La televisión inculca el relativismo moral y el escepticismo religioso La televisión es un fenómeno social de gran trascendencia, es una fuente de información y de entretenimiento. Puede llegar a modelar las actitudes, las opiniones, los valores y los prototipos de comportamiento. También puede difundir noticias a millones de personas con rapidez y capilaridad. Su función se podría resumir en que debe formar, informar y entretener. Con frecuencia el medio televisivo se aparta del bien común, entonces “puede dañar la vida familiar difundiendo valores y modelos de comportamientos degradantes, emitiendo pornografía e imágenes de brutal violencia; inculcando el relativismo moral y el escepticismo religioso, difundiendo mensajes distorsionados o información manipulada sobre los hechos y los problemas de la actualidad; transmitiendo publicidad de explotación que recurre a los más bajos instintos; exaltando falsas visiones de la vida que obstaculizan la realización del recíproco respeto, de la justicia y de la paz”, afirma Juan Pablo II. La televisión también puede producir otros desórdenes; cuando se utiliza de modo excesivo, se despilfarra el tiempo, se sustraen muchas horas al trabajo, a la vida familiar y al trato con Dios. Para evitar estos peligros conviene seleccionar muy bien los programas. Es necesario superar esa dependencia, casi morbosa, de la pequeña pantalla. El abuso de la televisión puede dañar a los miembros de la familia en sus mundos privados, eliminando las auténticas relaciones interpersonales, alejando a los padres de los hijos y a los hijos de los padres. La pasividad que la televisión genera va adormeciendo el sentido crítico y, de modo especial, en el caso de los niños y adolescentes. Se debe actuar, ante los muchos canales de televisión, con sentido común y encender el televisor para un programa concreto, comer y cenar con el receptor apagado y que los hijos no visionen la televisión en solitario. Todo esto llevará a que el hogar sea luminoso y que crezca el cariño y la alegría entre los componentes de la familia. También hay que vivir la fortaleza y apagar el televisor cuando aparezcan imágenes inconvenientes, o su contenido sea claramente tendencioso, tanto si están vionando el programa niños como adultos; lo que emponzoña a un chiquillo también mancha a un longevo. Juan Pablo II también afirma que; “los padres que hacen un uso regular y prolongado de la televisión como si se tratara de una especie de niñera electrónica, abdican de su deber de principales educadores de los hijos”. Por último, es muy conveniente que los padres se unan en asociaciones para exigir a las televisiones, programas que no degraden a sus hijos o exigir a los anunciantes que eliminen los “spots” publicitarios de programas claramente inconvenientes. Clemente Ferrer Presidente del Instituto Europeo de Marketing Luis de Salazar, 9,- 28002-Madrid DNI: 20285521 G.- Tel: 914137873 [email protected]