medicina ^historia - Fundació Uriach 1838

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MEDICINA
^HISTORIA
REVISTA DE ESTUDIOS HISTÓRICO INFORMATIVOS DE LA MEDICINA
Secretaría de Redacción
Centro de Documentación de Historia de la Medicina de J. URIACH & Cía. S. A.
Barcelona, abril de 1973
Dr. LORENZO BALAGUERO LLADO
LA HISTERECTOMÍA VAGINAL
A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS
23
M&H
II
LA HISTERECTOMÍA VAGINAL
A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS
I.
DE LAS FUMIGACIONES AL «SPECULUM MATRIcis» DE AMBROSIO PARÉ : PRÓLOGO DE LA GRAN
AVENTURA
La vía vaginal, por su fácil acceso, supuso
siempre un tentador campo de operaciones
para los cirujanos. Sin embargo, los primeros
escritos sobre temas ginecológicos de que se
tiene noticia raramente postulan soluciones
quirúrgicas, por elementales que fueren, limitándose a transcribir algunos sofisticados tratamientos locales de tipo conservador.
El Papiro de Ebers (1200-1000 a. de J.C.), compilado durante el reinado de Amer-Hotep I,
contiene algunos pasajes relativos al prolapso
uterino y forma de remediarlo : pastas y fumigaciones tenían por objeto provocar olores desagradables y repulsivos para la viscera procidente que, huyendo de ellos, recobraría su
situación normal.
He aquí algunas de estas curiosas fórmulas:
— Excrementos humanos secos. Mezclar con resina
de terebinto. Se hace con ellos un vapor y la mu-
teneciente a la escuela de Alejandría, aseguraba que el útero podía ser extirpado sin causar
la muerte, y Areteo, que vivió en el siglo II de
nuestra era en la provincia romana de Capadocia, nos ha legado una descripción del órgano, harto fantasiosa, que explica el porqué
de las antiguas prácticas de fumigación: «En
medio de los flancos de la mujer se halla la
matriz, viscera muy parecida a un animal,
pues se mueve por sí misma hacia uno y otro
lado y también hacia arriba en línea recta
hasta debajo del cartílago del tórax, así como
oblicuamente hacia la derecha o a la izquierda, hacia el hígado o hacia el bazo; igualmente
es propensa a deslizarse hacia abajo y en una
palabra es completamente errática. Se complace con los olores fragantes y avanza hacia
ellos; en cambio, tiene aversión por los hedores y los rehuye; en conjunto, la matriz es
como un animal dentro de otro».
La doctrina de las excursiones que realiza el
útero, libre de toda atadura, por el interior del
organismo, fue ya ampliamente desarrollada
p o r Hipócrates, COmO lo atestiguan algunas
jer se agacha sobre el, dejando que penetre en su
vagina (Eb., n.° 793).
- Un ibis de cera. Colocar sobre carbones. Se obrará
de tal suerte que el vapor de la fumigación penetre
en la vagina (Eb., n.° 795).
En la antigua Grecia (430 a. de J.C.), durante
el período hipocrático, vemos recomendar de
nuevo las fumigaciones fétidas, los pesarios
de lana o seda y, en los casos de prolapso total
—«cuando el útero pende por fuera de las
partes naturales, como los testículos del hombre»—, la sucusión, a base de movimientos
rítmicos imprimidos al cuerpo de la enferma
sujeta a una tabla, cuya paternidad se atribuye al maestro de Cos.
Temisón de Laodicea (123-43 a. de J.C.), per8
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sentencias de su obra (Tratado de enfermedades de las mujeres).
Sorano de Éfeso (98-138), autor de la más
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importante obra ginecológica de la Antigüe-
dad De morbis mulierum, ejerció en Roma
como cirujano. Sorano procedió, al menos una
vez, a la práctica de una amputación de útero invertido gangrenoso, aunque, como él mismo admite en sus escritos, otros cirujanos
le precedieron en estas artes,
Clásicamente se considera a Berengario de
Carpi como autor de la primera histerectomía vaginal que registra la historia. El texto
que recoge la cita está, sin embargo, lleno de
ambigüedades y adolece, como todos los de
la época, de falta de precisión.
Supuesto retrato de Jacobo Berengario de Carpí
(Museo Cívico de Carpi).
Jacobo Berengario de Carpi (1470-1550), anatomista y cirujano, refiere en su Isagoga Breves que de joven había visto extirpar en Carpi,
por su padre, un útero descendido y afecto
de gangrena. Años más tarde, en el mes de
mayo de 1507, él mismo practicó una operación similar y mandó repetirla, por tercera
vez, el 5 de octubre de 1520, a su sobrino Damianus. El muñón fue tratado con una mezcla de vino, miel y aceite. Todas las operadas
curaron. La última de ellas, vista tres años
después por el propio Berengario, seguía teniendo las reglas en la época acostumbrada,
lo que parece indicar que, al menos en este
caso —y probablemente también en los otros
dos— el cirujano se limitó a extirpar unos
simples pólipos uterinos.
Otro autor a quien se atribuye la práctica de
una de las primeras histerectomías vaginales,
es Giovanni Andrea della Croce (1509-1575),
cirujano de Venecia, que, según referencias
no del todo comprobadas, realizó la operación
en 1560.
Ambrosio Paré (1509-1590), padre de la Cirugía moderna, hace alusión en varios pasajes
de su obra a la conveniencia de amputar el
cuello canceroso, recomendando el empleo
del speculum matricis para facilitar su acceso y las maniobras de sección.
Desde entonces hasta principios del siglo xix,
bien poco es lo que se hizo en el campo de la
Cirugía vaginal.
En la obra de Baltasar de Viguera Fisiología
y patología de la muger, que data de 1827,
se expone un resumen de la patología del
prolapso uterino, citando varios remedios para
corregirlo. Su lectura ilustra claramente acerca de los escasísimos progresos que se habían
realizado sobre el particular en los tres siglos
anteriores.
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Baltasar de Viguera aborda el problema de
la extirpación del útero prolapsado diciendo
que «si la procidencia se hace irreductible
por haber adquirido una densidad escirrosa»,
lo más seguro es que sobrevenga «una infección de perverso carácter» en cuyo caso —sigue diciendo el autor— «el arte no desmaya
aún. Ha, pues, muchos siglos que en estos urgentísimos apuros se empezó a ensayar felizmente la mutilación de la matriz, como único recurso para alejar la muerte. Así desde
Aetio, que creo fue el primero que en los años
380 de la era cristiana, demostró la salubridad de esta operación, es muy numeroso el
catálogo de los profesores célebres que la han
practicado y muchas también las víctimas que
bajo sus auspicios han sido arrancadas de las
márgenes del sepulcro. Sin embargo, algunos
escritores afeminados se han remontado neciamente contra lo posibilidad de este recurso; como si los hechos positivos auténticamente demostrados mientras la vida, y
también después de la muerte de algunas operadas, pudieran ser confundidos con dificultades imaginarias e ingeniosidades impertinentes».
Respecto a la práctica de la sección del útero
se pronuncia Viguera con tal énfasis y utilizando tan exquisita y pintoresca prosa, que
nos vemos tentados a reproducir íntegramente algunos de sus párrafos : «La doctrina de la
extirpación de la matriz no es nueva en los
fastos de la ciencia médica. Entre los antiguos, pues, el ya citado Aetio, e igualmente
Avicena y Avenzoar, refieren muchas observaciones de mujeres operadas, que vivieron sañas y robustas muchos años sin esta viscera.
Pablo Aegineta abunda sin duda igualmente
en los mismos ejemplos, cuando aseguraba
que la matriz puede ser extirpada sin desagra9
dables consecuencias. Los modernos ilustrados, lejos de haber desmentido este lenguaje,
le han dado más expresión, presentándole
enriquecido con una suma prodigiosa de hechos (...). Sin embargo, no han faltado en
todos los tiempos declamadores, o más bien
detractores, que en el empeño de desacreditar esta tantas veces saludable operación, han
pretendido neciamente hacer frente a los hechos y a la ciencia; unos, suponiendo dificultades que sólo soñadas pudieran imaginarse,
o más bien preconizando un tropel de ridículas consecuencias, que creo muy impertinente
referir; y otros haciendo alarde de su vana
sagacidad para diseminar desconfianzas e intentar persuadir que todas las secciones aciamadas de la matriz no han sido más que imaginarias, o sea un torpe error de sus autores,
que han confundido las masas carnosas de
la vagina flotantes fuera de la vulva, con la
procidencia o renversión de esta viscera, para
lo que traen a cuento el ejemplo de alguna
operada que fue después madre. No negaré
que ha habido profesores poco expertos que
han cometido esta equivocación; pero, el descrédito de los necios no debe ser trascendental, ni a los actos prodigiosos de la ciencia, ni
a la buena memoria de los muchos que han
sacrificado su reposo, su salud y aun sus
días en beneficio de las muchas mujeres que
sin este recurso tendrían abierto el sepulcro».
Para dar apoyo a sus argumentaciones Vigüera cita una serie de casos, de dudosa factura, pertenecientes todos a cirujanos del pasado. La primera observación data de 1571.
La paciente, operada por Ambrosio Paré, murió a los tres meses. «Advertido de su fallecímiento y deseando saber lo que la naturaleza
había sustituido a la matriz, hizo su abertura,
y sólo encontró una callosidad como anuncio
10
de que intentaba reponer lo que había perdido.» Laumonier practicó una operación semejante en la ciudad de Metz y para dejar constancia del acto «remitió la matriz extirpada
a la Real Academia de Cirugía de París, en
cuyo seno se encontraron, según había presentido, incrédulos que negaron ser la viscera
materna, por la sola razón de que lo que tenían a la vista no representaba más que una
masa monstruosa; como si este órgano necesanamente ingurgitado y de un aspecto todo
patológico, debiese presentar su figura natural de la misma manera que en su sana salud».
Baltasar de Viguera hace por fin expresa alusión al problema de la hemorragia «que tanto
temía Ruysch como consecuencia de esta operación y que le objetaba como uno de sus más
peligrosos resultados», diciendo: «A la verdad que este autor no anduvo muy cuerdo en
esta objeción que puede decirse imaginaria;
pues cuando los operadores no han hablado
de un tal incidente, han tácitamente querido
manifestar, que los vasos de esta viscera se
obstruyen y adquieren una consistencia ligamentosa, a medida que se infartan y endurecen sus tejidos, o lo que es lo mismo, que el
círculo de sus líquidos es en estos casos o
nulo o muy limitado, lo que es la causa de
que o no sobrevenga hemorragia, o sea de poca
entidad y fácil de contener,
«También proponía este autor otras objeciones que en cierta manera desmentían sus
grandes conocimientos anatómicos. Pretendía, pues, que la vejiga urinaria debía ser
arrastrada con la vagina en la procidencia
de la matriz, y que la sección de ésta era de
temer fuese irremediablemente trascendental
a aquélla. Pero más que la vagina a la vejiga,
arrastraba a este escritor el espíritu de oposición. Sabe, pues, y hasta Galeno no lo igno-
El doctor J. E, Pean muestra, en el Hópital Saint Louis,
su descubrimiento de las pinzas hemostáticas
de forcipresión. Cuadro de Gervex (Museo del Luxenbourg).
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raba, que estos dos órganos sólo están adheridos por un tejido celular blando, interpuesto
entre sus superficies, y que un tan débil víncuio no les puede forzar ni se ha visto jamás
que las haya forzado a seguir sus mutuas
impulsiones; por manera que aunque la vejiga esté reventado de repleta, y por consiguiente más elevada en el abdomen, la vagina
nada sufre, ni se resiente».
Con estas palabras y los hechos que refieren,
se cierra un oscuro capítulo de la Ginecología
operatoria: largo en el tiempo, pero más que
corto en cuanto a la eficacia de sus logros.
II.
Los PRIMEROS PASOS
SAUTER Y RÉCAMIER
:
Es probable, aunque no tengamos referencias
exactas de ello, que los cirujanos del siglo XVIII
hubieran intentado en más de una ocasión
extirpar el útero prolapsado. Pero nadie se
había atrevido a ir a buscarlo en el interior
de la pelvis. Parece ser que a principios del
siglo pasado Monteggia realizó por tres veces
la ablación del útero con sus conexiones intactas, aunque carecemos de documentos escritos que lo confirmen. También Osiander
por aquella misma época, según nos refiere
Siebold, logró extirpar un útero por las vías
naturales con resultados satisfactorios. En
1812, Paletta llevó a cabo la exéresis completa
del útero por error, siendo su intención primera limitarse a extirpar el cuello canceroso:
la enferma murió al tercer día de la intervención,
Konrad Martin Langenbeck (1776-1851), en
1813, repitió de nuevo la aventura, pero esta
vez con el ánimo expreso de extirpar un cancer de útero sobre las bases de una técnica lo
14
más anatómica posible. Langenbeck, cirujano general del ejército hannoveriano en tiempos de Napoleón, era un caso insólito de virtuosismo quirúrgico. Decíase de él que era
capaz de amputar el hombro de un paciente
en menos de lo que un colega tardaba en sacarse la tabaquera y tomar un poco de rapé.
El caso de Langenbeck, confuso en muchos
puntos e históricamente mal documentado,
nos ha sido descrito por Mathieu en los siguientes términos: «Langenbeck tuvo que
idear su propio plan para la ablación de todo
el útero —enucleatio uterii—, pues tenía pocos precedentes en que apoyarse. Disecó la
viscera de su revestimiento peritoneal cuidando de no abrir la cavidad del abdomen. Su
ayudante, cirujano enfermo de gota, no pudo
levantarse de la silla al ser requerida su colaboración. Poco antes de terminar la exéresis hubo una gran hemorragia y Langenbeck
con la mano izquierda comprimió la parte
sangrante al tiempo que con una aguja de
ligadura llevada por la derecha atravesó los
tejidos, por detrás de la zona hemorrágica, y
apretó los hitos tirando de un cabo con los
dientes. Después de la operación no pudo descubrir abertura alguna en la cavidad peritoneal. La pieza extirpada no se conservó y su
ayudante murió al poco de haberse realizado
la hazaña. No se le quiso dar crédito y durante los veintiséis años siguientes tuvo que sufrir las mofas de sus colegas, hasta que, muerta la paciente de senilidad, la necropsia puso
en claro la realidad de los hechos».
A Johan Nepomuk Sauter (1766-1840), cirujano de Constanza, se debe el mérito indiscutible de haber realizado la primera histerectomía vaginal con un mínimo de exigencias
anatómicas. La operación se practicó el día
28 de enero de 1822 en la persona de Gene-
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de J. C. Chaplain, 1905.
0 68 mm. Colección particular
de «Medicina in Nummis».
viéve Waldraf, de cincuenta años y madre de
seis hijos, a causa de un voluminoso tumor,
que ocupaba toda la vagina e interfería parcialmente la defecación.
Antes de intervenir, Sauter exploró de nuevo
a la paciente, logrando «penetrar, a través
del cuello completamente roído, hasta lo más
profundo de la cavidad del órgano», que intentó descender inútilmente. Piénsese, a juzgar
por estos datos, en el grado de invasión (que
amilanaría hoy a muchos ginecólogos expertos), a pesar de lo cual Sauter no se volvió
atrás y, auxiliado por un Oberwundartz y por
su propio hijo, operó de la siguiente forma :
Después de evacuar la vejiga y el recto, introdujo los dedos índice y medio hasta el fondo del saco anterior y, sobre la guía de los
mismos, sin más comprobación que el tacto,
hundió el bisturí en el cuello, seccionando la
mucosa. Ampliada la brecha, Sauter intentó
penetrar por medio de instrumentos blandos,
mango del cuchillo, espátula de hueso y el
dedo, entre la vejiga y el útero. El arrancamiento fortuito de un trozo de tumor y las
súplicas de la enferma, hacen dudar a Sauter
por unos momentos de la viabilidad de su proyecto. Vistas las dificultades y la premura del
tiempo, reintroduce los dedos de la mano izquierda por debajo de la vejiga mientras que
con la otra, armada de un bisturí, secciona
todas las formaciones hasta la cavidad peritoneal. Llegado a este punto, corta lateralmente las conexiones del útero, maniobra que
se vio muy dificultada por la procidencia de
los intestinos, que no logró reponer del todo,
pese al esfuerzo de sus ayudantes. Finalizada
la operación y vueltas las visceras al interior
de la pelvis, rellenó la herida con un paquete
de hilas «puras y secas», a manera de tapón.
La cantidad de sangre perdida debió ser, según estimación del propio Sauter, de alrededor de medio litro. Juzgándola escasa, no
tuvo necesidad de recurrir a ninguno de los
medios hemostáticos que había preparado,
aparte de una solución concentrada de alumbre con la que de cuando en cuando tocaba
las heridas. Hacia el final de la operación la
enferma cayó en un síncope, del que se recupero con éter, opio y pequeñas cantidades de
vino. La paciente, tras un posoperatorio algo
tormentoso, abandonó el hospital sin más secuelas que una fístula urinaria,
La señora Waldraf murió al cabo de cinco meses, el 1.° de junio, a consecuencia de una infección intestinal. «Es lástima—dice Sauter—
que después de una intervención tan brillante
la enferma se perdiera por una indigestión
de choucroute.»
Hoy, transcurrido siglo y medio, la proeza
quirúrgica de Sauter—realizada con unos medios tan simples, sin anestesia ni hemostasia— no puede menos que producirnos admiración y asombro. Pese a todas estas imperfecciones, hay que reconocer que la histerectomía fue un éxito, al menos desde el punto de
vista operatorio.
Meses más tarde, cuando al publicar su caso
comenta críticamente algunos pormenores de
la intervención, Sauter insiste de nuevo en la
inutilidad de las ligaduras, argumentando que
«numerosas observaciones en cadáveres han
demostrado que los vasos de los ligamentos
uterinos, en particular las arterias, fuera del
embarazo, son tan pequeñas que no precisan
restañarse». Falsa concepción anatómica y
grave error operatorio que, con un poco menos de suerte, hubieran podido costar la vida
de la enferma.
15
Paul Segond. Medalla de bronce
de Charpentier. 62 x 81 mm.
Colección particular
de «Medicina in Nummis».
Sauter tuvo sus imitadores, sobre todo en Ale»Cogí los restos del labio anterior del hocico
manía. Entre 1822 y 1829, la operación fue
de tenca con una fuerte pinza de garfios, llepracticada once veces con resultados desasvando una de las ramas al interior del conductrosos.
to ulcerado y colocando la otra sobre la parte
En París, un profesor de Clínica Médica, suceanterior. Cuando empecé a bajar el cuello,
sor de Laennec en el Colegio de Francia, Joatrayéndolo hacia la vulva, en seguida me di
seph Récamier (1774-1852), iba a dar el paso
cuenta de que este primer punto de apoyo cadecisivo. El problema del tratamiento operarecia de solidez, de suerte que aprovechando
torio del cáncer venía preocupando desde hala tracción hice presa con una segunda pinza
cía tiempo al inquieto Récamier. Ya en 1825,
a cada lado del tumor.
de acuerdo con Marjolin, había realizado la
»Verificada nuevamente la posición de las pinextirpación de un útero neoplásico, que adezas, incidí transversalmente la vagina y al
más prolapsaba, estrangulando su pedículo
momento exploré la densidad del tejido celupor medio de una ligadura: la masa gangrelar subyacente con el dedo índice que había
nada se eliminó al cabo de quince días. Un
guiado el bisturí, recorriendo con el mismo la
año después concibió la idea de extirpar totalsuperficie del tumor. De esta forma, pude comente el útero in situ —de igual forma como
locar las dos primeras falanges de este dedo
lo había hecho Sauter, sin él saberlo—, propor debajo de la vejiga hasta llegar al surco
pósito que fue madurando poco a poco hasta
de separación entre el cuello tumefacto y el
que el 23 de julio de 1829 se le presentó la
cuerpo del útero y al repliegue del peritoneo
gran ocasión de poner en práctica sus proyecque lo separa del bajo fondo vesical. Renuncié
tos. Se trataba de una enferma de cincuenta
a servirme del bisturí, al objeto de evitar el
años, afecta de pérdidas saniosas y dolores
daño de este último órgano y el de los urélumbares. La exploración reveló la existencia
teres».
de una «úlcera sórdida y fungosa que ocupaba
Récamier procede a abrir entonces ampliael labio posterior del cuello y se extendía, hamente el peritoneo é'introduciendo los dedos
cia atrás, interesando parte del tabique rectoen la brecha, atrae hacia sí el fondo del útero,
vaginal». Tres días después de su ingreso en
Luego pasa a seccionar los ligamentos anel Hotel Dieu, la paciente fue operada en prechos: «Como quiera que la sección fue verisencia de Marjolin, Breschet y Blandin.
ficada
estando las formaciones tensas, con un
Récamier ha dejado de esta intervención un
bisturí poco cortante, consideré improbable
informe extraordinariamente preciso y detaque la abertura de la pequeña arteria ovárica
liado, que por su evidente interés histórico
diese lugar a grandes hemorragias, contra las
merece ser transcrito en sus líneas fundamencuales tenía sin embargo en reserva diversos
tales: «La enferma fue colocada sobre un lemedios de contención: primero, hubiese cecho ligeramente inclinado como para una operrado y torsionado la extremidad del vaso o,
ración de talla. Si el vientre hubiese sido
en su defecto, el sitio de donde fluyese la
flaccido, habría situado los hombros a nivel
sangre, con las uñas del índice y pulgar izde la pelvis, a fin de evitar la salida de los
quierdos; si la hemorragia no se hubiese deintestinos,
tenido, habría pasado una aguja muy curva
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con un hilo y hasta colocado una lámina de
plomo incurvada, a modo de pinza, que habría
cerrado, dejándola sobre la zona sangrante,
no sin antes haberle adaptado un hilo de tracción»,
Acto seguido procedió a la ligadura del tercio inferior de los ligamentos anchos «donde
se encuentra la arteria uterina», logrando así
seccionarlos sin excesiva hemorragia.
La operación duró en total veinte minutos. El
curso posoperatorio, del que Récamier fue
anotando metódica y ordenadamente todos
los detalles, se vio complicado con una reacción peritoneal, que obligó a colocar la paciente en un baño tibio a partir del quinto
día. Hubo también, según se desprende de la
lectura de los protocolos clínicos, una hemorragia procedente de las arterias ováricas que
quedaron sin ligar, pero la sangre se enquistó. Al séptimo día, Récamier separó con los
dedos el recto de la vejiga, provocando la
salida de gran cantidad de sangre fétida.
A partir de aquel momento la enferma mejoró ostensiblemente. Al cabo de un mes, todos
los médicos y cirujanos de París, incluido el
escéptico Dupuytren, pudieron constatar su
curación.
La enferma murió finalmente el 12 de junio
de 1830. Este año de supervivencia bastó, sin
embargo, para que numerosos cirujanos tentaran la suerte, emulando a Récamier. Roux
operó dos mujeres en un lapso de cinco días,
muriendo ambas. Dos nuevos exitus, asimismo fulminantes, se produjeron al año siguiente en París, esta vez en manos de Récamier
y de su alumno Dubled. Una tercera operación realizada por Delpech con idéntico desenlace, acabó por desacreditar una intervención que ya desde el principio contaba con no
pocos adversarios. Larrey, con todo el peso
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de su autoridad, le asestó el golpe de gracia
en una memorable sesión de la Academia de
Medicina celebrada el 8 de noviembre de
1830, postura condenatoria que fue inmediatamente compartida por Serres y Dupuytren.
Dos años más tarde, Velpeau establece el fúnebre balance de lo que él llama una operación desgraciada: veintiuna extirpaciones de
útero, veintiuna muertes. En vista de ello,
propone borrarla definitivamente de la práctica.
No terminan aquí los anatemas. El barón de
Boyer en su Traite des maladies chirurgicales, publicado en 1831, también se pronuncia
despiadadamente contra ella : operación cruel,
temeraria, inhumana, que nada puede justificar. Y esto en una época en que el mismo
autor, haciendo alusión al progreso quirúrgico, dijera lacónicamente que «la cirugía
parecía haber alcanzado, o poco le faltaba,
el más alto grado de perfección susceptible
de lograrse». El viejo maestro de la Charité,
que acababa de cumplir setenta años, bien
poco podía imaginar el futuro esplendoroso
que se avecinaba.
Durante casi medio siglo la histerectomía
vaginal estuvo totalmente abandonada. Todavía en 1855 el temor de semejante intervención le hacía escribir a Diego de Argumosa: «Su solo anuncio conmueve; la matriz, a
pesar de su profundidad y supremacía, ha
caído también en manos de la Cirugía, quizá
para desgracia de ésta y de las mujeres»,
Unos años más tarde, en 1862, en ciernes ya
la era antiséptica, Scanzoni se atreve finalmente a profetizar que «la extirpación total
del útero pertenece a la historia»,
El año 1878 marca el inicio de una nueva etapa en la Cirugía ginecológica por vía vaginal,
Lejos ya los tiempos de Sauter y Récamier,
17
LA HISTERECTOMÍA VAGINAL
A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS
los cirujanos franceses y alemanes, con unos
medios que no tenían sus antecesores, se lanzan de nuevo a la aventura.
III.
LA CIRUGÍA DE LOS MIOMAS :
PÉAN Y DOYEN
.
Entre 1880 y 1890 la cirugía de exéresis por
vía vaginal alcanzó en Francia su máximo
esplendor, de la mano de Pean, Segond, Richelot, Doyen, Quénu y Pozzi.
Tules Emile Pean, a cuyo genio quirúrgico se
debe la introducción de las pinzas hemostáticas de forcipresión, tuvo fama de ser uno
de los mejores cirujanos de su tiempo. Siempre a la vanguardia del progreso quirúrgico,
introdujo en Francia la ovariectomía, inició
la práctica de la histerectomía abdominal por
mioma, la esplenectomía y la resección del
píloro, así como la desarticulación de la cadera sin ligadura previa de los vasos.
Una de sus más interesantes aportaciones en
el campo de la operatoria ginecológica fue la
puesta en práctica de un procedimiento destinado a reducir, mediante sucesivas fragmentaciones, el volumen del tumor, haciéndolo así extirpable a trozos, uno tras otro,
por vía baja (morcellement).
Axel Munthe, en su exquisita Historia de San
Michele, refiere un tanto sarcásticamente la
actividad quirúrgica de Pean: «Tiemblo al
pensar lo que me hubiera sucedido de haber
caído en manos de uno de los principales cirujanos que había entonces en París. El famoso profesor Pean, el terrible carnicero del
Hópital Saint-Louis, me hubiera amputado inmediatamente las dos piernas y las hubiera
arrojado sobre otros brazos y piernas ya cortados, sobre media docena de ovarios, úteros
18
y distintos tumores amontonados en el suelo,
en un rincón del anfiteatro encharcado de
sangre como un matadero. Luego, con sus
manazas empapadas aún en mi sangre, habría hundido el cuchillo, con la habilidad de
un prestidigitador, en la próxima víctima medio consciente bajo una insuficiente anestesia, mientras otra media docena gritaría aterrorizada en sus camillas esperando el turno
de martirio. Terminada la matanza, Pean se
hubiera enjugado el sudor de la frente, habríase quitado alguna mancha de sangre y de
pus del chaleco blanco y del frac (siempre
operaba en traje de noche) y diciendo "voilá
pour aujourd'hui, Messieurs" hubiera salido
del anfiteatro precipitándose en su pomposo
lando, y a toda velocidad hubiera corrido a su
clínica particular de la rué de la Santé, a
abrir los vientres de media docena de mujeres atraídas allí, como ovejas impotentes
al matadero de la Villette, por una propaganda gigantesca».
Esta visión, dejando a un lado lo que tiene
de novelesca, refleja bastante bien la fiebre
operatoria de la época y la audacia y popularidad de uno de sus más brillantes protagonistas. Eran tiempos heroicos, en los que no
sabemos qué admirar más, «si el meritorio
esfuerzo y firme decisión de los cirujanos, a
pesar de sus reiterados fracasos y elevadísima mortalidad, o el fervor y la fe de las enfermas operadas».
Si Pean contribuyó con sus innovaciones al
desarrollo de la histerectomía vaginal en
Francia, a Doyen le corresponde el mérito
indiscutible de haber perfeccionado la técnica, dándole por fundamento unos principios
anatómicos que antes no tenía,
Eugéne-Louis Doyen (1859-1916), auténtico
francotirador de la Cirugía, fue un hombre
extraordinario que alcanzó justa fama no sólo
por su habilidad quirúrgica, sino también por
la dureza de su carácter, su espíritu batallador y, sobre todo, por su vida fastuosa y mundaña que hizo de él una de las figuras más
célebres del París de la belle époque.
A pesar de su bien merecido prestigio como
cirujano —y quizás a causa del mismo— Doyen tuvo mala prensa en el mundo médico
oficial —su hete noire—, del que siempre habiaba con el mayor desprecio. Esta patente
hostilidad hacia los medios académicos le
valió continuas recriminaciones por parte de
sus colegas —a los que dicho sea de paso no
dudaba en censurar, como ocurrió por ejempío en los procesos Crocker-Doyen (1907) y
Calmette (1914)— y fue la causa de no pocos
sucesos desagradables. En cierta ocasión, habiendo sido invitado Doyen a inaugurar un
curso libre de Anatomía, tuvo que abandonar
el anfiteatro debido a los abucheos e insultos con que fue recibido por el público. A este
propósito escribe Rubén Darío en su libro
Todo al vuelo, el siguiente comentario: «El
doctor Doyen es famoso. Tiene, pues, enemigos. El doctor Doyen es un cirujano prodigioso. Tiene, claro está, enemigos. Es dueño de
una fábrica de champán. Tiene muchos enemigos. Tiene unas amiguitas de belleza renombrada. Tiene muchísimos enemigos. Tiene y
gana enormes sumas de dinero. Tiene innumerabies enemigos. Ninguna malquerencia más
justa. Se le acusa, pues, por su fama, por sus
operaciones, por su champán, por sus amiguitas y, sobre todo, por su dinero. A pesar de
todo, él continúa impertérrito, escribe en los
periódicos, tiene un duelo quijotesco y ahora
da una conferencia en el Odeón sobre Le malade imaginaire de Moliere». Digamos de paso
que la fábrica de champán, a que hace alusión
Rubén Darío, perteneció a Doyen por su matrimonio con la viuda de Clicquot, la mejor
operación de su vida, según se comentaba maliciosamente en los círculos médicos de París,
Hombre vanidoso y ávido de gloria, Doyen quiso disputarle la cátedra de Clínica Ginecológica —creada en 1899 por el Ayuntamiento de
París en el Hópital Broca— a Pozzi, su peor
enemigo, en un concurso del que salió derrotado.
Con Doyen la Ginecología operatoria cobró un
singular impulso. Su afán de renovación y
un preciosismo quirúrgico que se dejaba ver
en los más ínfimos detalles de técnica, le llevó a concebir múltiples instrumentos. Baste
con citar la famosa valva suprapúbica que,
como decía Cónill, aun sin ser un monumento
de ingeniería, muy mal se operaba antes de
ella. J. L. Faure la adoptó de inmediato, utilizándola toda su vida: nada, aseguraba, la podrá destronar.
El engreimiento y la falta de rigor científico,
dos facetas negativas de su carácter, le condujeron a lamentables errores. En 1885 creyó
descubrir el microbio del cáncer, el micrococus neoformans, que no era más que un vulgar
estafilococo. En 1903, con ocasión de un Congreso Internacional, anunció pomposamente
en Madrid su descubrimiento. Aseguraba que
sólo él podía aislar el germen, debido a la rapidez con que obtenía las piezas. Inyectaba el
cultivo en el peritoneo de ratones y lograba
preparar con esta técnica unos cortes histológicos de epitelioma... que no eran más que la
cola del páncreas, según identificó Cornil,
Pese a sus evidentes defectos, Doyen fue un
animador extraordinrio de la Cirugía universal: gran Cirugía ginecológica, Cirugía gástrica, Cirugía craneana. Durante su etapa de
Reims —1890 a 1900— incluso llegó a operar
19
XII
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Theodor Billroth con sus colaboradores (1871). A la izquierda,
sentado junto al maestro, Vincenz Czerny.
a domicilio, encargándose él mismo de la anestesia, sin ayudantes. Con semejante pobreza de
medios llevó a cabo operaciones de gran envergadura: amputaciones y hasta la desarticulación del hombro, con la celeridad de un Larrey
o de un Langenbeck. Sus manos, que solía
mover con una precisión casi mecánica, eran
grandes, de estrangulador, decía Cathelin.
Doyen, que tanto destacó en otros campos de
la Cirugía, fue indiscutiblemente un maestro
de la histerectomía vaginal. Gracias al uso de
instrumentos especiales y a la puesta en práctica de ciertas ingeniosas maniobras de orden
técnico, Doyen simplificó notablemente la intervención, que concluía en veinte o treinta
minutos, mientras que otros cirujanos precisaban de tres o más horas para llevar a cabo
la ablación. Para demostrar la superioridad
de su método, Doyen publicó una fotografía de
20
los anillos de 25 pinzas dejadas por Pean,
cuando a él le bastaba con aplicar 5 ó 6, que
abandonaba in situ por espacio de cuarenta y
ocho horas.
En 1887 realizó la primera operación, según
el procedimiento de Richelot, pero las pinzas,
que Doyen estimaba mal concebidas, cedieron,
lo que hizo que se perdiera la enferma desangrada. En enero de aquel mismo año encargó
a Collin la construcción de unas pinzas —la
gran pinza cintrada de presión— que le permitieron, operando siempre bajo el control de la
vista o del tacto, efectuar la hemostasia definitiva de una manera segura, eficaz y exenta de
peligros. En el curso de su tercera operación,
al intentar hacerse con un voluminoso mioma
enclavado en la pelvis, Doyen ideó la hemisección anterior del útero, recurso magnífico utilizado hoy profusamente en todas las grandes
clínicas ginecológicas del mundo. En los casos difíciles, cuando el tamaño del tumor hacía casi impracticable la vía vaginal, se sirvió
Doyen de un tubo sacabocados —fruto asimismo de su portentosa imaginación— el
cual introducía profundamente en el espesor del mioma seccionando así sendos cilindros del mismo, con lo que se facilitaba
enormemente su extirpación sin riesgo apei
i
.i
,
.
o
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nas de heridas secundarias.
Samuel Pozzi (1846-1918) era, en cierto modo,
la antítesis de Doyen: correcto en sus relaciones con los demás colegas, ponderado en los
juicios, elegante en sus modales y pulcro en
el vestir, poseía un savoir faire que llegó a
abrirle todas las puertas, incluso las de la docencia. En 1890, tras un retiro voluntario de
dos años en Montpellier, publicó su famoso
Tratado de Ginecología Clínica y Operatoria.
El prestigio de Pozzi no podía dejar indiferente a Doyen y así no es de extrañar que siempre
le viniera a la boca la palabra cochon al hablar
de su persona. Detalle curioso y trágico: Pozzi
acabó muriendo asesinado por una demente
descontenta de sus servicios. En junio de 1918,
herido por varias balas de revólver que habían
provocado una docena de perforaciones, falle-
IV. LA BATALLA DEL CÁNCER :
CZERNY Y SCHAUTA
La cirugía del cáncer por vía vaginal es obra de
iniciativa, perfeccionamiento y vulgarización
puramente vieneses. Incluso Czerny, que profes
° e n Friburgo y Heildelberg y a quien cabe
el honor de haber practicado la primera histetectomia por cáncer definitivamente reglada,
s e
j-
o r m o
e n
j
a
escuela de Viena, junto a BillJ
.,
quienes
extirpar
el
útero
neoplásico
en
seatrevieron a
l a p r i m e r a m i t a d del siglo pasado, pronto oblig a r o n a abandonar su práctica. Con el convencimiento de que, según palabras de Scanzoni,
l a operación —que curiosamente apenas acababa de nacer— pertenecía ya a la historia, la
cirugía del cáncer estuvo durante años sumida
en el olvido.
Fue en 1878, exactamente el 12 de agosto,
Cuando Vincenz Czerny (1842-1916), discípulo predilecto de Theodor Billroth, realizó en
Heidelberg la primera extirpación completa
d eu n ú t e r 0
carcinomatoso por vía vaginal. La
recién
inaugurada era antiséptica, la narcosis
^ n 0 e n u\tir^° termino los conocimientos ana^f1™5 d e C z e r n >:' Posibilitaron la ejecución
L o sa n a t e m a s d e q u ef u e r o n v í c t i m a s
rió mientras TV Mnrtel ln nneraha en nresen
d e l aCtO
°Peratono
e n
u n a s
cío mientras De Martel lo operaba, en presencía de sus amigos Albert Robín y Georges Cíemenceau—presidente del gobierno y medico—
que asistían impotentes al último acto de su
existencia.
Paul Segond (1851-1912) fue el cuarto de los
grandes vaginalistas franceses. Años más tarde, Jean-Louis Faure (1863-1944), con su depuradísima técnica laparotómica, lograría
reconquistar un bastión que parecía inexpugnable.
seguridad adecuadas. La enferma
ia
m u £ ó s ¿ m¿.es ¿
¿s a c o n s e c u e n c i a d e u n
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l . Excepción hecha de
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l
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del
tamaño de una manzau ngan
i o in át
n a > alojado en la fosa ilíaca izquierda y probablemente carcinomatoso, no se halló en la autopsia signos de recidiva alguna,
La operación de Czerny no tardó en alcanzar
justa reputación en los medios quirúrgicos
alemanes, siendo efectuada con éxito por Mickulicz, Schroder, Olshausen, Martin y Billroth.
Condiciones de
23
XIV
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Friedrich
Schauta.
Litografía de R. Fenzl, ¡900.
Dos años después, el propio Czerny comunicó
los resultados obtenidos en una serie de 81 casos de colpohisterectomía, pertenecientes a varías selectas clínicas europeas : 26 defunciónes, lo que suponía una mortalidad primaria
del 32 por 100. A pesar de esta elevada cifra de
pérdidas humanas, la operación de Czerny se
acreditó en seguida como menos peligrosa que
la de Freund, realizada por vía abdominal (67
por 100 de mortalidad), iniciándose así un antagonismo de escuela que iba a culminar años
más tarde en Viena, con Schauta y Wertheim.
Fue tal la acogida que tuvo dicha intervención
que ya en 1883 Max Sánger se refería a trece
distintas modificaciones y variantes de la técnica original. El deseo de ampliar el campo
operatorio indujo a Otto Zuckerkandl (1888)
a proponer una vía perineal, penetrando entre
recto y vagina. Otra forma de acceso, preconizada por Emil Zuckerkandl (1889) y Anton Wólfler (1889), fue la incisión parasacra
y pararrectal, previa extirpación del coxis.
Pero todas estas variantes palidecen si se
las compara al cruentísimo método descrito
por Kraske con el nombre de operación preliminar y aplicado por Karl August Herzfeld
(1888) y Julius von Hochenegg (1888) a la histerectomía vaginal, consistente en resecar la
parte inferior del sacro como paso previo a la
práctica de la histerectomía (vía sacra).
De cuantos recursos fueron ideados para favorecer el acceso al campo operatorio, el único
que conserva vigencia, gozando hoy día de piena aceptación, es el corte paravaginal de Dührssen-Schuchardt, descrito por el primer autor,
en 1891," e incorporado, desde 1893, a la práctica quirúrgica de rutina por el segundo (histerectomía perineo-vaginalis).
A la histerectomía de Czerny, modelo de perfección técnica, le faltaba sin embargo radica24
lidad. Todavía no cumplía con el desiderátum
de extirpar, junto con el órgano enfermo, lo
más ampliamente posible el tejido sano de los
alrededores. Quedaba, en este sentido, un obstáculo que salvar: los uréteres. Friedrich
Schauta (1849-1919), formado en una escuela
de gran tradición anatómica, inmediatamente
se dio cuenta de que si quería resecar los parametrios, era necesario proceder primero a
la visualización y aislamiento de los uréteres,
cosa que nunca —o casi nunca— se lograba
en la histerectomía simple.
La primera extirpación vaginal ampliada, realizada por Schauta el 10 de junio de 1901 en la
I Frauenklinik de Viena, consiguió la curación definitiva de la paciente. Siete años más
tarde, Schauta da a conocer sus resultados,
sobre la base de 258 casos personales en un
trabajo —La extirpación total ampliada por
vía vaginal en el carcinoma de cuello. Viena y
Leipzig, 1908— que habría de causar un gran
impacto.
Al mismo tiempo y a pocos pasos de distancia, Ernst Wertheim (1864-1920) desarrollaba, con singular maestría, su técnica de extirpación del cáncer por vía abdominal. De esta
forma, durante años, fueron las Clínicas I y II
de Viena unos a modo de compartimientos estáñeos, donde con distinta orientación pero
con idéntica fe y entusiasmo, se sentaron las
bases científicas de la moderna cirugía del
cáncer.
La recia personalidad de Schauta, su amor por
los enfermos y, en fin, su profundo espíritu
universitario, quedaron perfectamente reflejados en su lección de despedida del curso 1903 :
«Por delante de ustedes, señores, ha pasado
toda la Obstetricia y casi toda la Ginecología.
Se ha operado mucho. Nuestras estadísticas
se han enriquecido. Unimos ya en la memoria
Die erweiterte vaginale
Totalexstirpation des Uterus
Kollumkarzinom.
Dr. Friedrich Schautá,
Portada del trabajo de F. Schauta en el que comunica
la técnica y resultados de su histerectomía
vaginal ampliada. Viena y Leipzig, 1908.
Isidor A. Amreich.
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nuestras cifras de este curso a las de los cursos
anteriores. Muchos, muchos casos se han curado, se han ido y de ellos sólo guardamos el
agradecimiento de su número, que se suma al
de los anteriores. Otros casos operados no han
tenido esa suerte, han entenebrecido nuestros
libros, y ésos..., ésos siguen viviendo en núestra mente para torturarla. Pusimos para curar a esas enfermas el mismo deseo, la misma
voluntad que en los casos afortunados e incluso a veces mucho más, y para salvarlas hicimos
cuanto pudimos. No lo logramos. Declaramos
que la satisfacción que nos produjeron las primeras enfermas no ha sido compensada por el
dolor que nos causaron las últimas. Nuestro
único consuelo lo encontramos en la enseñanza que nos dejaron, porque los fracasos son
nuestros más enérgicos incentivos».
La histerectomía vaginal ampliada alcanzó,
en manos de Isidor A. Amreich (nacido en
1885), digno continuador de la obra de Schauta, un grado tal de perfección, que su técnica
bien merece el calificativo, dado por algunos
autores modernos, de obra maestra de la Cirugía.
Nada mejor para glosar el talante quirúrgico
de Amreich que sus propias palabras, escritas
a propósito de Wertheim: «El operar supone
algo más que la simple habilidad de los dedos :
exige una mente rápida y eficaz, así como un
profundo conocimiento del cuerpo humano. La
ciento con el cerebro y las manos realizan
simplemente los servicios mecánicos. Las manos sólo son "áureas" cuando están guiadas
por la fuerza del intelecto».
Los dos métodos operatorios hoy día universalmente utilizdos, con algunas variantes, en el
tratamiento del cáncer de cuello uterino, son
fruto indiscutible de la prestigiosa escuela
vienesa. Friedrich Schauta, Ernst Wertheim,
Fritz Kermauner, Josef Halban, Heinrich Peham, Wilhelm Weibel, Paul Werner, Georg
August Wagner, Isidor Alfred Amreich, Tassilo Antoine, Ernst Navratil y tantos otros, supieron convertir en realidad los deseos que el
joven Theodor Billroth —entonces contaba
treinta y ocho años—, recién incorporado a la
Cátedra de Cirugía de Viena expresó en su discurso inaugural de 1868 : «Creo conocer el camino que lleva de la teoría a la práctica, pues
todos los días lo recorro en ambos sentidos
centenares de veces y sé que si en algún momentó hubiera de descansar, fatigado, al margen de la práctica, cesaría automáticamente
mi adquisición intelectiva. Si ustedes quieren
seguirme confiadamente en mi camino, aun
cuando éste sea trabajoso, espero que la escuela vienesa conservará su eterna juventud.
Ustedes, señores colegas, tienen que hacer
todo lo posible para conseguirlo, pues el futuro de una escuela depende del trabajo de sus
miembros, de la misma manera que el futuro
operación se hace en un noventa y nueve por
de una nación depende del de sus ciudadanos».
2¡
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