Antología_SomoZombis_Digital - Instituto Hidalguense de la Juventud

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#SomoZombis
Antología de literatura hidalguense para jóvenes
#SomoZombis
Antología de literatura hidalguense para jóvenes
Enrique Olmos de Ita
Antologador
Yuri Herrera Agustín Cadena Diego José Ilallalí
Hernández Karla Olvera Daniel Fragoso
Gobierno del Estado de Hidalgo
José Francisco Olvera Ruiz
Gobernador Constitucional
Mayka Ortega Eguiluz
Secretaria de Desarrollo Social
Guillermo Peredo Montes
Director General del Instituto Hidalguense de la Juventud
Gobierno Federal
José Manuel Romero Coello
Director General del Instituto Mexicano de la Juventud
#SomoZombis. Antología de literatura hidalguense para jóvenes
DR © 2015, Enrique Olmos de Ita, antologador
DR © 2015, por sendos textos identificados en páginas interiores del libro:
Yuri Herrera, Agustín Cadena, Diego José, Ilallalí Hernández Rodríguez, Karla
Olvera, Daniel Fragoso.
© 2015, ilustración: Leticia “B3rr” Hernández y Moisés “Mowgli” Olivares,
equipo de Crónicas del aire.
© 2015, Instituto Hidalguense de la Juventud
Plaza Diamante, tercer piso
Avenida Juárez #1105, colonia Maestranza,
CP 42060, Pachuca, Hidalgo.
© 2015, Editorial Elementum SA de CV
Cuauhtémoc #801, colonia Morelos CP 42040
Pachuca de Soto, Hidalgo, México
www.editorialelementum.com.mx
ISBN: 978-607-9298-19-7
Coordinación y cuidados editoriales: Mayte Romo
Diseño y diagramación: Jovany Cruz Flores
Apoyo editorial: Diana García, Sergio Vázquez, Karla Pérez, Brenda Zavala,
Ayme Ramírez Ordaz
Apoyo administrativo: Evelin González Ramos, Fernando Reyes, Angélica
Alba López, Martha Cervantes
Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del
copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, conocido o por
conocerse, así como la distribución de la misma mediante alquiler público.
Letras para los jóvenes
Las artes retratan y proyectan el auténtico acontecer de
la historia y las sociedades humanas, de ellas se abrevan conocimiento, ideas y el espíritu transformador de
la humanidad. El vehículo más eficaz para transmitir
ese bagaje cultural es la literatura, que refleja el pensamiento del autor, su tiempo y circunstancia, la forma
en que interpreta su pasado, en que vive el presente y
proyecta su futuro. En ese tenor, la literatura forma
parte del gran proyecto de la presente administración:
“Pachuca, Ciudad del Conocimiento y la Cultura”.
En los últimos años hemos podido atestiguar el
surgimiento y la consolidación de escritores hidalguenses de talla internacional que han trascendido fronteras
pero poco conocidos en su propia tierra. Su literatura
debe desbordar los reducidos círculos a los que hoy se
encuentra constreñida, para multiplicar la cantidad de
lectores a quienes toca.
El Instituto Hidalguense de la Juventud ha tenido
la visión de editar el que puede ser el primer libro de
literatura que lean miles de jóvenes de nuestra entidad,
una antología que los acerque a la manera en que los escritores observan e interpretan la realidad que los rodea.
Éstas son las miras de un gobierno que reconoce a los creadores hidalguenses, que lo son por haber
nacido o crecido en la entidad. Por ello, los invito a
recorrer las páginas de esta antología como quien abre
la puerta a un grupo selecto de invitados, que tiene
mucho más por aportar.
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Esta antología tiene la inestimable cualidad de
haber sido concebida para llegar a un gran público.
Como audiencia especialmente sensible, las y los jóvenes son tierra fértil para el cultivo de valores literarios.
Ellos pueden crear nuevos hábitos lectores y, a partir
de éstos, concebir propuestas que serán, a un tiempo,
suyas y de su terruño.
José Francisco Olvera Ruiz
Gobernador Constitucional del Estado de Hidalgo
Expresión literaria, un canal de
participación para la juventud
Impetuosa, crítica y participativa como es, la juventud
hidalguense necesita espacios de expresión de calidad
donde verter sus ideales, sentimientos y pensamientos,
como un catalizador positivo al cúmulo de emociones que muchas veces desborda, sin arrojar resultados
provechosos.
El Gobierno del Estado de Hidalgo, a través de
la Secretaría de Desarrollo Social y el Instituto Hidalguense de la Juventud, ha diseñado e instrumentado
diferentes acciones y programas que brindan a la población joven herramientas para su desarrollo, y que
están en línea con las políticas y proyectos estratégicos
de la administración encabezada por el gobernador Licenciado José Francisco Olvera Ruiz.
Las actividades relacionadas con la generación de
conocimiento, así como el fomento y la difusión de la
cultura, se posicionan como pistas de despegue donde
las y los jóvenes pueden explayar sus ideas de una forma racional y artística.
Con un interesante prólogo del dramaturgo Enrique Olmos de Ita, la antología de literatura hidalguense para jóvenes #SomoZombis es la materialización de
esfuerzos gubernamentales y editoriales para poner al
alcance de las y los jóvenes muestras de la producción
literaria local, con el fin de que la conozcan y de estimular la aparición de nuevos autores.
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A través de una política pública social con enfoque de atención y desarrollo integral para la juventud,
este gobierno responde a las necesidades de expresión
cultural y participación social mediante el ejercicio literario. El viaje por estas páginas habrá de fomentar
las primeras manifestaciones de una generación de escritores, quienes tomarán la estafeta de los exponentes
contemporáneos en nuestro estado.
Mayka Ortega Eguiluz
Secretaria de Desarrollo Social
Un fomento a la lectura, de antología
No se equivoca Emile Zola al darle a la literatura la
misión de expresar la condición humana. Desde lo verosímil y la ficción, la literatura tiene como leitmotiv
oscuros móviles, malsanas pasiones, la magnanimidad
y heroicidad que caracterizan al hombre. Las distintas
figuras retóricas de las que se vale la literatura le permiten crear situaciones cautivadoras para cualquier lector.
Los diversos géneros literarios son un instrumental
inagotable para transmitir, lo mismo la gesta cotidiana
de vivir, los trastornos del encuentro con lo asombroso
o el exaltado erotismo de los amantes. Homero, Catulo, Cervantes, Dostoievski, Flaubert, León Felipe,
García Márquez, Sabines, Nervo… (la lista es inagotable) han contribuido a deleitar y a perturbar a quienes
gustan de la literatura.
La antología #SomoZombis, cuya selección de textos estuvo a cargo de Enrique Olmos de Ita, suma al
corpus hidalguense la prosa de Yuri Herrera, Agustín
Cadena, Ilallalí Hernández y Karla Olvera, quienes
desde distintas posturas examinan asuntos que aquejan al hombre posmoderno: violencia, soledad, desarraigo, injusticia y anhelos incumplidos. Además, la
poética de Diego José, Daniel Fragoso, y nuevamente
de Karla Olvera, que expresa las impresiones que el
entorno deja en su ánimo. Todos ellos creadores vinculados a Hidalgo.
La presente edición es responsabilidad del Instituto Hidalguense de la Juventud, el cual no circunscribe
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sus alcances a la promoción de la salud, la educación y
el empleo; sino que tiene como una de sus prioridades
el desarrollo cultural de las y los jóvenes, imposible de
lograr sin la lectura. Esta antología se inscribe en el
programa Círculos Juveniles de Fomento a la Lectura, instaurado por el instituto. Con la certeza de que
el (la) joven que lee es capaz de insertarse a la vasta
complejidad cultural contemporánea, ponemos en sus
manos #SomoZombis.
Guillermo Peredo Montes
Director General del Instituto Hidalguense
de la Juventud
Prólogo
Evitar la diáspora: literatura hidalguense zombi
Soy un tipo de treinta años. Regordete, feo, que usa pesados anteojos, un poco malhumorado y algunas veces
sobrio. Prefiero relacionarme por la noche con las personas, durante el día suelen ser aburridas. Entre menos
luz, la gente es más interesante. No tengo horarios, ni
jefes, ni rindo cuentas a supervisores o autoridades. En
suma, soy mi peor enemigo porque soy mi jefe.
Trabajo de noche, en realidad de madrugada. Más
o menos cuando el sol amenaza con salir busco el lecho. Y sí, soy escritor. Un escritor hidalguense; dramaturgo, crítico y teatrero.
Pero básicamente escritor, en el sentido menos romántico y más literal de la palabra. “Persona que escribe”, dice en su primera acepción el Diccionario de la
Real Academia Española1. A veces literatura, proyectos, cartas, correos electrónicos, notas de trabajo, oficios institucionales, carpetas de presentación de obras
de teatro, crónicas y artículos para revistas, prólogos
como éste y hasta declaraciones de (des)amor. La actividad que más tiempo me lleva a lo largo del día es estar sentado —como ahora— frente a mi computadora
blanca tecleando, escribiendo, poniendo una letra y
después otra y otra.
No me quejo, vivo de hacer algo que me gusta y lo
comparto con personas que generalmente me estimulan
Diccionario de la Lengua Española (en línea). Fecha de consulta: 29
julio 2015. Disponible en: <http://www.rae.es/>.
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a escribir más y mejor. Creo que en el fondo escribo para
no ser indigno de mis amigos.
Pero no siempre fue así. Primero era un “aspirante a
escritor”, “un jovencísimo autor”, “creador novel”. De
aquellos que entraban en los talleres literarios y salían
apaleados, de quienes soñaban con ver un libro publicado, el nombre propio en la portada y a cambio no
podían pasar del primer párrafo. Aquellos que nos quedamos (y seguiremos haciéndolo) para arreglar un texto
mientras los amigos están de fiesta. Era de los que leían
hasta en los sueños. Y me olvidaba de las tareas cotidianas por imaginar al capitán Ahab frente a la ballena
blanca o escuchaba ladrar los perros de Rulfo o recitaba
poemas de León Felipe y Borges. He memorizado largos y obtusos versos sólo de tanto releerlos.
Tenía la mitad de los años que tengo ahora cuando
decidí que mi vocación estaba en función de la escritura. Entré a estudiar el bachillerato en la preparatoria
Número 1 de Pachuca y me propuse ser escritor. Leía
hasta quedarme dormido y en los sitios más extraños
(como vivía en una casa de huéspedes había mucho
ruido y tenía que leer en la azotea), ir a los eventos
culturales relacionados con el teatro y la literatura,
conocer a fondo las reglas gramaticales y ortográficas,
establecer contacto con autores cercanos y asistir a talleres, a lecturas de textos en voz alta y aceptar las observaciones de los maestros. Ser humilde ante el oficio,
dictaba el maestro Ricardo Garibay2.
En la columna de Juan Domingo Argüelles. (2005). “El último de Ricardo Garibay”. El Universal, http://www.eluniversal.com.mx/columnas/49646.html
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El plan funcionaba a medias. Después de hacer
todo lo que relaté anteriormente, comprendí que sin
algo qué decir o una manera interesante de hacerlo,
mi literatura sería un espejismo, una pose, buenas intenciones. El mundo literario está poblado de grandes
ideas, historias y personajes que sólo frustraron al autor en turno. Personas que alimentan su ego diciéndose poetas pero dejaron de escribir hace años, aunque
lleven bajo el brazo un ejemplar de su único libro para
presumir (y tratar de impresionar). Escritores sin obra
sólida; predominan.
Como todo joven escritor yo quise conocer la tradición literaria más inmediata, la de mi entorno. El libro fundacional para tal emprendimiento fue Diáspora.
Hidalgo: una narrativa en el exilio de Agustín Cadena
y Miriam Mabel Martínez autores que con sagacidad y
prestancia trazaron ante mí el primer mapa de la literatura hidalguense.
Me sorprendió sobre todo que cifraran prácticamente en los años sesenta la primera novela realmente
hidalguense, con Beber un cáliz de Ricardo Garibay.
Es sugerente pensar que la narrativa en el estado de
Hidalgo apenas alcanza los sesenta años de edad.Dicen
Cadena y Martínez:
No hay una tradición de las letras hidalguenses. Aun
cuando haya habido escritores de cierta relevancia antes del siglo XX, hoy en día son piezas de museo y sus
obras no se encuentran en las librerías sino en ciertas
—muy pocas— bibliotecas. Esto demuestra que independientemente de sus méritos artísticos, estos escritores ya no están presentes, ni como influencia ni como
lectura de formación común, en los jóvenes literatos.
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Con excepción de la figura gigantesca —pero finalmente aislada y en gran medida desarraigada— de
Efrén Rebolledo, la narrativa hidalguense debió esperar hasta el surgimiento de la llamada generación de
Medio Siglo para tener un escritor que, sobre la base
de una obra sólida, pudiese generar cierta continuidad:
Ricardo Garibay. Con él nació la narrativa hidalguense
moderna. A muchos de sus sucesores puede gustarles
o no; pueden imitarlo, ignorarlo o atacarlo, pero es innegable que Efrén Rebolledo siempre fue más poeta
que narrador y que antes de Garibay la narrativa hidalguense raras veces se leyó fuera de Hidalgo3.
Para mi sorpresa, la literatura escrita en Hidalgo tenía
pocos títulos. Nombres propios desperdigados, exiliados, ausentes. Ser escritor e hidalguense no suponía ninguna ventaja, al contrario, era casi una excentricidad.
Como muchos autores que hoy podrían ser mis
compañeros de generación literaria, me propuse escribir (en mi caso teatro y crítica) alimentando la idea
de engrandecer la tradición artística de mi estado y
aunque pronto emigré, nunca perdí contacto (ni sentimental, ni bibliográfico). Varias de mis obras, además, tienen conexión con ciudades, personajes o temas
inherentes a esto que llamamos Hidalgo. Por si fuera
poco, he tratado de leer a la mayor cantidad de autores
nacidos o radicados en el 1.1% de superficie que nuestra entidad representa en el país. Evitar el exilio emoAgustín Cadena, Miriam Mabel Martínez (comp). (1999). Diáspora. Hidalgo: una narrativa en el exilio. México. Gobierno del Estado
de Hidalgo / Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo
(Orígenes).
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cional, por el contrario, hacer comunidad. Este libro
debe ser un ajuste de cuentas ante esas pretensiones.
El panorama literario del estado de Hidalgo es halagüeño a la luz de la multiplicidad de autores, edades,
orígenes, géneros literarios y encauces. Como en prácticamente todo el país, cada estado tiene su propia identidad y tradición; sin embargo, aún falta mucho para
transitar hacia un verdadero reconocimiento social de
la “literatura hidalguense” por parte de sus ciudadanos.
Más allá de las figuras fundacionales: Ignacio Rodríguez Galván (Tizayuca, 1816 - La Habana, Cuba,
1842), Efrén Rebolledo (Actopan, 1877 - Madrid, España, 1929), Genaro Guzmán Mayer (Actopan, 1909
- Pachuca, 1974), Margarita Michelena (Pachuca, 1917 Ciudad de México, 1998) y Ricardo Garibay (Tulancingo, 1923 - Cuernavaca, Morelos, 1999), existen autores
más o menos consagrados, Gonzalo Martré (Metztitlán,
1928), Federico Arana (Tizayuca, 1942), Fernando de
Ita (Apan, 1946), Agustín Ramos (Tulancingo, 1952),
Arturo Trejo Villafuerte (Ixmiquilpan, 1953), Ignacio
Trejo Fuentes (Pachuca, 1955), Agustín Cadena (Ixmiquilpan, 1963) y Yuri Herrera (Actopan, 1970), quienes
tienen una obra de alcance nacional y han sido leídos por
varias generaciones. Por la trascendencia de sus publicaciones, podríamos sumar a Guadalupe Ángeles (Pachuca, 1962) y Federico Vite (Apan, 1975), aunque ambos
se desvincularon de la entidad hace años.
No consideré a estos autores para conformar la
antología #SomoZombis (cuyo título proviene del primer cuento), excepto a Agustín Cadena y Yuri Herrera cuyas obras y personalidades no padecen el abismo
del tiempo o la lejanía con el presente y además están
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interesados en el público joven; salir de los circuitos
habituales de la literatura y llegar a la mayor cantidad
de lectores.
Al respecto, uno de los criterios para elegir los textos
y autores de este libro fue encontrar a personas destacadas que hayan transitado del siglo XX al XXI o arribado al
XXI con una obra contemporánea visible, que posteriormente haya impactado en la esfera nacional y que además pudiera contaminar a los jóvenes lectores del estado
en el interés por la lectura, como un acto que los sitúa
plenamente en la modernidad.
Bien, para finalizar con el relato personal, resulta
que era un adolescente y quería ser escritor. Compré
unas gafas sin aumento para parecer un poco más nerd
(la vida me regresó esa afrenta con posterior miopía y
astigmatismo) y exhibí sin pudor mi gusto por la cultura y la lectura. Estudiaba felizmente la preparatoria,
pasé de vivir en una zona semi urbana de los Llanos
de Apan a Pachuca, así que asistía con entusiasmo a
las (pocas) charlas, talleres y conferencias que se programaban en la ciudad. Todo era nuevo e interesante.
Recuerdo el homenaje póstumo a Ricardo Garibay en
el teatro San Francisco y también las tertulias y lecturas que se organizaban en el café/galería Botalín, de
la Plaza Juárez. Autores como Carlos Muñoz (Pachuca, 1971), Gloria Bautista (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas,
1975) y Ricardo Granados (Pachuca, 1978), quienes
parecían ser el relevo literario generacional al inicio de
siglo, se perdieron o mejor dicho su obra avanzó hacia
el mutismo, pero quedamos quienes los escuchamos y
leímos en esos días. Además de otras voces que no llegaron a consolidarse (y que francamente he olvidado),
de quienes parecían tomarse muy en serio la actividad
literaria y de a poco se han convertido en diletantes.
Cito el libro de Cadena y Martínez:
Trazar la historia de la narrativa hidalguense es una
tarea tan necesaria como difícil. Me atrevería a decir:
más difícil que en otros estados de la República. Esto
se debe precisamente a la condición de desarraigo en
que han debido madurar nuestras letras. Lejos de ser
un Monte Parnaso que pudiese concentrar y mantener
cerca a sus escritores, Hidalgo ha sido, como las tierras
ásperas del Valle del Mezquital, un territorio abrasado
por la sequía cultural4.
Indudablemente, empero, a quince años de distancia
de ese libro, es evidente que el estado ha ido produciendo autores en diversas regiones, se descentralizó
parcialmente la actividad literaria y hoy pueden nombrarse varios escritores jóvenes —y no tanto— con
cierta trayectoria, pero cuya obra aún no alcanza la
notoriedad deseada. No debe olvidarse que falta estimular la literatura en lenguas originales y avanzar hacia la traducción de ida y vuelta entre el hñähñu, el
náhuatl y el castellano. Pero esa tarea le corresponde a
las instituciones de todo el país, no sólo de Hidalgo y a
la vista de nuestras políticas culturales es francamente
improbable.
Cabe mencionar a Félix Castillo (Pachuca, 1941),
Fernando Rivera Flores (Pachuca, 1941), Enrique Rivas Paniagua (Tampico, Tamaulipas, 1949), Guillermo Cuevas (Pachuca,1953), José Antonio Zambrano
4
Ídem
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(Tepeji del Río, 1953), Jorge Antonio García Pérez
(Progreso de Obregón, 1956), Sagrario León (Tulancingo, 1956), Alfredo Rivera Flores (Pachuca, 1956),
María Elena Ortega (Pachuca, 1958), Elizabeth Noriega (Pachuca, 1960), Marisa D’Santos (España, 1961),
Juan Casas Ávila (Ciudad de México, 1965), Angélica Bárcenas (Tepeji del Río, 1967), Iovanka Ángeles
(Mixquiahuala, 1968), Juan Carlos Hidalgo (Pachuca,
1968), Ramsés Salanueva (Actopan, 1972), Venancio
Neria (Mixquiahuala, 1973), Abraham Chinchillas
(Ciudad de México, 1974), Óscar Baños (Pachuca,
1975), Antonia Cuevas (Pachuca, 1975), Alejandra
Craules Bretón (Puebla, 1976), Nancy Ávila Márquez
(Pachuca, 1978), Julia Castillo (Pachuca, 1978), Jorge
Contreras (Tizayuca, 1978), Melina González (Ciudad de México, 1978), Said Javier Estrella (Pachuca,
1981), Rogelio Perusquia (Ixmiquilpan, 1981), Rafael Tiburcio (Villahermosa, Tabasco, 1981), Diego
Castillo Quintero (Tepeapulco, 1983), Daniela Flores
(Hidalgo, 1983), Julio Romano (Ciudad de México,
1983), Erasmo J. Valdés (Pachuca, 1984), Alfonso Valencia (Pachuca, 1984), Juan Rivera Arroyo (Pachuca, 1992), Martín Rangel (Pachuca, 1994), Guillermo
Furlong (Pachuca, ¿?), Martha Miranda (Tulancingo,
¿?), Hilda Mónica Anaya (Naucalpan, Estado de México, ¿?)5 y seguramente otros autores, varios más que
desconozco que conforman el cuerpo de escritores
contemporáneos de nuestro estado.
Algunos autores prefirieron que se omita información sobre su fecha
de nacimiento.
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Muchos nombres propios, muy poca literatura.
Decenas de libros, premios locales, publicaciones subterráneas, electrónicas y marginales, libros autoeditados
y proyectos de escritura producto de becas locales, talleres de composición literaria en verano, lecturas públicas y varios like en páginas de Facebook por haber
subido un poema o un relato conmovedor. Pero hasta
ahora poca presencia en el mapa literario nacional, a
excepción de un puñado de autores, varios de los cuales
están recogidos en esta antología (fue el criterio primordial para la selección), quienes verdaderamente han
sido leídos, analizados y criticados en otras latitudes,
más allá de sus alumnos, parientes o amigos cercanos.
Algunos siguen produciendo modestamente poesía,
prosa o drama, otros han quedado presos en las redes
de la burocracia, la academia o sencillamente dejaron
de publicar, pero su obra es vestigio de la cantidad de
autores que en pocos años ha arrojado la entidad. La
mayoría están presentes de formas muy distintas en la
vida cultural de Hidalgo.
La literatura hidalguense pasó de escribirse en el
exilio a convertirse en aldeana, chovinista, limitada a
encumbrar a autores cuyos méritos provienen de la
persistencia y presencia en los circuitos locales, la camaradería y los debates al interior del estado, festivales,
presentaciones de libros y revistas para la autocomplacencia antes que un acercamiento y verificación de su
literatura ante un amplio público. Escritores que atesoran una columna en algún medio estatal o mantienen
vivo un blog y exigen reconocimiento como creadores
glorificados.
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No tiene nada de malo: autores cuya principal ambición es el reconocimiento local, ser leídos por sus
vecinos; sin embargo, tampoco ha sucedido cabalmente. Ni los escritores cuya obra está destinada a un público de ámbito concreto tienen reconocimiento, no
han sido leídos por sus coterráneos, ni quienes tienen
una obra más amplia han llegado a los lectores hidalguenses de un modo menos marginal y subterráneo.
Tampoco ayuda la pésima distribución editorial de las
instituciones.
En suma, la intención de esta antología es comenzar a romper el círculo endogámico y entregar a una
generación de nativos digitales un compendio de textos escritos para su tiempo/espacio. Desde el título, la
intención es desmitificar el espectro literario, hacerlo
asimilable para una gran cantidad de jóvenes que los
leerán en diversas regiones de Hidalgo (y del país, qué
duda cabe), poniendo al alcance además de la publicación impresa un ebook, iniciativa inédita. En un estado
donde muchos escritores han mutado en burócratas,
resulta curioso que no hayan utilizado su presencia en
las instituciones para promover un proyecto de esta naturaleza. Existe incluso una asociación de escritores hidalguenses, cuya producción literaria es invisible, pero
funciona como aparato de presión política. Metáfora de
la realidad de la literatura en la entidad.
Por otro lado es natural, sucede en innumerables estados del país y regiones del mundo, que muchos escritores, ante la dificultad para sobrevivir en el mundo de
las letras y poder obtener una recompensa económica
por su labor creativa decidan migrar a otras actividades,
desde el mundo académico hasta emprendimientos to-
talmente alejados de la literatura, varios de los autores
—jóvenes promesas— que conocí hace quince años,
que parecían tener talento y capacidad imaginativa han
desertado. Algunos volverán, otros se dieron por vencidos y los menos aún duermen el sueño de los justos,
en espera de un editor que los descubra. Sin embargo,
escritores de tiempo completo (profesionales se diría
en el ejercicio semántico de la tecnocracia actual), muy
pocos. No es nada del otro mundo. Simple selección
natural. Escribir como una profesión, pero más aún
como una vocación, es un acto de rebeldía y en algunos
casos de inconciencia ante el imperio del capitalismo y
el desdén de la sociedad por el arte.
Mi interés fundamental al seleccionar a los escritores (y por lo tanto sus textos) que contiene #SomoZombis: Yuri Herrera, Agustín Cadena, Diego José (Ciudad
de México, 1973), Ilallalí Hernández (Pachuca, 1981),
Karla Olvera (Pachuca, 1981) y Daniel Fragoso (Pachuca, 1980) es acercar por primera vez a un grupo
masivo de lectores hidalguenses con los escritores más
destacados de su estado, gracias a la plausible iniciativa
de Editorial Elementum y del Instituto Hidalguense de
la Juventud. Levantar la mano y atraer la mirada de jóvenes lectores, adolescentes y pubertos que encontrarán
en personas que nacieron y crecieron en un entorno
muy similar al suyo, que el arte sirve para acompañar
el trayecto entre el sueño y la vigilia, entre la vida y las
decepciones, entre amar y querer y odiar.
Por norma, toda antología procede de la injusticia,
siempre se dirá que falta (o sobra) un autor, un texto
determinado o que el juicio para seleccionar a los escritores es arbitrario. Indudablemente esta antología (y el
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prólogo por extensión) es mi inicua heredad, la cordial
respuesta generacional al libro de Agustín Cadena y
Mabel Martínez, Diáspora. Hidalgo: una narrativa en
el exilio y sobre todo un esfuerzo por hacer llegar la
letra escrita (ya impresa o electrónica) a quien le pertenece, los jóvenes lectores, en este caso de mi estado,
Hidalgo.
Enrique Olmos de Ita
23
Los mejores años de su muerte
Yuri Herrera
Nos hemos vuelto una familia más unida desde que
somos zombis. Pasamos mucho tiempo apelotonados
frente al televisor, su titileo nos arrulla hasta la indiferencia y podemos quedarnos así por horas o tal vez
por semanas; es difícil saberlo cuando el tiempo es una
cosa del pasado. Antes, solíamos pelear por el control
remoto, por la elección del canal, por el volumen, por
el mejor asiento en el sofá, hasta que uno se imponía,
comúnmente mi hermanita, y los demás abandonaban
la habitación o se quedaban refunfuñando y a la espera
de asaltar el poder. Ahora casi nunca discutimos.
Para navidad invitamos al gordo de la esquina.
Como anzuelo, mi padre le dijo que tendríamos estofado, y tuvo buen cuidado de no aclararle cuál sería
el ingrediente principal. Lo desnucamos como a un
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pollito y lo tendimos en la mesa de la cocina para que
mi madre lo horneara, pero cuando mucho después
fuimos a ver si ya estaba listo la encontramos de pie,
mirando por la ventana; se había olvidado por completo de lo que iba a hacer y había estado picando distraídamente al gordo hasta acabarse un brazo. Nos lo
comimos crudo.
Al principio temí que mi incapacidad para concentrarme me convirtiera en el paria de la prepa, pero en
realidad nadie ponía mucha atención a las clases, así es
que eso no fue un problema. Lo que me hizo perder
popularidad fue el asunto de que un ojo se me saliera
de la órbita a mitad de una conversación o que al rascarme la cabeza se me viniera un poco de masa encefálica en la uña. Mi ropa desgarrada causó admiración
fugazmente, mas nadie apreció su olor a podrido, ni el
detalle de los gusanos rosas que salían de mi ombligo y
asomaban por el tercer botón de la camisa. Me sentía
fuera de lugar, torpe, feo. Comencé a juntarme con el
comunista y el testigo de Jehová. No puedo decir que
nos hayamos hecho amigos: no hacíamos mucho además de criticar a los muchachos más populares, y no
teníamos nada en común fuera de la seguridad de que
los tres nos iríamos al infierno.
Había una muchachita de nombre Carla a quien
conocía desde la primaria. Al entrar a la prepa descubrí
que me gustaban sus piernas, otrora delgaditas y ahora
ganando volumen proporcionadamente. Ese gusto no
cambió cuando me hice zombi, pero ahora en vez del
deseo de acariciarle los muslos se me antojaba pasarles
la lengua por encima. No tenía la menor oportunidad
de que me hiciera caso, era una muchachita malvada
que sólo reparaba en mi existencia para hacer chistes
a mi costa (“¿Saben por quién late el corazón de éste?
¡Por nadie, porque no late!”), o darme órdenes que yo
invariablemente obedecía. Era humillante, y sin embargo no abandonaba la esperanza de que un día se
enamorara de mí.
Una de sus amigas, de nombre Maru, me daba falsas esperanzas: “Me dijo que le gusta cómo caminas,
sin doblar las rodillas”, “el otro día leí en su diario que
ya quisiera ella poder arrancarse los dientes como tú
haces”. Tardé en descubrir que sólo lo decía para que
yo le satisficiera un pequeño vicio privado: me llevaba atrás de las canchas de básquet, se arremangaba un
brazo, siempre el mismo, y decía: “Hazlo, yo ahorita te
sigo contando”; entonces yo le mordisqueaba el codo
casi sin abrir la boca, poquito a poquito, hasta llegarle al hueso, y ella ponía los ojos en blanco. Inexplicablemente, Maru no se convertía en zombi con mis
mordidas, dejaba pasar una semana y cuando el pellejo
comenzaba a regenerarse volvía a buscarme para intercambiar mentiras por mordisqueos.
Me avergonzaba ser un zombi tan poco voraz. Los
lunes mi hermanita iba a la primaria con su lonchera
vacía y al regresar la traía llena de naricitas y deditos
que se iba comiendo durante la semana y a veces nos
compartía a la hora de mirar la tele. Yo sabía que era
una decepción para mis padres, que inclusive había
provocado peleas entre ellos. Una vez alcancé a oír a
mi padre quejarse de mi falta de ambición, mientras
que mi madre, no muy convencida, decía: “Tenle paciencia, es un adolescente, el día menos pensado nos
traerá el cerebro de un compañerito, ya verás”.
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26
Fue por eso que me comí la oreja del centro delantero del equipo de futbol una ocasión en que dormía
la borrachera en un jardín de la escuela. Cuando llegó
el reporte por mala conducta, mis padres brincaron de
contento y yo sentí una nueva seguridad en mí mismo que pensé me permitiría cortejar a Carla. Pero no
contaba con el espíritu competitivo del centro delantero, que empezó a contagiar a todo mundo: para el
fin de esa semana, la tercera parte de los alumnos de
la preparatoria ya era zombi. Recuerdo que el día que
finalmente iba a declararme a Carla, describiéndole las
ventajas de ser zombi (no tendrás que volver a vomitar,
porque los zombis no engordan; y uno puede pasarse
toda la noche sin dormir ¡imagínate ser el alma de las
fiestas!), la encontré muy acaramelada con el desorejado: estaban en el asiento de atrás de su auto, desmembrando a su amiga Maru, que apenas alcanzaba a
protestar “Espérense muchachos, quedamos que nada
más el codo”. Cuando Carla me vio dijo: “¿A ti quién
te invitó? Ve a comerte una rata”. Y los tres se rieron.
Ahora paso casi todo el tiempo en casa, mi familia
se enorgullece de que no sea como esos adolescentes
descarriados que sólo quieren drogarse. Pero yo no
me siento orgulloso de nada. De vez en vez, cuando
algún resplandor en la tele me saca de la suspensión
animada, me pregunto qué voy a hacer si no envejezco,
cómo haré para soportar una adolescencia que durará
por toda la eternidad, o si habrá algún alma caritativa
que me coma los sesos. Después me olvido.
¿De qué estaba hablando?
Poemas
Diego José
Cicatriz del canto (fragmentos)
Soy un poeta de carne y hueso
y mi palabra es carne y hueso.
Tal vez exista,
en el centro de todo,
una puerta invisible
y 4000 febriles almas
queriendo entrar,
para ver si algo
—digamos dios—
los espera con los brazos abiertos;
pero aún no hemos comprendido
que Él se nos entrega
como una zarza silenciosa
en su desierto,
yo lo encuentro en las cosas simples:
en una casa con jardín trasero
donde los niños juegan
su oración cotidiana,
y los escucho crepitar
como zarzas ardiendo
en la quietud de mi ceniza,
tan de carne y hueso,
como las palabras que escribo.
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28
2
Vuelvo a patear las piedras como un niño
en la inquietud de sus cavilaciones,
me gustan aquellas que se acomodan
al empuje pausado de mi andar
y van conmigo por un rato
hasta que el azar conduce nuestros adioses.
También me gustan las que se aferran al pedregal
como a una casa propia,
y dejan que el sol las abra por dentro
y que la lluvia las repare.
Como mis pensamientos,
las piedras van descalzas:
desmoronándose
en su cautiverio.
2
¿Y qué cosa puede ser la escritura
sino el deshacimiento de la hora
que teje su cristal
o su espera
en el párpado
ciego
donde anidan la rosa,
el laberinto y la penumbra?
Cantos para esparcir la semilla (fragmento)
Flores de loto
esparcen su fragancia.
El nocturno témpano deshiela sus gemas
en un cortejo de astros.
Voy a libar de la tisana de la Novia
con estos labios de sol
Permitir mi alivio junto a la Hembra
que duerme aún salvaje.
2
Ya gotean silvestres rocíos bajo tu cabellera.
Ya puedo sentir la calidez de tu brío,
el agitado ondular de tus crines.
Estás despertando.
Un temblor se apodera de la hierba,
fértiles humedades hacen germinar el lecho.
Estás despertando.
Un hervidero de flores es tu corpiño.
Estás despertando
mientras yo te contemplo.
2
Como quien deshoja dos crisantemos
voy a desatar las hebras de tus encajes.
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Unas yemas de fuego
incendiarán
las mellizas colinas.
Dichosas las manos que van a sentir el pulso
de los volcanes.
2
¿Qué trópicos inventan los duraznos maduros
de su amor?
¿Por qué envidiar la luz que tan amablemente
se ha posado en su cuerpo?
Algo de sol y medio día
descubre mi mirada
y amanece en ti
quemándose.
2
Ella salmodia
en lo más sublime de su desnudez.
En su soplo viaja el polen más fértil del jardín
y mis oídos son la rosaleda donde su canto germina.
La Novia danza tejiendo ilegibles constelaciones
bajo sus pies,
su cuerpo es la gaita celestial que cascabelea
entre los robles.
31
Nada más las iniciales
Agustín Cadena
—Enséñame —dijo Borda.
La poca luz que entraba por el ventanillo iba a dar
sobre los hilos de colores que, casi solos, se trenzaban
en una pulsera, brillantes contra el sucio pantalón del
uniforme de Vicente. Prendido en la pierna, un alfiler
de seguridad mantenía tensos los hilos que el muchacho, con admirable destreza, iba moviendo de un lado
a otro.
—Es fácil —le respondió a su amigo.
A ninguno de los dos se le veía la cara: estaban fuera de la franja de luz que entraba del patio. Sólo podían
verse los pupitres despintados, un pedazo de suelo y la
pierna de Vicente y sus manos tejiendo los hilos. Olía
a mugre humana, a ropa sucia, lejanamente a comida
echada a perder, como si la celda hubiera sido basurero
en otra época o hubieran alimentado puercos ahí.
32
De fuera llegaba el ruido del patio: voces de internos que pasaban cerca, el silbato de algún celador, rejas
que se abrían o se cerraban con un golpe duro.
Borda se levantó del pupitre y se pasó al suelo porque estaba adolorido y no podía aguantar mucho tiempo sentado. Le dolía sobre todo la cintura, ¿o eran los
riñones? Hacía cuatro días le habían dado pamba porque se rebeló ante uno de los custodios defendiendo a
otro muchacho. Las pambas que daban los custodios
habían mandado a muchos al hospital. Eran bárbaras,
pero no eran con las manos ni con los pies ni con nada
que dejara marcas: eran con naranjas envueltas en toallas mojadas. Se ponían de acuerdo los seis que había
en cada crujía; si tenían muchas ganas de joder, invitaban a más, de las otras crujías. Se encerraban con el
sentenciado, con un huacal de naranjas que sacaban de
las cocinas, y comenzaban a darle en la cabeza, en el
estómago, en las piernas... sobre todo en la espalda, que
era lo más expuesto. Le pegaban hasta que las naranjas
empezaban a reventar.
A Borda no lo mandaron al hospital, pero sí lo dejaron como trapo de cantina durante dos días. Apenas
ahora había podido levantarse y caminar un poco. Se
acostó en posición fetal, como cuando estaba triste, en
ese piso de cemento gris ya pulido por el uso.
—Me gustaría regalarle una pulserita de éstas a Yadira. ¿Crees que me la reciba?
—No sé —le respondió Vicente, un poco incómodo. Hubiera querido que su amigo se olvidara ya de
esa chica. Por culpa de ella, de su obsesión con ella, los
habían metido a los dos al reformatorio.
—Estaba bien buena, ¿sí te acuerdas?
Borda hubiera querido decir “bonita”, pero le dio
pena parecer ridículo; por eso dijo lo otro —buena—,
sólo que en seguida de decirlo se sintió mal: le dio vergüenza consigo mismo. Le dio vergüenza porque había
descrito a Yadira con esa palabra que se usaba para referirse a las nalgonas, a las tetonas. A ella ni siquiera le
miraba el cuerpo. Era su cara lo que tenía el poder de
tocarlo por dentro.
—Ya no te acuerdes de ella, güey. Ya olvídala.
—No puedo olvidarla, cabrón.
—Estás enculado.
—¿Tú nunca has estado así?
—Sí, pero uno primero coge y luego se encula.
Sólo las viejas y los pendejos le hacen al revés.
—Entonces yo soy pendejo.
Vicente no entendía muchas veces a Borda, pero
le gustaba cómo era: que se partiera la madre por un
amigo, que se la rifara por una mujer.
—¿Crees que me la reciba?
Vicente seguía haciendo su pulsera y no levantaba
la vista. No contestó, pero eso no le importó a Borda; él
seguía pensando en Yadira, en su cara, en su pelo lacio y
sedoso que le caía sobre el suéter verde del uniforme de
la secundaria. Olía a jabón, a champú de frutas, a ropa
lavada con suavizante, como sólo olían las muchachas
allá afuera. Era su novia y un día quiso dejarlo por otro.
Borda no iba a permitirlo, pues cómo chingados; era
pendejo o qué. Le pidió ayuda a Vicente para secuestrarla por un rato. Aquél pensó que iban a violarla y
le dio un poco de miedo. Pero no, eso no iba con el
romanticismo de Borda.
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—Enséñame a hacer pulseras, Vicente. Quiero regalarle una.
—Si nada más para eso quieres aprender, consigue
los hilos y yo te la hago.
—No, güey. Es que cuando se la dé me gustaría
decirle que yo mismo la hice.
—Pues se lo dices.
—No. De verdad.
—Bueno, ¿cómo le vas a hacer para dársela, güey?
—Le voy a decir a la licenciada Chofi que se la pase.
—Esa pinche vieja nomás te va a acusar, güey
—por fin, al decir eso, Vicente se volvió para mirarlo,
reprobándolo. La licenciada Chofi era una trabajadora
social que iba una vez por semana a platicar con ellos.
—¿Tú crees?
—Sí. ¿Por qué no mejor se la mandas con el maestro de lecturas? Es buena onda. Ya ves que el otro día
nos pasó cigarros.
Borda se quedó pensando, siguiendo con la vista el
movimiento de los hilos que se iban torciendo uno sobre
otro, a pesar de la escasa luz. Parecía había quedado conforme, pero de pronto dijo:
—Mejor no, güey. ¿Qué tal si Yadira le gusta y me
la baja? Capaz que le da la pulsera y le dice que él se la
hizo.
—¿Cómo crees? Tú te imaginas que todo el mundo
se quiere coger a tu vieja.
Vicente volvió a pensar en la muchacha. Se la robaron una tarde, cuando acababa de salir de la secundaria.
La llevaron a un terreno baldío. Ella también pensó que
iban a violarla y se puso a gritar y a tratar de escaparse.
Su olor a champú y a suavizante se vio ofuscado por
otro, más fuerte: el olor del miedo. Un olor a polvo,
a sudor, a metal. Ni ella ni Vicente sabían de qué se
trataba ese secuestro hasta que Borda sacó su navaja y
le dijo que no se moviera porque podía picarle un ojo:
le trazó en la frente sus iniciales. Yadira estaba asustada
y no se movía; se dejó hacer todo pensando de seguro
que ya era ganancia con que no la atacaran sexualmente. Y en efecto, los dos muchachos se portaron como
caballeros: ni un botón de su ropa tocaron. Borda hasta
le limpió la sangre con su pañuelo antes de dejarla ir.
Le dijo “Después te hablo. Al cabo ya todos van a ver
que eres mía”.
—Yo creo que sí me la recibe, ¿no crees? No me
porté tan mal con ella, güey: no le puse mi nombre
completo, nada más las iniciales.
De pronto se abrió la puerta y entró la luz del día,
cegándolos. También entró el ruido del patio: un silbato, un balón que rebotaba en alguna superficie dura,
voces, pasos apresurados...
—¿Qué están haciendo, pinches maricones? —era
uno de los custodios.
—Estábamos platicando.
—¿Y pa qué cierran la puerta?
—Para que no vengan a joder.
—Que se me hace que les gusta la cocacola hervida. Órale, vámonos pa afuera. Este salón se va a ocupar.
No era cierto eso: no se iba a ocupar. Pero obedecieron. Para qué arriesgarse a otra pamba con naranjas.
A Borda todavía le dolían los golpes si estornudaba o
respiraba hondo.
Ya a la luz de afuera los dos muchachos eran parecidos; tal vez no habrían pasado por hermanos, pero sí
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por primos: morenos ambos, flacos, de pómulos afilados, aunque Borda tenía un arete en la oreja izquierda
y un tatuaje en el antebrazo con dos dragones entrelazados; Vicente no tenía nada.
Ya en el patio, Borda volvió a insistir:
—¿Entonces sí me enseñas?
El sol brillaba mucho. En la cancha de básquetbol,
los cuatro mejores jugadores de la crujía B se entrenaban para el partido que tendrían a finales del mes contra la C. Y tenían que ganar porque los internos más
cabrones y algunos de los custodios habían apostado
por ellos; si perdían no se la iban a acabar. A Vicente le
dieron ganas de estar en la calle. Pero enfrente de ellos,
pasando la cancha, se levantaban las bardas altísimas,
coronadas con alambre de púas.
—Ya te dije que sí. Si quieres ahorita mismo empezamos. Pero consíguete un seguro porque yo nada más
tengo éste.
—Se lo voy a pedir a mi hermana ora que venga a
la visita —y diciendo eso, Borda se separó de Vicente.
Fue a sentarse en una banca de cemento, frente al taller de carpintería, aprovechando que de momento no
había nadie ahí. Los que no estaban tomando clases,
practicando algún deporte o trabajando en los talleres
estarían en el dormitorio grande viendo la televisión. Él
quería pensar en Yadira. Ya no sabía qué desear: no le
veía caso a salir libre si ella seguía enojada por lo de las
iniciales. Antes de conocerla se sentía muy solo y hasta
había pensado en suicidarse o meterse al chemo. Y de
pronto la vio una tarde saliendo de la secundaria, con
su uniforme limpio y planchado y chupando una paleta de hielo rojo. La siguió dos cuadras nada más, para
no ponerla nerviosa. Otro día volvió a buscarla. Finalmente le habló y la invitó a salir a una tardeada de slam.
Cerró los ojos y le pareció que el perfume del suéter
de Yadira atravesaba el aire y las paredes de las crujías
y venía a visitarlo. Definitivamente no le encargaría la
pulsera al maestro de lecturas: no le inspiraba confianza. Se la iba a mandar con la licenciada Chofi. No creía
que lo acusara ni que le dijera que no. Con él era buena
onda. Se la mandaría junto con una carta donde le diría
que él también se iba a hacer en la frente sus iniciales
—las de ella— para que anduvieran así por la calle, los
dos iguales, ahora que él saliera libre.
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Poemas
Diego José
Canina
Tuve un amor
que cuidé con esmero,
lo recogí siendo cachorro
y alimenté su orgullo
con hígado de lobo;
cuando reconoció su instinto,
el muy perro mordió mi mano.
Tango cruel
Estamos condenados al arrastre:
querida, ya presiento tu rechazo.
Ahora que para tocarte
me quedan tan sólo muñones
y de sarna mi cuerpo se lamenta
en las aristas de nuestro fracaso,
puedo decirlo abiertamente:
es lepra lo que el amor nos deja en las manos.
El otro regreso de Ulises
Volverás al odio,
al rencor acumulado,
a perderte en anónimas parvadas;
volverás no hay remedio:
puñales de neón desgarrarán los signos,
será tu frente una muralla destruida.
Encontrarás más temibles las grietas
y gritarás en el centro de todo:
¡He vuelto
haced de mí
lo que les plazca!
Al pairo
Desgarrados ya los arpegios,
rotas, terriblemente rotas y vejadas
las cuerdas que temblaron apacibles.
Llamas que propagaron una marejada
de flores,
y este pellejo que se curte
bajo el escozor de la noche.
Yo escribí signos ilegibles en tu vientre
y dentro tuyo creció una criatura rota.
Más voraz que el deseo es el rechazo.
Anclada en mi memoria estás desnuda,
manos que son aves o peces
revolotean en las copas,
en el jardín sin sombra de tu cuerpo.
Lo que duele en la piel
es el nombre de una mujer como un árbol plantado
que se curva con el viento perdiendo su follaje.
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Yo recuerdo una caída de agua,
un camino como cicatriz a mitad del monte,
iluminado por el tajo de la luna.
Recuerdo...
Adagios en el sitio de la piel
para celebrar las primeras horas,
y el ramalazo de sol sobre tu cuerpo temprano
que yo palpaba sigiloso,
mientras retornabas del sueño
más dueña de ti misma.
Recuerdo un patio azul
donde estallaron las gardenias
para perfumar la envestida de los cuerpos.
Yo fui torrente de savia y viento grácil,
tú la risa de una muchacha
que sale a mojarse a pesar del frío.
Recuerdo...
El lecho nupcial convertido en holocausto,
el andrajoso corazón lanzado en gargajos,
y grietas por donde los ojos
fingen interesarse por las cosas.
Recuerdo...
El tiempo en que mirar es aprehender lo que se mira
más allá de la extinción de lo palpable.
Y sin embargo...
Afuera los jóvenes quisieran otro mundo,
decir tal vez, rasgar la noche,
entregar el diamante mas piedra todavía.
Y sin embargo...
Basta una risa de muchacha
para reconquistar los días.
Amar al pairo,
permanecer equidistante
dentro de una circunferencia
donde confluyen, irremediables, las dudas.
Frugal y despojado,
amar al pairo;
encerrarse en el cuarto con un letrero en la puerta:
favor de no perturbar mientras muero.
Clavar un poema como un cuchillo.
Suplicar una última palabra que agite
las velas extendidas.
Amar al pairo,
abandonarse al golpe,
tormenta adentro;
quebrar de amor,
a puro pulso,
en orientación al oleaje;
hasta romperlo todo
y salvar lo que el temporal decida,
allá en el fondo o en la superficie.
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Tenemos nombre
Ilallalí Hernández Rodríguez
—Soy María Herrera Magdaleno y he perdido a cuatro
hijos en esta guerra que iniciaron en nuestro nombre
pero que nosotros no aceptamos —dijo al presidente
Felipe Calderón la mujer de pelo cano y ojos cansados
de llorar a sus desaparecidos. Sostenía las fotografías de
sus hijos de 23, 25, 27 y 28 años, se aferraba a esos pedazos de papel como si de esa manera las palabras pudieran salir. Un silencio desconcertante inundó la sala.
Ese mes de junio de 2011 sucedió una reunión inédita entre el Presidente de la República y las víctimas
de la guerra contra el narcotráfico que inició en 2006.
“No somos daños colaterales; tenemos nombre”,
repitieron los familiares que marchaban en la Caravana de Consuelo del Movimiento por la Paz con Justicia
y Dignidad.
El presidente escuchó una a una las historias que
relataban los hechos terroríficos de hogares rotos por
el Estado y por el crimen organizado, pero fue con el
testimonio de esa mujer pequeña, con el silencio que
dio paso al llanto desesperado, que Felipe Calderón se
levantó para consolarla. Ese día, le ofreció ayuda para
encontrar a sus hijos.
Pese a todas las promesas, las notas de periódico
y el compromiso presidencial, María sigue mostrando
las cuatro fotografías. A su lado, su hijo mayor Juan
Carlos, con el cuerpo grueso y la mirada endurecida,
la sostiene de los hombros.
***
Una persona extraviada es quien desconoce o no recuerda su identidad y domicilio. Una persona desaparecida es a quien principalmente en situaciones violentas,
conflictos armados o catástrofes naturales, se le pierde
el rastro: no se le encuentra ni viva ni muerta. No es
lo mismo perderse que desaparecer, pero en México
engloban legalmente ambos problemas bajo el término
de personas “no localizadas”, lo cual confunde arbitrariamente a víctimas de dos problemas muy distintos:
quienes se pierden y a quienes se llevan.
***
Esa mañana de agosto en que María vio partir la camioneta con sus hijos Raúl, Salvador y cinco empleados a bordo, no imaginó que nunca los volvería a ver.
Viajaban de Pajacuarán, Michoacán, rumbo a Oaxaca,
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para comprar y vender pedacería de oro; negocio en el
que toda la familia participaba.
En Guerrero, dos grupos antagónicos se encontraban en pugna por la plaza; por un lado Rogaciano
Alba Álvarez —lugarteniente del Mayo Zambada— y,
por el otro, Rubén Granados Vargas —parte de los
Beltrán Leyva.
El 28 de agosto de 2008, Salvador habló con su
madre por teléfono para avisarle que iban a pasar la
noche en la Costa Grande de Guerrero, en Atoyac de
Álvarez. A las cuatro de mañana de ese día, aparecieron en la carretera federal Acapulco-Zihuatanejo cuatro mujeres asesinadas; no tardaron mucho en saber
su identidad, eran las familiares de Rubén Granados,
quienes habían muerto a manos de Rogaciano. Se escucharon muchas versiones, incluso se culpó al ejército, pues no eran raros los crímenes de Estado en ese
territorio.
En 2008 México tuvo las cifras más altas de
violencia.
La camioneta Suburban con placas de Michoacán,
donde viajaban los dos hermanos y sus cinco trabajadores con oro y dinero en efectivo, fue detenida en un
retén, no era militar, era de los delincuentes.
María y sus demás hijos: Luis Armando, Gustavo y
Juan Carlos se trasladaron a Guerrero. Nada sabían de
las disputas del territorio, de las mujeres asesinadas, ni
tampoco que la guerra estuviera tan cerca. La familia
acudió a las oficinas del Ministerio Público, llenaron
formatos para realizar la denuncia, reconstruyeron los
pasos de los jóvenes, tocaron cada puerta que encon-
traron; a quien se cruzaba frente a ellos le mostraban
las fotografías y le preguntaban si los habían visto.
—Nosotros pudimos saber cómo se conformaba la
red criminal, quién vendía la droga, quién era el estaca,
dónde vivía el líder —dijo Juan Carlos para resumir
la búsqueda que en esos meses realizaron sus hermanos y él—. En noviembre, las autoridades de Guerrero nos llamaron a una reunión para entregar nuestros
hallazgos, por aquel entonces no sabíamos que ellos
eran parte de las redes criminales. Ese día, cuando
les entregamos los avances, comenzaron a seguirnos y
unas semanas más tarde levantaron en Oaxaca a otros
compañeros nuestros, pero los liberaron con un recado
para mis hermanos y para mí que decía: “los queremos
a ustedes por calentarnos la plaza”. Nosotros seguimos
investigando. Al poco tiempo aparecieron los criminales decapitados en Chilpancingo, cuando nos enteramos fui a ver al General del ejército para entregarle los
datos que habíamos recolectado, él me dijo extrañado
“o tienes muchos huevos o eres pendejo, ¿qué no sabes
con quién te estás metiendo?”, todavía recuerdo que le
contesté sin mucho pensar “sí sé, pero ni tengo muchos
huevos, ni soy un pendejo, porque si mis hermanos fueran sus hermanos, yo le aseguro que usted haría lo que
estoy haciendo o más”.
***
Buscar personas desaparecidas en México requiere de
mucho dinero, lo supieron los hermanos cuando llevaban varios meses en su búsqueda y dejó de alcanzarles.
Se endeudaron con millones de pesos.
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María, desde Michoacán, lloraba a sus dos hijos y
esposo, quien a los pocos meses murió de un infarto.
La familia Trujillo Herrera tuvo que hacer un alto.
El cansancio se apoderaba de todos ellos, el dolor iba
dejando huellas en su cuerpo y rostro. La impotencia
se fue transformando en enojo, en frustración, en un
sabor agrio que no abandonaba su boca.
Decidieron que era momento de seguir haciendo
lo que sabían: vender oro, pero esa labor la realizarían
Gustavo y Luis Armando, mientras que Juan Carlos y
Miguel Ángel iban a continuar con la búsqueda.
“No te despiertas en la mañana pensando que vas
a desaparecer”, se dijo Juan Carlos, aun cuando el negocio familiar representaba ciertos riesgos, pues debían
andar por muchas ciudades con dinero en efectivo para
comprar oro y posteriormente venderlo a joyerías. “No
crees que vas a desaparecer… así, sin dejar rastro”.
***
Esa mañana de septiembre en que María vio partir el
automóvil Volkswagen Jetta color gris plata con sus hijos Gustavo, Luis Armando y dos empleados abordo,
no imaginó que nunca los volvería a ver. Viajaban de
Pajacuarán, Michoacán, rumbo a Veracruz, para comprar y vender pedacería de oro.
El 22 de septiembre Gustavo se comunicó por última vez con su esposa desde el kilómetro 148 + 600
de la carretera México-Tuxpan. El regreso iba a tomar
más tiempo de lo planeado pues el huracán Karl había
devastado tramos enteros de las carreteras veracruzanas, tuvieron que desviar su ruta e internarse en el estado de Puebla.
El lunes 4 de octubre compareció Juan Carlos ante
el Agente del Ministerio Público para formalizar la denuncia por la desaparición “era como si se los hubiera
tragado la tierra”.
***
—No voy a hacer historia en este país. Me niego. Voy
a encontrar a mi familia, porque yo sé que los voy a
encontrar. Ese motor me mueve. Mis hermanos, desde
donde estén... si están... me mantienen de pie. Nos
amenazan, nos hostigan, pero ya aprendí a cuidarme,
porque les voy a vender cara mi muerte, no va a ser tan
fácil para ellos llevarme a mí también.
***
En 2013 le dijeron a María que fuera con Javier, a
quien le acababan de matar a un hijo. Ella se encontraba en una depresión que le pesaba en el alma. Su
familia le pidió que no siguiera buscando, que con este
gobierno, en este país, no iba a lograr nada. Pese a la
negativa, ella, su hija y su nuera acudieron a Morelia a
ver la Caravana.
Al ver el contingente, María abrazó a Rocato:
—Javier, ayúdame.
—No soy Javier, él va adelante.
Ese día, María subió por primera vez a un templete a contar su historia frente a miles de desconocidos
y, desde entonces, las tres mujeres de esa familia rota
comenzaron un peregrinaje esperanzador.
Cuando Juan Carlos recogió a su madre al final
de la Caravana fue recibido con cariño por comple-
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tos desconocidos, entonces escuchó las palabras que lo
sacaron del enojo en donde habitaba “bienvenido, yo
estoy sintiendo lo que estás sintiendo; estoy viviendo
lo que estás viviendo”.
***
—No recuerdo en qué momento específico —reflexiónó Juan Carlos mirando a la cámara que tenía frente a
él —la circunstancia me llevó… Cuando la gente me
decía que yo era defensor, yo les decía “yo soy víctima, no defensor”. Cuando vi que las historias de otras
personas se parecían a la nuestra y podíamos ayudarles, explicarles, acompañarlos, enseñarles cómo hacer
denuncias, qué puerta tocar, a quién acudir, entonces
entendí que era un defensor. No un defensor de ésos
que deciden en su vida ayudar causas y estudian por
años, no, yo era un defensor distinto, de los que tienen
que tomar la vida como les llega. Antes me preguntaba:
¿por qué nosotros?, si nosotros nunca hemos sido malos, y empecé a entender que ahora nos toca cambiar
los destinos de los demás. Me siento adentro de algo
que ni siquiera sabía yo qué era, no sé si me explico.
Cuando puedes hacer frente a las injusticias, cuando
conviertes el dolor en fuerza, cuando mi madre se acerca a otras madres a consolarlas para cambiar la rabia
en esperanza, entiendes que los defensores de derechos
humanos son personas iguales a todos quienes salen de
su casa a trabajar cada mañana, a muchos, como a mí,
nos tocó la ¿mala suerte?, ¿el destino?, ¿la misión?, no
sé, no sé qué nos tocó, sólo entiendo que hoy tenemos
algo más qué hacer.
***
La fundación “Familiares en búsqueda María Herrera”
hace una labor de acompañamiento, asesoría, documentación y defensa de personas desaparecidas o no
localizadas. María y su familia van por México escuchando historias de muchos que, como ellos, han tenido que vivir la violencia de nuestro país, materializada
en la ausencia.
Su labor solidaria los hace parte fundamental de
la campaña “Haz que se vean” que la Comisión para
la Defensa y Promoción de los Derechos Humanos
(CMDPDH) realiza a modo de lucha, con el fin de que
en México la defensa de los derechos humanos no sea
un riesgo de muerte, el objetivo principal es que todas
las personas conozcan a los defensores y se sumen en
una sola voz.
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Poemas
Diego José
Milonga del ángel
Me gusta imaginar que sufre,
porque su paso displicente es quebradizo como si cargara
la humedad de un lirio.
Desconozco el sitio donde duerme, la gruta
donde acaso se transforma en fauno envejecido.
Me duele suponer que un ángel desdichado
va por las calles buscando su armazón de cisne.
Y está parado bajo el arco de un portal en ruinas
como un roto bandoneón que tiembla.
Me duele el barrio cuando se prenden las farolas y veo
su figura cabizbaja.
Me gusta imaginar que un día tuvo miembros de
caballo o cerviz y cornamenta taurina.
Que cenizos pájaros nacen con su muerte
y que el eco de su voz seduce a los narcisos.
Me gusta imaginar que sufre,
tan distante,
que nadie se fija que sobrevive mutilado.
Por eso bebe malgastando lo que le queda de cisne
y se jacta del atrevimiento de un día
en la edad en que desafiar al sol fue divertido.
No más los áureos rizos
ni los pálidos lotos de su frente,
está solo, sucio, algo gris,
harto de mirar el falso destello
en el charco del desconsuelo.
Ni siquiera el amor propio podría salvarle.
Mira largo y piensa,
cómo es posible
viajar en subterráneo cuando se ha vivido
en las alturas.
Los oficios de la transparencia [fragmentos]
Un verso que golpee como una piedra,
con toda dureza partiéndose;
un verso que duela en los límites de la fatiga,
que siga con dificultad
los pasos de otros versos
en una peregrinación sin rumbo;
un verso que cale los huesos,
que desgarre la voz al repetirlo;
pero eso sí,
un verso que termine en agua.
2
A caminar,
me digo,
sobre la costra del lenguaje;
y me pongo a tallar, a hender
con la navaja de mis versos
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el yermo curtido de las palabras.
Quiero trocear una muesca de luz,
deshebrar hasta lo imposible los hilos de la blancura.
2
Algunas palabras perduran enquistadas
propagando la cólera de su mutismo;
buscan, acechan, se asoman entre los lastres;
hurgan, se abren camino para resurgir
entre la ruina memorable
de los gritos, que debieron nacer
pero que yacieron en las arenas
fugitivas, donde se pulverizan
las pieles pretéritas de mi carne.
2
Bajo,
persigo una palabra;
trasiego su sentido
para clamar por la belleza,
pero los versos me duelen en los músculos;
generan una misma fuerza,
un ardor común,
balbuciente,
donde nada puede decirse.
2
Sin ser hombre de campo has aprendido
el seco ritmo de la estepa,
ya el sol te ofrece
con su mano de piedra
el agua templada del día,
y te abandonas a la música pausada
que tus pasos descubren en la arena,
sin saber a dónde, sin prisa ni cansancio,
como una cosa liviana
que se confunde con el polvo.
2
Vine al final de la tierra para ver arder mi cansancio,
del sudor de aquellos días queda sólo ceniza.
El aire inflama la memoria de mis pasos,
desde aquí miro la densa superficie marina.
Atrás quedó el Camino,
la noche que la Luna suspendió su danza
se quema finalmente en esta lumbre.
Todo arde en el final de la tierra,
en este fuego, a pie del mar.
2
Y me pregunto:
¿Quién soy para exigirle a las palabras
la ternura de una magnolia,
la carne de una pera,
la llama de un gemido,
los éxtasis de un santo,
el ritual de los mirlos,
el furor de las buganvillas,
la sombra milenaria de los árboles?
¿Quién soy para arrancarle
un poco de luz a la transparencia?
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Sueño de una casa portátil
Karla Olvera
Aunque sedentarios, aunque hogareños,
no somos más que nómadas.
El mundo sólo nos ha sido prestado.
Philippe Jaccottet
Desde la ventana de mi buhardilla adivino una casa
por su techo: encaje de madera bermellón en la fachada, chimenea de ladrillo y tejas grises. En los días más
soleados, la cara frontal del techo es claramente color sandía y su chimenea oficia como reloj de sombra
para pájaros y otros iniciados. En los días de invierno,
el humo blanco de su chimenea se confunde con la
nieve, que nunca cubre por completo las flores de lis
cinceladas en el rojo anaranjado del techo.
Tanto me gusta esa casa de que tengo una foto
suya pegada en mi refrigerador. A fuerza de verla todos
los días cuando ando cerca de la ventana, ya no me
doy cuenta de lo mucho que pienso en ella hasta que
pienso en ella de manera consciente, como ahora. Lo
que más aprecio de esa casa es su fachada, su envoltura.
Por nada del mundo me gustaría vivir en ella porque
ya no podría admirar su exterior.
De vez en cuando pienso en los dueños de la casa,
en la decepción que implica no poder ver su bellísima
fachada más seguido y entonces comprendo a Narciso,
enamorado hasta la muerte de su reflejo en el agua. Si
esa casa tuviera la estructura de una yurta sería la casa
de mis sueños porque las resistentes tiendas mongolas
son igualmente fáciles de admirar desde exterior como
del interior: se montan en la estepa y se desmontan
con la misma facilidad cuando sus habitantes deciden
partir. Las yurtas comparten con la casa que me gusta
un elemento: el color bermellón, que en ellas no está
en el techo, sino en la puerta. Debe ser por eso que a
su manera, esa casa francesa me ha parecido siempre
muy mongola.
Alrededor de la casa veo los techos de otras casas
como si se tratase de extras en una película y en segundo plano, el comienzo del bosque de Meudon. La
primera fila de pinos, robles y castaños sumada a los
árboles en los jardines de las casas forman el siguiente
abanico: verde botella, verde cenizo, amarillo mimosa,
ladrillo quemado, ocre puro, café ensuciado de rojo y
un verde pasto. Lo vegetal de este paisaje me hace caer
en cuenta de que la casa que me gusta —situada en
Viroflay, a las afueras de París— y las yurtas mongolas
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se parecen más de lo que pienso: la primera rodeada de
bosque y la segunda, de ese bosque lampiño que es la
estepa. Ambas dan la sensación de ser eternas, infinitas. Las yurtas tienen una tradición milenaria y la casa
de Viroflay está en pie desde el siglo XVIII, según indica
una placa.
Dos de los títulos que encuentro más bellos corresponden a un libro y a una canción, respectivamente.
Ambos desafían al tiempo y dan la ilusión de inmortalidad durante los cinco segundos que toma leerlos.
Se trata de Una casa para siempre, libro de relatos de
Enrique Vila-Matas y “Claro que no moriré”, canción
de Juan Cirerol.
[Una] [casa] [para] [siempre] [porque] [claro]
[que] [no] [moriré] sería mi manera de unir las palabras de estos títulos en una construcción de legos
infranqueables, capaces de resistir las envestidas del
tiempo y lo inevitable. Si fueran legos de color verde
incluso podrían emular el caparazón de las tortugas,
que como los caracoles, llevan su [casa para siempre]
en la espalda.
No todo mundo puede tener una casa así (ni una
yurta mongola) y por eso tienen lugar las mudanzas.
Típicamente los que se mudan parten con cajas, maletas, baúles, muebles, plantas y mascotas, pero hay mudanzas que han sido extraordinarias como las de ciertos
pescadores canadienses. Desde la década de los años
cincuenta hasta la década de los setenta los pescadores
de la entonces provincia de Terranova (hoy Terranova
y Labrador) buscaron oportunidades de trabajo en ciudades foráneas debido a la escasez en la pesca y la falta
de servicios en su alejada comunidad. Naturalmente,
tenían que mudarse, pero como el costo de vida era
más elevado en las nuevas destinaciones, decidieron
partir con todo y casa. Impresionantes fotografías de
los archivos del Museo de Historia Marítima de la Memorial University of Newfoundland muestran a una
larga fila de hombres arrastrar con la ayuda de una soga
una casita blanca con techo negro sobre la nieve. La
casa resbala poco a poco, hay trineos con perros que
auxilian en la tarea. Bufandas y boinas de lana son los
únicos trazos de color sobre las ropas oscuras de los pescadores y la nieve.
Esta hazaña fue posible debido a que las casas en
Terranova estaban cimentadas sobre pilotes que las separaban por una treintena de centímetros del suelo. Lo
anterior obedecía a un doble propósito: aislar la casa
del suelo helado y ponerla fuera del alcance de gatos
y ratones que quisieran infiltrarse. En este sentido, se
trataba de casas fácilmente desmontables, portátiles.
Los hombres las deslizaban hasta el puerto y una
vez ahí, las colocaban sobre rústicos flotadores conformados por antiguos barriles de petróleo. Si bien no era
la manera más segura ni la más moderna de transportar
una casa, sí era el único sistema que podían costearse
con los 400 dólares que les ofrecían los nuevos empleadores para gastos de instalación. Una cantidad irrisoria para poder comprarse otra propiedad e insuficiente
para transportar la casa de otra manera. La mayoría
logró cruzar sus casas flotando, pero hubo quienes las
perdieron en el mar.
Si todo fuera tan simple como llamar a los amigos
y la familia para mover la estructura de nuestra casa
con una cuerda y llevarla a donde quisiéramos, tal vez
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las mudanzas nos resultarían eventos más livianos. Lo
cierto es que mudarse suele ser una actividad pesada y
fatigante. Louise DeSalvo afirma en On Moving, a writer’s meditation on new houses, old haunts and finding
home again que mudarse es la tercera causa más importante de estrés en Estados Unidos (las dos primeras
son: la muerte de la pareja y la pérdida del empleo).
Si las casas flotantes de Terranova parecieran haber sentado un punto de partida en cuestión de casas
portátiles, las antiquísimas yurtas mongolas son un referente ineludible. Creadas hace más de 2 mil años,
tienen como principales atributos el ser portátiles, desarmables y plegables. Se conforman de una sólida base,
una estructura cónica en madera y una cubierta blanca
de piel o fieltro con toques de color en las costuras y
la puerta. Se distinguen en la estepa como si se tratase
de raras y delicadas flores colocadas al azar en una extensión verde.
En la película La cueva del perro amarillo de
Byambasuren Davaa (Alemania, 2005) las yurtas son
elementos centrales. Retrata la vida cotidiana de una
familia de nómadas de Mongolia, cuya pequeña hija,
Nansal, se encuentra a un perro abandonado y decide
adoptarlo en secreto por miedo a que el padre lo rechace. Cuando el secreto de la niña se descubre, la madre
y el padre le permiten conservarlo, pero los otros nómadas le exigen al padre que el perro se vaya. Como
Nansal está muy apegada al perrito, el padre levanta
la yurta en cuestión de horas y la familia parte con su
casa enrollada y perfectamente plegada. Se cree que
los perros traen mala suerte al ser familia de los lobos
y por eso tanto los hombres de la comunidad como el
padre de Nansal son implacables respecto a tener a un
perro como mascota.
Las yurtas son un claro ejemplo de cómo la casa y
el hogar se reducen al perímetro contenido dentro de
la tienda porque las estepas que la albergan (vecindario) están destinadas a ser territorio anónimo. Por más
corta que resulte la estancia de una yurta en la estepa,
ésta siempre redibujará el paisaje; lo mismo sucedió
con las casas terranovenses en sus nuevos domicilios:
reconfiguraron la arquitectura de las ciudades que las
alojaron. Algo similar ocurre a quienes se mudan.
Quizá en esta lógica de las casas portátiles que intervienen los entornos donde se instalan surgió el proyecto “Rolling Masterplan” concebido por el estudio
de arquitectura sueco Jagnefält Milton en Åndalsnes
(Noruega). Se trata de una pequeña ciudad sobre ruedas, para cuya construcción se reutilizaron antiguas
vías de ferrocarril con el fin de trasportar los edificios
y módulos rodantes de la ciudad a los suburbios y viceversa. Este poético sistema permitía cambiar la ubicación de los módulos con relación al espacio urbano,
la estación del año y el clima. El Rolling Masterplan
incluía cien casas individuales, un hotel, baños públicos, una alberca, áreas verdes y una sala de conciertos,
entre otros.
Hay algo de surrealista y de efímero en la arquitectura del Rolling Master si se tiene en cuenta que
Åndalsnes está rodeada por fiordos y montañas, y que
la ciudad sobre ruedas circulaba en medio de esos
paisajes alucinantes. La propuesta arquitectónica fue
presentada al certamen internacional de Plan Maestro
convocado por la ciudad noruega y obtuvo el tercer
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lugar. De haber ganado el primero, el prototipo de ciudad móvil se habría expandido en toda Åndalsnes.
Jagnefält Milton perdió su ciudad sobre ruedas en
un concurso casi como ciertas familias terranovenses
sus casas en el mar a media mudanza, pero lo que el
autor de Una casa para siempre perdió al cambiarse de
casa fueron algunos de sus libros. Después de pasar
gran parte de su vida adulta en un departamento ubicado en la Travessera de Dalt, se mudó en la primavera
de 2010 a otro barrio barcelonés más tranquilo y menos turístico. Según cuenta en “Apuntes de mudanza”
(El País, 30/05/2010), tenía 200 cajas llenas de libros y
por eso no sorprende que se olvidara de una, la única
que no había podido revisar. Esa caja contenía sólo
libros que habían sido dedicados a su persona por sus
autores. Todos ellos fueron a dar a la librería de viejo
“El Astillero” en Barcelona. Uno de los autores cuyo
libro iba en esa caja es Juan Bonilla, quien recuerda en
su artículo “El destino final de las bibliotecas de escritor” (El Cultural, 4/11/2012) que “Borges decía que ordenar una biblioteca era la forma más sutil de practicar
la crítica literaria, lo que llevó a Felipe Benítez Reyes a
escribir que hacer una mudanza es la forma más brutal
de hacer crítica literaria”.
No se sabe a ciencia cierta si esa caja fue inconscientemente extraviada o un olvido deliberado, pero lo
que sí se sabe es que Una casa para siempre es el libro
favorito de Vila-Matas de entre los que ha escrito, y
que “Claro que no moriré” fue la primera canción que
compuso el talentoso y joven músico de Mexicali.
Ahora escucho “Varado en Guadalajara” de Juan
Cirerol: “Me pongo a ver por la ventana / y le pego
un trago a mi caguama”, y en mi caso se trata de una
cerveza blanca de 25 ml. para celebrar con vista a mi
casa de techo rojo que la disquera Universal recién le
editó su álbum Todo Fine después de años recorriendo
la escena independiente con infatigable nomadismo.
Lejos está el hombre de aquellos legos imaginarios
que conforman el caparazón de las tortugas o la concha de los caracoles, pues ellos no tienen la posibilidad
de abandonar su [casa para siempre]. Acaso en materia
de mudanzas, la mayoría de las personas siga el modelo
de los cangrejos ermitaños quienes, debido a la fragilidad de su blando abdomen y carencia de caparazón
propio, buscan conchas abandonadas (de moluscos
muertos) para sustituirlo.
Podría vérseles como unos cangrejos okupas, como
unos recuperadores de casas. Cuando digo que los
hombres nos parecemos a ellos al mudamos, me refiero a que según el tamaño de nuestras necesidades y
posibilidades, abandonamos una casa por otra. Como
es de esperarse, los cangrejos ermitaños se mudan de
casa conforme crecen en búsqueda de conchas más
adecuadas a sus nuevos tamaños.
[Una casa para siempre porque claro que no moriré]
es la búsqueda siempre inacabada, siempre contradictoria de un sitio ideal para habitar. Ya es de noche y la casa
que veo desde mi ventana tiene las luces apagadas; no
hay un farol que alumbre su techo. Está tan oscura que
la desconozco. Deposito el envase de cerveza en el contenedor para vidrio y hago una pausa frente al refrigerador. Mi casa para siempre está ahí, iluminada, perfecta,
portátil. Tomo la polaroid y la coloco debajo de mi almohada. Hoy voy a soñar con la estepa de Mongolia.
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Poemas
Karla Olvera
Primera volcadura
Caí los renglones de una carta que era como espejo.
Caí precipitadamente con los cabellos volando al cielo,
murciélagos en fuga chocando contra el viento.
Caí con los pies en punta y los puños abiertos.
Caí los acantilados y los aires
Caí la arena mil cangrejos abajo
Encontré telegramas en checo
Leí mensajes adentro de botellas
Soñé con los hermanos Montgolfier.
Caí y tendí una tienda de Mongolia
venía con kit cinematográfico:
perro amarillo
telas
cabras
tazones
bandejas
carretas
todas miniaturas
desarmables.
Caí de manera horizontal
por planicies verdes infinitas
caí quebrando el horizonte
en zig-zag, zag-zig.
Caí a lo ancho del cielo
y al revés.
Caí los jardines espirales
a tal velocidad que obtuve
espigas de lavanda inglesa
como caspa en el cabello.
Rasgué cactáceas.
Erosioné la tierra volcánica.
Me aferré a enredaderas.
Caí sin importar cuánto
ni de dónde me detuviera.
Caí tanto
caí tan rápido
que pensé que era como caminar.
Caí en un vuelo descendente
una caída libre:
la gravedad en el estómago revuelto,
vuelto el velocímetro de mi cuerpo,
un espantapájaros que se tragó
dostrescuatrocincoseis brújulas.
Caí a la velocidad fractal
de un tren bala que pierde
burbujas de jabón
sopladas desde un aro recubierto
con hilos de colores
en segunda clase.
Caí los picnics salvajes
en vuelos serpenteantes de manteles
papalotes y bisontes.
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Caí blanco. Caí negro.
Caí los pianos rumanos.
Caí los clavicordios búlgaros.
Caí tres teclas al centro de la rosa,
elidí el viento y las direcciones,
secuestré su música para siempre.
Caí mil recuerdos atrás.
Pasé invisible junto a mí
junto a personas queridas
junto a un perro pinto,
polizonte en canastilla
de bicicleta cobra y
triciclo apache.
Caí las brumas
Caí los fríos veintisiete bufandas adentro
Caí las puntadas de lanas elegantes
Dos derechas, tres reveses, cinco ganchos
Caí una lluvia de agujas de marfil
Caí las lágrimas de paquidermos
Caí los bucles albinos de las ovejas
Caí como grito de cabra
en Heidi.
Caí los frutsis congelados
abiertos con un mordisco
por debajo.
Caí las fotografías de bisabuelos
y otra gente que nunca conocí.
Caí los rostros
caí los gestos
los muertos.
Caí el hormigueo interno
y lento de las palmas.
Caí los labios hirvientes
buscando el fuego.
Caí los vientos polares
Y vi a las nubes perder su
esponjoso y rizado cabello
en forma de nieve
sobre Laponia.
Caí las fracturas
en los lagos congelados
caí lo más helado del agua
con mi traje de buzo
imitación Cousteau.
Caí las ballenas blancas
me unté su grasa ártica
y descendí sin sentir frío.
Caí las ventanillas
de los submarinos
como infinitos ciclos de lavadora.
Caí los puntos y las rayas
de la clave Morse
mandé montones de cablegramas
al otro lado del océano.
Caí los puertos cálidos
Génova, Marsella
Lisboa y Barcelona
caí sus aceitunas
sus sardinas y sus vinos.
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Caí los pastéis de nata
los gelati, las navettes
y las berlinas.
Caí en una siesta hipnótica
después del azúcar.
Soñé que caía
y
caía
y la cama era Stonehenge
blanco y algodonado
desde el piso.
Vadim
El perro aguarda junto al ventanal
y sólo es perro
perfectamente negro, labrador,
y perro.
Algo sobre los barcos
De los barcos no me interesan los camarotes ni el timón ni el radio. Tampoco la vela ni la bandera. Lo
único que en verdad me importa de los barcos son los
trazos que dejan en el mar: apenas pistas de espuma
sobre la ruta de un viaje, listas para perderse entre las
olas.
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Poemas
Daniel Fragoso
Inopia
Parece que el ambiente
está lleno de bombas,
sigo recostado,
como un boxeador que perdió la pelea.
Parece que hace tiempo doblan las campanas
para exigir el futuro,
y me interrogan:
¿qué canción emplearía para reconciliarme
con la ciudad después de un día más de sobrevivencia?
0 7 :1 0 :1 0
A Schleier Mädchen
Intenté llevar un diario
sin más rigor que las palabras,
un sitio donde la lectura de los días
se hiciera a partir de una ventana
en que las sombras
no fueran el desorden urgente de las horas,
intenté seguir hasta que enfermé moralmente
y olvidé cómo utilizarlo.
Aterido he andado de la mudez al balbuceo
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haciendo lo único que sé
mirar la pantalla de mi computadora,
y no pensar
mientras la memoria va desembocando
poco a poco en el olvido.
1 0 :1 0 :1 0
No es la noche
ni sus nombres,
son las ansias de robar al alba
lo que resta de nosotros.
Sobre los autores
Enrique Olmos de Ita. Llanos de Apan, Hidalgo, México, 1984. Dramaturgo, director de escena y crítico de
teatro. Su obra ha sido reconocida con múltiples galardones, entre los que destacan los premios Nacional
de Dramaturgia Manuel Herrera 2008, por Job; el XI
Domingo Pérez Minik 2008, España, por Inmolación;
el Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz 2010, por
Bacantes after party, el Nacional de Dramaturgia para
Niños INBA 2012, por Hikikomori 2.0, y el Marqués
de Bradomín del gobierno de España 2011, por Era el
amor como un simio y viceversa.
www.enriqueolmos.com
Yuri Herrera. Actopan, Hidalgo, México, 1970. Yuri
Herrera escribe y da clases. Es autor de Trabajos del
reino, obra ganadora del Premio Binacional de Novela 2003 y del premio Otras voces, otros ámbitos a la
mejor novela publicada en 2008 en España. Escribió
Señales que precederán al fin del mundo, novela finalista
del premio Rómulo Gallegos en 2011. En 2013 publicó La transmigración de los cuerpos. Sus relatos infantiles
¡Éste es mi nahual! y Los ojos de Lía fueron publicados
en 2007 y 2012, respectivamente. Ha sido profesor de
Narrativa y de Teoría literaria en varias universidades
de México, Francia y EU.
Diego José. Nació en la Ciudad de México en 1973.
Radica en Pachuca, Hidalgo. Es autor de cuatro libros
de poesía, dos novelas y un volumen de ensayos. Su
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obra ha recibido los premios Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 2000, el XIV Nacional de poesía Efraín Huerta 2002, el XIII Nacional de
Poesía Enriqueta Ochoa 2006 y el Literario Abigael
Bohórquez en el género de ensayo 2004. Poemas de
Diego José fueron recogidos en la Antología General
de Poesía Mexicana, de Juan Domingo Argüelles. En
2011 y 2013 fue becario del Foecah. Fundó la revista
de literatura y arte La palanca.
Agustín Cadena. Ixmiquilpan, Hidalgo, México,
1963. Es ensayista, narrador, poeta y traductor. Su poemario Orgía de palomas (1993) es la primera de una
treintena de publicaciones entre las que destaca Diáspora. Hidalgo: una narrativa en el exilio (en colaboración
con Miriam Martínez, 1998). Ha sido distinguido con
los premios nacionales Universidad Veracruzana 1992
en ensayo y narrativa, de Cuento Infantil Juan de la
Cabada 1998, de Cuento José Agustín 2005, además
del Estatal de Poesía Efrén Rebolledo 2011, y el Sexto
Continente 2012 de relato histórico.
Ilallalí Hernández Rodríguez. Nació en Pachuca,
en 1981. Se ocupa de la gestión de proyectos culturales
en la revista binacional Literal Latin American Voices.
Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Foecah. Realizó una residencia en Colombia donde escribió Cuentos de seis líneas con dictamen
(2014). Con El recorrido por la mansión del conde…
ganó el Premio Estatal de Cuento Ricardo Garibay
2006. Su obra ha sido antologada en Narrativa de la
fundación para las letras, Proporción Áurea y en Mujeres
que le hacen al cuento.
Karla Olvera. Nació en Pachuca, en 1981. Es poeta,
ensayista y traductora. Su poemario Cuando la nieve caiga en el Mediterráneo (2013) obtuvo el Premio Estatal
de Poesía Efrén Rebolledo, fue parcialmente traducido
al francés y materia de estudio en una tesis de maestría
de la Universidad Paul Valéry en Montpellier. Su obra
La música en un tranvía checo (2011) ganó el Premio
Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos. En 2010
obtuvo el Segundo Premio Punto de Partida, UNAM, en
los rubros ensayo literario y traducción literaria.
www.karlatone.canalblog.com
Daniel Fragoso Torres. Pachuca, 1980. Poeta y editor. Su obra ha obtenido el premio de Poesía del Instituto Hidalguense de la Juventud 2000, el Premio de
Periodismo cultural de la Fundación Latinoamericana
de Estudios Superiores 2002 y el Premio de Poesía
Efrén Rebolledo 2006. Es autor de: Oficio de estar solo
(2014), Escuela del Vértigo (2010), Bitácora del desánimo (2008) y Epílogo de insomnio (2006).
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#SomoZombis
Antología de literatura hidalguense para jóvenes
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