2 ANTOLOGÍA VIRTUAL ALTAZOR Selección y edición Horacio Valencia 3 Primera edición: ALTAZOR: alta asesoría literaria y discursiva, 2014 Portada: Ana Paulina Lugo Derechos reservados. El contenido de este libro no podrá ser reproducido total o parcialmente, ni almacenarse en sistemas de reproducción, ni trasmitirse por medio sin el permiso previo del editor o los autores. © 2014, Horacio Valencia www.altazor.com.mx IMPRESO EN HERMOSILLO, SONORA, MÉXICO 4 Índice Presentación 6 Minicuentos Daniel Calles / Ese asesino… 8 Diego Chavarría / Jardín cósmico 9 Luis Alberto Durazo / Lecho matrimonial Dannia Lara / Aquel niño… 10 11 Blanca Rosa López / Suseth 13 Adriana Manjarrez / Historias de caballos Alejandra Meza / Males crónicos 14 15 Fernando Mósinet / El hombre que se vio en la necesidad… Lorena Platt / El Sueño 18 Poemas Héctor Apollinar / El cuerpo de la luz Zulema Bustamante / Lluvia 21 Daniel Camacho / Ya no… 22 Guillermo Candros / Invierno Moisés del Cid / Conflicto 23 24 Edith Encinas / En la claridad Ana Espinoza / Tus raíces Silvia Espinoza / Axila… 20 25 26 28 Saraí Mejía / Tu condena 30 Guillermo Pérez / Disfraz 31 Diana Regalado / Fondo de agua oscura Horacio Vidal / Él come solo 34 33 17 5 Relatos Enrique Ban / Is this it? 37 Saturnino Campoy / Farol de la calle… Ramón De la Cruz / Chocolate Edith Encinas / Oscuridad Martín Encinas / Crisóstoma 39 41 45 47 Alfonso Marín / Se alquila alcoba 51 Yolanda Noriega / Palabras con olor a café Joaquín Robles Linares / El enfermo 53 55 María Robles Linares / Confesiones de un secuestro Pablo Sau / Prisionero 60 Horacio Vidal / Helena 65 Ensayos Moisés Del Cid / La poesía 70 Juan Manuel Silva / El caso de Rita Bonaris Biografías 78 73 58 6 Presentación Apreciado lector, con franca alegría y orgullo, te comparto una selección de escritos manufacturados por personas que han pasado por nuestro centro de creatividad. La Antología virtual ALTAZOR, tiene el objetivo de difundir la obra literaria para la crítica y el gozo de otros, tu gozo. Cada uno de los integrantes de esta antología, son hombres y mujeres con cosmovisiones propias, con intereses particulares: cada uno piensa y siente como le da la gana. Es en la libertad y en el pluralismo que se manifiestan al mundo. Llegaron con ganas de escribir y deseos de aprender, pero a lo largo de las diversas sesiones y ejercicios, se dieron cuenta que el único compromiso que asume un escritor es con el propio texto, para lograr la vinculación con el lector, contigo. En ALTAZOR buscamos que los alumnos aprendan herramientas de escritura, también la pasión por la disciplina de un oficio nada fácil. Tú serás testigo (y juzgarás) el dominio de su palabra literaria en cuentos breves, poemas, relatos y ensayos. La calidad radica en ese dominio del discurso y en la propuesta de creación. Estos son las nuevas y diversas miradas de un buen número de escribientes, que están despegando por el fascinante espacio de la tradición literaria. A ellos les deseo más horas de sufrimiento y placer, a la hora de escribir y publicar. A ti, apreciado lector, te agradezco por dar un poco de tu tiempo para indagar en las imaginaciones, los pensamientos y las emociones de los altazorianos en turno. 7 Mini cuentos 8 Daniel Calles Ese asesino… Ese asesino tuvo la suficiente astucia como para clavarle la navaja, en grotesco acto, por detrás, con velocidad y éxtasis, sin que el hombre se diera cuenta. La sangre empezó a brotarle por la boca, y el asesino lo dejó ahí, a que se retorciera como un perro. 9 Diego Chavarría Jardín cósmico Las autoridades reportan que el cadáver del jovencito fue encontrado después de realizar un arduo trabajo de localización en la zona. En medio del espeso matorral de un jardín, evidentemente descuidado, fue descubierto el cuerpo sin vida del niño, cuyo nombre hasta hoy, continúa siendo un enigma. Los vecinos declaran que nadie supo nunca su verdadero nombre, pero todos en el barrio lo conocían como El Principito. 10 Luis Alberto Durazo Lecho matrimonial ̶ Me gustan las nalgas grandes, las manos suaves, lo senos respingados… ̶ Pues levántate y vete con tu madre. 11 Dannia Lara Aquel niño… Aquel niño subió el túmulo y recogió una varita. Pensó que esa era la que había estado buscando. Cruzó el bosque oscuro y titilante. Crujieron algunas ramas. Un graznido desvelado hizo que volviera la cara hacia atrás. Nada. Al llegar al claro, vio sombras en el cielo. Caminó despacio y llegó al montón de ramas que había logrado apilar durante el día. Se sentó contrayendo las rodillas y entre sus pies, colocó una rama, sujetándola; encima, puso la varita y empezó a frotarla. Lo hacía desesperado. Se secó el sudor frío de su mugrosa frente. Un moco resbalo hacia sus labios y lo expulsó con fuerza. A lo lejos se escuchó un quejido. Respiró profundo y tuvo que sonarse la nariz de nuevo, pero ahora casi en silencio. Frotó por un rato. Sus ojos se paseaban por los linderos del bosque. Aguzaba el oído intentando escuchar a lo lejos. Saltó una chispita, apenas reconocible. Entonces su mirada se torvó. El ruido a su alrededor desapareció. Le cubrió una sonrisa que estiraba su rostro y lo descomponía. El cuello se le tensó. A pocos metros, se escuchaban pasos y cosas que se arrastraban hacia él. El silencio se apoderó del bosque. A lo lejos sólo ululaba el viento. Brotó más humo y él con los hombros alzados y las manos como garras, protegió aquella rama y la cubrió de hojarascas que traía entre sus pieles viejas. Entonces sucedió. Surgió el fuego y su cara se volvió enorme. Su cuerpo ya no era el de un chiquillo. Se enderezó tanto que parecía un gigante. El sol ya no estaba en el cielo, sino en la mano de aquel ser humano. Los ruidos, las bestias, las plantas retrocedieron a las sombras más lejanas. Pero una parte del bosque se quedó amenazante. La mano se extendió hacia ella y rozándola, la encendió en su ira. Como castigo no la destruyó sino que entre sus cenizas surgieron las raíces 12 más nobles que, ante la breve y milagrosa llovizna, floreció. Las ramas apiladas quedaron ahí, expectantes. El sol del humano se levantó y replegó los restos del pasado oscuro. La propia sombra enjuta del niño, desapareció. 13 Blanca Rosa López Suseth Suseth levanta el papel que ha llamado su atención. Lo extiende. Lo hace girar en diferente dirección, observándolo. Lo deposita en la bolsa de su pantalón corto. Monta la bici y zigzaguea. Llega a casa de su abuela y le dice: ̶ Mi papá es millonario. ̶ ¿Oh, sí? ̶ responde la abuela. ̶ Sí. Me ha comprado una sirena. ̶ Vaya, ¿y es real? ̶ Sí. Tiene los cabellos rojos. ̶ ¿Y dónde la tienes? ̶ En un tambo con agua. ̶ ¡Oh! ¿Y es bella? ̶ Sí. Tiene una cola de muuuchos colores y quiere mucho a los peces. Suseth, con sus escasos cuatro años, monta su bici y un papel arrugado cae de su pantaloncillo. La abuela lo levanta y lo desdobla; los colores saltan de la hoja igual que los reflejos de las escamas de los peces en el agua. 14 Adriana Manjarrez Historias de caballos Pocas personas conocen la voz de Martín. Si decidió trabajar en una biblioteca, no fue sólo porque le gustara leer, sino porque ahí puede mantenerse callado durante buena parte del día. Cuando alguien le solicita algún libro, él responde casi siempre cabizbajo y nunca jamás sonríe. Si una persona le pide que repita lo que acaba de decir, entonces, levanta una mirada desafiante y alza la voz con el ceño fruncido. Su vestimenta, gris o marrón, entalla su pequeña figura, escuálida y encorvada. Pocas personas, si no es que nadie, conoce su nombre, y entre un grupo de estudiantes, se ha ganado el apodo de marciano. Sobre Martín se cuentan muchas historias dentro y fuera de la biblioteca. La que más ha cobrado fuerza es la que dice que el bibliotecario sólo habla con los niños; con ellos sonríe y que, extrañamente, siempre cuenta historias de caballos. 15 Alejandra Meza Males crónicos Aquella tos fue diferente porque en vez de aire expulsó letritas en cantidades industriales. Juan José supuso que eran restos de todas las palabras que nunca había dicho. Entonces empezó a aprovechar cada acceso de tos para expulsar cantidad de palabras tal, que podría haber armado un volumen de Enciclopedia con ellas. En el baño de la oficina, el elevador, las escaleras, a veces en su escritorio cuando tenía ganas de arriesgarse, ponía a prueba su capacidad expectorante y echaba miles de consonantes y vocales que formaban palabras, antes de diluirse en el aire. A veces disfrutaba cubrirse y sentir pequeños ríos de letritas correr entre sus dedos. Con cada palabra suelta, frase u oración inconclusa, Juan José recordaba algún episodio incompleto de su vida. No obstante, un día le invadió la enorme congoja de sentir que estaba soltando más palabras de las debidas. Fue a la farmacia en busca de algún medicamento que le parara la tos de inmediato. ̶ ¿Tos seca o con flemas? ̶ Con palabras. Mientras caminaba a casa con las manos vacías, se preguntó si algún té y reposo podrían surtir el mismo efecto que un antitusivo. Lo puso a prueba y al parecer le funcionó, pues de repente, un día dejó de toser letras. 16 Ahora sus compañeros de trabajo se preguntan por qué entrará tan seguido al baño. 17 Fernando Mósinet El hombre que se vio en la necesidad… Cada tarde, cuando la música del carnaval por fin cesaba y los extranjeros descansaban en sus hostales, un miserable vagabundo acudía a la fuente, deseando las monedas que las personas arrojaban con la ilusión de que se les concediera el deseo pedido. La noche de la que trata este cuento fue aquella en la que el hombre no soportó el frío. Se adentró en la fuente y, no queriendo robar demasiado, tomó la cantidad de monedas suficientes para comprarse una cobija de cordero. Cuando se dirigía al puesto de las cobijas, sus piernas cambiaron de rumbo y caminaron con voluntad propia. El hombre, con los bolsillos repletos de dinero ajeno, se pasó la noche cumpliendo los deseos inscritos en cada moneda que había recogido. 18 Lorena Platt El Sueño Cuando dormía soñaba maravillas. Soñaba sobre sí mismo, siendo quien en realidad era, esa persona que se esconde y que no se conoce. En el sueño era una persona altruista, piadosa, amorosa e impecable. Astuto también, todo lo podía hacer y él sabía que si tan sólo los demás lo vieran, lo pudiera lograr. Al despertar deseó inmensamente ser esa persona con la que soñaba: sentir la sensación de triunfo de nuevo. Entonces, se volvió a dormir. 19 Poemas 20 Héctor Apollinar El cuerpo de la luz El cuerpo recostado era iluminado tenuemente por la luz que se filtraba por la ventana reflejada en el espejo. La luz oblicua dejaba ver un conjunto de líneas, formas y posiciones; su cuerpo quieto, relajado, plácido, dormido. Se quedó admirándola largo tiempo para grabársela en la memoria, para no olvidar esa imagen continental, ni los espacios íntimos de su cuerpo; para poder recordarlo muchos años después, justo en los instantes previos a la muerte, como una de las últimas imágenes del mundo. Para tener el privilegio de la memoria de sus espacios. De su desnudez emanó una luz obediente a los movimientos de su torso, de su cadera y brazos. Una luz enmarcada en la noche; una noche sin palabras, sin personas, ni actos. Recorrió los contornos de su cuerpo con el ligero tacto de la vista, sin pronunciar palabra, sin comunicarlo, queriendo hablar, pero sin palabras ante esa visión intransferible. Los espacios de la belleza sin otro testimonio que ella misma. 21 Zulema Bustamante Lluvia Minúsculos diamantes líquidos descienden de las albinas esferas de algodón que adornan el cielo. Se deslizan por el viento, mientras rayos y relámpagos ríen traviesos al alumbrar aquella colección de transparentes figuras que armonizan con el grisáceo firmamento, y al unísono, se entrelazan para obsequiar una melodiosa audición, cuando al caer, un susurrante sonido mántrico se libera y serena las almas, los egos, las dualidades. Una niebla de paz se percibe, y el nostálgico perfume a tierra húmeda atrae con su aroma los recuerdos impregnados en el espíritu de cada ser. 22 Daniel Camacho Ya no… Ya no "quiero morir en altamar y con la cara al cielo..." en tu cama sí con tu pelvis de almohada y tus muslos como remos, morir en tu lecho, sin médicos ni rezos, con suero el de tus pechos, con olores a sexo... y sabores de besos... muchos besos. 23 Guillermo Candros Invierno Esa tarde la última del pasado milenio Ana contemplaba el espejo de las montañas ese espejo nevado, ese cristal de hielo. Sentía el frío paso del viento, los lebreles del invierno. Azul era la luz, azul era en los ojos una mirada de espera escuchando el aullido de los lobos el llamado de los cánidos ¿Qué era lo que esperaba? El fin del milenio, la huida de los hielos. ¿Cuánto tiempo esperaría Ana? Ojalá la promesa del amor fuese como la Luna distante, pero clara y segura. 24 Moisés Del Cid Conflicto Al sentir mis manos temblar me entero que soy débil. Mi espíritu no desea abreviarse, mis pensamientos buscan una salida: las pesadillas no esperan al sueño. 25 Edith Encinas En la claridad Vamos al abrazo que nos arropa con ternura donde no hay ayer, ni mañana donde todo es perfecto donde no falta nada donde no falta nadie. Es el acurrucarnos y volvernos uno, uno con el Amor en un vuelo suave de seguridad y cuidado. Flotamos en la luz. Es plenitud más allá de palabras, de música y silencios. Nos damos cuenta de que superamos todo en la paz perfecta, en un sueño dulce, amoroso, eterno… 26 Ana Espinoza Tus raíces Adoro tus montes, ese comenzar a recorrerte entero, palmo a palmo, vello a vello, en silencio y con tus ojos entreabiertos. Con ese zumbido que sólo escuchan los amantes, los entregados por completo, me gusta cuando no disimulas tu alegría del encuentro, de tenerme contigo como gacela que va a tu ritmo. Tienes fuerza y ternura en los brazos, que me elevan y acomodan a tus raíces que me buscan, cuando quieres sembrarte en mí, no hay tregua, es la pasión que se contiene y nos llama. Difuminas nuevos contornos y sombras en mi cuerpo, eres tú el hombre de mis turbaciones nocturnas, el que ensancha arroyos antes dormidos, y descubre en mí nuevas mujeres gozosas. Eres el sembrador de momentos sin olvido. Enséñame cómo se hacen los nudos del amor en el aire, en el justo momento donde se reinventan los motivos, y fluyes hacia mí desde tu espacio más divino. Por eso me rindo ante el martillar de tus caderas, 27 y en nuestros labios se conjugan nuevos elixires, entonces, todo estalla cuando la carne es una sola, y no hay más camino que el retenerte dentro mío. 28 Silvia Espinoza Axila… Axila, esta palabra me da risa. Olote. Verborrea. Satánico, son palabras divertidas. Para navegar por este mundo, hay que transitar con una roja nariz bajo tus ojos, y como Garric, reírle al destino como inquilino de la Cruz del Norte. Para navegar por este mundo hay que entender las leyes de Murphy que aunque me caen de madres, son la verdad destilada en papel. Nada me interesa más que seguir viva en esta vida. Vivo entre zopilotes que revolotean en la comida, entre caramelos de cianuro y té de cicuta, pero… Yo quiero vivir, porque me da miedo morir. Me aterra no saber que hay más allá. Voy a vivir aunque tenga una filosa y brillante navaja cerca de mi cuello. 29 Amores, honores y poderes, no me interesan. Con nadie me interesa quedar bien, ni siquiera con Dios, porque a las personas más buenas, les pasan las cosas más malas, es más, a mí nadie me preguntó si yo quería venir, pero aquí estoy y no me quiero ir. Hay un nudo de ideas en mi cabeza. La vida es una mujer loca y descocada, y es mujer, porque sólo ella puede embarazarse de mil demonios y parirnos en este infame planeta, pero yo… quiero vivir. 30 Saraí Mejía Tu condena Que los filamentos de incoherencia crucen por tu cabeza, y se aten tan fuerte, que sientas su filo. Que su delicadeza te presione y taje entre esponjas de cordura. ¡Qué has hecho de mí, sino un pobre diablo abandonado! Me dejas sin estribos, sin vísceras, sin alma. Descuartizas mi sentir con realismos fingidos, atraes mi naturaleza humana con un nítido cinismo. Que la lástima y el delirio te acompañen, y la sordidez de tus dedos, sea tu cómplice. Que los zumbidos en tus oídos sean eternos, y la tilde de tu rostro sangre. 31 Guillermo Pérez Disfraz Surgiste de la configuración del movimiento de líneas paralelas que cruzan y continúan lo sucesivo de sus puntos hasta donde la nada se esconde entre las cosas. Vestido de concordia apareces envuelto en pliegos de cutis cometes el esfuerzo del inicio con toda la ternura del origen. El tiempo en su disfraz, baja de su nido, sus horas son brazos que te jalan la carne sus minutos son manos que te estiran los huesos sus segundos, dedos de mago que te expanden, su cuerpo se posa frente a ti y creces untado de gracia. Las chispas de sus ojos entran en los tuyos para mostrarte lo antes no visto, la incertidumbre del futuro. 32 Imitas el canto del tiempo con balbuceos que recuerdan moradas de alquimia, que te inventan cada vez. Transmutas, cambias, el universo te reconoce. 33 Diana Regalado Fondo de agua oscura Y no es que sea el refugio, ahí donde se atoran las ramas es el desalojo... el aislante sonido del agua y las sales, es la piel de los árboles que crecen ahí dentro, son las arañas tejiendo danzas silenciosas. Es mi propio cuerpo encerrado y contemplativo, tan de la tierra, cuando todo es un rompecabezas de interminables piezas. Pero de allá vienes, de la unidad, aunque ahora los huesos y la sangre y el pelo; agua, sol, idea carcomida de mis primeras memorias, que lo abarcaba todo, también. Aquí estoy. 34 Horacio Vidal Él come solo Arroz. Arroz blanco. Cae del infinito. Es multitud en el plato. Tibio, caliente. ¿Importa? No. No importa. Como, trago. Es una purificación. Fue mi culpa. Por mi culpa, por mi culpa, por mi estúpida culpa. Templo de oro, arca de la alianza, torre de David. Mi boda. Cae arroz del cielo. Más arroz. Más arroz. Trago, como. ¿Mayonesa? ¿Sal? Sabor. ¿Sed? Sí, sed. Mayonesa. Arroz. 35 Solo. Estoy solo. Arroz en mi boca llena de arroz. Boca llena, mesa vacía. ¿Mañana? Arroz. ¿Pollo? No. Arroz. 36 Relatos 37 Enrique Ban Is this it? I Nadie me vio descender en la verde noche del jardín. Nadie me vio entrar. No me vieron las figuras de bronce ni el tigre ni el simio, no me vio el elefante ni el lagarto ni el centinela. No me vio su tragedia ni su escándalo. Estoy frente a él, retiro con minuciosidad la sábana y la dejo caer. Descubro un cuerpo que es mi cuerpo. Duerme pesadamente, por obligación. Tomo la mano que me maneja y la acaricio. Pronto seremos uno y pronto amanecerá. II Las cámaras de video son omnipresentes, se dice que hay almacenadas más de cien horas del ensayo. No pertenezco a cualquier producción, constantemente resuena que haremos historia. Trabajo con el cantante más reconocido en el mundo. Formo parte de un todo inmutable, formo parte de él. Me convertí en una extensión de su cuerpo: marioneta que pende de una blanca mano. En algunos momentos siento que somos el mismo hombre y que su cuerpo es mi cuerpo. Piensan que soy un loco más que creció viéndolo. Quizá no se equivocan. Recuerdo que mamá me dijo que lo vio, pero que era otro, un pedacito de carbón, tímido, con una sonrisa como luna llena, y que hoy sólo le queda el mote. No me fue difícil creerle. La primera vez que lo vi actuar fue hace doce años: pálido, casi transparente, altivo y dinámico, una ameba asombrosa que bailaba, bailaba y bailaba… que cantaba, cantaba y cantaba. Poco ha cambiado. 38 Fui elegido de entre setecentos participantes. Al final, otros nueve también lo fueron, y desde entonces, ensayamos: bailar, bailar y bailar. Hoy no fue diferente: bailamos hasta consumirnos en la explanada inmensa, en los proyectores, en las toneladas de acero, en los amplificadores, la pirotecnia, y las plataformas móviles, en los cables que se prolongan hasta perderse en una oscuridad infinita. Al terminar, al centro del escenario, nos sujetamos de las manos y formamos un círculo. Él habló, nos dijo que estamos viviendo una gran aventura, el espectáculo más grande del planeta. Poco a poco fuimos desapareciendo. Fui el primero en irme. III El sol hiere como hace un año. Todo hiere como hace un año. La plaza sola. Veo a una jovencita abandonar el bazar de música que está al frente. En su mano lleva una copia en video del epítome de más de cien horas de grabación. Se detiene y le retira el envoltorio. Lo hace delicadamente, con nostalgia, como si acariciara un recuerdo de la infancia. La imagino pequeña, imitando con su hermana mayor las coreografías que bailé, bailé y bailé como hace un año. Ya terminó de retirar el lienzo, lentamente va cayendo, como una sábana. 39 Saturnino Campoy Farol de la calle…. Don Ismael fue muy claro en sus órdenes: ¡Jesucristo no necesitó aire acondicionado para predicar su palabra y en esta casa tampoco lo necesitamos para vivir! La temperatura ambiente rondaba los 40°C y su mujer e hijos no dejaban de echarse aire con sus abanicos de mano. Doña Alicia nunca se hubiera atrevido a pedirle a su esposo comprara un mini Split para la recámara, de no ser porque la hija menor, Alma, se había deshidratado la semana anterior y el doctor recomendara mucho reposo, líquidos y no salir al calor. “Si algo le pasa a nuestra hija, sobre tu conciencia caerá Ismael”. “No le pasará nada mujer, ya se repondrá. Ya verás”. Contestó Don Ismael, al tiempo que pensaba: “Estas mujeres están cada día peor, ¿no saben lo que consumen de energía esos aparatos? Ni loco caeré en las garras de esos bandidos de la Comisión. Ya bastante les pago con lo que consumen el refrigerador y las lámparas, y eso que yo aún utilizo el quinqué de petróleo en mi recámara. El mes pasado pagué más de 200 pesos. ¡Un robo!” Sólo lo tranquilizaba pensar que al día siguiente iría, como todos, a misa de seis de la mañana a Catedral. La homilía y comunión diaria eran su mayor motivación, y claro, también lo ayudaban su trabajo como Director General de la Financiera Regional, las comidas semanales de los martes con el Obispo, y los juegos de dominó los jueves, con sus amigos. Un día recordó que tenía que ir a visitar a su cuñado el notario. Urgía poner en orden su testamento. Ya lo había decidido: el edificio de la financiera, los 40 terrenos de las huertas y las inversiones a plazo serían todos para la Iglesia. “Mi familia estará bien ̶ pensó ̶ . Les dejo, además de la casa, dinero suficiente. Después de todo la casa funciona con menos de 5 mil pesos al mes…”. 41 Ramón De la Cruz Chocolate Ahí estaba yo, sentadito en una silla de madera, sobre un pequeño cojín para que pudiera estar más cómodo, llorando, temblando de miedo, y mirando a cada rato el reloj de pared que colgaba frente a mí. Me encontraba en la dirección de mi escuela esperando a que llegara la hora en que mi madre había sido citada; y estaba allí desde el momento en que había terminado la hora del recreo. Era un niño de seis años, cursaba el primer año de primaria, y no se podía decir que era un niño problema, puesto que siempre tuve dieces en mis calificaciones. Sin embargo, a veces la edad, mi propia inmadurez, o la manera en cómo había sido educado en casa, me hacían pasar malos momentos. En su escritorio se encontraba la señora directora, también esperando de manera impaciente a que llegara mamá. Se encontraba leyendo unos reportes de los maestros y de vez en cuando me miraba para asegurarse que no estaba haciendo otra cosa más que estar cabizbajo y llorando. En eso se levantó de su escritorio y tomo unos pañuelos. ̶ Ten, sécate esas lágrimas –me dijo tajante ̶ . No quiero que tu mamá te vea de esa manera. Tomé los pañuelos y de inmediato se humedecieron como si los hubiera metido en un vaso con agua. ̶ Gracias, miss ̶ apenas si podía pronunciar palabra por mi gimoteo. ̶ Toma un poco de agua para que tranquilices un poco –me lo dijo con toda la autoridad que ella tenía. ̶ Gracias, miss ̶ volví a decir. 42 ̶ Mira, ahí viene tu mamá –dijo la directora, quien miraba por el ventanal que estaba al fondo de la oficina, y se dirigió a la puerta para recibirla–. Apúrate a tomarte el agua y sécate la cara. Terminé con prisa el agua, y casi por inercia, solté el vaso y lo coloqué a un lado, sobre otra silla. Me había puesto nervioso y la directora lo había notado. Empecé a secarme la cara con mis manos. Entonces, mamá entró. ̶ Disculpe señora directora, vine lo más rápido que pude. Había mucho tráfico, y usted sabe, a esta hora del mediodía y con este calor es toda una odisea –dijo mamá agitada ̶ . Pero dígame, ¿Qué pasó con mi hijo? ̶ No hay cuidado ̶ dijo mientras emitía una sonrisa de lo más apacible ̶ . Pero, que sea él quien se lo diga –y entonces apuntó con su palma hacia donde yo me encontraba. Agaché de nuevo mi cabeza y hacia un esfuerzo descomunal para no soltarme llorando. Quería ser valiente ante los ojos de mi madre, o quizás quería hacerle creer que era inocente de toda culpa al mostrar mi mejor cara. Una cara serena, sin sospecha. Pero no pude. Mamá comenzó a observarme desconcertada, con esos ojos café, que me recordaban la razón de mi castigo. ̶ Pero, ¿qué le han hecho a mi niño? –preguntó con una voz clara e infantil, me abrazó. –A ver, dime, ¿qué fue lo que pasó mi pequeñín? Volví a agachar la cabeza y mamá se levantó para darme espacio y poderme expresara. ̶ Anda, cuéntanos –pidió la directora–. Dinos la razón por la que estás aquí castigado. ¿Qué pasó con tu amiguita nueva, Milka? 43 Levanté la cabeza y me dirigí hacia mamá. ̶ Los otros niños le empezaron a decir cosas. ̶ ¿Qué tipo de cosas? –preguntó la directora. ̶ Muchas cosas –continué–, decían que estaba gorda, que parecía una vaca y que era fea porque era negra. ̶ ¿Y tú crees todas esas cosas? –volvió a preguntar la directora. ̶ La verdad es que no, miss. Milka es una niña muy agradable. Una vez me ayudó con una tarea que no entendía –comencé a llorar de nuevo, al recordar el momento en que ella se había portado tan amable conmigo. ̶ Pero entonces –intervino mamá ̶ , ¿qué ha sido tan grave que a ti te han castigado y a los otros niños no? -Bueno, ahora sí –dijo la directora–. Dinos que es lo que le hiciste a la pobre de Milka. Estaba sollozando de nuevo, intentando encontrar la palabra que me hundiera menos. Pero era imposible, no era bueno en eso. ̶ La mordí –dije y agaché la cabeza con todo el peso de la culpa. ̶ ¡Dios Santo! –exclamó mamá–. Pero hijo mío, ¿qué te llevó a hacer tal barbaridad? ̶ No sé –ya no supe que decir mientras mi voz se quebraba en esas dos palabras. ̶ ¿Alguien te dijo que lo hicieras? –preguntó mamá. ̶ No –respondí. Moviendo la cabeza como loco, de un lado para otro, negándolo todo–. Bueno, uno de los niños que la estaba ofendiendo, dijo algo que me llamó la atención y quise ver si era cierto. ̶ ¿Y que fue eso que te llamó la atención? –preguntó mamá. ̶ Es que…. –apenas si podía pronunciar palabra ̶ , uno de los niños dijo que era gorda y café como un chocolate. Entonces, solté a llorar intensamente y me arrojé a los brazos de mi madre. 44 -¡Pero yo no quise hacerlo! ¡No lo quise hacer! Es verdad, mamá. Yo quiero mucho a Milka, no le quise hacer daño. ¡Tenía hambre! Por favor, dile que me perdone. -Sí, hijo. Claro que sí. Y fue así como mi mamá se arrodilló ante mí, tomó un pañuelo que traía en su bolso y me secó las lágrimas. Me hizo que pidiera perdón a la señora directora por lo que había hecho y que declarara que no se volvería a repetir. Ella misma pidió disculpas a la directora. Después de tres días de castigo, volví a la escuela. Fui directo al mesa banco de Milka para pedirle perdón. Ella lo aceptó muy gentilmente, y me dio un beso. Desde entonces comprendí lo que era una verdadera amistad, sin dejarme influir por otros y ser respetuoso con todos mis compañeros. 45 Edith Encinas Oscuridad Por algo sentí que ese día no debía tomar el avión. Esta idea de responsabilidad finalmente ganó sobre mi intuición. Apenas llegué al hotel, me perdí en un sueño de sepultura. No es lo mismo aguantar 15 horas de viaje a los 20 que a los… ¡En fin! La modernidad me alcanzó. Abrí los ojos en una habitación oscura, con controles eléctricos para todos: persianas, luces, televisión. Para volver a la luz era INDISPENSABLE colocar mi llave/tarjeta a un lado de la puerta, pero ¿dónde había quedado? Volví a encender mi celular, pero la hora quedó en ceros, mientras el reloj de la habitación parpadeaba las doce en un rojo grosero. Para colmo de males al marcar a la operadora, me pedían paciencia en tres idiomas, pero nadie me contestaba. Abrí las cortinas y me encontré la luz temerosa de un día que no supe si iba o venía. Una luz insuficiente para regalarme un poco de información sobre mi entorno. Tendría que salir para investigar mi ubicación en el tiempo. Me urgía saber si debía salir a mi junta o podría seguir descansando. A tientas abrí mi maleta y saqué lo que pude. Sin control de lo eléctrico, ni siquiera agua salía de la llave. Mi melena enmarañada no respondía a mis manos. Calcetines, un pantalón y la chamarra sobre la blusa. Todo se veía del mismo pardo. El susto era por si había que salir de ahí volando a la junta. La 46 penumbra era un mareo de mis ojos a la cabeza. Ese vaivén del agotamiento… Tenía que encontrar un interlocutor que me ayudara a encender la luz. Un último intento con el teléfono, y esta vez, ni siquiera la grabadora me dirigía la palabra. Abrí la puerta ante un pasillo iluminado tímidamente con las luces de seguridad. Finalmente en la salida a las escaleras me encontré con una pareja joven: ̶ ¡Hola! ̶ ¡Hola! –respondieron en un español que me tranquilizó. ̶ ¿Van para abajo? ̶ Sí, yo creo que somos los últimos que quedamos en el piso. ̶ ¿Cómo? ̶ Sí. Por el temblor. ̶ No me di cuenta. Estaba dormida. Perdón… ¿qué hora es? ̶ Las siete. ̶ ¿Del día o de la noche? ̶ ¿Cómo dice? ̶ Es que acabo de llegar de México. ̶ ¡Ah sí! Entiendo ese sentimiento. Son las siete de la noche. Juntos bajamos los dos pisos de escaleras, donde me di cuenta que llevaba un zapato negro y otro azul marino, pero creo que no se notaba tanto. Finalmente llegamos a la recepción del hotel, donde había varias personas, pero ninguna con el aspecto tan perdido como el mío. 47 Martín Encinas Crisóstoma Habíamos cruzado la pendiente más terrible de aquel paisaje volcánico y más allá de sus límites inmediatos se encontraba ella. Crisóstoma, a quién todo hombre que alguna vez intentó cruzar el estrecho de Epafrodito aprendió a temer y a quién desde ese momento, sin más remedio, encomendamos nuestras almas. En el horizonte divisábamos sólo ásperas montañas desnudas que a menudo eran difusas, debido al espeso manto gaseoso que nos cubría poco a poco. La corteza que pisábamos parecía estar cada vez más húmeda; bañada desaforadamente por el rocío mefítico que aludía a una muerte segura. Durante toda nuestra vida escuchamos historias acerca de ella, de las inefables maravillas que escondía su celoso velo y del terrible precio que habría que pagar por usurpar en su seno sagrado. Pero ahí estábamos, marchando desesperados hacia ella. Inexpresivos, sosteniendo nuestra conciencia en nuestro débil aliento. Como si intentáramos encontrar un consuelo, un pretexto para correr hacia sus brazos. Éramos los heraldos de un mismo propósito, uno que seguía siendo relevante a pesar de la insensatez de esta guerra creciente. Sin embargo, no mentiría si dijera que nuestra supervivencia estaba, desde un principio, fuera de cuestión, independientemente de lo que el mensaje contuviese. Era evidente ante todos, quienes estaban familiarizados con la ruta que descendía del estrecho, ni siquiera la criatura más despiadada y mordaz de estas tierras se atrevería a adentrarse en las cumbres de Crisóstoma, a pisar sus 48 senderos vírgenes. Pues no existe criatura alguna en este mundo que padezca la mortal incertidumbre en su espíritu, a la que sólo un humano puede aspirar. Sin embargo, nosotros no huíamos de ningún ser nativo de estas tierras, ni de este mundo. Puesto que los rasgos más fundamentales que residen en nuestra naturaleza nacen de los conflictos más insensatos y de sus resoluciones. No había ya nada que pudiésemos perder, más que la sangre de las generaciones por venir, las cuales, tendrían que vivir en este mundo, al cual no pertenecen y pagar por nuestra necedad. Todos acordamos que aquí, cuando menos, la muerte sería más certera que al aguardar el destino que nos deparaba a manos de los rebeldes. Y confiábamos fríamente en la posibilidad de que ellos no nos seguirían hasta aquí. Las cortinas gaseosas comenzaban a disiparse frente a nosotros. Nos daba la breve ilusión de que habíamos avanzado ya bastante. Aliviando cada paso desalentador se encontraba la esperanza de llegar, postrarse ante su glorioso vientre para olvidarlo todo y hundirnos en nuestra debilidad, sin remordimiento. Y estar salvos al fin, al menos en nuestras desdichadas conciencias. Lentamente, a la par con nuestra marcha de muerte, pudimos apreciar la sublime fauna desolada, escondida del resto del mundo. Nuestros ojos hinchados sólo podían ascender con el anhelo indeliberado de observar los extraños gestos que cubrían nuestros alrededores. De pronto, la obtusa naturaleza del planeta comenzó a ser ajena a todo lo que observábamos. Una variedad de misteriosos organismos se reveló tras la última cortina. Sus colores se mezclaban denodadamente de una forma que sólo pudo ser concebida por ella. La flora y todos los que la habitaban atendían a nuestra intrusión, pasivos y en perfecta armonía con su exquisita morfología. 49 Siempre atentos a nuestro paso; extenuados deliberadamente a nuestra vista. Era como si su naturaleza hubiese sido forjada con el único propósito de seducir a los intrusos. Nos aproximábamos a una extensa vereda de estanques, la cumbre perfecta en donde florecería tal ecosistema indescriptible. El aire ya no parecía tan pesado, y la gran mayoría de nosotros aún no se encontraba delirante. Pero yo había logrado avanzar todavía más. Había dejado a mis colegas detrás, y de ellos ya no reconocía nada, más que sus indefinidas siluetas en deterioro, a las que miraba con frecuencia, de reojo al colocar mi mentón sobre mi hombro. Pronto todas sin excepción detuvieron sus pasos y cedieron en piadosa agonía. Tras ese momento, nada irrumpió en mi razón, o al menos nada con el suficiente ímpetu como para hacerme retroceder. Pero algo inmenso se interpuso en mi camino, poco después de que los perdiera, finalmente entre la neblina. Eran los restos colosales de una extraña planta que había sido petrificada hacía eras, a la que sólo mi fugaz imaginación sería capaz de remontarse. Extrañamente conservaba su orgullosa figura, denotando con claridad que no cedería jamás a la decadencia y endosada su existencia a Crisóstoma, era claro que así sería. Permanecería como un faro remanente en este paraje de almas perdidas. No me quedaba otra opción más que trepar sobre su rígida corteza dividida y esperar que detrás, no me depararan peores adversidades. Casi podía jurar que lo escuchaba recitar el epitafio de mis colegas y de todos los invasores que optaron por perecer aquí. Pero mis pies seguían firmes y mis pulmones no habían cedido aún, ante su dulce veneno. ¿Había sido acaso yo elegido? Por alguna razón, tal vez reservada a ella y al destino, mi sangre aún corría ferviente por mis venas. Detrás del último tallo, justo en la dirección que me había sido interrumpida, pude divisar un sendero definido en la lejanía, cuyas delimitaciones eran perfectas. Desde ese momento supe que no sería más una 50 baliza perdida, consolada por el abismo. Había aprobado su juicio y eso me adjudicaba una responsabilidad que no estaba preparado a recibir. Tras cruzar aquel sendero, abandonando su cálido rocío, se encontraba de vuelta nuestro mundo engendrado a la fuerza y abatido finalmente. Recobré la precedida marcha después de vacilar durante unos momentos, y continué hasta el poniente que aclamaba mi triunfal llegada. Efímera, como todo lo que eludía su presencia. Tras esa hazaña incauta y olvidada no dudé jamás en regresar a ella, a su cálido manto, a su dulce placebo de muerte. 51 Alfonso Marín Se alquila alcoba La fachada del edificio en la Rue Le Rose lucía algo descuidada. Verifiqué una vez más el domicilio en el anuncio del periódico. Apenas podía distinguir el número pintado junto a la puerta, sobre la pared manchada de moho. La lluvia era intensa. Pasaban ya de las nueve de la noche. Toqué el timbre, apenas perceptible desde afuera. Nadie vino a abrir. Toqué de nuevo. Alcancé a escuchar los maullidos de un gato desde el interior. Me disponía a retirarme cuando un fuerte relámpago me detuvo por sorpresa. “Buenas noches”, saludó una voz grave a mis espaldas. La puerta ahora estaba abierta y allí una mujer entrada en años, muy delgada, vistiendo unas prendas pasadas de moda. “¿Qué desea?”, inquirió sin mostrar ningún gesto. “Buenas noches”, saludé, “he venido por el anuncio a ver la alcoba que tiene en alquiler”. Por unos instantes me pareció que no me había escuchado o quizá dudaba. Por fin me miró con extrañeza, frunciendo ligeramente el ceño. Le mostré el anuncio, el papel periódico escurría. “Oh, sí… perdone usted… suba conmigo, es en la azotea”. Una escalera estrecha que apenas dejaba pasar a una persona nos condujo hasta la habitación. Se trataba de un estudio con una pequeña ventana y un tragaluz en el techo. “Tiene un baño completo, una cama, una escribanía y un pequeño armario. Por ahora no podría ofrecerle alimentos. La renta sólo incluye la estancia”, indicó moviendo en al aire un vaso de vino tinto que llevaba en su mano, sin beber un trago. Apenas podía distinguir los pocos muebles en la habitación, la luz era muy tenue. “Es el bombillo”, dijo como adivinando mi pensamiento, “es muy viejo, lo haré cambiar mañana mismo antes de que se mude”. ¿Cómo es que daba por hecho que tomaría el alquiler?, pensé. De repente recordé los maullidos que había escuchado al sonar el timbre. Sombra, llamó con voz asertiva. Los amarillos ojos de un gato brotaron de la oscuridad, tenía un 52 pelaje pardo y liso, no pude evitar estremecerme. “No tema, Sombra me hace compañía; no lo verá entrar a su habitación”. El gato fue a esconderse tras la mujer y maulló como disculpando su atrevimiento. “Es un buen chico, ¿verdad, Sombra?” Recorrí la habitación con la mirada. Ella veía hacia la ventana. El gato me observaba con curiosidad. El vaso de vino seguía en su mano. “No bebo todo el tiempo. Es más, pienso que debería dejarlo ya”. Se acercó al ventanal, lo abrió de golpe y arrojó el vino a la calle. Un relámpago iluminó en ese instante la habitación cegándome de momento; traté de proteger mis ojos con el brazo por mero reflejo. De vuelta en la oscuridad tardé varios segundos en recuperar la visibilidad, pero la mujer ya no estaba, se había ido. “¿Madame?”, la llamé, no respondió. Escuché los maullidos del gato, pero venían de lejos, al parecer del vestíbulo. Salí de la habitación y bajé las escaleras con cuidado. La puerta de la calle estaba abierta y allí estaba el gato, maullaba de un modo extraño. Echó a correr hacia afuera y lo seguí sin saber por qué. Cuando salí a la calle escuché la puerta cerrarse a mis espaldas con un ruido sordo. Al darme vuelta sentí un ligero mareo y sudaba copiosamente. Confundido saqué el periódico de mi gabardina, estaba seco. Verifiqué una vez más el anuncio y entonces reparé en la fecha de la publicación, estaba fechado exactamente un año atrás. Alcé la vista y descubrí a Sombra mirándome desde la cornisa del ventanal, con sus ojos amarillos y penetrantes. Se relamió los bigotes y dio un salto hacia el interior. La tormenta había terminado, pero el pavimento estaba seco. 53 Yolanda Noriega Palabras con olor a café Desde pequeña se sintió cautivada por su aroma fuerte, intenso. También le gustaba su color obscuro, así como las tazas que lo contenían. Alguna vez se aventuró a tomarlo a escondidas y de la misma manera que entró, salió por su boca como una manguera abierta, y en chorro también salieron los gritos y regaños de su madre asustada, quien volvió a prohibirle la ingesta del aromático elixir. “Es para grandes”, le decía, y tal vez fue la advertencia la que lo hizo tan atractivo, o ver a su abuelo tomarlo cada tarde; era ella quien se lo llevaba y veía lo especial de la bebida. Posaba cuidadosamente la taza en la pequeña mesa junto al periódico de la Ciudad de México, que su abuelo recibía por las tardes y absorbía esa mezcla de olores tan agradables, el de la tinta y el del café recién colado. Entonces se apuraba a traer su taza de juguete, donde su abuelo, a escondidas, le compartía un poco, mientras él resolvía su crucigrama, con recuadros y palabras en tinta tan negra como la bebida. “¿La tinta estará hecha con un poco de café? ̶ pensaba ella ̶ , entonces si tomo mucho como mi abuelo, llegaré a saber tantas palabras como él”. Y así cada tarde se repetía el ritual de pasar café, de la taza de porcelana a la de juguete. Lo tomaba despacio con pequeños sorbos para no quemarse y mucha azúcar para contrarrestar su sabor amargo. El olor a café y el de la tinta del diario y los libros, quedaron para siempre entrelazados en su memoria. Imaginaba al líquido oscuro viajando por sus venas y subiendo a su cerebro donde se derramaba y comenzaba a formar palabras, ideas, frases. “Sí, el café es como tinta para mi abuelo” ̶ pensó. Cada tarde cuando su abuelo se lo tomaba despacio, veía surgir en él las palabras para su crucigrama, 54 las anotaba con su elegante pluma dorada, lo veía como hipnotizada, sacarla del bolsillo de su camisa, para después, deslizarla como una bailarina sobre el papel. Después venían las interminables historias que le narraba sobre princesas valientes y dragones miedosos. El café, la tinta, las palabras, las historias y su abuelo, todo dentro de aquella estancia en colores cálidos, donde la luz se colaba por las cortinas caladas que veían morir el día, cada tarde. Esos momentos quedaron suspendidos en el tiempo, marcado por el reloj grande con cadena del abuelo… ¡Ese que tanto le gustaba! Lo veía sacarlo colgado de la larga cadena prendida de su pantalón y observaba la figura grabada del tren que tenía en la cubierta. Memorias que sangran y duelen por dentro, ahora ella quisiera volver a sentarse frente a su mesita, frente a su taza, frente a su abuelo. Las memorias fluyen dentro de ella y viajan por todo el cuerpo a través de su sangre, cuando la nostalgia invade. Quién sabe, tal vez su sangre también se haya vuelto cada vez más oscura como la tinta y como el café, que no falta a su lado cada mañana y cada tarde, cuando se sienta a trabajar. “La sangre llama”, ha escuchado decir por ahí, pero la de ella no llama… la de ella grita con cada recuerdo y cada palabra que aún escucha al cerrar los ojos y regresar a esa estancia, donde todavía está sentado su abuelo en su inconfundible sillón, esperándola y sonriéndole con los ojos al verla llegar. Sí, su sangre le llama y le grita llena de café y de tinta. Le pide que no olvide, que conserve y que transcienda, que escriba y cuente a los que están y a los que han de venir. Ella lo hace cada vez que se sienta con su pluma dorada que escribe y danza con vida propia, dejando tras de sí palabras negras, intensas y aromáticas. Palabras con olor a café. 55 Joaquín Robles Linares El enfermo El rostro en el espejo se reflejaba con un cierto brillo, que acompañaba una discreta emoción. Su camisa blanca, sin ninguna arruga, impecable y de manga larga, le hacían ocultar la delgadez de los brazos. El pantalón gris Oxford con las pinzas delanteras, lo hacían verse más corpulento de lo que en realidad era. Él siempre buscaba la combinación gris con blanco, lo llevaba a recordar la añeja elegancia de su niñez, donde todos los pequeños que asistían a la iglesia se uniformaban, con la intención de parecer adultos y formales, tratando de simular pequeños señores. Se acabó, se dijo ante el espejo, no más dudas, esperas, exámenes, malas caras. ¡Se los dije! Si yo ya sabía, pero no, siempre dudando de mí. Es difícil en ocasiones aceptar que se está equivocado, claro. El silencio volvió y con un gozo disimulado seguía arreglándose. Se había bañado desde muy temprano. Cumplía con su antiguo ritual: levantarse, hacer café, leer el periódico, para después bañarse y rasurarse, esto último a contrapelo, como su padre lo había enseñado. Ese era un día especial, la mañana parecía fresca, aunque no lo había comprobado del todo. No había salido de casa. Llevaba algunos años cumpliendo el estricto protocolo matutino, su paso por el colegio militar y el cáustico tratamiento de sus superiores, lo habían entrenado. Pero esa mañana era diferente, ya que sus pronósticos largamente acariciados, por fin se habrían de cumplir. 56 Todavía recordaba su primera visita al doctor. Siendo muy niño, lo deslumbró el color blanco de la bata, el uniforme radiante de la enfermera, los olorosos algodones con alcohol dentro de un frasco de vidrio, la claridad del consultorio, y lo mejor, descubrir todos los instrumentos sumergidos en soluciones antisépticas; el olor penetrante y envolvente, aun estando en casa, lo seguía disfrutando. Por fin, dijo entre dientes, ahora espero que mi información ponga en evidencia la verdad, que por tanto tiempo se me ha ocultado. Desde hoy pasaré con el doctor González y le dejaré la información. No, mejor haré una cita. Dio un ligero tirón al cinto y acomodó la camisa para no verse desaliñado, y así, parecer un hombre tenso. A ver qué cara pone, comentó ante sí, ya no se vale que me diga lo de siempre; aquí está la respuesta, si yo sabía, espero que no minimice el pronóstico. Se colocó de lado, ante el espejo, y se vio de cuerpo completo, la camisa blanca de manga larga y los pantalones oscuros de pinzas, lo hacían verse grueso, todo esto a pesar de ser un hombre delgado, casi seco, pero él buscaba parecer más robusto, tratando de aparentar lo que no era. Hoy será distinto, escucharé atentamente, pero pondré mis objeciones. No me dejaré llevar por su experiencia y poder de convencimiento. No me importa lo que diga, si no es así, me iré con otro hasta que se haga lo que yo diga. Recordó la primera visita con el doctor González, éste, después de una minuciosa revisión, ordenó una batería de exámenes de todo tipo. Luego, recorrer gabinetes radiológicos y laboratorios de análisis. Siempre sin desayunar. Agotar todos sus recursos económicos en pruebas, contrapruebas y radiografías. 57 Con los papeles en sus manos habló para hace la cita. En el consultorio esperó desde las seis de la tarde, y ya siendo casi las ocho, después de haber leído revistas médicas, el doctor lo hizo pasar. Leyó lentamente los resultados, sin inmutarse, sin ningún gesto, se paró y revisó acuciosamente las radiografías. Después de un silencio, el médico aprovechó para apuntar en la abultada historia clínica todos los nuevos elementos de su diagnóstico. Al cerrar el expediente fijó sus ojos a los de su paciente, con voz grave comentó: ¡nada!, todo está perfecto, usted no tiene nada. Pero ese día era diferente, tomó un pequeño papel que estaba sobre la cómoda lo abrió y lo leyó en voz alta: Diabetes mellitus, sus niveles de glucosa están ligeramente elevados, se recomienda asistir con su médico para el respectivo tratamiento. Hoy es un día especial, diferente. Al fin. Pensó. 58 María Robles Linares Confesiones de un secuestro Lo recuerdo perfectamente. Esa tarde había tenido mucho trabajo, demasiado. Al salir decidí ir a tomarme un café y leer mi revista de modas, necesitaba relajarme. Al llegar a la plaza sentí la mirada de esos cuatro tipos. No les di importancia y seguí con mi camino. Ordené lo de siempre: un capuccino descafeinado. Me senté en la terraza, la noche era especial y el aire se sentía limpio y fresco, pero esas miradas me perturbaban. Sus ojos me provocaron miedo. Al poco tiempo me concentré tanto en la revista que se me olvidó todo lo que me rodeaba. Dieron las doce de la noche y yo seguía ahí. Uno de los empleados me pidió amablemente que me retirara, ya era hora de cerrar el lugar. Al salir, el estacionamiento estaba oscuro, solo, sin vida. Esa sensación de felicidad que había sentido antes, de pronto, se convirtió en un terror inmenso. Presentía que algo no andaba bien, por lo que aceleré el paso para llegar más rápido a mi auto. De pronto, un paliacate sucio y maloliente cubrió mi cara. “Sí, somos nosotros bonita”, me susurró una voz de hombre. Todo se borró y sólo se me vinieron a la mente los cuatro hombres del café. No podía ver, hablar, y tampoco, moverme, me sujetaron de las manos y de los pies. Sólo pensaba en mi familia, en mi trabajo y en todos los proyectos que tenía en mente. Esos imbéciles habían acabado con mi felicidad en menos de veinte segundos. Entre ellos hablaban, pero no los escuchaba del todo. Yo no dejaba de pensar en mis padres, ¿cuánto les iban a pedir?, ¿podrían mis papás pagar esa cantidad? Y si no… ¿me matarían? Era cierto que teníamos una muy buena posición económica y que en mi trabajo me estaba yendo bastante bien, pero, 59 ¿podría resistir un secuestro? Era más que evidente que se trataba de eso: de un secuestro. Me arrojaron en la cajuela de una camioneta. Escuchaba sus voces nerviosas, inmediatamente me di cuenta que se trataba de secuestradores inexpertos, y fue ahí cuando me dio más miedo, me entró tanto pánico que me llevó a un desmayo. Abrí los ojos y me encontraba en un cuarto pequeño. Tenía un algodón con alcohol en mi nariz, y frente a mí, uno de los secuestradores. Era un hombre de unos 35 años, alto, moreno, de complexión delgada, ojos verdes, pero tristes. Después de despertar por completo, el Cachora se presentó y me pidió el número de teléfono de la casa de mis padres. Sabía que el Cachora no era el mejor hombre del mundo, pero percibía en él una mirada de tristeza, y eso hacía que me enterneciera y me diera lástima. Me dejó sola y busqué la manera de salir, comenzaba a sentirme asfixiada, mi respiración no fluía y sentía que no cabía en ese lugar, me sentía como un producto empacado al vacío. Me sentía como una muñeca arrumbada en lo más profundo de una caja de juguetes. Pasaron varios días, y las sensaciones de ahogo, no cesaban. Cada día sentía que iba perdiendo, poco a poco, mi respiración. Han pasado tres meses y mi familia todavía no reúne la cantidad que los secuestradores les han exigido. Acabo de cumplir veinticinco años y me siento como una mujer de sesenta. Mi juventud se convirtió, en un abrir y cerrar de ojos, en senectud. Pienso que ya no volveré a ser feliz. Es imposible acostumbrarme a vivir así, asfixiada por el miedo, como un producto empacado al vacío. 60 Pablo Sau Prisionero Escribo estas líneas usando sólo mi mano derecha, la izquierda está de momento ocupada. Seré breve y espero me comprendas. Si ves mi cuerpo encima del teclado, te aseguro que no será un suicidio; bueno, en teoría sí lo es, ya que mi cuerpo es el que habría acabado consigo mismo, pero te juro que no será bajo mis órdenes. Sé que es confuso, pero no encuentro manera de explicarlo. Recordarás que he sufrido toda mi vida de migrañas que me dejan incapacitado por días, y recordarás también que a veces quedo paralizado por minutos, mi cuerpo se tensa y yo pierdo todo control sobre él. Esto era normal, pero hace un mes, en un episodio de parálisis, sucedió algo que jamás me había ocurrido. Estaba sentado en la silla del desayunador, tomándome un té, cuando me quedé congelado con la mano derecha sosteniendo la taza caliente. Mis dientes se apretaron y por poco me cercenaban la lengua. Yo estaba tenso y mi mano izquierda se levantó firme, se acercó a mi mano derecha y me quitó la taza para ponerla sobre la mesa. Sabrás también que cuando me dan estos episodios, mi sentido del tacto desaparece, no siento dolor, ni frio ni calor. Después de que mi mano izquierda arrebató la taza, el brazo cayó flácido a mi costado y en ese momento recuperé control de mi cuerpo. Fue entonces cuando sentí que me ardían los dedos de la mano derecha y me levanté para enfriarlos con agua. Mientras me aliviaba con el chorro del fregadero veía intrigado a mi mano izquierda, sorprendido por lo que acababa de suceder. Pareciera que la mano supiera que me encontraba en peligro y actuó consciente para protegerme. Estaba igual de correcto como de equivocado y me vine a dar cuenta días después. 61 A la semana de mi episodio en el desayunador, tuve otra parálisis, pero esta vez frente al teclado de la computadora. Los dedos se contrajeron hasta volverse puños, pero a los segundos, mi mano izquierda logró extenderlos; otra vez sin que yo se lo comandara. Mi mano comenzó a aplastar las teclas lentamente, como si le costara un gran esfuerzo. Traté de encontrarle sentido a lo que escribía, pero eran letras al azar. Volvió a hacer un puño y golpeó el teclado una y otra y otra vez, sobre la pantalla se imprimían letras y símbolos sin ningún sentido, como expulsados por un autor frustrado. Consternado por esto, busqué información para ver si existía una condición similar a la que estaba sufriendo. Encontré un síndrome conocido como “mano extraña”, en el que el sujeto no puede controlar una extremidad y toma vida propia, ésta hace todo tipo de actividades, desde abrochar y desabrochar botones, jugar con llaves o garabatear con lápices. Se me ocurrió tomar una pluma con mi mano izquierda, en cuanto mis dedos la tocaron, me vino la parálisis, excepto en mi brazo izquierdo, que sostenía la pluma en posición para escribir. Como no tenía una hoja delante de mí, la mano comenzó a rayar mi brazo derecho. No podía mover mi cabeza hacia abajo, y no pude ver lo que escribía hasta que mi parálisis terminó y mi mano estaba otra vez flácida a mi izquierda. Vi mi brazo derecho tatuado de líneas de tinta y sangre que me causó la punta de la pluma. No había letra o símbolo alguno, sólo rayas y garabatos sin sentido; al parecer comenzó a rayar desde mi muñeca y fue subiendo en dirección a mi hombro, y entre más subía, más profundo hacia los surcos y más caóticos eran los tajos. En medio de una noche desperté ahogado, sin poder respirar y con la mano apretando mi cuello con fuerza mortal. Así es, mi mano izquierda me estaba ahorcando y cuando estaba a punto de perder el sentido, logré control de mi cuerpo, pero mi mano no se desvaneció como las veces anteriores. Tuve que esforzarme con la derecha para quitar la izquierda de mi cuello. Siendo yo diestro, tenía más fuerza en la derecha, y aún con trabajo, logré zafarla. Entonces fue cuando recuperé sensación en mi extremidad siniestra. Mi mente hizo síntesis de 62 lo que acababa de suceder y llegué a una conclusión: mi mano izquierda quiere matarme y cada vez logrará más control sobre mí. Busqué ayuda con mi psiquiatra, pero lo único que me decía era que me tranquilizara, que el síndrome, aunque es raro, no existían casos de que la mano ocasionara algún daño más allá de una travesura. Nadie había muerto a manos de su mano extraña. Cuán equivocado estaba. Todas las noches amanecía en medio de una batalla librada en mi cuello, con una mano ahorcando y la otra liberándome. Otros días me jalaba los pelos y trataba de estrellar mi cabeza contra la pared. Otros, me daba puñetazos en el estómago. Otros más, tomaba algún objeto y me golpeaba con él. Yo trataba de dar siempre mi costado derecho a tijeras, martillos o desarmadores para que estuvieran fuera del alcance del extraño. La parálisis ya no era necesaria para que emergiera. En cualquier momento podía suceder: en plena ducha, conduciendo o comiendo. Hoy cometí un error que me tiene sentado frente a mi teclado escribiéndote estas líneas. Sin darme cuenta mi costado izquierdo quedó demasiado cerca de un largo cuchillo que uso en la cocina. Él lo tomó y lo puso contra mi garganta, cuando levanté mi mano derecha para tratar de quitarlo, lo hundió un poco en mi piel, suficiente para que una ligera gota de sangre corriera y me hiciera retroceder. Estuve inmóvil algunos minutos, sin saber qué hacer, si me hubiera querido degollar, lo hubiera hecho de inmediato. Una intuición afloró desde las nieblas de mi consciencia, y una voz a lo lejos me hablaba sin formar palabra alguna, pero la entendía perfectamente: me ordenaba sentarme a escribir en la computadora, y no dijo más. No he recibido otra instrucción, así que estoy dfgscn Dcfveseb Wesdfvedwfvs Dwfesce 63 Dwesgfsdwfegdfswegdwfegsf Dcfeswgdcfesvdceswedwvgfedrfvjnttnjvedwscgdcegedvcbfvbedncvdbcefvdbcefvdb cnfn Sdefvceseeeeeeevjnjt54redfswvgsdfcvdbcenjntje4 Defwtetf3efdu3ejd4jtjntrf Ljtgyk.ñ-{l,wesdcv204 Edrvfgqxasñ´{lghed43´ñlpkjed40 .pklm l,kmlñk´p …………}_[SFdfdgscw+ñd-{ldfqtas´.ñk{ldfqets{+´.ñ-wbvncde cdf Cvfpppp Pppppppppppppppppppppppppppppppppppppp Pppppp Pp Prissssssssiiiiiiiiiiooooooonnnnnnnnneeeeeeerrrrrrrrrooooooooooooo Sssssssssssssssoy prisionero Soy. Sólo Soy. Siento no expreso. 64 En un cuerpo que no controlo él da las órdenes se cumplen sus deseos Encerrado busco mi fin inútil sin dominio pero hoy logré control y antes de que se extinga te diré que este mensaje es para tu prisionero léelo de nuevo son instrucciones para 65 Horacio Vidal Helena Helena Cervantes dejó de escribir y empezó a perder las palabras. Se le paralizó el brazo y ya no pudo teclear. Era difícil hablar y mover ciertas partes de su cuerpo. Lo demás se derrumbó poco más tarde. Solo su extremidad izquierda respondía: Helena era el resto de sí misma. Al principio prensa y crítica le prestaron atención. Ella, celebérrima escritora, autora –como alguna vez dijo Juan Villoro– de las páginas más luminosas en las letras de Hispanoamérica, había caído dos metros desde el escenario instalado en el Zócalo metropolitano donde regalaba autógrafos. Estaba en la Feria del Libro Políticamente Correcto. Y ahora, como ayer con Rulfo, fuerte es el silencio. *** ¿Qué hago aquí? Ya les dije todo. Yo no me metí a robar, menos a hacer daño. Si es cierto, andaba huyendo pero no de la policía. A mí me perseguían los estudiantes y esos no se andan con cosas. Ya les dije que soy Ángel Rafael Encinas. Trabajo en una ferretería, en la que quemaron, tenía quehacer, por eso traía herramientas. Vi la manifestación, pero le saqué la vuelta. Yo no sé de política. Ni siquiera voto. Pero ahí estaban unos señores, unos viejitos muy enojados azuzando a la gente y a mí me confundieron. Creo que fue por las herramientas. A lo mejor pensaron que iba a pegarles, pero no. Si yo nada más iba a arreglar un tubo. Nada más. Se los juro. 66 *** El tiempo pasó. Los homenajes cesaron. No más talleres literarios. Se acabaron prólogos y presentaciones de libros. La rabia ante Dios se desvanecía entre visitas cada vez menos frecuentes de amigos y colegas para quienes Helenita no se olvida. Y aunque las regalías de sus cuentos y novelas cubrían con dignidad los honorarios de una enfermera profesional, el Instituto Nacional de las Bellas Artes ̶ a regañadientes– cedió ante la presión de la prensa, diputados liberales y redes sociales para terminar con asignarle una pensión vitalicia “por su contribución al arte y la literatura de México”. Así, cada día era una pena. De la cama a la silla de ruedas. Helena sobrevivía, comía y defecaba asistida por una joven extraña que, con aséptica y científica actitud enjugaba sus miasmas. Nubia, la enfermera, también se hacía cargo de otros menesteres. La comida del gato. La limpieza del cuarto. La televisión siempre en CNN en español. Y por indicación del médico y sus familiares, de vez en cuando la lectura en voz alta de alguna de sus historias favoritas. Una en especial: “Gaby Brimmer”. *** Me pegaron en la espalda. Con varillas de hierro. Por eso me hicieron sangrar. Yo no les hice nada. Eran como cuatro, o cinco. Corrí hasta la ferretería, pero ellos ya la habían quemado. No pude esconderme. Caí al suelo y ahí me agarraron. No podía defenderme, ¿Cómo iba a pensar en robar? Yo ya no quería que me pegaran más. Entonces fue cuando oí la sirena de la policía. Me levanté y volví a 67 correr. Mi novia era enfermera en una de las casas de ahí. Estaba con mucha sangre, no quería llegar con mi madre así, ¿Qué otra cosa podía hacer? *** Esa noche, en la estancia, frente al televisor encendido, Helena escuchó ruidos en la cocina. El gato saltó desde el regazo de la escritora y corrió hacia el alboroto. Entonces, nerviosa, se acercó Nubia. Trató de explicar lo que estaba ocurriendo. Su novio había sufrido un brutal asalto. Está herido. Está sangrando. Necesita auxilio, curación. Tal vez sea urgente llamar a la ambulancia. De pronto, la puerta de servicio fue derribada. El joven que irrumpió, furioso, llevaba la pistola metida entre el pantalón y su ingle. Con la mirada buscó a su víctima. Sacó el arma y apuntó al muchacho ensangrentado. Que nadie se mueva. El asunto es entre ellos dos. Dos tiros. El primero. Casi sin querer. Nada, nadie se movió. En las crónicas que Helena escribía el héroe moría con dignidad, después de sufrir, después de luchar por la causa, por la libertad y la justicia. Pero esta es la vida real y en la vida real cuando a alguien le vuelan la cabeza o le meten un tiro en el cuerpo, aquel que sobrevive se queda tan quieto como una estatua de sal. La policía llegó poco después. El intruso había huido. Sobre el cadáver de Helena yacía el cuerpo de Nubia, sin rostro. Afuera, la gente empezó a inventarse historias que las autoridades comenzarían a interpretar en los días siguientes. 68 *** ¿Qué más quieren que les diga? La señora se puso muy mal. Le supliqué, me arrodillé para que se calmara. A mí me dolía todo el cuerpo. Casi no podía ver, pero sí me di cuenta de lo que hizo, de lo que le hizo a mi novia. La agarró de escudo. Y luego el gato. Me atacó. Me arañaba. Me mordía. ¿Qué iba yo a hacer? 69 Ensayos 70 Moisés Del Cid La poesía El artificio de la poesía se desenvuelve en un medio subjetivo donde se plasma cromáticas emociones y simbólicas ideas. En el desarrollo de un ser intelectual y sensible que plasma, de mil formas, letras que trasfieren al lector hacia un mundo cautivante y que pretende conmoverlo de manera extraordinaria, sacándolo de su estadio rutinario, para llevarlo hacia un puerto de contemplación, sensibilidad y reflexión. Lo poético es un arte en donde no hay un método rígido o una ciencia dirigida. Es un ejercicio en la armonía de lo que se es y en lo que se existe, un modo de imbricación de sujeto y ambiente que se mezclan en una compleja amalgama literal, que transforman las palabras en sensaciones y reflexiones, quedando por obra un poema. Según la etimología, la palabra poema proviene del griego poeima que viene a traducirse como “una cosa hecha”. Pero dicha construcción artística se deriva de artificios que, si bien se manejan de manera rigurosa en métrica y ritmo, también pueden fundarse en elementos o palabras ordinarias que expresan y conmueven a grupos sociales, dando cierta idea de identidad; he ahí que se puede vislumbrar un poema culto de un poema público. Definir a un poema no es fácil, ya que sería como expresar lo inefable. El manejo de las palabras discurre en distintas direcciones, tanto racionales como emotivas, y no se puede encapsular en una fórmula lo universal y la complejidad humana. Ser poeta es una aventura, es un camino que lleva al rapsoda por un laberinto esencial y existencial, del cual no se sabe si terminará o quedará como un viaje inconcluso. Es tachonar de colores y razones de íntimos motivos que punzan al ser del poeta, y éste, lo trasplanta en la ordinaria existencia de los 71 demás: es plasmar en una hoja palabras que encierran un conjuro subjetivo de la realidad o la ensoñación en que se vive. Un poema no tiene extremos porque es una obra infinita, es un legado simbólico, es algo extendido más allá de nuestro manejo cotidiano, es apartarse del mundo por un momento, para declarar lo sublime y lo patético en nuestro vivir. Fatalidad o bienaventuranza, tristeza o alegría, misterios o vulgaridad, verdades y fantasías, deseos e impotencias, de lo sublime o de lo ordinario, de lo ajeno o de lo propio; mil relaciones más que hacen al poeta evidenciar su paso por este mundo. El poeta hace un conjuro que hace vibrar al alma humana, son las exclamaciones íntimas de alguien que manifiesta el sabor de su existencia, son las oraciones místicas y profanas del que se afana en una vida diferente a las demás; es obra que exalta lo humano en lo mundano, de quien se abre paso por la vida en donde los demás viven en silencio. Poderoso alquimista que trastorna las palabras simples y desabridas, en poderosos versos que cautivan a los demás, en su insípido vivir. La poesía es el arte de querer expresar lo inefable o decir extraordinariamente lo que para la mayoría es cuestión cotidiana. La poesía es el arte de transmutar el sentido ordinario de las palabras, a los más sublimes sentimientos e ideas. Así como la árida tierra absorbe las gotas de lluvia, así como el papel absorbe la negra tinta en su blancura, el alma absorbe lo esencial de las palabras, para florecer en conmoción, en aprecio o aversión por la obra poética. La poesía es el estudio estético de las cosas, es la literatura que busca el misterio que guardan las cosas, como expresa Federico García Lorca: "Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tiene todas las cosas". Es aguzar la mirada en la intimidad de los seres y los sucesos, para extraer una composición armónica en el concierto de idea y emoción. 72 Platón definía la poesía como la obra producto de la posesión de seres sobrenaturales que comunicaban de diversas cuestiones a los hombres, inspirando a escribir versos, de ahí proviene el concepto de las musas que inspiran al poeta. Como he dicho antes, definir la poesía escapa más allá de la propia línea escrita, va más allá de una fría formula. Es elevarse sobre sí mismo y derivar líricamente por sobre lo que acontece, para expresarlo. Como se entiende de Aristóteles en su poética, la poesía se ejerce sobre cuestiones generales de los seres, sucesos y cosas. De las cuestiones particulares se ocupa la ciencia. 73 Juan Manuel Silva El caso de Rita Bonaris Recién despuntaba el siglo XX. Fue el 31 de agosto de un caluroso verano del año de 1901. Ese día se cometió un horrendo crimen que conmovió a la sociedad hermosillense. Aquí vamos a narrar los trágicos acontecimientos: El crimen se perpetró en “La Blanca”, pequeña comunidad minera del municipio serrano de Suaqui Grande, pueblo cercano a la ciudad de Hermosillo. Abraham González y los hermanos José María y Francisco Ramírez regresaban a sus casas después de trabajar en las duras tareas del campo. Los tres iban platicando despreocupados por el camino. De pronto, en medio del monte escucharon el lloriqueo desesperado de un infante. Callaron. Caminaron sigilosamente para escuchar mejor. No había duda; era el llanto de un recién nacido. Se acercaron despacio al lugar donde procedía el llanto, venía de allá, de las faldas del cerro sobre el lecho de la cañada. Se quedaron paralizados sin saber qué hacer. En un hoyo, semienterrado entre las piedras, se encontraba un bebé de escasos tres días de nacido. Tenía todo el cuerpecito cubierto de tierra y sangre, luchaba desesperado por sobrevivir. Rápidamente Abraham González lo tomó entre sus brazos, lo llevó corriendo a su casa para limpiarle las heridas. Tan pronto como pudo lo llevó a la casa de doña Mariana Siqueiros, la matrona de la localidad. Le pidió que lo atendiera mientras él y sus amigos iban a dar parte al Presidente Municipal de Suaqui Grande. El niño estaba bastante grave. Estuvo semienterrado durante tres días en el hoyo, en medio del monte, solo, sin alimento y sin la protección de la madre que lo 74 parió. La madre, una vez que lo abandonó lo dio por muerto. Era un verdadero milagro que estuviera con vida. Abraham, José María y Francisco denunciaron los hechos ante el comisario de policía, luego, los cuatro fueron al sitio del hallazgo con el juez local quien levantó el acta correspondiente para comenzar a averiguar quién había sido el culpable. Los tres denunciantes firmaron con una cruz, pues no sabían leer ni escribir. De inmediato, el juez y el comisario de policía iniciaron las averiguaciones. Mientras tanto, en el pueblo de Suaqui Grande, la noticia del “niño enterrado” corrió como reguero de pólvora: la gente de los ranchos cercanos a Suaqui llegaron al mineral de “La Blanca” para ver al niño. El escándalo fue tan grande que el rumor llegó pronto a Hermosillo. La pequeña habitación de Doña Mariana ̶ la matrona ̶ era insuficiente para tanta gente curiosa que quería saber cómo estaba el pequeño. ¡Milagro! ̶ decía la gente ̶ ¡Eso sí que era un milagro! Todo el pueblo fue a ver al recién nacido menos una mujer que de inmediato se hizo sospechosa; era la Rita Bonaris alias la Humos, aquella jovencita de 19 años que siempre andaba maldiciendo a todo el mundo; era de carácter fuerte, por eso la gente la llamaba así. Ella, no fue a ver al niño, simplemente porque no podía; se encontraba postrada en la cama por enfermedad de parto. Estaba malparida, tenía tres días sangrando abundantemente: se debatía entre la vida y la muerte. Dos médicos legistas procedentes de Hermosillo fueron enviados al lugar para saber del caso, eran los doctores Fernando Aguilar y Alberto G. Noriega.1 Ellos atendieron al niño: estaba muy grave –ese fue su diagnóstico ̶ . Su frágil cuerpecito casi no tenía aliento, pero se agitaba con intensidad. Se debatía entre la vida y la muerte igual que Rita Bonaris. 1 Dos calles de Hermosillo llevan el nombre de estos médicos porfiristas. 75 A petición del juez de Suaqui Grande, los médicos hicieron una descripción detallada de las lesiones que presentaba el infante. Por la tarde de ese caluroso verano acudieron a la comisaría a entregar el escrito. Según el parte médico, el niño perdió mucha sangre por el ombligo, su madre que lo parió sin ayuda, nunca se lo amarró. El niño tenía varios golpes contusos en la cabeza; Rita en un intento desesperado por hacerlo callar, lo golpeó con las piedras. Los médicos pronosticaron que al niño no le quedaba mucho tiempo de vida. Ese mismo día, al ocultarse el sol, tomaron sus caballos y se perdieron en el camino rumbo a Hermosillo. El juez local y el comisario de policía atendiendo la voz popular, procedieron a detener a los sospechosos. Entre ellos estaban algunos parientes de la Rita Bonaris. Los metieron a un cuartucho maloliente a orines, que hacía las veces de cárcel, y los interrogaron. En las primeras declaraciones ante el juez, uno de los sospechosos, Nebundo Ramos, concubino de la Rita, declaró que no sabía quién pudiera ser el autor de tan grave delito. Tranquilino Ramos, hermano de Nebundo, declaró que él sospechaba de Rita, su cuñada. María Bonaris, hermana de Rita, señaló que ella no sabía, pero sospechaba de su hermana, porque era la única mujer del pueblo que estaba embarazada. Rita no pudo declarar ese día por su gravedad. Al día siguiente, Doña Mariana Siqueiros llevó al niño con la Rita para que lo amamantara. Lo alimentó como pudo durante cinco días, pero al sexto, el pequeño no soportó más y falleció víctima de las lesiones recibidas. Hubo tal consternación en el pueblo que todos a viva voz pedían la cabeza de Rita, la madre. Nuevamente la indignación y los rumores llegaron hasta Hermosillo. Todos pedían un castigo ejemplar para la culpable. 76 Rita, después de un mes, pudo declarar. Confundida y arrepentida, se declaró como la única responsable del delito. Alegó locura al momento de cometer el crimen: “no sabía lo que hacía”. La verdad era que nunca quiso a Nebundo y la pagó con el niño. Rita Bonaris, después de permanecer detenida durante un tiempo en la comisaría de Suaqui Grande, fue llevada a la cárcel de Hermosillo y declarada presa el 25 de noviembre de 1901. El 24 de diciembre, Rita fue condenada a sufrir la pena de 15 años de prisión. El juez de primera instancia de Hermosillo valoró que Rita cometió homicidio, y por lo tanto, merecía una pena mayor. El delito de infanticidio consignado en el artículo 494 del Código Penal2, castigaba a las mujeres que cometían ese tipo de delitos con una pena máxima de ocho años de prisión. Entonces, ¿por qué el juez sancionó a Rita con una pena mayor? Fue homicidio o infanticidio. La pena impuesta a la Bonaris parecía excesiva, el defensor de pobres Jesús E. Nuño, apeló la sentencia, retomó el caso y procedió a defender Rita en una segunda instancia. En su defensa ante el juez, abogó por la acusada de la manera siguiente: La defensa conviene en la enormidad del crimen cometido por la Bonaris, y conviene igualmente que la ley recaiga vigorosa sobre la culpable; pero siempre, como un acto de conmiseración, se permitirá como lo hace; llamar respetuosamente la atención de ese Honorable Cuerpo ̶ se refería al Supremo Tribunal de Justicia ̶ sobre las circunstancias que concurren en esta desgraciada, cuales son: La rudeza característica de la clase a la que ella pertenece y la creencia admitida por los hombres de ciencia, sobre el estado patológico de las mujeres que pasan 2 Código Penal del Estado de Sonora. Hermosillo. 1884. Imprenta del Gob. a cargo de A. J. Corral. Dicho documento puede consultarse en la Sala del Noroeste de la Biblioteca Fernando Pesqueira de la Universidad de Sonora. 77 por el estado de embarazo, el cual trae de ordinario la perturbación de las facultades intelectuales en que se presume que la Bonaris, como ella misma lo expresó, padeció en los momentos mismos de la comisión del delito; una locura propiamente dicha, y aunque, esta convicción no se haya justificada, la defensa espera su conmiseración y se le reduzca la pena.... El 24 de marzo de 1902, el juez de segunda instancia procedió a dar su fallo; revocó la sentencia de 15 años emitida por el juez de primera instancia y le impuso una pena de 5 años de prisión. El 25 de septiembre de 1905, Rita salió libre, pero su vida y la vida de todo un pueblo quedaron marcadas para siempre. Rita jamás regresó a su pueblo natal. 78 Biografías Héctor Apollinar Hermosillo, Sonora. Periodista, aprendiz de poeta, analista de información. Fue funcionario público en el sector educativo. Colaborador del portal digital Lupa Ciudadana, de la revista Letras Libres y de Dossierpolitico.com. Director de Vanguardiainfo.com. Escritor de los periódicos Cambio y El Independiente. Enrique Ban Chihuahua, 1981. Estudió en la Universidad del Noroeste. Ha radicado en diversas ciudades de México. Por ahora, lo hace en Hermosillo, Sonora. Trabaja para el periódico El imparcial. Zulema Bustamante Cananea, Sonora. Se define como una feliz ama de casa. Escribe sus poemas en diversas revistas de la localidad y está preparando un poemario y un libro de cuentos para niños. Pertenece a las filas de ALTAZOR desde el 2011. Daniel Calles Hermosillos, Sonora, 1998. Estudia en Instituto Vanguardia. Actualmente curso el segundo año de preparatoria. Gran lector de obras como Canción de hielo y fuego de George R. R. Martin, Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe o La metamorfosis de Franz Kafka. Daniel Camacho Pericos, Sinaloa. En 1971 se establece en Hermosillo, Sonora. Miembro activo de Escritores de Sonora A.C. Como escritor ha publicado el poemario Carrizos tiernos (ed. La Cábula, 2002). Sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías. Es Abuelo Cuentacuentos y como tal imparte talleres de oralidad para diversas instituciones culturales. Es miembro del comité editorial del Taller de Autobiografía 79 de la Universidad de Sonora. Escritor en Quehacer Cultural y del Diario del Yaqui. Orgulloso miembro de la tropa de ALTAZOR. Saturnino Campoy Hermosillo, Sonora, 1964. Lic. en Contaduría y Lic. en Dirección de Ventas. Le encanta leer biografías y novelas históricas. Guillermo Candros Ciudad de México, 1989. Radica en Hermosillo desde 1991. Lic. en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Sonora. Tiene una novela inédita titulada Eduard Blaidd. Diego Chavarría Hermosillo, Sonora, 1984. Estudió Mercadotecnia. Desde muy pequeño mostró gran interés por las artes (música, dibujo, pintura, escritura), a cambio, sus papás lo metieron a clases de karate. Cuando pudo tomar decisiones propias comenzó la búsqueda del yo interno y fracasó. Comenzó a juntarse con otros tipos igual que él y juntos hicieron ruido con guitarras y tambores. La melomanía se ha comportado coqueta con Diego durante toda su vida y esto le viene de familia: una madre adicta al tocadiscos y un padre locutor de radio. Su reto más grande en la vida fue haber tenido que escribir la presente biografía y hasta hoy en día vive frustrado por no haber conseguido los resultados deseados. Actualmente reside en el D.F. por voluntad propia, trabajando como creativo y redactor publicitario para una importante compañía de comunicación, “que escriban los que saben, yo sólo muevo la pluma y los dedos cuando tengo algo qué decir, en una de esas y sale algo interesante”. Ramón De la Cruz Empalme, Sonora, 1985. Radicó en su ciudad natal hasta sus estudios de nivel media-superior. Actualmente vive en Hermosillo trabajando de maestro de inglés. Le apasionan las novelas de vampiros. 80 Moisés Del Cid Hermosillo, Sonora, 1974. Licenciado en Filosofía. Empresario y comerciante. Profesor y conferencista. Autor del poemario Versos en su tinta (ed. Pitaya, 2014). Bajo el brazo tiene un texto inédito titulado Filove Sofía. Luis Alberto Durazo Hermosillo, Sonora, 1991. Participó en el primer ciclo de ALTAZOR durante el 2009, en los cursos de creación literaria y lectura narrativa. Fue primer lugar del XXXI Concurso Regional de Composición Literaria por el departamento de Letras y Lingüística de la Universidad de Sonora con el micro-poemario La desgana del poeta. Resultó ganador en el XVI Concurso Juvenil de Literatura "Profra. María Guadalupe Rico Ramírez" convocado por el Instituto Sonorense de Cultura con otro micro-poemario De lo ajeno y otras posesiones. Actualmente estudia Ingeniería en Sistemas de Información en la Universidad de Sonora. Martín Encinas Hermosillo, Sonora. Estudia la preparatoria en CDI AlFaEs. Finalista del XXXV Concurso Regional de Composición Literaria de la Universidad de Sonora. Cursó la materia de creación literaria en ALTAZOR. Edith Encinas Lic. en Educación Superior por el Tecnológico de Monterrey. Convencida de la relación entre palabra y realidad. Ana Espinoza Autora con publicaciones en el suplemento cultural Perfiles del periódico El Imparcial. También en programas de televisión y radio. Pertenece al círculo literario de Wine and Books de ALTAZOR. Silvia Espinoza Lic. en Ciencias de la Comunicación. Poeta y pintora. 81 Dannia Lara Es la persona más inteligente en la historia de ALTAZOR. Dannia no sigue ninguna regla y eso hace a Dannia ser quien es. Por lo tanto, nos gusta que ella no siga ninguna regla. Cuando se le da la instrucción de escribir un poema, Dannia escribe un cuento, y viceversa. Esperamos que pronto publique su primer libro de relatos o poemas. El que ella quiera. Blanca Rosa López Tonichi, Sonora. Autora de Trilogía de pastorelas (ed. ISC, 2006), Murmullos del ayer (cuentos, 2008) y Veredas del ensueño y otras jácaras habituales (cuentos, 2012). En ALTAZOR ha trabajado, desde el 2011, la edición de diversos textos de ficción. Adriana Manjarrez Hermosillo, Sonora, 1975. Estudió la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Sonora. Se ha desempeñado en diversos medios como periodista. Bajo el colchón de su cama hay más poemas que dinero. Alfonso Marín Hermosillo, Sonora, 1968. Diplomado en Arte y Cultura italiana por la Universidad de Siena. Contador público por la Universidad Kino. Su experiencia como escritor de cuentos y crónicas inicia en el suplemento Perfiles del periódico El Imparcial. Ha cursado diversos talleres de escritura creativa. Saraí Mejía Guaymas, Sonora. Escritora intermitente en la eterna búsqueda de nuevos caminos. Alumna de los cursos de ALTAZOR. Alejandra Meza Hermosillo, Sonora. Periodista y escritora. Estudió escritura creativa en ALTAZOR y en diversos talleres en Madrid, España. 82 Fernando Mósinet Hermosillo, Sonora. Escritor de cuentos y novela. Actualmente coordina clubs de literatura y animación a la lectura. Yolanda Noriega Hermosillo, Sonora. Licenciada en Psicología en Guadalajara, Jalisco. Maestra en Educación en Hermosillo, Sonora. Desde hace 25 años se ha dedicado a la animación de la lectura con niños de preescolar. Ha impartido diversos talleres para la capacitación de docentes. Guillermo Pérez Ciudad de México. Maestro de educación especial. Desarrolla diversos proyectos empresariales. Le apasiona el ciclismo, la carpintería, los cactus y las letras. Una de sus locuras es la de escribir poesía. Fue miembro, a lo largo de 30 años, de la comunidad Los Horcones: proyecto ecológico, autosuficiente y social. Lorena Platt Hermosillo, Sonora, 1991. Estudia Historia del Arte en la Universidad Iberoamericana en la Ciudad de México. Diana Regalado Nació el día de los muertos en el año de 1994. Escribe poemas y cuentos. Ha participado en varios concursos de escritura literaria. Joaquín Robles Linares Cirujano Dentista por la UAG. Especialista en Endodoncia. Dedicado a su práctica privada. Estudios de Historia por la Universidad de Sonora. María Robles Linares Hermosillo, Sonora, 1991. Estudia Derecho en la Universidad de Sonora. 83 Pablo Sau Estudió la carrera de Ingeniería electrónica. Es un lector diverso, pero los relatos de ciencia ficción son los que más le seducen. Ha escrito un libro inédito de cuentos llamado Días felices. Busca editorial. Pablo Sau se define como chef aficionado, boxeador amateur, escritor en cierne y fabricante de cerveza artesanal Juan Manuel Silva De oficio historiador. Sus estudios lo llevaron a obtener el grado de Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Historia por el CIESAS Occidente de la ciudad de Guadalajara. Antes, estudió Historia en la Universidad de Sonora y la Maestría en el Colegio de Sonora obteniendo su grado de Maestro en 2007. Jubilado de Comisión Federal de Electricidad desde el año 2003. Juan Manuel es aficionado a la lectura y le gusta escribir cuentos y relatos históricos. Su trabajo se basa en hecho reales obtenidos de documentos de los archivos judiciales de Sonora, pero les da el tinte literario para que el lector se sienta confortable con su lectura. Ha participado en simposios de Historia y escribe para revistas especializadas en la materia. Horacio Vidal Hermosillo, Sonora, 1964. Desde hace más de 20 años se dedica a la creación de campañas publicitarias, siendo su especialidad la redacción o copywrite. Es socio propietario de Publitecnia, S.A. de C.V., agencia de publicidad responsable, entre otros trabajos, de la imagen de Fiestas del Pitic 2005, 2006 y 2009. Tiene una trayectoria en prensa, radio y televisión como crítico cinematográfico. Actualmente, se desempeña como Director Creativo de la Oficina de Imagen Institucional del Gobernador de Sonora. Miembro fundador de ALTAZOR.