Miguel Ángel Jusayú

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Falcón, viernes 10 de octubre de 2014 Año 4 Nº 342
Miguel
Ángel
Jusayú
La palabra ancestral
N
acido en la Alta Guajira en la población de
Castillete ( 1933), Miguel Ángel Jusayú perteneció a unos de los clanes de la etnia Wayuu,
donde pasó su infancia entre juegos, pastoreando ovejas y atesorando cada palabra, cada leyenda
que le era contada por los ancianos de su tribu. Sin embargo, en 1945 siendo todavía un niño fue víctima de una
enfermedad en los ojos que lo dejó ciego para siempre,
comenzando así una nueva etapa en su vida.
A través del lenguaje Braille comenzó su encuentro con
la palabra escrita y es a partir de esa enseñanza cuando
la máquina de escribir fue su mejor aliada y comenzó a
relatar todos los cuentos wayuu que le fueron dichos por
sus ancestros, así como los vividos por él, ejemplo de eso,
fue el cuento que tituló “Ni era Vaca, ni era Caballo” donde relató como fue su primera experiencia al escuchar por
primera vez el ruido de un camión en la Alta Guajira.
Su fuerza de voluntad y el amor a su cultura lo llevaron a recoger todos los cuentos y las letras del lenguaje
de su etnia que lo condujeron a plasmar el diccionario
wayuu y otras obras donde se destacaron su profesionalismo y su estilo como lingüista , hasta convertirse en
el gran escritor de los wayuu, a pesar de que solo llegó a
estudiar hasta sexto grado.
En términos generales, la obra narrativa bilingüe de
Miguel Ángel Jusayú es oral literaria, resultado de una
inmersión en las artes verbales orales y su posterior transcripción y reelaboración mediante la escritura fonética
literaria. Entre sus múltiples obras pueden destacarse:
Relatos Guajiros I y II, Taku’jala: lo que he contado; Autobiografía; Kanewa, el árbol que daba sed; “Ni era vaca,
ni era caballo”, el Diccionario sistemático de la lengua
guajira: guajiro-castellano y “Morfología de la lengua
guajira”.
En el año 2006 le fue otorgado el Premio Nacional de
Literatura, reconocimiento al que se le sumó a otros tantos recibidos en su carrera literaria, como el Premio Regional de literatura “Jesús Enrique Lossada” del Zulia, y
el Doctorado Honoris Causa de la Universidad del Zulia,
entre otros.
El próximo 12 de Octubre día en que celebramos el
encuentro de las culturas indígenas e hispana, Letra Viva
rememora y resalta la palabra originaria de nuestros pueblos ancestrales.
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el gran comunicador wuayuu
Morelis Gonzalo
J
usayú es considerado el padre de la lengua wuayunaiki
(lengua de los wuayuu) no
sólo porque escribió y sistematizó su gramática, sino porque
además estaba recopilando su léxico contemporáneo donde buscaba
reflejar la episteme guajira, en un
diccionario que ya había tenido su
primera versión en el año en 1988,
con el apoyo de Jesús Olza Zubiri y
el centro de Lenguas Indígenas de la
Universidad Católica Andrés Bello
y el cual aspiraba concluir dentro
de 15 años, cuando él cumpliera 95,
pero Maleiwa (Dios wuayuu) dispuso otra cosa.
Escribía Pipo Álvarez, lingüista
de LUZ, que “Toda la Guajira está
presente en Miguel Ángel Jusayú “
y agregaba que “como el Homero de
los griegos, mira hacia adentro y recoge cantos y palabras” pero más allá
de esta comparación con el griego,
está el hecho ineludible de que Jusayú, al igual que Juya (el dios lluvia
de los wayuu) “ plena toda La Guajira con su abundancia, llenado sus
jagueyes y haciendo desbordar sus
quebradas con palabras”.
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Jusayú junto con Paz Ipuana,
es sobre todo el gran divulgador de los cuentos y relatos
de los wayuu con “lo cual
ha logrado dar el primer gran paso hacia
la construcción de la
lengua guajira literaria escrita” puntualiza el investigador. En ellos
abundan las temáticas biográficas, anecdóticas,
transformación
de hombres en
animales y seres
sobrenaturales.
Es entonces,
desde esta dimensión, donde
Miguel
Ángel,
el niño Shua, no
solo se convierte en
el padre de la lengua wayuu, sino en el
gran comunicador de
esa cultura, generadora
de un gran diálogo entre
los hombres y mujeres de
esa etnia, la más numerosa de
la cuenca del Caribe, la que pudo
sobrevivir al genocidio español encabezado por Colón.
Los relatos Wuayuu forman parte
de esa producción inicial de elementos comunicacionales, no tomada en
cuenta en los estudios seminales de
la comunicación en América Latina
y que, tan acertadamente ha revalorizado Luis Ramiro Beltrán y otros
investigadores en el libro “ La comunicación antes de Colón” en donde,
destaca el periodista Washington
Uranga de Pagina 12 de Argentina
(http://www.pagina12.com.ar/diario/
laventana/26-126390-2009-06-10.
html) resalta la idea de “que los estudios sobre esta parte del mundo sólo
han contemplado hasta el momento
-salvo pocas excepciones también
consignadas en la investigación- la
historia de la comunicación a partir
de la introducción de la imprenta
por los conquistadores en México”
dejando de lado toda una historia de
los pueblos con grafía y sin ella.
Los autores, explica el periodista
Uranga, se dieron a la tarea de discutir el concepto de comunicación,
para sacarlo de la reducida mirada
que lo restringe a los medios y, en
cambio, lo vincula de manera definitiva con la cultura. En el trabajo se
señala que la comunicación de los
pueblos originarios de estas tierras
se dio a través de dos grandes modalidades: entre la persona y el grupo
social y entre el individuo y su mundo natural-religioso.
Entre los aspectos que se destacaron como tipos y formas de comunicación de los pueblos originarios, destacan la poesías y relatos
(comunicación oral); danzas, rituales y teatro (comunicación gesto
espacial-sonoro); quipus, tejidos,
quilcas y pallares (comunicación
escrita); piedra, cerámica, orfebrería, platería, tokapus, tejidos y sellos
(comunicación iconográfica) y lugares sagrados, monumentos, plazas,
estelas, portadas, caminos y correos
en la ciudad (comunicación espaciomonumental) puntualiza W. Uranga.
Miguel Ángel Jusayú, no sólo es
entonces la persona que sistematizó
la lengua Wuayunaiki sino y sobre
todo, es el gran comunicador que
difundió por el mundo la cultura
de esta etnia para el disfrute de los
Wayuu y de los alijunas (persona no
indígena) asegurando de este modo,
por un lado la permanencia de esta
cultura y por otro, dando a conocer
el poder identitario y subversivo que
tiene los cuentos y leyendas de los
pueblos originarios “ al agudizar la
imaginación y creatividad de nuestros pueblos en términos radicalmente distintos de las lógicas que
nos dominan” tal como afirma Jorge
Pocaterra, impulsor de la educación
intercultural y traductor de la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela al wuaynaiki.
RELATO DE UN CONEJO
Y UNA ZORRA
Miguel Ángel Jusayú
S
e dirigía el conejo una
vez como hacia allá a
cierto lugar. Encontró de
pronto de paso por el camino un dato. Lo tumbó, se manchó
las manos y alrededor de los labios.
Pues bien, se detuvo de paso donde
una zorra parida con sus manos enrojecidas. “Epa, nieto mío, ¿dónde te
has encontrado un cardón cargado
de frutos? “ - le dijo la zorra al conejo. “Está por allá, se encuentra lejos
de aquí “– le dijo a ella.
“Caramba, la verdad es que paso
hambre, sería bueno que si me cuidaras los hijos para que yo vaya a
buscar datos “– le dijo la zorra al conejo. “ Hágalo, abuela, y yo cuidaré
a tus hijos mientras estés ausente; y
les prepararé mazamorra para que la
tomen “– le dijo a ella.
Pues bien, muy de madrugada
se levantó la zorra, exactamente al
primer canto del gallo. “Despierta
ya, hijo mío, que ya me voy a ir. Cuídame bien a mis hijos; que si me va
bien volveré cuando el sol se esté ladeando (de dos a tres de la tarde) y si
hubiere escasez de datos, no volveré
sino cuando el sol ya se está ocultando” – le dijo ella al conejo antes de
partir. Y se fue la zorra hacia por allá
con la mochila colgando.
Pues bien, el conejo empezó en
seguida a cocinar a poco de irse su
abuela. Mató uno de los que estaban
a su cuidado; lo salcochó y lo dejó
preparando para comida de su madre. La zorra regresó cuando el sol
estaba ya para ocultarse. En realidad,
ella pudo traer unas mochilas llenas
de datos. “Abuela, yo he cocinado
para ti. Por aquí pasaron unos cazadores. Me pidieron agua de paso; y
de una vez me dejaron un muslo de
venado. Precisamente es lo que te he
preparado “- le dijo el conejo a ella. “
Aquí está, come pues mi guiso, abuela. Con respecto a tus hijos, están saciados, me he adelantado a darles
caldo” – le dijo el conejo a la zorra.
Y comió. Ahora bien, después que
terminó de comer mando al nieto a
buscar a sus hijos. “Sábete que yo no
tengo fuerza abuela, te los traeré una
a uno” – le dijo el conejo a ella. Y él
lo hizo así, le trajo primero uno solo
a la madre. Y el conejo lo llevó de
nuevo. Y va a buscar otro; el conejo
hizo 4 viajes acarreando zorritos. Según cuentan, aquella zorra no tenía
sino 4 hijos.
Pues bien, al día siguiente nuevamente la zorra se fue a buscar datos.
Se levantó en la madrugada cuando
todavía era densa la noche; como
cuando se había ido la otra vez. Pues
bien el conejo empezó a salcochar a
poco de haberse ido su abuela.
En aquel día la zorra no volvió sino muy tarde. “Sí, estoy muy
cansada. Búscame a mis hijos para
amantarlos” – le dijo al nieto en
cuanto llegó. Y él se los acarreaba,
como lo había hecho antes. Ella comió entonces después de amantar a
los hijos. Ahora bien, cuando comía
“tachón, tachón, tachón” – la parecía
que le sonaban a ella sus dientes.
“¿Por qué sonarán así mis dientes?”
– le decía ella al conejo.
“¡Caramba! ¡Pues a mí también
me suenan así los dientes!” – le dijo a
ella. A la mañana siguiente salió otra
vez a buscar datos y de igual manera
se salcochó el conejo a otro zorrito
durante la ausencia de su madre. Al
regresar le dio de comer el guiso que
había preparado. Pues bien, ya por
fin, “nieto búscame a mis hijos para
que mamen” – dijo la zorra. “Pero,
¿qué es lo que vas hacer con ellos?
Yo ya lo he hartado de caldo y no
necesitas que les des de mamar”- le
dijo hipócritamente el conejo. “Mira,
abuelita, en tu ausencia llegan a menudo los cazadores. No pasan sin
más, sino que siempre me dejan un
pedazo de las presas de caza. Eso es
precisamente lo que te preparo siempre como comida cuando llegas” – le
dijo de nuevo. Pues bien, ya en lo ultimo, “yo voy al monte abuela; voy a
evacuar, que ahora vuelvo”- le dijo el
conejo a su abuela. Pues bien, cuando apenas se hubo alejada de la zorra
grito: “Zorra, te he hecho comer a tus
hijos kohu” – le decía gritando. “¡Caramba! ¡Con que realmente lo que he
comido es hijo mío! ¡Qué desgraciado es este pedazo de conejo que me
ha hecho de comer a mis hijos” – decía la zorra corriendo tras su nieto!
Pues bien el conejo corría delante
de su abuela. Se alejaba estrellándose contra la maleza y ella no lo dejaba. Pues bien, un poco más allá se
metió el conejo rápidamente dentro
de un hueco. ¡Caramba! ¿Que será
lo apropiado para él? - dijo luego la
zorra. Hágame el favor mamá abuela, quédese cuidando este hueco
que aquí dentro se ha metido muy
rápidamente un conejo que yo venía
persiguiendo. Que mientras tanto yo
voy a ir allá para buscar algo para
cavar le dijo entonces a una cataneja
que se hallaba posada por allí cerca. “Cuídamelo, que si no será a ti a
quien golpearé por el pescuezo” – le
dijo ella antes de partir.
Pues bien, durante la ausencia de
la zorra sacó el conejo un poquito la
cabeza “Mamá, ¿Qué es lo que tienes
en el ojo? A mí me parece que es guazábara, abre bien el ojo para que la
vea” – le dijo a la cataneja. Entonces
la cataneja abrió bien el ojo ante él.
“¡jij!” – le echó guazábara en el ojo.
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Pues bien, la cataneja se revolcó del
dolor del ojo. El conejo se había salido inmediatamente mientras ella estaba allí revolcándose, y se fue como
hacia allá.
Pues bien, llegó poco después la
zorra con un instrumento de cavar.
“¡Que hubo! ¿Está aquí o no el que
cuidas? – preguntó al llegar. “Sí,
aquí está él, es un malvado; me ha
echado en el ojo algo muy doloroso”
– le dijo la cataneja. “Ahora mismo
pagará ese desgraciado su maldad” –
dijo la zorra cavando. Y en realidad
hacía mucho que se había ido el conejo, no lo encontró en el hueco.
Pues bien, la zorra no cejó en la
persecución del conejo. “¡que malvado es!, no importa que se haya escapado, llegará un día en que pagará
sus fechorías” – decía rastreando sus
huellas.
Pero el conejo se le escapaba continuamente, ya al fin desistió de él.
“¡Que rabia con él, que me ha hecho
comer a mis hijos! Ya llegará el día
en que también me comeré a él” decía la zorra furiosa.
Así fue antiguamente y esa es la
causa por qué la zorra no puede ver
ahora a un conejo. Si lo ve, se lo traga.
TOMADO DEL LIBRO Achi’kí,
relatos guajiros.
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E
n aquel día yo era pequeño. Era yo el único
que estaba, no había en
la casa otro muchacho
conmigo. Mis familiares me querían
mucho: mis abuelos y mis abuelas.
Ellos no me tocaban ni me hacían
nada, me acariciaban: “nene, nene”
–me decían ellos. ¡Quién sabe qué
edad tenía yo en aquellos días! Pues
no había nadie que llevase la cuenta
de la edad.
Nosotros estábamos viviendo en
lo alto de una colina; no me acuerdo
dónde fue eso. El mar estaba situado al este, cerca de nosotros. Había
unos cerros situados al oeste y al sur
de nosotros; tenían los cerros muy
buen aspecto y los veíamos azules
desde casa. Al lado norte, en lo alto
de una loma, había un cementerio
llamado Wülísimou. Había un arroyo al lado oeste de nuestro rancho,
llamado Kule´matamáana ( lugar de
las sonrisas) . Por el lado sur vivían
unas personas.Como hacia el sureste
había unas grandes sementeras, que
eran nuestras, llamadas Chalítpia.
El rancho nuestro estaba rodeado
de vegetación, no estaba ubicado en
un lugar despejado. Había alrededor
muchos árboles tales como: matas
de cují, matas de dividive, matas de
guamacho y también cardonales y
tuneros.
Ahora bien, cuando ya yo estaba
un poquito grande, “¿qué será mejor
para el niño?” –decía el hombre de
quien yo era hijo. “Lo mejor es que
yo le dé animales; conviene que yo
busque ovejas para que él las pastoreé” –decía él. Y así lo hizo, trocó
una yegua por unas borregas; eran
unas ovejas de un hombre llamado
Órrou.
Después trajeron al rancho unas
veinte borregas hermosas. “Sí, aquí
tienes unas ovejas para que las pastorees. Tendrás que ser diligente detrás de ellas; no las vayas a desatender, las tienes que querer. No tienes
que estar allí junto al fuego en las
topias, contemplando la olla. Sábete que tener animales es lo mejor; si
no tienes animales, tendrás que estar mendigando por ahí la leche de
animales ajenos” –me decía mi padre
cerca de las ovejas. Él me encarecía
las ovejas, ellas son traviesas cuando
uno las tiene como animales de cría,
no son como las cabras. Si se las des-
NI ERA
VACA,
NI ERA
CABALLO
Miguel Ángel Jusayú
cuida un poco se echan a perder; se
extravían de pronto; algunas veces
vuelven a la casa; otras veces duermen fuera, en el campo; otras veces
se dispersan; otras veces se ligan o
mezclan con ovejas ajenas y de ahí
se las comen. Pero las cabras, cuando se las cría, no necesitan tantos
cuidados. El único trabajo que dan
las cabras es abrirles tempranito el
corral después del ordeño y recogerlas en el corral cuando ya se está
poniendo el sol y ya están de regreso
del campo.
Pues bien, las ovejas me fueron
entregadas cierta tarde. Las colocaron cerca del rancho, debajo de un
cují. Yo estaba muy alegre con ellas,
estaba pasmado de admiración. No
quería apartarme de ellas, a la hora
de comer me llevaba junto a ellas la
comida. Por aquellos días no habíamos tenido ovejas, lo que habíamos
tenido en abundancia eran las cabras.
Ahora, después, cuando empecé
a pastorear las ovejas, tenía yo por
costumbre ir todas las mañanas al
monte. Siempre me hacían levantar
tempranito; y en seguida me mandaban con el rebaño que pastoreaba.
Cuando era pequeño no solía andar
por el monte sino que siempre permanecía en la casa. Antes no había
conocido los lugares o parajes retirados de la casa; lo único que conocía
eran los alrededores cercanos de ir a
buscar la leña e ir a buscar el burro.
Pues bien, muy a los comienzos,
temía perderme en el monte juntamente con las ovejas; por eso les
hacía dar vueltas cerca por los alrededores de la casa. Más tarde ya las
conducía a sitios más apartados, las
llevaba a donde había pasto.
Estaba siempre en el campo con
las ovejas. Solía hacerlas llegar a la
casa al mediodía; yo las agrupaba
debajo de unas matas de dividive
donde ellas rumiaban. Me daban de
comer a mí en cuanto llegaba. Descansaba un rato para ir de nuevo al
monte con las ovejas. Después de eso
las volvía a traer cuando ya el sol estaba para ponerse y de una vez las
metía en el corral.
Nosotros en nuestra casa, había
veces que hacíamos una sola comida
y en otras ocasiones comíamos hasta
tres veces al día. A veces se pasaba
hambre en casa; y otras veces había
comida abundante. Solíamos beber
leche de cabra hervida a la mañanita
y al anochecer. A veces tomábamos
mazamorra de leche, hechaunas veces de maíz, otras de millo, de baga-
zo de yuca, de aceituna salcochada,
solía hacerse así siempre.
Algunas veces me orinaba en el mismo chinchorro.
Nosotros comíamos de nuestra
cosecha; solíamos comer la carne de
los animales que criábamos. Había
comida, fruto de los lloros en los velorios (El ekírrá o reparto hecho a los
que no siendofamiliares van a llorar
al muerto.) ; otras veces comíamos
con el pago dado por lasmuchachas;
otras veces de lo que pedíamos, otras
veces comíamos comida cambiada
por otras cosas. A veces iba mi padre
al monte a cazar. Si a él le iba bien,
lograba piezas de caza tales como:
conejo, venado, iguana o si no machorro.
Después me daban a mí un fuerte
regaño por aquello. Y dígame cuando escuchaba el ulular del búho y el
aullido del zorro en la noche en las
cercanías de la casa, quedaba tieso
del miedo en el chinchorro. Brotaba
mi orinada sin darme cuenta.
A veces iba de cacería nocturna.
Si le iba bien, traía como piezas de
caza muchas aves, tales como: palomas torcaces, palomas de patas
rojas, palomas nocturnas, tortolitas,
zancalargos o paraulatas, cotorras o
si no también iguanas. Eso lo comíamos sancochado, otras veces asado. Era muy sabroso, lo preparaban
bien; le ponían de acompañamiento
cosas como: yuca, batata, auyama o
si no bollitos.
Cuando yo era pequeño solían
intimidarme o atemorizarme y me
hablaban de unos animales del monte que eran muy malos, tales como:
zorro, búho, y también el oso hormiguero.
“Eso come muchachos, estate
bien alerta con ellos” –se me decía.
“Hay una cosa horripilante y es muy
mala, que se llama yolu´já. El yolu´já
es andariego y recorre los campos y
caminos en las noches; captura a la
persona con la que se topa, no la deja
tranquila” –también me decían. Yo
me creía lo que me decían. Siempre
cuando caminaba por el monte tenía
miedo. Al anochecer me acostaba
en mi chinchorro con miedo. “Que
no me encuentre con algo como eso.
Que no me llegue a mí en la noche”
–pensaba yo en mis adentros. No me
atrevía a levantarme en la noche a
orinar del miedo. Me aguantaba las
ganas de orinar hasta que amanecía.
Cada vez que andaba por el camino, no sentía tanto miedo. La presencia de las ovejas me libraba del miedo. Me preocupaba constantemente
de que mi rebaño estuviese completo
para que no me mandasen al anochecer a mirar entre los rebaños de los
vecinos en busca de alguna que faltaba. No caminaba solo de noche o
cuando el sol estaba nublado; temía
toparme con un yolu´já o con un
búho o si no, con un zorro…….
“Ni era vaca, ni era caballo”
es uno de los cuentos
clásicos y precursores de
la literatura indígena y
wayuu contemporánea. En
el relato podemos escuchar
la voz de un niño pastor,
como fue Miguel Ángel en
su infancia. El protagonista,
aunque inicialmente entra
en shock con la cultura
de los alijuna (los no
indígenas), termina por ser
simbólicamente “devorado”
por el camión-yolu´já, sobre
quien le habían advertido:
“es andariego y recorre
los campos y caminos en
las noches; captura a la
persona con la que se topa,
no la deja tranquila”. Miguel
Ángel Jusayú elabora una
metáfora narrativa del
wayuu tradicional, quien
migra a la ciudad alijuna*
en una especie de atracciónrechazo, quedando atrapado
entre dos mundos, sin
pertenecer plenamente a
ninguno.
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