La paz y los derechos humanos, pilares de las relaciones

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TEXTO Jaume Saura Estapà
Director del Instituto de Derechos
Humanos de Cataluña
Profesor de Derecho
Internacional Público (UB)
La paz y los derechos
humanos, pilares de las
relaciones internacionales
Desde la Carta de las Naciones Unidas, el uso de la
fuerza armada queda proscrito de las relaciones
internacionales, salvo casos de legítima defensa y de
sanción colectiva debidamente autorizada.
Lucien Aigner / Corbis
ivimos en un mundo en el que hablar de paz y de derechos
humanos puede parecer un acto de voluntarismo iluso, cuando no del más puro cinismo. La guerra de Iraq, los sangrientos conflictos civiles de Liberia y Sierra Leone, o los genocidios de
Ruanda y Bosnia-Herzegovina, por citar sólo algunos hechos más o
menos recientes, nos evocan una realidad en la que la voluntad del
poderoso, en el plano interno o en el internacional, se impone sobre
los derechos de los más débiles. Una radiografía del mundo actual no
nos invita al optimismo y las perspectivas de futuro tampoco parecen
especialmente esperanzadoras.
Y, pese a este diagnóstico inicial, la situación no es del todo desesperada. En un mundo convulso y a menudo desorientado, existen instituciones e instrumentos internacionales que, si no son plenamente
efectivos, sí que indican como mínimo el camino a seguir; nos enseñan un modelo de sociedad internacional posible y realista, lejos de
utopías irrealizables. Este modelo lo encontramos, por encima de
todo, en la Carta de las Naciones Unidas, auténtica guía constitucional de la comunidad internacional. Un tratado internacional, elabo-
V
rado en San Francisco al final de la Segunda Guerra Mundial por unos
cincuenta Estados, que ya ha sido firmado por la práctica totalidad de
los países que forman la comunidad internacional, 191. En su artículo
primero, la Carta señala los propósitos u objetivos de la Organización,
que son: el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales; el
fomento de las relaciones de amistad entre las naciones; la cooperación
internacional para la solución de problemas económicos, sociales, culturales y humanitarios, y la cooperación para la promoción y protección de los derechos fundamentales de todos sin discriminación. Así
pues, paz y derechos humanos son unos de estos grandes objetivos que
la Carta diseña como auténticos valores internacionales, como aspiraciones de toda la humanidad. Son, o deberían ser, pilares de las relaciones internacionales contemporáneas.
Como producto de la Segunda Guerra Mundial que es, la Carta de las
Naciones Unidas hace hincapié en los aspectos relacionados con el
mantenimiento de la paz. Así pues, en el segundo artículo, la Carta
formula algunos principios jurídicos destinados a la consecución de
este objetivo, como por ejemplo el de prohibición de la amenaza y el
uso de la fuerza y el deber de resolver las controversias por medios
pacíficos. Y, más adelante, establece un órgano principal y permanente, el Consejo de Seguridad, que se convierte en el único autorizado
para permitir el uso de la fuerza armada como sanción contra un
Estado. Por tanto, desde la Carta de las Naciones Unidas, el uso de la
fuerza armada queda proscrito de las relaciones internacionales, salvo
casos de legítima defensa y de sanción colectiva debidamente autorizada. Esto no ha impedido, es evidente, que haya habido numerosos
conflictos armados desde 1945, la inmensa mayoría, eso sí, de carácter interno. Cuando se han producido intervenciones externas, la
mayor parte de las veces han sido totalmente ilícitas, por mucho que
las partes hayan realizado esfuerzos para encajar sus acciones armadas
en algunos de los supuestos permitidos (con lecturas interesadas del
derecho de legítima defensa colectiva o bien con interpretaciones
FÓRUM BARCELONA 2004
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“La Carta de las Naciones Unidas es el primer tratado que hace una
referencia general a la protección de los derechos individuales, una cuestión
que hasta entonces había quedado al margen del derecho internacional,
pues se consideraba que era de la jurisdicción interna de los Estados”.
SGM / Age fotostock
Reunión del Consejo de Seguridad
de la ONU sobre Iraq, marzo de 2003.
Arriba, el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos, en Estrasburgo.
En la página anterior, conferencia fundacional
de las Naciones Unidas. San Francisco, 1945.
Lorenzo Ciniglio / Corbis
abusivas de resoluciones del Consejo de Seguridad). Pero eso mismo
ya es una mejora respecto a la situación anterior, en que el derecho a
usar la fuerza armada se consideraba inherente a la soberanía del
Estado, sin restricciones. El hecho de que los Estados tengan que buscar argumentos legales para justificar sus acciones armadas les obliga
a pensarlo dos veces, a moderar sus ambiciones y, sin duda, a descartar ciertas opciones (como, por ejemplo, la ampliación del territorio
por la vía de las armas, a costa de otro Estado). Y, por otro lado, los
parámetros de legalidad del uso de la fuerza permiten al resto de la
sociedad internacional, incluso a la sociedad civil, esgrimir argumentos legales, además de los éticos o políticos, para criticar estas aventuras militares y hacer presión para detenerlas.
El mecanismo de seguridad colectiva establecido por las Naciones
Unidas no es ni mucho menos satisfactorio. Quince Estados, incluidos cinco miembros permanentes con derecho de veto, tienen en el
Consejo de Seguridad la facultad de decidir las sanciones contra un
país, incluso de declararle una guerra. El modelo de directorio de las
grandes potencias cuestiona la verdadera dimensión del principio de
igualdad soberana de los Estados, pero seguramente es el único realista, ya que sin el concurso de los países capaces, como cuestión de
facto, de poner paz por la fuerza, cualquier decisión de un órgano
similar sería papel mojado. Además, es un modelo que permite un
cierto equilibrio entre los intereses divergentes de las grandes potencias, incluso en un mundo unipolar como el actual, tal como se ha
podido comprobar en la negativa de Francia y Rusia de dar apoyo a la
guerra de agresión planeada por Estados Unidos y el Reino Unido
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4
contra Iraq; negativa que se ha traducido en la imposibilidad del
Consejo de Seguridad de adoptar una resolución que autorice esta
intervención y en la consiguiente ilegalidad de la acción armada. Se
puede argumentar que si Francia y Rusia hubieran cedido a las presiones norteamericanas, la guerra hubiera sido lícita, pero no por eso
menos ilegítima. Ciertamente, como decíamos, el sistema no es ni
mucho menos perfecto, pero como mínimo une posibilismo y equilibrio a las consideraciones de estricta legalidad.
El otro sector en el que existe un cuerpo normativo internacional de
relativa nueva creación, no siempre respetado por los Estados, es en el
ámbito de la protección de los derechos humanos. También aquí la
Carta de las Naciones Unidas constituye un punto de partida ineludible.
Es el primer tratado internacional que hace una referencia general a la
protección de los derechos de los individuos, una cuestión que hasta
entonces había quedado al margen del derecho internacional, dado que
se consideraba que era de la jurisdicción interna de los Estados. Los
horrores de la Segunda Guerra Mundial, en particular el holocausto,
obligan a elevar el tema al plano internacional y a reconocer que, a partir de aquel momento, ningún Estado puede escudarse en su soberanía
para negar a sus nacionales (o terceros) un mínimo de derechos fundamentales. La concreción de cuál es este mínimo no se hace en la Carta,
sino que se acuerda tres años más tarde, en la Declaración Universal de
Derechos Humanos, una resolución de la Asamblea General de las
Naciones Unidas que, pese a su carácter inicialmente no vinculante, se
ha convertido en norma obligatoria internacional.
Efectivamente, la tarea de las Naciones Unidas en materia de reconoci-
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Los horrores de la Segunda Guerra Mundial,
en particular el holocausto, obligan a
reconocer que ningún Estado puede
escudarse en su soberanía para conculcar
los derechos humanos.
A la izquierda, conocida imagen de la
represión nazi en el gueto de Varsovia.
Tramonto / Age fotostock
miento y garantía de los derechos humanos no se acaba con la
Declaración, sino que es sólo su principio. A partir de la Declaración se
erige un edificio normativo que incluye dos tratados generales que
desarrollan su contenido (los Pactos Internacionales de 1966 sobre
derechos civiles y políticos, y sobre derechos económicos, sociales y culturales), diversos tratados y declaraciones destinados a proteger colectivos especialmente vulnerables (mujeres, niños, refugiados, trabajadores emigrantes, etc.) y otros instrumentos para la prevención y el castigo de las vulneraciones más graves de estos derechos (genocidio, discriminación racial, torturas, etc.).
Estos tratados han sido ratificados por un importante número de
Estados y la mayor parte de sus disposiciones se consideran derecho
internacional general. El desarrollo normativo internacional en materia
de derechos humanos en estos años ha sido, sencillamente, espectacular. Sin embargo, el respeto y la aplicación cuidadosa de este cuerpo
normativo no han sido paralelos a su formulación, y la eficacia global
del sistema dista mucho de llegar a un mínimo aceptable. Los comités
de control de estos tratados tienen graves carencias de origen, en especial por su carácter voluntario y no judicial (como máximo, el comité
estará autorizado a elaborar informes y formular recomendaciones; no
son tribunales, ni pueden sancionar). Es cierto que un órgano de las
Naciones Unidas, la Comisión de Derechos Humanos, actúa como
órgano de vigilancia de los derechos humanos a escala mundial, con
independencia de los convenios que cada Estado haya firmado.
Desgraciadamente, su composición (en ella están representados los
Estados) hace que a menudo la decisión de condenar a un Estado o no
hacerlo esté más basada en consideraciones políticas que en consideraciones de orden jurídico. Pese a ello, el conjunto de comisiones, comités, relatores especiales, grupos de trabajo y otros órganos, sin olvidar
las organizaciones no gubernamentales, funcionan como un eficaz instrumento de presión y, dado que a la mayor parte de países del mundo
les molesta ser acusados por instancias internacionales solventes de vul-
nerar los derechos humanos, las resoluciones o denuncias de estos
órganos y organizaciones tienen más influencia de la que la estricta
consideración de su fuerza jurídica podría dar a entender.
En cualquier caso, la protección de los derechos humanos a escala
internacional no ha alcanzado un mayor grado de perfección que en el
ámbito europeo. El Consejo de Europa, organización regional que
reúne 45 países europeos y euroasiáticos, se ha dotado de un convenio
para la salvaguarda de los derechos humanos y las libertades fundamentales que no sólo reitera los principales derechos civiles y políticos
establecidos en otros instrumentos universales, sino que, además, instituye un Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en
Estrasburgo, con competencia para conocer de violaciones de los países miembros contra cualquier persona que se encuentre bajo su jurisdicción. Sus sentencias son obligatorias y el conjunto de su jurisprudencia ha formado un verdadero orden público europeo en materia de
protección de los derechos humanos que ya forma parte del patrimonio jurídico común del continente.
La comunidad internacional tiene, pues, modelos realistas, contrastados por la práctica, naturalmente perfectibles, de garantía de la paz
y protección de los derechos humanos. Son modelos respetuosos con
la soberanía de los Estados (entendida en un sentido contemporáneo, es decir, no absoluto) y por tanto ningún país debe sentirse amenazado por ellos. Estos modelos se encuentran contemplados en tratados y resoluciones adoptadas por los mismos Estados que los tendrían que aplicar. Así pues, sólo falta que los líderes políticos de los
diferentes países, y en particular los de las grandes potencias, quieran
adecuar de verdad a ellos la conducta de sus naciones, aunque ello
pueda significar alguna vez el sacrificio de sus “intereses nacionales”
(intereses que, a menudo, son más partidistas y más particulares que
nacionales). Y, hecha esta apuesta por el cumplimiento de buena fe
de lo que ya existe, que se decidan a impulsar las medidas de mejora
que el sistema reclama.
FÓRUM BARCELONA 2004
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