Antonio Gamoneda Descripción de la mentira (Fragmento) Las hortensias extendidas en otro tiempo decoran la estancia más arriba de mi cuerpo. He sentido el grito de los faisanes acorralados en las ramas de agosto. Un animal invisible roe las maderas que también están más allá de mis ojos y así se aumenta la serenidad y prevalece el olor de la mostaza que fue derramada por mi madre. Blas de Otero (Dibujo de Ortiz Alfau). Yo convalezco en sábanas limpias que me preservan de los insectos y los cristales de mi infancia permiten la imposición de una luz que les antecede en muchos días desde que existió la solemnidad y la pureza. En este espacio me he reunido con tu dulzura, la que traicionaste delante de mis ojos. Ahora eres obsequioso y pacífico como el aceite que se reserva para los agonizantes; ahora me contienes con tus manos y me descubres todos los gestos de tu rostro menos los que deben ocultarse: tantas veces pusiste la boca sobre las heridas, tantas te desdijiste como una liebre tenebrosa... Asediado por un azufre que no podías soportar en los alimentos, ¡tantas me recibiste en tu mirada y me participaste una escritura de carmines abrasados, tantas te desplomaste en mi existencia...! Fue una época damnificada. Tú invocabas al chamariz y hacías que los árboles se inclinasen sobre nosotros en tardes inmóviles mientras la policía escribía nuestros nombres. (...) Aquí junté la letra a la palabra,/ la palabra al papel./ Y esto es París, me dijeron los ángeles, la gente/ lo repetía, esto es París. Peut-être,/ allí sufrí las iras del espíritu// y tomé ejemplo de la torre Eiffel. Otros días cantabas poseído por el alcohol y lo que rebosaba era azul sobre las mesas desgastadas por la lejía. Una senda de aulagas conducía hasta tu casa donde siempre era invierno. ¡Ah cómo sentía tus dientes y cuanto tiempo te escuchaba, Esta es la historia de mi vida,/ dije, y tampoco era. Escribo y callo cómo esperaba tu desaparición amándote! No me dejaste otra señal que tu rostro celebrado por el llanto de las mujeres. A tu belleza se inclinaba la serenidad, viuda tuya desde hace mucho tiempo, viuda desposeída de tus sábanas. Esto fue cuando, atraído por el acónito, penetraste en sus cámaras; esto fue cuando comenzó el silencio. Me mandaron al colegio, primero al de María de Maeztu y luego a los jesuitas./Mademoiselle Isabel me desató la lengua, y poco más./ Después vine a Madrid y estudié en la calle de Atocha con jarroncito de porcelana como todo el mundo sabe. 13 Luego volví a Bilbao y me pasaba el día estudiando Derecho Romano y después Derecho Mercantil.// Y entretanto iba leyendo y leyendo, y seguía leyendo por mi cuenta, y me quedaba leyendo. Se puede decir que estoy al día (...) Tú distribuías la nostalgia de cuanto es honorable y concertado con la pulsación de los pueblos. No quisiste ser alabado por ello sino por el horror, tu ciudadanía en aquel tiempo. Cuánto Bilbao en la memoria. Días/ colegiales. Atardeceres grises,/ lluviosos. Reprimidas alegrías,/ furtivo cine, cacahuey, anises.// Alta terraza, procesión de jueves/ santo, de viernes santo, santo, santo./ Por Pagasarri las últimas nieves/ y por Archanda helechos hechos llanto. La ceniza de tus uñas se refugiaba en las escrituras y en aquellos templos cuyas maderas están señaladas a cuchillo y con la grasa de los animales torturados. Tú, más veraz que yo porque me excedías en vigilancia, me conducías a los lugares en que es posible saborear el cardenillo y el acero. Vieja Bilbao, antigua plaza Nueva,/ Barrencalle Barrena, soportales/ junto al Nervión; mi villa despiadada// y beata (La virgen de la Cueva/ que llueva, llueva, llueva). Barrizales/ del alma niña y tierna y destrozada. Durante un instante me visitó un crepúsculo cuya profundidad no me pertenece. Regresé. Regresé hasta donde los padres son cautos y perseguidos en sus huesos, pero no es éste el armisticio que yo compré sobreviviéndote. Repito que ahora eres obsequioso y que me acompañas al espacio en que las hortensias son persistentes. Más allá, en los desvanes, siento un bramido de palomas: es un país nupcial. ¿Conoces tú la virtud de las palomas en sus excrementos? En aquél y en éste te recibo y sólo así, mirándome en tu rostro, el que se manifiesta a través de una membrana incorruptible, no en el furor que predicaban tus dientes aunque me amases dentro de mi madre. En aquél y en éste te recibo y mi deseo es alimentarme con tu bondad, pero también con los aromas que te sobreviven. Siéntate en medio de las ruinas, siéntate con dulzura en el medio o al borde de las ruinas. Son nuestra única propiedad y yo comienzo a distinguir algunas semillas y láudano y ciertos coágulos obedientes al ejercicio de la luz. He aquí el puente/ junto a la plaza del Ayuntamiento;/ piedras del río/ que mis pies treceañeros/ traspusieron, frontón/ en que tendí, diariamente, los músculos/ de muchacho,/ aires de mis campos/ y son del tamboril,/ atardeceres/ en las tradicionales romerías/ de Ibarra, Murueta,/ Luyando, mediodía/ en el huerto/ de la abuela,/ luz de agosto irisando los cerezos,/ pintando los manzanos, puliendo/ el fresco peral,/ patria mía pequeña,/ escribo junto al Kremlin,/ retengo las lágrimas y, por todo/ lo que he sufrido y vivido,/ soy feliz. 14 De esta pasión, de los proverbios posteriores a tu vértigo, del animal que llora y su piedad está sobre nosotros, tú deducirías lacre y lo pondrías en mis ojos, o quizá limaduras de níquel y otras materias aborrecibles. Sin embargo tú amabas la suntuosidad de las banderas en el azul, encima de las bodegas. ¿Sabes qué es el olvido? ¿Qué has encontrado tú en la reserva del olvido? Todas las enseñanzas se extinguieron como carburo en el fondo de galerías inacabadas; todas las enseñanzas menos la palpitación del bosque y algunas huellas sobre mi carne. El río desciende aún y yo no siento ahora sino el olor del agua. Tus hijos y mis hijas se sumergen en el río y los que no olvidaron no se acercan nunca porque serían recibidos y quizá entrasen en nuestros cuerpos y morirían. ¿Has pensado en la paciencia, has pensado en la paciencia semejante a ónice, en la paciencia excavando tumbas en el sonido, abandonando telas inicuas a los vientos que llegarán, que llegarán como cada vez después de las expulsiones? La ciudad no está limpia, pero en los ejidos hay irritación y el cornezuelo y el centeno cohabitan y crece un alimento que será comido por nuestros hijos. Yo no sé si las mañanas de julio, agosto, cuando la cúspide de Santa Marina giraba carmín o violeta, y luego, a mediodía, irradiaba en un cielo zarco, mientras abajo la aldea entornaba sus párpados de piedra gris y pinos sonámbulos. O si las tardes de noviembre, febrero, en que la lluvia liviana velaba los prados, la nave ocre de la parroquia, los frutales desnudos del huerto... Pero lo que yo más quería era caminar por la carretera de Ibarra, hasta alcanzar las cortaduras grisáceas del Gorbea. Un aldeano alzaba pausadamente la azada, donde un instante brillaba el sol. Una muchacha con un pañuelo violeta a la cabeza levanta un brazo a la rama encendida de un cerezo. Voy pasando junto a una fuente que se adivina fría en su fluir presuroso... Yo no tengo esperanza sino una pasión cuyo nombre tú no vas a decirme. Yo no tengo esperanza sino una pasión cuyo nombre no va a tocar tus labios. He cruzado mi infancia y países de morfina y largos bosques en los que descansé y grandes alas pasaron sobre mis ojos. Al regreso, la brisa del atardecer menea las hojas de los robles, agita las ramas del cerezo; el cielo, poco a poco, se apaga./ Lánguido valle de mi adolescencia, donde la luna derrama una luz compasiva sobre la muerte soñada de mis antepasados. En los lugares a los que yo acudo al atardecer hay frutos muy espesos de los que hago recolección y mis dedos son abrasados por las luciérnagas, pero yo hago recolección y me demoro en acudir a otros lugares, a las alcobas donde mi madre envejece más allá de mi vejez. Y las palabras, fiebre bajo las tégulas, grumos retrocediendo, hieles que enloquecían bajo el disfraz del sueño, ¿qué son, qué hacen en mí cuando se ha extinguido la verdad? De la verdad no ha quedado más que una fetidez de notarios, una liendre lasciva, lágrima, orinales y la liturgia de la traición. Las hortensias extendidas en otro tiempo decoran la estancia más arriba de mi cuerpo. ¿Qué lugar es éste, qué lugar es éste? ¿Cómo estás aún en mi corazón? (1977) 15 Leopoldo de Luis Patria oscura Hay una patria de esperanza y sombra donde amanece el hombre cada día, tierras aradas en silencio, campos que en soledad siguen soñando vida. Hay una patria donde el sol se pone cada tarde dorándose en la misma ladera, desatando iguales rosas, igual sangre de ausencia y lejanía. Hay una patria que alzan, que sostienen graves manos cansadas, no abatidas, esperanzadas manos silenciosas que empuñan herramienta de esforzada sonrisa. Patria de enmudecidos jornaleros, de remotos pastores, de pacientes artistas, que contra el tiempo clavan sus azadas, conducen sus rebaños, en su taller ofician. Callados metalúrgicos, mineros que recorren ocultas galerías donde entre lodo aguarda el metal vivo el esfuerzo y la fe que lo rediman. Hay una patria oscura, una hostil patria a la que falta luz, como alegría y pan al pobre faltan, como odio y rencor sobran en la tierra ardida. Me siento tierra de esa patria y sangre, me siento de su herida misma, sequedad de su boca, piel quemada por sus propias ortigas. Esta pobre palabra responsable siento de la verdad, de la mentira de silenciar el rostro de esa patria, de no cantar su dura geografía. Oscuros ríos, rojos, negros ríos venas de lenta lluvia desprendida, montes de lenta soledad cerrada que el hueco pecho azul del cielo frisan. Madrid, divinamente/ suenas, alegres días/ de la confusa adolescencia,/ frío cielo lindando con las cimas/ del Guadarrama,/ mañanas escolares, rauda huida/ al Retiro, risas/ de jarroncito de porcelana,/ tarde/ de toros en la roja plaza vieja, (...) rotos recuerdos/ de mil novecientos veintisiete/, treinta,/ pueblo derramado aquel 14/ de abril, alegre/, puro, heroico Madrid, cuna y sepulcro/ de mi revuelta adolescencia. 16 Profunda entraña forestal, cautivos brazos de bosque, manos, voz cautivas, sonora voz de viento entre los árboles, voz arrastrada entre ásperas encinas. Cautiva está mi voz también, mis manos ramas atadas en la sombra. Encima de esta tierra tendido árbol de llanto, madera de dolor y esperanza, tendida. Esta pobre palabra, como a tientas, es una mano hacia la luz; ceniza quiere apartar hacia la lumbre; humana esperanza de amor la justifica. Vivía en aquella ciudad un jarroncito de porcelana que se llamaba Olivia. Como tenía los pechitos a medio crecer, olía a jacinto y tequieromucho juntamente. Iba al mismo colegio que yo, así que nos hicimos novios.(...) Vivía en aquella ciudad donde perdí a mi padre y a mi hermano José Ramón, no sé cómo decirlo, dan ganas de acabar de una vez. La palabra no puede ya elevarse ignorando que nace entre saliva, como el viento no canta sin decirnos la queja de las ramas que mutila. Una espuma florece en la palabra, una mojada rosa en carne viva, una ola diminuta por la sangre que en esa patria oscura tiene orilla. (De Teatro Real) Esa mujer a mi lado Una mujer vestida de esperanza y de sombra me dice que camine a su lado. La he visto tantas veces que se hacen familiares sus presencias. Apareció a mi lado una mañana tan por sorpresa que lloré de gozo y en mi pecho crecieron poblaciones Sólo vi entonces sus vestidos claros y al andar parecía que flotaba inaugurando un aire repentino. -Te han visto ir con una azul muchacha, parecían decirme cuantas gentes se cruzaban conmigo. -Es un secreto, les contestaba yo. Pero qué claro, qué transparente aquel secreto a voces que hasta mis mismos ojos delataban. Quise verla mejor: la miré un día de frente: rubia, clara, con sus trenzas como dulces amarras de los astros y una boca que no sé si estrenaba sus labios o los míos en el beso. Yo me hubiera dejado cortar una mano con que toqué la tibia curva de sus senos, con tal de no perderlos. Pero no los perdí, sino que a poco los vi bajo otro cuello y otro rostro y una mirada honda. oscura, cálida me inclinó a sospechar que era morena la mujer que camina por mi orilla. Rubia, morena... nada importa: luces cambian, reflejos, brillos, sensaciones ópticas, sueños casi. Algo perdura sin embargo en el fuego que mis manos sostienen todavía, y no se queman Ahora sí que está lloviendo en Bilbao,/ es el siete de agosto y llueve como en mi infancia, delicadamente/ e insistentemente, llueve llenando el aire de eees, de leves letras débiles, indecisas/ como aquella mañana de tus trece años en Barambio cuando no te atreviste a decirle a Charito que la querías, pero llueve/ y aquello y tantas vicisitudes más que fueron descendiendo sobre tu vida como una mansa lluvia, ya no tienen remedio, (...) Pasó sin darme cuenta. Como un viento/ en la noche. (Y yo seguí dormido.)/ Oh grave juventud. (Tan grave ha sido,/ que murió antes de su nacimiento.) (...) 17 del todo aún (se quemarán sin duda, serán ceniza con o sin sentido, no sé si polvo enamorado o sólo partícula olvidada por la tierra). Blas de Otero. (Carbón de Párraga). (...) Ciudad llena de iglesias/ y casas públicas, donde el hombres es harto/ y el hambre se reparte a manos llenas./ Bendecida ciudad llena de manchas,/ plagada de adulterios e indulgencias;/ ciudad donde las almas son de barro/ y el barro embarra todas las estrellas.// Laboriosa ciudad, salmo de fábricas/ donde el hombre maldice, mientras rezan/ los presidentes de Consejo: oh altos/ hornos, infiernos hondos en la niebla. Las tres y cinco de la madrugada./ Puertas, puertas y puertas. Y más puertas./ Junto al Nervión un hombre está meando./ Pasan dos guardias en sus bicicletas. (...) Arriba, es el jolgorio de las piernas/ trenzadas. Oh ese barrio del escándalo.../ Pero duermen tranquilas las doncellas.// Y voy silbando por la calle./ Nada me importas tú, ciudad donde naciera./ Ciudad donde, muy lejos, muy lejano,/ se escucha el mar, la mar de Dios, inmensa. 18 Un momento creí que la perdía, indiferentemente se alejaba, levanté unos vestidos que en mi torno movió el aire y un hueco o una ausencia me acompañaban, yo estaba vestido de soledad o de soldado, prófugo, desertor de un heroico regimiento. -Va a ser preciso acostumbrarse, dije; y la noche cayó sobre mis hombros. Mas me repuse y apreté mis pasos, al alba la tenía ya muy cerca. Aún tuve que cruzar campos en llamas secas planicies, bosques desgajados, ruinas de fortalezas y castillos, galerías de sombra... y una tarde le di alcance. -Camina junto a mí sentí que repetía. Pero algo había ya cambiado, de los huesos a la carne, mi cuerpo se dio cuenta que es más bella que fiel, aunque me ame. Una mujer vestida de amargura y de nada. Pudiera ser su espejo. Con sorpresa y dolor vi su retrato roto entre los papeles de mi padre. Pero yo seguí andando. Me esperaba y balbucí unas pálidas excusas. La eché de menos una tarde fría de primavera, bien seguro tengo que ella no estaba allí, cuando besaba yo de mi madre los recuerdos últimos. Debió ser ella quien se disculpase y me dolió que no lo hiciese nunca. Como la vi tan lejos, tan extraña, tan hecha de materia fugitiva, aborrecí sus acompañamientos. -De qué poco me sirves, compañera, que inhóspitos albergues da tu casa, qué menguada alegría tus canciones, qué enteco abrigo tu ropaje cárdeno. Y pensé despedirla para siempre en un otoño que acumuló un poco más que otras veces sus cobrizas hojas contra el umbral helado de mi casa. Pero la he vuelto a ver. Tendrá probablemente una edad pareja de la mía e ignoro si aún retiene su hermosura porque tapó su rostro al encontrarme. (De Una muchacha mueve la cortina) A Luis, el carpintero de al lado de mi casa Yo, cuando era joven,/ te ataqué violentamente,/ te demacré el rostro,/ porque en verdad no eras digna de mi palabra (...) ciudad donde nací (...) esta noche /no puedo dormir, y pienso en tus tejados,/ me asalta el tiempo huido entre tus calles,/ y te llamo desoladamente desde Madrid,/ porque sólo tú sostienes mi mirada,/ das sentido a mis pasos/ sobre la tierra: (...) Tú estás, Luis, trabajando tu madera, dando artesana forma de instrumento al pino azul, sacando de los troncos los casi humanos y útiles objetos. Tú con tu hacer fecundo, Luis. Tu sierra y tu garlopa susurrantes siento tras la pared que nos separa. Escucho en la materia vegetal tu empleo. Oigo tus manos laboriosas mientras labrar palabra verdadera intento, desbrozar la palabra de sus ramas secas, pulir el armonioso leño, dar forma a esta materia que insumisa en musical corteza oculta el hueso. Esta materia en que trabajo apenas suena bajo mi mano. En el silencio tu vecindad se crece rumorosa. Yo mis humildes materiales dejo para escucharte. pluma, papel, pobre palabra que deshace el tiempo... También quisiera yo lograr ahora el seguro destino de tu esfuerzo. El humano servicio de tu exacto golpear. Un sencillo fin concreto para los hombres. Como necesarios utensilios, dejar palabras, versos, sobre los que apoyar la vida. Como lisas tablas de paz. Ser carpintero de esas vivas maderas en que el hombre ha de dejar su corazón, su peso, reposando un instante. No es posible cerrar oídos al sonoro ejemplo de tu oficio artesano. No es posible olvidar la materia en que ponemos esta pasión diaria. De las palabras crece un manifiesto de sangre y de verdad. Una esperanza luminosa y común. Callado obrero de esa hermosa madera, cada día trabajo contra el terco desaliento. (De Teatro Real) Blas de Otero y Antonio Bilbao Aristegui (Primavera de 1938). 19 José Hierro Las nubes Inútilmente interrogas. Tus ojos miran al cielo. Buscas, detrás de las nubes, huellas que se llevó el viento. Buscas las manos calientes, los rostros de los que fueron, el círculo donde yerran tocando sus instrumentos, Nubes que eran ritmo, canto su final y sin comienzo, campanas de espumas pálidas volteando su secreto, palmas de mármol, criaturas girando al compás del tiempo, imitándole a la vida su perpetuo movimiento. Inútilmente interrogas desde tus párpados ciegos. ¿Qué haces mirando a las nubes, José Hierro? (De Cuanto sé de mí) Noviembre Frente a la playa desierta, oyendo caer la lluvia, es como si hubiera vuelto a llorar sobre mi tumba. Baten las alas (las olas). Arden sus llamas de espuma. Aprisionan en sus dedos la plata que las alumbra. Todo está fuera del tiempo. Pasan las nubes oscuras. La arena, como una carne sin tiempo, llora desnuda. (...) y volé a La Habana y recorrí la Isla/ ladeando un poco la frente,/ porque tenía necesidad de recordarte y no perderme/ en medio de la Revolución,/ ciudad de monte y piedra, con la mejilla manchada/ por la más burda hipocresía,/ ciudad donde, muy lejos, muy lejano,/ se escucha el día de la venganza alzándose con una/ rosa blanca junto al cuerpo de Martí. 20 Los ojos ya no ven: sueñan. No atinan con lo que buscan. Las cosas están enfrente, mas tienen el alma muda. Se vertió el vino del ánfora celeste de la aventura. Ay alma, por qué volaste con alas que no eran tuyas. (De Quinta del 42) Viaje a Italia Y ahora qué haré, si tú no estás. En el espejo te desvaneciste. Qué haré, si ya no estás. Cómo encontrarte. El poeta Blas de Otero con Antón Elias Martinena, (Bilbao 1943). Fui a la agencia de viajes. Dije. «Un billete». «¿Para dónde?» «Para dónde ha de ser». (Me comprendieron enseguida.) «Mucho tiempo esperó», dijeron enigmáticos. Volví a casa cantando, recobrada la vida. Me miré al espejo. Tu ya no estabas. Comprendí. Ahora qué voy a hacer. Sin ti quién puede recobrar lo soñado, lo perdido: Venecia de vidrio rosa, Roma con cabellos de fuentes. Florencia y Siena, Nápoles y Pisa, Botticelli, Giotto, Tiziano, cipreses y palacios, canales, Miguel Ángel, frutos, palomas. Donatello, qué van a ser sin ti, si eras tú quien les dabas vida, sentido, magia. Llegaré -a veces gusto de imaginar que en el crepúsculoa no sé qué ciudad. Consultaré la Guide Bleu y... Ésta es la prueba. ¿Quién puede acercarse, después de tanto tiempo, a un gran amor, sin alma, sin amor, es decir, sólo con los ojos? «Un billete», diré. Preguntarán que para dónde. «Para un lugar que yo inventé y tal vez ya no existe. Para mirarme en un espejo que reflejó mi vida cuando no estaba yo y al que me acerco ahora, cuando no puede devolver mi imagen». Y entenderán por qué lo digo. (De Libro de las alucinaciones) Coplilla después del 5º Bourbon Pensaba que sólo habría sombra, silencio, vacío. Y murió. Estaba en lo cierto. El mismo Dios se lo dijo. En este momento tengo treinta y tres años encima de la mesa del despacho/ y un pequeño residuo de meses sobre el cenicero de plata./ He preguntado a mis hermanas si saben quién es este hombre/ que viene, entre mi hombro y mi hombro, a donde yo vengo, (...) Siento frío y no sé qué ponerme por dentro/ de la muerte, qué trozo de tierra es el mío,/ qué noche es la noche de echarme a morir, (...) A veces me acomete un largo vértigo/ y quisiera ser nada más un humoso lego de la orden antigua de los muertos,/ servirles el silencio con mis propias manos/ y meditar en un rincón del claustro de las sombras...(...) 21 (...) Desde los siete años/ oyendo lo mismo a todas horas, cielo santo/ santo, santo, como de Dios al fin obra maestra!// Pero, del sufrimiento, como el primer día:/ mudos y flagelados a doble columna. Es horrible. Apunte de paisaje Recuerdo. No recuerdo. El viento. EI mar./ Un hombre al borde del cantil. El viento./ El mar desamarrando olas horribles./ Un hombre al borde de un cantil. Recuerdo./ No recuerdo. (...) El viento. Entre las sienes. No recuerdo./ Un hombre/ al borde de un cantil, gritando. Abriendo/ y cerrando los brazos./ Un hombre ciego./ Recuerdo. Alzó la frente. Un viento frío/ le azotó el alma. No recuerdo. Veo/ el mar./ Nado por dentro. (...) Las nubes puestas a secar al sol. Los ciruelos condecorados por la primavera. Abril, de manos húmedas, caricia la frente de los arces. La lengua púrpura del atardecer lame la curva de las lomas de plomo y las convierte en carne tibia. Todo ha sido creado para mayor gloria del viento del oeste que despeina las aguas del lago. (Más allá, la ciudad, desplegadas las velas de cemento navega hacia su olvido, noche, sueño, nunca.) Villancico en Central Park Mañanicas floridas del frío invierno recordad a mi niño que duerme al hielo. Lope de Vega Vistió la noche, copo a copo, pluma a pluma, lo que fue llama y oro, cota de malla del guerrero otoño y ahora es reino de la blancura. ¿Qué hago yo, profanando, pisando tan fragilísimo plumaje? Y arranco con mis manos un puñado, un pichón de nieve, y con amor, y con delicadeza y con ternura lo acaricio, lo acuno, lo protejo. Para que no llore de frío. (De Cuaderno de Nueva York) (...) Y braceo, braceo hacia la luz,/ y tropiezo,/ y braceo, y emerjo bajo el sol/ ¡oh júbilo!, y avanzo... Y no recuerdo/ más. Esto es todo cuanto sé. Sabedlo. 22 Javier de Bengoechea Guerra civil Bajo la luna el río se enrojece con mis preguntas. Inexplicable: no hay tapia que no tenga manchas de sangre Bajo los tiros, cuántas veces la sangre llegó hasta el río. CaIvario como el mío pocos he visto. Ven,/ asómate a esta ventana./ Para qué voy a escribir lo que ha ocurrido./ El tiempo todo lo aclara. (...) Lo mejor será que me someta a la tempestad,/ todo tiene su término, mañana/ por la mañana hará sol/ y podré salir al campo. Mientras el río pasa. Quién Horroroso es el patio de cuadrillas mirando al porvenir de los toriles: noche de enfrente, sombras, y perfiles de medias lunas, largas y amarillas. ¿Hay que salir por pies, o de rodillas? ¡Bah! todas las posturas son pueriles. ¿Y para qué los gestos varoniles? Para el arrastre, para las mulillas. He de lidiar la vida aunque no quiera. Y no podré quedar como los buenos. Ortigas me reclaman, no laureles. ¿Quién colocó tan lejos la barrera? Para qué cambiarían los terrenos. Quién pondría mi nombre en los carteles. (De Fiesta nacional) No esperéis que me dé por vencido./ Es mucho lo que tengo apostado a esa carta./ Malditos sean los que se ensañaron/ en mi silencio con sus palabras.(...) 23 (...) Yo, pecador, en fin, desesperado/ de sombras y de sueños: me confieso/ que soy un hombre en situación de hablaros/ de la vida. Pequé. No me arrepiento. Vivir Vivir se llama lunes en mi frente. La ciudad de mi vida es muy pequeña. Se edificó hace tiempo, era risueña, inclinada hacia el mal ligeramente. Triste es vivir, es triste y es frecuente. La alegría no atiende a nuestra seña, y el corazón, desde su lunes, sueña un domingo azulado y transparente. Larga es Señor, es larga tu semana. Mi habitación es honda y es oscura, y los días cadenas y cerrojos. Pero la muerte, en forma de ventana, me deja ver al fondo tu hermosura: el único domingo de mis ojos (De Hombre en forma de elegía) Tu nombre Con tu nombre es posible llamar a muchas cosas visibles e invisibles, según los ruiseñores. Yo he adolecido siempre que he sido jovencísimo de un pecho delicado y unos versos precoces. Nací para narrar con estos labios/ que barrerá la muerte un día de éstos,/ espléndidas caídas en picado/ del bello avión aquel de carne y hueso. (...) Este es mi sitio. Mi terreno. Campo/ de aterrizaje de mis ansias. Cielo/ al revés. Es mi sitio y no lo cambio/ por ninguno. Caí. No me arrepiento. (Igual que a los poetas que hoy llaman venecianos, a mi me gusta mucho amarte entre renglones. Según las más sagradas y actuales escrituras, los poetas impares asombran a los nones) Aunque sé que no están vigentes los crepúsculos, regreso a mis dolientes jardines interiores. El otoño deshoja palabras amarillas. y el aire desordena las letras de tu nombre. (De Pastiches, divertimentos y otras melancolías) Ímpetus nuevos nacerán, más altos./ Llegaré por mis pies -¿para qué Os quiero?-/ a la patria del hombre: al cielo raso/ de sombras ésas y de sueños ésos. 24 Amo a Walt Whitman por su barba enorme/ y por su hermoso verso dilatado./ Estoy de acuerdo con su voz, conforme/ con su gran corazón desparramado. Lástima Mis versos han cumplido muchos años. No son mas que palabras arrugadas que por pudor eluden las miradas de los lectores que les son extraños. Escucho a Nietzsche. Por las noches leo/ un trozo vivo de Sils-Maria. Suena/ a mar en sombra. Mas ¡qué buen mareo,/ qué sombra tan espléndida, tan llena! Versos de casi todos los tamaños con las sílabas bien acentuadas aunque evidentemente conservadas por la fuerza de afeites y de amaños. Mi poesía, cuánto ha envejecido, y qué delicadísimo secreto las desmemorias de mi siglo de oro. El tiempo, pues se va, es tiempo perdido. Lo, dicen, a manera de soneto, cada catorce lágrimas que lloro. Blas de Otero con Rafael Alberti y Marcos Ana, (París 1963). Recuerdo muy personal Blas de Otero, poeta y combatiente, encendió su palabra como un faro para el hombre y su oscuro desamparo. Y Dios se le apago, increíblemente. Su fe dejó de ser la del creyente y él lo creyó sin el menor reparo: humano nada más, así de claro. Y lo escribía tan divinamente... Místico ateo, el propio Blas de Otero cuenta que un día, arrepentido y fiero, rompió sus versos y miró hacia fuera. Y vio a los hombres, y marchó a su lado. Pero yo creo que, desconsolado, le echaba en cara a Dios que no existiera. (De Del corazón y sus asuntos) Huyo del hombre que vendió su hombría/ y sueña con un dios que arrime el hombro/ a la muerte. Sin Dios, él no podría/ aupar un cielo sobre tanto escombro. (...) 25 María Victoria Atencia Sazón Ya está todo en sazón. Me siento hecha, me conozco mujer y clavo al suelo, profunda, la raíz y tiendo en vuelo la rama, cierta en ti, de su cosecha. Cómo crece la rama y qué derecha. Todo es hoy en mi tronco un solo anhelo de vivir y vivir: tender al cielo, erguida en vertical, como la flecha que se lanza a la nube. Tan erguida que tu voz se ha aprendido la destreza de abrirla sonriente y florecida. Me remueve tu voz. Por ella siento que la rama combada se endereza y el fruto de mi voz se crece al viento. Epitafio para una muchacha Porque te fue negado el tiempo de la dicha tu corazón descansa tan ajeno a las rosas. Tu sangre y carne fueron tu vestido más rico y la tierra no supo lo firme de tu paso. Aquí empieza tu siembra y acaba juntamente -tal se entierra a un vencido al final del combate-, donde el agua en noviembre calará tu ternura y el ladrido de un perro tenga voz de presagio. Quieta tu vida toda al tacto de la muerte, que a las semillas puede y cercena los brotes, te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca sabrás el estallido floral de primavera. Mar Bajo mi cama estáis, conchas, algas, arenas: comienza vuestro frío donde acaban mis sábanas. Rozaría una jábega con descolgar los brazos y su red tendería del palo de mesana de este lecho flotante entre ataúd y tina. Cuando cierro los ojos se me cubren de escamas. Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre/ aquel que amé, vivió, murió por dentro/ y un buen día bajó a la calle: entonces/ comprendió: y rompió todos sus versos. (...) Yo doy todos mis versos por un hombre/ en paz. Aquí tenéis, en carne y hueso, mi última voluntad. Bilbao, a once/ de abril, cincuenta y uno./ Blas de Otero. 26 Cuando cierro los ojos, el viento del Estrecho pone olor de Guinea en la ropa mojada, pone sal en un cesto de flores y racimos de uvas verdes y negras encima de mi almohada, pone henchido el insomnio, y en un larguero entonces me siento con mi sueño a ver pasar el agua. Marta y María Pido/ la paz y la palabra, (...) para la inmensa mayoría, pueblo/ roto y quemado bajo el sol,/ hambriento, analfabeto/ en su sabiduría milenaria, (...) Hablo/ en español y entiéndese en francés./ ¡Oh qué genial trabucamiento del diablo (...) Silencio./ Y más silencio. Y voluntad de vida/ a contra dictadura y contra tiempo Una cosa, amor mío, me será imprescindible para estar reclinada a tu vera en el suelo: que mis ojos te miren y tu gracia me llene; que tu mirada colme mi pecho de ternura y enajenada toda no encuentre otro motivo de muerte que tu ausencia. Mas qué será de mí cuando tú te me vayas. De poco o nada sirven, fuera de tus razones, la casa y sus quehaceres, la cocina y el huerto. Eres todo mi ocio: qué importa que mi hermana o los demás murmuren, si en mi defensa sales, ya que sólo amor cuenta. Godiva en blue jeans Cuando sobrepasemos la raya que separa la tarde de la noche, pondremos un caballo a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva, puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo -los postigos cerrados- por la ciudad en vela... No, no es eso, no es eso; mi poema no es eso. Sólo lo cierto cuenta. Saldré de pantalón vaquero (hacia las nueve de la mañana), blusa del "Long Play" y el cesto de esparto de Guadix (aunque me araña a veces las rodillas). Y luego, de vuelta del mercado, repartiré en la casa amor y pan y fruta. Castellar Fuiste ya como ahora, antes de que la luz y las tinieblas fuesen, cuando Dios un instante nos tuvo entre sus dedos y me pensó aquí mismo -mi morada suspensa, mi castellar cegado-, camino de esta última estancia que me llama. Por la alacena rota teje la araña el hilo dorado del crepúsculo. Mas al fondo del cuarto un ventano se abre al vacío que asientan allá abajo las aguas, y en el aire purísimo me suspenden las aves que cruzan en silencio. Si he perdido la vida, el tiempo, todo/ lo que tiré, como un anillo, al agua,/ si he perdido la voz en la maleza,/ me queda la palabra. Si he sufrido la sed, el hambre, todo/ lo que era mío y resultó ser nada,/ si he segado las sombras en silencio,/ me queda la palabra. Si abrí los labios para ver el rostro/ puro y terrible de mi patria,/ si abrí los labios hasta desgarrármelos,/ me queda la palabra. 27 Convoy extranjero Sentí toda la noche zarandear sus ramas la vecina araucaria contra la galería crujiente, en esta lengua de tierra en que se asienta la casa -encadenada mi cama a los noráisbajo un despavorido cruzar de gaviotas. Ayer zarpó del puerto el convoy extranjero y aún le duele el vacío de su marinería al costado más débil de los muelles, y al mío. La llave Me despoja de mí el silencio en las torres que una llave de piedra o de plata me abren, y a las veras del agua se desnuda de aljófar y nácar la nostalgia. Deja escurrir el mirto una gota de aroma que sacude a la alberca. Puedo ungirme las yemas para dar luz a un ciego. Discurro con la noche. Los cipreses se alzan. Soy el vacío ya. Ni una voz me sostiene. Ensayo general Bendita seas, discordia constante, vida. El pomo de las puertas y su tacto usual pueden no dar acceso a un templo vivo: restos de historias somos -o restos de edición- que se contrastan y campan con su exceso de recuerdo y poder. Cuando mis manos colmen con anillos su hueco de ternura y acciones no cumplidas, bendita seas, discordia constante, vida, huera transigencia y ensayo general de soledades. Puerto Madre y madrastra mía,/ España miserable/ y hermosa. Si repaso/ con los ojos tu ayer, salta la sangre/ fratricida, el desdén/ idiota ante la ciencia,/ el progreso.//Silencio, (...) bella y doliente patria,/ mis años/ por ti fueron quemándose, mi incierta/ adolescencia, mi grave juventud,/ la madurez andante de mis horas,/ toda mi vida o muerte en ti fue derramada/ a fin de que tus días/ por venir/ rasguen la sombra que abatió tu rostro. 28 Para Biruté Ciplijauskaité Escucho las campanas del puente de los barcos: septiembre es mes de tránsito y una goleta viene a llamarme a las islas, o el cuarto se desplaza lentamente. ¿Quién parte junto a los marineros o quién roza mis muebles? Oh puerto mío, acógeme esta tarde, envuélveme un pañuelo de lana por los hombros o llévame en un cuarto de roble mar adentro. Ángel González Aquí, Madrid, mil novecientos cincuenta y cuatro: un hombre solo. Un hombre lleno de febrero, ávido de domingos luminosos, caminando hacia marzo paso a paso, hacia el marzo del viento y de los rojos horizontes —y la reciente primavera ya en la frontera del abril lluvioso...— Escucho,/ estoy oyendo// el reloj de la cárcel/ de León.// La campana de la Audiencia/ de Soria.// Filo de la madrugada.// ...oyendo/ tañer/ España. Noche en Castilla,/ los árboles/ bambolean/ las frondas,/ una guitarra/ blanca/ rueda sobre la torre/ de Salas de los Infantes,/ morada de grandeza,/ pueblo de claridad y de hermosura. Aquí, Madrid, entre tranvías y reflejos, un hombre: un hombre solo. —Más tarde vendrá mayo y luego junio, y después julio y, al final, agosto—. Un hombre con un año para nada delante de su hastío para todo. (De Áspero mundo, 1956) Nada es lo mismo La lágrima fue dicha. Olvidemos el llanto y empecemos de nuevo, con paciencia, observando a las cosas hasta hallar la menuda diferencia que las separa de su entidad de ayer y que define el transcurso del tiempo y su eficacia. ¿A qué llorar por el caído fruto, por el fracaso de ese deseo hondo, compacto como un grano de simiente? No es bueno repetir lo que está dicho. Después de haber hablado, de haber vertido lágrimas, silencio y sonreíd: nada es lo mismo. Habrá palabras nuevas para la nueva historia y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde. (De Grado elemental, 1962) Blas de Otero con José Agustín Goytisolo, (Reus, década de los 60). 29 Así parece Acusado por los críticos literarios de realista, mis parientes en cambio me atribuyen el defecto contrario; afirman que no tengo sentido alguno de la realidad. Soy para ellos, sin duda, un funesto espectáculo: analistas de textos, parientes de provincias, he defraudado a todos, por lo visto; ¡qué le vamos a hacer! Citaré algunos casos: Ciertas tías devotas no pueden contenerse, y lloran al mirarme. Otras mucho más tímidas me hacen arroz con leche, como cuando era niño, y sonríen contritas, y me dicen: qué alto si te viese tu padre..., y se quedan suspensas, sin saber qué añadir. Sin embargo, no ignoro que sus ambiguos gestos disimulan una sincera compasión irremediable que brilla húmedamente en sus miradas y en sus piadosos dientes postizos de conejo. Y no sólo son ellas. En las noches, mi anciana tía Clotilde regresa de la tumba para agitar ante mi rostro sus manos sarmentosas y repetir con tono admonitorio: ¡Con la belleza no se come! ¿Qué piensas que es la vida? Por su parte, mi madre ya difunta, con voz delgada y triste, augura un lamentable final de mi existencia: manicomios, asilos, calvicie, blenorragia. Me pongo la palabra en plena boca/ y digo: Compañeros. Es hermoso/ oír las sílabas que os nombran, (...) El cielo luminosamente rojo./ Compañeros. Escribo de memoria/ lo que tuve delante de los ojos. 30 Yo no sé que decirles, y ellas vuelven a su silencio. lo mismo, igual que entonces. Como cuando era niño. Parece que no ha pasado la muerte por nosotros. (De Prosemas o menos, 1985) Viejo tapiz Todo el mundo era pobre en aquel tiempo, todos entretejían sin saberlo —a veces sonreían— los hilos de tristeza que formaban la trama de la vida (inconsistente tela, pero qué estambre terco, la esperanza). Unas hebras de amor doraban un extremo de aquel tapiz sombrío en el que yo era un niño que corría no sé de qué o hacia dónde, tal vez hacia el espacio luminoso que urdían incansables las obstinadas manos amorosas. Nunca llegué a esa luz. (De Otoños y otras luces, 2001) Un hombre recorre España, caminando o en tren, sale y entra en las aldeas, villas, ciudades, acodándose en el pretil de un puente, atravesando una espaciosa avenida, escuchando la escueta habla del labriego o el tráfago inacorde de las plazas y calles populosas.(...) Ha porfiado contra la fe, la desidia y la falsedad, afincándose más y más en los años incontrovertibles, el esfuerzo renovado y la verdad sin juego. Ha leído hermosas y lamentables páginas, no ha perdonado ni olvidado porque apenas si recordaba, ha dejado que hablen la envidia sin causa y el odio sin pretexto, ha escrito unas pocas líneas ineludibles y ha arrojado el periódico a los perros. 31 Carlos Murciano Maestra en soledades "...But where I say hours, I mean years, mean life". G.M.Hopkins Porque vacilo a ratos y otras veces tropiezo, porque el cabello empieza a grisear, la piel a hendirse de infidencias, los ojos a nublarse y amargura, me vuelvo a ti, lejana, pongo a pulsar el corazón, lo aseo, lo despojo de polvo y desmemoria, anda, le digo, y échame una mano, y camino a tu encuentro, confiado en su larga vecindad, en su fugaz propósito de enmienda, como el gazapo sorprendido, galgos por medio y ralo rastrojal, busca la madriguera salvadora, la hura caliente, el familiar ostugo. Blas de Otero con José Agustín Goytisolo, (Reus, década de los 60) 32 Si vieras lo que duelen ya los golpes, la ingratitud, el otra vez será, la sonrisa amical que es sólo máscara, la olvidanza fraterna... Maestra en soledades, en lustros y en ausencias, qué voy yo a decir a quien lo tiene ya todo aprendido. Llego, pues, silencioso, me aproximo a tu silla de ruedas, y la echo a andar, andamos, mira el tordo en el alero, mira el retamar ardiendo en amarillos, los rosales, la yegua, las carrascas crujiendo ya de mayo y verderoles, mira el rumor del agua en el chopal, mira el amanecer aunque anochezcas, soy yo y estoy contigo, yo te empujo, yo te guío y te llevo, y eres tú quien tendrías que sostenerme, mira el sol rodando por la moheda, escucha la cancamurqa de los chamarices, el ladrido del can. Un hombre recorre su historia y la de su patria y las halló similares, difíciles de explicar y acaso tan sencilla la suya como el sol, que sale para todos. Canta la noria y en el vacío de los atanores melifica la abeja. Tantas horas sin ti, y estoy diciendo años, toda una vida, tanta sed, tanta distancia y desarrimo, tantos tuecos en tu madera y mi madera, y, ya ves, paseamos, hablamos del azar, de un arriate, del viento que ahora, terco, se despierta -cíñete bien la toca, no te enfríes-, como si nada. Ciudades/ que vi, viví, rondando calle plazas,/cimiento y ramo alegre/ -Madrid Bilbao París o Barcelona-/ del edificio de mi fe/ vivida,/ gente/ cruzada, fondo de las tiendas,/ portales, todo/ lo que arrastré con lluvia o sol o viento,/ ruando como/ un perro de la calle,/ amigo de la calle,/ camarada/ de la calle. La casa quedó atrás. Desde esta lomba, contemplarla es ungir con sangre nueva su escalofrío. Centellea la cal, murmura el pozo, puéblanse patio y corredor de sombras que cuesta ya reconocer, y en la azotea, fantasmal, se agita la ropa blanca. Fulge en el comedor el son del vidrio, la música cercana de la loza, humea la sopera, se multiplica el sol de las naranjas, ríe, silente, la sandia. Desde esta lomba se ve el mar, el mármol de la consola, el caracol marino que allí, en su cofre, guarda su canción, y el luto reverente del piano que nadie toca, y suena, y todavía. Bajemos, anda, de este mirador, borremos la pizarra con la mano mojada, y regresemos. Sí, sé que las ruedas saltan, hacen temblar tu silla, pero no temas, son los terrones, los pedruscos del recordar, no llueve, es otra cosa, te llevo bien sujeta, préstame un poco tu inmovilidad, siéntame en esta silla, tengo frío, arrópame de ti con esta toca que se resbala de tus hombros, anda, abrígame y condúceme, como ayer, no te vayas, no me dejes, que estoy muy solo, madre. Aquí estoy/ frente a ti Tibidabo/ hablando viendo/ la tierra que me faltaba para escribir «mi patria es también europa y poderosa» (...) a brazazos retorno arribo a ti/ Vizcaya/ árbol que llevo y amo desde la raíz/ y un día fue arruinado bajo el cielo. 33 José M. Caballero Bonald Mestizaje Reluce el mármol veteado entre la pomarrosa y el laurel y algo como una suave gasa malva deja sobre los mates barnices de la tarde un voluptuoso amago de siesta femenina. Una mujer de grandes ojos dulces destaca entre los tórridos difuminos del patio con un lánguido gesto de intimidada por la inminencia de la fotografía. Erguido junto a ella hay un niño en cuyos tenues brazos zozobra una fragata y a su lado una negra de pechos presurosos sostiene una cesta de frutas que parece ofrecer a algún oculto rondador. Es utensilio extraño la memoria. Evoco ahora lo que no he vivido: una estirpe de nombres lentamente criollos resonando en las ramas prenatales. Esa es la abuela Obdulia y ese es mi padre y esa es la casa familiar de Camagüey, adonde yo llegué una tarde crédula en busca de un ramal de mi autobiografía y sólo hallé la cerrazón, el vestigio remoto de un apellido apenas registrado en las municipales actas de la infidelidad. También yo estoy allí, huelo a melaza rancia y a sudor de machetes, oigo las pulsaciones grasientas del trapiche, los encrespados filos de la zafra, siento la floración de un mestizaje que a mi también me alía con mi propio deseo. Cuánto pasado hay en esa omnipresente estampa familiar. Mientras más envejezco más me queda de vida. Ved aquí las señales/ esparcid los vestigios/ el grito la ira/ gimiente/ con el barabay/ el toro cabreado directamente oíd/ ira escarnio ni dios/ oh nunca nunca/ oh quiero quiero que no se traspapelen/ el cuello bajo la piedra/ la leche en pleno rostro el dedo/ de este niño/ oh nunca ved aquí/ la luz equilibrando et árbol/ de la vida. 34 (De Diario de Argónida) Guárdate de Leteo Defenderé el recuerdo que me queda de aquella calle inhóspita detrás de la estación de Copenhague. Defenderé contra mí mismo ese recuerdo, cuando gastado ya el valor de una experiencia que la literatura prestigiara, en frágiles nociones se estaciona la prefiguración de un mundo torvo que es del placer la copia menos nítida. Blas de Otero, (1963). No volver ya sino reconstruir de lejos, por inercia, el anhelante derredor de la noche: los difusos cuerpos estacionados en la acera, la luz de las vitrinas vibrando entre la bruma y el grasiento vaho adherido a los zaguanes donde la identidad del sexo se abolía. Pero aquella emoción en parte desglosada de una historia banal, actúa como la remuneración de un vicio solitario en la distancia: ese recuerdo que defenderé, que me defenderá contra la sordidez de la virtud. (De Descrédito del héroe) Anochecer en Lluch-Alcari Esa fracción de vida que he perdido por ignorancia o negligencia, ¿podía haber supuesto la felicidad? Y ese libro en rigor nunca leído, ¿qué me ha negado? Derivan las sospechas hacia el turbio confín de la ensenada y busco el rumbo aquel tan libertario donde cada respuesta irradia un nuevo cerco de preguntas. Taciturna gestión de las balizas que me avisan ya tarde del peligro: sólo podrá escapar quien logre ir acogiéndose a una platónica ignorancia. Al borde de la cala, por la mar de Deià, brota la flor versátil de la anfetamina. Qué palabra inhumana la palabra certeza: lo que aún desconozco constituye el único argumento de esta historia. Amaina la resaca igual que la demencia mientras inútilmente me rehuye el falso instigador de la sabiduría tratando de impedir que lo desenmascare. Mi oficio es esta forma de imponerle al recuerdo una distinta ambigüedad, este soberbio modo de hacer más seductora una experiencia que habrá quien considere deleznable: cuanto aquí dejo escrito legitima eso otro que nunca escribiré. (De Laberinto de Fortuna) Amo el Nervión. Recuerdo/ en París en Georgia en Leningrado/ en Shanghai sus muelles/ grávidos de mercancías y de barcos,/ sus ocres ondas, las gaviotas grises,/ los altos hornos negros, encarnados,/ donde el hombre maldice/ cuanto rezan indignos dignatarios, (...) paso la página de la dársena/ de Erandio,/ manos nudosas de los marineros,/ enormes pies descalzos,/ casi/ picassianos,/ entro en una taberna, pido un tinto,/ tacto el mostrador morado,/ huele el aire húmedo a lagar,/ salgo/ al muelle llueve/ llueve/ llueve, el Nervión navega hacia el Cantábrico... 35 Andrés Sánchez Robayna Tres fragmentos Sé el árbol, sé la casa, sé el huésped que la habita, disponte a la ceguera para ver, niega tus manos para ser el tacto. Oh nube ilimitada del no saber, suspensa sobre la mutación, sobre los mares, habite el ser tu ser, pueble tu nada. * Después del mar vinieron las ciudades, ninguna tan pura como Madrid, con su cielo desnudo y ese hablar suyo, digámoslo francamente, tan simpático. Yo había llegado en un turbio tren del Norte, rescatado de un gélido colegio, todo sea por dios: de improviso Madrid me iluminé como un adagio, allí vi claro que no se puede ir del colegio al cielo, como me decían, sin pasar por Madrid. 36 Me pregunté por el que aparecía tras mis ojos, por el que se inclinaba en la mesa de estudio, en la lectura, por el que caminó y volvió a caminar sobre los arenales extendidos bajo el sol de la infancia que se alzaba en su cielo sin fin, me pregunté por aquel que en mis manos recibía el tacto de la sal y la ceniza, el incendiado cuerpo del amor, y la sangre, y los libros, me pregunté por el que contemplaba otro mar, o acaso el mismo mar, el que un día aprendimos y amamos y fue nuestro en la alegría matinal de los mundos. Y, luego, pregunté quién era aquel que hacía esa misma pregunta, y quién hablaba en mí, quién preguntaba por quién, quién eres, quién responde en ti a la pregunta de quién eres, quién habitaba y habita y quizá va a habitar en ti, quién con tus manos y tus ojos podrá decir quién es. Blas de Otero con José Agustín Goytisolo, en el primer homenaje a Antonio Machado en Coilliure. Me vi multiplicado, no en los claros reflejos del traslúcido icosaedro de cristal de roca, sino en el estallido del espejo que, roto, reflejaba, dispersos, los fragmentos de un yo que formulaba una pregunta y conoció tan sólo su vacío. * La noche me envolvió de nuevo. Absorto en el remoto borbollar de estrellas, escuché hablar a Alceta y a Meliso de luna y centelleos, del candente carbón que entra en las aguas, y de nieblas fosforescentes en la paz del prado. Y supe que esas sílabas buscaban el silabario sideral, querían estrecharlo en lo oscuro. ¡Claros astros y palabras fundidos en abrazo! Ciega Bilbao, ciudad adusta y beatona, con su temible fuerza soterrada, reflejándose en el cielo nocturno de la ría, riberas fabriles de Sestao, Baracaldo, Erandio, denso Bilbao que persiste en todo tiempo en mi acento y mis gestos, en mi terquedad de hacernos los dos más humanos, más justos, más parques. 37 Antonio Colinas En el camino sin camino (Yuste) Ser como ese cedro lleno de pájaros: perdurar y cantar. Ni siquiera parece que se inmute con el incienso que queman los monjes, con el agua verdosa del estanque, con todo este esplendor del que él recibe su hermosa plenitud. Blas de Otero con A. Figuera, R. Morales, Luis Lázaro Uriarte y otros amigos (Bilbao, 1948). Nunca me iré de aquí, aunque me vaya. Siempre seré naranjo, yedra, tórtola, roble, o mariposa, o piedra eterna, aunque, en apariencia, nuestro cuerpo siga en ese camino sin regreso, siga en ese camino sin camino. Aunque me vaya y aunque no regrese, y sienta muy despacio la asfixia de los años, yo he sido y yo seré ese cedro que tiembla al borde del estanque, y que de noche acaricia estrellas. Aquí, en esta ladera, con nieve o sin nieve, está cuanto intuyo que un día alcanzaré, por más que el tiempo hoy pase como el arroyo que murmura lejos: desgastando rocas, arañando zarzas, abismado en fuentes. Nunca me iré de aquí, aunque me vaya. Siempre seré rumor, vuelo de pájaro del bosque hasta el jardín, de la umbría a la luz. Quiero ser algo más que el fruto rojo que brilla, y que madura, y se corrompe anunciando el estío en los cerezos. Sé que jamás me iré de este jardín. Y que, aunque me vaya, algo habré de llevarme de este paraíso conmigo a otra parte. París. Miro sus calles bordeadas de mercadillos; aspiro el tenue gris, escurren las aceras el rápido baldeo, una gruesa mujer grita algo que jamás entendí. Zamora, vieja y remozada, ciudad de doble historia como aquella torre caída en el cauce del Duero... 38 ¿A dónde? No lo sé. El júbilo que hoy siento es tan grande que ya no creo ni en la misma muerte. Esa muerte que un día huyó de este lugar (acaso hacia el jardín de los jardines), cuando abrieron el plomo y la madera del sarcófago, cuando arrancaron el cadáver de la tumba del Emperador. Letanía del ciego que ve Pekín está callada esta mañana de inmenso sol, la plaza de Tien-An-Men restalla su blanco sin compasión contra el verdor del parque imperial: miro estos niños que leen la cartilla en voz alta, al unísono, silabas que saltan asustando mínimos pájaros pintados. Que este celeste pan del firmamento me alimente hasta el último suspiro. que estos campos tan fieros y tan puros me sean buenos, cada día más buenos. Que si en tiempo de estío se me encienden las manos con cardos, con ortigas, que al llegar el invierno los sienta como escarcha en mi tejado. Que cuando me parezca que he caído, porque me han derribado, sólo esté arrodillándome en mi centro. Que si alguien me golpea muy fuerte sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo de la fuente serena. Que si la vida es un acabar, cual veleta, chirriando en lo más alto, allá arriba me calme para siempre, se disuelva mi hierro en el azul. Que si alguien, de repente, vino para arrancarme cuanto sembré y planté llorando por las nubes, me torne en nube yo, me torne en planta, que sean aún semillas mis dos ojos en los ojos sin lágrimas del perro. Blas de Otero (Segovia, febrero 1969). Que si hay enfermedad sirva para curarme, sea sólo el inicio de mi renacimiento. Que si beso y parece que el labio sabe a muerte, amor venza a la muerte en ese beso. Que si rindo mi mente y detengo mis pasos, que sí cierro la boca para decirte todo, y dejo de rozar tu carne ya sembrada, que si cierro los ojos y venzo sin luchar (victoria en la que nada soy ni obtengo), te tenga a ti, silencio de mi cumbre, o a ese sol abatido que es la nieve, donde la nada es todo. Que respirar en paz la música no oída sea mi último deseo, pues sabed que, para quien respira en paz, ya todo el mundo está dentro de él y en él respira. Que sí insiste la muerte, que si avanza la edad, y todo y todos a mi alrededor parecen ir marchándose deprisa, me venza el mundo al fin en esa luz que restalla. Y su fuego me vaya deshaciendo como llama de vela: con dulzura, despacio, muy despacio, como giran arriba extasiados los planetas. (De Tiempo y abismo) Palencia, plantada en estos campos góticos, con su habla pura y perdurable, su palabra dando fe de vida en estos días de desidia del ritmo y del vocablo. 39 Rosa Díaz Ellos hicieron posible el usar y tirar, el vaquero, la Metro, los ojos de Paul Newman. De Margarita Cansino, sacaron a Gilda desnudándose el brazo. De una miope, la mirada orgásmica de Marilyn. Del Séptimo de caballería, el adiestramiento de los indios para que gatearan por Manhattan ejerciendo el funambulismo, y construyeran la escalera de Jacob y las torres de Babel. John Wayne puso los puños, Marlon Brando el rostro y Bogart el rubio americano. Habían salvado al soldado Ryan y echado a Nixon de la Casa Blanca. Ellos, los de la silla eléctrica y los Oscar, los de Willian Wyler y el Bronx. Los que nos enseñaron la cinematografía de la guerra y el suicidio de Madame Butterfly. Los que hicieron rico a Rex Buttler y soberbia a Escarlata O`Hara. Los que vivían serenos y santos en su país de hierro. A ellos les ha llegado el horror cuando los aviones volaron bajos, o sea, en ese vestíbulo sideral del emporio del dólar y sus complejidades. Y nosotros, los que jamás creímos en los héroes ni en la arrogancia, los que hemos puesto la otra mejilla y estamos en el camino de la paciencia, los que repudiamos el Ave César y el pulgar hacia debajo de Peter Ustinov, nos hemos remitido a esperar. (De El color de la sangre de las princesas, inédito) Has mordido el polvo como si fueras del desierto de Arizona y te hubiera alcanzado el caballo del malo, ese que no ganaba nunca. Y es que tu treinta treinta de matón romántico, pasó a mejor vida en aquel valle de la muerte, donde pensabas echarle moneditas a todos los hoteles de las Vegas que estaban por inventar mientras yo, te esperaba en Ciudad Juárez con dos tallas menos de blusa, bebiendo cocacola a granel y maldiciendo tu medio de locomoción. Luego fui quien tuvo la culpa y llegué veinticinco años más tarde, encontrándote viejo y gordo y casado por la iglesia, con mayo reventando de amor por las ventanas en ese suicidio de ciudad postrada en el barroco y en el pecado capital, o sea, el sexto babeando de los púlpitos. Con el tique de perdedora en la mano ganado en mi tómbola particular, te enseñé la tristeza de amarte a la deriva. Qué manera de reír más catastrófica tuve en aquellos años. Fue cuando corrieron ríos de tinta. Cuando el definitivo vicio secreto de la literatura que había de inventar. Cuando lo de la excomunión o el sacrificio. Cuando alquilamos esa suite de lujo en el infierno que no le faltaba detalle. Siéntate amor ahí y mírame, los alfileres son para los ojos, las ascuas, para las intenciones que le crece al deseo. Si algo me gusta, es vivir./ Ver mi cuerpo en la calle,/ hablar contigo como una camarada,/ mirar escaparates/ y, sobre todo, sonreír de lejos/ a los árboles... 40 Esa niña, es una niña. Tiene aprendida una oración perversa y el ángel de su guarda, guarda su carne para la vida eterna. (De El color de la sangre de las princesas, inédito) Quisiera pedir tregua a la palabra y hacerme del silencio un armisticio. Si es cerrarme la boca el sacrificio lo acepto, no pedirme que la abra. También me gustan los camiones grises/ y muchísimo más los elefantes./ Besar tus pechos,/ echarme en tu regazo y despeinarte,/ tragar agua de mar como cerveza/ amarga, espumeante. He labrado un babel, como quien labra un muro y una cruz y un precipicio, si discutí con Dios, él no me quiso y anduve en la pezuña de la Cabra. Y he sangrado palabras por la boca, y he matado palabras concebidas y he puesto el verbo amar en la picota. Traigo en la papeleta de la vida un examen oral con mala nota, ya veis, la asignatura, suspendida. (De A mano alzada, inédito) Déjame reposar en la mentira porque quiero creer y ser dichosa. Destierro a la verdad, tengo la mira de ser feliz así, con cualquier cosa. Que me mienta el espejo de mi vida y mi madre y mis hijos. Dadivosa se sienta la jugada y la partida y me deje ganar. Sea mentirosa la taba del carnero y el destino, el dolor y los picos de las aves, el viento en contra, el hoyo en el camino, el codazo, los charcos de las calles, la carta astral, la estrella de mi sino. Mentirme bien, no quiero más verdades. (De A mano alzada, inédito) Todo lo que sea salir/ de casa, estornudar de tarde en tarde,/ escupir contra el cielo de los tundras/ y las medallas de los similares,/ salir/ de esta espaciosa y triste cárcel,/ aligerar los ríos y los soles,/ salir,/ salir al aire libre, al aire. 41 a Pablo González de Langarika, amigo en intuiciones Por la dama de noche voy al giro. Salí del pensamiento, soy sabueso. Quién me para ahora mismo, si yo viro sobre las intuiciones y los versos. Qué quieres que te diga, sigo y sigo y llego hasta la rana y el escuerzo, Dios y la boa están los dos conmigo y sacan de mi mano el universo. El perfume me lleva, y él me salva quizás de lo que soy, del homo faber. yo la yerba y el druida, yo la magia, el trance, el pez, las vísceras del ave, el pecado mortal, la luz del alba. Posible es todo, en el misterio cabe. (De A mano Alzada, inédito) Las cuatro y media de la madrugada./ (10 de enero París año 60)/ Viento blanco, plagiada nieve lenta,/ lenta, como si tú..., como si nada./ Suenan las cinco cinco veces (...) Suenan/ las seis, las siete, las que sean. Pero/ España se ha parado. Duerme... España,/ llambria de luz, ¿qué sombras te encadenan? Máximas (La vida no es ninguna broma, dijo el poeta/ de Estambul cuando estuvo encarcelado.) Nunca oíste mi nombre ni lo has de oír, acaso,/ estamos separados por mares, por montañas, por mi maldito encierro,/ voluntario a fuerza de amor,/ soy sólo poeta, pero en serio,/ sufrí como cualquiera, menos/ que muchos que no escriben porque no saben, otros/ que no hablan porque no pueden, muertos/ de miedo o de hambre/ (aquí decimos A falta de pan, buenas son tortas, se cumplió). 42 Confieso, que la palabra vivida me ha ido desgastando restauradoramente. Que sigo condenada a ese fuego perverso que es la vida y que mi hacienda es dura: Siempre he venido de mi propio reino y siempre fui mi propia disciplina. En cuanto a la poesía, no la nombréis ni le deis a comer palabras dóciles porque Ella no existe. Aunque a veces alguien pasa, y la tierra entera se acomoda en ese lado izquierdo de su pecho. (De Monólogos con la SE 30) Carlos Marzal pero habla, escribe tú, Nazim Hikmet,/ cuenta por ahí lo que te he dicho, háblanos/ del viento del Este y la verdad del día,/ aquí entre sombras te suplico, escúchanos. El jugador (La vida no es ninguna broma...) Habitaba un infierno íntimo y clausurado, sin por ello dar muestras de enojo o contrición. En el club le envidiaban el temple de sus nervios y el supuesto calor de una hermosa muchacha cariñosa en exceso para ser su sobrina. Nunca le vi aplaudir carambolas ajenas ni prestar atención al halago del público. No se le conocía un oficio habitual, y a veces lo supuse viviendo en los billares, como una pieza más imprescindible al juego. Le oí decir hastiado un día a la muchacha: Sufría en ocasiones, cuando el juego importaba. Ahora no importa el juego. Tampoco el sufrimiento. Pero siento nostalgia de mi antigua desdicha. Al verlo recortado contra la oscuridad, en mangas de camisa, sosteniendo su taco, lo creí en ocasiones cifra de cualquier vida. Hoy rechazo, por falsa, la clara asociación: no siempre la existencia es noble como el juego, y hay siempre jugadores más nobles que la vida. Invitación a la prudencia Cuando te oigo decir Vamos a ser felices, relleno el cargador con munición blindada. Si me prometes viajes, sábanas memorables, amor a quemarropa, renovada ilusión, creo un inconveniente seguir aún con vida Tus esperanzas son el más funesto augurio y me intimida el hecho de que propongas treguas. Esa felicidad que para mí convocas tiene el sabor amargo de las sangres más tristes. Dices «la vida», y qué piensas, ¿en qué piensas,/ cuando dices: «debo escribir» «me marcho»/ «me duele mucho que no me comprendas»,/ en qué piensas cuando dices «me ahogo»? (...) No pienses que toda la vida es esta/ mano muerta, este redivivo pasado,/ hay otros días espléndidos que compensan,/ y tú los has visto y te orientaron.// Todo tiene su término; desecha/ esos pensamientos, y vámonos al campo/ a ver la hermosura de la lavandera/ antes que el río muera entre sus brazos. (De El último de la fiesta) Declaración de principios Todo lo que ha empezado ya no importa, lo que estrené dejó de interesarme, regalos abiertos de nuestras ilusiones, inocencia perdida a quién le importa cuándo. El principio es el fin, y cualquier medio para empezar de nuevo nos es lícito. Las palabras se agotan al pensarlas, los libros se terminan en sus títulos, qué cansancio insistir, nos han anticipado cuál será el desenlace de la trama. No hay posible sorpresa, y lo que nos aguarda son unos aburridos minutos de basura. (...) siempre hay un sitio/ tranquilo, con algún álamo que tiembla si silba un/ pajarillo y tú le ves entre las leves hojas, dichoso, felicísimo,/ahora mismo le estás viendo silbar, saltar, volar por el aire limpio,/ apenas sientes el rumor del río/ y... por qué lloras, si es verdad lo que te he dicho,/ anda, ve a dormir, y mañana iremos a ver de verdad el río/ y a dudar de que soñaste con él, mi pobre amigo... 43 El mundo natural Blas de Otero, entre Gabriel Celaya y Caballero Bonald, (1974). A los 47 años de mi edad,/ da miedo decirlo, soy sólo un poeta español/ (dan miedo los años, lo de poeta, y España)/ de mediados del siglo XX. Esto es todo. (...) Da miedo pensarlo, pero apenas me leen/ los analfabetos, ni los obreros, ni los/ niños. Pero ya me leerán Sucede en cuestión de unos segundos, como todo lo que es definitivo, igual que un bisturí se abre paso en el cuerpo. En Kenia. En la sabana. Un león acosa el pánico veloz de una gacela, y, cuando la acorrala, de un zarpazo la lanza por el aire, abierto el vientre por donde asoma su futura cría. Ya en el suelo, el león, fatigado, devora el corazón de la gacela. Unos días más tarde, ese mismo león se acerca amenazante a un campamento. Los cazadores blancos deciden acosarlo. El león huye herido, se oculta en la espesura, y los blancos, entonces, recurren a un masai, para que con su lanza lo remate. El guerrero persigue la huida del león, lo acorrala, y es herido, y lo hiere, y cuando le da muerte, arranca el corazón del animal y orgulloso lo come, aún palpitante. Unos meses después, ese masai acude a la ciudad. Va a intercambiar, humillado, su imagen, por monedas, para que los viajeros, en otro continente, ilustren sus relatos con más veracidad. Las cosas no resultan como se calculaban. El masai, acosado, agrede a los turistas, y un policía negro, temeroso, desenfunda y dispara. El masai cae a tierra, partido el corazón por un trozo de plomo. Ahora estoy aprendiendo/ a escribir, cambié de clase,/ necesitaría una máquina de hacer versos,/ perdón, unos versos para la máquina/ y un buen jornal para el maquinista,/ y, sobre todo, paz,/ necesito paz para seguir luchando/ contra el miedo,/ para brindar en medio de la plaza/ y abrir el porvenir de par en par,/ para plantar un árbol/ en medio del miedo,/ para decir «buenos días» sin engañar a nadie,/ «buenos días, cartero» y que me entregue una carta/ en blanco, de la que vuele una paloma. 44 Por regla general, estos poemas de imágenes y tiempos superpuestos exigen desenlace, exigen una clave. Juzgue el lector, desde su corazón, mientras lo tenga. (De Países nocturnos) Un cántico de nada Cuando hemos despojado a las palabras de su primer destino material, ese trabajo de nombrar las cosas bajo la advocación del sentimiento -porque nombrar las cosas significa consagrarlas al orden riguroso con que nuestro deseo adora el mundo y lo aborrece por las mismas causas-; cuando dejan de ser un utensilio, un arma primitiva, un duro hueso, una punta de flecha auxiliadora. Te veo allá recostado contra el malecón de La Habana, la camisa suelta y sandalias y grandes gafas oscuras, (...) deben ser las once de la mañana, qué haces ahí Blas de Otero, qué estás mirando (...) en qué piensas adónde irás cuando te pares y prosigas tu marcha, (...) tú trotamundos, poeta maldito de la burguesía y de la policía y simplemente de la CIA,/ qué haces ahí en el malecón, de espaldas a Miami como Maceo o cualquier ciudadano decente,/ dónde habitas, si es que habitas en algún sitio, en el Habana Libre, en la Víbora, en el Riviera,/ o sencillamente en medio de la Revolución, abriendo los ojos hasta las cejas para aprender todo lo bueno y lo tal vez evitable, (...) Cuando nuestras palabras se desvisten de su sacramental valor rupestre, y ya no son el símbolo de nada; cuando se ha desprendido la sutura que daba a las palabras un hilván atándolas al mundo más cercano, y van por las afueras del sentido. Cuando se obstinan en su propio vuelo, y dejan de anidar, hasta perderse. Cuando después de tanto andar desnudas no atienden a razones nunca mas. Como cuando se adueña el descarrío de nuestras aventuras terrenales y en vez de sentir miedo nos parece que ya no queda nada por perder, y en la estrechez sentimental flotamos, a veces las palabras sacrifican la herencia que las hace poderosas, y en el delirio de su propia música descalzas se convienen en un cántico. (De Metales pesados) (...) callas,/ tú sigues apoyado contra el malecón/ con tu camisa fuera/ y tu alma fuera/ y tu palabra siempre a punto de brotar para resguardar la vida y la justicia y la dignidad/ y la paz y la violencia que necesitan los pobres del mundo con los que hace muchos años echaste tu suerte para no retroceder jamás. (...) Hay que haber vivido por lo menos tres años en Cuba, hay que tener la pretensión de decir la verdad, toda la verdad y parte de la mentira. He aquí la situación límite de una isla rodeada de viento por todas partes. Aquí han ocurrido grandes y terribles esperanzas, han halado con todas sus fuerzas sin varar en el vacío. Adiós, Cuba. Tú sabes que con la misma facilidad me pongo un suéter que me quito la retórica de encima. Agur. Mucho me enseñaste, mucho descubrí por mí mismo. (...) Volveré. No mires atrás. Adiós, Cuba. 45 Ana Rossetti Planisferio terrestre Corno si la Perspectiva desnaciera absorbida por el vientre de su madre. Como si el horizonte se acercara y todo fuese simultáneo e incluyente. Como si la curva pudiese contener a la recta en cualquier posición. Como si un hilo enhebrara a los objetos como estrellas. Corno si el vacío fuese superficie y el relieve mural compacto. Como si se aboliesen los pactos entre la vista y la distancia. Corno si las dimensiones se contrajeran en el núcleo de la poesía y las sombras desapareciesen deslurnbradas y nada se entrometiese entre la percepción y el concepto. Como si infinitas cuchillas perpendiculares operasen obstinadamente contra los sentidos y se rescatara la idea mucho antes de que tuviera la intención de ser, antes de que hubiera una razón para que fuera y el mundo físico no se contemplara sino en el azogue de un espejo, así se representan las figuras sólidas en el plano. Así es como la Geometría invade la llanura de la noche jaspeada de astros armoniosos, y preside los accidentes terrestres pigmentada de naturaleza, y asiste a las invenciones del arte, y nos otorga la dualidad del contorno y el limite. Y puesto que, según sus leyes, el firmamento empieza donde la forma acaba es por eso posible dividirlo interponiéndole constelaciones, excavarlo penetrando en su infinito o atraerlo hasta hacerlo descender al centro mismo de las cosas pues es su complementario y su correspondiente. Y al igual que el geómetra representa el espacio, el astrónomo lo estudia y el pintor lo finge, el escultor lo configura y altera como parte indisoluble de su obra. Mi casa, por desgracia, es una casa,/ un calcetín colgado de un alambre,/ donde escribí mis libros más sombríos/ y me viré hacia la vida, a dios gracias./ Esta casa, compañero, esta casa/ está sentada siempre, está sentada,/ y hace frío en verano y en el invierno hace calor/ (que te crees tú eso),/ y yo he regresado, camarada, unos días/ a recoger mis libros, mis discos, mis contratos/ y he encontrado a mi madre en el pasillo/ y a mi hermana en la sala,/ y a mí mismo leyendo en un rincón,/ comprende, compañero, que han sucedido largos días/ y anchas noches, camarada, desde entonces. 46 (De Alma Mater, inédito) Qué hacer, si he visto el mundo desde arriba/ y las nubes también desde arriba,/ y di la vuelta alrededor de un niño/ de Pinar del Río,/ y era muy distinto/ a los niños de España y a los tíos de Paris,/ ha ocurrido algo/ en algunos lugares de la tierra,/ compañero,/ camarada, mi casa por desgracia sigue igual,/ no sigue igual,/ hay más discos, compañero,/ más serenidad, camarada,/ y más amor en voz baja, y son las siete. La forma transfigurada (A la memoria del Bosque de Oma) Pueden abrir un abanico de llamas o perseguir con la implacabilidad de Argos o engarzar eslabones dispersos con la fuerza de un imán o desenrollar los cilindros de sus biombos pintados o fundir la arena y el mar en una taracea ocre y celeste o prolongar una veta de color como una compacta sucesión de sonidos o vibrar en una conjunción de ritmos simultáneos o, como una muchedumbre imperturbable, escalar una pendiente o aliarse con las líneas para conformar sus redes ilusorias. Si: los árboles que nos deja ver el bosque, lo hacen. Pero son los pasos los que esconden un árbol tras el otro o los alinea corno una escalera de naipes. Los que imprimen el vaivén que une y separa en su voluntad de orientación. Los que hallan la Intersección, ajustan un trazo a su continuidad, completan la figura escindida; los que buscan en la dispersión, coherencia. Los que recorren el trayecto del caleidoscopio hasta detenerlo en una imprevista conjunción. Los que, como lanzaderas, distinguen, entresacan, entremeten, hacen avanzar la trama donde emergerá lo hasta entonces oculto. Ellos encuentran el punto insustituible. Ellos pueden cohesionar un color hasta hacerlo muralla o abrir brechas por donde escapar del laberinto. Los que deciden entre contemplación y movimiento. Hojas sueltas, (...) hojas sueltas, caídas/ como cristo contra el empedrado,/ decidme, quién empezó eso de cesar, pasar, morir,/ quién inventó tal juego, ese espantoso solitario/ sin trampa, que le deja a uno acartonado,/ si la plaza de Oriente es una rosa de Alejandría,/ ah Madrid de Mesonero, de Lope, de Galdós y de Quevedo,/ inefable Madrid infestado por el gasoil, los yanquis y la sociedad de consumo,/ ciudad donde Jorge Manrique acabaría por jodernos a todos,/ a no ser porque la vida está cosida con grapas de plástico/ y sus hojas perduran inarrancablemente bajo el rocío de los prados/ (...) (De Alma Mater, inédito) Después de tanto andar, paré en el centro/ de la vida: (...) Paré y miré. Saliéronme al encuentro/ los días y los años: cien destinos/ unidos por mis pasos peregrinos,/ embridados y ahondados desde adentro. (...) Cobré más libertad en la llanura,/ más libertad sobre la nieve pura,/ más libertad bajo el otoño grave.// Y me eché a caminar, ahondando el paso/ hacia la luz dorada del ocaso,/ mientras cantaba, levemente, un ave. 47 Concha García Como en un día de los de nunca me meto papelitos en la chaqueta negra. Se saben muy bien el tamaño de mis senos la forma y los huecos que no se pueden palpar con los labios (carita perfumada). Lo femenino de la casa lo masculino de la calle la resquebrajadura de mi muñeca el vaivén del disco y beberse el aroma de la hierba en un parque sin flores con agua de ayer con agua fresca de ayer. (De Rabitos de pasas, 1981) La palabra de fray Luis de León me alimenta como un pan principal, gobierna mi garganta, escueta y tangible./ Hay una delicada mano que repasa los versos de Garcilaso, un son recio o severo en la voz de Manrique, que me pone pensativo./ Cenicienta y otras veces de púrpura, rasga la página el chasquido de Quevedo, sarcástico, roído por el paso del tiempo./ Yo tacto con los labios y escucho con los ojos, veinte, cuarenta poemas que me bastan, siempre los mismos y nunca agostados, cada tarde acompañándome con sólo sentirlos en mi mano. Cuando yo muera, el cartero continuará trayéndome cartas durante algunos días. Y yo contestaré a esas cartas, poniendo fecha atrasada./ Cuando yo muera, el aire saldrá a la calle y yo iré a verle a su casa, y me dirán que no hay nadie./ Cuando yo muera, el mundo seguirá dando que hablar con sus pequeños sucesos y sus grandes problemas, y yo susurraré bajo la tierra la solución ayer./ Cuando yo muera, por fin no tendré necesidad de hacer más poemas, lo que me producirá un descanso infinito. 48 Una cara tensa refleja la imagen peor cuando me levanto y el cuerpo no da la medida. Es cuando un asco se generaliza. Si yo fuese otra. Mi rostro no se velaría ante nada. Los pasos que has dado no forman caminos sólo se hunden. Son huellas solas. Me lo dices: encontraría soluciones si me pareciese un encanto mirarme y lo peor es que no me gusto. Esta carga se le nota a mis ojos, derramo un desamparo ancestral, mi cuerpo de longitudes espesas no quiere manos, si el deseo fuese no ser yo... Buscamos donde mirarnos, el reflejo es continuado por una canción y qué solos al abrir el piso. * No estar es la distancia entre la ventana y el regodeo de la memoria. Si lo sueñas todo perece. Emerge la imagen preponderante del porvenir inventado mediante saturaciones de lugares que no se han visto nunca. La verdadera dimensión de la realidad está atrapada en este recuerdo volátil de lo que viví apretada entre las sábanas. Si me muero, que sepan que he vivido/ luchando por la vida y por la paz./ Apenas he podido con la pluma,/ apláudanme el cantar. La sensación de estar viva Mientras permanecía en la habitación alguien pidió la cuenta. Yo conté una desgracia absurda a la visita y se hizo de noche. Parece verdad verlo ahora. Tienes sed y un candelabro. La inspiración de un año de vida en el contorno de un cuerpo no da entendimiento. Ven. Juraría que había un mar y que las velas eran una trampa para derrotar el aire. Qué bello fragmento inspirado en una pena. Debo regresar a las sábanas pagaremos mañana. Ven. Si me muero, será porque he nacido/ para pasar el tiempo a los de atrás./ Confío que entre todos dejaremos/ al hombre en su lugar. Si me muero, ya sé que no veré/ naranjas de la china, ni el trigal./ He levantado el rastro, esto me basta./ Otros ahecharán. Si me muero, que no me mueran antes/ de abriros el balcón de par en par./ Un niño, acaso un niño, está mirándome/ el pecho de cristal. Extrañeza Salir a la calle hipnotizada de un nuevo hogar al arrastrar una bolsa que contiene alimentos para una semana entera con todas sus noches. Viscerales requiebros. Nuestra sabiduría está formada de sensaciones ilógicas como empujar este carro con ruedas pequeñas y sentir que si apedrease una pared se resquebrajaría la piedra. Es como si una liberación parecida a nacer anduviese conmigo en este extraño trayecto. (De Cuántas llaves, 1998) Ayer murió Blas de Otero, no lo sabe nadie todavía, pero es cierto; le vi pasar por la calle, iba como siempre, distraído y pensativo, llevando un periódico con muy mala gana, de vez en cuando miraba los escaparates, el cielo, el fondo de la calle...(...) (...) No se sabe exactamente por qué ha muerto, las circunstancias últimas; se sabe sólo que unos minutos antes dijo, dijera: acerté el camino, con todos mis errores. (...) Todo natural, abierto a la tarde, oyéndose casi a lo último siete palabras: con todos mis errores, acerté . 49 Jaime Siles Biografía Mi ayer son algas de pasión, luces de espuma. Y una arena insaciable que devora los cuerpos submarinos. Un cielo blando donde beben las palomas sin rumbo del estío. Génesis de la luz Las nubes se levantan, yo sigo echado como un río pero no tumbado como un mar. Consulten al médico, a Manrique, verán que todo es mentira, la vida sigue, nada es más verdad que sigue siguiendo. ¿Adónde irá la luz cuando decimos/ cierra los ojos, duerme, sueña, muere? ¿Adónde irá el amor cuando hace frío/ y el alma es hielo y el recuerdo, nieve? La luz es un ave que se quema, que se inflama encendida, que se nace del carcaj de la noche, saeta en la distancia traspasando los anquilosados nervios de lo oscuro. Sin humos, sin diabólicos embrujos ni fármacos, tan sólo resplandor, titileante brillo, filo de daga en busca de algún cuerpo donde abrir de la sangre las vetas minerales, el manantial enrojecido del lamento, las compuertas de la rabia retenida que en los dientes encuentra su muralla. ¡Qué alaridos de júbilo! ¡Qué embriaguez de belleza! ¡Qué rojos siderales! ¡Qué carnívoramente ha parido este alba! Y un corazón seccionado llueve sangre entre copas de pinos. Un pájaro se engendra de plumaje de fuego y pico de bengala que va ardiendo los aires, que deja tras de sí un tumulto de lava, de bella, pura, ancestral lava, lava, lava. Música de agua El espacio -debajo del espacioes la forma del agua en Chantilly. ¿Adónde van las olas que veíamos/ venir, subir, romper, desvanecerse? No tú, ni tu memoria. Sólo el nombre que tu lenguaje escribe en tu silencio: No seas ola, amor, luz, libro mío./ Arde, ama, asciende siempre, siempre, /siempre. un idioma de agua más allá de los signos. 50 Bibliografía básica Cuatro poemas, Pamplona, Editor J. Díaz Jácome, Colección Alanda, 6, 1941. El centro de la luz Nada conforma el centro de la luz, sino el vacío que en ella misma crece. Sonora orquestación de las palmeras. Címbalo idéntico al eco de la luz. Qué cantidad de espacio en transparencia. Masa, volumen, línea, espesor. Materia sida no en ritmo: en voz, en mar, en movimiento. Alegoría-2 Como esas voces que han existido ya y que ahora suenan y que no son sino temblor de algo que ahora no existe ya pero que suena. Columnas del lenguaje ¿Sostenidas por quién aquí se alzan, en ebriedad de luz, estas columnas? A vosotras, columnas, que sois las no empezadas, las aún sostenidas por mármoles sonoros cuyos ecos precisos no duran sobre el mar. A vosotras, figuras de lo siempre invocado, cuerpos del mediodía que un resplandor profundo hace surgir en voz. A vosotras, frontera del abismo insalvable, columnas del lenguaje en las que me sostengo, perdido, yo también. Cántico espiritual, San Sebastián, GráficoEditora, S. L., Cuadernos del Grupo Alea, 1ªserie, 2, 1942. Ángel fieramente humano, Madrid, Ínsula, 1950. Redoble de conciencia, Barcelona, Instituto de Estudios Hispánicos, 1951. Antología (y notas), Vigo, Edición E. Moreiras, Mensajes de Poesía, 1952. Pido la paz y la palabra, Torrelavega (Santander), Colección Cantalapiedra, 5, 1955. Ancia, Barcelona, Alberto Puig, Editor (segunda edición de Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, ampliados), 1958. Parler clair (En castellano), París, edición de Pierre Seghers (bilingüe), versión francesa de Claude Couffon, 1959. En castellano, México, Ediciones de la Universidad de México, 1960. Con la inmensa mayoría, Buenos Aires, Losada (Pido la paz y la palabra y En castellano), 1960. Hacia la inmensa mayoría, Buenos Aires, Losada (Ángel fieramente humano, Redoble de conciencia, Pido la paz y la palabra y En castellano), 1962. Esto no es un libro, Río Piedras, Universidad de Puerto Rico, 1963. Que trata de España, París, Ruedo Ibérico, 1964. Que trata de España, (La Habana, Editora Nacional de Cuba (Pido la paz y la palabra, En castellano y Que trata de España), 1964. Expresión y reunión, (1941-1959), Madrid, Alfaguara, 1969. Mientras, Zaragoza, Editorial Javalambre, Colección Fuendetodos, 7, 1970. Historias fingidas y verdaderas, Madrid, Alfaguara, 1970. País (1955-1970), Barcelona, Plaza y Janés, 1971. Verso y prosa, Madrid, Ediciones Cátedra, 1974. Todos mis sonetos, Madrid, Ed. Turner, 1977. Poesía con nombres, Madrid, Alianza Editorial, 1977. Historias fingidas y verdaderas, Madrid, Alianza Editorial, 1980. En castellano, Barcelona, 1982. Ed. corregida. 51 Expresión y reunión (A modo de antología), Madrid, Alianza Editorial, 1983. Verso y prosa, Madrid, Cátedra, 1984. Epílogo de Sabina de la Cruz. Poemas de amor, Barcelona, Lumen, 1987. Poesía Escogida, Barcelona, Vicens Vives, 1995. Edición de Sabina de la Cruz y Lucía Montejo. Mediobiografla (Selección de poemas biográficos), Madrid, Calambur, 1997. Edición de Sabina de la Cruz y Mario Hernández. Antología poética, Colección DEIA Bilduma. Bibliotex. 2002. Himno a venus Amor bajo las jarcias de un velero, amor en los jardines luminosos, amor en los andenes peligrosos y amor en los crepúsculos de enero. Amor a treinta grados bajo cero, amor en terciopelos procelosos, amor en los expresos presurosos y amor en los océanos de acero. Inéditos Hojas de Madrid con La galerna. Amor en las cenizas de la noche, amor en un combate de carmines, amor en los asientos de algún coche, amor en las butacas de los cines. Amor, en las hebillas de tu broche, gimen gemas de jades y jazmines. * Todos los textos que configuran este sentido homenaje de Zurgai a la figura del poeta Blas de Otero, y cuyo orden se ha visto alterado únicamente en dos ocasiones por motivos de oportunidad, han sido recogidos del libro Mediobiografía. Edc. Calambur. Agradecemos a Sabina de la Cruz el permiso para la reproducción de los mismos y de los motivos gráficos que los acompañan, así como las inequívocas muestras de amistad hacia esta publicación. 52 Joan Margarit Madre Rusia Era el invierno del sesenta y dos: en la cama, la lámpara encendida no se apagaba hasta el primer rumor de claridad al comenzar el día. Fue cuando leí a Tolstoi sin descanso, imaginando en los lejanos bosques -mientras ladraba un perro en algún patiofabulosos trineos en la noche. Nevaba, en Barcelona, aquel invierno. En silencio nos fueron envolviendo los suaves copos como una vitrina. Y al llegar el buen tiempo, tú, Raquel, ya estabas a mi lado con aquel claro rostro de una Ana Karenina. Mare Rússia. Era l'hivern de l'any seixanta-dos:/ el llum encès en el capçal del llit/ no s'apagava fins a ser esvanit,/ a l'alba, per murmuris de clarors./ Tolstoi va ser incansablement llegit:/ mentre en algun badiu bordava un gos,/ jo imaginava, al bosc, un fabulós passeig en els trineus sota la nit./ Va nevar a Barcelona, aquell hivern./ Calladament ens van embolcallar/ els flocs de neu com una gran vitrina,/ i, en arribar el bon temps, amb el desgel,/ tu ja tenies per a mi, Raquel,/ el rostre clar d'una Anna Karenina. El banquete Con los fémures rotos bajo el peso de sus noventa años, desconfiada y voraz mi suegra vigilaba y el cobarde del suegro, bajo su obesidad, en diez lenguas callaba. Mi hijo, con un pozo oscuro y frío en su cabeza, absorto se atracaba mientras miraba la televisión. Mi hermano se mataba engordando, y gritaba sucias procacidades a los manteles blancos. Mis padres parecían disecados, mudos de tanto odiarse y con la soledad terminal en sus caras. Un banquete moral repugnante y fantástico. Tú, con nuestra amistad salvada del naufragio, sonriente me mirabas: sin embargo, tantos años de monstruos resultan implacables. El banquet. Amb els fèmurs trencats pel pes de noranta anys/ malfiada i golafre la sogra ens vigilava/ i el covard del meu sogre, sota l'obesitat/ en deu llengües callava. El meu fill amb un pou/ fred i fosc al seu cap s'atipava/ davant de la televisió./ El meu germà es matava, engreixant-se i cridant/ procacitats vulgars a les tovalles blanques./ Dissecats, els meus pares, muts de tant odiar-se/ duien la soledat terminal a la cara./ Era un banquet moral repugnant i fantàstic./ Amb la nostra amistat salvada del naufragi/ somrient em miraves/ però tants anys de monstres han estat implacables. 53 Primer amor Primer amor. En la Girona trista dels set anys/ on els aparadors de la postguerra/ tenien un color gris de penúria,/ la ganiveteria era un esclat/ de llum en els petits miralls d'acer./ Amb el front descansant damunt del vidre,/ mirava una navalla llarga i fina,/ bella com una estàtua de marbre./ Com que els de casa no volien armes,/ vaig comprar-la en secret i, a la butxaca,/ em colpejava, en caminar, la cuixa./ A vegades l'obria a poc a poc/ i sorgia la fulla recta i prima/ amb la conventual fredor de l'arma./ Presència callada del perill:/ vaig amagar-la, els trenta primers anys,/ rere llibres de versos i, després,/ dins un calaix, entre les teves calces/ i entre les teves mitges./ Ara, a punt de complir els seixanta-cinc,/ torno a mirar-la oberta al meu palmell,/ tan perillosa com a la infantesa./ Sensual, freda. Més a prop del coll. Triste Girona de mis siete años: en la posguerra los escaparates tenían un color gris de penuria. Y, sin embargo, la cuchillería estallaba de luz en cada hoja de acero igual que en un pequeño espejo. Descansando la frente en el cristal, miraba una navaja larga y fina, bella como una estatua gris de mármol. Puesto que en casa no querían armas, fui a comprarla en secreto y, al andar, desde el bolsillo me golpeaba el muslo. Cuando, a veces, la abría, muy despacio, surgía recta y afilada la hoja con esa conventual frialdad del arma. Silenciosa presencia del peligro: la oculté los primeros treinta años tras los libros de versos y, después, en un cajón, metida entre tus bragas y entre tus medias. Hoy, próximo ya a cumplir sesenta y cinco, vuelvo a mirarla, abierta en la palma de mi mano, igual de peligrosa que en la infancia. Fría, sensual. Más cerca de mi cuello. Los ojos del retrovisor Els ulls del retrovisor. Ja estem acostumats els dos, Joana,/ que aquesta lentitud,/ quan recolzes les crosses i vas baixant del cotxe,/ desperti les botzines i el seu insult abstracte./ Em fa feliç la teva companyia/ i el somriure d'un cos que està molt lluny/ del que sempre s'ha dit de la bellesa,/ la penosa bellesa, tan distant./ L'he canviat per la seducció/ de la tendresa que il·lumina/ el buit deixat per la raó al teu rostre./ I quan em miro en el retrovisor,/ no veig uns ulls senzills de reconèixer,/ perquè hi brilla l'amor que hi han deixat/ tantes mirades, i la llum, i l'ombra/ del que he vist, i la pau que reflecteix/ la teva lentitud, que és dins de mi./ És tan gran la riquesa que no sembla/ que aquests ulls del mirall puguin ser els meus. 54 Los dos nos hemos ido acostumbrando, Joana, a que esta lentitud, cuando, al bajar del coche, apoyas las muletas, despierte los abstractos insultos de los cláxones. Me hace feliz tu compañía, la sonrisa de un cuerpo tan lejano de lo que siempre se llamó belleza, la penosa belleza, tan distante. Yo la he cambiado por la seducción de la ternura iluminando el hueco que la razón dejó en tu rostro y, siempre, cuando me miro en el retrovisor, veo unos ojos que no reconozco, pues brilla en ellos el amor dejado por las miradas, y la luz, la sombra de todo cuanto he visto, y la paz que me da tu lentitud, que está dentro de mí. Tan grande es su riqueza que no parecen míos los ojos del espejo. El oráculo Eres tú cuando niño, con un cazo. En el pequeño matadero, aguardas a que te vendan sangre. Hay, sobre el suelo de cemento, un banco con las cabras tendidas en hilera, balando, atadas y ofrecido el cuello. Bajo una de ellas has dejado el cazo. Es negra y suave. Con parsimonia, un hombre armado de un punzón, la ha degollado. Como ocurría en Delfos, el mensaje del chorro rojo golpeando el cazo con el mismo sonido que ahora escuchas, fue difícil y oscuro, y has tardado cuarenta años en interpretarlo. Lo haces ahora, mientras meas sangre. L'oracle. Ets tu d'infant, que dus un pot i esperes/ en un escorxador per comprar sang./ Damunt del terra de ciment hi ha uns bancs/ amb les cabres esteses en fileres,/ el coll ofert, lligades i belant./ Has col.locat el pot sota una d'elles,/ negra i suau. Un home, sense presses,/ armat amb un punxó, l'ha degollat./ Com succeïa a Delfos, el missatge/ del raig vermell caient a dins del pot/ amb el mateix soroll que escoltes ara,/ va ser obscur i difícil. Has trigat/ quaranta anys a poder-lo interpretar./ Ho estàs fent ara, mentre pixes sang. Profesor Bonaventura Bassegoda Le recuerdo alto y grueso, procaz, sentimental. Usted, entonces, era una autoridad en Cimientos Profundos. Inició siempre nuestra clase así: Señores, buenos días. Hoy hace tantos años, tantos meses y tantos días que murió mi hija. Y solía secarse alguna lágrima. Teníamos veinte años, más o menos, y el hombre corpulento que usted era llorando en plena clase, nunca nos hizo sonreír. ¿Cuánto hace ya que usted no cuenta el tiempo? He pensado en nosotros y en usted, hoy que soy una amarga sombra suya porque mi hija, ahora hace dos meses, tres días y seis horas que tiene sus profundos cimientos en la muerte. (5 de agosto del 2001, a las 12 de la noche.) Professor Bonaventura Bassegoda El recordo alt i gros, / procaç, sentimental: llavors vostè/ era una autoritat en fonaments profunds./ Sempre va començar la nostra classe/ dient: Senyors, bon dia. Avui/ fa tants anys, i tants mesos, i tants dies/ que va morir la meva filla./ I solia eixugar-se alguna llàgrima./ Teníem uns vint anys,/ però aquell homenàs que vostè era/ plorant en plena classe/ mai no ens va fer somriure. / Quant fa que ja vostè no compta el temps?/ He pensat en vostè i en tots nosaltres / ara que sóc una ombra amarga seva,/ perquè la meva filla / fa dos mesos, tres dies i sis hores/ que té en la mort el fonament profund.// (5 d’agost del 2001, a les 12 de la nit.) 55 Pilar Pallarés No resplandor das horas son o escriva sentado e agardo a que o dia esqueza na miña tabuleta un risco diagonal, o rosto dun efebo, algo de sangue e espécias, o aroma da artemisa, as coxas imantadas dunha muller que danza. Inábil para a vida, transcrevo o que me excede, fixo en trazos esguios o amor e os seus detrítus, a contracción das bocas no leito e na batalla, as pupilas dos gatos. Que os deuses me perdoen a renúncia ao caudal da existéncia: deixo escoar as águas entre os dedos e a miña xuventude, e en tanto dilapido os meus minutos reteño outras histórias, acaparo outros corpos e aos seus membros precários dou a forma do eterno. Quizais un dia futuro, cando as fauzes do tempo tiveren devorado a miña carne e a dos vermes da miña carne e a xerazón seguinte, alguén descorra o pó da tabuleta e no fulgor extinto dos seus signos me descifre, para saber que eu fun o efebo e a donzela, o elmo do guerreiro, a raiz da artemisa, a sede do felino, o crisantemo En el resplandor de las horas/ soy el escriba sentado/ y aguardo que el día deje/ en mi tablilla/ un trazo diagonal, el rostro de un efebo,/ algo de sangre y especias,/ el aroma de la artemisa,/ los muslos imantados de una mujer que danza.// Inhábil para la vida,/ transcribo lo que me excede,/ fijo en trazos finos el amor y sus detritus,/ la contracción de las bocas en el lecho y en la batalla,/ las pupilas de los gatos.// Que los dioses me perdonen la renuncia/ al caudal de la existencia:/ dejo escurrir el agua entre los dedos/ y mi juventud,/ y mientras dilapido mis minutos/ retengo otras historias,/ acaparo otros cuerpos/ y a sus miembros precarios doy la forma de lo eterno.// Quizá un día futuro,/ cuando las fauces del tiempo/ hayan devorado mi carne/ y la de los gusanos de mi carne/ y la de la generación siguiente,/ alguien escurra el polvo de la tablilla/ y en el fulgor extinto de sus signos/ me descifre,/ para saber que fui el efebo y la doncella,/ el yelmo del guerrero/, la raíz de la artemisa,/ la sed del felino,/ el crisantemo. (De Livro das devoracións) Versión de Luciano Rodríguez 56 (Nos Alyscamps. Arles) Matéria porosa na mañá, embebida de luz, fructificada na cor da terracota. Sen filiación, sen nome. Desprovista de signos e de história ser só a que contempla, a oferecida a toda posesión e rapto. * * * Na hora inteira, a auséncia. Na plenitude azul e ocre destas áleas unha oquidade de alma, un desexo de ser confusamente mineral e epiderme, de vaziar-me de min como un sarcófago, "dulcissima et innocentissima", vella e pequena morta, Chrisogone. * * * Vaziar-me de ser para o ser todo ao azar de cada instante. Devastar o pasado. Arrancar e polir até tocar o centro da dureza, a osamenta esencial, o núcleo do meu nada. Ser oco e superficie. Deixar que as estacións de sílex e antracita apaguen o calor da miña boca, que toda ave me esqueza. * * * Lugar de privación. Nen sequer a poeira dos teus osos, a moeda que che paga esta morada, o artello dun crustáceo que viaxou entre os pregues da túnica polo curso das águas. Da tua idade só resta este siléncio, esta pedra gastada que non soubo gardar-te. Ao final do vazio está o teu nome. Ao final do meu nada ven a noite coas suas vagas ferozes. Algo, que non se detén, pasa cantando, deixa unha nota aguda na memória do sangue. (Nos Alyscamps. Arles) Materia porosa en la mañana,/ embebida de luz, fructificada en el color de la terracota. Sin filiación/ sin nombre./ Desprovista de signos y de historia,/ ser sólo la que contempla,/ la ofrecida a toda posesión/ y rapto.// En la hora completa, la ausencia./ En la plenitud azul y ocre de estas avenidas,/ una oquedad de alma,/ un deseo de ser confusamente/ mineral y epidermis,/ de vaciarme de mi como sarcófago,/ dulcissima et innocentissima,/ vieja y pequeña muerta, Chrisogone.// Vaciarme de ser para serlo todo/ al azar de cada instante./ Devastar el pasado,/ arrancar y pulir hasta tocar el centro/ de la dureza, la esencial osamenta,/ el núcleo de mi nada./ Ser hueco y superficie./ Dejar que las estaciones de sílex y antracita /apaguen el calor de mi boca, /que toda ave me olvide.// Lugar de privación./ Ni tan siquiera el polvillo de tus huesos,/ la moneda que te paga esta morada,/ la articulación de un crustáceo que viajó/ entre los pliegues de la túnica/ por el curso de las aguas./ De tu edad sólo resta este silencio,/ esta piedra gastada que no supo guardarte.// Al final del vacío está tu nombre./ Al final de mi nada viene la noche/ con sus olas feroces./ Algo, que no se detiene, pasa cantando, deja una nota aguda en la memoria de la sangre, (De Livro das devoracións) Versión de Luciano Rodríguez 57 Renazo nos límites acuosos entre a palavra sombra e o terror do abandono soergo-me da nai que ainda me nutre deste siléncio escuro que me bebe e evado-me nun fio sensitivo nun regueiro de lava acre e salobre e grito-me e suplico-me nocturna flor crescida do desexo pouta de tigre que a hora despreguiza e tanxe nos meus nervos renazo-me e reinício-me e unha maré sen trégua en min reinvento e refago-me en lama nunha estrela de sangue acedo e quente neste medo nupcial en tanto visgo regreso-me e suplício-me e digo-me que son que teño un nome unha inicial de lume urha letra escarlate que me sinala a frente para os deuses retorno aos meus cartílagos a esta esfera solar que o inverno esfuma a un ídolo de bronce balorento a unha espiral larvada á miña farne (De Livro das devoracións) Renazco en los límites acuosos /entre la palabra sombra/ y el terror del abandono// me alzo de la madre que aún me nutre /de este oscuro silencio que me bebe/ y me evado en un hilo sensitivo/ en un regato de lava acre y salobre// y me grito y me suplico /nocturna flor crecida del deseo/ zarpa de tigre que la hora despereza/ y tañe en mis nervios// me renazco y me reinicio/ y una marejada sin tregua reinvento en mí/ y me rehago en fango/ en una estrella de sangre ácida y caliente/ en este miedo nupcial en tanto visco// me regreso y me suplico/ y me digo que soy/ que tengo un nombre/ una inicial de fuego/ una letra escarlata que me señala la frente para los dioses// retorno a mis cartílagos/ a esta esfera solar que esfuma el invierno/ a un ídolo de bronce enmohecido/ a una espiral larvada/ a mi hambre. (De Livro das devoracións) Versión de Luciano Rodríguez 58 Luigi Anselmi El poeta es el zapatero de un pueblo donde toda la gente anda descalza. (De Gure ametsen gerizan) Olerkaria.// jende gehiena oinutsik/ dabilen herriko/ oskigilea. (De Gure ametsen gerizan) Al amanecer nuestros ojos vuelan como pájaros asustados hacia oriente y allí se posan sobre el dintel del día pensando melancólicos cuántas veces el telón del viejo teatro es más hermoso que la propia representación… (De Gure ametsen gerizan) Egunsentian begiak,/txori artegak bailiren,/ ihesi doazkigu/ ekialderantz,/ eta han/ egunaren ate gainean/ pausatzen dira/ malenkoniatsu,/ zenbaitetan/ antzokiko oihal zaharra/ ikuskizuna bera/ baino ederragoa dela/ pentsatuz... (De Gure ametsen gerizan) Como filos mellados de viejas guillotinas, los tejados de la ciudad ejecutan incesantemente la sangrienta e inútil revolución del tiempo, decapitando cada tarde a un nuevo rey-sol de la detestada dinastía borbónica. (De Gure ametsen gerizan) Gillotina zaharren aho/ koskadunak iduri,/ hiriko teilatuak/ denboraren alferrikako iraultza/ odolzalea/ ari dira burutzen/ fingabeki,/ arrats oro/ borboitar etxe laidogarriko/ eguzki-errege bedera/ lepo egiten dutelarik... (De Gure ametsen gerizan) 59 Ailedi joan denbora/ ur garbia bailitzan,/ haguna orraztu nahian/ errekazolatik altxatzen diren/ harri koxkor xuri,/ fereka idurikoen artetik,/ belharraren erhi fin eta artegek/ hegietarik amoroski/ laztantzen dutela.// Ailedi joan ura,/ bazterrak oro lohitzen dituzten/ lan eta beharren/ trabu higuingarriei ihesi./ hesiek, alabainan,/ gardentasuna erhan,/ musika ito eta/ arrainen zilar distiragarria/ ebatsirik,/ argia, alaitasuna eta bizia bera/ sakrifikatzen dituzte/ lupetza beltz eta itxuragabeko/ aldarean. Deja correr el tiempo como agua clara entre las blancas piedras con forma de caricia que se alzan desde el fondo para peinar la espuma mientras los dedos nerviosos y delicados de la hierba la acarician desde la orilla. Deja correr el agua sin las odiosas presas del deber y el trabajo estancándolo todo, matando transparencias, ahogando su música, robando la plata centelleante de los peces, sacrificando en el altar del barro informe y ciego, la alegría, la luz, la vida misma. * Enamorada de las estrellas, la araña tejió su tela en la escuadra más alta de la ventana, frente a la noche. Pensaba que así las estrellas caerían en su red como luciérnagas. Izarrez maitemindurik/ armiarmak/ bere sarea josi zuen/ gauaren aurrean.// Pentsatzen zuen/ izarrak/ sarean eroriko zirela/ ipurtargiak/ balira bezala.// Baina izarrak/ ez ziren erori/ eta han geratu zen gure armiarma,/ gauaren aurrean,/ ortzeari begira,/ ihintzak/ harietan malkoak/ eskegitzen zituen/ bitartean...// Bere izpiak/ zilarrezko kataiez/ loturik zituen/ izar bakartia. (De Zoo ilogikoa) 60 Pero ninguna cayó, y la araña permaneció allí inmóvil frente a la noche, mirando fijamente al cielo, mientras el rocío iba colgando lágrimas en los hilos de seda... Una delgada cadena de plata ataba firmemente los brazos luminosos de aquella triste estrella solitaria... (De Zoo ilogikoa) ¿Cómo compararnos con Ulises? También nosotros navegamos perdidos, es verdad, pero somos incapaces de recordar siquiera el viejo puerto del que un día partimos. Nuestro dudoso ingenio no ganó ni perdió para nadie ciudades y aferrados al timón de nuestra cobardía avanzamos despacio, torpemente esquivando Cíclopes y Sirenas... Ignoramos dónde está Itaca o cuándo llegaremos a esa isla póstuma en cuyos lúgubres muelles casi nadie desea atracar nunca. Pero es inevitable y lo sabemos. Por suerte el mar inhóspito esconde también islas inesperadas; islas donde, a veces, se reúnen algunos náufragos como nosotros a compartir su pequeña ración de provisiones: vagos recuerdos y risas cómplices que olvidarán muy pronto, una vez que regresen a sus frágiles naves y se adentren de nuevo - densa niebla de sueños y nostalgias en el futuro incierto. Nola alderatu geure burua/ Ulisesekin?/ Bai, geu ere ibiltzen gara/ bidea galdurik, noraezean,/ baina abiatu gineneko portu zaharraz/ oroitzerik ez dugu jadanik.// Gure buru ustez argi eta jantziaren/ zalantzazko dohainek/ ez zuten inorentzat hiririk gal edo irabazi/ eta gure koldarkeriaren lemari/ irmo eutsirik, aitzina goaz maltsoki,/ bidean agertzen zaizkigun/ Ziklope eta Ondinak oro/ nekez txuliaturik...// Ithaka non den ez dakigu/ ezta azken uharte horretara/ noiz helduko garen ere./ Aitzitik, denok jakina da/ moila goibel horietan ia inork ez duela/ bere txalupa sekula lotu nahi.// Badakigu, ordea, ezinbesteko dena.// Zorionez itsaso zakarrak/ ustekabeko irlak ere/ gorde ohi ditu bere baitan,/ eta bertara, aldizka,/ bere probisio eskasak/ partitzeko asmoz,/ gulako naufrago zenbait biltzen dira./ Orduan zorroetatik/ ateratzen dituzte/ oroitzapen lainotsuak/eta elkar aditzezko irri alaiak,/ luze gabe ahantziko direnak,/ behin batel hauskorretara berriro itzulita,/ amets eta nostalgien laino lodian/ bilduriko etorkizun zalantzagarrian barna/ abiatzen direnean. 61