escepticismo, término (del gr. sképsis, indagación, revisión, duda) con que se indica, en general, la actitud de quien niega toda posibilidad de conocer la verdad. Históricamente, es una corriente filosófica que surge y se desarrolla en el mundo antiguo (s. IV a.C. - s. II d.C.) y suele subdividirse en tres fases: pirronismo, escepticismo de la Academia y neoescepticismo. La primera fase se remonta a Pirrón y a su discípulo Timón de Flionte y se sitúa entre la segunda mitad del s. IV y el s. III a.C.; la segunda se radica en la Academia platónica con Arcesilao y Carnéades en los ss. III y II a.C., y la tercera, que abarca el período comprendido entre los últimos años del s. I a.C. y todo el s. II d.C. y que se divide, a su vez, en el denominado neopirronismo dialéctico de Enesidemo y Agrippa y en el neopirronismo empírico de Sexto. La sképsis es definida en el pirronismo como negación de la existencia de un significado absoluto de la realidad: todas las cosas son igualmente inciertas e indiscernibles, de modo que ante ellas es sabio abstenerse de opinar y llegar a la aphasía, es decir a la suspensión de todo discurso positivo, y, en la esfera práctica, a la ataraxia o imperturbabilidad, únicas vías capaces de reportar la felicidad al hombre, fin último de toda investigación filosófica. En la segunda fase, denominada «académica», el escepticismo radicaliza sus posiciones: evita ante todo presentar una verdad propia y se limita a examinar críticamente las tesis de los dogmáticos (particularmente de los estoicos), mostrando sus contradicciones y vacilaciones. Es preciso adoptar una actitud de epojé o suspensión total del juicio (Cicerón, Lúculo, XVIII, 59; XXI, 67; Sexto Empírico, Contra los matemáticos, VII, 156-157) hasta el punto de que el mismo discurso escéptico no se sustraiga a la radicalidad de la duda: no podemos ni siquiera afirmar que sabemos que no sabemos, sostenían Arcesilao (Cicerón, Varrón, XII, 45) y Carnéades (Cicerón, Lúculo, IX, 28). En la práctica, el criterio de lo «razonable» de Arcesilao y de lo «persuasivo» de Carnéades se configuran como guía de la acción, pero sin ninguna pretensión dogmática: ellos no nos conducirán a la felicidad, sino que nos orientarán hacia una praxis que parta del reconocimiento de lo conveniente y oportuno, así como de la consideración del número preponderante de razones (probabilismo) que suscitan nuestra creencia. En la tercera fase (neoescepticismo o neopirronismo) la especulación gira alrededor del problema de la epojé. La labor principal de Enesidemo y de Agripa consiste en formular orgánicamente todos los argumentos (tropos) oponibles a las construcciones dogmáticas. Pero, dado que, también aquí, el sentido de los tropos es negar radicalmente la existencia de lo verdadero, la negación no se presenta ella misma como criterio dogmático de verdad, sino como negación que además de su objeto se niega a sí misma y no da valor de verdad a la propia negación. También Sexto Empírico interpreta así la tropología al afirmar que las expresiones escépticas «pueden anularse por sí mismas, circunscribiéndose ellas mismas con las cosas de que se dicen, del mismo modo que los medicamentos purgantes no sólo expulsan humores del cuerpo, sino que se eliminan a sí mismos junto con los humores» (Hipotiposis pirrónicas, 1, 206). . El escepticismo en el pensamiento moderno. Mientras que el escepticismo antiguo concluye negando la posibilidad de toda verdad, modernamente se configura con rasgos menos rígidos y se presenta más bien como afirmación de la subjetividad de la conciencia. En el Renacimiento -momento en que Montaigne, con su Apología de Ramón Sibiuda representa la expresión más significativa de esta corriente filosóficala ilusión de la verdad se disuelve una vez más al ponerse de manifiesto las contradicciones entre percepciones y conceptos en que incurre el sujeto cuando desea presentarse como norma unitaria y constante de lo verdadero. Montaigne rebate al pensamiento moderno su convicción de que el saber humano sea capaz de aprehender leyes universales de lo real, en nombre de una pretendida armonía entre ser y pensamiento. Sin embargo, frente al carácter incierto del conocimiento del mundo exterior, el escepticismo renacentista admite, en el ámbito moral, el contenido estable y positivo de la autoconciencia, la cual, al tener su centro de gravedad en sí misma se presenta en contraposición con los contenidos de las leyes positivas, de la convención y de la religión- como expresión de una ley natural, inmutable en su esencia e idéntica para todos. En el s. XVIII, y con D. Hume, se da el paso del escepticismo a posiciones subjetivas radicales. En el pensamiento de este filósofo, mediante el recurso a factores extralógicos y extrarracionales, como son la creencia y el sentido común, el escepticismo se presenta como un «escepticismo mitigado», que concilia la crítica teórica radical con la aceptación de criterios subjetivos de la verdad, adecuados a las necesidades de la vida humana. Así, aparece bastante netamente la oposición entre escepticismo antiguo y moderno: mientras que este último niega sólo el pensamiento racional y da como verdadero el contenido de la conciencia sensible, el escepticismo antiguo, aun reduciéndose también a los hechos de la conciencia, no les confiere nunca cualidad de verdad De ambos resulta la subjetividad del saber, pero, a diferencia de los modernos, que admiten la sensación como criterio de verdad, los antiguos muestran la subjetividad de todo saber, poniendo de relieve la no-verdad de todo aquello que quiera presentarse como verdadero, sea sensación o pensamiento. La radicalidad de su duda es, por tanto, «la negatividad consciente y universal; como consciente, prueba, y como universal, extiende a todo su no-verdad de lo objetivo» (G. W. F. Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía). Pero, precisamente por su actitud radical de negación universal de la verdad objetiva, el escepticismo no debe ser considerado, según el juicio de Hegel, como «el más peligroso [...] adversario de la filosofía», sino como momento positivo de la misma, ya que no niega el carácter mutable de las cosas ni se sustrae a la necesidad del conocimiento pensante; en efecto: «El escepticismo es la realización de aquello de que el estoicismo era solamente el concepto -y la experiencia real de lo que es la libertad del pensamiento; ésta es en sí lo negativo y tiene necesariamente que presentarse así» (Fenomenología del espíritu). Enciclopedia de la Filosofía Garzanti Ediciones B, Barcelona 1992