Nota Perfil

Anuncio
SIN COMPETENCIA
Política y medios de comunicación
Por Manuel Mora y Araujo
08/07/12 - 12:21 Fuente: Perfil.com
Hacia los años 50, un grupo de sociólogos de la Universidad de Columbia, en Nueva York,
investigó la comunicación de masas, analizando entre otras cosas la estructura del mercado de los
medios de prensa. La radio era en aquellos tiempos el medio masivo por excelencia; ellos
descubrieron las pautas generales que organizaban las decisiones del público para sintonizar una
emisora y no otra. Un libro de William McPhee, en 1963, resumió exhaustivamente esos análisis.
Demostró que las señales con más audiencia crecen precisamente porque tienen mucho público, y
ese público tiende a ser el menos informado acerca de otras opciones; aunque es, en alguna
medida, un público cautivo, si el producto que se le ofrece no le resulta satisfactorio sale a buscar
otra oferta. Muchos programas con menor audiencia, en cambio, se sostienen en nichos pequeños
y acotados de consumidores que mantienen preferencias bien definidas y diferenciadas; estos son,
por lo general, públicos más informados que tienen más claro qué están buscando.
El mercado de la radio era en aquellos tiempos lo más parecido a los mercados de los medios de
hoy. Lo mismo puede decirse –aunque es menos obvio– del mercado de la política. Como los
costos de producción de señales de radio eran mucho más bajos, era más fácil entrar a ese
mercado, y precisamente eso hacía posible una diversificación de la oferta para satisfacer una
amplia diversidad de nichos de demanda. En nuestros días, la estructura de los mercados de la
televisión por cable y los incipientes medios digitales –y otros, como el de la música– ha sido
analizada por el especialista contemporáneo inglés Chris Anderson. Su libro La cola larga es tan
imprescindible para entender los medios de hoy como lo fue el de William McPhee en 1963.
La política cambió en forma parecida. Hace medio siglo, la vida política se organizaba a través de
los partidos. Estos generaban la oferta de referentes y candidatos y gestionaban la comunicación
política en función de su presencia territorial. Mucha gente pertenecía a algún partido, efectiva o
simbólicamente, y definía su voto por sus lealtades a algún partido o a veces a sus líderes. Para
seguir con esta analogía con el mercado de los medios, el de la política se parecía al de la prensa
gráfica y el de la televisión abierta: una oferta bastante estable para una estructura de demanda
bastante estable. No es lo que sucede hoy con los nuevos medios ni con la política mediatizada,
que son notoriamente más inestables.
El cable acercó a la televisión a las condiciones del mercado de la radio: alta diversificación de la
demanda. Pero el cambio mayor se produjo con los medios interactivos: pueden proliferar
indefinidamente, porque el costo de entrada y de producción es bajísimo, lo que torna
económicamente viable producir lo que uno quiera. Y, habiendo oferta, la demanda se hace
presente de inmediato en toda su diversidad potencial. Otro gran cambio que afectó a la televisión
fue el control remoto, un instrumento que volcó fuertemente el equilibrio de poder a favor del
público.
La política sin partidos, que es hoy dominante, se desarrolla a través de los nuevos medios, con un
público que tiene en la mano el control remoto o el mouse de la computadora.
La entrada al lado de la oferta es casi gratis; cualquiera puede declararse candidato. El público
tiene la palabra, y por eso vemos la impresionante proliferación de políticos sin muchos seguidores
–oferta sin consumidores– y la alta fluctuación en la imagen de los políticos a través del tiempo,
con subas y bajas comparables con las de las estrellas televisivas y nada parecidas a la política en
tiempos de los partidos. Y, del mismo modo que sucedía con la radio medio siglo atrás, la mayoría
del público elige lo que eligen los demás, y está poco informada acerca de las opciones menores.
Estos enfoques ayudan a entender la política actual, en la Argentina y en muchísimos lugares del
mundo.
La mayoría de la gente no está dispuesta a informarse demasiado, y por eso sigue a los políticos
que conoce –por lo bueno y por lo malo que ofrecen– y a aquellos políticos de los que otras
personas hablan. Algunos políticos se convalidan en la gestión de gobierno (Cristina de Kirchner,
para tomar un caso actual); otros, por sus atributos personales (Daniel Scioli, por ejemplo);
además, los gobiernos disponen de algo que antes proporcionaban los partidos y que los políticos
sin partido no tienen: comunicación territorial, boca a boca.
Hay distintos caminos para instalarse en la opinión pública. Pero, en definitiva, hoy todo es más
fugaz, más volátil; la imagen es más efímera.
Una primera conclusión de este análisis, referida a la situación política actual de la Argentina, es
que el Gobierno nacional entiende esto y procura destruir a todo político conocido por una gran
parte de la ciudadanía para no tener competencia. Es un camino con riesgos: el Gobierno no
puede anticipar si, buscando ese objetivo, no podría destruir al mismo tiempo sus propios atributos
positivos. Podría ocurrir que consiga no tener competidores pero que termine siendo, él mismo,
igualmente no competitivo.
*Sociólogo. Profesor de la Universidad Torcuato di Tella.
Descargar