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Archivo TEA y DeporTEA. Material seleccionado para uso interno.
Diario La Nación, miércoles 4 de marzo de 1998.
Ubicación original: C-1245. Actual: BD00088
El caso
Beisbol de exportación
Sin ser un deporte tradicional en nuestro país, el talento de los jugadores argentinos despierta
el interés de los equipos más poderosos de los Estados Unidos
Por Ernesto R. Rodríguez
Dentro de un planeta globalizado, en el béisbol de los Estados Unidos han encontrado aquello
que los economistas llaman un potencial nicho de mercado en un lugar casi insospechado para
los expertos: la Argentina. Con menos de 3000 jugadores federados, el caso de nuestro país
bien merece una mirada en profundidad.
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La historia empezó en 1990, cuando el seleccionado nacional comenzó una dura preparación
con vistas a los Juegos Panamericanos que se hicieran en Mar del Plata, cinco años después.
El equipo quedó en manos del entrenador Carlos Siffredi, que tras un trabajo de hormiga logró
que su equipo ganase un lugar en el mundo a medida que se acercaba el torneo.
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Mientras tanto, en tierras norteamericanas, ya había un adelantado. En agosto de 1991, Martín
Dohour, short stop del seleccionado, se fue a jugar a McKendree College, en Illinois, por los
siguientes cuatro años. Seis meses después lo siguió el pitcher Carlos Fushimi, pero
rápidamente se alejó del deporte. "Con la ida de esos jugadores nos jugábamos una carta
brava -explica ahora Siffredi-, porque no tenían que aceptar contratos para poder continuar en
el equipo."
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Dos diamantes en bruto En 1993, en pleno Premundial de Nicaragua, un buscador de talentos
de los Atlanta Braves lo vio a Lisandro Corva lanzando y se enamoró de aquel joven que tenía
un brazo pocas veces visto. Comenzó la persecución por su firma y en uno de los viajes a la
Argentina, rescató también a Gustavo Carubelli, el más eficaz outfielder del país. En diciembre
de 1994 los contrataron por 40.000 dólares, pero los papeles fueron retenidos hasta el final de
los Panamericanos, ya que estaban prohibidos que participaran los profesionales. Después del
primer partido del torneo, en donde sorprendieron a los norteamericanos, muchos expertos
pidieron precio, pero ambos ya pertenecían al equipo del magnate de las comunicaciones Ted
Turner. Ya en los Estados Unidos, Corva debutó en la liga rookie para los Gulf Coast Braves;
Lisandro jugó muy pocos partidos antes que su codo estallara. Fue operado y volvió en 1996,
lanzando en gran forma, por lo que lo subieron al equipo de la ciudad de Macon, de Clase A.
Pese a que su perfil era óptimo para llegar a un equipo grande, la lesión recrudeció y fue
despedido. Ahora, en la Argentina, prepara su vuelta en silencio.
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Mientras tanto, Carubelli había empezado en el más flojo de los equipos de la organización y
por su buen rendimiento fue elevado rápidamente a los Tigres de México, de Liga AAA. Tras un
año excelente tuvo ofertas para jugar en equipos del Caribe, pero la falta de una oferta
concreta para entrar en los Estados Unidos le hizo bajar la guardia.
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Sangre nueva
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Cuatro jugadores de aquel seleccionado panamericano habían viajado a instituciones
educativas, con la esperanza de llegar a las Grandes Ligas. El equipo, que encaró una gira por
la República Dominicana, sufrió un recambio, bajando notablemente su edad.
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Allí dos jugadores de 16 años -el catcher Juan Pablo Angrisani y el infielder David Chocarrofueron invitados a realizar un período de entrenamientos con equipos de Grandes Ligas. La
intención de las autoridades de los equipos norteamericanos es probar cómo los noveles
jugadores resisten la presión de jugar con los consagrados y asegurarse su fidelidad para el
futuro. "Esos chicos cumplen con todos los requisitos -explica Dohour, ahora alejado del
deporte-. A su habilidad para el juego le agregan una edad privilegiada para comenzar la larga
eliminación hasta la elite." Su paso fue tan exitoso, que el año último se sumaron otros cuatro
jugadores menores de 20 años -Gabriel Samsó, Pablo Meneghini, Luca Enbrecker y Hernán
Parrota- y de ellos hay dos que tienen destino profesional. Con orgullo paterno, Siffredi y Juan
Repetto, presidente de la federación nacional, coinciden en que todo es producto de un trabajo
de base y formación, intentando abrir el juego con las plazas del interior para despertar interés
en todo el país. Varios de sus chicos ya caminan con rumbo cierto hacia el gran sueño:
romperla en las Grandes Ligas.
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Un largo camino a la fama
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El béisbol norteamericano posee una estructura piramidal. La base, fuera del profesionalismo,
está conformada por el deporte colegial al igual que en otras disciplinas.
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Cinco jugadores argentinos pasaron por esta experiencia: Martín Dohour, Mariano Boccardo,
Mariano Cádiz, Alejandro Pérez y Marcelo Costa.
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Una vez que el beisbolista firma un contrato profesional, su club -que posee equipos en cada
uno de los diferentes estamentos- lo ubica en una liga rookie, para foguear a los principiantes.
Allí debutó Lisandro Corva.
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Al año siguiente debe dar el salto, y tiene tres categorías antes de llegar a la elite.
Seguramente será ubicado en la Clase A, la de más baja calidad, con siete campeonatos
diferentes; en uno de ellos hizo su presentación Gustavo Carubelli.
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El paso a cualquiera de los tres torneos de la siguiente, la Clase AA, es fundamental, ya que
ratifica que el jugador tiene reales condiciones. Si llega ahí antes de los 25 años y tiene una
buena temporada, su ascenso será casi inmediato.
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A continuación viene la Clase AAA, una reserva del primer equipo de la organización. Se utiliza,
sobre todo, con los jugadores extranjeros que pueden sobrecargar las escasas visas de trabajo
de cada conjunto; por eso una de las tres ligas se juega en México. Allí participó en su segundo
año Carubelli.
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Por fin, las Grandes Ligas, integrada por 31 equipos en donde juegan los mejores jugadores del
planeta. De los campos de entrenamiento de los Atlanta Braves, los Toronto Blue Jays y los
Arizona Diamondbacks participaron seis juveniles argentinos.
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