derechos a la integridad psicofísica, vida y salud

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Año 2014 - 20 años de la autonomía del
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Ministerio Público de la Defensa
Defensoría General de la Nación
INFORME DE LA COMISIÓN SOBRE TEMÁTICAS DE GÉNERO
Señor Juez de Ejecución Penal nº 1 del Dpto. Judicial de Mar del Plata:
Patricia Azzi, Defensora Pública Oficial ante el Tribunal Oral
Federal de Mar del Plata, en mi carácter de cotitular de la Comisión sobre Temáticas de
Género de la Defensoría General de la Nación, en el Habeas Corpus nº 7813, en trámite
ante V.S., me presento y respetuosamente digo:
1. Objeto
USO OFICIAL
En nombre de la Comisión sobre Temáticas de Género, en razón de la
especialización en cuestiones vinculadas a los derechos de las mujeres y su relación con el
sistema penal en general, y con el sistema carcelario, en particular, vengo a expresar la
opinión fundada de la Comisión respecto de la grave situación de las mujeres alojadas en
la Unidad Penitencia Bonaerense nº 50 de Batán (Mar del Plata, provincia de Buenos
Aires) en relación a sus derechos a la integridad psicofísica, vida y salud.
2. Antecedentes
En el marco de la presentación realizada por las integrantes de la Comisión
Provincial de la Memoria y a partir de la información obtenida a través de la Mesa Local
contra la Violencia Institucional de Mar del Plata, hemos tomado conocimiento de la grave
situación que vivencian las internas de la Unidad Penal nº 50 de Batán, Mar del Plata. En
particular, se ha hecho llegar a esta Comisión sobre Temáticas de Género la grave
preocupación que existe en torno a la falta de atención de la salud de las mujeres alojadas
en dicho establecimiento penitenciario y se ha solicitado un informe especializado al
respecto.
Según surge del escrito presentado por las representantes de la Comisión
Provincial por la Memoria, las mujeres alojadas en dicha unidad refieren diversos
problemas que atañen a aspectos sanitarios, edilicios y de alimentación, los que se
encuentran en estrecha conexión.
En la referida presentación de la Comisión Provincial se ha expresado que las
mujeres no están recibiendo una atención de salud adecuada a sus requerimientos y
necesidades. Ello debido a la falta de profesionales y recursos médicos dentro del penal; la
ausencia de atención especializada para las mujeres embarazadas, adultas mayores y
para las y los niños pequeños que se encuentran alojados junto a sus madres; la falta de
provisión de los medicamentos y los cuidados específicos para las mujeres que padecen
enfermedades graves como HIV-SIDA, Mal de Chagas, Diabetes y patologías respiratorias,
entre otros déficits que impactan sobre la salud, la integridad y la vida de las personas
detenidas en la mencionada cárcel.
A este contexto, por demás angustiante e inseguro para la salud psicofísica de las
mujeres presas, se le agrega el sufrimiento por las carencias edilicias mínimas como
calefacción, sellado o provisión de vidrios para las ventanas, imposibilidad de acceder a agua
caliente, todo lo cual sucede mientras el período invernal está en curso. Si a este panorama
se le adiciona la ausencia de condiciones mínimas para recibir las visitas familiares debido a
que el espacio provisto tiene goteras, por lo cual permanece mojado y húmedo y no cuenta a
su vez con calefacción, el contexto de vidas de las mujeres se vuelve indignante y agraviante
para la condición humana.
En esta dirección, se nos ha solicitado la intervención de la Comisión para acompañar
las peticiones realizadas por la Comisión Provincial y por las propias internas de la Unidad,
enfatizando la gravedad de la situación sanitaria de las mujeres privadas de la libertad.
En este entendimiento, el presente informe temático estará orientado a explicitar los
estándares internacionales de derechos humanos de las mujeres privadas de la libertad y la
relación con la garantía de su derecho a la salud, la integridad psico-física y la vida, con el
objeto que V.S. los tenga presentes a la hora de evaluar las condiciones de encarcelamiento
de estas mujeres y la potencial existencia de situaciones que impliquen un agravamiento de
las condiciones de detención por vulneración de los derechos fundamentales comentados.
Consideramos que este enfoque debe estar presente al evaluar la solución del caso, toda vez
que se encuentran en juego derechos constitucionales y convencionales, cuya violación
podría acarrear la responsabilidad internacional del Estado argentino.
3. Fundamentos
a. La prisión y el disfrute de los derechos humanos
El ordenamiento jurídico nacional, desde su cimentación constitucional en 1853, se ha
ocupado de la situación de las cárceles y de las personas privadas de la libertad. En este
sentido, se ha destacado que “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para
seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de
precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez
que la autorice” (artículo 18 CN).
Esta antaña norma, pero no por ello anticuada o imprecisa en su contenido, debe ser
leída y revitalizada bajo la luz que los instrumentos internacionales de derecho humanos le
han echado a nuestro sistema legal producto de la jerarquización constitucional de sus
disposiciones.
En particular los artículos 5.1 y 5.2 de la Convención Americana de Derechos
Humanos (CADH), en cuanto declaran que “Toda persona tiene derecho a que se respete su
integridad física, psíquica y moral”, y que “Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o
tratos crueles, inhumanos o degradantes. Toda persona privada de libertad será tratada con el
respeto debido a la dignidad inherente al ser humano”. Estas disposiciones constituyen
criterios jurídicos relevantes para analizar las condiciones y el trato que se les debe dispensar
a las personas privadas de la libertad. Complementan estos mandatos los artículos 7 y 10.1
del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) en cuanto declaran que
“Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes” y que
“Toda persona privada de libertad será tratada humanamente y con el respeto debido a la
dignidad inherente al ser humano”. En sentido concordante, el artículo 5 de la Declaración
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Universal de Derechos Humanos incorpora también la prohibición de tortura y de tratos
indebidos y el XXV de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre,
establece que "todo individuo tiene también un tratamiento humano durante la privación de
su libertad".
USO OFICIAL
De las disposiciones mencionadas surge con claridad que la única mortificación
que una persona privada de la libertad debe tolerar -en términos constitucionales- es la
inherente a la privación de la libertad, en tanto en su ejecución están desautorizadas otras,
en particular las que afecten o pongan en peligro su salud entendida en un sentido amplio.
En tal línea, la primera parte del artículo 10 del Protocolo de San Salvador (adicional a la
CADH en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturas, aprobado por ley 24.658)
estipula: “toda persona tiene derecho a la salud, entendida como el disfrute del más alto
nivel de bienestar físico, mental y social…”. En sentido similar, el artículo 12.1 del Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC) dispone que “Los
Estados Partes en el presente Pacto reconocen el derecho de toda persona al disfrute del
más alto nivel posible de salud física y mental”.
En función de la normativa internacional, los organismos de protección de
derechos humanos han precisado algunos criterios interpretativos para evaluar las
condiciones carcelarias y la posibilidad de que éstas afecten los derechos de los detenidos.
Así, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Comisión IDH) ha considerado
que la actuación de los Estados en estos casos debe observarse desde la perspectiva de
cuatro ejes o principios fundamentales.
En primer lugar, el Estado se encuentra en una posición especial de garante frente
a las personas privadas de libertad, y como tal, asume deberes específicos de respeto y
garantía de los derechos fundamentales de los detenidos; en particular, de los derechos a
la vida y a la integridad personal. En segundo lugar, debe regir el principio del trato
humano, según el cual toda persona privada de la libertad será tratada humanamente, con
respeto a su dignidad inherente, sus derechos y garantías fundamentales, y con recto
apego a los instrumentos internacionales sobre derechos humanos. En tercer lugar, debe
asumirse que el respeto a los derechos fundamentales de las personas privadas de libertad
no está en conflicto con los fines de la seguridad ciudadana, sino que, por el contrario, es
un elemento esencial para su realización. En cuarto lugar, los fines esenciales a los que
debe tender la pena privativa de libertad son la reforma y la readaptación social de los
condenados, y por lo tanto, los Estados no pueden adoptar prácticas contrarias o que
resulten opuestas a dichos objetivos (cf. Comisión IDH, Informe sobre los derechos
humanos de las personas privadas de libertad en las Américas, OEA/Ser.L/V/II.Doc. 64,
31/12/2011, párr. 8 a 10).
A mayor abundamiento es aplicable en el caso que nos ocupa el estándar general
desarrollado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) según el cual
toda persona detenida por una autoridad estatal “tiene derecho a vivir en condiciones de
detención compatibles con su dignidad personal y el Estado debe garantizarle el derecho a
la vida y a la integridad personal” (caso “Neira Alegría y otros vs. Perú”, 19/01/1995, Serie
C., n° 20, párr. 60; caso “Castillo Petruzzi y otros vs. Perú”, 30/05/1999, Serie C., n° 52,
párr. 195; caso “Durand y Ugarte vs. Perú”, 16/08/2000. Serie C., n° 68, párr. 78; y caso
“Cantoral Benavides vs. Perú”, sentencia de reparaciones de 18/08/2000. Serie C., n° 69,
párr. 87). La Corte ha establecido que el Estado, como responsable de los establecimientos
penitenciarios “es el garante de estos derechos de los detenidos, lo cual implica, entre otras
cosas, que le corresponde explicar lo que suceda a las personas que se encuentran bajo su
custodia. Las autoridades estatales ejercen un control total sobre la persona que se encuentra
sujeta a su custodia. La forma en que se trata a un detenido debe estar sujeta al escrutinio
más estricto, tomando en cuenta la especial vulnerabilidad de aquél […]” (cf. Corte IDH,
“Bulacio vs. Argentina”, 18/09/2003, Serie C., n° 100, párr. 126, con cita de la sentencia del
TEDH, “Iwanczuk vs. Polonia”, petición nro. 25196/94, de 15/11/2001, parr. 53).
Por lo tanto, para que el Estado cumpla de un modo acabado sus obligaciones con
respecto a las personas privadas de la libertad, desde el derecho internacional de los
derechos humanos, se reconoce como un objetivo primordial la satisfacción de las
necesidades básicas vinculadas con la salud, especialmente de quienes se encuentran en
situación de extrema vulnerabilidad justamente por el padecimiento de enfermedades.
Como conclusión preliminar, entonces, puede decirse que la pérdida de libertad no
debe representar jamás la pérdida del derecho a la salud. Del mismo modo, tampoco es
tolerable que las condiciones de encarcelamiento agreguen enfermedades y padecimientos
físicos y mentales a la privación de la libertad (cf. Comisión IDH, Informe sobre los derechos
humanos de las personas privadas de libertad en las Américas, cit., párr. 526). Por lo tanto, la
provisión de atención médica adecuada es un requisito mínimo e indispensable para
garantizarles un trato humano y digno a las personas detenidas. Cuando el Estado priva a un
individuo de su libertad, asume la responsabilidad de cuidar de su salud, no sólo en lo que
respecta a las enfermedades que puedan surgir en el transcurso de la detención, sino también
respecto de otros padecimientos previos (cf. Corte IDH, caso “García Asto y Ramírez Rojas
Vs. Perú”, Sentencia de 25/11/2005. Serie C No. 137, párr. 126).
b. Las mujeres en prisión
En el caso de las mujeres detenidas las obligaciones del Estado se agravan en la
medida en que se trata de un colectivo que puede ser especialmente afectado por las
condiciones de encierro. Si bien la cárcel aqueja tanto a los varones como a las mujeres, su
significación y ciertos aspectos genéricos que hacen a su estructura y funcionamiento,
determinan que unos y otras vivan el encierro en forma diferente, y que sus consecuencias y
niveles de afectación personal y social sean también diversos. En línea con esto, respecto al
impacto personal y social que la cárcel genera en las mujeres, se ha dicho que:
En el caso de las mujeres, tiene un impacto diferenciado vinculado al papel que
ellas desempeñan en nuestras sociedades, que se caracteriza, en la mayoría de los
casos, por mantener los lazos familiares y ocuparse de forma preeminente de la crianza
de los hijos y del cuidado de los familiares (además de, muchas veces, trabajar fuera de
casa). Este rol social hace que la mujer sufra en mayor medida los efectos del encierro,
ya que éste significa el desmembramiento del grupo familiar y su alejamiento (CELS,
MPD y PPN, Mujeres en prisión. Los alcances del castigo, Buenos Aires, Siglo XXI, p.
14).
Asimismo, en la investigación citada, se han documento los obstáculos que
padecen las mujeres para el ejercicio de sus derechos fundamentales como por ejemplo, los
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relativos a la salud, el trabajo, la educación, la intimidad, la integridad psicofísica, entre
otros. Se ha expresado que en los penales de mujeres, la dinámica carcelaria y la
cotidianeidad del encierro son sensiblemente diferentes a las que vivencian los varones,
destacando que este tipo de situaciones produce un aumento de la vulnerabilidad en las
mujeres presas (Ídem, p. 65).
USO OFICIAL
Los instrumentos internacionales de derechos humanos también advierten que las
reclusas representan uno de los grupos más vulnerables dentro de la cárcel y, en
consecuencia, deben ser especialmente protegidos por Estado. Por ejemplo, en el ámbito
regional, la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia
contra la Mujer (Convención de Belem do Pará, aprobada por la ley 24.632) establece que
las mujeres privadas de libertad se encuentran en una situación de especial vulnerabilidad
en razón de su género, y ello obliga al Estado a adoptar medidas específicas para
protegerlas, considerando además otras categorías que refuerzan esa posición como la
migración, el origen étnico o racial, su condición socio-económica, su edad, alguna
discapacidad y el embarazo y la maternidad (cf. art. 9 de la Convención mencionada).
La Corte IDH precisó los alcances de la obligación de garantizar ciertos derechos
de las personas en especial situación de vulnerabilidad por motivo de encarcelamiento. Así,
en la sentencia Del Penal Miguel Castro Castro vs. Perú afirmó que en el caso de las
mujeres presas, las condiciones de encierro adquieren una dimensión propia. En ese
sentido, reconoció que situaciones aparentemente neutras pueden, sin embargo, afectar a
hombres y mujeres en forma distinta y, por tanto, requieren de tratos que reconozcan las
legítimas diferencias de cada persona y otorguen un trato basado en ellas (cf. Corte IDH,
caso “Penal Miguel Castro Castro vs. Perú”, Sentencia de Fondo, Reparaciones y Costas.
Sentencia de 25 de noviembre de 2006. Serie C. No. 160, párr. 223).
A su turno, las 100 Reglas de Brasilia sobre Acceso a la Justicia de las Personas
en Condición de Vulnerabilidad, aprobadas por la Asamblea Plenaria de la XIV edición de
la Cumbre Iberoamericana Judicial (a las que ha adherido la Corte Suprema de Justicia de
la Nación mediante Acordada 5/2009) imponen a los integrantes del sistema de
administración de justicia responsabilidades en materia de acceso a la justicia de las
personas y los grupos vulnerables. Al instalar la categoría de vulnerabilidad, las Reglas de
Brasilia registran expresamente que las barreras para el acceso a la justicia y el ejercicio
de cualquier otro derecho no son de carácter individual sino social. El género y la privación
de la libertad son allí reconocidas como categorías que dificultan el acceso a la justicia y el
pleno ejercicio de los derechos humanos.
De este modo, los estándares internacionales indican que las mujeres deben ser
especialmente resguardadas en contextos de encierro y correlativamente imponen a los
Estados obligaciones específicas para brindarles un tratamiento penitenciario y judicial
adecuado a sus necesidades. El justificativo de ello es que las mujeres pueden sufrir
afectaciones diferenciales a sus derechos y que pueden tener requerimientos diferentes a
los de los varones durante su estadía en prisión. En el caso de que los Estados no cumplan
con dicho tratamiento especial pueden ser responsables por la vulneración a la integridad
física y psíquica de las mujeres, e incluso, por torturas y malos tratos, dependiendo de
cada supuesto en particular. En esta línea, los estándares de protección que se
presentarán tienen como principal objetivo amortiguar las secuelas que la privación de
libertad puede dejar en las mujeres y superar los viejos modelos de tratamiento penitenciario
basados en normas de carácter pretendidamente neutral.
c. El acceso a servicios de salud
En el caso que nos ocupa, el derecho a la vida y a la integridad personal guarda una
estrecha relación con la posibilidad de acceder no sólo a servicios integrales de salud que
incluyan la atención de las enfermedades psico-físicas sino también la asistencia y los
controles sanitarios con fines preventivos.
El Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales determinó cuatro
características básicas del derecho a la salud que se encuentran interrelacionadas y son
esenciales: disponibilidad, accesibilidad, aceptabilidad y calidad (cf. ONU, Comité de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales, Observación General 14, “El Derecho al disfrute
del más alto nivel posible de salud (artículo 12 del PIDESC)”, 11 de agosto de 2000). Ellas
son:
a) Disponibilidad: importa contar con una cantidad suficiente de establecimientos,
bienes y servicios públicos de salud y centros de atención de la salud, así como de
programas. Como mínimo estos establecimientos y servicios deben incluir los llamados
factores determinantes básicos de la salud, como agua limpia potable y condiciones sanitarias
adecuadas, hospitales, clínicas y demás establecimientos relacionados con la salud, personal
médico y profesional capacitado y bien remunerado, así como los medicamentos esenciales
definidos en el Programa de Acción sobre medicamentos esenciales de la OMS.
b) Accesibilidad: los establecimientos, bienes y servicios de salud deben ser
accesibles a todas las personas dentro de la jurisdicción del Estado Parte y sin discriminación
alguna. La accesibilidad presenta cuatro dimensiones superpuestas:
b.i) No discriminación: debe haber accesibilidad de hecho y de derecho por parte de los
sectores más vulnerables y marginados de la población, sin discriminación alguna por
cualquiera de los motivos prohibidos.
b.ii) Accesibilidad física: los establecimientos, bienes y servicios de salud deben estar al
alcance geográfico de todos los sectores de la población, en especial los grupos vulnerables o
marginados, como las minorías étnicas y poblaciones indígenas, las mujeres, los niños, los
adolescentes, las personas mayores, las personas con discapacidades y las personas con
VIH/SIDA. La accesibilidad también implica que el agua limpia potable y los servicios
sanitarios adecuados se encuentran a una distancia geográfica razonable, incluso en las
zonas rurales. Además, comprende el acceso adecuado a los edificios para las personas con
discapacidades.
b.iii) Accesibilidad económica (asequibilidad): los establecimientos, bienes y servicios de salud
deben estar al alcance de todos. Las erogaciones por servicios de salud deben basarse en el
principio de la equidad, a fin de asegurar que esos servicios, sean públicos o privados, estén
al alcance de todos, incluidos los grupos socialmente desfavorecidos. La equidad exige que
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sobre los hogares más pobres no recaiga una carga desproporcionada, en lo que se refiere
a los gastos de salud, en comparación con los hogares más ricos.
b.iv) Acceso a la información: comprende el derecho de solicitar, recibir y difundir
información e ideas sobre cuestiones relacionadas con la salud, con las restricciones
adecuadas para preservar la confidencialidad de los datos personales relativos a la salud.
c) Aceptabilidad: todos los establecimientos, bienes y servicios de salud deberán
ser respetuosos de la ética médica y apropiados tanto desde el punto de vista del respeto a
la diversidad cultural como sensibles a los requisitos del género y el ciclo de vida, y deben
estar fundados en el respeto a la confidencialidad y el mejoramiento del estado de salud de
las personas.
USO OFICIAL
d) Calidad: deben ser también apropiados desde el punto de vista científico y
médico y ser de buena calidad. Ello requiere, entre otras cosas, personal capacitado,
medicamentos y equipo hospitalario científicamente aprobados y en buen estado, agua
limpia potable y condiciones sanitarias apropiadas.
En el caso que nos ocupa, los elementos de disponibilidad, accesibilidad sin
discriminación y aceptabilidad están en seria ausencia puesto que por la situación de
privación de la libertad, las mujeres alojadas en la unidad penitenciaria de Batán no logran
satisfacer sus necesidades sanitarias, teniendo en consideración su condición de género y
las diferentes etapas de la vida. La situación de encierro, sumada a la indisponibilidad de
recursos sanitarios que puedan ser utilizados ya sea en la propia penitenciaria como
extramuros, las coloca en una posición de desventaja o de total imposibilidad del ejercicio
de sus derechos. Ello, sin lugar a dudas, constituye una situación de discriminación, un
agravamiento de las condiciones de detención y una vulneración a los derechos a la vida,
la salud y la integridad psicofísica con la virtualidad suficiente para constituir tratos
indebidos.
d. Salud y cárcel
Ya en lo que respecta puntualmente a las personas privadas de la libertad, en
materia de sus derechos a la salud, la vida y la integridad psicofísica, el derecho
internacional de los derechos humanos ha precisado su alcance y contenido mínimo así
como las obligaciones correlativas del Estado en contextos de encierro. Como se dijo, los
estándares internacionales que se comentarán serán una útil referencia para poder evaluar
en el caso concreto de la unidad penitenciaria de Batán si se están garantizando
adecuadamente los derechos de las mujeres, o por el contrario, si existen acciones u
omisiones que estén interfiriendo en el pleno ejercicio de sus derechos y de este modo
afectando o poniendo en riesgo su salud.
Respecto de los requisitos mínimos de la atención médica en el ámbito carcelario
conviene tener en cuenta Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos adoptadas en
el Primer Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del
Delincuente, celebrado en Ginebra en 1955, y aprobadas por el Consejo Económico y
Social en sus resoluciones 663C (XXIV) de 31 de junio de 1957 y 2076 (LXII) de 13 de
mayo de 1977. Conviene apuntar que “Las Reglas Mínimas para el tratamiento de reclusos de
las Naciones Unidas si bien carecen de la misma jerarquía que los tratados incorporados al
bloque de constitucionalidad federal se han convertido, por vía del art. 18 de la Constitución
Nacional, en el estándar internacional respecto de personas privadas de libertad” (CSJN,
“Verbitsky”, Fallos 328:1146, consid. 39 in fine).
Estas Reglas Mínimas determinan que todo establecimiento penitenciario debe
disponer de al menos un médico calificado, de un servicio psiquiátrico y otro de atención
odontológica. Asimismo, en aquellos casos en los que se requieran cuidados especiales, debe
disponerse el traslado de los enfermos a establecimientos especializados o a hospitales
civiles, y que cuando el centro carcelario disponga de servicios hospitalarios, éstos estarán
provistos de todos los insumos necesarios para proporcionar los cuidados y los tratamientos
adecuados (Regla 22.1).
De un modo concordante pero en una formulación más amplia, los Principios y
Buenas Prácticas sobre la Protección de las Personas Privadas de la Libertad en la Américas
(aprobados por la Comisión IDH mediante Resolución 1/08 en su 131º período ordinario de
sesiones, celebrado del 3 al 14 de marzo de 2008) establecen que:
Las personas privadas de libertad tendrán derecho a la salud, entendida
como el disfrute del más alto nivel posible de bienestar físico, mental y social, que
incluye, entre otros, la atención médica, psiquiátrica y odontológica adecuada; la
disponibilidad permanente de personal médico idóneo e imparcial; el acceso a
tratamiento y medicamentos apropiados y gratuitos; la implementación de programas
de educación y promoción en salud, inmunización, prevención y tratamiento de
enfermedades infecciosas, endémicas y de otra índole; y las medidas especiales
para satisfacer las necesidades particulares de salud de las personas privadas de
libertad pertenecientes a grupos vulnerables o de alto riesgo (Principio X).
En relación a esto último, las mujeres, en tanto grupo vulnerable, son merecedoras de
un tratamiento médico particular. Así las Reglas de Bangkok (o Reglas de las Naciones
Unidas para el tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de la libertad para las
mujeres delincuentes, aprobadas por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su
Sexagésimo quinto período de sesiones, 16 de marzo de 2011) establecen que los Estados
deben proveer “servicios de atención de salud orientados expresamente a la mujer y como
mínimo equivalentes a los que se prestan en la comunidad” (Regla 10.1). Estos servicios, por
lo tanto, deben atender las necesidades específicas de salud que pueden llegar a tener las
mujeres en razón de su género. Por lo tanto deben ser sensibles a la situación de
subordinación o violencia que pueden haber padecido, tener en cuenta que ciertas prácticas
pueden afectarlas especialmente y deben adoptar medidas preventivas de salud específicas
para el sexo femenino y de salud reproductiva (Regla 18).
Con respecto a lo primero, debe tenerse en cuenta que la existencia de factores
culturales o de experiencias de violencia pasadas, pueden hacer que las mujeres no deseen
ser examinadas por personal sanitario masculino e incluso pueden sentirse nuevamente
traumatizadas por dicho examen. Para evitar esta situación, las Reglas de Bangkok
establecen que cuando una reclusa pida que la trate personal femenino, deberá accederse a
dicha petición, excepto situaciones de urgencia. Si pese a lo solicitado por la reclusa, el
reconocimiento es realizado por un médico, debe ser presenciado por personal penitenciario
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femenino, debiéndose siempre resguardar la confidencialidad del procedimiento sanitario
así como la intimidad y dignidad de la reclusa (Reglas 10.2 y 11).
En el ámbito de la salud reproductiva, los Principios y Buenas Prácticas instan a los
Estados a brindar atención ginecológica, y en el caso de mujeres embarazadas, la atención
debe ser anterior, posterior y concomitante al parto, el cual no debe realizarse dentro de las
cárceles, sino en hospitales o maternidades. Cuando esto no fuera posible, no se registrará
oficialmente que el nacimiento ocurrió al interior de una prisión. Finalmente, en los
establecimientos carcelarios para mujeres deberán existir instalaciones especiales, así
como personal y recursos apropiados para el tratamiento de las mujeres embarazadas y de
las que acaban de dar a luz (Principio X).
USO OFICIAL
Debe mencionarse que en toda circunstancia, la prestación del servicio de salud en
las prisiones deberá respetar los siguientes principios: confidencialidad de la información
médica; autonomía de los pacientes respecto de su propia salud; y consentimiento
informado en la relación médico-paciente tal cual lo determina la ley nº 26.529 sobre los
derechos de los pacientes.
Además de lo expuesto, desde el punto de vista del derecho interno y receptando
los mandatos del derecho internacional de los derechos humanos y las normas de mayor
jerarquía, la Ley de Ejecución de la Pena Privativa de la Libertad nº 24.660 en su artículo
58 dispone que “el régimen penitenciario deberá asegurar y promover el bienestar
psicofísico de los internos. Para ello se implementarán medidas de prevención,
recuperación y rehabilitación de la salud y se atenderán especialmente las condiciones
ambientales e higiénicas de los establecimientos”. Asimismo, el artículo 143 del mismo
cuerpo legal declara “el interno tiene derecho a la salud. Deberá brindársele oportuna
asistencia médica integral, no pudiendo ser interferida su accesibilidad a la consulta y a los
tratamientos prescriptos”.
4. Conclusión
Las fuentes jurídicas descriptas previamente son un marco suficiente que V.S.
debería tener en mente a la hora de evaluar la procedencia de las peticiones encausadas
en el marco del art. 25 inc. c del Código de formas provincial. En este sentido, si se
compara el contexto fáctico presentado en él, con la normativa y la jurisprudencia
desarrollada previamente, puede colegirse sin mayor esfuerzo que es manifiesta la
vulneración de derechos constitucionales y convencionales que están viviendo las mujeres
detenidas en la Unidad nº 50. Ello en razón de la falta de atención y de cuidados médicos
apropiados, de controles sanitarios, de provisión de medicación necesaria y disposición por
parte de las autoridades penitenciarias a satisfacer las necesidades de salud que ellas
presentan.
En línea con ello, no sólo se estarían afectando sus derechos a la salud y el
cuidado de la vida, del cuerpo y la salud psíquica de las mujeres privadas de la libertad,
sino que se estaría incurriendo en un supuesto de malos tratos. Conviene recordar en este
punto que la falta de provisión de atención médica adecuada puede implicar una
vulneración a la integridad personal de los/as detenidos/as o significar la aplicación de tratos
indebidos tal cual lo ha expresado la Comisión IDH al enfatizar que:
[e]n el caso de las personas privadas de libertad la obligación de los Estados de
respetar la integridad física, de no emplear tratos crueles, inhumanos y de respetar la
dignidad inherente al ser humano, se extiende a garantizar el acceso a la atención
médica adecuada (Corte IDH, Caso García Asto y Ramírez Rojas Vs. Perú.
Sentencia de 25 de noviembre de 2005. Serie C No. 137, párr. 519).
En suma, y teniendo presente que actos u omisiones de una severidad tan patente
como las descriptas en el caso y con la virtualidad suficiente de poner en riesgo o perjudicar la
salud, la vida y la integridad de las personas detenidas, constituyen situaciones de
agravamiento ilegítimo de las condiciones de detención (artículo 43, último párrafo, CN), esta
Comisión postula la mayor seriedad y exhaustividad en el análisis del caso de marras a la luz
de los estándares de derechos humanos ofrecidos previamente.
5. Petitorio
Por lo expuesto, en nombre de la Comisión sobre Temáticas de Género solicito:
a. Me tenga por presentada en el carácter invocado y por ofrecido este informe
temático.
b. Se tengan presentes a la hora de resolver las consideraciones realizadas.
Tenerlo presente y proveer de conformidad, ES JUSTO.
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