LAS CAMPAÑAS ELECTORALES URUGUAYAS DE 2009: LAS INTERNAS - PRIMARIAS DE JUNIO Luis E. González Universidad Católica del Uruguay Julio de 2009 Ponencia presentada en la Segunda Jornada de Monitoreo de la Campaña Electoral uruguaya, realizada el 22 de julio de 2009 en la Universidad Católica, Montevideo, Uruguay, con el apoyo de la Fundación Konrad Adenauer. El autor agradece a las dos instituciones que hicieron posible este trabajo, y a Fernanda Boidi por sus comentarios. Versión preliminar para discusión. Se ruega no citar ni difundir. La reforma constitucional uruguaya de 1997 establece un ciclo electoral de cinco años en el que tres (eventualmente cuatro) elecciones se concentran en menos de un año. La primera elección del ciclo 200910 fue la de junio de 2009. El último domingo de junio, en elecciones no obligatorias, abiertas a todo el electorado, los partidos que deseen competir en las elecciones nacionales de octubre eligen sus candidatos presidenciales y autoridades partidarias nacionales y departamentales. A pesar del nombre habitual (“internas”), estas elecciones son principalmente “primarias”, puesto que eligen los candidatos presidenciales, y ésa es su característica más importante desde el punto de vista del electorado. Pero también son “internas”, porque eligen a los miembros de las Convenciones nacionales y departamentales de los partidos (aunque sus responsabilidades sean limitadas). El último domingo de octubre, con voto obligatorio, la ciudadanía elige presidente y legislatura. La integración de la legislatura es la que surge de esta elección, con representación proporcional. El presidente, en cambio, debe ser elegido por mayoría absoluta; si nadie la obtiene, entonces el último domingo de noviembre hay un balotaje (o “segunda vuelta”) entre los dos candidatos más votados en octubre, cuyo ganador obtiene la presidencia. Las autoridades departamentales, finalmente, se eligen en 2010, en la última elección del ciclo. Esta ponencia examina la primera de esas elecciones, las internas – primarias de junio de 2009. 1. El marco: la política uruguaya 1.1. La democracia consolidada Uruguay es una de las pocas democracias latinoamericanas “de la primera ola”, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. 1 Un siglo después, a comienzos del siglo XXI, para la mayoría de los latinoamericanistas en la región hay sólo tres democracias consolidadas: Costa Rica, Chile y Uruguay. Las clasificaciones más conocidas de los regímenes políticos latinoamericanos según sus atributos democráticos asignan el primero o uno de los primeros lugares al orden político uruguayo. En la clasificación de Freedom House (2009) según derechos políticos y libertades civiles, de los 17 países de América Latina continental sólo tres países reciben un promedio perfecto de 1 (nivel más alto de libertades) para las dos dimensiones: Costa Rica, Chile y Uruguay. 2 Otros seis países (encabezados por Panamá, Argentina y Brasil) son clasificados como libres, y los ocho restantes son vistos como “parcialmente libres”. El Indice de Democracia del Economist Intelligence Unit muestra a los países de la región esencialmente en los mismos términos. Este Indice asigna un puntaje de 8.08 a la democracia uruguaya (lugar 23 entre los 167 regímenes políticos evaluados) y de 8.04 a la costarricense (lugar 27). Uruguay y Costa Rica son las dos únicas democracias de la región clasificadas como “plenas” (full democracies), que en total son sólo 30 (18%) entre todos los países considerados. 3 Chile aparece algo más abajo, en el lugar 32 (su puntaje es 7.89), en la categoría de las democracias “con fallas” (flawed democracies). Lo sigue Brasil, bastante más abajo (lugar 41, puntaje 7.38). El grueso de los países latinoamericanos aparece detrás de Brasil en esta categoría, democracias “con fallas”. Esta historia es crucial para los temas que se examinan aquí. En primer lugar, es la raíz de una cultura política democrática distintiva en América Latina. Todas las encuestas que abarcan el conjunto de la región subrayan desde hace varios años ese carácter distintivo. 4 En segundo lugar, y este es el punto central, esa historia y esta cultura política hacen que la traducción de las preferencias del electorado en partidos y elencos gobernantes sea una de las más limpias de toda la región. No solamente en el sentido usual de limpieza de procedimientos electorales, 5 sino también, en un plano diferente, en el sentido de una considerable autonomía de los electorados, apoyada en una red relativamente densa de organizaciones políticas y sociales también autónomas. 6 Entre las democracias consolidadas de la región 1 Como discuten Tilly (2007) y Huntington (1991), con distintos indicadores y perspectivas. I.e., el puntaje correspondiente a cada dimensión es también 1. Las escalas de Freedom House varían entre 1 y 7, donde 1 es el valor que representa más libertad y 7 el que expresa menos libertad. La clasificación citada (2009) refleja los acontecimientos ocurridos en el curso del año 2008 (desde el 1º. de enero hasta el 31 de diciembre). 3 The Economist Intelligence Unit’s Index of Democracy 2008 (datos a septiembre de 2008). 4 Incluyendo al menos AmericasBarometer, Latinobarómetro y las serie de encuestas realizadas para la World Values Survey. 5 Con al menos un punto problemático importante en relación a las reglas que vinculan el voto legislativo y el presidencial. Como dice Mieres (2008, p. 172-3), en América Latina “Uruguay es el caso extremo en este sentido. El voto por las candidaturas presidenciales y parlamentarias … debe pertenecer al mismo partido … [Uruguay es] el caso de mayor definición por parte de las estructuras partidarias sobre la voluntad del votante, puesto que además [la votación a la legislatura] se estructura en base a listas cerradas en las que el elector no puede modificar su contenido ni ordenamiento”. 6 Por ejemplo: en 1980 el electorado rechazó una reforma constitucional plebiscitada por un régimen militar autoritario y rígido que ya llevaba siete años de gobierno, sin alternativas claras a la vista. Para los observadores externos este resultado fue inesperado, vistas las características del régimen. Para muchos opositores genuinos al gobierno militar esto parecía un “salto al vacío” de consecuencias imprevisibles; no había “plan B”. Después vinieron otras instancias de “rebelión de los votantes” (en Chile, en Polonia, por ejemplo) bajo condiciones severamente autoritarias, pero el caso uruguayo fue el primero de esas características, al menos durante la segunda mitad del siglo pasado. 2 estas diferencias “de limpieza” son hoy sólo de matices, pero entre ellas y los países de la segunda mitad de la lista, por ejemplo, pueden ser muy grandes. En el marco de la situación latinoamericana contemporánea, en Uruguay los gobiernos representan las opciones y decisiones autónomas de la población adulta con una distorsión sustantiva comparativamente menor. 1.2. Un sistema de partidos altamente institucionalizado El país tiene dos partidos fundacionales (o “tradicionales”), el Partido Colorado y el Partido Nacional (“los blancos”). Estos partidos, inicialmente partidos “de notables”, dominaron la política uruguaya desde mediados del siglo XIX hasta fines del siglo XX (con algunos paréntesis autoritarios, el último de ellos el gobierno militar de 1973-84). Desde principios del siglo XX se consolidaron ofertas políticas alternativas. La izquierda, en sus vertientes anarquistas y marxistas (con la evolución clásica: un Partido Socialista primero, y luego un Partido Comunista), no fue electoralmente importante en la primera mitad del siglo pasado, pero sí fue políticamente cada vez más importante, porque controlaba un movimiento sindical autónomo, liderado por trabajadores activos, independiente de los partidos establecidos y los gobiernos. También hubo una presencia partidaria de raíz cristiana, esencialmente católica. La izquierda tuvo sus ensayos de frentes populares, hasta que finalmente (en 1971) nació el Frente Amplio, inicialmente una amplia coalición liderada por la izquierda (que incluyó a la Democracia Cristiana, y también a grupos escindidos de los partidos tradicionales). Esa coalición fue adquiriendo rasgos cada vez más acentuados de “movimiento” primero, y de “partido” después (aunque, de la misma forma que los partidos fundacionales, muy fraccionalizado). Entre 1971 y 2004 el sistema de partidos uruguayo pasó de un formato “2 partidos y ½” a uno perfectamente tripartidista (claramente visible en 1994), para volver luego a un formato similar al inicial, pero con el Frente Amplio (FA) como partido más votado. El cambio tuvo un motor principal, la acumulación de insatisfacciones de la población (distancia entre expectativas y realidades percibidas: estas insatisfacciones son doblemente subjetivas), y fue moldeado por al menos dos factores muy influyentes: • fuertes identidades partidarias que limitaron el ritmo de cambio del sistema y aportaron un componente generacional al proceso. Los jóvenes, casi por definición, tienen identificaciones partidarias mucho más débiles que los mayores, y por lo tanto están más abiertos a considerar nuevas opciones. Con los mayores ocurre exactamente a la inversa. Este componente generacional de muy alta visibilidad (en las encuestas, en la militancia activa) llevó a algunos observadores a sostener que la transformación del sistema de partidos se explicaba con un “modelo” socio-demográfico. Sin embargo, el motor del proceso (insatisfacciones acumuladas) es político, y la forma y tiempos particulares de expresión de estas insatisfacciones también está condicionada políticamente (i.e., mediatizada por la fortaleza de las identificaciones partidarias). Tiene, efectivamente, una dimensión socio-demográfica, pero es un “modelo” político;7 7 González (2008b), esp. pp. 251-52. • un sistema de mayoría simple en la elección presidencial que desalentaba terceras alternativas y contribuía a mantener la predominancia política de los partidos fundacionales o “tradicionales” hasta entonces mayoritarios. 8 Este es el efecto que la terminología política uruguaya llama “voto útil”. Las consecuencias de este sistema electoral se sumaron a las inercias derivadas de las fuertes identidades partidarias, limitando el ritmo del cambio. El FA necesitó cuatro elecciones nacionales, las de 1971, 1984, 1989 y 1994 para poder alcanzar, recién en 1994, el peso electoral de los viejos partidos fundacionales. Una vez neutralizada la influencia del sistema electoral, el cambio se aceleró. Entre 1994 y 1999 el FA se transformó en la fuerza política más votada del país (pasando, en cifras redondas, del 30 al 40% de los votos), y entre 1999 y 2004 el FA alcanzó una mayoría absoluta (aunque ajustada), y ganó la presidencia en primera ronda, sin necesidad de balotaje. A lo largo de este proceso de cambio ocurrido entre 1971 y 2004 se observan dos “ciclos políticos”, uno de corto plazo y otro de largo plazo. El ciclo de corto plazo fue el impulsor de la rotación de los partidos en el gobierno. Cuando la disconformidad relativa con la administración era grande, 9 el partido de gobierno perdía muchos votos (especialmente entre los no identificados con él), votos que fugaban (mayoritariamente) hacia la alternativa viable de gobierno; esto regulaba la alternancia de las administraciones. Entre 1984 y 2004 hubo alternancia en casi todas las elecciones (1989, 1994 y 2004), excepto en las de 1999. Pero (al menos hasta la elección de 2004, cuyas consecuencias están todavía en proceso de desarrollo) el partido que perdía no “se caía”, porque las identificaciones partidarias, muy extendidas, le daban un “colchón de seguridad” necesario para ganar tiempo y posibilitar su recuperación. El ciclo de largo plazo fue el de la erosión lenta de las identidades partidarias tradicionales ocurrida en cada uno de los ciclos cortos, cuyos efectos finales eran acumulativos. Entre elecciones consecutivas el cambio podía parecer modesto (y usualmente lo era), pero al cabo de veinte años sus efectos acumulados culminaron en una transformación sin precedentes del sistema de partidos. El desencanto en cada uno de los ciclos alimentaba la erosión de las identidades partidarias, y los desencantados “en fuga” de los partidos de gobierno no podían emigrar fácilmente hacia el rival tradicional. Si ese rival siempre había sido visto como un adversario o enemigo inapropiado para gobernar, ¿cómo podía pasar rápidamente a ser la nueva identidad de los desencantados? Este segundo ciclo produjo un drenaje relativamente lento pero constante, que (mediado por los recambios generacionales, pero no solamente a través de ellos) fue construyendo la nueva alternativa (el Frente Amplio). Entre 1971 y 2004 también hubo algunos cambios político - estructurales. La reforma constitucional de 1997 fue una reforma esencialmente electoral, aplicada por primera vez en las elecciones nacionales de 1999. Introdujo candidatos presidenciales únicos por partido (esta fue la eliminación de la llamada “ley de lemas”, el doble voto simultáneo a nivel presidencial, que permitía que 8 Crespo et al. (2008, Cap. II ) discuten concisamente los efectos de los sistemas de mayoría simple en las elecciones presidenciales. 9 I.e., mayor que la desconfianza inspirada por sus adversarios. los partidos presentaran más de un candidato). 10 Los candidatos únicos debían ser elegidos en elecciones primarias simultáneas y abiertas. La reforma también estableció que para ganar la presidencia se necesita mayoría absoluta, con segunda vuelta entre los dos candidatos más votados si esa mayoría no se consigue en la primera ronda de votación (esto es: suprimió la regla de la mayoría simple en la elección presidencial). Esta última regla, que fortalecía la posición de los partidos fundacionales y dificultaba el ascenso de terceros partidos, en la práctica ya había caducado. La regla cumplió el papel que la teoría le asigna, haciendo más lento el cambio, pero no podía suprimirlo. La acumulación de resultados del ciclo de largo plazo ya mencionado fue sumando votos e identificaciones partidarias al FA hasta que, en 1994, la llegada de un tripartidismo prácticamente perfecto 11 eliminó el efecto del voto presidencial de mayoría simple: en un escenario de tres partidos de fuerzas electorales similares ya no hay “voto útil”. Desde esta perspectiva la reforma electoral de 1997 quitó un factor (la regla de mayoría simple en la elección presidencial) que en el pasado había ayudado a los partidos fundacionales, pero que ya era irrelevante. Lo reemplazó por una regla de mayoría absoluta que no constreñía el número de partidos, pero levantaba el umbral necesario para ganar, y de esa forma postergó por cinco años más la llegada del FA al gobierno. Estos factores “estructurales”, en suma, electoralmente no ayudaron al FA. Más bien actuaron en su contra, antes y después de la reforma de 1997 (aunque de diferentes formas). Entre los factores que sí contribuyen a explicar el triunfo del Frente Amplio en 2004 sobresale la sostenida, creciente inhabilidad de los partidos fundacionales para inspirar entusiasmo en el electorado, inhabilidad que cristalizó en el “ciclo de largo plazo” expuesto más arriba. Las circunstancias externas también ayudaron al FA. La administración colorada de 1999-2004 enfrentó una crisis severa, corrida bancaria incluida, con graves consecuencias económicas y sociales (los colorados gobernantes la llamaron, coloquialmente, la crisis de las “siete plagas de Egipto”). 12 Un factor adicional tal vez decisivo, sin embargo, fue que el FA se ayudó a sí mismo (“hizo los deberes”). A lo largo de los años 1971-2004 (especialmente en las dos últimas décadas, 1984-2004) fue cambiando su estrategia y sus tácticas. La experiencia de gobierno departamental de Montevideo (desde 1989) fue clave para el FA en al menos dos sentidos: “desdemonizó” su eventual triunfo nacional (si en Montevideo no había ocurrido nada malo, ¿porqué tendría que ocurrir algo malo si el FA ganaba las elecciones nacionales?), y facilitó lo que podría llamarse la “social democratización” de sus elites dirigentes más directamente vinculadas al gobierno departamental. También facilitó la social democratización de una parte grande y creciente de su electorado. Aquí hubo un círculo virtuoso entre la moderación del discurso del FA, que le permitió crecer hacia afuera de la izquierda neta, y la social democratización de sus votantes, porque esta social 10 Con la “Ley de Lemas”, en cierto modo, un único acto electoral era simultáneamente primaria y elección nacional. En las elecciones nacionales de 1994 la distancia entre el partido más votado (el Partido Colorado) y el tercer partido más votado (el Frente Amplio) no llegó a dos puntos porcentuales. La votación del Partido Nacional quedó en el medio. 12 La crisis comenzó con una devaluación brasileña y sus impactos directos e indirectos sobre la economía uruguaya. El más grave de los impactos indirectos fue el experimentado a través de Argentina (donde la situación llevó en última instancia al “que se vayan todos” y a la caída del Presidente Fernando De la Rúa). 11 democratización ocurrió más bien vía el crecimiento de su electorado (los frenteamplistas “veteranos”, los que fundaron el FA, no cambiaron ideológicamente, o cambiaron relativamente poco). 13 La victoria del Frente Amplio en 2004 fue la culminación y síntesis de todos estos procesos. La izquierda ya no prometió “hacer temblar las raíces de los árboles” (como sí lo había hecho todavía en 1999), sino el cambio “a la uruguaya” (uno de los lemas principales de la campaña del FA en 2004). Esto, en la jerga política nacional, significa: lento, seguro, incremental, “sin hacer olas”. Dicho más formalmente: un cambio prácticamente Paretiano, en el que algunos (o muchos; eventualmente, al menos en el discurso del FA, la mayoría) mejoran su situación, pero nadie o prácticamente nadie la empeora. Esa victoria terminó con el ciclo de cambio de largo plazo: a partir de 2009 inclusive, todos los actuales partidos mayores tienen una “foja de servicios” como gobernantes, y se pueden comparar sus resultados. En parte como consecuencia de este cambio, hacia junio de 2009, antes de las primarias, todas las encuestas profesionales difundidas públicamente asignaban al FA una intención de voto más baja que la que habían registrado cinco años atrás (en 2004) a la misma altura de la campaña.14 En 2004 los resultados de la mayoría de las encuestas sugerían una victoria del FA con mayoría absoluta propia; en 2009 todas o casi todas sugerían que sería necesaria una “segunda vuelta” de resultado difícil de anticipar. Esto prueba que ese ciclo de largo plazo (en el que la intención de voto al FA crecía en promedio al 1% anual, como si fuese “en piloto automático”) se terminó. Las campañas de 2009 efectivamente inauguran una nueva etapa política. 2. El gobierno del Frente Amplio 2.1. El FA en el gobierno: su desempeño Los primeros cuatro años del gobierno del FA mostraron que su transformación en una social democracia (o socialismo “europeo”) era real. Al cabo de esos cuatro años el país (como ya se observó) era una democracia comparable a la de 45 o 50 años atrás. 15 El FA también se social democratizó en materia de políticas económicas. Los equilibrios macroeconómicos se mantuvieron (con algunos problemas desde comienzos de 2009, como consecuencia de la crisis), a pesar de un “activismo social” gubernamental 13 Buquet y De Armas (2004), Caetano (2005), Garcé y Yaffé (2004), Lanzaro (2004), Moreira (2005) y Yaffé (2005) exponen distintas visiones (la mayoría concordantes, en lo esencial) sobre la social democratización o “moderación” (o “corrimiento hacia el centro”) del FA. 14 Desde marzo de 2009 en adelante la serie de notas de Fernanda Boidi y Rosario Queirolo “Encuesta de encuestas,” publicadas en el diario El País, resume los datos de fines de 2008 y primer semestre de 2009. 15 Vista desde las puntas del espectro ideológico uruguayo esta es una afirmación polémica. Para la punta derecha el país es ahora menos democrático que 45 o 50 años atrás, porque el FA habría deteriorado la calidad de la democracia. Para la punta izquierda, a la inversa, el país sería ahora más democrático que antes, gracias al FA. La punta izquierda no puede aceptar que 45 o 50 años atrás el país era tan democrático como a fines del primer gobierno del FA, porque si lo aceptara no podría justificar las acciones guerrilleras (y la “propaganda armada”) que precedieron al autoritarismo, al golpe de estado y al gobierno militar. El único argumento que quedaría es que “se sabía” que el autoritarismo venía en camino, y que sus acciones, por lo tanto, sólo habrían sido una anticipación defensiva. Los comparativistas no comparten estas perspectivas. mayor que el del pasado reciente; así lo han visto, reiteradamente, el BM y el FMI. En particular, el FA buscó deliberadamente reasignar más poder al trabajo organizado (y lo consiguió; según sus críticos, con exceso). En términos generales, este primer gobierno del FA fue “objetivamente” exitoso, aunque se pueda discutir hasta qué punto ese éxito fue construido por su administración, y hasta qué punto se benefició de circunstancias externas fuera de su control. El país está social y económicamente mejor, el ingreso real creció, y la desocupación, la pobreza y la pobreza extrema disminuyeron. En términos político – institucionales las cosas podrían estar mejor, pero como ya se observó, nadie observa problemas (nuevos) importantes, salvo desde las puntas del espectro político. Lo que se aprecia, si no universalmente al menos muy mayoritariamente, es una continuidad esencial con el orden democrático reconstruido a partir de 1984. Uruguay sigue siendo Uruguay; el Frente Amplio cumplió al menos una de sus promesas centrales (la del cambio “a la uruguaya”) y varias o muchas de sus promesas más específicas. Consistentemente con todo lo anterior, las encuestas profesionales difundidas públicamente en el primer semestre de 2009 mostraban que la población creía que el país estaba mejor, no sentía (o aún no sentía) los efectos de la crisis internacional, y era moderadamente optimista respecto al futuro del país y de sus familias en particular. Tal vez como consecuencia de estas ideas mayoritarias, la aprobación a la gestión del presidente era muy alta, y su popularidad personal también (en ambos casos por comparación con las costumbres uruguayas en estas materias, que suelen ser muy críticas). 2.2. El FA en el gobierno: imágenes Asumiendo que el apartado anterior brinda un resumen aceptable de la situación, entonces, ¿por qué razón el FA congeló su crecimiento político, y en el primer semestre de 2009 estaba más débil, electoralmente, que cinco años atrás? En primer lugar, como se recordará, el motor del cambio del sistema de partidos fue la acumulación de expectativas insatisfechas, expectativas doblemente subjetivas, porque comparan el estado de cosas considerado deseable y legítimo con la percepción (también subjetiva) del estado “real” de las cosas. Los votantes no son economistas o sociólogos que buscan indicadores y datos “duros” en las compilaciones estadísticas; en parte usan sus propias circunstancias (y las de sus grupos de referencia) como puntos de apoyo para sus juicios, y en parte comparan imágenes y expectativas. 16 En este plano, difícil de evaluar con alguna precisión, la información dispersa disponible sugiere que para una parte de los votantes del FA “su” administración gobernó bien, pero no logró satisfacer sus expectativas. Antes del triunfo de 2004 el candidato presidencial del FA buscó deliberada y reiteradamente contener y bajar las expectativas del público, pero el discurso político de muchos años del FA en la oposición tenía un peso y una inercia imposibles de modificar a corto plazo. Para ese discurso el país y su población podían (y debían) estar mejor simplemente quitándole el gobierno a los viejos partidos, porque ellos eran el problema: por incompetentes, o porque estaban deliberadamente al servicio 16 González (2008a, pp. 18-24) discute en términos más generales el tema de las expectativas. de intereses minoritarios (la burguesía, la oligarquía), o por corruptos, o por alguna mezcla de todos esos factores. No eran sólo parte del problema; eran el problema. Sin embargo, aunque los viejos partidos fueron desplazados (y el FA consiguió mayoría absoluta propia en la legislatura), el resultado de este cambio político mayor fue, para la vida diaria de la población, una suma de mejoras incrementales. En cierto sentido la propia magnitud del cambio político ayudó a empequeñecer el tamaño de los logros. Pocos están “enojados” con esta constatación, pero tampoco se observa el entusiasmo de cinco años atrás. “Somos mejores que los otros” podía seguir siendo uno de los temas centrales de campaña del FA, pero el dato nuevo era que para gran parte de su electorado (y de la población) las consecuencias prácticas de ese “ser mejores” (al cabo de cuatro años de gobierno) habían sido modestas e incrementales. No es un nuevo mundo, sino el mismo, aunque un poco mejor. En algún sentido importante este no es un mal resultado para el FA, pero por sí solo probablemente no le asegura un nuevo gobierno. Implícita o explícitamente, las campañas hacia las primarias de los precandidatos del FA, examinadas más abajo, responden de formas diferentes a este problema. 2.3. Las tensiones entre el discurso y la práctica El Frente Amplio en el gobierno fue (sin dudas) una social democracia “fáctica”: sus políticas fueron social democrátas. Pero no asume ni el nombre ni el verdadero árbol genealógico de esas prácticas. Este rechazo al nombre puede tal vez explicarse por la historia del FA. Muchos de sus actuales líderes y cuadros intermedios participaron activamente en su fundación, casi cuarenta años atrás, y heredaron la desconfianza a la social democracia propia de las tradiciones socialistas radicales y de la revolución cubana. En parte por esto, aunque casi todo el FA defiende vigorosamente su práctica de gobierno, nadie habla de social democracia o de social demócratas. 17 Este no es un problema sólo de palabras. También lo es de ideas. La social democracia es una oferta concreta, históricamente conocida, con ejemplos contemporáneos atractivos para muchos intelectuales y líderes políticos de la izquierda. Sin embargo, el FA la asume como plan de gobierno real, pero no como discurso, ni como teoría, ni como meta. Sólo es un instrumento algo indecente que no se menciona en público. El término, la idea y la meta aceptables para la mayoría de los líderes del FA (para un futuro situado a distancia indeterminada) es “socialismo”. Hay también acuerdo en cuanto a que ni el gobierno del FA ni su programa son hoy socialistas. No hay inconsistencia entre esta ausencia actual y esa aspiración de futuro, porque la social democracia sería apenas una etapa o un mal necesario en el proceso de acumulación (de transformaciones sociales y económicas, de fuerzas políticas) que finalmente llevaría al socialismo. Esta visión ciertamente no es nueva, ni en el movimiento socialista internacional ni en Uruguay en particular. Pero no es una visión fácilmente explicable a un electorado amplio. Su esencia sería: “no queremos capitalismo (ni social democracia), pero no hay más remedio que perfeccionarlos para llegar al socialismo (nuestra verdadera meta)”. 17 Para ser precisos: este autor no ha encontrado texto o discurso alguno de fuente frenteamplista que describa su propio programa o su gestión de gobierno como socialdemócratas. Un problema básico de esta visión es que a principios del siglo XXI “socialismo” es un término ambiguo, de significado indeterminado (salvo tal vez como negaciones más o menos absolutas: del capitalismo, del lucro, de la empresa privada). Para algunas minorías este sustento puede ser suficiente, aunque probablemente a costa de asumir (sus ideas y los movimientos políticos que las encarnan) un aspecto cada vez más milenarista. Sin embargo, el socialismo no es una guía para la acción de gobierno (y si lo fuera, el FA no la usó), y tampoco es una guía para ganar elecciones nacionales que requieran mayorías absolutas (al menos en países como Uruguay). Esta indeterminación tiene ventajas y también problemas: sus ambigüedades facilitan la construcción de alianzas, pero lo hacen disimulando desacuerdos eventualmente “de fondo”. La práctica de gobierno del FA permite apreciar estos desacuerdos. La principal oposición al FA no fue la de los partidos fundacionales, sino la de sus propios grupos y sectores más adversos al capitalismo, a todos sus símbolos, y en última instancia al programa social demócrata en sí mismo. Estos son los sectores usualmente llamados “radicales” del FA, incluyendo (al menos) a los que no creen necesario revisar la acción guerrillera ni la propaganda armada del pasado, a los comunistas que siguen creyendo en el leninismo, y a parte de los herederos de la tradición anarquista. En suma: la tensión entre ideas es en sí misma problemática, pero las dificultades van bastante más allá de las ideas. Es posible que a corto plazo el costo de este divorcio entre palabras, ideas y prácticas políticas sea modesto. A mediano y largo plazo ese costo debería ser bastante más difícil de contener. Una segunda gran tensión no resuelta es la existente entre un proyecto de cambio “de izquierda”, que de acuerdo a sus tradiciones es universalista e igualitarista, y la defensa corporativa de las posiciones adquiridas. Esta tensión se aprecia claramente en las críticas sindicales al Impuesto a la Renta de las Personas Físicas (IRPF, establecido por esta administración, coherentemente con ese proyecto universalista), 18 y en varios conflictos puntuales independientes entre sí. No es un problema particularmente uruguayo, sin duda, pero en Uruguay asume varias características que lo vuelven muy intratable. Una de ellas es que casi cuatro de cada diez trabajadores uruguayos están “en negro”: no tienen seguridad social, ni beneficios, ni jubilación o retiro asegurado, más allá de lo que ellos mismos y sus familias sean capaces de prever. Sin embargo, pagan los impuestos al consumo que paga toda la población (el IVA), cuyo aporte es central para las finanzas públicas. “Blanquear” a todos estos excluidos no es fácil, y no es posible hacerlo rápidamente sin ajustes dolorosos para mucha gente. Pero los trabajadores sindicalizados han mostrado reiteradamente que rechazan todas las iniciativas que desde su punto de vista implican nivelar “para abajo”. Desde su perspectiva sólo es posible nivelar “para arriba”, aunque los números no cierren, ni puedan cerrar si los cambios se pretenden a corto plazo. Este problema básico se agrava aún más porque casi todos los trabajadores “en negro” están en el sector privado, del que salen el grueso de los recursos que sostienen al sector público. Sin embargo, todos los estudios disponibles muestran que a ocupaciones comparables los ingresos de los trabajadores del sector público son significativamente mayores que los privados, excepto en el pequeño vértice 18 Se puede discutir sobre los detalles de su implementación, pero la coherencia de la iniciativa con los principios y la historia del proyecto igualitarista parece clara. superior de la pirámide gerencial y profesional. 19 Para peor, la imagen dominante sobre el sector público es que allí, en términos generales, la productividad (para tareas equivalentes) es más baja que en el sector privado, aunque la seguridad laboral sea mucho más alta, los beneficios sociales casi universales, y las remuneraciones mayores. El resultado es un flujo de estímulos y recompensas francamente injusto desde la perspectiva del programa universalista – igualitarista. 20 Parece claro que en el FA muchos creen que se debería hacer algo al respecto, 21 pero es muy difícil (para el gobierno del FA o para el gobierno de cualquier partido) tener un conflicto frontal con un quinto de los trabajadores (el peso aproximado de los que trabajan en el sector público). Y es extremadamente difícil (o imposible) avanzar en estos temas en un año electoral. También aquí los costos de corto plazo pueden ser moderados o nulos, pero a mediano plazo las cosas pueden volverse más difíciles. A lo largo de la última década la investigación aplicada sobre distintos temas muestra que cierta tensión entre trabajadores públicos y privados se está volviendo más concreta, frecuente y (en ocasiones) hasta amenazante. 3. La campaña: marzo – junio de 2009 3.1. Los competidores Desde muchos puntos de vista marzo de 2009 fue el primer mes de campaña abierta para las internas de junio. 22 Ocho partidos políticos participaron en las elecciones internas (primarias) de junio: 19 Miles de personas hacen cola buscando acceder a unos pocos empleos públicos para los cuales muchos están probablemente sobre calificados. La prensa ha reportado varios casos espectaculares durante los últimos años. Esto no prueba que el alma de la población carezca de espíritu de empresa. Más bien muestra, de acuerdo a todo lo anterior, que buscando empleo los uruguayos son muy racionales (en el sentido más puro y duro de los economistas) cuando de beneficios y remuneraciones se trata. 20 Agravando aún más las cosas, en diferentes lugares el sector público tiene remuneraciones muy variables para el mismo trabajo. También tiene remuneraciones para tareas secundarias (en algunos lugares) mucho más altas que las recibidas por otras tareas, en otros lugares, que requieren mayor capacitación y más responsabilidades (e.g., porteros y asistentes que ganan más que maestros, profesores o policías). La estructura de remuneraciones públicas, en suma, tiene muchos rasgos absurdos, en términos de justicia o simplemente como estímulos apropiados para el buen funcionamiento del conjunto. 21 El documento sobre reforma del Estado propuesto por el director de la OPP (Enrique Rubio) a fines de 2007 afirma que “la ciudadanía percibe que parte del funcionariado se encuentra en situación de privilegio”. Según nota de El País (21 de octubre de 2007, p. A8), “La OPP considera ‘fundamental’ que la actual reforma tributaria no ‘sea agujereada’ por presiones desde el propio Estado ‘para devolver por la vía salarial lo que se recauda por los nuevos instrumentos impositivos’.” Pero aunque la reforma “está en pañales, ... los sindicatos públicos se oponen” a varios de sus postulados. En este marco, una semana después de presentado el documento de la OPP y de conocidas las reacciones de varios sindicatos del sector público, “el vicepresidente de la República, Rodolfo Nin Novoa, dijo ayer que las empresas públicas ‘están de alguna manera privatizadas por los funcionarios que no desean que sean privatizadas ... no habíamos advertido que ya existe una manera de privatización ... porque hay funcionarios que quieren tener las empresas públicas para su propio beneficio, y las tienen privatizadas” (El Observador, 27 de octubre de 2007, p.2). 22 Al margen de, o incluso violentando, las limitaciones legales sobre la publicidad electoral. • los cuatro partidos que contaban con representación parlamentaria: Frente Amplio, Partido Nacional (los “blancos”), Partido Colorado (“colorados”) y Partido Independiente, ordenados según el tamaño de sus respectivas bancadas; • el ya existente (sin representación parlamentaria) Partido de los Trabajadores; • tres nuevos partidos recientemente habilitados por la Corte: el Partido Asamblea Popular (radicales escindidos del FA), el Partido Cuatro Puntos Cardinales, y el Partido COMUNA (Comisiones Unitarias Antiimperialistas por la Liberación y el Socialismo). Las encuestas difundidas públicamente durante los dos últimos meses de la campaña previa a las elecciones internas coincidían en casi todo lo esencial, incluyendo las posiciones relativas de los principales precandidatos presidenciales de los partidos. 23 No hubo discrepancias significativas en este plano. Además, según las encuestas sólo dos partidos podían ganar la presidencia (el frenteamplismo y los blancos), y sólo cuatro partidos podían obtener representación parlamentaria (los mismos que ya la tienen); los demás partidos sólo alcanzarían una presencia testimonial. En cuanto a la posición de los partidos, todas las encuestas profesionales disponibles durante el primer semestre indicaban que el Frente Amplio seguía siendo el partido más votado del país. Sin embargo, según el estado de la opinión política registrado por varias encuestas hacia mediados de 2009, parecía poco probable que el FA volviera a ganar la presidencia en primera vuelta, en octubre. Pero todos los observadores y analistas asumían que la campaña hacia octubre sólo podía tomar forma real después de definidas las candidaturas presidenciales de los partidos. Aún más incierta, por razones obvias, era la identidad del posible ganador de la (eventual) segunda vuelta de noviembre. Sin embargo, puesto que había acuerdo en que el FA era el único que podía ganar en primera vuelta, el FA era el favorito. En la interna del Frente Amplio compitieron tres precandidatos. José “Pepe” Mujica aparecía en primer lugar en todas las encuestas, y su principal rival durante la campaña fue Danilo Astori. Mujica, antiguo jefe guerrillero de raíces populares (y también aspecto: hasta las internas de junio nunca se lo vio de corbata), senador de la fracción del FA más votada en 2004, era el candidato de los grupos y sectores más radicales del FA, pero no solamente de ellos (y por eso podía liderar su interna). Astori, también senador, catedrático, ex ministro de economía y ex decano universitario, era tal vez el más perfecto representante del programa y la práctica social demócrata (y de su aspecto formal, corbata incluida). El contraste entre las dos figuras y lo que representaban era muy marcado. El tercer precandidato, el 23 Zuasnabar (2009) resume y compara los resultados de las encuestas hasta marzo de 2009. A partir de esa fecha la ya citada serie de notas “Encuesta de encuestas” del diario El País compila todas las encuestas profesionales previas a las internas de junio. Como ya se observó, en el uso habitual uruguayo las elecciones de junio son “internas”, y efectivamente lo son, porque eligen un tipo de autoridades partidarias con potestades específicas. Pero también son elecciones primarias, porque eligen a los candidatos presidenciales de los partidos. Para el electorado, en particular, este último es su rasgo definitorio. Este texto usa las dos palabras (internas, primarias) indistintamente, aunque “internas” se usa también en un sentido más amplio, relativo a las corrientes o personalidades que compiten dentro de los partidos, y no solamente para una instancia específica (las elecciones de junio).. Intendente de Canelones, Marcos Carámbula, llegado muy tardíamente a la campaña, nunca pareció tener posibilidades reales de victoria en una competencia tan cristalizada y polarizada. 24 En la interna del Partido Nacional también compitieron tres precandidatos. Según el conjunto de las encuestas, al principio de la campaña el resultado de la interna blanca parecía más difícil de pronosticar, porque cualquiera de los dos principales precandidatos (el ex-Presidente Luis Alberto Lacalle, el Senador Jorge Larrañaga) tenía posibilidades de ganar. En los dos meses finales de la campaña, sin embargo, Lacalle pasó a la delantera (aunque la distancia entre los dos precandidatos parecía más pequeña que la observada en el FA). Un tercer precandidato blanco ingresado tardíamente a la competencia, Irineu Riet Correa, ex Intendente de Rocha, nunca logró “despegar” ni marcar presencia en las encuestas. El liderazgo final de Lacalle implicaba un cambio importante de posiciones. Hasta el año 2007 inclusive casi todos los analistas pensaban que la fase activa de la carrera política de Lacalle estaba terminada; en las internas de 2004, en particular, Larrañaga había derrotado por muy amplio margen a Lacalle (2 a 1). Por razones que hasta hoy no han sido analizadas en profundidad, en el primer semestre de 2008 algunas encuestas comenzaron a sugerir que ese final no había llegado aún, y luego, en los últimos meses de la campaña, Lacalle pasó a encabezar las preferencias para la primaria blanca. Los márgenes de error de las encuestas (para las preferencias por los distintos precandidatos expresadas como porcentajes de todos los votos recibidos por cada partido) eran particularmente grandes en el caso de los colorados, porque para examinar las preferencias en todas las internas normalmente se empleaban muestras nacionales de 1.000 o menos encuestados, lo que en el caso de los colorados, que recibían cerca del 10% de las preferencias, implicaba alrededor de cien votantes (no todos los cuales votaban en las internas). En la interna colorada compitieron seis precandidatos, y a pesar de las dificultades ya indicadas uno de ellos, Pedro Bordaberry, encabezó durante toda la campaña las preferencias de los votantes. Todas las encuestas le asignaban una amplia ventaja sobre José Amorín y Luis Hierro López. Un cuarto candidato, Daniel Lamas, en algunas encuestas llegó a recibir cerca del 1% de las preferencias coloradas; los otros dos candidatos (Pedro Echegaray y Eisenhower Cardoso) normalmente no aparecían en las encuestas. Por último: el más pequeño de los partidos con representación parlamentaria (el Partido Independiente) presentaba un único precandidato (su presidente, Pablo Mieres); su primaria no tenía competencia. Este fue el elenco de competidores presentado por los cuatro partidos con presencia parlamentaria. Sólo en tres de estas internas hubo competencia, y sólo una de ellas (la del Frente Amplio) involucraba una situación política nueva: por primera vez el FA abría una competencia interna como partido de gobierno. Blancos y colorados, en cambio, ya habían enfrentado competencias internas desde el gobierno y desde la oposición. La discusión que sigue se limita a las tres internas competitivas (FA, blancos y colorados). 25 3.2. Las “estrategias” 24 El problema no estaría en la figura o el potencial del precandidato, sino en lo tardío de su ingreso a una campaña ya “configurada”. 25 Garcé (2009) examina las internas del Frente Amplio y del Partido Nacional hasta marzo de 2009. Estrategia, sin comillas, término de raíz militar, se refiere al plan que se sigue (por un ejército, organización política o de otra naturaleza) para alcanzar ciertos objetivos. Esos objetivos (incluyendo las prioridades) no necesariamente son conocidos por los demás. Para examinar verdaderamente estrategias es necesario tener una visión “desde adentro”, incluyendo los objetivos y las prioridades que se les asignan. Esto sólo pueden hacerlo los insiders o los historiadores o analistas que trabajan a posteriori, cuando “desde afuera” se puede intentar reconstruir metas y prioridades. El propósito de esta discusión es mucho más limitado. En lo que sigue se analizan sumariamente “estrategias” entrecomilladas, en el siguiente sentido: partiendo de la forma pública que asumieron las campañas (sin la visión del insider), se explora la forma en que los sectores enfrentaron algunos de los temas que parecen haber sido importantes en la campaña hacia el 28 de junio. La interna del Frente Amplio En el FA había tres candidaturas y un número mayor de sectores. Los sectores se pronunciaron formalmente por alguno de los tres precandidatos (aunque sus propios votantes, según las encuestas, no siempre siguieron esos pronunciamientos). Algunos analistas agrupan las distintas corrientes de opinión de la izquierda en tres grandes grupos: 26 • más a la izquierda estarían los radicales o “ultras”, con presencia “dentro y fuera del Frente Amplio [el grueso de estos últimos incluido, como ya se indicó, en Asamblea Popular] aunque con implante mayormente sindical”; • luego, dentro del FA, el resto de la izquierda que podría llamarse “neta”. Esto incluía a los comunistas, al MPP de Mujica y parte de los socialistas, que continuarían “la línea de Rodney Arismendi [el último secretario general de los comunistas antes del golpe de estado de 1973]: socialismo clasista de orientación leninista a implantar cuando la madurez y posterior decadencia del capitalismo (en el país y la región) lo permitan”; por último, • también dentro del FA, “el grupo de orientación socialdemócrata.” 27 El primer grupo no tendría peso electoral significativo, aunque sí sindical (y por lo tanto político). El segundo grupo apoyaba la candidatura de Mujica, y el tercero la de Astori. Sólo un sector, la Vertiente Artiguista (que para algunos estaría en la frontera entre el segundo y el tercer grupo), apoyaba formalmente la candidatura de Carámbula. Este es el apoyo inicial recibido por cada uno de los tres precandidatos. De acuerdo a esta distribución de apoyos, “medida” según la votación de octubre de 2004, 26 La que sigue es la versión de Hebert Gatto, “Las tres izquierdas”, El País, 7 de noviembre de 2007, p. A5 La clasificación brinda un resumen conciso y útil, pero algunos de sus detalles son discutibles. En particular: hacia 2009 seguramente no todo el liderazgo del MPP (tal vez ni siquiera la mayoría) era “leninista” en sentido estricto, y se podría discutir cuántos socialistas serían realmente leninistas (y hasta es posible que algunos comunistas, en los hechos, ya no lo fuesen). En cuanto a los votantes, las encuestas sugerían que la mayoría absoluta del electorado del MPP no era “leninista”. 27 Astori debería estar adelante con una mayoría absoluta de las preferencias internas (aproximadamente el 51%), y luego Mujica con el 38%; de acuerdo a este criterio Carámbula estaría muy rezagado, 9%. Según las encuestas, la situación durante los meses de 2009 previos a las primarias de junio era la inversa: Mujica adelante, con una mayoría absoluta de las preferencias, y luego Astori. El cambio es considerable y políticamente significativo; ¿cómo se lo puede explicar? Los puntos de partida de Astori y Mujica. Se suele aceptar que el gobierno del Frente Amplio se sostuvo sobre tres pilares: el presidente, Mujica y Astori. Dejando de lado al presidente, que no aspiraba a la reelección (que requería una reforma constitucional), los dos principales candidatos del FA eran los otros dos pilares del gobierno; aunque sólo fuera por esa razón, eran dos candidatos “naturales” a la presidencia. Como ya se observó, Astori comenzaba la campaña hacia las internas con ventaja en términos de la votación recibida en octubre de 2004 por todos los sectores que lo apoyaron, pero se debe recordar que de acuerdo a las encuestas muchos votantes del FA dividían su apoyo a los precandidatos sin seguir las decisiones de sus respectivos sectores. En casi todos o todos los demás aspectos relevantes Astori y Mujica comenzaban su competencia con ventaja para Mujica. En términos de imágenes personales, hasta las internas de junio de 2009 (y al menos desde 2007) Mujica fue, sistemáticamente, el político más popular del país 28 después del presidente, Tabaré Vázquez (en ocasiones rivalizando con el propio presidente). Aún más atrás, en las elecciones nacionales de octubre de 2004 el sector de Mujica fue el más votado del Frente Amplio, con una ventaja considerable. Hacia fines de 2008 las encuestas decían que el electorado del FA prefería a Mujica presidente, antes que a Astori, por una diferencia de al menos 10 puntos porcentuales o más. La militancia del FA, según su votación en el Congreso de diciembre de 2008, prefería a Mujica por muy amplio margen (entre los más de 2.000 delegados Mujica recibió el 71% de los votos, y Astori sólo el 24%). En conjunto, el balance era favorable a Mujica. En esas condiciones, la campaña de Astori entre marzo y junio de 2009 debía ser mejor que la de Mujica aunque sólo fuera para recuperar terreno y alcanzar cierta paridad. Astori: el “continuismo” como problema. Astori era, objetivamente, la continuidad de este gobierno. Fue el candidato públicamente preferido por el presidente; representaba una versión socialdemócrata de las tradiciones de la izquierda. Esto tenía la ventaja de asociar su figura a los logros del gobierno saliente y a la figura de un presidente muy popular. Tenía la desventaja de asociarlo también a las eventuales carencias de este gobierno. Si la discusión anterior (la de 2.2) es correcta, el núcleo de esas carencias incluía expectativas insatisfechas, falta de entusiasmo y cierto desencanto. Las virtudes de Astori no eran las más apropiadas para enfrentar estos problemas: perfil de técnico muy competente y respetado, clave para este gobierno, pero no la clase de figura que despierta espontáneamente entusiasmo. En al menos una de las “tensiones” discutidas más arriba (la tensión entre el proyecto igualitarista y la defensa corporativa de las posiciones adquiridas, en 2.3), su condición de “padre” del IRPF ayudó a inspirar 28 Medida con el termómetro de popularidad usual, que registra la simpatía o antipatía de cada encuestado hacia los distintos líderes. desconfianzas adicionales en esas corporaciones, aunque en principio el IRPF no era un tema importante en la interna del FA. El discurso y las acciones de la campaña de Astori enfatizaron todo lo anterior, con sus ventajas y también sus problemas potenciales. Reiteraron su condición de continuador de este gobierno, y subrayaron su confiabilidad para esos fines. Nadie podía garantizar esa continuidad tan bien como Astori; nadie ofrecía su confiabilidad (desde la perspectiva Astorista los demás, y especialmente Mujica, ofrecían más bien incertidumbres). Por las razones que se indican a continuación, este conjunto de imágenes, temas y acentos probablemente no era el más apropiado para Astori. Como ya se observó, Mujica fue, objetivamente, uno de los pilares de este gobierno, y defendió el programa socialdemócrata (que sin su apoyo no hubiera sido viable), pero sin identificarse exactamente con él. Cuando el presidente propuso a Astori como candidato facilitó el “desmarque” de Mujica, subrayado por sus acciones y sus dichos (sus viajes, su “diplomacia”, los gestos como la firma para anular la Ley de Caducidad 29 ). Por esta vía Mujica generaba imágenes muy consistentes con lo que dictaminaría un viejo saber electoral uruguayo: en el último medio siglo largo los partidos pueden ganar dos elecciones consecutivas, pero el que vuelve a ganar no es la misma fracción. Se puede ganar de nuevo, pero el ganador tiene que ser “distinto”, no igual al que se retira. Sin embargo, la campaña de Astori sostuvo reiteradamente que el Astorismo era el gobierno, y criticaba a Mujica por no ser suficientemente solidario con él. Lo acusaba de “despegarse”, porque el Mujiquismo decía que había apoyado y seguía apoyando al gobierno del FA, y eso, a juicio del Astorismo, equivalía a mirar al gobierno “desde afuera”. Conceptualmente el Astorismo tenía razón: su crítica era correcta, al menos en cuanto a las implicaciones lógicas de ese discurso. Pero al establecer su razón (“ganando” esta discusión), llevaba a Mujica al punto donde a Mujica le convenía estar. Astori: la paradoja de “ser de izquierda” como problema. El Astorismo usó explícitamente el eje izquierda – derecha como marco de referencia del debate interno, autoidentificándose con la izquierda en general. El objetivo perseguido parecía ser “correrse hacia la izquierda” para competir mejor entre el electorado más activista del FA, que presumiblemente definiría las internas. Esta meta (si efectivamente lo era), a priori conceptualmente sensata, implicaba un zig-zag: hacia la izquierda hasta el 28 de junio, y luego en la dirección opuesta, hacia el centro. Esta operación (o similar) se hace en muchas campañas, en muchos países. Pero la ejecución debe ser cuidadosa, porque puede dañar la imagen del que hace el zig-zag. En este caso la ejecución fue problemática. El “corrimiento hacia la izquierda” fue explícito, como lo muestra una consigna muy usada en la campaña: “somos la izquierda que la derecha teme”. El “corrimiento” también fue abarcador del conjunto de los contenidos de la dimensión izquierda derecha, como se aprecia, por ejemplo, en la discusión (especialmente hacia el final de la campaña) respecto a la política económica del gobierno saliente y (sobre todo) la que debería tener el entrante. Para el Astorismo esa política fue, y debería seguir siéndolo, una política económica “de izquierda”; confundirla con otra cosa (eventualmente “de derecha”) equivalía, desde el punto de vista de la campaña del Astorismo, a “no 29 La prensa registra todos estos pasos, porque Mujica genera atención (“vende”). Sobre la Ley de Caducidad, por ejemplo: “Mujica se desmarca de Vázquez”, El País, 21 de agosto de 2008, p. A6. entender nada”. En conjunto, esta doble condición del “corrimiento” (es explícito; es abarcador del conjunto del territorio de la izquierda) implica disputar la primacía en la izquierda. La izquierda “verdadera”, el corazón de la izquierda, sería el Astorismo. El mensaje básico era: Astori no le cede la izquierda a nadie. Los otros también pueden ser de izquierda, pero la izquierda “verdadera” o más profunda está en el Astorismo (y el que no lo ve “no entiende nada”). Esto es problemático por dos razones. En primer lugar, porque Astori es sin duda el campeón de la social democracia. Desde la perspectiva del Mujiquismo y de la mayoría de la militancia (y de los liderazgos tradicionales de la izquierda), en el mejor de los casos es el campeón de una versión particular de la izquierda, no de toda ella (ni de sus raíces). Los acentos y formas que asumió el “corrimiento a la izquierda” del Astorismo en última instancia no son consistentes con esa imagen. Entre esas dos imágenes (la decantada a lo largo de los últimos años, Astori social demócrata, y la que el “corrimiento” buscaba construir, la del Astori izquierdista que reclama para sí el territorio de la izquierda) la primera, la social demócrata es la más fuerte y profunda, la más “esencial”. Esta imagen social demócrata es, precisamente, la razón última que lleva a las elites informadas y al liderazgo político no frentista a preferir como presidente (si fuera necesario optar) a Astori antes que a Mujica. Por esa misma razón, entre los líderes de la oposición Astori era visto como un adversario más difícil que Mujica. Puesto que la forma del “corrimiento a la izquierda” no es consistente con esa imagen profunda de Astori, en última instancia el corrimiento en sí mismo no es creíble. En segundo lugar, tampoco es creíble por otra razón más simple y básica: Astori aparece reclamando para sí el territorio de la izquierda contra Mujica. Pero: en el mundo que ven los activistas de la izquierda, ¿Astori puede competir contra Mujica por ese territorio? Más de cuarenta años de historia y de construcción de imágenes públicas indican que no, que eso no es posible. El mensaje “somos la izquierda que la derecha teme” ilustra estas imposibilidades. Si Mujica hubiera sostenido reiteradamente (como lo hizo el Astorismo) “somos la izquierda que la derecha teme,” esa simple declaración probablemente hubiera causado pánico, y seguramente se habría transformado en el centro de una enorme discusión. En la política uruguaya contemporánea alguien real o potencialmente “temible” no puede usar esa expresión, porque sus implicaciones son demasiado fuertes. Astori pudo usarlo sin que nada pasara porque no es temible: no es un mensaje apropiado para el Astorismo en el contexto y la forma en que se usó. Este mensaje suma a los problemas ya señalados, apuntando en la misma dirección. Su forma es elegante, pero es (es percibido como) retórica electoral. Mujica: usando el impulso del propio adversario para superarlo. La situación inicial de Mujica era muy diferente a la de Astori. Desde el punto de vista de una estrategia “normal” de campaña, no necesitaba (por las razones ya sugeridas) hacer zig-zags. Debía “correrse hacia el centro” todo el tiempo: al principio (antes de las internas) suavemente, luego con más energía. El Mujiquismo, ostensible y tal vez (cabe presumir) deliberadamente, no compitió por la “captura” del espacio de la izquierda. En lugar de excluyente, su discurso fue siempre incluyente; el énfasis en la unidad y en empujar todos juntos, cada cual con sus rasgos específicos, subrayaba siempre la diversidad de la izquierda y a la vez su unidad de fondo (instrumentalmente imprescindible para la continuidad de su proyecto). La respuesta tal vez más importante del Mujiquismo a la ofensiva del Astorismo en este plano fue indirecta y “codificada”. No hablaba de izquierdas y derechas, sino de la naturaleza de sus propias bases sociales (y con cierta delicadeza, más bien por contraste, de la naturaleza de las bases sociales del Astorismo). Para la mayor parte de la militancia de la izquierda, sin embargo, esa alusión (por indirecta que fuera) era clarísima. La izquierda es la campeona de la igualdad y de “los pobres”; el campeón de la igualdad y de los pobres es el verdadero campeón de la izquierda. La historia, la presencia personal, el estilo de vida y el discurso de muchos años de Mujica parecían concluyentes: el verdadero campeón de los pobres (y por lo tanto de la izquierda) era Mujica. Para el discurso Mujiquista Astori era parte de la izquierda, y podía y debía hacer un aporte muy importante: la mejor técnica posible (desde la izquierda) al servicio del mejor gobierno posible (el de la izquierda). Pero su discurso también sostuvo, sin ambigüedades, que incluso en materia de políticas económicas el liderazgo final es y debe ser político, no técnico. Con un formato tal vez menos confrontacional que el del Astorismo, la esencia del mensaje era clara: Mujica es el timonel que la izquierda necesita. En resumen. El punto de partida de la campaña era favorable a Mujica, y las implicaciones de las “estrategias” de los dos adversarios, al menos en los aspectos (centrales, pero ciertamente no exhaustivos) examinados aquí, parecían ser también favorables a Mujica. Esta conclusión no permite un juicio global sobre las campañas, porque ignora otros aspectos esenciales, incluyendo la calidad de la comunicación y el volumen de los recursos efectivamente canalizados en la campaña (dinero y publicidad, sin duda, pero también, o tal vez principalmente, militancia y uso del tiempo de los candidatos y de sus equipos). Sin embargo, la comunicación se desarrolla, y los recursos se aplican, desde un cierto punto de partida (según la discusión anterior, favorable a Mujica) y de acuerdo a ciertos planes básicos (“estrategias”), en principio también favorables a Mujica. Aún suponiendo que comunicación y recursos fueran de calidad y montos comparables (o, como se suele decir, “a otras condiciones aproximadamente iguales”), esto sugería un resultado final también favorable a Mujica. Con mayor razón aún si, de acuerdo a los argumentos anteriores, la campaña de Astori debía ser mejor que la de Mujica para recuperar terreno y alcanzar cierta paridad. Por último, el Astorismo seguramente fue perjudicado (en alguna medida difícil de estimar con precisión) por una neumonía que mantuvo a su candidato fuera de la campaña activa durante su etapa más intensa, el último mes. La interna del Partido Nacional Como ya se observó, en el Partido Nacional (los “blancos”) también competían tres precandidatos, pero uno de ellos nunca logró despegar en las encuestas; la competencia real se limitaba al ex presidente Luis Alberto Lacalle y al senador Jorge Larrañaga. Hasta algo más de un año antes de las internas de junio Larrañaga era visto como amplio favorito. En las internas de 2004 había derrotado a Lacalle por un margen de 2 a 1, y su desempeño posterior como presidente del directorio del partido había sido bien visto por la opinión informada “blanca”. Su popularidad personal era consistentemente más alta que la de Lacalle entre los posibles votantes y en el conjunto del electorado. El punto de partida de Lacalle, al contrario, parecía francamente malo. Hasta principios del año 2008 Lacalle era visto por el grueso de los analistas y comentaristas como un político con pasado pero sin futuro. Y su pasado parecía más bien una carga pesada. Al menos parcialmente se le reconocía que su gestión de gobierno había sido bien vista por la población, pero desde la izquierda (y no solamente desde ella) su gobierno o él mismo eran acusados de corrupción. La izquierda también lo señalaba como abanderado del liberalismo o neo liberalismo económico “privatizador,” derrotado sistemáticamente en varios plebiscitos. Entre los blancos varias de las figuras más influyentes de su propia fracción, el herrerismo, no lo veían como un buen candidato. Sin embargo, hacia mediados de 2008 las encuestas comenzaron a mostrar mejorías sistemáticas para Lacalle. Hacia el último tercio de 2008 la nueva idea dominante era que la situación de la interna blanca era de relativa paridad entre sus dos precandidatos, y que la interna blanca era la más competitiva de todas. En marzo de 2009 las encuestas mostraban a Lacalle pasando a la delantera, superando a Larrañaga por cifras variables según las distintas encuestadoras, pero todas veían a Lacalle adelante. Entre abril y junio se difundieron varios resultados favorables a Lacalle y consistentes con ese liderazgo. En particular: el conjunto del electorado (no solamente los blancos) pensaba que Lacalle ganaría su interna; la mayoría que veía a Larrañaga como el precandidato con más posibilidades de ganarle al FA se redujo primero, para inclinarse a favor de Lacalle después. En conjunto, todos estos cambios fueron muy notables y conmocionaron la interna blanca; ¿cómo se los puede explicar? Larrañaga: ¿estrategia para junio, o para octubre y noviembre? Al menos parte de la explicación se podría encontrar, según varios observadores, en las expectativas previas a la campaña. Lacalle comenzaba la campaña “desde atrás”; era claro que debía concentrarse en ganar la interna. Larrañaga, en cambio, en las etapas previas aparecía como un amplio favorito en su interna. Desde el principio podía, o quizás debía, enfocar la campaña en sus instancias más difíciles y genuinamente competitivas: octubre y noviembre de 2009. Su meta “real” sería entonces asegurar que el FA (que seguía siendo visto por la mayoría de los analistas como el partido más votado del país) no mantuviera la ajustada mayoría absoluta que había obtenido en octubre de 2004, forzando así una segunda vuelta para definir la elección presidencial, y luego ganar esa segunda vuelta. Esa estrategia lo habría debilitado en la interna, facilitando el ascenso de Lacalle. 30 Larrañaga habría buscado deliberadamente suavizar el tono del enfrentamiento con el Frente Amplio, en parte para facilitar el retorno a la oposición de votantes desconformes con el FA, y en parte para enfrentar directamente un problema central para el nuevo gobierno que asumiría en 2010: si para elegir presidente era necesaria una segunda vuelta, entonces el nuevo gobierno no tendría mayorías legislativas propias. Sin embargo, estos dos problemas (la necesidad de atraer al menos algunos votantes que en 2004 habían votado al FA; las dificultades de gobernar sin mayorías legislativas propias) eran muy reales. 30 Garcé fue el primero en presentar este argumento en sus columnas publicadas en el diario El Observador, recogidas luego en el artículo ya citado (2009). Como en el caso de Astori en la interna frentista, las metas en sí mismas parecían sensatas. El problema podía estar, eventualmente, en la forma de ejecución de esta estrategia. Larrañaga: la renovación partidaria y el centro político. La renovación partidaria y el “dominio del centro” parecen haber sido partes centrales de la ejecución de esa estrategia. Si Larrañaga seguía siendo o representando la renovación del Partido Nacional, esto mantenía los términos de su victoria de 2004 sobre Lacalle, y facilitaba el retorno de votantes que en 2004 habían optado por el FA. La “apropiación” del centro político también cumplía esas dos funciones: lo diferenciaba a la vez de Lacalle y del FA. Sin embargo, hacia fines de 2008 y principios de 2009 el tema de la renovación partidaria se planteaba en términos similares a las de 2004; las formas de expresar esa renovación no eran en sí mismas renovadoras. El candidato era una parte importante de este mensaje, por la diferencia de edad con Lacalle y con los precandidatos frentistas, pero esto planteaba el problema en términos similares a los de 2004. La renovación visible era en buena medida una renovación generacional. La “captura” del centro político se apoyó en algunas acciones reales pero sobre todo en un discurso que sistemáticamente identificaba a Larrañaga con el centro, como el único ocupante significativo de ese espacio. También aquí el candidato era una parte central del mensaje. El efecto combinado de la forma de los dos mensajes era fuertemente autorreferencial, y requería entonces una figura muy fuerte para poder soportar la carga. Lacalle: la renovación no es sólo generacional. De los dos precandidatos el que era percibido (en sus virtudes e incluso en sus defectos) como una figura particularmente fuerte era Lacalle, pero el mensaje de Lacalle nunca fue autorreferencial. Lacalle no se presentaba como “renovador” de su partido o de la política (ni podía hacerlo, por razones de edad y por el peso de una de sus virtudes centrales, la experiencia). Sin embargo, a través de un esfuerzo continuo, persistente, logró que el electorado (y el electorado blanco en particular) lo viera como la figura que más había cambiado. Cuando Lacalle resumió este cambio (lo hizo en más de una oportunidad) indicando que se había vuelto más sabio y más humilde, expresaba algo que su público estaba favorablemente predispuesto a creer, y que además era probablemente una condición necesaria para volver a competir seriamente por la presidencia. Una parte importante de ese cambio era que el nuevo Lacalle era más “centrista” (según sus adversarios desde el FA, “disfrazado” de centrista, detrás de cuyo disfraz se escondía el mismo de siempre). Pero el discurso de Lacalle nunca reclamó para sí “el centro”; esto eventualmente se hacía o se “mostraba”, pero no se decía explícitamente. Las únicas referencias a este discurso fueron más bien escépticas: Lacalle no se veía a sí mismo ni de derecha, ni de centro (ni, menos aún, de izquierda). Nunca buscó diferenciarse de Larrañaga en este plano, tal vez con razón, al menos en un sentido muy importante. Analistas y políticos tendían a ver diferencias claras entre los dos precandidatos en este plano. Pero en el público decisivo, el electorado, las encuestas mostraron que desde el principio hasta el final de la campaña la autoidentificación ideológica de los votantes de Lacalle era prácticamente igual a la de los votantes de Larrañaga. En los hechos, los mensajes no explícitos del Lacallismo “calzaban” o sintonizaban más naturalmente con las imágenes e inclinaciones del electorado potencial de los blancos. La interna del Partido Colorado La interna del Partido Colorado fue resuelta directamente en términos de renovación y cambio partidario. En esta campaña los colorados finalmente hicieron lo que no habían hecho en 2004 (y los había llevado a una derrota muy dura). Bordaberry, el único de los precandidatos que efectiva y ostensiblemente se había separado de los veteranos líderes partidarios (los ex presidentes Batlle y Sanguinetti) lideró las encuestas con ventajas muy amplias durante toda la campaña. Subrayando aún más hasta qué punto la renovación fue el rasgo definitorio de la interna colorada, el segundo candidato más votado (aunque lejos de Bordaberry), Amorín, fue el que en los tramos finales de la campaña se había distanciado ostensiblemente de los “veteranos” (aunque durante toda la campaña las encuestas le asignaban el tercer lugar, detrás de Hierro). 4. Los resultados de las primarias del 28 de junio de 2009 4.1. Los ganadores Las internas de cada partido confirmaron las predicciones de las encuestas. En todos los casos los ganadores fueron los previstos, y en casi todos los casos el orden de la votación por los distintos precandidatos fue también el anticipado por las encuestas (la única excepción fue el resultado colorado, donde, como ya se observó, Amorín finalmente superó a Hierro). Las encuestas fallaron estrepitosamente en dos aspectos (que, sin embargo, no afectaron los resultados de las internas de los partidos). El primero y tal vez más importante fue la estimación de la participación efectiva en las elecciones (el voto no era obligatorio). La estimación previa más baja fue 54% (en algún caso se asumió que podía llegar hasta 58%), pero el resultado estuvo casi diez puntos porcentuales más abajo. 31 Aún si el padrón electoral no refleja con precisión el electorado real (por los migrantes y por la lentitud de la depuración de las defunciones), la diferencia entre estimación y resultado sigue siendo muy considerable. El segundo error fue el pronóstico de cuál sería el partido que recibiría más votos. Esto era irrelevante a los efectos de lo que realmente definían las internas, pero era políticamente muy relevante como indicador de cómo eran las posiciones en el momento de la “largada” de la campaña hacia las elecciones nacionales de octubre. Para todas las encuestas profesionales publicadas antes de la elección el Frente Amplio era el partido que recibiría más votos, seguido por los blancos y luego, más atrás, los 31 Este error no tuvo consecuencias dramáticas sólo porque en este caso particular la distancia entre los precandidatos líderes y sus seguidores era en todos los casos muy amplia, y porque las preferencias por los distintos candidatos resultaron ser poco sensitivas a la variación de la tasa de participación. colorados. En las elecciones del 28 de junio el Partido Nacional fue el que recibió más votos (5 puntos porcentuales más que el FA). La opinión dominante entre los analistas sostiene que los dos errores están estrechamente vinculados entre sí. El FA recibió menos votos que los blancos porque la caída de la participación fue muy desproporcionada: habría afectado principalmente a los frentistas. El conjunto de la información disponible sugiere (aunque no puede probar) que esta explicación es plausible y razonable. Si así fuera: ¿por qué la participación afectó particularmente al Frente Amplio, y qué consecuencias podría tener para las elecciones nacionales de octubre? 4.2. Votos, expectativas y entusiasmos Comenzando por lo más fácil: los resultados de las internas no significan que el Frente Amplio haya dejado de ser el partido más votado del país (en elecciones nacionales). En las internas de 2004 el FA y el Partido Nacional recibieron una votación muy similar, con apenas dos puntos porcentuales de diferencia (aunque en el FA no había competencia interna, lo que limita la utilidad de la comparación), pero en las nacionales de octubre el FA mejoró y los blancos perdieron puntos, con una diferencia final de casi quince puntos porcentuales. 32 ¿Por qué la participación de los frentistas cayó más que la de los votantes de la oposición? Si el argumento expuesto más arriba (en 2.2) es correcto, esto habría ocurrido como consecuencia de la acción del gran motor de cambio del sistema de partidos durante las últimas décadas: las expectativas insatisfechas y la consiguiente falta de entusiasmo (“desilusión”) de al menos parte del electorado (y del electorado del FA en particular). Los datos disponibles no son concluyentes, pero sugieren que el argumento es correcto, y permiten algunas especulaciones sobre la magnitud que este desencanto asumía antes de las elecciones internas. En la primera quincena de mayo de 2009 una encuesta nacional de Cifra preguntó: “Este gobierno ya lleva cuatro años de gestión. Teniendo todo en cuenta (...) ¿el gobierno hizo las cosas mejor que lo que Ud. esperaba, como Ud. esperaba, o peor que lo que Ud. esperaba?” Entre los votantes frentistas de octubre de 2004 algo menos de un tercio (31%) respondió “mejor” o “un poco mejor”. Una mayoría relativa (45%) optó por “como esperaba”, y algo más de un quinto (22%) respondió “peor” o “un poco peor”. Esto tenía consecuencias políticas muy significativas. Considerando nuevamente sólo a los que en octubre de 2004 habían votado al Frente Amplio, entre los que respondieron “mejor” (o “un poco mejor”) el FA retenía el 88% de las intenciones de voto (i.e., el 88% decía que pensaba votar al FA en octubre de 2009). Entre los que respondieron “como esperaba” el FA retenía el 86% de las intenciones de voto. Pero entre los que dijeron “peor” (o “un poco peor”) el FA retenía sólo el 47%; el 34% optaba por los blancos, y un 7% adicional pensaba votar a otros partidos de la oposición (el resto no sabía o pensaba votar en blanco). 32 La primera encuesta publicada después de las internas muestra efectivamente al FA encabezando las intenciones de voto hacia octubre con cifras similares a las observadas antes de las internas (nota de Juan Carlos Doyenart en Ultimas Noticias, 20 de julio de 2009, presentando los resultados de la encuesta de Interconsult). Si esto es efectivamente así, aún asumiendo que el FA logra conquistar la mitad de lo nuevos votantes, hacia octubre de 2009 estos números implican que frente al conjunto de la oposición el FA debería esperar una pérdida del orden de cuatro a cinco puntos porcentuales, lo que llevaría a una segunda vuelta. Si otras encuestas post-junio ratifican este clima de opinión entre los votantes frentistas, la campaña hacia julio podría definirse por habilidades del FA y de la oposición para recuperar a estos desilusionados. REFERENCIAS Buquet, Daniel, y Gustavo De Armas (2004): “La evolución electoral de la izquierda: crecimiento demográfico y moderación ideológica”, en J.Lanzaro, coord., La izquierda uruguaya entre la oposición y el gobierno. Montevideo: Fin de Siglo Caetano, Gerardo (2005): “Introducción general: Marco histórico y cambio político en dos décadas de democracia. De la transición democrática al gobierno de la izquierda”, en G. Caetano, comp., 20 años de democracia. 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