutos no son producidos periódicamente, sino que existiendo unidos al yacimiento y consistiendo precisamente la explotación minera en
el arranque de los minerales para ponerlos en circulación, y
que sirven de materia primera á las industrias, á medida que
los frutos, los minerales, van arrancándose del yacimiento,
éste va disminuyendo de valor hasta ]legar á agotarse. Trabajadas las minas por los extranjeros, en general, ocurre que
esos minerales arrancados, que constituyen realmente una
riqueza, son exportados, y así se dice que emigra una parte
importante del capital del Estado.
^
Existe, aunque remoto, un peligro en que la propiedad minera esté en manos extranjeras, y cuyo solo anuncio rechaza
la susceptibilidad nacional. Ese peligro es el de una intervención fundada en el pretexto de garantizar las propiedades de
los extranjeros en España. Esto es difícil, casi imposible, que
ocurra, porque el Estado español se basta para defender los
intereses de sus nacionales y de los extranjeros domiciliados
en España; pero en absoluto no puede afirmarse que sea imposible de todo punto, y recientes sucesos de orden internacional, provocados precisamente por asuntos mineros, lo confirman. 13asta que pueda sospecharse que en algún caso pueda
existir ese peligro, para que trate de evitarlo, y la manera de
evitarlo es que no puedan obtener títulos de concesión definitiva de minas sino los españoles.
*
^^
-92No es España la primera nación que lo hace. Pafses de
importancia mundial perfectamente reconocida, no sólo bajo
el aspecto industrial, sino baio el de la fuerza armada, lo han
hecho antes. En Noruega, donde rige la ley de 12 de Junio
de 190G, se prohibe conceder á los extranjeros, particulares
ó Sociedades, el derecho á utilizar minas sin un permiso previo del Rey, y este permiso no puede concederse si la Dirección de esas Socíedades no está domiciliada en Noruega. Los
Estados Unidos del Norte de América (iey federal de 18J8)
ponen ]os terrenos mineros de ia Nación á la libre disposición
solamente de sus ciudadanos y de los que en los mismos Estados se naturalicen; sólo por excepción, los ciudadanos
del Canadá pueden disfrutar de los mismos derechos y privilegios en la Colombia inglesa y en todo el territorio del Noroeste. E1 poderoso imperio del Japón prohibe, en su ley de
Minas de 7 de Marzo de 1907, que los derechos mineros puedan ser obtenidos sino por japoneses, sean particulares ó Sociedades, aunque se permite en éstas entren extranjeros.
Y en España no es tampoco la vez primera que algo de
esto se hace, si no refiríéndose á las minas determinadamente, sí á los ferrocarriles, pues asi se dispuso en Real decreto
de 21 de Diciembre de 1J(?0, en el que, }usto es decirlo, se
exigieron tales requisitos á las Sociedades de que formaran
parté extranjeros para considerarlas como españolas, que, de
hecho, equivalían ^ la expulsión completa de los extranjeros
en este negocio.
Sin embargo, este Real decreto marcaba una orientación
sana en la materia. Pero como no se pretende un momento
que el capital extranjero se aleje de los asuntos mineros, al
consignarse en el art:culo 15 del Código este principio, se reconoce á los extranjeros el mismo derecho que á los españoles para realizar investigaciones, y al establecer la excepción
de que verdaderos derechos mineros por títulos definitivos de
-93concesión ó por transmisión de éstos sólo pueden obtenerlos
los españoles ó las Sociedades españolas, se limita ese precepto absoluto con las aclaraciones de que de estas Sociedades pueden formar parte extranjeros y señalan como únicos requisitos para considerar españolas á las Sociedades los
de tener su domicilio en España y regirse exclusivamente por
leyes españolas en todas las manifestaciones de su actividad,
prescindiendo de los demás que se fijaron en aquel Real decreto, alguno de los cuales, como la participación del capital
extranjero y nacional en dichas Sociedades, ha sido admitido
con posterioridad en materia de Minas por el decreto imperial chino de 17 de Marzo de 1903.
Claro es que como-se dejan á salvo y se respetan escrupulosamente los derechos adquiridos, los extranjeros ó Sociedades extranjeras que sean propietarios de minas seguirán en
el libre uso y disfrute de las mismas y podrán comprar ó adquirir por cualquier t^tulo de transmisión concesiones pertenecientes á españoles de las otorgadas con arreglo á la legislación vigente; pero en ]as que se otorguen con arreglo al nuevo Código tendrán que cumplir los requisitos establecidos,
que no merman nada su autonomía y libertad propias y que
en cambio de lo que les da sólo les exige confianza en el honor y en la Nación española, equiparándolos á los naturales
de ésta para el ejercicio de la industria minera y la defensa
de sus intereses, con lo cual se hace imposible por completo
el lejano y ya de suyo problemático peligro antes apuntado.
Y aunque este no sea el lugar más adecuado para hablar
de impuestos, no estará de más añadir, para cerrar este apartado, que, fija la vista en lo más beneficioso para el país, se ha
insertado en el Código el artículo 286, por el cual se establece que los minerales que se exporten al Extranjero sin beneficiar, estén ó no concentrados, pagarán el impuesto arancelario que determinen las leyes de Presupuestos, así como
-94también los metales brutos en lin^otes y tochos; pero la exportación de metales elaborados será libre de todo impuesto,
con lo que se tiende á evitar aquel otro mal, señalado al principio, de que los explotadores extranjeros se Ileven á su país
los minerales arrancados y se procura conseguir el establecimíento y desarrollo en nuestra patria de la industria metalúrgica.
Otorgamiento de las concesiones mineras
Por lo mismo que se ha facilitado tanto en el proyecto de
Código la investigación, se ha querido dar solernnidad y fijeba al otorgarniento de concesiones, sin perjuicio de lo mucho
que se ha simplificado la tramitación de estos expedientes.
Rechazada la adopción ó establecirniento de trámite alguno,
cuando su necesidad no se halla patente y manifiesta, se ha
procurado dejar establecido en el Código de manera,clara que
conduciendo la investigación al descubrimiento de( mineral,
cuando éste se encuentra descubierto, puede desde luego solicitarse la concesíón, sin pasar por aquel prirner período, y
así, podrán pedirse concesiones independienternente de todo
permiso de investigación ó pedir que se transformen éstos en
aquéllas; pero á contar desde la presentación de la instancia
quedan equiparados, para todos los efectos de la ley, los expedientes que hayan empezado por los dos distintos procedimientos.
Muchas son las varia ^iones que se han introducido en materia de concesiones mineras respecto de la legislación vigente. En la imposibilidad de irlas detallando todas, citaremos
sólo las rnás principales. Se han facilitado en el Código las
designaciones, marcando límites naturales á los perímetros,
dependientes de la probable situación del criadero, según las
indicaciones existentes en la parte descubierta y de los accidentes del terreno, con lo cual no sólo se consigue la más ordenada explotación de aquél, sino el mayor y más fácil conocimiento para el público en general de los límites de la con-
-JGcesibn. Se han suprimido las demasías, que á tantos pleitos y
cuestiones de toda índole han dado origen, con gran perjuicio
de los intereses generales de la Mineria. Se ha prescindido de
la unidad llamada pertenencia, de distinto valor según las diversas legislaciones, permitiendo la libre designación, como
más conveniente al desarrollo de la explotación, aceptando
como unidad de medida superficial la hectárea, conforme á]os
principios del sistema métrico decimal, universalmente admitido, y se han señalado límites racionales minimo y máximo de
la extensión super^icia{ de cada concesión, según las substancias que hayan de explotarse^ El límite mínimo se ha
fijado con el exclusivo objeto de evitar el destrozo de los
criaderos. Una concesión de cuatro hectáreas, por ejemplo,
^qué podria significar, sino un estorbo, un retraso, un motivo
de espeaulación, para la explotación de las capas de huila
que la atravesaran? El límite máximo tiene por objeto impedir
que la excesiva codicia acapare una superficíe considerable de
terreno sin beneficio para la explotación general.
Con el sistema adoptado en el proyecto y dentro de los
l^mites que se han señalado teniendo en cuenta los términos
medios de extensión de las concesiones mineras existentes en
productos actualmente, como para el otorgamiento de la concesión se exige el descubrimiento del mineral, podrán multiplicarse no sólo las, concesiones, sino los centros de explotación minera propiamente dichos, que es en lo que la Comisión
desea que se conviertan las minas en España.
Se formulan con claridad las condiciones en que podrán
autorizarse galerías generales para el desagtie, ventilación y
transporte para el servicio de una importante explotación minera ó de varias minas agrupadas, tanto cuando exista terreno
franco donde situar la labor como cuando ésta tenga que atravesar concesiones pertenecientes á terceros, y se resuelve
respecto de la propiedad de los minerales que en dichos tra-
^g7^
bajos puedan encontrarse, que los que se arranquen al atravesar concesiones mineras pertenecerán íntegramente á los
dueños de éstas.
El decreto del G8 no disponía nada respecto de este punto
y la ley de159 decía que el minera! encontrado debajo de pertenencia demarcada se dividiera por mitad entre el empresario
de la galería y el dueño ó demarcador de la mina. La Comisión
considera más justo el criterio adoptado. Otorgada por el Estado una concesión rninera á un particular ó Sociedad, el concesionario es el único que puede aprovechar los minerales encontrados dentro de su perímetro. Bien está que se le obligue
á autorizar el paso por el interior de su concesión, pero de ningún modo deben quitársele lo que sea suyo y los minerales que
allí existen suyos son mientras subsista la concesión. Además,
al concesionario de la galeria no se le ha otorgado ésta para explotar minerales de las concesiones que hayan de atravesarse,
sino para un objeto distinto. Otro criterio debe seguirse y ha
seguido cuando los minerales encontrados lo fueran en terreno
franco. Como el concesionario no estaba autorizado para expiotar minerales, se declara que los que en estas condiciones
se arranquen son propiedad del Estado; pero como tampoco
sería justo que éste ó un tercero cualquiera se aprovechasen
de] descubrimiento conseguido por trabajo del empresario, se
le concede un plazo de preferencia para solicitar un permiso
de investigación ó una concesión.
Los terreros y escoriales abandonados se declaran objeto
de concesión minera, determinando el tiempo que ha de transcurrir para que se consideren prescritos. y concedibles y consignando de una manera clara ios respectivos derechos que
sobre ellos pueden ejercitar los que los han formado, los propietarios del terreno donde se hallen, los concesionarios especiales de los mismos ó en general los dueños de concesiones mineras dentro de cuya perímetro existan.
7
Inscripción de la propiedad minera
La ley Hipotecaria de 2l de Diciembre de 18G9 decia en
su artículo segundo que en los Registros de la Propiedad se
inscribirían los titulos traslativos del dominio de los bienes inmuebles, así como los de constitución, modificación, reconocimiento ó traslación de los derechos reales impuestos sobre los
mismos, y el Reglamento general dictado para la ejecución de
dicha ley en 29 de Octubre de 1870, manifestaba en su artículo primero que conforme á lo dispuesto en aquél deberían inscribirse Ios títuios de concesiones definitivas de minas, y sancionando esta doctrina y la práctica constante de llevar al Registro dichos títulos, la actual ley de 1G de Diciembre de 1909,
después de transcribir el artículo segundo de la anterior, dice
en el cuarto que se reputan inmuebles los enumerados en el
artículo 339 del Código civil, cuyo número octavo comprende
expresamente las minas, canteras y escoriales y las aguas
vivas ó estancadas.
Son, pues, las concesiones mineras sin género alguno de
duda, objeto de la inscripción en los Registros de la Propiedad.
Pero en los preceptos citados, amén de algún otro, como,
por ejemplo, el artículo 108 de la expresada ley, que prohibe
hipotecar las minas mientras no se haya obtenido el título de
concesión definitiva, terminan las concordancias entre ambas
]egislaciones. Cirandes dificultades se han suscitado para acomodar la inscripción de las minas á lo prevenido en el artícul0 9 de la ley Hipotecaria, especialmente en lo que respecta á
la descripción que ha de hacerse constar en la inscripción, y
_gg^
son distintas y contradictorias las resoluciones dictadas con
este motivo por la Dirección general de los Registros; habiéndose llegado á publicar para solventar en parte estas dificultades prácticas, la Real orden de 30 de Junio de 1903, relativa
á la forma de hacer las inscripciones de minas, la cual tampoco resuelve aquéllas por completo.
En el correspondiente título del proyecto de Código, sistemáticamente enlazado con el resto del mismo, la Comisión ha
procurado dictar los preceptos necesarios para que las inscripciones de estos derechos mineros se realicen sin inconveniente de ninguna clase; pero no es ese el mal grave, gravísimo,
que ha sido menester corregir. l^Iac^a éste de que ni la legislación de Minas tenía en cuenta en ningún momento que las concesiones mineras eran títulos inscribibles en los Registros de
la Propiedad y que por tanto, los derechos que de ellas emanaban estaban sujetos en su desenvolvimiento á las modalidades
que en beneficio del interés público y como mayor garantía á
la estabilidad del derecho inscrito imponia la ley Hipotecaria,
ni en ésta después de haber consignado que las concesiones
mineras se inscribir^"an en los Registros se ten^a para nada en
cuenta la naturaleza especiaLsima de esta propiedad. Los peligros, mejor dicho, los males que con esto se han venido produciendo son gravísimos y afectan no ya á meras formalidades
sino á la exist^ncia de der^chos sacratísimos totalmente desconocidos por una y otra legislación y que pued^^n burlarse y
en más de un ^aso s^ han burlado, aplicando los preceptos de
una y de otra, con grave daño de la justicia y de la equidad.
Por lo que á la legislación minera se refiere, para nada ha
considerado en la propiedad minera sino á dos sujetos de la
relación de derecho: al Estado, de una parte, y al concesionario, de otra, sin tener en cuenta que las minas; como otra finca
cualquiera, han podido concederse, hipotecarse ó arrendarse.
La garantía expresa, absoluta, terrninante, base de nuestro
- 100 sistema hipotecario y fundamento del mismo, piedra angular
de !a institución de los Re$istros de la Propiedad, concedida
á los terceros que hubieren contratado con quien tuviera inscrito su derecho en el Registro, no sólo para nada se ha tenido en cuenta en la legislación de Minas, sino que de una manera resuelta se ha atacado y destruido. En cambio, no han
venido á la legislación hipotecaria preceptos especiales nacidos de la particularísima naturaleza de la propiedad minera,
que, como ya se ha manifestado por la Comisión en otro sitio,
nace cuando se otorga la concesión, y muere al caducarse ésta
por el incumplimiento de los requisitos inherentes á su vida.
Se podrian presentar numerosbs ejemplos de casos prácticos para demostrar arnbas afirmaciones. Otorgada una concesión minera á B., é inscrita por éste en el Registro, es posteriormente vendida por éste á C., que también inscribe su título
de adquisición, é hipotecada por C. á D., que registra el suyo
de hipoteca. Claro es que el derecho de D., con arreglo á los
más elementales principios hipotecarios y de equidad, no puede resolverse ni anularse sin su consentimiento. Sin embargo,
segtín la legislación minera, si Q. ó C. no ha pagado el canon
de superficie, la mina se caduca y se declara el terreno franco
y registrable; deja, en una palabra, de existir la mina, sín citar
para nada á ese acreedor hipotecario, que tiene su derecho
inscrito en el Registro en la cre.encia de que las leyes se han
hecho para ser cumplidas y de que mientras su inscripción
hipotecaria no se cancele, su derecho existe y la mina continúa sirviendo de garantia á la devolución del capital por él
entregado. Porque claro es que ese acreedor tiene un perfectísimo derecho, con arreglo al art. $2 de la ley Hipotecaria, á
que no se cancele su inscripción sino por providencia ejecutoria que sea firme y haya sido dictada en procedimiento en
que el mismo haya sido citado, ó por eseritura pública en la
que el mismo haya prestado su consentimiento.
- 10l Sin embargo, la legislación minera no ha tenido eso en cuenta; á ese acreedor se le arrebata su derecho sin citarlo, sin oirlo, y aun para mayor irrisión, se deja su asiento de hipoteca sin
cancelar, porque para nada se ha tenido en cuenta que esa concesión minera ha podido inscribirse en el Registro.
Y este mismo ejemplo sirve para demostrar el mal grave de
que en la legislación hipotecaria no se haya tenido en cuenta la
especial naturaleza de la propiedad minera. Esa misma mina
que no existe, porque el terreno de su perímetro ha sido declarado franco y registrable, sigue inscrita en el Registro de la
Propiedad, puede ser objeto de nuevas transmisiones perfectamente inscribibles y, sin embargo, todo ello es artificioso, es
falso. Está inscrita una propiedad que no existe, se transrnite
ese mito de propiedad con la garantía del Estado, que por
medio de la ley Hipotecaria asegura contra cualquiei- contíngencia su derecho á quien lo adquiere de quien debidamente
lo tiene inscrito en el Registro.
Es m.^s, se puede dar, se ha dado el caso de que el
Estado, después de declarar franco y registrable el terreno
de una concesión minera, ha otorgado á un nuevo peticionario otra concesión sobre el mismo terreno. E1 título de
esa nueva concesión se ha llevado al Registro de la Propiedad. EI Registrador ha examinado los asientos existentes,
no ha encontrado ninguno que se oponga, ha inscrito la nueva
concesión, y en el Registro aparecen inscritas en distintos
lugares con díversos nombres, dos concesiones mineras que
son contradictorias, porque se refieren al mismo terreno en
muchos casos, sin diferencia alguna en su perím^^tro. Cuando
esto ocurre, la puerta se halla abierta para la realización de
fraudes y estafas con la complicidad del Estado, de quien el
Registrador es un representante, tan abierta como siempre
que aparezca inscrita una mina que no exista.
Por el contrario, ó porque concuerde el nombre de] sitio,
- ^o^ ó porque el nuevo concesionario, como quien nada tiene que
ocultar, haya expresado, al describir su mina, que ella ocupa
el mismo terreno comprendido por la anterior caducada, ó
por otra circunstancia cualquiera, el Registrador encuentra
una inscripción no cancelada de una mina que comprende el
mismo terreno, y, en cumplimiento estricto de su deber, deniega la inscripción solicitada, por hallarse inscrito ese derecho minero con relación al misrno terreno á favor de una tercera persona. El nuevo concesionario, ó se conforma, ó entabla recurso gubernativo. Lo primero es imposible, equivale
á renunciar á vender ó á hipotecar la mina. Nadie ie dará dinero por ella, si no la tiene inscrita en e] Registro de la Propiedad. El que va á dar su dínero por ó con la garantía de
una finca ó mina cualquiera, no io hace sin asegurarse de
que puede inscribir su derecho, que es tal ]a confianza que
inspiran los asientos del Registro.
Si entabla el recurso gubernativo, el mismo Estado, que
le ha otorgado esa concesión, que le ha entregado el título
de propiedad de la misma, le contesta, por conducto de la
Dirección general de los Registros, lo que en casos análogos se dijo, por resoluciones de 23 de Junio de 1894 y 20
de Octubre de 1891, que no se puede inscribir su derecho
aunque se hubiera caducado la concesián anterior, porque
ésta ó parte de la misma estaban inscritas á nombre de terceras personas, cuyos asientos no se podían cancelar por irnpedirlo los artículos 34 y G8 de la ley Hipotecaria y su Reglamento, ó lo que es lo mismo, traducido al lenguaje vulgar: el
Estado, que entre^a esa propiedad al concesionario, le niega
el derecho de inscribírla, porque está inscrita otra concesión
que ya no existe.
Esto parecer^í absurdo, y lo es; pero, por desgracia y descrédito de nuestra legislación vigente, es cierto también.
^
^*
- 103 -
La Comisión que ha formulado el proyecto de Código ha
entendido que se imponía el remedio. Cerrar las puertas del
Registro á la propiedad minera es de todo punto imposible.
No só{o sería ir en contra de los preceptos terminantes antes
expresados, sino contra la costumbre, y sobre todo sería privar de garanttas de seguridad, en lo que á la estabilidad y á la
transmisión de los derechos se refiere^, á esa propiedad minera, para la cual se busca el mayor desenvolvimiento.
El remedio no puede ser más sencillo, y es el de declarar
obligatoria la inscripción en los respectivos casos de[ otorgagamiento y de la caducidad de la concesión minera, y en este
último esa cancelación de los asientos extendidos en el Registro con los requisitos, con las formalidades necesarias para
no perjudicar ningún derecho legítimamente adquirido.
La inscripción voluntaria, como hasta ahora havenido siéndolo, y la cancelación obligatoria no podría resolver el problema. Y la razón es muy clara. Si el propietario de una mina no
la ha inscrito en el Registro, y el terreno de esa mina se declara franco y registrable, mal puede cancelarse en el Registro
un^asiento que no existe. Y no es eso sólo: la posibilidad del
fraude, de la estafa, quedaría siempre existente. Sobre ese
mismo terreno se obtiene otra concesión minera, se trabaja
una mina con lisonjero resultado, y como es inherente á la
condición de la inscripción voluntaria, el solicitante, en cualquier tiempo, el que fué concesionario de aquella otra ya caducada, obrando de mala fe, queriendo realizar una estafa,
presenta su título al Registro. El Registrador no tiene más remedio que inscribirlo y, una vez hecho, ese estafador puede
ya realizar su delito, perfectamente garantido por la ley Hipotecaria. El que con él contrate será vilmente burlado, pero
el delito se habrá cometido con armas por la ley facilitadas,
con la complicidad, aunque no sea punible, con la ayuda del
Registrador de la Yropiedad. E1 resultado es ei mismo que en
- 104 -
el caso antes citado, del que eontinúa con una inscripción á
su favor de una mina que ya no existe.
Todas las deficiencias señaladas se han procurado subsanar con las disposiciones contenidas en los artículos I 10 y
siguientes hasta el 123 del proyectado Código.
Derechos y deberes de los mineros
El libro segundo del proyectado Código contiene disposiciones referentes á los derechos mineros y á la intervención
del Estado en las explotaciones, cuya importancia quedará
reconocida con sólo la enumeración de los asuntos de que
trata, como son: obligación de laborear las concesiones, formación de cotos mineros, derechos y deberes de los mineros,
expropiación forzosa, mediante la declaración de utilidad pública, necesidad de la ocupación, pago de precio, forma y
condiciones de la transmisión, ocupación temporal, ocupación
de concesiones mineras por causa de interés general, intervención del Estado en la explotación minera, mediante la organización y contrato del trabajo, minas reservadas al Estado,
iluminación de aguas subterráneas hechas directamente por el
Estado, impuestos, Cuerpo de Ingenieros y autoridad y jurisdicción de Minería.
Entrando ahora en el examen detallado de estas materias,
especialmente de aquellas que representan más novedad en e1
proyectado Código, y de más transcendencia en el desarrollo
de la industria, principiaremos por examinar las disposiciones
que se refieren á la obligación de laborear las minas.
Otorgar el Estado una concesión minera es sinónirno de
entregar al solicitante una parte de la riqueza nacional para su
explotación y aprovechamiento. Priricipio es este constante
en la legislación española y en la universal sobre Minería, sin
que constituya excepción del mismo el decreto-ley de Bases
de 18G8, puesto que suprimió el pueble antiguo y el denuncio
- 106 -
para dar seguridad á la explotación. Dos condiciones se
preconizaban en el preámbulo del mismo como absolutamente necesarias para elevar el nivel de la industria minera: «facilidad para conceder, seguridad para explotarb.
Nace de aquí inmediatamente la idea de que si la mina no
se explota ó no se trabaja para ponerla en condiciones de explotación, queda sin conseguirse el objeto que dió orígen á la
concesión. Y he aqui el problema: zDebe dejarse á la absoluta, á la libérrima voluntad del concesionario el trabajar ó no
una mina, el dejarla inactiva indefinidamente, ó por el contrario, tiene derecho el Estado á exigirle que realice el fin para
que se concedió la mina ó sea ql desenvolmiento de la riqueza de la misma, obligándole, por consiguiente, á trabajar?
Forman legión los que defienden la solución última.
De treinta y cuatro ingenieros de Minas que acudieron á la
información abierta por la f unta de Minas en 1908, quince no se
refirieron para nada á esta cuestión. De los diez y nueve restantes que de ella se ocuparon, sólo tres expresaron su opinión favorable á la continuación del régimen actual; diezy seis
afirmaron resueltamente la contraria.
De las legislaciones extranjeras que se han examinado,
sólo 1as de Ingiaterra, Rumanía, Chile, Bolivia, Ecuador, Perú
y Méjico no imponen al concesionario la obligación de trabajar. Aun así, es menester tener en cuenta que en ]nglaterra
prcdomina el principio de la accesión, considerándose unidas
las riquezas minerales á la propiedad territorial; en Rumanía,
las concesiones no son perpetuas, sino por el plazo de setenta y cinco años, transcurrido el cual se sacan á subasta pública; en Chile, se obliga al presunto concesionario á realizar
una labor legal antes de pedir la demarcación, y en_las demás
- ior Repúblicas, lo que rige es, en realidad, una copia más ó menos aproximada de nuestro decreto-l^y.
Los países donde impera el criterio contrario se encuentran en gran mayoría, si bien en la objetivación del mismo se
aprecian distintas modalidades. En Rusia se exige el pueble,
na consintiéndose 1a suspensión de trabajos sino con la imposición de determinadas contribucior^es. En los Estados Unidos,
el pueble no puede ser inferior al valor del trabajo anual de
un hombre, calculado en 100 dollars. En Austria, es obligatorio mantener las minas en actividad. En el Brasil, el dejar de
trabajar una mina durante treinta días es causa de caducidad.
En Paraguay, es preciso trabajar constantemente la mina con
dos peones como rnínimurn. En China, como garantfa de la
obligación de trabajar impuesta al concesionario, se exige á
éste que deposite 10.000 taels (20.000 pesetas).
En Suecia, se obliga a] concesionario á realizar durante los
tres primeros años, como mínimum de labor anual, 10 metros
cúbicos, si los trabajos son subterráneos, ó 18, si los trabajos
son superficiales, y después de estos primeros t^ es años puede
dejar de hacerlo,abonando 50kronas (70pesetas próxirnamente) por cada cuatro hectáreas, exceptuándose las minas de carbón, en las que la obligación de trabajar es constánte. En Noruega, la única condición írnpuesta al conceder una mina es la
de mantener ésta en actividad, caducándo ^e en caso contrario.
En Alemania, es potestativo obligar al trabajo en las mú^as.
Si hecho el requerimiento pasan seis meses sin que se ponga
en actividad, pueden caducarse. Sajonia y Uruguay imponen
el pueble como oblígatorio, y su falta se considera como rnotivo de caducidad. En el Japón, se han de efectuar los trabajos
en la mina con arreglo á un plan previamente aprobado. E1 no
emprenderlos dentro del primer año, el tenerlos suspendidos
por más de un año, ó el no realizarlos conforrne al plan, son
motivos de caducidad.
- l08 En Francia, los concesionarios están obligados á la buena
conservación de la mina, y prestan garantías para su acertada
explotación. En Portugal, para pedir la concesión, ha de probarse que se dispone de los fondos necesarios para la explotación de la mina, y una vez concedida ésta han de empezarse
las labores en el plazo de tres meses. En Bélgica, para otorgar la concesión, ha de probarse también que se poseen medios para desarrollar la explotación en gran escala. En Holanda, caduca la concesión si no se empieza á explotar la mina ó
si se interrumpen los trabajos. En Venezuela, han de comenzarlos trabajos en el plazo de cuatro años; si así ;^o se hace,
el pago de una multa de 2.500 'bolívares sirve para prorrogar aquél por otros cuatro años, transcurrido el cual sin trabajar, procede la caducidad.
En Turquía, el plazo para empezar los trabajos es de dos
años, prorrogable por seis meses. En Grecia, el incumplimiento de la obligación de trabajar es motivo de caducidad.
Y en Italia, para obtener la concesión, hay que prestar las
suficientes garantías de que la mina ha de laborearse.
Esta casi unanimidad en la adopción del criterio del laboreo obligatorio predispone, desde luego, el ánimo á su favor,
máxime si se tiene en cuenta que algunas de las leyes de los
pa^ses últimamente citados son muy modernas.
Veamos ahora las razones que pueden aducirse de uno y
de otro lado. El ilustre autor del decreto-ley de Bases, más
conforme en este punto con la teoría de Benthan respecto del
fundamento de la propiedad que con otra cualquiera, entendía
que la iniciativa privada, la absoluta libertad que debía concederse al minero para distribuir su tiempo y su capital como
mejor le pareciera, podía dar mejores resultados para la in-
,
- 109 -
dustria minera que la vieja teorla de la obligación de trabajar
las minas, con su cohorte en aquella legislación obligatoria,
de denuncios, pleitos y robos. Y es indiscutible que así examinada la cuestión, era sumamente razonable la adopción del
criterio contrario. Pero no se tuvo entonces en cuenta que una
cosa es conceder libertad para distribuir el tiempo y el capital
como mejor convenga al concesionario, y otra bien distinta es
concederla para que no distribuya aquelios elementos en ninguna forma.
De la aplicación de la {egislación se derivaron males grandisimos, los males señalados en aquel preámbulo, que eran
ciertos, por desgracia. La inseguridad en la posesión de las
minas, sujeta siempre á las mayores ó menores influencias
oficiales, á la denuncia, á la delación, estaba reñida con las
garantías que el hombre de buena fe, medianamente razonable, necesita para emplear su capital en un negocio cualquiera. Data de entonces la aversión que en una gran parte de 1os
hombres de negocios españoles sP siente contra la Minería.
Basta con esto para comprender si el mal era grande y sus
frutos hab^an dado perniciosos resultados.
Pero con la radicalísima reforma de 18G8, lejos de llegarse
á la perfección, lo que hizo fué cambiar el efecto, siendo el
nuevo perjudicial también para el verdadero progreso de la
industria minera. A las bandas organizadas de sagaces leguleyos y mineros poco aprensivos, que en cuanto exist^"a una
mina de felices augurios pretendían, y en muchos casos conseguían, arrancársela á su dueño blandiendo el arma mortifera
de la denuncia, sucedió el vicio de la registrería, de grav^"simos resultados también para la industr^a nacional.
Combinada con la falta de obligación de trabajar la mina
concedida, estaba el deber por parte de las Autoridades de
conceder minas, sin que se demostrase la existencia del mineral, y con estos elementos, aquellos mismos que antes se
- 110 dedicaban á comerciar vilmente con las denuncias, emplearon
luego su actividad en adquirir minas que sirvieron de cebo á
los incautos, que, no comprendiendo que no existiera una mina
de cobre, por ejemplo, cuando el Estado había otorgado solemnemente el título de concesión de la misma, cedían parte
de sus ahorros para empresas puramente imaginativas, viendo
bien pronto defraudadas sus ilusiones, y aumentándose así el
descrédito que en el ánimo nacional había cundido respecto
de la Minería, descrédito que aun hoy existe.
El derecho del Estado para imponer la obligación de trabajar es evidente; nadie lo ha di^cutido. Si las minas son suyas, si las minas pertenecen á la Nación, ésta puede cederlas
como quiera. Respecto de la conveniencia es de lo que se
puede discurrir. Pero si el Estado concede unas minas es para
algo; si el Estado segrega una porción de la riqueza de todos
para entregarla á uno solo, lo hace por razón del beneficio
general: para que esa riqueza se desenvuelva, para que circule, para que sea, en fin, verdadera riqueza. Conceder una
mina para que no se trabaje es un absurdo que á nadie puede
ocurrírsele; concederla dejando á la voluntad absoluta dei
concesionario el trabajarla ó no, puede conducir á ese absurdo. Hay que respetar hasta los límites más extremos ia propiedad individual.
Con e] propósito de respetar los derechos adquiridos, y
de no dar efecto retroactivo á la disposición del Código, se
consigna en éste que la propiedad minera bien b mal concedida, en cuanto á las condiciones que debieron imponerse á
su otorgamiento, existen y hay que respetarlas; pero en las
demás, en las que se hallan en estado latente, y permítase
esta frase, en las que aun no se han objetivado en la realidad
de las cosas, es menester tener en cuenta, por encima de
toda otra consideración, la mayor utilidad pública, y ésta se
dériva en el ramo de Minería, no de que haya rnuchas minas
- 111 -
existentes sólo en el papel y en los registros de las oficinas
públicas, sino de que haya muchas minas en trabajo; trabajo
que, además de la utilidad común que por sí solo produce,
puede conseguir un resultado altamente satisfactorio, cual es
el de que las minas que no ofrezcan condiciones económicas de explotación, dejen de considerarse como tales, y desaparezca la vergonzosa ficción hoy con el amparo oficial
existente, sobre el particular, y las minas que las tengan se
conviertan en veneros de riqueza y prosperidad nacional.
No conviene tampoco exagerar las apreciaciones, ni mucho menos las consecuencias de las mismas. C^ran parte de
las minas que hoy están paradas se encuentran en esta situación, no sólo sin culpa, sino á pesar de los esfuerzos de
sus propietarios. Eso que por los partidarios decididos de la
obligación de trabajar se Ilama la mano rnuerta de la especulación, no puede aplicarse con justicia á todos los propietarios de las minas hoy improductivas. Antes al contrario, muchos de ellos, aunque sea mirando en primer término por el
beneficio de sus intereses particulares, son decididos auxiliares de aquella empresa nacional, y se hallan convertidos en
corredores de esa riqueza pública, no sólo sin recibir sueldo
por ello, sino pagando al Estado una contribución representada por el canon, no explotando sus minas por no tener
fondos suficientes para ello y gestionando sin cesar la venta
ó el arrendamiento de las mismas y la formación de Sociedades encargadas de su explotación.
No se debe, sin ernbargo, incurrir en la injusticia de desconocerlo, ni llegar, conociéndolo, á convertir en precepto
legal la idea apuntada por un distinguido informante, de que
los propietarios de escasos recursos no deben existir en Minería. Precisamente, mientras más escasos son los recursos
y más apremiante la necesidad, más dignos son los que en
esta situación se encuentran, de la protección oficial y mayo_
- 112 res son sus esfueraos para trabajar que los de los que no .
sienten esos apremios. Imponer la obligación de trabajar, sí;
pero con limitaciones prudentes y razonables. lmponerla no
sólo por las razones antes apuntadas, no más que apuntadas,
porque los límites de esta Memoria no consienten otra cosa,
sino también porque el no hacerlo, aparte de aquellas altas
consideraciones de interés nacional, conservar el actual estado de cosas, puede ser dar facilidades para el despojo de la
propiedad territorial, y esto no puede consentirse.
Siendo hoy aplicables las disposiciones de la ley de Expropiación forzosa en beneficio de 1^ Minería, dándose en el nuevo Código mayores facilidades á su aplicación, consentir,
coadyuvar el Estado á que se despoje al propietario de una finca de toda ó de parte de ella en beneficio del mayor interés público que representa la explotación de una mina, aunque sea
previo el pago de la indemnización correspondiente,y consentir después que el expropiante no explote, no trabaje, realizándose la expropiación sin conseguirse el fin que como causa ó pretexto de la misma se tuvo en cuenta, es altamente injusto.
La Mineria, sin tener derecho expedito para llegar á la expropiación del terreno necesario en la superficie, no puede
existir; pero si ese derecho se le reconoce, es menester que
sea verdadera Miner^a, y no puede tener ese carácter sino
cuandc en las minas se trabaja.
Y las limitaciones antes indicadas obedecen al examen de
las cosas tal como realmerlte son. En primer lugar, no todas
las minas se encuentran en las mismas condiciones. Aun dentro de una misma clase de mineral, dos criaderos distíntos tienen distinta ley. Mientras el metal aprovechable en uno puede ser del 40 ó del 50 por 100, en otro, ese metal aprovechable puede ser sólo del G. A un mismo tipo de precio en el
mercado la explotación en una mina puede ser margen de
- l13 grandes ganancias y de pérdidas en otra por el mayor sobreprecio de las operaciones de arranque, de clasificación y de
transporte y la menor cantidad de substancia útil. Aun en criaderos de la misma importancia y de la misma ley, la situación
geográfica de cada uno puede producir resultados diametra{mente distintos.
Una mina de piomo situada cerca de una vía férrea ó de
una fundición y teniendo un críadero abundante puede explotarse con pequeñas ganancias, pero sin pérdidas, estando
el plomo á 11 libras, por ejemplo. Una mina con un criadero exactamente igual en el centr-o de una sierra sin caminos buenos, alejada de vías de comunicación no puede trabajarse á ese precio en condicíones remuneradoras, ni puede
pretenderse que al propietario de la segunda se le obligue
á construir un camino de hierro ó un cable para dar salida á
sus productos ó se le condene á dejar la mina, porque esto sería pronunciarse abiertamente por una plt.itocracia absorbente.
Lo que sí puede exigírsele en aras del interés nacional y se le
exige, como se hace en Francia, es que realice los trabajos
necesarios para la conservación de la misma mina. La Administración no le obliga á trabajar en gran escala cuando el trabajo es ruinoso, pero no le puede permitir que por abandono
se destroce la mina, se hundan las labores existentes, vuelvan
á ocultarse quizás para siempre las riquezas descubicrtas.
Un propietario de minas puede tener dos, tres ó más concesiones agrupadas sobre el mismo criadero. Podría ser contrario á la ordenada explotación del criadero obligarle á realizar trabajos en cada una de las concesiones. Para este efecto, todas pueden considerarse como una sola.
En el Código se ha tenido en cuenta estas distintas circunstancias y se ha procurado disponer lo necesario para que
ningún legítimo interés quede desatendido.
E1 denuncio ha quedado abolido pór completo. No volves
- 114 -
rán, pues, á surgir con motivo de] mismo los males que se señalaron en el decreto-ley de 1868. En ninguna ocasión ni bajo
ningún concepto, se dice en el art. 129 del proyectado Código, tendrán derecho de preferencia los autores de denuncias
de motivos de caducidad de las concesiones mineras y permisos de investigación.
Y la obligación de trabajar está impuesta tan suavemente
y con tal espíritu de transigencia, rodeada de tan prudentes
limitaciones, que no podrá en ningún caso decirse del Código
minero español que con él se han cerrado á los pobres las
honradas esperanzas que legítimamente pueden tener al emplear sus iniciativas en asuntos de esta clase.
Los permisos de investigación amplísimos, los plazos concedidos para el estudio y preparación de los criaderos, las limitaciones de carácter económico ^mpuestas al mismo precepto,
aseguran una cantidad importante de tiempo á los modestos mineros para que sus iniciativas no se malogren. Son opciones,
en el lenguaje contractual minero, de cuya duración ninguno
podrá quejarse fundadamente. Y si en definitiva llega el término de las mismas sin haber podido conseguir el resultado apetecido, quizás esto mismo sea conveniente para los que de
buena fe procedan, pues dejarán de sacrificarse por lo que
nada beneficioso ha tenido para ellos.
Expropiación forzosa
Establecida en este Código, como inherente á la concesión
minera, la obligación de laborear el criadero descubierto, surgc lógicamente la obligación recíproca, por parte del Estado,
de facilitar y poner al alcance del concesionarío la facultad de
poder trabajar, y para ello la de ocupar en la superficie el terreno necesario, no sólo para el laboreo mismo, sino para el
beneficio de los minerales que extraiga.
A falta de una leyde Expropiación especial para la Minería,
es de aplicación la ley de 10 de Enero de 187^J, en los contados casos que á ella tienen que acudir forzosamente los mineros, pues es tan embarazoso el trámite que con arreglo á
la misma ha de seguirse, facilita tales medi,os á la ambición
desmedida ó á la mala fe de los propietarios territoriales, que
la mayor parte de las veces los concesionarios ó explotadores
de minas prefieren acceder á las atroces exigencias de aquélios, antes que acudir á ponerse al amparo de una ley, que más
bien que protectora de los intereses públicos, parece hecha
con el exclusivo objeto de debilitar la acción de ]os mismos,
poniendo dificultades al logro de lo que debería constituir ei
fin á que su prornulgación se dirigiera.
Con la actual ley de Expropiación forzosa, bien entendida
y manejada, un propietario agrícola puede impedir el trabajo
en una mina ó la ejecución de una obra pública, no ya durante
meses, sino durante ar^ os, y los inconvenientes que esto ]leva
consigo para cualquier clase de trabajo, en el minero adquieren más relieve é importancia por la constante variabilidad de
- 11G -
precios en el mercado de metales, de tal modo, que trabajándose una mina en un momento dado, el capital en ella empleado no sólo puede ser remunerado, sino aumentado por las ganancias, y detenido ese trabajo por un período de uno ó dos
años, á causa de un expediente de expropiación forzosa, cuando éste Ilega á terminarse, aquél puede conducir sólo á pérdidas en la explotación.
Ni una sola de las Sociedades é Ingenieros que acudieron
á la información pública abierta para la reforma de la ley, se
manifestó conforme con el régimen de expropiación.
La actuaE ley de Expropiación forzosa se dictó única y exclusivamente con la mira de su aplicación á obras públicas, y
no se acomoda ni puede acomodarse á las necesidades de la
Minería.
En el proyecto de Código se ^an tenido en cuenta ]as legítimas aspiraciones, sin olvidar la necesaria defensa del derecho de propiedad individual, antes bien, rodeando la expropiación del mismo de las necesarias garantías, aun de las circunstancias más favorables al propietario, si bien suprimiendo
trámites que hacen verdaderamente inaplicable la legislación
actual.
E1 criterio que informa esta parte del Código se inspira
en el propósito de aligerar el procedimiento.
Se respetan como requisitos sancionados por la práctica é
indispensables, si la expropiación ha de ser una obra de justicia, los de declaración de utilidad pública y de la necesidad de
ocupar la totalidad ó parte del inmueble que se pretenda expropiar, el justiprecio debido y el de lo que haya de enajenarse, bien entendido que este precio representa la indemnización qrre por todos conceptos se debe al expropiado por la
enajenación que forzosamente se le obliga á realizar; pero en
ía forma que esos requisitos han de cumplirse, las variaciones
propuestas por la Comisión con relación á la hoy vigente, son
- 117 -
de tanta importancia y tan numerosas, que para nada se refiere
el proyecto á la actual ley, ni como derecho en vigor, ni con
el carácter de supletoria, y puede afirmar que el título relativo á esta materia es una completa ley de Expropiación forzozosa, que forma parte del Código minero porque á la Minería
se reficre, pero del cual podría separarse y con leves correcciones ó supresiones en lo que de especial tiene, sería una
ley de aplicación general.
En el art. 19 del proyecto de Código, que trata de las condiciones generales de las concesiones rrrineras, se dice de
ellas que habrán de laborearse con atención al interés general
que originó su otorgamiento, y que en tal concepto el laboreo
minero revestirá la condición ingénita de utilidad pública, sin
necesidad de una declaración especial, fuera de los casos expresamente determinados en el Código.
Partiendo de este principio, era lógico sentar en el título
de expropiación forzosa, como se ha hecho, que el otorgamiento de la concesión comprende la declaración de utilidad
pública de la expropiación y explotación de la rrrisma, y del
beneficio y aprovechamiento de los minerales.
Este precepto, reclamado por la mayoría de los mineros é
Ingenieros de Minas como necesario al bien público interesado en el laboreo de las minas, no hubiera podido sentarse
como obligatorio en la actual legislación minera, puesto que
ésta no exigía la existencia del mineral descubierto para el
otorgamiento de la concesión, y como muy acertadamente se
dijo en la Real orden de 7 de Novicrnbre de ]8^3, no puede
declararse la utilidad pública de una mina en la que no se
conoce si existe mineral, pero es la lógica consecuencia del
criterio que en el proyecto se desarrolla. C)torgada la concesión después de descubierto el criadero para su explotación
en beneficio del interés público, y obligado el concesionario á
trabajar en aras de ese mismo interés, claro es que la utilidad
- 118 -
pública existe y no es precisa la deciaración expresa de la
misma.
Se ha tenido también en cuenta que no es ^ólo el laboreo
de las minas ó el beneficio de los minerales lo que es de
utilidad pública, sino que en general puede decirse que todas
las industrias fabriles y manufactureras lo son también, y algunas manifestaciones de la Agricultura revisten ese carácter
en alto grado, concretando éstas en las fincas de regadío y en
las que están puestas de viña ó contengan arbolado.
Ocurre entonces, cuando hay que expropiar un terreno de
esas condiciones, que se encuentran frente á frente dos negocios, ambos de interés público, pero incompatibles, y la Comisión en este caso ha consignado en el proyecto el derecho
que asiste al presunto expropiado para alegar la mayor utilidad pública de la explotación qué venga realizando, concediéndole para hacerlo el plazo necesario.
E1 segundo perlodo se refiere á la declaración de la necesidad de ocupar todo ó parte del inmueble solicitado por el
expropiante. Es de absoluta necesidad, porque puede darse el
caso de un expropiante de mala fe, que con el pretexto de
laborear un criadero mineral, en realidad, pretenda hacerse
dueño de una finca rústica, para lo cual pide mucho más terreno que el necesario; puede ocurrir también que reducida ]a
petición á lo absolutamente indispensable para el minero, la
fígura de la parcela que haya de expropiarse imposibilite el
aprovechamiento del resto de la finca, en cuyo caso el propietario puede pedir que se le enajene por completo, y es también posible que en aigún caso, aunque esto sea muy extraño,
pueda probarse que no es necesaria para la explotación de la
mina ocupación alguna de la finca de que se trata.
- 11^ El procedimiento que se emplea para el justiprecio de las
fincas que se expropien no puede ser más sencillo ni justo.
En principio, se basa en la declaración del vaior del terreno,
hecha por e} mismo propietario. Lo que en sus relaciones
econámicas con e] Estado declara ei propietario que vale su
finca es lo que sirve de base principal, y en la mayoría de los
casos única, para la determinación del valor. Los propietarios
pagan sus contribuciones con arreglo al valor de la renta declarada ó líquido imponible que figura en los amillaramientos
ó en el catastro. Es, pues, el valor de cada finca, y fuera de
los contados casos en que exista pendiente una reclamación,
algo que tiene la respetabilidad que le presta el mutuo consentimiento de las partes, el propietario individual y el Estado.
^usto es, por tanto, que cuando el Estado por motivos de
utilidad pública tiene que expropiar á ese particular de la totalidad ó de parte de su finca el valor de la misma, se determine con relación al que existe previamente convenido entre ambas partes. Si algún error hay en este caso, debe ser en beneficio del propietario territorial, porque es cantinela constante y
común la de afirmar que las contribuciones son exorbitantes y
excesivos los líquidos irnponibles señalados á las fincas. Mientras ^nayores sean, mayor será el valor de las ^nismas, porque
lo ocurrido hasta ahora en razón al justiprecio de las fincas objeto de un expediente de expropiación forzosa era verdaderamente escandaloso.
Eso de que una finca venga pagando, por ejemplo, 14 pesetas de contribución, que representa un líquido imponible de
100 pesetas, y por tanto, capitalizado éste al ,5 por 100, tipo
normal del interés legal aceptado por cl Estado para sus liquidaciones, un valor total d^ 2.000 pesetas, y que al tratar de
expropiarse un trozo de esa finca, el propietarío pida por é1
50 ó 100.000 pesetas, entorpeciendo con esta descomedida
exigencia la realización de una obra ó trabajo de interés ge-
^ t^ ^
neral y público, es verdaderamente escandaloso y debe pasar
á la historía, para que nunca más pueda volver á ocurrir.
La Comisión, respetuosa con los sagrados intereses de los
propietarios territoriales, toma como base para la determinación del valor de la finca expropiada, e1 valor que ellos mismos han declarado ó admitido en sus relaciones con el Estado.
No puede dejar la determinación de ese valor al arbitrio de
los mismos, cuando enfrente de sus intereses particulares están los generales de la Nación. Es más; como entiende que
es menester indemnizar al propietario desposefdo en contra
de su voluntad de su finca, con algo más que el valor material
de ésta, lleva su respeto al derecho del mismo hasta un extremo que á muchos mineros futuros expropiantes pueda parecer excesivo, estableciendo que el valor de la finca, en caso
de expropiación total, ha de ser, no ya el producto de la capitalización del líquido imponible al 5 por 100, sino el triple de
ese producto y el quíntuplo en caso de expropiación parcial.
Ningún propietarío de buena fe puede, en conciencia,
creerse perjudicado con la adopción de este criterio. Recibir
por lo que, según el amillaramiento ó Catastro por él aceptado, vale 100, 300 á 500, es sumamente beneficioso para sus intereses, á menos que confiese que durante el tiempo transcurrido hasta entonces ha venido defraudando al Tesoro público y á sus convecinos. Para los mineros, esto que á primera
vista resulta perjudicial y poco equitativo, si á la realidad de
las cosas se atiende, es altamente beneficioso también, hasta
el punto de que la Comisión espera que las impugnaciones
que á esta parte de su trabajo se hagan, procedan, no de los
futuros expropiantes que se consideren dichosos de que se
dicte una regla fija á que puedan atenerse, sino de los futuros
expropiados, para quienes se ha terminado el período de la voluntariedad y del capricho propios, ejercidos con grave detrimento de los intereses públicos.
- 121 Análogo procedimiento ha de seguirse para la expropiación de un establecimiento industrial, si bien aquí la determinación del valor resulta más subida. La Comisión hubiera deseado prohibir la expropiación de estos establecimientos;
pero en la imposibilidad de hacerlo, puesto que en alg ^n caso
la utilidad pública de la industria minera puede ser muy superior á la de la que se realice en el establecimiento de que se
trate, ha tratado de exigir las mayores garantías y determinar
una mayor indemnización, para que en ningún caso pueda resultar perjuicio al expropiado.
Fijado este principio como regla general, se admiten dos
excepciones á la misma. Una, alegada por el propietario del
terreno, por existir en la finca plantaciones, edificaciones, ó,
en general, cualquier elemento de riqueza que no haya podido tenerse ^n cuenta para la determinación del lfquido impo^
nible, por ser de fecha posterior á la misma, siempre que sean
anteriores al comienao del expediente de expropiación, limitación necesaria para impedir que en la finca se realicen variaciones que tengan sólo por norte un inmotivado aumento de
valor en perjuicio del expropiante.
Otra, que puede alegar éste, por serexcesivo el liquido imponible y fundarse en inexacta declaración de riqueza, hecha
con el propósito de dificultar la expropiación del inmueble.
Esta ex•epción tampoco puede ser admisible sino cuando la declaración impugnada se ha hecho después de obtenido el permiso de investigación ó la concesión para explotar el criadero
mineral, y con menos de un año de anterioridad á la fecha del
comienzo dei expediente de expropiaci.ón, por ser éste el único caso en que, a priori, puede suponerse que la declaración
se hizo con el expresado objeto.
- 122 En ambos casos, ó sea cuando se presenten cualquiera
de dichas ale^aciones, justificándose que concurren los requisitos necesarios para ser admitidas, y las partes no estuvieren de acuerdo, ]a determinación del valor del inmuebie se
conffa á un Jurado compuesto de personas, en quienes la Comisión considere que concurren las mayores condiciones de
conocimiento de la cuestión debatida, de competencia, de independencia y de imparcialidad. Esto, en lo que se refiere á
fincas rústicas y urbanas en ^eneral.
Respecto de los establecimientos industriales, la simple
voluntad de sus dueños bastará para que se vaya al aprecio
pericial de los mismos; ese aprecio será hecho por peritos
técnicos con título bastante, y si no estuvieran conformes y
las partes no se pusieran de acuerdo para el nombramiento
de un tercero, actuará en este concepto elingeniero Jefe de
la provincia de la especialidad á que corresponda la industria
de que se trate.
Novedad también importantísima, pero basada en sanos y
respetables principios de equidad, es la que se íntroduce estableciendo que la enajenación por causa de expropiación forzosa en Minería, se hará siempre con cláusula legal de reversión del inmueble expropiado al primitivo propietario ó á sus
causahabientes, si se declara caducada la concesión y franco
y registrable el terreno de la misma, sin que por ello tenga
nada que abonar al expropiado, y considerándose parte integrante del terreno las edificaciones que el minero "ubiese hecho, las cuales pasarán á ser propiedad del anti^uo dueño de
la superficie en el estado en que se encuentren al verificarse
la reversión.
Este precepto se basa en principios de justicia evidentes.
Para expropiar al dueño de una finca forzosarnente la totalidad
ó parte de la misma, se ha alegado la utilidad pública, representada por el laboreo minero. Esa utilidad se ha considerado
- 123 inherente al mismo otorgamiento de la concesión minera. Desde el momento en que éste ha dejado de existir, ha desaparecido la causa que motivó aquella transmisión de bienes, y los ^
transmitidos deben volver á poder de su dueño.
Mantener existente ta transmisión después de caducada
la mina, podía también ser inm^ral, porque sería dar armas en
algunos casos á cualquier mal intencionado, para adquirir una
finca rústica en contra de la voluntad de su dueño, con sólo
descubrir en ella alguna substancia aprovechable en Minería.
El precio pagado por la expropiación, será uno de tantos gastos como el minero haya realizado en su empresa.
Lo mismo ocurrirá con las construcciones que pueda haber hecho en el inmueble expropiado, que seguirán por accesión la suerte de éste en el estado en que se encuentren al
verificarse la reversión; pero las máquinas, instrumentos, herramientas y útiles del trabajo, incluso los hornos de fundición, seguirán siendo de la propiedad del minero, que deberá
retirar los primeros y las substancias útiles de los últimos en
un plazo máximo de seis meses, contados desde que sea requerido para ello por el propietario, y conservará su derecho
de propiedad sobre ios lavaderos, terreros y escoriales, por
declaración expresa que en el proyecto se hace, para aprovecharlos en la forma que en el rnismo se determina.
Par último, habida consideración de que el derecho de expropiación no se reconoce sino á los concesionarios de rninas, se otorga á los investigadores el de ocupar temporalmente los terrenos que necesiten, consignándose los preceptos
necesarios al ejercicio del mismo, como tambi^:n los de ocupación temporal de concesiones mineras en las casos que el
Código lo autoriza.
Intervención del Estado en las explotaciones
Otra de las razones poderosas que han inspirado el imponer en el Código la obligación de laborear las minas, es de
carácter puramente social. La emigración alcanza proporciones asombrosas en España, y supera en mucho á las cifras de
los demás pafses de Europa.
El éxodo de las masas humanas que transportan los trasatlánticos, aumenta cada día; y el despuebie de regiones enteras, que nos deja sin brazos para la Agricultura, sin valiosos
eiementos de trabajo para la Mineria, es tanto más sensible,
habiendo en España tanto que realizar, que podr(a evitarse
esta emigración facilitando la explotación de las fuentes de
riqueza de nuestra Península.
Es indudable que si esas grandes extensiones de terrenos
incultos que existen, no por falta de condiciones propias de
fertilidad, sino por abandono de sus propietarios, se dedicasen al cultivo de cereales, de la vid, del olivo, á la formación
de bosques de árboles maderables, á cualquiera de las mil
manifestaciones agrícolas para las que es tan apto el suelo
nacional, esa emigración decrecería con la misma rapidez con
que ahora aumenta.
Igualmente, si en esas veinticuatro mil y pico de minas
que en España existen hoy inactivas se trabajase, la oferta
y la demanda del trabajo obrero tenderían á equilibrarse en el
gran mercado nacional, porque muchas de ellas quizás no sean
minas, en el verdadero sentido de la palabra, que es el de tener mineral explotable; pero otras muchas habrían de ofrecer
- 125 colocación á un crecido número de braceros. Y como, dada la
indole de este trabajo, no podemos ocuparnos de lo agrícola,
ni imponer aquella obligación á las concesiones existentes en
la actualidad, porque tiene la de respetar para su desenvolvimiento el cumplimiento de las leyes vigentes cuando se otorgaron, es necesario imponerla á las del porvenir, multiplicando con ello los centros de trabajo.
Pero al hacerlo, es necesarío velar por los humildes, por
los pobres, por los desamparados de la fortuna, y á esta idea
genérica y primordial se debe la redacción del título del Código que lleva por epígrafe el mismo con que estas líneas se
encabezan, de importancia indiscutible, y en el cual se consignan como reglas de derecho positivo prescripciones y preceptos de los que algunos, hasta ahora, no han formado parte
de las leyes, ni aun en los países más adelantados, en la resolución de estas interesantfsimas cuestiones.
Lo primero que se ha hecho en este punto ha sido definir
el contrato de trabajo minero y determinar la capacidad de
laspersonas quepueden celebrarlo. Por fortuna,la antigua idea
de la servidumbre personal ha desaparecido de las sociedades
actuaies; pero hemos creído rendir un culto debido á la idea de
la justicia, reconociendo en el proyecto de Código al obrero
como sujeto del contrato verificado en uso de su autonomía y
de su voluntad consciente y libre. Toda sombra de vasallaje
ha desaparecido. El obrero, al realizar el contrato, goza de los
mismos derechos, de iguales prerrogativas que ei patrono.
Cuarenta artfculos contiene el capítulo, y todos ellos tratan cuestiones interesantísimas, resolviendo cada uno de por
sí diversos aspectos del problema social, tomando como bases
para esas resoluciones, de un lado, el más profundo respeto
á la libertad individual de los contratantes, y de otro, el cumplimiento de la sagrada misión de tutela y protección que el
Estado debe llenar respecto de los más débiles, para que nun-
- 12G -
ca puedan ser éstos expfotados ni sometidos; antes bien, se
respeten por todos escrupulosamente las medidas que se han
dictado inspiradas en este criterio.
Pero hay cuestiones capitales á la hora presente, que en
estos mismos momentos se discuten con apasionamiento, y no
es posible prescindir de referirse á ellas en estas ligeras explicaciones, justificando la razón de ser de ciertos preceptos. Por
lo mismo que á consecuencia de su natural condición de pobreza, el obrero es más débil en su individual aislamiento, porque es más fácil al patrono prescindir de él en cualquier instante, se ha querido que aquél se asocie; pero en este punto
mismo ha encontrado un grave problema. A la antigua y espantosa esclavitud de los prisionerDs de guerra, empleados en
trabajos mineros, de que nos habla Diodoro de Sículo; á la
triste condición del vasallaje de la Edad Media; á la desconsoladora situación del pobre obrero de los primeros tercios del
siglo anterior, á pesar del expreso reconocimiento de los derechos individuales, aceptado por todos los pueblos civilizados, ha sucedido una nueva y lamentable servidumbre, tratda
por la misma aurora social, que, para mejorar aquella triste situación, ha ido cercenando aquellos derechos, y gracias á la
cual, se han consignado limitaciones al ejercicio de la libertad
individual, que más que espontánea y libre manifestación de
la misma, constituía una forzada aceptación de condiciones
onerosas impuesta por la necesidad de subsistir.
Los obreros que han dejado de ser es ^lavos ó vasallos del
señor, no pueden ser, no deben ser, instrumento de los agitadores sistemáticos, y han de percatarse que la solución de los
problemas que les afecten ha de buscarse en un reflexivo ambiente de armonía, yeste puntotranscendental merecede todos
una cuidadosa atención. Que los obreros de las minas van muchas veces arrastrados en contra de sus deseos, se demuestra
con lo ocurrido no hace muchos años en una de las regiones
- l27 -
mineras más importantes de España, que no nombramos por
razones fáciles de comprender.
Casi desde el principio de la explotación venía pagándose
en ella á los obreros por quincenas. De pronto surgió la huelga: los obreros querían cobrar por semanas. En la administración, en la contabilidad, se producía con ello un gran trastorno; los obreros, hasta entonces, no habían producido quejas
por aquella causa. Los que vivían en las minas ó en sus inmediaciones con sus familias, estaban contentos con ei sistema.
Cada día de cobro lleva consigo, por la aparición de pequeños explotadores que acuden invariablemente á la hora del
mismo, una más ó menos impor±ante disminución de la soldada; en cuatro días de cobro se gasta el doble que en dos, y
ese mayor gasto es perjuicio para el hogar.
Los obreros transeuntes, los llamados asi porque de algún
modo hay que Ilamarlos; los que no han constituído una familia
y con su hatillo á la espalda recorren comarcas distintas, parando poco en cada mina, querían cobrar por semanas. Surgieron
los agitadores y la huelga se declaró, y con la huelga, el boycott de las personas, las coacciones contra los que querían trabajar. Era el conflicto que estallaba; la Autoridad militar acudió
á remediarlo, y decidió que ^e pagara por semanas. Pocos meses después, los obreros de aquellas mismas minas acudían á
los patronos pidiendo el pago por quincenas; negáronse éstos,
fundados en el deber moral que tenían de cumplir el anterior
mandato, y los obreros, libres de toda coacción, amenazaron
con la huelga si no se accedía á sus legítimas pretensiones.
Por quincenas se sigue pagando. Pero es curiosísimo el caso;
en el transcurso de muy pocos meses, dos huelgas: la primera, para que nu se pagase por quincenas; la segunda, precisamente para todo lo contrario.
Asociación, sí, pero de los mismos obreros de la misma fá
brica, de la misma mina, en tudo lo que al régimen del traba-
- 128 jo en ella se refiera. No se limita en el proyecto de Código,
por ningún precepto, la libertad absoluta del obrero para ingresar en cualquier Asociación de cualquier clase; pero el
contrato colectivo de trabajo minero sólo puede celebrarlo la
Asociación de los obreros mineros que han de trabajar en la
mina ó fábrica, sin perjuicio de que esa Asociación forme parte de otra más general ó extensa; y obligándose el patrono á
reconocer la personalidad de la Junta nombrada reglamentariamente, se declara que ésta será ]a única que podrá tratar y
convenir con él, asumiendo por completo los derechos y obligaciones de los asociados, ejercitará todas las acciones y quedará sujeta á todas las responsabilidades que del contrato se
deriven, con lo cual se tiende á lá formación de las Asociaciones profesionales obreras, que tanto han contribuído al desarrotlo de la industria norteamericana.
Y lleva á tal punto su deseo la Comisión de impedir la discusión de cualquier conflicto entre el patrono y el obrero aislado, queriendo que la defensa de éste y sus intereses en el
mismo régimen del trabajo sean colectivos, porque asi estará
en mayores condiciones de igualdad con aquél y obtendrá más
fácilmente el reconocimiento de sus derechos, que hasta á los
obreros que no hayan celebrado este contrato que llamamos
colectivo, sino que estén ligados por un contrato individual y
no hayan hecho uso del derecho de asociarse, se les concede
el especialisimo de nambrar tres delegados, que serán los encargados, durante su cometido, de formular en nombre de
aquéllos las reclamaciones que procedan cerca del patrono, el
cual estará obligado á reconocer su personalidad, con lo cual
entiende garantidos porcompleto los derechos del obrero; pero
al mismo tiempo y de tal modo atiende á la necesidad antes
indicada de alejar de cualquier conflicto á esos agitadores que
no participan ni de los intereses legttimos del patrono ni de
los igualmente sagrados del obrero, que en suma con comu-
- i^ nes, en lugar de ser antagónicos, que liberta al primera de las
necesidades de ent^nderse con personas que no figuran entre
sus obreros, á no ser que especialmente las haya aceptado
como mediadoras ó revistan este carácter por su propio fuero
ó autoridad, é impone á las Autoridades de cualquier clase que
medíen para resolver cualquier cuestión entre patronos y
obreros, la ineludible obligación de entenderse para elio con
las legítimas representaciones de los unos y de los otros.
Como no basta disponer para que se cumpla lo dispuesto,
y es precíso inspeccionar si se hace ó no, la Comisión ha
creído necesario ocuparse de ello, y siguiendo en este punto
las teorías de una alta autoridad patria en asuntos sociales, ha
declarado expresamente que corresponde ejercer esa inspección al Instituto de Reformas Sociales, por medio de sus Juntas provinciales y locales, y al Cuerpo de Ingenieros de Minas del Estado, determinando las respectivas atribuciones de
unos y otros organismos; pero al hacerlo así, no ha creido todavía que estaban tomadas todas las garantías necesarias, tanto para la seguridad del obrero, cuanto para hacer efectivas
las responsabilidades de los infractores (en minas y fábricas)
de las disposiciones del Código y de todas las leyes sociales
dictadas respecto de seguridad é higiene de los trabajos; y resueltamente, sin eufemismos ni vaguedades, aun en contra de
opiniones respetabilisimas y numerosas, ha concedido participación directa en esa inspección al elemento obrero, separada y distinta de la peculiar que ya le asiste por la representación que tiene en el nombrado Instituto.
Tres son los delegados que los obreros de cada establecimiento pueden nombrar, y las condiciones de elegibilidad que
se exigen son adecuadas á la misión qué se les confía, sin
que esté de más consignar en este sitio que al marcar sean
las mismas (con una ligera excepción de que luego se hablará) que han de reunir los elegidos para entenderse con el pa9
- 130 --
trono en las cuestiones que se susciten, la Comisión, sin imponerlo, ha querido indicar la conveniencia de que sean las
mismas personas las que desempeñen uno y otro cometido.
La excepción antes indicada es la de que los años de servicio, que se exigen para obtener el nombramiento hayan sido
prestados en trabajos realizados en el interior de la mina de
que se trate, ó en otra de la misma substancia, si los que en
ella se practican fueran de fecha más maderna. Y esto es
perfectamente ló^ico, porque pudiendo dichos delegados visitar los trabajos subterráneos con el objeto de examinar sus
condiciones de seguridad é higiene, y en caso de accidente
las circunstancias en que el mismo pudiera haberse producido, la Comisión que ha considerado necesario prohibir la
admisión de los obreros en lo^ trabajos indicados si no prueban su aptitud profesional, no podía en manera alguna confiar la defensa de dichos obreros á delegados que no tuvieran,
para poderlas ejer^itar, las mismas ó superiores condiciones
de aptitud.
La ley francesa de 8 de Julio de 1890, modificada por las
de 25 de Marzo de 1901, 9 de Mayo de 1905 y 25 de Julio
de 1907, exige que los que hayan de ser elegidos hayan trabajado en las minas ú otras similares durante cinco años. La
Comisión ha reducido ese número á dos, por estimarlo bastante y para dar mayores facilidades á la elección. De este
derecho de inspección, concedido á los obreros, sólo bienes
puede esperarse. No será el menor de ellos el de una más
intensa conexión con el patrono, con los Ingenieros de Minas
y con los representantes del Instituto de Reformas Sociales.
Y establecerla era necesario. Confiada la inspección sólo
á los expresados organismos, su alejamiento de las minas ó
fábricas en los críticos momentos de un accidente desgraciado, produce varios males, entre ellos la imposibilidad de reconstruir en muchos casos el hecho, teniendo que dar por
-131buenas las referencias poco autorizadas que se reciban y la
desconfianza de los mismos obreros hacia las personas que
no son de su clase ni como ellos visten. Esto era menester
que desapareciera, y la Comisián confía en que con esa intervención directa concedida á los obreros, desaparecerá seguramente, en beneficio de la armonía que debe existir entre
ellos y los patronos, que es la base principalísima de la prosperidad de las industrias.
La le^sitimidad del destajo ha sido proclamada resueltamente. Fué éste uno de los puntos en que no hubo discrepancia ni un solo momento, y la Comisión sólo juzga necesario ocuparse de esta forma del trabajo por los continuados
ataques que se le dirigen y que, refiriéndonos á 3as minas
con especialidad, sólo demuestran no estar al tanto de las
condiciones especialísimas del trabajo mir^ero. Suprimir el
destajo es quitar al pobre la única esperanza honrada de salír
de su triste situación por la dignidad del propio esfuerzo personal, y obligar al patrono á una incesante y activa inspección y presión sobre el trabajador, para que por éste se emplee
el límite máximo de su capacidad y de su fuerza, lo cual si
aquella presión no se ejerce es ruinoso para los intereses del
propietario, y si precisa hacerla efectiva, bochornosa para el
trabajador y quizás germen de conflictos.
Varios argumentos se oponen contra el destajo, pero los
principales son: que por el exceso de trabajo se destruye más
rápidamente la energía del obrero, y, como consecuencia, se
atenta contra la existencia de la raza; que en el destajo, el
obrero es más explotado por el burgués, que obtiene un efecto más útil con un desembolso menor, pudiendo llegar al extremo de que si aquél al realizar el contrato sufre equivocación
respecto de las circunstancias inherentes al mismo trabajo, ó
- 132 si esas circunstancias varían, circunscribiéndonos á las minas, por un brusco cambio de terreno no tenido en cuenta,
puede obtener de un esfuerzo extraordinario una recompensa
menor de la ordinaria en el trabajo á jornai; que el destajista
obrero, convertido en patrono, en el caso particular de un trabajo á contrata, es más exigente con los obreros que emplea
que el mismo dueño de la mina ó taller, y les obliga á trabajar más, y, por último, que en caso de accidente ocurrido á
uno de esos obreros destajistas, como él mismo no tiene
asignado un jornal fijo y conocido, puede burlarse la ley de
Accidentes deí trabajo.
Pocas consideraciones entiende la Comisión que son bastantes para destruir esos argumentos. El primero, que es la
bandera bajo que se cobijan los ^nemigos del destajo, mata
por completo la iniciativa individual. iDesgraciada la raza que
quiera canservarse de esta manera! Raza sería de seres pasivos, inertes para el bien y para el mal. A tanto equivaldrfa
suprimir el estudio de las carreras, las oposiciones difíciles,
para las que hace falta una seria preparación, porque el exceso de estudio puede producir el agotamiento cerebral.
Si el hombre ha de amoldarse en su desenvoivimiento á un
patrón uniforme para todos, si llamándole codicioso se le niega la posibilidad del más en cualquiera de los órdenes de la
vida, quedará reducido á una máquina, sin iniciativas y sin voluntad; si lo mismo ha de cobrar trabajando más que trabajando menos, trabajará siempre menos, y esto sí que es altamente
inmoral, ó precisaria suprimir la primera condición que la
equidad y la moral más estricta imponen como obligatoria para
el obrero en la realización del contrato de trabajo, que es la
de emplear toda su energfa y capacidad productora en los
trabajos que haya de realizar. Y esta condición no admite ni
el más ni el menos. Queda confiada á la moralidad del obrero;
que no hay dinamómetro capaz de apreciar esa capacidad
- 133 para determinar el esfuerzo prestado. Pero si el obrero ha
de hacerlo, si ha de emplear toda su energía en la realización
de ese trabajo, zPor qué impedirle la posibilidad de ganar más
de la soldada ordinaria?
Enemígos del destajo entre los mismos obreros serán los
que no tengan confianza en sí mismos, los que no se sienten con fuerzas ó condiciones bastantes para cambiar su actual
estado por otro, á su juicio más perfecto, los que quieren vivir
siempre igual, sin aspiraciones ni esperanzas, como los condenados del infierno dantesco; pero los obreros trabajadores é
int^ligentes, preferirán siempre el destajo como más remunerador á sus esfuerzos y como más conforme con la indívidualidad de su persona. iSuprimir el destajo en las minas! Eso sf
que daría lugar á huelgas y desgracias. Lo que ocurre es que
los obreros que prefieren el destajo, están trabajando y no
piden variaciones en el régimen del frabajo, porque no las
anhelan. En cambio, los que no tienen aptitudes ó no quieren
emplearlas en el trabajo y están, por consiguiente, en una
situación económica de inferioridad con relación á aquéllos,
quieren igualarse, no subiendo ellos, sino pretendiendo que
los otros desciendan. La Comisión no puede llegar á la afirmación de que todos los obreros contrarios al destajo tengan
esas condiciones; pero sí á la de que todos los que las tienen
forman en esas filas.
De la luminosa Memoria del Negociado de Minas, resumiendo las contestaciones al cue ^tionario enviado por Real
orden de 13 de Agosto último á los Distritos mineros, referentes á estas cuestiones sociales, aparece que en todos los
Distritos mineros de España, excepción hecha de Vizcaya,
los obreros de las minas preferieren el destajo al trabajo á
jornal.
A pesar de todo, la Comisión no ha dejado de atendet á
ese señalado peligro del aniquilamiento de la raza; pero no
- ]34 -
'
^
estimándolo posible en el hombre adulto, ha creído que pudiera existir permitiendo ei destajo sip limitaciones para las
mujeres y los menores de diez y ochb años, más necesitados
de la tutela del Estado; y sin excluirlo en absoluto en lo que
á la forma del contrato se refiere, lo ha limitado para ellos y
en 1os contadísimos trabajos mineros, que por razón de la
misma debilidad de su naturaleza ftsica, les permite reálizar,
á primas por ia calidad y no por ia cantidad del trabajo ejecutado, can lo cual, no privándoles de un aumento de soldada
debido á ia perfección de su obra y no confiando aquél al
mayor esfuerzo físico, cree haber evitado dicho peligro.
El segundo argumento carece de eficacia, porque no es
que el obrero sea más explotado por el burgués por obtener
éste un efecto más útil con un désembolso menor, sino que
si ocurre esto último, lo que demuestra este hecho es que en
el trabajo á destajo el patrono recibe lo que tiene derecho á
reeibir del obrero en cualquier forma de trabajo: toda la energta y capacidad productora del mismo, y el empleo de aquel
razonamiento es vejatorio para la dignidad del obrero, porque
equivale á suponer que si de etlo no ha de obtener una mayor
remuneración, no ha de prestar esa energta.
La Comisión, sí ha previsto el caso posible, aunque no frecuente, de que el obrero destajista puede equivocarse, y aunque reconoce como principio fundamentat de derecho que el
hombre es responsabie de sus actos, llenando aquella misión
tutelar á que responde todo este tít!tlo del Código, introduciendo una novedad importantísima en el Derecho escrito y
abundando en la idea de que el destajo debe ser aceptado más
por lo que beneficia al obrero que por lo que favorece al patrono, ha consignado como precepto obligatorio el de que
siempre, aun en los casos en que se señale un precio por unidad de obra ó de tarea, se fije un tipo mínimo de jornal regulador, que tendrá derecho el obrero á percibir íntegramente,
- 135 -
de tal suerte que toda otra forma de remuneración que no sea
el pa^o de ese jornal por el servicio prestado durante una jornada, sólo podrá conducir á la mejora ó esfuerzo de ese jornal.
De esta manera, clara y expresa, queda evitado el peligro
que en el orden económico pu^de representar el destajo en alguna ocasión para el obrero, y soiventadas todas las compiicaciones que por falta de la determinación de jornal pudieran sobrevenir en algún caso especial para la aplicación de la ley de
Accidentes del trabajo. Lo de que el obrero convertido en destajista obliga á trabajar más á sus obreros, es inocente; dados
los términos en que está redactado el Código, sólo les podrá
obligar á trabajar lo que puedan dentro de la jornada legal, teniendo derecho á exigir lo primero en los límites marcados por
dicha jornada, y en definitiva, no conduce sino á la afirmación
de que sería dedesear que estos obreros del destajista lo fueran ellos á su vez.
Detalles, pero detalles interesantfsimos de la cuestión social, son los que se refieren á la rescisión del contráto de trabajo, porque en su apreciación va envuelto el pensamiento de
la Comisión respecto de la sorpresa en la huelga por parte de
los obreros y el despido intempestivo de éstos por los patronos. La Comisión ha entendido que esto no puede ser. El
trabajo minero es de índole especialísima. Un paro repentino
en los trabajos puede dar lugar á hundimientos, á inundaciones, á que en un momento dado, con el transcurso de pocas
horas ó de pocos días en inactividad, se produzcan males
considerables, cuya importancia es difícil determinar a priori,
y hubiera sido una grave falta la de no tener en cuenta esta
circunstancia. Por esta razón, para que^el contrato de trabajo
minero se rescinda por voluntad del obrero, y claro que mientras aquél no esté rescindido, en cumplimiento del mismo el
- 13G obrero tiene que trabajar, es requisito indispensable el de
que avise al patrono con ocho dtas de anticipación, ampliándose este plazo al de quince dfas cuando se trate de capataces, contramaestres ó maquinistas, por la mayor importancia
de sus funciones.
EI lock-out está también previsto y prohibido en el proyecto de Código. No puede tolerarse ni permitirse que el patrono despida al obrero porque así le convenga, sin haber
expirado el plazo del contrato, no concediéndole ni aun tiempo para pensar dónde ha de ir para se$uir ganando su pan.
Por esta razón, el patrono que sin más causa que su voluntad
quiera despedir á un obrero, está obligado á avisarle con un
mes de anticipación ó á abonarle una cantidad igua] al importe de ocho días de trabajo.
^Podrá, por esto, decirse que se atenta al derecho indiscutible y reconocido que los obreros tienen de declararse en
huelga para obtener legítimas reivindicaciones? ^Podrá afirmarse, por otro lado, que es tiránico oblígar á los patronos á
tener en sus minas 6 fábricas durante un mes á obreros que no
1es convienen, á trueque de abonarles ocho jornales, sin obtener compensación alguna? No; ni lo uno, ni lo otro. El obrero
puede dar por rescindido, individual ó colectivamente, el contrato de trabajo, y si es en esta última forma, eso es la huelga, sin previo aviso de ningún género, cuando el patrono, en
cualquier forma, haya faltado al cumplimiento del contrato
particular b coiectivo, cuando ei patrono ó sus dependientes
le hubiesen injuriado de palabra ó de obra, cuando el patrono
haya incumplido las leyes y reglamentos dictados para la seguridad é higiene del trabajo, y advertido por los lnspectores
de éste ó por los mismos obreros, no subsanara la falta. Si el
patrono hace algo de eso, el obrero no tiene que avisar la res
cisión del contrato.
El daño de la huelga, agravado por la sorpresa, á él sólo
-- 137 será imputable; pero mientras no^lo haga, mientras cumpla estrictamente sus obligaciones, sería inmoral permitir al obrera
que faltara á las suyas. Y el argumento contrario, por parte de
los patronos, también carece de fundamento. Si el obrero falta
reiteradamente á sus deberes, si injuria de palabra ó de obra
al mismo patrono, á los dependientes de éste ó á cualquier otro
obrero, si maliciosamente produce deterioros en el material,
si no sabe realiZar el trabajo á que venga obligado ó se resiste á practicar éste en debida forma, entonces puede despedirle sin aviso y sin indemnización. Es á lo intempestivo, á lo
insólito, á lo que, sin tener fundamento racional ni estar basado en causa alguna, puede originar perjuicios, á lo que la
Comisión ha querido poner un valladar, na á la defensa legítima de ning^ n derecho.
El sabotage se declara ilícito también en el proyecto de
Código, sin necesidad de usar esta palabra, porque se considera obligado al obrero al cumplimiento fiel de las instrucciones que se le den para la ejecución del trabajo y á emplear
en el mismo toda su energfa y capacidad productora, con lo
cua] se ie prohibe la resístencia pasiva á las instrucciones, y
á la imperfección en el trabajo; se le obliga á indemnizar al
patrono y á sus compañeros de los perjuicios que les ocasione por descufdo calificado en el manejo de herramientas ó
máquinas, y se condena el deterioro intencionado de ambas,
estableciendo, no sólo la responsabilidad civil, sino la criminal que corresponda, con lo cual dicho se está que se prohibe, no sólo la destrucción de las máquinas ó enseres del trabajo, sino también el funcionamiento indebido de los mismos
que pueda dar origen al desctédito de la próducción, al mismo tiempo que se eleva el nivel moral del obrero, exigiéndole
aptitudes reconocidas para el trabajo á que haya de dedicarse,
y declarando que la responsabilidad profesional alcanza á todo
el personal de una mina ó fábrica, desde el Director faculta-
- 138 -
tivo hasta el último de los obreros que figuren en 1a plantilla
del establecimiento.
fornada legat.-Imposible de todo punto es dictar una
medida uniforrne é igual para todas las minas de España,
donde la variedad de éstas alcanza proporciones considerables. No se trata sólo de las diferencias fácilmente apreciables entre el exterior y el interior. Tanto en el uno como en
el otro, las diferencias son extraordinarias de unas á otras
minas y aun en una misma, según el sitio donde las labores
subterráneas se practican d las manipulaciones que se realizan en las de la calle, y la misma bondad é inclemencia del
tiempo.
Es innegable que el obrero del interior, por regla general,
padece más penalidades y afronta más peligros que el del
exterior, y, sin embargo, dar á esta consideración carácter
absoluto, serta expuesto á multitud de errores, como podrfa
ocurrir fácilmente tratándose, por ejemplo, de minerales arsenicales, cuya manipulación exterior puede ofrecer tanto ó
más riesgo que su arranque interior.
En otras naciones donde existe mayor uniformidad en ias
explotaciones mineras, especialmente tratándose de minas de
carbón, se explica la determinación de la jornada única de
ocho horas, á la que, sin embargo, no se va sino con una
extraordinaria prudencia. En Francia, la ley de 25 de Junio
de 1905, dictada sólo para las minas de combustibles, determinó que seis meses después de su promulgación, la jornada
máxima no excedería de nueve horas, la cual se mantendría
durante dos años, a] término de los cuales se rebajaría á ocho
horas y media, siguiendo ast por otros dos años, y, transcurridos éstos, quedar(a implantada la jornada de ocho horas.
En inglaterra, incorporada en definitiva la jornada de ocho
- 139 -horas al prograrna de «Trades Union^ en el Congreso ^eneral de Newcastle de 1891, en 1906 se discutió en la Cámara
de los Comunes e[ bill Coal mines eight hours, basado en
la ley francesa de 1905, abriéndose una información, como
resultado de la cual la Comisión informó que la ley de ocho
horas puede conducir, si sólo al tiempo se atiene, á una disminución de la producción, sin calcular su cuantia; pero entiende que aquel efecto no ha de sobrevenir, por estimar que,
disminuída la jornada, ha de aumentar el efecto útil del obrero por hora y han de disminuir las faltas al trabajo.
En los Estados Unidos, por la ley federal de 18G8, se estableció la jornada de ocho horas para todos los obreros del
C^obierno, y en doce de los Estados de la Unión rige como
legal dicha jornada para el trabajo en las minas. Igual jornada
existe en el Canadá desde la ley de 10 de Febrero de 1904.
En cambio, en Suiza y en Austria, ley federal de 1877 y ley
de 1885, se fija en once horas el máximum de la jornada.
Para la determinación de ésta es, además, necesario atender
al efecto útil producido por cada obrero, ó, al menos, por una
especialidad de obreros determinados. La Comisión ha entendido, por todas estas causas, que era imposíble llegar á la
determinación de la jornada única, y se ha limitada á establecer un máximum obli^gatorio, señalándolo de conformidad con
la ley especial dictada en esta materia últimamente.
A evitar el desconocimiento, la vaguedad, la indeterminación de los derechos y de los deberes, tanto de los obreros
como de los patronos, tiende la obligación que se consigna
en el Código para las minas y fábricas donde trabajen más
de cincuenta obreros, de formar y tener colocado en sitio visible, en letra y términos claros, el reglamento particular del
establecimiento, donde se especifiquen las condiciones generales del trabajo que en el mismo se presta. De este rnodo,
considerándose las condiciones en dicho reglamento señala-
- 140 das como condiciones del contrato del trabajo entre el patrono y el obrero, en et caso de que no exista un contrato especial entre ellos, ó en todo lo que éste no comprenda, es de
creer que desaparecerá el motivo ocasional de muchos conflictos, porque siempre habrá una regla segura á que ajustarse, y aun dado caso de que el conflicto se produzca, con perfecto conocimiento de causa podrá apreciarse de qué parte
sea de la que se haya incurrido en responsabilidad.
Otras cuestiones importantísimas se comprenden en este
tttulo de la organización del trabajo. La Comisión, que, según
antes ha dicho, estimaba necesario determinar el efecto útil
del trabajo de cada obrero para llegar á la justa determinación de una jornada legal, entiende también que cuando ese
efecto útil, sea el que sea, por si solo, ó por causas accidentales de tiempo, de distancia ó de mercado, aunque en ellas
no influya la voluntad del obrero, era suficiente para producir
ganancias á la Empresa explotadora, de esa ganancia debía
disfrutar el obrero, obteniendo ventajas morales y materiales,
y por esta causa ha impuesto las obligaciones determinadas.
Régimen de las minas del Estado
Un capítulo especial ha consagrado la Comisión á la organización de las minas del Estado, proponiendo en los sendos
articulos que comprende, una transcendental reforma, cual es
la de segregar de la competencia del Ministerio de Hacienda
su dirección y administración, para incorporarla al de Fomento, no limitándose á proponer un siinple cambio de dependencia buro^rática, que fuera entonces liviana la reforma y sin
ningún valor substantivo, sino á transformar el régimen actual
en otro de mayor expansión, inspirado en principios de autonomía que hagan posible y fecunda la vida industrial de estos establecimientos.
En efecto: un Consejo de Administración integrado por
capacidades técnicas, jurldicas y financieras será el que rija
el desenvolvimiento industrial y mercantil en las minas del Estado. De esa suerte, aproximándose cuanto sea dabie á la or
ganización de la industria privada, se obtendrán los considerables beneficios que siempre reporta la libertad y la autonomía en la industria sin las trabas y prejuícios burocráticos.
Claro es que ese Consejo ha de depend^r del Ministerio de
Fomento, pero esta dependencia no implicará merma en las
facultades ni en sus atribuciones. Su jurisdicción será una jurisdicción delegada, con las ventajas ir^herentes á la misma.
La reforma propuesta tiene en su abono la experiencia, ya
realizada con fortuna en otros organismos y servicios del Estado, como sucede con la adminiStración y régimen del Canal
de Isabel [[. Por otra parte, no es de hoy la aspiración de va-
- 142 -
riar la dependencia de las minas del Estado, llevándola al Ministerio de Fomento. Puede estimarse aquélla como un ideal
constantemente perseguido por cuantos han pasado por la Dirección de las minas, y ya en 1884, un distinguido In^eniero
quejábase amargamente de lo estériles é infructuosas que sus
propuestas resultaban para llegar á la aolución de este importante aspecto del problema minero.
Canon de superficie é impues#os mine^os
En el título IV del libro II, se ha ocupado la Comisión de
los derechos por superficie y de los impuestos mineros, no
con el ánimo de usurpar atribuciones y facultades tntegras
siempre en la soberanía del Poder legislativo, pero sí con el
de fijar su naturaleza, distinta de otras exacciones fiscales, y
recomienda su estabilidad y fijeza. El derecho de superficie
no puede reputarse jamás como un irnpuesto minero sujeto á
las variaciones que las necesidades del Erario impongan á las
distintas manifestaciones de la industria y del trabajo. El canon de superficie implica el reconocimiento del dominio emineñte del Estado y al modo, como este ius eminens es fijo
y permanente, inmutable y fija debe de ser su manifestación
fiscal.
Tal es el principio que se desarrolla en el art. 281 del proyecto, y no cree la Comisión aventurado el suponer la unanlmidad en el juicio favorable á esta reforma que de consuno
exigen las necesidades de la industria minera y la propia naturaleza del tributo de que ahora se trata. En cuanto á los impuestos mineros propiamente dichos, la Comisión, para no invadir campos ajenos á la competencia de un Código de Minas,
limítase á sostener que el impuesto debe ser único, gravando bien el valor ó producto bruto de los minerales útiles extraídos b las utilidades líquidas conseguidas cada año con las
explotaciones, en la forma y manera que el Poder legislativo
determine en las leyes anuales de Presupuestos.
Una excepción consigna el art. 284 del proyecto de Códi-
- 144 go, af preceptuar que las explotaciones carboniferas gozarán
de un tratamiento especial, toda vez que no pagarán en concepto de industria, sino el tanto por ciento fijado por las leyes
de Presupuestos sobre el.excedente de beneficios que logre
liquidar después de asignar un 5 por 100 al capital invertido.
La transcendental importancia que en todos los órdenes de la
vida nacional tiene aquella industria, impone esa excepción, y
si el Estado en la ley de Ferrocarriles secundarios, para estimular la construcción, ha llegado á garantir ese mismo interés, ^qué mucho que la Comisión no haya vacilado en proponer esa medida, tanto más cuanto que no ha de gravar al
Tesoro por ningún concepto?
En la vigente ley de Presupuestos y en otras anteriores, se
ha cansignado una excepción en favor de la industria hullera,
eximiéndola del pago del impuesto sobre el producto bruto de
las explotaciones, y cuanto tiene de estimulante este criterio,
nacido ya en los tiempos del gran Rey Carlos III, subsiste y
prevalece en el proyecto de la Comisión, porque la justa protección á las minas de carbón, como productoras de la materia primera más necesaria á la vida del país, no es obstáculo
para que las Empresas mineras, que, por sus más favorables
circunstancias de situación ó por la superioridad de los yacimientos que laborean, hayan logrado desarrollar la producción
y sus beneficios por cima de un discreto límite, contribuyan á
sostener las carga^ del Estado como las demás Empresas industriales.
En estas lineas generales se sintetiza todo el pensamiento
que la Comisión ha desarrollado en el proyecto del Código
minero.
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