Unidad Didáctica 4. Hª de la Filosofía 2º 2013

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Unidad Didáctica 4
¿Es posible una alternativa al relativismo?
José Ortega y Gasset y la crítica a la modernidad
A) OBJETIVOS:
1.- Conocer los rasgos principales del pensamiento de José Ortega y Gasset: el
problema de la verdad y la perspectiva; el raciovitalismo.
2.- Identificar y valorar los rasgos más sobresalientes de la evolución de la sociedad y
cultura españoles durante el siglo XX.
3.- Profundizar en la figura, obra y tiempo de José Ortega y Gasset; conociendo su
biografía, los problemas de su época, la temática de su filosofía y las influencias que
recibió y ejerció.
5.- Leer el texto correspondiente a Ortega y Gasset entendiendo su vocabulario y
profundizando en sus argumentaciones y planteamientos; siendo capaz de conectarlos
con la filosofía de otros autores y planteándose su actualidad.
6.- Reflexionar sobre la temática de la filosofía orteguiana, en especial su reflexión
sobre la modernidad, el racionalismo y el vitalismo, valorando su actualidad y
poniéndola en contraste con otros planteamientos que permitan hacer una valoración
crítica de ella.
7.- Completar el trabajo diario y continuado: hacer las actividades, leer textos
propuestos, completar el esquema del tema, realizar el vocabulario del tema.
8.- Valorar el esfuerzo racional por comprender al hombre y al mundo realizado por
los pensadores de la modernidad europea; buscando su actualidad y dialogando con
ellos.
B) CONTENIDOS:
Conceptos
4.1. Relativismo contemporáneo. Ventajas y problemas.
4.2. Estudio de un texto de José Ortega y Gasset. Capítulo X de El tema de nuestro tiempo,
4.2.1 Biografía y contexto histórico de José Ortega y Gasset.
4.2.2. Contexto cultural y filosófico de José Ortega y Gasset.
- España siglo XX.
- Descartes, Nietzsche, Heidegger y Sartre, Dilthey
4.2.3. Temática de la filosofía de José Ortega y Gasset:
- Raciovitalismo y Perspectivismo.
- El ideal de la vida auténtica.
- El hombre-élite y el hombre-masa.
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VOCABULARIO
Cultura
Vida
Perspectiva Yo
Élite
Masa
Existencia auténtica
Culturalismo
Vitalismo
Raciovitalismo (Razón vital)
Circunstancias
Existencia inauténtica
Proyecto vital
Verdad
ENLACES EN INTERNET:
El perspectivismo
http://www.youtube.com/watch?v=zttnP6O08E8&feature=related
El yo y las circunstancias
http://www.youtube.com/watch?v=Ij-neDzqYcg&feature=related
Explicación general de su pensamiento
http://www.youtube.com/watch?v=zMSbeFZRUHM&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=OwOQgwuSPic&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=eox6rXodSd0&feature=related
Procedimientos
-
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Lectura y análisis de textos de extensión breve y moderada.
Lectura y análisis de un fragmento de la obra de María Zambrano Filosofía y poesía.
Lectura y resumen del libro de texto.
Confección del cuaderno de estudio de cada Unidad Didáctica estudiada.
Recopilación de información de diversas fuentes: textos suministrados por el profesor,
documentación buscada por el alumno; análisis de la misma y posterior síntesis de los
contenidos relevantes para la unidad didáctica.
Definiciones de conceptos fundamentales recogidos en el vocabulario de la Unidad
Didáctica.
Expresión oral y escrita madura y coherente, tanto de lo aprendido como de los
propios pensamientos.
Elaboración de argumentos para criticar y defender las diversas doctrinas y temáticas
estudiadas en cada Unidad Didáctica.
Realización de diversas composiciones filosóficas por parte de cada alumno.
Debates en clase sobre la temática de cada Unidad Didáctica.
Preparación para realizar, con éxito, la prueba de selectividad de Filosofía II
Actitudes
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Regularidad y continuidad en el trabajo diario.
Valoración del pensamiento y situación de nuestro país durante el siglo XX.
Esfuerzo y superación ante los retos intelectuales que se presenten.
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-
Presentación del diálogo con el pasado como medio de enriquecimiento cultural y
personal.
C) METODOLOGÍA:
A continuación aparece el conjunto de actividades que vamos a realizar para el
estudio de este tema, unas se harán en casa y otras en clase. En ocasiones el trabajo será
individual y en otras trabajaremos en grupo. Algunas de ellas están diseñadas para que
explicitemos las ideas que previamente poseemos sobre el tema (pues lo creamos o no algo
ya sabemos, eso es seguro), otras invitan a leer y pensar para ir entendiendo los conceptos
que deberemos asimilar. En este curso es fundamental la elaboración del cuaderno de estudio.
Las actividades son un medio para poder aprender. Como resultado de tu trabajo y ayuda para
estudiar los conceptos en casa debes ir rellenando el esquema de contenidos conceptuales que
se exponía más arriba. El profesor irá comprobando periódicamente que vas realizando este
trabajo.
Las fases del trabajo son las siguientes:
4.1. Relativismo contemporáneo. Ventajas y problemas.
Actividad 0) Relativismo hoy.
4.2. Estudio de un texto de José Ortega y Gasset. Capítulo X de El tema de nuestro
tiempo,
4.2.1 Biografía y contexto histórico de José Ortega y Gasset.
Actividad 1) España siglo XX. Biografía de José Ortega y Gasset
4.2.2. Contexto cultural y filosófico de José Ortega y Gasset.
Actividad 2) Pensadores que influyeron en Ortega y Gasset
4.2.3. Temática de la filosofía de José Ortega y Gasset.
Actividad 3) La doctrina del punto de vista
Actividad 4) Raciovitalismo
Actividad 5) Actualidad de José Ortega y Gasset
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4.1. Relativismo contemporáneo. Ventajas y problemas.
Actividad 0) Relativismo hoy.
Lee el texto que a continuación te presento y haz una síntesis de las ideas que en él se
expresan.
Literatura, cultura y fe: un reto para el siglo XXI
Por Juan Manuel de Prada, escritor y articulista español
“Soljenitzin decía que Europa, después de las dos guerras mundiales, había enfermado con un ímpetu de
automutilación y, ciertamente, si analizamos la historia de Europa en las últimas décadas nos damos cuenta
cómo los síntomas de esta enfermedad, de esta curiosa enfermedad de automutilación se multiplican.
Vemos cómo Europa ha perdido confianza a través de manifestaciones tan claras como por ejemplo el descenso
de la natalidad. Vemos cómo ha perdido la confianza a través de fenómenos tan evidentes como la pérdida de
fe, en el sentido religioso de la palabra. Vemos la pérdida de capacidad para concederle a la vida una visión
trascendente; vemos también cómo el bienestar económico, la prosperidad, ha provocado también una especie,
digámoslo así, de relajación en los espíritus, de desgana, de apatía, de hastío; es un hastío metafísico, casi
podríamos decir. Y en líneas generales, yo creo que a Occidente, y repito, más concretamente a Europa, parece
como si le hubiese atacado un síndrome, una especie de gangrena que la paraliza y que, sobre todo, no le
concede capacidad de reacción.
En este caldo de cultivo ha florecido lo que a mi modo de ver es la gran lepra de nuestro tiempo; una lepra que
se está extendiendo a velocidad galopante en estos albores del siglo XXI, que es lo que se ha dado en
denominar relativismo. Es un concepto, como la propia palabra indica, suficientemente difuso para que uno no
sepa exactamente a lo que se refiere, pero que aquí trataremos de diseccionar.
El relativismo nace de la falta de fe en el futuro. Hemos dejado de creer en la posibilidad de una renovación
material-espiritual. Estamos conformes con este bienestar del que disfrutamos, y esto hace que cunda entre
nosotros una suerte de escepticismo, una especie de satisfacción un poco cetrina con los bienes materiales, con
las comodidades que nuestra sociedad ha alcanzado a través del progreso, y eso ha hecho que esos progresos
espirituales, que también son necesarios para la humanidad, hayan dejado de interesarnos.
Al dejar de tener confianza en el futuro, en las posibilidades del futuro, surge también una especie de
desconfianza hacia lo que podríamos llamar la persecución de la verdad. Todo sistema filosófico, toda escuela
de vida persigue algún tipo de verdad. Naturalmente, nadie está en esta posesión de la verdad, y quienes creen
estarlo son los fanáticos, pero quien no aspira a encontrar la verdad ha dejado de ser hombre.
Yo creo que una de las fatalidades de nuestra época precisamente es esta: que no solamente hemos dejado de
creer en la existencia de una verdad, de un absoluto, sino que incluso hemos llegado a concebir la idea -la
monstruosa idea- de que la labor de buscar la verdad es en sí misma una labor fundamentalista, integrista, de
tal manera que, al avergonzarnos de la posibilidad de que exista una verdad, todo deja automáticamente de
tener sentido, todo automáticamente es discutible, todo automáticamente puede entrar en controversia, y ya no
sólo en controversia, sino también en cambalache, en trueque. Las ideas se convierten en algo fungible, son
como una calderilla que pasa de unas manos a otras, y dejan de tener esa solemnidad, esa grandeza que tenían
cuando perseguían la existencia de una verdad. Ésta, como digo, es una de las características evidentes de
nuestra época.
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Y cuando a una sociedad espiritualmente empieza a corromperle esta enfermedad, cuando deja de creer en el
futuro y deja de creer en la posibilidad de alcanzar una verdad, naturalmente surgen todo tipo de
mistificaciones.
A la cultura occidental, a lo que podríamos llamar cultura cristiana (aunque esto ya prácticamente estaría mal
visto decirlo, dado el estado de las cosas), de repente le han surgido una serie de conflictos interiores que
tienen que ver precisamente con esta incapacidad para intentar alcanzar la verdad. Y así, por ejemplo, hemos
empezado a avergonzarnos de nuestras conquistas en el plano cultural, en el plano ideológico, en el plano
social, en el plano político. Hemos dejado de tener la capacidad de considerar que esos frutos de nuestra
cultura, esos frutos ideológicos, esos frutos de pensamiento, tienen un valor intrínseco, un valor verdadero.
En cierto modo, empieza surgir en nuestras sociedades una especie de complejo de culpa, que ya no sólo se
extiende a una necesaria consideración de los males que nuestra cultura haya podido infligir a otras culturas,
sino que incluso llega a considerar que nuestra cultura es peor que otras culturas precisamente porque ha
cometido esos errores, siendo incapaz de distinguir que, junto a esos errores, existen otros muchos beneficios
que nuestra cultura ha logrado exportar, porque son creaciones propias de Occidente, creaciones eminentes
que han hecho que la vida sea algo mejor en líneas generales. Éste, como digo, el estado de las cosas en
Europa, a mi modo de ver. Ante una situación como ésta, surgen lo que podríamos denominar los problemas de
la desvinculación.
Desde el momento en el que dejamos de creer en la cultura en la que hemos crecido, en la cultura que nos
justifica, en la cultura que es, en cierto modo, nuestra genealogía espiritual, e incluso nos avergonzamos de ella
porque pensamos que es una cultura sometedora, engreída e infatuada, surge en las sociedades europeas un
curioso fenómeno que podríamos denominar fenómeno de desvinculación.
Por este fenómeno, las personas dejan de sentirse como eslabones de una cadena, como herederas de una
tradición y portadoras de una llama que se proyecta hacia el futuro (antes decíamos que hemos dejado de creer
-de tener confianza- en el futuro). Desde ese momento en el que estamos desvinculados del pasado e incapaces
de afrontar el futuro, nuestra existencia se convierte en un caos banal, en una sucesión de días sin mayor
sentido, o con un sentido puramente utilitario.
Tratamos de llenar nuestros días satisfaciendo una serie de gustos, de apetencias; tratamos, sobre todo, de
espantar la zozobra de ese vacío que nosotros mismos nos hemos creado. Todo ello convierte nuestra vida en
una especie de aguachirle; todo es muy blando todo es muy inconsistente. Creo que este es el fenómeno
fundamental del relativismo, que se aprecia en todos los ámbitos de la vida.
Si nos fijamos, por ejemplo, en el ámbito educativo, observaremos cómo aquellas disciplinas que tienen más
que ver con la explicación de nuestra genealogía espiritual dejan de tener protagonismo. Se retraen, como
caracoles en su concha, hasta convertirse casi en unos vagos rudimentos que dejan en sí mismos de tener valor
y que, poco a poco, se van mistificando, hasta el extremo de que al final la historia se convierte en una especie
de zurriburri, visto desde los ojos de nuestro tiempo. Así, los actos del pasado se condenan desde la mirada de
nuestro tiempo, lo cual es una aberración absoluta desde el punto de vista intelectual. Pero es algo que se
impone.
Todas estas disciplinas que tienen que ver con nuestra genealogía espiritual son gibarizadas, por emplear un
término metafórico. Esto ocurre en general con todas las humanidades, de forma especialmente lastimosa con
disciplinas que, a mi modo de ver, constituyen la médula de nuestra cultura, como puede ser, por ejemplo, el
latín. Y ocurre, claro está, con la religión.
La religión, no olvidemos, nace de un acontecimiento trascendente que requiere para su comprensión de la fe.
Pero no olvidemos tampoco que la religión es un hecho cultural, y que ese acontecimiento trascendente,
desligado de esa tradición cultural, de las aportaciones culturales que han tratado de explicarlo, de alabarlo o
de engrandecerlo a través del arte y a lo largo de los siglos, resulta ininteligible. De tal manera que nuestros
niños, nuestros jóvenes, al ser despojados de esa tradición cultural, al ser saqueados, en cierto modo se
convierten en huérfanos, son arrojados a la intemperie, que es lo que yo creo que persigue esta sibilina
degeneración educativa que estamos sufriendo.
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Este fenómeno de desvinculación, como decía, se aprecia en muchos ámbitos de la vida, no sólo en los citados
hasta ahora. Lo estamos viendo también en la que es una de las células primordiales de la sociedad y, desde
luego, en una de las instituciones jurídicas sobre las que se levanta el edificio social, que es la familia.
Evidentemente, la familia es un baluarte contra el relativismo, porque nosotros nacemos y crecemos en una
familia, y la familia nos concede esa perspectiva de la que hablaba antes. Nos enseña que nuestro paso por la
tierra tiene un sentido, y otorga una duración a nuestra vida que va más allá de las fronteras puramente físicas
de ésta, porque nos muestra cómo antes que nosotros estaban nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros
bisabuelos… Cobramos conciencia de esa transmisión, de que somos eslabones de una cadena. Naturalmente,
la familia es además un impulso hacia el futuro; es -digámoslo así- el invernadero donde se fortalecen nuestras
facultades para que el futuro vuelva a ser algo que verdaderamente tiene sentido.
Por supuesto, la familia es el gran enemigo del relativismo que hoy en día triunfa. Y así, vemos cómo la familia
es atacada por todos los flancos. En primer lugar, proponiendo nuevas formas de organización familiar. En
segundo lugar, intentando demostrar lo que ya se llama "familia tradicional", como si pudiera existir una
familia que no fuera tradicional, cuando la familia trata precisamente de convertir la vida en una tradición, en
un paso (utilizando el término traditio etimológicamente).Evidentemente, no puede existir una familia que no
sea tradicional.
De manera que -como se puede observar- los ataques del relativismo a lo que podrían ser los baluartes
transmisores de una cultura que dé significación a nuestra vida y que nos permita contemplar el futuro con
confianza, son muy variados.
Otro de estos ataques, que creo que es especialmente pernicioso y que -en cierto modo- está ligado con los ya
mencionados (pues el relativismo, a pesar de que es un gran aguachirle en el que parece que nada tiene
sentido, también obra con unas intenciones aviesas, escondidas pero plenamente significadas) es lo que
podríamos denominar la destrucción del derecho. Este fenómeno es muy peligroso, y quizá estemos asistiendo a
él sin prestarle la atención que merece.
El derecho se expresa de forma nítida a través de unas leyes positivas, de unas leyes plasmadas por el
legislador sobre el papel, de unas leyes que se aplican en nuestras relaciones diarias; y el derecho, desde un
punto de vista positivo, lo que busca es regular las relaciones sociales en busca de un bien, de un bien
individual y colectivo. Pero, naturalmente, este derecho solamente tiene sentido si está vinculado a un derecho
inmanente, a un derecho que es previo al derecho positivo e incluso previo a la organización social. Un
derecho que, en cierto modo, tiene que ver con esa verdad de la que hablábamos al principio y que, repito, no
es una posesión, sino algo que perseguimos.
Naturalmente, el relativismo no soporta la idea de que las leyes estén fundadas en un derecho natural, en un
derecho previo a la organización política, porque el relativismo busca un nuevo absolutismo, un nuevo
totalitarismo, en el cual esa verdad deja de existir y es sustituida por la voluntad de la mayoría o, al menos, de
quienes creen que ostentan la mayoría. Y está claro que ésta es otra de las manifestaciones más evidentes de
este relativismo que hoy en día nos corrompe.
Desde el momento en que este derecho que deja de tener su base en lo que podríamos llamar un ordenamiento
inmanente, en algo que está ahí, que es una verdad que existe previamente a las leyes y a la organización
social, esas leyes pueden volverse incluso contra el Derecho con mayúscula. Y así, estamos asistiendo a
fenómenos en los cuales, a través de las leyes, podemos destruir el orden moral previo al derecho, bien
destruyendo la familia, bien destruyendo la vida, o bien vendiéndole a la gente esa idea quimérica y absurda de
que ellos son los amos absolutos de su vida porque no existe una instancia superior que merezca mayor crédito
que la propia voluntad del individuo. Todos estos fenómenos tienen mucho que ver con el relativismo, con la
desvinculación del hombre de una tradición cultural, intelectual y moral que lo precede.
De manera que hemos visto ya tres manifestaciones muy evidentes, muy sibilinas, pero que se están
introduciendo en nuestra vida sin que nos demos cuenta y contra las cuales parece que no tenemos armas para
combatir…
Pero yo creo que sí las tenemos. Una de esas armas –yo diría que la fundamental- es el apetito que siempre ha
sentido el hombre por algo que lo desborda. Yo creo que si algo nos explica a los seres humanos es
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precisamente que (quizá en nuestro afán de perdurar, quizá en nuestra insatisfacción porque no podemos
entender que todos nuestros afanes, nuestros desvelos, las grandes obras que queremos hacer a lo largo de
nuestra vida perezcan con nosotros) desde el principio de los tiempos hemos alumbrado una llama sagrada que
nos obliga a ser inmortales, y nos obliga porque está inscrito en nuestra naturaleza. El hombre necesita ser
inmortal. Y, naturalmente, cuando surge este deseo de ser inmortal, esos pilares movedizos, esos pilares de
falsa solidez sobre los que se apoya el relativismo, se empiezan a derrumbar.
Tengo el absoluto convencimiento de que si en esta batalla en sordina –no cruenta como las de antaño, sino
silenciosa e invisible, pero cada día más presente en nuestra sociedad- que se está produciendo hoy en Europa
entre el relativismo y la posibilidad de una vida volcada hacia la trascendencia, algún día el relativismo cae
derrotado, será precisamente porque los europeos cobremos conciencia de que ese hecho trascendente, que
ilumina y da impulso nuestra vida, tiene un sentido más fuerte y, además, una tradición cultural fuerte, frente a
esta tradición cultural débil surgida de la nada, que es la que se nos vende en nuestra época.
Creo esto porque creo el cristianismo –y a esto vamos tratando de ahondar en el asunto que da título a esta
conferencia- nos aporta, en primer lugar, una justificación a esa llama de la que hablaba antes que alumbra
dentro de nosotros, pero además nos aporta también una justificación que tiene mucho que ver con nuestra
propia cultura, que nos enseña a aceptarla y a sentirnos orgullosos de ella.
Hay una serie de conquistas a las que me refería antes – de tipo social, ideológico, político- de las que con
frecuencia los europeos nos avergonzamos. Todas estas conquistas, en contra de lo que se quiera decir hoy en
día, tienen su raíz y han sido modeladas precisamente por la tradición cultural cristiana, lo cual se suele
olvidar. Así ocurre, por ejemplo, cuando se apela a la dignidad del hombre.
El concepto de dignidad del hombre, al igual que el reconocimiento de los derechos del hombre, se nos vende
muchas veces como un concepto propio de la Ilustración, de la Revolución Francesa, etc. Esto es
absolutamente falso. Naturalmente, el concepto de dignidad del hombre sólo podía darse en una cultura en la
cual Dios se hace hombre, y desde el momento en que Dios se hace hombre, al convertirse el hombre,
digámoslo así, en recipiente de la divinidad, alcanza la dignidad máxima. Por tanto, el concepto de dignidad
del hombre solamente podía tener sentido en una cultura como la cristiana. Esto es algo que suele manipularse,
presentándose la evolución de los derechos humanos como algo desgajado de nuestra tradición cristiana, lo
cual, como digo, es algo absolutamente falso.
Grandes logros de orden social y político que ha logrado Europa no serían comprensibles sin esta tradición
cristiana. Pensemos, por ejemplo, en lo que es la separación entre Iglesia y Estado. Es algo que, evidentemente,
malinterpretó el cristianismo durante siglos, pero esa idea está ya presente en los Evangelios. Lo que ocurre es
que, en nuestra época, esta idea que tan fructífera puede ser tanto para la Iglesia como para el Estado, ha sido
malinterpretada. Así, en Europa se llama separación entre Iglesia y Estado a algo que es totalmente distinto,
que es la separación entre política y moral.
En Europa, la separación entre política y moral se disfraza de separación entre Iglesia y Estado, y son cosas
muy distintas. Naturalmente, la separación entre Iglesia y Estado es deseable, pero me parece muy indeseable,
y un fenómeno muy propio del relativismo, la separación entre política y moral.
Chesterton tenía una definición maravillosa de los Estados Unidos. Decía que eran una nación con el alma de
una iglesia. Si nos fijamos en el nacimiento de los Estados Unidos resulta muy interesante, porque ya surgen, a
diferencia de Europa, con el concepto de la separación entre Iglesia y Estado; es decir: jamás el Estado ha
tenido una vinculación con ninguna de las múltiples iglesias que allí se asentaron desde su fundación. Sin
embargo, desde el comienzo de su nacimiento, en los Estados Unidos tuvieron muy claro que la política no
podía estar separada de la moral, porque esa política no tendría sentido. Por eso Chesterton dice que es una
nación con el alma de una iglesia: porque, a pesar de que allí haya decenas o cientos de iglesias, todos los
ciudadanos están íntimamente unidos en esa convicción de que la ordenación política de la sociedad tiene que
tener una inspiración de tipo moral o religioso, en el amplio sentido de la palabra.
En Europa, por el contrario, durante muchos siglos no estuvieron separados Iglesia y Estado, pero cuando se
separaron, creo que lo hicieron del modo más nefasto posible: creando esa escisión entre política y moral. De
esta manera, al ser la política algo absolutamente ajeno a una serie de conceptos morales previos, creo que
poco a poco ha ido degenerando en esta situación de la que estoy hablando.
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No quiero ser excesivamente pesimista y pintarles un cuadro demasiado negro de nuestra situación, pues creo
que no sería justo, entre otras razones porque creo que sí hay motivos para la esperanza.
Hay una frase extraordinaria –por volver a citar a Chesterton- que habla de cómo lo religioso irrumpe en su
vida, de cómo al principio lo religioso se convierte en él en una mera curiosidad intelectual. Él incluso llega a
mencionar que siente atracción hacia la religión católica, a la cual terminaría convirtiéndose cuando empezó a
ver cómo los intelectuales de su época, tan enfrentados casi siempre por razones de tipo estético, de tipo
ideológico, en cambio coincidían todos en el varapalo a la Iglesia Católica. Eso le incitó a él, por curiosidad al
principio y luego por fascinación, a intentar defenderla, en vez de atacarla.
Chesterton nos cuenta cómo durante este periodo de curiosidad intenta desmontar un poco esa especie de gran
marasmo en el que la crítica a la Iglesia católica se había convertido en moneda de curso frecuente, y además,
moneda que daba prestigio en los ambientes intelectuales de la época. Como se puede ver los ambientes
intelectuales de aquella época y de ésta han cambiado muy poco.
Después de esa fase de curiosidad, él siente en un determinado momento que, al irse aproximando a la Iglesia
católica, siente una fascinación de tipo intelectual, de tipo cultural. Y, claro, frente a una religión como es la
anglicana -que es una religión que prácticamente surge por conveniencias políticas y que tiene una tradición
muy pobre-, de repente, alguien que ha sido educado en ella experimenta el deslumbramiento de la tradición
cultural católica. Experimenta esa fascinación absoluta que a cualquier persona con una mínima sensibilidad
estética le produce todo el arte en sus más variadas manifestaciones, que ha sido creado como una ofrenda a
Dios en la religión católica.
Todo esto, produce en él una extraordinaria conmoción. Él nos dice que, en su proceso de aproximación al
catolicismo, llegará a un momento en el que se siente como un niño que retoza en un prado y que, cada día,
descubre en sus retozos una flor nueva, un animal que no conocía, un paisaje distinto.
Esta impresión de alborozo que nos muestra Chesterton es algo que yo también he sentido al descubrir, ya no
solamente la religión como acontecimiento de fe, sino también la religión como hecho cultural. En una época
como la nuestra, en la que nos sentimos huérfanos, desasistidos, como moléculas en un universo inabarcable;
en una época en la que, en definitiva, nos sentimos desvinculados de una tradición y condenados a ese
zurriburri del relativismo; en una época como ésta, yo creo que el cristianismo nos ofrece una tradición
cultural extraordinariamente rica que explica nuestra genealogía espiritual y que, desde luego, fortalece
nuestra confianza en el futuro.
Durante muchos siglos, el cristianismo fue el motor, el impulsor de las artes. Pensemos en las grandes
catedrales góticas, esas catedrales que cantaba Víctor Hugo en Nuestra Señora de Paris. En un capítulo
prodigioso, cuenta que esas catedrales dejaron de ser construidas el día que el hombre dejó de creer en lo que
esas catedrales significaban y, en cierto modo, él explicaba la decadencia de Occidente porque esas catedrales
habían dejado de ser construidas.
Desde esas grandes catedrales góticas hasta la Divina Comedia de Dante, pasando por el mejor arte de los
grandes maestros, todo eso ha existido, existe, y seguirá existiendo única y exclusivamente gracias al
cristianismo. Creo que tenemos que ser conscientes de que cuando se produjo una ruptura entre la cultura, el
arte y la religión, tenemos que reconocer –a mi modo de ver- que el arte entró en una fase de decadencia. Esto
quizá ocurrió porque el arte también dejó de creer en la existencia de una verdad. Desde ese momento quizá
dejó de creer en el fin último de toda belleza. Así, el arte se convirtió en un admirable pasatiempo, en un juego
más o menos virtuoso. Creo que el arte perdió su esencia, lo que verdaderamente lo justifica. Esta es mi
impresión.
Al desvincularse el arte de esa búsqueda de una verdad, termina convirtiéndose en arte decorativa. Yo creo que
una de las grandes tragedias de nuestra literatura contemporánea, de nuestro arte contemporáneo, es que –en
líneas generales- lo que busca es una especie de complacencia de tipo estético, proporcionar un
entretenimiento, pero nada más. Detrás de ese velo, de esa apariencia más o menos agradable, no hay nada, y
creo sinceramente que ese vacío que se oculta detrás del arte contemporáneo está también el hastío de nuestra
época. Naturalmente, estoy generalizando: no quiero decir con esto que todo se una porquería, que nada valga
nada.
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Hemos dejado de creer en la posibilidad de una verdad y, por tanto, también nuestras manifestaciones
artísticas son lánguidas, son débiles, no tienen detrás una idea fuerte que las sostenga. Yo creo que ese es uno
de los grandes dramas de nuestro tiempo. Por eso creo que es muy importante que intentemos recuperar esa
tradición cultural, que entendamos que esa tradición cultural sigue estando vigente, sigue siendo válida para
nuestro tiempo, y que intentemos que, a través de ella, nuestra época cambie (primero, desde luego, en el
aspecto artístico, en el aspecto intelectual, pero luego también en el aspecto social).
Creo que Europa no volverá a recuperar su brío mientras no asuma que tiene que volver la mirada a Dios, que
tiene que volver la mirada a su tradición cultural. Y en el momento en el que deje de renegar de lo que
íntimamente es, en el momento en el que acepte esa tradición cultural, creo que Europa podrá volver a ser lo
que en algún momento fue.
Naturalmente, cuando se exponen estas ideas así, desnudamente, como se las estoy exponiendo yo a ustedes,
automáticamente es tildado uno de toda la artillería de insultos y vituperios que nuestra época suele destinar a
quienes se atreven a decir esta cosas. Naturalmente, te conviertes en un retrógrado, en un reaccionario, incluso
te conviertes en un fascista. Digamos que todos estos piropos son los que el pensamiento dominante y los
repartidores de bulas dispendan a quienes se atreven a mencionar estos asuntos.
Está claro que mencionar estos asuntos es difícil, precisamente porque uno de los efectos del relativismo -que
quienes lo sufren lo toman por un efecto benéfico pero que, en realidad, es un efecto anestesiante- es que
infunde en las personas un sentimiento de satisfacción, de complacencia. Por ello es tan difícil el combate
contra el relativismo, porque las personas se sienten a gusto con lo que tienen, precisamente porque han sido
desligadas de una tradición y, por tanto, han sido desligadas de la capacidad para afrontar esa búsqueda de la
verdad a la que nos referíamos antes. Desde ese momento, las personas se sienten satisfechas en lo que son; no
saben exactamente lo que son, pero se sienten cómodas.
Yo creo que el éxito de todos los totalitarismos se explica precisamente porque conceden un simulacro de
bienestar a sus súbditos, les da una idea de que esa sociedad en la que viven es la mejor posible. Y,
naturalmente, la inteligencia del relativismo es que convierte en tirano al individuo, a diferencia de los
totalitarismos clásicos, en donde existía un tirano paternal que trataba de que sus hijos no se le desmandasen.
El individuo se siente como un monarca absoluto de sí mismo, siente que puede hacer con su vida lo que le dé
la gana. No hay ningún tipo de trabas, no hay ningún tipo de cortapisas, todo es extraordinariamente amoral,
de tal manera que uno puede hacer lo que quiere. Esto, naturalmente, complace a la sociedad. No sólo le
complace, sino que además la sociedad está dispuesta a luchar por eso, porque se cree que ese es el estado
idílico del ser humano.
Naturalmente, denunciar esta situación te convierte en un proscrito, te condena al ostracismo. Pero creo que
nuestra misión, a fin de cuentas, es tratar de ser divulgadores de la verdad; de la verdad –repito- no como
posesión, sino como un fin que nos permita romper las cadenas. Por eso a mí me gusta hablar de estos temas,
que son temas bastante antipáticos y que me están dando muy mala fama. Pero, sinceramente, creo que el único
destino noble de una persona en nuestro tiempo, es la intemperie, es el ostracismo. Ese otro destino en el redil,
ese destino gregario al que nos quiere imponer nuestra época, es el destino más triste y más esclavizado que
pueda hoy en día asumir una persona.
A través de mi trabajo de escritor, he tenido ocasión de reflexionar sobre estos asuntos y de descubrir un poco
su fondo de verdad. Yo creo que en el mundo en el que yo me muevo –en el mundo de los escritores, de los
artistas- , esta lepra de nuestra época que es el relativismo, triunfa de una forma especialmente galopante.
¿Por qué? Porque, evidentemente, en esta especie de gran zurriburri que es el relativismo, un arte, una
literatura sin ideas de fondo, sin ideas fuertes, garantiza una de las características de nuestro tiempo, que es
eso que he dicho antes de que el hombre se convierte en un monarca absoluto. Pues bien, en el arte, el artista se
convierte en un monarca absoluto: todo vale, todo tiene, de repente, el mismo valor. El mismo valor tiene una
persona con un conocimiento de las figuras retóricas y que, por tanto, domina los secretos del lenguaje y puede
crear belleza a través de esas figuras, que quien las ignora por completo y se limita a redactar o a soltar lo que
se le pasa por la cabeza sin demasiado orden ni concierto…
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Todo tiene el mismo valor y, naturalmente, cuando todo tiene el mismo valor, nada tiene valor. Este es uno de
los graves problemas de nuestro tiempo desde el punto de vista artístico, intelectual, cultural.
Cuando nada tiene valor, se entroniza y se convierte en modelo lo más absurdo, lo más disparatado, lo más
pedestre, a veces, lo más abyecto. Y esto creo que está muy presente en nuestra época. Cuando uno coge un
suplemento cultural y lee la lista de libros más vendidos y se encuentra con los libros que hoy en día la gente
devora con fruición, se queda verdaderamente asustado, porque se da cuenta de que ninguno de esos libros le
ofrecen a la gente nada, más que un entretenimiento rastrero, pedestre. Esas personas cierran esos libros y su
vida sigue siendo exactamente la misma, esos libros no han inmutado para nada su vida, cuando la verdadera
misión del arte es arañarnos, trastornarnos, introducir en nuestra vida un componente de desasosiego, de
búsqueda, de duda, que la transforme. Cuando el arte no nos proporciona eso, el arte es puro pasatiempo y, por
tanto, no es arte.
Contra esta situación, creo que solamente es posible esto que he dicho: una recuperación de nuestra tradición
cultural, que no tiene que ser una recuperación nostálgica sino que, por el contrario, tiene que ser una
recuperación en el sentido con el que comentaba antes estas palabras: volcada hacia el futuro, una
recuperación renovadora.
Esa tradición de siglos no puede morir. Desde luego, los apóstoles del relativismo quieren que muera, quieren
verla sepultada. Pero quienes no somos del todo relativistas, siempre hemos creído en la posibilidad de la
resurrección. Muchas gracias a todos por su atención.”
4.2. Estudio de un texto de José Ortega y Gasset. Capítulo X de El tema de nuestro
tiempo,
4.2.1 Biografía y contexto histórico de José Ortega y Gasset.
Actividad 1) España siglo XX
BIOGRAFÍA DE JOSÉ ORTEGA Y GASSET.
(Madrid, 1883 - 1955) Filósofo y ensayista español. Su pensamiento, plasmado en numerosos ensayos, ejerció
una gran influencia en varias generaciones de intelectuales.
Hijo del periodista José Ortega Munilla, hizo sus estudios secundarios en el colegio de Miraflores del Palo
(Málaga) y los universitarios en Deusto y Madrid, en cuya universidad se doctoró en Filosofía y Letras con una
tesis sobre Los terrores del año mil (1904), subtitulada Crítica de una leyenda. Entre 1905 y 1908 completó sus
estudios en Leipzig, Berlín y Marburgo, donde asistió a los cursos del neokantiano Hermann Cohen.
Fue catedrático de Metafísica (su titular anterior había sido Nicolás Salmerón) de la Universidad de Madrid
entre 1910 y 1936. En 1916 fue designado académico de la de Ciencias Morales y Políticas. Fundó la Revista
de Occidente (1923-1936), la publicación intelectual más abierta al pensamiento europeo de nuestro siglo.
Aneja a ella ha funcionado una editorial que, así como su salón de tertulias, ha representado la más selecta
modernidad intelectual de su época.
Elegido diputado al proclamarse la república, fundó con Marañón y Pérez de Ayala la Agrupación al Servicio
de la República. A partir de 1936 vivió en Francia, Holanda, Argentina y Portugal. Regresó a España en 1945
y residió (salvo viajes al extranjero, especialmente a Alemania) en Madrid. En 1948 fundó con su discípulo, el
prestigioso Julián Marías, el Instituto de Humanidades.
Ortega ocupó un lugar de privilegio en la historia del pensamiento español de las décadas centrales del siglo
XX. Maestro de varias promociones de jóvenes intelectuales, no sólo fue un brillante divulgador de ideas sino
que elaboró un discurso filosófico de notable originalidad.
Gran parte de su actividad se canalizó a través del periodismo, un mundo que conocía por motivos familiares y
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se adecuaba perfectamente a la esencia de sus tesis y a sus propósitos de animar la vida cultural del país.
Además de colaborar en una extensa nómina de publicaciones, fundó el diario El Sol (1917), la revista España
(1915) y la Revista de Occidente (1923).
En sus artículos y ensayos trató temas muy variados y siempre incardinados en la actualidad de su época, tanto
de filosofía y política como de arte y literatura. Su obra no constituye una doctrina sistematizada sino un
programa abierto del que son buena muestra los ocho volúmenes de El espectador (1916-1935), donde vertió
agudos comentarios sobre los asuntos más heterogéneos.
No obstante, como denominador común de su pensamiento puede señalarse el perspectivismo, según el cual las
distintas concepciones del mundo dependen del punto de vista y las circunstancias de los individuos, y la razón
vital, intento de superación de la razón pura y la razón práctica de idealistas y racionalistas. Para Ortega, la
verdad surge de la yuxtaposición de visiones parciales, en la que es fundamental el constante diálogo entre el
hombre y la vida que se manifiesta a su alrededor, especialmente en el universo de las artes.
El núcleo del ideario orteguiano se encuentra en obras como España invertebrada (1921), El tema de nuestro
tiempo (1923), La rebelión de las masas (1930), Ideas y creencias (1940), Historia como sistema (1940) y ¿Qué
es filosofía? (1958).
Las cuestiones de estética y crítica literaria fueron objeto de sus reflexiones en Meditaciones del Quijote
(1914), Ideas sobre la novela (1925), La deshumanización del arte (1925), Goethe desde dentro (1932), Papeles
sobre Velázquez y Goya (1950) e Idea del teatro (1958). Permanentemente cercano a la realidad inmediata,
abordó los asuntos políticos en Vieja y nueva política (1914), La decadencia nacional (1930), Misión de la
universidad (1930) o Rectificación de la República (1931).
Su estilo, más cerca de la prosa literaria que del discurso filosófico, posee una brillantez expositiva en la que
reside una de las claves del éxito y difusión de sus libros”.
Para completar el punto 5.1.1. es necesario que repases lo que has estudiado en la asignatura
de Historia de España de este año. Presta atención a los siguientes elementos:
- Crisis del 98
- Crisis de la monarquía / Dictadura de Primo de Rivera
- República / Guerra Civil
- Régimen franquista.
4.2.2. Contexto cultural y filosófico de José Ortega y Gasset.
Actividad 2) Pensadores que influyeron en Ortega y Gasset
Para estudiar el punto 5.1.2. será necesario que leas algunas páginas de tu libro. Sobre
Descartes y Nietzsche ya sabes algo, vamos a ampliar información añadiendo algunas
influencias más que tuvo José Ortega y Gasset.
- Existencialismo: Heidegger y Sartre, pp. 395-396
- Hermenéutica: Dilthey, p.406
4.2.3. Temática de la filosofía de José Ortega y Gasset.
Actividad 3) La doctrina del punto de vista.
El texto de José Ortega y Gasset se estudiará con el apoyo de la guía de lectura. Además
tendrás de apoyo una página que explica la estructura, contenidos y origen del libro a leer.
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Deberás ir haciendo un esquema del contenido el texto y deberás apuntar los fragmentos que
te son de más difíciles de comprender para preguntar al profesor.
Actividad 4) Raciovitalismo
El punto 5.1.3. se trabajará con las páginas 426-430 de tu libro de texto y que explican,
someramente, las ideas fundamentales de Ortega y Gasset.
Actividad 5) Actualidad de Ortega y Gasset.
Para completar la Unidad Didáctica debemos plantearnos contrastar a Ortega y Gasset con
otros pensadores. Llevamos ya muchos estudiados en el curso y tal vez no merezca la pena
añadir más. Estado al final del curso, como ahora estamos la actualidad de Ortega y Gasset
hay que verla vinculada a todo lo estudiado en la Unidad Didáctica 4 referente a la crítica a la
modernidad. Ortega y Gasset, a su estilo, también contribuyó a ella, sin embargo él pretendía
encontrar un término medio entre el dogmatismo del racionalismo y el subjetivismo del
relativismo, algo que habría que debatir si es posible y/o si hoy se ha conseguido.
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GUÍA DE LECTURA
TEXTO DE ORTEGA Y GASSET
El tema de nuestro tiempo, Capítulo X. "La doctrina del punto de vista".
* Cultura y vida son dos poderes que constituyen la existencia. Bien entendidos su antagonismo
desaparece.
- Hasta ahora sí han sido antagónicos: racionalismo y relativismo.
- Hoy es necesaria una síntesis nueva.
* El antagonismo se ve claro en el conocimiento: oposición entre sujeto y realidad.
- Sin embargo podemos ver que lo que sucede es que el sujeto filtra la realidad;
percibiendo unos datos y otros no.
- La visión y el oído son ejemplos elementales.
* Los puntos de vista, de los sujetos y de los pueblos, son todos válidos, en tanto ninguno
corresponde a un conocimiento completo y "verdadero" de la realidad.
- La realidad sólo puede ser vista desde puntos de vista parciales, no existe como
"modelo ideal".
- Conocer la "realidad en sí", tal y como es, como si existiese al margen de los sujetos
que la conocen, ha sido la pretensión hasta ahora de la filosofía.
- Cada punto de vista parcial, unido a los demás, constituiría el mosaico de lo que
llamamos la "verdad absoluta", pero eso sólo es accesible a Dios.
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