Inflación, monedas enfermas y números públicos

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Publicado en la Revista Crítica en Desarrollo. No 02 Segundo Semestre
de 2008. (Buenos Aires) Página 93 a la 128.
1
Inflación, monedas enfermas y números públicos1
Federico Neiburg2
Resumen
Situado en la frontera entre los estudios sociales de la ciencia (económica) y de las
culturas monetarias (en plural) este artículo propone una comprensión de los sentidos
sociales y culturales del dinero centrada en el análisis de las articulaciones entre las ideas
y las prácticas monetarias eruditas y las ordinarias. Critica la matriz analítica normativa
que predomina en buena parte de la literatura sociológica, tributaria de la propia ciencia
económica, y que está preocupada por diagnosticar la “naturaleza” de los “problemas
monetarios”, distinguiendo entre monedas “sanas” y “enfermas”; y critica también la
matriz que predomina en buena parte de la literatura antropológica que observa la
moneda a través del lente de la gran división entre monedas “modernas” y las “otras”.
Teniendo como principal referencia empírica las inflaciones brasilera y argentina de la
segunda mitad del siglo XX, sugiere una agenda de investigación que considera: (1) la
presencia de los modelos y de los dispositivos monetarios creados por los especialistas en
los sentidos y en las prácticas ordinarias asociadas al dinero; (2) la presencia de las ideas
y de las prácticas monetarias ordinarias en las formas a través de las cuales los
especialistas perciben y actúan sobre la moneda; (3) el hecho de que los universos de
producción de ideas y de dispositivos monetarios eruditos (i.e. aquellos que están
referidos a las teorías y a las políticas monetarias), pueden ser analizados con los mismos
instrumentos utilizados para estudiar cualquier otro universo social; y (4) que ese
universo de ideas y de prácticas, como no puede ser de otro modo, está situado en el
tiempo y exige un análisis histórico.
Palabras claves: Moneda, Inflación, Culturas Monetarias, Números
Abstract
Situated on the border between the anthropology of science (economics) and the
anthropology of monetary cultures (in plural), this article investigates the social and
cultural meanings of money through an analysis of the inter-connections between
academic and everyday monetary ideas and practices. The text critiques the normative
1
Este artículo es parte de una investigación que he estado desarrollando en los últimos años sobre la
historia social y cultual de la inflación en Brasil y Argentina (otros resultados parciales pueden verse en las
referencias bibliográficas). Fue originalmente escrito para una audiencia de antropólogos y publicado en la
revista Mana. Estudos de Antropologia Social 13(1), 2007 (Neiburg 2007). En la presente versión he
buscado presentar el argumento central de modo menos disciplinar, acentuando su utilidad para los
interesados en los estudios sociales de la economía y del dinero. No he tenido oportunidad, como hubiera
querido, de explicitar las posibilidades abiertas por algunas líneas del análisis aquí propuesto para
comprender fenómenos sociales en curso mientras escribo estas líneas, como la transformación de la
inflación en un problema global, o como la “crisis de los números” vivida en algunos países, como
Argentina, con la desacreditación de los indicadores de inflación producidos por el Instituto Nacional de
Estadísticas y Censos (INDEC). Queda a cargo del/la lector/a el trabajo de establecer esas relaciones.
2
Profesor del Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social (PPGAS), Museu Nacional, Universidad
Federal do Rio de Janeiro. Investigador del Consejo Nacional de Pesquisas (CNPq, Brasil), y coordinador
del Núcleo de Pesquisas em Cultura e Economia (NuCEC, www.cultura-economia.org). Email:
[email protected]
2
analytic matrix predominant in much of the sociological literature, a product of economic
science itself, concerned with diagnosing the nature of monetary problems and
distinguishing normal currencies from sick ones. It also critiques the matrix predominant
in much of the anthropological literature, which observes currencies through the lens of
the great divide between modern currencies and all the others. Focusing primarily on the
empirical cases of Brazilian and Argentinean inflation in the second half of the 20th
century, it suggests a research agenda that takes into consideration: 1. the presence of
monetary models and instruments created by specialists in the everyday meanings and
practices associated with money; 2. the presence of everyday monetary ideas and
practices in the forms through which specialists perceive and intervene in currencies; 3.
the fact that the universes in which these academic ideas and monetary instruments are
produced– that is, the universes relating to monetary theories and policies – can be
analyzed with the same tools used to study any other native universe; and 4. that this
universe of ideas and practices is, of course, situated in time and demands an historical
analysis.
Key words: Money, Inflation, Monetary, Cultures, Numbers
Las crisis monetarias de las últimas décadas del siglo XX tuvieron entre otros efectos el
de poner en evidencia el carácter convencional del dinero. Tal vez nunca antes (ni con el
fin del padrón oro, en el periodo entre las dos Guerras Mundiales) el espacio público
estuvo agitado como en aquella época por debates respecto de los fundamentos del valor
de la moneda. En varios países los dispositivos implementados por los especialistas para
“curar” o sustituir las monedas nacionales amenazadas por la “enfermedad de la
inflación” fueron puestos en relación con las ideas y las prácticas monetarias de las
poblaciones a las que estaban dirigidos. Teniendo como referencia empírica las
inflaciones brasilera y argentina, mi objetivo es explorar esos singulares procesos de
desnaturalización pública del valor de la moneda para proponer una contribución a la
antropología del dinero que tiene como eje el examen de las articulaciones entre las ideas
y las prácticas monetarias eruditas y las ordinarias.3
3
No es este el lugar para abundar en un argumento a respecto del sentido de la idea de “prácticas e ideas
ordinarias”. Como en el uso del adjetivo “ordinario” en la filosofía del lenguaje (específicamente, en la
llamada “filosofía del lenguaje ordinario”, entre cuyos autores es necesario mencionar el segundo
Wittgenstein), se trata de llamar la atención sobre las prácticas no sólo teóricas, sobre los usos cotidianos
de las palabras, en los que éstas al contrario de ser auto-referenciales, ganan sentido en relación a los
mundos sociales (y a la situaciones de interacción) en las que son utilizadas. Como se espera mostrar a lo
largo de este trabajo, no se trata de postular una visión polar de cualquier suerte de oposición entre erudito
y ordinario, sino más bien focalizar lo que se genera entre esos dos términos; por ejemplo, el carácter
erudito de las prácticas ordinarias, la dimensión ordinaria de las prácticas eruditas, el campo de prácticas,
teorías y agentes que intermedian entre ambos términos, etc. Para aproximaciones semejantes a ésta
(utilizando la idea de “cálculo ordinario” en el plano de la “micro-economía”, digamos), ver Weber 2002;
Coquery, Menant y Weber 2006; y en un sentido más general, ver el estudio pionero de Gudeman y Rivera
1990.
3
La relativa falta de interés en esos asuntos por parte de la literatura se debe al
predomino de dos matrices analíticas que, considero, constituyen un obstáculo para la
comprensión de los sentidos sociales y culturales del dinero. Una es la matriz normativa
que prevalece en buena parte de la literatura sociológica, tributaria de la propia ciencia
económica, y que está preocupada por diagnosticar la “naturaleza” de los “problemas
monetarios”, distinguiendo entre monedas “normales” y “enfermas”. La otra es la matriz
que predomina en buena parte de la literatura antropológica y que observa a la moneda a
través de los lentes de la gran división entre las monedas “modernas” y las “otras”. La
primera matriz no se preocupa por los sentidos ordinarios del dinero, y cuando lo hace es
con la intención de elaborar mecanismos que buscan ajustarlos a los sentidos “correctos”,
definidos por los especialistas. La segunda enfatiza la separación entre ambos universos,
dejando toda consideración sobre el dinero moderno en manos de los economistas – en
verdad, suponiendo que el dinero moderno es aquel descrito por los profesionales de la
economía, olvidando que el de estos profesionales es, también, un universo de sentidos y
de prácticas susceptible de ser analizado como lo hace un antropólogo con cualquier otro
universo “nativo”.
En la primera sección de este ensayo se presenta un breve panorama de algunos
efectos de estas y de otras dicotomías sobre los estudios sociales del dinero. Así, será
posible explicitar el punto de vista que sustenta este texto, situado en la frontera entre la
antropología de la ciencia (económica) y la antropología de las culturas monetarias. Mi
hipótesis más general es que una mejor comprensión de los sentidos sociales y culturales
del dinero exige considerar al mismo tiempo: (1) la presencia de los modelos y
dispositivos monetarios creados por los especialistas en los sentidos y en las prácticas
ordinarias asociadas al dinero; (2) la presencia de las ideas y prácticas monetarias
ordinarias en las formas a través de las que los especialistas perciben y actúan sobre la
moneda; (3) el hecho de que los universos de producción de ideas y de dispositivos
monetarios eruditos (i.e., los que está referidos a las “teorías” y a las “políticas”
monetarias), son susceptibles de ser analizados con los mismos instrumentos que
utilizamos para estudiar cualquier otro universo social; y (4) que ese universo de sentidos
y de prácticas, como no puede ser de otro modo, está situado en el tiempo y exige un
análisis histórico.
4
Al contrario de los habitantes de otros países que hacia finales del siglo XX
sufrieron agudas crisis monetarias (como Bolivia y Ecuador en América Latina; o como
Turquía, Israel y los países surgidos del colapso de la Unión Soviética), las poblaciones
de Brasil y de Argentina, convivían hacía décadas con aumentos constantes en los índices
de costo de vida y con los dispositivos creados por los especialistas para conceptuar y
enfrentar la pérdida del valor de sus monedas nacionales – dispositivos que eran
presentados, sea como instrumentos para que las personas pudiesen defenderse de los
efectos nocivos de la inflación, o como mecanismos destinados a que pudiesen sacar
partido de ésta. En la segunda sección del artículo se describen las relaciones entre los
universos de la economía erudita y ordinaria, examinando ciertos usos sociales de los
índices de medición de precios y, en especia, examinando algunos elementos de la
sociogénesis de la categoría costo de vida, que relaciona cuantitativamente el valor de la
moneda con el valor de la vida humana.
“Costo de vida” es una categoría clave de la cosmología económica. Los índices
que miden el costo de vida son un paradigma de números públicos4, que se transformaron
en objeto de enorme confianza social, en buena medida responsable por la transformación
de los especialistas que los producen y manipulan en verdaderos intelectuales públicos.
Son los “profesionales de la economía”, no sólo economistas académicos, también
“periodistas económicos”, funcionarios de agencias internacionales y de gobierno,
operadores de mercado y, en términos más generales, utilizando una expresión de
inspiración weberiana, todos los individuos que viven “de” y “paral” la economía.
Las secciones siguientes del trabajo describen otras dimensiones de la intensa
relación que en la historia reciente brasileros y argentinos han mantenido con los
números públicos, especialmente cuando a partir de la década de 1960 la inflación
comienza a transformarse en asunto público de primera magnitud, identificado en algunos
episodios como sinónimo de “crisis nacional”5. La generalización del uso de indexadores
4
La construcción social de la confianza pública en los números, en la segunda mitad del siglo XIX y
primeras décadas del siglo XX, en los Estados Unidos, asociada, por ejemplo, a la legitimación de algunas
profesiones, como la ingeniería (y a la invención de los cálculos de costo/beneficio) o la contabilidad, fue
sugestivamente analizada por Porter (1995).
5
Independientemente del hecho de que, como pretendo argumentar en este ensayo, las categorías que
sirven para medir los aumentos de precios son parte del fenómeno que describen, es necesario mencionar
algunos números para ilustrar la dimensión del fenómeno: durante casi toda la segunda mitad del siglo XX
en Brasil y en Argentina hubo aumentos anuales de precios superiores a 100 %. En los años 1980s y 1990s
las monedas nacionales de ambos países llegaron a desvalorizarse por largos periodos de tiempo a tasas
5
(fundamentalmente en Brasil) y de divisas extranjeras (especialmente en Argentina) eran
síntomas de lo que los especialistas consideraban como “desajustes” entre las principales
funciones del dinero: su utilización como unidad de cuenta, como medio de cambio (y de
pago) y como reserva de valor. El uso generalizado de monedas paralelas
(particularmente dólares en Argentina, e indexadores en Brasil), la estructuración de
modalidades singulares de consumo y de ahorro, fueron modos a través de los cuales las
poblaciones de ambos países lidiaron con la continua desvalorización de sus monedas
nacionales.
Al contrario de lo que podría creer un espíritu ajeno a procesos semejantes, no se
trata de asuntos en absoluto abstractos. En sociedades donde buena parte de las relaciones
de las personas con los objetos y con otras personas está mediada por el dinero, la
convivencia con inflaciones prolongadas, la percepción de la perdida diaria del valor del
dinero, tiene entre otros efectos el de tornar inestable las identidades, introduciendo
agudas incertidumbres en las perspectivas temporales de los colectivos humanos. En el
plano familiar, por ejemplo, se colocan en cuestión prácticas e ideas relacionadas con la
herencia y con el ahorro, debido a la disminución, a la ruina (o aun a la percepción del
riesgo de ruina) de las economías familiares – asuntos que argentinos y brasileros
experimentaron más de una vez tanto en los momentos de “liquidez”, en los que sobraba
dinero sin valor, como también en los periodos de “sequedad”, en los que faltaba dinero,
o en los que éste fue confiscado o retenido en los bancos (varias veces en la historia
reciente de ambos países, como resultado, justamente, de la aplicación de políticas antiinflacionarias).6 Así, las formas siempre creativas (y ciertamente diferenciadas: asociadas
a trayectorias personales y familiares singulares, a capitales sociales, culturales y
escolares específicos) a través de las cuales las personas lidian con la inestabilidad
monetaria y con los dispositivos creados por los profesionales de la economía para
de 1 % al día, más que 100 % al mes, llegando a niveles anuales de 1000 %. En Argentina, en 1989, hubo
un pico de 5000 %; en Brasil, en 1994, de 3000 %. Más adelante, será observada mejor la singularidad de
estos procesos a través de algunos contrastes con otras inflaciones que merecieron gran atención en la
historia monetaria contemporánea, como la hiperinflación alemana de los años 1920s (que alcanzó en 1923
los fantásticos 75 mil millones %), o la inflación norteamericana de los años 1970s que, a pesar de nunca
superar la marca anual (comparativamente modesta de) 17 %, se transformó en asunto público de gran
relevancia, contribuyendo para el renacimiento del interés de los especialistas por los procesos de
desvalorización monetaria. Sobre la asociación entre crisis nacional e inflación, ver Neiburg 2005, y Lomnitz
2005, para el caso de México.
6
Al respecto de las crisis bancarias y de las conflictivas relacione entre ahorristas y bancos en la Argentina
de 2001, ver Luzzi (2008) en este mismo número de Crítica en Desarrollo.
6
combatirlas nos sitúan frente al asunto central de este artículo: las articulaciones entre las
ideas y las prácticas monetarias eruditas y las ordinarias.
La economía nació como disciplina académica concibiéndose a si misma como la
única “verdadera” ciencia social, justamente debido a su capacidad para representar
numéricamente los hechos sociales, asumiendo una ambición al mismo tiempo
descriptiva y normativa respecto de su objeto (ver Elias 2006 [1984] y Foucault 1994).
Como la medicina, la economía busca diagnosticar las enfermedades al mismo tiempo
que prescribir la forma de curarlas. Así, tratar de las relaciones entre ideas y prácticas
monetarias eruditas y ordinarias permite comentar un asunto que ha ganado cierta
importancia en la antropología y en la sociología de las ciencias en los últimos años: la
cuestión de la “performatividad” (o, en otros términos, la cuestión de los “efectos” de las
teorías en el mundo social). En la sección final del ensayo se muestra en qué sentido mi
argumento se coloca fuera, y busca ser más complejo, que las dos alternativas hoy
disponibles. Por un lado, la de los teóricos de la performatividad, como Michel Callon o
Bruno Latour, que consideran que la vida económica tiende a ser cada vez más resultado
de la formatación de la disciplina económica (p.e. Callon 1998 y Callon & Latour 2001).
Por otro lado, la de los partidarios de las “teorías nativas”, como Daniel Miller (p.e.,
2002), que consideran que, independientemente de las pretensiones de los economistas,
las personas continúan experimentando el mundo social según categorías ordinarias.
Frente a esas posiciones, aquí se propone un análisis dinámico, que rechaza toda
causalidad simple y, también, toda visión romántica sobre la autonomía de las prácticas y
de las ideas legas, que permanecerían ajenas a los dispositivos creados por los
especialistas. Al contrario, se trata de examinar empíricamente, y en perspectiva
histórica, la dinámica compleja que conecta a los teóricos y a las teorías de la economía,
con las culturas económicas que consideran en sus modelos y que también ellos mismos
contribuyen a generar.7
7
En este sentido, mi abordaje se diferencia de la interesante propuesta de Stephen Gudeman y Alberto
Rivera (1990), orientada a observar las posibles “conversaciones” entre la economía de los textos y la
economía de los campesinos colombianos, junto a los que ellos trabajaron. Al contrario de la intención de
Gudeman y Rivera, de ser ellos los mediadores entre las categorías teóricas de los especialistas y las
categorías prácticas de sus interlocutores (que, como ellos mismos aclaran, no leyeron las obras de los
especialistas), en el campo apuntado por el presente artículo, se abre la posibilidad de una reconstrucción
empírica fina de las relaciones establecidas por los propios agentes sociales, más o menos “eruditos”, más
o menos “legos” (en el límite, colocando en cuestión la propia distinción entre esos dos universos).
7
Las monedas de los economistas, de los sociólogos y de los antropólogos
La frontera que separa un aumento de precios “soportable” y “sano”, que incluso podría
estimular el crecimiento económico, de otro que merece cuidados; la distinción entre una
“simple” inflación y una crisis hiperinflacionaria, son asuntos que han movilizado las
pasiones de los especialistas desde que, a propósito de la inflación alemana de los años
1920s, fueron enunciadas las primeras formulaciones con pretensiones científicas a
respecto de las diferencias entre, por ejemplo, las inflaciones que se arrastran (creep), que
trotan (trot), o que galopan (galop) (ver, p.e., Feldman 1993: 7).
De hecho, los “desórdenes monetarios” europeos posteriores a la Primera Guerra
Mundial fueron vistos como laboratorios para la imaginación de terapias monetarias por
parte de esos profesionales de nuevo tipo que eran los economistas.8 Figuras que se
tornarían célebres, como Constantino Bresciani-Turroni, Ludwig Von Misses, Lionel
Robbins o John Maynard Keynes, deben buena parte de su reputación posterior a sus
explicaciones de los fenómenos inflacionarios y a sus propuestas para estabilizar el valor
del dinero. Aunque no es este el lugar para examinar de cerca esas formulaciones,
interesa apuntar que, independientemente de las diferencias entre ellos, esos grandes
nombres de la disciplina económica mantuvieron siempre un cierto consenso sobre los
efectos “degenerativos” que sobre la actividad económica tendría la inflación: más allá de
un “cierto nivel” y de “determinado tiempo”, la pérdida de valor de la moneda (y más que
eso: la incertidumbre sobre su valor futuro) debía ser considerada, según todos ellos,
como síntoma de una auténtica enfermedad.9
8
La economía como disciplina universitaria autónoma es un fenómeno del siglo XX. En las últimas décadas
del siglo XIX fueron fundados los primeros cursos y cátedras de economía. La primera de ellas, a cargo de
Alfred Marshall, fue establecida en la universidad de Cambridge, en 1890.
9
La utilización de imágenes de enfermedad para pensar la inflación como problema – que reconoce
formulaciones célebres entre economistas de la talla Keynes (1963 [1919-31]) – tiene, en realidad, una
larga historia. Puede encontrarse ya en los orígenes de la reflexión propiamente moderna sobre el dinero,
en el siglo XIV, en los vínculos establecidas entre la inflación y la peste por Nicolás de Oresme (en su obra
De Moneta), y, de modo más general aun, en el contexto del proceso de homogeneización y centralización
monetarias iniciado en el siglo XV, cuando por ejemplo, se estableció la distinción aun hoy vigente entre los
economistas, entre monedas auténticas y monedas espurias o casi-mondas (ver, p.e., Kaye 1988). La
actualidad de la relación entre enfermedad e inestabilidad monetaria puede verificarse observando los
objetivos de los Bancos Centrales: el primero de ellos siempre es “cuidar la salud de la moneda”. Sobre la
asociación entre desequilibrio monetario y enfermedad, y sobre el uso de metáforas médicas y biológicas
para hablar de la inflación, se volverá varias veces a lo largo de este texto.
8
Como se sabe, los economistas asociados a las corrientes “ortodoxas” (o
monetaristas) se han preocupado por explicar el valor del dinero como una función de la
oferta de moneda: cuanto mayor es el volumen de circulante, menor será el valor de cada
unidad. Por otro lado, sus formulaciones han padecido una cierta ambigüedad en la
medida en que consideran a la moneda como una mercancía igual a cualquier otra (sujeta
por eso a las leyes de la oferta y de la demanda) y, al mismo tiempo, como la única
mercancía que merece ser objeto de políticas (reguladoras del control de la oferta, por
medio del crédito y de las tasas de interés). Las corrientes “heterodoxas”, por otro lado,
han subrayado la dimensión fiduciaria del dinero, la idea de que éste básicamente
envuelve crédito (en el sentido de creencia o confianza) respecto de la autoridad última
que garantiza su valor: el Estado soberano (ver especialmente Ingham 2004: 50 y ss.).10
Más allá de estas diferencias (que, como se sabe, suscitaron y aun suscitan
grandes embates teóricos y políticos), economistas ortodoxos y heterodoxos han
concentrado sus preocupaciones sobre un mismo asunto: los mecanismos que fijan el
precio de la moneda; y han coincidido también en la formulación de una verdadera utopía
monetaria, según la cual una moneda auténtica es (y debe ser) aquella que concentra en
un mismo objeto (y de forma estable) la capacidad de funcionar como unidad de cuenta,
como medio de cambio (y de pago) y como reserva de valor. Esta teoría (“funcionalista”)
del dinero, que ha sido el supuesto básico de las economías Mainstream (y que se repite
en todas las definiciones de los manuales con que se entrenan los aprendices), como toda
utopía que busca su propia realización, es básicamente una teoría normativa, que pretende
actuar sobre la moneda actuando sobre los usos que las personas hacen de ella.
Recientemente, algunos autores llamaron la atención sobre el hecho de que a
pesar de que otorguen gran centralidad a la moneda en su dimensión práctica (i.e. como
objeto de políticas en el plano “macroeconómico”), en realidad los economistas se han
preocupado poco por conceptuarla teóricamente (Ingham 2004, Hart 2004, Maurer 2006,
Théret 2007b, Zelizer 2003). De hecho, los profesionales de la economía, a partir de las
10
En un artículo ya clásico, Keith Hart (1986) mostró que la convivencia tensa entre esas dos explicaciones
sobre la naturaleza del dinero (una que enfatiza la dimensión cuantitativa, y la otra los aspectos políticos,
ligados a la confianza en el poder soberano que emite, garante ye regula el valor de la moneda) es un
fenómeno más general, que puede encontrarse en otros contextos históricos y culturales, no sólo entre las
teorías del dinero moderno (como las teorías económicas académicas aquí referidas), sino también, por
ejemplo, en las teorías del valor trobriandesas, descritas por Bronislaw Malinowski, en el contraste entre los
objetos kula y gimwali.
9
bases teóricas ofrecidas por la utopía monetaria que orienta sus acciones e ideas, han
mantenido básicamente un interese práctico sobre el dinero, buscando las formas que
permitan la realización del ideal de moneda normal o sana – aquella que tiene un valor
estable, facilitando con eso los “negocios”, el “crecimiento económico” o la “vida
buena”, dependiendo de la orientación más o menos utilitarista o humanista de las
perspectivas en juego.11
Esa relativa ausencia de interés teórico en el dinero es aun más significativa
cuando se observa la falta de atención sobre los hechos monetarios que predomina
también en “otras” disciplinas sociales – una consecuencia de la división del trabajo que
fue paralela a su autonomización como especialidades universitarias, hacia finales del
siglo XIX. Como se sabe, el escenario en el que sucedió esa división disciplinaria fue el
Methodenstreit, la “batalla sobre el método”, en la que se enfrentaron la Escuela
Histórica Alemana (autores como Gustav Schmöller y Max Weber) y la Escuela
Austriaca de Economía, vinculada al nombre de Carl Menger, uno de los fundadores de la
corriente “neoclásica” o “marginalista” (ver Schumpeter 1996 [1954]: 877 y ss.). La
exportación de esa batalla más allá de las fronteras de la lengua alemana fue en buena
medida responsable por la creciente internacionalización del predominio de la escuela
neoclásica en la naciente disciplina económica y por el desinterés en los hechos
monetarios por parte de la sociología. La moneda pasó a ser vista a partir de entonces
como algo propio del dominio económico, que debía ser tratado por economistas.
Sin embargo, este panorama de la construcción del monopolio de la reflexión
sobre el dinero por los economistas (y su aceptación por los “otros” científicos sociales)
exige matices y, especialmente, exige la consideración de dos nombres que han sido
referencia importante en las indagaciones más recientes sobre los sentidos sociales de la
moneda: George Simmel y François Simiand, autores de las primeras (y por mucho
tiempo únicas) obras integrales dedicadas al asunto por no economistas, y que son
tomados aquí menos en los aspectos substantivos de sus escritos y más como referentes
de modelos predominantes en fragmentos significativos de la literatura contemporánea.
11
La fuerza de la utopía monetaria de la economía ortodoxa, coherente con la utopía del mercado autoregulado (tan bien descrita por Karl Polanyi 2002 [1944]), ha sido en buena medida responsable por la falta
de atención de la teoría económica sobre los desórdenes monetarios, vistos en general simplemente como
desvíos de corto plazo de una tendencia al equilibrio que debería verificarse en el largo plazo (ver Ingham
2004: 152).
10
En este sentido, cabe notar que, a pesar de que en Simmel (1987 [1909]) hay un
fuerte argumento sobre el carácter propiamente social de los lazos objetivados en el
dinero, que serían expresión de formas de “sociación” fundadas en el crédito y en la
confianza12, las lecturas de su obra han subrayado sus ideas respecto de la moneda al
mismo tiempo como un producto (o como un síntoma) y como un instrumento de la
objectificación de las relaciones sociales y de la individualización de la vida humana, que
serían propias de la modernidad.13
Principios igualmente genéricos para la construcción de una sociología de dinero
pueden ser reconocidos en la Escuela Sociológica Francesa, en especial en François
Simiand quien, como se sabe, fue el encargado de la Sección de economía del Année
Sociologique (ver Steiner 2005). La tesis, fielmente durkheimiana, según la cual Simiand
establece que el dinero es antes que nada un “hecho social total”, expresión de la vida
colectiva de un grupo (Simiand 1934, ver también Mauss 1974 [1934]) encontró ecos
recientes entre los economistas franceses ligados a las escuelas “regulacionista” y de las
“convenciones” (ver, en especial, Aglietta & Orléan 1998). Esos autores, que consideran
a la moneda como un “operador de totalización” (Orléan 2002), observan las crisis
monetarias (que colocan en cuestión la estabilidad del valor del dinero) como expresión
de “crisis de la unidad social” (Orléan, 2007) y, al mismo tiempo, como un campo
privilegiado de estudios, dado su carácter “revelador” de la propia “naturaleza” del dinero
(Théret 2007b y en prensa), de la “normalidad monetaria”, coherente con un orden social
estable y relativamente homogéneo.
A pesar de que una exposición breve como esta deja necesariamente de lado
méritos y matices de corrientes de pensamiento y de autores, interesa sugerir cómo estas
dos aproximaciones (referidas genéricamente aquí a Simmel y Simiand) expresan ideales
monetarios de los especialistas, dejando poco espacio para la investigación positiva sobre
los sentidos sociales del dinero, y menos aun para una indagación sobre las relaciones
12
De hecho, Simmel 1987 [1909] buscaba un punto intermedio entre la escuela histórica y la neoclásica,
aceptando de estos últimos la idea de que los intercambios (y en buena medida el valor de los objetos)
resulta del juego de preferencias subjetivas, mediadas por el símbolo “neutral” del dinero.
13
En este punto Simmel se aproxima efectivamente de la idea de alienación de Marx. Son de este último
(Marx 1980 [1844]: 177-9) afirmaciones fulminantes como: “El dinero es el objeto por excelencia […] el
poder alienado de la humanidad”. Vale la pena notar, aun con relación a la sociología alemana, que a pesar
de que Max Weber no escribió ninguna obra específica sobre el dinero, los pasajes dedicados a la génesis
de los bancos sugieren relaciones entre el uso de la moneda como unidad de cuenta y la génesis social del
cálculo y de la abstracción racional (ver p.e., Weber 1991 [1921]: 259-88).
11
entre los sentidos eruditos y los sentidos ordinarios de la moneda. Ambas aproximaciones
presuponen realidades humanas homogéneas: el predominio del individualismo
objectificado en un caso, la idea de totalidad social en el otro. El primero poco se interesa
por los usos del dinero que escapan a lo que es descrito como su forma moderna (para
una crítica a Simmel en este sentido, ver Zelizer 1998: 6-11); el segundo supone un
paralelo entre desorden monetario y anomia, calificando como negativo aquello que en
realidad merece ser comprendido (para una crítica a la noción de anomia en este sentido,
ver Elias 2000 [1976]: 190-3).
En los trabajos de algunos antropólogos encontramos principios de comprensión
alternativos. Sometidos, aunque aquí sólo sea de manera sumaria, a una revisión critica
estos trabajos contribuyen al camino propuesto en este artículo. Cuando los antropólogos
comenzaron a preguntarse por los hechos monetarios en las sociedades que según una
nueva división del trabajo entre las disciplinas eran su objeto (en las que, se acreditaba, la
economía mercantil no estructuraba todas las dimensiones de la vida social), descubrieron
características muy diferentes a las atribuidas al dinero en la modernidad, según modelos
como los comentados arriba. En las sociedades que merecían la atención de los
antropólogos el dinero poseía significados múltiples, vinculados a las relaciones entre las
personas, a esferas o circuitos singulares de intercambio (Dalton 1967, Bohannan 1967).
Al contrario de un sentido único, significados múltiples; diferentemente de una
moneda en singular monedas plurales; al contrario de colectivos humanos homogéneos
mundos sociales diferenciados. Pero esto era siempre atribuido a las “otras” sociedades,
no a las modernas sociedades de mercado. A pesar de las cuestiones cruciales que suscita,
durante largo tiempo este modelo no alcanzó el propio mundo en el que viven los
antropólogos. Así, fue seguida al pie de la letra la formulación de Karl Polanyi (1957)
respecto de la oposición entre monedas para “usos específicos”, encontradas en las
formas sociales “tradicionales”, y las monedas para “usos múltiples”, las monedas
“modernas”. Toda indagación sobre el dinero moderno continuó abandonada en las
manos de los economistas y de los sociólogos, aceptándose así el monopolio de éstos
sobre los hechos monetarios. A fin de cuentas, “nuestras” monedas no merecerían mayor
atención, pues estarían regidas por la utopía de los especialistas relativa a la estabilidad
de su valor y sujetas a las terapias orientadas a corregir desajustes y curar enfermedades.
12
Algunos de los trabajos más sugestivos e influyentes realizados por antropólogos
en los últimos años revelan los efectos negativos de la permanencia de esta dicotomía.
Maurice Bloch y Jonathan Parry (1989), por ejemplo, demostraron de forma sutil cómo la
introducción del dinero moderno en sociedades tradicionales no tuvo el efecto de disolver
los lazos sociais, produciendo la división radical entre personas y cosas que sería propia
del capitalismo14. Pero, a pesar de que Bloch y Parry inclusive sugieren que el papel del
dinero como unidad de medida abstracta y puramente cuantificadora es una “teoría nativa
occidental" (ver sobre eso Maurer 2006), no se dedicaron en ningún momento a observar
cómo de hecho esa teoría nativa opera en la práctica, en el mundo que ella supuestamente
describe.
Las dificultades que buena parte de los antropólogos tienen con el dinero en sus
propios universos sociales aparece más claramente aun en trabajos como los de David
Akin y Joel Robbins (1999), que proponen una sugestiva sofisticación de las nociones de
“esfera de intercambio” y de monedas de “usos múltiples”. Sucede, sin embargo, que el
modelo elaborado por estos autores para comprender la lógica social y cultural de las
monedas locales en Melanesia está fundado en supuestos no explicitados ni
problematizados sobre el funcionamiento de las monedas “occidentales”, o de las
“Western notions about Money” (1999: 3). Akin y Robbins no se preguntan sobre los
contenidos prácticos de esas “Western notions”, asimilándolas implícitamente a los
sentidos eruditos, propios de los especialistas, dejando de hecho a cargo de éstos la
reflexión sobre el dinero moderno.
Identificando la “naturaleza” del dinero en “Occidente” con los sentidos que tiene
para la ciencia económica, éstos y tantos otros antropólogos no observan la posibilidad de
interrogar las relaciones que, en “Occidente”, mantienen los sentidos y las prácticas
eruditas con las ordinarias, ni la lógica práctica que sustenta la elaboración de teorías y de
dispositivos monetarios por parte de los especialistas. Es como si en el plano de la
economía y del dinero el lente de la gran división entre “nosotros y los otros” tuviese
14
Como mostró Louis Dumont (1977) esa forma de relacionar (separando) personas y cosas constituye uno
de los pilares de la ideología individualista moderna que se expresa en las teorías económicas. Se puede
agregar que ella es, de hecho también, uno de los pilares de las utopías monetarias a las que aquí me
refiero.
13
entre los antropólogos una fuerza mayor que la que tiene cuando se trata de observar
otros planos de la vida social.
Sucede, sin embargo, que aquello que esa lente observa (“nuestro” dinero, como
supuestamente homogéneo y que remitiría a cantidades puras, distinto de los “otros”
dineros, éstos sí diferenciados y relativos a las relaciones entre los sujetos), contradice en
buena medida la propia experiencia de los antropólogos con el dinero. De hecho, nuestro
dinero es siempre calificado, operamos con sentidos de dinero bueno y de dinero malo, de
dinero fácil y de dinero difícil, fuerte y débil, virtual y real; también (como quieren los
especialistas), operamos con nociones de dinero robusto (o sano), y de dinero enfermo,
con el dinero en la cuenta de banco o en especie, invertido o no invertido, con dinero
adeudado o en la billetera, con dinero sucio o con dinero limpio. Observando a nuestro
alrededor, puede verse sin dificultad que el dinero no existe de forma puramente
homogénea, que la realidad del dinero es múltiple, que las monedas son plurales, que el
dinero es singularizado, marcado para fines específicos. Una mirada atenta nos permite
observarnos y observar a nuestros prójimos otorgando sentidos diferentes al dinero que
circula dentro de casa (con nuestros hijos, esposos o amantes), y también al dinero
intercambiado en otros contextos, menos familiares, con desconocidos, en situaciones
más o menos fugaces.
La percepción de la pluralidad de los hechos monetarios, y de la calidad diferente
de las monedas, es especialmente aguda para los habitantes de países con dinero débil o,
justamente, con monedas enfermas. Ellos aprenden a lidiar con jerarquías monetarias, a
sacar provecho de las diferencias entre monedas nacionales y monedas paralelas, entre el
dinero vivo y el dinero que agoniza. El tiempo se transforma en un elemento crucial de
calificación cuando, por ejemplo, es preciso deshacerse velozmente del dinero, cuando
pierde su valor, antes de que ya no sirva para casi nada.
Observando inclusive rápidamente hechos como estos, resulta aun más
impresionante que haya sido necesario esperar hasta hace relativamente poco tiempo para
que autores como Viviana Zelizer (1998) y Jane Guyer (2004) llamasen nuestra atención
para las diversas dimensiones del dinero “entre nosotros”. Entiendo que esa falta de
atención, que esa posición confortable de buena parte de los antropólogos en la gran
división entre “nosotros” y “los otros” en el plano monetario (cuando ésta ya era objeto
14
de un fuerte cuestionamiento en otras áreas de la disciplina), tiene que ver también con
nuestras propias ambivalencias respecto del dinero; con el hecho de que éste evoca
imágenes ambiguas de poder y potencia, y también aspectos extremadamente sombríos
de la vida colectiva, asociados al interés y al lucro. Y evoca también cuestiones
acentuadamente íntimas, como la gestión de nuestras economías, asuntos que son arduos
para ser investigados, que ocasionan incomodidad, que difícilmente son tratados
abiertamente incluso entre mejores amigos, y que, sin embargo, estructuran las vidas
individuales y colectivas15.
Es como si, finalmente, a pesar de todas las evidencias que podrían estimular
nuestra reflexividad respecto del dinero, nos inclinásemos frente a las representaciones
eruditas sobre las monedas modernas. Según éstas, todo lo que puede ser calificado con
respecto al dinero no sería más que epifenómeno (ideología, superestructura), algo
externo a los hechos propiamente monetarios que serían antes que nada numéricos y
totalizantes – la noción de “externalidad”, acuñada por la economía neoclásica, subraya
justamente el carácter artificial de las calidades y de las singularidades con relación a los
hechos económicos.
Esta representación totalizante y básicamente cuantitativa del dinero moderno
supone una idea a respecto de la moneda como conversor universal de valor. Según ella,
uno de los efectos del dinero moderno sería ofrecer una escala única, numérica a lo largo
de la cual sería posible ordenar todo tipo de objetos y de valores, operando una singular
forma de abstracción que tornaría todo mensurable. Los períodos de inflación, cuando se
generaliza la incertidumbre con relación al valor de la moneda, parecen colocar en
cuestión justamente ese rasgo del dinero, poniendo en evidencia la complejidad de las
relaciones entre valores y precios y, más que eso, la existencia de diversas escalas de
valor no necesariamente convertibles, o no convertibles en cualquier circunstancia ni en
todos los casos. El dinero parece ser así algo más y algo más complejo que los números,
15
Para un argumento semejante sobre las dificultades de tornar esas dimensiones del dinero objeto de
investigación, ver Hart 2004, Zelizer 1998, el número 45 (2005) de la revista Terrain, dedicado a “L’argent
en famille” y Baptista (2007). Ver también Maurer (2006) para un panorama de la incipiente literatura
anglosajona reciente que trata sobre el dinero en antropología. Para observar algunas de los puentes
significativas entre esa problemática asociada al dinero y la antropología de la cuantificación, ver en
especial Weber (2002), Zaloom (2003) y Guyer 2004.
15
y éstos parecen también ser algo más y más complejo que cantidades ordenadas de forma
continua.16
En suma, es como si al observar procesos inflacionarios, los estudios sociales del
dinero, debiesen radicalizar una perspectiva multidimensional, que se preocupa por la
dimensión totalizadora de la moneda (principalmente en lo que se refiere a la confianza y
a las relaciones con los Estados y con la política) y que se preocupa también por su
dimensión fenomenológica, ligada a las interacciones cotidianas, a sentidos y
modalidades singulares. Al mismo, tiempo es necesario considerar que más allá de las
abstracciones acentuadas por los especialistas cuando se refieren al dinero y a los
números (y junto con esas abstracciones), parece diseñarse un universo de singularidades,
calidades y escalas diversas de valor. Volvemos así al foco de este texto, dedicado al
examen de las articulaciones entre las ideas y las prácticas monetarias de los especialistas
y las formas de experimentar y de dar sentido al dinero en la vida ordinaria.17
Números públicos y culturas monetarias
Todo lector de diarios, o frecuentador de noticieros televisivos, está acostumbrado a
dormir y despertar con indicadores de precios, convive cotidianamente con ese
vocabulario que describe situaciones y tendencias apelando a una sucesión de siglas y
expresiones (como IPC, IGP, “previa del mes”, “cuadrisemana”, entre tantos otros),
seguidas siempre por porcentajes y previsiones que presuponen escalas numéricas
lineales y continuas. El o ella tomará con naturalidad el hecho de que variaciones de
décimas en esos porcentajes puedan ser objeto de debates apasionados en los que
personajes públicos, revestidos de una singular autoridad, discurren sobre el bienestar de
una población o sobre el futuro de entidades colectivas como las naciones.
16
Para una aguda discusión sobre las relaciones entre diversas escalas de valor, usos y sentidos sociales
del dinero, ver Guyer 2004. Para una percepción de la utilidad de los procesos de crisis para comprender
los sentidos sociales de la moneda, ver la obra fundamental editada por Théret (2007a).
17
Estas consideraciones explican también por qué para el argumento de este texto los términos “moneda” y
“dinero” pueden ser tomados como sinónimos, de la misma forma como son utilizados en el lenguaje
ordinario en español o en portugués. En ese sentido, no interesan aquí las distinciones establecidas por
algunos autores (que escriben en inglés) entre money y currency, reservando el primer término para las
monedas modernas, oficiales, de los Estados nacionales, y el segundo a las monedas territoriales, locales
(como, p.e., Akin y Robbins 1999, o Helleiner 2003). Para una reflexión bien informada sobre la génesis y el
uso de esa distinción en alemán (Geld / Münze), ver el comentario de Alban Bensa (1992) a la obra de
Bernhard Laum (1924). Ver también Théret en prensa: nota 32.
16
Esa curiosa meteorología que está entre nosotros aparentando siempre haber
estado aquí, como un hecho de la naturaleza, esos números públicos, no obstante, poseen
una historia singular. E igualmente singular es la historia de la transformación de los
índices de costo de vida (esas cifras que correlacionan el valor del dinero con el de la
vida humana) en categorías clave de la cosmología económica moderna, objeto de
creencia y de confianza pública.
Si bien se trata su historia se extiende a los orígenes de la modernidad occidental
(Foucault 1966, Crosby 1997, Poovey 1998), la idea de que la vida tiene un costo que
puede ser cuantificado (i.e. traducido a una cantidad de moneda, a un precio) fue
formulada talvez por primera vez de modo consistente en Inglaterra, hacia inicios del
siglo XVIII.18 Algunas décadas más tarde los cálculos de nivel de precios, asociados a la
definición de una canasta básica de bienes, ganaron sofisticación en las manos de los
legisladores de Massachussets, interesados en definir una retribución “justa” para los
soldados envueltos en la Guerra de Independencia norteamericana. Poco después, ya en el
contexto de la Guerra Civil, la propia noción de seguro de vida comenzó a ser formulada,
envolviendo toda una serie de operaciones destinadas a la mensuración monetaria del
valor de la vida humana.19
Sin embargo, sólo se hablará de números índice (index numbers) algunas décadas
después, cuando en el contexto de la revolución neoclásica la representación numérica de
los hechos sociales se transformó en una herramienta básica para el establecimiento de la
economía como una ciencia autónoma del comportamiento. La paternidad de los index
numbers se diluye entre varios de los primeros economistas académicos (Laspeyres,
Jevons, Edgeworth, Marshall), pero reconoce uno de sus más célebres formuladores en el
matemático y economista norteamericano Irving Fisher. Fue en la época de Fisher, hacia
1920, cuando por primera vez fue elaborado, en los Estados Unidos, un índice nacional
de costo de vida.20
18
Ver, por ejemplo, Hoppit 2006.
Ver Zelizer 1983.
20
Los índices de costo de vida son unos entre muchos otros index numbers, creados por un tipo de
economistas (con fuerte formación matemática y estadística). Han sido un instrumento central para fundar
una interpretación, según esos especialistas, “científica” (porque cuantificadora) del comportamiento
humano y de la vida social. Los números relativos a las “cuentas nacionales”, como los que miden el PIB, o
aquellos que sirven para medir pobreza y desigualdad, son también ejemplos de index numbers. A pesar de
que la historia social y cultural de esos números está aun por ser escrita, puede verse al respecto, por
ejemplo, Diewert 2003: cap. 1, y Porter 1986: 261-269. La práctica de elaborar índices nacionales de costo
19
17
Fisher no sólo adquirió notoriedad por sus desarrollos teóricos y técnicos relativos
la medición de precios; también contribuyó a transformar los propios index numbers en
mercancía, dando así decisivos pasos para su conversión en números públicos. Creó, por
ejemplo, una de las primeras “empresas de consultoría” que distribuía entre sus clientes
hojas impresas con datos sobre la variación de algunos de los principales precios de la
economía, introduciendo así en el espacio público económico norteamericano un nuevo
tipo de información que no demoraría en transformar la agenda de los diarios de
comercio. Poco antes de la crisis de 1929, la agencia de Fisher colocó por primera vez en
el mercado “títulos indexados” a la variación de los índices de precios.21 Se iniciaba así
una mecánica que tendría una larga historia: el mismo instrumento (el index number) que
servía como termómetro para medir el valor del dinero, servía también para proteger de
las pérdidas ocasionadas por la enfermedad de la moneda, estimulando al mismo tiempo
el aumento de los precio. Esa circularidad entre teorías y prácticas económicas que está
en la base de la popularización de los indicadores y de su transformación en números
públicos es justamente el tipo de fenómeno sobre el cual me interesa llamar la atención
en este artículo.
En la segunda mitad del siglo XX, brasileros y argentinos convivieron
intensamente con la instabilidad del valor del dinero y con otros fenómenos propios de
las crisis monetarias, como la repetida substitución de monedas nacionales, la
proliferación de monedas paralelas, o el uso intensivo en las transacciones corrientes de
divisas extranjeras o de monedas locales (emitidas por entidades subnacionales, como las
provincias, o incluso por agrupaciones de personas, “clubes de crédito” y asociaciones).22
Y convivieron también intensamente con mecanismos de “indexación” como los
inventados por Fisher.
de vida se difundió de modo desigual entre los países de Europa Occidental y de América Latina, pero sólo
se generalizaría bastante después de la Segunda Guerra Mundial.
21
La trayectoria de Fisher y sus innovaciones teóricas y tecnológicas merecen una investigación aparte.
Basta mencionar que su “mentalidad sistemática” (como gustan calificarla sus biógrafos) produjo también
otras invenciones con las que convivimos cotidianamente, como el sistema de tarjetas para organizar datos
conocido como “kardex”, que sobrevive hasta hoy en algunas bibliotecas. Fisher fue socio fundador de la
Rand-Kardex Co., origen de la empresa Remington, fabricante de máquinas de escribir y calculadoras.
Sobre Fisher, ver Tobin (2005) y la biografía de su hijo, Fisher (1956). Sobre los títulos indexados, Shiller
(2005).
22
Sobre la generalización del uso de monedas paralelas en Argentina, ver Luzzi 2005. Para una visión más
amplia sobre el fenómeno, en términos comparativos, ver Blanc 2000.
18
La transformación de los índices de costo de vida en verdaderos dispositivos
culturales, que circulan más allá del restricto ámbito de los especialistas, envuelve
transformaciones en las disposiciones temporales de los agentes sociales que pasan a
observar a través de esos números el mundo social – y principalmente sus relaciones con
objetos y bienes cuyo valor es mensurado monetariamente, i.e. transformado en precio.
Las pocas descripciones sobre procesos inflacionarios (realizadas más por literatos que
por científicos sociais) justamente acentúan esa dimensión temporal de la experiencia
inflacionaria.23 Con relación al caso que hasta ahora mereció más atención por la
literatura, Alemania de los años 1920s (por ejemplo, Lionel 1983, Feldman 1993 y
Widdig 2001), acostumbran acentuarse dos elementos ausentes en las inflaciones
brasilera y argentina: los efectos de la guerra, y el contraste entre la crisis inflacionaria y
la seguridad anterior apoyada sobre la estabilidad del valor de la moneda. Después de la
derrota en la Primera Guerra Mundial, coinciden en apuntar los comentadores, los
alemanes descubrieron aquello que hasta entonces era impensable: la pérdida del valor
del marco alemán.
Al contrario, brasileros y argentinos se cultivaron largamente en la inestabilidad
monetaria, interiorizando la idea de que el valor de sus monedas depende de situaciones
transitorias, es producto de convenciones que resultan de condiciones políticas singulares.
La repetida sustitución de una moneda nacional por otra fue en ese sentido
particularmente pedagógica: entre la década de 1960 y el presente hubo en Argentina
cinco monedas nacionales diferentes (Pesos Moneda Nacional, Pesos Ley, Australes,
Pesos Convertibles, Pesos), y en Brasil ocho (Cruzeiro, Cruzeiro Novo, Cruzeiro,
Cruzado, Cruzado Novo, Cruzeiro, Cruzeiro Real, Real).
En realidad, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y especialmente a partir
de los años cincuenta, la pregunta sobre la naturaleza y los orígenes de la inflación ganó
23
Inspirado en Reinhard Kosseleck, Claudio Lomnitz (2003) utilizó de forma sugestiva la expresión
“saturación de presente” para describir la percepción temporal de las clases medias mexicanas en la crisis
de los anos 1970s y 1980s. Afín con esa perspectiva es la caracterización de Bernd Widdig (motivada en un
análisis de la crisis alemana de 1923 propuesta por Canetti [1984]), de que la inflación manifiesta, desde el
punto de vista cultural, una modernidad “fuera de límites” [out of bounds] en la interrelación entre la
exacerbación de la circulación, la masificación y la depreciación del valor de los objetos (Widdig 2001: 23).
Raros ejemplos de descripciones de corte etnográfico de los procesos inflacionarios argentino y brasilero
son Spitta 1988, Da Matta 1993, Sigal y Kessler 1997, y O’Dougherty 2002. Entre las referencias originadas
en el ensayo o en la literatura (todas relativas al caso alemán) vale mencionar Thomas Mann 1975 [1942],
Stefan Zweig 1943, y Elias Canetti 1984.
19
un lugar central entre los economistas latinoamericanos, o entre los extranjeros
interesados en la región. La densidad de esos debates contribuyó para la conformación de
un campo de profesionales de la economía relativamente autónomo en diversos países del
subcontinente, con instituciones propias de formación y de difusión de teorías y de
políticas. Sin embargo, a pesar de toda la atención dada por esos especialistas al
desequilibrio monetario lo cierto es que, como constataría dos décadas más tarde Albert
Hirschman (1984[1981]: 247), la inflación en América Latina acabó tornándose
“omnipresente, prolongándose por un período extenso, apareciendo como algo familiar y
casi ‘normal’”.24
Durante un largo período de tiempo, que comprendió varias generaciones,
debatiendo sobre la naturaleza de la inflación y creando mecanismos para lidiar con ella,
los especialistas desarrollaron una verdadera pedagogía de la inestabilidad monetaria;
enseñaron los sentidos de los dispositivos que permitirían a las poblaciones (desde su
punto de vista: los “agentes económicos”) aprender a convivir con la pérdida de valor de
la moneda, a defenderse de sus efectos nocivos y, también, a aprovechar las
oportunidades abiertas por ésta.25
Una nota de “etnografía autobiográfica” ilustra este punto.26 Cuando en agosto de
1988 salí de Buenos Aires para comenzar mi doctorado en antropología social en Río de
Janeiro hacía poco que habían comenzado a circular en Argentina los billetes de Austral,
la nueva moneda que substituía el Peso (que, a su vez, había sido colocado en circulación
poco más de diez años antes). Cuando desembarqué en Brasil y cambié algunos dólares,
recibí una mezcla de nuevos Cruzados y de antiguos Cruzeiros. Algunos meses después
los Cruzados nuevos serían sustituidos por nuevísimos Cruzeiros. Era inevitable sentir en
Brasil un cierto aire de familia con respecto a las cuestiones monetarias. En Río de
Janeiro, como en Buenos Aires, las personas invertían una enorme cantidad de tiempo y
24
Continuando con el contraste con la inflación alemana, se debe considerar la profundidad temporal, tanto
de las series que describen la depreciación del valor de la moneda, cuanto de la propia construcción de la
inflación como asunto público de primera magnitud. En Alemania las series que muestran la depreciación
del marco comienzan en la Primera guerra, i. e. 15 años antes de la explosión hiperinflacionaria de 1923, a
la cual se siguió una inmediata estabilización. En Brasil y en Argentina el período inflacionario (y la
discusión pública del problema de la pérdida de valor del dinero) se extendió por más de 50 años.
25
Para un análisis general sobre las relaciones entre las teorías económicas y las culturas de la inflación,
que considera la dinámica diferencial del campo de los economistas en Brasil y en Argentina, ver Neiburg
2006a.
26
La expresión “etnografía autobiográfica” es de Eduardo Archetti (2003:16).
20
de energía escuchando hablar y hablando de dinero, lidiando con asuntos monetarios,
cambiando unas monedas por otras, y cambiando compulsivamente dinero por otros
objetos: comprando. Las personas pensaban y manipulaban intensamente números.
El paisaje de las colas en los supermercados y el ruido de las máquinas de
marcación de precios (antes de la existencia de los sistemas digitales hoy corrientes),
reforzaban la sensación de que, como se escuchaba decir a los mas viejos que recordaban
tiempos menos obsesivamente preocupados con el valor do dinero, “ahora no hay precio
para nada”. La paradójica intensificación del consumo propia de los procesos
inflacionarios (que, a su vez, estimula el desabastecimiento que alimenta el aumento de
precios) se manifestaba de varias formas, inclusive en la disposición espacial de los
hogares. En las salas de los departamentos de algunas familias de clase media cariocas,
por ejemplo, se generalizaba el uso de freezers y heladeras extra para facilitar el
almacenado de productos.27
Pero, para mis ojos, educados en la inflación argentina, los brasileros parecían
convivir de forma más ordenada con la vertiginosa pérdida de valor del dinero. La
palabra clave de ese orden, que escuché por primera vez en Río de Janeiro, era
“corrección monetaria” – como fue muy justamente bautizado en Brasil el dispositivo de
la indexación inventado por Fisher.
La corrección monetaria hacía que los salarios de mis profesores, e incluso mi
beca de estudios, duplicasen su valor cada 90 días. De la misma forma eran reajustados
los alquileres: como muchos otros contratos, cada tres meses duplicaban su valor
nominal. Así, si tenía la suerte de recibir el reajuste de mi beca el mes anterior al reajuste
del alquiler, en mis manos quedaba una cantidad de dinero “caliente”, que podía ser
intercambiado (y debía serlo rápidamente) por otros bienes. O, si no, debía ir corriendo al
banco para aplicar (invertir) el dinero. Y una de las cosas que más me impresionaba era
cómo mis amigos brasileros iban o telefoneaban a los bancos. Inclusive estudiantes como
yo, que vivían básicamente de una beca de estudios (no estoy refiriéndome a grandes
inversiones), lidiaban con cuentas bancarias, tarjetas y talones de cheques, con enorme
habilidad y parcimonia, movilizando el dinero que sería utilizado para llegar hasta fin de
27
Ver la sugestiva descripción de la intensificación del consumo entre las clases medias brasileras en
aquella época propuesta por O’Dougherty 2002.
21
mes entre aplicações (inversiones) diversas, en un juego que parecían dominar a la
perfección. Sucede que el dinero en el banco era también “corregido”, indexado,
convertido en otra moneda, transformado en un índice. Y ese era un asunto con relación
al cual, en ese período de intensa desvalorización de la moneda, los brasileros podían
utilizar un conocimiento acumulado durante tres décadas.
Se trata de una historia que nos sitúa en la víspera del golpe de Estado de 1964,
cuando la demanda por “más y mejores estadísticas” comenzó a ser insistentemente
vehiculada en la prensa por algunos de los que pedían el fin del gobierno de João Goulart
debido, justamente, a su supuesta incapacidad para controlar los precios. Resulta
fantástico observar con nuestros ojos del presente, educados en una percepción
cuantitativa de la inflación, el debate de aquellos años. En Brasil no había entonces
índices nacionales de precios. El que merecía más crédito, según algunas de esas usinas
golpistas, era, por ejemplo, el índice de precio del estado de Guanabara, que sólo tenía un
alcance provincial. Eso acentuaba la paradoja: quienes discutían el problema y
denunciaban el descontrol del “tigre de la inflación”, o los efectos insoportables del
“azote del aumento de los precios”, no utilizaban números para fundar esa denuncia, sino
un repertorio de formulas cualitativas que revelaba, él mismo, su supuesta incapacidad
para conceptuar el fenómeno. Para tratar un mal “vagamente” percibido a través de esas
categorías que prescindían de cantidades (finalmente, se decía, “todo ciudadano podía
sentir la enfermedad en el bolsillo”) serían necesarios instrumentos de diagnóstico
precisos cuya fabricación era vista, al mismo tiempo, como el principio de la cura.28 La
“corrección monetaria” fue inventada en esa época. El Programa de Acción Económica
del Govierno militar creó una serie de monedas virtuales que servían para la cotización (y
para el reajuste) de todos los contratos de la economía, inclusive los salarios. A la
primera de esas monedas, la ORTN (Obrigações Reajustáveis do Tesouro Nacional),
siguió una legión de siglas semejantes, como la URP, que regulaba el alquiler y mi beca
cuando llegué a Brasil.
De hecho, después de la Segunda guerra mundial, y mucho más intensamente aun
a partir de la década del sesenta, Brasil experimentó una verdadera proliferación de
indicadores. Semejante proceso de indexación de la vida social, y de intensa convivencia
28
Ver, por ejemplo, Jornal do Brasil 01/01/1964, p.1.
22
con los números públicos, tuvo como base en buena medida la propia expansión del
campo de los profesionales de la economía. Formados en las cada vez más numerosas
facultades de economía (también en algunas de sociología con orientación estadística y,
después, en las de periodismo), y reclutados por un número cada vez mayor de
instituciones patrocinadas por los gobiernos (nacional, provincial y municipal), por
asociaciones patronales y sindicatos de trabajadores, los nuevos especialistas competían
en el mercado de ideas y de políticas, elaborando y vendiendo index numbers que serían
consumidos en la esfera pública económica, cada vez más poblada por los “laboratorios”
que los elaboraban, por boletines de empresas y de asociaciones, por revistas de gran
circulación, por diarios y secciones informativas especializadas (lo que, a su vez,
ampliaba el mercado de trabajo de los profesionales).29
Unos de los eventos más significativos de este proceso de “indexación del debate
público” brasilero sucedió después de una denuncia sobre la manipulación por parte del
gobierno militar de los indicadores que servían para la corrección de los salarios
referentes al año 1973. La denuncia había sido realizada por el Departamento
Intersindical de Estatística e Estudos Sócio-Econômicos (DIEESE, que poco después de
su creación, en la década de 1950, había comenzado a elaborar indicadores de costo de
vida). Pero ganó legitimidad pública sólo a mediados de 1977, después de la divulgación
de un documento reservado producido por una misión del Banco Mundial que apoyaba
los números del DIEESE y alertaba sobre la tergiversación de los datos producidos por la
Fundação Getúlio Vargas que, en aquella época, era el laboratorio de producción de
indicadores oficiales para el sistema de “corrección monetaria” del gobierno. El conflicto
se prolongó durante meses en los que los profesionales de la economía tuvieron una
29
Algunos datos generales sobre la expansión del campo de los economistas en Brasil pueden verse en
Loureiro 1997, y sobre el periodismo económico en Abreu 2003. Las primeras mediciones de precios
dirigidas a calcular indicadores de inflación fueron realizadas a partir de 1939 por la FIPE (Fundação
Instituto de Pesquisas Econômicas) para el municipio de São Paulo; a partir de 1944 la Fundação Getúlio
Vargas comenzó a producir el indicador de variación de precios del estado de Guanabara; y en 1955, el
recién creado Departamento Intersindical de Estatística e Estudos Sócio-Econômicos (DIEESE) comienza a
producir otro indicador de costo de vida, referido a trabajadores sindicalizados del estado de São Paulo.
Aun hoy puede encontrarse buenos ejemplos de esa dinámica de indexación de la vida social asociada a la
proliferación de laboratorios de fabricación de números: la Fundação Getúlio Vargas, uno de los más
notables de esos laboratorios en Brasil, anunció recientemente la divulgación por primera vez de un “índice
de precios para jóvenes” (que podrán, junto con sus padres, “calcular mejor el valor justo de sus
mensualidades). Hay en este momento también un equipo de la misma fundación trabajando en la
elaboración de un “índice para personas de edad avanzada”, que busca ofrecer datos para el debate
público sobre el valor justo de las jubilaciones. Son los números, una afirmación cuantitativa sobre el valor
del dinero, actuando de modo crucial en las relaciones entre las generaciones.
23
participación estelar: eran llamados a explicar públicamente los mecanismos de
elaboración de las formulas; disertaban sobre el valor científico da su actividad en la
prensa, en el Congreso Nacional (fue creada la “Comisión Parlamentaria de Investigación
sobre los Índices”), y también en las calles, en manifestaciones y mítines donde algunos
economistas y sociólogos eran invitados a dirigirse a las multitudes. La representación
numérica de los hechos sociales y el uso de porcentajes estaban en aquel momento tan
establecidos como la forma legítima de observar el mundo social que los coordinadores
del “Movimiento do Costo de Vida”, creado entonces, se regocijaban públicamente por
haber “superado en 15 % la meta” de 1 millón de firmas en el manifiesto de denuncia
sobre la “falsedad de los indicadores”.30
Tres décadas después de esos acontecimientos fue inventado el último de esos
números públicos. Éste asumía su doble papel de coeficiente de reajuste diario de los
precios y de unidad de cuenta en las transacciones corrientes: era la URV (Unidade Real
de Valor), lanzada en 1993 con la finalidad de transformarse en una nueva moneda, el
Real, hasta hoy la moneda nacional de Brasil. Algunos de los realizadores del “Plan
Real” habían obtenido cierta reputación como autores de una teoría sobre las causas de la
inflación, la llamada teoría de la “inflación inercial”, que consideraba justamente el papel
de esos dispositivos en la larga inestabilidad monetaria del país.31 La única salida para
conseguir terminar con la enfermedad de la moneda, según esos especialistas, era
transformar uno de esos indexadores en moneda corriente. Y fue así como la población
aprendió a convivir con la nueva moneda. Durante meses fue necesario calcular los
precios y los contratos en una unidad de cuenta móvil, la URV (cuyo valor variaba
diariamente), y en Reales (una moneda que al inicio era sólo virtual), hasta que
gradualmente la URV se fue extinguiendo, según una tabla diaria de variación que debía
ser utilizada por todos los ciudadanos que manipulaban dinero (en pagos corrientes) y en
contratos (como salarios y alquileres).
Al igual que los brasileros, los argentinos también aprendieron a convivir con
indexadores, pero en una intensidad y en una escala sensiblemente menor. Por lo menos
30
Folha de São Paulo 27/08/1978, p. 31.
Para un examen de la dinámica de producción y legitimación de las teorías de la inflación inercial, ver
Neiburg 2006a: 621-25.
31
24
dos elementos gravitaron decisivamente en esa diferencia.32 Uno es la menor escala
relativa del campo de los profesionales de la economía en Argentina y, entonces, la
intensidad también menor de la competencia entre los laboratorios productores de
números que está en la base da su popularización. El otro es la generalización entre los
argentinos del uso del dólar norteamericano como moneda paralela, en un largo proceso
que se inicia en los años sesenta. De hecho, para los argentinos el dólar fue
convirtiéndose paulatinamente en un equivalente de lo que, para los brasileros, eran los
coeficientes de indexación. Ya hacia inicios de la década del sesenta, el precio contra el
cual se contrastaba el valor de la moneda nacional en la Argentina era el del dólar; la tasa
de cambio se transformó desde temprano en un asunto de interés para amplias sectores de
la población; centenas de hojas con la cotización de divisas extranjeras eran producidas y
distribuidas por las casas de cambio de la city porteña.33
En aquella época, se generalizó entre los sectores medios argentinos en ascenso la
práctica del ahorro en dólar (para la mayoría en el “colchón” y, para algunos
privilegiados, en cuentas en el exterior). El debate público sobre la generación de un
mercado de capitales nacionales, inclusive la tentativa de crear una “cultura del ahorro”
en moneda nacional por parte de los bancos, delata la preocupación con el uso cada vez
más generalizado del dólar como medio de reserva de valor. La creación de mercados de
bienes específicos en dólar (especialmente de bienes inmuebles) fue un resultado de ese
proceso. Aun hoy los argentinos piensan el valor de sus viviendas siempre en dólar, las
propiedades son cotizadas en la divisa extranjera, igual que el precio publicado en los
avisos clasificados, y las transacciones son hechas en dólar usando siempre “dinero
vivo”, lo que envuelve una logística (y una “ritualística”) especial, relativa a los medios
de transporte de los billetes y a los lugares adecuados para los pagos – todo lo que resulta
profundamente exótico para los observadores extranjeros, inclusive brasileros.34
32
Evidentemente se trata de condiciones necesarias pero no suficientes para dar cuenta del contraste. Una
descripción de la dinámica de esas diferencias (i.e. un examen más detallado de la dimensión comparativa
en la investigación de la cual este trabajo es un resultado aun parcial), exige considerar una pluralidad de
elementos que exceden los objetivos de este artículo. Tentativas de construir los parámetros de esa
comparación pueden verse en Neiburg 2004 y 2006b.
33
Algunas figuras (como Julio Nudler y Daniel Muchnik, en entrevistas a F. Neiburg en 2/10/2003 y
30/10/2003), relatan la experiencia en la producción y distribución de esas hojas con cotizaciones del dólar,
en los años 1960s, como el inicio de su conversión en “periodistas económicos” (lo que sólo sucedería una
década después).
34
Es un tipo de experiencia que recuerda la Nigeria de los años noventa (tan bien retratada por Jane
Guyer, 2004) en la que en un determinado momento, para resolver la crisis económica del país, el gobierno
25
Algunos diseñadores de políticas de estabilización monetaria en la Argentina
reconocieron en su momento esa “dolarización de las mentes nacionales”.35 De hecho, el
primer ensayo de dolarización general país sucedió en diciembre de 1978, con la
institución de la llamada “tablita”, que permitía prever a desvalorización diaria del peso
con relación al dólar. Se esperaba que la regulación de un precio (el precio del dólar)
sirviese para orientar todos los otros precios de la economía. Y en efecto, durante varios
meses, los argentinos pensaban en sus relaciones con los objetos y en sus relaciones con
las personas (mediadas por el dinero) calculando los coeficientes establecidos por la
“tablita”. Pero como se sabe, para la dolarización de hecho habría que esperar poco más
de una década, cuando una crisis hiperinflacionaria marcó el fin del Austral, al que siguió
la institución del régimen de la Convertibilidad – técnicamente un sistema de currency
board que establecía por ley la paridad de 1 peso = 1 dólar. Ese sistema permitió que los
ciudadanos pudiesen utilizar en cualquier transacción, aun en las de más bajo valor, como
comprar cigarrillos o pagar un taxi, indistintamente billetes de Pesos convertibles o de
dólares, manipulando cotidianamente ambas monedas al mismo tiempo. En aquella época
la institucionalización de experiencia argentina abrió un debate en varias partes del
mundo, sobre dolarización, o más específicamente sobre las relaciones entre estabilidad
monetaria y soberanía. Algunos de los autores del Plan Real, por ejemplo, asumieron
posiciones claramente contrarias a esa alternativa para Brasil, argumentando que los
brasileros confiaban en su moneda, y recordando que los mecanismos da indexación
habían tenido justamente la ventaja de mantener las “cabezas brasileras” dentro de un
horizonte de equivalencias básicamente nacional.36
Conclusiones
En un estudio iluminador sobre los debates respecto de la naturaleza y el futuro de la
moneda que siguieron al fin de la Guerra Civil en los Estados Unidos, Bruce Carruthers y
Sarah Babb (1996) demostraron la utilidad del análisis de situaciones de crisis para
dispuso que absolutamente todas las transacciones deberían ser realizadas fuera del sistema bancario, en
cash.
35
La expresión es de Domingo Cavallo, presidente del Banco Central y después Ministro de Economía, en
dos ocasiones.
36
Las actas del Forum sobre dolarización en América Latina, promovido por el FMI en 1999, ilustran el tono
de ese debate, en el que los especialistas hacían gravitar de modo crucial sus interpretaciones a respecto
de las culturas monetarias de sus compatriotas (ver IMF, 1999).
26
comprender los sentidos públicos del dinero (ver también Théret 2007b, pp. 17-20).
Siguiendo las ideas de Mary Douglas (1986) sobre la relación entre naturalización y
estabilidad de las instituciones sociales, Carruthers y Babb pusieron en evidencia cómo
en contextos inflacionarios la naturaleza de la moneda deja de ser taken for granted; su
reproducción como lazo social fundado en la confianza en la continuidad de su valor deja
de ser no problemática; el precio de la moneda (o la cantidad de dinero que debe ser
cambiada por otros bienes o servicios) se transforma en una cuestión que preocupa los
espíritus no sólo de los especialistas, que discuten alternativas de estabilización, sino
evidentemente también de las personas que lidian con dinero en sus transacciones
cotidianas.
Esa singular desnaturalización pública de la moneda como institución social
puede observarse en los esfuerzos que deben realizar quienes están lejos de las crisis para
comprender lo que allí sucede. Así, por ejemplo, en los primeros meses de 2002 la red
británica BBC publicó en su site Internet un Dictionary of Argentine Crisis con la
finalidad de ayudar a los lectores a entender los sentidos de términos como
“convertibilidad”, “bonos”, “pesificación”, “dolarización” o “corralito”. Mientras las
personas no familiarizadas con los acontecimientos que en ese momento conmovían
aquel país podían informarse por ese y otros medios sobre lo que allí ocurría, los
argentinos “debatían la crisis” en las calles, en manifestaciones y asambleas, al mismo
tiempo en que los intelectuales de mayor renombre del país aparecían reiteradamente en
los medios discutiendo los destinos de la nación – algunos se preguntaban, inclusive, si la
Argentina “continuaría existiendo después de la crisis”.
En esa época, en el vecino Brasil el fantasma de la “argentinización” aparecía en
los debates públicos sobre el futuro de la economía y de la política. No era la primera vez
que se invocaban los riesgos de la contigüidad, aparentemente siempre tan afines con la
dimensión internacional del desequilibro financiero. En efecto, unos veinte años atrás se
habían ya difundido expresiones que describían la pérdida súbita del valor de las
monedas nacionales en términos de contagio (como la teoría del “efecto Orloff”, según la
cual, se decía en Brasil, “la Argentina de hoy es el Brasil de mañana”).37
37
La teoría era una generalización del slogan utilizado en la época por la campaña publicitaria del conocido
vodka Orloff, en el que un personaje, refiriéndose a los efectos colaterales positivos (contra la resaca) de la
bebida, advertía (antes de tomar): “Eu sou você amanhã”. El uso de bebidas alcohólicas para hablar del
27
Como vimos, el desequilibrio monetario no era novedad para argentinos y
brasileros. Hacía mucho tiempo que las poblaciones de ambos países convivían con
fenómenos semejantes, aprendiendo a identificar la pérdida de valor de sus monedas con
momentos fuertes en los debates públicos sobre la crisis y el destino de la nación.
Cualquiera que haya vivido en Brasil o Argentina en las últimas décadas del siglo pasado
y en los primeros años de éste, no tendrá dificultad de recordar los repetidos anuncios por
cadena nacional de radio y televisión de congelamientos de precios, ahorros forzosos y
cambios en la denominación de las monedas corrientes, seguidos de feriados bancarios en
los que los asalariados, deudores, locatarios, en fin, buena parte de los ciudadanos, era
expuesta a los nuevos dispositivos concebidos para salvar a la colectividad de la peste de
la inestabilidad monetaria: nuevas monedas, desagios, tablas de conversión, indexadores.
La intensidad de las formas rituales que envolvía los anuncios y la implantación de esos
dispositivos subrayaba el carácter extraordinario del tiempo de las monedas enfermas.
No es este el lugar para describir en detalle la construcción de semejante
identificación entre crisis de la moneda y crisis nacional, ni la dinámica ritual que
envuelve la utilización de metáforas naturales que hablan de salud y enfermedad, y que
tienen en los profesionales de la economía, transformados en verdaderos intelectuales
públicos, unos de sus principales oficiantes.38 Interesa en cambio llamar la atención sobre
los efectos pedagógicos de esos largos períodos de inestabilidad monetaria (de “dinero
salvaje”, en la feliz metáfora de Cris Gregory, 1997).
Eso refuerza una de las ideas generales de este texto, que indica la utilidad de la
reconstrucción del largo y lento proceso de cultivación económica para la comprensión
de los comportamientos individuales y colectivos en los momentos de crisis o
hiperinflación. Ciertamente esos momentos son privilegiados para el ejercicio de la
pedagogía de la economía, pero sólo a condición de que puedan ser movilizadas
disposiciones ya incorporadas, inclusive también en períodos de relativa estabilidad y
bienestar.
contagio de la enfermedad monetaria se generalizaría poco después, con los efectos “tequila”, “vodka”,
“caipirinha”, etc.
38
Ver Neiburg (2005). Ver también Dixon (1998: 47-60) y Lebaron (2001: 176-81), respectivamente, para
Gran Bretaña y Francia. Sobre el uso de metáforas naturales en la legitimación pública de la ciencia
económica ver Mirowski 1994.
28
Volvemos así a la cuestión de las relaciones entre las teorías y los dispositivos
monetarios construidos por los especialistas y aquellos presentes en la vida ordinaria.
Podemos entonces concluir este artículo con un comentario sobre la cuestión de la
performatividad, como pasó a ser leída a partir de la publicación, en 1998, del libro de
Michel Callon The Laws of the Market – un abordaje que ganó influencia no sólo en los
estudios sociales de la economía, sino también en la llamada Action Network Theory,
que tiene como foco principal los Science and Technology Studies.
Remitiendo vagamente a la teoría de John Austin (1972) sobre los actos de habla
y dialogando implícitamente con las ideas de Pierre Bourdieu (1981) sobre los efectos de
la teoría en la vida social, en la introducción de ese volumen Callon formula una hipótesis
según a cual la teoría económica tendría el efecto de moldar las prácticas económicas – el
hecho de que, según sus palabras la vida económica (la economy) está “embebida”
(embedded) no en la sociedad (como diría Karl Polanyi), sino en la economics, la teoría
económica (Callon 1998: 30).39
La propuesta de Callon, independientemente del mérito de llamar la atención
sobre un asunto crucial, mereció hasta ahora dos críticas principales. La primera se
refiere menos al contenido de su hipótesis central y más a las evidencias presentadas.
Según MacKenzie y Millo (2003), por ejemplo, el proceso de formatación (la
performatividad)
aun
estaría
esperando
demostraciones
empíricas
plenamente
convincentes.
La otra crítica a Callon (explicitada por Daniel Miller, 2002) cuestiona un punto
central de la hipótesis: la propia idea de que la teoría económica produzca un efecto de
“purificación” (o desentanglement) de la vida económica, y en especial de las
transacciones, formatándolas según el ideal de mercado auto-regulado. En lo que parece
ser una nueva edición del antiguo debate entre partidarios de interpretaciones “formales”
o “sustantivas” de la economía (debate que, como se sabe, agitó la llamada “antropología
económica” en los años 1950 y 1960), personas como Miller (que estaría del lado
sustantivista, digamos así) se han preocupado por mostrar que tal purificación nunca se
produce realmente, o que, en todo caso, los dispositivos de formatación económica
39
Callon basa su demostración en un extenso comentario del trabajo de Marie-France Garcia (1986), en el
que ella reconstruye empíricamente, en un caso concreto, el proceso a través del cual se realiza el ideal del
mercado perfecto.
29
fabricados por la teoría, pasan, ellos mismos, a ser capturados y enlazados en las
transacciones, que serían siempre algo más y algo diferente que transacciones puramente
económicas. En este sentido, es necesario concordar con Miller: Callon no habría hecho
mas que reproducir la visón (optimista) que los propios economistas tienen sobre los
efectos de sus teorías en la vida social.40
Creo, no obstante, que a pesar de sus varios aspectos productivos, este debate no
alcanzó algunos puntos cruciales de las relaciones entre las teorías económicas eruditas y
las prácticas económicas ordinarias. Para terminar, desearía llamar la atención sobre tres
de esos puntos, en relación a los cuales mi propuesta de antropología del dinero a través
de la historia social y cultural de la inflación busca ofrecer una visón diferente.
El primer punto exige sustituir una noción unificada de la teoría económica
(compartida por Callon y sus críticos), que atribuye homogeneidad y “agencia” a la teoría
(tratada siempre en singular), por una visión matizada de las relaciones de
interdependencia y de competencia entre las teorías (en plural) y, más importante aun,
entre sus productores y divulgadores. La discusión sobre performatividad parece olvidar
los sujetos que producen las teorías que performan – que, además, vale la pena
recordarlo, están siempre atentos a los efectos prácticos de sus investigaciones. Los
científicos y, en términos mas generales, los profesionales de la economía, acostumbran
justamente probar la excelencia de una interpretación por la eficacia con la que, por
ejemplo (en el plano micro-económico), los precios de una determinada mercancía
convergen en torno de un nuevo indicador, o (en el plano macro-económico) por la
disminución de las tasas de inflación ocasionadas por un nuevo plan de estabilización.
Creo que el camino para trascender la visión que los propios profesionales tienen sobre el
poder de sus modelos es, como sugerí en este artículo, el análisis histórico y comparativo
de la producción de las teorías y de los procesos de cultivación económica de poblaciones
diversamente relacionadas con los dispositivos implementados por los especialistas.
El segundo punto tiene que a ver con los “efectos no deseados” de la teoría
económica – algo que hasta ahora parece haber merecido poca atención por parte de los
sociólogos y antropólogos de la economía, aunque sí acostumbra ser considerado por los
propios especialistas, cuando por ejemplo denuncian las “consecuencias nocivas”, o los
40
Sobre ese debate, ver también Callon 2005 y Aspers 2005.
30
“errores”, de determinada política o tecnología producida por sus colegas. La visión aquí
propuesta sobre el papel de los profesionales de la economía como verdaderos pedagogos
de la inestabilidad monetaria (produciendo dispositivos y categorías para conceptuar el
dinero y para que los agentes económicos puedan lidiar eficazmente con la pérdida de su
valor), sugiere hasta qué punto los profesionales de la economía contribuyeron para la
construcción de la enfermedad que ellos mismos, en cuanto money doctors, intentaron
más de una vez remediar.41
El último punto tiene que ver con la propia noción de “efecto” y con la teoría de
la causalidad subyacente a la idea de performatividad. Un examen más detallado de las
complejas relaciones entre los dispositivos para “curar” las monedas eliminando la
inflación y las disposiciones y prácticas de los agentes que son sometidos a éstos permite
iluminar otra dimensión hasta ahora no considerada en el tratamiento de esta cuestión. En
la doble cualidad de los números que miden el valor de dinero, como los indicadores de
costo de vida y los indexadores, podemos reconocer un tipo de magia presente en otros
dispositivos semejantes: al mismo tiempo que buscan describir el comportamiento
empírico de agentes económicos en el pasado, reclaman el poder de organizar el
comportamiento futuro. A pesar de las diferencias significativas que, por ejemplo,
envolvían la historia social del uso generalizado de los indexadores en Brasil y del dólar
en Argentina, ambos cumplían a la perfección una de las propiedades cruciales del dinero
descrita por Simmel (1987 [1909]): su “circularidad”, el hecho de que se trata de una
modalidad particular de “representación normativa que se somete a sus propias normas”
(:113), un tipo singular de objeto que es, al mismo tiempo, “efecto de determinadas
corrientes culturales” y “causa eficiente de esas mismas corrientes” (:181). Ejemplos
extremos de instrumentos que al mismo tiempo describen y prescriben, esos números
públicos encierran toda la dinámica de las relaciones entre teorías económicas y culturas
económicas que la teoría de la performatividad deja de observar, debido a la noción
simplificada de causalidad que ella supone (siempre de “una” teoría “sobre” los hechos).
Producto de la dinámica de relaciones de interdependencia y de competencia interna al
campo de los profesionales, instrumentos como los indicadores, las monedas virtuales, las
tablas de conversión entre monedas e indicadores, o la propia corrección monetaria,
41
La expresión money doctor se generalizó en América Latina hacia fines del siglo XIX (Drake 1994).
31
buscan interpretar y acompañar mecanismos culturales preexistentes, al mismo tiempo
em que se transforman en dispositivos culturales, con efectos más amplios y diferentes a
los originalmente previstos por sus fabricadores – alcanzando incluso a las propias teorías
económicas y a los dispositivos basados en ellas.
Así, puede entenderse mejor el objetivo final de este artículo: mostrar la
rentabilidad de modelos explicativos más plásticos, que permitan comprender, de forma
matizada, a través de una perspectiva histórica y comparada, dimensiones significativas
de las relaciones entre las economías eruditas y las economías ordinarias, preguntando
por las relaciones entre los dos sentidos de la palabra economía: un conjunto de teorías
sobre la sociedad – un saber especializado –, y un conjunto de prácticas e ideas – un
dominio, que se presenta como estando, o como debiendo estar, relativamente separado
de los otros.
32
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