LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA

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ESTELA GRASSI. *
“LA FAMILIA: UN
OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA
FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL”. **
En: María Rosa Neufeld, Mabel Grimberg, Sofía Tiscornia y Santiago Wallace
(comps.): Antropología social y política. Hegemonía y poder: el mundo en movimiento,
Buenos Aires, Eudeba, 1999, pp. 95-119.
E
n general, las ciencias sociales se han ocupado del cambio social teniendo
como referente principal los procesos del mundo público. Ellos fueron, a la
vez, el camino de llegada al ámbito doméstico, sobre la base de un supuesto
más o menos implícito según el cual aquella dinámica arrastra, impone o requiere
transformaciones en la organización doméstica.
Sin embargo, resulta sumamente estimulante hacer un camino diferente
atendiendo a que las relaciones familiares se entrelazan —pero no se subordinan—
a una red compleja y multideterminada de relaciones sociales de distinto orden; a
que el carácter histórico de la familia indica que es el resultado de la práctica social;
y a la capacidad de dicha práctica de constituirlas y de transformarlas.
Las reflexiones contenidas en este artículo parten de los supuestos enunciados
y se refieren a las transformaciones en la dinámica de las relaciones familiares, y a
las redefiniciones producidas en las representaciones sociales acerca de los órdenes
que estructuran la vida social moderna: la distinción y separación del ámbito y el
espacio de la privacidad.
En esta distinción, que constituye lo que podemos denominar el “núcleo duro”
de tales representaciones, puede detectarse un proceso de sutil cambio de sentido,
en dirección de una mayor “publicidad” de la vida privada.
Esto da lugar a un fenómeno paradójico, porque se vuelve paulatinamente
transparente aquello que el pensamiento crítico, particularmente el feminista, había
denunciado como el contenido oculto de esta separación: el carácter histórico y
político de las relaciones “de la vida privada”. Hoy los conflictos propios de las
relaciones privadas se resuelven cada vez más “en público” y con la participación de
múltiples y novedosas instancias de este ámbito (desde los comunicadores
mediáticos, hasta los mediadores judiciales).
A la inversa, los conflictos característicos de las relaciones sociales que
estructuran el ámbito de la producción, tienden a parecer cada vez más “cuestiones
entre particulares”, a personalizarse y a excluir la intervención de instancias
“públicas” de resolución o de mediación (el sindicato, la justicia, el ministerio
público).
A partir de aquí, la propuesta es hacer un repaso de los ángulos posibles desde
los cuales puede enfocarse la “cuestión de la familia”, organizando la exposición
según los “tipos de objeto” en que ésta es constituida y desde los cuales —a la vez—
se construye socialmente “la familia” como institución.
En cada uno de estos modos de constituirla se ponen de manifiesto, no
solamente diferentes versiones acerca de lo que ésta es, sino también los múltiples
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
Este artículo ha sido publicado anteriormente en la Revista Sociedad N° 9, septiembre de 1996, de
la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Se cuenta con la debida autorización de los editores.
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marcos normativos que son propuestos como modelos de comportamiento de la vida
familiar: aquello que “se quiere ser” y en pos de lo cual “se trabaja”.
La fundamentación del problema planteado se deriva de los datos que aporta la
investigación sistemática sobre cuestiones que tienen que ver con la organización
doméstica de la reproducción, publicados recientemente en nuestro país (Jelin,
1994; López, 1990; López y Findling, 1995; Wainerman y Geldstein, 1994;
Cicerchia, 1994; González Montes, 1990; Novick, 1991 y 1993); en estudios sobre el
tema referidos a la región (Oliveira, 1995; Sarti, 1994; Massolo, 1994; Quartim de
Moraes; 1994); y en anteriores investigaciones y trabajos nuestros (Grassi, 1989;
1990, 1994, 1995; y Grassi, Raggio y González, 1992).
Asimismo, la cotidianeidad de la vida social y el debate que se hace público
respecto de las cuestiones socialmente definidas como “privadas”, en encuentros y
publicaciones de especialistas o polémicas de las que participa la “opinión pública”,
son otra fuente de información que apoya empíricamente estas reflexiones.
LAS MÚLTIPLES DEFINICIONES. O QUÉ ES “FAMILIA”, PARA QUÉ Y PARA QUIÉNES
Sintéticamente,
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la familia es un “dato” incuestionable de la realidad, en la representación
corriente de nuestra vida social inmediata;
la familia adquiere un sentido de entidad abstracta, meta-histórica, en el
marco de algunos sistemas de creencias (ideológicos o religiosos);
la familia ha sido (y es) problema (u objeto) de políticas públicas;
la familia es objeto polémico (u objeto de polémicas) en el debate políticocultural;
y, finalmente, la familia es objeto de estudio para las ciencias sociales y
humanas.
Esta manera de organizar el tratamiento del tema no implica presuponer
independencia entre uno u otro ángulo de mirada. No obstante, forzar
analíticamente la distinción, tiene la ventaja de permitir identificar prácticas,
intereses y supuestos implícitos que son parte del proceso de construcción de la
familia como institución, de sus cambios, de las crisis y de la estabilización de los
lazos familiares. Asimismo, posibilita redimensionar la profundidad y alcance de los
cambios, contextualizarlos y conocer su génesis. En conjunto, esto permite
distinguir (y relacionar de nuevo) la familia, en tanto pauta de organización social
reglada, y las relaciones familiares en unidades domésticas concretas, que son el
resultado práctico de las estrategias de los agentes, las que —por definición—
desbordan siempre a las reglas.
Entre otras cuestiones, las disímiles condiciones de existencia en que se
desenvuelve la vida de los grupos sociales y la diversidad de la experiencia cultural,
constituyen límites desiguales y alternativas diferentes, para el desarrollo de la vida
familiar y también, para la realización de sus miembros individuales.
LA “OBVIEDAD” DE LA FAMILIA
Constituir a la familia en objeto de análisis es una de las cuestiones más
escurridizas, a pesar de una abundante producción por parte de las ciencias
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LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
sociales y humanas. La familia forma parte de nuestra experiencia primera y más
inmediata, por lo que fácilmente se escapa su carácter histórico y su determinación
sociocultural, o queda anclada desde algún punto en la naturaleza.
A la vez, para la vida y el conocimiento corrientes, “algunas cosas son muy
evidentes como para tener que explicarlas”, como dice con ironía Barley (1994). Y la
familia está entre aquello que nos es dado, que es obvio y que, en nuestras
representaciones dejamos del lado de la naturaleza —como los bosques, aunque los
hombres los talen, o los ríos, aunque se desvíen sus cauces.
En el seno de una familia, generalmente nacemos y crecemos; pasamos la vida
adulta y, probablemente, morimos rodeados de algunos familiares. De ahí que
solemos opinar acerca de los cambios producidos en la familia, de problemas que
afectan a la familia, no como el producto (disputado) de prácticas sociales, sino
como aquello que nos precede en nuestra condición de humanos, hasta donde
tenemos noticias por nuestra experiencia y la de nuestros mayores.
Esto no es sustancialmente diferente a la manera en que las sociedades
definidas por la modernidad como “a-históricas”, concebían sus propias
instituciones, cuya historia se remontaba hasta donde el relato de los progenitores
llegaba con sus recuerdos.
Sin embargo, aquellas disciplinas modernas que hurgan en el pasado, en los
orígenes y en los “otros” no occidentales (como la historia y la antropología) han
producido un cúmulo de conocimientos sobre el tema, que faculta algunos
acuerdos: aun para la cultura occidental, la noción de familia no ha tenido siempre
el mismo significado y alcance; y la mera existencia de esposas, esposos e hijos
biológicos, no permite inferir de allí un grupo socialmente reconocido y constituido
en relación con las funciones atribuidas a la familia moderna. 1
Construimos nuestro saber cotidiano sobre la familia también con elementos
de estas disciplinas; no obstante, en buena medida connotados por una concepción
evolutiva de la sociedad y la historia humanas, que lleva a imaginar formaciones
primigenias, más que instituciones diferentes.
Pero en nuestra propia historia, no es tan lejano el tiempo en que familia
designaba a una institución cuyo dominio iba más allá de la reproducción:
implicaba posesiones, poder y autoridad, en cuya red el matrimonio era el
“mecanismo social y económico de alianzas familiares [en] las elites muy próximas”,
como destaca Cicerchia (1994). Para nuestra historia colonial y para las capas
sociales dominantes, familia evocaba al linaje y era un grupo de poder. Esa
designación no alcanzaba, por lo menos en los documentos públicos, a los grupos
domésticos de las capas populares, cuyas reglas de intercambio sexual y
matrimonial, procreación y crianza tenían otras fuentes de legitimación y otros
mecanismos de consenso y control social. No obstante, como muestra este
historiador, éstos no excluían la intervención de las instituciones públicas.
Sobre este punto, puede verse Durham (1983). Esta autora, privilegiando el eje de la reproducción
como perspectiva del análisis, debate al respecto con Lévi-Strauss (1976, 1982), quien se inclina por
adoptar la definición de “átomo de parentesco” para referirse a una unidad constituida por esposas,
esposos e hijos en todas las sociedades humanas. No obstante, el propio Lévi-Strauss da cuenta de
sociedades en las cuales un tal grupo no tiene ningún significado social y no constituye unidad de
parentesco, en las que la figura del esposo es enteramente ritual, o en las cuales, el varón no tiene
función reconocida en la generación (Lévi-Strauss, 1976).
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Es decir, la representación dominante, expresada estatalmente, respecto del
“orden familiar”, no comprendía la vida doméstica de las clases populares; sin
embargo, sus desórdenes no les eran ajenos a las instituciones del Estado.
Más tarde, la alcurnia de origen se señalaría con el calificativo buena,
precediendo a familia. Y, perdida la alcurnia, la familia bien constituida marcaría
diferencias en épocas más recientes.
Al mismo tiempo que el término familia ha tenido referencias empíricas
diversas, también es posible reconocer grupos o unidades domésticas de
composición y dinámica diferentes (socialmente reconocidos y significados), en los
que se cumplen funciones comunes y necesarias, que tienen que ver con la
reproducción. 2
LO PÚBLICO Y LO PRIVADO: LA FAMILIA COMO OBJETO DE POLÍTICAS PÚBLICAS
Otra cuestión que resulta “evidente” respecto de la familia es su
correspondencia con el ámbito de la “vida privada”; con aquello que, por lo menos
en un sentido, se entiende como lo íntimo, como lo que se sustrae de la acción del
Estado y de las miradas y juicios “exteriores”. 3
Sin embargo, aun antes de que tome forma un proyecto de Estado nacional,
encuentra Cicerchia (1994) las manifestaciones de “una voluntad política de
convertir los desórdenes familiares en cuestiones de estado” (cursivas del autor). 4
A los mecanismos judiciales que describe este autor, se pueden agregar
dispositivos indirectos de acciones públicas, como las de aquellas “damas linajudas”
de la Sociedad de Beneficencia, convocadas por el Ministro B. Rivadavia en 1823,
para trabajar por “la perfección moral, el cultivo del espíritu en el bello sexo y la
dedicación de éste a la industria”, entre las mujeres de las capas populares (Grassi,
1989).
Desde entonces, pero con mayor sistematicidad desde finales del siglo XIX, los
sectores de la política estatal que caben en la definición de “políticas sociales” (de
salud, educación y asistencia social) tienen a la familia como objeto de planes y
programas. De manera explícita, en algunos casos; o como “el código oculto”, la más
de las veces. Es decir, como un “supuesto” referido al tipo de unidad que conforman
(o deberían conformar) los destinatarios de estas políticas; y acerca de las
funciones, obligaciones y distribución de responsabilidades en el interior de tal
unidad.
En palabras de Durham (1983), “grupos de parientes o afines a los que son incorporados los recién
nacidos y que son responsables de su cuidado y protección”. El problema de la reproducción no se
limita, entonces, a la procreación y las unidades de reproducción no coinciden naturalmente con
ésta.
3 Privado y público son términos polisémicos. “Privado se entiende, por un lado, como todo aquello
que se sustrae al Estado; desde este punto de vista se define en contraposición a público/estatal.
Cuando por privado se entiende «la vida privada» tiene, a su vez, un doble sentido: de intimidad (de
los afectos, pero también de los dramas familiares) y de autoconciencia. En cualquier caso, se trata
de un espacio sustraído no sólo del Estado, sino además de las miradas y de los juicios del exterior
(del público). Por oposición, entonces, el público es el colectivo que mira y/o participa; juzga y/o
decide...” (Grassi, 1994).
4 Cicerchia (1994) ubica su estudio en la sociedad “que nace en 1776, con la creación del Virreinato
del Río de la Plata y muere a mediados del XIX, en las postrimerías del nacimiento del proyecto
nacional”.
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LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
Estos supuestos implícitos tienen la fuerza de lo obvio en los comportamientos
de los agentes institucionales, que derivan de ellos el sentido de sus acciones,
produciendo mensajes que prescriben comportamientos. Cuando la familia es objeto
explícito de planes y programas, tales concepciones quedan expresadas en las
justificaciones y considerandos de los mismos.
Sin embargo, aún así no es de esperar una práctica unívoca en los diferentes
niveles de la gestión de las políticas, sino que cada vez los supuestos son activados
y las especificaciones son reinterpretadas por los actores respectivos, en
circunstancias variadas.
Esos “códigos ocultos” (o no) y esos mensajes prescriptivos o coercitivos, no
deben entenderse como producciones fantasmagóricas de organismos burocráticos
y abstractos, ya que son expresión de representaciones sociales que forman parte
del sentido social que tiene la institución en cada época; resultado, a su vez, de los
procesos de hegemonización en el campo cultural. De ahí que tales acciones e
intervenciones resulten legítimas. 5
Interesa detenerse en algunos de estos sectores de políticas sociales porque, en
la medida que incorporan estos supuestos y un substrato de saberes que incluye
expectativas respecto de roles, funciones, responsabilidades y lealtades, los planes,
programas e instituciones de estas áreas devienen, a la vez, en vectores de normas y
valores. Aquellos supuestos y expectativas suelen operar como “condiciones de
acceso” al servicio o beneficio, a veces normadas, y otras como resultado de la
interpretación de los agentes. 6
I. La segunda década del siglo pasado y las primeras del presente, fueron el
escenario en el que las clases con capacidad de hegemonía, condujeron el proceso
de consolidación y expansión del Estado nacional, el que debió afianzarse como
expresión legítima de una población étnica y socialmente heterogénea.
El saldo de las migraciones fue, no solamente el crecimiento extraordinario de
la población urbana (contra toda expectativa) sino una tasa de masculinidad
anormalmente alta, crecimiento urbano, promiscuidad, matrimonios no
consagrados, tráfico de mujeres; coincidieron con campañas por la salud y la
higiene públicas, la protección de la madre y el niño y el desarrollo de la asistencia
social profesionalizada. Estas campañas y disciplinas fueron vías a través de las
cuales el nuevo Estado y también las múltiples instituciones asistenciales y de
beneficencia de la sociedad civil, desarrollaron una amplia acción de moralización y
normalización de la vida familiar de las clases populares, nativas o migrantes
(Grassi, 1989).
Las campañas de salud fueron un vector fundamental en el momento: junto a
los hábitos de higiene, se enseñaron a las mujeres la economía doméstica, el orden
en el hogar y los hábitos del ahorro. Lo que comenzó a llamarse el “binomio madrehijo” (que expresaba simbólicamente una pretendida unidad esencial) fue, además,
Sobre esto es sumamente ilustrativo el texto de Cicerchia: al tiempo que muestra la vigencia y el
consenso, en las capas populares, de prácticas familiares alejadas de las representaciones sociales
dominantes acerca de la vida familiar (“amancebamientos, entrega de hijos o mujeres como cabeza
de familia”), da cuenta de una extendida práctica de recurrencia al arbitrio de las instituciones
públicas, para saldar conflictos de orden doméstico (“tutela de menores, juicios de disenso, reclamo
de alimentos, malos tratos y calumnias e injurias”) (Cicerchia, 1994).
6 Esto dejando a un lado la legislación que regula el matrimonio, las relaciones entre los cónyuges,
entre padres e hijos, etc. porque allí, más que un supuesto, se explicita un modelo y se regulan las
relaciones intrafamiliares en consecuencia.
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la expresión pragmática ante la necesidad de encontrar vías eficientes de hacer
frente a problemáticas del momento: el orden, la moral y la salud. La promoción de
la lactancia materna, la consagración de las madres a la atención de los niños y del
hogar, el cuidado de la higiene (como una dimensión del amor materno, del que
venía a depender la salud pública) eran ejes centrales de las acciones políticas en
materia de salud, tanto en el ámbito propiamente estatal, como de las agencias de
la sociedad civil. La higiene fue por entonces (y se consagró en ese lugar) la medida
de todos los merecimientos.
Junto con los importantes avances de la obstetricia y la puericultura en el
período (González Montes, 1990), puede reconocerse un discurso referido a las
funciones maternas, que sacralizaba a las mujeres por vía de la abnegación, en ese
único rol. Esto facilitó el desarrollo de aquellos campos médicos, con efectos
directos en la atención y protección pública de la maternidad y en la salud infantil.
Al mismo tiempo, creó las condiciones que limitaron el control, por parte de las
mujeres, de los procesos comprometidos en el embarazo, parto y puerperio y en la
fijación de las normas de crianza. Pero que también dieron lugar a un nuevo papel
de la madre, en tanto figura central de la familia, como aliada del médico en el
hogar (en desmedro, claro, de las parteras empíricas y curanderas). 7
Esta referencia a una época tan temprana de nuestra historia se debe a que es
posible identificar, por entonces, un período formativo de prácticas familiares
(discursivas y de acción), que modelaron hacia adelante la vida familiar de los
distintos sectores sociales.
II. La familia volvió a ser objeto de “políticas públicas” 8 en la historia reciente
del país, en el marco de políticas autoritarias y conservadoras. Las primeras
manifestaciones pueden hallarse en un Decreto del entonces Ministro de Bienestar
Social, José López Rega, prohibiendo las prácticas médicas de anticoncepción, en el
subsector público de salud. 9 En la historia independiente del país, esta política
Respecto del desarrollo de la medicina higienista, de la puericultura y de las campañas de
moralización de las clases populares, en el ascenso capitalista, pueden verse Boltanski (1974) y
Donzelot (1979), textos ya clásicos.
8 No queremos decir que haya dejado de serlo en el ínterin de esas décadas. Pero pretendemos
remarcar un momento de la historia reciente, con el que es posible trazar una línea de continuidad
relativamente directa con nuestros días y que forma parte de los avatares de un período (comenzado
en los 70) al que puede reconocerse como globalidad. Tampoco queremos decir que, a partir de aquí,
la familia sea objeto claramente explicitado de planes, a su vez, claramente formulados en sus
objetivos, metas y acciones. Pero las políticas públicas no se limitan a estas formulaciones, las que
por su parte, no registran en toda su complejidad, los sentidos y argumentos hegemónicos o en
disputa en diferentes y plurales ámbitos del espacio político público.
9 En otro lugar señalábamos que “las medidas pronatalistas coactivas no han sido la norma en la
Argentina, pero sí medidas indirectas o trabas objetivas, con efectos diferenciados para los distintos
sectores sociales” (Grassi et al., 1992). Pero el pronatalismo pragmático es coincidente con una
ideología fuertemente tradicionalista, de origen católico, que se pone de manifiesto con virulencia
toda vez que se debaten temas que atañen a la vida familiar y a los derechos reproductivos: el
matrimonio civil y el divorcio, a finales del siglo pasado y nuevamente en los años 70 y 80; la
cuestión de la anticoncepción (que resultó en la norma prohibitiva antes citada); y cada vez que
asoma la cuestión del aborto. El resultado es, finalmente, un espacio amplio de posibilidades que
depende de la “arbitrariedad” de los funcionarios políticos, pero también de los agentes que se
desempeñan en los diversos ámbitos del Estado. Finalizando 1995, volvió a quedar pendiente en el
Senado de la Nación, un proyecto de ley sobre Derechos Reproductivos, en torno al cual se reiteran
los viejos argumentos. Asimismo, en lo que va de 1996, fueron vetados por los Ejecutivos de las
provincias de Córdoba y del Chaco, sendos proyectos de Salud Reproductiva, aprobados por las
legislaturas respectivas. Sobre estos temas puede verse la interesante investigación de Susana
Novick (1993).
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LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
pública constituyó la medida más claramente intervencionista en la vida familiar y
fue contemporánea con las primeras expresiones del nuevo feminismo de los años
70.
Pero la vida familiar resultó “objeto de intervención pública”, más directa y
explícitamente, en el marco de la dictadura militar (1976-1983). Sin debate posible,
se produjo un discurso marcadamente sacralizador de La Familia como entidad
meta-histórica; y simultáneamente, se desarrolló un férreo control (por vías
diversas) de la vida familiar y privada. La represión política no se limitó únicamente
a la persecución de los individuos sospechados de actividades subversivas, sino que
incluyó a sus familiares. La modalidad apuntó a destruir moralmente a cada uno y
—acaso— a aniquilar un “núcleo reproductor”.
Las otras vías han sido más sutiles, al articularse a complejos tutelares más
amplios y a un “paradigma familiarista” 10 que fue tomando forma por entonces y
que, al ubicar a la familia en un lugar a-histórico, central y determinante de los
comportamientos de los individuos, creaba las condiciones de la culpabilización de
cada familia concreta, en particular.
Por entonces, la cuestión de “la crisis” de la familia (llámesela tradicional o
natural) formaba parte de los diagnósticos referidos a las más diversas
problemáticas sociales, elaborados por profesionales, técnicos, religiosos e
“ideólogos” 11 del militarismo. Aunque originados en campos diferentes, compartían
el mensaje ejemplificador respecto de algunas transgresiones o liberalizaciones. Las
evaluaciones más apocalípticas, preveían que la crisis de los valores familiares
conduciría a la desaparición de la especie humana misma. 12 Los diagnósticos
“serios” incorporaban, incluso, abundante material estadístico como prueba del
origen familiar de un conjunto variado de “males sociales”: el consumo de drogas, la
vagancia, el abandono y hasta la “subversión”, llegado el caso.
Para unos, se trataba de la Sagrada Familia puesta en juego; para otros, de un
sistema vincular en crisis, del que “emergían” estos casos problemáticos. De hecho,
la familia tenía centralidad, tanto en el discurso ideológico, como en el diagnóstico
técnico, ya que ambos construían un esquema circular, que comenzaba y terminaba
en la familia.
El período es rico en ejemplos: los subversivos, los drogadependientes o los
jóvenes delincuentes, encontraban idénticas “causas” para sus conductas: la familia
abandónica, desestructurada, sobreprotectora o incapaz de poner límites; el divorcio
de los padres; una figura paterna carente de autoridad o el sobredimensionamiento
de la presencia materna. Había, entonces, un motivo que “obligaba” a la
intervención pública para reencauzar el orden, en defensa de La Familia. Quedaba
Se entiende como orientación general predominante en diferentes ámbitos y campos, con
referencia directa o indirecta a la familia: disciplinas técnico-científicas, instituciones de orden
político y religioso, espacios de divulgación, etc. y que permean posturas ideológicas diversas. Da
lugar a preocupaciones y a la definición de problemas comunes, selección de temas, diagnósticos y
recomendaciones; se expresa también en la relevancia que adquiere “la cuestión de la familia”
(Grassi, 1990).
11 En referencia a “políticos” sería un abuso del lenguaje y un incorrecto uso del concepto, no sólo
porque el funcionamiento del sistema político había sido paralizado, sino en el sentido mismo de la
política como medio de constitución de sujetos sociales. Quienes expresaban su pensamiento, por
entonces, no confrontaban con otras representaciones de la vida social, sino que obligaban a oír las
propias, por la fuerza y como verdad suprema.
12 A tal peligro aludía el título de una conferencia pública que se ofrecía en la Basílica de Luján (Pcia.
de Buenos Aires), cuando se debatía la ley de divorcio, ya en épocas de democracia (Grassi, 1990).
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ESTELA GRASSI
así justificada la acción de las fuerzas de seguridad, de algunos organismos de
asistencia social o de especialistas del campo de lo “psi”. Los informes técnicoprofesionales
eran
sorprendentemente
similares
y,
fundamentalmente,
ejemplificadores. Como en las fábulas, cada caso entrañaba una moraleja, que
resultaba siempre la misma.
Esta modalidad, dominante por entonces, no ha perdido total vigencia hoy y es
reactivada periódicamente en los discursos de algunos políticos. 13
III. Ya en democracia, la familia reingresó en los replanteos de las políticas de
asistencia a los “grupos vulnerables” o en “situación de riesgo”; definiciones que hoy
incluyen a la población en condiciones de pobreza y con necesidades básicas
insatisfechas.
Poco a poco y cada vez más, las familias de niños desprotegidos, escolares que
fracasan o abandonan la escuela, jóvenes que consumen drogas, etc., pasan a
formar parte, ya no sólo del diagnóstico (o tampoco necesariamente de éste) sino de
las estrategias de resolución de estas problemáticas.
Confrontando con el planteo represor y del control directo, se fue gestando una
nueva intencionalidad de “alianza estratégica” (Donzelot, 1979) en la búsqueda, otra
vez, de acción eficiente ante la problemática de los nuevos tiempos: la pobreza y sus
derivaciones. La familia volvió a ser una alternativa en esa búsqueda, cuando el
Estado se hizo socialmente “insolvente” (lo que no es suponer un Estado débil o no
intervencionista). 14
El impulso dado a la cuestión de la familia por múltiples organismos durante
los 80 y su persistencia más allá del Año Internacional de la Familia; o la
reactualización de temas como la lactancia materna (que se impuso como exigencia
“natural” y dio lugar a un discurso de fuerte contenido prescriptivo y
culpabilizador), no son cuestiones totalmente ajenas a lo que puede reconocerse
El Gobernador Duhalde hizo de esta modalidad el sustento ideológico de su campaña cuando era
candidato a vicepresidente de la Nación, y luego en su primera presentación a la Gobernación de la
Provincia de Buenos Aires. La excusa era el consumo de drogas por parte de los jóvenes y el llamado
era a un máximo control por parte de la familia, donde radicaba potencialmente “la culpa”. El
presidente Menem apela a la amenaza solapada cada vez que se agudizan los conflictos y las
protestas sociales.
14 La referencia a la insolvencia social del Estado no abre, en principio, ningún juicio respecto de la
dimensión del gasto social, el que —por sí solo— no dice todo acerca del carácter del Estado. Lo que
da cuenta de tal insolvencia del Estado neoliberal, es el hecho de que ha dejado de ser un ámbito
que respalda derechos sociales. La política social es, en buena medida, reducida a una asistencia
eventual y casi volátil que depende de la irregularidad de recursos extraordinarios, de la capacidad
de presión y negociación de fracciones sociales múltiples, del rédito político de las intervenciones,
etc. Este carácter del Estado neoliberal trasciende al “modelo menemista” (lo que sería confundir al
proyecto de gobierno con la estructura del Estado). Viene conformándose largamente, atado a las
propuestas políticas de descentralización del Estado y de “organización de la sociedad civil” desde el
poder y por decreto. En la práctica esto permitió, por un lado, descentralizar la eventual
deslegitimación derivada de políticas sociales ineficientes e insuficientes para compensar las
consecuencias sociales del ajuste estructural. Por otro, derivó en una fuerte fragmentación de la
sociedad civil (contraria al declarado objetivo de su fortalecimiento) cuyas organizaciones locales
compiten denodadamente entre sí por recursos, espacios de poder, etc. Con “socialmente insolvente”
queremos decir, entonces, que lo social dejó de tener prioridad en las decisiones políticas, que la
inseguridad social se instaló como un dato en la vida cotidiana de los grupos sociales y que la
sobrevivencia, el mantenimiento cotidiano y la reproducción a largo plazo, pasaron a depender de
acciones públicas irregulares, fragmentarias y volátiles; y de una organización familiar cuya
dinámica y las exigencias a que se ven sometidos sus miembros, reduce su capacidad de absorción
de los problemas sociales que se abren.
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LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
como el “talón de Aquiles” del neoliberalismo. Esto es, la reproducción de la
población excluida, pero también de aquella ubicada en la franja de “vulnerabilidad”
social (Castel, 1991) en el marco de un Estado que expresa institucionalmente a
una sociedad cada vez más exclusiva.
No obstante (o eso mismo) abre la puerta al debate político-cultural sobre la
familia y da lugar a una importante producción en el campo de la investigación
social.
EL DEBATE POLÍTICO-CULTURAL
Desde hace ya algunas décadas, la familia es —también— objeto de debate.
Desde la ruptura generacional en los años 60 y por parte de las corrientes
feministas; en el interior de instituciones como la propia Iglesia (que sostiene buena
parte de su autoridad doctrinaria y su hegemonía religiosa en el control de los
comportamientos “privados”); o en los partidos políticos, se confrontan posiciones
acerca de las relaciones de género, las obligaciones paternas y maternas, el control
de la fertilidad, el aborto, etcétera.
Muchas veces, la contienda ideológica se plantea en términos a-históricos. Así,
para el pensamiento más tradicionalista, la familia es el ámbito sagrado a preservar;
por su parte, algunas corrientes políticas y del feminismo encontraron en ella el
huevo de la serpiente: del autoritarismo o de la dominación sobre las mujeres. No
pocas feministas depositaron su fe libertaria en el desarrollo de las tecnologías
reproductivas.
Sacralizada o satanizada, en el debate llevado en estos términos, la familia
cobra autonomía y se hace abstracta, ajena a las prácticas de los actores concretos
y a los marcos normativos que los sujetos confrontan en estos (y otros) debates, que
son propiamente públicos, aunque atañen al mundo de la vida que se lleva en la
intimidad.
Un debate de ese tipo se hace también ajeno a las familias; es decir, a aquellos
grupos de personas íntimas, que cada día enfrentan sus existencias solidariamente
o con fuertes tensiones y conflictos; amable o violentamente; respetuosos de cada
uno o en condiciones de desigualdad; entre muchos o en un núcleo reducido; en
pareja o solos.
En un contexto de pronunciados cambios sociales se debate en torno de la
familia, aunque tal vez sea más adecuado decir que se debate acerca del carácter y
el tipo de las relaciones familiares, siendo las relaciones de género el núcleo de ese
debate. Cuestión paradójica, pues las necesidades de la reproducción y la dessocialización de los medios para la satisfacción de necesidades, empujan a
hipotetizar en favor de una estrategia de fortalecimiento de los lazos familiares. Por
otra parte, históricamente se vincula a las mujeres con la función de estabilización
y ordenamiento familiar.
Respecto de lo indicado en primer término, no fueron exitosas las estrategias
estrictamente conservadoras. El debate en torno del divorcio fue ilustrativo, pues
una fuerte campaña apocalíptica como la llevada a cabo por la Iglesia, se dio de
frente con unas consecuencias por demás “light” de la nueva legislación: no estalló
la familia (como se anunciaba); y paulatinamente, se regularizaron las uniones de
9
ESTELA GRASSI
hecho en las que uno (o ambos) de los miembros de la pareja venía de una
experiencia matrimonial frustrada. 15
En cuanto al papel de las mujeres (sin exceso de optimismo) su constitución
como sujeto histórico ha significado el más fuerte impacto en el campo políticocultural en general y en la desestabilización de las relaciones de desigualdad entre
los géneros, en la vida familiar. Un proyecto de vida autónomo se hizo legítimo
también para las mujeres, aunque se reproduzcan fuertes condicionamientos para
su efectiva realización. 16
En un escenario similar, la brasileña Quartim de Moraes (1994) delinea los
contornos de lo que para ella son dos modelos contrapuestos de reorganización de
la vida privada (o dos proyectos de vida opuestos, presentes en los debates
actuales): en uno, la procreación es la razón del matrimonio y da forma a la familia
tradicional; el segundo excluye la descendencia y el objetivo es, únicamente, la
“pareja igualitaria”, conformada por individuos estrictamente autocentrados.
Teniendo como punto de referencia el planteo de Quartim de Moraes, conviene
suspender momentáneamente este ítem para revisar la cuestión de la familia como
objeto de conocimiento de las ciencias sociales. Los aportes de estas disciplinas
ayudarán a retomar el debate acerca de la reorganización de las relaciones
familiares, en conexión con las propuestas cultural-normativas que organizan los
demás vínculos sociales. Se podrá ver, entonces, si es adecuado plantear estos
problemas en términos de modelos contrapuestos.
LA FAMILIA COMO OBJETO DE CONOCIMIENTO
I. La década del 70 es el momento en que las ciencias sociales en general
comienzan a prestar atención —de manera regular desde entonces— a los procesos
que ocurren en el nivel de las unidades domésticas, en tanto ámbito cuya dinámica
no resulta de la mera adecuación a los procesos de desarrollo y de modernización
económica.
Hasta entonces, la familia y las relaciones de parentesco habían sido objeto
privilegiado de estudio de la Antropología social y cultural. En menor medida, se
habían ocupado de ella las otras disciplinas del campo de lo social, al estar más
atentas a los procesos de orden macro, en consonancia con la expectativa de
cambios estructurales, con un sentido progresivo: el desarrollo y la modernización;
o la transformación revolucionaria de las estructuras socio-económicas.
La crisis del sistema capitalista a nivel mundial que arrastró a América Latina,
las dictaduras (sobre todo en el cono sur) y la frustración de perspectivas de
cambios progresivos en ese contexto, condujeron a preguntas para las que no eran
suficientes las respuestas macro estructurales. Entre otras cuestiones, cómo se
sostiene la reproducción de los sectores sociales más pobres; es decir, de esas
“masas marginales” (Nun, 1969) que entran y salen de la producción moderna o que
no tienen posibilidad de integrarse a ella, ni de acceder a los sistemas de seguridad
Según datos de la Directora de Registro Civil, Dra. Guzmán Novoa, publicados en Viva N° 973, la
revista dominical del diario Clarín del 24/12/94, “en el 81 se casaron 16.606 parejas. El nivel se
mantuvo hasta que en el 88 —ley de divorcio en 1986, mediante— la cifra trepó a los 27.496, para
descender hasta hoy, aunque en general, desde el año pasado [1993] tiende a estabilizarse”.
16 Condicionamientos de distintas y complejas aristas, que obligan a mirar en los comportamientos
subjetivos, tanto como en las estructuras normativas, reglas sociales y estrategias de competencia en
los espacios públicos.
15
10
LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
social. Esto llevó a poner atención en las familias y en las redes de parentesco y dio
lugar a una profusa producción académica en torno a la cuestión de las “estrategias
de sobrevivencia”, en cuya configuración la unidad familiar es central. 17
Al estallido de la crisis en los años 70, hay que agregar —además— las
políticas de ajuste estructural en los 80, con sus efectos negativos en las
condiciones de vida, especialmente de las poblaciones más pobres.
Los cambios globales en la dinámica de la producción, en los criterios de
jerarquización de necesidades y en la redefinición de ámbitos de responsabilidad
colectiva, necesariamente se articulan a modificaciones en el espacio social de la
familia (en tanto lugar de la reproducción), en la dinámica de las relaciones en su
interior y en la organización doméstica.
De ahí, entonces, que las preguntas se dirigieran a este ámbito, cuando el
cambio social dejó paso a la reproducción como problema.
II. La configuración del feminismo como movimiento político fue otro campo
fértil para el desarrollo de investigaciones sobre la familia.
A la investigación académica se enlazaron los desarrollos de la teoría feminista,
en la que se hacía explícito el objetivo de hacer visible la participación de las
mujeres en la producción vía el “trabajo doméstico”. Es decir, ese cúmulo de
actividades tendientes a producir bienes de consumo inmediato, desconsiderado
hasta entonces por la teoría social y económica, pero imprescindible para la
reproducción de la fuerza de trabajo.
Aunque bastante tardíamente, el campo académico reconoce y legitima hoy la
producción de investigadoras feministas en el “estado del conocimiento” sobre tales
cuestiones, sobre la economía informal y el papel en ella de las unidades
domésticas, el trabajo (doméstico y extradoméstico) de las mujeres en las
estrategias familiares de vida y demás cuestiones implicadas.
Más recientemente, los estudios sobre la participación laboral de las mujeres
están dando cuenta de la relación que se establece entre la siempre “flexible mano
de obra femenina” y la actual pérdida de derechos laborales de los trabajadores en
general (Oliveira, 1995).
Las instituciones y organismos técnicos encargados de proponer acciones
políticas durante el ajuste jugaron, a su vez, un papel significativo en la producción
de conocimientos sobre el tema. El crecimiento de la pobreza, el desempleo y la
desprotección social, hicieron ineludible a “la familia” como foco de intervención de
planes y programas sociales. En torno de ellos se abrió entonces, un amplio campo
de acción política de las mujeres y de investigaciones sobre familias, trabajo de las
mujeres, participación de éstas en las organizaciones de base, etcétera.
III. Como resultado, hoy se cuenta con un cúmulo de información y de estudios
de diverso alcance, que dan cuenta de la orientación de los cambios acaecidos en la
organización doméstica, las relaciones entre los géneros y las expectativas de los
sujetos acerca de la vida familiar, e ilustran acerca de la profundidad de los
mismos. Los de mayor significación, se refieren a los siguientes ítems:
17 Clásicos de la época fueron los libros de Larissa Lomnitz ¿Cómo sobreviven los marginados?,
publicado por Siglo XXI en 1975; y Mujeres, graneros y capitales de Claude Meillassoux, traducido al
castellano en 1977, también por Siglo XXI.
11
ESTELA GRASSI
1) Composición de los hogares: según estudios recientes con información de
tipo censal y otras fuentes estadísticas (Wainerman y Geldstein, 1994), si bien se
verifica un aumento sostenido de personas que viven solas, 18 esta tendencia no
modifica el perfil global en términos del tipo de hogares: la inmensa mayoría de
éstos está conformado por grupos familiares. 19 Simultáneamente, estos estudios
registran un sostenido aumento de la nuclearización, en detrimento de aquellos
hogares que reúnen a “otros familiares” y, aún más, a otras personas con las que no
existen lazos de parentesco.
Por su parte, los estudios de tipo cualitativo muestran la vigencia de los lazos
parentales en la configuración de las estrategias de vida de las familias (Jelin,
1994). 20 Pero también, este tipo de estudios dan cuenta del peso que tiene la
expectativa de una familia relativamente pequeña, sostenida en lazos conyugales
estables, lo que se expresa en las representaciones de la vida familiar y en las
acciones que se despliegan en esa dirección, particularmente por parte de las
mujeres (Grassi, 1995).
En general, la mayoría de estos estudios están referidos a la dinámica familiar
en sectores sociales en condiciones de pobreza, y no abundan estudios de este tipo
llevados a cabo en sectores medios y altos. No obstante, es posible señalar la
vigencia del parentesco para algunos grupos sociales, no únicamente en lo que hace
a la reproducción cotidiana, sino también en la reproducción de las posiciones de
poder político y económico; tal el caso de algunos sectores dominantes de
provincias.
2) Nupcialidad, separaciones y divorcios: respecto de la primera cuestión, los
datos censales dan cuenta de una tendencia a la reducción en las tasas brutas de
nupcialidad (INDEC, 1993). Sin embargo, es interesante observar que tal
disminución es más acentuada entre 1980 y 1991, y en aquellas regiones del país
(provincias del norte) donde la formalización del matrimonio se ha dado,
tradicionalmente, en una menor proporción; comparativamente, en estas regiones
son más habituales las uniones consensuales. A la inversa, en Capital Federal las
tasas de nupcialidad han sido históricamente más elevadas y se han mantenido
estables entre 1980 y 1991 21 (Anexo: cuadro 1).
Si tenemos en cuenta esto más el hecho de que en tales regiones se dan los
mayores índices de no asistencia a establecimientos educativos y las más altas
tasas de mortalidad infantil y de hogares con NBI, en tanto en Capital Federal estas
problemáticas tienen proporcionalmente menor incidencia, no parece que estemos
ante un signo de modernización, ni permiten inferir de manera directa una mayor
liberalización de las relaciones entre los géneros. Más aún, si consideramos que la
En 1980 los hogares unipersonales constituían el 2,7% de la población total y en 1991, el 3,7%.
En términos absolutos, esto significa alrededor de 440.000 personas que viven solas, más que en
1980.
19 El 95,9% en 1980 y el 95,5%, en 1991 son hogares de este tipo.
20 Jelin (1994) registra que en casos de mujeres solas con hijos, son los varones de la familia de
origen (padre, hermanos), los que constituyen el principal apoyo para estas mujeres, cuando el exmarido y/o el padre de los hijos pierde relación con la unidad familiar. En otros términos, aquellos
lazos primarios, en estos casos, resultan de una mayor estabilidad y consistencia que los derivados
de la formación de una unidad conyugal. En un estudio de tipo etnográfico, con familias pobres de
San Pablo (Brasil), Cynthia Sarti (1994) arriba a conclusiones similares.
21 Información como la que difunde la Directora del Registro Civil de Capital Federal (nota 15) da
cuenta de un aumento en los casamientos, con posterioridad a la ley que habilitó las nuevas nupcias
de los divorciados. El descenso posterior estaría indicando la estabilización y no aún una reducción
de estos eventos.
18
12
LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
década del 80 fue aquella en la que se registró la mayor incidencia de la crisis socioeconómica y del ajuste estructural, fenómenos que afectaron más fuertemente a los
sectores sociales y a las regiones más pobres.
Otra vez, serían necesarios estudios comparativos y de mayor profundidad por
sectores sociales y regiones, que permitan conocer quiénes son aquellos que
deciden formar parejas sin pasar por el registro civil, y qué fundamentos tienen
estas opciones. Sabemos que, históricamente, son más habituales las uniones
consensuales en los sectores populares. Pero para el AMBA, con datos hasta 1989,
Wainerman y Geldstein (1994) encuentran que el aumento de este tipo de uniones
fue proporcionalmente mayor en sectores de ingresos altos, y en grupos de edades
que hacen presuponer un recasamiento.
Las separaciones y divorcios, por su parte, son fenómenos difíciles de
dimensionar. En primer lugar, puede sospecharse que la condición de separado/a
no siempre es informada cuando se responden preguntas sobre “estado civil” en
censos y encuestas. Hasta hace poco tiempo (y aún hoy en algunos, contextos
sociales y regionales) esta condición constituía (o constituye) un estigma, sobre todo
para las mujeres.
En segundo lugar, es difícil saber qué pasa con las uniones consensuales, ya
que en general se responde “soltera/o” cuando se ha roto una unión de este tipo,
salvo que se indague específicamente al respecto. Las hipótesis que derivan mayor
inestabilidad de las uniones consensuales no tienen mayor sustento. Por un lado,
porque los datos empíricos son insuficientes; pero además porque hoy, en buena
medida, estas uniones se sostienen en idénticos ideales románticos y de libre
elección que el matrimonio formalizado; 22 y finalmente, porque los mecanismos de
control social no son únicamente aquellos instituidos estatalmente o por la religión.
Los sentimientos de fracaso, inseguridad, baja autoestima, etc., asociados al
divorcio, valen también para la ruptura de uniones consensuales. En un estudio de
caso hecho por nosotros en un barrio del Conurbano, en el que se registra una alta
incidencia de uniones consensuales, al detenernos en “la historia matrimonial” de
las mujeres, encontramos que el número de separaciones era estrictamente
proporcional entre uno u otro tipo de unión. 23
3) Tamaño de la familia: el número de hijos que una pareja decide tener está
relacionado con las expectativas respecto de la vida familiar y de pareja, y con el
proyecto de vida de cada uno de sus miembros. Así, tasas bajas de fecundidad se
asocian, en general, a procesos de modernización: expansión de la escolaridad
(especialmente entre las mujeres) y mayor participación laboral de éstas. 24
En nuestro país, las tasas de fecundidad tienen un ritmo decreciente desde
fines del siglo pasado, con breves repuntes a mediados de siglo y en la década del
O a la inversa, la formalización del matrimonio hoy no es, para todos los casos, “una decisión para
toda la vida”. Estas son cuestiones que aún no han sido estudiadas y respecto de las cuales, los
datos que existen —básicamente los cuantitativos— resultan cualitativamente insuficientes para
hacer inferencias en cualquier sentido.
23 El 54% de las parejas conformaban uniones de hecho y el 42% de las parejas habían pasado por el
registro civil. De las mujeres separadas, el 53% había roto una unión consensual y el 46%, un
vínculo legal (Grassi, 1995). Esta es población urbana, en condiciones de pobreza estructural.
Habría que poder comparar con otros sectores sociales, con otras regiones, etcétera.
24 Esta relación no es por sí el resultado de un proceso evolutivo según el cual la modernización
económica “arrastra” cambios en la composición y organización doméstica. Estudios antropológicos
muestran que en algunas regiones del planeta la expansión capitalista se articuló a relaciones
políticas y parentales no modernas (Segalen, 1992).
22
13
ESTELA GRASSI
70, cuando se produjo el llamado “baby boom” (Wainerman y Geldstein, 1994;
Novick, 1991).
Sin embargo, pueden reconocerse marcadas diferencias regionales y por grupos
sociales en los comportamientos reproductivos. Así, en 1980 la tasa de fecundidad
en Capital Federal era de 2,2 hijos por mujer, mientras que en Jujuy las mujeres
habían tenido un promedio de 5 hijos (Wainerman y Geldstein, 1994). En esta
Capital, para 1991, la tasa de fecundidad no alcanza a 2 hijos por mujer, lo que no
cubre la reposición generacional. Y, mientras las mujeres urbanas en condiciones
de pobreza estructural, de entre 40 y 49 años tuvieron, en promedio, más de 6
hijos, las “no pobres” de la misma edad, apenas tuvieron 3 (López, 1990). A la vez,
considerando el nivel de escolaridad alcanzado, resulta que las mujeres con
educación universitaria completa, tuvieron (a 1980) un promedio de 1,23 hijos; en
tanto que aquellas sin educación o con primaria incompleta, tuvieron más de 3.
En paralelo con estos datos agregados, los estudios cualitativos en casos
puntuales registran expectativas similares respecto de los hijos y el tamaño de la
familia, en poblaciones con características socio-económicas disímiles. Estas
expectativas, sin embargo, no guardan correspondencia con los comportamientos
efectivos de las familias que conforman estos grupos. Por ejemplo, mientras que
algunas mujeres profesionales consideran que el número ideal de hijos es tres,
cuando sus edades indican que probablemente no tendrán más de uno (Grassi et
al., 1992), mujeres pobres de baja escolaridad se manifiestan en el mismo sentido
aun cuando, siendo jóvenes, ya tuvieron los tres “ideales” (Grassi, 1995).
4) Escolarización y trabajo remunerado de las mujeres: un dato ya conocido es
que las respectivas tasas han venido aumentando de manera sostenida,
particularmente desde la década del 60, dando lugar a un significativo avance de la
presencia de las mujeres en ámbitos tradicionalmente masculinos.
Los cambios más drásticos corresponden a la educación de las mujeres. Según
el censo de 1991, una proporción mayor de mujeres que de varones terminaron la
escuela secundaria y asiste a la universidad un 2,7% de mujeres de 15 y más años;
proporción apenas inferior a la de varones: 3,1% del mismo grupo de edad (Anexo:
Cuadros 2 y 3). 25 Esto significa que la matrícula global de las universidades
argentinas, al momento del último censo, estaba compuesta por un 48,7% de
mujeres. En cuanto a la Universidad de Buenos Aires, la composición femenina de
la matrícula pasó de 34% en 1968, al 51% en 1988 (Wainerman y Geldstein) y son
más las egresadas que los egresados (Grassi et al., 1992). El 5,1% de las mujeres de
entre 25 y 34 años y el 4,9% de los varones de ese mismo grupo de edad, egresaron
de una universidad del país.
Por otro lado, las mujeres sin ninguna escolaridad son apenas unas pocas más
que los varones: el 3,7% de aquellas que tienen 15 ó más años, sobre el 3,02% de
los varones de idéntico grupo (Anexo: otros datos).
Al comparar proporcionalidad, hay que considerar también las bases sobre las cuales se obtienen
estos porcentajes, ya que habiendo una diferencia mínima en la proporción de cada grupo, en
términos absolutos la diferencia tiene mayor significación, pues hay más mujeres que varones.
Mientras los varones de 15 y más años son 10.897.578, las mujeres del mismo grupo alcanzan a
11.747.354 (849.776 mujeres más). Esto hace una tasa de masculinidad de 92,8 varones por 100
mujeres. A la universidad asisten, sin embargo, 105,4 varones por cada 100 mujeres.
Esto vale también para el párrafo siguiente, en el que se alude a la población sin ninguna
escolaridad. No obstante, estas cifras absolutas no modifican la tendencia a la igualación que
remarcan los analistas de estos temas.
25
14
LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
Por último, es sabido que las tasas de actividad femenina han aumentado
progresivamente. Sin embargo, si se compara con los niveles de educación
alcanzados por las mujeres, éstas no parecen guardar estrecha proporcionalidad,
pues si en términos generales puede decirse que las mujeres están siendo más
educadas, las tasas de actividad indican aún, una menor presencia femenina en el
mercado laboral. Para la región metropolitana de Buenos Aires, la tasa de actividad
femenina en mayo de 1993 era de 33% y la masculina de 56,3% (aproximadamente,
un 37% de la PEA era femenina). No obstante, el mayor incremento se produjo en la
última década, ya que entre 1970 y 1980 la PEA femenina se mantuvo en un 27%.
Simultáneamente, se registra una persistente baja en las tasas de actividad
masculina.
Por otra parte, es necesario conocer en qué condiciones se incorporaron estas
nuevas trabajadoras. Monza (1993), por ejemplo, sostiene que el aumento general
de las tasas de actividad producido en los últimos años, se vio favorecido por el
ingreso de mano de obra secundaria de los hogares, para hacer frente a la crisis de
reproducción. Entre ésta, mujeres que se sumaron al mercado del empleo doméstico
o a otras ocupaciones “no plenas”.
En cuanto a la desocupación, si bien, como se sabe, alcanzó a todos los
trabajadores, sigue teniendo mayor incidencia en la PEA femenina que en la
masculina (13 y 9,1% respectivamente, en mayo de 1993).
En relación al trabajo de las mujeres, investigadoras como Geldstein (1994),
registran que se ha dado un proceso por el cual “la contribución relativa al ingreso
familiar por parte de las mujeres” ha aumentado. Geldstein sostiene que “la
proporción de hogares del AMBA que tenían una mujer como principal sostén
económico, pasó del 19% (uno de cada 5,2 hogares) en 1980, al 27% en 1992 (uno
de cada 3,7 hogares)”.
En estos hogares, las mujeres que logran ingresos altos son mayormente
aquellas que tienen niveles también altos de educación.
Contrariamente, los bajos ingresos coinciden con niveles bajos de educación,
situación que se concentra básicamente en el servicio doméstico. 26 La incidencia de
la pobreza es mayor en estos hogares. Entre ellos, Geldstein registra la mayor
frecuencia de una dinámica familiar conflictiva, con situaciones de agresividad,
abandono, etc., por parte del compañero de estas mujeres, que ven invertirse su
condición de proveedores del hogar.
Sin embargo, la problemática de tensiones entre la vida familiar y el trabajo de
las mujeres se reitera, aunque con distintas características, en los diferentes
sectores de la sociedad. Casos típicos son las mujeres profesionales, que deben
lidiar con hacer compatibles dos dedicaciones que le exigen exclusividad en la
misma etapa de su vida: cuando son adultas jóvenes. Este es el momento de la
fundación de una nueva familia y de la procreación; y, simultáneamente, es el
momento de la “acumulación” de antecedentes profesionales, en un mercado laboral
cada vez más competitivo y en el que —aún hoy— las mujeres deben redoblar su
esfuerzo para dar cuenta de su idoneidad.
Esto tiene como correlato el tipo de inserción profesional de muchas mujeres o
la postergación de la maternidad, con la que guarda relación, a su vez, el desarrollo
En el mismo sentido, en el estudio hecho por nosotros en una villa del Gran Buenos Aires,
encontrábamos que más de dos tercios de las mujeres trabajadoras, mantenían relaciones precarias
con sus empleadores. Esto no variaba si su condición era de jefas de hogar (Grassi, 1995).
26
15
ESTELA GRASSI
de una oferta/demanda de prolongación artificial de la vida reproductiva de éstas.
Situaciones que exigen decisiones y opciones individuales o privadas, frente a
cuestiones de orden social, como son las condiciones y necesidades de la
reproducción de la sociedad (Grassi et al., 1992).
De tal modo, la información estadística acerca del matrimonio, el tamaño de la
familia, número de hijos o edad a la que éstos se tienen, da cuenta de “un estado de
cosas”, pero es insuficiente para acercarse al problema de las elecciones que hacen
las mujeres y sus familias. De ahí que aún queda abierta la duda acerca de la
inflexibilidad de los márgenes en los cuales se toman decisiones al respecto.
Finalmente, el balance posible no arroja resultados homogéneos ni permite
interpretaciones unívocas. El fin de siglo encuentra a mujeres y hombres en
situación relativamente incómoda en los espacios tradicionalmente “propios” y
“ajenos”. Si la presencia de aquellas en el espacio público tiene hoy una legitimidad
indiscutida, ésta se deriva también de un redoblado esfuerzo por demostrar
idoneidad allí donde la idoneidad de los varones no está bajo sospecha. En la
organización familiar, las mujeres siguen siendo las responsables últimas del
trabajo doméstico, aunque su ingreso sea indispensable en la provisión del hogar.
Los varones, por su parte, no pasaron de “ayudar” en este trabajo y —como dice
Oliveira (1995)— su participación se da en una proporción infinitamente menor a la
que se registra en términos de la participación pública de las mujeres. Sin embargo,
no dejan de ser interpelados por esto.
De ahí que el balance que hace Oliveira (1995) para la región latinoamericana
relativice el optimismo respecto de los cambios en la dinámica de las relaciones de
género. Ella encuentra además, que en términos generales, los ingresos de las
mujeres siguen siendo proporcionalmente menores, éstas deben hacer mayores
esfuerzos para competir profesionalmente, se mantiene la doble jornada de trabajo,
etc. El diagnóstico es válido para nuestro país, a pesar de que las mujeres tiendan a
estar más educadas que los varones, por lo menos hasta el nivel medio y aunque
hay una clara tendencia a que se reitere esto en el tercer nivel.
RETOMANDO EL DEBATE
Este conjunto de indicadores y los diagnósticos aludidos, permiten pensar en el
ámbito familiar de fin de siglo, como un ámbito potencialmente conflictivo. En su
intimidad se procesan, además, los problemas propios de una sociedad
profundamente desigual, desentendida de la suerte de cada uno de sus miembros,
que vuelve a depender del grupo primario como último recurso de eventual
solidaridad. La privatización de sectores de la producción que permanecían en la
órbita del Estado, fue parte de transformaciones culturales que incluyeron un
proceso amplio de privatización de la vida.
En la intimidad del ámbito familiar se procesan también cambios estructurales
y culturales profundos en la relación entre los géneros. Y junto a esto, la intimidad
también conlleva un sentido de autonomía cuando las personas toman decisiones
que las comprometen primariamente.
I. Ahora bien, el sentido de la “intimidad” está hoy en revisión. La privacidad de
la vida familiar y de la pareja, ha sido un valor celosamente guardado por la familia
moderna y, simultáneamente, ha despertado proporcional curiosidad. Es posible
presuponer que el anonimato de la vida en las grandes ciudades y la nuclearización
16
LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
de las familias, favorecieron que “el mundo de cada hogar” permaneciera a
resguardo de miradas curiosas y de chismes de vecinas.
Sin embargo, hoy los límites entre lo público y lo privado y el contenido de cada
uno de estos términos, están redefiniéndose. Por un lado, la vida familiar,
constituida en grupos cada vez más pequeños, se repliega sobre sí misma,
volviéndose “más privada”. Simultáneamente, los medios de comunicación hacen
posible la “publicidad” de la vida privada de seres anónimos, que al reparo de
vecinas chismosas husmeando tras los visillos, abren —sin embargo— su intimidad
al público anónimo de los medios, que ahora puede opinar con legitimidad, acerca
de los “conflictos privados”.
Las vecinas chismosas son ahora “opinión pública”, no hablan en voz baja en
la vereda o en los pasillos, sino que se comunican telefónicamente a un canal de
televisión. El reciente “caso Daniela”, los “chicos embarazados” del Dámaso
Centeno 27 tiempo atrás, y los “programas de opinión” de la tarde, 28 ponen de
manifiesto esta nueva forma de ruptura de la intimidad. Justamente de aquello que
más se asocia a la “pequeña familia”.
La intervención pública en la vida privada ya no
instituciones ad-hoc (“el juez interviene cuando fracasan los
vía el público en general, que cobra familiaridad cuando
identifica por su nombre de pila y por el barrio en que
“expresan” los comunicadores.
solamente se da vía
padres”), sino también
la o el que opina, se
vive. O cuya opinión
Esta capacidad de la “opinión pública” de intervención en cuestiones de la vida
privada, no es correlativa con una participación e incidencia idéntica en el ámbito
político-estatal, donde la delegación de poder parece ser la norma. Aquí, la “opinión
pública” (constantemente aludida) no resulta eficaz para modificar decisiones
políticas de alcance colectivo (como pueden ser, por ejemplo, aquellas que
comprometen las condiciones de vida de los jubilados). Más aún, hay cuestiones
No solamente la vida de los famosos adquiere publicidad, sino también la de seres ignotos, cuyos
litigios y padecimientos son materia de opinión pública. El “caso Daniela” se conoció en Buenos Aires
entre marzo y abril de 1995. La niña es disputada por sus padres, ambos de nacionalidad argentina,
pero con residencia en Canadá (el padre) y en el país (la madre). El de los estudiantes del Colegio
medio “Dámaso Centeno”, ocurrió en 1990, cuando una joven fue expulsada a raíz de su embarazo.
Estos son los casos más polémicos, de mayor trascendencia y si se quiere, paradigmáticos, porque
hacen más visibles algunas de las cuestiones tratadas en este artículo. Fueron, además, tomados por
la “prensa seria”: diarios, programas de radio y programas televisivos de la noche, incluyeron en sus
ediciones el tratamiento de estos casos. “Hora Clave”, el programa de Mariano Grondona, reputado
por su seriedad y el tono doctoral de su conductor, puso al aire la comunicación vía satélite entre el
padre de Daniela, que desde el living de su casa en Canadá, discutía con su ex-mujer, instalada en
los estudios del Canal 9. El tono era íntimo y de reproches mutuos, como sostiene cualquier pareja
en crisis, en su habitación y a puertas cerradas.
Hubo otros casos, pero por vía de los “reality shows”. La diferencia con éstos es que son tomados
“por la prensa seria”.
28 “Causa Común” es conducido por María Laura Santillán y se emite por Canal 13, a las 16 horas.
Por su parte, Lía Salgado conduce “Sin Vueltas” por Canal 2, a las 18 horas. Los debates tienen
como protagonistas a personas anónimas y como temas, a sus dramas más íntimos: las
infidelidades, los amores contrariados, la soledad, los encuentros y desencuentros en el lecho
matrimonial y hasta las preferencias en materia de juegos eróticos, suelen contarse frente a una
cámara de televisión. Los programas se emiten por canales de aire, ocupan el horario clásico de las
telenovelas y suelen tener una importante participación femenina, tanto en los protagónicos como en
la platea.
27
17
ESTELA GRASSI
vedadas a la “opinión pública”, como es el caso del manejo de la economía, que
parece haberse constituido en estricta cuestión de “especialistas”. 29
Los temas y problemas propios de ámbitos de participación pública (como son
las políticas del Estado o las condiciones del mercado y la producción), dejan de ser
opinables.
Las funciones del Estado se hacen cada vez más “cuestiones técnicas”, que al
ocultar su naturaleza política no admiten opiniones del lego. Y, a la vez, la
intervención en los antagonismos del ámbito de la producción, deja de ser una
función de gobierno y un problema de orden colectivo. El ejemplo paradigmático son
los conflictos laborales, de los que se excluye paulatinamente a las instituciones del
Estado, a los sindicatos, etcétera. 30
A la inversa, lo privado deviene materia de opinión y de mediación: del público
en general, de los comunicadores sociales o de nuevas instancias de acuerdo y
negociación. 31
II. Pero el “caso Daniela” permite hacer, todavía, otra observación, pues dio
lugar a un cierto movimiento de “alianza de género” con la madre de la niña. Las
mujeres opinaban en defensa de esta última, y lo hacían con el argumento de la
sobredeterminación biológica.
Finalmente, en los medios, el Dr. Mariano Grondona le dio forma y le puso
texto al argumento del sentimiento materno como instinto primario, cuasi animal. 32
Lo que pudo verse en el programa televisivo y entre las mujeres que se movilizaron y
expresaron en torno a este caso, es que éstas siguen siendo identificadas (e
identificándose a sí mismas) con un pie en la naturaleza. Desde ese punto de vista,
se interpreta que actúan “impulsadas” por el instinto (no racionalmente) y que lo
ancestral, lo cuasi animal de los seres humanos, anida aún en las mujeres.
La voluntaria decisión de la madre de Daniela de vivir con quien y donde
quiera, de criar sola a la hija, su habilidad para manejarse en el mundillo judicial y
de los abogados y para usar los recursos públicos (entre ellos, los medios) en su
Las respuestas habituales del Ministro de Economía (D. Cavallo) a las opiniones críticas acerca del
plan económico o de resultados puntuales del mismo (por ejemplo, “ese señor es un ignorante”; “no
sabe lo que dice”; “desconoce los datos”; “deben ir a lavar los platos”; “los curas no saben nada de
economía”, etc.), no son únicamente producto de la exasperación del Ministro, sino que devienen en
una estrategia que apunta a deslegitimar toda opinión de “no especialistas”.
30 “Nosotros queremos privatizar las relaciones laborales, queremos que el tema sea un problema
entre trabajadores y empresarios [...] Es un acuerdo entre partes y el Estado no participa”, declaraba
el Ministro de Trabajo de la Nación, Enrique Rodríguez, al diario Clarín (1/3/93).
31 Simultáneamente a que se limita la acción de “mediadores” clásicos de los conflictos laborales,
como son los abogados laboralistas (o los delegados gremiales, o el propio Ministerio de Trabajo, que
cada vez tiene un menor peso relativo en la estructura política del Estado) se viene conformando una
nueva especialidad de “mediación” en los conflictos privados familiares, que incluye a abogados,
trabajadores sociales y psicólogos. Sobre este tema (“la mediación” como técnica de intervención) se
dictan cursos, se traen capacitadores del exterior, etcétera.
Durante el desarrollo del juicio por la restitución de la niña Daniela a Canadá intervinieron —
además de los medios de comunicación y el público— nuevos especialistas, el Procurador General de
la Nación, la Cancillería, la Secretaria de Derechos Humanos y hasta el propio Presidente de la
Nación.
32 En su programa “Hora Clave”, Mariano Grondona hizo una explícita defensa de la madre de la
niña en disputa. Durante su argumentación, comparó el sentimiento materno (al que aludió como
“instinto”) con la actitud de una leona que defiende sus cachorros; acompañó su argumentación con
imágenes de estos animales y de la película “La guerra del fuego”, aludiendo a este sentimiento como
innato, primitivo, que liga al hombre con su condición animal. “Hora Clave” es un programa de
opinión sobre temas de trascendencia política. Se emite por Canal 9 los jueves a las 22.
29
18
LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
disputa judicial con el ex marido, son (en el marco de esta interpretación social) el
resultado de un impulso instintivo.
Simultáneamente, la cuestión del “instinto maternal” aparece como un recurso
eficaz para las propias mujeres: la representación simbólica de una hembra débil,
haciéndose poderosa en defensa de su cachorro, fue la imagen que aglutinó las
opiniones femeninas.
Más que todos los datos estadísticos, esta adhesión genérica con la madre en
nombre del instinto y la naturalidad del vínculo, mostró el estado de la
confrontación entre el pensamiento feminista —que pretendió reconstruir las bases
sociales de la subordinación de género— y el pensamiento tradicional más atávico.
Pero fue elocuente también en otro sentido: cada acto de estas mujeres desmentía
por sí mismo la supuesta reacción instintiva y daba cuenta de acciones racionales,
en gran parte calculadas, aunque dicho cálculo incluyera sinceramente el “instinto
materno” como razón de estos actos.
Hay profundas transformaciones al nivel del mundo de la vida; pero hay
cuestiones que mantienen casi intacta su carga simbólica. Una de ellas es la
maternidad como instinto, vigente en las representaciones sociales acerca de los
géneros. Y renovada en corrientes internas de campos científicos constituidos en
relación con la maternidad y con las relaciones parentales; o en algunos discursos
del propio movimiento de mujeres, que proponen una “vuelta a la naturaleza” en
materia de procreación y crianza (Grassi et al., 1992).
COMENTARIOS FINALES
En síntesis, la familia no es una institución a-histórica: es una forma (o son las
variadas formas) en que organizamos nuestro mundo de vida más inmediato, sobre
la base de valores que no son ajenos a las propuestas normativas que organizan los
demás vínculos sociales. Por eso es que el debate sobre las relaciones familiares
conduce siempre más allá de la familia.
Dejamos en suspenso el planteo acerca de los modelos contrapuestos,
formulado por Quartim de Moraes. Es útil retomarlo para terminar, ya que trata del
carácter de las relaciones familiares y del problema de la individualidad y la
autonomía de sus miembros.
Dice Lechner (citado por Massolo, 1994) que “desprendemos de nuestra
experiencia cotidiana buena parte de los criterios con que enfrentamos las
decisiones políticas”. Ahora bien, la experiencia de la vida familiar puede incluir
relaciones de subordinación y desigualdad; pero también de cooperación y
solidaridad, con base en la libertad y el respeto por la individualidad de cada uno.
Dicha experiencia puede limitarse, incluso, al contrato acordado entre individuos
autocentrados (más allá de la celebración o no del matrimonio) si la atomización y la
fragmentación de la vida social se replica a nivel de las relaciones familiares.
Pero estas relaciones no son, por sí, el nido de la serpiente, ni la simple caja de
resonancia de lo “público”. La vida familiar puede estructurarse como un lugar más
íntimo, más libre, más solidario; o más autoritario, más egoísta o más
individualista. Es un espacio que compromete lo más vital de lo humano, pero es
un ámbito social y —valga la reiteración— una construcción de la práctica social.
Como cualquier otro espacio de interacción, la vida familiar es potencialmente
conflictiva. Hoy, esta conflictividad guarda relación con una sociedad fuertemente
19
ESTELA GRASSI
orientada por valores egoístas, que transforma a los pequeños grupos familiares en
la expresión mínima de eventual solidaridad. Pero simultáneamente se procesan allí
transformaciones en las pautas de relación entre sus miembros, en dirección de
una mayor igualdad y autonomía. En ese marco, puede delinearse el perfil de un
ámbito de intimidad en el cual la autonomía no esté reñida con la solidaridad y la
cooperación; y donde la libertad no se reduzca a la simple expresión de los
“intereses egoístas” de individuos incapaces de convivencia.
Cualquiera de estas alternativas no será el resultado de un movimiento
independiente de la voluntad de los sujetos. De ahí la conveniencia de mantener
abiertos los espacios de debate acerca de las relaciones y los marcos normativos que
estructuran la vida familiar.
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LA FAMILIA: UN OBJETO POLÉMICO. CAMBIOS EN LA DINÁMICA DE LA VIDA FAMILIAR Y CAMBIOS DE ORDEN SOCIAL
ANEXO
Cuadro 1. Tasa bruta de nupcialidad por 1000 habitantes.
Años
Total del País
Capital Federal
Formosa
Salta
Santiago del Estero
1970
7,7
9,1
5,7
7,1
7,4
1980
5,9
6,1
5,5
5,8
5,4
1990
5,4
6,9
3,2
5,0
3,4
1991
4,7
6,9
3,6
4,8
2,3
Fuente: Síntesis. Situación y evolución social N° 2 - 1993. INDEC. Cuadro 18
Educación:
Cuadro 2. Asistencia a instituciones educativas de varones y mujeres de 15 años y más.
Niveles secundario, terciario y universitario (%).
Asistencia al nivel:
Secundario*
Terciario
Universitario
Varones
8,8
1,0
3,1
Mujeres
8,7
2,0
2,7
(*) Incluye personas de 10 y más años. Fuente: Censo Nacional 1991
Cuadro 3. Porcentaje de población de 15 y más años, según nivel de educación completado, por
sexo
Egresaron del nivel:
Secundario
Terciario
Universitario
Varones
11,3
1,6
3,8
Mujeres
12,7
4,3
2,7
Fuente: Censo Nacional 1991
Otros datos sobre educación:
Cuadro 4. Porcentaje de población de entre 25 y 34 años que terminó estudios universitarios.
Varones:
Mujeres:
4,9
5,1
Porcentaje de población de 15 y más años que nunca asistió a ningún establecimiento escolar:
Varones:
Mujeres:
3,2
3,71
Fuente: Censo Nacional 1991
21
ESTELA GRASSI
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23
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