amor entre uvas en australia

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Amor entre uvas en Australia
AMOR ENTRE UVAS
EN AUSTRALIA
Mariola Sampedro Laranga
Amor entre uvas en Australia
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1ª edición
ISBN:
DL:
Impreso en España / Printed in Spain
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Amor entre uvas en Australia
Amor entre uvas en Australia
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Para mi amiga María, mi primera fan y como no, a todos
aquellos hombres y mujeres que mientras leen, disfrutan porque la
vida es dura y unos minutos olvidando la realidad, apaciguan nuestra
tristeza.
Que lo disfrutéis.
Mariola
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Amor entre uvas en Australia
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Amor entre uvas en Australia
Amor entre uvas en Australia
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Capítulo 1
Hoy hace calor, el sol entra por los ventanales del
despacho ricamente vestido dando calor y luz al amplio
cuarto. Kurt observa el jardín, ese lugar donde paseaba con
su abuelo cuando era pequeño, a sus labios asoma una leve
sonrisa de aquellos tiernos momentos. La puerta se abre
dejando pasar a un joven moreno y alto, tras él entra otro
hombre de mayor edad. Kurt se gira hacia la puerta.
– Sentaros – la faz de Kurt cambia volviendo ese vacío a su
mirada y esa seriedad típica en él. – El abuelo no estaba en
sus cabales.
– Pues yo creo que era más listo de lo que pensamos.
– La verdad es que estáis en un buen lío. – Con emoción
dice el mayor de los tres. – ¡Menudo regalo de cumpleaños!
.
– Sí, la edad de cristo – Alan se ríe de su hermano mayor
que seguía con el semblante serio. – ¡Casarte! Eso sí que es
bueno, el viejo quería verte casado.
– A mí no me hace gracia ninguna – Dice Kurt con el ceño
fruncido. – Si fueras tú qué.
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– Pero eres tú. Ya sé que no es para reírse, pero tienes que
estar de acuerdo conmigo, que el abuelo sabía como
conseguir lo que se proponía.
– Pues no pienso casarme.
– Tienes que hacerlo, no hemos trabajado tanto para que se
quede todo en manos de extraños.
– ¿Qué sugerís vosotros?
Durante un momento, los tres hombres
permanecen en silencio, en sus propios pensamientos, no
era fácil buscar una solución.
El viejo Kurt Smiller murió cuando el joven Kurt
Smiller tenía 24 años, enfadado con su nieta por abandonar
a su hijo y con su hija por permitírselo; adoptó a Kurt
como hijo legándole el 60 % de sus bienes a nombre de su
bisnieto Kurt Smiller; el 10 % a su hija Ágata, el 10 % a su
nieta Tais y el resto para los demás bisnietos. La abuela de
los jóvenes cedió su parte a todos los nietos, Kurt le pidió
quedar excluido porque consideraba que el 60 % le era más
que suficiente. Sin embargo, el bisabuelo había añadido una
pequeña cláusula. A excepción de Kurt que era además el
albacea, los demás herederos tendrían poder sobre la
herencia hasta que Kurt Smiller cumpliera 33 años, pero
tendría que casarse y mantener su matrimonio durante dos
años. Pero eso no era todo, la joven esposa debería ser
española, el incumplimiento hacia que la herencia pasara a
manos de una asociación benéfica.
– Creo que tengo la solución. – Eduardo habla
tranquilamente. Los dos jóvenes observan al abogado y
amigo de la familia desde hacia años. Un hombre bajo y
regordete de unos sesenta años, con una cara que inspiraba
confianza y unas marcadas patas de gallo, quizá porque
siempre estaba sonriente; ordenado, elegante y muy
sensato. – ¡Cásate! No es tan malo el matrimonio.
Alan suelta una carcajada, su hermano lo mira
enfadado.
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– ¿Te parece gracioso? No entiendes la gravedad del
asunto, no eres consciente de que lo perderéis todo, yo
tengo los laboratorios y el 60 % del resto, pero vosotros
tendréis que ir al paro.
Alan suelta otra carcajada – siempre podré pedirte
trabajo.
– Sabes que no es por el dinero, soy demasiado orgulloso
para querer perder algo que con tanto trabajo y esfuerzos
hemos mantenido. Unas tierras que durante más de un siglo
han pertenecido a la familia. – hace una pausa para tomar
aire – sí, durante generaciones. – Se detiene pensativo para
añadir tras unos minutos – el abuelo no sé que pretendía
conseguir con esto.
Eduardo lo sabía perfectamente; recordaba cuando
el viejo Smiller fuera a su oficina para hacer el testamento.
Era un día húmedo de lluvia, el señor Smiller llevaba puesta
una gabardina que traía empapada en agua. Al parecer había
estado pensando a la vez que daba un paseo bajo la lluvia;
quien lo conociese sabría que era algo insólito en él,
pasear en tales circunstancias.
Tras contarle sus pretensiones, el abogado se
escandalizó, manifestando su disconformidad. Habían
pasado ya diez años desde aquella conversación, sin
embargo, la recordaba como si hubiera ocurrido ayer.
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– Kurt, no puedes condicionar a tu nieto a que se case, no
es justo.
– Si no lo obligo, no se casará, no tiene tiempo para buscar
mujer, odia el matrimonio y conociéndolo, es capaz de no
enamorarse. Lo recuerdo desde muy pequeño trabajando a
mi lado y estudiando al lado de Richard. – El señor Smiller
se sienta en un sillón de cuero y aún así llenaba aquella
estancia con su presencia.
– ¿Y si a pesar de todo no quiere casarse?
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Amor entre uvas en Australia
El viejo se levanta y se encamina hacia un gran
ventanal, mira a través del cristal, desde allí se puede ver el
río Swan que embellece Perth.
– Sé perfectamente que a él no le importaría perderlo todo.
– Dice como divagando. – Es un luchador. – El caballero
se gira para mirar a su amigo y abogado. – No sólo lo
recuperaría si se lo propusiera, sino que es capaz de partir
de cero y hacer una empresa más grande.
– ¿Entonces? No te comprendo.
– A él no lo he incluido en la cláusula, porque ya ha
luchado demasiado y ha pagado demasiado cara su
posición. Para él llevar el apellido Smiller le ha supuesto
mucha responsabilidad.
– Me das la razón.
– No, sé que lo hará por su familia, por sus hermanos que
ha cuidado desde siempre – sonriendo con satisfacción de
saber que tiene razón. – Este chico es el protector de todos
sus hermanos no permitiría que perdiesen sus tierras, jamás
dejaría que su madre sufriese la humillación de carecer de
sus privilegios, y sobre todo nunca consentiría que su
abuela tuviera que compartir Mess-Stone.
– Le has enseñado bien – añade Eduardo suspirando.
– Sí que le he educado estupendamente. Es el mejor de
todos los Smiller, en todos los sentidos y como buen
Smiller ha heredado su orgullo y no permitirá que nadie les
arrebate lo que durante generaciones es nuestro.
– ¿Por qué española?
El anciano con aire melancólico suspira antes de
continuar.
– Cuando tenía 19 años conocí una joven asturiana de la
que me enamoré. Sí, no me mires así. Yo también me he
enamorado. Aún hoy en día sigo enamorada de ella, la dejé
porque era un Smiller y tenía que casarme con la mujer que
me habían elegido. Aprendí a amar a mi esposa, pero nunca
la quise como a mi española. ¿Sabes? Aún es hoy el día que
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en mis sueños aparece ella, cada noche, nunca la dejé de
amar. Creo que tengo una deuda conmigo mismo, sé que si
Kurt conoce una mujer como la que yo conocí, él no la
dejará porque es más valiente que yo, sé que se enamorará
de ella. Estoy seguro.
– No creo que sea buena idea Kurt.
– Para que funcione nadie sabrá este acuerdo, llegado el
momento sólo Kurt, Alan y tú
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– Tengo la solución – dice Alan tras pensar.
– Espero que sea una buena idea.
– ¡Cásate! –hace una pausa. – Buscamos una mujer
necesitada, le pagamos por el matrimonio. Hacemos que
nos firme un acuerdo prematrimonial en donde no reclame
nada; que acepté el divorcio tras dos años. El abuelo no
dice nada a que ella viva contigo, así que le decimos que no
puede presentarse aquí. Cómo tiene que ser española, pues
España es a donde vamos a ir a encontrarla. – Hace otra
pausa muy emocionado por la solución. – La distancia es
enorme, por lo cual menos problemas, pasado los dos años
tú vuelves a ser soltero, todos tenemos lo nuestro, nadie
pierde nada y ella sale ganando.
– No me parece ético – dice Eduardo poco convencido,
moviendo la cabeza en señal de desacuerdo.
– ¡Estáis locos! Es inaceptable. – Kurt manifiesta su
discrepancia, casarse por obligación como que no le gusta,
a él nadie tiene que decirle lo que hacer con su vida. El
abuelo había enloquecido cuando tramó semejante
chifladura.
– Entonces hermanito – con falsa decepción, pero sí
preocupado – todo perdido, piénsatelo. A Samuel y a Josué
se les disiparán oportunidades, ellos son los más jóvenes.
Nos quedaremos sin nada. Aunque no estemos en la calle,
sí, perder lo que es nuestro no parece muy justo. – El
cinismo que Alan Smiller utilizaba sonaba dudoso.
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– Lo que yo tengo lo comparto con vosotros, a mí no me
supone un esfuerzo.
– Gracias hermanito... pero ¿Estarías dispuesto a compartir
las tierras que con tanto trabajo consiguieron nuestros
ancestros? ¿Aceptarías que extraños metieran las narices en
nuestros asuntos, en lo que con tanto cariño y pasión,
hemos luchado para ponernos a la altura de los mejores?
¿Estarías dispuesto a compartir Mess-Stone con extraños?
Kurt se queda pensativo, su bisabuelo lo había sido
todo para él, le había enseñado todo lo que sabía sobre las
uvas y sus productos, cómo llevar el rancho, cómo
enfrentarse a los problemas, cómo hacerse cargo de tanto
personal... Lo recordaba siempre trabajando, siempre
preocupado por tanta responsabilidad y por todas las
personas que de alguna manera directa o indirectamente
dependían de él. Recordaba cosas estupendas del viejo
señor Smiller; le había enseñado a montar a caballo, a
conducir, a jugar al fútbol, a amar aquella tierra y ver la
hermosura que manaba de ella.
– Y porqué no te casas y te la traes a vivir aquí, quizá con el
tiempo la llegues a amar.
Kurt no sabía si gritar o romperlo todo. Tras un
largo silencio.
– Kurt, no pretendo presionarte, – dice su hermano, –
pero... algo tenemos que hacer.
– Creo que la mejor idea es la de Alan. Tú, Eduar, irás a
España y me encontrarás esposa – su tono insolente
desbordaba. – ¡Ojalá funcione! Me gustaría llevar algo más
de un par de meses casado antes de mi cumpleaños, por las
posibles dudas legales. Así pues, que sea con prisa, escasea
el tiempo. Pero quiero dos condiciones, asegúrate de que
nunca venga aquí y por supuesto deseo fidelidad, no quiero
ser un cornudo apaleado.
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– No seas iluso. ¿De verdad crees que existen mujeres que
sean fieles con semejante acuerdo? – Alan estaba atónito
ante tales condiciones.
– Haré los preparativos para mi viaje, que Dios nos ayude,
porque esto es una locura – casi en un susurro sin que los
chicos le oigan. – Mi viejo Smiller tus bisnietos son más
listos de lo que tú te creías.
Eduardo sale del cuarto dejando a los dos jóvenes
conversando.
– Gracias Kurt, sé que para ti esto es...
– No digas nada Alan – le interrumpe su hermano – soy el
mayor.
– ¡Eh! Solamente me llevas dos años.
Ambos se miran, siempre habían estado juntos, se
entendían sin palabras.
Alan no puede entender porque el viejo Smiller los
había incitado a aquella situación tan poco ética, sobre todo
conociendo sus valores. Recordaba que toda la familia, le
llamaba abuelo en vez de bisabuelo, curiosamente Kurt le
llamaba por su nombre de pila.
Una vez estando en Ciudad Jardín los tres, el abuelo
le había preguntado por qué le llamaba Kurt en vez de
abuelo o papá. Su hermano tendría unos trece años,
aproximadamente; el joven se puso muy serio y sentándose
al lado de Alan, pensativo, añade: “ porque papá no es una
palabra a la que yo tenga respeto; abuelo no es como siento
que eres, sí para mis hermanos, pero no para mí”. La cara
de decepción del abuelo no pasó desapercibido para Alan.
El joven Kurt se levantó y se colocó enfrente de su
bisabuelo y mirándolo a los ojos añadió: “ para mí tú eres
mucho más que un padre, más que un amigo, más que un
compañero. Tú lo eres todo”
Alan aún recordaba el brillo en los ojos de su
bisabuelo desbordaban felicidad al escuchar a Kurt.
Recordaba que había sentido una gran envidia por ese
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Amor entre uvas en Australia
sentimiento que los unía a ambos, pero también le
embargara una enorme tristeza, el pensar que Kurt
solamente tenía a su bisabuelo; por eso siempre intentó
estar a su lado y ayudarle en su enorme carga, llena de
responsabilidad.
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Capítulo 2
La alameda está solitaria, no se ve a nadie en toda la
herradura, ya llevaba cuatro vueltas a ella, realmente estaba
vacía, pero era lógico, únicamente a Samanta se le ocurriría
pasear lloviznando. Llevaba una gabardina que le cubría
casi hasta los pies, unos grandes zapatones que le tapaban
hasta el tobillo, que le resguardaba los pies de ser mojados
por la lluvia; pegadiza era esa llovizna típica de Galicia. Se
cruza los brazos dándose unos golpecitos contra los
hombros para darse calor, ¡esa humedad de su tierra! Sus
manos cubiertas por las manoplas, estaban calientes allí
dentro. Durante breves minutos se detiene para admirar la
catedral; a esas horas de la tarde ya la noche cubría la
ciudad y la catedral desde allí se podía contemplar
majestuosa e imperiosa. De los labios de aquella mujercita
asoma una leve sonrisa, como si la madre de la ciudad le
acariciara con la mirada la tristeza que de ella salía.
Vuelve a avanzar, camina lentamente, no tiene prisa
y semeja tener mucho en que pensar. Levanta el cuello de la
gabardina para cubrirse la cara por hallarse fría. Suspira con
fuerza como queriendo sacar de su mente algún mal
recuerdo que la atormenta y con fuerza sacude la cabeza.
Llegada a la entrada de la alameda se sienta a los pies de
uno de los leones que guarda con soberbia la entrada. Saca
las manoplas y se cubre las manos con la cara, intenta
contenerse y no echarse a llorar, cierra los ojos y deja que
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sus recuerdos la embarguen a lo mejor así consigue aclarar
sus ideas.
Recuerda su infancia, fue muy buena, sus padres
siempre le dieron de todo, nunca careció nada. Tuvo
mucha suerte porque el matrimonio de sus padres estaba
lleno de amor. Recordaba con cariño cada vez que su
madre reñía a su padre por gastar demasiado dinero
jugando. Ahora ya hacía un mes que habían muerto en un
accidente de tráfico, apenas los había enterrado cuando el
banco la desalojó de la casa que ella creía de sus
progenitores. Cuando el director del banco le dijo que no
tenía nada, que todo estaba embargado, no podía creérselo.
Parecía ser que su padre había jugado demasiado y las
deudas en vez de disminuir, se habían ido acumulando;
creciendo de una manera desorbitada. Estaba en la calle,
verdaderamente en la calle, sin dinero... sin nada de nada...
había intentado pedir ayuda a los amigos, pero... amigos
simplemente los tienes cuando no los necesitas... después...
no existen.
De uno de sus bolsillos sale un suave sonido que
acaricia cálidamente sus tímpanos, sonríe al pensar que
siempre le es grato oír el eco del timbre de su móvil. Lo
toma en sus manos aún desnudas y con contundencia
contesta.
– ¿Diga? – Escucha con interés – ¡Hola cariño! Sí, voy
ahora para ahí... en el sitio de siempre, ¿no? ¿Entonces
dónde? Vale... ahora estoy ahí – Guarda el móvil y se
levanta para ir al encuentro de la persona que le había
llamado. No tardó demasiado en llegar, puesto que no
estaba muy lejos.
Entra en la cafetería del hotel Arasdegoney. Siempre
había deseado tomarse un café allí, en aquel sitio tan
elegante. Sin embargo, le hubiera gustado ir con un
pantalón roto, desaliñada, le hubiese apetecido dar una
apariencia confusa, por mera curiosidad. ¿La echarían? Sin
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embargo, nunca se presentó tal ocasión y aunque hoy no
iba muy elegante; no obstante, iba bien vestida. Gracias a
dios sus padres siempre le habían comprado ropa a la moda
y de buenas marcas, no demasiado caras, pero sí... “de
marca popular”, por así decir. Por supuesto, de precios
dentro de lo posible.
Nada más llegar al lugar se quita las manoplas y la
gabardina. Hoy llevaba un pantalón negro de lino
ajustándose a sus caderas, resaltando su esbelto cuerpo y
remarcando su figura. Un TOP de lana corto en gris claro
de cuello redondo, puntualizaba su pecho bien formado,
dejando entre ver como quien no quiere la cosa su cintura.
Llevaba su negro cabello recogido en un moño y unos leves
mechones caían sobre su cara. Sus ojos que parecían
negros, no dejaban de mirar a su alrededor en busca de una
cara conocida, sin percatarse que era objeto de las miradas
lujuriosas de los hombres que allí estaban. Una voz familiar
hace que se dirija a ella
– ¡Hola Félix! – Le sonríe cariñosamente.
– Me siento acomplejada cuando estamos juntas.
– Sí ¿Por qué?
– Te has sacado la gabardina y todos los hombres te han
mirado con ojos libidinosos – Samanta se echa a reír.
– No digas tonterías – Respira profundamente – Es a ti a la
que miran, ¡Eres preciosa!
Samanta mira a su amiga con cariño, de verdad que
era bonita, una mujer rubia de ojos azules estaba delante de
ella; no sabía cómo su madre le llamara Félix, un nombre
de hombre, pero Samanta siempre le había gustado ese
nombre; le sonaba bien. Era alta, sus medidas y sus formas
eran las ideales, Félix trabajaba en un gimnasio de profesora
de aeróbic, por eso a sus treinta y tres años tenía un cuerpo
para envidiar.
– Sé que me miras con buenos ojos.
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– No seas mema, Félix, tienes que sacarte los complejos,
cuando yo tenga tu edad espero estar como tú.
– ¿Tú crees?
– Sí que lo creo, el problema es que tu marido no te lo dice
muy a menudo, pero únicamente tienes que mirarte en el
espejo.
Las dos amigas hablaban sin advertir que eran
observadas por un caballero trajeado que estaba enfrente de
ellas. Samanta y Félix conversaban con melancolía
recordando viejos tiempos, la tristeza de las dos mujeres no
pasaba desapercibido por el individuo que las vigilaba.
– Sam – su amiga siempre la llamaba así cariñosamente. –
Tienes que empezar a aparcar el pasado e intentar mirar el
futuro.
– No sé que te diga, tengo veintiocho años, con poca
experiencia, no consigo encontrar trabajo, no sé para que
haya estudiado fotografía por ordenador, no me vale para
nada, nadie me quiere contratar. Y si no encuentro trabajo
no sé cómo voy a hacer para terminar de pagar las deudas
de mi padre, ya no me queda nada.
– Yo... – Samanta la interrumpe.
– No digas nada, tú ya me has ayudado bastante y tienes
una familia que mantener y más ahora que tu marido ha
empezado una empresa y estás esperando un bebé.
– Pero me gustaría ayudarte.
– Ya haces suficiente dejándome vivir en tu casa.
– No tienes familia, y tú para mí eres como mi hermana
pequeña.
– Lo sé, yo también te quiero.
Félix mira la hora del reloj y con cara de
preocupación. – Me voy que ya llego tarde.
– Yo me quedo aquí un rato más.
No pasaron dos minutos de la marcha de Félix
cuando el caballero que las observaba se acerca a ella y se
sienta.
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– Perdón – Dice el individuo amablemente y con mucha
calma.
– Sí ¿qué desea?
– No pude evitar oír la conversación que manteníais su
amiga y usted.
– No le enseñó su madre que las conversaciones de los
demás no se deben escuchar.
– Sí, pero creo que esta vez no he hecho mal.
Samanta lo mira fijamente, pretende intimidarle; es
un método que suele utilizar habitualmente con los
muchachos, pero aquel personaje de muchacho no tiene
nada; es un hombre ya más que experimentado.
– ¿Bien y en que le puedo ayudar?
Samanta lo observa. No muy alto, con algo de
barriga, utiliza unas gafas que sujeta bien con su nariz
respingona. Apenas tiene cabello, pero el poco que tiene, ya
canoso. Unos sesenta años, aunque no los aparenta, el traje
de corte impecable; se aprecia que es una persona
cuidadosa en la apariencia personal y sobre todo que tiene
dinero. Con cara afable, pero serio, le dice a Samanta lo que
quiere de ella.
– Por la conversación que le he oído deduzco que le hace
falta dinero... – Samanta lo interrumpe enfadada.
– No creo que usted y yo tengamos nada de que hablar, no
me gusta nada su conversación... – El sujeto la interrumpe
nuevamente.
– ¡Espere por favor! No sabe aún que es lo que le voy a
decir. – Como Samanta se levanta, él hombre la sujeta por
el brazo y con una leve sonrisa, mostrando sus dientes
perfectos y blancos, y con esa pronunciación de un
extranjero que habla no muy bien el español. – No es nada
deshonroso ni nada fuera de la ley, se lo prometo.
Samanta se lo piensa brevemente, tras el cual se
vuelve a sentar, piensa que no le hará daño escuchar a aquel
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pobre hombre que debe no estar muy bien de la cabeza.
Los ricos pocas veces están bien de la cabeza.
– Está bien, usted dirá.
– Necesito una esposa durante dos años.
– ¡Usted está loco!
– Escúcheme y yo le explico. – Como Samanta se levantaba
otra vez, él le suplica que termine de escucharle y si no
quiere pues, no pasa nada, pero que le deje terminar todo lo
que tiene que decir; ella accede a prestar atención.
– Mire, yo me llamo Eduardo Calmierns soy abogado de la
familia Smiller.
– Lo siento. No sé quienes son, pero seguramente muy
conocidos en su casa – con cinismo suelta Samanta.
– Claro que no los conoce chiquilla, pero tampoco es
necesario por no decir que es mejor que no los conozca. Es
una familia muy rica de Australia, bastante conocida en el
mundo empresarial por sus negocios en el campo de la
investigación química.
– Y ¿Para qué me quiere a mí?
– Verá, exclusivamente necesita saber que debido a una
herencia, el cabeza de familia, necesita estar casado durante
dos años. – Hace una pausa para tomar aire antes de
continuar diciendo. – Ahí es en donde entra usted.
– No entiendo por qué yo.
– Mire, si busco una profesional, seguramente termine por
no respetar el contrato.
– Si es tan rico cualquier mujer querría casarse con él y sin
necesidad de que sea fea, incluso podría elegir una persona
con clase.
– Eso es cierto, pero él sólo quiere una mujer que sea
extranjera, que no le conozca de nada, que esté dispuesta a
respetar el matrimonio mientras dure, en todos los
sentidos, y que no se le ocurra ir a Australia exigiendo nada.
Se casarían por poderes y nunca se verían.
– Muy práctico su jefe.
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– No lo crea, es un buen hombre, se lo digo en serio, pero
le obligan a hacer algo que no quiere. Y que mejor que
cumplir lo que su abuelo quiere sin necesidad de
comprometerse en ningún aspecto.
– ¿Y yo que se supone que salgo ganando?
– Durante ese tiempo tendrá de todo como la señora
Smiller, incluso podrá montarse un negocio; si es inteligente
y sabe jugar bien sus cartas puede llegar a reunir una bonita
cantidad de dinero.
– No pretendo que nadie me mantenga.
– Perdone... no pretendía ofenderla..., pero sí puede montar
su negocio... para poder ser independiente que parece ser lo
que le gusta a usted.
– Y únicamente con casarme con él... por poderes... me
suena algo raro.
– Solamente tendrá que casarse, no ser infiel durante ese
tiempo, comportarse como la señora Smiller.
– ¿Qué se supone que tiene que hacer la señora Smiller?
– Como esposa de un hombre de posición deberá
respetarlo en todos los sentidos. Y por supuesto lo básico
es no ponerse en contacto con Australia, ni con la familia
Smiller, ni aparecer por allí.
– Me parece estar soñando, es la cosa más rara que nadie
me ha propuesto. Y además tiene la arrogancia de pedir
fidelidad, eso sí que es increíble ¿Por qué yo?
– Porque usted necesita una oportunidad y su mirada es tan
triste que me gustaría sacarle parte de sus problemas de
encima – mire, quizás éticamente no sea correcto, pero
todos saldremos ganando y sin hacer daño a nadie.
Eduardo le miraba con tanto cariño y tanta
protección que por unos segundos Samanta se sintió
tranquila. En apenas unos minutos por su mente se llena de
pro y contra, pero gana el contra; el banco la estaba
asfixiando y no sabía ya que hacer para liquidar las deudas.
No era justo que Félix la estuviera manteniendo... eran
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tantas cosas que... sí, lo mejor era aceptar el ofrecimiento,
parecía ser que aquel señor era su única salvación.
– La realidad es que me gustaría rechazar su oferta, casarse
por una herencia me parece una opción dramática, pero
estoy tan desesperada que esta expectativa, aunque drástica,
me parece que no es una tan mala elección, acepto su
ofrecimiento.
– ¡Genial! Prepararé todo lo que haga falta, a ver si en
menos de una semana pueden ustedes casarse, yo seré el
novio por poderes.
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Capítulo 3
– ¡Estás loca! ¡Si te descubre te matará! – Félix está nerviosa
y muy preocupada por su amiga. – No vayas, prometiste a
Eduardo no ir allí, dentro de unos meses os divorciaréis y
podrás continuar tu vida. Tu negocio va viento en popa, –
suplicante. – No vayas, por favor, no te lo has pensado
bien.
– No te preocupes. – Toma las manos de su amiga entre las
suyas y las aprieta con fuerza, para transmitirle una
seguridad y tranquilidad que ella estaba muy lejos de sentir,
pero que no deseaba que Félix lo supiera. – Él no se
enterará nunca. He conseguido que me seleccionen para
trabajar en la vendimia de la uva, como recolectora. Una
vez que le vea diré que no tengo ganas de seguir o que no
lo soporto y me vuelvo. – Con un fuerte suspiro de
decisión. – Una semana, solamente estaré una semana, tras
la cual regreso a casa. ¿Vale? Simplemente es para verle una
vez. Me mata la curiosidad.
– ¡Dios mío oyéndote hablar parece tan fácil Sam!
– Lo es.
– ¿Por qué ese empeño en conocerle?
– No sé, pero casi dos años de matrimonio con él... ¡me ha
entrado la curiosidad! Estoy muy intrigada, dentro de pocos
meses dejaré de ser la señora Smiller, algo dentro de mí dice
que... que tengo que ir, que tengo que averiguar... algo, es
una sensación que ha ido creciendo poco a poco dentro...
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Amor entre uvas en Australia
– Sigo pensando que estás loca, crémeme, cuando te digo
que me parece peligroso, ese acuerdo lo dejaba bien claro.
Samanta se ríe con ganas – Mujer cambia esa cara,
parece que un asesino anduviese detrás de mí.
– Sabes lo que te dijo Eduardo cuando te casaste – Aquel
día vuelven a la mente de las dos mujeres.
La primavera estaba pronto a salir, aunque por el
día que hacía se diría que estaban en ella. Samanta llevaba
toda la noche despierta, intranquila; no las tenía todas con
ella, aún no estaba segura de lo que estaba haciendo, pero
sabía que en ese momento era lo mejor para ella; sí,
recordaba cuando Eduardo llamó al banco y en dos
minutos dejó de ser una morosa. Se lo había solucionado
todo en un abrir y cerrar de ojos, como se solía decir
cuando algo era rápido.
Félix y su marido Chus, habían ido a buscarla a
casa; Eduardo los esperaba en el ayuntamiento de Santiago,
edificio antiguo y hermoso.
Al salir del vehículo, Eduardo, le estaba aguardando
debajo de uno de los arcos del maravilloso edificio, al
tomarla de la mano sintió como sus ojos dejaban de
funcionar, se estaba mareando, Eduardo la sujetó por la
cintura y la miró a la cara con una sonrisa tan grata que ella
pareció tomar fuerzas.
El breve recorrido hacia la sala de bodas del
ayuntamiento fue presuroso, pero a ella le pareciera
demasiado largo, quizás porque dentro de ella algo le decía
que se estaba equivocando y deseaba que todo aquello
rematara ya.
La boda había sido muy rápida. Samanta había ido
vestida de vaqueros, como rebelión a la boda y Eduardo
con un traje perfecto como el día que le conociera. Fueran
Félix y su marido como testigos; en diez minutos todo
había pasado, de ser una chica soltera se convirtiera en
casada.
Amor entre uvas en Australia
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Ya fuera, en la plaza y ante la catedral, se estaba
despidiendo de Eduardo pues ya se iba. La apartó un poco
de los demás diciéndole muy serio y con tono de
advertencia. “– Recuerda el trato, nunca podrás presentarte
allí para nada, discreción y recuerda fidelidad, dos años
pasan pronto.” Samanta le extendió la mano y no dejó de
mirarlo mientras se alejaba hacia el coche. Una vez el
vehículo desaparece de su vista, posiciona la mirada hacia la
hermosa catedral; no era simplemente un lugar religioso,
sino también era un sitio lleno de paz y tranquilidad. Ese
edificio de tantos siglos, construida en tantas épocas
distintas, a ella le daba una paz y una serenidad sólo con
mirarla, que a veces, la desbordaba.
Samanta no entiende el porqué ese empeño de su
marido de que ella fuera fiel, se sonríe, marido, que palabra
más hipócrita.
– Venga no hagas caso a esa “chorrada”, nunca sabrá que yo
he ido allí, y si me descubre me regañará y luego me
mandará de vuelta a mi país. – Dándole un fuerte abrazo. –
Tranquilízate Félix, una semana pasa pronto.
– No sabes dónde vive, no sabes nada de nada.
– En dos años he averiguado alguna cosa.
– ¿Has estado indagando? ¿Cuánto tiempo llevas planeando
esta aventura?
– Sinceramente no, bueno, hasta hace muy poco no. Lo
que pasa es que alguna vez he leído algún artículo, sobre la
empresa que tienen de química. Créeme, por casualidad. Es
que su nombre aparece en muchas revistas de empresas.
– ¿Cómo que revistas? ¿Qué... has estado haciendo? Y no
me mientas.
– Es que... en Internet... en algunas páginas sobre sus
trabajos de investigación...
– No sé, pero no te creo. – Su amiga estaba asustada. –
Deberías mantenerte al margen.
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Amor entre uvas en Australia
– Sí, lo sé, pero la curiosidad es mayor, – con una sonrisa
pícara.
– La curiosidad mató al gato.
– No seas tan drástica. – Se ríe Samanta.
Samanta iba vestida de sport, consideraba que el
viaje era demasiado largo y esa era la ropa idónea. Félix
llevaba un conjunto pantalón color salmón que le hacía
resaltar su cabello largo y bien peinado. Los ojos azules de
Félix mostraban una inmensa preocupación por la
insensatez de su amiga.
– Te perderás.
– ¡Mujer! He hecho averiguaciones, sé que tienen un gran
rancho familiar donde crían caballos y tienen grandes
extensiones de viñedos, también familiares. Cerca de Perth.
– Se detiene un momento para recordar – creo que se llama
Mess-Stone, sin embargo, creo que mi amo y señor – se ríe al
decirlo. – Tiene una gran empresa química, aunque no
estoy segura donde. La verdad, no he indagado mucho
sobre el asunto. – Se encoge de hombros con paciencia. –
Lo justo... para llegar, mirar y regresar a casa.
– Está bien. – Se resigna Félix, diga lo que diga su amiga no
va a cambiar de opinión. – Prométeme que te vas a cuidar y
pase lo que pase, me llamas, ¿llevas el móvil? – Samanta
afirma con la cabeza. – Así que no tienes perdón.
– Tranquila cariño, te llamaré todos los días y no te
preocupes, en una semana estaré de vuelta. El negocio
estará cerrado todo este mes, por favor vigila el correo, he
puesto tu nombre en mi cuenta del banco para que puedas
hacer lo que proceda.
Se oye a una jovencita por el altavoz avisando a los
pasajeros del vuelo de Samanta para que embarquen.
– Ya te vas. – Félix comienza a llorar. – ¡Dios mío!
Samanta, algo me dice que...
– No seas tonta. – Abraza a su amiga para tranquilizarla –
No me pasará nada.
Amor entre uvas en Australia
29
Se besan, se abrazan y se hacen promesas.
– ¡Cuídate! ¿Me oyes?
– Te lo prometo, da un beso al bebé y otro a Chus.
Samanta embarca en el avión y mientras despega,
Félix con lágrimas en los ojos dice adiós con la mano; unos
brazos le rodean la cintura cariñosamente. – No te
preocupes por ella, estará bien, sabe cuidarse sola.
Félix se gira y mira a su marido. – Lo sé, pero tengo
un presentimiento, algo malo va a ocurrir allí y yo no estaré
para protegerla, está acostumbrada a que la vida sea fácil
para ella y mi interior me dice que va a sufrir mucho en ese
país y que va a madurar de golpe.
– Tú y tus presentimientos, estará bien.
30
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 4
Tres días le lleva el viaje a Australia. Primeramente
se había desplazado desde Santiago hasta Madrid. Una hora
de vuelo. El siguiente avión la llevó hasta Londres; en
donde tuvo que correr para no perder el siguiente vuelo
que la llevaría a Brisbane, capital de Queensland. Le
hubiese gustado detenerse en Perth, pero la persona
conocida que le había buscado el trabajo en Mess-Stone
estaba en Sydney; debía entrevistarse antes con él; por lo
que no le quedó otro remedio que tomar otro avión que la
llevase a Sydney.
El avión aterrizó en Sydney con éxito, el día estaba
grisáceo, muy contrastado con el paisaje que dejara en su
tierra. Fin del invierno en Galicia, comienzo del otoño en
Australia. Se siente triste, quizás, piensa ella, debido al largo
viaje; está sumamente cansada, pero aún le queda mucho
recorrido. Samanta tiene que buscar ahora un taxi que la
llevase a la dirección que tenía apuntada en un papel.
¡Qué hermoso y asombroso! Cuando su cuerpo
asomó a la salida del inmenso aeropuerto, uno de los
muchos que había en aquella enorme ciudad. Un río
inesperado y maravilloso asomaba ante ella como un manto
que daba calidez a su nerviosismo. Durante unos minutos
permanece inmóvil mirando como perdida con una
sensación que le cortaba la respiración.
Amor entre uvas en Australia
31
El viaje a la embajada fue entretenido, le parecía
curioso que atravesara el río, un rato más tarde un túnel y
otra vez atravesando el río, como si diese un rodeo. Al salir
había dejado el aeropuerto a la derecha y ahora al volver a
cruzar el río este se quedaba a la izquierda, ¡impresionante!
Otro túnel que dejaba el aeropuerto encima de ellos.
Samanta piensa por un momento “mira que si se cae un
avión en esta pista y se derrumba todo”, siente una pequeña
presión en el pecho “quizá sea algo de claustrofobia” el
pequeño recorrido comienza a hacérsele demasiado largo.
No tardan mucho en ver casas, hermosas casas que
le recuerdan a las pequeñas urbanizaciones que ahora
comenzaba a estilarse en su tierra. ¡Qué hermosura! La casa
con su pequeño terreno alrededor de ellas todas en fila
como en los olivares.
Al fin ve edificios, lo que le indica que no puede
estar muy lejos. Y finalmente su destino. Un enorme
edificio se levantaba ante ella, se desilusiona, pensó que
sería más llamativo o más impresionable, pero no, un
vulgar edificio enorme.
Un joven alto y rubio de ojos azules, vestido de
militar, la estaba esperando.
– ¡Qué hermosa estas!
– ¡Leandro!
Ambos jóvenes se abrazan cariñosamente.
– Antes de nada tengo que decirte que me debes una muy
grande...
– Lo sé, no sabré como pagártelo – le interrumpe ella.
– Si mi hermana se enterase que estoy aquí y que te he
ayudado me matará.
– También lo sé, pero piensa que estaré en deuda contigo
siempre – cambiando de conversación – Sydney es
impresionante, de grande y de – tartamudeando de
asombro – y de todo, es increíble…
32
Amor entre uvas en Australia
– Pues esta noche te llevaré a cenar y a ver… mejor me
espero y te lo enseño.
Leandro, la lleva a ver la bahía de Sydney, según le
explica su acompañante, también conocida como Port
Jackson, lugar en donde se sitúa una gran aglomeración de
población. Samanta se queda boquiabierta al cruzar el
puente del puerto de Sydney, el cual soporta carriles para
coches, vías de tren y un carril incluso de ciclo vía. No
había salido nunca de su país por lo que todo aquello la
impresiona.
Leandro, como no, le enseña también la ópera de
Sydney una de las maravillas más fotografiadas por los
turistas.
Antes de cenar dieron un pequeño paseo a pie por
el puerto y para rematar acabaron en el famoso casino de
Sydney, lugar lujoso, lo que a Leandro le gustaba.
Entraron en el restaurante y cenaron en un rincón
algo apartado, íntimo, con una hermosa vista de la bahía.
– Bueno señora Smiller ¿cómo se va a defender aquí?
– No me llames así, estoy de incógnito, me matarían si
supiesen que estoy aquí.
El joven suelta una risotada.
– Mira que tienes ganas de buscarte problemas.
– Eso sí es verdad. Bueno gracias a mi excelente inglés
aprendido desde niña no creo tener problemas de
comunicación.
– Ya verás cuando te des cuenta de que el inglés que hablan
aquí a veces no es fácil de comprender. Cuando te
encuentres con emigrantes, los hay de todas partes y te vas
a encontrar con muchos sonidos distintos del mismo inglés.
– Poco a poco me iré acostumbrando, además espero echar
el menor tiempo posible.
La joven observa a su amigo, sus gestos tan finos e
impecables, cuidadoso en todo. Le encantaba las cosas
Amor entre uvas en Australia
33
caras y buenas, él joven se ocupó de pedir la cena, por
supuesto como no, típico del lugar.
– Por cierto ¿cómo están los míos? – Dice Leandro
mientras la observa con detenimiento.
– Félix, desde que ha tenido el bebé, está más bonita; Chus
la mima más. Y en cuanto la criatura se parece a ti en todo.
– He visto las fotografías y sí que tienes razón, soy yo de
chicuelo.
Siguieron hablando hasta la madrugada, pasearon
por toda la ciudad poniéndose al día de tantas cosas, hacia
varios años que no se veían, así que era mucho lo que
tenían que contarse.
Leandro era el único hermano de Félix, además era
el mayor de los dos. Al igual que su padre se alistó a las
fuerzas armadas, con la diferencia de que su padre se quedó
en cabo y Leandro se había preparado en idiomas, ciencias
políticas y protocolo. Además, era capitán. Llevaba desde
hacía diez años de embajada en embajada y le encantaba.
Hacía un par de meses lo trasladaron a Australia y Samanta
le pidió ayuda para llevar a cabo su plan, claro, para ello no
podía contarle a su hermana a dónde lo habían destinado, él
prometió guardar el secreto por el momento.
Leandro fue el que se encargó de averiguar todo
sobre la familia y se sorprendió mucho al averiguar quienes
eran los nuevos parientes de Samanta. Le advirtió de que
tuviese cuidado que con ellos no se podía jugar y menos
con el que era su esposo, Kurt Smiller.
– Samanta no sé si podrás aguantar el ritmo de trabajo en la
uva.
– Sí los demás pueden, yo también.
– Esta gente lo lleva haciendo toda su vida, están más que
acostumbrados. Sin embargo, a ti desde siempre te lo han
dado todo...
– No me digas eso – le interrumpe ella con tristeza, en el
fondo sabía que tenía razón.
34
Amor entre uvas en Australia
– ¿Quieres que te sea sincero?
– Por supuesto, llevamos toda la vida de amigos, si tú no
me lo pudieses decir entonces...
– Samanta, – dice el joven con tranquilidad, – un ordenador
no es lo mismo que una cesta, sentarse y retocar no es lo
mismo que agacharse y recoger frutos.
– ¿Las uvas no están en parras altas?
– Veo que no tienes ni idea de lo que te espera. – La mira
con protección. – Y en el suelo, – añade, – tendrás que
recoger, cargar cestas y cajas...
– ¡Vale, vale! Lo he cogido.
– No, no lo has entendido, estamos hablando de que no
sabes nada de vendimiar, seguramente te pongan los
trabajos menos gratos, como estar cargando cestos y cajas
llenas durante horas.
– No te pongas tan serio, si veo que no puedo lo dejo. –
Samanta ponía cara de niña pequeña, quería de alguna
manera hacer que no fuese tan duro.
– El rancho Mess-Stone junto con otros cuantos vinicultores
formaron una cooperativa hace ya muchos años. Cada año
un rancho proporciona el alojamiento a los recolectores y
demás personal hasta el final de la recogida de la uva. Este
año, – recalcando sus palabras, – es tu marido el que dará el
alojamiento.
– Qué gracioso, – con falso enfado. – ¿Te hace gracia?
– Sí, se ríe, no sé como has conseguido ser la mujer de
alguien como Kurt Smiller... no sabes lo inmensamente
rico, poderoso y orgulloso que es tu queridísimo esposo.
– ¡Ya vasta! – Ahora sí que estaba colorada y llena de
vergüenza.
– Bien, me rindo, si me miras con esa carita de
desamparada. – Leandro aún se acordaba cuando su
hermana y Samanta lo perseguían por todas partes, él las
hacía llorar, pero cuando Samanta se enfadaba demasiado
Amor entre uvas en Australia
35
se abalanzaba sobre él y se recreaba golpeándole, era
entonces cuando Leandro no podía con Samanta.
A Samanta Leandro le parecía muy guapo y
atractivo, no entendía porque aún estaba soltero.
Seguramente porque su mayor pasión era su trabajo, y las
mujeres de los militares no todas pueden con esa situación
de continuo movimiento. Una vez tuviera una novia, pero
no pasó del año; cuando ella le hizo decidir entre ella y las
fuerzas armadas, Leandro ni se lo tuvo que pensar, se dio
media vuelta y se fue. Samanta recordaba que estuvo muy
triste durante mucho tiempo, pero para ella siempre tenía
una sonrisa escondida.
– Samanta, vas a trabajar en el rancho de tu marido. –
Parecía que la joven iba a interrumpirlo, pero se detuvo
ante la señal de frenar que le hizo Leandro. – No me mires
así, el rancho de Mess-Stone tiene vinos muy selectos y muy
conocidos en Australia y diría que se extiende más lejos. La
mayor parte de sus uvas se recogen a mano, pero lo peor
son los trabajos no profesionales, se hacen bajo un sol que
este año promete calentar mucho, al que tú no estás
acostumbradas y que no tienes ni idea de cómo hacerlo.
– No me desanimes… por favor. – Como un susurro.
– Está bien – con resignación al ver que no iba a conseguir
disuadir a su amiga de tal estupidez. – Samanta, esta noche
sale un tren contratado por la cooperativa, que recorre
desde Sydney hasta Perth. Parándose en las ciudades más
importantes entre ambas ciudades, recogiendo al personal
que llega desde distintos aeropuertos procedentes de varias
partes de mundo.
– ¿De todas partes? – Con asombro.
– Sí, llegan de Sudamérica, Europa y como no oriente.
También vendimian muchos australianos, pero estos son
menos en esta zona de uva.
– No sabía.
36
Amor entre uvas en Australia
– Te he buscado una plaza en este tren, más que nada para
que te familiarices con el ambiente. Es importante que
vayas conociendo a tus posibles compañeros. Es
conveniente que no te mantengas al margen y que pases
desapercibida. – Muy serio y mirándola a los ojos oscuros
de ella. – Sam si te descubre no te pondrá las cosas muy
fáciles, no juegues con Kurt Smiller es puro fuego.
– No será para tanto, – hace una pausa, – pienso que si me
descubre me reñirá y ya está.
– No te equivoques, – le dice con severidad, – ese hombre
te puede engullir. Prométeme que te guardarás de él y que si
algo va mal me llamarás sin pensártelo, iré a recogerte.
– Vale, te lo prometo – abrazando a su amigo.
Ya estaban llegando a la estación del tren.
– La línea de ferrocarril recorre toda Australia. – Le explica
Leandro mientras entraban. Toma aliento. – Desde Sydney
hasta Perth hay más de cuatro veces la distancia recorrida
de norte a sur en España. Unas sesenta y cinco horas en
tren. El viaje será largo y pesado, pero creo que es lo mejor.
– ¡Cómo sí fuera de Sevilla a Galicia ida y vuelta dos veces!
– Sí, más o menos. Te va a gustar Perth.
– No lo sé, tengo entendido que es una zona en donde su
población es la más aislada del planeta.
– Pero tiene un río inmenso, de esos que te encantan a ti. –
Le dice el joven sonriéndole y tomándola de la mano. – La
ciudad está bañada por el río Swan, es la más grande de su
estado y una gran ciudad metropolitana. En cuanto al
rancho tiene un enorme lago, te enamoraras del sitio,
conociéndote, estoy seguro.
Leandro deja a Samanta en el tren rumbo al rancho
Mess-Stone
Amor entre uvas en Australia
37
Capítulo 5
– ¡Hola! – Samanta mira en dirección al sonido, una joven
morena de cabello castaño, muy rizado, largo y recogido en
una cola, le sonreía mostrando los dientes blancos y un
brillo especial en sus ojos color verde aceituna. – ¿Me
puedo sentar aquí?
– Sí, claro. – Le ayuda a guardar su bolso de viaje.
– Me llamo María González.
– Yo me llamo Samanta Huerta.
– ¿De dónde vienes? Es que tienes un acento muy raro.
– Soy española. Más concretamente gallega, al noroeste de
la península.
– Yo soy de Puerto Natales, justo en la punta de Argentina,
al sur de todo.
Ambas se echan a reír.
– Vengo todos los años a trabajar en la vendimia de la uva,
siempre venimos toda la familia junta, este es el primer año
que vengo sola con mi madre y mi hermano mayor.
– No entiendo, espero que no sea por nada malo.
– No, es que mi padre ha encontrado un trabajo fijo y mis
otros hermanos también; si todo va bien, este será el último
año que venimos a trabajar en la vendimia. – Ante la
sorpresa de Samanta la cara de María es triste ante tal
hecho.
– ¿No deseas dejarlo?
– Me encanta venir a vendimiar a Australia, me apasiona.
38
Amor entre uvas en Australia
– ¿Pero es poco tiempo no?
– Es que terminada la vendimia, nos vamos a la recogida de
cítricos. Somos muchos los recolectores que hacemos eso.
Pero a mí lo que me gusta son las uvas. – Le dice
sonriendo.
– ¿Dónde está tu madre y tu hermano?.
– Está en el compartimiento contiguo, allí no cabemos
todos y me mandaron para aquí. – Hace una corta pausa
antes de preguntar casi indecisa – ¿Y tú vienes sola?
– Sí, esta es mi primera vez y tengo que confesarte que
estoy muy nerviosa. Antes me dedicaba a poner cafés en
una pequeña cafetería – Samanta sentía algo de
remordimiento al mentir a su nueva amiga. Una vez trabajó
en un café al lado de la universidad, pero era un desastre y
el puesto no le duró más de un día, así que tampoco le
estaba mintiendo del todo.
– Tranquilízate, este rancho es el mejor de la zona, te tratan
bien, además es un sitio de ensueño. Ojalá todos los años
nos refugiasen allí.
– ¿Dónde dormiremos?
– No hay problema, el rancho está en un costado del lago
Mustimole, tienen a la orilla un escampado donde nos dejan
poner tiendas de campaña para aquellas personas que no
tienen barracones.
– No entiendo. Me suena a cobertizo ¿no?.
– Son largos, de piedra. Cada barracón tiene dieciocho
habitaciones con baño; dos cocinas y dos salas de estar con
su televisión.
– No entiendo, ¿tantos somos?
– A ver que te explico mujer – Echándose a reír, parecía
que le gustaba que Samanta no supiera nada, su ego subía,
se sentía importante intentando ponerla en antecedentes. –
Hay unas pequeñas casas de madera, para los trabajadores
del rancho que están todo el año. Después están los
barracones que son de piedra. Éstos están vacíos y se
Amor entre uvas en Australia
39
utilizan para los obreros de la vendimia; no sólo estamos
los recolectores sino también los que se encargan de la
vendimia con maquinaría, los que preparan la uva, los que
la eligen, los transportistas, etc.
– ¿Somos muchos? – Se impresiona Samanta.
– Sí, unos trabajaremos en Mess-Stone, otros en los demás
ranchos; en cuatro meses tenemos que tener todo listo, el
rancho más grande es el de los Smiller, unos tres meses
lleva aproximadamente la vendimia y lo que con ella
conlleva, en este rancho. Necesita mucho personal porque
casi toda la vendimia es a mano… un trabajo muy duro,
pero es en donde mejor te tratan y donde más pagan. El
horario es continuo y no se para ningún día, unos libran los
Sábados y otros los Domingos para que no esté
interrumpido el trabajo durante toda la semana. La
maquinaria trabaja de noche y la recolecta manual por el
día. Muy temprano.
– Tres meses, son muchas uvas... – divagando la joven.
– Se dan varios repasos a las parras de vid. No toda la uva
madura igual. Se le llama vendimia escalar.
– ¿Cómo se aloja a tanta gente?
– Los barracones van a sorteo, el resto en tiendas de
campaña a los pies del lago, es una gran explanada, caben
muchas tiendas. – Toma aliento – Mess-Stone tiene una gran
extensión de terreno para personal, aunque también es el
rancho más grande en cuanto a viñas. Tienen su propia
bodega, producen su propio vino y cultivan la uva ellos.
Aunque también se recoge para la cooperativa.
– Vaya, lo abarcan todo.
– Sí, de siempre.
La joven sigue con sus preguntas, la verdad es que
siente mucha curiosidad.
– ¿Qué es mejor, los barracones o las tiendas?
– Depende – Samanta la mira fijamente. – A ver mujer, en
los barracones hay baños, agua corriente y caliente, sala con
40
Amor entre uvas en Australia
televisor, cocina, es decir lujo por decirlo de alguna
manera.
– Pero también tienes que compartirlo con demasiadas
personas.
– Sí que es verdad. Yo prefiero las tiendas de campaña, en
ellas el agua es la del lago, aunque también se prepara un
sitio para duchas con agua caliente y hay baños
comunitarios entre los barracones y las tiendas; sin
embargo quedan algo lejos, imagínate si tienes ganas de ir al
baño en plena noche.
– Ya entiendo.
– A pesar de todo yo prefiero las tiendas de campaña. Te
dan cierta intimidad.
– Yo tengo un número para un barracón, no se me ha
ocurrido traer una tienda de campaña.
– No te preocupes puedes compartir la mía si quieres, es
grande y es más que suficiente para los cuatro.
– ¿Lo dices en serio? – A Samanta le sorprende que la
joven le ofrezca alojamiento sin conocerla de nada. Pero es
que María tiene muchas ganas de estar con otra mujer joven
y no con su madre y su hermano y Samanta le parece una
joven de fiar.
– Sí, si de verdad quieres, tiene tres cuartos, uno para mi
madre, uno para mi hermano y otro para nosotras dos, me
encantará compartirla contigo.
Samanta sigue con su interrogatorio, tiene
curiosidad por aquel mundo que pronto va a conocer.
– ¿Son todos los años las mismas personas?
– Generalmente sí. Casi siempre viene la misma gente. En
un par de años conoces a todo el mundo, además nos
solemos encontrar en todas las recogidas de la uva de
distintos lugares. Terminas en un lugar y te trasladas a otro;
hay veces que no te llega la vendimia de la uva para
sobrevivir y te desplazas, en busca de recolección de otros
frutos, como por ejemplo los frutos secos, los cítricos...
Amor entre uvas en Australia
41
Samanta no entiende cómo se puede tener una vida
sin constancia como la de un recolector. Luchar por un
hogar en dónde nunca puedes estar.
– María ¿y tu hogar?
– Mi casa es aquella en donde está la familia junta. – La
joven se queda pensativa, su cálida cara rosada se torna
seria, sus ojos tristes; ese año en la recolecta no estarían
todos juntos. Samanta se percata de que aquella
conversación puso a su nueva amiga triste y decide cambiar
de conversación.
– ¿No os sale caro y pesado el viaje en tren?
– ¿Caro? No, son las empresas las que pagan los viajes.
Bueno en realidad, está solo este tren que recorre desde
Sydney a Perth. Me hubiera gustado haber cogido un vuelo
que me dejara en Perth, pero fue imposible. – Hace una
pausa pensativa, se aparta el cabello que le cae sobre los
ojos y mirando a Samanta. – Supongo que a otras personas
les ha pasado lo mismo que a nosotros.
– A la empresa debe de salirle muy caro todo este
desplazamiento.
– Eso ya se lo tienes que preguntar al empresario, porque
yo no tengo ni idea. Sin embargo, debe de compensarles
cuando lo hacen, ¿o tú conoces algún rico que pierda
dinero por un pobre?. Recuerda que no sólo recogemos las
uvas de un rancho, sino de todos los vinicultores de la
zona. Aunque no te lo parezca son muchos racimos de
uvas, ya verás cuando las veas, parece no tener fin.
Durante el viaje María y Samanta se habían hecho
buenas amigas, María le presentó a su hermano Antonio,
un joven de unos 30 años, alto moreno, constitución fuerte,
ojos color aceituna; se parecía muchísimo a María. Elena
era la madre de los jóvenes, mujer de constitución igual que
su hijo. Antonio pronto tomo como protegida a Samanta,
la verdad es que en dos días el muchacho empezaba a sentir
cierta admiración por Samanta.
42
Amor entre uvas en Australia
Al llegar a Adelaida, el que más el que menos había
afianzado lazos. Samanta intentó averiguar algo más sobre
la familia Smiller.
– Antonio ¿qué sabes de los Smiller?
El joven hermano de María era bien parecido, sí,
muy guapo, un moreno arrogante, alto y con un acento
argentino que lo hacia un personaje atrayente e incluso se
podría decir fascinante. A su edad pocas veces tuviera
pareja, decía siempre que tenía muchas cosas en que pensar
antes de tomar novia formal.
– No querrás casarte con uno de ellos ¿verdad? – La miraba
con una sonrisa de oreja a oreja, medio en broma medio en
serio la observaba con reserva, le divertía la cara de
Samanta al decir aquellas palabras que eran solamente una
pequeña broma – Venga mujer era broma ¿qué quieres
saber?
– No sé… cualquier cosa… algo, no tengo ni idea de
quienes son y voy a trabajar para ellos… creo que sería
interesante saber algo.
– ¿Cómo sabes que vas a trabajar para ellos? Cuando
lleguemos colocan unas listas en el barracón principal con
los nombres de cada uno de nosotros y donde trabajaremos
en la recogida.
– No sé, la verdad... – Samanta tenía que tener cuidado, se
podría descubrir ella sola. ¿Cómo explicarles que un buen
amigo de Leandro que le debía una, la iba a meter en el
rancho de los Smiller.
– Déjala, es nueva en esto, no presiones tanto a la joven. –
La saca del apuro su nueva amiga.
– Está bien, veamos…
– Son siete hermanos el pequeño tiene 16 y el mayor cerca
de los 35 años. Dos son químicos y biólogos, mas
concretamente uno es ampelógrafo...
– ¿Ampe qué? – interrumpe Samanta confusa.
Amor entre uvas en Australia
43
– Es una persona que estudia la vid, que la describe,
variantes, frutos, etc.
– ¡Empezaras por ahí!
El joven se echa a reír, Samanta está muy cómica.
– El otro es un científico que estudia la biología de la vid.
– Pues a mí me parecen lo mismo – dice confusa María –
químicos y biólogos.
– Más o menos sí. – Hace una pausa para observar a
Samanta que lo tiene embelesado. – Tienen también un
abogado que con lo grande de los dos negocios no dará
abasto. – Samanta se asombra de que la gente que está allí,
esté pendiente de lo que Antonio está contando.
– Todo por la familia y el dinero. – Se ríe una joven.
– Bueno – prosigue Antonio – está el fotógrafo
informático.
– ¿Esa es una profesión? – pregunta la madre de María.
– Sí – sonriendo Samanta – será para fotografiar las uvas. –
Samanta siente un poco de vergüenza por haber hablado
mal de su propia profesión.
– Los dos más jóvenes son estudiantes. Y nos queda el
vinicultor y viticultor.
– ¿No significa lo mismo? – Antonio pone cara de
extrañeza. Es María quién contesta.
– No, el vinicultor es el elaborador del vino y el otro es
cultivador de parras.
– ¡ No sabía que se estudiase para eso!
– Aún tienes mucho que aprender. Da igual lo que hayan
estudiado, todos ellos saben mucho de todo lo relacionado
con el vino. Desde el cultivo de la parra, hasta que acaba en
la botella.
– Y una vez fuera de la botella también – se ríe otra
jovencita pelirroja.
– No podemos olvidarnos de Richard, el capataz del
rancho, aunque no es un Smiller, él y su hermana Ángela
forman parte de la familia.
44
Amor entre uvas en Australia
– ¡Ah! ¡Todos solteros! – María interrumpe al hermano,
considera que ella está más preparada para contar chismes a
su nueva amiga.
– ¿Cómo sabes todo eso? Pregunta la joven gallega.
– Llevo muchos años viniendo.
– No se refería a esa información, seguramente querrá
saber que rumores se cuentan entorno a la familia – Se
entromete la madre de ambos muchachos.
– Yo te los contaré porque mi querido hermano no sabe
nada de nada, no te das cuenta que es un hombre – María
se echa a reír y abraza a su hermano. – Perdona cariño,
pero creo que lo que Samanta quiere saber son los chismes
que contamos las mujeres.
En realidad a Samanta le interesaba más lo que
pudiera decirle Antonio precisamente porque él le contaría
lo que se sabe fijo y no rumores, pero consideraba que
también podría sacar información de las mujeres y esos
chismes como ellas decían.
– Casi todos tienen novia. – Dice Elena muy seria. – Su
madre se encarga de buscarles la esposa idónea. – Como
divagando. – Pero no debe de acertar porque siguen
solteros.
– Yo pienso igual, mamá. – María hace un gesto de burla. –
Son guapas pero demasiado cursis, por no decir
insustanciales. Aunque yo creo que no son novias,
realmente son posibles novias o posibles esposas. Porque
cada año son distintas.
– Yo también querría una consorte de futuro para mis hijos
si pudiera. Son una familia muy rica y no les vale cualquier
mujer.
– Mamá yo creo que el amor es lo primero.
– Cariño eso de amor, pan y cebolla... – Les interrumpe
Antonio.
María soñadora se levanta del asiento y comienza a
hacer una imitación de Romeo y Julieta.
Amor entre uvas en Australia
45
– Romeo amor mío, yo no podría vivir sin ti.
– María, creo que eso no viene en la obra. – Le dice
Samanta divertida mientras mueve el dedo índice izquierdo
en forma negativa.
– Da igual, lo que importa es lo que se siente, no cómo se
diga.
– A mí al que me gustaría ver es al hermano mayor. – dice
una joven australiana rubia de ojos azules, que viajaba con
ellos en el mismo departamento. – Dicen que es guapísimo
e importante.
– No, no creo que sea el más guapo de todos los hermanos,
pero sí el más perturbador, – comenta otra joven.
– Las malas lenguas cuentan que el Kurt Smiller es el amo
de todo.
– Sí, él manda y los demás obedecen. – Comenta otra
joven.
– Es el jefe, en realidad todos le temen. Siempre tan serio y
autoritario, ¡da miedo!
– ¿Alguien lo ha visto alguna vez? – En tono bajo e
inseguro, pregunta Samanta.
– Sí, – dice Elena. – Los siete hermanos trabajan en la
recogida de la uva, hablan de que es una de las pocas fechas
del año donde toda la familia se reúnen, es una especie de
tradición familiar; pero aunque los veáis, siempre se
mantienen a distancia de los obreros.
– Típico de los ricos, siempre a distancia.
– No, es el hermanito mayor el que lo prohíbe.
– Los ricos no se mezclan con la plebe.
– Pues deberían, si pudiera coger al abogado, ese si que está
como un tren de lujo, de esos que nunca se olvidan, –
comenta María que desde siempre le gustaba Alan Smiller.
– Todos han heredado el cuerpo de su bisabuelo... y su
orgullo – comenta Elena.
– Pues a mí me daría igual cualquiera de ellos, todos están
de buen ver, y con mucho dinero, me daría igual cualquiera
46
Amor entre uvas en Australia
de ellos, me sería fácil acostumbrarme a la vida de rica. – La
joven que habla duda un segundo para continuar diciendo.
– Bueno menos al mayor, creo que si Kurt Smiller me
dirigiese la palabra aunque fuese para pedir un cesto, me
caería del susto.
Todos ríen de la ocurrencia y siguen con las bromas
de los siete hermanos, Samanta cansada se levanta.
– Voy al baño, si me disculpan.
En realidad tiene ganas de ir hasta el vagón bar;
pero no le apetece compañía; sabe que si dice que sólo
quiere dar una vuelta por los vagones y tomar algo en la
cafetería, Antonio querría acompañarla y ella en este
instante no desea compañía alguna.
Al tiempo que va hacia la cafetería los pensamientos
se le amontonan, manteniendo una conversación mental
consigo misma.
<< Pintan a Kurt Smiller como si fuera un ogro, ¡Dios! Si
me descubre es capaz de matarme por entrometerme en su
vida. Parece que tiene novia, será cretino y a mí me dice
que fidelidad, ya veo como la guarda él. No sé que voy
hacer para que no me descubra; intentaré mantenerme lo
más alejada posible. Creo que esto de venir aquí ha sido
una mala idea. Claro, sólo a mí se me ocurre seguir mis
instintos. Lo veía todo de otra manera cuando estaba en
España. ¡Dios mío, me voy a volver loca! Creo que estoy
nerviosa porque estamos llegando a Perth y me estoy
empezando a arrepentir; claro, en España todo me parecía
más fácil. >>
Tan abstraída iba en sus pensamientos y
razonamientos que no se percata, de que alguien sale de
uno de los compartimientos y tropieza con ella. Al unísono
un grupo de jóvenes con instrumentos musicales intentan
pasar por el mismo estrecho pasillo; todo ello unido a la
entrada de un túnel en ese mismo instante. El caballero que
colisiona con ella le sujeta por la cintura, apretándola y
Amor entre uvas en Australia
47
dejándola aprisionada entre él y la ventana del vagón;
mientras los jóvenes con los instrumentos pasan al otro
lado por detrás del individuo que tenía abrazada a Samanta.
La luz tenue, de las bombillas del vagón, apenas
dejaba ver la cara del hombre que con tanta fuerza la
apresaba; tan sólo unos ojos negros y profundos se clavan
en ella con insistencia, poniéndola nerviosa. Sólo fueron
unos minutos, pero mientras el ruido sordo del tren
pasando por el túnel, se le clavaba en los oídos, no dejaba
de temblar en aquellos brazos fuertes. El olor varonil se le
metía por la nariz y empezaba a sentir como su corazón
palpitaba tan fuerte, que creía que se le saldría fuera. Casi
sin fuerzas para soportarlo, inclina la cabeza sobre aquel
pecho bien formado y poco peludo que se ve a través de la
camisa entreabierta. Mientras su mejilla tocaba aquel pecho,
siente como el cuerpo de él se estremece y los brazos se
apresan más a ella. Samanta no soportando más aquel calor,
levanta la cabeza en señal de súplica y entreabre los labios
para decir algo, pero las palabras se ahogaron en su
garganta. Esto a él le pareció tan sensual, que no pudiendo
contenerse más, baja la cabeza y la besa.
Samanta cierra los ojos mientras aquella boca
explora en la de ella, provocando una excitación que creía
no sabía que pudiese existir; se deja llevar por la situación y
responde a cada caricia que la estremece. Él no puede creer
que aquello le esté ocurriendo, que alguien despierte de
aquella manera tan fuerte, unos sentimientos que pensaba
no tenía. Su cuerpo responde solo, sin que él pueda
controlarlo; su mente y su cuerpo no obedecen y ante tanto
fuego siente que tiene que huir, escapar de aquella mujer
que lo está ahogando de placer. Al apartarse de ella tiene
que hacer un gran esfuerzo para recuperar el control.
Samanta siente que las piernas le fallan, al no sentir ya aquel
cuerpo y mientras lo ve marchar experimenta en sus
entrañas un gran dolor, una gran soledad. A medida que él
48
Amor entre uvas en Australia
se aleja teme no poder olvidarla y se maldice por no haberle
hecho caso a su instinto cuando le dijo que no viajara en
tren.
Samanta ve como se va alejando, el pasillo queda
casi cubierto por sus anchos hombros; su altura casi le hace
inclinar la cabeza para no tropezar con el techo al atravesar
la puerta al vagón continuo. Los ojos, jamás podrá olvidar,
esos ojos que la miraban, esas manos que la sujetaban, esos
labios que la besaban. Sacude la cabeza para olvidar, ha sido
un sueño, sí, piensa ella, seguramente jamás vuelva a verlo,
quizás me dormí durante un breve espacio de tiempo y
todo ocurrió en mi cabeza. La larga serpiente metálica sale
del túnel rápidamente y la luz vuelve a asomar por las
ventanas. Ha sido un sueño, se repite una y otra vez, ha
sido un sueño.
Amor entre uvas en Australia
49
Capítulo 6
– Kurt, Kurt ¿me haces caso hijo?
– Sí madre, estoy escuchando. – El joven utiliza un tono
lento, pero seguro, sentado enfrente su madre, mientras
desayuna no levanta la vista de los papeles que tiene a su
izquierda, bebe unos sorbos de café.
– Pues hijo no lo parece, podías mirarme cuando te hablo.
Ante el tono suplicante de su madre, Kurt deja los
papeles que estaba revisando y la mira.
– Perdona madre, es que tengo mucho trabajo, no tenía
intención de molestarte. – Kurt observa a su madre, una
mujer hermosa que a sus cincuenta y cuatro años se
conservaba tan joven que nadie le echaba más de cuarenta y
cinco, quizá debido a su esbeltez. Sus ojos azules le
resaltaban en la cara poco arrugada, sin embargo su cabello
ya canoso la hacían una mujer muy interesante.
– No importa.
– ¿Qué me preguntabas?
– Podrías invitar a Cintia a pasar con nosotros estos días de
la vendimia.
– Madre ya sé cual es tu intención... creo que mejor no.
– Por favor hijo. – Hace una pausa. – Únicamente te pido
que seas amable con ella, si tú no la invitas lo haré yo.
– Deberías dejar que yo busque mis novias, ¿no crees?
– Ojalá lo hicieras, así no tendría que buscártela yo. Pronto
cumplirás 35 años, deberías pensar en casarte. Tú y Cintia
50
Amor entre uvas en Australia
salís muy asiduamente, ya va siendo hora que te
comprometas con ella, piensa que es de una familia rica y
poderosa... y sobre todo es hija única y está más que
preparada para ser la esposa de un Smiller.
– ¿Ya estás liando al niño?
– No es un niño madre, es un hombre, si no te has dado
cuenta...
La dama que acababa de entrar mira a su nieto con
mucha ternura y después vuelve a mirar a su hija.
– Para mí siempre será mi niño.
– Buenos días abuela ¿Qué tal has dormido esta noche?
– Preocupada por ti Kurt, trabajas demasiado, deberías
divertirte más, a mi edad me siento cansada, muy cansada y
estoy de acuerdo con tu madre en que busques esposa, me
gustaría ver algún bisnieto antes de morir.
El joven se levanta y acercándose a su abuela la
abraza con adoración. – Tú nunca morirás, siempre estarás
aquí para mí. – La anciana señora lo mira y le acaricia las
mejillas igual que cuando era pequeño.
– ¿Oíste a tu abuela? Ella piensa como yo que deberías
casarte.
– ¿Ya te están liando Kurt? – Un joven de unos 30 años
aproximadamente se sienta a la mesa tras besar en la mejilla
a su madre y abuela respectivamente.
– Que quieres, soy el primero que se ha levantado. –
Mirando a su madre con cinismo – Deberías casar a John
ya tiene una treintena de años.
– A mí que me deje, ya me vuelve loco todos los días, hoy
mamá tienes que molestar a Kurt, él casi siempre se salva
de tus tretas.
– Aprovechando que estaréis juntos durante la vendimia
voy a intentar casaros a los cuatro mayores, ya me ocuparé
más delante de los tres pequeños, aun me queda tiempo
para ellos.
– El que avisa no es traidor.
Amor entre uvas en Australia
51
– Hablas sabiamente abuela.
Kurt se acerca a una de las ventanas del comedor,
pensativo mira a ninguna parte; su mente viaja al encuentro
del día anterior, aun siente aquellos labios carnosos, tan
cálidos, aquel cuerpo que temblaba en sus brazos, aquella
mirada suplicante. ¡Dios! Cómo deseó protegerla.
Ágata observaba a su nieto, sabe que algo le
preocupaba. “Ese muchacho, trabaja demasiado,
demasiadas responsabilidades siempre a sus espaldas.”
Pensaba la mujer. El cabello de Kurt bien corto, no
excesivamente, pero bien cortado; no tiene rizos, pero
tampoco es liso del todo; lo tiene algo revuelto lo que lo
hace más atractivo. Hoy lleva unos vaqueros, no demasiado
ceñidos, pero pegados al cuerpo. Un cinturón negro rodea
la cintura. Una camiseta de cuello con cuatro botones de
color verde, tirando a oscura, de manga corta, marca el
tono tostado de su piel. Pestañas espesas, ojos grandes y
negros como el azabache; cejas largas y amontonadas pero
sin tocarse; boca no demasiado pequeña con unos labios
gruesos y finos a la vez. Y la nariz recta. Todo ello, marcan
las fracciones bien formadas de aquel cuerpo atlético. Kurt
siente la mirada de su abuela y se vuelve para hacerle frente.
Se miran, ella piensa que su nieto no es el más guapo de sus
nietos, pero sí, el más atractivo y el más atrayente. La dama
le sonríe y ello hace esbozar una sonrisa a su nieto, es la
única capaz de hacer que sonría abiertamente.
– Me revienta que siempre seáis cómplices en todo. – La
madre de Kurt sentía celos del cariño de su hijo con su
madre, pero lo comprendía perfectamente. Ella tuviera a
Kurt con veinte años, el padre del niño no quiso casarse
con ella y aún recordaba la conversación con sus padres
cuando les dijo que estaba embarazada, que no se iba a
casar y que deseaba abortar:
<<
– No quiero este niño.
52
Amor entre uvas en Australia
– Hija no pretenderás abortar.
– Pues sí, hoy en día eso es lo más normal del mundo. –
Tais estaba histérica. – ¡No quiero un bastardo! Por qué
tengo que cargar yo con todas las culpas. Además aún soy
joven, ¿Quién querría casarse conmigo si saben que tengo
un hijo de soltera?
El abuelo de Tais crecía en furia. – ¿Por qué no
pensaste antes en las consecuencias?
– Nunca me quisiste, soy tú única nieta y nunca me quisiste.
– No digas eso hija, tu abuelo siempre te ha dado todo lo
que has querido.
– Papá defiéndeme, ellos no me comprenden, diles que es
lo mejor.
– Hija, en esto, como que no me voy a meter, haz lo que
creas que es mejor.
– Así siempre ha hecho lo que ha querido, si fueras un
hombre y la pusieras a línea, esto no hubiese ocurrido.
Los dos hombres se miran a los ojos, durante unos
segundos la tensión crece hasta casi desbordarse; Ágata
consciente de que los dos hombres que más quiere en este
mundo están a punto de explotar, decide intervenir
definitivamente.
– Bien, te llevaremos a una clínica privada, te practicarán un
aborto y todo el problema solucionado. – Para Ágata decir
esas palabras era lo mismo que sentir que algo dentro de
ella se moría; su nieto, que matase a su nieto. Prosigue, –
nunca nadie sabrá jamás nada y tú podrás seguir haciendo
tu vida de rica virgen.
– ¡No! No dejaré que mate a mi bisnieto. ¡Nunca! – El
anciano hecha las manos a la cabeza, se sienta en una
butaca, durante unos minutos todo queda en silencio, tras
los cuales el amo de Mess-Stone habla lentamente, pero con
decisión, con voz implacable. – ¡Tendrás ese niño! Te guste
o no, me da igual. – El padre de Tais parece decir algo,
pero la frialdad con que le mira su suegro hace que nada
Amor entre uvas en Australia
53
salga de su garganta. – Cuando el niño nazca llevará mi
apellido; yo lo adoptaré con todas las de la ley, tus padres lo
criarán y cuando yo no esté en este mundo, él será el
heredero de todo. Tengas los hijos que tengas, sólo Kurt
Smiller será el amo y señor de todo
>>
Kurt guiña un ojo a la cómplice de su abuela y se
vuelve a sentar en la mesa, siempre en la cabecera de la
mesa, como los patriarcas.
– Madre ¿Celosa?
– No, pero me molesta que todo sea para ella y yo soy tu
madre.
– A buena hora te acuerdas... – Una mirada de Ágata a su
nieto hace que este no prosiga, por lo cual cambia de tema
– Madre deberías invitar a pasar unos días a Lisa Ornas. –
Mirando a su hermano John con picardía, continua. – Creo
que es un buen partido para éste que está a mi lado.
– ¿Qué me dices? John, ¿te interesa esa jovencita?
– Mamá, no me líe. – Mirando a su hermano mayor. –
¡Traidor! – Ambos hermanos se echan a reír.
– ¿Yo traidor? Madre, si quieres, yo te digo a las mujeres,
chicas, jovencitas,... que debieras invitar y te garantizo unas
bodas para antes de acabar el año. Tu querido John está
prometido con Lisa y no se lo ha dicho a nadie... bueno a
mí solamente
Ágata observaba a Kurt, su niño, como ella le
llamaba, aunque en ese instante estaba de broma le conocía
demasiado bien para detectar que algo le estaba
preocupando. Recordaba como lo criara, como salió en la
vida adelante, como se fue endureciendo su corazón poco a
poco.
<<
– Abuela... ¿Por qué mi madre no me quiere?
La abuela miraba a su nieto, le rompía el corazón
cada vez que aquel niño moreno le preguntaba por su
54
Amor entre uvas en Australia
madre. Hijo sí que te quiere, pero está demasiado ocupada
con tus hermanos.
– No mientas abuela, no me quiere; se ha casado tres veces
y todos mis hermanos viven con ella, pero a mí. – Hace una
pausa, sus ojos oscuros llenos de lágrimas, – nunca me ha
dicho que me vaya a vivir con ella, casi nunca me viene a
ver, mis hermanos sí, pero ella no.
– Cariño, sabes que sus maridos han sido unos hombres
muy raros.
– No la defiendas, ¿qué mujer desprecia así a su hijo como
hace ella?
– Kurt – Ágata lo abraza lo más fuerte que puede, en ese
instante entra el Sr. Smiller.
– ¿Por qué lloras?
– Yo no lloro.
– Un Smiller jamás demuestra sus debilidades, en este
instante eres un blanco para tu enemigo. Nunca llores
delante de nadie, cuando lo hagas que estés solo, tienes que
ser fuerte o tus hombres nunca te respetarán. Y menos
llorar por alguien que te ha abandonado y que no merece tu
respeto.
– Tienes razón abuelo. – Levantando la cabeza con
arrogancia y muy seguro de sus palabras. – ¿Por qué llorar
por quien no te quiere?
Esa fue la última vez que Ágata vio llorar a su nieto,
fue la última vez que preguntó por su madre, fue la primera
vez que en los ojos de Kurt se observaba una frialdad que
formaría parte de él, aquellos ojos de dolor que viera
durante unos minutos atrás, de repente se habían
transformado en indiferencia, frialdad, dureza...
>>
– Kurt, mañana es la fiesta del comienzo de la vendimia y
pasado mañana empezamos la recogida de la uva. ¡Está
todo listo!
Amor entre uvas en Australia
55
Kurt mira a su hermano John con sorpresa. – ¿Ya
está todo listo?
– Sí – Dice John con contundencia. – Simplemente queda
que me digas, cómo llevas lo de los obreros.
– Ya he terminado, están alojados, cuando quieras
dispongo todo para empezar pasado mañana si estás de
acuerdo.
– ¿Pasado mañana empezamos a recoger uvas? ¡Bien! –
Emocionado un muchacho que hace su aparición en el
comedor en ese instante.
– Josué come algo y no te alteres, – le regaña su madre
cariñosamente.
– Me ha dicho John que estás ayudándole con los viñedos.
– Sí – El joven miraba a su hermano mayor esperando que
lo aprobase, necesitaba que Kurt estuviese de acuerdo, para
él era muy importante.
– Me alegro mucho que hayas decidido participar.
– ¿Lo dices en serio? – La cara del muchacho de unos
veinte años, rubio de ojos azules se iluminó. – Pensé que tú
querías que me dedicase a ser otra cosa, no sé químico o
algo así.
– No, yo siempre he dejado que os dedicaseis a lo que
quisierais. Me alegro mucho que te decidieras por la
vinicultura, a John y a Richard le vendrá muy bien tener a
alguien a su lado.
– Ni que lo digas, me encanta cuando este mocoso me echa
una mano.
– ¿Puedo entonces encarar mis estudios a ello? – Con un
gran brillo en los ojos de alegría. – Me encantaría llegar a
estudiar para vinicultor y viticultor como ha hecho John y
Richard. No sé si seré capaz, pero quiero intentarlo.
– Por supuesto que sí. – Pasa las manos por la cabeza. –
Durante el invierno estudias y en las vacaciones que John te
emplee en los viñedos, que te vaya introduciendo poco a
56
Amor entre uvas en Australia
poco, pero no le dejes que te explote – Se echa a reír. – Si le
dejas...
John lo interrumpe. – Serás cretino, si le hablas así,
– con voz en broma, – cada vez que le mande hacer algo
vendrá y me dirá que él tiene sus derechos. – Todos
comienzan a reír.
Se oyen voces provenientes del pasillo, pero en
segundos están en el comedor.
– Abuelo he ganado la apuesta, ahora a pagar.
– Has hecho trampa Samuel.
– ¡Vaya! Era lo último que me faltaba por oír, tú también
tienes que pagar Alan.
– Abuelo tienes que pagarle por mí y por ti.
– No me lo puedo creer, unos nietos que se aprovechan de
este viejo.
– Ya te vale abuelo. ¡Serás tacaño!
– Aitor. ¡Qué le enseñas a los niños!
– Ya no son niños, cariño, para ti nunca crecen. – El
anciano mira a su mujer. – Además, hacen trampas.
– Veo que montar a caballo por la mañana os sienta bien a
los tres.
– Sí hija sí, con tus hijos no hay quienes pueda. Creo que
cada mañana en vez de envejecer un día envejezco tres,
acaban conmigo.
– Kurt – El pequeño de la familia se acerca a su hermano
mayor, el cual admira con devoción. – ¿Cuando
empezamos la recogida?
Guiñando un ojo al abuelo, Kurt golpea con una
cuchara una botella para llamar la atención, no tardando
mucho en conseguirlo.
– Creo que a partir de ahora todo lo que respecta a los
viñedos debierais preguntar a John. – Éste se queda
sorprendido al oír a Kurt. – Sí, el abuelo, la abuela, Alan,
Richard y yo hemos estado hablando y consideramos que
Amor entre uvas en Australia
57
ya estas más que preparado para asumir toda la
responsabilidad que conllevan los viñedos.
– Pero yo no sé si sabré hacerlo.
– No digas tonterías. – Dice su abuelo terminante. – Estás
más que preparado.
– Pero yo estoy acostumbrado a que Kurt o Richard.
– Venga John, – dice Kurt. – Estos dos últimos años he
delegado en ti casi todo el trabajo... poco a poco, si lo
piensas... eres tú el que toma ya las decisiones desde hace
tiempo y yo confío en ti. – Hace una pausa, – si no tuviera
fe en ti, no dejaría en tus manos Mess-Stone, has conseguido
muchas cosas con tus innovaciones muy productivas.
– ¿De verdad crees que estoy preparado? – Para toda la
familia era muy importante lo que Kurt pudiese opinar,
fuese lo que fuese, casi lo habían convertido en un dios, él
nunca se equivocaba, y aunque parece de admirar, era para
Kurt una cruz dura de llevar.
– Ya te dije que sí, eres más que bueno en tú trabajo. –
Hace una pausa corta. – Entre Richard y tú habéis
conseguido muchas cosas prósperas fructíferas. Y si ahora
se os une Josué, seréis indestructibles.
– ¡Viva! – Dice Samuel, – brindemos por el nuevo jefe de
los viñedos de Mess-Stone.
Todos sabían que aunque ahora fuese el jefe John,
el dueño seguía siendo Kurt, y aunque éste firmara un
poder para su hermano, el hecho de tener que hacerlo decía
quien mandaba.
– ¿Bueno ya os he dicho que voy a tener invitados esta
semana? Veremos si consigo casaros.
Nada más decir esas palabras Tais, los hijos
comenzaron a levantarse de la mesa, de repente todos
tenían cosas que hacer.
– Abuelo – Dice Kurt – ¿Teníamos que mirar esos caballos
de los que me hablaste?
– Sí hijo, ahora es un buenísimo momento.
58
Amor entre uvas en Australia
– ¿Puedo ir con vosotros? – pregunta el más pequeño de la
casa.
– Si no os molesta yo también voy, – se incluye Alan. –
Podemos parar a recoger a Nico y a David que están en los
laboratorios recogiendo unos productos para los viñedos.
– Bueno, yo voy a terminar los preparativos para mañana, –
se apresura a decir John y mirando a su hermano Josué, –
¿me echas una mano?
– ¡Por supuesto!
En menos de cinco minutos las dos mujeres se
quedan solas en el comedor.
– Hija, eres única para asustar a tus hijos.
– Yo busco lo mejor para ellos.
– Lo que tú piensas que es bueno, quizá no lo es para ellos.
– Madre, yo sé lo que es mejor para mis hijos, yo no creo
en el amor, hace mucho que dejé de creer en él.
– Ten cuidado o te quedarás sola.
– No diga tonterías.
– Madre... – Tais duda en hacer la pregunta a su madre –
¿Kurt le habla alguna vez de mí?
– Kurt nunca habla de ti, dejó de hacerlo a los doce años.
– Madre, no tenía elección.
– No hay nada que justifique el abandono de un hijo.
– Sabe que el abuelo no me dejó...
– Hija, nunca te prohibió verlo, apenas venías, nunca le
dijiste que pasara un día contigo en tu casa, ni un fin de
semana, ni nada de nada. – Ágata respira profundamente. –
Y al morir tu último marido y dejarte antes sin nada, Kurt
no tuvo ningún inconveniente en enfrentarse a mi padre
para que te alojase, Kurt se ocupó de todos vosotros.
– Mis maridos quisieron a los otros porque estaban
reconocidos en el matrimonio, pero Kurt, él era un
bastardo.
– ¡Jamás vuelvas a utilizar esa palabra en esta casa!
Amor entre uvas en Australia
59
– Madre, ¿porqué negar lo que es cierto? – Tais tenía las
lágrimas al borde de salir, quiero a mi hijo.
– Muy tarde para decir eso, le quieres o ¿es el dinero que te
da?.
– Madre, no diga eso.
– Kurt os ha dado de todo, a pesar de lo que le hiciste, no
dudó en ayudarte a ti y a tus hijos.
– Eran sus hermanos, y además, tienen el mismo derecho
que él a la herencia.
– Ahí es donde te equivocas hija, creo que mi padre hizo
bien las cosas. Casi toda la herencia para Kurt, lo ganó a
pulso.
– Pues no es justo, todos eran nietos.
– Todos son nietos, Kurt era el hijo que siempre había
deseado tener, le enseñó todo lo que sabe y le dio el amor
que tú le negaste.
– No es justo, yo era joven.
– Yo también era joven cuando te tuve a ti, y más me
ocupé de ti.
– A ti papá no te abandonó.
– Y aunque lo hubiese hecho, yo jamás te hubiera
abandonado por nada del mundo. – Ya con voz cansada, –
y nunca me casaría con un hombre que no quisiera a mi
hijo. ¡Dios! Tais, con muy corta edad se ocupaba de todos
sus hermanos, incluso en la distancia. Con apenas 20 años,
mi padre le obligó a asumir los viñedos, con 22 se convirtió
en el jefe de la familia. ¡Era sólo un niño!
– No digas tonterías mamá, papá y tú os ocupasteis de
nosotros.
– No, estas tan equivocada, fue Kurt quien guió a tus hijos,
fue Kurt el que se comportó como un padre para sus
hermanos los más pequeños y un amigo para los mayores.
¡Tais!, Kurt sólo tiene dos años más que Alan y cargó con la
responsabilidad de todo, y de todos. – Hace una pausa. –
Nada más acabar la carrera tras el ataque al corazón de tu
60
Amor entre uvas en Australia
padre, tuvo que soportar no solo los viñedos, sino también
los laboratorios, si no hubiera sido por Richard que le
ayudó con los viñedos y por Eduardo que le ayudó con los
laboratorios... no quiero pensar que hubiera sido de él. Lo
que más siento es que mi padre no viviera más tiempo, dejó
demasiado joven a Kurt con tanta responsabilidad.
– Él no quiso que le ayudaran sus hermanos.
– Kurt quería que sus hermanos estudiaran sin la presión
que tuvo que soportar él.
– ¿Y qué quieres que le haga yo?
– Tais, ¿no lo entiendes?
Ágata sin poder entender la actitud de su hija, sale
del comedor, ¿cómo pudo tener ella una hija tan egoísta?
Menos mal que su padre no se le ocurrió dejar todo a su
nieta; si llega a dejárselo a Tais, seguramente estaría todo
vendido y todos en la calle. Antes de cerrar la puerta Ágata
añade. – No quiero por ninguna razón, volver a mantener
una conversación como ésta. Que Kurt no sepa que hemos
hablado. – Con dureza en sus palabras añade. – Lo digo en
serio Tais.
Amor entre uvas en Australia
61
Capítulo 7
– No te mires más, estas fenomenal.
– No sé yo. – Samanta miraba su reflejo en el lago. – No sé
yo que te diga.
– ¿Verdad Antonio, que está preciosa con ese color de
cabello?
– Ella está bien ponga como se ponga.
– Venga, se sincero, – le dice Samanta con voz mimosa. –
No me mientas.
– Vale, – Antonio duda, la sinceridad con una mujer a
veces no es prudente. – Me gustabas más cuando tenías el
cabello castaño oscuro, pero... – La mira hechizado. – Así
te favorece, en realidad creo que pongas como te pongas,
te sienta bien.
Samanta se mira otra vez en el agua cristalina,
empezaba a anochecer, ya no tenía su larga melena, ahora el
cabello le llegaba a la altura de la barbilla, perfilado por
delante le caían unos cuantos pelos delante de la cara.
Cierra los ojos, pero cuando los vuelve abrir, ahí está ese
color rojizo con mechas azuladas, resaltando con mayor
intensidad, al darle el brillo de la luna sobre la cabeza.
– No debí dejarme convencer. Lo de cortarlo pase, aunque
ha sido demasiado, lo del color rojo también puede pasar,
pero el azul... no sé que decir, creo que no debí dejarme
convencer.
62
Amor entre uvas en Australia
– No seas obtusa, estabas muy deprimida y dijiste que
querías un cambio. Además, te hace mucho más joven,
nadie te va ha echar más de veinte años. Y ahora todos
tendrán algo de que hablar, te llamarán la chica atrevida.
– Ya, pero ahora creo que me he arrepentido.
– No, estás preciosa, lo malo va a ser cómo vas a recoger el
cabello para que no te moleste delante de los ojos, cuando
estés trabajando, pero algo se nos ocurrirá.
– Bueno, ahora no puedo hacer nada para cambiarlo, y
tienes razón no me queda tan mal, pero es que cada vez que
me miro me da la impresión que no soy yo.
– Déjalo ya, vamos a ayudar a preparar la barbacoa, hoy no
podemos acostarnos demasiado tarde, puesto que mañana
toca madrugar, necesitarás fuerzas por lo menos hasta que
te acostumbres.
Samanta y la familia de María habían estado toda la
mañana preparando el lugar donde iban a dormir, por la
tarde María y ella decidieran ir a Perth; por supuesto
Antonio las había llevado. Decidieron ir por una de las vías
más comerciales de Perth “St. Goerge Terrace”. La idea había
salido de María que comentara que le encantaba pasear y
mirar toda aquella calle llena de tiendas, aunque ella no
fuese a comprar nada.
A Samanta le hubiese gustado haber comprado
alguna cosa de tantas maravillas que veían, pero tampoco
deseaba levantar sospechas, las tiendas en las que habían
entrado a mirar eran carísimas. Estaban charlando y
mirando escaparates cuando al ver una peluquería Samanta
comentó con tono de indiferencia. – Tengo ganas de hacer
algún cambio físico.
– ¡Sí! – Emocionada María, – ¿Por qué no cortas el cabello?
Lo tienes demasiado largo. Te quedará de muerte con esa
cara redondita que tienes.
– No sé, – dice dubitativamente Samanta, – ¿y si me
arrepiento?
Amor entre uvas en Australia
63
– No digas tonterías. Anímate… si no te gusta siempre
volverá a crecer.
– Está bien.
– No deberías seguir un impulso, normalmente uno, luego
se arrepiente y no puede hacer nada al respecto. – Dice
muy convencido Antonio.
– No intentes hacer que cambie de opinión. – Le regaña su
hermana.
La peluquera se puso muy contenta con las
muchachas, le encantaba la idea de cambiar a aquella
jovencita y que confiara en ella.
– ¿Quiere usted que le ponga alguna mecha… o algún
tinte? Le quedaría de maravilla. – A Samanta le pareció
buena idea cuando la peluquera que la atendió le sugirió
que se tiñera el cabello.
Estaba mirando una revista de moda cuando algo le
llamó la atención.
– ¡Mira María! Me encanta como lleva esta modelo el pelo,
– señalando la fotografía a la peluquera y a su amiga. –
Quiero este color.
– ¿Está segura? – Pregunta la joven peluquera, no muy
convencida de lo que Samanta le estaba solicitando.
– Sí, completamente segura.
Así que una hora más tarde las dos jóvenes se
reunieron con Antonio, el cual al ver a la joven se quedó
perplejo.
– ¿No dirás que no me queda bien?
– Yo… – Dice el joven tímidamente intentando medir las
palabras para no ofender a su interlocutora.
– ¿Estás muy... distinta?
Samanta se había teñido el pelo de rojo con muchas
mechas azules; el cabello corto, sí que la hacía más joven.
Antonio la miraba embobado a pesar del nuevo aspecto de
su amiga, le parecía todavía más hermosa.
64
Amor entre uvas en Australia
–No te sigas mirando más en el agua, estás sensacional. –
Con un suspiro largo de satisfacción. – Hoy es el festejo del
comienzo de la vendimia, te servirá para que des a conocer,
a tu nuevo yo.
– ¿El festejo de la vendimia?. – Dice asombrada Samanta.
– Sí, – dice Antonio, – todos los años, antes de comenzar a
vendimiar, se reúnen los trabajadores para una gran
barbacoa nocturna. Todos participan en su preparación.
Hacemos una gran hoguera y la gente charla, baila... nos
divertimos.
– Así que, prepárate para ayudar y recrearte con la
barbacoa. – Le dice muy contenta María, que quería
enseñar a su nueva amiga todo lo conllevaba la vendimia. –
No sólo es trabajar en la vida.
Fue maravilloso impregnarse de todo aquel festejo,
le encantó el participar. A ella y a María le encargaron hacer
las ensaladas con otras muchachas, fue divertido charlar de
chicos entre risa y risa.
El lago era inmenso, cristalino, para nada
pantanoso; a lo largo pertenecía a las tierras de los Smiller,
de punta a punta. Demasiada extensión de tierras para una
familia sola. Todo el lago parecía una playa fluvial. Había
un pequeño embarcadero y unas enormes piedras que
dividían la playa en dos; una parte para los trabajadores y
sus estancias y otra era una zona privada, prohibida,
exclusiva de la familia dueña de todo aquello. Tras el lago se
podía ver perfectamente parras y más parras de todas
clases, altas, bajas, en espaldera, en vaso...
En el centro de la playa del campamento, se había
encendido una gran hoguera y otras pequeñas, éstas últimas
para la barbacoa. A excepción de la gran mesa en donde se
colocaba la comida para hacerla, no había más. La gente
había colocado sobre la arena toallas y mantas para
sentarse, todos alrededor de la gran hoguera. Se charlaba y
se reía, como no... la bebida... vino... blanco, tinto y rosado.
Amor entre uvas en Australia
65
Unos jóvenes habían llevado instrumentos
musicales y tocaban una música propia para bailar, pero era
un baile a lo antiguo, cuando la gente se abrazaba para
bailar.
Los más jóvenes halagaban a las jovencitas,
pavoneándose para conseguir... un romance de temporada.
Los matrimonios se mimaban quizás para volverse a
enamorar durante esa recogida. Y los más viejos contaban
historia de cuando ellos fueron a su primera vendimia.
El cielo estaba despejado, una pequeña brisa
acariciaba las caras rojizas, por el calor que desprendía la
hoguera, de aquellas gentes, dándoles un soplo de frescura.
La luna parecía brillar especialmente esa noche,
como queriendo participar de tal festejo, si le mirabas
fijamente pareciera que estuviese sonriendo.
El agua cristalina estaba brillante invitando a que te
envolvieras en ella, queriendo acariciar los cuerpos de
aquellos trabajadores para agradarlos aunque fuese una
noche sola.
Samanta se apartó un poco de la multitud para
sentarse a mirar el agua, estaba ensimismada pensando en
aquel cuerpo varonil que la había tenido abrazada durante
un momento en el tren, no podía apartarlo de su mente. Se
abraza así misma recordando lo que sintió y una inmensa
soledad repentina la embarga. Decide dar un paseo y se
escabulle para poder disfrutar de la soledad y su propia
tristeza incomprensible.
Está muy nerviosa debido a los acontecimientos de
los últimos días, le parece que a pesar de todo, aquello que
le rodea brilla de una manera especial y quizás es que, a lo
mejor, es ella que se siente distinta.
Mira a la zona de la playa de uso de los Smiller, el
hecho de que sea zona vedada hace que ignore la
prohibición y se encamine hacia el lugar.
66
Amor entre uvas en Australia
¡Qué calma se respiraba allí! Desde dónde ella
estaba se podía ver toda la orilla perfectamente. La playa
estaba delimitada por unas grandes rocas, tanto de un lado
como del otro, seguramente puestas allí deliberadamente
para indicar donde empieza y donde termina la zona
privada del lago.
Se subió a una de las rocas, se divisaba
perfectamente el campamento, los barracones, detrás a lo
lejos se vislumbraban los viñedos, no con la claridad que a
Samanta le gustaría, pero si se distinguía lo suficiente,
gracias a una luna luminosa.
También se apreciaba en el horizonte un alto
montañoso; no excesivamente alto, pero sí que sobresalía,
una impresionante casa. Parecía más una casa de hacienda
que una casa de rancho; alta, larga. Desde donde ella estaba,
se veía un lateral tapada por unos árboles, que llamaban la
atención, con esa luz no se podía distinguir el tipo de
árboles que eran. Por un momento pensó que le gustaría
vivir allí, pero un escalofrío corrió por toda su espina dorsal
y sus pensamientos regresaron al tren, al día anterior. Otra
vez pensando en el hombre que la había besado en el tren,
no lo podía apartar de sus pensamientos. Tenía que hacer
un esfuerzo para olvidarlo, seguramente el trabajo la
cansaría tanto que de este modo no cavilaría tanto.
Paseaba de un lado para otro, en ningún momento
apreció la mirada de alguien, no sintió que la observaban.
De pronto una voz de tras de ella la sobresalta.
– ¿Qué haces aquí? ¿No sabes que es zona prohibida?
Samanta pega un brinco, enfadada le espeta.
– ¿No sabe usted que no se debe hablar así a una persona?
– ¿Así cómo? – Le pregunta él sin salir de la oscuridad en la
que estaba sumergido.
– ¿Pillándola por sorpresa?
– ¿Entonces, la he sorprendido?
– ¿No se nota que así ha sido?
Amor entre uvas en Australia
67
– Pues no tiene cara de sorprendida. – Dice el individuo
cínicamente.
– Déjelo estar. – Samanta estaba nerviosa.
– ¿Qué estoy haciendo?
Unos segundos sirvieron para que Samanta se
acercase a Kurt, aún estando próximos Samanta no
conseguía divisarlo bien. Tras breves segundos que
parecían interminables para ambos, Samanta al fin dice.
– En realidad no sé que me pasa, motivo no tengo para
estar enfadada con usted, pero me sobresalté, por un
momento pensé que era un Smiller y que me echaría a
patadas.
– ¿Qué le dice a usted que yo no soy un Smiller? – De
repente deja de tutearla.
– Su tranquilidad. – Dice la joven suavemente.
– ¡Ah! ¿Cómo es que no estás en la barbacoa? – Pregunta
Kurt con curiosidad.
– Lo mismo podía preguntarle yo a usted, ¿No cree?
– Sí, pero yo he preguntado antes.
Samanta duda un momento, tras el cual contesta.
– Tanta gente... ha hecho que me agobiara... decidí dar un
paseo, creo que buscaba algo de soledad.
– ¿Cómo te llamas?
– Samanta. – Le irrita que el desconocido la tutee.
– Yo Kurt.
– ¿Cómo el señor Smiller?
– Sí, es un nombre muy común por esta zona. – Hace una
pausa sin dejar de mirarla. – Me gusta tu nombre, te
llamaré Sam, me gusta.
– ¿Va a salir de la oscuridad? – A Samanta se le notaba
encrespada.
Parece que Kurt duda un segundo, pero luego
inclinándose de hombros se deja ver. Samanta con la
sorpresa de ver al mismo personaje del tren, da
inconscientemente un pasó a tras con tan mala fortuna que
68
Amor entre uvas en Australia
cae. Kurt intenta sujetarla, pero pierde el equilibrio
también, él queda encima de ella.
– ¿Estás bien? – Pregunta Kurt preocupado.
– Creo que sí – Dice Samanta poco segura.
– Parece que hubiese visto un fantasma. – Vuelve a dejar de
tutearla.
– No me vacile, por favor.
Kurt clava sus ojos en los de ella, se le parece a la
joven del tren, pero ahora está cambiada, él sigue
manteniendo la mirada, ello la pone muy nerviosa, su
cuerpo comienza a temblar, él no está seguro de que sea la
misma, pero la excitación que siente le hace pensar que sí.
Se han quedado callados, únicamente se miran a los ojos, él
la tiene bien aprisionada, acariciándole la barbilla.
– Eres hermosa, muy hermosa, haces que pierda el control.
– Sin más la besa en la boca, un beso cálido, lleno de
pasión. Ella responde sin poder negarse, desea ser besada
por ese hombre que le da tanto calor. Él sabe que es la
misma mujer del tren, es la misma boca sedienta, el mismo
cuerpo que lo excita, los mismos ojos, el mismo cuerpo.
Está seguro. Ella no quiere que Kurt se aparte, quiere más y
se aprisiona más a él.
Las manos de Kurt comienzan a explorar aquel
cuerpo, sus manos bajan hasta sus caderas apretándolas
contra las suyas, la respiración agitada de ella lo excita más,
la boca de Kurt baja hasta el cuello, siguen hasta los senos,
vuelve a besarla susurrándole. – Te deseo como nunca
deseé a nadie. – Estas palabras provocan en ella una
reacción de aviso y oye la voz de Eduardo. – Compórtate
como una Smiller. – Piensa que es una estupidez, él nunca
se enteraría, y además, el hecho de haber ido hasta MessStone incumple el contrato. Pero un temor muy grande
dentro de ella, le dice que sea prudente. Tomando aliento y
con apenas fuerza susurra.
– ¡No! Por favor, no.
Amor entre uvas en Australia
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– ¿Por qué? – Le susurra. No entiende porque se niega si
arde de pasión.
– No, por favor, no. – Sabía que si él no se detenía, ella le
daría lo que le pedía.
– Sé que me deseas, tu cuerpo me lo dice ¿por qué
entonces ese no?
– No puedo… no puedo.
Ante la insistencia de Samanta, Kurt se rinde – Está
bien, esta vez te dejo, pero no sé si podré volver a
contenerme para la siguiente. – Y la vuelve a besar, pero un
beso corto y se desliza al lado de Samanta. La joven se
incorpora y se sienta en la aún caliente arena, él le imita y la
trae hacia él colocándola entre sus piernas, ambos mirando
el lago.
– Hoy déjame que te tenga así. – Samanta no se opone.
No hablan, abrazados, ambos metidos en sus
propios pensamientos, viendo que la noche pase
lentamente. No sienten frío por miedo a moverse, temen
que sea un sueño y se desvanezca, así abrazados observan la
noche avanzar.
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Amor entre uvas en Australia
Capítulo 8
– Samanta despierta, ya es la hora.
– ¿Qué hora es? – Pregunta todavía media dormida.
– De madrugada.
– ¡Dios mío! ¡Pero si aún no hay luz!.
– Venga perezosa, irá amaneciendo cuando empecemos
con la vendimia. Se levanta sin muchas ganas, se encamina
a una pequeña fuente que hay entre el lago y la tienda de
campaña, el agua proviene del lago, pero como no está
depurada, la gente la utiliza para coger agua para aseo o
limpieza de sus estancias. Quiere lavarse la cara antes de
encaminarse a los aseos.
– ¡Qué sueño! – Ante ella asoma una pequeña figura de
piedra que le recuerda a las pilas de bautizo, en un lateral,
un grifo con forma de delfín, el cual en su cola tiene bien
asentado una pequeña pieza de bronce. Al girarla provoca
que de la boca del animal acuático salga un brote continuo
de agua. Al sentir sobre su cara el agua, no puede evitar
soltar un grito. – ¡Qué fría! – Grita Samanta despejándose
de golpe. “Debí ir con María a los aseos.” Piensa la joven.
Vuelve a la tienda coge sus cosas y se encamina a los aseos
comunitarios.
Ambas mujeres parten hacía una explanada que
había próxima al campamento. María le explicara que todas
las mañanas de allí salen los autobuses para los demás
ranchos lindantes. El lugar parecía un ruedo de toros, o
Amor entre uvas en Australia
71
porque no, recordaba a los lugares que los romanos en su
época de conquistadores, poseían como lugar de diversión,
para entretener a los leones, mientras los creyentes
cristianos corrían desesperados intentando salvar sus vidas.
O simplemente, se arrodillaban a rezar por considerar que
era el destino que le había encomendado Dios, y no debían
luchar a tal circunstancia.
Al llegar Samanta le llama la atención una enorme
pizarra de corcho, estaba llena de folios pinchados con
diminutas chinchetas, eran las listas. Ambas mujeres se
aproximan para averiguar si aparecieran sus nombres en
alguna de ellas. María mira meticulosamente cada folio,
éstos encabezaban el nombre del rancho seguidos de largas
listas con nombres de personas.
Una mujer gruesa, con voz potente, comienza a leer
en alto para que los trabajadores no se amontonen
haciéndose incluso daño. Todos permanecían en silencio
para poder escuchar a la ya veterana recolectora.
– María, ¿has mirado las listas? – Pregunta Samanta a
sabiendas de que ella iría a los viñedos de Mess-Stone, pero sí
deseaba que su amiga trabajase con ella, era por eso por lo
que la joven tenía tanto interés en conocer la respuesta de
su compañera.
– Sí. – Dice la joven muy contenta. – No aparecemos en
ellas, esto quiere decir que trabajaremos en este rancho.
– ¡Genial! – Emocionadas ambas jovencitas.
– Antes de salir los autobuses, un hombre atractivo, no
joven, pero tampoco viejo, maduro más bien, grita en alto
para que los que no estaban en las listas se aproximen a él..
– Es Richard, – dice en bajo María, – él es el capataz de
Mess-Stone. Es uno de los más severos de la zona, pero
créeme, también es el mejor.
– Voy a decir en alto los nombres y el trabajo que vais a
desempeñar, todo el que no nombre que venga por la tarde
a hablar conmigo. – El capataz de Mess-Stone lee en alto la
72
Amor entre uvas en Australia
lista de los trabajadores del rancho. Tras lo cual los divide
en grupos. María radia alegría al enterarse que le tocaba con
Samanta para la recolecta manual, y aunque se le hacia
extraño, porque era la primera vez que la española iba a
realizar tal trabajo, no quiso decir nada.
– Será maravilloso trabajar en este rancho, el hecho de no
tener que coger autobús nos proporciona algo más de
tiempo extra; además la experiencia me ha dicho que aquí
es en donde mejor se está.
– Tienes razón, esto sí que ha sido una suerte. – Dice
Samanta sin saber muy bien si estar contenta o nerviosa.
– Ahora tengo todo el día para preguntarte dónde estuviste
anoche. Porque... – Hace una pausa y con voz picarona. –
No llevabas media hora acostada cuando nos hemos tenido
que levantar. Viniste muy tarde.
– Calla curiosa, estuve paseando nada más. – Se estremece
Samanta al recordar los brazos de Kurt alrededor de su
cuerpo.
– Eso ni te lo crees, tú has llegado tarde, no, muy tarde. –
Suspira, – te has perdido la parte en donde te he dicho que
no has dormido media hora. – Vuelve a suspirar. – Esa no
es hora para llegar, ahora estarás cansada y veremos como
trabajas, piensa que durante unos días no te acostumbrarás
al ritmo, no sé si aguantarás el día.
– No digas tonterías. – Sin convencimiento. – El trabajo lo
hago yo con los ojos cerrados.
– Sí, lo que tú digas, – añade su amiga con una mueca de
burla.
– Antonio ¿En donde tienes que trabajar? – Preguntan las
chicas cuando él se acerca.
– Con vosotras. – Ambas mujeres pegan un grito de alegría
abrazando al joven argentino.
Troncos retorcidos, vástagos largos, nudosos y
flexibles se extendían incluso más allá de donde llegaba la
vista. Pámpanos y flores pequeñas, verdosas, agrupadas
Amor entre uvas en Australia
73
donde dejaban ver su fruto arracimado, esa era la uva,
grandes racimos de uvas sobresalían entre las hojas.
Samanta y María se detienen, ante ellas una gran
extensión de viñas todas en fila colocadas simétricamente,
filas y filas hasta donde la vista deja ver.
La gran extensión estaba llena de viñas altas, un
tronco se levantaba para terminar en lo que parecía ser una
copa de un árbol, pero no, era la vid llena de racimos con
uvas tinta.
Sin embargo, en donde ellas estaban se alargaban
media docena de filas tan larga como las otras, pero con la
diferencia de que no eran como árboles pequeños, sino
todas las plantas con el mismo ancho y alto. Más estrechas
arriba haciéndose más ancha a medida que se acerca al
suelo; ya apoyada sobre la tierra salen cuatro ramas
formando cuatro esquinas que acarician la seca tierra. Y
entre las hojas, hermosos racimos de uvas. Samanta mira
fijamente aquel fruto que pareciera que le estuvieran
diciendo que las probase, y ganas no le faltaban.
María la mira con una amplia sonrisa.
– Es Merlot, la primera uva que se recoge en la temporada.
Es una de las uvas que maduran pronto. Esta que cogemos
a mano será para la casa y aquella que miras con tanto
asombro es para la maquinaria, se recoge por la noche y es
para la cooperativa. Irá destinada a los vinos jóvenes de la
comarca. Aquella que parecen árboles están colocadas en
espaldera, están así para que la maquinaria las pueda
recolectar. Ésta que recogemos nosotros, está colocada en
vaso.
Los recolectores se ponen a la faena y Samanta no
sabiendo que hacer se queda quieta observando sin
atreverse a hacer tal faena. Richard la mira durante unos
segundos, inmóvil, con una mirada de desconcierto y se
aproxima a ella.
74
Amor entre uvas en Australia
– ¿Qué haces? – Casi como reprimenda, pero al mirarla,
con aquella cara de desconcierto, aquel cabello lleno de
atrevimiento, y una mirada de “lo siento” vuelve a hacer la
pregunta, pero con más suavidad. – ¿Qué haces?
– No sabría que decirte. –A la joven le molesta que todo el
mundo la tutee, cuando curiosamente, no es un hecho usual
en aquel país. Procede de la misma manera, suceso que a él
no parece importar.
– No me digas qué no sabes hacer este trabajo. – Dice el
cuarentón moviendo la cabeza de un lado hacia otro,
indicando una negación. Pero con el mismo tono de
solidaridad.
La joven mira a los ojos castaños y brillantes del
capataz del rancho. Durante unos breves minutos, Richard,
permanece pensativo, el hombre atlético y guapo le dice a la
española.
– Está bien, acércate... voy a enseñarte, espero no
arrepentirme.
La joven le sonríe y enérgicamente y le contesta. –
Aprendo rápido, no te arrepentirás. Lo habitual en Richard
sería echar a la joven, en caso contrarío optaría por
mandarle otro tipo de trabajo, como es recoger del suelo las
uvas caídas de los viñedos del norte... pero no sabe el
porqué... algo le dice...
– Debes colocarte en cuclillas y mirar bien la cepa, piensa
que no es lo mismo la uva que está en lo alto de la cepa que
la que está más baja. Mira bien el color ¿A qué no son
iguales?. – Señalando la cepa por todos sus ángulos. –
Observa ahora la uva que está más oculta en la cepa y mira
la que está en el exterior. – Samanta se sitúa delante de
Richard para poder advertir las diferencias de las uvas
mejor. Richard coloca los brazos alrededor de Samanta para
poder mostrarle con mayor precisión los racimos de uvas. –
Tú debes cortar los racimos que están en el exterior y en la
parte más alta de la cepa.
Amor entre uvas en Australia
75
– ¿Y las otras? – Dice la joven con interés mirando por
encima de su hombro y casi rozando la mejilla de Richard.
– No te preocupes, – dice casi en un susurro – María y
Carla van a ir detrás de ti para rematar las cepas. Tú debes
llenar las cajas de color rojas, sólo las de color rojo.
Richard le entrega una pequeña herramienta.
– ¿Qué es esto? – señalando el artefacto.
– Son unas tijeras de podar o de recolectar. – Dice Richard
colocándose enfrente de la joven.
Richard pone las tijeras en la palma de la mano de
Samanta que se las queda mirando asombrada. Las tijeras
eran rectas, alargadas, con una goma en el extremo, hacia el
otro lado un medio arco a cada lado, y entre las dos
semicircunferencias un muelle, continua con dos hojas al
igual que las pequeñas navajas, pero terminan en punta
redonda. La cara de perpleja de Samanta hace soltar una
carcajada a Richard llamando la atención de los recolectores
cercanos a ellos, no era muy habitual que el capataz de
Mess-Stone se explayara de aquella manera.
– ¿No te estarás riendo de mí?
– No sería lo más correcto, ¿no crees? Pero tengo que
reconocer que estás muy simpática.
– ¿Y que se supone que tengo que hacer yo con esto? –
Susurra Samanta, como temiendo que alguien la oyera
hacer tal pregunta.
– Tienes que Cortar racimos de uvas. – El cuarentón
suspira y colocándose otra vez detrás de ella y pasándole los
brazos por delante, sujetándole la mano con la que va a
utilizar las tijeras.
– Esta postura es muy comprometida. – Le dice ella
guaseándose.
– Calla y escucha. – Le reprime el capataz con suavidad.
Richard saca la goma de uno de los extremos de las
tijeras, el muelle se ensancha y las tijeras se abren. – ¿Eres
diestra? – Pregunta Richard.
76
Amor entre uvas en Australia
– Sí, – contesta ella.
– Con la mano derecha coge así las tijeras – El maestro le
enseña a coger las tijeras de forma correcta.
– ¿Así? – Poniendo mucho interés ella.
– Bien, coloca la mano izquierda bajo el racimo de uvas y
con la otra mano cortas el ramillete así. – El capataz con
suma destreza y paciencia enseña a Samanta cómo debe de
realizar tan fina y delicada tarea.
– Parece tan fácil y sin embargo es tan difícil. – Susurra
Samanta.
– Sam, esta uva debes mimarla.
– ¿Por qué? – Añade la joven con autentica curiosidad.
– Porque de estas uvas saldrá la mezcla para uno de los
vinos más exquisitos y de alta calidad de la bodega de MessStone. – Respira profundamente para tomar aire antes de
continuar con la explicación. – No debe sufrir ninguna
lesión, pues saldría el mosto de la uva y comenzaría el
proceso de fermentación, y no queremos que ocurra eso
aquí en el campo.
– Quizás yo no sea la más indicada para un trabajo tan
delicado.
– Sí que lo eres, si no créeme cuando te digo que no te
dejaría tocarlas.
Richard toma entre las suyas las manos desnudas de
Samanta.
– Estas son manos de artista, unas manos suaves y cálidas.
– Richard acariciaba las manos de la joven con mimo,
como si temiera hacerles daño con sus manos ásperas. – Si
las tocas con estas manos, será un tacto suave y sensual.
– ¿De verdad te crees que las uvas van a notar mis manos
sensuales?
Richard suelta otra carcajada volviendo a provocar
la curiosidad de los recolectores cercanos.
– ¿No crees que el cariño con el que hacemos las cosas se
refleja de alguna manera en nuestro trabajo?
Amor entre uvas en Australia
77
– Sí, lo creo, – dice Samanta convencida. – Sí, sé que sí.
– Venga prueba, si consigues hacerlo bien, te dejaré
recolectar el Chardornnay. – Ante la mirada de
incertidumbre de Samanta añade. – Es la uva blanca con la
que Mess-Stone hace los espumosos... el Champanes, por
ejemplo. Y ahora a trabajar.
Richard al poco, pudo comprobar que Samanta no
simplemente era una buena alumna, sino que podía llegar a
ser una gran recolectora, sin embargo, lo poco que conocía
de la joven, le indicaba que ella no encajaba... entre aquellas
gentes. Cuando gritó el nombre de Samanta para indicar el
grupo de trabajo al que iba a pertenecer, le llamó la
atención la joven, no simplemente el cabello, sino también
el comportamiento, esa mirada perdida y a la vez segura, el
andar, el hablar, los gestos. La suavidad que rodeaba a la
joven descubría que aquella jovencita no pertenecía al tipo
de gente que él solía ver en la recolecta.
La mañana avanza tras varias horas de trabajo,
Samanta comienza sentir un cansancio al que no está
acostumbrada. Ella lo de los esfuerzos físicos durante
tanto tiempo como que no, cuatro horas pasaron cuando
hicieron un descanso para beber algo y descansar un rato.
– Estoy molida. – Samanta estaba sucia, se había manchado
bastante.
– Sólo tienes que acostumbrarte, – en tono de picardía esta
vez, dice María, – y dormir más. – Venga, vamos a
continuar o nos reñirán.
– Ir vosotros yo voy ahora. – Samanta maldice el cansancio
que siente.
Un joven rubio de ojos azules, alto, con una
arrogancia típica de quien manda se le acerca. – Deberías
estar cogiendo uvas ¿no crees?
– Sí, pero a ti que más te da, preocúpate de recogerlas tú.
78
Amor entre uvas en Australia
El chico enfadado por la contestación de Samanta –
Si quieres conservar tu trabajo, más vale que... te pongas a
ello.
– No hace falta que te enfades. – Con cinismo.
– Pues venga. ¿A qué esperas?
– A que dejes de comportarte como un chiquillo y te metas
en tus asuntos, a menos que seas un mequetrefe del jefe y
se lo vayas a contar.
– ¿Quién te crees que eres niña insolente? – Muy frenético
el jovenzuelo.
– Samanta. – Dice la joven llena de soberbia. Cuando ya se
va se da la vuelta y con su típico orgullo de siempre y la
necesidad de decir la última palabra. – Deberías ir a casa y
decirle a mamá que te dé el biberón – Se gira sobre sus
talones y se va a continuar con su tarea sin saber que la cara
de Josué en ese instante era de furia contenida.
Al llegar junto de María, ésta le dice con voz suave,
pero en advertencia. – Cuidado niña, ese es un Smiller y
todos son unos vanidosos y si lo mezclas con la edad tienes
como resultado un explosivo comportamiento de venganza.
No se quedará tranquilo hasta que se desquite contigo.
– Pues que lo intente, yo soy peor que él, si se mete
conmigo saldrá mal parado.
– No te entiendo Samanta. – La sujeta por un brazo. – Tú
no necesitas este tipo de trabajo, lo sé, te pareces más a
ellos que a nosotros, y eso me asusta.
Samanta tendría que tener cuidado con lo que hacía
o la descubrirían, tenía que guardar más su genio. No le
había gustado que la hubieran comparado a los Smiller
¿acaso sería como ellos?
En el descanso de la comida, era tal el cansancio
que Samanta decide alejarse para no escuchar el murmullo
de la gente. Se recuesta a los pies de un árbol que no está
lejos, piensa que con descansar algo bastará para continuar
Amor entre uvas en Australia
79
con el trabajo, pero se queda profundamente dormida, sin
caer en la cuenta que está sobre un jersey
– ¡Hola Jovencita! – Una voz amistosa, cariñosa le
susurraba en el oído.
– Déjame dormir un poquito.
Alan mira a Samanta con ternura, ¡Qué pelirroja
más linda! Piensa él.
– No, tienes que levantarte, venga niña, dentro de diez
minutos todos estarán trabajando.
– Estoy tan cansada, que trabaje otro. – Dice con cariño
ella.
Samanta estaba muy cómica, semejaba una niña
pequeña y mimosa. Cuando abre los ojos se queda
paralizada por unos segundos, un individuo moreno de
ojos negros, profundos la estaban observando, aquellos
ojos se parecían a otros que la tenían engatusada, tras
examinar un instante al joven puede apreciar que no es el
mismo, aunque se le parece bastante.
– Si te ve mi hermano John te va ha echar una bronca, tiene
mal genio cuando se trata de cosas de trabajo.
– Es que estoy cansadísima.
El guapo personaje le sonríe – Tienes que dormir
más.
– No, lo que tengo que hacer es acostumbrarme a trabajar.
– Ya veo. – Alan ayuda a levantarse a Samanta – ¿No está
acostumbrada?
– No, siento algo de vergüenza tener que reconocerlo, pero
no he hecho trabajo físico que no haya sido para hacer
gimnasia.
– Bueno será mejor que nos presentemos, sería de mala
educación no hacerlo.
Hasta ese instante Samanta no reparara en el joven
que estaba al lado de Alan. Extendiendo la mano.
– Mi nombre es Samanta Huerta.
80
Amor entre uvas en Australia
– ¿Nos conocemos? Es que me suena su nombre de algo. –
Dice con extrañeza Alan.
– No, es un apellido muy normal.
– El mío es Alan Fourner y este – Señalando a su izquierda,
– es mi hermano David Heiley.
– Te estás quedando conmigo. – Añade la joven mirando a
ambos.
– No, por qué – Dice David.
– Cómo podéis ser hermanos y tener apellidos distintos, –
hace una pausa para continuar. – Además, uno rubio y otro
moreno; uno de ojos negros y otro de ojos verdes. –
Rotundamente. – Os estáis quedando conmigo.
– Piensa un poco mujer – vuelve a decir David.
– Lo siento estoy aún dormida, sí, aún sigo aturdida.
– Una chica tan guapa no puede... – Alan se estaba
prendando de ella.
– Me rindo.
– Tenemos la misma madre, – contesta David.
– Y distinto padre, – continúa Alan.
– ¡Acabáramos! – Y los tres se echan a reír. – Encantada,
pero os tengo que dejar, pues hay que trabajar y si me ve el
jefe me puede despedir. O como mínimo, me puedo ganar
una pequeña bronca. – Hace una pequeña pausa. – Y
vosotros deberíais hacer lo mismo.
Alan iba a decir a la joven quiénes eran, pero
Samanta sale corriendo, se detiene un momento para
despedirse con la mano.
– ¡Qué chica! Menudo torbellino, – añade David
– Pues a mí me parece un ángel.
– Con ese cabello rojo. – Sonriendo David.
– ¿Te fijaste? Rojo y azul.
– Me pareció preciosa.
– Sí que lo era, a mí también me pareció hermosa.
– ¿Hermosa? Serás cursi, ya nadie utiliza esa palabra. –
David se ríe de su hermano.
Amor entre uvas en Australia
81
– De que os reís, parecéis dos memos. – Kurt toma un
poco de agua, estaba sediento y sudoroso.
– Hemos conocido a la mujer más hermosa...
– Tu hermano, – le interrumpe el más joven de los tres, –
es un cursi que se ha enamorado a primera vista.
Alan golpea a David. – Serás idiota. – Pelirroja con
tonos azules.
– Dejaros de tonterías y veniros conmigo para traer más
cajas que no llegan.
– ¡Vagos a trabajar! Les grita John.
– Kurt, creo que ha sido un error darle mando a John, se
está volviendo agobiante, no nos deja ni respirar.
– Entonces quiere decir que está haciendo su trabajo bien.
– Nos traerá problemas, ya veréis, – dice David
preocupado.
– Dadle un voto de confianza.
– ¡A trabajar! – Vuelve a gritar John.
– Creo que lo mataré antes de terminar la vendimia. – Dice
Alan con súplica.
– ¿A quién vas a matar? – Nico se aproxima a beber agua.
– A John, – añade Kurt, – dice que no los deja respirar.
– Eso no es nada, tenéis que encontraros con Josué. ¡Se ha
vuelto loco! Me controla el tiempo que tardo en cortar un
racimo de uvas. A él si que le voy a retorcer el cuello,
menudo suplicio.
El trabajo había rematado, había sido un día largo,
los primeros días siempre se hacían largos. La gente recogía
sin pausa para poder ir a sacarse todo aquel polvo del
trabajo. El que más el que menos estaba deseando llegar al
campamento para darse una ducha, los más jóvenes nadar
en el lago antes de ir a asearse. Samanta y María no eran
menos y también se unieron al grupo de baño. No llevaban
mucho metidas en el agua cuando unos gritos llamó la
atención de todos, un muchacho venía corriendo hacia el
agua gritando, en un santiamén toda la gente que estaba en
82
Amor entre uvas en Australia
la orilla se metió en el agua con gritos, ciento de avispas
atacaban a los bañistas.
– ¿Estás loco? – Le gritó Samanta al crío. – ¿Pero en que
estabas pensando? No ves que con los enjambres no se
juegan.
María le hacia seña a Samanta, pero ella estaba tan
enfadada que no le hacia mucho caso.
– No me hables así. – Le dice el niño autoritariamente.
– ¿Qué? – Con sorpresa Samanta. ¿Qué has dicho?
– Soy un Smiller, no me hables así.
– Me da igual, mocoso, ello no te da derecho a hacer lo que
has hecho. ¿Has pensado si había alguien aquí que fuese
alérgico a las picaduras de avispa?¿Has sopesado lo que
podrían dañar a los trabajadores?...
El joven, al comprender lo que Samanta le está
diciendo, suaviza su genio, disipándose la ira que minutos
antes lo embargaba, reconocía que había hecho mal y el ser
un Smiller no lo exculpaba de haber estado jugando con las
avispas.
– Vale, lo siento, no lo había visto de esa manera. No se me
ocurrió pensar en el daño que podía ocasionar. Lo siento.
La faz del joven mostraba verdadero
arrepentimiento y baja la cabeza avergonzado haciendo que
Samanta sienta compasión por él. La joven coloca una
mano en el hombro en señal de simpatía.
– Es de adultos reconocer los errores.
Al momento Samanta siente en la piel del chiquillo
unos bultos.
– ¡Dios mío! Tienes la espalda llena de picaduras –
Gritándole a Elena – Por favor, puedes traer mi botiquín,
está encima de mi mochila, a la vista.
– Me pica y me duele.
– Ya lo sé, pero te voy a untar algo que te calmará el
escozor y el dolor. Mirándolo con una sonrisa amistosa –
Eres muy guapo ¿Cómo te llamas?
Amor entre uvas en Australia
83
– Samuel.
– Tienes los ojos como el azul del mar cuando el cielo está
despejado. ¿Así que eres Samuel Smiller?
– En realidad soy Samuel Waller, pero sí, soy un Smiller.
– ¿Soy todos los Smiller arrogantes?
– Sí, creo que sí – El jovenzuelo suelta una risotada, no se
enfada por lo que Samanta le dice, la verdad que como ella
hablaba le hacia gracia. – Al menos eso es lo que dice la
abuela.
Samanta le limpia la espalda y luego le untar una
crema.
– No te rasques. ¿Me oyes?
– Sí, mamá
– Te lo digo en serio. – Le regaña Samanta. – Si no quieres
que se conviertan en heridas. Te dolerá más, ya verás.
– Vale, haré lo que me dices.
– ¿Se puede saber que hacías jugando con las avispas?
– En realidad no estaba jugando con ellas. Estaba... –
mirando en las duchas comunitarias.
– ¿Y? – Como él parecía no terminar. – ¿Estabas espiando
a las chicas?
– No lo digas tan alto, te oirá todo el mundo. – Samuel se
pone colorado.
– No es tan malo lo que has hecho, en realidad son las
hormonas que debes tener por las nubes.
– Eso dice mi hermano.
– ¿Tu hermano?
– Sí – Iluminándosele la cara como siempre que hablaba de
su hermano Kurt – sí, mi hermano mayor Kurt, él es el que
me habla de esas cosas que le pasan a los chicos de mi
edad.
– No me digas que tiene corazón.
– No digas eso, no le conoces, sé que la gente dice cosas de
él, pero es que no saben como es, tiene muchas cosas en
que pensar y en quien pensar.
84
Amor entre uvas en Australia
– Perdona. – Dice Samanta con verdadero arrepentimiento.
– No pretendía ofenderte y menos ofender a tu hermano,
lo siento, lo digo de corazón. – Paseaban por la orilla del
lago.
– Estás perdonada. – Sonriendo. – Me tengo que ir,
seguramente mi abuela esté preocupada. Gracias. – Ya se
iba cuando se da la vuelta y añade. – Sabes me gusta tu
cabello, es muy bonito y atrevido a mi hermano Kurt le
caerías bien, creo que tú serías idónea para él – se queda
pensativo – Estoy seguro. Tú no le tendrías miedo.
– Venga vete – Suspira – Cuidado con las avispas.
Ya lejos, el joven se da la vuelta y se despide
haciendo una señal con la mano.
– Samanta – Dice su amiga María. – Me pareces una mujer
muy extraña, si fuera otra, no hubiese desafiado a dos
Smiller en un mismo día.
– No digas tonterías María, soy como tú.
– No, nadie de los que están aquí hubiera desafiado en un
mismo día a dos Smiller.
– No te entiendo.
– El chico que te riñó a la mañana era Josué Smiller.
– Pues menudo cretino.
– A eso es a lo que me refiero, no tienes miedo, como si
quedarte sin trabajo no te preocupase. Venimos aquí a
ganar dinero durante la temporada de la uva para ayudarnos
el resto del año.
– No es no tener miedo María, es que no tengo miedo a
perder el trabajo, que es distinto. Una cosa es que te exijan
hacer tu trabajo y que lo hagas bien, o por lo menos, lo
mejor posible, pero otra cosa es que pretendan avasallar,
que pisen tus derechos como individuo, ante todo somos
seres humanos y eso es algo que debemos defender
siempre.
– No hay quien te entienda, tú no sabes que es pasar
necesidad, – hace una pausa para tomar una bocanada de
Amor entre uvas en Australia
85
aire, – lo que dices es muy bonito, pero con eso no se
come. Un padre puede vivir debajo de un árbol, pero
cuando tienes hijos, es entonces cuando te piensas las
cosas.
– Sin dignidad no se vive. Es lo que pienso. Aceptaré que
me riñan por no hacer bien mi trabajo o por hacer el vago,
pero que nadie intente humillarme, eso no se lo permitiré a
nadie.
– Tú sabrás lo que haces, pero hay veces que uno consiente
para no salir perjudicado, es más listo el que sabe callar a
tiempo y esperar que el que se desespera.
Una joven se acerca a ellas.
– ¡Qué suerte has tenido hoy Samanta!
– No sé qué quieres decir.
– Déjala estar Ana. – María estaba algo molesta.
– ¿Seguro que no lo sabes?
– Deja de ser intrigante y dime directamente lo que tantas
ganas tienes de soltar, Ana querida.
– Envidia es lo que esta tiene, – dice María que conocía la
parte intrigante de Ana desde hacia años.
– La señorita en un solo día ha conseguido entablar
conversación amistosa con cuatro Smille. – Las dos chicas
la miran con interrogación, Ana era una joven delgaducha,
con el cabello muy largo y negro, siempre recogido en una
larga trenza, siempre vigilando lo que los demás hacían.
– Qué yo sepa fueron dos, y la verdad el primero me riñó
que yo sepa.
– Sí, sí, eso dices tú. – Con mirada de querer averiguar todo
sobre Samanta. – ¿Y en el descanso de la comida?
– No te entiendo.
– Mantenías una conversación muy amigable con David y
con Alan Smiller.
– Me estoy perdiendo, eran Fourner y Heiley los apellidos,
que yo sepa.
86
Amor entre uvas en Australia
– Como si no lo supieras, por lo menos no te hagas la
tonta.
– Es cierto, – le dice María, – uno era el abogado y el otro
el informático o algo así.
– Me dijeron que eran Fourner y Heiley.
– Claro, los hermanos tienen distintos padres, de ahí los
apellidos diferentes. – le dice María muy emocionada. –
Ven, es mejor que hablemos con mamá, ella nos explicará
todo.
La buena mujer estaba secándose el cabello cuando
las dos jovencitas la abordaron a preguntas.
– Los Smiller lo componen tres apellidos Fourner, Heiley y
Waler, el único que lleva el apellido Smiller es Kurt que lo
adoptó su bisabuelo como hijo. Los demás llevan el
apellido de sus padres, aunque eso no dice nada, siguen
siendo Smiller y en el carácter la verdad hace honor al
nombre. Varios matrimonios, tuvo la nieta de los Smiller.
– Bueno... por lo menos ahora estamos enteradas.
– Sí. – Dice Samanta. – Así que sin saberlo conozco a
cuatro Smiller.
– Y la tonta de Ana debe de pensar que tienes algún plan
para casarte con uno de ellos.
Samanta sonríe “Si María supiera que estoy casada
con el ogro de los Smiller”.
Amor entre uvas en Australia
87
Capítulo 9
La casa de los Smiller comienza a llenarse de sus
habitantes, cansados del largo día de trabajo todos van
llegando al comedor, hambrientos de la dura jornada y
conversando sobre las anécdotas del día, la abuela los
observa.
– ¡Es increíble! – Hablaba el más joven de la familia. – No
conozco a nadie más atrevida que ella. Nico, tienes que
verla. – El joven de ojos verdes, alto y cuerpo atlético al
igual que todos sus hermanos, escuchaba al benjamín de la
casa que hablaba con excitación.
– A mí me pareció encantadora, – dice David apoyando lo
que decía su hermano pequeño, – es espontánea, directa y
no… sé… tiene algo especial.
– Y cuando duerme parece un ángel, – añade Alan.
– ¿De quién habláis? – Ágata siente curiosidad por la
conversación de sus nietos.
– De una chica que no le tiene miedo a nadie y es muy
atrevida porque llevar el cabello de color rojo y azul, no le
importa lo que piensen o digan los demás.
– ¿Azul? – suspira la abuela repitiendo. – ¿El cabello azul?
– ¿Azul? – Pregunta Kurt recién llegado con su abuelo.
– Nada hijo, la nueva amiga de tu hermano que tiene el
pelo de color azul.
– Y que no debe de dormir mucho porque en vez de comer
duerme y sobre mi jersey.
88
Amor entre uvas en Australia
– La verdad es que ha dejado tonto a Alan de la impresión.
– Ya veo que os ha alterado a todos.
– A mí no, – dice Josué, – me parece una insolente y no
respeta a sus superiores.
– Eso es porque se ha peleado con ella, le ha dado órdenes
y las ignoró. Se ha encontrado con la orna de su zapato.
Todos se echan a reír, cosa que a Josué no le hace
gracia, el abuelo sale en su defensa.
– Una empleada no debe porfiar las órdenes de su jefe.
– Pues yo creo que me gusta esa joven, – dice Ágata, – me
gustan las mujeres decididas y sobre todo que es capaz de
revolucionar a mis engreídos y orgullosos nietos.
– Pues a mí eso de llevar el pelo azul, no me parece de una
mujer muy sensata. Aunque los jóvenes de ahora hacéis
cosas raras con vuestros cuerpos, porque eso de hacerse
agujeros en la lengua para poner un tornillo, no me parece a
mí muy sensato.
– Siento discrepar abuelo. – Kurt con su tono siempre de
mando y en defensa de Samanta. – Yo digo que una mujer
que hace y dice sin pensar en lo que puedan creer los demás
de ella, tiene que ser una persona con una gran
personalidad propia y fuerte. Y muy segura de ella misma.
No estoy de acuerdo en que se sublevara a Josué, pero
tienes que reconocer que tiene carácter.
– Visto de esa forma hijo, pareces describir a un prodigio.
– Así que al duro de mi nieto también lo ha conquistado,
pues reafirmo lo que he dicho, creo que me cae bien, ya
tengo ganas de conocer a esa jovencita. ¿Cómo la habéis
conocido?
Los chicos cuentan a la abuela como conocieron a
Samanta, claro menos Kurt que hizo como si no la
conociera. Samuel fue el último en contar su historia, pero
también era el que tenía más que contar y con pelos y
señales relata lo sucedido aquella tarde. Ágata al igual que el
resto de los demás escuchaba al chiquillo sin perderse
Amor entre uvas en Australia
89
palabra, no sólo por lo que decía sino cómo lo narraba y la
emoción con que lo contaba.
– Es curioso, no es normal ver a una persona como ella
por estos lugares y menos desempeñando un trabajo como
es éste.
Samanta no puede dormir, no dejaba de pensar en
su desconocido, ¿estaría en la playa? Y como no desiste en
la idea de no pensar en él. Sin hacer ruido, se levanta y se
encamina, al igual que el día anterior, a la playa privada de
los Smiller. Cuando llega no repara en alguien que se
camufla en la oscuridad al igual que el día anterior, de
espaldas a él mira el lago pensando en la noche anterior.
Durante unos minutos Kurt la observa; hace ruido al
intentar acercarse a ella, Samanta se vuelve.
– ¿Tienes siempre que estar en la oscuridad?
– Sólo cuando te espero, así puedo observarte sin que me
digas nada.
– Pues no me gusta, no está bien.
– No te debería molestar que alguien te observe.
– Eso es lo que no me gusta, que me observen sin que yo
lo sepa.
– No sabía si vendrías. – Comenta Kurt en voz baja.
– No pensaba venir, pero… – ambos se miran a los ojos,
algo pasa dentro de ambos… una conexión que los va
envolviendo segundo a segundo. Si pudiesen dejarse llevar
seguramente se perderían uno dentro del otro.
El lago estaba algo alborotado seguramente sería
porque soplaba un viento inesperado, removiendo el agua.
Cómo Samanta se estremece, Kurt se saca el suéter que
lleva puesto y se lo entrega.
– Toma yo estoy acostumbrado al clima. – Ella lo atrapa
entre sus dedos, acariciándolo, el roce hace que ella se
estremezca más, se lo pone abrazándose a la prenda, esta
desprende un olor muy especial, el olor de aquel hombre
90
Amor entre uvas en Australia
tan viril para ella. – ¡Ven! – La toma de la mano. – Vamos a
pasear por la playa, el movimiento nos hará entrar en calor,
a menos que prefieras que te saque el frío de otra forma…
– él la mira con insolencia y picardía, Samanta siente como
se pone colorada.
La noche avanza y parece que ninguno de los dos
quiera darla por terminada, Samanta no piensa en lo
cansada que estará al día siguiente y Kurt ni se plantea el
separarse de ella.. Van de la mano, como si fueran novios,
Samanta el simple contacto de él la estremece, la
intranquiliza, pero no está dispuesta a separarse de él, es un
dolor dulce. Kurt tiene deseos de tenerla en sus brazos,
pero deberá ir más despacio si no quiere que huya.
– ¿Con qué te has entretenido toda la mañana? – Le
pregunta con interés Kurt
– Recolectando con las manos... uva Merlot.
– ¿Te ha dejado Richard hacer tal faena... me tienes pinta de
no haber hecho nunca este trabajo?
– No me conoces. – Dice enfadada la joven. – ¿Cómo
sabes que no me he dedicado a esto toda la vida?
– Perdona, será porque antes me dijiste que era la primera
vez.
– ¡Ay! – Dice ella espontáneamente. – Me enseñó Richard.
– ¿Richard? – Pregunta con celos. – ¿Richard? – Repite.
– Sí, Richard. Creo que le doy algo de pena, o el sentido de
paternidad se le ha disparado o no sé, la verdad, pero ha
sido muy amable por enseñarme. – Con un gran suspiro. –
Lo hago muy bien.
– Sí que lo debes de hacer, porque sino él, no te hubiera
dejado trabajar en la recogida manual todo el día.
– Todo este mundo de la uva me desborda. Demasiadas
cosas a tener en cuenta. Me da una sensación de desorden
más que de orden...
– ¿Desorden? – Dice con extrañeza Kurt.
Amor entre uvas en Australia
91
– Sí. No se cogen todas las parras a la vez, unas antes que
otras... siendo el mismo tipo de uva. Unas de noche y otras
de día. Hay parras que le das un repaso y días más tarde
vuelves a rematarlas... no sé, me parece todo este mundo
tan complejo.
Kurt la escuchaba con interés.
– Poco a poco aprenderás. Yo llevo toda la vida en esto y
sigo aprendiendo sobre ello.
– Pensé que cogeríamos antes la blanca que la tinta... ya ves.
Samanta se sienta en la arena, miraba el lago,
ensimismada. Kurt se sienta detrás de ella y la rodea con
sus brazos, Samanta al sentir aquellos brazos sobre su
cuerpo se estremece, siente tanta calidez que desea que él
no la suelte, a él le satisface saber que provoca tanta
excitación en ella.
– En Mess-Stone se vendimia varias variedades de uva a la
vez en su primera temporada.
– La Merlot.
– Sí, – sonríe él, – la Merlot. Chadornnay para los vinos
espumosos, para estos espumosos se vendimia antes de la
maduración ya que deben ser ácidos. No se recolectará toda
la uva de esta tirada, más tarde se vendimia otra vez esta
variedad, para el vino blanco, cuando la uva esté en su
punto.
– ¿También se utiliza la recolección mecánica para la
Chadornnay? – pregunta la joven con interés, esto a Kurt le
gusta, le agrada que la mujer de la que se está enamorando
quiera saber algo de lo que a él le apasiona.
– No, se hace todo manual, es una uva que se elige con
sumo cuidado.
– ¿Tiene que ser blanca la variedad de uva para el
champaña?.
– No, se hace también con alguna variedad de uva tinta. El
color lo determina la piel de la baya, ésta es blanca, por
consiguiente no necesariamente se hace con uva blanca.
92
Amor entre uvas en Australia
Kurt se coloca al lado de la joven, echándose sobre
la arena aún cálida. Está ladeado, con la mano apoyada en
la cabeza, observa a la joven para memorizarla, aunque ya
conoce cada rasgo de su cara, no menos su perfil. La joven
se acuesta boca arriba.
– ¿Qué más uvas recolectaremos? – Mientras Kurt le
explica ella cierra los ojos, desea que aquella voz varonil la
invada. Le gusta oír como habla, con tanto cariño y tanta
pasión.
– Pronto empezaremos el Semillón, se realiza con
maquinaria, la mitad va para la cooperativa y la otra se
queda en la bodega de Mess-Stone. Se utilizará para el vino
seco. – Kurt se acerca a la joven, esta abre los ojos y ambas
miradas quedan fijadas una en la otra, casi susurrándole. –
Después se cogerá la uva Garnacha tinta, ideal para mezclas
equilibradas. – Cada vez va bajando más la voz. – Y por
último la Cabernet y la Shiraz, éstas serán en escalar... –
finalmente deja la charla y la besa tan dulcemente que siente
que todo su cuerpo anhela poseerla.
– Kurt. – Susurra la joven.
– No digas nada. – Le musita el joven con la respiración
entrecortada – no digas nada. – Vamos a dar otro paseo o
no sé como me contendré.
Al rato ambos deciden sentarse en unas rocas
quedando resguardados del frío de la noche. Samanta desea
saber cosas de la vida de Kurt, es tan misterioso, pero es
que ella también es reservada, o quizás lo que tienes es
miedo a dar demasiada información a aquella persona que
la desborda.
– ¿De dónde eres? – Samanta no quiere mirarle, aquellos
ojos negros penetrantes la envuelven y sabe que no podrá
controlarse si le mira.
– Soy de Australia, de esta zona. – Kurt mira el lago
pensativo a la vez que contesta a la joven. Aquí nací, aquí
Amor entre uvas en Australia
93
me crié y aquí vivo. – Él hablaba de Mess-Stone, ella entendía
que se refería al pueblo.
– ¿Trabajas aquí todo el año? – Sigue preguntando Samanta
con verdadera curiosidad. Mientras apoyaba la cabeza en el
hombro del su acompañante.
– ¿Dónde? – Responde el mayor de los Smiller con
indiferencia.
– Me refiero a aquí, en Mess-Stone.
– No, en realidad solamente en la temporada de la
vendimia, el resto del año trabajo en la ciudad, aunque
ahora convino los dos trabajos. – Kurt cree que Samanta le
está haciendo demasiadas preguntas y eso no le gusta nada.
– Ya. – Dice ella divagando. – Entiendo... tienes que
mantener algún hijo o algo así. – Kurt la interrumpe casi de
inmediato.
– ¿Por qué piensas que tengo algún hijo? – Ella tartamudea
poniéndose nerviosa ante la voz de Kurt.
– Bueno... como no es normal... trabajar tanto si se está
soltero.
– ¿Quién te dice que estoy soltero?
– Yo... creí... – Kurt se divierte ahora con la situación, sin
embargo sigue haciéndose el duro. – No me besarías si
estuvieras casado...
– Puedo querer aprovechar la oportunidad, mientras hay
trabajo.
– Claro cuando no se tiene dinero, – ahora él se enfada.
¡Qué manera tiene esta niña de liarlo todo!
– Quizás no sea rico, pero tengo mis ahorros, además soy
honrado.
– Yo no dije, – ahora ella empieza a sentirse violenta.
– Ya sé que dijiste y que quisiste decir... por favor... ahora
no me tomes por tonto.
– Yo... yo... – Samanta no sabe que decir, parece como si
cada palabra que dijera fuese un motivo de disputa.
94
Amor entre uvas en Australia
– ¿Crees que lo sabes todo? Ese es el problema de casi
todas las mujeres, pensáis que podéis sojuzgarlo todo...
– ¡Eh! – La joven siente como se va irritando poco a poco.
– No te equivoques, no todas somos iguales.
– Sí que lo sois, si yo te dijera que era uno de los Smiller
seguramente intentarías que cayese en tus redes. – Kurt
estaba seguro que sus palabras eran ciertas.
– Eso no es cierto, yo no busco un hombre rico, pero
tampoco quiero un hombre que me arrastre a la miseria.
– ¿Quién te dice que yo te arrastraría a la miseria? –
Pregunta Kurt ofuscado, con voz baja.
– Yo no he dicho eso. – Ella pensaba que él no la entendía.
Su tono de voz era también mengua.
– Sí que lo has dicho. – Le susurra él apoyando su cabeza
en la de ella que aún la tenía en su hombro.
– Mira Kurt, yo creo que amor, pan y cebolla no lleva a
ninguna parte. – La joven se coloca para mirarlo de frente.
– Al principio todo es amor, pero luego... la necesidad mata
ese amor y cuando nos damos cuenta no queda nada... sólo
reproches. – Bajando la cabeza. – Yo no quiero que me
pase eso.
– Pero también puedes luchar... hombro con hombro, para
juntos solventar la necesidad y perseverar el amor.
– Sí, pero para eso tiene que ser un amor muy grande, de
los que apenas hay... de los que lees en los libros, pero no
existen en la realidad.
– Cada pareja que se enamora, tiene una historia de amor.
– Pero tras un tiempo, la historia de amor termina y no
precisamente en el beso final.
– El mío será eterno. Yo intentaré que cada día se vuelva a
enamorar de mí. – Él la mira a los ojos. – Sam... – Él parece
dudar. – ¿Crees en los matrimonios por conveniencia? –
Ella no responde inmediatamente.
– A veces es la solución a muchos problemas. – Pensaba en
ella misma.
Amor entre uvas en Australia
95
– Quizás tengas razón. – Él hablaba debido a su situación
de hombre casado por interés. –Hay veces que hacemos
cosas que de alguna manera nos imponen.
– Sí, – dice ella en bajo, – aunque parezca que nos
equivocamos.
Él rodea con sus brazos el cuerpo de aquella mujer
que sabía que amaba.
96
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 10
El sol atraviesa los cristales de los enormes
ventanales, del espacioso despacho familiar de Mess-Stone.
Las cortinas recogidas y las ventanas abiertas de par en par
para ventilar a primera hora de la mañana el cuarto. Lujoso
y finamente vestido, aquella habitación guarda la calidez y la
seriedad en su interior. La puerta de entrada, justo en el
centro de la pared que está enfrente de las ventanas, marca
la entrada del lugar. Esa misma puerta se abre para dejar
pasar a una mujer hermosa y con la cara marcada de haber
estado despierta gran parte de la noche. La esbelta mujer al
ver que allí no hay nadie suelta un suspiro de resignación,
entra y tras ella cierra la puerta por la que antes entrara.
Acercándose a una de las ventanas mira el hermoso jardín,
al principio echa un simple vistazo, pero el sonido de las
risas de sus hijos la hacen mirar con interés, para ver como
entre risas y gritos juegan sus hijos ya adultos como si aún
fuesen niños. Durante un momento su alegría y felicidad de
verlos la hacen sonreír, pero un pensamiento le llena,
embargándola y dejando que esa pequeña sonrisa de
satisfacción se disipe. Gira sobre sus talones y comienza a
recorrer el cuarto mirando y observando todo, allí en
aquella habitación reside parte de la vida de las personas
que más quiere. Se encamina hacia la pared que está a su
derecha, una estantería que cubre toda la pared y llega hasta
Amor entre uvas en Australia
97
el techo, llena de libros, hacen que sonría de nuevo. Se
encamina al lugar y empieza a leer en alto.
– Literatura hispánica, romántica. – Baja más y sigue
leyendo con interés, – historia de... – no aquí no está.
¿Dónde lo habré puesto? Claro hace tanto tiempo. –
Durante un buen rato más sigue buscando, ya dándose por
vencida recuerda que una vez lo guardara entre un libro de
cuentos que estaba encima de todo. Busca una escalera, que
se coloca por norma detrás de un pequeño mueble, que
tiene a la izquierda; la coge y colocándola en el centro, justo
delante de la estantería y subiéndose en ella llega hasta la
última fila de libros, sacando una enciclopedia grande de
historia del arte. Toma el libro entre sus manos y se sienta
en la escalera. Suspira con nerviosismo, un nudo se forma
en su garganta de emoción, piensa que tiene miedo a que al
abrir el libro, lo que ella busca no estuviera. Tras un
momento de indecisión decide abrirlo, allí está. Un
pequeño cuaderno, ya viejo, sus pastas castañas pintadas a
mano, dejan ver con poca claridad, unas letras en color
negro de rotulador plasmadas en el centro mismo de la
página principal. Las letras parecen torpemente escritas, sin
embargo, a la señora le parecen las más hermosas, leyendo
en alto “para mami” después unas líneas más abajo “tu hijo
que te quiere Kurt”.
La mujer abraza el cuaderno contra su pecho y
lágrimas ruedan por sus mejillas, ha pasado demasiado
tiempo, ella también ha sufrido por no poder tener a su hijo
con ella; quizás también ella se equivocó, pero pensó que
era lo mejor para él. Su abuelo podría darle a su hijo lo que
ninguno de sus maridos le darían nunca, fuerza, dignidad,
poder, riqueza, libertad, orgullo. Sí, ella sabe perfectamente
que fue lo mejor que pudo haber hecho por Kurt. Le
hubiera gustado tenerlo a su lado, las horas que pasó
llorando día tras día por no poder estar con él; pero sabía
que era lo mejor, tenía que seguir siendo la mala, era lo
98
Amor entre uvas en Australia
mejor. Ella entendía porque Kurt la odiaba tanto, pero era
mejor el odio que el dolor de no poder estar con su madre.
Si lo fuese a ver asiduamente, su hijo sufriría cada vez que
ella se fuese sin él. Estaba segura, había sido lo mejor,
aunque nadie lo comprendiese.
Tras bajar vuelve a dejar la escalera en su sitio y
empieza un recorrido por las cosas de sus hijos. La mesa
más cercan estaba llena de libros de viñedo, muestras,
mapas de la propiedad; está bien que dos de sus hijos se
dediquen a la tierra que sus abuelos y sus padres tanto
lucharon por sacar adelante. Sigue a la siguiente mesa, justo
haciendo una L con la anterior, llena de bocetos de la
restauración del rancho, la dama sonríe, su hijo el artista,
fotógrafo informático, de verdad existe esa profesión,
piensa la noble mujer. Con suave caricia toca todo como
queriendo absorber los pensamientos de sus hijos. Sigue su
paseo por la siguiente mesa, típica de su hijo Alan, el
ordenado y defensor de sus hermanos, él era el único que
se enfrentaba a Kurt, quizás por la poca diferencia de edad;
nunca se sometió, siempre se habían peleado ya desde
pequeños y sin embargo eran como uña y carne. Era pese a
todo, el mejor amigo de Kurt, su confidente, si es que su
hijo mayor contaba algo a alguien, sin duda, era a Alan.
Confiaba en Alan como en él mismo y estaba seguro de que
nunca le defraudaría. Su segundo hijo decidiera estudiar
derecho porque alguien tenía que ayudar al mayor de los
Smiller; quiso tomar un poco de esa responsabilidad, que
de alguna manera tenía como condena Kurt. Consideraba
que a su hermano mayor había que sacarle algo de carga,
una carga demasiada pesada para un hombre solo. Kurt la
había aceptado, le había costado, pero había cedido a su
hermano, permitiéndole que le ayudase a llevarla.
Un sonido de risas hace volver a la mujer a la
ventana, allí ve como sus hijos se pelean en broma; como
siempre Kurt apartado, como si no fuera con él, siempre
Amor entre uvas en Australia
99
lejano, miraba a sus hermanos rodando por el suelo. Kurt
los observa y durante un momento su mirada cambia, se
acerca a una manguera de goma de las que utilizaba su
padre para regar, abriéndola moja a todos sus hermanos
que estaban por el suelo peleándose.
– ¡Eh! – David es el primero en levantarse. – ¡Todos a por
él! ¡A por él jefe! El que lo derrumbe tiene desayuno doble.
La madre de aquellos que ahora parecen chiquillos
de doce años jugando, sonríe, había un brillo especial en
sus ojos. Kurt seguía dominando la situación, no se detenía
en su empeño en seguir mojando a sus hermanos; el más
joven de los hermanos se tira a los pies del mayor,
azuzándolo, tira de él mientras grita a todo pulmón. –
¡Todos a él, ya lo tengo! – Demasiados para el patriarca de
la familia, consiguen derribarlo dejándolo tan mojado como
ellos mismos. Los trabajadores observaban como aquellos
adultos se convertían en niños que jugaban sin importarles
ser mirados por sus empleados, aquellos jóvenes eran
felices de estar todos juntos. En el fondo, eran admirados
por sus subordinados; mandaban cuando había que
mandar, se ponían serios cuando era necesario y se
divertían en familia cuando se presentaba la ocasión.
La madre los observaba con satisfacción y
admiración. Tais se acerca a la mesa de Kurt, una mesa
sería como serio era su carácter, ordenada como ordenada
era su vida, perfecta hasta el mínimo detalle. No obstante
había en esa mesa un poco de cada deber y obligación de
sus hermanos; papeles de los viñedos, planos del rancho,
documentos legales... como si Kurt fuese el conjunto de sus
consanguíneos. Cada uno abarcaba algo y él todo; esto
demostraba que nadie hacia algo sin su permiso, sin su
consentimiento, parecía que se necesitase la aprobación de
Kurt, del hermano mayor, del jefe de la familia, del que
había sustituido a su abuelo como el amo de Mess-Stone.
100
Amor entre uvas en Australia
Repara en unas fotografías que están sobre la mesa,
en una porta fotos de plata, se amanera ante esa mesa de
caoba rústica. Recordaba cuando Kurt la rescató del
desván, la bajó hasta el patio, estuvo preparándola tres
semanas. Ahora quien la viera, no diría que fuera tan
antigua. Él solo, la había restaurado a la muerte del viejo Sr.
Smiller, Kurt consideró que era hora de utilizarla él. Había
pertenecido al bisabuelo de su madre, el primer fundador
del rancho. Ahora había llegado el momento de que
volviera a colocarse en su lugar, así que Kurt no lo dudó
dos veces y la arregló; hacia de eso ya varios años. La
verdad, esa mesa destacaba en la habitación, era la mesa de
un rey. Vuelve a mirar las fotografías que estaban sobre la
ostentosa mesa, eran tres porta fotos, en una estaba su
madre con todos sus hijos, menos Kurt; en el otro los
abuelos y en el tercero el bisabuelo con Kurt. Tais mira a su
abuelo y a su hijo, se parecían tanto, sus miradas eran las
mismas, frías, calculadoras, vacías, la de su hijo con tanta
indiferencia.
Tais siente la puerta abrirse y se gira, en el cuarto
entra su hijo mayor con el cabello revuelto y aún húmedo,
los vaqueros negros y mojados se ceñían al cuerpo, la
camisa azul pastel la tenía empapada por lo que la llevaba
desabrochada dejando ver su bien formado pecho. Su hijo
era interesante, era muy guapo, no el más guapo, pero si el
más atrayente, eso pensaba ella.
– Buenos días madre, – saluda sin mucho interés Kurt.
– Hijo, deberías cambiarte, vas a coger una pulmonía.
– Madre; hasta las pulmonías me temen. ¿No lo sabes?
– No digas tonterías. – Dice la noble mujer pensando que
su hijo no debería ser tan duro consigo mismo.
– ¿A que se debe este honor?
– Cintia y yo te hemos estado esperando hasta muy tarde,
ya de madrugada decidimos ir a dormir y no seguir con la
inútil espera.
Amor entre uvas en Australia
101
– Tuve mucho trabajo, sabes que esta época es cuando más
deberes tengo.
– Lo sé, no quería ofenderte, pero me gustaría que te
ocupases un poco de Cintia, sé que ella es un buen partido,
además está muy enamorada de ti desde hace ya unos años.
Es la clase de mujer que te viene bien, sabe como actuar en
cada circunstancia, para eso la han preparado.
– Madre, yo creo que soy lo suficientemente mayor para
saber que es lo que me hace falta... A estas alturas no
necesito que te ocupes de mí, la función de madre está de
más. – Kurt se acerca al escritorio apoyándose contra el
mismo, su madre se aproxima a él. – Está bien. – Se rinde
el joven, – intentaré hacerle más caso, pero no quiero que
tengamos que discutir siempre por lo mismo. – Hace una
pausa, – mis novias, me las busco yo. – Tais se acerca más a
su hijo y le coloca la mano sobre el hombro, como Kurt
parece indiferente, la retira. Al intentar apartarse, Kurt nota
en su madre una mirada tan triste que lo conmueve, toma a
su hermosa madre entre sus brazos y la aprieta con fuerza,
por un momento ambos, madre e hijo, permanecen así,
luego él con suavidad la aparta. – Te voy a mojar, tengo
trabajo. – La madre se da la vuelta y sale mientras Kurt la
mira alejarse. Un pensamiento llena su mente “Samanta me
está volviendo sensible”.
Kurt se sienta en su gran sillón, durante un
momento mira la fotografía donde está con su bisabuelo.
Toma la foto entre sus manos recordando el día, que
moribundo en la cama, le dijera: “ parece mentira que la
vida pegue tantas vueltas y la persona que creemos más
lejana y menos indicada, sea la que está más próxima, sin
embargo, la que queremos, se nos aleja o ni tan siguiera se
nos acerca. Tenemos que tomar decisiones que nos
envuelven en la vida pegándonos una y otra vez, pero si las
tomamos seguros, son entonces las correctas, porque
102
Amor entre uvas en Australia
¿cómo equivocarse cuando el corazón nos guía y cómo
acertar cuando estamos llenos de dudas?”
Un sonido leve en la puerta trae a al presente la
atención de Kurt.
– ¡Adelante! – Con voz categórica.
– ¿Estás ocupado? – Una joven rubia despampanante, de
ojos claros asoma la cabeza.
– Para ti siempre tengo algo de tiempo, Cintia.
– Eso es lo que me dices. – La joven hace una mueca de no
creerse lo que Kurt le está diciendo, – pero si fuese así, no
me habrías tenido toda la noche esperándote.
– Me disculpo, pero aunque no te lo creas a veces trabajo. –
Su tono era tan cínico que Cintia se incomodó, – pero no te
preocupes, seguramente alguno de mis hermanos, te han
mantenido entretenida.
La joven se sienta sobre las piernas de Kurt y con
los ojos clavados en los de Kurt.
– No son los otros Smiller los que me interesan, es el
mayor de ellos al que yo quiero. – La joven al ver que él no
contesta prosigue, sosteniéndole la mirada. – Deberías
atenderme más, ya sé que tienes muchos quehaceres, pero
creo que me podrías dedicar un poco de tu tiempo.
– Está bien, Cintia, tú ganas, no te preocupes, prometo
ocuparme un poco más de ti.
La joven rubia torna su cara de satisfacción por
sentirse vencedora.
– Entonces dejaré que trabajes para que puedas cumplir tu
palabra y sentirme feliz. – La muchacha se levanta y
inclinándose le deposita un beso, como recompensa, en los
labios.
Kurt la observa mientras ella se encamina hacía la
puerta, pero antes de traspasarla se vuelve para decirle a
Kurt. – No olvides tu promesa. – Y sale cerrando la puerta
tras de sí. Kurt ya no puede verla, por lo que ella sonríe
ampliamente sintiéndose triunfadora.
Amor entre uvas en Australia
103
Cintia era una hermosa joven rubia, de cuerpo
imponente, de ojos azules grandes y penetrantes. Sus labios
grandes y carnosos enloquecían a muchos hombres
ansiosos de besarla. De buena familia, hija única, educada
en los mejores colegios, inteligente. Desde la adolescencia
su meta era casarse con el primogénito de los Smiller,
aunque su corazón perteneciese en secreto a otra persona.
Pero era tan arrogante que no podía ni plantearse tener una
conversación con quien ella desde niña estaba enamorada.
Precisamente con él era descortés, cínica...
Ya desde su carrera estudiantil había destacado
siempre, no sólo físicamente sino también intelectualmente.
Donde ella estuviese impregnaba el lugar con su
personalidad dominante, provocando a su alrededor, en los
más débiles, un sentimiento de inferioridad devastador.
Había hecho un master tras la carrera de
económicas, brillante, los eruditos en el tema quedaron
impresionados, cayéndole ofertas de grandes empresas; sin
embargo, ella prefería seguir al lado en su padre, dueño de
una gran empresa dedicada al algodón.
Su familia eran ricos desde generaciones,
descendientes de la nobleza británica adinerada, probaron
suerte en la explotación de la Australia de siglos a tras.
Cintia había sigo siempre una niña consentida,
malcriada y con unos conceptos de la ética muy ambiguos,
por lo cuál no respetaba los sentimientos de nadie, eso sí,
nunca perdía la compostura ni la elegancia y era la reina de
la discreción.
104
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 11
El día se revela caluroso, Samanta poco a poco se
va acostumbrando al trabajo. Estaba demasiado entretenida
con sus racimos de uvas, que no ve acercarse a Samuel por
detrás de ella, colocándole delante de los ojos, un racimo de
uvas parlante. La joven al principio se sobresalta, pero
inmediatamente se percata de la broma, riéndose con el
joven.
– Hoy no tengo ganas de trabajar. – Se queja el más
pequeño de los Smiller.
– Pues si no quieres que tu hermano te regañe, será mejor
que te entren las ganas.
– Sé que tienes razón, pero sigo sin tener ganas.
– Ven, ponte a mi lado, mientras trabajamos charlamos un
rato. Así nadie nos dirá que no cumplimos.
Samuel se pone muy contento, el hecho de que su
amiga quiera estar con él y que trabajen juntos, le llena de
satisfacción.
– ¿Tu hermano mayor nunca está por aquí?
– Sí, lo que pasa es que estas tierras son muy grandes, no
tenemos porque encontrarnos, verás, si él está en un lado
de los viñedos y nosotros en otro, no lo veríamos. Piensa
que estas tierras son muy extensas. Además, también se
ocupa de otras cosas, con lo cuál no siempre está
recogiendo uvas; puede estar con los camiones, con las
cajas... es que Kurt hace muchas cosas.
Amor entre uvas en Australia
105
– Ya veo ¿Tú no deberías estar con la familia? ¿No te dirán
nada por estar aquí?
– A mí me gusta más estar aquí contigo que con los míos,
tú eres más interesante.
Samanta se echa a reír, colocando la mano sobre el
hombro del chiquillo añade. – Gracias, es todo un elogio.
– Que sepas, – dice el chico muy serio, – que no lo digo
como cumplido, sino porque es la verdad.
– Adoras a Kurt ¿Verdad?
– Sí, – a Samuel se le iluminan los ojos al hablar de su
hermano mayor. – es el más grande, más sabio, yo lo veo
como un Dios.
– No digas eso, un día te despertarás y entenderás que es
un ser humano, con sus defectos y virtudes.
– Kurt lo es todo para mí, no es que a mis otros hermanos
no los quiera, les quiero un montón a todos, pero a Kurt...
no sé como explicártelo.
Se pasaron toda la mañana trabajando y hablando
sin que nadie les interrumpieran. La verdad, que los dos
parecían estar complementados, esto disgustaba a Josué,
pero reconocía que ambos hacían buen equipo,
diciéndoselo a John, el cual estaba también de acuerdo. Así
que nadie dijo a Samuel que no trabajase en aquella zona,
dejando que Samanta y el chiquillo trabajasen
tranquilamente.
Ya entraba la hora de comer, con un calor que no se
calmaba, se les acerca Alan.
– Buenas tardes. ¡Vaya! Samuel se lleva la mejor parte.
Samanta estaba de cuclillas, al ver a Alan se levanta.
– Ya veo que la familia Smiller le sobra el tiempo para
perderlo. Ten cuidado, si tu hermano el engreído te ve sin
hacer nada, seguramente se ponga como un loco y nos eche
alguna maldición, de esas que sea como que no podamos
ponernos en pie o que se nos paralicen las manos...
106
Amor entre uvas en Australia
– Josué no es tan malo, – dice Alan riéndose. –
Simplemente se toma muy en serio su trabajo. Este año
pretende sorprender al jefe de la familia, por eso se
comporta como un cretino, pero no se lo tomes en serio.
Fuera de la temporada de vendimia es otro, te gustaría,
créeme.
– ¿Y tú? ¿No tienes que sorprender a nadie?
– Yo soy abogado. – Alan se ríe. – Estas tierras son de
familia, nos reunimos todos los años, son las únicas fechas
en que estamos todos juntos. No nos juzgues a la ligera,
quizás seamos presuntuosos, orgullosos. Sin embargo, no
somos malas personas.
– Perdona, – Samanta pone las manos juntas en súplica. –
¿Amigos?
– Amigos, – ella se ríe y se estrechan la mano.
Alan se agacha y se les une en el trabajo – ¿Sabes?
Tú nombre me da vueltas en la cabeza, sé que he oído ese
nombre en algún sitio, pero no consigo recordarlo.
– A lo mejor te recuerda a algún nombre parecido. – Dice
ella pensando que posiblemente, él conozca la existencia
del matrimonio de su hermano. Podría resultar hasta
peligroso.
– Puede ser – Alan no las tiene todas consigo, pero
considera que Samanta tiene razón, seguramente no sea
nada. – ¿Sam conoces algo de la zona?
– No tengo tiempo, el primer día estuve viendo Perth.
– Quizás para tu día libre te gustaría salir conmigo y Samuel
y nos dejases que te llevemos a visitar el Parque Nacional
de Namburg, cuyos pináculos tienen más de 40.000 años.
– Me encantaría. – Samanta lo dijo sin pensar, hasta más
tarde no reparó que iba a salir con sus cuñados, al darse de
cuenta le entró vergüenza decirles que no, así que lo aceptó.
– Sam. –Dice Samuel titubeante. –¿Crees que las mujeres
les impone el dinero de los hombres? – Samanta lo mira
interrogante, no sabe a donde quiere llegar el chiquillo.
Amor entre uvas en Australia
107
– Depende del tipo de mujer. – Dice Alan. – Yo creo que
lo mejor es que si te gusta alguien, no le digas quién eres,
por lo menos hasta que sepas si a ella le gustas.
– Eso es una tontería, – dice Samanta empujando a Alan en
broma, este pierde el equilibrio, tira de ella la cual tira de
Samuel, los tres acaban cayendo al suelo. Así los encuentra
María.
– ¿No tenéis hambre? – Dice la joven mirando perpleja a
los tres.
– Ven María, te presento a Alan y a Samuel. – Los tres
seguían en el suelo riéndose como adolescentes.
– ¿Queréis comportaros? Todos os miran. – María estaba
nerviosa, hacía años que no estaba cerca de un Smiller,
había años que estaba enamorada de Alan Smiller, pero en
silencio. Como no conseguía olvidarlo, se había resignado a
que fuera así en la distancia.
– María, – dice Samanta poniéndose en pie ayudada por
Alan. – Según Alan, una persona adinerada, nunca debe
decir toda la verdad a una mujer, a menos que sepas que se
ha enamorado realmente de ti.
– Yo pienso, – María tartamudeaba un poco por la timidez.
– Que la sinceridad debería ser desde el primer momento,
sino, no vale la pena.
– Sí, pero si eres... alguien importante... se alejan de ti. –
Samuel baja la cabeza y el tono de voz.
– Entonces no merece que ni tan siquiera la mires. –
Samanta toma de la cintura a su joven amigo mientras le
dice, – tienes que pensar que si mientes al principio, cuando
sepan la verdad, seguramente por la mentira la pierdas.
– Alan. – María seguía con su timidez. – ¿Queréis comer
con nosotras?
Los dos hermanos se miran respondiendo al
unísono. – Sí, con mucho gusto, nos encantaría acompañar
a tan hermosas damas.
108
Amor entre uvas en Australia
Pasaron una comida agradable, a María se le iban
los ojos tras Alan Smiller, pero éste no parecía hacer mucho
caso a la jovencita argentina; tras la comida llega la tarde.
Los cuatro trabajan juntos pasando unas horas interesantes.
Cada vez que Samanta dice algo, Alan detiene lo que está
haciendo para escucharla como si fuese una erudita, pero
claro al segundo de los Smiller, únicamente tiene ojos para
su joven amiga española.
Ya casi había rematado el día de trabajo cuando un
rubio de ojos verdes se acerca a Samanta.
– Veo que vas cogiendo el ritmo. – dice John.
– Sí, la verdad que poco a poco voy acostumbrándome. –
Samanta le sonríe.
– No lo hace mal, pero aún tienes mucho que aprender. –
contesta con sarcasmo el joven que está detrás de John. –
Cuando termine esta larga temporada, – prosigue el joven
de ojos azules, – seguramente hayas aprendido algo
productivo para tu futuro. – A Josué no se le había
olvidado el último altercado que había tenido con ella.
– En esta vida todo se aprende. – Levantándose y
colocándose enfrente de su enemigo, como ella le
consideraba. – Y la verdad coger uvas no tiene mucho arte.
– Es la ignorancia la que habla. – La conversación estaba
tomando un tono que no gustaba a nadie, Samanta y Josué
frente a frente mantenían una pelea verbal. – La vendimia
es un arte. – Saliendo en defensa de la que iba a ser su
profesión, matizando Josué.
– Sí, soy ignorante en cuanto a las uvas, lo reconozco, pero
dudo que un mocoso como tú, sepa mucho más que yo.
– Yo no soy ningún mocoso, – porfía Josué sintiéndose
ofendido.
– Sí lo eres, y además con falta de modales.
– ¿Y tú quién te crees que eres? Para hablarme así. – Con
testarudez.
Amor entre uvas en Australia
109
Alan pretende poner algo de paz en una discusión
sin sentido. – Venga chicos, nadie ha pretendido ofender a
nadie, no merece la pena discutir, – pero Samanta lo aparta
suavemente con la mano. – Para dar órdenes hay que saber
darlas, para mandar hay que ser tolerante.
– ¡Callaos, los dos! – John saliendo en defensa de su
hermano, se le fue el mando. – Es más, jovencita, Josué es
tu superior, deberías respetarlo un poco.
– ¡John! – Atónito dice Alan. – ¿Cómo puedes decir eso?
– El respeto se gana no se regala. – Samanta no cree lo que
oye. – Tú si que no tienes ni idea, serás cretino. Yo tengo
que hacer mi trabajo por el que me pagas, no te tengo que
aguantar, ni oír estupideces de nadie que se crea un
prepotente.
– Venga chicos, – Alan interrumpe, – esto no tiene ningún
sentido, nos estamos alterando por nada, calmaros todos,
quizás así podamos poner un poco de orden.
– A tu querido hermanito es al que deberías enseñar a
comportarse, creo que le falta demasiado que aprender.
– ¿Y tú que le vas a enseñar? – John tenía ganas de
apretarle el cuello, conocía el carácter de Josué, no era que
digamos diplomático, pero también entendía que no podía
ceder delante de sus subordinados.
– Yo te enseño a ti, a tu hermano y a quién haga falta.
– ¿No tienes miedo? – Dice desafiante Josué, creyéndose
ganador al tener el apoyo de John.
– ¿De qué tengo que tener miedo?
– A quedarte sin trabajo, por ejemplo.
– Te demandaré por abuso de autoridad, creo que en este
país los trabajadores tienen sus derechos. ¿O acaso no? –
Mirando a Alan, él era abogado.
– Sam tiene razón en... – sin dejar que su hermano
terminase de hablar, muy indignado Josué dice.
– ¿Defiendes a alguien que no es de la familia? ¿La
defiendes?
110
Amor entre uvas en Australia
– Me niego a quedarme aquí escuchando tantas tonterías. –
Salta Samanta muy enfadada.
– Tú tienes que quedarte... hasta que esta discusión se dé
por finalizada, tú la has comenzado y tú la vas a terminar. –
Agrega Josué.
Se había formado un gran alboroto, los cuatro
discutían y el pobre de Samuel no entendía porque se había
formando tanto jaleo por nada.
– Me voy, creo que estoy demasiado encolerizada como
para seguir discutiendo una estúpida discusión. Estoy harta
de la prepotencia de los Smiller, parece como si fuesen
dioses y no es así. Los trabajadores son personas, ante todo,
seres humanos y este biberón, – señalando a Josué, – no
tiene ni idea de lo que es el respeto por los demás. El
cretino que le ha dado autoridad es un imprudente, por
dejar en manos de un niño el trabajo de un hombre. Mejor
dicho, en manos de un bebe, el trabajo de un hombre.
– Pues tú, –a gritos Josué, – eres una fiera pintada de rojo,
tienes el ego muy alto, demasiado para ser tan inferior e
insignificante.
– Yo insignificante. – Samanta se echa a Josué
propinándole un buen puñetazo en un ojo; el joven
agredido pone sus manos en la cara gritándole.
– ¡Bruja! – Alan sujeta a Samanta y John a Josué. – ¡Te voy
a domar fiera!
– Tú no domarías ni una muñeca de trapo, so bobalicón. –
Sam intenta soltarse, pero Alan la tiene bien agarrada.
– ¡Fiera salvaje! – Le chilla Josué intentando soltarse de su
hermano.
– ¡Vasta! ¿Qué pasa aquí? – Los cinco se giran hacía la voz
contundente de Richard. – No es normal este
comportamiento, menos delante de todo el mundo. ¿Qué
pasa?
Richard no comprende como es que a Alan y a
John se les hubiese escapado el tema de las manos.
Amor entre uvas en Australia
111
– Jovencita, – mirando a Samanta. – ¿Tiene algún
problema?
– La verdad es que no, pero su amo y señor...
– No se ponga valiente conmigo, – la interrumpe él. – Yo
no te he hecho nada y desayuno fieras todos los días. Así
que fin de la discusión. Quiero hablar contigo mañana a
primera hora, y ahora vete de aquí. – Le dice a Samanta. –
Y contigo ahora, – señalando a Josué.
Samanta enfadada se encamina al campamento, no
se percata de haber cogido el sendero equivocado y en vez
de ir hacía el lago, va en dirección a la casa de los Smiller.
El camino la lleva directamente a una especie de laberinto,
lleno de arbustos verdes y espesos. Si los bordea seguro va
a dar a la casa, y si vuelve sobre sus pasos, indudablemente
retornará al camino del lago. Pero sin que nadie se entere
de que ella, la plebeya, haya osado manchar aquel camino
con sus piecitos. Ya dispuesta a irse, oye blasfemar muy
enfadado a alguien que parece estar en el centro del
laberinto.
Como cualquier mujer, ella también es curiosa.
Decide seguir el sonido de la voz, sin miedo y con
determinación entra en el laberinto con forma de herradura.
A medida que camina ve como hay bancos hechos con
troncos, piensa ella que quizás si alguien quiere pasear
puede sentarse en cualquier momento del recorrido. El
sonido la lleva al mismo centro de la maraña. Una enorme
mesa redonda de piedra llena el lugar, alrededor de la
misma hay un banco también de piedra. Un chico joven se
está peleando con lo que parece ser un portátil. A Samanta
se le parece a John Smiller, así que piensa que tiene que ser
otro hermano y diciéndose para sí “otro Smiller, por hoy
me ha llegado ya la dosis de los Smiller” así que decide
retirarse sigilosamente, pero Nico se vuelve y la ve.
– ¡Hola Sam!
112
Amor entre uvas en Australia
– ¿Me conoces? – ¿Por qué todos la llamaban Sam, por qué
la tuteaba todo el mundo?
– ¿Y quién no? – Le dice el joven con una sonrisa.
– Ya veo.
– ¿Te puedo ayudar en algo? Se ofrece amablemente el
joven rubio de ojos verdes.
– No, sentí el sonido de tu voz enfadado y me entró la
curiosidad. ¿Puedo yo ayudarte en algo?
– Como no sepas algo de informática o de ordenadores
creo que no. A mí me sacas de las fórmulas químicas y de
mi programa y me pierdo.
– Puede. – Samanta se acerca a Nico y le dice segura, – creo
que puedo ayudarte en algo, porque este problema lo tenía
yo en el mío.
– ¿Seguro? – Dice titubeante el joven.
– ¿Quieres confiar en mi? – Samanta echa un vistazo. –
Mira, has instalado recientemente hardware y has
configurado mal la BIOS.
– He instalado una tarjeta PCI... un puerto USB.
– ¿Ves? La configuración está errónea. Reiniciamos el
ordenador, entramos en la BIOS, desactivamos la opción
USB en placa, guardamos, reiniciamos. Ya está, seguro que
ahora no te fallará. Ese problema lo tuve yo y tardé días en
caer en el problema. Bueno, sinceramente, un amigo
entendido en informática me lo resolvió.
– Gracias, empiezo a pensar que Samuel tiene razón
cuando dice que eres especial. – Samanta se ríe.
– Por arreglar esto, – señalando el portátil, – cualquiera que
ande asiduamente con un ordenador puede solucionar estos
problemillas.
– Normalmente es David quien sabe de ordenadores,
bueno, sabe lo suficiente para solucionarme estos
problemillas como tú les llamas.
Amor entre uvas en Australia
113
– A mí al principio me pasaba lo mismo, pero como no
tenía quien me lo arreglase, terminé por aprender algunos
trucos.
– ¿A qué te dedicas? Porque tengo entendido que lo tuyo,
no son las uvas, sin pretender ofenderte. Aunque Richard
dice que ya le has cogido el tranquillo.
– Me parece que los Smiller habéis estado hablando de mí.
Y sólo llevo un puñado de días. Soy diseñadora gráfica, me
encanta la fotografía por ordenador, se pueden hacer
maravillas.
– A David también le encantan esas cosas.
– ¿No deberías estar trabajando en la vendimia como toda
tu familia? – Hace una pequeña pausa. – Bueno eso tengo
entendido... ¿He metido mucho la pata no?
– Algo sí, ya veo que se cotillea de nosotros.
– No pretendía... en realidad vosotros habéis hecho lo
mismo conmigo.
– No te preocupes, es normal que se hable de nosotros. En
cuanto a tu pregunta, Sí, aunque no te lo creas, estoy
trabajando para el rancho.
– Ya veo.
Cómo Samanta ponía una mueca de no creérselo.
– Estaba esperando unos análisis de una de las viñas. Pero
esta máquina infernal no me funcionaba. Por lo que te
estoy muy agradecido.
Durante dos horas Nico y Samanta hablaron
haciéndose buenos amigos, había averiguado que tenían
gustos comunes en varias cosas.
– Ya es tarde para mí, me tengo que ir. Creo que María, mi
compañera de cuarto, se va a preocupar.
– Yo te acompaño hasta la entrada del campamento,
seguramente te pierdas, porque empieza a oscurecer.
Cuando Samanta llega al campamento ya la noche
había caído, María estaba esperándola muy alarmada.
– Sam me tenías muy preocupada.
114
Amor entre uvas en Australia
– No te tendrías que inquietar tanto, sé cuidarme sola.
– Yo ya no estoy tan segura de eso. Te marchaste muy
enfadada, tú no sabes lo cabreados que estaban los Smiller.
– Es problema de ellos, sabes, me caen bien, a excepción de
Josué, no soporto la prepotencia.
– Es joven, deberías entenderlo, hasta cierto punto...
– ¿Te pones de parte de ellos?
– Sabes que no, pero tendrías que tener cuidado Sam. No
son malas personas. Llevo viniendo mucho tiempo a aquí y
tengo que decirte que son muy nobles... orgullosos, pero
nobles.
– Pensándolo bien. – Hace una pausa, sí... se le han ido los
papeles, sus padres no le habían enseñado tan malos
modales como los que ella había utilizado. – Quizás me he
pasado. – Pensando en el puñetazo que le había propinado
a Josué. – Creo que me he pasado y mucho, pero tengo
tantas cosas en la cabeza. Sé que no me he comportado
como me enseñaron mis padres, pero María, no entiendo
que me pasa con esa familia. Y Josué me saca de mis
casillas, no comprendo como lo hace, pero tiene el don de
encolerizarme.
– El que estaba muy callado y preocupado era el joven
Samuel, Sam ese chico te adora. – Suspirando, – Sam llevas
dos días de trabajo y Samuel te ha tomado cariño.
– Y yo a él, mañana me disculparé, después de la bronca
que me va a echar Richard... pero...
Se aproxima al campamento un vehículo, ambas
mujeres se quedan a la espera de ver quién baja de él. Alan
tras cerrar la puerta del coche se acerca a las dos mujeres.
– Hola Alan, siento... – Pero el joven Smiller la detiene con
un gesto de la mano.
– No Sam, en realidad nos hemos comportado todos
como... no sabría como definirlo, esto va a traer problemas,
no se va a quedar la cosa así, yo he venido a disculparme
Amor entre uvas en Australia
115
por mí, como el mayor de los Smiller en ese momento debí
evitarlo.
– No Alan, yo tendría que haber sabido llevar la situación,
pude no haber irritado a un jovenzuelo... Alan le propiné
un buen puñetazo, debería darme vergüenza mi
comportamiento vulgar e impulsivo.
– En realidad los dos os habéis pasado uno con el otro,
pero él como uno de tus jefes debió saber resolver la
situación sin supremacía. – Tras una pausa. – ¿Lo
olvidamos?
Ambos se estrechan la mano en señal de amistad y
acuerdo.
Alan mira a María. – Buenas noches, siento no
haberla saludado antes, pero tenía que hablar con Sam, no
se vaya a creer que no tengo educación.
– No se preocupe, me hago cargo. – María se pone
nerviosa, hacía años que suspiraba por el joven abogado,
pero a ella le habían enseñado que por su condición social
no debía mezclarse con los Smiller. Si no fuera por la
espontaneidad de Samanta, ella nunca habría hablado con
Alan Smiller.
Samanta miente para poder escabullirse, está
ansiosa por ir al lago, además ha percibido el interés de
María por Alan y les va a dejar solos para ver si así María da
un paso, aunque ella tenga que darles un pequeño
empujoncito. No ha detectado interés por parte de Alan,
pero sabe que si le da una oportunidad a su amiga para que
la conozca, el segundo de los Smiller caerá a los pies de la
joven. Ambos muchachos ven como se aleja Samanta.
Alan duda un momento y decide que le gustaría dar
un paseo.
– ¿Quiere acompañarme a pasear? – Alan le sonreía.
– Será un placer. – Emocionada María.
– ¿Lleva muchos años viniendo? – pregunta con curiosidad
Alan.
116
Amor entre uvas en Australia
– Sí – sonríe María. – Cada año desde hace ya mucho
tiempo, pero si Dios quiere este será el último.
– Cuando alguien dice eso es porque quiere creérselo o
porque realmente las cosas le están saliendo bien. – Dice el
joven con suavidad para que no parecer grosero. – ¿No te
dará tristeza dejar esto? – Al joven empezaba a gustarle la
sonrisa de la joven latina.
– La verdad es que sí, me he acostumbrado a esto, a pesar
de las faltas de comodidades. Me gustan las reuniones
después del trabajo; los cantos durante la recogida; el baño
en el lago o en el río, dependiendo en donde nos
encontremos. Echaré de menos las discusiones por el amor
de alguien, que se da en muchas ocasiones en este trabajo.
Me encanta ser cómplice de mi entorno. El comer en
grupo; reírnos de cosas que por lo general no te reirías.
Abrazarnos cuando empezamos la temporada y llorar
cuando nos despedimos hasta la siguiente. Dormir viendo
las estrellas. Oír contar a los viejos historias delante de una
hoguera. Ver aparecer el sol sobre las viñas y salir la luna al
llegar la noche. – Los ojos de María brillaban.
– Me gusta como ves el mundo María. – Dice con tristeza
Alan.
– Si usted quiere y mira bien, puede ver su entorno de la
misma manera que yo.
– No – se ríe Alan. – Yo tengo muchas cosas en que
pensar... en quienes pensar, como para observar las cosas
hermosas que me rodean.
La noche iba cayendo lentamente, como siempre la
luz de la luna alumbraba aquellos que buscaban la
protección. de aquella hermosa luminosidad, brillante y
candente como una gran hoguera en noche oscura. La
joven argentina hablaba de su infancia con tanta vida, que
Alan iba hechizándose por aquella voz tierna. Los ojos
verde aceituna de María brillaban mostrando una gran
satisfacción por su pasado. El cabello de la joven se había
Amor entre uvas en Australia
117
alborotado al acariciar una pequeña brisa su delgado
cuerpo; habían llegado al lago y María soltó un pequeño
suspiro de añoranza de aquellos años que viviera llena de
amor, rodeada de toda su familia. Al ser la única hembra
entre sus hermanos, se sintió siempre protegida por tanta
hombría, como le llamaba ella. Jamás habían tenido mucha
suerte económica, su padre montara en sus primeros años
de matrimonio un pequeño negocio, pero la mala suerte
que siempre les brindara el destino. los obligara desde
siempre a desplazarse en busca de trabajo. La primera vez
que María viera Mess-Stone tendría alrededor de dos años, no
lo recordaba, pero su madre le contaba que desde siempre
sentía pasión por los viñedos y que aquella primera vez al
ver desde fuera la mansión le había dicho “mamá es un
gigante que se come gente”.
El silencio los envuelve por unos minutos, Alan la
observa mientras ella en su pasado y su silencio mira el
brillante y tranquilo lago.
– María. – ella lo mira, la juguetona brisa también había
revuelto el cabello del joven Smiller, le sonríe provocando
en Alan un temblor que no había sentido desde sus años de
adolescente. – ¿Volvemos? – A María le hubiera gustado
retenerlo más tiempo. A la edad de doce años María estaba
jugando con una de sus muñecas, una de esas que ahora ya
no se fabrican, con cuerpo de trapo y cabeza de porcelana.
La estaba vistiendo, sentada y entretenida entre los pinos
que separan la playa y el laberinto. De aquella llevaba el
cabello corto, su cara manchada de barro, llevaba puesto
unos pantalones cortos y una camiseta de tiras de uno de
sus hermanos, en toda ella no fluía ni un apéndice de
feminidad. Tenía en sus manos unos pequeños pantalones
de su muñeca e intentaba vestirla, tan entretenida estaba
que se sobresaltó al oír una voz tras ella que le decía “No
debería estar aquí”; la muñeca se le cayó de las manos y la
porcelana que formaba la cabeza de la misma se hace
118
Amor entre uvas en Australia
añicos. El joven se acercó a ella mirando aquellos cientos
de pedacitos que, hacia poco, formaban la cabeza de una
muñeca. La niña miraba sus manos sin creerse que aquello
pasara y sintió rabia por aquel joven que para ella era el
culpable de tal tragedia. El jovencito vuelve a hablar “¡qué
pena! Pero ya eres demasiado mayor para jugar con
muñecas y menos siendo un chico”; sin más el joven se da
media vuelta y se va diciendo “esta es zona privada, no
debería estar aquí”. María ofendida y dolida se puso en pié
y mientras veía marchar al joven pisaba la muñeca con furia
jurando no volver a jugar con ellas. Se convirtió de golpe en
una adolescente dolida y se prometió así misma ser una
mujer femenina. Pero también entre ese dolor de niña su
corazón comenzó a latir por aquel mocoso arrogante que se
había convertido en Alan Smiller.
Durante el camino de regreso Alan le contaba a
María cómo sus antepasados crearon Mess-Stone, ellos eran
la sexta generación de Smiller.
– Pero no llevan ustedes el apellido Smiller.
– Tutéame, por favor – le dice sonriendo, – creo que ya
somos amigos.
– Me parece bien. – Un breve silencio que se rompe por
María. – Su madre y su abuela han roto de alguna forma el
apellido Smiller.
– El que no llevemos el apellido no quiere decir que no lo
seamos. Kurt lo expandirá. Conociéndolo como lo conozco
tendrá un varón en algún momento de su vida.
– Eso no se puede controlar, puede tener solamente
mujeres.
– Créeme, la naturaleza no se le resistirá... él dice que
también le teme.
– ¿De verdad crees que le temen? – La joven preguntaba no
muy convencida de la respuesta.
– Yo no creo que Kurt deba ser temido, no entiendo
porque produce ese sentimiento, nunca le he visto levantar
Amor entre uvas en Australia
119
la voz a nadie... ni ser grosero, o prepotente... no sé
realmente de dónde sale esa fama.
– Será, supongo, por su falta de cercanía con el mundo. –
Se vuelve a sentir el silencio, – siempre distante, tan serio y
tan seco cuando da órdenes.
– ¿No crees que tiene demasiados en quién pensar como
para detenerse en esas pequeñeces?
– No son pequeñeces, Alan, le falta un poco de vida... pero
creo que puedo entenderlo, creo que yo no podría hacer su
trabajo.
Ambos van paseando, Alan le habla a la joven de su
niñez, pero sin la misma pasión con el que ella hablaba de
los suyos, sin embargo, sí con el mismo calor.
Habían llegado al comienzo del campamento, María
casi inconscientemente mira a su izquierda viendo como las
copas de los pinos les brindaba con un suave baile. Ella
sonríe recordando su primer encuentro con Alan, siente un
leve pinchazo por aquel percance, pero esa noche había
compensado con creces aquel malestar.
Kurt miraba el reloj con insistencia, hoy Samanta se
retrasaba y él se impacientaba. Mira el cielo “seguramente
esta noche llueva y eso no es bueno para la recogida, nos
retrasará el trabajo. Se ha levantado viento, si aumenta la
velocidad se nos estropeara gran parte de la Shiraz”. Sus
facciones se tornaban serías. “Si Sam se retrasa más, quizás
no podamos estar juntos mucho tiempo. ¿Qué me está
pasando con Sam? No consigo dejar de pensar en ella en
todo el día. Me comen los celos simplemente en pensar que
está alrededor de tantos hombres jóvenes, la verdad no
debería estar aquí, pero ya pronto me divorciaré y entonces
podré...”
– ¡Buenas noches Kurt! – Esta vez es ella quién lo
sorprende.
120
Amor entre uvas en Australia
El cálido sonido de la voz de Samanta hace salir de
sus pensamientos al joven, la miraba extasiado.
Aunque el tiempo parecía estar cambiando no hacía
frío, por eso Sam llevaba un short vaquero con pinzas,
bastante corto, de color azul gastado, el pantalón era de
talle bajo, a ella le gustaba llevarlos así, porque siempre se
encontraba con que el tiro de los pantalones eran
demasiado largo. Tenía la cintura forma de trenza haciendo
que el pantalón se cayera sobre la cadera. Llevaba también
una blusa hecha a ganchillo de sisas que le llegaba a la
cintura, dejando ver mimosamente su ombligo, la blanca
blusa invitaba a sugerir lo que tapaba.
– Vas casi desnuda. – Dice el joven con sentido de
posesión.
– No digas tonterías, no se ve nada.
– Pero sugiere mucho y yo te quiero solo para mí. – Ella lo
mira sin entender. – Él se acerca y la besa.
– Me lo pones difícil para que me contenga. – Le susurra.
– No pretendía...
– Sí que querías, – le corta él en el mismo tono que antes. –
Todas las mujeres sabéis lo que a un hombre le vuelve loco.
– Yo, – Kurt la sigue besando.
– Hoy has tardado más en aparecer, creí que ya no
vendrías. – La joven ardía en pasión, el no cesaba. La
respuesta que el cuerpo de Samanta transmitía, a él, lo
descontrolaba.
– No seas tonto, – le murmura ella. – Hoy he tenido un día
muy complicado.
– Me lo puedes contar, a veces también sé escuchar. –
Seguían los besos y las caricias. Y sus voces eran lentas, con
un tono bajo, las palabras entrecortadas.
– Si continúas... no puedo...
– Es que no puedo detenerme. – Susurraba con calor.
Amor entre uvas en Australia
121
Kurt se sienta en la arena resignado, la mira a los
ojos, están llenos de deseo, aun no puede entender como es
capaz de contenerse.
– Te escucho. – La joven se sienta a su lado, está
decepcionada, pero sabe que es lo mejor.
Samanta va contando lo ocurrido lo más exacto que
puede, intentando ser lo más objetiva posible. La historia va
acompañada de una serie de gesticulaciones que a Kurt le
hacen gracia, sin embargo, al mayor de los Smiller le
preocupa el incidente que Sam ha tenido con su hermano
Josué. Observando que ambos jóvenes tienen el carácter
muy parecido y ello les va a traer problemas. Va a tener que
tomar cartas en el asunto, para cortarlo de raíz, sino
seguramente sigan peleándose durante toda la recogida de
la uva, y eso sí, que él como dueño no puede permitir. El
que Sam se salte el mando, que Josué abuse de su autoridad
y que sus hermanos se encuentren en una situación pública
que no puedan controlar.
– Deberías tener más cuidado con... con el joven Josué. –
Kurt se lo dice como advertencia, ella lo toma como
consejo.
– Es un insolente. – Dice la joven enfadada sólo de
recordar el percance.
– Es tu jefe, te guste o no. Ya sé que no forma parte de tu
trabajo soportar las impertinencias de un joven tan
temperamental, pero en todos los trabajos hay algo que
aguantar o a alguien, reconoce que te has pasado un poco...
bastante. A ti también se te han ido los papeles.
Samanta reconoce que sí, que ella no debería haber
dejado que Josué la hubiera llevado a un estado de
descontrol, hasta perder los papeles.
– Lo peor de todo no ha sido eso. – Dice la joven
dubitativamente.
– ¿Hay más? – Sorprendido Kurt.
– Estaba tan enfadada que... le pegué.
122
Amor entre uvas en Australia
– ¡Qué me dices, Sam!
– Le pegué, me llamó bruja y se me fue la mano... bueno...
le pegué antes de lo de bruja. Quise volver a propinarle
otro golpe... pero Alan me tenía bien sujeta, creo que si
John no sujeta a Josué me la devuelve bien dada. ¡Vamos
que me la tenía bien merecida! María me ha dicho que los
hermanos se fueron enfadados entre ellos.
– Sam... Te has puesto en una situación...
– Lo sé, no me digas nada. En mi vida me había
comportado así, jamás tuve un problema con nadie, he sido
inteligente a la hora de evitar las discusiones y más si
conlleva pelea. – Resopla – No lo entiendo Kurt, pero
desde que estoy en este país siento que no soy yo, que no
tengo control.
– Tiene que haber un motivo para eso. – Kurt la miraba
pensativo, preocupado. – Así que has conseguido que los
hermanos Smiller se peleen.
– Sí, tenías que ver la papeleta cuando llegó Richard; Alan
sujetándome para que no me echase a Josué y John
agarrando al hermano, la gente mirando y cuando Richard
llegó nos puso en su sitio a todos. Mañana tengo que ir a
verlo, seguramente me despida, porque ahora que lo
pienso, yo en su lugar... me echaría del trabajo. – Pensando
en voz alta. – Ni Alan creo que pueda evitar que me
despidan después de la que hemos armado Josué y yo. Por
supuesto no lo van a despedir a él...
– ¿Alan? – Interrumpe el joven celoso y Mosqueado. –
¿Qué tiene que ver Alan? ¿Por qué debería ayudarte él?
– No pienses lo que no es, sólo somos buenos amigos, ha
venido a disculparse hace un rato.
– ¿Por eso has tardado tanto? – Su tono cambia a resentido.
– No, la verdad es que no. – Sam le cuenta su regreso al
campamento.
– Veo que ya has conocido a todos los Smiller.
Amor entre uvas en Australia
123
– Muy simpático, – con una mueca de burla, – pero
solamente me queda al jefe, al hermano mayor, al ogro.
Cuando se entere de la que he liado seguro que él mismo
me destierra del país.
– ¿Es ironía lo que estoy oyendo? – Kurt estaba en guardia.
– Me parece un arrogante lleno de soberbia. – En realidad
no pensaba lo que decía.
– Sí no le conoces. – Kurt se molesta, cómo puede hacer
balance de quién no conoce.
– Ni tengo ganas de conocerle. – Hace una pausa. – Es
curioso, pero no he oído a nadie decir nada malo de él que
no sea un cierto temor. Incluso diría que sienten más
admiración que temor... pero sí, algo de temor también. Yo
pienso que debe ser un amargado rico, una fiera que alguien
tiene que domar.
– No pretenderás domarlo tú. – A Kurt le faltaba muy
poco para estrangularla.
– ¿Celoso? – Pregunta ella mimosamente.
– Puede. – Responde él enfadado consigo mismo por
competir con él.
– No seas tonto. – Samanta mira a Kurt con cariño. – ¿Es
así? Tú supongo que le conoces.
– Sí, la verdad es que si le conozco muy bien. – Se ríe para
dentro, cuando ella se entere... en fin. – No me parece un
ogro.
– Tengo curiosidad, – pensativa.
– Para cazarlo y domarlo. – Sigue su entonación celosa.
– Estas obsesionado. – Ella no entiende esos celos.
– Sí se trata de ti sí.
– Él nunca se fijaría en mí, por eso no te preocupes.
– Me tengo que preocupar de muchos por lo que veo, –
estaba pensando en Alan, tenía que averiguar que había
entre su hermano y ella, otra vez los celos lo devoraban.
– Kurt... – Con suavidad, Samanta le pone la mano sobre el
hombro con temor, el contacto hace que ella retiemble por
124
Amor entre uvas en Australia
lo que él la abraza. – ¿Crees que el silencio entre dos
personas es malo?
– ¿Y esa pregunta a que viene? – Él la vuelve a abrazar.
– No sé, nosotros estamos a veces en silencio.
– Yo creo que cuando el silencio entre dos personas no
molesta a ninguno de los dos, no es malo, a veces las
personas no tienen ganas de decir nada, no por no tener
que decir, sino porque quieren estar así. – Él le acaricia la
mejilla. – Por eso cuando no hablamos y simplemente nos
abrazamos en silencio, escuchando nuestros corazones y
nuestro entorno, sólo disfrutamos por estar juntos. ¿No lo
crees así, Sam?
– Tenía miedo a que cuando no hablamos, tú no estuvieses
cómodo.
– Tonta, – se ríe él. – Yo estoy con quien quiero, si no me
gustase estar aquí, ten por seguro que no estaría. – La besa
en la boca. Tenían una relación muy extraña, ambos lo
pensaban así, el tiempo hablaría por ellos y les indicaría que
hacer, pero ahora iban a disfrutar de cada día, cada segundo
que pudiesen.
Amor entre uvas en Australia
125
Capítulo 12
En la casa de los Smiller ya estaban terminando de
desayunar cuando la abuela tras observar a sus nietos, nota
que no han dicho nada en todo el desayuno; ni tan siquiera
Samuel que no deja de hablar por norma general, esa
mañana no ha dicho más que los buenos días.
– Me gustaría saber que está pasando. No pregunto a nadie.
– Madre no entiendo a que se refiere.
– Hija, tú eres poco observadora, no has advertido que tus
hijos apenas han hablado, que entre ellos no se dicen nada.
Samuel, – mirando a su nieto que no sacaba la vista de su
plato sin haberlo probado aún.
– Sí abuela, – en tono bajo y sin moverse.
– Creo que tu sabes algo.
– A mi no me preguntes, yo solamente soy un adolescente
que no entiende a los locos de mis hermanos.
– ¿Alan? – El joven abogado parecía pensativo, tampoco
había probado el desayuno, notó la anciana. – ¿Alan? –
Repite Ágata al observar que su nieto no le oyera.
– Sí abuela, ¿Decías algo?.
– Ya veo... ¿Qué ha pasado? – Pregunta la señora mayor
preocupada.
– No entiendo abuela.
– John ¿Me lo vas a contar? – Sigue probando suerte, saber
perfectamente que ninguno de los mayores le contaría nada
de nada, aún estando enfadados se respaldaban.
126
Amor entre uvas en Australia
– ¿El qué, abuela?
– Pues seguiré preguntando ya que de repente mis nietos
parecen no saber de qué hablo.
– Josué, – notando el moratón en el ojo mal ocultado. – Tú
no querrías contar a todos lo qué ha pasado y así saber por
qué no os habláis. Y viendo tu ojo...
– Sí abuela, – por un momento el joven iba a contar todo
para poder vengarse de la joven que tanto lo había
humillado, su ego estaba dañado. Además por culpa de ella,
sus hermanos, no se hablaban; pero después, tras la mirada
que sus otros hermanos le echaron, cerró la boca de mala
gana. – No puedo abuela...
Kurt entra en el cuarto, empezaba a notársele en los
ojos las pocas horas que dormía, sin embargo no por ello
tenía una apariencia de hombre menos interesante.
– Buenos días a todos. – Mira a sus hermanos, apreciando
al momento, que el altercado del día anterior con Samanta,
había provocado algún desacuerdo entre los hermanos
Smiller. Demasiado silencio para unos chicos que siempre
están inquietos. – ¿Qué pasa? – pregunta con ironía.
– Que tu abuela intenta hacer pesquisas, cree que algo pasa,
cosas de ella.– La madre de Kurt le sonreía.
– Pero en algo tiene razón, – dice Aitor, – no tienen el
comportamiento habitual, eso si es cierto.
– Ya veo. – Dice Kurt con tranquilidad.
– ¿Y bien? – Dice la abuela mirando al mayor de sus nietos
– ¿Tú no sabrás algo?
Kurt se sirve un poco café, lo bebe con parsimonia,
coloca la taza de nuevo sobre la mesa, mira a sus hermanos
y colocando las manos entrelazadas añade con mucha
suavidad.
– Yo te contaré lo que sé y lo que deduzco. – Los chicos no
podían creer que Kurt supiese algo, a Richard aún no le
podría haber dado tiempo a contárselo. Así que Kurt relata
lo que Samanta le había contado, rematando el relato con
Amor entre uvas en Australia
127
su deducción final. – Creo que se han reunido esta noche,
han estado hablando del tema, no se han puesto de acuerdo
y el resultado ha sido un enfado general entre hermanos.
Por eso no se hablan.
– ¿Quién te ha ido con el cuento? – Alan mira a su
hermano, sosteniéndole la mirada, como siempre que iban a
discutir.
– Soy Kurt Smiller, yo me entero de todo. – Levantando un
poco el tono de voz. – ¡Josué mírame! – El joven con
temor, sabe que de esta no lo salva nadie – te has pasado de
rosca, – el chico parece que va a decir algo, pero su
hermano mayor le corta. – Eres un Smiller y no debes
enfrascarte en una discusión como si fueses un
barriobajero, y menos con una empleada, ese carácter que
tienes te meterá en muchos líos, así nunca podrás tener el
mando en nada.
– Eres muy duro con tu hermano, Kurt, – dice la madre,
pero una mirada fulminante de su hijo basta para que la
mujer no diga nada más.
– En cuanto a vosotros dos. – Mirando a John y a Alan. –
Creo que el asunto se os ha ido de las manos, vosotros
menos que nadie deberíais haber evitado que ellos dos
discutieran y menos que llegasen a las manos. – El ojo
hinchado de Josué era evidente, a pesar de que Ángela
intentó ocultárselo con maquillaje para que Kurt no se
diese cuenta. – Si Richard no interviene... ¿en qué estabais
pensando? ¿Podéis entender el espectáculo que habéis
estado dando los cuatro? – El tono de voz de Kurt era
excesivamente alto, y para nada habitual en Kurt.
Levantándose y golpeando la mesa, colérico, se encara a su
hermano Alan. – ¿Qué te traes con esa chica?
– Creo que eso es asunto mío. – Ya todos son conscientes
de que la discusión va a ser por Sam, dándoles un respiro a
ellos.
128
Amor entre uvas en Australia
– ¿Tienes algo con ella? – Alan se levanta para marcharse,
pero Kurt lo detiene, colocándose enfrente de él – ¿Tienes
algo con ella? ¡Contéstame!
– Kurt, – regaña su abuelo, – no le hables así, detener la
discusión.
– Esta es mi casa y aquí se hace lo que yo diga.
¡Contéstame! – Estaba excesivamente furioso, pero Alan no
estaba dispuesto a que su hermano mayor le dijera con
quien hablar, a quién ver... su vida era suya y no tenía nada
que reprocharle.
– ¿Y si fuera así? Tú no mandas en mí.
– ¡No! ¿Me oyes? – Ágata observaba sin decir nada, su
nieto no era el mismo. Aitor le parecía estar escuchando a
su difunto suegro.
– No me lo puedes impedir, no te tengo miedo. – Uno
enfrente el otro, mirándose a los ojos desafiantes. –No se te
ocurra amenazarme, siempre he estado a tu lado, no tienes
ningún derecho a hablarme así. – Hace una pausa, parece
que ya entiende qué le pasa a su hermano mayor, así que
prosigue. – Pero para tu información, no, no tengo nada
con ella que no sea amistad, la misma amistad que tiene con
Samuel. En cuanto a tu casa... – hace otra pausa, – quédate
con ella, lo que respecta a mí me voy a dormir a Mula,
aquella también es mi casa, forma parte de mi herencia. Tú
no me puedes dar órdenes. Soy tu hermano y tu amigo, no
tu esclavo. Ojalá Samanta quisiera algo conmigo, yo no lo
dudaría ni un momento.– Era una sugerencia indirecta, que
Kurt no supo recoger.
Alan sale del cuarto dando un portazo, acción que
no había hecho nunca, mientras Kurt se acerca a la ventana.
El silencio pesa en el ambiente ¿qué le pasa a Kurt? Era la
primera vez que había levantado la voz, ni tan siquiera a
uno de sus empleados; desde que tenía el mando jamás se
había peleado con nadie y menos con su hermano Alan,
ellos siempre habían estado juntos, eran como uña y carne,
Amor entre uvas en Australia
129
las pocas veces que estaban en desacuerdo siempre lo
solucionaban hablando a pesar de que Alan siempre era
desafiante. ¿Qué le estaba pasando al mayor de los Smiller,
a la roca más fuerte de Mess-Stone?. Los chicos van saliendo
en silencio.
– ¿No crees que te has pasado? – Regaña Aitor. – Pero a ti
nadie te dice lo que haces bien o mal, eres el dueño de todo
como tu bisabuelo, mandas los demás obedecen. Admiro
en ti tu don de justicia, pero veo que has perdido esa
cualidad tan digna de respetar. – Mirando a su hija. – Tais
me gustaría que me llevases al centro, tengo que hacer unas
compras, si no te importa acompañarme.
– Claro que sí papá. – Tais mira a su hijo, ninguna
expresividad en su cara, le gustaría decirle que le quería que
le contase lo que le preocupaba y que lo tenía tan agotado,
tan cansado, pero ella... nunca había sido su madre para él,
así que dijera lo que dijese, Kurt la rechazaría.
Ya solos en el comedor, Kurt se sienta dejando caer
sus brazos, las facciones de su cara habían cambiado, ahora
reflejaban dolor, Ágata se acomoda a su lado y le obliga a
mirarla.
– Kurt, hijo.
– Lo siento, abuela, a mí sí que se me ha ido el control. No
me he comportado como un Smiller sino como un cretino,
como el peor de los seres humanos, nunca debí hablar así a
Alan, el abuelo tiene razón.
– El hecho de que lo reconozcas en el momento, te honra.
– Pero no me justifica. Nada justifica este espectáculo.
¿Cómo puedo enseñar a mis hermanos, si yo no sé
comportarme?
– Kurt, no seas tan duro contigo, eres un ser humano,
debes poder equivocarte, no puedes pretender ser perfecto.
Tus hermanos lo comprenden, créeme, no has perdido ante
ellos el respeto que te tienen, en tal caso están preocupados
por ti. Ellos son quién mejor te conocen.
130
Amor entre uvas en Australia
– Así lo crees, – la abuela asiente con la cabeza.
– Llevas unos días... – Titubeante, pero con voz suave y
con ternura. – No pareces el mismo, te he visto más
pensativo, pero no triste por eso no me he preocupado, no
obstante hoy no es simplemente lo que ha ocurrido con tu
hermano. Son tus facciones de preocupación... nunca te
había visto así. Tú siempre has sabido cual era tu lugar, has
sabido estar en todas las situaciones en las que te has
encontrado... Y me consta que ha habido veces que a pesar
de estar al límite no has dejado que nada ni nadie te
descoloque. Por eso es por lo que estoy preocupada,
porque sé que algo pasa.
La anciana acaricia la mejilla de Kurt. – Lo siento,
abuela, no te lo puedo contar.
– Kurt, tú nunca me has ocultado nada.
– Esto no te lo puedo contar.
Y besando a la abuela en la mejilla sale del cuarto,
dejando a la Sra. Smiller muy preocupada y pensativa.
Amor entre uvas en Australia
131
Capítulo 13
Aquella mañana Samanta no se había acostado,
tenía que presentarse a primera hora delante de Richard.
Para despejarse un poco decidiera ir a nadar un rato en el
lago; aun estando el agua fría le había ayudado a reactivarse
y estar fresca como una rosa.
El sol ya aquellas horas asomaba con fuerza, parecía
mentira que por la noche refrescara tanto y sin embargo, a
horas tan tempranas, se empezara a notar el calor. Aun
siendo un clima mediterráneo, ese año las olas de calor
durante el otoño prometían presentare con asiduidad.
Se encaminaba ya rumbo a los viñedos, pero aún
era temprano, por eso iba dando un paseo más que
andando. Por primera vez desde que llegara iba observando
el camino y todo lo que la rodeaba. Salía ya del
campamento dejando tras ella la playa y el lago, a su
izquierda hay un pequeño monte, mitad pinar, mitad lleno
de alcornoques. Iba desde el fin del campamento hasta el
final de la playa privada. El camino por el que ella va,
separa los verdes pinos de las casas de los trabajadores.
El camino termina en una rotonda que forma el eje
de una diversidad de ramificaciones del camino. Varios
caminos a distintas partes de los viñedos. En el centro de la
rotonda se levanta una gran torre de piedra con escaleras
exteriores, también en piedra antigua; al final del cual una
especie de terraza hace de mirador. Desde allí se divisa todo
132
Amor entre uvas en Australia
Mess-Stone. Si sigues recto el camino se convierte en una
ancha carretera que lleva al final o comienzo del rancho,
según como se mire.
A la derecha también una amplia carretera divide
los viñedos de otra fila de casitas, estas son más elegantes y
con pequeños jardines rodeándolos, se advierte que estos
son los de los trabajadores que viven todo el año en ellos.
Si siguiésemos por esa carretera acabaríamos en el gran
almacén de Mess-Stone y lo más importante en este
momento para Samanta, a “Mula” en donde está el
despacho de Richard; pero ahora Samanta decide que va a
esperar un poco, aun le queda tiempo.
Decide subirse al mirador, hay dos cosas que
aterrorizan a Samanta, una son las alturas y la otra el
encierro. Cuando era pequeña no soportaba subir en
ascensor, así que cuando cumplió los 12 años decidió que el
miedo mejor era enfrentarse a él. Se fue al ambulatorio,
esos centros de salud de la seguridad social, aquellos
ascensores parecían cajas metálicas de las que daban la
sensación de que de allí nunca saldrías; por eso ella, aunque
no fueran muchos pisos, siempre iba por las escaleras, se
sentía más segura. Pero aquél día decidió subir y bajar en
ascensor hasta que su miedo mermase. Tardó dos horas en
superarlo, pero fue insistente. No es que le perdiera el
miedo, pero sí consiguió poder subirse a uno sin tener
pánico. Se acordaba que el bedel, tras verla la primera
media hora, le había dicho a que jugaba, ella llena de razón
le contó su idea, esto al hombre le pareció de valientes no
de niñas y no la molestó más. Cuando salía del ambulatorio
el caballero de la puerta le dijo “jovencita eres muy valiente,
deberías sentirte orgullosa de ti misma, ojalá todos los
adultos nos enfrentásemos a nuestros miedos con tanta
valentía.”
Samanta mira hacía arriba, se empieza a acobardar,
eso parece muy alto, pero bueno, hoy se siente con fuerzas
Amor entre uvas en Australia
133
para hacerlo. Desde que llegó a Mess-Stone, ni siquiera había
mirado para el alto muro, le imponía demasiado, sin
embargo, era hora de hacer algo por ese temor a las alturas
y no llegaba con ser valiente y mirar el final; tenía que subir
hasta arriba y después mirar. Lo de subir... aún se iba
convenciendo... pero lo de mirar... eso eran palabras
mayores.
Comienza a subir las altas escaleras de piedra,
estaban talladas, no dejaba de mirarlas puesto que no se
atrevía a mirar al horizonte. Una vez arriba cierra los ojos,
siente como las piernas le tiemblan y decide sentarse en el
suelo hasta volver a coger valentía; ya no para poder mirar
lo que seguramente desde allí se divisaba, sino para poder
tomar fuerzas y así bajar. Las escaleras eran de caracol, se
aferraban a la torre como si fueran lapas bien prensadas.
Las piernas dobladas y la cabeza sobre sus rodillas, la joven
esperaba que el miedo comenzase a cesar. Así la encontró
Kurt.
– Sam. – Ella parecía no oír. – Sam. – Kurt se inclina frente
ella. – Sam. – Vuelve a repetir con preocupación al ver que
ella no contestaba. – Pequeña. – Samanta reacciona, le mira
como no viéndolo, sus ojos estaban llorosos, se la veía igual
que una niña pequeña que se hubiese perdido.
– Kurt... Kurt... tengo pánico... me asustan las alturas...
pensé que podría superarlo si subía hasta aquí, pero tengo
mucho miedo.
Kurt la toma en sus brazos. – Ven cariño, yo te
ayudaré a bajar, ven. – Él la ayuda a ponerse en pie, ella se
levanta y se aprisiona a aquel cuerpo que le da tanto calor y
tanta seguridad. – ¡Eh! – Le dice con cariño. – A mi lado no
te pasará nada. Te lo prometo, – casi en un susurro. – Yo
cuidaré de ti. Te voy a dar la vuelta y yo te sujetaré, de esta
manera podrás ver lo hermoso que es todo esto desde aquí.
– Con mucho cuidado le da la vuelta, ella tiene los ojos
cerrados, él rodea con sus brazos la cintura de Samanta,
134
Amor entre uvas en Australia
baja un poco la cabeza para murmurarle al oído. – Abre los
ojos y mira lo hermoso que es Mess-Stone.
Al abrir los ojos ella tiembla, pero él la aprisiona
más contra él y ese temblor va desapareciendo ante la
seguridad que Samanta siente entre aquellos brazos.
Lo primero que ve es él lago, justo enfrente de ella,
un inmenso mar de agua brillante por la mañana que
asoma; ese día brilla de una manera especial, porque así es
como ambos lo ven.
Se ve a su izquierda pequeñas tiendas de campaña y
filas de albergues. Más arriba las casitas de los trabajadores.
Kurt la gira despacio hacía la izquierda, ahora de frente ve
los viñedos. Grandes extensiones de hermosas parras
formando un grandioso manto verde, castaño, blanco,
negro… En realidad hay parras por todo el rancho. La
vuelve a girar otra vez a la izquierda hasta quedar casi de
frente a la mansión, desde allí aquella gran casa ya no
parece tan inmensa, pero no por ello menos hermosa o
señorial. Lindando a la mansión había un jardín muy
especial, le llamaban “Ciudad Jardín” porque los arbustos
estaban finamente tallados dando forma a una pequeña
ciudad, su gran variedad de flores daba la sensación de estar
en un mundo de colores. Ciudad Jardín iba desde una
entrada lateral de la mansión hasta terminar en el laberinto
en donde Samanta conociera a Nico. Continúan los
alcornoques, el pinar y la playa, pero mirando más allá de
ciudad jardín queda una maravillosa selva; grandes jardines
con fuentes, árboles de gran variedad, pequeños arroyos
artificiales... Mess-Stone era como un Pazo gallego muy
grande, pero sin viñedos y sin playa, ni lago. Kurt la va
girando poco a poco hasta volver a dejar enfrente de ella el
reluciente lago. Luego la gira quedando los dos uno
enfrente el otro; se miran a los ojos, él apoya su frente en la
de ella.
Amor entre uvas en Australia
135
– Hay viñedos en todo el rancho, por todas partes, en
todos los rincones.
– Sí, es la pasión de la familia.
– Desde aquí es como si uno estuviera en el cielo, – dice
ella con agitación.
– Desde aquí y a tu lado parece como si estuviésemos en la
cima del universo, – y la besa, un beso largo, cálido, lleno
de pasión, de ternura, de esperanza.
Mula está más allá del almacén, es una pequeña casa
de una planta, queda rodeada por viñedos, la bodega y por
rocas... enormes rocas y por otro el lago, si trazáramos una
recta atravesando la casa a lo ancho, una punta del
segmento tocaría los viñedos y el otro el lago.
Mula fue la primera casa que se construyó en MessStone, una hermosa vivienda en piedra y madera, una
alfombra de césped rodea la casa, grandes ventanales por
las cuatro paredes que la forman, dos caminos de piedra.
Encima de los caminos que llevan a las viviendas, un
hermoso tejado de viñas, una de uva blanca y la otra
entrada de uva negras. Los caminos terminan en dos
puertas principales en dos frontales distintos. Una de ellas
da paso a una pequeña vivienda con dos habitaciones, una
sala y un baño. La otra da acceso a las oficinas de los
viñedos de Mess-Stone en donde Richard tiene su despacho.
Samanta llama levemente a la puerta, ahora no tiene
miedo, ni tan siquiera está a la defensiva, el episodio con
Kurt en el mirador la ha apaciguado, está contenta y piensa
que si Richard le riñe ella no dirá nada, es más, hoy se
disculpará con Josué, ella ha tenido gran parte de culpa.
– Siéntate Sam, – tres días vendimiando y ya todo el mundo
le llama Sam, ahora a ella esto le gusta, sí, realmente le
gusta.
Tras la puerta de entrada asoma el despacho de
Richard, un cuarto amplio, con un gran ventanal, bajo la
136
Amor entre uvas en Australia
cual se encuentra una enorme mesa de despacho en forma
de L, ésta es de color castaño claro, por lo que deduce Sam
que es de pino, o eso a ella le parece. La muchacha se sienta
enfrente del apuesto joven, o no tan joven. Richard está
entretenido en una marea de papeles, momento que
aprovecha Samanta para observarlo. El joven tiene
facciones serías, moreno, cabello castaño, bien peinado,
con la raya en medio, los dedos largos sujetan un bolígrafo
plateado, parece plata, tiene una inscripción que ella no
puede leer, pero que deduce que seguramente alguna
jovencita le ha regalado. Lleva una camisa negra de manga
corta, ella piensa que le quedaría mejor una de color claro,
por su piel tostada, pero esa tampoco le queda mal. Lleva
desabrochados tres botones, se ve bien planchada, muestra
de que alguien se ocupa de él porque un hombre como él,
tan ocupado, no parece tener demasiado tiempo para esas
cosas, son de mujeres, piensa la joven con cinismo, pero
con una sonrisa
Ella cruza las piernas y gira la cabeza, un monitor
de ordenador ocupa la parte izquierda de la mesa y un
portátil a la derecha. Hay muchos papeles pero muy
ordenados, Richard parece que se detiene en el orden y el
detalle, utensilios de oficina recorren toda la mesa.
Los ventanales están cubiertos por unas hermosas
cortinas naranjas y lámparas amarillas, dan un colorido
destacado al cuarto. A la derecha de donde se encuentra
Samanta hay una gran figura de madera algo abstracta,
parece ser un hombre de rodillas apoyado en un bastón,
como los peregrinos cuando en año santo se postran ante el
apóstol en Santiago de Compostela. Detrás de Samanta hay
estanterías llenas de carpetas y libros, seguramente
relacionados con los viñedos, vinos... observa uno desde
donde ella está, sí, puede leer, “vino dulce” seguro que
todos ellos tratan sobre vinicultura. También se puede
observar un par de grandes archivadores con cajones.
Amor entre uvas en Australia
137
Richard levanta la cabeza y la mira.
– Sam, – dice pausadamente. – ¿Te gusta trabajar en esto?
– No entiendo, – ella sonríe pero con desconfianza.
– Es simple. ¿Te gusta trabajar en esto?
– No me desagrada, creo que cada día me gusta algo más.
– El caso es que lo haces muy bien, aunque no encajes,
sirves para esto. ¿A qué viniste? – Le pregunta mirándola
fijamente a la cara para ver su expresión.
– Tú me has mandado venir. – Contesta la joven con
suavidad.
– No te hagas la lista, – él la mira a los ojos, – dime la
verdad. – Con severidad.
– Vine a averiguar algo... creo que sobre mi misma.
– No perteneces a este mundo, eres distinta a la gente que
viene a trabajar. Hay en ti demasiada seguridad, no es
rebeldía, casi diría que vanidad. La escena que presencié es
más típica de gente currante, con algo de vulgaridad, no
encaja en tu persona.
– No es cierto, soy como esta gente, la única diferencia es
que yo no vine por necesidad económica y eso me hace
más subversiva. Cuando la gente trabaja por una enorme
necesidad es más fácil de controlar.
– ¿De verdad crees que los controlo por su necesidad? ¿No
crees que simplemente obedecen las órdenes que se les da
porque es así como tiene que ser? Si yo dejase que hiciesen
lo que quisiera... no te entiendo. La gente viene a trabajar
no a pelearse, esas cosas se hacen fuera de horas de trabajo.
Es más, en este rancho hay unas normas que hay que
respetar o ¿Cómo crees que puedo controlar el orden, con
tantas personas conviviendo aquí cuatro meses, si no fuese
por las normas? Tú te has saltado una de las más graves,
que es la de armar camorra. Eso supone un despido. – Se
hace una larga pausa. – Necesito que dejes tu rebeldía.
Llevo tres días observándote, el primer día calculé que no
llegarías al segundo, hoy pienso que si quieres puedes llegar
138
Amor entre uvas en Australia
al final, eres muy perseverante y sobre todo testaruda y
orgullosa, cualidades que te dan para llegar a donde
quieras... pero...
– Puedo ser más obediente, y más condescendiente, y más
trabajadora y... – ella le había interrumpido y hablaba muy
rápido.
– Este no es tu sitio y tú lo sabes, aunque no quieras
reconocerlo.
– Uno es de donde quiere ser, sé que yo puedo.
Richard se levanta, se asoma a la ventana y
apartando la suave cortina mira a través de los cristales. –
No quiero más problemas, ni más peleas, ni más atrasos,
pero sobre todo no quiero más escándalos.
– Richard. – Él la mira. – No te fallaré, te lo prometo, no te
arrepentirás.
– Cuento con ello, sin embargo, mi instinto me dice que
algo no va a funcionar.
– ¿De verdad crees que desencajo tanto? –Tras una pausa.
– Sí, aunque me gusta que desencajes, eso le da un poco de
morbo al trabajo, te saca de la monotonía. Aunque no te lo
creas, a estas gentes les gusta tener algo para cotillear y tú
en sólo un par de días has dado más que hablar que en todo
un año.
– Sabes Richard, eso me gusta, nunca había sido el centro
de atención de nada ni de nadie, y ahora como quien no
quiere la cosa me he convertido en el tema principal de
todos. Acabarán vistiéndose como yo.
– No pueden aunque quieran, tu ropa es demasiado cara,
me extraña que nadie se diera cuenta.
– ¿Cómo no sabes que es de imitación? – Pregunta ella
asombrada.
– Porque lo sé, simplemente ese short ha tenido que
costarte lo que gana esta gente en una semana. Me intrigas,
quizás por eso no te despido si tu no te quieres ir
voluntariamente.
Amor entre uvas en Australia
139
– Pensé que serías más duro conmigo. – Dice la joven con
tranquilidad.
– Creo que nadie podría ser duro contigo, no me preguntes
por qué, no sabría contestarte.
Al salir Samanta se fija en dos puertas que están
entreabiertas, una parece ser un cuarto de baño y el otro
una sala de reuniones, porque aunque ella sólo divisa una
gran mesa redonda. es suficiente para sacar sus propias
deducciones.
Ya al salir Richard la llama. – Se me olvidaba, tienes
que firmar estos papeles y cuando puedas me traes el
pasaporte, me hace falta para el seguro.
Samanta toma en sus manos el bolígrafo que
Richard le ofrece y firma los documentos que le entrega,
antes de devolvérselo se fija en la inscripción “tu madre y
tu hermana te quieren”. Se había equivocado, no era regalo
de ninguna jovencita, sino de dos mujeres muy queridas
por él, segurísimo.
La joven se despide de Richard, pero antes de cerrar
la puerta le pregunta.
– Richard ¿Qué variedades de uvas son las que adornan
Mula?
– La blanca es Riesling, la tinta es Pinot noir. Estamos
experimentando con ellas, aún no sabemos si se dará bien
en esta zona en concreto.
Samanta sale pensando que esa familia está algo
loca, es obsesión por las viñas, es excesivo. También se le
pasa por la mente cómo va a engañar a Richard para que no
vea su pasaporte, la descubrirían.
Ni tan siquiera pasaran cinco minutos de la salida
de Samanta de Mula, cuando entra Kurt. Richard le echa un
rápido vistazo y devuelve la vista a los documentos que
tiene delante de él.
– ¡Has hablado con Sam! – muy nervioso.
– ¡Buenos días jefe! – Con recochineo.
140
Amor entre uvas en Australia
– Déjate de tonterías. – Pareces un adolescente.
– ¿Qué os pasa a los Smiller con esa chica? Parecéis
atontados. – Se ríe el capataz.
– Creo que es la maldición de los Smiller. – Haciendo un
gesto con la cabeza.
– Kurt ¿no te drogarás? – Se ríe otra vez Richard.
– Muy simpático. ¿Qué le has dicho a Sam? – Pregunta con
impaciencia.
– ¿Sam? – Le llamaba la atención que Kurt hiciera
referencia a Sam por su nombre y no por el apellido, él que
siempre había sido cuidadoso con el trato de sus
empleados. – Jefe... jefe...
– Déjate de tonterías Richard. Te estás alargando para no
contestarme inmediatamente... ¿A qué sí?
– Estás hoy muy inquieto. – Richard intenta poner más
nervioso a su jefe y amigo.
– Dime qué persona en este lugar la llame por su apellido. –
Richard se pone serio. – Ni tan siquiera tú le llamas por su
apellido.
– La verdad es que tienes razón. Me suena muy raro
llamarla a ella por su apellido. Me gusta más llamarla Sam.
– Bien pues aclarado esto... ¿Me vas a contestar?
– La despedí. – Miente el cuarentón para ver la reacción de
Kurt.
–¿Qué? No puede ser.
– Es broma. – Con una mueca de burla. Le propuse que
dejase el trabajo, pero ella se negó.
– Esa es mi Sam. – Dice espontáneamente el enamorado.
– Kurt... estas profundizando en algo que a lo mejor no
puedes controlar.
– Richard esa mujer tiene... no sé como decirlo... envuelve a
quien la conoce. – Apoyándose en una pared y con la
cabeza hacía atrás.
– Eso es muy cierto – Richard se ríe, – quise reñirle, pero
no pude. Está alborotando a la familia Smiller. Kurt ¿dónde
Amor entre uvas en Australia
141
está la idea de no mezclarse entre los recolectores para
evitar problemas? Mira que os habéis saltado todos la
norma.
– Las normas están para saltárselas. – Kurt se aproxima a
Richard ambos hombres estaban de pie ante una de las
ventanas. – La he liado en casa por celos con Alan. – Kurt
le cuenta a su amigo todo lo ocurrido horas antes.
– Kurt, tienes que poner fin a esto, – poniéndole una mano
sobre el hombro. – Alan no sólo es tu hermano, sino es tu
mejor amigo.
– Lo sé Richard, – con un suspiro, – tú sí has sabido llevar
toda la situación.
– Para eso me pagas. – suelta una risotada.
– Muy simpático.
– Vamos a trabajar o empezaremos a parecer dos hombres
que dan pena.
Nada más terminar de decir la frase hace aparición
Cintia en escena, la hermosa rubia llenaba la estancia con su
presencia.
– Kurt he venido para ayudarte, creo que es la mejor
manera de que estemos juntos.
– ¿Vas a trabajar tú con las manos? – Dice cínicamente
Richard. – Eso es nuevo.
– ¿Crees que no puedo hacerlo? – Protesta ella orgullosa.
– Bueno si es dando órdenes, quizás puedas conseguir que
alguien te llene el ego.
– Eres un cretino Richard. – Continua la joven enfadada.
– Me tienes aburrido Cintia, no sabes decir nada más. ¡Qué
poco original! Parece mentira que estudiaras una carrera, no
te ha servido para modales
– Tú que sabrás. Eres patético.
– ¿Queréis dejarlo de una vez? Yo sí que estoy aburrido de
oíros a ambos. Siempre peleándoos. – Los interrumpe
Kurt, que desde hacia años conocía el secreto de ambos
aunque ninguno quisiera reconocerlo.
142
Amor entre uvas en Australia
– No entiendo como es que aún está trabajando contigo,
después de todo no es tan imprescindible. – Espeta en voz
alta la joven rubia ofendida.
– Sería una estupidez si me echara. ¿No crees? Soy el mejor,
aun siendo imprescindible no encontraría a alguien tan
especial como yo que te dijera las cosas en la cara.
– Me voy y os dejo ahí a los dos, me tenéis más que harto.
– ¡Espérame!
– Hasta otra princesa, todo un placer haber discutido
contigo.
Cintia sabía perfectamente que Richard jamás sería
despedido, él formaba parte de la familia, se había criado
con ellos como uno más y era el capataz porque así él lo
quería. Además en algo tenía razón nunca encontrarían otro
tan bueno en su trabajo como él; porque Richard amaba
Mess-Stone, él y su hermana tenían parte de su herencia allí,
aunque ellos no la quisieran, los Smiller no la aceptaban.
La joven sale corriendo tras Kurt. Richard se
aproxima a la ventana y los observa a través del ventanal.
Recuerda a Cintia detrás de Kurt desde... sí desde que ella
tenía unos doce años, poco más joven que su jefe. Richard
sabía perfectamente que Cintia era muy válida para casi
cualquier tipo de trabajo fuese físico o de cerebro. No le
faltaban cualidades, el inmenso problema de Cintia era que
ella quisiese hacerlo; por eso si se empeñaba en coger uvas,
Kurt no la podría frenar, eso sí, sería posiblemente la mejor
recolectora.
Lo que si no entendía Richard es que Kurt desde
siempre dejase que Cintia se metiera en su vida, que de
alguna forma se resignase a tolerarla, aguantarla e incluso lo
atosigase. Sabía afinadamente que Kurt no amaba a Cintia y
ello a Richard le molestaba aunque no quería reconocer el
porqué.
De pequeños Richard odiaba a Kurt porque
siempre que estaba de vacaciones tenía que hacerle de
Amor entre uvas en Australia
143
guarda espaldas y eso lo encolerizaba, el joven Smiller
siempre metido en problemas de los cuales Richard tenía
que sacarlo, casi siempre el joven protector terminaba mal
parado.
A la edad de once años, Kurt se peleó con los
compañeros del instituto de la clase de Richard, porque
habían dicho algo terrible sobre su madre. Colérico se
abalanzó sobre ellos a pesar de ser minoría y los
muchachos mucho mayor que él. Cuando Richard corrió a
socorrerlo los hermanos Gans estaban enzarzados en él; un
muchacho gordo y pelirrojo sujetaba por los brazos a Kurt
y otro moreno delgado colocado sobre el pecho del
primogénito Smiller le propinaba puñetazos mientras le
gritaba “pídeme perdón y suplica...” El joven Smiller
mientras recibía los golpes decía “¡nunca, un Smiller jamás
se doblega!
A pesar de su corta edad Kurt era corpulento, para
nada gordo, pero si fuerte, se removía con rabia y no se
rendía. Richard interviene y aparta primero al moreno,
propinándole un buen puñetazo, este acto hizo que el
pelirrojo soltara a Kurt.
“ ¡Dejarlo estar! ” Gritó Richard, el cual intimidaba a los
muchachos porque su carácter fuerte y autoritario inspiraba
temor. Los chicos que hacían el corro se apartaron, alguien
dijo una estupidez y Kurt se encaró hacia la voz, pero
Richard más rápido lo sujeto. “Frénate, tú solo no puedes
con el mundo”
De camino a casa Richard preguntó a Kurt “¿por
qué no cediste, no veías que eran más fuertes que tú? ¿No
eras consciente de que eran más que tú? ¿Tan importante es
tu apellido que tu orgullo no te dejaba rendirte?”
Kurt Smiller mira a los ojos a Richard, este era un
poco más alto que él, pero ello no le impedía mirarlo con
superioridad, o eso al menos fue lo que le pareció a
Richard. Durante unos minutos Kurt le sostiene la mirada y
144
Amor entre uvas en Australia
a pesar de su apariencia desaliñada debido a la pelea; a
Richard para nada le pareció un joven simple. El cabello
revuelto le daba un aire de adulto, la cara marcada por los
golpes lo hacían parecer más reservado, la sangre del labio
inferior y de la ceja izquierda provocaba en él un aspecto de
luchador. En realidad todo él semejaba ser ya desde niño el
amo en el que se convirtió.
Tras unos segundos Kurt dice “¿No lo entiendes
verdad?” Y dándose media vuelta se fue de la vista de
Richard.
Debido a la pelea Richard fue castigado ya que no
cuidó de Kurt. No por ser hijo de una empleada, sino
porque como el mayor de los dos ese era su deber, como si
fuesen hermanos, pero en aquellos tiempos él no lo
entendía así. Días más tarde Richard preguntó al joven
porque no había abogado por él ante el bisabuelo, a lo que
Kurt le contestó “Ese era el trabajo que te encomendaron y
no lo has hecho bien” por esto Richard lo odió más. Kurt
tenía once años, Richard 16 y aún recordaba aquello como
si los años no hubiesen pasado.
Tres años más tarde Richard estaba fumando con
sus colegas y Kurt como siempre guardando las distancias.
Cintia estaba jugando con Ángela, ambas por aquel
entonces tendrían sobre los once años, Kurt 14 y Richard
19. Las dos muchachas empezaban a desarrollarse a lo que
uno de los amigos de Richard hizo un comentario grosero.
Richard para hacerse el valiente incita a más risas y bromas
a cuenta de las muchachas. Cintia que siempre había tenido
mucho carácter y que nunca había dejado que nadie la
menguara a pesar de su corta edad, provoca una situación
molesta para el joven.
Los ojos azules, de la joven rubia, se clavan en los
ojos castaños de Richard, con tanta intensidad y altivez que
por un segundo Richard se siente flaquear. Poco dura
porque su orgullo resucita sus malos modales y suelta otra
Amor entre uvas en Australia
145
grosería a la joven, ésta sin más dilema se levanta y
aproximándose a Richard, que permanece sentado, le suelta
una bofetada.
Richard ofendido por aquella niña de once años,
mal criada y arrogante se levanta y la besa como insulto, ella
se aparta y vuelve a darle otra bofetada, él la toma otra vez
y Kurt se introduce en la riña de tal manera que lo reta
insultándolo antes. Richard ofendido y con todo el odio
que siente hacia quien debe proteger, le suelta un puñetazo
que sin pensárselo Kurt responde. Las dos muchachas se
ponen a gritar, así que los chicos deciden sujetarlas y
taparles la boca para que no avisen a nadie mientras los dos
jóvenes mantienen su pelea.
Aunque Kurt tiene más cuerpo, está menos
desarrollado y Richard está más preparado, sin embargo, le
cuesta mucho esfuerzo derribar a Kurt. Tendido una vez en
el suelo, Richard desata toda su furia contenida durante
años en el cuerpo del joven. Golpe tras golpe le grita
“¡suplícame mezquino!” “¡Jamás me doblegaré a un
miserable como tú!” Contestaba Kurt. “Te mataré “
gritaba sin control Richard. “Pues mátame porque jamás
me doblegaré” con insolencia contestaba Kurt a pesar de
estar recibiendo una paliza.
Richard también recibió una buena cantidad de
golpes, pero Kurt se llevó la peor parte, la sangre corría por
su cara y un mal golpe provocó que el joven Smiller
perdiera el conocimiento. Es ahora cuando Richard es
consciente de que se le ha ido de las manos, la furia
contenida durante tantos años le hizo perder el control, se
había desquitado de algo de lo que Kurt no tenía culpa.
Llamaron una ambulancia y llevaron a Kurt al
hospital, nadie dijo nada, ni las chicas, ni tan siquiera el
joven Smiller. Permaneció una semana recuperándose.
Cintia dejó de salir con Ángela, la joven tardó años en
hablar con Richard y era sólo para decirse cosas
146
Amor entre uvas en Australia
desagradables. Ángela no le dirigió la palabra a su hermano
durante algún tiempo y Kurt Smiller se apartó no sólo de su
entorno, sino también del que consideraba su hermano.
El bisabuelo sabía que algo pasaba, pero pensaba
que era Kurt el que tenía que solucionar el problema, su
instinto le decía que el silencio de Kurt no era el temor,
sino la prudencia, conocía perfectamente a su bisnieto y
para su formación dejaría que él sólo arreglase el problema
a su manera, sin entrometerse.
Un par de meses más tarde Richard lleno de
incertidumbre y remordimientos fue a hablar con el amo de
Mess-Stone contándole la verdad de lo que había ocurrido
con la pelea. El anciano hace llamar a Kurt.
<<
– Kurt, Richard me ha contado lo que ha pasado realmente
cuando fuiste al hospital.
– ¿Y? – Dice el joven indiferente.
– ¿No tienes nada que decir al respecto? – Insiste el abuelo.
– No – flemático Kurt. Mientras Richard permanecía en
silencio, de pie, muy derecho pero con la cabeza gacha por
la vergüenza.
– Richard quiere disculparse. – Dice con calma el bisabuelo.
– No me interesan sus disculpas, no es a mí a quien tiene
que pedirlas.
– ¿Tú orgullo no te permite que admitas que te ha vencido?
– Sugiere el anciano.
– Él no me ha ganado, él es el que ha perdido. – Dice con
la misma tranquilidad con la que empezó.
– Kurt no se rindió, – dice Richard, – decía que era un
Smiller y mientras tuviese razón no se doblegaría a nadie.
– Hay veces que uno debe saber ceder. – Añade el amo de
la casa.
– Sí tengo razón jamás, aunque ello me lleve a la tumba, sin
principios no se vive.
Amor entre uvas en Australia
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– ¿Cómo puedo compensarte? – Dice Richard
sinceramente.
– ¿No lo entiendes verdad? – Pregunta mirándolo a los
ojos.
– Explícamelo porque no lo entiendo. Eres… primero
pensé que era orgullo, incluso soberbia, pero luego
comprendí que eras demasiado especial… se desborda en ti
una inmensa confianza en ti mismo, eso es lo que odiaba
realmente, que crees en ti, esto es lo que te da tanta fuerza y
provocas en los demás que se sientan tan pequeños. No es
tu dinero, ni tu nombre, es tu persona la que intimida.
La sala permanece en silencio, no hay incomodidad,
es como si ese silencio incidiera a reflexionar. El primero
en hablar es Kurt.
– Es a Cintia y a tu hermana a las que debes disculpas, yo
simplemente las defendí de un cretino. Si en vez de hacerte
el gallito te hubieras comportado como un caballero, nada
hubiera pasado y yo te seguiría viendo como lo, que me has
demostrado que no eres... mi ídolo. Tienes falta de
confianza en ti mismo. Deberías practicar la autoestima. Así
es como conseguirás el respeto de los demás. Si tú no crees
en ti, el resto tampoco.
Kurt se gira y se encamina a la puerta, cuando ya iba
a salir Richard lo llama.
– ¿Por qué dejaste que te machacarán los hermanos Gans
hace unos años? ¿Por qué no te rendiste?
– Si lo hubiera hecho estarían molestándome siempre, sin
embargo, a pesar de que me doliese todo el cuerpo, me
dejarían en paz porque sabrían que me defendería, con ello
consigo su respeto no por mi dinero sino por mi persona.
>>
Han pasado aproximadamente 20 años desde
aquello y Richard recuerda con claridad aquel día. Desde
entonces se convirtió en su compañero para todo, se había
ganado su respeto de por vida. Tardaron en ser amigos
148
Amor entre uvas en Australia
porque aquella pelea estropeó aquella posibilidad durante
mucho tiempo y siempre lo lamentaría, sin embargo, sería
su compañero incondicional, hiciera lo que hiciera su jefe,
sería incondicional. En todos estos años Kurt jamás había
decepcionado a Richard en nada, ni Richard a Kurt. Con el
tiempo llegaron a convertirse en hermanos, amigos y
compañeros.
En cuanto a Cintia durante años le pidió perdón,
pero ella se burlaba de él. Cuando la joven cumplió
dieciocho años Richard fue a felicitarla, ella se mofó de él y
ofendido la besó igual que cuando tenía los once años. La
electricidad fue la misma que aquella vez, así que para
protegerse uno del otro se hablaban como si odiasen,
cuando realmente era al contrario.
A Kurt le costó un poco convencer a Cintia para
que empezase a trabajar al día siguiente, una vez
conseguido decide ir en busca de John, no tarda mucho en
encontrarlo, pues está en el almacén de herramientas
recogiendo material que le hace falta en los viñedos.
– Te estaba buscando, – aproximándose Kurt a su
hermano.
– ¿Para qué? – Pregunta John con arrogancia. – Tengo
mucho trabajo.
– John, deberíamos hablar, y sobre todo buscar una
solución.
– Tú mandas. Los demás obedecemos. – Suspirando, – lo
has dejado bien claro esta mañana.
John se acerca a Kurt quedando ambos uno
enfrente el otro, ambos son casi de la misma estatura
aunque Kurt impresiona más.
– Lo sé.
– ¿Qué sabes? – Pregunta John.
– Que soy un cretino, lo siento. – Ambos se miraban a los
ojos, a Kurt le gustaba hablar con la gente mirándoles a los
ojos.
Amor entre uvas en Australia
149
– ¡Te ha costado pedir perdón!
– No, si sé que no tengo razón.
– ¡Serás cínico! – Con una sonrisa de burla.
– Ya has pensado que vas a hacer respecto a Sam y a Josué.
– Sí. – Dice John poco convencido.
– Creí que... estabas... enfadado y...
– Serás tonto, te conozco bien hermano, sé que si me has
dado el mando lo respetarás, aunque te den ataques de
celos.
– ¿Celos?
– Sinceramente crees que soy tonto y que me creo que tu
pelea con Alan ha sido por lo sucedido en el trabajo. –
Hace una pausa muy corta antes de proseguir, – creo que
ha sido por Sam. En cuanto a tu pregunta, Sam es cosa de
Richard al igual que Josué, él se encarga del personal y al
contrario que tú yo le dejo que realice su trabajo sin
entrometerme, aun cuando no siempre me gustan sus
decisiones. Sabe lo que hace y precisamente esa libertad
para tomar decisiones es lo que le permite hacer bien su
trabajo. Si fuese por mí, Sam estaría en la calle.
– Ya te he entendido. Lo siento, sé que tienes razón.
Richard no la ha despedido.
– Lo sé, le gusta más que los empleados solucionen los
problemas entre ellos a tener que despedir a uno, menos
cuando no le queda más remedio. Aun cuando las normas
dictan claramente que ambos se van a al calle. Mira Kurt,
yo no supe llevar la situación... Sam es demasiado
imprevisible al igual que Josué, ambos me descolocaron...
sinceramente si no hubiese sido por Richard que ha sabido
llevar la situación...
Kurt tira de John hacia el suelo para sentarse
ambos. Con mucha tranquilidad habla a su hermano más
joven que él para infundirle confianza.
– Richard lleva más años tratando al personal, por eso él es
quien trata con ellos. Él es como ellos, junto con su
150
Amor entre uvas en Australia
experiencia, lo hacen perfecto para su trabajo. Sin embargo,
ello no quiere decir que tú no sepas, el que tengas que
aprender no te convierte en un necio cara tu trabajo, al
revés te hace más experimentado. Si ocurriese otra vez algo
similar, sabrías perfectamente que hacer, estoy seguro.
– Lo bueno es que yo lo creo, – dice convencido John.
– La confianza que tienes en ti mismo hace de ti un jefe
fuerte. – colocándose en pie. – En realidad he venido para
decirte que busques un castigo para tu hermano y Sam.
Aunque no la despidáis, tenéis que hacer algo para dar
ejemplo. Sólo nos faltaría que los empleados se empezaran
a tomar ese tipo de confianza.
– La verdad es que ya sé que voy hacer con ellos, –
interrumpe John.
– Tengo curiosidad, – dudando Kurt, – pero prefiero que
no me lo digas.
– Como quieras, tengo que consultarlo antes con Richard.
El castigo no tardó mucho en llegar para los dos
jóvenes, a sí que a media mañana, Richard llama a Sam para
comunicarle que tiene un trabajo muy especial para ella.
John es el que se encarga de Josué, los cuatro se
reúnen en la parte posterior y exterior de uno de los
almacenes.
– ¡Veis todas estas cajas y aquellas! – Señalando con la
mano Richard. – Pues entre los dos tenéis que clasificar,
ordenar y colocar según corresponda.
– ¡Ah…! – Añade John, – a lo largo del día seguirán
llegando cajas.
– ¿Los dos solos? – Pregunta atónita Samanta.
– ¿No os creéis capaz? – Responde con otra pregunta John.
– ¡Claro que sí! – Afirma Josué.
– ¿Por qué tenemos que trabajar juntos? – Acentúa
Samanta.
– Eso digo yo, Sam retrasará mi trabajo. – Mirándola a los
ojos aunque está hablando con los dos varones.
Amor entre uvas en Australia
151
– ¡Eh niño! – Enfadada Samanta por esa observación de su
nuevo compañero de trabajo.
– ¡Ya vasta! – Dice con voz fuerte John. – Iros a casa,
haceros a la idea y mañana a primera hora empezáis.
Ante la protesta de los dos, qué refunfuñaban,
Richard les hace señas para que callasen.
El día prometía ser largo, Sam no veía la hora de ir
al lago, ella no había contado con el remate del trabajo a
mediodía, las horas hasta la noche iban a ser inmensas,
cuando uno tiene ansía por ir algún sitio el tiempo parece
pararse; así que decide coger su portátil y entretenerse.
Al rematar el trabajo en el campo, los jornaleros
comienzan a llegar al campamento. Sam se pone muy
contenta porque tiene ganas de charla con su amiga María;
que a su vez, nada más llegar, va a buscarla, la curiosidad la
esta carcomiendo por dentro. ¿Por qué Richard la mandó
para el campamento?
– Sam, – la joven levanta la vista de su ordenador y con una
amplia sonrisa. – ¿Qué ha pasado?
– Nada… que el jefe quiere que trabaje con Josué… nos ha
dado el resto del día libre para que nos fuésemos haciendo
a la idea, pero creo que no ha funcionado porque yo no
tengo ganas de trabajar con ese cretino, orgulloso y
pretencioso.
– No seas así, que tú tampoco quedas corta.
– ¿Tú crees? – Pregunta la joven sin sentirse ofendida.
– Sí, sinceramente te digo que te pareces más a ellos que a
nosotros.
– No digas eso, yo también he pasado lo mío.
– A mí me parece Sam, que poco has pasado… creo que
no sabes lo que es pasar necesidad, hambre, tener que
trabajar en algo que odias porque tienes que sobrevivir...
– No sé lo que es el hambre, tienes razón en eso. En
cuanto a las necesidades... al morir mis padres... poco
152
Amor entre uvas en Australia
tiempo estuve pasando necesidades... un mes, como mucho
dos. – Samanta estaba divagando, pensando en alto. Al fin
dice, – tienes razón María, yo no soy como vosotros, he
tenido mucha suerte en mi vida. Debería estar agradecida
por todo lo que me ha ofrecido la vida.
– ¿Qué haces aquí Samanta?, En este país, en este trabajo y
en este lugar.
– Prometo contártelo cuando regrese a mi tierra. He venido
a averiguar algo.
Samanta apaga el ordenador y se levanta.
– Vente a bañar, – dice María.
– No, lo siento, yo me voy a dar una vuelta.
– Me encantaría saber a dónde vas todas las noches, estoy
segura que tienes un romance… pero no puedo imaginar
con quien. – María estaba convencida que Samanta y su
hermano mantenían una relación en secreto. – Espero que
me lo cuentes en su momento.
– Te lo prometo, en su momento los secretos
desaparecerán.
Samanta sale corriendo hacia el lago, tiene unas
ganas tremendas de ver a Kurt, hoy en especial necesita
hablar con alguien, o mejor dicho de hablar con el hombre
que le está robando el corazón. Lo busca por la pequeña
playa, pero no está, por un momento un pensamiento
terrible se cruza por ella “y sí hoy no viene” eso la
desespera. Durante un par de horas da vueltas por la playa;
pasea, se sienta, se levanta, se sienta otra vez, otro paseo…
El cielo ha estado gris toda la tarde, parece que ahora de
noche empezase a clarear porque la luna estaba luminosa y
hacía de bombilla. Ya aburrida y rendida creyendo que Kurt
no llegaría decide irse, casi saliendo de la pequeña cala una
mano la sujeta y tira de ella colocándola enfrente de él.
– ¿Adónde vas? – Pregunta Kurt a la joven mirándola a los
ojos y colocándola muy cerca de él.
Amor entre uvas en Australia
153
– ¡Kurt! – Expresa con un brote de emoción Samanta. –
¡Creí que no vendrías! – Y lo abraza. Él, emocionado por
esa actuación espontánea de ella, la besa, un largo y tierno
beso…
– Me he entretenido un poco hoy, pero no podría dejar de
venir a verte, necesitaba mi dosis de Sam. Vamos a dar un
paseo.
Ella estaba harta de pasear, pero claro no era lo
mismo que con él, de la mano iban charlando del día, de los
nuevos acontecimientos. Cosas de la infancia, aleatorias...
que iban surgiendo. Las horas ya no pasaban lentamente
sino que volaban.
– No tengo ganas de trabajar con Josué, no me gusta que
me impongan un castigo como si fuese una niña pequeña. –
Se queja Samanta tras contarle la decisión de Richard y
John.
– No deberías tomarlo como un castigo, sino como un
reto. No para demostrar nada a los demás, en todo caso
aclararte a ti misma que puedes hacerlo.
– Sé que tienes razón, pero no sé si sabré trabajar con él.
– Inténtalo, es importante que sepas trabajar con todo el
mundo aunque no te guste la persona con la que tienes que
compartir trabajo.
– Lo haré lo mejor que pueda.
– Esa es mi Sam.
Ambos estaban sentados sobre una cazadora de
Kurt encima de la arena. Samanta se recuesta sobre las
piernas de Kurt mientras este le acaricia el cabello.
154
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 14
Pocos días vendimiando y la casa de los Smiller era
un vertedero de nervios y problemas para nada graves, pero
sí de adolescentes. Esa mañana en el desayuno se percibía
menos tensión, sin embargo, los jóvenes Smiller
continuaban sin casi hablarse. Aitor los observaba
preocupado, no le gustaba esa situación tan tensa entre sus
nietos. Ágata sigilosamente se acerca a su marido y le
deposita un cálido beso en la mejilla acompañado de un
apretón en los hombros. De los labios del anciano asoma
una leve sonrisa de complicidad con su mujer, entendía
perfectamente lo que ella pretendía transmitirle con ese
gesto. Le indicaba que no se preocupase, ya que todo
volvería a la normalidad, al igual que el mar embravecido en
una tormenta y que termina por amansarse.
– No sé porque tengo que trabajar con esa bruja.
– Culpa tuya por buscarte líos. ¡Tu orgullo estúpido!
– ¡Calla Samuel! – Regaña su madre.
– ¡Es la verdad! – Insiste el joven Smiller que estaba
enfadado con su hermano por pelearse con su nueva amiga.
– Demuéstrame que la astucia puede más que el orgullo. –
Determina John.
– Yo no tendría que demostrar...
– ¡Tienes qué demostrar quién eres! – Le interrumpe John
que tras un suspiro, continua. – Tienes que conseguir que
vuelva a confiar en ti, que no tengo que vigilarte; que puedo
Amor entre uvas en Australia
155
ausentarme tranquilamente y que tú seguirás mi trabajo
mientras no esté.
– No te entiendo, si alguien no me gusta ¿Por qué no
despedirlo?
_ ¿Puedo contestarle John? – interrumpe Kurt que aparece
en ese instante y oye a Josué.
– Por supuesto, – con sinceridad contesta su hermano, – te
agradecería que lo convencieras.
Kurt se aproxima a la mesa sentándose, eso sí,
dándole antes un beso a su abuela.
– Para que un jefe sea escuchado, respetado, y sobre todo
que acepten sus defectos... de alguna manera deberá ser un
líder. Me explico. Un empleado con temor a perder su
trabajo, que trabaje a disgusto..., pasará que no realice su
tarea correctamente. Estarás de acuerdo conmigo que una
persona
agobiada,
disgustada,
atemorizada
está
anímicamente y físicamente más cansada, por tanto rinde
menos. ¿Lo entiendes?
– Sí, no debí amenazarla, quizás ignorarla, le hubiese dolido
más.
– Bien, no iba por ahí. – Kurt permanece pensativo unos
segundos. – Te has equivocado, eso no es malo, hay que
tropezar para aprender por lo menos para fortalecerte.
Tienes que demostrarte que puedes trabajar con Sam, no
debe importarte que los demás crean que es un castigo.
Porque no lo es, acaso una prueba. John no te lo ha
impuesto como reprimenda y es lo que no comprendes. Tu
hermano lo hace para que aprendas a poder trabajar con
quien no te gusta. Las personas no son imprescindibles
pero si son necesarias. Míralo de la siguiente manera –
todos los hermanos escuchaban al mayor, siempre había
sido así, en realidad lo admiraban. – Demuéstrate que
puedes sacar algo positivo de Sam, te sorprenderá.
Manifiéstale con esta acción a tu jefe que puedes trabajar
con cualquiera, te guste o no, de forma objetiva, correcta y
156
Amor entre uvas en Australia
adulta. Y por último demuestra a los demás que aceptas las
consecuencias de tus errores, pero con la cabeza bien alta y
el orgullo que nos caracteriza a los Smiller.
Todos en silencio escuchaban al amo de Mess-Stone
pero como hermano mayor que era. El primogénito sabía
siempre que decir, ellos sí consideraban a su hermano un
gran líder. Los abuelos se miran y sonríen porque están
muy orgullosos de su nieto mayor. Sé que tienes razón –
dice Josué mirando a John, – no te preocupes jefe, haré
correctamente mi trabajo y no te defraudaré. – John hace
una señal de gracias a Kurt.
Pareciese que fuese a llover, a Sam le gustaba la
lluvia, era lo que más echaba de menos, pero no se sentía
triste. Acompañada de Antonio y María se encaminaban
hacia los viñedos. El cielo para nada despejado parecía
querer devorar los racimos de uvas. Se divisaba a Richard
como cada mañana agrupando a los trabajadores para la
jornada de cada día. Richard levanta la vista al oír la voz de
Sam aproximarse.
– ¡Buenos días Samanta! Te veo triste.
– Será que no me miras bien y eso me desmotiva.
– Sam; si yo fuera más joven no osarías hablarme así.
Muy seria Samanta. – Créeme jefe me gustaría tener
10 años más. Richard suelta una carcajada espontánea
poco usual en él. Con ironía añade. – Me alegra que estés
tan alegre esta mañana. – volviendo la vista sobre los
papeles que tenía entre las manos y sin mirarla, – Sam, ya
sabes lo que tienes que hacer.
No le da tiempo a contestar porque llega Josué y
tomando de la mano a Samanta tira de ella a la vez que
dice. – ¡Buenos días Richard! – mirando a la joven. –
¡Buenos días Sam! Nosotros tenemos cientos de cajas que
recoger.
Amor entre uvas en Australia
157
Josué.
Samanta se encoge de hombros y se deja llevar por
Apenas se hablaban, lo imprescindible para el
trabajo. Las horas se hacían largas y a pesar del cielo gris
hacia un bochorno que provocaba más cansancio en
Samanta, menos acostumbrada a trabajar y al clima
occidental de Australia. Sin embargo, ella no quería
descansar para poder seguir al compás de Josué. El joven al
principio no disminuía el ritmo de trabajo, disfrutaba
viendo a Samanta agotada. Richard y John eran conscientes
de la falta de compañerismo del joven Smiller, pero
consideraban que los jóvenes tenían que resolver los
problemas juntos.
A pocas horas de rematar la jornada laboral la
pareja sólo se habían detenido para beber agua.
– ¿Quieres descansar Sam? – Pregunta Josué sinceramente
al ver que su compañera estaba agotada. Sabía
perfectamente, que la joven necesitaba descansar.
Empezaba a sentir simpatía hacia ella porque la muchacha
había conseguido seguir su ritmo de trabajo, a pesar de que
le costaba más que a él. No había mermado en toda la
mañana y el hecho de haberse esforzado hizo que Josué se
sintiera orgulloso de trabajar con ella.
– ¡No! – Contesta con testarudez.
– Sam, yo estoy cansado aunque no lo refleje en la cara,
estoy más acostumbrado que tú, pero créeme que estoy
lacio. Si te parece bien podemos detenernos 15 minutos.
Samanta iba a soltarle una necedad, pero ante la voz
amistosa de Josué asintió con la cabeza y se sentó a su lado.
– Toma, – pasándole el agua a Samanta. – ¿Tienes hambre?
– La verdad es que no, – suspirando.
– Pues deberías comer algo o caerás enferma.
– ¿Acaso te importa? – Algo irritada.
– Sí, – sonriéndole Josué, – enferma no produces.
– Vaya, se me había olvidado que eres un Smiller.
158
Amor entre uvas en Australia
– No somos tan malos, deberías conocernos a todos bien y
te prometo que cambiarias de opinión. – Extendiéndole en
la mano un Yogur y una cucharilla. – Toma, no hace falta
tener hambre para comerse esto.
Samanta duda unos segundos, pero al mirarlo a los
ojos ya no ve en ellos esa mirada de superioridad que
provocaba la ira de Samanta.
– Trae me lo comeré.
– Buena chica.
Ya casi rematando la jornada Alan se acerca a
Richard y le hace señas para que mire hacia donde están
trabajando los jóvenes, Richard busca con la mirada a John
y acercándose a él.
– ¡Mira aquellos dos!
Los jóvenes estaban echados en el suelo, las cabezas
una contra otra y los cuerpos haciendo un triángulo.
– No pensé que tardaran tan poco en entenderse. Ni que
remataran el trabajo antes de la hora. ¡Menuda sorpresa!
– Pues ya ves, Richard, si le damos otro día se ponen en
nuestra contra. Los voy a provocar.
– Tú mismo, para eso eres el jefe.
John se aproxima a los muchachos.
– Chicos siento molestaros, pero si no termináis el trabajo
haréis horas extras sin cobrar.
– Ya hemos terminado.
– No, os quedan aquellas. – Señalando un camión que
entraba.
Samanta iba a decir algo, pero Josué más rápido le
tapa la boca. – No te preocupes jefe, terminaremos nuestro
trabajo a tiempo.
John mira a ambos haciendo un inmenso esfuerzo
por contener la risa por la situación de los muchachos y se
va.
Ya sin John delante. – ¡Oye! ¿Quién te crees que
eres? –Samanta estaba enojada, Josué más coherente y
Amor entre uvas en Australia
159
reflexivo que la joven. – Prefieres irte y dejar tu trabajo sin
hacer, quedando como una insensata irresponsable y que
sepan que no eres capaz de hacer algo que sí realmente
puedes.
– Yo no soy como tú, no me importa lo que piensen los
demás.
– Pues deberías, hay veces que es importante, sobre todo lo
que piensan las personas que nos importan.
– Entonces quédate tú que yo aquí no tengo a nadie.
– Bien adiós. – Decepcionado más que enfadado Josué ve
marchar a su compañera de trabajo.
Samanta deja al joven trabajando, al poco llega
Richard.
– ¿Y Samanta?
– Ella se ha ido. – Dice el joven como si no le importase.
– Tendría que estar aquí ayudándote.
– En realidad sólo falta mi trabajo por rematar, Sam ha
terminado el suyo. – Inconscientemente miente para
protegerla. Sin embargo, Richard no se lo traga.
– Pero sería de buen compañero no dejarte solo.
– Sam puede decidir por sí sola, es un derecho que tiene no
una obligación, – la vuelve a defender Josué. – Richard se
siente orgulloso del joven, había aprendido algo muy
valioso... el compañerismo.
– Claro que puedo. – Interrumpe la joven que aparece por
la derecha de uno y la izquierda del otro, por lo cual
ninguno de los dos advirtió que se aproximaba.
– ¡Sam, has vuelto! – Josué manifestaba abiertamente la
alegría que le daba el que Sam regresara.
– Nunca te he dejado, pero es que el baño queda un
poquillo lejos. – Mirando a Richard. – ¿Estáis seguros que
el trabajo que nos encomendasteis es para realizar entre
dos personas nada más?
– ¿Lo dudas? – Cínicamente Richard.
– Ya que lo dices sí.
160
Amor entre uvas en Australia
– No deberías dudar de tus jefes.
Josué colocándose de lado de Samanta y tomándola
por la cintura.
– Yo pienso que Sam tiene razón. Creo que tú y John os
habéis pasado, sin embargo...
– Vamos a demostraros que valemos juntos por cuatro – le
interrumpe Samanta.
– Y que no podéis con nosotros dos unidos – añade Josué
mientras Samanta asiente con la cabeza.
– ¡Vale! ¡Vale! Creo que lo mejor es irme.
– Sí, – dicen ambos jóvenes al unísono.
Ya Richard al lado de John le dice muy serio.
– Hemos creado un monstruo de dos cabezas. – John
suelta una carcajada.
– ¿Qué pasa? – Les interrumpe Kurt.
– Richard dice que esos dos, – señalando a Josué y a
Samanta que se les divisaba perfectamente desde donde
ellos estaban. – Nos devorarán como abusemos de ellos.
– Les habéis doblado el trabajo y no sólo se han dado
cuenta sino que lo están realizando.
– ¿Cómo lo sabes? – Le pregunta Richard sonriendo.
– Porque sois maquiavélicos juntos, ellos no son
estúpidos... tienen mucho carácter, pero de cernícalos ni un
pelo. Son trabajadores, orgullosos y forman un buen
equipo, con lo cual se os revelarán si ya no lo han hecho.
– ¡Qué graciosillo eres! – Dice John haciendo una mueca
muy cómica.
– Los dos juntos os tragarán como os paséis
provocándolos. Cuando me enteré de que los ibais a poner
a trabajar juntos, sinceramente, creí que tardarían algo más
en entenderse. Eso si antes, no se mataban a golpes. Me ha
sorprendido que en un solo día ya hagan más fuerza que
vosotros dos.
– Mañana los vamos a separar. – Comenta Richard.
Amor entre uvas en Australia
161
– ¡Qué pena! Con lo bien que lo están haciendo. – Con
cinismo Kurt.
– Voy a poner en practica lo mismo, pero con los
hermanos Smiller, incluyendo a John. – Dice con rin tintín
Richard.
– ¡Eh! – Sorprendido Kurt que mira a su hermano como
preguntándole.
– Se lo prometí, a cambio de un favor y si ha funcionado
con esas dos fieras, – señalando a Samanta y Josué. – Tiene
que funcionar con nosotros. ¿No crees que pueda
funcionar? Tú deberías unirte al juego.
– Ahí os quedáis los dos, – dándose media vuelta gira la
mano despidiéndose de ellos. – Hasta luego amigos.
162
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 15
El día había sido excesivamente largo para Samanta,
cuando llegó al campamento ya había anochecido.
Desganada para comer, entra sigilosamente a buscar sus
cosas para ducharse e ir a dar un paseo por la orilla del lago;
curiosamente no hay nadie en la tienda de campaña, no le
parece extraño y da gracias al cielo porque así no tiene que
hacer ningún comentario respecto al día.
Su tranquilidad no tarda mucho en disiparse cuando
Antonio la descubre en el lago y se acerca embelesado hacia
ella.
– ¡Hola Sam! ¿Qué haces? ¿Qué tal el día? ¿Cómo es que
has tardado tanto? Mi madre estaba preocupada...
– Espera... espera... no te embales. Siento mucho que tu
madre se preocupase, realmente nos ha llevado más tiempo
del que esperábamos.
– Lo que han hecho contigo es abusar. – Añade enfadado
el joven argentino.
– No, no digas eso. Desde que estoy aquí es la primera vez
que me siento satisfecha conmigo misma por mi trabajo.
El muchacho observa detenidamente a la joven; un
pantalón muy corto verde se amolda a su figura, a Antonio
le parece excesivamente insinuante. Una camiseta blanca de
tiras, muy corta que deja ver disimuladamente la barriga
perfecta de la muchacha; el amplio escote desencaja al
joven, que tiene que mover la cabeza, como si un bicho le
Amor entre uvas en Australia
163
picase, para volver a centrarse. Los pies de Samanta
refrescándose en el agua tibia provocando la preocupación
del joven, que piensa que se puede poner enferma con el
fresco de esa noche.
– Te resfriarás, el día no está precisamente...
– Me refresca mucho. – Le interrumpe ella con una voz
algo brusca.
– Sam, – tartamudea Antonio como temiendo hacerle la
pregunta, pareciera que se hubiese arrepentido, sin
embargo, haciendo un esfuerzo le pregunta tímidamente. –
¿Estás enfadada conmigo, te he hecho algo que te
molestara sin que yo me haya dado cuenta?
– ¿Por qué lo dices?
– Porque soy consciente de que me evitas.
Ambos permanecen en silencio unos minutos que
Samanta rompe.
– Lo siento, Antonio, no he sido consciente de ello. –
Mintió ella, era verdad que evadía al joven argentino, pero
era porque no quería que se enamorara de ella y él se estaba
volviendo demasiado atento, eso le parecía a ella, pero
también era verdad que no quería hacerle daño.
– Pues lo haces y muy a menudo.
– Antonio, me encantas, – hace una pausa para proseguir,
pero Antonio le interrumpe.
– Pero como amigo. – A Samanta no le pasaba
desapercibida, la cara de decepción de su amigo, por lo que
aproximándose a él le deposita un beso en la mejilla. Como
tiene que ponerse de puntillas y él agacharse un poco
debido a su altura, la sujeta por la cintura para facilitar tal
suceso.
Ninguno de los dos es consciente de que están
siendo observados por Kurt, que desde lo alto de la colina
donde está el pequeño bosque, sigue sin perderse todo lo
que está ocurriendo entre Antonio y Samanta.
164
Amor entre uvas en Australia
Antonio toma de la mano a Samanta y pasea a su
lado charlando animadamente del día que ambos habían
pasado; anécdotas del día laboral.
El paseo se alargó demasiado así que cuando
Samanta llegó a la pequeña cala privada, Kurt estaba más
impaciente que nunca, los celos lo carcomían y se le hacia
insoportable pensar que nadie osase tocar a lo que él
inconscientemente creía suyo, no por pertenencia sino
porque Samanta se había convertido el la dueña de su
corazón.
– Llegas tarde, – dice tirante Kurt y como siempre
sobresaltando a Samanta.
– He tenido cosas que hacer, es verdad me he demorado.
La realidad es que Samanta había intentado
escaparse de Antonio, pero le había sido imposible, a
medida que las agujas del reloj corrían, ella se iba
impacientando más. Y le dio las gracias a Elena cuando
llamó a su hijo para que le ayudara a hacer algo que ella no
entendió bien. Momento que aprovechó para correr en
busca de Kurt.
– Ha tenido que ser algo muy importante cuando te ha
entretenido tanto tiempo.
– Importante no, pero incómodo sí. – Samanta percibía
perfectamente la irritación del joven.
– Desde luego a mí no me parecía que estuvieras tan
incómoda.
– ¿Me has estado espiando? – Colérica Samanta y el tono
un poco alto.
– Y tú me has estado mintiendo, – más increpaba él.
– No es verdad. No podía sacármelo de encima.
– Yo no veía que él te incitara, fuiste tú quien lo besó. –
Acusaba Kurt.
Amor entre uvas en Australia
165
En ese instante comienza a llover fuerte, el agua
corría por ambos cuerpos mientras estaban enzarzados en
una pelea de enamorados.
– ¡Fue por compasión! – Más se enfadaba ella.
– Qué me estás tú diciendo, qué vas besando a todo el que
te va despertado compasión.
– No seas ridículo. – Samanta quería aclarar el
malentendido, no deseaba que Kurt pensase que ella
repartía favores...
– Eso tiene un nombre Samanta. – La joven le suelta una
bofetada y echa a correr. Era la primera vez que la llamaba
Samanta, eso le indicaba que estaba muy disgustado. Pero
más encolerizada estaba ella ¡cómo podía pensar que era
una cualquiera! ¡Cómo se atrevía!
Apenas había dado unos pasos, Kurt la alcanza, el
agua los había empapado a ambos. Él la toma por ambos
brazos y la zarandea.
– ¡Di que sólo era un beso de amigos! Sí te atreves. –
Increpa él.
– ¡Déjame! – Sollozando Samanta.
Kurt la suelta y se deja caer al suelo de rodillas –
¿Qué me estas haciendo? – Este acto a ella la desarma.
– Kurt, no ves que fue un beso en la mejilla. – Muy bajito y
muy cerca de él, no podría besar a nadie en la boca si no
fueras tú. Te lo juro.
Kurt la mira leyéndole en sus ojos que no le estaba
mintiendo.
El agua de la lluvia corría por el cuerpo de
ambos, pero parecía que no lo notaban. Por primera vez
desde que se conocían, es Samanta quien se acerca para
besarlo, un beso largo y lento.
Él se levanta y extendiéndole la mano a su amada. –
Ven, conozco un sitio dónde podemos resguardarnos de la
lluvia, cuando era pequeño siempre me escondía allí.
166
Amor entre uvas en Australia
Llegan a una cueva situada al final de la pequeña
playa; la entrada no se veía, la verdad; si no conocías el
lugar, malamente localizabas la cueva.
– Es muy original.
– Sí, toma, – le entrega una manta.
– ¿Y esto? – Señalando la manta.
– Siempre las he tenido aquí porque a veces me quedaba a
dormir, mi bisabuelo, que en realidad era el padre que
nunca he tenido, se pasaba horas buscándome. – Kurt se
olvida que Sam no sabe quien es y retrocede en el pasado
como si fuese un recuerdo reciente. Ella por ningún
instante se plantea el motivo de que él se escondía en MessStone – Cada vez que mi madre venía a verme y no me
llevaba con ella, yo me escapaba de casa y venía a
esconderme a esta cueva. Cuando llegaba a casa la cara de
preocupación de mi abuela… pobre, ella si ha sufrido por
mí, creo que nadie se ha preocupado tanto como ella. Un
día mi bisabuelo me siguió, es curioso, pero nunca le dijo a
nadie que yo tenía este rincón donde me olvidaba de quien
era... Le dijo a mi abuela que no se preocupara más por mí,
que estaba bien. Poco antes de morir me contó que lo sabía
desde siempre, pero que nunca dijo a nadie cual era mi
escondite y que él de pequeño también se escondía aquí.
Así que este ha sido mi refugio en mi juventud. Desde la
muerte de mi bisabuelo no había vuelto a pisar este lugar.
Sam mira a Kurt, parecía un hombre muy
atormentado y sintió un pinchazo en el corazón, un dolor
que no podía entender. Era consciente de que se había
enamorado de un hombre que le iba a traer muchos
problemas, porque es un trabajador de su marido, si la
descubriera acabaría con ambos.
Kurt la besa cálidamente, como siempre que sus
labios se encontraban, ella deja de pensar, quiere que la
abrace, que la bese, que la ame, por un momento olvida
quién es y se deja llevar por la pasión en la que Kurt la
Amor entre uvas en Australia
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envuelve. Siente como ella se pierde en ella y eso le gusta, la
satisface más, ambos pierden el sentido de razonar, saben
que sienten y todo lo demás deja de ser importante.
– Sería tan fácil. – Susurra ella. – Pero mañana... no, no
puede ser. – Sam habla envuelta por el ardor del momento,
murmura sus pensamientos sin ser consciente. – Te quiero
Kurt, te necesito. – En décimas de segundo piensa en Kurt
Smiller, en que si se entera los mataría a ambos y casi sin
ser consciente dice en alto, – él se enteraría.
– ¿Él? ¿Quién es él? – Kurt se torna frío, su mirada la
atraviesa, los celos regresan cegándolo y pierde otra vez el
control. – ¿Te ha tocado alguna vez?
Kurt está sobre ella, la tiene acorralada, le obliga ha
mirarlo a los ojos.
– No tienes derecho a hacerme esa pregunta, – ella lo
empuja, pero no puede con él, Kurt la aprisiona con más
fuerza y lleno de ira vuelve a preguntarle.
– ¿Estás con alguien? ¿Quizás con el argentino?
– No tienes ningún derecho a hacerme esa pregunta. –
Repite ella.
– ¡Qué no tengo derecho! No juegues conmigo, no te lo
voy a repetir ¿Te acuestas con alguien? – Sam siente temor,
no conoce esa parte tan dura de Kurt, estaba muy enfadado
y sería capaz de estrangularla si no le contestaba algo
pronto.
– ¡Suéltame! Me estas haciendo daño. No tienes derecho a
preguntarme tal cosa. – Sigue insistiendo la joven gritando.
– Sí que tengo. – Ya a voces – ¡contéstame o no sé que te
haré!
– ¡No! ¡No me acuesto con nadie! – Dice ella rendida.
– Explícame entonces lo de “él se enteraría.” Porque esa no
es precisamente una frase que quiera oír alguien que se
encuentre en esta situación.
Sam siente pánico, este Kurt está fuera de sí, pero
no conviene decirle todo, teme por lo que pudiese hacer.
168
Amor entre uvas en Australia
Sería capaz de ir a junto los Smiller y hacer alguna locura.
Temía más por Kurt que lo que él le hiciera a ella si lo
decepcionaba. Debía contarle a Kurt que estaba casada,
pero no podía decirle que era la señora Smiller.
– Estoy... – titubeante – estoy... casada.
Kurt la suelta con tibieza, como si le arrojasen un
cubo de agua fría, las palabras eran como el hielo. Con la
mayor tristeza que se puede reflejar en una cara, abatido y
casi en un susurro. – ¿Qué has dicho? – El tiempo parece
pararse durante segundos que a Sam asemeja inmenso, el
semblante de Kurt refleja dolor y a ella se le rompe el
corazón. Samanta levanta la mano para acariciarle el rostro,
pero él se aparta, sin mediar palabra, se levanta.
– Kurt dime algo. – Pero él se va sin decir nada, dejando a
Sam llorando y rota. No puede dar ninguna explicación, no
le puede contar nada, acaba de perder al único hombre que
lograría hacerla feliz. Kurt jamás le perdonaría. Se había
complicado todo, tenía que irse, había hecho de su vida un
mundo insostenible. Ahora pensaba que si Kurt Smiller se
enteraba de que ella estaba allí, tendría muchos problemas y
por lo que ella sabía actualmente de él, no era un hombre
que le gustase que se desobedecieran sus órdenes.
Ya de regreso en el campamento hace sus maletas,
intentaba no hacer ruido, pero María tenía el sueño ligero y
más esta noche que no podía dormir pensando en el paseo
con Alan.
– ¿Qué haces? – La joven aún tenía los ojos medio cerrados
e hizo la pregunta sin ver muy bien lo que Samanta estaba
haciendo.
– Hago las maletas, me tengo que ir ahora mismo de aquí.
Su amiga se despeja de golpe, como si le echaran
montones de pedacitos de hielo encima. – ¡Qué! ¿A estas
horas? Tú no estas muy bien de la cabeza. ¿Adónde
pretendes ir a estas horas de la madrugada?
Amor entre uvas en Australia
169
– Me voy a mi casa, debería esta allí, fue un error muy
grande el venir. – Suspira con pena. – Tomaré el primer
autobús o el primer tren que me acerque lo más posible al
aeropuerto, tengo que salir lo antes posible... tú no lo
entenderías.
– Si no me lo explicas, ten por seguro que no.
– No te lo puedo contar. ¡Dios mío María! – Con
nerviosismo. – Si tu supieras. – Al borde de las lágrimas.
María se sienta y alarga la mano a Samanta, esta se
sienta a su lado y se abrazan.
– Tienes muchos secretos, demasiados. No sé que haces
aquí en Australia, pero sé seguro que no es por ganar
dinero. – Hace una pausa y le acaricia la mejilla. – Al
principio pensé que eras una niña bien, que se le habían
torcido las cosas y se veía obligada a trabajar en esto, pero
pronto deduje que ese no era el motivo. Sin embargo, no
quise hacer preguntas, creo que me lo contarás cuando
estés preparada.
– Ojalá pudiera decírtelo. – Le susurra la española. – Sé que
me haría bien, pero no puedo.
– Sam, espera un par de días, hoy ves las cosas negras, pero
a lo mejor mañana las ves distintas. No sé que te tiene tan
preocupada, pero sea lo que sea es importante, pero espera
al día libre. – Hace una pausa. – si para entonces, sigues
pensando igual, yo misma te acompaño hasta el aeropuerto.
– Gracias María; pero no voy a cambiar de opinión, cuanto
más tiempo permanezca aquí más en peligro estoy.
– No digas tonterías, ven durmamos hoy juntas.
– Antes tendrás que contarme que tal con Alan Smiller.
Porque con todos los problemas de estos dos días no me
has contado nada y creo que hoy también ha venido.
Cuando llegué, tú ya no estabas y cuando me fui a la playa
tampoco.
Su amiga suelta una risita, – te lo contaré con pelos
y señales.
170
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 16
– María ayer no he visto a Samuel y hoy aún no ha
aparecido por aquí.
María mira la cara de preocupación de su amiga, la
joven argentina mira el cielo, el sol calentaba ya casi entrado
el mediodía, parecía mentira que la noche anterior lloviera.
Los trabajadores se habían repartido entre la bodega y el
almacén, sólo unos pocos trabajaban en la tierra. Había que
esperar a que la uva se secara antes de seguir recogiéndola,
ya que el agua de la lluvia alteraría la calidad del vino.
– No quiero que te enfades Sam, pero se dice que los
hermanos no se hablan entre ellos, por la disputa que se
formó el otro día, está en boca de todos. Es la primera vez
que algo así ocurre entre los hermanos.
– ¡Dios mío! Yo no pretendía armar tanto lío, tengo que ir a
buscarlos y pedir disculpas. – Sin más deja lo que está
haciendo y sale en busca de los hermanos Smiller.
Nico detiene lo que está haciendo y se encamina
hacía dónde están las cosas del almuerzo, saca de una
nevera de mano una garrafa de agua.
– No la guardes, yo también quiero.
– ¿Ya me hablas? – Pasándole el envase a su hermano
David.
Amor entre uvas en Australia
171
– Pienso que es una tontería que no nos hablemos, si lo
analizas, somos unos necios por estar enfadados debido a
algo con tan poca importancia.
– Yo estoy de acuerdo. – Añade detrás de Nico su hermano
John, este último se sienta en el suelo apoyándose contra
un montón de mochilas que parecen ser de ellos mismo.
David se tira de rodillas delante de sus dos hermanos
cogiendo un puñado de tierra con sus manos.
– Creo que somos unos cretinos orgullosos.
– En eso estamos de acuerdo. – Alan se tumba en el suelo
al lado de David, tras él llega Samuel, que al igual que el
abogado, se echa al suelo colocando la cabeza sobre el
estómago de Alan. Nico se sienta al lado de John, así es
como encuentra Samanta a los hermanos después de haber
estado buscándolos por todo los viñedos.
– ¡Hola! – Los chicos la miran, pero nadie contesta, ni tan
siquiera Samuel que también está enfadado con ella por
hacer que sus hermanos se peleen.
– ¡Valla, pero si es la recolectora doña problemas! – Dice
David riéndose.
– ¡Déjala en paz! – Detrás de ella una voz conocida la
defiende. – Samanta se vuelve colocándose enfrente Josué.
– ¿Por qué sois todos tan altos? – Dice la joven al ver que
tiene que levantar la cabeza para poder hablar con Josué.
– Porque de pequeños nuestra madre nos daba aceite de
oliva con pan. Estaba buenísimo y nos puso grandes. – Se
ríe el jovenzuelo.
– Vengo a disculparme, creo que he formado un embrollo
de esos que ni piensas cuando los haces,– toma aire. – Mira
Josué, nunca he pretendido ofenderte. – Se detiene al ver la
mueca que hace el chiquillo de no creérselo. – Bueno... sí...
la verdad es que quería molestarte, pero no ofenderte...
mira el ojo aún ennegrecido del chico. – Viéndote ese ojo
creo que quería matarte, pero no ofenderte. – Josué suelta
una carcajada acompañada de la de sus hermanos. – Está
172
Amor entre uvas en Australia
bien, lo que sí es cierto es que lo siento mucho aunque seas
un mocoso...
– Yo no soy un mocoso. – Josué baja la voz como en un
susurro, Sam se acerca al muchacho, coloca su mano sobre
el brazo del chico.
– Lo siento otra vez, no eres un mocoso, simplemente eres
un muchacho de veinte años. Ayer me demostraste, que de
los dos, tú eres el más adulto. Tenías razón, yo no sé nada
de uvas que no sea comérmelas, por muy joven que tú seas
tienes más conocimiento de esto que yo. El hecho que me
dijeras que iba aprendiendo, aunque fuera con un tono...
debí aceptarlo como un cumplido. – Se detiene para pensar
lo que le va a decir. – Nunca debimos pelearnos y menos
provocar un escándalo como el que hemos armado, no es
propio de mí y creo que de ti tampoco. Pero lo que más me
duele es saber que debido a todo esto y por mi culpa, todos
vosotros hayáis discutido hasta el punto de no hablaros.
– ¿No harás esto para no perder el trabajo o porque
Richard te haya obligado?
– Mírame a los ojos y dime si crees de verdad que pediría
disculpas por no perder un trabajo.
– No, lo siento, no, tienes muchos defectos, pero al igual
que yo, no te disculparías si realmente no lo creyeras así. Yo
también me quiero disculpar, te tomé rabia simplemente
porque la primera vez que nos vimos, te revelaste y yo...
tenía tantas ganas de hacer esto bien, de que John se diera
cuenta que ponía empeño y que Kurt se sintiera orgulloso
de mí... se me fueron los papeles y gracias a nosotros dos
hemos provocado una situación y no sabes hasta que punto
la hemos liado, Kurt está hecho una fiera y nos ha echado
la bronca padre.
– Además quería decirte que ayer conseguiste que me
sintiera orgullosa de mi misma, nunca pensé conseguir
hacer un trabajo tan duro.
Josué sonríe satisfecho y
contento de haber hecho una nueva amiga.
Amor entre uvas en Australia
173
– ¿Amigos? – extendiéndole la mano Samanta.
– Amigos, prometo ser mejor jefe, – apretándole la mano
en señal de amistad.
– Eres un buen jefe, me lo has demostrado, – riéndose, –
yo prometo ser mejor recolectora y respetar a los que saben
más que yo. ¡Ah! Y de vez en cuando seré algo más
obediente.
– Si os oyerais, sois patéticos. – Alan lo dice con ironía, a lo
cual los otros se echan a reír haciendo comentarios de
recochineo. Josué da un abrazo a Samanta como símbolo
de paz.
– Que sepas que a partir de ahora tendrás que oírlos, se
estarán riendo de nosotros durante al menos un par de
semanas.
– No creo tener tanto tiempo, pronto me voy, vuelvo a mi
casa.
– ¿Por qué tan pronto? – Samuel pone cara de súplica,
recuperaba a su amiga y se iba.
– No te marches hasta que termine la vendimia, tengo que
reconocer que esto es más aburrido sin ti.
– Estoy de acuerdo con John.
– ¡Ojalá pudiera quedarme Alan! Pero vine a averiguar algo
sobre mí y creo que he salido muy escaldada. – Dice la
joven con pena.
– Si podemos ayudarte...
– Gracias, pero esto tengo que solucionarlo yo sola.
– Aún no conoces a Kurt, – dice Samuel intentando
convencer a su amiga.
– En otro momento, quien sabe a lo mejor el próximo año
me animo y vuelvo. – Añade la joven a sabiendas de que
eso nunca ocurría.
Sam se queda con ellos a comer, durante un par de
horas charlan todos juntos afianzando lazos; luego Samanta
regresa a su zona de trabajo. Allí estuvieron charlando las
174
Amor entre uvas en Australia
dos amigas mientras trabajaban. María había estado muy
preocupada por Sam.
– Te vas y no hay quien te haga cambiar de opinión. – Hace
una pausa. – ¿Ni tan siquiera el joven con el que te
encuentras todas las noches?
– Precisamente es el motivo principal de que me marche.
Lo tengo decidido, no sería prudente que yo me quedase.
La jornada laboral hoy había sido más corta debido
a un percance con los camiones de transporte. John
aprovechó para ir a Perth y le sugirió a Lisa que le
acompañase. La joven aceptó de agrado, poder pasar con
su prometido una tarde, aunque tuviera que compartirlo
con el trabajo, le hacía ilusión.
John se había prometido a Lisa hacia unos meses
antes de empezar la vendimia. Había sido por acuerdo entre
los dos. Lisa creía que estaba enamorada de John, él fue
sincero con ella y le comunicó que su corazón tenía dueño,
pero que era imposible. Deseaba sacársela de la cabeza y
tener una familia. Lisa llevaba conociendo a John desde
siempre y se llevaban estupendamente desde hacia unos
diez años.
Lisa había aceptado la situación porque se veía fea,
aunque no lo era, había tenido la mala suerte de que nunca
nadie se fijara en ella, así que a sus 25 años y sin
pretendientes, le pareció estupenda la idea la de John de
casarse. El joven Smiller siempre había sido cortés,
amistoso y atento con ella y ambos tenían un carácter muy
parecido por eso se compenetraban.
Lisa era una joven rubia, hermosa, de ojos verdes
muy dulce que asustaba a los demás por lo frágil que
parecía. Buena estudiante, terminó la carrera de ciencias
biológicas la cuál le sirvió para bien poco. Educada en los
colegios más caros, nunca consiguió ser más que la hija de
un importante terrateniente. Frustrada por no haber
Amor entre uvas en Australia
175
conseguido ser algo por sí misma y rindiéndose a las
oportunidades de la vida.
Tras terminar su trabajo en Perth John propone a
Lisa ir al cine porque sabe que le apasiona, y luego a cenar,
a ella la proposición la ilusiona mucho.
Al salir del cine John tropieza con una joven.
– Perdón... lo siento iba distraída.
– No se preocupe… ¡Hola!
– John Smiller... ¡Qué sorpresa jefe! – John se echa a reír.
– Sam, tú eres especial, me gusta tu naturalidad. Te
presento a mí prometida Lisa Ornas. – La joven sonríe a
Samanta dándole dos besos en la mejilla a la vez que John
añade. – Ella es Samanta Huerta. El entretenimiento de los
viñedos de Mess-Stone.
– Mucho gusto, al fin te conozco, tenía muchas ganas. Sé
quién eres, tienes a todos alterados.
– También me encanta conocerla y para mí es un placer el
que todos estén entretenidos. También me divierte. – Dice
Samanta a la vez que señala a Antonio. – Él es Antonio
Pérez. – Da la mano a John y cuando se la extiende a Lisa,
ambos entrecruzan una mirada que los deja sin respiración,
sienten una descarga eléctrica propia de la atracción entre
dos personas.
– Encantado. – Dice Antonio.
– Igualmente. – Contesta Lisa dulcemente.
– Nosotros acabamos de salir del cine e íbamos a comer, –
dice John.
– Nosotros también. – Dice Antonio sin dejar de mirar a
Lisa.
– ¿Por qué no os venís con nosotros? – John hace una
pausa antes de continuar. – Os garantizo que comeremos
bien y pasaremos una buena velada.
Antonio agarra a Samanta por la cintura apretándola
amistosamente, intentando decir que no se despidiera en
176
Amor entre uvas en Australia
aquel momento. John lo interpretó como un cariño entre
pareja, equivocadamente pensó que entre ellos había algo.
– Sería estupendo. – Aceptó Samanta comprendiendo a
Antonio con aquel gesto.
Cuando esa tarde Antonio llegó al campamento, al
ver a Samanta tan triste y los ojos marcados por las
lágrimas, la animó para ir a Perth de compras, le había
dicho que gastar dinero en uno mismo era una buena
manera de aliviar la tristeza. La joven, aunque no tenía
ganas, aceptó viendo que podía ser una buena solución
momentánea.
John los llevó a un restaurante muy elegante y caro.
En una zona elegante y adinerada, en un edificio antiguo,
rodeado de hermosos jardines muy bien cuidados. Sin
embargo, ante la sorpresa a de Samanta, fue Antonio el que
eligió los platos, típico todo australiano, consiguiendo la
aprobación de John.
La velada resultó asombrosa; John descubrió que le
gustaba Samanta, en el buen sentido de la palabra. Samanta
apreció que Antonio se quedó prendado de la dulzura de
Lisa y observó que la joven no le era indiferente. Así que
cuando se despidieron y se quedaron solos, Samanta
abordó el tema directamente.
– Cuidado Antonio, esa mujer está prometida con un
Smiller.
– No sé a que te refieres.
– Sí lo sabes. No le sacabas los ojos de encima, el pobre
John no era consciente de lo que estaba pasando porque yo
lo tuve bien entretenido, todo el tiempo. – Haciendo un
gesto de desaprobación. – Pero sí fuese algo perspicaz
seguramente se diese cuenta al igual que yo.
Al fin el joven se rindió – Es que Sam… esa mujer
parecía una diosa y su mirada. ¡Se me ha metido en el alma!
– Calla, – le dice Samanta muy bajito, – acabarás por
encontrar problemas donde se pueden evitar.
Amor entre uvas en Australia
177
– Tienes que ayudarme a volver a verla. – Le dice el joven
suplicante.
– ¡Estas loco! – Asombrada Samanta.
– ¿Acaso no sabes que es enamorarte a primera vista?
Sí que lo sabía ella bien, le había pasado lo mismo y
entendía a Antonio.
– Está bien, vamos a dejar pasar unos días y si aún no
puedes dejar de pensar en ella, – sin convencimiento
ninguno, – prometo ayudarte. Pero tienes que prometerme
que hasta entonces, no harás nada de lo que te puedas
arrepentir.
– Te lo prometo. – Contesta el joven contento por tener
una aliada en el tema. – No se te ocurra decirle nada a
María, se volvería loca y la tendría que estar escuchando
durante días.
– Y te lo tendrías bien merecido.
La noche se hace larga para quién espera, Kurt
llevaba ya la mitad de la noche esperando en la playa a
Samanta. “No vendrá” se convenció al fin. Los celos lo
cegaban y tenía intención de ir a buscarla al campamento,
pero por un momento pensó que lo descubrirían y él tenía
que seguir con su farsa por el momento, al menos hasta que
pensase qué iba hacer.
Decide regresar a la casa, subiendo las escaleras de
la entrada principal, oye el sonido de un vehículo, así que
decide permanecer en el porche y averiguar quién se acerca.
Un taxi se detiene ante Kurt bajando John y Lisa.
– ¡Buenas noches hermano! – Dice sonriente John.
– Buenas noches chicos. ¿No os parece un poco tarde?
– Para nosotros que hemos cenado fuera no, pero para ti
que estás en casa sí. – Se defiende Lisa.
– Es verdad. Perdona mi impertinencia.
178
Amor entre uvas en Australia
– No te preocupes, lo hemos pasado tan bien que nada nos
va a molestar. – ¿Adivina con quién hemos cenado? –
pregunta sutilmente Lisa.
– John hace una seña a Lisa, pero el mal ya se había hecho.
– No me lo puedo imaginar. – Dice Kurt haciendo un
esfuerzo por sonreír.
– No los conoces – disimuladamente John.
– Sí que los conoce – añade Lisa si intuir lo que podía
ocasionar la contestación.
– ¿Por qué me da a mí la sensación de que no quieres que
lo sepa?
Los tres jóvenes aún no habían entrado en la casa.
Ante la pregunta de Kurt Lisa intuye algo, por lo que
astutamente pretende retirarse dando las buenas noches. –
¡Qué sueño! Creo que me voy a dormir.
– No, sin antes contestarme. – Dice amenazante Kurt, pero
con mucha educación.
– Con Arco iris, – dice John que sabe perfectamente que
no los dejará marchar hasta que se lo digan.
– Ellos también habían ido al cine, que fue donde nos los
encontramos al salir. – Añade Lisa inconsciente de lo que
sus palabras podían afectar a Kurt.
– ¿Ellos? – Pregunta atónito, mira por donde iba a
descubrir el porqué Samanta no había ido a la playa.
John decide contarle todo lo ocurrido a Kurt,
puesto que, su prometida había metido la pata dos veces.
Despidiéndose de Lisa ambos, los dos hermanos van a la
sala a tomar juntos la última copa y charlar, John sabe que a
Kurt le hace falta calmarlo un poco.
– Kurt no me mal interpretes, pero tienes que olvidar a
Sam, yo creo sinceramente que está con ese joven... sí...
Antonio.
– Ella no puede estar con nadie que no sea yo. El único
motivo por lo que no voy a buscarla al campamento y
Amor entre uvas en Australia
179
armar una gorda... es porque le tengo reservado algo
mucho mejor.
– No te vallas a pasar. – A John no le gustaba la actitud que
estaba tomando su hermano mayor. – Samanta es buena
chica... es especial.
– ¡Me ha engañado! – Enfadado el mayor de los Smiller.
– Kurt ¿Cómo es que la conoces? – Sonriendo – O mejor
dicho ¿Cuándo la has conocido? Tus salidas nocturnas
seguro que tienen algo que ver.
– Ella aún no sabe quién soy, pero mañana sí.
– Piensa lo qué vas a hacer. – Suspirando su hermano. –
Simplemente te digo que ella puede enamorarse de quién
quiera, y no sólo eso sino que... – otro suspiro, – ten
cuidado, esta mujer es la razón de que estés tan
descolocado... Has dejado de ser el de siempre.
– Vamos a dejar esta conversación por el momento, sí te
parece.
– Buenas noches hermano. Creo que será mejor hablar
cuando estés preparado para abordar el tema de forma
coherente y adulta.
180
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 17
El día promete caluroso. Increíble la locura del
tiempo atmosférico, este año pareciese que quisiera jugar
con los cultivos. Samanta y María estaban llegando a la
torre, en donde Samanta se detiene para observarla.
Recordaba los brazos de Kurt arropándola para calmar su
miedo y sintió un gran dolor de pensar que no lo volvería a
ver. Un pinchazo agudo se le clava en el corazón al pensar
en la última vez que lo vio, el dolor tan intenso que
reflejaba la cara del amado al enterarse que ella era casada.
La joven no pudo evitar que una lágrima brotara de sus
castaños ojos y rodara por su cara acariciando su piel
bronceada. María la abraza y tira de ella para salir de allí.
Otro día más de vendimia, los jovenzuelos
intentando llamar la atención de las mozuelas ya a primeras
horas de la mañana. Nada más llegar, María y Samanta
buscan a Richard con la mirada; pues la joven española no
sabía a dónde tenía que ir a trabajar.
Un grupo que se formaba a pocos metros de ellas
les llama la atención, así que curiosas se acercan.
– Necesito seis voluntarios para ayudarme a cargar cajas y
mover los palees. Pues tenemos problemas con la
maquinaria de carga. – Richard echa un vistazo a Samanta y
vuelve a mirar al grupo. – Este año parece ser que nos va a
pasar de todo en la vendimia.
Amor entre uvas en Australia
181
Samanta mira a Richard y le dice muy bajo a María
– ¡Dios qué bueno está a pesar de la edad!
– ¡Cállate! – Le susurra su amiga. – Que te va a oír y eso
era lo que nos faltaba, además, no creo que su hermana te
permita que te acerques a él.
– Si tuviese que pelearme con ella no me importaría. – Se
ríe la joven.
– No digas tonterías. – Riñéndole María. – Y añadiendo. –
Sí, la verdad es que está como un bombón.
– Os estoy oyendo. – Richard miraba a Samanta por el
rabillo del ojo.
– No sabes que no es de buena educación escuchar
conversaciones privadas. – La charla tenía un matiz jocoso
por ambas partes.
– Samanta... la verdad no sé que hacer contigo... a veces te
mataría y sin embargo otras te besaría.
– Prefiero que me beses jefe. – Todos se reían. – Soy joven
para morir.
– Samanta, Samanta ¿no estarás coqueteando conmigo?
– No... jefe. – La joven se echa a reír, pero si nos vemos en
la próxima vida prometo no dejarle escapar.
– Al trabajo, se os paga por trabajar. – Dice Richard
rematando así la conversación.
– Nosotras vamos voluntarias. – Samanta da un paso
adelante empujando a María y a otra joven que estaba a su
lado. Tras el trabajo que había hecho con Josué se sentía
con fuerzas para realizar cualquier tipo de tarea.
– Yo también Richard. – Grita Samuel que llegaba en ese
mismo instante, acercándose a su amiga por detrás y
sujetándola por la cintura con familiaridad. – ¡Hola arco iris!
Tienes mala cara. – Pues esta ha sido la primera noche
desde que llegué que he dormido más horas.
– Pues serán las secuelas de las noches anteriores, no
deberías trasnochar. – Le susurra.
– Prefiero hombres. – Interrumpe Richard.
182
Amor entre uvas en Australia
– Eso se llama machismo. – Le porfía Samanta enfadada. –
¿Por qué no? ¿No somos autosuficientes? – Toma aire. –
Que yo sepa somos fuertes. A eso se le llama
discriminación.
– Reconocerás que la masa muscular de un hombre es
mayor, no es por otro motivo.
– Yo puedo hacerlo igual de bien que un hombre. Anteayer
no pensabas lo mismo.
– Déjalas Richard, allá ellas. – Comenta Samuel. – ¿No
crees? Piensa que no queremos que nos llamen machistas.
– De acuerdo. ¡Vosotros dos! Señalando a dos trabajadores
de los asiduos. Conmigo ya somos siete, llegamos
perfectamente. – Mirando a Samanta. – Sam, deberías
pensar en afiliarte a una asociación de esas en defensa de la
mujer; encajarías perfectamente.
– Muy gracioso jefe, – con una mueca de desaire.
Se habían trasladado a la altura del almacén, en
donde estaban los camiones. No llevaban quince minutos
cuando ya se estaban arrepintiendo, pero eran las tres
mujeres con orgullo propio y no querían ceder, con lo que
Richard y Samuel se miraban riéndose, sin embargo, las
admiraban por la tozudez que demostraban.
Había que vaciar cuatro remolques llenos de cajas
de uvas en un mismo camión. En uno de los remolques
estaban Samuel y Samanta, en otro la morenaza voluntaria
con un joven grueso muy alto y María, Richard y el otro
muchacho en el camión que iba a la cooperativa,
acomodando las cajas que los muchachos de los remolques
les entregaban.
– Cuantas cajas de uvas tintas ¿Las tenemos que cargar
todas? – Pregunta Samanta en alto.
– Es Garnacha. – Dice María contenta. – Es la que se ha
recolectado esta noche, parece que ya casi terminando se
les estropeó la máquina y hubo que ponerlas en cajas, pero
con mala suerte que la máquina que las carga también se ha
Amor entre uvas en Australia
183
estropeado y hay que colocarlas en el camión para llevarlas
a la cooperativa.
– Así que garnacha.
– Sí, – indica Josué mientras se sube al tractor junto con
Samanta. – Esta zona norte de Perth se da muy bien, es de
muy buena producción y aguanta casi todo tipo de
adversidades climáticas.
– Es fácil de cultivar. Añade María.
– Sí. Una de las más utilizadas en Australia, puesto que es
ideal para mezclas equilibradas, proporciona buena
graduación y cuerpo a los vinos con los que se mezcla.
Toma. – Josué le da una uva a Samanta. – Debes probarla.
– Gracias – Samanta prueba la uva mirándola como
queriéndola memorizar, últimamente cada vez que alguien
le daba una uva la observaba, quería aprender. El fruto era
ligeramente ovalado, de un color oscuro, la piel espesa. –
Qué buena está, es dulce.
– Sí – El joven toma dos bayas, se mete una en la boca y
otra a Samanta.
– Está buenísima. – Reafirma la muchacha.
– Producción optima y constante. – Explica Richard. –
Buen grado de azúcar y baja acidez..
– Y eso quiere decir... – expresa Samanta.
– Qué producimos mucha para la cooperativa. – Se ríe
Samuel.
Samanta estaba en el borde del remolque para
poder dar las cajas que recibía de Samuel al camión. Al
girarse para coger otra caja, pierde el equilibrio y va a dar a
los brazos de Kurt Smiller, que en ese instante se acercaba a
ella al verla cargando las cajas con Samuel. Ninguno de los
dos había visto acercarse a Kurt, tan entretenidos estaban
en la conversación y el trabajo.
– Creo que estás condenada a estar en mis brazos. – Le dice
Kurt con cinismo. Ella al verse en brazos de Kurt se aparta
bruscamente.
184
Amor entre uvas en Australia
– ¡Kurt! Que bien que bien que hayas venido. – Expresa
Samuel muy contento de que al fin ella vaya a conocer a su
hermano mayor, al que él tanto admira. – Sam este es mi
hermano Kurt.
– ¿Kurt Smiller? – Formula atónita Samanta.
– ¿Te sorprende cariño? – Con toda la insolencia de alguien
poderoso.
– ¿Kurt Smiller? – Se repite ella no pudiéndoselo creer. –
No, tú no puedes ser Kurt Smiller, no... – Se queda sin
palabras, no sabe que decir.
Kurt la toma por la cintura aproximándola hacia él,
muy cerca un cuerpo del otro.
– Sí, Yo soy el gran señor, el mayor de los Smiller, la fiera
que asusta y que alguien tiene que domar. ¿No me dijiste
eso?
Durante unos segundos parece que nadie entiende
que está pasando. Richard se siente violento y María
comienza a sentir vergüenza ajena. La joven española está
confusa, casi se acuesta con él, con su marido, ¡Dios! Se ha
enamorado de su esposo, si él averigua quién es ella, ¡la
estrangulará! Ahora parece no conocerle, ya no asemeja ser
el hombre que ella conoció. Ya no hay en él ternura sino la
seguridad de quien tiene dinero y poder.
– ¡Déjame! – Intenta soltarse, pero él no se lo permite,
tiene más fuerza que ella. – Por favor Sr. Smiller, suélteme
usted, – con súplica. – Nos están mirando.
– No importa, yo soy el amo, es normal que despierte
curiosidad esta escena, se estarán preguntando si eres el
nuevo entretenimiento del gran señor.
– Eres un... eres un... – Estaba al borde de las lágrimas. –
Eres un cretino, embustero... me hiciste creer que...
– No más que tú. – El hecho de saber que estaba casada lo
enloquecía, sentía unas ganas de matarla por haberlo hecho
tan vulnerable haciendo quebrar su equilibrio,
aproximándola más a él, casi rozando los labios y en un
Amor entre uvas en Australia
185
susurro. – ¡Aléjate de mí! Eres como un cáncer que me está
volviendo loco, – y la suelta.
– ¡Eres un maldito bastardo! ¡Me has engañado! – A gritos
y muy encolerizada, no piensa lo que está diciendo.
– Yo no te he engañado, sólo que no te he dicho toda la
verdad, que es distinto. – Kurt tiene ganas de matarla. –
Venga mujer, no te enojes, ha sido divertido mientras duró.
– Le dice cínicamente, Samanta se aproxima a Kurt y le
suelta una sonora bofetada, la mejilla de él pronto se torna
colorada.
Samuel se siente triste por ver pelearse a Sam con
su hermano, él pensaba que se llevarían bien, sin embargo,
parecía que se odiasen. María al igual que los demás piensa
que hubo una aventura entre ellos y que Samanta no sabía
con quién se estaba acostando, su amiga piensa que ahora
entiende las trasnochadas de Sam. Richard, que conoce
perfectamente a su patrón desde pequeños, sabe que lo que
ha ocurrido entre ellos es un conjunto de mal entendidos.
Samanta se lleva la mano a la boca, durante unos segundos
todos optan por contener la respiración, la furia reprimida
parece aflorar en Kurt que estalla. Apresándola otra vez la
besa, un beso duro y lleno de resentimiento, ella no puede
moverse.
– Te voy a amansar, cueste lo que me cueste, en cuanto a tu
marido ve pensando en el divorcio. – Sólo Samanta podía
oírle, la vuelve a besar soltándola a continuación.
Cuando Kurt se aparta de ella, esta tienen que
apoyarse contra el camión, siente que las piernas le
tiemblan, pero recuperando el coraje debido a la rabia, se
acerca para darle otra bofetada, pero él le advierte que
puede ser peor, ella lo piensa y opta por bajar la mano.
– Eso está mucho mejor. – Dándole la espalda, se dirige a
Richard. – Tengo que hablar contigo. – Al marchar Richard
pasa por el lado de Samanta, se detiene y le pone la mano
en el hombro como símbolo de afecto y ánimo.
186
Amor entre uvas en Australia
Mirando a su alrededor y viendo que todo el mundo
la miraba les grita – ¿Qué estáis mirando? ¿Nunca habéis
visto discutir a dos personas? Ocupaos de lo vuestro,
cotillas.
Samanta se arrodilla delante de una caja de uvas
colocada en el suelo, se aproxima a ella sentándose en la
misma superficie y mira el contenido de la caja, el objeto
era de color verde, rectangular, todo alrededor lleno de
ranuras para dejar respirar el fruto que transportaba. Toma
entre sus manos un racimo, no le parecía excesivamente
compacto como otros racimos que ella cogiera. Josué se
acerca a ella y colocándose a su misma altura la obliga a
mirarlo.
– Sam – Dice indeciso Samuel. Samanta rompe a llorar y el
joven la abraza. – No sé que ha pasado entre vosotros dos,
es evidente que os conocíais, pero sabes Sam, mi abuela
dice que todo termina por arreglarse.
Samanta levanta la cabeza. – Me tengo que ir, tengo
que regresar a mi casa hoy mismo, ahora, me voy... no
puedo quedarme más tiempo, Samuel.
– Se le pasará, ya verás.
– Me odia, lo sé, me odia, lo he visto en sus ojos. – Samuel
lee en la mirada de Samanta, sorprendiéndose de lo que ve
en ellos.
– Sam... ¡Te has enamorado de él!
– Eso ya no importa. – Acariciando la cara de su amigo. –
Me voy.
Al llegar al campamento, hace sus maletas y llama a
un taxi. No puede dejar de llorar, tienen que volver a casa,
sabe que allí podrá olvidar a Kurt o por lo menos aprender
a vivir sin él. El taxi no tarda mucho en llegar. Ya en el
aeropuerto se acerca al mostrador de venta directa de
billetes, la verdad que tiene suerte, piensa ella, porque sólo
habría que esperar una hora para embarcar, tendría que dar
Amor entre uvas en Australia
187
un buen rodeo por Europa, pero por lo menos se
marcharía de ese país, que la había marcado para siempre.
La cafetería estaba abarrotada de gente, que al igual
que ella, esperaban a salir sus vuelos. Su mirada perdida en
sus pensamientos que volvían una y otra vez al recuerdo de
la cueva. No puede dejar de llorar, no conseguía olvidarse,
se había enamorado de su marido que dentro de poco
dejaría de serlo. Ella sabe perfectamente que Kurt no iba a
dejar que el asunto quedase así, pero ella podría enfrentase
mejor a él si estaba en su tierra, en su hogar. Siente un
escalofrío así que decide ponerse su chaqueta de lino fina,
no hace frío, pero ella lo siente, un presentimiento la
embarga, ahora se siente perdida, se siente sola, se siente
muy desgraciada, muy vacía. Recuerda el día que Kurt le
enseñó Mess-Stone desde la torre, un dolor la envuelve.
– ¿Qué crees que estás haciendo? – Kurt se sienta enfrente
de ella.
– Me voy a mi casa. – Ella le mira a los ojos, pero no
pudiendo sostener esa mirada de cinismo que él refleja, la
aparta. – ¿Cómo sabias dónde estaba? – Susurra.
– Samuel fue en mi busca y me dijo que te ibas... que
viniese a buscarte. ¿De verdad piensas que te voy a dejar
marchar?
– No me lo puedes impedir. – Añade ella remarcando la
frase.
– Sí que puedo y lo voy a hacer. – Retándola.
– Gritaré. – Le espeta con soberbia.
– Y yo te pegaré. – Con coacción.
– No serás capaz.
– Ponme a prueba.
– Te demandaré por malos tratos, – chantajeándolo.
– Y yo te mataré si hace falta para retenerte. – Con
intimidación.
– No digas tonterías.
188
Amor entre uvas en Australia
– Tú no te vas. No se hable más del asunto. –Añade
amenazante.
Kurt se levanta y la sujeta por un brazo obligándola
a levantarse.
– ¡Suéltame! – Le grita ella.
– No chilles, no te servirá de nada.
– ¡Suéltame! – Repite ella a gritos, la gente los mira con
curiosidad.
– Vamos... cariño, ya te dijo el médico que tomes tus
medicamentos. No ves que te exaltas demasiado. –
Mirando a la concurrencia que los observaba. – Siento
mucho el escándalo de mi mujer, pero cree que la están
raptando. Sufre alucinaciones persecutorias.
– Este hombre está loco, no le conozco de nada.
– Venga mi amor, vamos a ver al médico y te sentirás
mejor.
– ¡Estas loco! ¡Déjame!
Tira de ella quedando muy cerca uno del otro,
apretando más fuerte del brazo de Samanta la obliga a
mirarle. – Créeme cuando te digo que todos verán lo loco
que estoy, te daré una paliza delante de todo el mundo.
– Irías a la cárcel porque tendría testigos.
– Así me libraría de ti.
– Déjame ir y también te librarás de mí.
– Hasta que acabe la vendimia seguirás trabajando.
– Pues despídeme. – Reclama Samanta.
– ¡Ja!. Estarás hasta el final, te guste o no, tú has sido quién
ha empezado este juego y ahora estarás hasta el final; es
más, estarás hasta que yo diga. Después de la vendimia
pensaré que voy hacer contigo.
– No quiero, no puedes obligarme. – Insiste ella
encolerizada.
– En principio terminarás el trabajo.
– No pienso trabajar. – Insta la joven.
– Eso lo veremos. – Profiere Kurt.
Amor entre uvas en Australia
189
– Tengo que volver al lado de mi marido. Me está
esperando. – Sam pretende enfurecerle más.
– Tú ya no tienes esposo, porque si sigues así, lo vas a dejar
viudo.
La besa con rabia haciendo que ella se estremezca.
– Eres un bruto. No pienso irme contigo. – Ofuscada la
muchacha.
La lleva a empujones por casi todo el aeropuerto, y
la introduce dentro del coche a la fuerza. Ya dentro del
vehículo.
– ¡Estate quieta! – Azuza él.
– ¡No me da la gana! – Exclama ella.
Kurt la sujeta obligándole a mirarle.
– ¡Quieta! – Le exige en tono bajo, pero categórico.
– ¡So bruto, déjame! – Insiste la joven.
Kurt la besa, pero esta vez ella le muerde, él maldice
y la vuelve a sujetar. – Te voy a domar aunque sea lo único
que haga en esta vida. – la besa otra vez, pero ahora con
calidez, comienza a tocarla, ella forcejea pero él es más
fuerte y también más experimentado. Sabe que Sam vibra
entre sus brazos, aunque su mente se niegue su cuerpo
responde con una facilidad que lo activa. Comienza a jugar
con el cuerpo de ella y Sam va disminuyendo la resistencia,
sus respiraciones van al compás, ella al aferrarse más a
Kurt, él la suelta. Samanta lo mira a los ojos al sentir la
lejanía de él, encontrándose con la mirada inconmovible y
cínica de su esposo. Levanta la mano para darle una
bofetada, pero él se la sujeta. – ¡Ni lo intentes! – Su voz
amenazante hace que Samanta rectifique.
Durante todo el camino de regreso no hubo ningún
intercambio de palabras. Samanta solamente sollozaba,
Kurt la miraba, no iba dejar que se fuera, ya no puede vivir
sin ella y no va a permitir que se vaya a ningún sitio sin él.
Sabe que ella no es inmune a sus besos, a sus caricias... no,
necesita tiempo para saber lo que va a hacer.
190
Amor entre uvas en Australia
Samanta tiene un color tostado debido a las horas
que ha trabajado bajo el sol; con un tono cálido que hacía
que resaltase toda ella. Llevaba un pantalón vaquero de licra
que se ceñía a su cuerpo, también llevaba una camiseta
corta de tiras color azul claro y una chaqueta de lino fina de
color del pantalón. Kurt le entrega un pañuelo blanco
como la nieve para que se seque las lágrimas, a la joven se
le hace raro, porque piensa que ya nadie utiliza pañuelo. Lo
toma con manos temblorosas secándose las lágrimas.
Samanta se había rendido, no puede luchar con él,
se resignaba, está vencida. Esperará a que él se entere de
quién es y entonces si que la matará. No puede dejar de
llorar, pero no por verse obligada a quedarse, sino porque
creía que él la odiaba. Ella piensa que él se había divertido,
sin embargo, él era el que se sentía engañado. ¿Cómo osaba
pensar eso cuando había sido él el falso. Sólo considerar
que la despreciaba, imaginar que él la odiaba con todas sus
fuerzas, la hacía llorar. Cuando se enterase de quién es ella,
porque sólo era cuestión de tiempo. Sí, estaba segura, la iba
a matar.
Ya era muy tarde cuando llegaron al campamento,
al bajarse Samanta del coche, Kurt la sujeta, ella le mira. –
No tengo ropa, mis maletas ya estaban facturadas y ahora
sabe dios dónde estarán.
– No te preocupes, yo me encargo. Buenas noches. –
Cuando ya cerraba la puerta Kurt le indica con dureza. –
No pretendas huir de mí, no hay ningún sitio en este
mundo donde te puedas esconder. – Toma aliento. – Te
encontraría, no sé como, pero te encontraría.
Samanta entra en la tienda de campaña sin hacer
ruido, pero María se despierta.
– ¡Has vuelto! – Exclama la joven alegremente.
– No, Kurt me ha traído, me tiene retenida contra mi
voluntad.
Amor entre uvas en Australia
191
– ¿Hay alguien que te pueda retener en contra de tu
voluntad? – Dice muy seria María. – Porque por lo poco
que te conozco, ni tan siquiera un Smiller puede obligarte a
nada.
– Pues para que veas, – con ironía, – el mayor de los
hermanos me domina.
– ¿Te has enamorado de Kurt Smiller? – Se hace el silencio,
al no contestar, María vuelve a preguntar – ¿Te has
enamorado del ogro de los Smiller?
– No le llames así, no es un ogro... simplemente se siente
engañado.
– ¡Te has enamorado! – Sin demasiada sorpresa.
– Estoy perdida, María.
– Sé de lo que estás hablando... llevo toda la vida
enamorada de Alan Smiller, así que no te preocupes, una
aprende a vivir con ese sentimiento y sin esperanza.
– ¿Estás enamorada... de Alan? – Con sorpresa por
reconocerlo.
– Ya sé. Todos los años vengo con la ilusión de que me
toque trabajar en Mess-Stone para poder verlo.
– Vaya, menuda sorpresa. – Hace una pausa – Pero lo mío
es distinto... yo tengo un secreto que no le puedo contar a
nadie... cuando Kurt se entere me va a matar, estoy segura.
– Ven acuéstate en mi cama, vamos a dormir, mañana será
otro día.
Al dejar a Samanta en el campamento, Kurt se
encamina hacía Mula, tiene que hablar con Alan, necesita
disculparse sobre todo porque su hermano tenía razón. Al
llegar a Mula se fija en el automóvil aparcado de su
hermano, está en casa. Al salir de vehículo mira al cielo
buscando la luna, como si quisiera que le bajase los humos.
A pesar de tener llaves de la casa, llama a la puerta, Alan no
se hace esperar y la abre, ambos se miran; Alan va en bóxer,
192
Amor entre uvas en Australia
el cabello revuelto le indica a Kurt que su hermano estaba
tendido.
– Buenas noches, – dice Kurt amablemente.
– Puedes pasar, – añade Alan dejando la puerta libre. –
Estás en tu casa.
– Alan, – titubea Kurt, – lo siento. – Sentándose al lado de
su hermano en el sofá que estaba situado bajo de un gran
ventanal.
– Si no fueras mi hermano te mataría. No te hablaría más
en la vida, créeme. – Hace una pausa. – Conociéndote
como te conozco y tras pensarlo... me he dado cuenta de
que estabas celoso... de la españolita... no sé como es que la
conoces, porque en ningún momento has dado señales de
ello.
– Está casada. – Expresa con decepción.
– ¿Estás seguro? Porque ¿qué marido deja a su mujer irse
tan lejos para trabajar sola? – Pregunta su hermano
convencido de lo contrario.
– No lo sé... sería bueno que lo investigaras, saber al menos
quién es y cómo es que está aquí, si es verdad que está
casada... – Hace una pausa – La verdad que no se parece en
nada a las personas que vienen a recolectar.
– Pareces el bisabuelo. – Se ríe Alan.
– No te has dado cuenta que soy igual a como era él.
– No, tú eres mejor persona.
– No te equivoques Alan, el bisabuelo no era malo,
simplemente lo parecía, pero en el fondo era un
blandengue. – Hecha las manos a la cabeza apoyando los
codos en las rodillas. – Me he enamorado Alan, esa mujer
me va a volver loco, me ha sacado de mis casillas, ha hecho
que pierda la concentración y el control de todo... ando
perdido, tan perdido que creo que...
– ¡Ya basta! Que me vas hacer llorar. – Se vuelve a reír su
hermano. – Si no te enfadas, te diré que a mí también me
Amor entre uvas en Australia
193
ha descolocado, pero me he fijado en otra mujercita que me
ha...
– Te ha hecho tilín – le interrumpe Kurt.
– Pues sí. Aunque lo mío no es aún serio, puedo terminarlo
cuando quiera, pero tú no, tú ya te has enganchado.
– ¿Vas a volver a casa? – Cambiando el tema.
– Nunca la he dejado. No ves que no me he traído nada,
¡so tonto! No te dejaría nunca solo ante el peligro, somos
un equipo, pero me has enfadado más de la cuenta, para la
siguiente vez que te pases te suelto un buen puñetazo.
194
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 18
– Sam levántate, ya es tarde. – La despierta María.
– No pienso ir a trabajar, qué trabaje él. – Convencida.
– Es capaz de venir a buscarte. – Advierte su amiga.
– Tendrá que arrastrarme sí quiere que vaya.
Samanta se levanta y se asoma por la pequeña
ventana de lona para ver la calle, no se siente cansada, pero
si deprimida.
– Créeme cuando te digo que Kurt Smiller será capaz de
venir y llevarte a rastra hasta los viñedos. – Dice
tristemente su compañera sabiendo que nada bueno puede
ocurrir.
Finalmente la muchacha cede a Samanta y se
encamina al trabajo.
El día prometía ser caluroso como el anterior o
quizás más. María siente que algo va a pasar, su amiga no
sabe dónde se mete, ella lleva muchos años yendo por
aquellos lugares y siempre ha oído hablar de lo poco que le
gusta a Kurt Smiller que le lleven la contra. Aunque es
consciente también, que a Samanta no se la puede doblegar
de cualquier manera, quién sabe, a lo mejor el gran señor se
ha encontrado con la orna de su zapato, pero el amo de
Mess-Stone ganará, seguro, aunque Samanta no se lo va a
poner fácil.
Richard notó la falta de Samanta en el reparto del
trabajo por lo que preguntó a María. – ¿Y Samanta?
Amor entre uvas en Australia
195
– Se niega venir a trabajar. – Con tono de falsa indiferencia.
– Eso no es nada bueno, – pronostica Richard.
– Lo sé; yo se lo he advertido, pero ella es tan orgullosa
como el señor Smiller.
– Bueno veremos que pasa. – Con resignación asume
Richard.
– ¿Dónde está Samanta? – Interroga Josué al advertir que
su amiga no estaba y a sabiendas de lo que había pasado el
día anterior.
– Me has sobresaltado. – Indica María que no avistó
acercarse a Josué por su lado izquierdo.
– No ha venido, se niega. – María era sincera con ellos,
pues sabía que los chicos apreciaban a la joven y que era
una tontería, tras haber visto lo ocurrido el día anterior,
negar lo evidente, qué el patriarca de los Smiller y su joven
amiga tenían un lío.
María entendía perfectamente el que su jefe se
hubiera enamorado de Samanta, era una joven muy
especial, radiaba frescura y su carácter había envuelto a
todos los Smiller. ¡Cómo no! Haber conseguido que el
primogénito se enamorase de ella. Porque de una cosa
estaba segura, que Kurt Smiller se había enamorado de
Samanta, sino ¿por qué tomarse tantas molestias por ella?
– Problemas, seguro. – Dice Josué – Hoy Kurt se ha
levantado para que nadie le hable, está al borde de estallar,
si Sam lo provoca demasiado... no sé que puede pasar.
– ¿De quién habláis? – Aproximándose John a sus
hermanos sin ser consciente de que María estaba allí.
– De Sam y de Kurt, nuestro Arco Iris no ha venido a
trabajar. – Salta Samuel.
– ¡OH! ¡OH! Problemas seguros – Se expresa John
pensativo.
– ¿Qué está pasando para que casi todos los Smiller os
estéis reuniendo aquí? – Pregunta Nico a sus hermanos que
llegaba con David.
196
Amor entre uvas en Australia
– Samanta se ha negado a venir al trabajo. – Indica
desanimadamente Josué.
– Bueno, no pasa nada. Con decir a Kurt, si pregunta, que
está indispuesta. No hay problema. Si fuese otro trabajador
cualquiera lo entendería. – David está convencido de lo que
dice.
– ¡Serás tonto! – Dice Samuel – ¿Con lo que está pasando
entre esos dos, tú de verdad te crees que Kurt se quedará
impasible?
– En realidad no sabemos que ha pasado entre ellos. –
Añade Nico. – Puede que haya sido por un malentendido
entre jefe y empleado. – Suspirando – Veis demasiadas
películas, como para pensar que tienen un lío. Además Kurt
tiene novia y Samanta sale con tú hermano, – señalando a
María.
– No te ofendas, – responde María, – pero pareces tonto. –
Los demás asienten
– Deberíais centraros en vuestras cosas. – interrumpe
Richard que se acerca al grupito que los jóvenes Smiller
habían formado junto con María. – Pase lo que pase es
asunto de ellos dos, si se han enamorado, porque después
de lo visto ayer, no me queda duda, que se lo solucionen. A
cual el más tonto desde mi punto de vista. En una semana
han ocurrido demasiadas cosas, este año estamos viviendo
un cada día excesivamente intenso, y no me cabe la menor
duda que es por culpa de Samanta. – Resopla, – me ha
descolocado a mí, al rancho y a toda la familia Smiller. –
Con autoridad, – así que nadie se va a entrometer y vamos
a dejar que lo solucionen solitos... ya son adultos. –
Mirándolos a todos. – ¿Me habéis entendido?.
Alan y Kurt se van aproximando a Richard, los
jóvenes no dicen nada, permanecen en silencio. Sonríen al
ver a sus dos hermanos mayores juntos... para ellos es una
gran alegría. Alan se fija en María que no sabe cómo actuar
ante tal circunstancia.
Amor entre uvas en Australia
197
– ¿Qué hacemos aquí concentrados? – Pregunta Alan que
se huele algo.
– ¡Nada! – Contestan todos a la vez. – John se había
apartado un poco del grupo para hablar con Richard antes
de que Alan y Kurt se acercasen a ellos.
– ¡Me huele a conspiración! – Dice lentamente Alan a Kurt.
Los jóvenes bajan la cabeza, sinceramente era tan
claro que estaban ocultando algo que Kurt al fijarse en
Maria hace una visual por el lugar desde donde él está.
– ¿Dónde está Sam? – Pregunta a María.
– No sé, yo he venido antes, tenía ganas de pasear.
– ¿La habéis visto? – Pregunta a sus hermanos.
– ¡No! – Todos a la vez.
– No ha venido a trabajar. – Suelta Richard como quién no
quiere la cosa.
– ¡Richard! – Dicen todos al unísono.
– ¡Qué! – Contesta cínicamente el cuarentón.
– Ya entiendo – contesta Alan – esto es un complot.
Kurt se da la vuelta a la vez que va diciendo en alto.
– Veremos si no viene a trabajar, eso está por ver. Se gira. –
Alan averíguame cuanto antes eso que hemos hablado ayer.
– Richard y eso de no meter el hocico en los asuntos de la
parejita. – Le recrimina John.
– Yo sólo le he dado un empujoncito. O bien acaban por
matarse o bien terminan haciéndoos tíos a todos.
Este comentario no molestó a nadie, provocó que
todos se echaran a reír.
Kurt iba enfadado a por Samanta porque lo
desafiaba, eso le encolerizaba. Cuando llega al campamento
la joven no está. – ¡Cómo se haya ido, la mato! – Susurra en
alto, comienza a buscarla con desesperación encontrándola
para su alivio en la playa tomando el sol, a pesar de lo
pronto que era.
– ¿Se puede saber qué haces? – La joven se sobresalta.
198
Amor entre uvas en Australia
– No ves. – Haciendo un semicírculo con las manos. –
Tomando el sol.
– Te doy diez minutos para que te prepares. – La joven se
vuelve a tumbar en la toalla.
– ¿Para qué? – Con insolencia pregunta ella.
– Porque te voy a llevar a trabajar. – Irritado el joven.
– Ya te dije ayer que no pienso trabajar. – Con indiferencia.
– Entonces no comerás. – Amenazante.
– Bueno. –Con vanidad contesta ella. – Así puedo rebajar
unos kilos.
Kurt no se lo piensa dos veces y antes de que ella
pueda reaccionar, el joven Smiller se coloca encima de ella,
le sujeta las manos y mirándole a los ojos le dice.
– No juegues conmigo, soy más fuerte, más poderoso y
más rico.
– ¿Y eso que tiene que ver? – Temiendo que le dijese que le
haría daño.
– Mi riqueza – en voz baja, pero clara, y sin retirarle la
mirada, sintiendo la excitación de ella en su cuerpo. – Para
buscarte por todo el mundo sí intentas escaparte; mi poder
para utilizar mis contactos y traerte a mí lado otra vez y la
fuerza que tengo para desarmarte y hacerte el amor aunque
tu mente no quiera, tu cuerpo me lo pide a gritos. –
Respirando, – y te juro Samanta que me está costando
mucho contenerme, así pues antes de decir o hacer algo
piénsatelo bien. – y la besa con tanta pasión que al retirarse
ella no se lo piensa dos veces y sale corriendo a cambiarse.
Samanta se viste con rapidez, no vaya a ser que
cansado de esperarla, Kurt decida entrar a buscarla y ya no
salga de allí. Unos pantalones cortos a flores y una
camiseta larga igual que el pantalón es el atuendo que la
joven tiene para ponerse. Al salir delante de la tienda de
campaña, un jeep verde aceituna con el emblema de los
Smiller la está esperando con el motor encendido. Cuando
Amor entre uvas en Australia
199
se sube al jeep, Kurt sonriéndole le dice en tono jocoso. –
Así me gusta, que mi Sam me obedezca.
Llegados a los viñedos, Kurt se detiene cerca de
donde están sus hermanos.
– Yo no trabajo en esta zona, los Smiller no se mezclan con
la plebe. – Kurt le hace una señal de aviso. – Está bien ya
cierro la boca, pero ¿puedo trabajar con María? A mí me
gusta trabajar con ella.
– ¿Para que puedas estar con su hermano? – Increpa él.
– No digas tonterías. No veas lo que no hay.
– Sí lo prefieres que María venga a trabajar aquí, se lo
pediré a Richard, pero tú con mis hermanos estas mejor.
– No será que así me tienes mejor vigilada. –Dice ella
enojada.
– La verdad que esa es la razón por la que vas a trabajar
con ellos a partir de ahora.
Samanta cierra la puerta sin despedirse, al acercarse
los chicos la asedian.
– Pensé que no ibas a venir. – Dice Josué sonriendo.
– Estas graciosillo esta mañana. – Con sarcasmo la joven.
– ¡Arco iris! Que contento estoy. Me alegra que vengas a
trabajar con nosotros.
– No sabes tú lo convincente que es tu hermano mayor.
Los jóvenes se echan a reír, ellos sabían
perfectamente lo persuasivo que era Kurt cuando quería
algo.
– Me tiene secuestrada y os ha hecho cómplices, ¿No veis
que me ha mandado venir a trabajar aquí para que nadie se
me acerque? – Seguía con su tono irónico. Colocando la
palma de la mano en la boca. ¡Dios! A lo mejor tiene
pensado enterrarme bajo estas viñas... sin que nadie se
entere.
– Míralo así – Le dice Richard. – Puede que broten las
mejores viñas de la comarca, al estar alimentadas por tu
carne y tus huesos, Mess-Stone se hace con la mejor cosecha
200
Amor entre uvas en Australia
a partir de tu entierro. –Todos se reían de la ocurrencia de
ambos. – ¡Todos a trabajar, que es para hoy! A ver si tengo
que teneros más horas hoy para compensar la pérdida de
tiempo.
– ¡Sam! – María se acercaba a ellos.
– Me alegra que Richard te haya dejado venir. – Mirándolo
con ojos de agradecimiento.
– Creí que no venias. – Anota la joven con rin tintín
– Tú sabías que más tarde o más temprano aparecería.
– Sí, para que... te voy a mentir.
– ¡Estupendo! – Exclama John al acercarse. – El grupo
Smiller va creciendo, así que os voy a aumentar el trabajo.
– ¡Serás abusón! – Protestan los chicos.
El día iba pasando sin muchos percances. A María
le dio mucha pena que Alan no estuviera, pero se entretenía
con el resto de los Smiller, era agradable trabajar así. Jamás
en su vida había pensado estar tan cerca de aquella familia
poderosa, tan cerca de Alan Smiller y los suyos. A medida
que los iba conociendo tenía que reconocer que eran una
gran familia, que no representaban lo que se contaba de los
ricos, o por lo menos ellos no encarnaban esa parte tan
dura de la que se habla de la gente con dinero.
Opinaba que eran personas muy unidas, simpáticas
y sobre todo cercanas, pero si se les notaba el talante
vanidoso, el orgullo de una familia de poder, todo ello
formaba parte de ellos mismos, de quienes eran y si los
querías los tenías que aceptar así.
Richard aparecía de vez en cuando para echar un
vistazo, solía quedarse un rato de cada vez, porque lo
estaba pasando muy bien, él ya no recordaba el tiempo que
llevaba sin divertirse tanto trabajando. John también iba a
incordiarlos de vez en cuando. Con tanta vigilancia Josué se
había convertido en el defensor del grupo, advertían la
tristeza de Samanta por lo que intentaban hacerla reír y lo
conseguían.
Amor entre uvas en Australia
201
Ya había entrado el mediodía cuando llegó Alan, se
reunió con ellos para comer. En realidad por esas fechas de
vendimia a los hermanos les gustaba estar juntos.
– Anda que hoy te estás escaqueando el trabajo. – Le espeta
Josué a su hermano el abogado.
– Yo también trabajo aunque no sea en los viñedos.
– ¡Serás cretino! – Suelta Nico. – ¿A eso qué haces le llamas
trabajar?
– Unos sabemos hacerlo bien. – Señalándose a él mismo. –
No como otros. – Apuntándolos a ellos, – no saben...
No terminó de decir la frase cuando sus hermanos
lo derribaron María y Samanta se miraban sonriendo como
diciéndose ¡qué niños!
– Bueno yo me voy a comer. – Dice con pena María.
– ¡Quédate a comer con nosotros! – Le dice Alan desde el
suelo.
– Sí, para que irte – añade Josué – si tienes que volver.
– De acuerdo. – La joven agradecida aceptó. Esto a Sam le
gustó porque parecía que entre Alan y María podría llegar a
haber algo serio.
Por supuesto Richard estaba allí también con ellos,
por lo general comía con la familia por esas fechas desde
que se había independizado. Y no tardó mucho en llegar
Kurt con Ángela.
– ¡Ángela! – Los chicos apremiaron a la joven por haber
ido.
– Sólo he venido a comer con vosotros, no a trabajar, lo
mío me llega más que sobrado.
Los muchachos se echan a reír.
– El que ose reírse de mi hermana tendrá que vérselas
conmigo.
Josué y Samuel sin pensárselo se miran y se
echan sobre Richard revolcándolo por el suelo.
– ¡Chicos! – Riñendo Ángela. – Dejarlo estar que ya es muy
mayor.
202
Amor entre uvas en Australia
– ¿Yo mayor? ¿Me estás llamando viejo? – Se queja
Richard.
– Antes podías soltarte de Samuel y Josué, pero veo que
ahora ya no. – apunta Kurt que ve cómo sus hermanos
tienen inmovilizado al pobre de Richard. – Por
consiguiente Ángela tiene toda la razón.
– Hombre, ellos son dos, más fuertes y más jóvenes eso no
puedo negarlo, – señala el capataz. – ¡Soltadme! O los
peores trabajos y más largos os los encomendaré a vosotros
dos.
Sin pensárselo lo dejan marchar, saben que aun
siendo jugando Richard no amenazaba en broma.
– Eso es amenaza, – reflexiona Nico.
– ¿Qué me dices? Cada uno juega con sus barajas las
mejores bazas. – apremia David.
– No tendré fuerza, pero puedo igualmente con ellos. –
Satisfecho dice el cuarentón.
– Yo no digo nada. – Levantando las manos en señal de
que él se mantiene al margen. – Añade Kurt.
Ángela se percata de la presencia de ambas jóvenes.
Reconoce a Samanta por el color del cabello, de primeras a
buenas no les gusta las chicas, pero su hermano le ha
hablado tan bien de Samanta que al menos deberá darle una
oportunidad para conocerla.
– ¡Hola yo soy Ángela! La hermana de Richard, amiga de
los Smiller y su niñera.
– ¿Niñera? – Dicen todos al unísono. Richard se troncha.
– Bueno, la ama de llaves, – mirando a los chicos. – Sí,
niñera.
– ¿Ama de llaves? – Apunta Alan.
– Es la mandona de la casa. Todo lo que ella dice hay que
hacerlo, – explica John, – incluidas los abuelos y nuestra
madre.
– Yo pienso. – concluye Kurt, – que es bruja y nos ha
encantado a todos con su magia.
Amor entre uvas en Australia
203
– No les hagáis caso, están locos. ¿Tú debes de ser
Samanta? El prodigio del que hablan.
– ¿Prodigio? – Expresa Samanta riendo.
– Sí, prodigio. – Repite Ángela. – Desde que tengo uso de
razón no ha habido nadie de la que se haya hablado tanto
como de ti. Eso sin contar que has puesto la casa de los
Smiller patas para arriba.
– Tengo hambre. – Interrumpe Kurt la conversación para
que no se profundice más en el tema.
Tras presentar a María todos se sientan en el suelo a
almorzar, Kurt del lado de Samanta; una comida alegre, una
charla amena y miradas perdidas entre Alan y María.
Cómo jóvenes que eran; pronto empezaron una
pelea verbal que se convirtió en uso de las manos. Los
Smiller estaban desparramados por el suelo, jugando como
adolescentes. María sentada en el suelo charlando con
Samanta y apoyado en un inmenso árbol, enfrente de las
dos mujeres, estaba sentado Kurt observando cada detalle
de Samanta, mientras conversaba con Ángela.
En un momento dado Richard se aparta del grupo
para hablar por teléfono, Alan se aproxima a las chicas y le
dice a María de dar un paseo antes de volver al trabajo. Los
chicos empiezan a burlarse de los dos, María se pone
colorada, Alan le dice que los ignore porque la guasa durará
toda la tarde. Samanta aún permanece sentada en el suelo
riéndose con los chicos, en una ráfaga de aire, Kurt deja su
sitio para sentarse delante de Samanta, ella levanta la vista
con timidez.
– ¿Kurt? – Sale por su boca un sonido vago.
El mayor de los Smiller acaricia la mejilla de
Samanta.
– ¡Eres hermosa! – Y la besa en la boca.
Los chicos se sientan rodeando a la pareja;
comienzan a bromear a costa de ellos; momento que
aprovecha la primera pareja para escaparse.
204
Amor entre uvas en Australia
Ángela mira a Kurt haciéndole una seña de
¡Cuidado! Que no pasa desapercibido para Samanta. Kurt
se acerca a la joven amiga y le deposita un beso en la mejilla
susurrándole. – Sé lo que hago, llévate bien con ella por
favor, me ha robado el corazón.
– Si se entera Cintia. – Susurra Ángela.
– Cuando os vais a enterar que Cintia es una buena amiga.
– Ella no piensa igual. – Le recrimina la joven.
– ¿Quién es Cintia? – Pregunta Samanta.
Nadie contesta, en realidad no saben que decir.
– No te preocupes Samanta, sí el patriarca de los Smiller te
ha echado el ojo, créeme que acabarás por conocerla y dios
te proteja hija porque es una víbora.
Esta puntualización de Ángela hace reír a los
chicos, saben que Ángela y Cintia se odian a muerte. Ellos
creen que es por el mando de la casa, pero realmente la
hermana de Richard tiene otro motivo más fuerte para
odiarla.
– ¡Kurt, cariño! ¿Estas aquí? Llevo una hora buscándote
para que almorzáramos juntos.
La repentina interrupción de aquella joven de ojos
azules tan llamativos y cuerpo impresionante descoloca a
Samanta, el sonido de su voz tan cariñoso hacia el mayor de
los Smiller despierta en Samanta unos celos casi
insoportables de contener. Samuel se acerca a su amiga y le
toma la mano, como queriéndola proteger.
– ¡Cintia! ¡Qué sorpresa! – Cínicamente Ángela que se
agarra del brazo de Kurt. – Este acto provoca el enfado de
Cintia que no soporta que nadie toque a lo que ella
considera suyo.
– Niña, ¿tú no tenías que estar limpiando la casa? – Le dice
con cinismo.
– Y tú guapa ¿no tendrías que estar retocándote cualquier
parte de tu cuerpo? – Intentando que Cintia se incomode.
Amor entre uvas en Australia
205
– Esto, – señalando su cuerpo. – Es perfecto y no tengo
que retocarlo. Es de fabricación propia.
– Pues yo creo. – Mintiendo descaradamente. – que los
muslos se te están deformando.
– ¡Kurt! ¿Le vas a dejar que me hable así? – Se queja la
joven gesticulando como si estuviese angustiada y ofendida.
– Esa vulgar criada.
– ¿Vulgar? – Te voy a arrancar los ojos y después puedes
llamarme lo que quieras. – Haciendo un gesto con las
manos como si arañara el aire.
– ¡Detente fiera! – La sujeta John. ¿Vas a dejar que vea que
ha ganado haciendo que pierdas el control? – Le susurra al
oído.
– Teatro. – Se entromete Richard. – Puro teatro, anda que
no hay quién te aguante Cintia.
– Sois dos recogidos. No tenéis la clase que hay que tener.
Mira que regalar vuestra parte de la herencia a los Smiller,
sois unos desagradecidos.
– No quería tener que encontrarme con gente como tú. –
Señala Richard, que tenía ganas de golpearla.
– Ya vasta Cintia. – Regaña Kurt. – Ellos tienen su parte
cuando la quieran.
– Pues cuando me case con Kurt tendréis que respetarme.
– Sin saber que más decir.
Ahora todos contienen la respiración, Samanta se
pone a temblar y Samuel le aprieta la mano.
– Vamos Cintia o conseguirás que alguien te estrangule. –
Le dice Kurt tomándola de la mano y llevándosela al coche.
– Eso quisiera ella, que Kurt la llevara al altar, anda que no
va a tener que esperar. – Dice Ángela mirando a Samanta,
aquella situación se había convertido en incómoda, la rubia
de ojos grises sentía compasión por Samanta. Cintia era una
joven que no dejaría que le quitasen a Kurt tan fácilmente,
si descubría que el mayor de los Smiller sentía interés por la
joven, la tragaría.
206
Amor entre uvas en Australia
– Creo que me voy a trabajar. – Dice Samanta manteniendo
la entereza, pero se siente sin fuerzas. – Richard, necesito ir
al campamento, creo que no me encuentro bien.
– Puedes tomarte el resto del día libre, sí a Richard le
parece bien, – intercede John. – Parece que todos
entienden la situación tan violenta de Samanta.
– Sin problema. Creo que hoy no ha sido un buen día para
ti Sam.
– Sí quieres, yo te llevo. – Añade Ángela con amistad.
– No gracias, creo que el paseo me sentará bien.
Ya fuera de los viñedos y pasado el mirador, se
acerca al monte y en una pequeña roca se sienta a llorar.
Tan desconsolada y angustiada que no sabe como calmarse.
Sólo pensaba “¡Cómo puede pedirme fidelidad cuando él se
la salta! ¿Por qué me retiene sí está enamorado de otra?
¿Por qué me ha engañado doblemente?”
La joven corre sin saber hacia dónde ir, ya cansada
se detiene dejándose caer en la tierra, llorando con
desespero hasta que finamente se calma, es entonces
cuando se percata, que está en una viña y mira con
devoción aquellas vides que la rodean.
Se fija en las hojas que son de un tamaño mediano
en forma pentagonal, haz verde oscuro. Los zarcillos finos
y largos, los sarmientos con nudos oscuros recubiertos de
un tenue recubrimiento céreo color malva.
Los racimos compactos y cilindros, estaban llenos
de bayas medianas en forma elíptica corta y de un color
azulado como mezclado con negro. Samanta se sonríe
porque reconoce la variedad... es la famosa Shiraz, se
levanta y toma entre sus manos una baya, sabe que no debe
hacerlo de coger debería arrancar un racimo, pero le da
igual. Mira la uva con curiosidad y lágrimas resbalan, pero
son silenciosas, las peores porque son las de mayor dolor.
Amor entre uvas en Australia
207
Se mete la uva en la boca y la saborea, está algo
salada debido a las lágrimas que se mezclan con el sabor
dulce de la uva.
– ¿Sabias que esta variedad es muy sensible a la sequía y que
sus brazos se quiebran con facilidad si la golpea el viento?
Samanta mira a Ángela. Los ojos grisáceos de la
hermosa rubia brillaban, acariciaba aquellas plantas con
mimo, con pasión, la misma cualidad que había visto en
todos los Smiller.
– No, no lo sabía. – Casi en un susurro.
– Tiene una gran capacidad de envejecimiento. Con estas
hermosas uvas hacemos nuestro vino “Reserva Mess-Stone”
uno de nuestros vinos más conocidos y con el nombre de la
casa.
Hace una pausa y como la joven sigue en silencio,
se coloca al lado de ella y continua con la charla, piensa que
es una manera de darle tiempo para que se tranquilice –
Esta variedad la recibió Australia hace un par de siglos,
nuestras cepas más antiguas son de 1898, sin embargo,
antes se hacían vinos jóvenes. Nuestras botellas más
antiguas datan del 1978, aunque no hemos exportado hasta
el año 1992.
– ¿Sabes mucho de todo esto? – Haciendo un gesto de
mostrar con las manos todo lo que las rodeaba.
– Sí, me he criado entre todo esto. – La mira unos
segundos antes de continuar. – Mira Sam, no soy una
Smiller, pero me he criado con ellos igual con igual, sin
distinción. Me han inculcado la misma educación que ellos.
– Suspirando – Y como no, la pasión por todo lo
relacionado con las uvas.
Samanta mira las viñas – Yo no sé nada de vinos,
uvas...
– No digas... tonterías, si de verdad te gusta y te interesa
aprenderás.
208
Amor entre uvas en Australia
– No sé yo. Me parece todo tan complejo... y Cintia sabe
tanto.
– Y lo es – añade la rubia despampanante sonriéndole. –
Pero cuanto más aprendas más fácil te resultará. En cuanto
a Cintia lleva toda la vida entre viñedos, es normal se sepa
tanto.
– Samanta mira las hojas brillantes – así que 1898 – qué
viejas son ¿no?
– Esta parcela pequeña sí, es muy vieja, pero no por eso la
mejor, cuanto más años tiene la viña menos rendimiento.
Pero han sido las primeras cepas de la familia, seguirán aquí
hasta que no quede ningún Smiller. Ángela sonríe – en
Valle Barrosa las hay todavía más antiguas. – Tenemos
alguna botella de vino con este tipo de uva que data del
siglo pasado.
– ¿Cómo estará el vino?
– No lo sé, no creo que nos lo dejen probar, quizás el de 10
años si tenemos suerte – susurra con ironía Ángela.
– Da igual, sabrá rancio.
– No, yo lo he probado y te diré que su textura es
aterciopelada y un aroma a frutas rojas...
– No me quiere – interrumpe Samanta.
– Te equivocas – con un suspiro – lo tienes loco y
desbordado. Se ha enamorado de ti y no le hace gracia
sentirse tan perdido.
– ¿ Y Cintia? Qué pinta ella en todo esto...
– Ella lleva consigo un secreto... Kurt es quizás su mejor
amigo... y sí, te mentiría si te dijera que no prende casarse
con él, pero no está enamorada.
Ángela le acaricia el cabello, Samanta levanta la
cabeza y se encuentra con los ojos de la joven, que le dicen
que ella la entiende, Samanta se echa en los brazos de la
joven hermana de Richard que lo único que hace es
sostenerla, mientras Samanta llora sin encontrar consuelo.
Amor entre uvas en Australia
209
La noche promete ser clara, Australia es uno de los
países cuyos días son de los más largos del globo terrestre,
debido a su buen clima durante casi todo el año. Antonio
decide salir a dar una vuelta, la joven prometida de John
Smiller no deja de rondarle por la cabeza. Tan metido está
en sus pensamientos que cree verla ir hacía la playa privada
y sin demora se dirige en busca de Samanta. La joven está
cenando con María y su madre. La muchacha apenas puede
contener la risa al ver al hermano de María, con gestos
cómicos, en súplica para que deje la cena y se acerque.
– ¿Qué pasa? – Rogando una explicación.
– Me parece que he visto a Lisa ir hacia la playa. – Ambos
utilizaban un tono de voz bajo.
– Ya hemos hablado del tema. – Le riñe la joven.
– Por favor. – Suplica el enamorado. – El destino me lo ha
puesto en bandeja de plata. Sólo tenemos que provocar el
encuentro, eso no es malo.
– ¡Ay! – Suspira la joven. – Está bien, espero no tener que
arrepentirme. Todo sea por el amor. Espera que coja una
chaqueta y nos vamos.
La noche no era demasiado fresca, en tal caso todo
lo contrarío, pero si se notaba un poquito de aire en
algunos momentos, por lo que Samanta agradeció haberse
traído la chaqueta.
Iban charlando de sus cosas como buenos amigos
que eran, ella iba del brazo de él y se reían de anécdotas del
día. A lo lejos ven acercarse a una pareja, a Samanta el
joven le parecía Kurt, pero la muchacha para nada semejaba
ser Lisa, el tonto de Antonio se había equivocado con
Cintia, “¡menudo enamorado!” Pensaba ella, “que no
reconoce a su amada”.
Ya cerca de ellos, Samanta da un golpecito en el
estómago a Antonio con el codo, como diciéndole que ha
metido la pata. Y con voz baja. – Ahora tenemos que
pararnos a hablar con ellos.
210
Amor entre uvas en Australia
– ¡Hola parejita! – Exclama alegremente Cintia, que al ver a
Samanta con Antonio del brazo, no le parece un peligro.
Cuando por la mañana la vio en los viñedos dudó por un
momento por si la española quisiera ir detrás de Kurt,
ahora no le parecía un estorbo.
– ¡Buenas noches! – Amablemente el argentino. – Espero
que no molestemos por pasear bajo la luna en esta playa.
– ¡Por dios no! ¿Verdad Kurt? – Este es un sitio idóneo
para las parejas enamoradas. – Entusiasmada contesta
Cintia.
Kurt estaba muy serio, no le gustó ver a Samanta
con Antonio. Su actitud agria no pasó desapercibida por la
otra pareja. Samanta estaba más que enfadada, quizás triste
y desilusionada, le dolía el alma ver a su marido con otra.
– Nosotros ya nos íbamos. – Añade Cintia con picardía. –
Pero vosotros aún podéis pasear un rato más. Nosotros ya
hemos hecho lo que teníamos que hacer. – Con
ambigüedad insiste la joven.
Kurt hizo como si no fuese con él el comentario;
aunque la otra pareja interpretara equívocamente que los
dos venían de explayar su pasión.
Nada más desaparecer la pareja de su vista, Samanta
no puede evitar llorar ante la sorpresa de Antonio, que lo
único que se le ocurre es abrazarla.
– ¡Dios Mío! Sam, es verdad lo que se dice por ahí. ¿Te has
enamorado del Smiller primogénito? Si se entera Cintia te
engullirá. Por lo que sé ella ansía desde años el puesto de
Señora Smiller.
– No tiene de que preocuparse. Esto ha sido un juego para
él, ha sido un falso, me ha mentido, estafado mi corazón y
no consigo olvidarlo. Es que no me deja que lo olvide, no
me deja que me vaya a mi tierra... esto es un suplicio, un
castigo insoportable, me está castigando y no sé... – Por un
momento en su mente surge la idea de “¿Y si él sabe quién
soy?” Pero la descarta, no, si él tuviera conocimiento de
Amor entre uvas en Australia
211
algo la mataría, no jugaría con ella, sí, lo tenía bien claro, la
mataría.
– No sé que te diga, pero si lo pienso bien... llevo viniendo
a estas tierras desde pequeño, y tengo que decirte que
nunca se ha visto a Kurt Smiller con ninguna mujer... como
contigo.
– ¿Eso me vas a decir? ¿No querrás consolarme? – Dice
Samanta en voz baja y sollozando.
– Mira Samanta. – Muy serio Antonio que obliga
suavemente a sentarse en la arena a Samanta, él hace lo
mismo. – Los periódicos, sobretodo los locales, siempre
han fotografiado a Kurt con alguna jovencita hermosa. Se
le han achacado mujeres ricas impresionantes... Pero nunca
se le ha visto en sus tierras con ninguna que no fuese
Cintia. – Hace una pausa para pensar bien lo que va a decir
a su amiga. – Habrá tenido sus líos, ¡segurísimo! Pero para
él nada importantes, porque sino creo yo, que la hubiese
llevado a la casa ¿no crees? El señor Smiller tiene ya sus 35
años, calculo, así que ya no es un niño para andarse con
juegos.
– Me estas diciendo que Cintia es su novia de siempre.
– No, te estoy diciendo que si Cintia fuese su novia, ya se
habría casado, y por su puesto no jugaría contigo en
público. Es el hombre más discreto que conozco, así que
algo tiene que estar pasando dentro de su cabecita. Yo... –
Le sujeta con las manos la cara para que lo mire a los ojos –
No quiero, darte esperanzas, sé que hay muchos líos
temporales en las vendimias, no sólo entre los trabajadores
sino también entre los propietarios. Créeme que si él te deja
ir, se arrepentirá toda su vida, porque estoy seguro que eres
lo mejor que le ha pasado.
– Antonio ¿me dejarías sola? Necesito estar sola, pensar...
tengo que calmarme. Lo necesito.
– Claro que sí, es lo mejor que puedes hacer.
212
Amor entre uvas en Australia
– Gracias. – Ve alejarse a Antonio, cuando ya ha
desaparecido de su vista se acuesta sobre la arena aun
caliente del día. Lleva un vestido corto de tiras color celeste
pastel, que se ciñe a su cuerpo resaltando sobre todo sus
muslos, y más en la posición en la que está. Una pierna
estirada, la otra flexionada, un brazo tapando los ojos y el
otro sobre la barriga; así la encuentra Kurt una hora más
tarde desde la última vez que se vieran.
El joven Smiller no hace ruido por lo que Samanta
ni se percata de su presencia, él la observa embelesado,
extasiado, enamorado.
Para Kurt, Cintia siempre había sido una muy
buena amiga, desde aquel famoso día en que la defendiera
ante Richard y sus amigos, se habían convertido en uña y
carne. Curiosamente, el joven podía hablar con ella de
muchas cosas y le gustaba su compañía, siempre afable con
él. No le importaba el afán que tenía la joven por hacer
creer a todo el mundo que era su prometida, eso le
permitiera mantener en la distancia a las mujeres que lo
buscaban por su dinero.
Siempre sincero con las mujeres con las que había
estado les exponía claramente que era algo físico y que ahí
era donde terminaba el interés.
El gran secreto de Cintia era conocido por Kurt,
ello era lo que hacia que a Kurt no le importase tener
relaciones sexuales con Cintia, desde hacia ya unos años.
Esto se había acabado el día en que conoció en el tren a
Samanta. Cintia se había dado cuenta y sabía que era una
mujer la que se estaba entrometiendo en la relación entre
ellos, pero por muchas averiguaciones que intentaba hacer
no veía lo evidente en las viñas.
Ahora Kurt se había acercado a la playa para ver si
conseguía encontrar a Samanta y poder hablar con ella; sí
que le debía una disculpa, la había colocado en una
Amor entre uvas en Australia
213
situación difícil y él lo entendía, tenía que aclarar el posible
mal entendido.
Cuando vio a Antonio con Samanta sintió unos
celos terribles que lo atravesaban, así que dejó con rapidez a
Cintia y volvió a la playa, durante todo el recorrido a la cala
se repetía en su cabeza no está acostándose con el
argentino.
Kurt suelta un suspiro que hace que Samanta
reaccione. Al verlo su primer impulso es echar a correr,
pero él no deja de mirarla a los ojos. La noche estaba ya en
pleno auge y aun hacia calor, la luna apenas brillaba, cerca
de las rocas y como cómplice la noche, la pareja está
protegida de miradas casuales.
Los dos se sostienen la mirada, Samanta no quiere
retirarla, sabe que la intimida, que la excita, que la va
envolviendo en ese sentimiento de cariño y pasión que ella
sólo había experimentado al lado de Kurt. Samanta Había
tenido muchos novios, pero le duraban bien poco porque
ella no tenía sentimientos reales para acostarse con ellos, en
este siglo si eres tan virginal, el resultado era que la dejaban.
No es que ella fuese tan pura, simplemente no sentía lo que
ella consideraba debía sentir como para entregarse. Le
hubiera gustado haber disfrutado de alguna relación antes
de enamorarse de verdad, pero si no sientes atracción no
hay nada que hacer.
Él no puede dejar de mirarla, le va embargando un
sentimiento que crece sin poder controlar, la desea
demasiado, la necesita poseer, quiere ese cuerpo, pero con
esa mente que lo vuelve loco poco a poco y que no lo deja
apenas respirar. Él que ha tenido tantas relaciones banales y
esa mujer que está ante él, lo desarma, lo deja desnudo,
desprotegido... al lado de ella.
Kurt la toma entre sus brazos besándola con un
ardor desbordante, a ella le inundan millones de
sentimientos intensos, no hace nada por apartarlo, no
214
Amor entre uvas en Australia
quiere apartarlo, ya todo le da igual... su primera vez será
con alguien que ella ama y a Kurt lo ama tanto que cree que
va a enloquecer de pasión. No le importa el después... ya
no.
Poco a poco él la va recostando sobre la arena aun
caliente del día, ella desea ser de él, tenerlo, no quiere que
se detenga, ya no piensa en nada que no sea ese momento
íntimo que tienen; cuanto más él se introduce en su
intimidad, más desea ella que se acoplen. Kurt hombre
experimentado sabe como llevarla al éxtasis y le enseña a
ella cómo hacerle sentir más placer.
La noche avanza cómplice de los dos amantes,
testigo de esa pasión que los envuelve, al llegar ambos a la
codicia del sentimiento físico, mental y espiritual cubiertos
de deseo se dejan ir uno dentro del otro ante la inesperada
sorpresa de Kurt al encontrarse con una resistencia que no
esperaba. Ella se aprisiona más y él la impregna de palabras
tiernas, llenas de amor.
Cuando Samanta abre los ojos se encuentra con la
mirada embriagada de Kurt que le acaricia la mejilla. Ella
quiere explicarle, pero él coloca con suavidad su mano en
los labios de la joven – Calla... no digas nada... no hay
reproches. Besándola otra vez en los labios le susurra
“Siempre serás mía, te amo como tú me amas”.
Así con esa satisfacción ambos se quedan abrazados
sin decir nada, mirando el cielo y dejando que la noche
termine, el sol salga para anunciarles que no es un sueño.
Amor entre uvas en Australia
215
Capítulo 19
El sol comienza a salir, anuncia el amanecer y el
nacimiento de un nuevo día como suele decirse. El agua
cristalina y rojiza reflejo de un cielo esplendoroso se
remueve lentamente como protesta de las caricias de una
brisa matinal. Las pequeñas olas rompen con aviso suave de
su llegada en la cálida orilla de la playa en dónde una pareja
de amantes se han dormido abrazados.
Imprevista y repentinamente el cielo se llena de
nubes, las gotas de lluvia comienzan a caer abundantes,
haciendo que la pareja despierte de súbito.
– ¡Sam, corre vamos a la cueva! – Dice Kurt riéndose
mientras recogían.
Ambos de la mano, desnudos y con la ropa en el
otra mano corrían hacia las rocas muy cerca de dónde ellos
estaban. Suerte tuvieron porque a esas horas de la mañana
pensaban que nadie los vería. Pero estaban muy
equivocados, porque en lo alto del monte alguien sonreía
ante la situación que estaba presenciando, contento ante lo
que veía, jamás pensaría que Kurt Smiller saliese de lo
“correcto”, esa joven española lo estaba cambiando, le
estaba enseñando a disfrutar un poco, demostrarle que en
la vida hay algo más que el trabajo y las responsabilidades y
que ello es compatible.
La cueva era cálida y tenía lo básico que le hacia
falta. Un corcho que les haría de colchón; una gran manta
216
Amor entre uvas en Australia
suave y limpia guardada en una bolsa, los envolvería en el
lecho de amor; un par de toallas para secarse y por último
una enorme complicidad entre ambos.
– ¿Hoy no tienes que trabajar? – Le pregunta el enamorado
a su amante que preparaba el nido de amor.
– Yo no. Hoy es mi día libre, pero tú sí. – Le sonríe ella
echándose sobre la nueva cama provocativamente.
– Soy el jefe, si me retraso un poco, no creo que pase nada.
– Con picardía el joven, porque la sensualidad con la que la
joven se extiende incita a Kurt a acompañarle. – Y si no
que me lo descuenten de mi sueldo. – Kurt la besa
apasionadamente, la lluvia caía lentamente indicando que
iban a cesar, había sido una simple tormenta.
La lluvia se detiene en la ya finalizada noche, dando
lugar al sonido armónico de los animales nocturnos, que ya
se preparan para dormir. Ello provoca un cambio musical
el cual despierta a Ángela que se incorpora en la cama. Sin
prisa enciende la luz, la lámpara con decenas de pequeños
cristales tallados alumbra con intensidad el cuarto. Durante
unos segundos la joven permanece con las manos sobre la
cara; luego con la mirada recorre el cuarto como buscando
algo. La cama colocada en el centro del amplio cuarto daba
un toque diferente a lo que los demás entendían por
normalidad. Se sonríe recordando el día que la puso allí. Su
hermano Richard se había burlado de ella diciendo que era
una extravagante por querer ser distinta a los demás.
Enfrente a la cama hay un gran espejo y ella se mira
recordando el paso del tiempo, volviendo por unos
momentos a aquellos días en los que todo le parecía más
fácil, a las historias que le había contado su madre.
La madre de Ángela había llegado a la mansión con
su familia para la recogida de la uva, cuando todavía era una
joven de 14 años. Ese mismo año, el último día de la
recogida, el padre de Lorena la despierta y le dice “Te
Amor entre uvas en Australia
217
quiero, pero sólo a ti”. Por la mañana su madre estaba
llorando, su marido la había abandonado para hacer vida
con una recolectora. Dos días más tarde la encontraron por
la playa vagando sin saber quién era, se había vuelto loca,
así que los amos de Mess-Stone optaron por encerrarla en un
sanatorio privado y ocuparse de la joven adolescente.
Lorena se encontró sola en el mundo convirtiéndose en
una chica introvertida y solitaria. A la edad de dieciséis años
había ocurrido un hecho que cambió su vida para siempre.
Paseaba por entre los pinos cercanos a la playa cuando
sintió un forcejeo, se acercó con cautela, un hombre estaba
sobre una joven que gritaba y sin pensárselo dos veces coge
una piedra y se la aplasta sobre la cabeza al agresor, el
individuo se desploma, un charco de sangre se va formando
en el suelo rodeando la cabeza. Las dos jóvenes se quedan
tiesas sin saber que decir o hacer. Lorena se aproxima a la
joven que aún permanecía en el suelo y la ayuda a
levantarse.
“”
–¿está usted bien señorita Smiller?
– Creo que sí. Creí que me mataba. – Sollozaba.
– No se preocupe señorita todo irá bien.
– Gracias, si tú no llegas a aparecer. – ambas mujeres se
miran atónitas. La joven se echa a llorar. Lorena la abraza
para tranquilizarla.
– No se preocupe, no llore, ya todo ha pasado, este
desgraciado ya no le puede hacer mal.
Las dos abrazadas miran al hombre que permanece en el
suelo inmóvil.
– Creo que está muerto señorita Smiller. – Dice Lorena, –
no se mueve.
– A partir de hoy para ti soy Ágata. No me llames más
señorita Smiller
“”
218
Amor entre uvas en Australia
Desde ese instante entre las dos jóvenes nació una
amistad y una complicidad que con el paso de los años no
mermó. No hubo acusación por parte del fiscal, se
determinó que había sido en defensa propia y el tema
quedó zanjado. Lorena pasó a vivir con unos privilegios
otorgados por los Smiller como agradecimiento. Con el
tiempo se convirtió en el ama de llaves de Mess-Stone, tardó
en casarse porque para ella todos los hombres tenían
defectos, pero el amor llega a todos los rincones y con el
tiempo se enamoró de un hombre que la hizo feliz
sacándola de su soledad. Al poco de su matrimonio nació
Richard, llenando de felicidad su vida y cuando ya pensaba
que era demasiado mayor para tener más hijos, entrando en
los cincuenta nació Ángela, la culminación de su dicha.
Ágata se ilusionó tanto como su amiga y entre
ambas criaron a Ángela, con lo cual era una niña con dos
madres. La chica andaba continuamente detrás de su
hermano, le gustaban las cosas de chicos decía que las
chicas eran muy repelentes. Así que hasta la adolescencia
formó Clan con los hermanos Smiller, embarrándose y
pegándose con ellos. Ágata y Lorena intentaban hacer de
ella una señorita, pero entre tantos hombres era muy difícil,
así que ambas mujeres se rindieron el día que la chiquilla se
presentó con el pelo rapado, porque decía que así parecía
un hombre y los chicos no le tirarían de las coletas.
Al cumplir los 16 años las dos mujeres decidieron
que ya era hora de que Ángela dejara de comportarse como
un varón y la internaron en un colegio para señoritas. Se
había pasado toda la semana llorando y decía que se
escaparía, pero la víspera de marcharse estando paseando
por Ciudad Jardín, John que era su mejor amigo y
confidente va a buscarla para despedirse de ella.
“”
– Te he estado buscando toda la mañana. – Le dice el
joven Smiller.
Amor entre uvas en Australia
219
– Pues ya me has encontrado. – Ángela sonríe a su amigo,
sus ojos verdes resaltaban a esa hora tan temprana de la
mañana.
– Te voy a echar mucho de menos. ¿A quién voy contar
mis cosas? – expresa con tristeza John.
– Espero que me escribas todos los días, yo lo haré, pero
no te preocupes cuando me escape te diré donde estoy.
– Sigues pensando en huir... – Le dice preocupado. – No
seas insensata. Nos veremos todas las vacaciones...
aprovecha todo cuanto puedas, el colegio te gustará,
créeme.
“”
John apoya su cabeza sobre la de la joven y sin
pensar la besa en los labios. Ambos se miran y se vuelven a
besar, pero si el primer beso fue fugaz, este se alargó
convirtiéndose en un cálido y apasionado cruce de deseo;
dejándose llevar uno en brazos del otro se entregan.
Ángela no se escapó del colegio, es más, se refugió
en él. Estudió decoración, no sólo por que se le daba bien
el diseño, sino porque le apasionaba y tenía mucho gusto.
En vacaciones siempre encontraba una disculpa para no ir a
Mess-Stone, así que Ágata y Lorena decidieron que si querían
verla, tendrían que ir ellas a visitarla. Se escribía con John,
pero nunca hablaron de lo que había ocurrido entre ellos,
las cartas de ambos contaban cosas triviales,
acontecimientos que pasaban en el entorno.
Al terminar sus estudios se había puesto a trabajar
como diseñadora de interiores. No llevaba un año cuando
su padre muere, se sintió sin fuerzas para ir al entierro, por
lo que no estuvo presente, este hecho sorprendió a todos,
pero nadie hizo alusión al tema. Pensaban que ella tenía una
buena razón para no ir. Al poco su madre enferma por lo
que ella decide volver para cuidarla. El regreso de Ángela a
Mess-Stone llena de alegría a la casa y genera un nerviosismo
en John. Al asomar Ángela por la puerta de la sala, los
220
Amor entre uvas en Australia
chicos no saben que decir, recordaban a una jovencita de
cabello corto, vestida como un hombre y llena de barro
hasta las orejas. Ahora veían a una joven de cabello largo,
hermosa, femenina, esbelta... con unos ojos verdes que
resaltaban en su tez morena. Un vestido verde corto ceñido
al cuerpo marcaba unas curvas perfectas que ellos no
recordaban. Ya no la veían como aquella joven que se
peleaba con ellos, sino como una hermana que había que
cuidar de los machos que osasen acercarse a ella. El
primero que se aproximó a ella para abrazarla fue Kurt, que
muy bajito le dijo “te has convertido en una mujer muy
hermosa”. Todos se abalanzaron a la joven dándole ánimo
y riéndose de lo guapa que estaba. John fue el único que se
mantuvo al margen, simplemente miraba la escena aturdido
por un sentimiento que llevaba guardando cinco años y que
no quería dejar salir.
Casi sin darse cuenta se encuentra ocupando el puesto de
su madre, cuando esta se encuentra mejor, Ángela le dice a
Ágata que se quiere ir porque en la mansión se ahoga y no
tiene la independencia que busca. Así que Richard reúne a
los hermanos y les dice que tienen que hacer algo para que
Ángela no se vaya.
“”
– Creo que si buscamos un sitio para que Ángela viva
sintiéndose independiente, seguramente podamos evitar
que se marche otra vez. – Kurt es el que hace la propuesta.
– Sí, eso me parece estupendo, pero ¿dónde? – Añade
Richard.
– Mess-Stone es muy grande, tiene que haber un sitio, –
anota Josué.
– Pues todos a buscar. – Agrega David.
Los chicos buscaron posibilidades, pero no había
ningún lugar que diese seguridad a Ángela e independencia.
Cuando ya los ánimos estaban por los suelos se reúnen en
la parte trasera de la mansión, pegados a Ciudad Jardín.
Amor entre uvas en Australia
221
– Creo que no vamos a poder retenerla. – Dice John con la
mirada perdida, miraba hacia un pequeño camino lleno de
plantas. De repente llama la atención de todos. – ¡Lo tengo!
– Señalando enfrente, todos miran. En la esquina de la
mansión, pegado a Ciudad Jardín, por la parte trasera de la
casa, el pequeño camino que antes miraba, lleva a una
puerta. Tras la cual, unas escaleras de caracol en madera de
caoba llevan a una guardilla. Allí se guardaban cajas con
utensilios de cocina que se habían ido retirando con el
tiempo.
Al principio no tenían muchas esperanzas, pero
iban a intentar transformar aquella guardilla en una vivienda
para la joven. En sus ratos libres cada uno iba haciendo
algo, lo vaciaron, lo limpiaron y lo transformaron.
Terminado el trabajo la fueron en busca de Ángela, la joven
no se creía lo que estaba viendo.
El pequeño camino que daba acceso a la vivienda lo
habían ensanchado, comenzaba con dos figuras del tamaño
de una persona, eran dos gárgolas de granito rojo. A lo
largo del camino hasta la entrada de la vivienda, a los
laterales, grandes arbustos le daban forma. El suelo lo
habían hecho con pequeñas piedras incrustadas, también de
granito rojo. Al final del camino dos columnas en forma de
caballitos de mar en piedra de granito blanco, guardaban la
puerta de hierro forjado, la cual a cada lado tiene una
ventana. El camino estaba cubierto con un largo techo, en
el cual había puesto unas parras con viñas. Pensando que
cuando crecieran y ramificaran, crearían un paseo
espectacular y muy propio del rancho.
Al abrir la puerta esta da paso a una amplia
habitación.
A la derecha de la puerta unas grandes escaleras de
madera se pierden dando acceso a la planta de arriba. De
frente un gran ventanal muestra una parte de Ciudad Jardín,
mostrando un gran marco hermoso como escenario
222
Amor entre uvas en Australia
principal. Muchas lámparas de hierro forjado iluminarán las
noches de aquella gran sala bien vestida y de color, dando
una sensación de calor inmenso. Ángela acaricia las grandes
cortinas colgadas de color verde aceituna abiertas, mirando
a través de la ventana. Los chicos no dicen nada,
simplemente observan la cara de satisfacción de la joven.
Se encara a las escaleras y las sube despacio, acaricia
el pasamano de hierro forjado igual que los farolillos que
iluminan la subida. Ángela sube con tranquilidad esperando
con ansia ver lo que los chicos han estado haciendo a sus
espaldas. Tras ella los chicos la siguen como si fueran la
corte de un reino. Al llegar arriba, contiene la respiración y
se queda asombrada ante lo que aparece a sus ojos. Habían
forrado las paredes y el techo de la guardilla de madera
clara, las ventanas del techo daban mucha luz al lugar,
parecía que el cielo estuviese allí. Debajo de una de ellas
una gran mesa en forma de L ocupaba una esquina, de lado
de la misma una estantería, habían transformado la sala
principal de la guardilla en un estudio para ella. Tenía todo
lo que le hacía falta para trabajar en decoración, hasta el
mínimo detalle “podrás seguir trabajando en tu tiempo libre
en lo que más te gusta, sin que nadie te moleste.” Le había
dicho el más joven de los Smiller “hemos ido a un
comercio y le hemos dicho que nos vendiese todo lo
necesario, creemos que no falta nada.” Ángela no dijo
palabra alguna, simplemente les miró con lágrimas en los
ojos.
Había dos puertas más, una llevaba a un amplio
cuarto de baño, con todo lo que una mujer necesita y la
otra puerta comunicaba con lo que sería su dormitorio. Le
habían dicho los chicos que si quería cambiar algo, aquel
era su hogar y que lo pusiese como más le gustase. Pero lo
único que cambió fue la cama, que la separó de la pared
para colocarla en el centro del cuarto, justo debajo de una
ventana. Si ella tuviera que decorar todo aquello,
Amor entre uvas en Australia
223
seguramente no lo habría hecho así, pero no tenía pensado
cambiar nada, en toda la casa había mucho cariño puesto,
era más de lo que cualquier persona podría desear. “Prueba
un año, si ves que no estas bien, o no te gusta, aceptaremos
que te vayas, pero antes prueba.” Le había dicho su
hermano Richard. Con lágrimas en los ojos los abrazó a
todos. Ya había pasado algunos años y era una mujer muy
feliz allí.
224
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 20
Alan se prepara para salir, ya avanzada la mañana y
en el despacho de la gran casa, ya ha terminado unos
asuntos que quedaban por resolver. Se encamina a Mula,
está esperando un fax importante. No le hace mucha gracia
indagar en la vida de nadie y menos en la de Samanta, pero
su hermano tiene razón, entre ellos las cosas van demasiado
rápidas y las circunstancias no son las más idóneas para una
relación y si por encima añadimos el matrimonio de Sam...
no, ella no puede estar casada, imposible, nadie dejaría
marchar a su mujer tan lejos sola. Pero si es verdad que
esconde algo...
– Buenos días Alan. – Saluda amigablemente Richard.
– Buenos días Richard, esta lluvia nos va a retrasar el
trabajo más de lo deseado.
– Habrá que hacer horas extras.
– ¿Has visto a Kurt esta mañana? – Pensativo, – juraría que
no ha venido a dormir y esta mañana no ha desayunado
con la familia. Y en estas fechas eso sí que es raro.
– Estará demasiado ocupado. – Como no quiere la cosa,
este comportamiento hace sospechar a Alan.
– ¿Tú sabes algo? – Intentando leer en los ojos de su
colega.
Amor entre uvas en Australia
225
– Puede, pero yo no soy un cotilla. – Con cinismo y
deseando confesar lo que ha visto esa mañana en la playa.
– ¡Venga somos amigos desde siempre, nos lo contamos
todo!
– No te voy a contar nada. –Como quien no quiere la cosa.
– Pero si de vez en cuando te pasearas por la playa a
primera hora del día... verías como no quiere la cosa a una
pareja desnuda escapando de la lluvia.
– ¿Qué me dices? ¿Mí hermano mayor? ¿Estas seguro? –
Asombrado Alan, que no se podía creer que Kurt perdiese
la compostura. ¿A que estaba con Sam?
– ¡Déjame ya!
Se abre la puerta, el sonido hace que ambos jóvenes
pospongan su conversación y se giren para ver quien
aparece. La cara sonriente de siempre de Eduardo ahora
parece asombro e incertidumbre. Tenía sus facciones
rugosas, la cara que ponía cuando estaba alarmado. Antes
de dar los buenos días, Eduardo mirando a ambos jóvenes
dice muy preocupado.
– ¿Qué hace Samanta aquí?
– ¿Qué? – Dicen ambos.
– Sí, Samanta, – insiste Eduardo. – Sí, la señora Smiller, la
mujer de Kurt Smiller.
Ni Richard ni Alan saben como reaccionar. El
primero porque no conoce nada del asunto. El segundo
porque ya recuerda a que le sonaba el apellido de Samanta.
El fax comienza a recibir datos que va imprimiendo, Alan y
Richard, que están cerca ven salir los documentos. Lo
primero es una fotografía de Samanta con un nombre
debajo “Samanta Huerta”, el segundo documento es la
fotocopia de un pasaporte, un visado y una partida de
matrimonio. Mientras los papeles van saliendo, Richard los
va recogiendo, con los ojos abiertos como platos se los va
pasando a Alan. Eduardo no dice nada, parece que lo que
los jóvenes están leyendo es importante.
226
Amor entre uvas en Australia
– No entiendo esto, – sin dejar su asombro, comenta
Richard.
– Es una larga historia. – Intenta explicar Alan.
– ¿Entonces vosotros sabíais que Kurt estaba casado?
Cómo me ha engañado haciéndome creer...
– No. – Le interrumpe Alan. – Kurt no sabe que Samanta
es su esposa.
–¡Cómo no va a saber con quién se ha casado! – Exclama
perplejo.
Los dos hombres le cuentan a Richard en un relato
corto el porqué esa situación, tras la cual.
– ¡En el momento que Kurt se entere... la va a matar! –
Dice Richard decepcionado por sentirse engañado por
Samanta.
– No, Kurt no la matará, porque cuando de con ella yo
mismo la estrangularé. – Añade Alan muy enfadado. –
¡maldita sea! – Levantando la voz con desilusión. – Se ha
burlado de mí, nos ha estado engañando a todos.
– ¡Qué gracia! Sé ha enamorado de su propia esposa. – Se
ríe Richard recordando la escena de la playa de esa mañana.
– ¿Té parece gracioso? – Pregunta Eduardo preocupado.–
Esto es un gran problema. Una terrible tragedia.
– No tiene porqué. – Richard recuerda las palabras que le
dijera Samanta el día que la mandó llamar “vine a averiguar
algo sobre mi misma.” – Estoy seguro de que Samanta no
ha venido a buscar dinero, ni chantajes, ni cosas de esas...
estoy convencido de ello. – Suspira profundamente. –
Sabéis que jamás me he equivocado con las personas y sé
que tampoco me he errado con Samanta.
– Si es verdad que a Kurt le interesa Samanta... –
Apesadumbrado Alan.
– ¿Qué si le interesa? – Dice atónito Richard. – Está
enamorado, ha perdido la razón.
– No sé como reaccionará, – añade finalmente Eduardo.
Amor entre uvas en Australia
227
– Yo lo conozco lo suficiente para saber que se sentirá
manipulado, burlado y no creerá nada de lo que ella le diga,
estoy casi seguro que pensará que ella ha venido a buscar
dinero, poder... no sé.
– Alan. – Richard se acerca a su amigo de toda la vida. –
Conoces a Kurt mejor que nadie y eso que los que estamos
aquí lo conocemos muy bien – Hace una pausa. – ¿Crees
que Kurt no leerá en los ojos de la mujer que ama? Sé que
parece muy cursi, pero... ¿De verdad te crees que Samanta
ha venido a algo malo?
– No. – Tras pensarlo bien fríamente. – No lo creo... no
puedo entender que hace la joven aquí, pero... No tengo ni
idea de cómo reaccionará Kurt al respecto y a mí me ha
tocado decírselo, porque ha sido a mí al que ha mandado
hacer averiguaciones.
– Busquemos una solución, esa joven me gusta muchísimo
y sería la esposa idónea para Kurt. – Dice Richard, el que
nunca se mete en nada que sea personal, o al menos él así
lo dice.
– Sois unos manipuladores. – Rascando la cabeza Eduardo.
¿Qué te ha pedido Kurt que averigües exactamente?
– Pues, si Samanta está casada y qué hace aquí.
– ¡Vaya! –Preocupado Eduardo. – Me alegro de no tener
que ser yo. Me voy, no pienso esperar a saber que pasa,
esto me supera. Ya soy demasiado viejo.
Ya estaba Eduardo próximo a la puerta de salida
para abrirla, cuando alguien se le adelanta, pasando a través
de ella Samanta y Kurt. El viejo abogado mira a Kurt, luego
a Samanta y dice muy penoso.
– ¡No se te ocurra ni saludarme esta mañana, estoy para que
me dejéis en paz! – Las palabras las pronunciaba mientras
movía las manos y la cabeza en señal de negación. Mirando
fijamente a Samanta. – ¡Hola Samanta! – La joven baja la
cabeza, no sabe que decir, Eduardo sale sin decir nada más.
– ¡Eduar! – Le grita suavemente Kurt.
228
Amor entre uvas en Australia
– ¡No, hoy no! – Y se sale del recinto tomando su vehículo
y marchando ante la cara de asombro de Kurt Smiller.
– ¡Bueno! – Dice Alan mirando a Samanta. – Tú y yo ya
hablaremos jovencita. – Mirando a su hermano mayor. –
En cuanto a ti ven ya, es muy importante lo que tengo que
decirte. Alan tira de Kurt y ambos salen de Mula sin apenas
decir o entender algo.
Samanta era consciente de que la habían
descubierto y ¿ahora qué? Richard estaba muy pensativo, la
mira y luego se sienta en su sillón de trabajo. Samanta no
dice nada, se aproxima a la mesa y se sienta enfrente de él,
en el mismo sitio que se sentara el famoso día que la
mandara llamar.
– ¿Qué significa esto? – Richard le extiende los fax que
poco antes recibieran, la joven los toma en la mano y los va
mirando, simplemente para darse tiempo de encontrar una
explicación sin mentiras.
– Todo tiene una explicación Richard.
– Pues dígamela usted señora Smiller porque yo no la
encuentro.
– Por favor, no me llames así. – Dice ella tristemente.
– ¿Acaso no lo eres? – Suspira y añade con mucha ironía. –
Es verdad, estás de incógnito como los espías. Cuándo tus
amigos y compañeros se enteren ¿cómo piensas que
reaccionarán? ¿Crees que les hará gracia que les hayas
engañado?
– Richard, no sé que decir. No pensé en ello...
El cuarentón la interrumpe. Con voz alta y
recriminándola.
–¡Maldita sea Sam! ¿Has pensado en Kurt? ¿Cómo le va a
afectar esto? Se va a enfadar mucho Samanta, le vas hacer
tanto daño al enterarse que te lo va hacer pagar sin que
nadie pueda ayudarte.
– ¡Vale Richard! – Con aceptación, su cara triste, pero
tranquila y mirándole a la cara prosigue. – No me importa
Amor entre uvas en Australia
229
que no me vuelva a dirigir la palabra, que me odie todo el
mundo... ¿sabes? Decidir venir a Australia fue por
curiosidad no por dinero, ni posición... fue curiosidad sin
más pretensiones. Y hoy puedo decir que no me arrepiento.
– Pero Sam. – La vuelve a llamar como siempre, ya que su
enfado se está desvaneciendo oyéndola hablar. – ¿No
pensaste las consecuencias?
– No, – ella le sonríe y prosigue. – ¿Cómo te lo explico para
que lo entiendas? – Era una pregunta retórica, ambos
permanecen en silencio ante la reflexión. – Soy una mujer...
no me justifica, pero piénsalo Richard. El primer año de mi
matrimonio no me entró la curiosidad. Un día en una
peluquería, una joven leyó algo sobre unas importantes
investigaciones de una empresa química Australiana... –
respira. – Al oír el nombre del máximo responsable me
quedé... helada... Kurt Smiller. Me entró la curiosidad.
Empecé a mirar en todas las revistas de economía y
siempre salía algún comentario sobre él.
– Debiste dejarlo así. – Le reprocha Richard.
– Aun no sabes lo curiosa que es una mujer ¿Verdad? – Lo
intenté, pero me era imposible, cada vez que no buscaba
sobre él, oía un comentario.
– Entonces ya sabías quien era Kurt.
– No.
– Imposible, las revistas de sociedad están continuamente
hablando de él, fotografías...
– No – insiste ella.– Yo nunca he leído una revista de
sociedad, prensa rosa... no vi nunca una fotografía de él.
Más bien, nunca he querido ver una fotografía de él.
– Pues debiste de sacarte el fisgoneo de esa manera y no en
persona.
– Sentía una gran curiosidad por verlo en persona, de ahí
plantearme el trabajar una semana aquí y luego volver a mí
casa como si nada.
230
Amor entre uvas en Australia
– El día que hablamos aquí mismo me dijiste que buscabas
algo sobre ti.
– Cuando llegué a Mess-Stone yo ya me había enamorado de
Kurt sin saber quién era. Si lo hubiese sabido, me hubiera
ido en el mismo momento.
– No te entiendo. – Samanta le cuenta el encuentro con
Kurt en el tren y la primera noche y las demás hasta el día
famoso de la escena del camión, escena de la que aún se
hablaba en el campamento. – Al enterarme de quién era
Kurt quise salir corriendo, pero no me dejó, ya era
demasiado tarde.
– Os he visto esta mañana en la playa.
Samanta se pone colorada como un tomate.
– ¡Qué bochorno!
– Para nada, a fin de cuentas tú ya sabías que estabas con tu
marido y no con cualquiera. – Hace una larga pausa. – ¿Y
ahora Samanta?
– Sinceramente no lo sé, pero no me importa, ya no. Me
acosté con él porque quería, porque le amo y si cuando se
entere me odia no me importará porque tengo una semana
llena de recuerdos fantásticos y una noche tan especial que
no la olvidaré en toda mí vida.
– ¡Qué triste! Me da pena que algo tan bonito y positivo
termine, ambos estáis enamorados... Si no hubieras venido
no os hubieseis conocido... y al venir os enamorasteis, pero
el engaño os va a separar. En resumidas cuentas, si no
hubieses venido no habríais sufrido ninguno de los dos, lo
que no se conoce no nos hace daño.
Samanta se levanta y se encamina al gran ventanal
que está detrás de Richard, aparta la cortina y mira a
ninguna parte, muy triste, sus ojos muestran una
profundidad llena de tristeza. Richard se conmueve,
levantándose y acercándose a ella la abraza, la joven se echa
a llorar en esos brazos que parecen ser amigos.
– Duele tanto, – susurra ella.
Amor entre uvas en Australia
231
– Espero que te haya merecido la pena Sam, porque
conociendo a Kurt esto no se va a terminar aquí. Debiste
decirle la verdad al enterarte de quien era él.
– No sabía cómo, – tartamudeando entre lágrimas. – Tienes
que reconocer que Kurt hay veces que asusta.
– No apruebo lo que has hecho, pero sí lo entiendo. Has
jugado a un juego con el que no contabas que el amor
pudiese aparecer.
La puerta de la calle vuelve a abrirse para dejar paso
a Cintia que se queda perpleja al ver a Richard y a Samanta
abrazados, por supuesto ella deduce lo que no es. Los celos
y la rabia se apoderan de ella. La pareja se retira uno del
otro, Richard más maduro para afrontar una situación
como esa.
– ¡Hola Cintia! ¿No me digas que vienes a trabajar esta
mañana con nosotros?
– Busco a mi prometido ¿No lo has visto? – Con desagrado
y sin sacar la vista de encima a Samanta.
– Hace un rato estaba con Alan, búscalo, pero Cintia estas
perdiendo el tiempo.
– No te entiendo, – prosigue ella con cinismo.
– Tú eres la única que crees que es tu prometido.
– ¡Serás idiota! – Mirando a Samanta con vanidad. – Tú
sigue así con las jóvenes simples. – Se da media vuelta y
sale.
– No le hagas caso, se ha creído que estábamos liados y no
entiendo el porqué, pero le ha molestado.
– Creo que es porque le interesas.
– No seas ingenua, Cintia lleva toda la vida detrás de tu
marido y cuando se entere de que está casado contigo te
hará la vida insostenible.
– No la dejaré. – Dice Samanta convencida de que puede
con Cintia.
– Ten cuidado Sam, no la subestimes, no sabes quien es
Cintia, es muy peligrosa, créeme.
232
Amor entre uvas en Australia
– ¿Se lo habrá contado Alan ya a Kurt?
– No, estate segura que lo ha intentado, pero seguramente
no ha sido capaz.
– Voy a buscarlo, tengo que hablar con él. – Antes de que
Richard pudiera decirle algo ya Samanta había salido al
encuentro de su cuñado Alan.
– ¡Alan! – Grita Samanta al joven Smiller, que lo ve no lejos
de donde ella está.
– ¡Te mataría! – Le dice Alan ya próxima a ella, estaban en
las rocas que limitan mula, pegadas al agua. – ¡Cómo has
podido engañarnos a todos!, ¡Confiábamos en ti! ¿No lo
entiendes? Creíamos que eras nuestra amiga... Todo era
falso, ¡Dios mío! Cuando Kurt se entere.
– ¿No se lo has dicho? – Pregunta la joven con vocecita
tímida.
– No he sido capaz. Habla de ti... está tan enamorado... no
supe como abordar el tema... huye de aquí porque cuando
mi hermano se entere... – Como divagando. – Da igual a
dónde vayas, no existe ningún sitio en donde esconderte
porque te encontrará.
– No creo que sea tan terrible.
Alan se coloca justo delante de ella, le sujeta la cara
con fuerza. – ¿Tu contrato? No tenías que respetar un
contrato... ¿Qué ha pasado para saltártelo? – Alan la
apretaba más.
– ¡Suéltala! – Le grita Richard. – Alan. – Dice con suavidad,
el joven suelta a Sam y mira a su viejo amigo. – Escúchala,
deja que te dé una explicación, quizás así puedas
comprender. Alan hay veces que hacemos cosas que se nos
escapan de las manos sin calcular antes que pueda ocurrir.
Alan la mira a los ojos con una voz calma y un tono
bajo. – No sé si quiero oírlo. – Levantando la voz con
rabia. – ¡Nos has engañado, éramos tus amigos! – Se acerca
a ella y la zarandea enfadado. – ¿Y Kurt? ¿Has pensado en
mi hermano? – La suelta y se sienta en una roca próxima
Amor entre uvas en Australia
233
abatido, cansado. Samanta lo observa con detenimiento se
parece tanto a su hermano Kurt, cuanto está sufriendo por
el primogénito de los Smiller, seguramente si le hubiese
pasado a él no le dolería tanto. Empezaba a comprender a
los Smiller, esa complicidad que los unía y los convertía en
uno solo. Richard se aproxima a su amigo, se sienta a su
lado.
– Kurt tiene que afrontarlo, al igual que tú. Venga hombre,
sabes que la vida está llena de decepción.
– El problema es que Kurt Smiller se ha enamorado de su
esposa con la que lleva casado dos años y que está a las
puertas del divorcio... No tengo ni idea de cómo lo va a
encajar.
Samanta se sienta al otro lado de Alan.
– Alan, yo no pretendía engañar a nadie, hasta el día del
camión yo no sabía quién era tu hermano. Me había
enamorado de un empleado, te lo juro... no sabes como me
sentí cuando me enteré. Me quise ir, pero él no me dejó.
– Pero Sam, tú no tenías que haber venido... ya no es por
un papel firmado. Si no por tu palabra, no se puede confiar
en ti.
– Siento tanto todo esto. – Samanta comienza a llorar, les
cuenta a los dos desde que se le ocurrió venir hasta la
noche anterior. Cada vez que pronunciaba el nombre de
Kurt sus ojos brillaban, el amor se reflejaba en ellos. Su voz
con el nombre en su boca sonaba a enamorada, ninguno de
los dos hombres que la estaban escuchando atentamente,
tenían ninguna duda de que ella no estuviese enamorado
del más poderoso de los Smiller. – Lo que más me duele es
saber que cuando se entere me odiará... es lo que más
siento. Porque le quiero tanto. Ninguno de los dos se lo
puede imaginar. Pero si que ambos podían comprender qué
podía estar sintiendo ella, Richard más que Alan porque él
amaba a Cintia desde hacía demasiados años.
234
Amor entre uvas en Australia
– No llores. – Le dice Alan que seguía enfadado, pero
estaba convencido de lo que ella le decía era verdad, ese
dolor que reflejaba en la voz y que transmitía en la mirada
era imposible fingirlo. El hecho de que estuviese
enamorada de su hermano provocaba que la rabia se
disipase. – Ya no se puede hacer nada. Aunque te llevase
ahora al aeropuerto y te mandase a tu tierra. – Con una
sonrisa vaga. – Él te encontraría, buscaría en el infierno,
¡seguro! El caso es que te encontraría.
– ¿Y qué hago? – Suplicante la joven. Por un momento los
tres quedan en silencio. Richard es el primero en hablar.
– Tenéis que contárselo antes de que se entere por su
cuenta.
– Yo no he tenido valor, – dice Alan derrumbado. Richard
mira a Samanta a lo que ella añade.
– Está bien, yo se lo contaré, hemos quedado en ir a dar
una vuelta a Perth por la noche y se lo contaré.
– Te va a matar... no sé como defenderte Sam, tú aun no
sabes como es Kurt enfadado, no eres consciente de ello.
– Y lo peor de todo es que nadie podrá entrometerse... –
añade Richard.
– Yo les contaré todo a mis hermanos y que sea lo que dios
quiera.
– Creo que lo mejor es que vayamos nosotros dos. –
señalando a Samanta y a él mismo. – Para que ella se
defienda, en cuanto a mí, os serviré de apoyo.
No fue difícil encontrar a los chicos reunidos en el
almacén, no se podía recoger la uva porque el aguacero de
la mañana había empapado el fruto, sin embargo, había
mucho trabajo que se podía hacer y era en estos casos los
jóvenes los que lo realizaban, dejando a los más viejos
descansar ese día.
– Ya vemos que eres la enchufadita del jefe. – Dice John
sonriendo a Samanta cuando la vio aproximarse. La cara de
seriedad que traían los tres puso en alerta a los hermanos
Amor entre uvas en Australia
235
Smiller que se habían girado ante el comentario de John. Ya
delante de los jóvenes.
– No sé porque me da la sensación de que traéis malas
noticias, – dice Nicodemo. – Suspira profundamente y
continua, – no tienen, muy buena cara estos.
– Queremos hablar con vosotros, – dice Alan.
– Será mejor que os sentéis, – añade Richard.
– ¿Tan grave es? – Pregunta David.
Los jóvenes se sientan esparcidos, pero muy
próximos unos de otros. Samuel estaba muy serio, presentía
que algo muy malo iba a pasar y eso lo tenía atemorizado.
Intuía que era algo sobre su querida amiga Sam; en realidad
todos presentían lo mismo que el más joven de los Smiller,
porque las marcas en los ojos de la jovencita española de
haber llorado, así se lo indicaba.
– No sé como empezar. – Explica tartamudeando Alan. –
Es algo complicado.
Richard meneando la cabeza, con una mueca en la
cara de que no es tan difícil decirlo y entendiendo a su
amigo suelta.
– Kurt Smiller y Samanta Smiller llevan casados casi dos
años, es más, su aniversario está próximo.
Alan y Samanta miran a Richard atónitos, el
cuarentón los mira y se encoge de hombros.
Los muchachos abren los ojos como platos, con un
asombro increíble... Un silencio que se rompía con los
murmullos de los trabajadores, inconscientes de lo que
estaba pasando en aquel lado del almacén, en donde los
Smiller parecían tener una reunión familiar. Los chismes
surgían pero nunca tan lejos de la realidad como en aquel
momento.
Samuel rompe el hielo y sonriendo se aproxima a su
amiga, ella lo detiene.
– No… aun hay más.
Alan habla con voz firme y mucha calma.
236
Amor entre uvas en Australia
– Kurt Smiller no lo sabe. – Dice mientras mira las caras de
todos sus hermanos.
– ¡Qué! – Exclama John.
– ¿Cómo puede ser eso? – Pregunta Josué.
– Bueno, sí sabe que está casado, pero no sabe que soy yo.
– Samanta oyéndose hablar le suena muy raro lo que está
diciendo.
– ¡Qué! – Todos al unísono.
Alan comienza a relatar el porqué se casó Kurt.
Samanta continua contándoles como conoció Eduardo, la
propuesta, el contrato, como llegó a la decisión de ir a
Australia, cómo lo hizo y finalmente como conoció a Kurt
sin saber quien era. Finalmente Richard relató como el gran
Smiller se enamoró de su mujer y como descubrieron a
Samanta. Tras terminar el relato todos permanecieron en
silencio, el aire parecía pesar mucho; ahora comprendían
que le había estado pasando a Kurt. Esos brotes de
felicidad que tenía su hermano, comprendían los celos con
Alan..., nadie sabía que decir... pero el silencio se rompió
por la voz ronca y llena de rabia de Kurt Smiller.
– ¿Dónde está mi esposa? Que la voy a matar y quedarme
así viudo. – Todos se ponen en pie y ante la enorme
sorpresa de Samanta, los hermanos se miran en segundos y
como si leyeran unos en los ojos de los otros rodearon a la
nueva cuñada, por la cual sentían un cariño especial. Pero
lo que los llevó a ese acto casi reflejo, fue el hecho de
comprender, el enorme amor que ellos sentían que ella
profesaba a su hermano; y que era además correspondido,
aunque ahora entendiesen que Kurt estuviera más que
enfadado con ella. Tenían miedo a la reacción del hermano
mayor para con Samanta; instintivamente sintieron que
tenían que protegerla de él por lo menos hasta que se
calmase, porque Kurt estaba fuera de sí.
– Kurt puedo explicártelo... – Pero es interrumpida por su
marido.
Amor entre uvas en Australia
237
– No hay explicación a lo que has hecho. ¡Te voy a matar! –
Mirando a sus hermanos. – ¿Acaso vais a defenderla?
Porque si tengo que pelearme con todos.
Kurt hace un movimiento como para pelearse con
sus hermanos, Alan se coloca delante de él.
– ¿Te vas a enfrentar a mí por ella?
– No, me voy a enfrentar a ti por ti.
En ese instante llega Eduardo comprendiendo
todos cómo es que se había enterado Kurt. El abogado
llegaba corriendo y sudoroso, deteniéndose ante una escena
que nunca esperaba encontrarse en su vida.
– Menos mal que estáis todos porque no he podido
detenerlo cuando se lo conté.
– ¿Por qué se lo has contado? – Dice Alan, se lo iba a decir
ella.
– ¿Tú lo sabías y no me has dicho nada? – Miraba a su
hermano con decepción, dolor y rabia. Kurt se sentía
engañado, pensaba que se habían burlado de él, no
soportaba la idea de que ella hubiera jugado con él.
– Alan y Richard hace solamente unas horas que lo saben. –
Susurra tímidamente Samanta.
Kurt cambia la mirada hacía la joven, los ojos le
centelleaban, si sus hermanos no rodeasen a su mujer la
golpearía hasta matarla.
– ¡Cómo he podido enamorarme de alguien tan depravada
como tú! Es verdad cuando dicen que del amor al odio hay
un paso. ¿Qué buscabas? ¿Dinero? – Con burla y rabia – Si
no vas a tener tiempo a gastártelo.
– Venga Kurt escúchala.
Kurt Smiller empuja a Alan, ambos comienzan a
pelearse, Samanta grita suplicando que se detengan, intenta
salir del círculo que forman los hermanos Smiller; sin
embargo, los hermanos no dicen nada, saben que Kurt
necesita desahogar su rabia, así que deciden seguir
protegiendo a la joven no dejándola salir.
238
Amor entre uvas en Australia
La furia de Kurt es tal, que no le cuesta mucho
vencer a su hermano. Generalmente, cuando ambos se
pelean siempre gana Kurt, pero le cuesta mucho vencerlo,
sin embargo, ahora no. Alan está debajo de Kurt, este le va
a descargar un puñetazo, pero Richard se agacha, le sujeta
el brazo ya levantado. – Kurt, es tu hermano... – Con voz
segura y una inmensa serenidad que parece transmitirle a su
jefe. – Que nada te haga olvidar quién eres. – Kurt lo mira,
lo que lee Richard en aquellos ojos no es ira, ni decepción...
es la misma mirada que vio cuando su abuelo murió... un
inmenso dolor y una gran soledad.
Kurt vuelve la mirada a su hermano, se pone en pie
y le extiende la mano para ayudarlo a levantarse. Sin más,
colocando la mano en el hombro de Richard que aun
permanece de rodillas y sin mirar a nadie se va. Samanta se
tira de rodillas y comienza a llorar, un llanto ahogado y
lleno de dolor. Los chicos se sientan y no dicen nada,
simplemente escuchan el llanto ahogado de la joven
española.
Van pasando los días y el aire sigue demasiado
espeso, la tensión es palpable cada mañana. Aunque Kurt
sigue desayunado con la familia, no habla con nadie que no
sea para dar alguna orden sobre el trabajo. Su expresión es
tan triste que sus hermanos no saben como arreglar la
situación. Richard les ha dicho que lo dejen pasar un
tiempo, que Kurt lo necesita para poder asimilar todo lo
que le ha pasado en tan poco tiempo. A Samuel es al que
más le está afectando todo y no ha pasado desapercibido el
hecho de que el joven ya no es el mismo; su madre está
preocupada porque piensa que si el muchacho sigue así
puede llegar a una depresión.
Ni los abuelos, ni la madre están al corriente de lo
que ha pasado, pero al preguntar el primer día la respuesta
de Kurt fue que no había nada que decir. Así pues, no
Amor entre uvas en Australia
239
quisieron insistir. Lo único de lo que están seguros es que
algo grave había ocurrido, porque era evidente la falta de
alegría en los jóvenes Smiller.
En el campamento corría todo tipo de comentarios,
pues habían presenciado una pelea para nada usual en la
familia, pero no se sabía que había ocurrido, sí que tenía
algo que ver con Samanta, pero nadie podía concretar qué.
Kurt cada mañana va a recoger a Samanta, da un
bocinazo, ella sale, sube al coche, él la mira, pero nada más,
ni una palabra. Kurt no le dirige la palabra. Al día siguiente
del incidente Richard le había comunicado que su marido la
recogería todos los días para llevarla a trabajar, cuando llegó
le sonrió, pero la mirada fría de él le hizo comprender que
Kurt le odiaba y que llevaría esa rutina hasta que se
divorciaran.
Al rematar la jornada laboral, Kurt la recogía y se la
llevaba; unas veces a los almacenes, otras a las bodegas...
daba igual, ella tenía que esperar a que su esposo terminara
sus tareas y la devolviese al campamento, casi siempre muy
tarde.
Ella solía trabajar con los hermanos, que la seguían
tratando muy bien, el hecho de ver que estaba enamorada
de su hermano hacia que ellos la hubieran perdonado.
Entre todos hacían una buena piña consiguiendo que el
trabajo fuese ameno, reían y trabajaban, pero Richard veía
que todos estaban más tristes.
Richard le había contado a Ángela quién era
Samanta y porque Kurt estaba en aquel estado, pero sin
entrar en detalles y le pidió que fuese su amiga, en realidad
Samanta estaba sola y aunque los chicos estaban ahí, ella
necesitaba una mujer con quien hablar.
Ambas mujeres fueron haciéndose amigas y cuanto
más se conocían mejor se caían. Así que algunas tardes, con
el permiso de Kurt, Ángela y Samanta se iban al lago a
pasear y nadar, muchas veces eran acompañadas por
240
Amor entre uvas en Australia
Samuel y por María; pero las pocas veces que estaban
solas, Samanta solía acabar por llorar en los brazos de
Ángela que gustosamente y con mucho cariño consolaba.
A María le gustaría saber que estaba pasando, pero
preguntó una vez y la joven española le había contestado
que mejor que se mantuviera al margen, a ella no le gustó la
contestación, pero intentó comprender.
Los días iban pasando y Samanta había adelgazado
mucho, el intenso trabajo que ella misma se imponía y la
falta de apetito la habían hecho perder demasiados kilos en
días. Ya habían pasado veinte días y la situación parecía que
no iba a cambiar.
Amor entre uvas en Australia
241
Capítulo 21
Cuando Kurt debe ir a la ciudad, lleva a Samanta
pronto al campamento, la joven aprovecha para ir con
Ángela a la cala privada. Hoy es uno de esos días. Samanta
se dirige a la playa para estar con Ángela, al ver que tarda
mucho decide ir a buscarla a la mansión. Hoy María se ha
ido a pasear con Alan, parece ser que va enserio la relación,
aunque la joven argentina tiene sus dudas y cree que en
cualquier momento Alan Smiller cambiará de opinión, así
que se siente algo perdida y a la vez desconfiada.
El cielo está despejado y aunque hace calor ya a esas
horas es soportable, decide ir por el pinar porque le
encantan los pinos, de alguna manera le recuerdan a su
tierra que añora demasiado. Sabe que le queda poco tiempo
por estar allí y llora, últimamente se siente excesivamente
sensible y muy cansada, sabe perfectamente que los kilos
que está perdiendo la están debilitando.
Ante la mansión, se ve demasiado pequeña, se
encamina hacia la vivienda de Ángela pasando por ciudad
jardín, se sienta en un banco sin percatarse que un jardinero
está podando un seto muy próximo a ella, estaba muy
ensimismada cuando una voz muy dulce de un hombre
suena a sus espaldas sobresaltándola.
– ¡Buenas tardes Samanta! – La joven se vuelve, aquella
cara le parece conocida, pero no acierta a quien.
– Buenas tardes. ¿Nos conocemos?
242
Amor entre uvas en Australia
El hombre amable sonríe. – No, pero eres
inconfundible, tu cabello te delata. – La joven sonríe, la
boca le recuerda a la de Kurt, la cálida voz a Alan, sus ojos
a los de John, David y Nico; la sonrisa de Josué y la nariz y
los gestos al hablar de Samuel, se da cuenta que esta ante
Aitor, el abuelo de los jóvenes Smiller.
– Oyendo hablar a Samuel de usted, me preguntaba como
sería el abuelo de los Smiller. – Hace una pausa. – Lo
siento, a nadie le gusta ser conocido por el abuelo de, la
mujer de, el hijo de...
El anciano se echa a reír, a ella ahora le recordaba a
Kurt, pocas veces viera reír así a su marido, sin embargo,
era igual que a su abuelo.
– No te preocupes jovencita, estoy acostumbrado a estar a
la sombra de los Smiller... es el precio por enamorarse de
uno. – Hace una pausa, pensativo. – Pero no me importa,
mi Ágata es lo más importante de mi vida, por ella he
sacrificado muchas veces parte de mí. – A la joven le
asombraba que el abuelo de los chicos se sincerara con ella
sin conocerla de nada, por lo que ella sabía eran muy
reservados todos... pero claro, él no era un Smiller.
– Le entiendo, me considero una mujer que hace lo que
quiere cuando quiere... sin embargo, yo ya no soy dueña de
mí persona, de alguna forma...
– Kurt te domina. – Termina Aitor la frase. Ella le mira
sorprendida. – Sólo tengo que mirarlo a los ojos para ver
que el mayor de mis nietos está enamorado y sé que es de
ti.
– No es verdad, él me odia. – La joven se echa a llorar por
lo que Aitor deja lo que está haciendo y se sienta a su lado.
– ¡Ven! – El anciano se levanta y le ofrece su brazo. –
Acompáñame.
Aitor la lleva a la última fila de las parras de las
famosas viñas de Cabernet de los Smiller. Ambos se
acercan a un banco de piedra, que según le explica el
Amor entre uvas en Australia
243
anciano mandó colocar él allí, una vez se hubo retirado de
los laboratorios. Había un cesto de mimbre, ancho, con dos
asas y de poca profundidad; dentro del mismo, el abuelo de
los Smiller sacó una herramienta que ella no había visto en
la vida. Era un utensilio corto, el mango de madera y una
cuchilla de metal curvado hacía la parte exterior y afilado en
la interior. El anciano al ver que la joven observa la
herramienta de trabajo le dice con una amplia sonrisa. – Es
un corquete, se utilizaba antes para la recolecta de las uvas,
ahora parece ser que son más prácticas las tijeras, pero a mí
me sigue gustando este aparejo aunque esté obsoleto.
– Es tan raro.
– Ven conmigo. – Aitor la lleva a una de las parras.
La joven le sonríe y se fija como el anciano toma
con una mano un racimo y con la otra mueve el corquete
en sentido ascendente contra el extremo del raspón. El
hermoso racimo de uvas pasa de la mano de caballero al
cesto que tiene a sus pies en forma de troncocónico,
abierto en su trenzado, parece estar formado con hebras de
castaño, pero tampoco está segura.
– Adoro estas uvas, – dice el señor con un tono cálido.
– Son Cabernet.
– Sí, Cabernet Sauvignon, con estas bayas hacemos el
burdeos, lo mezclamos con nuestro Merlot y nos da un
vino delicioso. Tienes que probarlo.
– Me encantaría. – La joven no solía beber vino, sin
embargo, algo le decía que acabaría no sólo por tomarlo
más a menudo, sino que acabaría por gustarle.
– Esta es una uva tinta por excelencia, y aunque tiene poco
rendimiento, es una uva que se adapta a todos los climas. –
En susurro, – y una gran potencia de envejecimiento.
Además su piel gruesa da vinos oscuros y sabrosos.
La joven no quería interrumpir, y sabiendo que era
otro más de la familia Smiller era normal la pasión con la
244
Amor entre uvas en Australia
que hablaba de las uvas. Aitor toma entre sus manos
arrugadas una uva y se la entrega a la joven. – Pruébala.
La joven toma entre sus dedos la pequeña y esférica
baya, le da un mordisco detectando una piel espesa y dura,
con la pulpa firme y crujiente.
– Está buena, – hace una pausa, – dicen que el olor de los
vinos de esta variedad es a trufa o a regaliz.
– Tonterías, no te fijes en lo que te dicen, sino lo que tú por
ti misma cates. – Cortados ya varios racimo la joven
pregunta con interés.
– ¿Para qué quieres esas uvas? – Señalando el cesto.
– Porque me gusta tomar uvas cogidas por mí.
– Así serán bien frescas. – Sonríe la joven.
Como Aitor la ve más tranquila, decide abordar el
tema inicial.
– No sé lo que ha pasado, pero ha tenido que ser muy
grave porque nunca había visto a mi nieto tan vulnerable. –
Suspira. – Y aunque no lo parezca, está más triste que
enfadado. No te voy a mentir, pero el ambiente del hogar
es tan espeso que uno se puede asfixiar. Jovencita deberías
arreglarlo. ¡Tienes que arreglarlo!
– No sé cómo. He pensado en irme... pero no tengo
fuerzas.
– Eso es porque tienes esperanza, – le dice sonriendo Aitor.
– Además, esa no es la solución, porque yo sé a ciencia
acierta que él te ama y tú a él. Sería una tontería no
arreglarlo.
– Si usted supiera.
– Pues cuéntamelo. – Con cariño y seguridad. – Hay veces
que es más fácil hablar con un desconocido.
– No puedo.
– Sí que puedes. Sé escuchar... además me gustaría
enterarme de lo que está pasando, suelo ser el último en
enterarme, prometo guardar el secreto.
Amor entre uvas en Australia
245
Al principio la joven duda, pero a medida que iba
relatando los acontecimientos, todo lo que había pasado, se
iba desinhibiendo más. Aitor iba de sorpresa en sorpresa y
su semblante pasaba del asombro a la seriedad, pero de
preocupación nada más. Cuando la joven terminó ambos
permanecieron en silencio.
– Por eso sé que me odia. – Rompiendo el silencio
Samanta.
– No te equivoques, está dolido, ofendido, herido en su
orgullo y enfurecido porque lo has debilitado, – hace una
pausa y prosigue. – Es un Smiller, el más parecido al viejo
Smiller de todos mis nietos, le duele más sentirse vulnerable
que engañado. El engaño lo cura con la rabia, con el
poder... pero la vulnerabilidad no sabe como afrontarla.
– ¿Qué me aconseja?
– Dices que en veinte días no ha hecho nada al respecto, no
ha tomado ninguna decisión... creo que no sabe que hacer
y simplemente no quiere que cambien las cosas hasta que
tenga claro como actuar.
– La herencia; aún le quedan un par de meses, tiene que
seguir casado.
– Si quisiera vengarse seguramente ese no fuese
impedimento. ¡Veo qué no conoces a Kurt Smiller! ¿Aun
no entiendes que no se ha casado por su propia herencia,
sino por proteger la de sus hermanos? Por el orgullo
Smiller no por la pérdida de lo material.
Aitor sentía un dolor muy grande por haberse
enterado de lo que había tenido que hacer su nieto mayor
por los nietos más jóvenes, le parecía cruel que su suegro le
cargara con una viga tan grande en su costado.
– Abuelo. – La joven no era consciente de cómo le había
llamado, sin embargo a Aitor le gustó porque le sonrío. –
Creo que me moriré de pena el día que quiera deshacerse
de mí, ojalá fuese capaz de irme.
246
Amor entre uvas en Australia
– No digas tonterías. – El viejo le acaricia la mejilla y con la
mano le levanta la cara para que lo mire a los ojos. El
anciano era tan alto como sus nietos por lo que ella tiene
que echarse un poco hacia atrás para poder mirarlo. –
Espera a que se le pase el enfado, intenta acercarte a él... en
realidad no sabría que recomendarte. – Pensativo hace una
pausa para proseguir. – Podría darte millones de consejos
sobre Kurt... pero al Kurt enamorado no lo conocemos...
porque Sam, es la primera vez que le sucede. – Como ella le
miraba con perplejidad. – Sí, has oído bien, es la primera
vez que se enamora.
– Yo pensé que Cintia...
– Qué va, – susurra el abuelo. – Le ha seguido el juego a
muchas mujeres, pero créeme, que más quisiera Cintia que
él la amase... ya se abrían casado. No te hubiera buscado a ti
para ello.
– En realidad fue Ricardo no Kurt.
– Pues tengo que felicitarlo, porque ha encontrado a la
mejor.
Aitor la abraza y le da un beso, siguen charlando
hasta regresar al punto en donde se habían encontrado. La
joven se acuerda que ha ido a ver a Ángela, así que se
despide. Aitor la observa alejarse, apenas había
desaparecido cuando una voz tras de él lo sobresalta.
– ¡Buenas tardes Aitor!
El anciano se vuelve y le sonríe.
– No me gusta que me llames así.
– Lo sé por eso lo hago, – le sonríe Kurt.
– Así que estás casado... – Su tono parecía un reproche.
– ¿Cómo es que lo sabes? – Pregunta el joven Smiller
sorprendido.
– Un secreto así no se puede guardar tanto tiempo.
– Pues ya ves, yo sí.
– Casi dos años... ¿Lo sabe la abuela?
Amor entre uvas en Australia
247
– No, – dice Kurt secamente. Sólo Richard, Eduardo y mis
hermanos.
– Pudimos haber hecho algo al respecto si hubieras tenido
confianza con nosotros. – El anciano resopla. – Bueno ya
pronto te divorciarás.
– ¡De eso nada! – Dice con ira. – Este matrimonio será
para siempre.
– ¿Estás seguro? – Aitor intentaba provocar a su nieto para
saber a ciencia a cierta que era lo que se proponía, porque
estaba seguro que sentía más de lo que quería hacer creer.
– El matrimonio ha sido consumado. – Su rostro reflejaba
un gran dolor quizás por recordar tan maravilloso
momento. – Así que no habrá divorcio, ni anulación, ni
separación.
– Kurt ¡Mírame! – Nunca el joven viera a su abuelo tan
autoritario.
– No le hagas daño, es una gran mujer, todos cometemos
errores es como aprendemos de la vida.
Ambos hombres se miran a los ojos. Kurt añade. –
Espero que esto que me está quemando se me pase.
Y sin decir nada más se aleja.
Ya delante de las escaleras que la conducían a la
guardilla de Ángela, Samanta escucha los gritos de dos
mujeres, así que decide detenerse, se oye perfectamente la
conversación que las dos mujeres mantienen. Samanta
reconoce la voz suave pero dura de Ángela y la voz exótica
y sensual aun gritando de Cintia. Decide sentarse en las
escaleras a escuchar, primero porque no se atreve a subir y
segundo porque ha escuchado su nombre y la curiosidad
puede con ella, a pesar de saber que quien escucha detrás
de las puertas oye hablar mal de uno mismo.
– Te crees que esa mosquita muerta ordinaria puede
interferir en mis planes. – Con rabia y furia gritaba Cintia.
248
Amor entre uvas en Australia
– Se llama Samanta Smiller. – Añade Ángela con voz alta y
firme.
– Eso será sólo temporal, porque yo me encargaré de
destrozar ese matrimonio. Kurt no puede querer a esa
mujer.
– Pues ya ves que sí, llevan casi dos años casados.
– ¡Imposible! – Sacudiendo la cabeza Cintia como
queriendo no creérselo.
– ¡Es mi amante! No puede amarla si se acuesta conmigo.
Samanta estas palabras la hacían sufrir mucho.
¿Cómo podía haber pedido fidelidad y luego él ser infiel?
Lloraba porque le dolía el estómago, se le encogía el alma,
sentía un dolor que la embargaba hasta lo más profundo de
su ser.
– De eso ya hace mucho tiempo. – Con convencimiento
decía Ángela. – Tú te quieres creer que aun es así, pero
estás mintiendo.
– De eso nada, ¡somos amantes! – Gritaba Cintia. –
¡Amantes! ¿Me oyes? Casi todos los días... me desea y lo
deseo.
– No te engañes... no te ama, está enamorado de Sam…
desde el mismo día que la conoció…
– ¿Y Cómo lo sabes, te lo dijo él? – Porfiaba Cintia.
– Porque se lo he leído en los ojos. Cómo la mira, como la
observa, cómo la desea...
– ¡Eres una mentirosa!
Las ventanas estaban abiertas y los gritos se oían
fuera, Richard estaba próximo y se detiene a escuchar la
conversación con una facción en la cara de decepción.
Aitor próximo se acercó al ver tan quieto a Richard, pero al
percibir los gritos de las dos mujeres entendió la actitud de
Richard, éste le miró y ambos permanecieron quietos
atentos a lo que ambas fieras se decían.
Cintia estaba acalorada con la furia, los ojos le
centelleaban y Ángela sentía que hervía de rabia.
Amor entre uvas en Australia
249
– Es más. – Suavizando la voz pero aun en un tono alto. –
Disfrutaré del día en que se divorcie, y al poco yo me casaré
con él y ten por seguro que te haré la vida imposible hasta
que no puedas soportarlo y te marches.
Cintia se dio media vuelta y se encaminó a la puerta,
Ángela la siguió. Tan rápido ocurrió todo, que cuando
Cintia bajó, a Samanta no le dio tiempo a levantarse.
Ambas mujeres se encontraron cara a cara.
– ¿Qué viniste a hacer aquí? Le pregunta frenética Cintia al
dirigirse a Samanta. – Vuelve a tu tierra, no eres nadie, no te
has dado cuenta que sobras. Te voy a pisar como un
insecto del suelo. – Y salió dejando a la muchacha sin
tiempo para reaccionar. Al salir Cintia miró a Richard a los
ojos; en los de Cintia había vacío, en los de Richard una
inmensa desesperanza.
La joven desapareció de la vista de los dos hombres
y Aitor le puso su mano en el hombro de Richard
apretando la mano en muestra de apoyo.
Samanta estaba allí parada sin reaccionar,
lentamente levanta la vista hacia su amiga la cual estaba
unos peldaños más arriba, Ángela se sienta en la escalera y
con mucha calma le dice creyéndose sin dudas lo que decía.
– No vayas a creerte lo que Cintia ha dicho, es capaz de
mentir sin escrúpulos.
– ¿Por qué se lo has dicho? – Con un tono de voz triste y
cansado.
– Yo no he sido, – suspirando, – vino para que se lo
confirmara.
– Creí que estaba de viaje por asuntos de negocios de su
padre.
– Eso es verdad, llevaba fuera algo más de dos semanas, de
hecho aun estaba fuera cuando se enteró.
– ¿Quién la puso al corriente entonces?
– No lo sé, pero nada más enterarse de la noticia tomó el
primer vuelo.
250
Amor entre uvas en Australia
– Seguramente se lo haya dicho Kurt. Quizás le haya
contado todo.
– No lo creo, estoy casi segura que él no fue. No creo que
ella sepa toda la verdad tampoco. Sabe que este asunto es
extraño, pero desconoce la verdad, sino no, no hubiese
venido a confirmarlo.
Samanta vuelve a sentarse en la escalera y se echa a
llorar. Un llanto ahogado y triste. Ángela baja hasta llegar a
la altura de la joven y la abraza como ha estado haciendo
todos estos días.
Samanta decide ir a pasear a la pequeña playa,
necesita estar sola, últimamente busca muchas veces la
soledad. El agua está cálida, piensa que los pies al contacto
con el agua la relajarán, pero no hay nada que la tranquilice
ante tanta angustia en el cuerpo, la tienen agotada. Se sienta
a pensar, pero no tarda mucho en que las lágrimas asomen
tímidamente a sus ojos.
En la oscuridad Kurt la observa, “¡qué hermosa
está!” Piensa. El día comienza a recogerse y el color rojizo
del cielo se refleja en el agua con tanto colorido, que hace
que sobresalga la hermosura de aquel cuerpo que
permanece dentro, mezclándose. Kurt parece que estuviese
teniendo una alucinación, no puede dejar de mirarla. La está
observando de perfil, las lágrimas de la joven enternecen al
amante que le duele verla sufrir por su culpa, lo desarma,
siempre lo despoja de cualquier arma en contra de ella. Se
ha enamorado de la española tan intensamente que sabe
afinadamente que no puede dejar que se aleje de él. Se
aproxima lentamente a su esposa y colocándose detrás de
ella la abraza, Samanta siente aquellos brazos rodeándola,
como protegiéndola, el olor de aquel hombre es
inconfundible para ella, ese deseo que la embarga que la
envuelve, que la deja sin voluntad. Ella se gira lentamente y
él la mira a los ojos y la besa con tanta ternura y tanto amor
Amor entre uvas en Australia
251
que se siente sin aire para respirar. Lentamente la recuesta
sobre la arena, echándose a su lado, ella aun con lágrimas y
con tristeza le susurra.
– No, por favor no, no me hagas esto.
– Eres mi esposa y lo deseas tanto como yo. – También
con voz cálida y tenue.
– Pero tú no me quieres. – Sin dejar de llorar, recordando la
conversación de Cintia.
– ¿Qué sabes tú del amor? – Sin dejar de besarla y
murmurando.
– Sólo sé lo que siento por ti, no quiero pertenecerte sin
que tú sientas al menos la mitad que yo.
– ¿Acaso el amor tiene medida? – Mirándola con pasión. –
Eres mía, me perteneces porque eres dueña de mi vida, de
mi alma...
– No, no es verdad, me estas engañando para que me
entregue. – Su respiración era acelerada, llena de anhelo por
aquel hombre que la emborrachaba de deseo.
– No necesito convencerte de nada, no ves que gritas de
ansia, tus ojos, tu voz, tus manos al tocarme suplican que te
haga mía.
– Pero tú quieres a Cintia.
– ¡Cintia! – Se pone serio... sorprendido – ¿acaso mi
cuerpo, mi vida, mi espíritu, mi alma, mi amor... no te dicen
que te pertenezco sólo a ti?
– Ella dijo que os deseáis... que todos los días...
– Calla... no sigas, – le susurra él con dureza, – te recuerdo
que me has sido infiel.
– Pero contigo... yo sabía que eras mi esposo...
– ¡No digas nada! – Con la misma dureza pero el tono
dulce a la vez. – ¿Cómo has podido engañarme? ¿Cómo he
podido dejar que me debilitaras así? No puedo perdonarte...
la traición es el peor de los daños.
252
Amor entre uvas en Australia
– No digas eso... tú me has engañado a mí, deberías haberte
casado con Cintia. – La joven no podía dejar de llorar.–
Ella dijo que os ibais a casar cuando te deshicieras de mí.
– ¿De verdad eso es lo que piensas?
– Sé que me estas castigando... esto es mi castigo por osar
acercarme a Kurt Smiller.
Kurt la mira a los ojos, esos ojos llenos de lágrimas,
de dolor, cree que está jugando con ella, no cree en él, no
confía... decide levantarse e irse sin decir nada más. No
puede hacerle el amor si ella no cree en él, no, así no.
Amor entre uvas en Australia
253
Capítulo 22
Samanta lleva esperando un buen rato a que Kurt la
recoja como cada mañana, pero hoy se retrasa. Ya se iba a
ir sola hacía los viñedos cuando siente acercarse un
vehículo del rancho, para su sorpresa se encuentra con la
sonrisa de Richard.
– ¡Buenos días Señora Smiller! Siento haber llegado tarde.
– ¿Estamos de buen humor esta mañana?
– Lo siento, es que todavía no me acostumbro, toda esta
historia me tiene desbordado.
– ¿Y Kurt? – Preocupada por si su esposo no quisiera nada
con ella después de lo que había pasado el día anterior.
– Ayer por la noche se fue de viaje; me ha encomendado a
mí el trabajo de venirte a buscar en su ausencia... y a traerte.
– La joven resopla aliviada.
– ¿Me dejarás que trabaje en la zona de trabajo de
María?¿Me dejarás que me venga con mis compañeros? –
La joven quiere negociar.
– Me estás poniendo en un aprieto. – Suspirando. – ¿No te
gusta trabajar con tus cuñados?
– Sí que me gusta, pero necesito comunicarme con
personas de mi sexo. – Por favor, – en tono suplicante.
– Vamos a hacer una cosa. Seguirás trabajando con los
chicos... pero te dejaré que regreses con quien tu quieras.
¿Te parece bien?. – Sin dejarla contestar. –Venga sube, que
es tarde.
254
Amor entre uvas en Australia
Iban en silencio, el capataz la observaba, le parecía
que era una joven muy fuerte. Habían pasado muchas cosas
durante aquellas semanas y a él le preocupaba. Samanta
estaba demasiado delgada y trabajaba mucho, pensaba que
demasiado. Le había reñido en varias ocasiones por haberse
quedado hasta tarde, le decía que ella no tenía porque
trabajar tanto, pero la joven le había respondido que era la
mejor manera de sobrellevar todo lo que le estaba
ocurriendo.
– ¿Va a estar fuera muchos días? – Le pregunta la
muchacha sin mirarlo a los ojos.
– Una semana más o menos. ¿Te parece mucho tiempo sin
verlo?
– Demasiado, pero tengo que acostumbrarme porque
cuando se divorcie de mí, tendré que acostumbrarme a no
verlo.
– No digas tonterías – reprimiéndola. – Kurt jamás se
divorciará de ti, ni te dejará que te alejes de él. Serás la
señora Smiller hasta la muerte y nos llenarás la casa de
sobrinitos y sobrinitas, que se parecerán a ti y nos volverán
locos a todos.
– Llegas tarde. Señora Smiller – Le regaña Josué. Los
chicos la llamaban muchas veces así, les hacía gracia que
ella se enfadara por ello. Poco a poco la joven se fue
acostumbrando al nombre y los chicos ya sólo lo utilizaban
cuando querían guasearse de ella.
– La culpa es de Richard que se ha retrasado. – Añade ella
señalando al cuarentón.
– Tengo muchas obligaciones... y ahora su esposo me ha
encargado la de niñero.
– ¡Eh! – Se queja Samanta. – Yo no necesito que me
controlen, no tengo cinco años.
– Pues él cree que sí, porque nos ha dicho a todos antes de
irse que te cuidáramos – Añade David.
Amor entre uvas en Australia
255
– ¿Qué me cuidarais o que me controlarais? – Algo
molesta.
– Creo que para tu marido es lo mismo. – Dice Nico. –
Pero no te enfades con nosotros, aunque él no nos dijese
nada, cuidaríamos de ti.
– ¡Venga a trabajar! – Autoritariamente John. – Sois los
peores recolectores que tengo, me vais a costar el dinero. Y
Richard; te estás volviendo un blandengue con la Señora
Smiller.
– ¿No os cansáis de burlaros de esta pobre e indefensa
española? – Dice Samanta a John con un gesto en las
manos de “ya vasta”.
– Eso es lo que hay, aguántate Señora Smiller, ahora eres
de la familia, es lo que pasa por hacer lo que no debes, ¡EA!
Aprende a sobrellevarlo. – Se ríe Alan.
Samuel siempre al lado de Samanta, ahora está más
contento porque no sólo es su amiga sino también su
cuñada.
– Sam, por qué no me cuentas algo sobre tu tierra.
– Vamos a ver que te puedo contar. – Se queda pensativa
para después continuar. – Galicia es hermosa, verde al igual
que esta zona, quizás el foco más grande de oxígeno de la
península Ibérica. El norte lo baña el mar Cantábrico y el
oeste lo acaricia el océano Atlántico. Yo pertenezco al
interior, una pequeña ciudad universitaria, en dónde la
religión es importante, porque tiene una enorme tradición
de peregrinaje. Se cuenta que allí están enterradas las
cenizas del apóstol Santiago. Desde hace siglos la gente va
de peregrinaje a Santiago. Aunque este mismo recorrido lo
hacían los filósofos para pensar, pero no llegaban a
Santiago sino que iban hasta Finisterre: fin de la tierra. – Se
ríe y con cinismo – Después descubrieron que la tierra era
redonda y ya ves se buscaron otro lugar de peregrinaje, así
que parece ser que Santiago apóstol les pareció lo suficiente
convincente. – Hace otra pausa. – Hay quien va porque se
256
Amor entre uvas en Australia
ha ofrecido por alguna desgracia familiar, otros por una
promesa de alguna persona querida ya fallecida, también
están los que se han animado a ir por diversión, algunos
por conocer la experiencia... – La joven se queda en silencio
para continuar ante la atención que veía que ponían todos.
– Una vez conocí una familia brasileña compuesta por
padre, hijo e hija; la joven llevaba las piernas vendadas del
camino. Me acerqué curiosa y apesadumbrada por ver una
niña de doce años, aproximadamente, en aquellas
condiciones y les pregunté qué era tan importante que
desde tan lejos vinieran a pedir al santo. La joven me miró
con una carita de tristeza y me dijo que su madre se estaba
muriendo de cáncer. Me quedé más desolada aún por ver la
fe que tenía aquella gente. ¿Acaso pensarían que aquella
estatua salvaría a su madre?. Pero me brotó una gran
admiración, al saber que ellos no pretendían que la salvara
el santo, sino que le diera una muerte dulce, una muerte
que no fuese con tanto dolor... sabían que tendrían que
estar viviendo sin ella, pero darían todo porque ella no
tuviera que sufrir tanto.
– Impresionante. – Interrumpe Alan – Eso es un acto de fe.
– También conocí un señor ya muy mayor, le llamaban el
abuelo debido a la edad que tenía. Era un hombre con un
largo bigote, conservaba aun todo el cabello, canoso eso sí.
Venía andando desde Bélgica. En sus tiempos jóvenes
había sido marinero... toda su vida, las marcas de tatuajes de
sus brazos así lo demostraban. Le encantaba el vino y se
pasaba todo el camino medio bebido, pero a primera hora
de la mañana ahí estaba, haciendo su camino. Al
preguntarle porque hacía un camino tan largo, me explicó
que tenía un hijo enganchado a las drogas e iba a pedirle al
apóstol Santiago que le ayudara a ser fuerte para dejarlas.
También conocí una mujer que iba para pensar sobre su
vida y su matrimonio, quería separarse, pero no sabía como
hacerlo. Dos amigas que buscaban marido. Un productor
Amor entre uvas en Australia
257
de cine con su mujer y sus hijos pequeños, porque decía
que había perdido el rumbo. Una jovencita que había
perdido a su madre y a su único hermano en un accidente
de tráfico, un camión los arroyó mientras cruzaban un paso
de peatón, el día del cumpleaños de ella, hacia ya tres años
de aquel acontecimiento, y decía que no podía soportar el
llanto diario de su padre, iba porque quería que Santiago
calmara el corazón de su progenitor. Había un grupo de
jóvenes cordobeses, estudiantes de derecho, que se habían
reunido para hacer el camino y pasárselo bien, como
vacaciones.
– ¿Tú has hecho el camino?
– Sí, y tengo que decir que es la experiencia más
impresionante y conmovedora que jamás nadie haya
experimentado. En verano el camino de Castilla–León se
hace largo y lento, con una calor insoportable. Madrugas
porque es cuando mejor se puede caminar, pero ya a las
once de la mañana se hace casi insoportable.
Aproximadamente la gente suele hacer entre 30 y 40 km, de
pende la distancia de un albergue a otro. Los montes de
León que separan Galicia de Castilla son solitarios,
hermosos, pero solitarios. Ves pueblos abandonados, y los
que no, están demasiado aislados del resto de la civilización.
Pasamos una noche en uno de esos pueblos, rodeado de
montañas; el ayuntamiento tenía como albergue, en verano,
un pequeño gimnasio del colegio. Ese día hacía mucho frío
en aquella zona, aunque cuanto más te acercas a Galicia,
más bajan las temperaturas. Fuimos a buscar a los
peregrinos que dormían en tiendas de campaña, nos
acomodamos todos como pudimos. Con deciros que entre
camastro y camastro no había apenas espacio para moverse.
Estaba el lugar más que lleno. Me acuerdo que alguien
empezó a leer una carta que había escrita en una pared
hacía muchos años. Contaba una vieja historia, todos en la
estancia permanecían en silencio, se oía la voz del lector
258
Amor entre uvas en Australia
con una claridad que sorprendía. Decía que había un punto
de los montes de León en dónde la gente desaparecía, el
relato estaba escrito con tanta tenebrosidad que hacía
pensar si no sería mejor no madrugar al día siguiente, para
poder atravesar ese punto a plena luz del día.
– Me encantaría estar allí viéndoos las caras de terror a
todos, – se reía Samuel.
– Calla Samuel, Déjala continuar. – Amonesta Richard que
llevaba escuchando a la joven casi desde el principio.
Aunque todos estuvieran oyendo a Samanta con interés, no
por ello había mermado el trabajo.
– Vale, continúo. Cuando subes hasta O Cebreiro las
lágrimas se te saltan de gozo, ya estas en Galicia, y ese es el
primer paso para acercarte a tu destino.
– Parece duro, – dice John.
– Sí que lo es. La ciudad a la que vas, está situada en un
valle rodeada de montañas; hay quien dice que son las
mismas que las murallas de roma. Murallas que están
protegiendo la entrada a la catedral, en donde se guarda con
celosía las cenizas de tan importante personaje. Durante el
camino, los peregrinos se ayudan unos a otros, sin interés.
No existen las clases sociales, nadie conoce a nadie, todos
comparten lo mismo, el camino. Incluso aunque no seas
creyente, acabas impregnándote de un mundo fuera del
mundo.
– Todos deseando llegar, supongo, – añade David.
– No lo sabes bien. Al llegar al Monte do Gozo, desde allí ves
a los pies, la ciudad esperada, lloras de felicidad. Queda tan
poco para tu objetivo, te sientes satisfecha de ti misma. Y
finalmente, quizás con paso más rápido de todo el viaje,
llegas a la plaza del Obradoiro. Miras con admiración la
hermosa catedral; una construcción de siglos, que se ha
construido en distintas épocas históricas. La observas
majestuosa, pareciera sonreír al peregrino, como si quisiera
darte la bienvenida, y aplaudirte tan fantástico logro. Es
Amor entre uvas en Australia
259
entonces cuando tus miedos desaparecen, te sientes pleno y
te postras ante ella como agradecimiento por darte un poco
de paz. De allí te vas a la plaza de la Quintana, si es año
santo, para poder entrar por la puerta santa. Entras por ella
con un gran júbilo. Te vas acercando al altar para poder ver
la cara de la representación de Santiago, para arrodillarte
ante él y decirle que lo has conseguido y pedirle lo que con
tanto amor has estado dispuesto a hacer. Y llegada la hora
de irte, te encaminas a unas pequeñas escaleras que te llevan
a dónde él está. Y aunque no lo ves de frente, sino por
detrás, te acercas a él y lo abrazas, dejando en ese abrazo un
brote de esperanza.
Todos se quedan en silencio, como intentando
imaginarse lo que Samanta les estaba contando. Los
jóvenes llegaron al convencimiento de que era una hermosa
experiencia, o al menos Samanta, así se lo había
transmitido.
Con la historia de Samanta el tiempo se les había
pasado volando, se encontraron con una grata sorpresa al
ver a María que se acercaba con algo en la mano, ya cerca
de ellos.
– Os invito a comer, os traigo tortilla de patatas y una gran
jarra de gazpacho que mi madre ha hecho. – Ante la cara
interrogante de los chicos. – Mi madre aprendió a hacerlo
de una amiga del sur de España.
Todos se sentaron a comer aquella comida que era
nueva para ellos.
– Está buenísimo, dale las gracias a tu madre. – Dice
Richard, asintiendo los demás.
Ya casi rematando el trabajo, los Smiller se
encaminaron a terminar un trabajo al almacén, no les llevó
mucho. Los chicos se repartieron en las partes traseras de
los remolques, sentados, esperando a que Richard llegara
para confirmarles que ya se podían ir. Los transportes
estaban formando un pequeño círculo, Samanta sentada al
260
Amor entre uvas en Australia
lado de Alan, le contaba que ella nunca había imaginado
que el campo era tan duro, pero a la vez tan gratificante.
Los chicos estaban de acuerdo, pero le dejaron bien claro
que cuando uno trabaja las tierras de uno mismo, es más
fácil que cuando trabajas para otros.
Aburridos los muchachos le pidieron a Samanta que
le contara alguna historia, la joven les dijo que había cientos
de relatos religiosos, pero de la mano de estas estaban las
de las meigas. A ellos les parecía un tema interesante y
pidieron a la joven que le contara alguna de esas leyendas.
Hace muchos siglos, en aquellos años en dónde las
ciudades no existían, en un pequeño pueblo del interior de
Galicia, entre las montañas, una mujer estaba dando a luz
sola, en su barraca. Los gritos del parto eran tal, que el
marido esperando fuera estaba asustado, pensando que su
mujer no sobreviviría. Tras días de sufrimiento y desgaste,
la mujer dio a luz una niña, que ya en su nacimiento la
madre detectó que era especial. La miraba con un amor de
madre, leyendo en unos ojos grandes y azules como azules
son las sombras del mar.
El esfuerzo había sido tan grande que la madre no
pudo sobrevivir a tal evento, pero antes le puso a su hija el
nombre de soledad, porque el corazón le decía que esa iba a
ser como viviría su vida, sumergida en una gran soledad.
A medida que la niña crecía, la gente le tenía miedo,
porque había veces que la muchacha se levantaba y le decía
a su padre que al día siguiente iba a morir alguien,
contándole quién y cómo iba a ocurrir.
Ante el temor de los pueblerinos, desterraron a la
muchacha al bosque sola, con apenas diez años. El día era
húmedo, triste, llovía a cántaros, pero nadie hizo nada por
salvaguardar a la jovencita que allí abandonaban, ni tan
siquiera su padre.
Amor entre uvas en Australia
261
El relato avanzaba, Samuel se subió al remolque en
donde estaba sentada Samanta y se echó, colocando la
cabeza en el regazo de la joven, mientras ésta le acariciaba
el cabello a la vez que continuaba con su leyenda, los
trabajadores iban llegando, unos sentados en el suelo, otros
en cualquier alto, pero todos se iban quedando a escuchar.
Los años fueron pasando, nadie hacía preguntas,
nadie pronunciaba su nombre, se había prohibido que la
historia saliera de boca alguna.
El día que Soledad cumplía 21 años, había amaneció
soleado, alegre, los pueblerinos preparaban una fiesta muy
particular... la llegada de la primavera.
El pueblo estaba precioso, con unas largas
alfombras hechas con una gran diversidad de flores de
todos los colores. Las ventanas de las humildes viviendas se
llenaban de adornos florales, haciendo que todo el pueblo
cogiese un colorido agrandable, dulce y con cientos de
aromas atrayentes.
En la plaza principal las gentes del pueblo
colocaban una grandiosa mesa hecha con grandes tableros y
de patas de grandes troncos cortados igualitariamente. A lo
largo de la mañana, los pueblerinos iban llevando algún
alimento que habían preparado para compartirlo en la
comida del mediodía con los demás. Mujeres voluntarias
colocaban los suculentos platos a lo largo de la mesa
intentando que todo estuviese al alcance de todos.
Se preparaban tortillas variadas, desde la famosa de
patatas con chorizo hasta la de patatas con pimiento.
Enormes empanadas redondas cada una a su estilo, las
había de atún, de mejillón, de berberechos, de zorza (carne
cortada en trozos muy pequeños aliñada con una salsa
especial, típica en Galicia)... no podía faltar las orejas o las
filloas como postre... Y por supuesto, botellas de vino desde
el típico albarino hasta el ribeiro.
262
Amor entre uvas en Australia
Ya empezada la fiesta se hacían grandes fogatas
para poner unas grandes ollas y se preparaba el famoso
pulpo a la gallega, o el típico churrasco de cerdo, los
chorizos criollos a la parrilla... Las gaitas no dejaban de
sonar, y así entre risas, comida y bebida llegaba la hora de la
queimada... la famosa bebida que espanta los malos
espíritus.
Todo el pueblo en silencio delante de un objeto
cóncavo hecho de barro que estaba colocado sobre una
piedra, un hombre ya muy mayor movía el delicioso líquido
con un cucharón también de barro. Había fuego dentro del
mismo y mientras el dulce anciano levantaba el cucharón
con el líquido volviéndolo a soltar sobre el recipiente, iba
pronunciando un conjuro, con voz clara, precisa...
En un momento del conjuro una voz sale de algún
lado, todos miran a su alrededor, pero no ven nada, se hace
el silencio y la voz vuelve a gritar palabras que nadie puede
entender.
El cielo se oscurece dejando el pueblo entre
tinieblas, la voz vuelve a oírse, pero esta vez más clara, en
ellas exige venganza. Todo se queda en silencio durante
unos minutos para dejar paso a la figura de una mujer vieja,
con el cabello largo y rojo. Iba envuelta en una hermosa
tela de seda, transparente, a través de la misma se podía
distinguir las carnes ya fofas de la edad. Sus ojos semejaban
el color de la noche, centelleantes, llenos de cólera. Las
manos las llevaba abiertas y llenas de sangre.
Los pueblerinos no decían nada, estaban
atemorizados ¿Quién era aquella mujer?¿Por qué quería
vengarse de ellos? La mujer cayó ante la hoguera más
grande, postrada de rodillas, sus únicas palabras fueron “Mi
juventud por una oscuridad eterna, mi vida para que jamás
nadie pueda salir de aquí” y cayó desplomada.
Las nubes comenzaron a disiparse dejando pasar la
luz del sol, al tocar los rayos la cara de la anciana, ésta
Amor entre uvas en Australia
263
comenzó a cambiar, apareciendo la tez blanca y hermosa de
Soledad. Y a continuación la joven desapareció ante la cara
atónita de aquellas personas que empezaran el día
festejando la primavera.
Una niebla cubrió el pueblo, el día dejó de existir, y
como si de magia se tratara, el pueblo desapareció. Los
pueblos lindantes contaron la historia durante siglos, pero
nadie podía explicar donde estaba la ubicación del pueblo.
Durante años la leyenda se corrió por doquier y muchos
fueron los que intentaron llegar, pero imposible, porque
una espesa niebla te rodea, sin dejar que nada veas. Hay
quien cuenta que quienes consiguen llegar al lugar nunca
regresan
También se cuenta que muchos peregrinos que han
hecho el camino de Santiago, llegando a esa zona de
montañas, se han perdido y que jamás se han vuelto a saber
de ellos. Las gentes de la zona comentan que seguramente
hallaron el pueblo, pero como no se puede salir.
Tras la historia de Samanta, se hace un silencio que
es roto por Samuel.
– Sam, te has pasado con la historia.
Todos se ríen.
–¿Pero a que os habéis entretenido? – Le dice la joven con
una amplía sonrisa. – Puede ser verdad o puede que no.
Los oyentes comienzan a sacar sus propias
conclusiones, convirtiéndose aquella en una reunión grata y
agradable.
Richard había llegado en la mitad de la historia, le
había llamado la atención un grupo de gente reunida, pero
al ver y oír a la joven española siguió su camino hasta el
interior del almacén, estaba con unas etiquetas de vinos y
mientras realizaba su trabajo escuchaba a la muchacha. Le
pareció sorprendente que sólo se oyera la voz de ella, que
toda aquella gente estuviera escuchando atentamente. Le
264
Amor entre uvas en Australia
había gustado que los Smiller estuviesen allí, mezclados
entre sus trabajadores como una gente más. El capataz
sabía que Samanta era lo mejor que le había ocurrido a
Mess-Stone desde hacía mucho tiempo.
Mess-Stone es un rancho lleno de viñas por doquier;
desde el camino principal que lleva a la gran casa hasta
cualquier parte del rancho. Palos formando un tejado en los
caminos, en los cuales parras se agarran a ellos como una
caricia, dejando caer hermosos racimos. Antonio lleva
yendo a vendimiar, a la zona de Perth, toda la vida. Al
contrarío que a sus otros hermanos, a él le encanta ese
trabajo. Su pena ha sido que ha tenido que ayudar siempre
a su familia, pero le hubiera gustado prepararse para
viticultor, de hecho había aprendido mucho a lo largo de su
vida y nunca había dejado de leer libros sobre ello.
Seguramente el próximo año no vendría, las cosas
no iban mal en su tierra, ese año había ahorrado un dinero
gracioso, tenía idea de comprar alguna tierra en Argentina y
probar él a hacer lo que tanto tiempo había soñado.
Además consideraba que sería algo bueno también para su
hermana, estaba convencido que al terminar la vendimia y
separarse del Alan Smiller, su hermana entraría en una
depresión, en un proceso de olvidar su aventura, sería
bueno para ella no volver más a Mess-Stone.
El joven argentino terminado el trabajo decide
desviar su camino hacía el campamento, dando un rodeo
por el pinar, como cada día. Él sabía que allí estaría la mujer
de la que se había prendado. Nunca hablan, pero se miran
como dos enamorados. Lisa espera cada tarde nerviosa el
final de la jornada, allí se encuentra con John al rematar,
pero su frenesís no es por el encuentro con su prometido,
sino por otro del que se encuentra, incluso avergonzada,
cómo sentir lo que siente por alguien a quién no conoce.
Amor entre uvas en Australia
265
Ese día Antonio está algo más intranquilo, más
indeciso por tomar aquel camino, sabe que John está en el
almacén aún, así que si Lisa está allí seguramente se
encuentre sola... entonces podrá quizás hablar con ella.
A lo lejos distingue una inconfundible silueta,
sentada bajo un pino, el mismo árbol de todos los días.
Está enfrascada en la lectura, el joven argentino se
aproxima con pasos rápidos, pero inseguros; está
impaciente, a la vez que mantiene una lucha interna consigo
mismo. Se repite una y otra vez... no es para ti, está
prometida con un Smiller. Pero acaso el amor entiende de
compromisos. Ya cerca de la joven rubia de ojos verdes,
ese color de ojos que lo vuelven loco con los que sueña
cada noche.
– Buenas tardes... noches. – Tartamudeando. Algo que no
le había pasado nunca en su vida.
– Buenas tardes, aún estamos por la tarde, el día aun no ha
comenzado a esconderse. – La joven le sonríe, con una
calidez que lo deja sin respiración.
– Espero no haberla interrumpido. – Intentando mantener
una conversación para retenerla aunque sea lo que dura un
soplo de aire.
– Para nada. – Casi en un susurro, con una candidez que
desborda.
– ¿Está esperando a su prometido? – Con pena.
– No – Se atreve a decir la joven descaradamente, cosa que
nunca había hecho. – A ti. – Se hace un silencio... casi
podríamos decir que pesado, espeso. – A ti, te estaba
esperando a ti, como cada tarde. – Continua la joven.
– No sé que decir. – Vuelve a producirse otro silencio. –
Yo doy este rodeo para volver al campamento, sólo por
verte... aunque sea en la distancia.
– Antonio. – Un sudor frío corre por sus manos, necesita
decirle algo, pero no sabe cómo hacerlo.
– No temas. – Le dice el joven a sabiendas de que ella duda.
266
Amor entre uvas en Australia
– ¿Podríamos encontrarnos en Perth? – Al fin se atreve la
joven. – Necesito saber que siento por ti.
– Me encantaría, sería bueno para los dos, porque no puedo
dejar de pensar en ti en todo el día. – Resopla. – Creo que
me estoy volviendo loco.
– ¿Qué día libras? – Pregunta la joven.
– Dentro de cinco días. – Haciendo cálculos.
– Si te parece bien podemos quedar para ese día. – Estaba
impaciente, temerosa de que él se negara.
– Te llevaré a cenar y después podemos ir a bailar. – Como
la muchacha ponía un gesto de recelo. – No te preocupes,
le diré a Samanta que me acompañe, como protección para
que no hagamos locura alguna.
– Ahora vete, antes de que te vea alguien, John puede llegar
en cualquier momento y no creo que sea bueno que nos
encuentre charlando.
Ya de vuelta al campamento María y Samanta, al
pasar por el pinar, ven bajar a Antonio, detrás de él se
distingue una figura difuminada de alguien que permanece
quieta en donde está, pero no hacen mucho caso. Saben
que Antonio tiene algo por aquel lugar, porque siempre
cada día se sale del camino para tomar el sendero del pinar
que comunica con el campamento. Ambas amigas saben
que algo pasa, pero dejan su curiosidad por si lo que
puedan descubrir no les guste.
– Yo no pienso decirle nada. – Pensativa María.
– Pues yo menos. Ya es mayorcito y si se mete en
problemas... María. – Mirando a su amiga. – Lo de Alan y
tú parece que va viento en popa ¿no?
– Sí – sonríe la joven. – No sé cuanto durará, puede que sea
algo temporal como el trabajo que hacemos los
temporeros, pero no me importa. No cambiaría este año
por nada, aunque sea el que más me haga llorar, también
está siendo el que más felicidad me ha dado.
Amor entre uvas en Australia
267
– Eres valiente. – Samanta la abraza. – Yo sólo de pensar
que esto se va a terminar...
– Kurt Smiller está muy enamorado de ti. – Añade muy
convencida María.
– Tú no sabes ni la mitad.
– ¿No crees que me merezca que me lo cuentes ya. ?
– Es que no sé, hasta que punto quiere que se sepa...
– ¿Quién, el señor Smiller?
A Samanta le estaba resultando muy complicado
explicar a su amiga algo con sentido. Así que decide que
mejor será ser sincera con ella. María se había comportado
como una buena amiga.
– María, estoy casada...
– ¡Qué! – Con sorpresa.
Ambas mujeres habían tomado el camino de la
playa para ir a ducharse y luego bañarse en el lago, las altas
temperaturas prestaban a ello.
– Explícame eso de que estás casada.
– No sé cómo te lo diga, María. Me resulta muy difícil y
muy embarazoso. No sé si lo comprenderás.
– Déjate de tapujos. – Le regaña su amiga. – Suéltalo y ya
está, sin más.
– Llevo dos años casada... con Kurt Smiller.
– ¿Qué has dicho? – Con sorpresa por parte de María. –
¿No lo entiendo? Explícate.
La Señora Smiller cuenta a su amiga lo de su boda
por poderes, su llegada, su curiosidad, su enamoramiento
con su marido. Lo único que le oculta es el motivo de Kurt
para casarse, considera que los problemas de familia, deben
seguir así, problemas de familia.
– ¿Samanta cómo es que no me lo has contado antes? –
Más defraudada que enfadada.
– No te enfades... piénsalo, no es fácil contar algo así.
– Lo sé, pero me hubiera gustado que hubieses confiado
más en mí.
268
Amor entre uvas en Australia
– Perdóname, por favor.
– Estás perdonada, Sam, puedo entenderlo hasta cierto
punto.
Mirando a María a los ojos.
– Prometo no volver a ocultarte nada.
– Ahora entiendo porque Kurt viene a buscarte cada día y
te trae tan tarde cada noche. Es para que no te mezcles con
los pobres.
– No seas mala, no es por eso... es por tu hermano... tiene
miedo que le sea infiel con él. O con cualquier otro.
– Mi hermano... tiene su lógica. – Se ríe. – Estáis casados y
enamorados, me parece lo más curioso del mundo. –
Suspira – Kurt Smiller jamás te dejará marchar, eso tenlo
por seguro.
– No me quiere.
– Qué obsesión tienes con eso. – Le regaña – ¿Qué
tenemos que hacer todos para que sepas que es más que
evidente que te ama?
– Cintia dice...
– Esa loca no tiene ni idea... es mentira todo lo que suelta
por su boca. – Venga, vamos al agua.
– Ve tú, yo llevo todo el día mareada, me voy a sentar aquí
y os miro a todos bañándoos.
– Estás demasiado delgada, deberías comer más. – Samanta
se gira hacía el sonido de la voz que le llegaba por detrás.
Sonríe al más guapo de los Smiller, Alan.
– Deberías estar callado... calladito. – Con un tono irónico.
– Hemos estado hablando y te vemos más pálida,
deprimida, cansada. Richard dice que trabajas demasiado.
Así que ahora te vas a venir conmigo y vamos a ir al
médico para que te haga una analítica.
– No digas tonterías. ¿Sabes la hora que es?
– ¿Y tú sabes quién eres?
– Alan tiene razón, Sam – Dice su amiga.
Amor entre uvas en Australia
269
– Estoy bien. – Recrimina la joven. – Prometo alimentarme
más, trabajar menos, si veo que no me pongo mejor, – con
resignación, – os dejo que me llevéis a que me vea un
doctor.
– ¿Lo prometes? – Insiste Alan, que no está muy
convencido de que su cuñada cumpla su promesa.
– Sí, lo prometo.
– Más te vale o se lo tendré que contar a Kurt.
– No hará falta. – Se levanta. – Si no os importa me voy a
dar un paseo, creo que me sentará bien, estoy segura.
– Me parece bien. – Insinuante Alan. – Yo creo que voy a
entretener a esta hermosa joven.
270
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 23
Uno nunca sabe cuando pueden ocurrir las cosas
más atípicas que nos rodean. Este día promete ser caluroso
para la época primaveral del norte de España. Santiago es
un valle al que la lluvia le gusta jugar a menudo; sin
embargo, la nitidez del cielo nos indica que un día caluroso
dará largas a la esperada lluvia.
Félix decide que es hora de sacar al jardín al
pequeño, para que juegue un rato; lleva toda la mañana
nervioso, así que dejará que se divierta con la pelota para
desgastar energía.
– ¡Chus estoy en el jardín! – grita la hermosa rubia a la vez
que toma al niño en sus brazos y abre la puerta.
El umbral de la puerta queda avasallada por una
falta de luz repentina, asombrada se gira para mirar que
obstruye tal desastre.
No es qué, sino quién; durante un momento se
queda observando aquel cuerpo, alto, fuerte. Sus miradas se
encuentran. Los ojos azules revelan nerviosismo, los negros
seguridad. El niño inicia un gimoteo en protesta, lo que
atrae la atención de los dos adultos. Kurt esboza una
sonrisa, lo que a Félix hace tomar algo de confianza, el
caballero revuelve el cabello del mozuelo y éste le
recompensa con una amplia sonrisa.
– Señora Loaña – Dice Kurt sin dejar de mirar a chiquillo.
– Soy...
Amor entre uvas en Australia
271
– Sé quién es, – interrumpe Félix y sonriéndole para no
parecer tan cortante, – no olvide señor Smiller que es
famoso.
– En mi país no aquí.
– Está casado con mi Samanta, desde que ella se ha ido he
averiguado todo lo que he podido sobre usted, y créame ha
sido muy fácil. Internet es una enorme librería llena de
información.
– He venido para hablar con usted sobre Sam.
– Mientras no sea por nada malo...
_ No, no; por favor.
El tono empleado era tan suave que da confianza a
la hermosa mujer.
– Está bien, – el hecho de haber dicho Sam, le indica que
no ha ido muy mal las cosas por Australia.
Félix deja el niño en el suelo y le entrega la pelota; el
pimpollo comienza a entretenerse solo. Félix hace señas a
Kurt para que ambos se sienten en un banco de piedra que
hay debajo de un abeto. Desde aquel punto, pueden
observar al niño jugar.
– La verdad que no sé cómo abarcar el tema. – No denota
nerviosismo o inseguridad en el tono de voz, pareciese
como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
– Simplemente comience por el principio. – La joven le
sonríe.
– Es muy complicado. – Kurt la mira a los ojos y le
transmite tanta seguridad que siente que puede confiar en
ella. Así como al principio ella estaba nerviosa ahora; sin
embargo,
exteriorizaba una enorme tranquilidad y
cordialidad.
Kurt procede a contarle todo a Félix. El relato es
largo, pero ameno; la joven escucha sin desatender a su hijo
y sin dejar de prestar atención a Kurt.
– Te has enamorado de mi Sam. – Dice Félix con
convicción rematado el relato.
272
Amor entre uvas en Australia
– Desde el primer día que la vi. La hubiera estrangulado
cuando me enteré de quien era si no fuera así.
– ¿Crees que ha ido por tu dinero? – Félix conocía
perfectamente a Samanta; sus preguntas iban encaradas a
intentar averiguar lo que Kurt pensaba de su imprevisible
amiga.
– No creo... sé que no ha sido por mi dinero... ¿pero puede
llegar una mujer tan lejos por curiosidad? – Era una
pregunta con una entonación de asombro, de
incertidumbre.
– Cuando conozcas bien a Sam, caerás en la cuenta de que
es tan impetuosa..., demasiado curiosa, y se cree con
derecho a saltarse las normas siempre que ello satisfaga sus
impulsos.
– No sé si estoy más enfadado por engañarme que por
saltarse las normas.
– Creo que estás enfadado porque te ha desarmado y eso te
hace más vulnerable y señor Smiller creo que eso no le
gusta nada de nada.
Kurt observaba a Félix, le gustaba aquella mujer que
parecía conocer a las personas, aquella cara afable y
amistosa le daba confianza; Sam tenía suerte de tener una
amiga como aquella cerca.
– La debilidad te hace sufrir mucho..., puede hacerte
flaquear; si tu enemigo sabe dónde golpearte estás perdido.
– Tu imperio puede tambalearse. Cínicamente dice Félix.
Ante estas palabras Kurt la mira fijamente a los
ojos, con mucha calma y una extraordinaria seguridad en lo
que dice.
– Usted no me conoce. – Con dureza. – De mi imperio
depende el trabajo de muchas personas... comen muchas
familias. No pretenda juzgarme por mi riqueza.
– No pretendía ofenderle.
– Sin embargo lo ha hecho.
– Lo siento. – Con sinceridad, dice ella.
Amor entre uvas en Australia
273
– Nunca se disculpe por decir lo que piensa, aun ofenda a
otros, siempre que sea lo que realmente piensa.
– Uno debe intentar no ofender a los demás.
– Aunque ello conlleve mentir.
– Sí.
– Discrepo, pero es su opinión. – Suspira – Volviendo a la
conversación. Tengo bajo mi mando la vida de muchas
personas, dependen de mi buen criterio a la hora de tomar
decisiones para seguir trabajando. ¿Qué me importa mi
imperio, como usted dice? Claro que me importa, me gusta
el mando y me gusta el poder, no voy a mentirle.
– Entonces no estoy tan desencaminada.
– Créame si le digo, que si cayera mi imperio, volvería a
levantarlo.
– Tan seguro está de usted.
– En mi capacidad para los negocios sí, además le diré que
podría empezar desde abajo, soportaría que me mandarán.
– con cinismo. – Pero por poco tiempo, estoy seguro.
– Entramos en la soberbia.
– Usted me califica de arrogante, yo me califico
competente, autosuficiente e instruido. Eso sí, llevo en la
sangre el orgullo de los Smiller, ello me hace un
contrincante difícil de caer.
– Pues a Samanta veo que no le ha costado mucho
derribarle. – Con algo de insolencia.
Kurt se queda mirando al pequeño, parece que lo
estuviera observando, pero Félix se percata de que
realmente lo que está es ensimismado en sus pensamientos.
– Me ha derrocado, vencido, derrumbado... todos los
adjetivos al respecto son pocos.
Félix toma entre sus manos la cara de Kurt, apoya la
frente de ella en la de él.
– Te quiere. De lo contrarío ya estaría aquí.
– No es cierto.
– Sí que lo es. – Insiste ella.
274
Amor entre uvas en Australia
– No se ha ido porque me tiene miedo.
– ¿Qué equivocado estas? ¡No has estado escuchando! –
Con mucha suavidad y casi en un susurro.
– Siento que no puedo estar sin ella.
– Díselo.
– No me escuchará.
– ¿Has probado a decírselo?
– No sé cómo.
– Igual que me lo has dicho a mí.
– Es tan fácil hablar con usted.
– Y con ella, si lo intentas.
– Yo no sé hablar de amor, esto es nuevo para mí, me tiene
desarmado y eso me desorienta.
– Bravo por Sam, ha tirado la torre más alta de la familia
Smiller.
Félix le acaricia la mejilla.
– Lo daría todo por ella.
– Díselo – insiste Félix en un murmullo.
– ¿Y si me rechaza?
– Es un riesgo que debes correr. ¿Acaso no estas
acostumbrado a correr riesgos?
– Pero en los negocios es diferente. Si la perdiera a ella... no
sé que haría...
El llanto del niño los hace ponerse en alerta a
ambos. Kurt se levanta de su sitio casi de un salto y se
acerca al jovenzuelo.
– ¿Qué ha pasado?
– Me caído. Mala... pelota.
– ¿Quieres que juguemos?
El niño afirma con la cabeza y le extiende la mano a
aquel personaje que le parece enorme, casi como un ogro,
pero que para nada le da miedo.
Félix les observa jugar, en silencio y con una leve
sonrisa en los labios. Toda su preocupación se ha disipado;
le gusta Kurt, sí, es bueno para Samanta, será la fortaleza
Amor entre uvas en Australia
275
que a ella le hace falta. Sam será como un soplo de aire
fresco en la vida tan compleja de Kurt.
Samanta paseaba sola por la playa, se sentía
desolada, últimamente lloraba por todo y eso la molestaba,
tanta sensibilidad no le gustaba para nada. Mañana
regresaba Kurt de su viaje, era horrible estar sin su marido,
qué pasaría cuando él se divorciara de ella. Se iba acercando
los días y ella odiaba que el tiempo corriese como
queriendo alcanza la meta pronto. No le importaba estar en
esa situación era mejor que no volver a verlo. Tenía los ojos
hinchados de tanto llanto, tenía que sobreponerse y ser algo
más fuerte, tras superar la muerte de sus padres esto que le
estaba pasando ahora no era nada en comparación.
Entonces por qué no podía dejar de llorar.
Samanta estaba llegando a la tienda de campaña
cuando se acerca a ella corriendo Antonio.
– Sam, te estaba buscando... – El joven se detiene en seco y
la mira apenado. – otra vez has llorado. – Samanta toca los
ojos, las marchas de las lágrimas indicaban que no había
dejado de llorar en horas, los ojos estaban hinchados y eso
a su amigo no le gustó nada.
– No puedo evitarlo. – Se justifica ella.
– Sam, tienes que intentar olvidarlo o te irás consumiendo
poco a poco.
– ¿Para qué me buscabas? – La joven intentaba cambiar de
tema. El argentino dudó un poco antes de contestar, no
quería cambiar de tema, pero veía que ella no tenía ganas de
hablar en ese instante.– Necesito que vengas conmigo.
– Eso me suena muy raro.
Él le sonrió, sus ojos brillaban y Samanta se echó
las manos a la boca asombrada.
– ¿Has quedado con ella?
– Ya veo que eres... – Se interrumpió para suplicarle. – Ven
conmigo, hazme ese favor.
276
Amor entre uvas en Australia
– ¡Estás loco! – Le recrimina ella.
– Por favor, sería menos sospechoso.
– No sé, – suspira, – mentir no trae nada bueno. – Le mira
a los ojos con calidez. – Yo soy una experta, sé de lo que
hablo.
– Me he enamorado. – Ella le acaricia la mejilla.
– Estas provocando algo que no puedas controlar, ni sepas
como salir.
– Estoy dispuesto a luchar por ella si siente algo por mí. –
Dice el enamorado convencido. – No me importa salir
escaldado si consigo averiguar lo que siente ella por mí y yo
por ella.
– Esta bien, – resignada, – pero prométeme que si ella no
quiere nada contigo la dejarás tranquila.
– Gracias. – Le dice con satisfacción.
– Prométemelo. – Insiste ella que no se fía del joven.
– Prometido. Si ella no quiere saber nada de mí, me
resignaré.
– Esta conversación creo que ya la hemos tenido. – Le riñe
ella.
Ambos se dan un abrazo. Antonio la toma de la
mano y la arrastra hasta la tienda de campaña.
– Ponte lo más hermosa que puedas, porque os voy a llevar
a bailar a Perth.
– Dame algo de tiempo, tengo que prepararme y hace
mucho que no lo hago.
– Espero que dos horas te lleguen porque es lo que te doy.
Entra corriendo en la tienda llamando a María.
– Necesito que me dejes un vestido, que sea más que
exuberante. Y que le devuelvas el color original a mi
cabello, pero déjame unos reflejos azules más discretos.
Sólo tengo dos horas.
Hablaba tan rápido que María casi no podía
seguirla.
– ¿Adónde vas y con quién? – Interroga María.
Amor entre uvas en Australia
277
– A bailar con tu hermano. Me vendrá bien distraerme.
– ¡Bravo por mi hermano! – Apremia la joven.
– Como amigos. – Aclara Samanta antes de que su amiga se
piense lo que no es.
– Lo sé, no hace falta que me lo puntualices.
– Somos amigos, nos apreciamos y hoy teníamos ganas de
divertirnos, que mejor que hacerlo juntos sanamente.
– Que lo sé, mujer, no hace falta que te expliques
innecesariamente.
– ¿Me vas a ayudar?
– Te aseguro que mi hermano llevará a la mujer más
deseada de esta noche.
Samanta suelta un grito de satisfacción, se emociona
al verse en el espejo. ¡Increíble! Piensa ella, esta no puedo
ser yo. Ya lista para salir María suelta un silbido de
admiración.
Cuando Samanta sale fuera de la tienda, Antonio la
mira extasiado, al igual que todos los que estaban por allí,
que la llenan de piropos. – Sam, estás impresionante, si te
viese ahora Kurt Smiller caería a tus pies sin poder evitarlo.
– Afirma el joven argentino.
Samanta llevaba un vestido de seda con un escote
de pico realzado con ojales, pedrería y encajes incrustado; al
final del mismo se veía asomar el nacimiento de sus senos.
Hombro y talle con frunce bordados en diminutos dibujos,
mostraban unos hombros bronceados por el sol del trabajo.
La espalda totalmente descubierta en forma de barco
terminado en el talle. Lo corto del vestido mostraba unas
piernas bien formadas y unos muslos exuberantes, como
invitando. El color caqui azulado resaltaba la piel tostada.
Un collar de piezas pequeñas talladas en madera con
pinceladas en azul le daban un toque juvenil. Los
pendientes largos a juego con algunos detalles en azul
marcaban su cabello y la pulsera ancha también a juego,
pegada en la muñeca le daban un toque femenino. Las
278
Amor entre uvas en Australia
sandalias del mismo color que el vestido con unos largos
tacones la hacían todavía más sexy. El color castaño oscuro
original de ella estaba de vuelta en su cabello, con unos
reflejos azulado que alegraban su cara. Unos labios
pintados en rojo suave realzaban aquella boca que invitaba
a ser besada. Los ojos parecían más grandes con la raya
pintada. María le había puesto algo de maquillaje para
disimular las ojeras y los rastros que le dejaban las lágrimas
de aquellos días.
– Tú también estás sorprendente. – Añadió con una sonrisa
Samanta mirando de reojo a María que afirmaba con la
cabeza. Antonio iba de sport unas zapatillas tenis en
castaño, unos vaqueros bien ajustados que resaltaban su
bien hecho cuerpo y una camisa castaña clara entreabierta
que resaltaba el color de su rostro. Así ambos jóvenes se
encaminaron hacia Perth a pasar una noche divertida y llena
de emoción. Lo que ellos nunca se imaginaron es que sería
inolvidable.
Amor entre uvas en Australia
279
Capítulo 24
Esta noche el cielo despejado y lleno de estrellas
invitaba a las parejas a salir para volverse a enamorar y a los
conquistadores enamorarse un día más. La luna alta y llena
de brillo iluminaba aquellos lugares íntimos y discretos
como no queriendo ser cómplice de un desastre.
Esta noche Perth estaba en su mayor esplendor o
así lo veía una joven esperando en la puerta de uno de los
más elegantes restaurantes del lugar. Acababa de llegar,
nerviosa y excitada a la vez. Se ve reflejada en la puerta del
local antes de agarrar la puerta para entrar, se mira dudosa
de lo que está haciendo, ella no quiere dañar a nadie, pero
necesita saber que siente su corazón, porque se acelera
cuando desde lejos simplemente lo ve.
Su reflejo en la puerta la hace sonreír suavemente.
Su larga cabellera rubia la lleva suelta, recordó que estuvo
peinándola hasta que por fin se quedó lisa, suave y brillante.
Un vestido verde, al igual que sus ojos, de tiras se pegaba a
su cuerpo resaltándolo, con un escote atrevido y un corte
por la mitad del muslo. Un bolso y unas sandalias bajas
negras complementaban el vestido. Pendientes, collar y
pulsera de zafiros llamaban la atención. Una enorme piedra
de diamante lucía en uno de los dedos de sus manos, era el
anillo de compromiso, que mirándolo, no fue capaz de
sacárselo para tan especial cita. Era una manera de
280
Amor entre uvas en Australia
recordarle que no se dejara llevar por la pasión, porque ella
era una futura Smiller.
Ya iba a entrar cuando alguien tras de ella grita
suavemente su nombre.
– ¡Lisa! – La joven se gira ante aquella voz tan tierna y llena
de amor de Antonio.
Ambos cerca uno del otro, se sonríen mirándose a
los ojos sin poder dejar de mirarse, por lo que Samanta
hace que tose para traerlos devuelta a la realidad.
– ¡Buenas noches! – Dice la española.
– Estas impresionante Sam, si Kurt te viese se caería a tus
pies.
– Es que todo el mundo sabe que...
– No te enfades, – la interrumpe la rubia, – pero los
chismes vuelan, no sé que hay entre vosotros, pero sé que
estáis enamorados, no entiendo el juego de Kurt, pero sé
que se ha enamorado de ti.
– Porque será que no lo creo. – En un susurro.
– Pues porque no miras bien. – Cambiando de tema. –
Gracias por venir y hacer de soporte.
– En realidad me siento como si estuviera engañando a
John.
Se hace un silencio que Antonio rompe. – Vamos a
entrar. Un empleado los hace pasar. Al ir a sentarse, una
voz femenina llama a Sam, los tres se giran y ante su
sorpresa se encuentran con Ángela y Richard.
– ¡Que casualidad! – Richard mira a Sam impresionado y
sin poder contenerse.
– ¡Guau! – La joven lo mira algo avergonzada, se sonroja. –
Si te viese Kurt. – No termina de hablar porque Samanta lo
interrumpe.
– Ya lo sé, se rendiría a mis pies.
– No iba a decir eso.
– ¿Entonces?
Amor entre uvas en Australia
281
– Si Kurt Smiller te viera así, se enfadaría muchísimo. –
Richard tenía una expresión en la cara muy seria.
– No es mi dueño. – Advierte Samanta.
– Él cree que sí. – Se ríe Ángela.
– No tiene porqué decirme nada.
– Primero se enfadaría por cómo vas vestida, los celos lo
matarían solo pensar que los demás puedan verte y
provocar tanto ardor al reparar en ti.
– ¿No me estarás diciendo que te estoy alterando? –
Pregunta incrédula.
– Venga sentaos con nosotros, – dice Ángela. Los tres se
sientan no sin muchas ganas por parte de Lisa y Antonio,
pero ven que no van a tener otra opción.
– Si no estuvieras enamorada del jefe te conquistaría,
porque me estás embriagando.
Todos se echan a reír. Ángela mira a Samanta muy
seria.
– También se enfadaría por ir acompañada de un hombre.
– Samanta coloca la mano sobre la de Antonio y la aprieta.
– Somos amigos.
– A estas alturas eso ya lo sabemos todos, – dice Richard.
– Pero sus celos lo cegarían. – Añade Antonio.
– Y como para él eres su posesión porque se ha enamorado
de ti. – Continúa Lisa. – Créeme se encolerizaría.
– No te pegaría, pero estoy seguro de que te encerraría en
algún sitio para que nadie pudiese verte. – Termina Ángela.
– Eso es estúpido. – Dice la joven española enfadada, él no
tiene ningún derecho.
– ¡Qué! – dicen a unísono Richard y su hermana.
– ¿Has mirado a tu alrededor? Todos te miran con codicia.
– Riéndose Richard.
– ¡Vasta! Vamos a cambiar de tema. – Propone la Señora
Smiller.
Ángela mira a Lisa y a Antonio.
– ¿Y vosotros dos? – Sin ninguna sorpresa.
282
Amor entre uvas en Australia
– Deberíais decirle a John que os habéis enamorado y hacer
planes de boda, – concluye Richard.
– Nosotros...
– Venga dejarlo ya. – Remata Samanta.
– ¿Tanto se nos nota? – Cuestiona Lisa bajando la cabeza.
– No se te ocurra bajar la cabeza por lo que sientes. –
Añade Richard – Yo sé que no ha pasado nada, pero antes
de que ocurra deberías arreglarlo porque de ser honrados a
rastreros sólo hay un paso. John no se merece esto.
– En realidad hemos venido para hablar, para averiguar lo
que sentimos, por eso nos hemos traído a Samanta, para
estar seguros de que no va a pasar nada.
– Eso os honra a los dos. – Anota Ángela.
– Tenéis que veros, estáis peor que Sam y Kurt.
De repente Ángela estaba radiante, su hermano
sabía que era porque Lisa estuviera enamorada de Antonio
y no de John.
– ¿Y vosotros que hacéis aquí? – Dice Samanta.
– Es sencillo, – explica Ángela. – Mi hermano está
demasiado deprimido. Me ha parecido estupenda idea,
traerlo a cenar y después a bailar un rato.
– ¡Estupendo! – Exclama Antonio que ahora estaba a gusto
con ellos. – Podemos salir todos juntos, porque nosotros, –
señalando a ellos tres, – teníamos pensado ir a bailar
también.
La cena fue amena y lo pasaron estupendamente
charlando de un montón de temas. De vez en cuando
Antonio se quedaba mirando a Lisa y entonces Richard se
reía de ellos haciendo muecas. Seguidas por las otras dos
chicas.
Tras la cena decidieron ir aun local en donde había
actuaciones en directo, música para bailar en pareja, el local
estaba dedicado a aquellas personas que deseaban bailar
agarradas, con sonidos cálidos y no esa música de discoteca
que volvía loca a la juventud.
Amor entre uvas en Australia
283
Cerca de la pista había mesas, el local estaba lleno y
tuvieron que esperar a que quedara una libre. Ángela estaba
muy solicitada y aceptaba todas las invitaciones para bailar,
cuando se sentaron había dicho que no iba a rechazar
ninguna oferta para bailar.
Lisa y Antonio bailaban en el centro de la pista,
muy juntitos, uno pegado al otro. Las manos del
enamorado colocadas en la cintura de su amada, se posaban
nerviosas y excitadas al contacto con aquella mujer tan
próxima y que deseaba tanto. Lisa tenía sus manos
aferrando el cuello de Antonio acariciándole la nuca, esto a
él lo estaba volviendo loco. Ambos hablaban, tenían poco
tiempo y muchas cosas que decirse.
A Samanta la atropellaban con las invitaciones a
bailar, ella se negaba a todas. Ante la desesperación de la
joven, Richard opta por pasarle el brazo por el hombro,
esto hace sonreír a Samanta agradecida. Y los hombres
dejaron de acosarla, sin embargo, no dejaban de mirarla con
apetito.
– Me siento algo incómoda.
Richard la mira sin dejar de sonreírle – Nadie te ha
mandado vestir así.
– Pues ahora me arrepiento.
– Ya es tarde, – con una mueca, – disfruta y no le des
importancia. Venga vamos a bailar, que yo pueda
regocijarme por estar bailando con la mujer más deseosa de
esta noche.
Richard bailaba sonriente y satisfecho con Samanta,
mantenían una interesante conversación sobre la vida de los
Smiller, para que ella supiese en que familia se había
metido.
Richard de repente se detiene mirando cara la
puerta, Sam se gira y la cara se le pone blanca. Asomaba
María con John. Samanta suelta una exclamación. Ambos
de la mano se acercan a la nueva pareja.
284
Amor entre uvas en Australia
– ¡Buenas noches! – Dice María excitada.
– Dime que no es lo que parece. – Añade Richard
mirándolos.
– No, – dice riéndose María, ante lo que Samanta suelta un
resoplido de alivio. John mira embelesado a Samanta
pegando un silbido.
– Por favor tú también.
– Estas impresionante, si Kurt te viera te llevaría a rastras
de aquí.
– Muy gracioso. – Dice Samanta. John mira hacia la pista y
deteniendo la vista en una pareja que estaban bailando.
– Al fin se han decidido, me alegro por los dos. – Estas
palabras asombraron a Richard y a Samanta. – No me
miréis así, el que me haga el tonto no quiere decir que lo
sea.
Los cuatro se sientan en la mesa y John continúa.
– Se han estado viendo casi todos los días.
– No me lo puedo creer.
– No me mal interpretéis. Os explico. Antonio baja cada
tarde de los viñedos por el sendero que bordea el pinar; en
cuanto a Lisa se sienta conmigo a esa misma hora en el
borde del pinar por donde él pasa, a leer. No se hablan,
simplemente se miran, con esa mirada se dicen todo. Yo los
he estado observando, un día decidí no estar presente y...
esto era lo que ya me esperaba.
– No pienses que han hecho algo, han sido muy discretos...
– Y están conteniéndose, – interrumpe John, – por eso voy
a ponerle remedio de una vez.
Sin apenas darles tiempo a reaccionar John se
levanta y se encara a la pareja, que estaba muy embelesada,
los coge por el hombro ante la sorpresa de ambos que no
sabían como reaccionar.
– Espero me invitéis a la boda. – La sonrisa reflejada en el
rostro de John da confianza a los muchachos.
– Lo siento, – dice Lisa, pero John la interrumpe.
Amor entre uvas en Australia
285
– Mis ojos no me engañan, nosotros teníamos un acuerdo y
me parece absurdo mantenerlo cuando veo que te has
enamorado. Me alegro que haya ocurrido ahora y no de
casados.
– Yo no sé que decir. – Añade Antonio.
– Simplemente que la vas a cuidar, es una mujer estupenda
y que tiene mucho amor que dar, no vayas a decepcionarla.
– Te lo prometo. – Extendiéndole la mano.
– Toma. – Sacándose el anillo de compromiso. – Lo traje
para que me protegiera de cometer una locura.
– Guárdalo, no sabría que hacer con él.
– Entregárselo a la mujer que amas.
– Sería un insulto para ella.
– Y para Antonio si me lo guardase.
– Trae, ya sé que hacer con él. – Lisa se lo entrega y este se
encamina hacia María. – Toma jovencita, es un regalo
adelantado para tu boda. – La joven se pone colorada. –
Acéptalo por favor.
Al principio, María duda, pero al poco comprende
que en realidad nadie sabe que hacer con el anillo, así que
se lo coloca en el dedo – Gracias, lo guardaré como
símbolo de amistad.
– Por cierto ¿Qué hacéis aquí? – pregunta Lisa que junto
con Antonio se habían sentado en la mesa. María y John se
miran y la joven argentina contesta.
– Quería regalarle algo especial a Alan, pero no sabía qué,
me encontré con John en la playa, estaba paseando y
charlando se lo comenté. – Respira antes de proseguir. –
Me dijo que me vistiera y que me llevaría a Perth. Hemos
ido directos a comprarle el regalo, luego me invitó a cenar y
al terminar le propuse venir a bailar aquí porque sabía que
estabais los dos.
– Así que llamamos a Alan y le hemos dicho en donde
íbamos a estar para que se reuniera con nosotros aquí.
286
Amor entre uvas en Australia
– Lo que no esperábamos era encontrarnos con tantas
sorpresas.
Ángela se aproxima a ellos mirando a John. – Mira
quién está aquí... – enfadada por sentir unas emociones tan
fuertes por John, acepta la invitación de un joven para
bailar. Ante la cara sería de John, se aleja coqueta. Es
entonces cuando Samanta pega un grito de sorpresa al
haberse dado cuenta de que esos dos estaban enamorados.
Richard, antes de que Samanta meta la pata, se levanta y
toma de la mano a la muchacha y la lleva a la pista para
bailar.
– ¿Desde cuando lo sabes? – Le pregunta Sam a su pareja
de baile.
– Desde toda la vida, llevan amándose desde que tienen uso
de razón, pero son un par de tercos, de necios y de...
– Jamás me lo imaginaría.
– Pues ya ves, aquí hay más historias que la tuya, –
sonriéndole, – o que te creías tú Señora Smiller.
– Muy simpático.
Richard la abraza y al mirar a la puerta contiene la
respiración y sujetándola fuerte le dice casi en un susurro.
– No te pongas nerviosa, pero tu esposo está entrando con
Cintia y con Alan. – Samanta casi se desmaya por lo que el
joven tiene que sostenerla, está pálida y todo le da vueltas.
Richard la abraza más fuerte. – ¡Dios mío Samanta! Busca
entereza que Cintia no te vea flaquear. Levanta la cabeza
con orgullo y pon una amplia sonrisa en el rostro.
Samanta mira a su interlocutor y le sonríe.
– ¿Cómo estoy?
– Impresionante.
Richard le toma de la mano y así juntos se
encaminan hacia donde están sus amigos.
– ¡Hola! ¡Qué casualidad! – Richard mira con odio a Cintia
a medida que saluda. – Esta noche promete ser interesante.
Amor entre uvas en Australia
287
Samanta mira a su marido que va de la mano de
Cintia y que está mirando a Richard como diciéndole que
no le gusta que coja así a su mujer, éste que lo conoce tan
bien le sonríe. Luego mira a Samanta con una mirada
profunda y que le recorre todo el cuerpo, pareciera que la
estuviera desnudando, ahora estaba más arrepentida de
haber aceptado ponerse aquel vestido.
– Estás arrolladora. – Dice Alan impresionado al ver a la
joven.
– Sí, – dice Richard mirando a Kurt a los ojos. – Hoy tiene
a todos los hombres a sus pies.
Kurt sonríe. – Sí que está provocadora. Venga
vayamos a sentarnos. – Tuvieron que acercar otra mesa
porque ya eran muchos. Cintia estaba colgado de Kurt, era
como una lapa. Todos entraron en una conversación
amena, sin embargo, había mucha tensión. Samanta parecía
que fuese a explotar y sentía que Richard estuviera bailando
con María, como si Alan le leyera el pensamiento la saca a
bailar.
– Sam estas muy pálida.
– ¿Cómo es que lo has traído?
– Cuando hablaba con María tenía el altavoz, venía de
recogerlo del aeropuerto, su vuelo se adelantó. Yo conducía
y Kurt oyó toda la conversación. Se enfureció mucho
cuando se enteró que estabas aquí, así que fue en busca de
Cintia y ya ves me acompañaron.
– No tiene derecho a estar celoso. Ha venido con esa
víbora.
– Reconoce que os encontró muy acarameladitos.
– Me estaba abrazando porque me iba a caer cuando supe
que estabais en la puerta.
– No me tienes que dar explicaciones. Conozco a Richard y
te conozco a ti, sé que no había maldad ninguna. Y a pesar
de los celos seguramente Kurt pensará lo mismo.
288
Amor entre uvas en Australia
Kurt bailaba con Cintia, éste se aproximó a Richard
y le dice suavemente. – ¿Cambiamos de pareja? – Así
María pasa a bailar con Kurt, acercándose a Alan añade. –
¿Puedo bailar con mi Esposa?
– Encantado. – María va a decir algo respecto a la noticia,
pero Alan la besa y ella lo abraza continuando con el baile.
– Esta relación va viento en popa, – dice Samanta mirando
a la pareja.
– No estés tan segura. – La mira a los ojos. – y tú así
vestida, sólo queda que te regale una esquina.
Instintivamente Samanta levanta la mano y le suelta
una bofetada, la mejilla de Kurt no tarda en cambiar de
color. Sin dar tiempo a reacción alguna, toma a su esposa
entre sus brazos y la besa en la boca. Tan fuerte la tenía
sujeta que ella no puede moverse, siente como aquella boca
arde y su cuerpo se pone en alerta. Él comienza a acariciarle
la espalda excitándola de tal forma que el joven se regocija
de placer al percibir que su contacto activa a su esposa de
aquella forma.
Cintia intenta soltarse para interferir en aquella
escena de la que está siendo espectadora, pero Richard la
agarra con fuerza. – No te dejaré que interfieras, antes te
golpeo. – La furia en los ojos del hombre era tan dura que
ella optó por no hacer nada. Iba a contestarle rabiosa, pero
él le cerró la boca. – Vamos a disfrutar el baile y dejaremos
a la pareja que solucione sus problemas. Ella está muy
nerviosa en esos brazos que odia y ama, sin apenas fuerza
se deja llevar por Richard y apoya la cabeza en su pecho.
Cuando Kurt suelta a Samanta, ella tiene que
aferrarse a él para volver a recuperar el equilibrio, el esposo
la mira con pasión y la vuelve a tomar en brazos para
continuar con el baile. Kurt es muy alto para ella, a pesar de
llevar unos tacones enormes, piensa que Cintia hace mejor
pareja y suelta un suspiro triste de dolor.
Amor entre uvas en Australia
289
– Disfruta de la noche, mañana ya hablaremos. – Le susurra
su marido.
Todos habían bebido algo de más, así que estaban
más desinhibidos, con lo cual olvidaron los problemas por
esa noche. Cintia se dejó llevar por Richard, que ante el
alcohol olvidó el rencor y dejaba que brotaran esos
sentimientos que estaban dormidos.
John muerto de celos viendo a Ángela ligar con
tanto descaro la toma de la mano arrebatándosela a un
jovenzuelo que hace ademán de protesta, pero al mirar a
joven Smiller con esa aptitud típica de su raza, decide
inteligentemente apartarse.
Otro joven sujeta a Ángela tirando de ella.
– Mi hermano estaba bailando con la señorita, así que usted
tendrá que esperar su turno.
– ¡Suéltame! – Añade Ángela desagradablemente al
individuo recién llegado.
– Ya ha escuchado a la dama, – dice John, – prefiere venir
conmigo.
– Eso está por ver, – insiste el joven volviendo a tirar de
Ángela. John la suelta y se encara al joven propinándole un
golpe a la vez que dice
– ¡He dicho que sueltes a mi mujer, cretino! – Ángela suelta
un grito y el resto del grupo se acerca. Los amigos de
Ángela se enfrascan en una pelea con los amigos del
contrincante. Al final el resultado fue penoso, los echaron a
todos a la calle, así que terminaron en un karaoke, un bar
sencillo, pero acogedor. Al poco estaban sentados riéndose
de lo que había ocurrido, tenían el que más el que menos
alguna marca en la cara, como recuerdo de la pelea.
– Si no estuvieras coqueteando... con todo los chicos, esto
no hubiera pasado. – Dice furioso John.
– Yo no te pedí que me defendieras; además puedo hacer lo
que quiera.
– De eso nada, – con el mismo enfado.
290
Amor entre uvas en Australia
– ¿Por qué no? – Pregunta frenética la joven.
John la mira desafiante, pero durante unos breves
segundos tras los que las facciones de su cara se suavizan
con una calidez que a Ángela la deja fuera de juego.
Tomándola de la mano la sube al palco del karaoke y le
canta una dulce canción de amor. Ángela, entre el alcohol y
la tensión, no puede evitar que las lágrimas salgan a flote y
él sin poder contenerse más y desarmado, la besa en la boca
con tanta decisión, que ella no tiene fuerzas para apartarlo,
ni quiere apartarlo; su cerebro y su cuerpo se habían puesto
de acuerdo para corresponderle en todo.
Las chicas comienzan a gritar piropos a la pareja y
los chicos se miran unos a otros, como diciendo que las
mujeres están locas.
El ambiente estaba lleno de amor y pasión, es como
si la noche fuese tan mágica que los envolviera hasta el
punto de desbordarse. Afrodita y cupido habían estado
jugando a las cartas con aquellas parejas, mañana sería un
día lleno de reproches y vergüenzas, pero esta noche nada
ni nadie le diría que hacer, ni tan siquiera la conciencia.
Los primeros en retirarse fueron Lisa y Antonio que
comentaron que querían ir a la playa del lago para ver
amanecer.
– ¿Te gustaría ir María? – Le dice Alan con ojos brillantes y
llenos de amor. – La joven se echa en los brazos de su
enamorado, emocionada.
Tras las dos parejas, se fueron los demás. La noche
remató como terminan todas las noches donde la pasión y
el deseo te envuelven hasta adormecerte.
John y Ángela se encaminaron a la guardilla de la
joven; el muchacho la mira y después sin decir nada se da la
vuelta con la cabeza baja para retirarse. Ángela siente como
el corazón le da un vuelco; no va a dejar que vuelva a
Amor entre uvas en Australia
291
ocurrir, ya pasó una vez y lo que hizo fue huir, casi lo
pierde en los brazos de otra y si no actúa ahora.
– John, quédate conmigo. – Dice la joven con suavidad.
– ¿Estas segura? – Pregunta el tercero de los Smiller. – No
quiero una noche, ni un día, ni unas semanas... – hace una
mueca de dolor. – Si me quedo es para siempre.
– No querría que fuese de otra manera. – Estirando los
brazos para que él tome sus manos entre las suyas. –
Tenemos mucho de que hablar, mucho que contarnos,
muchas explicaciones... Yo no he dejado de amarte. – Ella
suspira, – pero tu primera carta era fría, no decía nada de
nuestra noche, vacía... – sollozando. – La segunda tan
desierta... yo esperaba algo que me dijera que me amabas.
– Tenías solamente 16 años, no podías pretender que... –
John la sacude con suavidad por las manos para que ella le
mire. – Quería que tuvieras muchas oportunidades en la
vida... y las aprovecharas. Que soñases... y salieras en busca
de tus sueños... yo no quería frenar tu vida... éramos tan
jóvenes. Yo ya sabía cual iba a ser mi futuro y no era nadie
para condenarte a él sin que pudieses haber vivido antes.
– John, – susurra ella.
– Después no querías venir... – John baja la cabeza con
tristeza. – Pensé que no sentías nada por mí.
– Quería olvidarte. Le interrumpe ella. – No volví a casa
porque estabas tú, necesitaba olvidarte y no lo superé
nunca. Pero mi madre se puso enferma... y cuando murió...
aquella noche.
– Te vi tan triste que mis sentimientos superaron a la razón,
quería estar contigo. Sentirte y hacer que sintieras lo mismo
que yo.
– Pero te alejaste, cuando me levanté y no te vi, creí que
había sido por pena. – A ella se le notaba la tristeza en el
tono de voz, con tanto dolor que se lo podía transmitir a él.
– Y yo te dejé sola... cuando más me necesitabas, al no
decirme nada ese día, he dado por sentado que había sido
292
Amor entre uvas en Australia
por el dolor de haber perdido a tu madre. – Con un dolor
inquietante añade el joven Smiller.
– Pero aprendí a vivir cerca de ti e intenté que no me
afectara. Lo peor fue... – Con una enorme angustia. –
Cuando te comprometiste con Lisa, pensé que me moriría
de pena.
– Lo hice para protegerme de ti, especulé que no sentías
nada que no fuese un cariño de hermanos, de amigos...
– No debiste alejarte John. – Suplicante. – No lo vuelvas a
hacer.
– Lo siento tanto, Ángel... ¿podrás perdonarme? ¿Podré
compensarte de alguna manera?
– Calla, – le susurra ella mientras le tapa la boca con las
manos. – Sólo hay una manera de compensarme y es que
cuides de mí siempre.
– No será un castigo, sino una recompensa. – La besa, con
calidez, con ternura, demasiado tiempo castigados por
malentenderse. Ya no habría más tristeza en sus vidas que
no lo fuesen a soportar juntos.
Richard detiene el coche delante de su casa, un
silencio denso en el ambiente, mira a Cintia, la joven había
bebido demasiado y no quería regresar a casa en aquel
estado.
– ¿No prefieres que te lleve a casa? – Pregunta Richard sin
muchas ganas de hacer lo que decía.
– No, creo que mis padres no merecen que yo llegue en
este estado penoso. Me duele la cabeza y estoy
excesivamente mareada.
– No tienes miedo a que me aproveche de ti. – Le dice el
enamorado fingiendo indiferencia.
– ¡Qué estupidez! – Dice muy segura de ella misma. – Ni
ebria seria capaz de tal cosa, soy lo suficientemente cuerda
para no perder la vergüenza.
Amor entre uvas en Australia
293
Estas palabras a Richard le hacían daño, pero
simuló apatía. – No podrías excitarme aunque pusieras tu
vida en ello. – Le dice el enamorado en tono casi grosero.
Sale del automóvil y la ayuda, la toma del brazo y se
encaminan a la casa. Ella rabia en deseo por aquel hombre
que la sujeta tan firmemente, querría estar en sus brazos de
otra manera, pero él la detesta. Richard tiene que controlar
todos sus sentidos porque se le sobrepasan, pero Cintia es
tan... vanidosa, él necesita una mujer que esté dispuesta a
darle todo, a estar con él en los buenos momentos y en los
malos... ella es demasiado rica e inteligente, imposible, ellos
son incompatibles, tienen el mismo carácter.
– Tú puedes dormir en mi cuarto, yo dormiré en el sofá.
– Tienes una bonita casa, muy pequeña. ¿No estarías
mucho mejor en Mess-Stone?
– Ese no es mi sitio. Estoy más independiente viviendo
aquí.
– Kurt me ha dicho que te lo han ofrecido muchas veces y
tú lo has denegado. Incluso tu parte de la herencia.
– Esta es una casa pequeña, pero la gané yo solo, es mía.
Sin embargo, sigo teniendo mi habitación en Mess-Stone...
incluso algunas de mis cosas.
– Eres un orgulloso y un desagradecido.
– Tú no lo entenderías, eres la única heredera de la fortuna
de tus padres, que me consta es mucho dinero, puedes
tener todo lo que quieras sin pensártelo mucho.
– ¡Yo no tengo culpa de ser rica! No querrás que me
arrepienta. – Ella en el fondo odiaba tanto dinero, sabía que
si fuese pobre tendría acceso a Richard, pero siendo quien
era ella no.
– ¡Claro que no tienes la culpa niña! – Por primera vez en
su vida la voz de Richard era dulce al hablar con ella, esto la
perturba. – No me importa no ser rico, yo no necesito
tanto dinero, me pagan bien y vivo bien. He tenido de todo
y nunca me ha faltado de nada. He estudiado en una gran
294
Amor entre uvas en Australia
universidad, la mejor en mi campo, pero no he querido
más, porque no he necesitado más.
– No te entiendo. – Ella se acerca a él y le mira a los ojos.
– Hago lo que más me gusta... ser el capataz de Mess-Stone,
es un privilegio.
– Lo sé, te admiro porque has conseguido que los Smiller te
respeten, te admiren y sobre todo te quieran como uno más
de la familia. – A Richard le sorprende oír a Cintia.
– Pensé que me odiabas. – Con incertidumbre.
– No, me duele como me tratas, crees que no valgo nada,
que soy superficial. – Richard se echa a reír.
– ¿Superficial? – Resoplando. – Eres lo más complejo que
he conocido en toda mi vida. – Ella lo mira con mucha
intensidad. – Pero tienes un carácter tan abruto para los
demás que no sean de tu clase.
– Es una manera de protegerme. – Bajando los ojos, este
acto asombra a Richard, la Cintia que él conoce jamás
bajaría la mirada.
– ¡Sí tú supieras lo que te deseo Cintia!
La joven levanta la cabeza con soberbia – ¿Quién
no?
– Ya veo. – Se encamina al cuarto continuo, en donde está
el sofá dejándola a ella en el cuarto con las lágrimas al
borde de salir; pero ella no lo va a permitir, Richard no la
hará llorar; se lo juro a ella misma aquel día cuando la besó
por primera vez, para humillarla. La joven se aproxima a la
ventana y mira a través de los cristales la luna; brilla con
intensidad, se reflejan los rayos de luz en la cabeza de la
joven resaltando el color del cabello con un toque especial.
Richard abre la puerta, en sus manos llevaba unas sábanas
para entregárselas a la joven, él la mira como si estuviese
drogado, extasiado; ella se ruboriza, Richard jamás la había
mirado de aquella manera, con tanto deseo. Se acerca a la
joven y cuando están uno cerca del otro con una distancia
menor que la de una cuarta, el cuarentón la toma entre sus
Amor entre uvas en Australia
295
brazos y la besa con un deseo y una pasión que ella no
rechaza, entregándose a él en la misma medida. Es como si
estuvieran esperando un imposible, un sueño que no
pasaría de eso.
– ¿Y mañana Richard? – Ahogándose de deseo dice ella.
– No lo sé ni me importa, voy a vivir el momento y mañana
me sumergiré en dolor. Pero Cintia, soy fuerte y te
superare, sí lo haré, al igual que tú.
Cintia se deja llevar por Richard, es verdad, lo mejor
es vivir el momento, si lo de ellos es imposible porqué no
permitirse una tregua con la vida, un sueño en el mundo
real, un brote de felicidad durante una noche.
Y así ambos se van entregando uno al otro sin
pensar en el inmenso dolor que les espera después, pero no
importa, si han estado sufriendo tanto tiempo uno por el
otro que importa un paréntesis en su dolor... en sus vidas.
Alan y María deciden ir a Mula ya entrando el
amanecer. Al atravesar la puerta de la vivienda a oscuras, la
joven pega un grito al tropezar con algo. Alan enciende la
luz.
– ¿Te has hecho daño? – Pregunta el joven preocupado.
– No… – le sonríe ella. – Pero puedes curarme igualmente,
– le dice María provocativamente. Alan Smiller la abraza y
luego la besa. – Espera tengo algo para ti.
– Qué casualidad porque yo también tengo algo para mi
hermosa dama.
– Hagamos un intercambio de regalos. – Dice riendo María.
La joven saca de su bolso un pequeño paquete y se
lo entrega. – Espero entiendas el mensaje.
Alan abre el diminuto objeto con nerviosismo. Su
asombro es mayúsculo al tomar con sus inquietos dedos un
juguete de coleccionista; una pareja de ancianos sentados en
una hamaca en el porche de una casa, abrazados.
296
Amor entre uvas en Australia
María intentaba decirle que le gustaría envejecer a
su lado, que al terminar la recolecta ella no querría tener
que llevarse el recuerdo, pero Alan era un Smiller... y ella no
era nada más que una recolectora como muchas que
pasaban durante años por allí.
Alan no dijo nada, simplemente fue en busca del
suyo, lo tenía guardado en un mueble bajo, enfrente el sofá.
No podía pensar que iba a hacer. Estaba enamorándose de
María, pero no sabía si lo suficiente como para
comprometerse con ella, como para no arrepentirse
pasados los años. Ahora no quería pensar, ya tomaría una
determinación llegado el momento.
Alan le entrega un paquete largo, ni grande ni
pequeño; envuelto en papel infantil, muchos muñecos
pintados que le recordaban a la película de Blanca Nieves.
María abre el paquete ilusionada al igual que una
niña pequeña, al abrir el paquete ante sus ojos una muñeca
de trapo con la cabeza de porcelana aparecía ante ella. El
muñeco iba vestido con unos pantalones cortos, una camisa
de tiras y llevaba el cabello corto, rizado y moreno, con los
verdes aceituna. María pega un grito de sorpresa. Aquella
muñeca le recordaba a otra, aquella que una vez se le había
roto, al asustarse con la presencia de Alan. – La mía era una
muñeca no un muñeco.
– Lo sé, pero fíjate, eres tú aquel día.
– ¿Cómo es que lo recuerdas? –Abrazándolo ella.
– Al principio no te relacioné con aquel encuentro años
atrás en el pinar; pero un día paseando por Perth, pasé
delante de una tienda de antigüedades; en el escaparate
había esa muñeca, con el cabello largo y un hermoso
vestido. Fue en aquel momento que me acordé; recordando
que el suceso había ocurrido contigo. – Se detiene para
suspirar y tomar aire.– La compré y le dije a Ángela que le
hiciera ese traje y le cortase el cabello, quería que se
pareciese a ti, en aquellos días.
Amor entre uvas en Australia
297
María besa a Alan con tanto amor que lo desarma. –
Espera María. – Dice el joven en voz baja. – No quiero que
pienses que esto nos compromete, yo sé que no sólo te
deseo sino que tengo algún sentimiento hacia ti, pero si me
acuesto contigo a lo mejor quieres más y yo no sé si estoy
preparado para asumir nada más.
– Quiero estar contigo, sin promesas, sólo tú y yo. – Y lo
vuelve a besar.
Es triste pensar que los sentimientos no sean lo
suficiente enérgicos como para darnos valor para afrontar
nuestros miedos, pero están ahí y María desea estar con el
hombre que ama aunque sólo sea una vez, qué importa
mañana... ella le ama... ¿no basta eso?
Ya cuando amanece, Antonio lleva a Lisa para casa,
consideran que su deseo y su pasión deberá esperar un
poco más. Quizás parezca un poco ridículo en los tiempos
en los que se viven, pero Antonio es un anticuado al
respecto y no le importa esperar a la boda. Le parece un
regalo estupendo para ambos.
Samanta estaba demasiado mareada y Kurt decide
llevarla a la gran casa de Mess-Stone, no está dispuesto a
dejarla dormir en aquella tienda de campaña durante más
tiempo.
– Creo que deberías dejarme en el campamento.
– No, hoy dormirás en mi cuarto. A partir de hoy dormirás
en nuestro cuarto.
– ¿Qué pensará la gente mañana? – En ese momento a ella
le daba igual.
– Ya casi todo el mundo sabe que estamos casados y si no
mañana lo sabrán. Es una tontería seguir ocultando nuestro
matrimonio. – Kurt Smiller miraba a su mujer...
embriagado.
298
Amor entre uvas en Australia
– Cuanto menos gente lo sepa mejor; tú no me quieres. –
Con tristeza ella.
– Pero te deseo – Mintió él que sabía que la amaba
demasiado. Estaba un poco cansado de oírle decir a ella a
cada momento que no la quería, estaba harto de darle
siempre la misma contestación.
– Eso no me llega. – Él la toma en brazos y la sube a su
cuarto depositándola con mucho cuidado en la cama.
– Tiene que bastarte porque esta noche serás mía.
– Por favor... – suplicaba ella tímidamente sin ganas de
rechazarlo.
– Déjate llevar, será tan hermoso como nuestra primera
vez. – Le susurra en el oído mientras la acaricia.
Su marido la besa en la boca con un deseo
desenfrenado, cuando se aparta ella se siente sola.
– No te vayas. – Le suplica Samanta.
– Nunca más. – Le promete Kurt.
– Te amo... en la vida pensé amar a nadie así. – Confiesa
ella.
– Me vuelves loco... – manifiesta él mientras la cubría de
besos y la excitaba.
– ¿Y mañana? – Apunta casi sin aliento la joven enamorada.
– No pienses en mañana, piensa en este momento. –
Suplicante el amante.
Ya era el alba y el matrimonio se entregaban uno al
otro olvidando todo lo que había pasado entre ellos. En
parte era culpa del alcohol, pero lo que sentían era real, así
avanza la poca noche, mientras el comienzo del día, lo
indican los cantos de los pájaros y los rayos de sol que ese
día prometían ser muy intensos.
Amor entre uvas en Australia
299
Capítulo 25
Antonio se despierta alegre, contento; le tiene que
contar a su madre que va a casarse, se sonríe imaginándose
la cara que pondrá su madre con tal noticia y más aún
cuando conozca el nombre de su futura mujer. Se encamina
sin más miramientos al cuarto de su hermana para que le
ayude con el tema, pero sin sorpresa descubre que no está.
“Me da pena que se estrelle” piensa el joven argentino, pero
sabe que, aun perdiendo, debe intentarlo.
Lisa salta de la cama y va a buscar a su padre, sabe
que a esa hora de la mañana estará seguramente en el
despacho. Así enamorada y feliz se encamina para
explicarle que se casa, esté a favor o en contra. Nunca ha
tomado decisiones por si misma, sin embargo, esa habrá
sido la primera y la más importante de toda su vida... y no
la va a revocar.
Cuando María se despierta, con decepción descubre
que está sola, un temor la recorre por todo el cuerpo. Tras
ducharse decide ir a cambiarse al campamento, a diferencia
de los demás trasnochadores, ella tiene que trabajar dentro
de su horario, el hecho de estar con Alan no la exime de
sus obligaciones. Ha sido la noche más maravillosa de toda
su vida y sin embargo, se siente muy triste.
Los rayos de sol despiertan a Cintia, que aún sigue
abrazada a Richard. Se inclina y durante unos momentos se
permite el lujo de mirarlo. Le gusta como duerme, se
300
Amor entre uvas en Australia
emboba admirando al hombre que la tiene enamorada
durante casi toda la vida. ¿Y ahora qué? Sale de la cama, sin
ganas, pero a sabiendas que tiene que irse, antes de que
Richard se despierte porque no sabe como afrontar lo que
ha ocurrido. Se viste y se asoma a una ventana, cierra los
ojos para regocijarse en la noche anterior. Si él le pidiera
que renunciara a todo; lo haría sin vacilación. Se encamina
hacia la puerta de salida y echando un último vistazo cierra
la puerta tras ella, con una pena muy grande. El sonido de
la puerta al cerrarse despierta al amante que al verse solo se
levanta, se asoma a la ventana y ve con tristeza como la
mujer que ama se sube a un taxi. “Jamás olvidaré esta
noche” piensan ambos.
Samanta se queda dormida, hecho que aprovecha
Kurt para levantarse, necesita una ducha para despejarse, el
día promete ser demasiado intenso y caluroso; ya se va
cuando se vuelve para depositar un beso a su esposa. La
mira durante largo tiempo, temiendo que si se va no vuelva
a encontrarla. Ya no está enfadado con ella. En realidad sin
la osadía de Samanta, sin su curiosidad, no se hubiesen
llegado a conocer, sería triste haberse casado con el amor
de su vida y no llegar a conocerla. Le acaricia el cabello, se
levanta y sale del cuarto sin demasiadas ganas.
Así que cuando llega al comedor no parece que la
noche anterior haya hecho en él mucho destrozo. Ágata
levanta la cabeza al sentir los pasos de Kurt.
– ¡Buenos días abuela! – El joven deposita un beso cariñoso
en la mejilla de tan entrañable familiar.
– ¡Increíble hijo! – Puntualiza su madre. – Hace apenas dos
horas que has llegado y parece como si hubieses dormido
toda la noche.
– ¡Buenos días mamá! – Se acerca a la madre y le deposita
un beso en la mejilla ante la sorpresa de ambas mujeres.
– Nunca me llamas mamá. – Dice dulcemente la mujer.
Amor entre uvas en Australia
301
– Veo que estamos casi pletóricos. – Anota Ágata. – Me
alegra mucho verte así. – Suspirando. – Llevas unas
semanitas que me tienes preocupada.
Kurt se sienta al lado de su abuela, raro en el joven
que siempre encabezaba la mesa. Entra una joven con una
bandeja sobre la cual lleva un vaso con un líquido verde
espeso.
– ¿Qué es eso? – Dice Ágata señalando el vaso.
– Es algo para la resaca. – Dice la joven doncella. Cómo
Kurt no lo bebe. – Perdón señor, pero la señorita Ángela
me ha dejado bien claro que se lo tiene que tomar sin
protestar.
El joven decide obedecer y bebe el líquido haciendo
una mueca de desagrado. – Esto está más que malo.
– Lo siento, señor, pero la señorita Ángela me ha dicho que
ha medida que vayan llegando les entregue un buen vaso de
esto.
– ¡Ah! Berta. – Dirigiéndose a la joven otra vez. – Que
nadie entre en mi alcoba, mi esposa está durmiendo, que no
la despierte nadie.
El joven Smiller contiene la respiración en espera de
la reacción de las dos mujeres.
Ágata pega un brinco. En ese instante entra Alan
silbando y con una amplía sonrisa. – ¡Buenos días abuela! –
Mirando a su hermano mayor. – ¿Has dormido bien?
– Yo estupendamente y veo que tú también.
– Kurt ¿Has dicho esposa? – Pregunta la mujer mayor.
– Sí abuela, – abrazándola.
– ¿Te has casado con Cintia sin decírnoslo? – Emocionada
la madre de los Smiller.
– Es muy sencillo. – Amplía la información Alan. – Te vas
al juzgado, preparas los papeles y le dices a tu abogado que
haga de marido por poderes. – Tomando aliento, – y ya
está… es muy sencillo uno se casa, como si nada.
302
Amor entre uvas en Australia
Los dos jóvenes se reían de la cara de la abuela y de
la madre.
– No, madre, no me he casado con Cintia.
– Estáis locos… dejar las bromas a estas horas de la
mañana...
– ¿Mi hijo ha aprendido a bromear? – Suspira. – ¡Increíble!
No termina de hablar la madre de los jóvenes
Smiller, cuando entra Richard. – ¡Qué resaca! – Berta
entrega un vaso a Alan y otro a Richard con el brebaje de
Ángela.
– Sí que tiene que haber sido grande, porque tú sólo
desayunas con nosotros cuando no te encuentras bien. –
Reprime Ágata. – Deberías venir más a menudo.
Richard va a dar un beso a la señora que ayudara a
su madre a criarlo. – Lo sé abuela, pero soy independiente.
Además vengo todos los días. – Mirando el vaso que tiene
en la mano. – Berta esto que te ha dado mi hermana
¿seguro que es bebible?
– No sé señor... yo no me lo bebería, pero si no lo hace...
enfréntese usted con su hermana.
– Tú ganas Berta; me lo beberé. – Colocando dos dedos
apretando la nariz, se bebe el brebaje sin más dilema. –
Esto está repugnante.
– Richard, Cuéntame eso de que mí nieto mayor está
casado. Nadie cuenta nada. – Tomándolo de la mano lo
aproxima suavemente hacía ella para que le mire de frente.
– No comprendo... ¿de qué me hablas? – En voz muy bajita
y mirándola a los ojos como diciéndole “pregunta a otro”.
No tarda mucho en llenarse la estancia con toda la
familia.
– Tenemos una noticia que daros a todos. – Entrando y
gritando Ángela de la mano de John.
El joven toma entre sus manos un vaso de brebaje
que llevaba Berta en una bandeja. – Tú no, cariño, tú vas a
tomar otra cosa. Eso puede estropearte el estómago.
Amor entre uvas en Australia
303
– ¿Qué? – Dicen al unísono los demás jóvenes con resaca.
– ¡Qué pasa! – Dice la joven besando a John. – Tengo que
cuidarlo... vamos a casarnos y no querréis que se ponga
malo.
– Tendrás morro. – Le riñe su hermano.
– ¡Abuela, vamos a casarnos!
– ¡OH John! – Se emociona Tais, pues adoraba a Ángela, la
quería como a una hermana pequeña.
La anciana se echa las manos a la cara con un grito
de alegría y con lágrimas en los ojos. – Si tu madre te viera,
estaría tan contenta de que al fin os decidierais a… – y se
echa a llorar. Ángela se aproxima corriendo a los brazos de
la abuela y la abraza, la señora susurra. – Soy tan feliz, soy
tan feliz. Aitor y su hija se acercan a la joven y la abrazan.
– Te das cuenta Tais. – Señalando con las manos abiertas a
Ángela y a John. – La niña se nos casa y con nuestro John.
Tais vuelve a abrazar a Ángela, le gustaba la idea de
que la joven fuese a ser su nuera. – ¿Y la dulce Lisa? – Con
algo de pena.
– Se casa con un guapo argentino llamado Antonio. – Le
susurra Ángela.
– Pero ese joven.– Vuelve a preguntar Tais nerviosa porque
veía en peligro a Alan, porque pensaba que tenía algo con
Samanta. – No tenía un romance con esa jovencita
española... – Mirando a Alan, – que te gustaba. ¿Cómo se
llamaba?
– Samanta mamá, se llama Samanta. – Responde Alan.
– Pues ya ves que no, hija. – Dice Aitor con cinismo. –
Ahora Alan podrá ligar con la joven. – Guiñando un ojo a
su nieto mayor.
– No digas tontería, papá. No tendrás pensado salir con esa
joven – mirando de nuevo a Alan – ¿Verdad hijo?
Esa situación estaba divirtiendo mucho a todos.
– No, mamá, es que no puedo salir con ella. – Mirando a su
hermano mayor. – ¿No se lo vas a decir?
304
Amor entre uvas en Australia
_ ¿Para qué? – Para nada se habían olvidado las dos
mujeres lo de la esposa de Kurt, es que no se lo podían
creer. En realidad pensaban que era una broma.
– Kurt. – Le dice Ángela. – En algún momento tendrás que
contárselo.
– ¿Qué nos tiene que contar? – Pregunta Tais.
– ¡Qué está casado! – Añade Richard. – No entiendo que os
cueste tanto soltar por esa boca estas cosas. – Mirando a la
interlocutora. – No es broma Tais.
– ¿Pero cuándo y con quién? – Richard se encoge de
hombros.
– ¡Con Samanta! – Se ahoga un grito en Ágata que abraza a
Ángela. – ¿No será cierto hija?
– Sí que es cierto abuela. – Le susurra.
– No puede ser, Kurt... ¿Dime que no es cierto? –
Alarmada pregunta Tais.
– Si quieres que te mienta. – Anota Kurt que se levanta y
sale antes de añadir. – Mamá, debes ser amigable con ella,
por favor. Hazlo por mí.
– Deberías preguntarle a Alan con quién está saliendo... te
sorprenderá. – Vuelve a decir Ángela.
– Mamá yo estoy saliendo con una guapa argentina, debería
presentártela, seguro que os llevaríais bien. – Con cierto
cinismo.
– Es muy afable, mamá. – Señala Samuel.
– Pero… pero… ¡Estar saliendo con una recolectora! No
tendrás pensado que sea algo serio, ¡Alan!
Los jóvenes se levantan para ir a trabajar, se está
haciendo tarde y no está bien que la familia sea la última en
llegar.
– ¿Por qué tengo la sensación de que todo el mundo me
está ocultando algo?
– Porque realmente, – añade Alan antes de salir, – es que te
estamos ocultando algunas cosas.
Amor entre uvas en Australia
305
– Mí hijo está de broma… – mirando a Ángela – dime que
mí hijo está de broma.
Ángela hace un gesto con la cara que hace
comprender a Tais que es verdad.
Samanta se despierta algo desorientada durante
unos segundos hasta que recuerda la noche anterior; se
sienta en la cama echando un vistazo para averiguar si Kurt
estuviese por allí, pero el silencio le dice que no.
Mira la muñeca de su mano izquierda, el reloj marca
las once de la mañana “¡Dios que tarde!” Piensa la joven, el
día promete caluroso, los rayos de sol asoman por un lado
de la inmensa ventana, cubierta por una gran cortina, un
poco entreabierta.
Se levanta y mira a su alrededor, las opciones son
pocas, o se coloca el mismo vestido de anoche o busca
encontrar algo en el armario de su marido.
Por fin encuentra algo que le puede servir, un
pantalón negro de montar en bicicleta y una camiseta verde
pistacho, que a la joven le queda demasiado grande; por lo
cual le hace un nudo por un lado. Así vestida se mira en el
espejo y resopla “con estas pintas no voy yo a levantar
pasiones” y sale tras respirar profundamente para darse
valor. “espero no encontrarme con nadie”
No había terminado de bajar los escalones cuando
una dulce doncella la mira. – Buenos días Señora Smiller. –
A Samanta oír que la llamen señora Smiller se le hace muy
raro. “¿Cómo sabrá esa desconocida quien es ella? ¿Se
habrá enterado ya todo el mundo en la casa? Intentaré irme
sin que me vea nadie”. – Si desea comer algo, – continúa la
jovencita. – mandaré a alguien que le lleve alguna cosa a la
sala.
– No gracias. – y sin más sale corriendo hacia la puerta de
salida, pero cuando ya estaba a punto de escurrirse una voz
la llama.
306
Amor entre uvas en Australia
– ¡Samanta, detente ahí! – La joven respira para dentro y se
da la vuelta. – Sí señora. – Con resignación.
– No me llames así. – Mirándola detenidamente. – Veo que
te has cambiado el cabello, más discreto que antes. Ven
acompáñame, tengo que hablar contigo.
Samanta acompaña a aquella mujer de cabello
canoso, con cara afable, pero con la altivez peculiar de
todos lo Smiller. Llegan a una zona de árboles cupulíferos
con copas muy extensas. Tenían una gran altura, se veía
pequeña entre aquellos inmensos árboles. Poseían unas
hojas persistentes... de hoja perenne. La joven recoge del
suelo lo que parece ser el fruto con forma de bellota. El
tronco de árbol llama la atención, gruesa y fofa.
– De la corteza de estos inmensos alcornoques salían los
tapones de corcho para todas nuestras botellas de vino,
hace ya mucho tiempo de eso.
– ¿Son muy altos? – Samanta estaba impresionada, el
tiempo que llevaba allí y nunca se había acercado a los
alcornoques... le gustaba más el pinar.
– Seguramente haya más de uno con más de 14 metros.
– ¿Por qué ya no utilizáis el tapón de corcho para vuestros
vinos? – Siente curiosidad.
– Ahora solamente los utilizamos para los de gama alta. –
La anciana mira a Samanta. – ¿De verdad te interesa?
– Sí, responde la joven. Todo lo que tenga que ver con
Kurt Smiller me interesa. Y por lo que yo sé, todo lo
relacionado con el vino es importante para mi marido, así
pues quiero aprender.
– La función del corcho es proteger el vino de los agentes
exteriores. El corcho nos avisa del estado del vino, si está
bien o si está mal... por ejemplo, el olor del corcho, si se
parte al destaparlo, el color...
– ¿No se pudre?.
Amor entre uvas en Australia
307
– La vida de un corcho es de aproximadamente unos 10, 12
años. Tras los cuales nuestros reservan tienen que
cambiarles el corcho.
– Mucho trabajo...
– Por eso son tan caros. El proceso y el tiempo de los vinos
de reservas son lo que lo hacen tan caro... y de tan buen
sabor.
– Una vez le oí decir a Richard que el polvo del corcho
tiene propiedades antioxidantes.
– Según John el corcho retrocede el envejecimiento del
vino.
– ¿Entonces es bueno o malo? – Sin comprender.
– Mi experiencia dice que el corcho es beneficioso, sin
embargo, hay expertos que dicen todo lo contrario.
– Entonces si los reservas tienen corcho, ¿los demás que
tienen?
– Tapones de rosca, según los entendidos de la familia, una
tapa de rosca que sea buena, puede ser mejor que el
corcho... menor costo... y no tenemos que enfadar a los
defensores de la naturaleza.
– Nunca pensé que aprendería de la importancia de los
corchos. – Se ríe la joven.
Ágata la observa, Samanta parece contenta, pero
ella lee en los ojos de la muchacha que está angustiada.
– ¿Y bien?
– No sé que quiere de mí señora.
– Eres hermosa, aun vestida así. – Respira. – Has
revolucionado esta casa y a toda la familia. Pero lo más
asombroso es que has conseguido que se enamore de ti el
más duro de ellos.
– Yo… – bajando la cabeza, – no sé que le diga.
– No se te ocurra bajar nunca la cabeza y menos por
haberte enamorado.
– Sí yo le contara. – Dice Samanta en voz muy baja.
308
Amor entre uvas en Australia
– Aitor me lo ha contado todo… porque los chicos son
una piña que no sueltan prenda.
– Y no le parece horrible.
– No, – mirándola a los ojos. – Sólo hay que mirarte para
ver que esos ojos no engañan y que mí nieto también ha
conseguido calarte.
– No debí haber venido, creo que él está aún muy enfadado
conmigo.
– Créeme, – en voz baja, – es lo mejor que has hecho, si no
hubieras venido no hubieseis podido conoceros. – La
señora le sonríe y luego asoma a su cara una expresión muy
seria. – Sam; necesito saber que sabes dónde te has metido,
saber si entiendes lo que es pertenecer a esta familia.
– Mujer. – Con familiaridad sin querer. – No creo…
– Sam. – La interrumpe la abuela. – Si estuvieras casada,
con cualquier otro de mis nietos, no le daría más
importancia de la que realmente tiene, pero jovencita, estar
casada con el amo de Mess-Stone o el dueño de los
laboratorios…
– Abuela, – dice Sam, – no se preocupe.
– Niña, no entiendes lo que te espera ¿verdad?
– No importa, no creo que Kurt quiera estar conmigo
demasiado tiempo.
– No seas pánfila, – respirando profundamente. – No
tienes ni idea de cómo es tu marido… te ama. Si no se ha
desecho de ti, no lo hará, estarás casado con él de por vida.
Ágata y Samanta estuvieron charlando un largo
rato, por fin, la joven se despide y se encamina hacia el
campamento, con aquellos tacones no podía andar, así que
decide sentarse para sacárselos.
– Te envidio, lo tienes todo.
Samanta se gira sobresaltada, sentada sobre una
roca con las marcas en los ojos de haber llorado mucho,
Cintia la mira sin odio.
Amor entre uvas en Australia
309
– Yo no creo que lo tenga todo… ni tan siquiera creo que
tenga nada. Y si supieras… créeme que el dinero no me
interesa.
– Yo no hablo de dinero Sam, no lo entiendes ¿verdad?
– ¿Por qué todos me dicen que no lo entiendo? Yo no creo
que mi marido me ame, cuando se canse de mí me echará
como a las demás. – Bajando mucho la voz. – Y eso me
hará la mujer más desgraciada que hay sobre la tierra. – A
Samanta le parece increíble estar hablando tan íntimamente
con aquella mujer que sabe a ciencia acierta que la odia.
– Conozco a Kurt Smiller, créeme no se alejará de ti... ni te
dejará que te alejes, puedes estar segura.
– ¿Por eso has estado llorando? – Le pregunta tristemente
ella.
– No, – con indiferencia, le contesta Cintia.
– ¿Sabes? Samanta… yo daría toda mi fortuna por la
persona de la que estoy enamorada, ojalá me
correspondiera igualmente, mi dinero es lo que lo tiene
asustado… – Suspira tristemente. – Y por supuesto mi
orgullo. Esta noche ha sido la más feliz de toda mi
existencia y la más desgraciada.
– No puedo entenderlo Cintia.
– La más feliz porque he estado con la persona que amo de
siempre y la más desgraciada porque no volveré a estar con
él en la vida.
– Olvida tu orgullo y ve a por él.
– Para que me desprecie, no podría soportarlo.
– Yo pensé que estabas enamorada de Kurt.
– No, – mirándola fijamente e incluso con amistad. – No,
hemos sido amigos desde siempre… pero él jamás ha
amado a nadie hasta que te ha conocido, he visto los
cambios en él y nunca lo había visto así.
– Yo creí que me odiabas…
– No eres tan importante para que yo te odie.
– Gracias mujer, – dice Sam con un poco de decepción.
310
Amor entre uvas en Australia
– De nada, – con rin tintín.
– ¿Quién es el hombre que te saca el sueño?
– No quieras saber tanto. – Contesta la rubia de ojos claros
con cinismo.
– Perdona no pretendía… – Con humildad.
– Richard. – Casi en un susurro añade Cintia.
– ¡Richard! – Con sorpresa – ¡Caramba! No me lo podía
imaginar. Creí que os odiabais.
– Ya ves, las apariencias engañan. Anteanoche pensaba que
me odiaba, ahora sé que me ama... lo he sentido en cada
caricia.
– ¡Ya entiendo! Te lo veo crudo.
Las dos jóvenes charlaron durante mucho tiempo,
las horas pasaban y parecía que tenían muchas cosas que
contarse; de ser enemigas terribles parecía que eran buenas
amigas, o por lo menos a partir de ahora sí. Cintia le cuenta
a Samanta porque siempre había estado con Kurt, como se
convirtió desde muy temprana edad en enemiga de Richard,
a Samanta comenzaba a encajarle todo.
Sam por su parte cuenta a Cintia como es que está
casada con Kurt y como se conocieron… sí, realmente las
horas pasaron rápidas.
Tras cambiarse Samanta, ambas mujeres se
encaminan a los viñedos. Seguramente, los chicos ya abrían
comido. Samanta tenía que planificar algo para conseguir
que Richard y Cintia se dieran una oportunidad, iba a
intentar hacer de celestina. Cómo no se había dado cuenta,
claro estaba tan ocupada en odiar a Cintia que no había
leído entre líneas.
El día prometía ser más fresco de lo que ella por la
mañana había pronosticado, habían perdido demasiado
tiempo por culpa del clima, por eso ese día el horario iba a
ser más largo, cuando llegaron los muchachos ya habían
terminado de comer, se sorprendieron mucho al ver a las
dos jóvenes juntas.
Amor entre uvas en Australia
311
Kurt al ver a su mujer se aproxima a ella, le da un
beso en los labios, por supuesto con las burlas de sus
hermanos y tira de su mujer para sentarla al lado de él.
Cintia se sienta enfrente de Richard, ninguno se mira,
ninguno dice nada.
– Tienes mala cara. – Regaña Kurt a su mujer.
– Pues no será por no haber dormido ¿por qué no me has
despertado? Podía haber venido a trabajar.
– No digas tonterías, – le dice Cintia, – no tienes porqué.
– Simplemente porque quiero. – Esta actitud de Samanta le
gusta a Kurt.
– Mañana te despertaré, pero para que me acompañes a
Perth, tengo que resolver algunos asuntos de los
laboratorios.
Samanta no tenía ganas de dormir otra vez en la
casa, le asustaba aquel sitio, se sentía más protegida en el
campamento, pero sabía que Kurt no se lo permitiría.
Ángela no tarda en llegar y se sorprende al ver a las dos
mujeres sentada juntas, sin pelearse, casi amistosas.
– ¡No me lo puedo creer! – Mirando a Cintia y a Sam.
Los jóvenes se echan a reír y comienza un juego de
bromas.
– ¿Para cuando fijamos la fecha? – Pregunta John a su
novia abrazándola con cariño. – No quiero que te vuelvas a
escapar. Ángela lo besa con mucha ternura.
– Cuando termine la vendimia. – Le acaricia la mejilla.
– Se me va hacer inmenso. – Dice el joven impaciente.
– Si has esperado años, un poco más no te debería
importar.
– Me resignaré, pero no me conformo.
Todos eran conscientes de que Richard y Cintia
permanecían muy callados, todos sabían que algo había
pasado la noche anterior, pero ninguno sospechaba que
podía haber sido.
312
Amor entre uvas en Australia
Ya estaban listos para volver al trabajo cuando
Cintia dice que se va, Kurt se ofrece para llevarla, mirando
a su mujer, con lo que la joven asiente, pero Richard, ante
la sorpresa de todos, se ofrece a llevarla con voz tajante.
Durante el recorrido ambos iban en silencio.
Richard no sabía que decir, parecía triste. Cintia recordó lo
que había dicho Samanta, así que, con temor a una
contestación grosera.
– Richard. – Consigue decir, pero no dice nada más, las
palabras se le ahogan.
– Te fuiste sin decirme nada. – La mira mientras le
recrimina.
– No quería molestarte. – En voz baja.
– Tú nunca me molestas. – Le dice él con decisión.
– Yo creí que sí. – Le coloca la mano en el hombro. –
Daría todo lo que tengo, sin con ello consiguiera que te
fijaras en mí.
– No digas tonterías. No necesitas perderlo todo para que
yo me fije en ti. Tienes toda mi atención desde que
cumpliste los once años.
Richard detiene el coche y la mira de frente.
– Te quiero. – Suelta repentinamente Cintia. – Desde
siempre.
– ¿Y qué pretendes que haga yo? – La pregunta era más
para él que para ella.
– Si tú no lo sabes, entonces he perdido mi tiempo.
– No puedo enfrentarme a tu riqueza. – Le dice Richard
apenado. – Me supera, yo soy sencillo. No quiero dejar de
ser quien... soy. Ni por ti, Cintia. Acabaríamos
destruyéndonos.
– ¿Mi dinero nos separa? ¿Eso es lo que estás intentando
decirme?
– No tontuela, te estoy diciendo que te quiero, pero que
tenemos que buscar una solución, para que tú no pierdas lo
tuyo, ni yo lo mío. Y no estoy hablando de dinero.
Amor entre uvas en Australia
313
–¿Lo dices en serio Richard?. – El capataz de Mess-Stone
besa a su joven dama.
– Cuando me desperté esta mañana sin ti, no me gustó. Al
verte marchar en el taxi, me gusto menos todavía. Llevo
todo el día pensando como buscar una solución, pero hay
veces que por mucho que pienses, no la encuentras, aunque
la tengas delante de los ojos. Así que vamos hacer una cosa.
Nos vamos a casar ya... bueno tan pronto el papeleo nos
deje. Y resolveremos lo demás al ritmo en el que se nos
presente.
– Lo dices en serio. ¿Te quieres casar conmigo? – Las
lágrimas parecían querer salir.
– Entonces no te lo propondría. – La vuelve a besar. – Sólo
quiero que te quede algo muy claro si seguimos adelante. –
Hace una pausa. – Ni yo voy a intentar nunca cambiarte, ni
tú vas ha intentar cambiarme a mí.
– ¡Jamás lo intentaría! Te he amado siempre siendo como
eres.
El cuarentón enamorado vuelve a besar a su dama,
satisfecho de haber tomado la decisión de no dejar pasar
más tiempo.
314
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 26
La felicidad está tan cerca a veces de uno y la deja
escapar por torpeza, ella no se mira en simplezas como el
dinero, es pura y noble. No se mira por condición social, la
raza o el sexo; ella está ahí en todos nosotros. Ricos y
pobres sufren… casi siempre por no querer creer en ellos
mismos. Pero hay que buscarla y una vez encontrada dejar
apartado el dolor, la tristeza y el orgullo... porque sigue ahí
en esperando que no la dejemos marchar. Y una vez
encontrada hay que hacer que dure el mayor tiempo
posible.
Ángela abrió su puerta cuando John le dejó entrever
que la amaba, no leyó entre líneas todos aquellos años que
estuvieron separados, porque no quería ver lo evidente. Él
se tapó los ojos creyendo que ella no lo quería cuando lo
contrario era lo real.
Sin embargo, Antonio lo tenía claro, él, al igual que
Lisa, querían saber lo que sentían uno del otro; ellos no
estaban dispuestos a estar separados si ambos se querían. El
dinero era una insignificancia que podían solucionar juntos,
por eso ellos desde un principio se dieron una oportunidad.
María estaba segura de lo que sentía por Alan, pero
veía como su felicidad se disipaba por la inseguridad del
joven, ella lo daría todo por él. Pero Alan no estaba seguro
de sí aquello, era un amor fuerte; tenía demasiadas dudas
Amor entre uvas en Australia
315
por eso se iba separando de ella, temía el riesgo y la
distancia era una buena solución.
Y Richard… Él llevaba sufriendo toda su vida por
alguien que creía que no le amaba, quizás porque tenía
miedo a su dinero. Le asustaba una mujer tan rica como
Cintia, le aterrorizaba. No era consciente que él no se
casaría con ella por el dinero, sino por su persona. No
obstante, Cintia sabía que podían estar juntos, que podrían
ser felices si él olvidara quien era ella, pero como olvidar…
Sin embargo, se habían dado una tregua, eso era bueno...
por fin se habían dado una oportunidad.
Kurt era más práctico, una vez pasado el enfado,
comprendía perfectamente que si Samanta no se obstinara
en querer conocerlo, que si no hubiera sido tan curiosa…
jamás se hubiesen enamorado y eso si hubiese sido una
tragedia; porque habrían tenido que haber estado separados
toda la vida. Él no conocería el amor, porque desde el
mismo día que la conoció, en su interior, algo le había
dicho que ella era la mujer que él amaría siempre.
Samanta estaba aterrorizada, aquella mansión,
aquella popularidad de la familia, toda aquella vida que la
estaba envolviendo... la asustaba. Porque ella era una mujer
muy sencilla, no sabía como tenía que comportarse siendo
una Smiller, a ella la prepararan para una vida normal y
aquella no era precisamente una vida normal. De lo único
que ella estaba segura era que amaba a su marido y que no
quería separarse jamás de él. Los días iban pasando y
Samanta sabía que ella y su marido tendrían que hablar,
pero parecía como si ambos temiesen esa conversación. Y
era por ello que la iban posponiendo.
Así es como se encontraba el amor en aquellos
momentos en aquel lugar tan hermoso y tan mágico cerca
de un lago que marcaría la vida de aquellas parejas. Los días
iban pasando sin tregua para nadie, la gente hablaba más
que nunca de los últimos acontecimientos que en realidad
316
Amor entre uvas en Australia
nadie conocía exactamente. No entendían como es que
Samanta era una Smiller, se pensaban que había aparecido
en el campamento para familiarizarse con todo aquello, y
que había ido de incógnito.
No se habían imaginado nunca que Alan estaría
saliendo con una recolectora, unos pensaban que era un
pasatiempo, otros, que se habían enamorado y ello era
incontrolable. Pero lo que más extrañó fue el compromiso
de Antonio con una hermosa y rica heredera, que además
había sido la prometida de uno de los Smiller. Sí, este año
en las tierras de Mess-Stone se hablaba mucho, quizás el año
que más temas habían encontrado para hablar.
– Ya no estás mucho con María. – Le reprocha Ángela a
Samanta. Las dos mujeres estaban sentadas en las rocas que
separaban la playa. Samanta había convencido a su amiga
para pasear, a medida que la boda se acercaba, la joven
futura esposa, estaba más histérica.
– Desde que vivo en la casa grande, parece que ella se ha
ido distanciando. No sé por qué... pero.
– Debes entenderla, piensa que no es fácil ser la amiga de la
Señora Smiller y no de cualquiera de ellas. – Ángela le
hablaba con risa, aunque no le parecía gracioso el caso.
– Hablaré con ella. Sé que necesita a alguien con quién
hablar, parece que Alan está algo distante.
– Es normal.
– Porque no es rica.
– No digas tonterías. – Le riñe la amiga. – Si él estuviera
seguro de que la amase, créeme, no temería lanzarse.
– ¿Entonces crees que no la ama? – La pregunta la
entonaba triste.
– Yo creo que no la ama, le gusta pero ya está. Yo pienso,
que si la quisiera, no tendría dudas. ¿No lo crees así?
Samanta sabía que su amiga tenía razón, pero ello
no lo hacía más fácil.
Amor entre uvas en Australia
317
– ¡Chicas! – Ambas se giran cara la voz proveniente del
pinar.
– ¡Quién nos iba a decir que íbamos a ser amigas íntimas de
Cintia! – Era una afirmación con satisfacción que soltaba
Samanta.
– Nosotras fuimos amigas en un tiempo ya muy lejano. –
Dice la hermosa Ángela, la joven tenía un tono tostado en
la piel que la hacía más hermosa. O quizás era la felicidad.
– Tengo que contaros algo. – Comenta como quien no
quiere la cosa, Cintia, cuando ya está cerca de ellas. –
Espero que ninguna se enfade por lo que os voy a mostrar.
– Su cabellera rubia la llevaba recogida en una cola y sus
ojos azules brillaban de una forma especial.
La joven levanta una mano mostrando una alianza
tallada en uno de los dedos. Ambas amigas se quedan con
la boca abierta, sin saber que decir.
– Te has... te has... te has... – sin poder terminar lo que
pretende decir Ángela, por lo que su amiga Samanta,
remata la frase.
– ¡Casado! ¡Te has casado! ¿Sin decírnoslo? – Las jóvenes
para nada estaban enfadadas, ni tan siquiera disgustadas.
– ¿Cómo has podido casarte sin decirle nada a nadie? –
Suspirando. – Y antes que yo. Con mi hermano. ¡No os da
vergüenza!
– No queríamos una gran boda. – Se disculpa la joven. –
Sólo vino Kurt y Alan... bueno y mis padres.
– ¡Traidores! – Acusa Samanta.
Cintia bajó la cabeza con pena, pero las amigas
soltaron gritos de alegría, felicitándola. Las tres se abrazan
con alegría.
– ¿Cuándo ha ocurrido? – Pregunta Ángela.
– Anoche.
– Por eso Kurt llegó tan tarde. – Sonríe Samanta. – Creí
que tenía una aventura.
– ¡Idiota! – Le pellizca Ángela.
318
Amor entre uvas en Australia
– Qué quieres que piense... desde que vivo en la casa cada
noche sus manos recorren mi cuerpo...
– ¡Calla! ¡Calla! – La interrumpe Ángela. Me vas a poner
violenta, esas cosas no se detallan.
– Pues yo quiero saber. – Mirando a Samanta, le dice con
curiosidad Cintia.
– Tú ya sabes cómo es. – Dándose cuenta de la
indiscreción Ángela procede a pedir perdón rápidamente.
– No puedo hacer como que eso no ha ocurrido. – Dice
Samanta con tranquilidad. – Cintia forma parte del pasado
de Kurt al igual que otras mujeres. No puedo odiarlas a
todas.
– Si te consuela, a mí nunca me quiso. Era puro instinto
animal.
– ¡Qué mal suena eso!
Las tres se echan a reír.
– Samanta, no es importante si una es la primera o la
segunda... – Dice muy sería Cintia. – Lo verdadero
importante es que seas la última.
– Y que él sea para ti el último. – Concluye Ángela.
– Si yo os contara. – Con un largo suspiro. – El primero y
el último.
– ¡Imposible! – Dice Cintia.
– ¡Increíble! – Añade Ángela.
– ¿En estos tiempos? – Ambas al unísono.
– Es que cuando me han besado como no me ha hecho
tilín... qué queréis.
– Ya entendemos porqué el enamorado de tu marido no se
aparta de ti.
– Deja ya el tema Cintia y cuéntanos cómo ha ocurrido
todo.
– Está bien.
Las tres jóvenes se habían ido hacía la playa, las
rocas estaban demasiado duras para sus posaderas. La
suavidad de la arena aún cálida las hizo entrar en la historia
Amor entre uvas en Australia
319
que Cintia iba contando, gesticulando cada brote de alegría
que asomaba a su hermosa cara.
Richard había ido un par de horas antes de la boda
ha hablar con los padres de su prometida. El Señor Malister
ante la contundencia de Richard no puso objeción, quizás
porque siempre supo el amor que él y su hija se profesaban,
un padre siempre ve lo que los demás... no. El padre de
Cintia no se sorprendió de que Richard no quisiera nada del
dinero de su hija, ni tampoco le asombró que su futuro
yerno no quisiera cambiar su vida en cuanto a Mess-Stone.
Así pues tuvieron que negociar un acuerdo, para complacer
y tranquilizar a los padres de Cintia. La joven no se
desvincularía de la empresa familiar, seguiría llevando los
mismos temas que hasta ahora, pero también se
complementaría con el trabajo de su futuro marido.
– ¿Podrás con todo? – Pregunta preocupada Samanta.
– Claro que sí. Buscando ayuda cualificada... en cuanto a mi
esposo me encantará... estar el mayor tiempo posible con
él.
Los Malister habían intentado posponer la boda,
por lo menos hasta hacer los preparativos para la misma. Su
sorpresa fue mayúscula al saber que su hija se casaría unas
cuantas horas más tarde. Cintia era hija única, cómo aceptar
que se casara casi a escondidas, sin necesidad de tal cosa.
Pero para sorpresa de todos los padres de la chica los
acompañaron sin demás preámbulos.
Tampoco hubo manera de que la pareja recién
casada se fuese a vivir a la mansión Malister. Richard había
sido muy contundente al respecto.
– ¿Dónde viviréis? – Preguntó Samanta. – ¿En casa de tus
padres?.
– No. – Mi esposo fue muy preciso. – Dijo que volvería a
su hogar.
Ángela pegó un grito de alegría.
– Así que el hijo pródigo vuelve.
320
Amor entre uvas en Australia
– Kurt estaba muy contento de la decisión de Richard.
– No entiendo nada. – Asombrada dice la española.
– Vuelve a la mansión de Mess-Stone.
– Sigo sin entenderlo.
– ¿Aún no entiendes a los Smiller? – Le recrimina Cintia.
– Todavía no entiendes que Richard y yo somos Smiller,
aunque no llevemos su sangre. Así lo decidió el bisabuelo,
así nos lo enseñó a todos.
– Tienes que entender. – Dice Cintia. – Qué Richard vivía
dónde quería porque pretendía ser independiente. Ángela
vive en ciudad jardín porque quería su casa.
– Ambos hemos escogido los trabajos que realizamos
porque así lo decidimos, a Richard le gusta ser capataz,
¿No te has fijado nunca que hay órdenes que da Richard
que no le porfía ni John ni Kurt? – Hace una pausa. – En
cuanto a mí, adoro ocuparme de los chicos, de las mujeres
de la casa y de la mansión de Mess-Stone.
– No sé, siempre pensé que Kurt...
– Kurt Smiller es el patriarca de la familia, el que manda, el
que lleva el peso en sus espaldas; pero los demás, somos los
hermanos que le ayudamos para que el peso sea menor. –
Ángela intentaba que Samanta entendiera de una vez, que
significaba aquella familia. – El bisabuelo pensó en MessStone como el hogar de una gran familia, sólo que tuvo mala
suerte y se encontró con una única hija y en una única nieta.
– Menos mal que Tais se puso las pilas y trajo vástagos al
mundo para llenar la casa. – Termina por decir Cintia
riendo.
– Me encantará que vivas conmigo, porque me siento un
poco sola, Ángela no va a cambiar de...
– Por su puesto que no. Con lo bien que estoy yo en casa
jardín. – La interrumpe la joven.
– Nosotros. – Prosigue Cintia. – Sólo estaremos hasta que
encontremos un lugar en donde deseemos levantar nuestro
Amor entre uvas en Australia
321
hogar, y crear nuestra familia... eso si no se mueren antes
mis padres.
– ¡Cintia! – Le riñe Ángela.
– Es una realidad, no querrás que regale la casa... mis
padres no van a vivir siempre.
– Parece como si quisieras que se muriesen. – Le reprocha
Samanta.
– No seas ridícula. Pretendo que vivan mucho. Hasta que
tenga algún hijo que crezca y se ocupe de la empresa.
– Contigo no se puede. – Dice Samanta moviendo la
cabeza en señal de negación.
– ¿Dónde vais a vivir vosotros cuando os caséis Ángela? –
Pregunta Samanta.
– Pues en la gran casa. – Afirma Cintia.
– De eso nada. – Niega Ángela. – Ya lo hemos hablado y
nosotros viviremos en ciudad jardín. La casita es perfecta
para nosotros. Cuando tengamos niños ya veremos.
– Nos dejarás que te ayude a preparar la boda. – Casi con
añoranza se notaba en los ojos de Cintia.
– Me encantará. Voy a hacer la boda más grande y hermosa
de la comarca.
– Te equivocas, la mía será la más grande. – Indica Cintia
levantándose del suelo y dando vueltas.
– Pero tú estas ya casada.
– ¡Ah! ¿No os lo he dicho? – Con cinismo la joven de ojos
azules penetrantes.
– En nuestro primer aniversario celebraremos las nupcias
otra vez... y por todo lo alto.
Comenzaba a anochecer cuando Samanta se
encamina hacia el campamento, tiene que hablar con María,
la joven lleva días apartándose cada vez más de ella y
necesita aclarar las cosas. Sabe que si es verdad lo que se
dice de Alan, María necesitará una amiga para hablar. Ya
está pasando por encima de las rocas que separa la playa del
322
Amor entre uvas en Australia
campamento, cuando una mano la sujeta, pierde el
equilibrio, pero el mismo brazo la sostiene evitando que se
caiga.
– ¡Me has asustado! – Le espeta a su marido.
Kurt la besa, sin decir nada, simplemente la atrae
hacia él y la besa, lenta y cálidamente.
– ¿Decías? – Le susurra el enamorado de ojos oscuros, que
en la noche parecían más tenebrosos.
– Esto es trampa. – Le musita ella.
– Echo de menos nuestras reuniones nocturnas.
– Yo también. Esperaba todo el día a que llegara la hora de
ir a verte.
– Tenemos que hablar. – Su voz era un sonido excitante
para la joven española, le gustaba sentirse entre los brazos
de aquel hombre. Esperaba con paciencia a que él le dijera
algo, la fecha de divorcio estaba ya rozando el presente y
Samanta aún no estaba segura, de sí Kurt, quería
permanecer casada con ella. Era verdad que en varias
ocasiones él le había dicho que su matrimonio jamás se
disolvería, pero aún así ella sentía dudas, no sabía muy bien
porqué, pero le asaltaban las dudas.
Tenían una relación física muy intensa, sin
embargo, también se estaban haciendo amigos e incluso
cómplices. Kurt la tenía cerca siempre que las
circunstancias lo permitían, apenas la dejaba sola, le decía
que quería impregnarse de ella hasta el día de su muerte.
– Lo sé, pero tengo miedo. – Samanta estaba dispuesta a
sincerarse con Kurt, para lo bueno o para lo malo, deseaba
saber cuales eran sus intenciones.
– No tienes porqué. – El joven la observaba con atención,
no queriendo perderse ni un solo gesto de la joven esposa.
– ¿Te desharás de mí? – La pregunta era fría y cínica, pero
el tono era lento y grave.
Amor entre uvas en Australia
323
– Odio que digas eso. – Le acariciaba la mejilla, aquellos
dedos ardían para Samanta, que se le aceleraba el corazón.
El esposo la retira de las rocas y la lleva a la playa.
– No me has contado lo de la boda de Richard y Cintia la
noche pasada.
Samanta pretende cambiar de tema.
– Era un secreto, los secretos no se cuentan.
– Soy tu esposa. – Le recrimina.
– Y Richard mi hermano. – Se justifica él.
El joven la recuesta en la arena y la mira durante
unos breves minutos, ella no hace nada, simplemente siente
como el cuerpo de su marido la altera hasta el punto de no
dejarla respirar.
– No puedo seguir así. – Solloza ella.
– Lo sé. Esto tiene que acabar. – El mayor de los Smiller
estaba pensando en hacer una alianza real del matrimonio.
Ella, sin embargo, pensaba en que él le estaba diciendo que
se tenían que divorciar. – No llores, no me gusta verte
llorar.
– No lo puedo evitar. – El dolor la embargaba.
Kurt la besa con pasión, casi un reclamo
desesperado, ella no tiene duda ninguna en darle lo que le
pide, no le importa, porque ella lo desea todavía más. Va a
disfrutar de aquel cuerpo atlético y tostado por el sol hasta
que decida que aquella relación tenga que rematar.
– Yo sé cómo calmarte.
Vaya si no lo sabía, Kurt conocía perfectamente aquel
cuerpo, cómo hacer que saltase en ella la gran chispa, sabía
afinadamente como hacer que la joven se olvidara de todas
sus penas y sólo pensase en él.
– Teníamos que hablar.
– Cuando acabemos de vendimiar. Ahora eres mía.
324
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 27
El día se va acortando, la tarde avanza, quizás para
los que se tienen que despedir, demasiado rápido.
La playa del lago está saturada de parejas que se
tienen que decir adiós, unos con promesas para volverse a
ver, para llamarse o escribirse, para terminar una relación
tan duradera como duradera ha sido la vendimia.
Hay parejas sentadas en la cálida arena, otras de la
mano van paseando por la orilla del lago. Pero todas aquella
situación indica que la vendimia ha llegado a su fin. Pero
llegará otro año y otra recolecta y otras historias.
Por la playa privada una pareja va de la mano con
los dedos entrecruzados; ella refleja tristeza en la cara, él
preocupación. Van hablando mientras pasean, de repente la
joven se separa del muchacho, él parece que la va a seguir,
pero decide que no, y sin pensárselo se saca la ropa y se tira
al agua, sabe que si nada hasta que esté agotado, su rabia se
calmará.
La joven se sienta en la arena, las lágrimas quieren
salir, pero ella se niega a ello. Alguien llega por detrás y la
abraza.
– No me quiere lo suficiente. – Dice la joven casi en un
susurro.
– Si que te quiere, sólo que aún no lo sabe.
– Mañana partiré para Argentina y nunca más volveré.
– ¿Ni tan siquiera vendrás a ver a tu hermano?
Amor entre uvas en Australia
325
– No, me meteré en un convento a llorar y purgar mi amor.
Samanta abraza más fuerte a María.
– Estoy segura que cuando Alan esté sin ti un tiempo
comprenderá que te ama. Sólo necesita tiempo.
– ¿Sabes? No estoy arrepentida, he sido muy feliz este año
en la recolecta, haber podido estar con él ha sido
estupendo. Y te lo agradezco a ti, sin ti no hubiese sido
posible.
– Vamos, ve con los demás, te están esperando para que les
ayudes a preparar las fogatas en la playa.
Todos los años hacían una pequeña barbacoa, igual
a la del comienzo de la vendimia, para despedirse. Llenaban
la playa de fogatas y los trabajadores se colocaban alrededor
de ellas. Todos los años se celebraba esa barbacoa en el
lago y casi siempre en las tierras de los Smiller, quizás por el
espacio. En el comienzo de la vendimia se hacía una fogata
grande, sin embargo en la despedida se prendían varias
hogueras, puesto que durante la vendimia se hacían grupos.
Samanta se había quedado a esperar a Alan, cuando
lo ve aproximarse toma entre sus manos una toalla y va a
recibirlo. El joven Smiller tenía el cabello revuelto del
ejercicio, sus pasos era seguros, su cuerpo erguido. Sí, se
parecía a su hermano mayor, con su mismo talante y su
mismo orgullo. Era increíble que a todos ellos se les notase
tanto al caminar la seguridad de quien tiene poder y dinero.
– Gracias. – Dice el joven cuando Samanta le entrega la
toalla.
– Ven, siéntate aquí conmigo.
– No pretendas convencerme de que cambie de opinión,
Sam.
– No es mi intención. Sólo quiero que no te equivoques
sobre algo que a lo mejor después no tiene solución.
– No te preocupes, estoy seguro de lo que estoy haciendo.
Los hermanos Smiller se acercan a la playa, ese año
a diferencia de los otros, van a hacer también una hoguera,
326
Amor entre uvas en Australia
para mezclarse en aquel festejo que de alguna manera los
aproxime un poco a sus obreros.
– Tengo que ponerte un detector para saber donde estas.
– No deberías controlarme tanto. – Dice Samanta a su
marido mirándolo.
– Sí que tengo. Me perteneces. ¿Cómo quieres que te lo
diga?
Samanta mueve la cabeza en negación, mientras
añade.
– ¿No te vas ha cansar de comportarte como un machista?
– No soy machista, – le recrimina él. – Simplemente que no
me gusta que estés mucho tiempo lejos de mí. – Le dice
mientras se aproxima a ella y la besa. – Me vuelves loco. –
Le musita.
– ¡Estoy harto! – Interviene Samuel. – No os cansáis de
comportaros como dos lapas, todo el día pegados,
besándoos, haciéndoos carantoñas. Me aburrís.
Los chicos se echan a reír por la impertinencia del
chico.
– Cuando tu estés enamorado ya me contarás. – Añade
John.
– Tú cállate que das pena, estás echado a perder por
Ángela. – Hace una pausa. – Estas tan empalagoso como
Kurt. He perdido a mis hermanos.
– No seas tonto, – lo abraza Samanta. – Aún queda David
y Nico... porque Josué. – Señalando con el dedo hacía
donde estaba el joven Smiller. – Creo que él está ligando
con esa hermosa australiana del norte.
Amor entre uvas en Australia
327
Capítulo 28
Estaban en Fremantle, aunque había oído hablar
mucho de aquel lugar a los recolectores, ella nunca había
coincidido ir. Le parece un lugar fantástico. Samanta estaba
triste, la vendimia estaba ya terminada y Kurt, pronto le
haría firmar los papeles. Le había dicho el día anterior que
aquello tenía que terminar. Estaba terriblemente triste.
Haberla llevado Fremantle sería seguramente un regalo de
despedida.
Por la mañana, Kurt la llevó a que se despidiera de
María, había sido un proceso muy triste. Ambos pensaron
que Alan no iría a despedirla, pero se equivocaron, porque
minutos antes de que se anunciara el vuelo a Argentina, el
joven apareció.
– ¿Has venido? – Le susurra la joven.
– ¡Claro que he venido! – Le dice alegremente Alan. – No
podría dejarte marchar sin despedirme.
– Te voy a echar de menos.
– Y yo a ti.
Ambos jóvenes se miran a los ojos, muy cerca. Alan
la toma en sus brazos y la besa dulcemente.
– No digamos adiós sino un hasta luego. – Le dice María
con los ojos llenos de lágrimas. El joven asiente con la
cabeza.
– Entonces hasta luego.
328
Amor entre uvas en Australia
María abraza a su amado y después a su querida
amiga.
– ¿Me escribirás? – Suplicante Samanta.
– Por supuesto.
Cuando el avión despega, Samanta abraza a Alan.
– Has sido un tonto.
– Tengo cosas que hacer, hasta luego. – Kurt mira a su
hermano, ambos se entienden con la mirada, saben que ha
sido lo mejor. El mayor de los Smiller entiende
perfectamente que su hermano no quiera comprometerse si
no está seguro de que será para toda la vida, María no se
merece menos.
Tras un paseo por el puerto, deciden pararse a
comer algo. Kurt era más cariñoso que nunca, estaba
volcada en ella, en hacerla feliz. No sabía si se sentía triste
por tanta atención, a sabiendas de que se quería deshacer de
ella. O si estaba triste porque no iba a soportar separase de
él. De lo que estaba segura es que iba a disfrutar de ese día
con la persona que amaba, así se lo llevaría de recuerdo.
– ¿Te gusta?
– Me encanta el sitio. – Sonríe Sam.
Aquel era un lugar sencillo, con una panorámica
impresionante. Había mesas largas que se compartían con
otras personas, y más pegadas al mar, otras mesas más
íntimas, individuales. Ellos decidieron utilizar las mesas
alargadas, era bueno compartir con personas desconocidas
aquel rincón.
Se sentaron en una prolongada mesa en donde
veían de fondo el puerto, grandes yates y grandes barcos de
recreo adornaban aquel famoso puerto marino.
Dónde ellos estaban, árboles adornaban alrededor
del comedor, que estaba al aire libre. Se puede distinguir
algún pino, olivo y pequeños abetos. A los pies de estos
árboles muchas flores multicolores, dándole al lugar un
matiz alegre y despampanante. Aquellas mesas donde la
Amor entre uvas en Australia
329
sombra no llegaba, las acompañaba unas enormes
sombrillas.
También se podía apreciar un pequeño camino
formado por maderas, era un pequeño embarcadero para
posibles clientes que hubiesen llegado en barcas o lanchas.
Nada más sentarse, se les acercó un caballero
bastante alto, presentándose como Oscar.
– Perdonen ¿Les molestaríamos si nos sentásemos aquí?
– Para nada. – Añade cordialmente Kurt, mirando a su
mujer para asegurarse que a ella no le molestaba.
– Verá, se lo digo, porque tengo seis pequeñuelos, a cual el
más travieso.
– ¡Seis! – Se asombra Samanta. – Perdone... es que no...
– ¡Déjalo cariño! – Le sonríe Kurt. – Sin querer vas a meter
la pata.
Samanta observa al interlocutor, 1’85 metros de
estatura más o menos, calculara la muchacha. No parecía
tener más de 35 años, con seis hijos pequeñuelos, no creía
que tuviera más edad. Llevaba el cabello muy corto, de
color negro; su tez tenía un tostado natural, para nada era
debido a las horas de sol, pero claro con aquella tropa,
seguramente tiempo para tomar el sol sería cero. Su boca
era enorme con unos labios anchos que disimulaba con un
extenso y espeso bigote. Pestañas largas, dando un tamaño
mayor a los ojos, y sus cejas condensas provocaba que al
mirarlo por primera vez, la vista fuera para ellas. Las orejas
semejaban a las asas de un botijo, a ella le constaba que no
era normal, que algo le había tenido que hacer el hombre
para que fueran tan grandes, feas y deformes. Su cuerpo era
atlético, no se apreciaba ni una mota de grasa, por lo menos
en lo que se veía, porque a través de aquella camiseta
pegada al cuerpo del hombre se podía evaluar casi cada
músculo del abdomen. Sus brazos eran fuertes, largos, en
los cuales terminaban unas manos gigantes; a Samanta se le
dio por pensar que si el individuo le diera una bofetada, la
330
Amor entre uvas en Australia
cara quedaría cubierta por todos aquellos dedos
monumentales.
Samanta miraba a aquel personaje, ensimismada, le
parecía tan espectacular, con aquellas piernas que eran casi
el tamaño de ella. El hombre mientras hablaba, sonreía
mostrando unos blancos y perfectos dientes, poseía un
tono de voz muy dulce, todo él desbordaba amabilidad.
Los chiquillos se sentaron en la parte más alejada de
la mesa, mientras la madre se coloca al lado de Samanta, el
padre hace lo mismo al lado de Kurt. La mujer se llamaba
Sara, al menos así la presentó su marido. Contrastaba con
su esposo, era su antítesis. Tendría aproximadamente la
estatura de Samanta, pero era gordita. Aun teniendo su cara
redonda se podía apreciar su hermosura. Poseía una sonrisa
amplia y amistosa. Para tener seis críos para nada estaba
desaliñada sino todo lo contrario. Su tez tersa y muy blanca,
con unos ojos verdes intensos, pómulos sonrosados y toda
ella rebosaba orden y carácter.
Los pequeñuelos los había de todas las clases, desde
niñas a niños, de flacos a redonditos, de rubios a morenos...
habían tenido una prole amplia y diversa. Aunque no se
movían del sitio, no dejaban de pelearse. No había en ellos
ni un apéndice de grosería o de vulgaridad, a pesar de las
peleas se les veía educados y respetuosos. Las tres niñas
iban vestidas iguales, unos pantalones cortos de color rosa
con flores, y camisetas de sisas en color verde y rosa.
Llevaban unas sandalias de color verde, abiertas por delante
mostrando sus deditos diminutos. Dos de ellas, las más
pequeñas de los seis, físicamente eran como su madre, la
otra que parecía ser la mayor de todos, era igualita al padre.
Dos de los varones semejaban al progenitor, el otro a la
dama.
El tiempo acompañaba la situación, era estupendo,
calor suave y una brisa juguetona agradable. La charla fue
amena, temas triviales de la vida. La sorpresa apareció
Amor entre uvas en Australia
331
cuando el padre de aquella tribu le comentó a Kurt que se
dedicaba a la investigación química pasando de un coloquio
fútil a una tertulia profunda y profesional.
Samanta se sorprendió mucho al escuchar a su
esposo hablar de aquel tema, ella sólo lo escuchara hablar
de cosas relacionadas con las uvas, era excitante oírle hablar
de cualquier cosa relacionada con el vino y las uvas. Sin
embargo, se le hacía extraño escucharlo hablar de procesos
químicos, no era el mismo, la tenía embobada, fascinada.
Le daba la sensación de estar con otro hombre, más...
interesante, serio... no sabría como definirlo, pero aunque
no entendiese nada de lo que estaban conversando hacía
que se sintiera muy orgullosa de haber conocido a alguien
tan inteligente como Kurt Smiller.
Pasado el postre, las mujeres se acercaron con los
chiquillos a un parque infantil, que había muy próximo al
lugar, con una gran extensión de césped en la que ambas
mujeres se sentaron a observar a los niños mientras
charlaban.
– ¿Te gusta la Australia occidental? – Le pregunta la mujer
a Samanta.
– La parte que conozco sí. El clima es casi el perfecto para
mí, al menos en esta época, aunque tengo entendido que en
el mes de febrero es terrible.
– Sí que lo es. Hace mucho calor, hubo un año que en
Perth se registró una temperatura de 46 grados en... – Sara
hace un esfuerzo por recordar la fecha exacta. – creo que
fue en 1996... sí, en febrero de 1996.
– Yo no podría aguantar ese clima. ¡Me moriría! – Exclama
la joven.
– No te preocupes. – Se ríe Sara. – No es normal, aunque el
verano es seco y caluroso no llegamos a esa temperatura.
– Así a todo prefiero el invierno. – Gesticulando con la
mano un gran circulo. – Son frescos.
332
Amor entre uvas en Australia
– No sé que te diga... demasiada humedad y lluvia... –
parando en seco la conversación para continuar. – Ahora
eso parece ser que está cambiando el clima. – Susurrando. –
Supongo que es debido al problema de la contaminación
del mundo.
Ambas jóvenes se ríen del tema, no porque no sea
un tema preocupante, sino porque irónicamente a las dos
les inquieta la trama, saben que es un problema grabe.
Los hombres se habían acercado a las mujeres, pero
los pequeñuelos los agarraron por la mano y los arrastraron
a jugar con ellos, no se hicieron de rogar.
– Se te ve triste. – Mirándola fijamente a esos ojos castaños
oscuros que si no te fijabas parecían negros.
– Supongo que es la vida. – Samanta observaba a Kurt, con
pena.
– No, es algo más. – Sara hace una pausa. – No tienes que
contármelo si no quieres. – Mostraba amistad y ternura,
una mezcla que incita a hablar.
– Estoy embarazada... o eso me parece, tengo todos los
síntomas de preñada... la prueba de la farmacia de esta
mañana me ha dado positivo... aun no le he dicho nada al
respecto... – La joven dirige la mirada a su nueva amiga.
– Es una bendición, sin embargo, parece ser que para ti es
un problema.
– No, es lo mejor que me ha ocurrido en la vida. – Hace
una larga pausa, tras la que añade. – Le quiero tanto, que
esto es lo mejor de mi vida, tener un bebé del hombre que
amas.
– ¿Cuál es entonces el problema?
– Nos vamos a divorciar y no quiero...
– Que se quede por un bebé. – Termina Sara. – Parece
enamorado, no deja de mirarte, te observa embelesado.
– No, te lo parece, pero no.
Amor entre uvas en Australia
333
– Samanta. – Insiste Sara. – Creo que estás equivocada, ese
– señalando a Kurt – es un hombre enamorado de su
mujer, no entiendo que no lo veas.
La conversación se quedó en el aire porque los
maridos dejaron a los niños y se fueron a sentar con ellas.
Kurt besó a su mujer en la mejilla tumbándose al lado de
ella.
– Deberíais pensar en tener niños. – Dice riéndose Oscar. –
Después de dos años ya es hora... habéis disfrutado
demasiado el matrimonio solos.
– No sé si estoy preparado. – Dice pensativo Kurt.
– Uno siempre está preparado para ello. – Añade Sara con
convencimiento. – ¿No te haría ilusión?
– ¡Claro que sí! – Sería el padre más feliz que hay sobre la
tierra, no podría separarme nunca de él, jamás lo dejaría
solo. Le enseñaría tantas cosas.
– ¡Para! ¡Para! – asustado Oscar. – ¡Menudo cambio de
opinión!
– Me he emocionado. – Mirando a Samanta. – Sería
estupendo tener un retoño.
Como Samanta no hizo comentario ninguno, Kurt
lo tomó como una negativa.
Llegada la tarde la pareja se despidió de los
chiquillos y sus padres, intercambiándose números de
teléfono para volver a quedar otra vez.
Tras la conversación que habían tenido sobre tener
hijos, Samanta se había quedado muy seria, como triste, así
que Kurt para animarla la llevó de tiendas, esas cosas
gustan a las mujeres, pensaba él.
No lejos del puerto había toda una calle llena de
tiendas de marcas muy reconocidas. La calle era elegante,
llena de edificios victorianos, amplia y con jardines. Iban de
la mano dando un paseo. Entraron en algunos de aquellos
exuberantes comercios, pero la joven española no quiso
comprar nada, estaba deprimida porque ahora sabía,
334
Amor entre uvas en Australia
equivocadamente, que Kurt le iba a sacar el bebé si sabía
que ella estaba embarazada. Porque se creía que él deseaba
divorciarse de ella, a pesar de que en ningún momento su
esposo había hecho referencia a tal acto.
A Kurt le daba mucha pena que ella no quisiera
tener un bebé con él, percibía su tristeza, brotaba de ella
como un desaliento y lo envolvía a él provocando una
impotencia desmesurada.
Había sido una mañana maravillosa, una comida
estupenda, pero se había convertido en algo insostenible,
sin saber porque ni como, los dos ansiaban volver al
rancho, así que Samanta se lo increpó a Kurt, sin más
regresaron.
– Pensé que te estabas divirtiendo. – Le reprocha Kurt.
– No me encuentro bien. – Al borde de las lágrimas ella.
– ¿Qué pasa Sam? – Iban en un descapotable, negro, lujoso.
Aun no habían salido de Perth.
– Quiero volver a casa. – Las lágrimas salen, ya no puede
contenerse, siente una enorme tristeza, un dolor penetrable
en lo más profundo de su ser.
– Creí que te gustaba esto. Que comenzaba a gustarte
Australia, que deseabas estar conmigo...
– No soporto vivir aquí. – Miente ella. – Quiero volver a
mi hogar.
– Pensé que me querías... – Con decepción – que podíamos
intentarlo...
– ¿Hasta que te canses de mí y me abandones? – No
escucha, simplemente piensa que él le sacará el bebé. No
está analizando lo que el joven Smiller le está diciendo,
como si no oyera.
– Sam no te entiendo... si es por tener niños, no tenemos
que hablar por el momento del tema. – Hace una pausa, no
entiende que ella no quiera descendencia. – Ya llegará el
momento. Creo – mirando a su esposa con pena, le dolía
verla en aquel estado que empeoraba por momentos. Ya la
Amor entre uvas en Australia
335
haría cambiar de opinión cuando llevasen un par de años
más casado. Considera que lo mejor es tranquilizarla y
confirmarle que aún es pronto para tener descendencia tan
pronto, quizás así se tranquilice. – Aún es pronto para tener
hijos, serían un estorbo, primero lo mejor es que
disfrutemos de la vida tú y yo juntos.
Samanta del sollozo pasa al llanto desesperado, la
joven reafirma que Kurt no quiere niños por el momento.
Es terrible, tendrá que irse a su casa, olvidarse que un día lo
conoció. ¡No! Nunca podrá olvidar aquel año... Su bebé
tendrá que crecer sin saber quien es su padre, no le va a
permitir que le prive de su hijo, ella sí desea tener un bebé
de él. ¡No! No se lo va a contar, se marchará en silencio
haciéndole creer que le odia, que ya no le quiere, que ha
sido un error. Si consigue convencerlo, la dejará marchar...
nunca sabrá que ha sido padre.
– No quiero vivir contigo, no quiero tener niños contigo,
no quiero vivir en este país que me pone enferma, no
quiero saber nada de la familia Smiller.
El llanto era exasperado, Kurt Smiller tenía que
dejarla marchar con todo el dolor de su ser, pero ella ya no
le quería, es más, parecía que el odio había nacido en aquel
alma. El esposo entra en proceso de aceptación y tras
mirarla y sentir un dolor por ver a su mujer sufrir tanto dice
finalmente.
– Tú ganas, Sam. Te prepararé un viaje para mañana a
primera hora. No sufras más... eres libre.
Ella pensó, que cuando él accediese a la marcha de
ella, sentiría alivio, pero algo se le desgarró en el alma; en lo
más profundo de su ser, allí dónde sólo se guarda el
inmenso amor de una madre por un hijo; en ese lugar de
uno en donde guardas el cariño que se siente por la familia;
allí en donde hay un pequeño hueco para el amor intenso y
eterno de dos personas que están predestinadas a
encontrarse. Y si tienen la suerte de reconocerse, serán
336
Amor entre uvas en Australia
felices siempre; pero sino, serán unos desgraciados hasta la
muerte, porque cuando al alma le falta algo, nunca nada va
bien.
El llanto se vuelve en desesperación, no puede
controlarse, la respiración se acelera, de tal manera que
parece que el corazón le va a explotar. Kurt detiene el
vehículo para poder atenderla, la joven está sufriendo un
ataque de ansiedad, la toma por los brazos y la hace salir del
coche con palabras tiernas y llenas de preocupación.
– Sam, cariño... respira despacio. – La hace sentar en el
suelo y la tiende en la acera. Samanta siente el calor de suelo
en su espalda, tiene una lucha interna consigo misma, con
lo racional y lo pasional.
– Kurt – tartamudeando. – No puedo... no puedo...
respirar.
El joven va en busca de una botella de agua que
tiene siempre en el automóvil. Una vez se saliera de la
carretera y hasta que lo atendieron había pasado mucha sed,
desde esa jamás se olvidaba su botella de agua.
– Toma Sam, – con mucha calma pero con una enorme
preocupación. ¿Cómo podía provocar tanta angustia en la
mujer que amaba? Él era un perjuicio para ella, ahora lo
sabía. – Intenta respirar, despacio, bebe despacio.
Kurt toma su móvil y llama a una ambulancia y
después realiza otra llamada a Alan. Samanta empeora por
momentos.
– Me duele el pecho... no puedo mover mi brazo izquierdo.
– Tienes que tranquilizarte Sam, estas sufriendo una
taquicardia, por favor. – Casi llorando. – No te me mueras,
Sam, no te me mueras... no soy nada sin ti... eres parte de
mí.
– No puedo... – la joven levanta la mano y le acaricia la
mejilla y se desmaya.
La zona se llena de gente curiosa, al tiempo que
llega la ambulancia llega Alan, no se encontraba lejos, el
Amor entre uvas en Australia
337
destino que fuerza a veces las situaciones. El joven ve a su
hermano postrado ante su mujer, tenía la cara pegada a la
de ella, le susurraba una y otra vez “Te doy tu libertad, pero
no me dejes solo en este mundo sin ti”. Nunca había visto
a su hermano así.
– ¡Dios! Dale un respiro a mi hermano. Por favor señor...
dale un respiro.
338
Amor entre uvas en Australia
Capítulo 29
Kurt y Alan no llevaban mucho esperando cuando un
guapo doctor, con su bata verde se aproxima a ellos. La
cara del joven médico no mostraba nada, seguramente
porque así era, a fin de cuentas, Samanta no representaba
nada para él que no fuese otra paciente.
– Señor Smiller. – Les extiende la mano a ambos hermanos.
– Su esposa está embarazada de poco tiempo... seis o siete
semanas, puede que algo más, hasta que la estabilicemos no
podemos saberlo con exactitud.
– ¿Embarazada? – Ahora Alan entendía el cansancio de
Samanta.
– ¿No sabía nada? – Le pregunta el doctor algo
sorprendido.
– La verdad es que no. – El futuro padre se sentía dolido,
¿Por qué Samanta no le había dicho nada?¿Acaso su deseo
de volver a su tierra tenía algo que ver con el bebé?¿Querría
abandonarlo sin decirle que iba a ser padre?
– Señor Smiller... – el doctor parece dudar. – Su mujer está
muy mal, pero podemos esperar un poco para ver si mejora
su estado y operarla, de esta manera salvaremos el
embarazo. Correría un pequeño riesgo, pero...
– ¿Riesgo? – Interrumpe el esposo.
– Si, es pequeño, pero posible.
Amor entre uvas en Australia
339
– No, no vamos a hablar del tema. – Con desesperación de
sólo pensar que a Samanta le pase algo. – Mirando al
médico. – ¿Qué otra opción hay?
– Bueno... un aborto sería lo más seguro para ella.
– Pues siga adelante, ni se lo piense. ¿Dónde tengo que
firmar?
– ¿Está usted seguro?
– Sí – Dice Kurt rotundamente. – Estoy segurísimo.
Alan coloca la mano en el hombro de su hermano.
Aún no había salido Samanta del quirófano cuando llega
Richard con la tropa.
– ¿Cómo está? – Pregunta Cintia y Ángela abordando a
Alan y a Kurt mientras los demás rodean a los dos jóvenes.
– Aún no se sabe nada.
– ¿Sabias tú que estaba embarazada? – Pregunta Kurt
sujetando por los brazos a Ángela enfadado. Tais que llega
en ese momento llama la atención de su hijo.
– ¡Kurt!
– No, no lo sabía. – Le dice la joven sorprendida de que él
insinúe que no le diría nada si lo supiera. – No me gusta
que pienses que yo te ocultaría algo así.
– Perdona... es que... – soltándola, Kurt estaba abatido, su
rostro mostraba cansancio, agotamiento, se le veía
derrumbado y eso no le gustaba a ninguno de los que
estaban allí. Cualquiera de ellos daría parte de ellos por
solventar un poco de dolor de su hermano mayor.
Kurt se aproxima a una silla y coloca las manos
tapando su cara. Su madre se acerca y sin importarle si la
rechaza, coloca su mano en su cabeza.
– ¿Cómo te sientes? Hay veces que es bueno exteriorizar lo
que se siente, ayuda a no caer.
El joven levanta la cabeza con lágrimas en los ojos.
– Madre, siento que la vida no tiene nada que ofrecerme. –
Y sujetándola por la cintura apoya su cabeza en aquella
mujer que desde hace tanto tiempo necesita y ahora le hace
340
Amor entre uvas en Australia
mucha falta. La madre acaricia el cabello del muchacho
como si fuese un niño pequeño, mientras le dice con una
voz dulce y cariñosa.
– Te prometo que el dolor menguará.
Las horas iban pasando y nadie entraba a decirles
nada. Kurt estaba mirando a través de una ventana,
pensando porqué su esposa le había ocultado tal
acontecimiento, cuanto más pensaba en ello, menos lo
entendía.
– ¿Qué le has hecho? – Kurt se gira cara el lugar de donde
proviene la voz. Sin darle tiempo a reaccionar alguien le
toma por el cuello de la camisa. – ¿Qué le has hecho? El
joven que interrogaba hablaba enfadado casi eufórico. Los
hermanos se levantan y los separan.
– ¡Vasta Leandro! – Le dice su hermana autoritariamente. –
No hay nadie que la quiera más que él. Los dos hombres se
miran a los ojos con desafió, pero Félix vuelve a decir. –
Ambos la queréis, tú Leandro como me quieres a mí, pero
él la ama, no podría hacerle nada malo.
– ¿Sabias, que estaba embarazada? – Pregunta Kurt
mirando a los dos, no entendía que nadie supiese nada.
– No, no me dijo nada.
La sala de espera se estaba convirtiendo en una
cárcel, el ambiente era pesado, por ello Richard decide
llevarse a Kurt a la máquina de café puesto que le fuera
imposible llevarlo a la cafetería, no quería alejarse de allí.
El médico se tropieza con ellos cuando regresaban
y los detiene para hablar con él.
– Señor Smiller, su esposa está bien, se recuperara y podrán
tener más hijos. Ahora está descansando, pero cuando pase
el efecto de la anestesia y vea que todo sigue bien la
subiremos a planta y pueden entrar a verla todos. No suelo
dejar que entre tanta gente a la vez y menos tras una
operación, pero creo que es lo mejor para ella, estar
rodeada de personas que la quieran.
Amor entre uvas en Australia
341
Ya se iba a ir cuando se da otra vez la vuelta.
– Otra cosa... debería saber que el feto venía con una
deformación en el corazón y en los pulmones, no hubiera
sobrevivido al final del embarazo... hasta cierto punto, es
mejor que haya ocurrido ahora y no cuando el embarazo
estuviese a finalizar. – Hace una pausa. – Sería más
doloroso para la madre perder un bebé casi a nacer.
El doctor se despide y Richard aborda a su colega.
– Has hecho bien, aunque no lo sabías en aquel momento,
tu instinto no ha dudado en salvarla a ella ante todo.
– Samanta no lo entenderá.
Tuvieron que esperar al día siguiente para poder
verla. Tais cuando supo que todo estaba bien decidió
regresar al rancho, no tenía ganas de ver a Samanta, esa
mujer había sido lo peor que le había ocurrido a su hijo.
Prefería que Kurt no viera a su madre como tal, antes de
verlo sufrir como lo había visto en el hospital, había sido
terrible aquella escena para la señora Smiller, ella estaba
acostumbrada al duro de Kurt Smiller amo de Mess-Stone,
no, no le había gustado ver a su hijo tan derrumbado.
Pero las cosas se iban a poner peor puesto que
Samanta se iba a enterar que había perdido el bebé. Kurt
había decidido que le correspondía a él comunicárselo a su
mujer y no un desconocido. Al abrir los ojos y ver a Kurt le
sonríe.
– Te he dado un buen susto. – Le susurra.
– Sí, creí que te ibas a morir. – Su semblante era grave.
– Me encuentro bien.
– Tengo que decirte algo y no sé como. – Samanta temía lo
que le fuera a decir su marido, parecía ser algo serio, la cara
de su esposo eso parecía indicarle.
– Estabas muy mal cuando te traje...
De repente a Samanta le asalta un terrible
pensamiento.
– ¿El bebé? – Agitándose.
342
Amor entre uvas en Australia
– Tuve que elegir, Sam. Tú o él.
– ¡No! – Grita la joven. – No has podido decir que mataran
a nuestro hijo.
Los gritos de la joven hacen entrar a Ángela y a
Richard.
– Tranquilízate Sam. – Suplica Félix.
– ¡Eres un asesino! ¡Cómo has osado matar a tu hijo!
– Tú estabas antes.
– ¡Asesino!... ¡Te odio!...¿Me oyes?...¡Te odio! Nunca debí
venir a Australia, es lo peor que he hecho en mi vida...
conocerte. Jamás debí conocerte.
Leandro entra y le dice a Kurt que es mejor que
salga, que espere a que se tranquilice antes de volver a
hablar con ella. Al joven le parece bien y asiente con la
cabeza. Al salir ella seguía gritando.
– No me extraña que tu madre no te quisiera con ella. Eres
un monstruo.
La puerta estaba entreabierta, los gritos de la joven
resonaban en el pasillo. Por la boca de la joven salía veneno
hacia su marido.
– ¡Esto tiene que acabar! – Dice muy enfadado Alan que
procede a entrar en el cuarto.
– No es justo. – Gritaba Samanta.
– ¡Vasta! – Alan estaba furioso – ¡Ya vasta Samanta! –
Levantaba la voz gradualmente – ¿Quién te crees que eres?
¿Acaso te crees que para Kurt ha sido fácil tener que tomar
esta decisión? No ha dudado ni un segundo, no se ha ni
planteado en salvaros a los dos si eso suponía que tú
tuvieras que correr algún riesgo. ¡Tú antes que nadie! ¿Lo
entiendes?
– No tenía derecho a decidir – Gritaba más ella.
– Es tu esposo, claro que tiene derecho.
– Eso es sólo un mero trámite.
– ¡No! – Con rabia casi incontrolable por parte de Alan. –
¡No! En el instante que viniste a fastidiarnos la vida a todos.
Amor entre uvas en Australia
343
¡No! En el momento que te metiste en su vida para
atormentarlo. Eres una egoísta, una mentirosa, eres una
estafa... cómo has osado no decirle lo del embarazo...
– Yo, yo.. – la joven lloraba, su dolor era muy grande,
acababa de perder a su hijo y a su marido, su vida no tenía
ya sentido, no quería seguir viviendo, ¿para qué?
– Sí, llora, eso lo sabes hacer muy bien. No me vas a
conmover, eres una mala persona.
– No es justo...
– ¿Qué? – le interrumpe él. – ¡justo! ¿Qué entiendes tú por
justicia? Recupérate y regresa a tu tierra y déjanos en paz.
Puedes tener más hijos con cualquier otro desgraciado,
porque en eso has convertido a mi hermano, en un pobre
desgraciado.
– Tú no...
– ¡Vete Sam! Porque puedo matarte, literalmente. – Félix
entra en el cuarto asustada por los gritos de Alan, lo sujeta
por un brazo para sacarlo del cuarto, pero él se suelta con
una sacudida del brazo, levanta las manos como aviso que
no le toque. – Ya me voy, no soportaría estar aquí más
tiempo.
Richard, que había permanecido toda la disputa
apartado y al margen, toma una silla y se sienta al lado de
Samanta, no dice nada, sólo la escucha llorar
desconsoladamente, espera que se tranquilice un poco.
Cuando el llanto se ha convertido en un gimoteo
decide que lo mejor es hablar con ella ahora, no esperar a
que se recupere. Estas cosas son mejores solucionarlas en
caliente, porque sabe perfectamente que el tiempo lo que
hace en ocasiones es que se enfrían y después no tienen
solución.
– Sam – con mucha tranquilidad y cariño. Él puede
entender a Alan, a Kurt e incluso a Samanta. – Entiendo tu
rabia, pero te equivocas en culpar a tu esposo de una
decisión coherente.
344
Amor entre uvas en Australia
Parece que la joven va a decir algo, pero Richard la
interrumpe, sabe que el dolor es lo que habla por ella.
– Mira jovencita. ¿Quieres a Kurt? – Colocándole la mano
en el lado del corazón. – Contéstame con esto, no con la ira
de la pérdida, sino con la parte que guardamos para los que
amamos. ¿Quieres a Kurt Smiller?
– Sí, claro que sí. – Dice tras una pausa, repitiendo. – Sí,
con toda mi alma. – Susurra la joven.
– Puedo entender tu enfado, que estés pasando algo terrible
que ni me puedo imaginar. Pero tu esposo te ama.
– Eso no es verdad.
– Sí, sí que es verdad. – Dice Richard con convicción. – No
sé porque no quieres ver lo que vemos todos. Te has
obcecado tanto en lo contrario que vas a perderlo para
siempre... pensar que podéis... estar juntos y... Fíjate cuanto
debe quererte que ni dudó en elegir tu vida.
– Quería contarle lo del embarazo, pero luego me enteré
que mandó llamar a Ricardo y me creí que era para acelerar
el divorcio...
– Si te pensabas eso, porque no le preguntaste a él.
– No sé como hablar con Kurt... es tan inaccesible.
– ¡Qué poco lo conoces, chiquilla! – Suspirando. – Kurt es
de las pocas personas que vas a conocer en tu vida de las
que se puede hablar de todo.
– Y hoy comentó que no era el momento de tener hijos
aún.
– Eso es, – riendo, – porque quiere disfrutar de su mujer y
de su matrimonio antes.
– También dijo, – llorando otra vez, – que jamás se
separaría de su hijo. Si lo juntas todo.
– Llegaste a la conclusión que se divorciaría de ti y te
sacaría el niño.
– Sí, – más llora ella.
– Serás burrilla. – Con mucha comprensión en sus palabras.
– Nunca hubiera dejado a su hijo sin su madre. Y si os
Amor entre uvas en Australia
345
separaseis, él estaría cerca de su niño, pero nunca te dejaría
sin tu hijo.
– Tenía tanto miedo. – Sus lágrimas se desbordaban como
cataratas, esparciéndose por toda la cara.
– Debiste hablar con él. Estas cosas se hablan, se buscan
soluciones, pero no se intenta huir que es lo que tú querías
hacer.
– ¿Cómo lo sabes? – Pregunta ella gimiendo.
– ¿Lo de huir? – Mirándola a los ojos, aquellos ojos
marcados por las lágrimas. – Porque tras enterarnos de que
estabas embarazada, él me dijo que tú te querías marchar. –
Vuelve a suspirar. – Y yo sé que tú tienes unos
sentimientos muy fuertes hacía él. Deduje que por algún
motivo querías escapar de algo, claro que aún no sabía por
qué.
– ¿Y ahora que hago? Después de todo lo que le dije, no
creo que...
– Te diría que esperases a encontrarte bien, pero Sam, lo
vas a perder para siempre si no haces algo ya. – El
cuarentón se levanta y mirando a Félix que seguía apoyada
en la puerta, en silencio como antes había hecho él, le
sonríe y sale.
Félix se aproxima a la cama.
– ¿Qué voy a hacer? – Le increpa la enferma.
– Lo siento, Sam, yo no te puedo ayudar en esto, es algo
que debes solucionar sola. – Respira profundamente y le
dice cariñosamente. – ¿Sabias que Kurt vino a verme a mí
casa?
– ¿A Galicia?
– No, a Chicago. – Con recochineo. – Pues claro que Sí.
– Ya sé, la semana tan horrible que estuvo fuera.
– Te ha parecido horrible estar una semana sin él y sin
embargo, estas dispuesta a eliminarlo de tu vida... no te
entiendo.
– Creo que lo he perdido... ¿por qué fue a verte?
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Amor entre uvas en Australia
– Quería saber cómo decirte que te quería y te lo creyeras.
– Vaya, cuan equivocada estaba, no podré perdonarme
jamás todas las cosas que le solté antes.
– No te preocupes – le dice muy convencida. – Creo que
después de la segunda vez que le llamaste asesino dejó de
escucharte.
– ¿Tú crees? – Con pena.
– Estoy convencida, no es tonto, sabe perfectamente que
estabas dolida por la pérdida del bebé. Pero si estoy de
acuerdo con Richard, si no actúas pronto lo perderás.
– Debería hablar con él. – Impaciente.
– No, ahora descansa, ya más tarde, no creo que él se vaya
hasta que te vea en pie.
Kurt estaba mirando un gran ventanal desde donde
se divisaba una diminuta plaza. En el centro, había un gran
árbol... podría ser un almendro, le parece curioso esa
especie allí. Un gran banco de madera lo rodeaba. Sentases
donde te sentases, enfrente te encontrabas con flores
multicolores. Una pareja de ancianos estaba sentada,
charlando, él tenía su mano sobre la de ella. Se miraban
mientras conversaban, como deben hablar las parejas con
cierta complicidad. A Kurt le gustaba mirar a Samanta
mientras le hablaba, era una mujer muy expresiva, a veces
podía adivinar que pensaba.
– Kurt. – Alan se sentía tan impotente.
– No digas nada. Tienes que entender que está dolida, no es
fácil asumir que te provoquen un aborto.
– Ella no tiene derecho a...
– Sí que lo tiene. – Interrumpe Kurt, hablaba con calma,
había tranquilidad en todo él. – Si no se desahoga conmigo
que soy quien la quiere ¿Con quién entonces?
– Pero no es justo. – Añade Alan.
– No te preocupes, no me ha dolido lo que me ha dicho en
el cuarto. – Suspira. – Me ha dolido más el saber que se
quería ir con mi hijo sin decírmelo, eso me quema. Me
Amor entre uvas en Australia
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gustaría entenderla, pero si no habla conmigo no puedo
actuar en consecuencia.
Kurt sigue mirando a través de aquellos cristales,
envidia aquella pareja de ancianos, cómo le gustaría que
Samanta y él pudiesen llegar a verse así juntos y cómplices
en su vejez. Sería el mayor de los regalos.
– Si yo pudiera...
– No – Vuelve a interrumpir Kurt. Se gira para mirar a su
hermano. – Eres mi mejor amigo... tú y Richard sois mis
únicos amigos.
– No es verdad, todos tus hermanos te queremos.
– Mis hermanos son eso, mis hermanos pequeños. Los
abuelos son mis abuelos, Ángela es como otra hermana.
Pero tú no sólo eres mi hermano, sino mi amigo, mi
confidente, mi conciencia... siempre está ahí... para mí... al
igual que Richard.
– No digas tonterías, al igual que tú. Eres mi amigo... y toda
esa parafernalia que me has soltado. No me gusta el Kurt
sensiblero, te hace débil. Me asusta verte tan frágil, me
produce inseguridad. Tú, hermanito, eres un pilar para esta
familia, para Mess-Stone y para los laboratorios; nos
sostienes. Ese coraje que demuestras ante las adversidades
de la vida. Tu contundencia en la toma de decisiones en los
negocios. Eres tajante y dogmático ante tus adversarios y
tus órdenes ante tus subordinados son irrefutables,
incuestionables, sin embargo, justas. Si tú caes... caemos
todos, pero es tu culpa... has querido gobernarlo todo
siempre, te cuesta delegar en nosotros, es como si tuvieras
miedo a que fracasemos y nos hundamos. Pero Kurt, tienes
que dejar que nos equivoquemos y nos peguemos golpes,
así es como se aprende. Sabemos que tú estás ahí, para
ayudarnos a rectificar, a diferencia de Kurt Smiller que no
tiene quien le guíe y no se puede permitir el lujo de cometer
errores.
– No sabía que fuese tan mal hermano.
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Amor entre uvas en Australia
– Eres el peor hermano que conozco, pero sí que eres... el
mejor padre que nadie haya podido tener, ese hombre que
tiene todas las respuestas. Permítete el lujo de caerte y de
volverte a levantar ¡no... pasa... nada! Tienes siete hermanos
y una hermana para ayudarte a reconstruirte.
Kurt se sienta en una silla que tenía próxima a él.
– Necesito un favor. – Tenía la cabeza gacha, reflejaba
cansancio.
– Sabes que me puedes pedir lo que quieras.
– Cuando Sam se vaya de mi vida... no te rindas conmigo. –
Levanta la cabeza mirando a su hermano a los ojos. – No te
rindas conmigo.
– ¡Jamás! – Dice Alan echando el brazo por encima del
hombro de su hermano mayor. ¡Jamás!
Amor entre uvas en Australia
349
Capítulo 30
– ¿Le vas a contar lo que ha dicho el médico sobre el feto?
– Pregunta Richard con pena.
– No. ¿Para qué? ¿Para hacerla sufrir más? – A Kurt en ese
momento era lo que menos le importaba.
– Así sabrá que el feto moriría de todas maneras, si no era
ahora sería más adelante.
– No me importa llevar la culpa, eso no golpea.
– Pero carcome.
– Además cuando tomé la decisión no sabíamos lo de la
enfermedad del feto, por tanto no me quita la culpa.
– Pero la calma.
– Lo superaremos – mirando a Richard que le sonríe
porque le ha gustado que cuente con él. – ¿O crees que no
seré capaz?
– Aquí estoy yo para darte un par de guantazos. – Se ríe
Richard. El cuarentón sentía pena por la pareja, Samanta
había desaprovechado su oportunidad, acababa de perder a
Kurt.
– Si le contaras la verdad a lo mejor se quedaría. –
Haciendo un último intento por parte de Richard.
– No voy hacer nada para retenerla. Esta historia tiene que
acabar. – Levantando la cara con orgullo. – No le voy a
permitir que me hunda, ni que os arrastre a todos. Tengo
que aceptarlo y ya está. La lloraré, me consolaréis y un día
me levantaré sonriendo volviendo todo a la normalidad.
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Amor entre uvas en Australia
– Vaya, ya te ha salido el orgullo Smiller.
– Si no fuera por este orgullo, no me podría levantar por las
mañanas.
– Lo siento... no pretendía.
– Sabes que puedes decirme lo que quieras...
– ¡Odio verte sensiblero como una niña! – Le interrumpe el
capataz.
– Richard... puedo bajarte el sueldo.
– Eso quisieras... pero como me lo pongo yo, creo que no
vas a poder hacer nada.
– Se lo contaré a Ángela, te derribará cuando le diga que las
mujeres son sensibleras. Es una retomada feminista.
– ¿No serás capaz de echarme a Ángela?
– Ponme a prueba. – Gana finalmente Kurt.
– Tenemos que regresar al rancho, Sam ya está bien. Félix y
Ángela cuidarán de ella.
– Tú puedes quedarte, nosotros podemos con todo.
– Sé que podéis, pero me hace falta trabajar.
– Bien, reuniré a los chicos.
– Voy a despedirme.
– ¿Esperanza?
– Puede, una sola palabra de ella, lo cambiaría todo.
Cuando salga del hospital no habrá vuelta a tras, me
conoces lo suficiente para saber que va a ser así.
Ya era por la tarde, a los chicos no les gustó mucho
la discusión de Alan con Sam que inevitablemente oyeron a
través de la puerta, pero tenían casi la misma opinión que
su hermano. A pesar de ello, tampoco les hizo mucha
gracia tener que marcharse, pero entendía perfectamente
que no podían dejar el rancho solo en ese momento de fin
de la recolecta. La joven estaría bien atendida por las chicas
y había que empezar a asumir que Sam iba a dejar de ser
parte de la familia. A ellos la idea de que Sam se fuese no
les gustaba, pero sabían que era lo mejor para su hermano
mayor.
Amor entre uvas en Australia
351
– Ángela, los chicos nos vamos. – Le dice Kurt al entrar en
el cuarto, su tono de voz era casi un susurro, no quería
despertar a su esposa que parecía descansar.
– Te importaría quedarte un poco, mientras tomamos un
café Félix y yo. No ha comido nada desde que llegó. Y
María ha ido con Cintia a buscar unos utensilios de aseo
para Sam.
– Está bien. – Ambas mujeres salen de la habitación, Félix
al pasar por el lado de Kurt le acaricia el brazo, como señal
de amistad.
El esposo se aproxima a la cama para observar a su
mujer, durante unos breves minutos, se pierde mirándola.
Está relajada, habían tenido que sedarla otra vez, tenía
descargas de ira y de angustia, le había comentado Ángela.
Con mimo le acaricia la mejilla, ¿cómo va a poder olvidarla?
Se escuchan murmullos provenientes del exterior del cuarto
y decide cerrar la puerta de todo, el silencio es mejor para
que ella se relaje.
– No te vayas. – Susurra la joven. No me dejes.
Kurt se gira, mira aquel cuerpo agotado, cansado.
Se acerca lentamente a ella sentándose en la cama.
– Sam... ¿Estas segura? Esto será para siempre... ¿Ya no me
odias? – Kurt tenía el alma llena de desesperanza, de un
dolor que lo desgarraba, sin embargo, semejaba
tranquilidad... una tranquilidad que no parecía posible. –
¿Ya no me odias? – Le repite su marido, con calma, casi
susurrándole, pero terminante.
– No te odio. – Sollozaba ella. – No quiero vivir en un
mundo en donde tú no estés conmigo. Te quiero tanto que
siento que si me faltas estaría incompleta.
Kurt la mira, sorprendido, le acaricia con la mano la
mejilla.
– ¿Y todo lo que me has dicho?... ¿Acaso no lo sentías? –
Le murmura.
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Amor entre uvas en Australia
– Estaba furiosa y tenía que echarle la culpa a alguien, pero
Kurt, tú nunca has tenido la culpa. – Samanta no podía
dejar de llorar, sólo pensaba en todas las cosas horribles e
injustas que le había dicho. – Perdóname. – Las lágrimas le
provocaban un nudo en la garganta que no la dejaba apenas
hablar. – Lo siento tanto.
– No, no digas nada... – Kurt seguía con un tono suave. –
No más reproches...
– Necesito decírtelo, por favor. – Le interrumpe ella. –
Aquel beso en el tren fue el que hizo que me enamorara de
ti. Mis sentimientos han ido aumentando día a día... saber
que íbamos a tener un bebé me lleno de gozo. Tuve miedo.
– ¿Por qué?. – No podía entender porque ella no había
hablado con él.
– Creí que tú no me querías. Que te ibas a divorciar de mí.
No deseaba que estuvieras conmigo por un bebé. Temía
que me separaras de él. De lo más grande después de ti que
me había ocurrido en la vida.
– ¡Dios mío! Sam, yo jamás te hubiera apartado de tu hijo.
– Pero era tuyo también.
– Sí, pero yo jamás te hubiera separado de él. Hubiese
intentado conservar nuestro matrimonio... te quiero y
habría intentado que funcionara antes de dejarte ir.
– Y si no funcionara.
– Haría por ver a mi hijo todo lo que pudiera, no saldría de
su vida, te ayudaría a criarlo, a educarlo... pero él viviría
contigo.
– Lo siento Kurt.
– Casi te mueres, Sam. Me hubiese muerto de pena sin ti.
– Calla – le regaña ella – no lo pienses. – Su voz era muy
baja, sonaba agotada.
– La pérdida del bebé... es terrible, no obstante podemos
tener más, sin embargo, perderte a ti... Jamás me lo hubiera
perdonado... fallar así a mi corazón... – No soltaba ninguna
lágrima, pero los ojos estaban al borde de ello. – Tenía que
Amor entre uvas en Australia
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decidir y no me lo pensé, sin ti no, prefería que me odiaras
y desaparecieras de mi vida, que a perderte en el mundo de
los muertos.
– Al principio pensé que era porque odiabas al bebé, luego
Alan me hizo entender cuan equivocada estaba. Y Richard
me advirtió que te podría perder para siempre y no estoy
dispuesta a vivir sin ti.
– Para lo bueno y para lo malo. – Sonríe él.
– Sí, por toda la eternidad.
– ¿Te volverás a casar conmigo?
– ¿Lo dudas?
Sus caras estaban muy juntas, sus ojos reflejaban
una gran esperanza, él le roza los labios con suavidad.
– Te deseo tanto. – Le susurra ella.
– Bien, cuando te recuperes apaciguaremos eso un poco. –
Le dice el amante con picardía. Y la besa. Largo y
suavemente.
La puerta se abre, para dejar ver a los hermanos
Smiller, encabezados por Ángela y Félix, pero al ver la
situación que estaban presenciando decidieron que mejor
era dejarlos solos. Era maravilloso que el mayor de los
hermanos al fin encontrase tranquilidad, era sensacional
que Samanta siguiera perteneciendo a la familia, y era
estupendo que al final las cosas se fueran arreglando. Ya
casi la puerta cerrada una voz les obliga a abrirla otra vez.
– ¡Chicos entrad! Aun no me voy a morir, tengo que dar
mucha guerra en las próximas vendimias.
Los jóvenes entran rodeando a la pareja. Alan
permanece en la entrada, la joven lo mira, se lleva un dedo
a los labios como señal de silencio, como había dicho su
marido no más reproches.
– Vamos a volver a casarnos. – Suelta Kurt con indiferencia
fingida. – Los jóvenes sueltan gritos de alegría. La
habitación estaba llena de personas que se querían. Risas y
bromas inundaban el cuarto.
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Amor entre uvas en Australia
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Capítulo 31
La claridad del cielo da un tono caliente en el
ambiente, este año en la vendimia pareciera que el calor
fuese a ser más constante que el año anterior. Había sido
un año próspero para las uvas, sería una gran cosecha para
Mess-Stone, este sería quizás el año que más empleados
habían necesitado.
Los recolectores ya casi estaban rematando la
recolecta de la cabernet sauvignon, un día más quizás.
Entraba la media mañana, pronto pararían los trabajadores
para tomar algo antes de continuar. Hoy había en el
ambiente algo de polvareda, pero bueno, el campo es así
¿No?
Se escucha un canturreo no lejano, mujeres
cantando dulces cánticos, que les ayuda a hacer la tarea más
agradable. Un grupo de jóvenes bromea entre ellos
mientras terminan su trabajo. Próximos a ellos un remolque
tiene postrado a los pies una pequeña manta con una
hermosa mujer sentada en ella, esta leyendo un libro que
sujeta con una mano, mientras con la otra acaricia su
desnuda y gran barriga, con mimo, con delicadeza. Tiene la
espalda apoyada en un cojín que a su vez acaricia una de las
ruedas del transporte. De vez en cuando levanta la vista
para mirar delante de ella y observar a los suyos trabajar. Se
deleita finalmente la vista a alguien más especial, sin
despreciar a los demás, pero sí, es algo más especial. Tienen
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Amor entre uvas en Australia
el cabello revuelto y a ella le parece más atractivo, aun
siendo de naturaleza morena, su piel está más tostada, ha
sido las horas al sol de la temporada de la recolecta. Hoy no
debería haber trabajado, es su cumpleaños, 36 añitos,
piensa la joven, ya ha pasado más de un año. No recuerda
con tristeza aquellos meses, porque gracias a ellos ahora lo
tiene todo.
Mira a lo lejos y puede ver a Richard paseando de la
mano con Cintia, la pareja va charlando y mirando las
viñas, seguramente estén hablando del tema, ambos
trabajan juntos, se complementan bien. A la familia de
Cintia no le gustó mucho que la joven se fuese a vivir al
rancho de los Smiller. Y no comprendían porque se había
casado con Richard, les parecía, que toda la vida, se habían
odiado y no entendían el cambio. Pero lo que más
sorprendió a todos, fue cuando la joven decidió dejar los
negocios de su padre para trabajar con su marido. Al final
todos aceptaron las decisiones del matrimonio, sobre todo
el padre de Cintia. Le consta que ahora el caballero está
contento del cambio que ha pegado su hija, es otra, claro
está enamorada. Con suerte les dé un nieto y lo preparará
para que lo sustituya, porque su hija... es de Richard.
Siente un pinchazo y está empapada, vaya ha roto
aguas. Mira a su esposo que presintiendo algo levanta la
vista hacia ella, al encontrarse sus miradas, él sabe que es
exactamente lo que está pasando. Con mucha calma.
– ¡Chicos! Vais a ser tíos. – Les grita Kurt a medida que se
va acercando a su esposa. – Sam...
– No, no me muevas, esto va muy deprisa. – Le dice
Samanta con cara de dolor.
– ¡Tienes que esperar! – Le increpa él.
Los chicos la rodean, Richard y Cintia también. La
joven se coloca al lado contrario de Kurt, de lado de la
joven, le toma la mano.
– Voy a buscar un vehículo. – Dice nervioso Alan.
Amor entre uvas en Australia
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– ¡No hay tiempo! – Grita ella entre contracción y
contracción.
– ¡No puedes parir aquí! – Le suplica Kurt.
– ¡Qué no puedo! Pues cuéntaselo a tu hijo. – Otro grito. –
¡Este quiere salir!
– ¡Dios mío! ¿Qué hago, Sam?
– ¿No has ayudado a traer potros? – Le dice más nervioso
John.
– Ella no es un caballo. – Grita Josué.
– ¡Kurt! – Chilla su mujer. – ¡Hazlo!
Kurt mira a Cintia.
– Yo no puedo hacer esto. – Dice la mujer de Richard con
impotencia.
– Pero tú eres mujer. – Afirma Richard.
– Sí, pero esto me supera. – Con pena dice Cintia.
– Tendrás que traer al mundo a tu hijo... tú... nosotros te
ayudaremos. – Determina Richard mirando con calma a
Kurt.
Se produce una pequeña pausa y el mayor de los
Smiller, mira a su mujer y le sonríe.
– Todo va a ir bien. Confía en mí. – Volviendo la cabeza
cara Richard. – ¡Acércate a mi lado! – le reclama. – Y tú
también. – A Alan.
– ¿Tres personas para sacar un bebé? – Le grita Samanta.
– Es lo que hay cariño. – Mirando a Samuel. – Samuel
colócale por detrás de ella, sujétala por debajo del pecho y
ayúdala a inclinarse cada vez que empuje. – Como lee el
miedo en los ojos del chiquillo. – Puedes hacerlo, lo sé,
sino no te lo mandaría. – El joven asiente con la cabeza.
– ¿Qué hago yo? – Dice Cintia que estaba sudando con
toda aquella trama, después de eso ella tendría que
plantearse si tener algún bebé.
– Animarme y dejar que te apriete la mano, y si te hago
daño te aguantas. Te dije que te la guardaría, así que me lo
voy a cobrar.
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Amor entre uvas en Australia
– Muy graciosa para lo que estás pasando ahora.
– David y Nico buscar por los viñedos a alguien que haya
hecho algo parecido alguna vez. Josué, – levantándose. –
Busca todo el agua que puedas. Y tú John trae toda la ropa
que encuentres.
– ¡ Kurt sácame esto o te mato! – Era horrible pensaba ella,
había visto en la televisión partos, pero no parecía ser tan
doloroso.
La gente se iba acercando, pareciese una atracción.
No tardó mucho en aparecer María.
– Sam. – Dice preocupada su amiga. – Tienes que llamar
siempre la atención.
La joven mira a María.
– Ya ves para no variar, si no hago algo que llame la
atención en las viñas no sería yo... es como una nueva
tradición. – Otro grito.
Ese año María no quería recolectar en Australia,
había ya decidido quedarse en Argentina, pero recibió una
llamada de Samanta muy especial. Le había dicho que tenía
que ir, que conocía a alguien que la echaba mucho de
menos, pero que su orgullo le impedía pedírselo. Le había
dicho que pensara si merecía la pena intentarlo de nuevo o
si era mejor olvidarlo para siempre. Al principio seguía con
su decisión de no volver, no estaba dispuesta a volver a
sufrir, le había costado mucho asumir que Alan Smiller no
era para ella, pero recibió otra llamada, esta vez de Kurt,
simplemente le dijo “Si no luchas por él es que no te lo
mereces.”
El primer día que llegó no supo nada de Alan, ni el
segundo... pero llegado el tercero, se le acercó en el trabajo.
La joven argentina estaba recogiendo uvas cuando se le
acercó el joven Smiller y se postró ante ella de rodillas. Le
cogió la mano y le colocó un anillo. La miró a los ojos y la
besó. “¿Qué me contestas?” En una semana ya estaban
casados, no le había hecho mucha gracia a la familia esa
Amor entre uvas en Australia
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rapidez, les hubiera gustado una boda ostentosa y llena de
gente importante, sobre todo a su madre, pero así es la
vida. La luna de miel la habían pospuesto para cuando
acabase la recolecta, irían a Argentina, una buena
oportunidad para que Alan conociese a la familia.
– ¡Tranquila ya le veo la cabeza!...
– Kurt no sé si podré hacer esto. – Decía Samanta
jadeando.
– ¡Mírame! – Con autoridad le manda Kurt. – ¡Sí que
puedes!
– ¡No creo que pueda! – Gritándole la joven.
– ¡Vasta! ¡Sí que puedes! Yo estoy aquí. – Con mucha
suavidad y dándole seguridad a su esposa añade. – Lo
haremos tú y yo, juntos, como todo. ¿Entendido?
– Sí – Le susurra ella. – Juntos. – Más gritos, parecía que en
vez de parir estuviera viendo una película de terror.
El sudor corría por su cara, con un pañuelo
empapado en agua Cintia se lo iba pasando por la frente.
Samuel la apretaba fuerte ayudándola a empujar. La joven
española tenía una mano haciendo fuerza en Cintia y el otro
en María, pareciera que estuviera sujetando dos palos para
presionar.
Un brazo... el otro bracito... y ya casi está fuera.
Aquella experiencia estaba siendo asombrosa para todos.
– Sam; ya casi hemos terminado, un último esfuerzo.
– Necesito descansar... casi no me queda fuerza. – Le
musita ella entre jadeo y jadeo.
– Bien, cuando empieces a sentir la próxima contracción
empuja con todas tus fuerzas y será la última.
Samuel la inclina un poco y colocando su mejilla
contra la de ella. – Venga Sam, yo te ayudaré.
El bebé queda completamente en las manos de
Kurt, su llanto llenaba el lugar, todos en silencio
escuchando tan significativo emblema de vida.
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Amor entre uvas en Australia
– Es un niño Sam, me has dado un niño. – Casi al borde de
las lágrimas.
– El primer Smiller de esta generación, has traído al mundo
a tu primogénito. ¡Eres un valiente! – Le susurra su mujer.
– No más que tú. Gracias por este tan maravilloso regalo. –
El nuevo padre tras cortar el cordón umbilical, coloca al
crío en el pecho de su madre, no cesaba de gritar.
Ángela llega con el doctor y dos enfermeros, el
helicóptero de la casa los había ido a recoger, el aterrizaje se
había dado no lejos de donde ellos estaban, en una pequeña
explanada que tenían preparado para ello.
– ¿No has podido esperar? – Le pregunta la hermana de
Richard con lágrimas en los ojos de felicidad. – Tenías que
adelantarte a mí y tenerlo antes.
Ángela tenía una ya pronunciada barriga de
embarazada. Había salido de cuentas. Llevaba toda la
mañana con contracciones, pero lejanas una de otra, así que
no le preocupaba correr por el campo en socorro de su
cuñada, sabía que al igual que su madre, ella padecería todo
el proceso de contracción hasta la hora final del nacimiento,
así pues calculaba que hasta la noche no tendría de que
preocuparse.
– John cariño, creo que nos vamos a ir al hospital, no vaya
a ser que me pase lo que a esta insensata.
– No te preocupes. – Dice Kurt. – Puedo ser tu matrona...
ya tengo práctica.
– ¡Ja! De eso nada.
– Samuel, – reclama Samanta, el joven permanecía en
silencio, tenía la cabeza de Samanta sobre sus piernas.
– Qué. – Casi susurrando el joven que se inclina para que la
muchacha lo vea.
– Te has portado como un hombre, creo que mi mejor
elección para ser el padrino del niño eres tú.
El joven sonríe. – Vaya, yo seré su padrino. – Kurt
ocupa el lugar de Samuel, este toma al bebé en sus manos.
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– Voy a enseñarte todo sobre caballos y vinos. Será
fantástico.
Todos se ríen, que maravilloso día, que buen regalo
de cumpleaños para Kurt Smiller.
– Aquí, – dice Kurt a su mujer, – en donde tú estas, esta
noche voy a plantar un pino.
– ¿Un pino? – le susurra ella.
– Sí, para que todos recuerden en donde nació mi
primogénito, que durante generaciones se cuente la historia
de que aquí nosotros lo hemos traído juntos al mundo.
El chiquillo comienza a llorar y todos dejan que su
llanto bañe los viñedos de Mess-Stone, como anuncio de fin
de la recogida de la uva de esa temporada.
FIN
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Amor entre uvas en Australia
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