pasado y futuro del hombre a causa de la contaminación ambiental

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PASADO Y FUTURO DEL HOMBRE A CAUSA DE LA
CONTAMINACIÓN AMBIENTAL
Dolores García Galindo*
Gaspar Evaristo Trujano**
* Lic. En Economía por la UNAM, Maestra en Ciencias en Educación Superior por la UNAM (Pendiente de Titulación),
Catedrática en Economía con especialidad en Formulación y evaluación de proyectos, becada por COFAA y EDD IPN. Experiencia docente por 25 años, Directora de Tesis a Nivel Profesional, Experiencia Profesional de 18 años en el Sector Público.
** Ingeniero Químico Industrial por el Instituto Politécnico Nacional (ESIQUIE), Maestro en Ciencias Administrativas
por el Centro Universitario México (CUM), Doctor en Ciencias por Western Pacific University, Doctorante por el Instituto
de Estudios Universitarios de Administración Pública (IESAP), Director y Asesor de Tesis de Licenciatura en: Ingeniería
Industrial y Administración Industrial, Becario por exclusividad de COFFA y EDD IPN coordinador y director del proyecto, Catedrático por 30 años en el IPN, Asesor de empresas agroindustriales, Experiencia en control estadístico de procesos,
control de calidad y sistemas de gestión de la calidad.
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Pasado y futuro del hombre a causa de la contaminación ambiental
RESUMEN
Pasado y
futuro del
hombre a causa
de la
contaminación
ambiental
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Mucho se ha hablado del deterioro ambiental
en todo el mundo; pues estamos siendo víctimas de nuestra propia destrucción. En los últimos años hemos sido testigos de grandes
catástrofes de fenómenos naturales presuntamente detonados por los cambios climáticos y deterioro ambiental como por ejemplo
tsunamis, sismos de grandes magnitudes,
inundaciones, descongelamiento glacial, incendios forestales, desertificación y otros.
Existe consenso en que la humanidad en todas
sus épocas, pero sobretodo en la última caracterizada por la rápida evolución y crecimiento
de la industria dependiente de los energéticos
fósiles, es la causante de esta situación. Puede señalarse que la posición de nuestro planeta y las fuerzas electromagnéticas en relación
con el sol, también deterioran nuestro medio
ambientar. Lo anterior es necesario destacarlo
para crear conciencia en nuestra sociedad, y ser
cuidadosos con nuestro medio ambiente, independientemente de que este comportamiento
haya sido generado por la formación cultural
que viene acompañada con el desarrollo industrial. También es cierto que el momento
actual es el adecuado y la última oportunidad
para tomar medidas que contrarresten estos
efectos, logrando así algunas mejoras en beneficios de las generaciones futuras. Por todo
lo anterior, en este trabajo de investigación, se
tiene el propósito de realizar un registro de las
advertencias que desde décadas atrás científicos ya habían formulado sobre fenómenos de
ayer que tienen efectos sobre el entorno actual.
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El crecimiento de la población
mundial.
postergar esa destrucción y volar más alto,
pero sólo para caer más lejos?
En las enseñanzas prácticas de antaño nos
motivan los maestros al decirnos: unas bacterias en tubo de ensayo, junto con sustancias nutritivas y oxígeno se reproducirán en
forma explosiva, duplicándose el número
de microorganismos cada veinte minutos,
aproximadamente, hasta formar una masa
compacta, visible. Pero al fin cesara la multiplicación de los microbios, que se envenenarán con sus propios productos de desecho. En el centro de la masa se apreciara un
núcleo de bacterias muertas y moribundas,
a las que priva de alimento y oxigeno da
densa barrera de sus vecinos. Todos los microorganismos terminarán por morir, si no
se eliminan los productos de desecho.
El hombre sólo integra una de entre un
millón de especies que pueblan el mundo,
a pesar de lo cual consume hoy más alimentos que el conjunto de los animales terrestres. En líneas generales, el número de
individuos de una especie es inversamente
proporcional a su tamaño. Por razones obvias, en el mundo hay muchos más mosquitos que elefantes. Debido a su tamaño
el hombre fue en otros tiempos una especie poco numerosa, hasta el punto en que
la población humana en la edad de piedra
se ha estimado en un millón de individuos
aproximadamente. Según datos que poseemos, el hombre de Neanderthal se hallaba extendido a razón de un individuo por
cada cinco a trece kilómetros cuadrados. Su
número estada condicionado, por la densidad y la distribución de la caza y los vegetales comestibles, así como por los riesgos de
perecer ante un ataque de un animal salvaje
o de una enfermedad. El género humano se
limitaba generalmente a reemplazar sus individuos; y, si en su racha de circunstancias
favorables hacía crecer a la población, ésta
disminuía en seguida a causas de los abortos, la infanticidios y otros factores semejantes. Durante el periodo interglaciar sin
embargo, se produjo un cambio espectacular: gracias a una serie de adelantos técnicos, el número de seres humanos comenzó
a aumentar paulatinamente.
La humanidad se encuentra hoy en una
situación parecida. La población crece de
forma acelerada y los productos de desecho
de la tecnología empiezan a cobrar su tributo. Las sustancias que envenenan el aire
y las aguas no son tan solo un lamentable
derivado de la técnica, sino que constituyen
una amenaza para la vida, precisamente a
causa de haber sido tan increíblemente acelerado su crecimiento. Esas sustancias forman parte del mecanismo de compensación
con que la naturaleza trata de limitar el desarrollo excesivo de los seres vivientes.
La limitación de la población humana
es algo que debe ocurrir cuando las complicaciones a gran escala resumen abrumadoras. Si nos guiamos por las experiencias
observadas en otras especies, la población
descenderá a un tercio de la cifra máxima.
Todas las especies presentan cada cierto
tiempo periodos en que la población sufre
aumentos considerables, fenómeno que termina siempre con una drástica limitación.
¿Puede ser el hombre la única excepción,
o bien su capacidad técnica le permitirá
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De todos modos, hasta 1850 la población
del mundo no llegó a los mil millones de
seres humanos, sino hasta 1930, es decir,
ochenta años después. En 1960 se llegó a
los tres mil millones, en un lapso de solo
treinta años. El cuarto millar de millones se
completó hacia 1975, quince años más tarde.
Por lo tanto, la rapidez en el crecimiento de
la población se incrementó pues se alcanzaron los cinco mil millones de habitantes
hacia 1985; se pasó a seis mil millones entre
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1993 y 1996; y actualmente en el año 2011 se
está por alcanzar la cifra de 7 mil millones
de habitantes en el mundo. El crecimiento
poblacional en el periodo de 1950-2000 fue
aproximadamente el 130% más del doble
que en el periodo 1900-1950.
Alguien pudo llamar a este fenómeno
una explosión demográfica; sin embargo,
el término está asociado a un proceso en el
que no podemos llamar a esto explosión de
la población, ya que en ese caso, las partículas pierden velocidad conforme se van alejando del centro del fenómeno. Aquí, por el
contrario, la velocidad aumenta constantemente. Es evidente que esta expansión no
puede continuar indefinidamente a semejante ritmo, aunque tampoco se ve ningún
signo de que vaya a decrecer. En el momento en el que el lector revisa estas líneas la
humanidad crece a razón de ciento setenta
personas por minuto, aproximadamente.
Así pues, si ahora tenemos problemas
de hacimiento, contaminación y precario
equilibrio de los elemento naturales, ¿Qué
ocurrirá dentro de treinta años, más o menos? Resulta una claridad meridiana que, a
menos que sobrevenga o se produzca un
cambio radical, la situación llegará a ser literalmente intolerable. Las consecuencias
de tal aumento del número de seres vivientes serán más graves que el simple deterioro y la contaminación de los alrededores de
nuestras poblaciones. Por el contrario, puede cambiar radicalmente el clima; se puede
alterar tan profundamente el equilibrio natural que la vida resulte imposible para el
hombre, en número similar actual, ya que
la existencia humana depende de las otras
especies animales y vegetales de las que se
alimenta, y estos seres, a su vez, de otros.
Pero la existencia no se basa únicamente en
los alimentos; el ciclo vital también se apoya
en las bacterias que destruyen los organismos muertos, y aquellos otros organismos
que devuelven al aire el oxigeno que conUPIICSA, XX, VIII, 58
sumen el hombre y los animales. El riesgo
radica, pues, en toda una delicada trama de
interrelaciones.
Si este es el problema, ¿por qué los científicos no nos lo han advertido hace tiempo?
La respuesta es que si lo han hecho, pero
solo ahora han llegado sus advertencias
hasta el hombre corriente. Se han vaticinado no sólo simples dificultades, sino grandes catástrofes.
La ciencia toma conciencia de la
crisis ecológica.
Pocos hemos tenido la oportunidad de
escuchar o leer lo que decía en 1959 el doctor David Price3, del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos quien manifestó:
“Todos vivimos bajo el temor de que algo
pueda corromper el medio que nos rodea
hasta el punto de que el hombre llegue a
equipararse al dinosaurio, como anticuada
forma de vida”. Y añadía, más amenazadoramente: “Lo que hace más inquietantes estos razonamientos es la posibilidad de que
nuestro destino quede arcado ya unos veinte años antes de que empiecen a manifestarse esos síntomas”
Anteriormente, en 1957, el profesos F. R.
Fosberg4 había establecido una ligera diferencia. “Es muy posible que el hombre no
sobreviva a los cambios del ambiente que
se está creando, bien porque llegue a carecer de recursos humanos, bien por las disputas en torno a esos escasos recursos, o por
la incapacidad de su sistema nervioso para
evolucionar con la rapidez que lo exigen los
cambios del medio ambiente”.
3
Dr. David Price, Secretario del Servicio de Salud
Pública de Estados Unidos (1972).
4
Dr. F. R. Fosberg, (Smithsonian Institution)
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A nadie parecieron inquietar estas advertencias y pasamos por el año de 1968,
en que el Doctor Darling5 quien dirigía la
Conservation Foundation de Washington
(Fundación para la Conservación de Washington), declaró en París, ante los representantes de 70 naciones reunidas para tratar
este problema: “El temor se funda ahora en
la pregunta de si podemos lograr una rehabilitación, o hay causas y consecuencias de
tal repercusión que no podemos controlarlas”, refiriéndose al medio ambiente.
El hecho de haberse convocado esta reunión fue, al menos, una señal de progreso y
los delegados acordaron, con una unanimidad poco frecuente en las conferencias internacionales, tomar una serie de medidas
para solucionar el problema.
Pero estos son hombres profesionalmente relacionados con la salud y la conservación de la vida, ¿Qué se puede decir de los
reacios administradores y gobernantes? El
presidente de la Fundación Ford, en el informe aparecido aproximadamente en la
misma fecha en que se celebró la reunión
de París, escribió: “Nos hallamos en el umbral de nuestra nueva crisis ecológica, debido a nuestra incapacidad para establecer un
equilibrio entre los recursos, su utilización
y nuestras necesidades”. El creador de la
palabra “ecosfera”, profesor La Mont Cole6,
quiso exponer el asunto con más claridad.
En un artículo llanamente titulado ¿Puede
salvarse el mundo? Se lamentaba de la evidente intención del hombre de dañar, más
allá de toda posibilidad de reparación, los
ecosistemas que le sostienen. Y no sólo los
norteamericanos se muestran preocupados,
pues un científico sueco, Goran Lofroth7,
afirma: “Existe la posibilidad de que se
Dr. F. Fraser Darling, (Conservation Foundation)
6
Dr. La Mont Cole, (Cornell University)
7
Dr. Goran Lofroth, investigador de la Universidad de Estocolmo, comité de recursos naturales del consejo para la
investigación de las ciencias naturales Sueco.
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produzca una catástrofe de proporciones
mundiales, si continuamos con nuestras
prácticas actuales. ¿Tenemos que esperar la
evidencia de una catástrofe?, para que nos
decidamos a actuar”.
Si bien podría prolongarse la lista bastante
más, nos limitamos a hacer una más, que corresponda al profesor Barry Commoner, director del Centro de Biología de los Sistemas
Naturales, de la Universidad de Washington.
En su libro Science and Survival8, (La
ciencia y la supervivencia) este científico
declara: “Creo que el efecto acumulativo
de esos elementos de contaminación, así
como su interacción e incremento, pueden
ser fatales para la compleja estructura de
la biosfera. Y como el hombre es, después
de todo, una parte dependiente del sistema,
creo que de no limitar la continua contaminación de la Tierra, llegará al fin a impedir
que este planeta sea un lugar favorable a la
vida humana” no es posible decir nada más
claro que lo que acaba de citarse.
Las anteriores manifestaciones son de
una extraordinaria gravedad, a pesar de lo
cual han causado relativamente poca impresión. Por lo general, los hombres no suelen llevarse sus asuntos como si la vida en
el planeta estuviera a punto de extinguirse.
La amenaza parece demasiado grave para
tomarlas en serio. ¿No estarán exagerando los hombres de ciencia a fin de llamar
la atención? En tal caso, han conseguido
precisamente lo contrario de lo que se proponían. LA segunda posibilidad es de que
sean sinceros; y nosotros demasiado optimistas o carentes de imaginación para escucharles.
Una parte de la dificultad, reside en que
no han formulado sus proyecciones con “La
Barry Commoner (1971). La ciencia y la supervivencia.
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suficiente claridad”. Palabras tales como
“La compleja estructura de la biosfera” resultan demasiado abstractas como para
significar algo para quien no sea biológico,
pues no es muy corriente oír esa palabra
“biosfera”. El objetivo, al escribir este texto,
es pues, hacer que las predicciones resulten
lo más explicitas que sea posible, en el estado actual de nuestros conocimientos. Se
trata de lo que va a ocurrir en los próximos
treinta años, de su examen de los problemas del futuro inmediato. Tiene poco que
ver con el humo de las ciudades y los desechos industriales, y mucho con el clima
y con los grandes ciclos de que depende la
vida.
El límite de la contaminación en la
Tierra.
Así mismo, sabemos que durante miles de
años la humanidad ha vivido en un mundo
cuyos recursos parecían inagotables. Por
muy rápidamente que se cortaran los árboles, la naturaleza sin ayuda ajena, procedía
siempre a remplazarlos. Por muchos que
se pescara, los habitantes de los mares se
podían reproducir rápidamente, Por más
residuos y desechos que se vertieran en los
ríos, los procesos naturales los purificaban,
del mismo modo que purificaban el aire,
sin que afectaran el humo de las hogueras y
otros tipos de combustión. Pero en la actualidad hemos descubierto que la contaminación de los ríos es irreversible por medios
naturales, que los mares pueden quedar
despoblados y que es necesario cuidar y repoblar los bosques, si no queremos que desaparezca. Pero aunque muchos mantengamos nuestro antiguo optimismo acerca del
agua y el aire, Consideramos que siempre
caerá suficiente lluvia del cielo como para
cubrir nuestras necesidades, y que el aire
puede absorber todas las impurezas que
lanzamos a la atmosfera. Y mucho menos
nos inquieta la posibilidad de que llegue
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a faltar el oxigeno. ¿Acaso no hay bastante aire para respirar? Además, y en definitiva, ¿Quién se preocupa del lugar donde
puede prevenir el oxigeno? Y deberíamos
preocuparnos, ya que en la actualidad consumimos anualmente un alto porcentaje de
todo el oxigeno atmosférico, debido a las
numerosas formas de combustión que utilizan; los coches, los aviones, las centrales
eléctricas, gastan oxigeno en cantidades
muy superiores a las que consume el hombre durante la respiración.
Lo cierto es que estamos comenzando a
alcanzar los límites de la capacidad de la
tierra en muchos aspectos. Debemos empezar a mirar con más atención lo que hacemos con elementos tales como el agua y el
oxigeno, como ya se hace con ciertas especies de peces, ciertos alimentos y algunos
minerales que escasean. Estamos llegando
a la conclusión de que la tierra cuenta con
algunos recursos estrictamente limitados.
Estos recursos, a la larga, deben ser regenerados, ya sea por la naturaleza, o por el
hombre. Del mismo modo que la orina del
astronauta se purifica para servir de bebida
y que el aire respirado vuelve a regenerarse para aspirarlo de nuevo, así los recursos
terrestres deben ser restituidos en un plazo
más corto más largo. Hasta ahora ha sido
suficiente el lento proceso de regeneración
de la naturaleza, junto con la consecuencia
de que las reservas de elementos eran muy
abundantes. Pero los márgenes van siendo cada vez menores, y los seres humanos,
cada vez más numerosos; por lo que exigirán mayores cantidades. Entonces el ritmo
de regeneración deberá acelerarse artificialmente.
Tan sólo disponemos de una delgada
capa atmosférica de unos once kilómetros
de altura; de una fina corteza de tierra, sólo
un octavo de esa superficie es apta para la
existencia humana y de una reserva limitada de agua potable, que continuamente es2012
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tamos usando y agotando.
Del total de agua de la tierra, 1,386 millones de kilómetros cúbicos, alrededor del
97% es agua salada y el 3% agua dulce. Del
agua dulce total, 68.7% está confinada en los
glaciares y la nieve, 30.1% están en el suelo. Las fuentes superficiales de agua dulce
como lagos y ríos, tan solo constituyes 0.9%
de acuerdo a lo que nos indica la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO),
Programa Hidrológico Internacional para
América Latina y el Caribe.
Y en cuanto al subsuelo, consumimos los
minerales y combustibles fósiles a un ritmo
infinitamente superior al que emplea la naturaleza para crearlos. Estos elementos están vinculados entre sí por una compuesta
serie de interrelaciones. El aire contribuye
a purificar el agua; esta irriga las plantas; y
los vegetales ayudan a renovar el aire.
El hombre interviene en este ciclo pero actuando de modo incauto. Por ejemplo, arrasamos los bosques que suministran agua y
oxigeno, construimos embalses y oleoductos que limitan el movimiento de los animales, pavimentamos el suelo y construimos
depósitos que alteran el ciclo del agua. Hasta ahora la naturaleza ha desdeñado estos
ataques como algo insignificante, pero comienzan ya a dejarse sentir los efectos, debido a la magnitud de tales obras.
La esfera en que la influencia humana
se hace más evidente, es la contaminación
atmosférica. Ya estamos empezando a comprender que estamos perjudicando nuestra
salud y la de los animales; y hasta vemos
con asombro que también las plantas resultan perjudicadas. En Estados Unidos, los
daños provocados en los jardines y huertos
se estiman en unos 500 millones de dólares
anuales, sin contar las posibles pérdidas
indirectas resultantes del cambio climático
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debido a la contaminación. Sólo en Florida, los granjeros han tenido que abandonar 60,000 hectáreas de tierra de pastos. La
mayoría de los cultivadores de orquídeas
abandonaron Nueva Jersey porque el etileno de los coches dañaba a las flores. En California quedaron gravemente perjudicadas
4.000 hectáreas de pinares; en las cercanías
de las Cataratas de Niágarra los cultivos se
consideran casi extinguidos. Son estos unos
hechos que sólo han salido a la luz después
de haberse divulgado la legislación sobre la
pureza del aire promulgada en 1967; desde
entonces y hasta la actualidad se han firmado y aprobado una serie de tratados y
acuerdos que no han llegado a culminar sus
cometidos en su totalidad.
En México sucede exactamente lo mismo, sólo que aquí, no hacemos nada para
reparar los daños, al contrario solapamos y
dejamos impunes tales agresiones a la naturaleza que el final nos dañara a todos. Si
hablamos de la contaminación atmosférica,
la perceptible a simple vista, se halla ahora
extendida por el mundo. Cuando el Apolo VIII desde lo alto tomó fotografías de la
superficie terrestre, ¿Dónde aparecieron las
zonas de mayor contaminación ambiental?
No fue en Los Ángeles, que ha adquirido
fama de ser el lugar con mayor cantidad de
impurezas en la atmosfera, sino sobre Osaka y Tokio, en el Japón. En esta zona caen
nueve toneladas de impurezas por casa kilometro cuadrado, contra solo seis y media
en Nueva york. Allí los bosques de cabotaje suelen chocar unos a otro o embarrancar
debido a que ni siquiera ven sus luces de
navegación durante el día, y a que tampoco
resultan visibles las boyas luminosas. Los
policías de tráfico, al regresar a las comisarias después de varias horas de trabajo, han
de respirar oxigeno puro, a fin de eliminar
el monóxido de carbono con que está saturada su sangre. En los cafés y otros establecimientos hay unas máquinas automáticas
que suministran oxigeno, como si se tratara
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de cigarrillos. En las escuelas, y durante los
días en que la sucia neblina es más densa,
todos los niños usan mascarilla de tela incluso mientras repasan sus lecciones. En el
Distrito Federal no tardaremos mucho en
hacer lo mismo.
Esta neblina cargada de impurezas flota
sobre casi todas las grandes ciudades del
mundo, aunque algunas zonas sean especialmente propias: Río de Janeiro, Pekín,
Yakarta, Sidney, la ciudad de México, el
Cairo, Los Ángeles y desde luego, Londres
y Nueva York. Cualquiera que haya cruzado el atlántico desde Europa, habrá podido
notar la densa corona de impurezas que se
observa al llegar a las costa norteamericana;
y así continúa hasta Chicago, por ejemplo,
verán el opaco manto que se ciernes sobre
ciudades como Buffalo, Detroit y Chicago.
La existencia de la contaminación ambiental ya empieza a considerarse como un
grave problema, pero esto es únicamente
una parte del asunto. No sólo se trata de
que carguemos el medio que nos rodea con
gases, ácidos, metales y tóxicos de toda clase, nocivos para la salud, sino que, además,
se produce una alteración del ambiente en
todas las formas imaginables. Suministramos calor a la atmosfera, así como partículas de polvo; despoblamos los bosques
y empobrecemos los campos; diezmamos
numerosas especies animales, arrojamos
basura, provocamos ruidos. Hay un límite
hasta el cual puede hacerse esto sin sufrir
serias consecuencias.
Cuando se vierten desechos de un río, la
corriente los disuelve mientras se trate de
cantidades relativamente pequeñas, y quince kilómetros más abajo el agua vuelve a ser
pura. Pero cuando la cantidad de desechos
es grande, mueren las bacterias benéficas y
el río pierde su capacidad de purificación.
En este caso ya no puede aceptar siquiera
una pequeña cantidad de residuos, pues ha
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quedado destruido el sistema. Lo mismo
ocurre con el medio ambiente que rodea al
hombre; puede aceptar mucho calor y polvo y la tala de muchas hectáreas de árboles,
pero llega un momento en que se alcanza
el límite y entonces todo el sistema natural
se derrumba. A eso se le llama catástrofe
ecológica y aun no sabemos si esta clase
de fenómenos podría remediarse algún día,
tal vez sean irreversibles, o la recuperación
sea tan lenta que en la practica el fenómeno
resulte permanente. La clase de alteración
que mas alarma actualmente a los biológicos no es la sencilla modificación física del
aire o del agua, sino la interrupción de estos ciclos biológicos de causa y efectos.
Al describir un acuario, se puede notar
lo que ocurre cuando los niños no pueden
resistir la tentación de colocar tan solo un
pez más en el recipiente, cuya capacidad de
vida animal ya está saturada con las plantas.
Entonces, justamente ese sólo pez constituye la gota que rebasa el vaso. Se produce
una falta de oxigeno en el agua, y tarde o
temprano sucumbe algún organismo, pesando quizás inadvertida su muerte.
Luego, la descomposición de la materia
provoca una considerable multiplicación
de bacterias en el acuario. El agua se vuelve
turbia, el contenido del oxigeno disminuye mucho más rápidamente, perecen otros
animales y, siguiendo este círculo vicioso,
la suerte de nuestro tan cuidado pequeño
mundo queda echada.
Todo ambiente cerrado contiene organismos vivos, donde se mantiene la existencia,
recibe el nombre de “ecosistema”. Los acuarios constituyen ejemplos sencillos de esto,
ya que contienen pocas especies y la relación existente entre estos y su medio (cuyo
estudio se denomina Ecología) se comprende con facilidad. La tierra es por, el contrario, un ecosistema amplísimo, que suele llamarse ecosfera en las que las relaciones son
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generalmente tan complicadas que distan
muchos de poder entenderse. Los ecólogos,
por consiguiente, acostumbran a dividir
a la tierra en sectores, como puede ser un
bosque, una pradera, un desierto, y proceden a examinarlos bien sin tener en cuenta
los alrededores, pero considerando el suelo
y el clima tal como se manifiesta localmente.
De vez en cuando se produce algún desastre ecológico, y el desconocimiento de la
delicadeza y fragilidad de los ecosistemas
por parte de la gente es lo que impide comprender la gravedad de las advertencias que
hacen los científicos. La supercontaminación se halla hoy más extendida que la simple contaminación. El dióxido de carbono y
las partículas de polvo que ya comienzan a
afectar al clima se difunden por toda la atmosfera. Sobre la India se encuentra polvo
a una altura de 6,000 metros sobre el nivel
del suelo. También hay insecticidas como
el DDT (dicloro-difenil-tricloroetano, base
principal de los insecticidas) que en el organismo de los indostanos se encuentra en
una cantidad doble de la que se aprecia en
los norteamericanos, que a su vez duplica la
de los ingleses. Tan ampliamente se encuentra difundido ya el DDT por el mundo que
existe incluso en el cuerpo de los pingüinos.
El plomo esta igualmente extendido por el
Océano Pacífico y por el aire que lo cubre,
llegando a concentraciones muy superiores
a las de épocas anteriores a la industrialización. Eso también ocurre en las nieves del
Ártico. El cadmio detectado en los riñones
de los japoneses es mucho más abundante
que el hallado en los norteamericanos. Así
mismo, hoy resulta imposible tomar muestras de agua en cualquier mar sin observar
cantidades apreciables de radioactividad
producidas artificialmente por el hombre.
¿Tiene esto importancia, El hombre ya había abusado del medio ambiente antes que
ahora? ¿La parte de los grandes desiertos
son consecuencias de un deficiente empleo
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den suelo y el agua? ¿El desierto de Rajputana, situado en la India, con la extensión
de seis millones y medio de kilómetros cuadrados, fue una tierra que estuvo en otro
tempo densamente poblada? ¿El suelo se
trabajó exhaustivamente y quedó desprovisto de vegetación, se convirtió en polvo?
¿Esto altero el clima y, en consecuencia disminuyeron las precipitaciones?
En la antigua Roma el granero del imperio fue el norte de África, donde los barcos
anclados allí pueden ver hoy las ruinas de
las poblaciones que fueron prósperas en
otros tiempos. Este proceso continúa actualmente, y el Sahara devora 12000 hectáreas de tierra fértil cada año.
La situación del hombre difiere de la de
las bacterias de un tubo de ensayo en dos
aspectos importantes. En primer lugar, no
se halla solo en su medio, sino que le acompañan millones de especies marinas, cada
una de las cuales depende la otra para su
supervivencia. La aniquilación de las especies útiles al hombre puede perjudicarse
tanto como si el daño le fuera inferido a él
directamente. Además, el ser humano no
vive entre paredes de vidrio inerte, sino en
un complejo medio de aire y agua, de tierra
y de energía. Todo atentado contra este medio repercutirá indirectamente en el hombre, al dañar las especies de las que depende. Ahora bien, si tomamos en cuenta más a
fondo a la población, veremos que la clave
de este problema reside en la supervivencia
del ser humano.
La supervivencia de la especie humana
Si la población mundial fuera diez o
quince millones, podríamos contaminar
el mundo tanto como quisiéramos. El mar
absorbería con facilidad el plomo, el mercurio y cuantos desechos volcásemos en él.
A menos que nos reuniéramos todos en me2012
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dia docena de grandes ciudades, la neblina
nociva no alcanzaría proporciones apreciables. El calor y el polvo que se crearían no
tendrían efectos especiales sobre el clima, y
hasta el problema de las radiaciones seria
de importancia secundaria. Toda la población de la Inglaterra de la época isabelisina podría haberse mantenido con una sola
central nuclear. Si bien, todas las radiaciones provocan algún daño al chocar contra
seres vivientes, las posibilidades de que los
individuos las interceptaran serian relativamente escasas en el mundo menos poblado.
Por el contrario, con una población mundial de 7 mil millones de seres humanos,
incluso una tecnología primitiva ya ha ocasionado y ocasionará desastres y dificultades. Las aguas residuales de esos siete mil
millones de personas no serias despreciables, y los ríos no podrían absorberlas con
facilidad. (Claro está que el mundo no podrá mantener tal cantidad de gente con la
tecnología primitiva, pues se necesitarían
medios eficaces de transporte para llevar
los alimentos desde donde crecen hasta el
lugar de consumo, por no hablar de las fábricas, los abonos químicos y los tractores,
entre otras cosas).
En resumen, cuanto más abunden en el
mundo los seres humanos, más cuidado habrá que tener en lo relativo a la tecnología y
sus productores de desecho, por ser menor
el margen de restitución y restauración de
los recursos naturales.
Según las predicciones corrientes, la población mundial, se aproxima a los 9,000
millones hacia en año 2050. Este no es un
cálculo exagerado, ya que todas las previsiones anteriores de los expertos en demografía se han visto rebasadas, sin que
haya habido una disminución en el ritmo
de crecimiento de la población, ni se aprecien señales de ellos. Esta población enorme como es fácil prever estará mucho más
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industrializada en la actualidad. Los países
adelantados incrementarán al menos cinco veces su producción total. Los pueblos
en vías de desarrollo habrán establecido al
menos industrias básicas que respaldarán
buenas carreteras, aeropuertos y centrales
eléctricas, y tratarán de exportar para poder
pegar los alimentos y las herramientas importadas. La tecnología será más variada y
se habrá perfeccionado considerablemente.
No hay duda de que se crearán nuevos materiales de mayor solidez que el vidrio o los
plásticos. Aparte también aparecerán drogas, reactivo y desinfectantes cuyos efector
marginales nadie puede prever. En cuanto a los medios de transporte, constituirán
un renglón fundamental: sobre los lagos y
pantanos se deslizaran los vehículos.
Gran parte de los daños originados serán
a consecuencia de los esfuerzos que será
necesario realizar para alimentar el creciente número de personas, y también para albergarlas. El estrépito de los árboles al ser
abatidos se unirá al estruendo de los explosivos, conforme vayan abriéndose nuevos
canales, puertos y carreteras.
Resulta evidente que este proceso no puede continuar indefinidamente. ¿Cuándo se
alcanzará el límite de saturación? Algunos
sostienen que el mundo puede soportar
quince mil millones de seres humanos.
Otros, lo menos, amplían esa cifra hasta
los treinta mil millones. La primera cifra
puede alcanzarse en vida de los que ahora existen, de modo que el problema no es
puramente teórico. Es nuestro parecer que
a ese límite se llegará antes de que la población alcance las cifras mencionadas; quizá
bastante pronto.
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La imaginación para la supervivencia de la especie humana.
Como es natural, a medida que el problema vaya haciéndose cada vez más apremiante, el hombre procurará solucionarlo
con todos los medio de que disponga. Pero
esto no es fácil debido a que aún se ignora
bastante acerca de las interrelaciones que en
delicada trama condicionen nuestro medio
ambiente. Tal vez la naturaleza establezca
un límite mediante las plagas, las guerras
y el hambre, que constituyen los conocidos
medios naturales de control de la población.
Cualesquiera de estos factores, o los tres
combinados, pueden limitar el aumento del
número de seres humanos antes de que se
produzcan un colapso en el medio ambiente, con lo que tal vez se le dé un respiro a la
humanidad y una nueva oportunidad para
repetir sus locuras. Ahora empezamos a enterarnos de que la naturaleza conserva aún
otra carta bajo la manga; la disminución de
la potencia genérica y de la fertilidad con
la consiguiente disminución de la natalidad,
en las zonas más densamente pobladas.
Hay muchas probabilidades de que esto
ocurra y existen indicios de que de hecho,
ya está sucediendo en muchos lugares.
En conclusión, creemos que el hombre
superará la mayoría de los peligros descritos, pero a un costo tremendo y por un margen escaso. También me temo que, entonces,
la vida no valdrá mucho la pena de ser vida.
Mediante un enorme esfuerzo tecnológico,
tal vez el hombre logre recuperar los sueldos empobrecidos, limpiar el aire lo suficiente como para hacerlo respirable y purificar la cantidad necesaria de agua. Quizás
se salve de morir de hambre resignándose a
perder los bisteces, a cambio de algas y petróleo transformado, y deban sacrificar lujos innecesarios como el azúcar y el alcohol.
Tendrán que prescindir del automóvil
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particular y de lujo de la bañera de tamaño grande. Vivirá bajo cúpulas y en túneles
en el Ártico, o en islas artificiales flotando
en el mar, sin conocer el gozo de poseer un
jardín florido o de aspirar el aroma de la tierra y la hierba mojada después de la lluvia.
Si por medio de procedimientos técnicos la
humanidad se ve obligada a aceptar esa clase de vida sin lamentarlo demasiado, ¿Qué
victoria se habrá conseguido? Los escritores
de ciencia-ficción más serios, desde George Orwell9 en adelante, nos han advertido
acerca de ese mundo “La pesadilla en que
el hombre seguirá extendiendo, en medio
de la frustración y la apatía”. ¿Qué satisfacción puede obtenerse en un mundo donde
los ríos no deben ser utilizados para nadar?,
donde no se podrá coger una manzana de
un árbol sin riesgo de envenenarse, donde
la intimidad y la calma serán algo desconocido, lo mismo que el verde de los campos
y el azul del cielo. En un planeta semejante da gente vivirá como las gallinas en una
granja moderna.
Tal parece ser la única solución posible.
¿Hasta qué punto, se debe insistir, será esa
una victoria? Un mundo en que todos tendrán que trabajar determinada cantidad de
horas a la semana para restablecer con cierta aproximación las condiciones que con un
nivel más razonable de población, la naturaleza proporcionaría sin esfuerzo. Es evidentemente una burla de la tecnología. Será
como un aparato técnico que pedalear furiosamente, para permanecer en el mismo
lugar, para permanecer en el mismo lugar.
Esta solución sólo es posible si se logra controlar al fin el crecimiento de la población,
estabilizándolo a un cierto nivel. En consecuencia, ¿Qué podemos hacer? El primer
paso, por extraño que parezca, debe consistir en lograr un conocimiento más profundo
George Orwell, su seudónimo de Eric Arthur Blair,
testigo de su época, Orwell es en los años 30 y 40
cronista, crítico de literatura y novelista.
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Pasado y futuro del hombre a causa de la contaminación ambiental
de lo problemas. Aunque la contaminación
hasta cierto punto está llegando a ser al fin
un hecho de dominio público, con lo cual
todos comienzan a luchar un poco contra
este factor, lo cierto es que la preocupación,
en el campo más amplio de la opinión pública, sigue siendo escasa o nula. El tiempo
es nuestro enemigo. No cabe preguntarse:
¿Podemos solucionarlo?, sino, ¿Es posible
hacerlo en el tiempo de que dispondremos
de ahora en adelante, o ya es demasiado
tarde?
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Estados Iberoamericanos para la Educación,
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