las tasas portuarias y la potestad tarifaria de las autoridades

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CRONICA TRIBUTARIA
NUM. 142/2012 (113-127)
LAS TASAS PORTUARIAS Y LA POTESTAD
TARIFARIA DE LAS AUTORIDADES
PORTUARIAS DE LOS PUERTOS DE
INTERÉS GENERAL
Carmen Ruiz Hidalgo
Universidad de Vigo
RESUMEN
La Ley 33/2010, de 5 de agosto de régimen económico y prestación de servicios de los
puertos de interés general, ha modificado la Ley 48/2003, y ha reestructurado los ingresos de las Autoridades Portuarias, en concreto, tanto los que obtienen por las tasas, como por los precios privados. Todo el régimen económico-financiero de los puertos de interés general pivota en los principios de autosuficiencia y rentabilidad, que se encuentran más cercanos a postulados de mercado, distanciándose del principio de equivalencia y capacidad económica, propio de las tasas. En este sentido, mientras que el aprovechamiento especial y la utilización privativa del dominio público, está sujeta a una tasa,
la prestación de servicios por parte de las Autoridades portuarias puede estar sujeta a
una tarifa o precio privado, en este último caso, cuando los servicios resultan obligatorios para los usuarios.
Palabras clave: Ingresos públicos, tasas, precios privados, servicios obligatorios, principio de equivalencia, principio de rentabilidad.
SUMARIO
1. INTRODUCCIÓN. 2. LOS RECURSOS ECONÓMICOS DE LAS AUTORIDADES PORTUARIAS. 3. EL
TASAS PORTUARIAS. 4. EL PRINCIPIO DE AUTOSUFICIENCIA ECONÓMICA COMO
FUNDAMENTO DE LA LEY 33/2010 EN RELACIÓN CON LAS TASAS Y TARIFAS. 5. LA POTESTAD TARIFARIA DE LA ADMINISTRACIÓN EN LA LEY 33/2010. 6. CONCLUSIONES. BIBLIOGRAFÍA.
EXAMEN DE LAS
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ESTUDIOS Y NOTAS / CRÓNICA TRIBUTARIA 142-2012
1. INTRODUCCIÓN
La actividad que se desarrolla en cada uno de los Puertos del Estado desempeña un
papel fundamental en la economía de nuestro país y de Europa (1). Ello ha sido posible
reforzando el carácter comercial de los puertos, lo que implica, no sólo el desarrollo de
cualquier actividad económica relacionada con el tráfico marítimo, sino también de infraestructuras que se integran como parte fundamental en un sistema general de transporte de carácter internacional, sostenible y competitivo en un país como España, por su
carácter periférico respecto de los grandes centros europeos de producción y consumo.
Para ello, resultaba imprescindible la interacción de la iniciativa pública y privada,
no sólo en la asunción por parte de esta última de la prestación de servicios portuarios,
sino en el ámbito de las inversiones.
La Ley 48/2003, de 26 de noviembre, sobre el régimen económico y de prestación de
servicios de los puertos de interés general, tuvo entre sus objetivos configurar adecuadamente los recursos económicos portuarios, entre los que se encontraban las tasas -por
utilización privativa o aprovechamiento especial del dominio público portuario y por
servicios no comerciales–, y los precios privados –derivados de servicios prestados en régimen de derecho privado, y no sometidos a la reserva de Ley–. Por sorprendente que
pueda parecer, la dualidad del régimen económico-financiero descrito y el conflicto tarifario que había surgido con las leyes anteriores, no aparecían mencionadas en la Exposición de Motivos de la Ley 48/2003, aunque a nadie se le escapa que fue uno de los objetivos fundamentales de la norma legal, como luego se verá reflejado en la legislación
actual.
En efecto, la Ley 33/2010, de 5 de agosto, de Modificación de la Ley 48/2003, de régimen económico y de prestación de servicios de los puertos de interés general, continuadora de la norma modificada, ahonda aún más en la dualidad del régimen. De este modo, esta última norma ha contribuido a la flexibilización del modelo tarifario para que
cada Autoridad Portuaria pueda adaptarse a la realidad económica, a la vez, que se profundiza en la liberalización de los servicios portuarios.
Concretamente, la Ley 33/2010 apuntala la naturaleza de las tasas, a tenor de la jurisprudencia constitucional, como financiación principal de las Autoridades Portuarias,
pero, permite que éstas últimas puedan establecer coeficientes correctores diferentes lo
que fomenta la competitividad leal de los puertos españoles entre ellos, así como con los
mercados internacionales. Por supuesto, el límite y los criterios en la aplicación de los
coeficientes correctores se encuentran establecidos en la Ley. Asimismo, respecto a los
servicios portuarios, la Ley mantiene la destitularización de los mismos, excluyendo en
este caso la financiación a través de las tasas y, permitiendo la percepción de tarifas.
Asimismo, en la Exposición de Motivos, el legislador establece la preeminencia de los
principios de autosuficiencia y rentabilidad que, hasta ahora, resultaban ajenos a la naturaleza de las tasas.
(1) En la Exposición de motivos de la Ley 48/2003, de 26 de Noviembre de Régimen Económico
y de Prestación de Servicios de los Puertos de Interés General, se destaca que «desde 1990, los tráficos portuarios han crecido en España desde 248 millones de toneladas hasta los 348’6 millones de
toneladas en 2001, lo que representa un crecimiento en una década superior al 42 por 100 en términos absolutos y un crecimiento medio anual acumulado superior al 3’2 por 100; es decir, valores
superiores al aumento del producto interior bruto (PIB) nacional. (…) En la actualidad, casi el 59
por 100 de las exportaciones y el 82 por 100 de las importaciones españolas pasan por los puertos
de interés general, lo que representa el 53 por 100 del comercio exterior español con la Unión Europea y el 96 por 100 con terceros países».
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A todo ello hay que sumarle que la Ley 2/2011, de 4 de marzo, de Economía sostenible
ha suprimido el párrafo segundo del artículo 2.2.a) de la Ley 58/2003, General Tributaria, a través de su disposición final quincuagésima octava (2). La modificación tributaria
introducida con esta ley, supone a mi juicio respecto del tema que nos ocupa, una legitimación a la potestad tarifaria, como luego veremos.
2. LOS RECURSOS ECONÓMICOS DE LAS AUTORIDADES PORTUARIAS
La doctrina del Tribunal Constitucional establecida por la Sentencia 185/1995, de 14
de diciembre, sobre lo que debía de entenderse por prestaciones patrimoniales de carácter público, aplicada al régimen económico-financiero de los puertos de interés general
supuso una reordenación de los ingresos portuarios que se plasmó en la Ley 48/2003 y,
posteriormente en la Ley 33/2010. No podemos olvidar que con anterioridad a la Ley del
2003, el legislador aplicaba un régimen jurídico en el que, en aras de una mayor flexibilidad, tenían una prioridad absoluta los ingresos tarifarios, poniendo de relieve las condiciones que sustentaban las relaciones administración-administrados: la existencia de
unos precios a pagar dentro de un contrato, y no el pago de un tributo –tasas– por la realización de un hecho imponible.
Pues bien, tras la Ley 48/2003 y posteriormente de manera contundente con la Ley
33/2010, el legislador se ha decantado por un sistema económico dónde, a tenor de lo establecido en el artículo 2 de la Ley/2010, las Autoridades Portuarias, y por ende Puertos
del Estado, se financian fundamentalmente, entre otros, de las tasas portuarias y de los
ingresos que tengan el carácter de recursos de Derecho Privado. Pero, a diferencia de la
anterior Ley/2003, dónde el legislador se decantaba claramente por la financiación a
través de las tasas, adquiriendo carácter residual las percepción de precios privados o
tarifas (3), la actual normativa restablece el equilibrio entre ambos.
La explicación de este nuevo cambio es que, aunque la independencia de las inversiones de los Puertos de carácter comercial de las asignaciones en los Presupuestos Generales del Estado ya se contemplaba en la Ley 27/1992, de 24 de noviembre, de Puertos
del Estado y de la Marina Mercante, parecía necesaria una reordenación de aquellos
servicios prestados por la Autoridad Portuaria, que –con la Ley/2003–, eran considerados una tasa. La regulación contemplada en la Ley/2010 persigue la estabilidad económica económica, por medio del principio de autosuficiencia, de tal modo que determinados servicios portuarios dejan de ser de titularidad pública y, por ende, se consideran de
libre acceso para los operadores y ajenos al principio de equivalencia propio de las tasas,
y sujetos a la potestad tarifaria de las Autoridades Portuarias.
En definitiva, la cuestión de fondo que se plantea es la decisión del legislador sobre la
forma en que reparte el coste del gasto público originado por la actuación administrati-
(2) El párrafo suprimido decía lo siguiente: «Se entenderá que los servicios se prestan o las actividades se realizan en régimen de derecho público cuando se lleven a cabo mediante cualquiera
de las formas previstas en la legislación administrativa para la gestión del servicio público y su titularidad corresponda a un ente público».
(3) Tal y como se recogía en la propia Exposición de Motivos de la Ley 48/2003, «con un avance
en el actual modelo de gestión en el que se concibe a las Autoridades Portuarias, además de cómo
promotoras de estrategias globales tendentes a establecer y profundizar en las ventajas competitivas de los puertos atribuidos a su gestión, como proveedoras de infraestructuras y reguladoras del
dominio público y, en caso de los servicios portuarios básicos, sólo subsidiariamente como prestadoras de servicios».
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va: si por vía de las tasas –principio de equivalencia– o por la vía de ingresos privados
–principio del beneficio-, pero ambos supeditados al principio que rige el régimen económico de los Puertos de interés general, la autosuficiencia financiera (4). La tasa y el precio, como subraya FERREIRO, «no son sino dos técnicas jurídicas diferentes que el legislador puede utilizar para financiar un servicio público» (5).
No podemos desconocer que existen dos aspectos que han influido notablemente en
esta decisión, el primero ha sido el empeño de la jurisprudencia constitucional para reconducir al ámbito de las tasas los precios públicos que existían profusamente en nuestro ordenamiento; y, en segundo lugar, que los servicios portuario no se configuran como
actividades esenciales reservadas a la Administración pública y por lo tanto, se pueden
exigir precios privados (6).
3. EL EXAMEN DE LAS TASAS PORTUARIAS
Si bien no existe un modelo constitucional sobre cómo se debe financiar un servicio
público y, por lo tanto, tampoco un concepto constitucional de tributo, sí que se contempla el principio de legalidad para las prestaciones patrimoniales de carácter público.
Como es sabido, la STC 185/1995, de 14 de diciembre, declaró la inconstitucionalidad
parcial del art. 24 de la Ley 13/1989, de 13 de abril, de TPP. Este pronunciamiento presenta una especial relevancia al definir, también por vez primera, el ámbito material de
las prestaciones patrimoniales impuestas de carácter público a que se refiere el art. 31.3
de la CE, es decir, con arreglo a la Ley. Esto significa que la prestación patrimonial pública exigida por la Administración, se puede calificar como tal atendiendo al carácter
obligatorio de la citada prestación en un sentido material y no solo formal, perfilando la
nota de la coactividad. En esta Sentencia, el Tribunal intentaba atajar la decisión del legislador de extraer de las tasas ciertas prestaciones para configurarlas como precios públicos.
Pero, lo cierto es que no sólo no se cerró el debate sino que, por el contrario, se agudizó con nuevas aportaciones del mismo Tribunal, especialmente en las sentencias
182/1997, de 28 de octubre, 233/1999, de 16 de diciembre y 106/2000, de 4 de mayo (7).
Así, en este iter seguido por el Tribunal Constitucional (8), se ha apuntado que el con-
(4) Como ha señalado RAMALLO MASSANET, «es esta una decisión de una trascendencia política
–y de connotaciones ideológicas– que va más allá (…), de la finalidad de flexibilizar y agilizar la actividad financiera pública o de racionalizar y simplificar el sistema tributario». Cfr. RAMALLO MASSANET, J.: «Tasas, precios públicos y precios privados (hacia un concepto constitucional de tributo)», Civitas-REDF, nº 90, 1996, pág. 240.
(5) Cfr. FERREIRO LAPATZA, J. J.: «Dictamen sobre “naturaleza y régimen jurídico de la cantidades percibidas por la entidad pública “Ports de la generalitat” por los servicios directamente prestados por ella. (I)», Quincena Fiscal, nº 1, 2000, pág. 38.
(6) LOZANO SERRANO apunta que se ha producido una minoración de las funciones públicas y,
consecuentemente, una huida del concepto y del régimen jurídico de la tasa por parte del legislador a la hora de configurar los ingresos públicos con ocasión de la prestación de los servicios. Cfr.
LOZANO SERRANO, C.: «Calificación como Tributos o Prestaciones Patrimoniales públicas de los Ingresos por Prestación de Servicios», Civitas-REDF, nº 116, 2002, pág. 612.
(7) Resulta ilustrativo los trabajos doctrinales sobre esta materia que se recogen en el trabajo
de LOZANO SERRANO, C.: «Calificación como Tributos…», op. cit., pág. 622-623.
(8) Según FERREIRO, el largo y tortuoso camino seguido por el Tribunal, se podía haber ahorrado teniendo en cuenta que la Constitución permite al legislador utilizar las diferentes técnicas para la financiación de los servicios públicos. En concreto, a través de las tasas o cualquier otro nomen iuris, eso sí, con la aplicación de los principios constitucionales de legalidad, capacidad y no
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cepto de prestación patrimonial de carácter publico previsto en el art. 31.3 CE, resulta
más amplio que el concepto de tributo y que, por lo tanto, el precepto lo que tutela es la
reserva de Ley para el establecimiento de este tipo de prestaciones (9). La coactividad se
convierte en la nota distintiva del concepto de prestación patrimonial de carácter público, pero sin que el TC lo haya definido de manera clara, sino simplemente enumerando
una serie de criterios. Como han subrayado JUAN LOZANO y RODRÍGUEZ MÁRQUEZ, «la fórmula de la coactividad podría enunciarse como aquellos supuestos en que la decisión de
obligarse no es real ni efectiva (10). La obligación no se realiza de forma libre y espontánea, o bien concurre una posición de monopolio de hecho o de derecho respecto de la utilización del bien o la prestación del servicio considerado».
Según el TC, el carácter coactivo de la prestación, por la ausencia de voluntad del obligado al pago en la recepción de la misma, puede afirmarse en las tres situaciones: a)
Cuando la realización del supuesto de hecho determinante del nacimiento de la obligación
viene impuesta al particular, sin que pueda decidir si se obliga o no; b) la segunda supone
que aunque haya libertad en la realización del supuesto de hecho, la obligación de pago
surge automáticamente, sin que medie actividad voluntaria del contribuyente dirigida al
ente público; c) y por último, cuando los entes públicos ocupan una posición de monopolio,
de hecho o de derecho, respecto del bien utilizado o del servicio prestado (11).
De este modo, la jurisprudencia planteada por el TC obligó a una rectificación necesaria tanto en la Ley General Tributaria, así como en otras normas tributarias, y en la
jurisprudencia existente que la confirmaba, es decir, que había regulado hasta ese momento como tarifas, y no como tasas, la ocupación o utilización del dominio público y la
recepción de servicios públicos prestados de forma indirecta, siempre que pudieran ser
calificados como coactivos (12), en los términos previstos anteriormente.
confiscatoriedad. Pero, si el legislador opta por el sistema contractual, y dentro de él, por los precios, se calificarán como precio público o privado atendiendo al tipo de contrato al que se somete.
Ahora bien, en el caso de que el legislador regule como una obligación contractual por la utilización
de un servicio, en la que se prescinde totalmente de la voluntad del obligado, obedeciendo sólo a la
voluntad de la Ley, no se puede calificar como precio, sino tributo. Cfr. FERREIRO LAPATZA, J. J.:
«Dictamen sobre la <<naturaleza y régimen jurídico…>> (I)», op. cit., pág. 42.
(9) Fundamento Jurídico 3. En este mismo sentido, podemos encontrar las Sentencias del TC
182/1997, 102/2005, 121/2005, 122/2005, estás últimas dictadas a propósito del régimen jurídico de
las tarifas portuarias establecidas por la Ley de Puertos 27/1992.
(10) Cfr. JUAN LOZANO, A y RODRÍGUEZ MÁRQUEZ, J.: La colaboración público-privada en al financiación de las infraestructuras y servicios públicos. Una aproximación desde los principios jurídico-financieros, IEF, Madrid, 2006, pág. 167.
(11) Han existido sentencias del TC posteriores mencionadas en la nota a pie de página nº 6,
que se refirieron al ámbito del régimen económico portuario, afectando exclusivamente a las tarifas percibidas por las Autoridades Portuarias, dejando al margen las satisfechas a los particulares
en los casos de gestión indirecta.
(12) Cuando nos referimos a la coactividad, no podemos olvidar como hace RAMALLO que «a raíz de la STC 185/1995, la calificación de las prestaciones no se puede hacer desde la perspectiva del
sujeto activo que las establece ni del que tiene derecho a aplicarlas y exigirlas, sino desde la perspectiva del sujeto pasivo obligado a pagarlas. Este enfoque va a ser, a mi entender, esencial, (…),
sino de si es una prestación coactiva o no para el obligado al pago. El criterio va más allá de la «manifestación de autoridad», ya que una situación de monopolio fáctico o una prestación de servicio
de imprescindible, puede existir sin acto de autoridad alguno, sino simplemente como una situación de hecho que coloca al que debe pedir el servicio o solicitar la actuación en una posición de coactividad, que es la que debe ser convalidada por el consentimiento colectivo expresado por el órgano de representación política a través de la aprobación de la correspondiente norma jurídica».
Cfr. RAMALLO MASSANET, J.: «Tasas, precios públicos y precios privados (hacía un concepto constitucional del tributo)», Civitas-REDF, nº 90, 1996, págs. 237 y ss.
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En concreto, tanto la Ley 48/2003, como posteriormente la Ley 33/2010, en este última norma el artículo 5, si no querían incurrir en inconstitucionalidad en un ámbito tan
claro, establece que las tasas portuarias «son las exigidas por la utilización privativa o
aprovechamiento especial del dominio público portuario y por la prestación del servicio
de señalización marítima». En concreto, las tasas portuarias a las que se refiere son las
siguientes:
a) Tasa de ocupación, por la ocupación privativa del dominio público portuario.
b) Tasa de actividad, por el ejercicio de actividades comerciales, industriales y de
servicios en el dominio público portuario.
c) Tasa de utilización, por la utilización especial de las instalaciones portuarias, que
a su vez se divide:
–
–
–
–
–
–
T-1: Tasa del buque.
T-2: Tasa del pasaje.
T-3: Tasa de la mercancía
T-4: Tasa de la pesca fresca.
T-5: Tasa de las embarcaciones deportivas y de recreo.
T-6: Tasa por utilización especial de la zona de transito.
d) Tasa de ayudas a la navegación, por el servicio de señalización marítima.
Ahora bien, el quid de la cuestión reside en la prestación de servicios que resultan en
algunos casos obligatorios para quien los recibe, y que el legislador ha regulado, de una
manera tímida en la Ley 48/2003, pero con una mayor contundencia con la ultima norma de régimen económico de los puertos, la financiación de los mismos, en unos casos,
como tasas y en otros como precios privados.
Si bien, el artículo 56 de la Ley/2010 establece que la actividad portuaria se desarrollará en el marco de la libre y leal competencia entre los operadores de servicios de puertos de interés general, lo que supone una libertad de acceso a la prestación de los mismos, el legislador no olvidó las Sentencias del TC 102/2005, de 20 de abril, y la 121/2005,
de 10 de mayo, para concluir que los servicios generales y servicios de señalización marítima se financian a través de las tasas.
Respecto de los servicios generales, se consideran como tales el servicio de ordenación, coordinación y control del tráfico portuario –marítimo y terrestre-, servicio de policía en las zonas comunes, servicios de señalización, balizamiento y otras ayudas a la navegación, etc…(13). En efecto, por la prestación de este servicio se exige una tasa al ser
de recepción obligatoria para los usuarios del puerto, es decir, sin necesidad de solicitud.
La nota de coactividad de este servicio, que podía presumirse, queda resuelta al ser la
propia Ley la que la establece. Asimismo, el legislador reconoce la titularidad del servicio a la Autoridad Portuaria, aunque la gestión se encomiende a un tercero. Este aspecto, será objeto de un análisis posterior, tras la modificación del artículo 2.2.b) de la LGT.
En cuanto a los servicios de señalización marítima (14), se caracterizan por ser un
servicio público cuya titularidad corresponde a la Autoridad Portuaria en la zona geográfica que tenga asignada a estos efectos. Este servicio tiene como objeto la instalación,
mantenimiento, control e inspección de los dispositivos visuales, acústicos, electrónicos
o radioeléctricos, destinados a mejorar la seguridad de la navegación y los movimientos
de los buques en el mar. Parece claro que la recepción de este servicio no puede quedar
(13) Cfr. artículo 57 de la Ley /2010.
(14) Cfr. artículo 85 de la Ley /2010.
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al albur de los usuarios, confirmando la obligatoriedad del mismo. Pero, al contrario que
en el anterior caso, la nota de la coactividad está tan clara, que ni el legislador tiene que
especificarla.
El resto de los servicios portuarios y comerciales, tal y como hemos dicho antes, se financian por precios privados, pero antes de analizar las tarifas portuarias, me parece
necesario hacer una breve consideración acerca del citado principio de autosuficiencia
en relación con las tasas.
4. EL PRINCIPIO DE AUTOSUFICIENCIA ECONÓMICA COMO FUNDAMENTO DE LA LEY 33/2010 EN RELACIÓN CON LAS TASAS Y TARIFAS
Efectivamente, el principio sobre el cual pivota la formulación del régimen económico-financiero tanto de la Ley 48/2003, como de la 33/2010, es la autosuficiencia económica y, por ende, el de competitividad de los puertos. Sobre estos principios se articulan los
ingresos tributarios y de otra índole de cualquier puerto de interés general, entre los
que se encuentran, entre otros, las tasas portuarias y los ingresos que tengan el carácter de recursos de derecho privado.
Esto supone que, respecto a las tasas portuarias y precios privados, éstos tienen que
cubrir, en el primer caso, como máximo, mientras que el segundo, como mínimo, los gastos de explotación, los gastos financieros, las cargas fiscales y la depreciación de los
bienes e instalaciones, sin olvidar que debe obtenerse un «resultado razonable» –es decir, un excedente que permita hacer frente al coste de nuevas inversiones, a la devolución de los empréstitos emitidos y de los préstamos recibidos-. La consecución de este
principio se encuentra conectada a la «rentabilidad» de la explotación portuaria, tanto
cuando nos referimos al conjunto del sistema portuario, como a cada puerto de interés
general.
De ahí que, corresponda a cada Autoridad portuaria –a través de Puertos del Estado,
fijar la rentabilidad anual atendiendo a las características específicas del puerto, a las
diferencias de la situación competitiva, la previsión de la demanda, a las necesidades inversoras y las circunstancias especiales derivadas de alejamiento, insularidad y ultraperiferia (15). Garantizar por Ley el principio de autosuficiencia económico financiera
implica que las Autoridades Portuarias pueden modular el importe de las tasas y tarifas
para obtener los ingresos necesarios en la consecución de la viabilidad del sistema (16),
ello supone que no existe un importe uniforme para todo el sistema portuario.
Cuando nos referimos a las tarifas, o lo que es lo mismo, a los precios privados que
perciben los organismos gestores por la prestación de servicios portuarios y comerciales,
la Ley regula el principio de libertad tarifaria con un límite; el importe de las tarifas no
puede ser inferior al coste del servicio, calculado según los parámetros enunciados más
arriba. Sin embargo, a pesar de que podamos considerarlas como una prestación patrimonial pública, sujeta al principio de legalidad –art. 31.3 CE– (17), la Ley 33/2010 no regula la estructura tarifaria, por lo que será cada Autoridad Portuaria, a través de Puertos del Estado, la que determine la cuantía. Si a todo ello, añadimos que se tiene en
cuenta el beneficio del concesionario, a mi juicio, estamos generando una gran indefen-
(15) Cfr. Artículo 1 de la Ley 33/2010.
(16) Cfr. Artículo 7.g) de la Ley 33/2010.
(17) En esta línea, vid. PAGÉS I GALTÉS, J.: «Las tarifas de los servicios prestados en régimen de
derecho privado: su consideración como tasas, precios públicos o precios privados», RDFHP, nº
252, 1999, pág. 361.
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sión e inseguridad jurídica (18), sobre todo en los supuestos previstos en la ley, en los que
la Autoridad Portuaria presta el servicio de forma obligatoria. Sensu contrario, en el resto
de los casos, es decir dónde no media la coactividad, los precios privados no tienen ningún
límite en cuento a la recaudación, es más, se regirán «exclusivamente por las reglas del
mercado eventualmente matizadas por los criterios políticos de la Administración» (19).
No sucede lo mismo, sin embargo, con las tasas, con independencia de que se encuentren vinculadas a la utilización privativa o aprovechamiento especial del dominio público, o ya se trate de tasas por servicios generales, o de señalización marítima. Es decir, la
preponderancia del principio de autosuficiencia en la Ley 33/2010 no ha impedido que el
legislador haya, asimismo, puntualizado que los ingresos por las tasas exigidas por cada
Autoridad Portuaria respondan al principio de equivalencia, teniendo en cuenta los costes de puesta a disposición de suelo e infraestructuras, y los costes de los servicios prestados directamente por la Autoridad Portuaria (20).
Es decir, la regla general de cuantificación de las tasas tiene en cuenta el principio de
equivalencia o el principio de cobertura de costes (21). Para ello, se deben cubrir «los
gastos necesarios para el cumplimiento de sus funciones, las cargas fiscales, la depreciación de sus bienes e instalaciones, sus obligaciones financieras y un rendimiento razonable sobre el activo no corriente neto medio del ejercicio, excluyendo el inmovilizado
en curso, los activos por impuestos diferidos y no deudores comerciales no corrientes,
que permitan hacer frente a la financiación de nuevas inversiones» (22).
Este precepto, muy semejante al artículo 19 de la Ley de Tasas y Precios Públicos (en
adelante, LTPP), habla de «rendimientos» establecidos anualmente o en períodos plurianuales por el Ministerio de Fomento a través de una Orden Ministerial. A mayor
abundamiento, estos criterios tienen que velar por el cumplimiento del principio de autofinanciación.
A este respecto, PAGES I GALTES ha señalado que, desde un punto de vista constitucional, las tasas pueden tener el límite máximo que quiera el legislador siempre que no se
vulnere alguno de los principios recogidos en el artículo 31 de la CE, como puede ser el
(18) En el mismo sentido, GOMAR SÁNCHEZ, J. I.: «Tasas flexibles en la gestión indirecta de los
servicios públicos y/o potestad tarifaria materialmente tributaria», Crónica Tributaria, nº 103,
2002, pág. 63.
(19) Vid. PAGÉS I GALTÉS, J.: «Las tarifas de los servicios prestados en régimen de derecho privado…», op. cit., pág. 391.
(20) Cfr. Artículo 7.a) de la Ley 33/2010
(21) En este sentido, PAGÉS I GALTES ha señalado que «como regla general (…) las tasas se
cuantifican atendiendo al principio de equivalencia. Principio (…) que, aun cuando suele ser utilizado en sentido amplio, como sinónimo del principio del beneficio o del principio de cobertura de
costes, también puede ser utilizado en un sentido estricto lo que permite su diferenciación con estos dos últimos principios citados. (…) El principio de cobertura de costes atiende a la relación entre el coste del servicio o actividad y la recaudación de la tasa, de tal modo que la recaudación derivada de la tasa tiende a cubrir (total o parcialmente) los costes de administración y de mantenimiento de la organización, con inclusión de los gastos por intereses y amortización de la organización, con inclusión de los gastos por intereses y amortización del capital invertido en la prestación
del servicio o actividad. Mientras que el principio de equivalencia atiende no solamente a la relación entre el coste del servicio o actividad y la recuadación de la tasa, sino también a la relación entre la prestación del servicio y la contraprestación (…) que paga el preceptor del mismo, de tal modo que la recaudación derivada de la tasa no sólo tienda a cubrir los costes de prestación del servicio sino que, además, tienda a cubrir el valor que para el ciudadano tiene la prestación del servicio». Vid. PAGÉS I GALTES, J.: La memoria económico-financiera de las tasas y precios públicos por
servicios y actividades, Marcial Pons, Madrid-Barcelona, 1999, págs. 47 y ss.
(22) Cfr. artículo 7.a) de la Ley 33/2010.
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principio de capacidad económica, de tal modo que cualquier coste que tenga relación
con el servicio puede ser legítimamente computado (23). Siguiendo con esta línea argumental, NAVARRO FERNÁNDEZ afirma que cabe cualquier coste, siempre que se cuantifique y se razone su relación con el servicio (24). Sin embargo, me llama la atención que
se incluyan como costes por la Ley 33/2010 tanto «las cargas fiscales», como «un rendimiento razonable», lejos del significado del principio de equivalencia de las tasas.
Hablar del principio de autofinanciación, y por lo tanto de rentabilidad económica,
tiene pleno sentido cuando nos referimos a las tarifas o precios privados que perciben
las Autoridades Portuarias por la prestación de determinados servicios, y sin embargo,
no ocurre lo mismo con los ingresos de naturaleza tributaria, ya se trate de tasas vinculadas a la utilización privativa o aprovechamiento especial del dominio público o tasas
por prestación de determinados servicios. Es decir, el principio de autosuficiencia no
puede aplicarse exactamente igual a los diferentes tipos de ingresos que perciben los organismos gestores de estos servicios (25).
En el caso de los precios privados o las tarifas, la Ley proclama el principio de libertad tarifaria, como hemos señalado anteriormente, y solo excepcionalmente se pueden
acordar tarifas inferiores al coste del servicio siempre que no exista concurrencia de las
entidades privadas y, por ello, deba prestarlas la Autoridad Portuaria (26).
Pero, en el caso de las tasas, la aplicación del principio de legalidad supone la regulación legal de los elementos, criterios de cuantificación, coeficientes correctores y supuestos de bonificación. Estos dos últimos aspectos han resultado ser uno de los ámbitos más
importantes en la regulación de la Ley 33/2010, ya que el viraje del legislador a favor de
las tasas, con la preeminencia de los principios de autosuficiencia y competitividad, ha
dejado a los organismos portuarios un margen de maniobra amplio, teniendo en cuenta
los criterios técnicos y de mercado, para determinar la cuantía de las tasas (27).
Asimismo, no podemos perder de vista que el límite de la tasa, a través del concepto
«coste del servicio», es difícil de determinar a la hora de individualizar el mismo. Como
ha puntualizado TRIAS PRATS, existe una «enorme dificultad de entrañar esa tarea cuando lo que se pretende unificar bajo un solo ingreso la retribución de una pluralidad de
actividades de muy diversa índole y que, a la vez, son en sí mismas indivisibles. Sin duda, en estos casos se hace muy complicado llegar a una definición precisa del coste del
servicio, con el riesgo que ello supone de incurrir en exceso del límite legalmente establecido» (28).
(23) Vid. PAGÉS I GALTES, J.: La memoria económico-financiera de las tasas y precios públicos…, op. cit., págs. 89 y 91.
(24) Vid. NAVARRO FERNÁNDEZ, P. B.: «La nueva regulación de las tasas portuarias contenida en
la Ley 48/2003, de 26 de noviembre, de Régimen económico y de Prestación de Servicios de los
Puertos de Interés General», en AA.VV.: La nueva legislación portuaria, Atelier-Consorcio Zona
Franca de Vigo, Barcelona, 2004, pág. 203.
(25) Vid. VILLAR ROJAS, F. J.: «Dictamen sobre el concepto de tasa de la nueva Ley General Tributaria y su eventual impacto en las tarifas por prestación de servicios municipales de abastecimiento domiciliario de agua potable», Quincena Fiscal, nº 10, 2005, págs. 37 y ss.
(26) Cfr. Art. 21 de la Ley 33/2010
(27) Cuando nos referimos a los coeficientes correctores y bonificaciones, el legislador pretende
a través de estos instrumentos, potenciar la competitividad de los puertos, ya que las Autoridades
Portuarias pueden disminuir o aumentar la cuantía de las tasa, dependiendo de su rentabilidad.
(28) Cfr. TRIAS PRATS, B.: El régimen económico de los servicios portuarios en los puertos estatales, IUSTEL, Madrid, 2011, pág. 508.
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ESTUDIOS Y NOTAS / CRÓNICA TRIBUTARIA 142-2012
La limitación de las tasas, si la comparamos con el principio de libertad tarifaria, resulta difícil de determinar desde el momento en que el legislador considera que el importe de una tasa se fijará a través del «valor de mercado» o, «la utilidad derivada del aprovechamiento del dominio público» o, «utilidad derivada de la utilización de las infraestructuras portuarias», siempre teniendo como referencia el principio de autosuficiencia.
No podemos perder de vista que el lenguaje que utiliza el legislador se encuentra íntimamente relacionado con el cambio doctrinal que se ha producido después de la Sentencia del TC 185/1995, ya que supuso un aumento de los ingresos de Derecho Público,
sometidos al principio de reserva de ley, respecto de los precios privados, tal y como veremos en el siguiente epígrafe.
Todas estas cuestiones que he apuntado, han llevado al legislador, en la Ley 33/2010,
a la reordenación de la financiación de los servicios portuarios, suprimiendo ciertas tasas a favor de los precios privados. Pero, a la vez, curiosamente, se ha incrementado el
importe de las tasas por ocupación privativa o el aprovechamiento especial del dominio
público, lo que significa que el coste de determinados servicios se repercute en la cuantía de todas las tasas (29).
5. LA POTESTAD TARIFARIA DE LA ADMINISTRACIÓN EN LA LEY 33/2010
La STC 185/1995, tal y como hemos visto, dejó meridianamente claro que uno de los
aspectos que identificaba a la figura de la tasa era la coactividad, incluso cuando era
una obligación voluntaria, es decir no venía impuesta por una norma, pero el bien o servicio prestado resultaba esencial para poder alcanzar una libertad real o efectiva. Lo
que no resultaba tan importante para determinar la naturaleza jurídica, tal y como ha
subrayado LOZANO SERRANO, era «la relación jurídica directa entre quien lo satisface y el
ente público, pudiéndose éste recaudarlo o a través de sujetos interpuestos, lo que afecta a las modalidades de gestión, pero no al contenido sustantivo de la figura ni provoca
un cambio en su naturaleza» (30).
Este es uno de los aspectos más controvertidos en la doctrina tributarista, pero sobre
todo en la jurisprudencia, lo que ha llevado a que el legislador haya optado por eliminar
el párrafo segundo del artículo 2.2.a) de la LGT, en la media en que delimitaba o explicaba la tasa respecto de otras prestaciones patrimoniales. Es decir, existía disparidad
de pareceres sobre la si la prestación de los servicios originaba una tasa o un precio, dependiendo de la gestión, o mejor dicho, de la titularidad, no del servicio público, sino de
la contraprestación, siempre que no exista la nota de la coactividad.
En el supuesto de que el servicio no fuera obligatorio, si el contrato que regula la contraprestación es de Derecho Público, y une al usuario con un ente público, en régimen de
Derecho Público, «tal precio bien puede ser llamado precio público. Si el contrato se somete al Derecho Privado estaremos ante precios privados» (31). Estos últimos tendrán,
en muchos casos, la naturaleza de prestación patrimonial de carácter público, y «como
tales deberán ser aprobadas por Ley, (…). Pero no pueden ser, por su propia naturaleza,
precios públicos, y mucho menos pueden ser tasas» (32).
(29) Cfr. TRIAS PRATS, B.: El régimen económico de los servicios portuarios…, op. cit., pág. 508.
(30) Cfr. LOZANO SERRANO, C.: «Las prestaciones patrimoniales públicas…», op.cit., pág. 35 y ss.
(31) Vid. FERREIRO LAPATZA, J.J.: «Dictamen sobre la naturaleza y régimen jurídico…», op. cit.,
pág. 42.
(32) Vid. FALCÓN Y TELLA. R.: «¿Tasas o tarifas?: la supresión del párrafo segundo del artículo
2.2.a) LGT», Quincena Fiscal, nº 7, 2011, pág. 9.
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CARMEN RUIZ HIDALGO / «Las tasas portuarias y la potestad tarifaria de las autoridades portuarias de los puertos de interés general»
Ahora bien, ¿puede el legislador establecer una tasa sobre la prestación de un servicio y que dicha tasa pueda ser gestionada por un concesionario en período voluntario?
Por supuesto que sí, ya que estas tasas no son una remuneración del concesionario, sino
que simplemente éste último gestiona dichas tasas en nombre de la Administración que
las ha establecido, como un mandatario más.
Por ello, a mi juicio, la regulación establecida en el párrafo que se ha suprimido de la
LGT distorsionaba la delimitación de las tasas respecto de las prestaciones patrimoniales de carácter público que, a su vez, podían calificarse como precios públicos o precios
privados (33).
En el caso que nos ocupa, la jurisprudencia constitucional existente sobre la materia,
fue determinante en el replanteamiento del legislador, que comenzó en la Ley 48/2003 y
ha continuado con la Ley 33/2010, acerca de aquellos servicios que, al contrario de lo que
ocurre con el dominio público que es de titularidad estatal, podían no ser calificados públicos y, por ende, exigir precios privados y, que en aras del principio de competitividad
de los puertos, permite que cada Autoridad Portuaria fije el importe de las tarifas conforme a su estrategia empresarial a tenor de los criterios de autosuficiencia y rentabilidad.
Es cierto que ambas normas, si las comparamos con las anteriores, imbuidas de la
doctrina constitucional sobre las prestaciones patrimoniales de carácter público, han recortado aquellos servicios portuarios en los que antes existía una tarifa. Una gran parte
de servicios portuarios calificados antes del 2003, han dejado de serlo y han pasado a ser
considerados como servicios públicos y, por lo tanto, sujetos a una tasa. Los servicios
que han quedado, se prestan en régimen de libre competencia y se hayan sujetos a una
tarifa por parte de los usuarios. Es decir, las tarifas han quedado reducidas a la mínima
expresión, cuestión que puede llamar la atención, cuando el mismo legislador utiliza la
competitividad y la rentabilidad como el eje de la política portuaria (34).
En definitiva, la potestad tarifaria de las Autoridades Portuarias ha quedado reducida en la Ley 33/2010, a los supuestos de prestación de los llamados «servicios comerciales» y «servicios portuarios» por la iniciativa privada, desde el momento en el que el legislador ha previsto la destitularización pública de los mismos y, el libre acceso reglado
a la prestación de los mismos, incluso de la propia Autoridad Portuaria. Resulta necesario puntualizar dos cuestiones. La primera cuestión es que el art. 59.4 de la Ley 33/2010,
prevé que las Autoridades Portuarias excepcionalmente pueden asumir la prestación directa o indirecta cuando la iniciativa privada sea insuficiente a fin de garantizar la adecuada cobertura a las necesidades del servicio, por lo que percibirá un precio privado.
Sobre la posición de las Autoridades Portuarias en el mercado, quiero apuntar que no
(33) FALCÓN Y TELLA, señala que la «finalidad del párrafo segundo del artículo 2.2.a) de la
LGT no pudo haber sido la de convertir las tarifas en tasas. Ya se ha visto que la jurisprudencia
constitucional no exigía ni exige esta conversión. Además, si se interpretase así, el precepto habría resultado absurdo pues suponía afirmar que se entiende que «los servicios se prestan o las
actividades se realizan en régimen de derecho público» incluso cuando se prestan en un régimen
jurídico-privado, por una sociedad mercantil o un particular, y a cambio de un precio privado; lo
que supondría una manifiesta contradicción». Vid. FALCÓN Y TELLA, R.: «¿Tasas o tarifas?...», op.
cit., pág. 11.
(34) TRIAS PRATS afirma que «la solución ofrecida por el legislador dista mucho, a nuestro juicio,
de ser plenamente satisfactoria. En primer lugar, porque la función de las Autoridades Portuarias
no es hoy, como dijimos, la de simples prestadoras de servicios que concurren en el mercado junto
con la iniciativa privada, sino que su función es sobre todo la de reguladoras de ese mercado». Cfr.
TRIAS PRATS, B.: El régimen económico de los servicios portuarios…, op. cit,, pág. 525.
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ESTUDIOS Y NOTAS / CRÓNICA TRIBUTARIA 142-2012
resulta equiparable a la de cualquier otro operador privado y, por lo tanto, es imposible
que concurra en las mismas condiciones de igualdad (35).
En segundo lugar, el artículo 62 de la misma norma, regula la potestad de las Autoridades Portuarias al fijar las tarifas máximas empresariales. Como ha señalado TRIAS
PRATS, «la potestad tarifaria de la Administración queda reducida a la función que antes, en el contexto de los servicios monopolizados, era característica de los supuestos de
gestión indirecta de los servicios portuarios, y que ahora, en el nuevo mercado liberalizado, se articula a través de la técnica de las obligaciones de servicio público: nos referimos a la fijación de las tarifas máximas empresariales» (36).
Respecto a los servicios comerciales, sólo cuando la Autoridad Portuaria actúe como
privado la contraprestación percibida tendrá el carácter de precio privado. Esto significa que la iniciativa privada, en la prestación de estos servicios, no se encuentra sometida a ninguna tarifa, aunque necesita autorización o titulo habilitante para la prestación
de servicios que, normalmente, conlleva la ocupación, utilización o aprovechamiento especial del dominio público y, por consiguiente, la sujeción a la correspondiente tasa (37).
Sin embargo, la situación dista de ser igual cuando nos referimos a los «servicios portuarios», dónde el legislador contempla la potestad tarifaria referida a los particulares
que prestan una serie de servicios regulados en el artículo 59 de la Ley 33/2010. Y aquí,
resulta imprescindible tener en cuenta que, por una parte, el legislador expresamente
ha regulado que la titularidad de los servicios no es de la Autoridad portuaria, y por otra
parte, alguno de esos servicios no son «de recepción o solicitud obligatoria» y, por lo tanto, existe libertad del usuario para elegir, pero a mi juicio, no deja de ser irreal o ilusoria y la elección de facto se convierte en obligatoria (38). Por ejemplo, en el caso del amarre o desamarre de un buque, aunque efectivamente, se puede elegir entre distintos
puertos para proceder al atraque, lo cierto es que, si se tiene que realizar un servicio de
mercancías porque existe una empresa de automoción, el servicio de amarre y desamarre se convierte en imprescindible, para que se puedan cargar los automóviles.
Sin embargo, en sentido contrario a lo expuesto anteriormente, incidiendo sobre la
nota de obligatoriedad, FERREIRO puntualiza, a tenor de la Sentencia 185/1995 del Tribunal Constitucional, que los servicios portuarios no se pueden considerar obligatorios
por las siguientes razones; la solicitud de estos servicios no viene impuesta por normas
legales, los servicios no son imprescindibles para la vida privada o social del solicitante
y cada puerto es una empresa –por lo que no existe el monopolio–(39).
(35) La función que tienen las Autoridades Portuarias es la de actuar como garantes de un
mercado competitivo, en el que existen intereses públicos de primer orden, que otorgan un poder
de intervención que hacen que su posición no sea la misma que la de los restantes operadores privados. Vid. TRIAS PRATS, B.: El régimen económico de los servicios portuarios…, op. cit,, pág. 525.
(36) Cfr. TRIAS PRATS, B.: El régimen económico de los servicios portuarios..., op.cit., pág. 439440.
(37) Cfr. artículos 87 y 88 de la Ley 33/2010.
(38) Sobre este particular, las Sentencias de la Audiencia Nacional de 26 de febrero y de 12 de
marzo de 1998 mantienen este mismo criterio.
(39) En concreto, el Tribunal Constitucional en la citada sentencia, se refiere a la coactividad
en la medida en que se consideran imprescindibles para la vida social o privada, excluyendo expresamente la económica. Por ello, FERREIRO apunta que «obviamente son imprescindibles para los
empresarios, pero los proveedores son siempre imprescindibles para todos los empresarios». Vid.
FERREIRO LAPATZA, J. J.: «Dictamen sobre la naturaleza jurídica y régimen jurídico de las cantidades percibidas por la entidad pública «Ports de la generalitat» por los servicios directamente prestados por ella (II)», Quincena Fiscal, nº 2, 2000, pág. 48.
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CARMEN RUIZ HIDALGO / «Las tasas portuarias y la potestad tarifaria de las autoridades portuarias de los puertos de interés general»
Sin embargo, la situación cambia cuando, según el artículo 61.2 de la Ley 33/2010, la
Autoridad Portuaria considera que determinados servicios, en determinadas situaciones, son necesarios por el funcionamiento, la operatividad o la seguridad del puerto, como el practicaje. En otros supuestos, la Ley 33/2010 regula la obligatoriedad del servicio, como ocurre, con el servicio de recepción de desechos generados por los buques. Pues
bien, en ambos casos no se exigen tasas, sino que se imponen tarifas.
¿Puede el legislador establecer libremente como financiar ciertos servicios públicos?
La contestación, según he mantenido a lo largo de este estudio, no puede ser otra que
afirmativa, pero, sin perder de vista que el régimen jurídico aplicable a una tasa es distinto al de los precios privados. Por ejemplo, el impago de la tasa en periodo voluntario,
supone el inicio de la autotutela ejecutiva por parte de la Administración. Sin embargo,
en el caso de las tarifas o precios privados, lo que se produce es la suspensión del servicio en caso de impago.
En definitiva, un servicio público puede financiarse con un precio privado, aunque
sea obligatorio, siempre que la Ley, en virtud del artículo 31.3 CE, la regule como la
prestación patrimonial pública que es. Sin embargo, a mi juicio, si el servicio se configura como obligatorio, tal vez, lo más ajustado a Derecho sería la conversión del precio privado, como prestación patrimonial, a una tasa (40), pudiendo aplicar el principio de
equivalencia y de capacidad económica (41).
Asimismo, uno de los aspectos que sería necesario reflexionar para considerar si estamos ante una tasa, pasaría por el reconocimiento –o no-, de los servicios portuarios como verdaderos servicios públicos. Hay que recordar que el legislador, no explica en la
exposición de motivos de la Ley el porqué considera que no son servicios públicos, que,
efectivamente, a mi juicio, algunos no lo son, aunque en otros supuestos resulta discutible (42), como hemos visto anteriormente.
6. CONCLUSIONES
El régimen económico-financiero de los Puertos ha sido objeto de distintas reformas
legislativas en los últimos ochenta años, con la finalidad de encontrar equilibrio para
conseguir, de una parte, la competitividad de los puertos entre ellos, y con Europa, por
otra, la autosuficiencia y rentabilidad económica necesaria para, valga la redundancia,
poder competir. Por ello, durante un período largo el legislador reguló como tarifas, lo
que en realidad eran tributos. La Sentencia del TC 185/1995 marcó una directriz muy
clara, que más tarde se vio cimentada por otras Sentencias, sobre la naturaleza jurídica
de las prestaciones patrimoniales de carácter público y que, sin lugar a duda, provocó un
(40) No podemos dejar de señalar que se está produciendo una «huida del concepto de tasa»,
que consiste en la configuración privada de esta contraprestación, evitando las garantías de los
ciudadanos a través del principio de legalidad y de capacidad económica. Vid. VILLAR ROJAS, F. J.:
«Dictamen sobre el concepto de tasa de la nueva Ley General Tributaria y su eventual impacto en
las tarifas por prestación del servicio municipal de abastecimiento domiciliario de agua potable»,
Quincena Fiscal, nº 10, 2005, pág. 39; GOMAR SÁNCHEZ, J. I.: «Tasas flexibles en la gestión indirecta…», op. cit., pág. 73.
(41) Vid. entre otros, RUIZ GARIJO, M.: «Adecuación de las tasas al principio de capacidad económica», IF, nº 36, 1999, pág. 67 y ss; BÁEZ MORENO, A.: «Las tasas y los criterios de justicia en los
ingresos públicos. Una depuración adicional del ámbito de aplicación del principio de capacidad
contributiva», Civitas-REDF, nº 144, 2009, págs. 953 y ss.
(42) Vid. sobre esta cuestión, TRIAS PRATS, B.: El régimen económico de los servicios…, op. cit.,
pág. 214 y ss.
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ESTUDIOS Y NOTAS / CRÓNICA TRIBUTARIA 142-2012
cambio normativo con la Ley 48/2003 y la Ley 33/2010, ya que se calificaban casi todos
los servicios portuarios como precios privados, cuando en realidad eran tasas.
Aunque la modificación de las normas era preceptiva y, se ha puesto orden en los ingresos de los Puertos de Interés General, otorgando un papel preferente a los tributos
–tasas–, lo cierto es que el fundamento de la Ley 33/2010 se haya de manera principal
en la consecución del principio de autosuficiencia y rentabilidad. Sin embargo, el fundamento de las tasas no es este principio, sino el de equivalencia siempre que se tenga en
cuenta el deber de contribuir.
Asimismo, el legislador no ha desprendido a la Administración del papel de operador
en el mercado cuando actúa como regulador del mismo. Es decir, las Autoridades Portuarias mantienen la doble condición de reguladora del dominio públicos portuario y del
mercado que opera en el citado dominio y, además, puede ser un potencial operador en
dicho mercado. Mientras que, en un caso, la exigencia de tasas no deja lugar a dudas, en
el ámbito de las tarifas, cuando el servicio se configura como obligatorio, la regulación a
través de precios privados, a mi juicio, merece una reflexión.
Si la Ley 33/2010 pretende convertir a los Puertos del Estado en una empresa que
desarrolla su actividad en un mercado abierto, efectivamente, el marco jurídico apropiado es a través de los precios privados. Sin embargo, en el momento en que el legislador
prevé la actuación obligatoria de la Autoridad Portuaria, el marco de las relaciones jurídicas con los usuarios ya no puede ser por un contrato de Derecho privado, sino a través
de una tasa por la realización de un hecho imponible.
Por último, tanto respecto de las tasas, como de los precios privados, ambos se configuran como prestaciones patrimoniales públicas y, por lo tanto, sujetas al principio de
reserva de ley. Sin embargo, en los dos casos, se burla el citado principio cuando el legislador regula la cuantificación de los mismos.
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