CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL Derecho concursal

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Cuadernos y Estudios de Derecho Judicial.
Cuadernos de Derecho Judicial / 2 / 1992 / Páginas 9-70
Derecho concursal
CONSEJO GENERAL DEL PODER JUDICIAL
Derecho concursal
Ruiz de Gordejuela López, Lourdes
Magistrada
PROCESOS CONCURSALES
Ponencia
Serie: Civil
VOCES:
DERECHO MERCANTIL. DERECHO CONCURSAL. CONCURSO DE ACREEDORES.
SUSPENSION DE PAGOS. QUITA Y ESPERA. PROCEDIMIENTO CIVIL. DERECHO PROCESAL.
ÍNDICE
Procesos concursales
Concepto
Breve referencia a los antecedentes históricos
Quita y espera. Breve referencia
Requisitos necesarios para poder optar por este beneficio
Situación jurídica del deudor y sus acreedores
Convocatoria de la junta
Celebración y deliberación de la junta
Forma de terminación del expediente
Derecho de abstención a favor de determinados acreedores
Oposición al convenio: acreedores que pueden impugnar el convenio
Causas de oposición al convenio
La suspensión de pagos
Concepto y naturaleza jurídica en su doble aspecto sustantivo y procesal
La suspensión de pagos en su aspecto sustantivo
La suspensión de pagos como beneficio del deudor
La suspensión de pagos como concordato preventivo
El estado jurídico de suspensión de pagos
La suspensión de pagos como estado preliminar de la quiebra
La suspensión de pagos en su aspecto procesal
Incompatibilidad de la quiebra y la suspensión de pagos. Preferencia entre ellas
Requisitos de admisibilidad
Personas que pueden solicitarla
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Derecho concursal
Situación económica del deudor
Requisitos procesales de la petición de suspensión de pagos
Representación y defensa
Jurisdicción y competencia
Relativos a la solicitud
Admisión de la solicitud
Notificación y publicidad
Publicidad
Contenido de la providencia declarando la admisión a trámite de la solicitud de suspensión de pagos
Efectos de la providencia de admisión
Intervención de las operaciones del deudor
Bibliografía
TEXTO
Procesos concursales
Concepto
Los procesos concursales han de incardinarse en el concepto de ejecución general como contrapuesta
al de ejecución singular, que acontece cuando se promueve la actividad jurisdiccional para hacer efectiva
una obligación determinada sobre bienes concretos del patrimonio del deudor. El proceso de ejecución
general o concursal, se da, por contra, cuando existiendo un conjunto de obligaciones incumplidas, consti tutivas de otros tantos créditos a favor (le una pluralidad de acreedores, el patrimonio del deudor es insufi ciente para satisfacer todos esos créditos en su integridad.
El proceso concursal obedece a un principio de justicia distributiva, que evita que los acreedores más
diligentes, audaces o menos considerados o quienes advertidos por el deudor o en connivencia con él
acudan a la ejecución singular agotando todo su patrimonio y haciendo ilusorios los derechos, tal vez
preferentes, de los demás acreedores. A través de los procesos de esta naturaleza se persigue el principio
de comunidad de pérdidas y un trato de igualdad dentro de los acreedores (principio de la par conditio
creditorum).
El proceso concursal es objeto en nuestra legislación de una doble denominación y regulación y así se
distingue entre el «concurso» cuando el deudor común no ostenta el carácter (le comerciante y la quiebra
cuando dicho deudor tiene: la condición de comerciante. Tal distinción parece obedecer a que la insolven cia de un comerciante provoca una mayor alarma que la de una persona que no lo es, por lo que a aquél
se le aplica una legislación más rigurosa. Sin embargo, es unánime la doctrina que aboga por la unificación
del proceso de ejecución general y en esta línea, como señala Prieto Castro, se habla de proceso, proce dimiento y derecho concursal, por ser este tecnicismo, de origen netamente español, el que expresa con
mayor propiedad el sentido de la institución, esto es, la concurrencia de los acreedores para la equitativa
distribución de los bienes del deudor común con independencia del carácter de éste. «Concurso» fue el
nombre con que por obra de Salgado de Somoza en su libro Labyrinthus Creditorum Concurrentium, se
conoció en toda Europa un sistema orgánico de proceso de ejecución general, y las denominaciones
concurso y derecho concursal atienden más a la naturaleza jurídica del proceso de ejecución general, en
tanto que el término quiebra, aun cuando configurado como una clase de procedimiento concursal, aplica ble al deudor común comerciante, denota sin más el fracaso económico del deudor común.
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Como vestíbulo o antesala del concurso de acreedores y de la quiebra aparecen regulados en nuestro
ordenamiento jurídico la quita y espera y la suspensión de pagos.
Breve referencia a los antecedentes históricos
A los procesos concursales se ha llegado tras una lenta evolución como un progreso de la. civilización.
Sus más antiguos antecedentes hay que situarlos en el Derecho Romano de considerable influjo en la
legislación española.
Las costumbres antiguas del Derecho Romano -época de los Reyes- trataban con dureza desmedida al
deudor insolvente, mancipándolo con su familia y bienes al acreedor, en cuyo poder entraba nexu o nexu
vinctus, si bien a condición de quedar nexus soluto si pagaba la deuda. Si no se liberaba el deudor en el
plazo estipulado, al acreedor, en virtud del derecho adquirido por la mancipación, le eran adjudicados su
persona y sus bienes.
Este rigor se mitiga por la Ley atribuida al sexto rey de Roma -Servio-tulio- (años 175 a 219 de su
fundación), que decretó que sólo la propiedad del deudor y no su persona respondiera de sus deudas,
disposición que tuvo una breve vigencia al ser abolida por el sucesor de aquél, Tarquino el Soberbio, no
consiguiendo el pueblo restablecerla hasta dos siglos más tarde.
Proclamada la República, es la costumbre la que más bien guía al pueblo hasta la publicación de las
DOCE TABLAS, que es el primer Código Legal que aparece en Roma como exponente de una gran
conquista de la plebe contra la aristocracia. Las disposiciones que este Código contenía con relación a los
derechos de los acreedores, pretendía suavizar el rigor de las antiguas; costumbres, pero, a pesar de ello,
mantuvieron el cruel procedimiento de ejecución sobre la persona del deudor manus iniectio. El deudor
podía ser cargado de cadenas y puesto en prisión y aun ser muerto por el acreedor o vendido como
esclavo en país extranjero. Para el caso de que el deudor se adjudicara a varios acreedores, la Ley decen viral (lex duodecim tabularum) ordenaba la división del deudor «Partes Secanto»; de estas palabras algunos
autores coligen que se refería al precio de la venta del deudor, y otros, mayoritarios, que a su cuerpo
mismo. Este régimen de crueldad se modera por la lex poetelia papiria, que abolió la prisión por deudas y la
venta y muerte del iudicatus, marcando el tránsito del sistema de ejecución personal al sistema de ejecu ción patrimonial.
Las primeras manifestaciones de ejecución en el patrimonio del deudor se tienen en el derecho pretorio
a través de la «missio in bona» o entrada en los bienes del acreedor favorecido por sentencia. Si eran
varios acreedores podían sumarse todos a la posesión de los bienes «missio in rem» y así se vino a esta blecer la nota de la universalidad que caracteriza la institución concursal, en cuya virtud el interés personal
cede al interés colectivo de la masa. El entero patrimonio del deudor se sacaba a la venta, que previo
cumplimiento de determinadas formalidades, se realizaba mediante subasta. El comprador «bono rum-emptor» se hacía sucesor universal del deudor adquiriendo todos sus derechos y créditos y se
comprometía a pagar las deudas en la medida que alcanzaba el producto de la venta. La bonorum venditio
llevaba aparejada la nota de la infamia.
Más tarde, en los comienzos de la época imperial, es abolida la «venta per universitatem y la «sucessio
per universitatem in Bona debitoris» que se sustituye por una venta de bienes aislados o venta «all detall»
que llevaba a efecto el «Curator Bonorum» designado por el pretor a instancia de los acreedores después
de obtener una missio in bona creditoris. De este cargo traen su origen el administrador y los síndicos de
los concursos y quiebras de nuestra legislación. Los acreedores podían elegir entre la venditio o la distrac tio bonorum.
Los muy severos efectos personales de la missio in bona se remedian a partir de una Ley Julia con la
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cessio bonorum. El deudor puede eludir la prisión y la nota de infamia, declarando solemnemente ante el
Magistrado que pone sus bienes a. disposición de los acreedores, cediéndoselos para que con el producto
de la venta se cobren sus créditos. Desaparece la ejecución personal y la infamia. y se pasa a una verda dera satisfacción por equivalente. Además de estas ventajas, con este sistema, el deudor goza de la de ver
asegurados los recursos necesarios para su subsistencia (beneficium competentiae).
Esta legislación se aplicaba tanto al deudor comerciante como al que no lo era, dominando en ella el
principio privatístico. El procedimiento en caso de insolvencia del deudor era un procedimiento de autode fensa dirigido por los mismos acreedores, desconociéndose en él el aspecto público que se advierte en los
procesos concursales actuales dado el interés de la sociedad en reprimir estos estados de insolvencia.
En el antiguo derecho español no hay una regulación ordenada de los procesos concursales y recibe en
esta materia el influjo del Derecho romano y del medieval. El Fuero Juzgo en la Ley 5, Título 6.º, Libro 5 y el
Fuero Real en la Ley, 17, Título 20, Libro 3, se ocupan del deudor común y de la forma en que habían de
satisfacérselos créditos a los acreedores. El Código de Partidas regula la cessio bonorum (ley I, Título XV,
Partida V), la forma en que debían partirse de los bienes del deudor cuando los desamparaba (Ley II, Título
XV, Partida V), la fuerza que tal cesión de bienes tenía (Leyes III y IV, Título XV, Partida V) y lo que deba
hacerse respecto del que huyese o se alzase sin pagar sus deudas (Ley X, Título XV, Partida V). Su nota
característica frente al Derecho romano es la mayor intervención judicial que destaca también, por influen cia del Derecho franco, en la Lex Visigothorum. La cessio bonorum tiene lugar ante el juez que cuida de la
enajenación de los bienes y de la distribución de su importe entre los acreedores. Tampoco estas disposi ciones distinguen al deudor comerciante del que no lo es.
La distinción entre deudores comerciantes y no comerciantes aparece, no obstante, en nuestras anti guas leyes que hacían más riguroso el procedimiento en el caso de que el deudor fuese comerciante. Así,
en las Cortes de Barcelona celebradas en 1299, bajo el reinado de Jaime II, se prohibió al cambiador que
quebrase volver a tener «Tabla de cambio ni empleo alguno», Constitución que fue ratificada en las Cortes
de Lérida celebradas bajo el mismo reinado el año 1301, y en las de Gerona de 1321, en las que, además,
se añaden nuevas disposiciones sobre la persona y bienes del quebrado. En las Cortes de Montblanch de
1333, reinando Alfonso III, las penas impuestas a los cambiadores quebrados, se extendieron a los
mercaderes o fabricantes de paños o sus negociadores o sus factores.
Los Reyes Católicos, por una pragmática de 1,480, mandaron tener por «robador público», con las
consecuencias que ello conllevaba, a los cambiadores y mercaderes que se ausentaran por caudales
ajenos, y en la Pragmática de 1502 ratificaron la anterior, inhabilitando a perpetuidad a quienes observaban
tal conducta, estableciendo el modo de proceder contra sus bienes y la declaración de nulidad de los
contratos que realizaran en perjuicio de los acreedores (ambas pasaron a la Novísima Recopilación Ley I y
II, Título XXXII, Libro XI). En las Cortes de Barcelona y de Monzón de 1493 y 1510, respectivamente, se
ordena que los quebrados fugitivos fueran perseguidos sin tregua ni perdón hasta que pagasen a los
acreedores y que no se admitiera la cesión de bienes a los cambiadores y mercaderes fallidos que debían
ser considerados como ladrones públicos. El Emperador Carlos I, en Madrid (1528), en Segovia (1532) y en
Valladolid (1548), dio pragmáticas prohibiendo en la segunda de ellas que ningún mercader alzado gozara
del privilegio de hidalguía para excusarse de la pena de un débito ni para otra cosa.
En 1567 se publica la Nueva Recopilación que recopila las disposiciones vigentes en esta materia en
sus trece Leyes, que integran el Título XVI del Libro V, bajo la denominación «De los contratos, obligacio nes i fianza, i deudas, i cesión de bienes que hacen los deudores». La defectuosa técnica de este nuevo
ordenamiento determinó su ineficacia y Felipe II en las Cortes de Córdoba de 1570 y en las de Madrid en
1573, regularizó el procedimiento contra los cambiadores, mercaderes y factores que quebrasen, y por
pragmática de 18 de julio de 1590, introdujo un mayor rigor al disponer «que los deudores que hicieren
cesión de sus bienes, o compromisos para remisión o espera de sus deudas, estuvieren presos hasta que
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acabaren los pleitos de sus acreedores». El deseo de dulcificar este rigor dentro de un procedimiento que
la práctica forense ya había introducido en los Tribunales españoles, fue el que movió a Francisco Salgado
Somoza a escribir su famosa obra Labyrinthus Creditorum concurrentium (Valladolid, 1646), que contiene la
representación genuina del derecho concursal común europeo. Esta obra trata solamente de uno de los
supuestos de la quiebra: cuando «el deudor mismo produce concurso convocando a sus acreedores para
entrega y cesión de bienes», se, quiere regular un nuevo procedimiento de cesión de bienes en el que, a
cambio de intensificar las formalidades y garantías, no hay previo encarcelamiento del deudor, ni necesidad
de que éste reconozca sus deudas con efectos de confesión o esté condenado por una sentencia.
En la práctica se iban relegando el concurso y la cesión de bienes para los deudores no comerciantes,
mientras se formaba una doctrina mercantilista que alcanza su consagración en las denominadas
comúnmente «Ordenanzas de Bilbao» (1737). Estas famosas ordenanzas influidas por la Ordennance
francesa de 1673, y que llegaron a hacerse generales en España, regulan por primera vez de forma
sistemática un procedimiento de quiebra para los comerciantes, distinguiendo tres clases de quebrados:
atrasados, quebrados por infortunio y quebrados fraudulentos. Clasificación que pasó al primer Código de
Comercio español.
Con la publicación del Código de Comercio de 1829 y la Ley de Enjuiciamiento Civil para los negocios
de comercio en 1830, se confirma la distinción entre comerciantes y no comerciantes, para someter al
procedimiento de quiebra sólo a los primeros. La influencia francesa se manifiesta en el Código tanto
directamente, por obra del Código francés de 1807, como indirectamente, a través de las Ordenanzas de
Bilbao que, como se ha dicho, recibieron la influencia de la Ordenanza francesa de 1673.
El Código de Comercio de 1829 regulaba cinco clases de quiebras, siendo la de primera clase la
suspensión de pagos.
En 1881 se publica la Ley de Enjuiciamiento Civil, que con la finalidad de preparar la reforma que se
venía proyectando de eliminar del Código los preceptos de carácter adjetivo referentes a las quiebras,
dedicó el Título XIII del Libro II, a tratar «del orden de proceder en las quiebras», siéndoles de aplicación
supletoria las disposiciones establecidas para el concurso en el Título XII.
El 22 de agosto de 1885 se publicó el nuevo Código de Comercio, que reduce a tres las cinco clases de
quiebras que reconocía el de 1829, y crea la suspensión de pagos como un estado especial, previo al de
quiebra e independiente, en beneficio del comerciante y sus acreedores.
Hoy nuestro derecho concursal está integrado por las siguientes disposiciones:
a) En materia de quiebras, además de por diversas disposiciones especiales, por el Libro IV del Código
de Comercio de 1829, reformado por Ley de 30 de junio de 1878; por el Libro IV del Código de Comercio
de 1885 con la reforma de la Ley de 10 de junio de 1897 y por el título XIII del Libro II de la Ley de Enjui ciamiento Civil y Título XII del mismo Texto legal de aplicación supletoria, por así disponerlo el artículo
1.319.
b) En materia de suspensión de pagos, por el Código de Comercio de 1885 reformado por la Ley de 10
de junio de 1897 y por la Ley especial de 26 de julio de 1922 conocida como Ley de Suspensión de Pagos,
cuya promulgación fue provocada por la primera gran crisis económica que se produjo en el país, la insol vencia del Banco de Barcelona en los años veinte, que puso de relieve la insuficiente regulación de la insti tución y la consecuente carencia de cauces legales para solucionar el problema. A esta Ley de emergencia
se le asignaba una vigencia de cuatro años, al termino de los cuales se preveía en su disposición adicional
segunda la posibilidad de que el Gobierno suspendiera sus efectos, por considerar que en este tiempo se
podía legislar sobre la materia más sosegadamente y con carácter definitivo. A punto de transcurrir casi
setenta años desde su promulgación, la Ley se mantiene en vigor.
En materia de quita y espera y concurso de acreedores, por las disposiciones que integran el Título XII
del Libro II de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
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La diversificación, y sobre todo la antigüedad de las normas que configuran nuestro derecho concursal
que las hace a todas luces desfasadas con la realidad actual, en cuanto no guardan correspondencia con
las profundas modificaciones operadas en las estructuras técnicas, económicas y sociales, han hecho que
su reforma sea una de las más necesarias y esperadas. A este fin fue redactado un anteproyecto de Ley
Concursal que después de ser aprobado por la Comisión de Codificación el 27 de junio de 1983, se elevó al
Ministerio de Justicia, que lo sometió a conocimiento e información pública. Hoy, y pese al tiempo transcu rrido, el mencionado anteproyecto no se ha convertido en Ley.
Tan siquiera el ingreso de nuestro país en la Comunidad Económica Europea ha determinado la nece sidad de acometer con prontitud la reforma de esta materia, pues en el ámbito comunitario no existe una
norma que la discipline. Sólo hay un proyecto de «convenio sobre quiebras, convenios de quiebra y proce dimientos análogos», aún no concluido, no obstante haberse creado el grupo de trabajo encargado de
elaborar su texto en 1963.
El artículo 1º apartado 2.º, del Convenio de Bruselas o «convenio general», de 27 de septiembre de
1968, sobre competencia judicial y reconocimiento y ejecución de decisiones en materia civil y mercantil,
excluye de su ámbito una serie de materias de esta naturaleza entre las que se encuentran la «quiebra,
concursos y otros procedimientos análogos». La razón de tal exclusión hay que buscarla en -las dificultades
que la materia concursal tiene por la diversidad de su regulación en los ordenamientos internos de los
diferentes Estados miembros, de ahí que los mismos se muestren reticentes ante un convenio sobre esta
materia, pues, aun cuando el que se prepara no lo es de Ley uniforme, sino de normas de conflicto de
Leyes y jurisdicciones, va a provocar modificaciones en los ordenamientos internos y va a tener una gran
trascendencia en el área de integración económica que es la Comunidad Económica Europea, que al
suponer un notable incremento de las relaciones comerciales internacionales, va lógicamente a aumentar
las relaciones sobre las que puede incidir un procedimiento de esta naturaleza.
Quita y espera. Breve referencia
La quita y espera como procedimiento preliminar y de eliminación del Concurso de acreedores está
regulada en la Sección Primera, del Título XII, Libro II, de la Ley de Enjuiciamiento Civil, artículos 1.130 a
1.155.
El origen de la quita y espera lo encontramos en las cartas de perdón y moratoria que concedían los
reyes en la Edad Media a los señores y capitanes de huestes que, agobiados por sus deudas y sin recursos
para pagarlas, se las pedían. Esta facultad, a todas luces contraria a los principios de derecho, cesó en la
misma Edad Media, por lo que se refiere a las Cartas de perdón prohibidas por el Código de las Partidas
(Ley 32, Titulo 18, Partida 3.º). Las cartas de moratoria, sin embargo, llegan a la Edad Moderna y hasta que
no se estableció la Monarquía Constitucional, el rey o su Consejo de Castilla continuó otorgándolas hasta
que desaparecieron por Real Decreto de 21 de marzo de 1834.
En orden al procedimiento de esta institución, no lo encontramos con anterioridad a la Ley de 1855,
pues considerada por los antiguos prácticos como una especie de concurso voluntario, era un verdadero
caos en punto a su tramitación. Es la citada Ley de 1855 la que puso fin a este vacío estableciendo un
procedimiento concreto para la quita y espera posteriormente perfeccionado por la vigente ley de 1881.
Requisitos necesarios para poder optar por este beneficio
1.º No ser comerciante.
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2.º Solicitarla antes de presentarse en concurso.
3.º Acompañar con la solicitud firmada por el deudor o por quien lo represente con poder especial, una
relación nominal de todos sus acreedores, con expresión de su domicilio, procedencia y antigüedad o fecha
de los créditos y del importe de cada uno de ellos, y otra relación circunstanciada y exacta de sus bienes
con el valor en venta en que los estime, pudiendo excluir de ella sólo los bienes que con arreglo al artículo
1.449 no pueden ser objeto de embargo (artículo 1.130 de la Ley de Enjuiciamiento Civil).
El párrafo primero del artículo 1.130 de la Ley de Enjuiciamiento Civil es claro, sólo el deudor común no
comerciante puede solicitar los beneficios de la quita y espera. En consecuencia con ello, el juez cuando se
le presente la solicitud debe analizar detenidamente si quien la promueve es o no comerciante y, de serlo,
rechazarla de plano, pues éste ha de sujetarse al procedimiento de la quiebra o de la Suspensión de
pagos. En cualquier caso si el juzgado tiene conocimiento en momento posterior al inicio del expediente de
que su promotor es comerciante, puede de oficio o a instancia de cualquier acreedor, declarar la nulidad de
lo hasta entonces actuado.
Para que el deudor no comerciante pueda pedir la quita y espera según este procedimiento preliminar
es preciso, además, de acuerdo con lo dispuesto en los artículos 1.130 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y
1.912 y 1.913 del Código Civil, que el activo de su patrimonio sea igual o superior al pasivo, pues de ser
menor y hubiese dejado de pagar sus obligaciones corrientes deberá presentarse en concurso ante el
Tribunal competente luego de aquella situación le fuese conocida (artículo 1.913 del Código Civil y senten cias del Tribunal Supremo de 14 de diciembre de 1897 y 11 de febrero de 1905).
El segundo de los requisitos consiste en solicitar los beneficios de la quita y espera antes de presen tarse en concurso, lo que supone que el deudor no haya sido declarado en estado de concurso bien porque
lo haya solicitado él mismo (concurso voluntario) o porque lo haya pedido cualquiera de sus acreedores
legítimos (concurso necesario).
El tercero y último requisito viene integrado por la necesidad de acompañar con la solicitud las dos
relaciones de bienes y de deudas con el detalle que exigen los apartados primero y segundo del párrafo
segundo del articulo 1.130 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, firmadas por el mismo deudor o por quien
pueda hacerlo en su representación con poder especial (párrafo tercero del artículo citado).
La exigencia de la Ley de que las mencionadas relaciones, que en definitiva van a dar a conocer la
situación económica o financiera del deudor, estén firmadas por el mismo o por quien lo represente con
poder especial para ello, obedece al deseo de que quede personal y directamente comprometida su
responsabilidad. Algunos autores entienden que ese poder especial ha de darse también para solicitar la
quita y espera, no bastando el poder general para pleitos. Esta tesis se fundamenta en que tal solicitud y su
concesión dan por resultado una transacción a caso con enajenación o gravamen de los bienes, para lo
cual se requiere mandato expreso según el artículo 1.713 del Código Civil.
Este criterio no se comparte. El artículo 1.130 de la Ley de Enjuiciamiento civil sólo exige poder especial
para firmar las relaciones de acreedores y bienes, pero nada indica respecto a la escritura de poder para
pleitos que el deudor ha de otorgar al procurador a fin de presentar la solicitud de quita y espera y, en
consecuencia, ningún obstáculo legal impide que la solicitud se acompañe con un poder general. Cuando la
Ley ha querido que la solicitud se acompañe con poder especial, lo ha exigido expresamente., como
sucede en el supuesto de quiebra (artículo 1.021 del Código de Comercio de 1829).
Es cierto que el convenio en la quita y espera puede conllevar transacciones, enajenaciones, hipotecas
o ejecución de cualquier otro acto de riguroso dominio de los que necesitan mandato expreso (artículo
1.713 del Código Civil), por ello es aconsejable en la práctica que se entable el procedimiento acompa ñando poder especial suficientemente amplio y comprensivo de las expresadas facultades, incluso la de
modificar la proposición o proposiciones del deudor en vista del resultado del debate de la junta de acree dores. En otro orden de cosas como la asistencia del deudor a la junta no es obligatoria, podría suceder,
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que, no estando presente, ya por voluntad propia o por causas ajenas a ellos, su representación, si no
cuenta con poder especial para ello, se viera imposibilitada de llevar a buen fin el convenio aun cuando
contara con instrucciones verbales del deudor en este sentido.
El escrito de solicitud de la quita y espera con las firmas de letrado y procurador y acompañado de las
relaciones de acreedores y bienes ha de preguntarse ante el juez de Primera Instancia competente, que es
el del domicilio del deudor (art. 63, regla 8.ª de la Ley de Enjuiciamiento Civil), no siendo preciso redactarlo
en forma de demanda.
A diferencia de la Ley de 1855, la Ley vigente no exige que con el escrito solicitud se presente memoria
expresiva de las circunstancias y causas que han determinado la necesidad de pedir la quita y espera. La
supresión de este requisito, exigido en cambio para el concurso, es inexplicable, pues las causas que han
conducido al deudor a solicitar la quita y espera no pueden ni deben ser ignoradas por los acreedores,
antes más, deben conocerlas para apreciar con fundamento la verdad de su situación, su buena o mala fe
y la conveniencia de aceptar o rechazar la proposición de convenio.
Situación jurídica del deudor y sus acreedores
El deudor que se coloca en este estado de derecho conserva el pleno goce de sus derechos civiles y,
por consiguiente, la administración de sus bienes. Todo esto lo pierde cuando la quita y espera la pretende
después de invocado el concurso, ya sea voluntario, ya sea necesario, pues según dispone el artículo
1.914 del Código Civil, en relación con el 1.161 de la Ley Procesal queda incapacitado el deudor para la
administración de sus bienes y para cualquiera otra que por Ley le corresponda.
Conforme establecen los artículos 1.135 y 1.136 de la Ley Procesal, una vez presentada la solicitud de
quita y espera o en el mismo escrito inicial, por otro sí, el deudor puede obtener del juez que se suspendan
las ejecuciones pendientes a excepción de las despachadas contra bienes especialmente hipotecados
cuando se hallen en la vía de apremio y antes de procederse a la venta de los bienes, lo cual comunicará a
los otros jueces por medio de oficio. Esta suspensión se tendrá por alzada de derecho cuando hayan
transcurrido dos meses sin que hubiesen sido otorgadas la quita y espera, o luego que hubiese sido
denegada. En el caso de que la quita y espera sea otorgada dentro de los dos meses y algún acreedor
impugne el acuerdo de la junta, entienden Manresa y Rivas y Martí, que de derecho queda alzada la
suspensión, porque el espíritu de la Ley es suspender sólo por dos meses el ejercicio de los legítimos
derechos de los acreedores y porque no siendo en tal caso ejecutivo el acuerdo, no se sabe si será otor gada o negada la quita y espera.
Convocatoria de la junta
Dispone el artículo 1.131 de la Ley de Enjuiciamiento Civil que el juez proveerá a la solicitud de quita y
espera mandando inmediatamente convocar a junta de acreedores, señalando término bastante, sin que
exceda de treinta días, para que puedan concurrir a ellas los que residan en la península, y el sitio, día y
hora en que deba celebrarse. También serán convocados, citándolos personalmente cuando lo solicite el
deudor, los acreedores que residan fuera de: la península ampliándose en este caso el término expresado
en el artículo 1.131 por el tiempo que el juez estime necesario para que puedan concurrir a la junta (artículo
1.132 de la Ley de Enjuiciamiento Civil).
Señalada la fecha de la celebración de la junta, el juez ha de ser extremadamente cauteloso en la
suspensión de la misma, denegándola cuando la solicita el deudor, so pretexto de enfermedad, imposibili -
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dad de acudir, cesión de créditos a terceros, etc., pues el estado de derecho excepcional y transitorio que
se crea con el expediente de quita y espera, que, como se ha señalado antes, provoca la suspensión de la
plenitud de los derechos de los acreedores, no puede convertirse en definitivo por mor de la conducta del
deudor que ha de ser el primer interesado en que la junta se celebre, como consecuencia de una solicitud
de quita y espera que presentó en su interés.
Sólo serán citados para la junta de acreedores y podrán tomar parte en ella los acreedores compren didos en la relación presentada por el deudor, la citación ha de hacerse personalmente por cédula a los
que tengan domicilio conocido. Los que no lo tengan serán citados por edictos en la forma prevenida en el
artículo 269. Tanto en las cédulas de citación como en los edictos, además de expresarse lo que ordena el
artículo 272, que prevendrá a los acreedores que se presenten en la junta con el título de su crédito, sin
cuyo requisito no serán admitidos (artículos 1.133 y 1.134 de la Ley de Enjuiciamiento Civil). Los acreedo res no incluidos en la lista. presentada por el deudor no deben citarse ni admitirse en la junta, pero para
nada se les perjudica, pues no quedan obligados por el convenio a que en su caso llegue el deudor con los
acreedores que figuren en la relación presentada, conservando integro su derecho para ejercitarlo en la
forma que les conviniere.
Celebración y deliberación de la junta
Para que pueda celebrarse la junta se necesita que el número de acreedores concurrentes representen
las tres quintas partes del pasivo (art. 1.138 de la Ley de Enjuiciamiento Civil). Los acreedores podrán ser
representados en la junta por tercera persona autorizada con poder bastante, cuyo documento deberá
presentarse para que se una a los autos. Los apoderados que lleven más de una representación sólo
tendrán un voto personal; pero los créditos que representen se tomarán en cuenta para formar la mayoría
de cantidad (art. 1.137).
La forma de celebración de la. junta viene determinada en el artículo 1.138 de la Ley de Enjuiciamiento
Civil, conforme al cual se celebrará en el día señalado, bajo la presencia de juez y con asistencia del
secretario y sujeción a las siguientes reglas:
1. Reunidos el juez y el secretario en el lugar y hora señalado, éste hará constar en el acta los acree dores concurrentes con expresión de su nombre, apellidos, clase de crédito y su cuantía. Si alguno de los
asistentes ostentase representación, se hará constar igualmente en el acta.
Los poderes y los títulos de crédito serán examinados por el juez. Con relación a los primeros, si los
estima bastantes, así lo declarará y los unirá al acta, rechazando los que no considere bastantes, en cuyo
caso declarará que los acreedores que los presenten no pueden tomar parte en la junta, haciéndolo así
constar en el acta con expresión de si el interesado se conformó o protestó contra esa resolución. En lo
atínente a los títulos de crédito, el juez debe limitarse al examen de los documentos en cuanto a su forma
para admitirlos o rechazarlos según lleven o no los requisitos necesarios para hacer fe o ser valederos en
juicio. El juez no está facultado en ese momento para resolver de plano sobre la validez de los títulos ni
sobre la legalidad de los créditos. Se comprobará también, si los títulos concuerdan con la relación
presentada por el deudor, porque puede suceder que difieran en la cantidad, en cuyo caso habrá de admi tirse el crédito por la cantidad que resulte del título si es inferior a la que figura en la relación, y si fuese
superior por la consignada en ésta, que es la cantidad reconocida por el deudor, sin perjuicio, claro está, de
quedar a salvo su derecho por el resto.
Cumplidas estas formalidades, se sumarán el total de los créditos admitidos, y si llegan a las tres quin tas, partes del total pasivo el juez declarará constituida la junta cualquiera que sea el número de los
acreedores concurrentes. Si los créditos; admitidos no suman esa cifra, el juez lo pondrá de manifiesto a los
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asistentes, y no existiendo quorum de constitución se dará por terminado el acto, cerrando el acta con
expresión de todo lo ocurrido y firmándola los comparecientes con el juez y el secretario.
2. Constituida la junta se dará lectura a los artículos de la Ley que se refieren al objeto de la convocato ria (1. 139 a 1. 145), de la solicitud del deudor y de las relaciones de deudas y bienes presentados para
seguidamente abrir la discusión.
3. El juez dirigirá el debate concediendo la palabra a dos acreedores en contra de la proposición del
deudor y a otros dos en pro si se hubiese pedido en este sentido. El deudor o su representante pueden
hablar cuantas veces lo consideren necesarias para contestar a las observaciones o aclarar las dudas que
puedan ofrecerse. Cuando al juez considera discutidas suficientemente las proposiciones dará por
concluido el debate.
Si asistiere a la Junta el cónyuge del deudor no se permitirá que intervenga en las discusiones ni en la
votación (art. 1.141). Para la válida celebración de la junta no se precisa la presencia del deudor que, en
todo caso, está representado por el procurador o abogado. En el hipotético caso de que no asistiesen a la
junta ni el deudor ni su representante, se sobreserá el expediente, pues consistiendo la quita y espera o
cualquiera de ellas en una transacción entre el deudor y sus acreedores, la voluntad de aquél no puede ser
suplida por la del juez.
4. El deudor puede modificar su, proposición o proposiciones, derecho que ha de considerarse exten sivo a los acreedores, pues las modificaciones del deudor en su proposición suelen traer causa de las
propuestas en tal sentido formuladas por los acreedores. En este caso ha de hacerse constar en el acta la
modificación que se haga, consignando en la misma de forma inequívoca, cuáles son las proposiciones
definitivas que se van a someter a votación.
5. La votación será siempre nominal y en el acta se consignarán los nombres y apellidos de los votantes
con indicación de la cuantía y clase del crédito.
La formación del acuerdo exige la concurrencia de una mayoría personal y otra de cantidad. La primera
viene constituida por las dos terceras partes de los acreedores que tomen parte en la votación. La segun da, esto es, la de cantidad, la constituyen los tres quintos del total pasivo representados por esas dos
terceras partes de votos que forman la mayoría de personas, o lo que es igual, para obtener esta mayoría
es preciso que los créditos de los acreedores que con su voto concurren a la formación de la mayoría
personal, representen las tres quintas partes del total pasivo del deudor integrado por todos los créditos
comprendidos en la relación presentada por el deudor.
Terminada la votación se hace el recuento de votos y cantidades y se publica por el secretario a
mandato del juez, leyendo las relaciones de los que han votado a favor o en contra. Si se ha reunido la
mayoría de personas y la de capital, así se publicará.
Se admitirán y consignarán las protestas que se hiciesen contra el voto de la mayoría en cuanto nece sarias para poder impugnar el acuerdo tomado en la junta. La Ley no concreta los extremos sobre los que
se puede protestar, pero ha de entenderse que se refiere a alguna de las causas taxativas de impugnación
que señala el artículo 1. 149. A instancia de los concurrentes puede hacerse constar también en el acta
algún detalle o hecho acaecido en la junta que pueda servirles de medio de defensa en el ejercicio de sus
derechos.
El acta se extenderá haciendo una relación sucinta de lo ocurrido en la junta, si bien se insertará lite ralmente la proposición o proposiciones que se hayan votado y la votación nominal, y una vez leída y
consignada también su aprobación o las observaciones que se hagan, la firmarán el juez, todos los que
hayan votado y, por lo que no sepan, uno de los concurrentes a su ruego y el secretario.
Nada dice la Ley respecto a si los títulos de crédito han de unirse a los autos como los poderes, o han
de ser devueltos a los interesados acto seguido de ser examinados por el juez y tomar nota de ellos el
secretario. No llevándose el expediente libros ni otros antecedentes de comprobación, los títulos de créditos
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originales constituyen un elemento importante, porque a su vista pueden descubrirse algunas de las inteli gencias o exageraciones fraudulentas que anulan el convenio. Por esta razón parece aconsejable mante ner dichos títulos originales unidos al expediente hasta que transcurridos los plazos de impugnación del
acuerdo, y por no haberlo sido, se dicte auto mandando llevar a efecto lo convenido, en cuyo momento se
procederá a la devolución de los precitados títulos a los acreedores.
Forma de terminación del expedienté,
El expediente de quita y espera concluye:
1. Porque no se pueda celebrar la junta al no concurrir el quorum de constitución que fija el artículo
1.138 (art. 1442). El juez así lo declarará dando sin más trámites por terminado el expediente.
2. Porque el acuerdo de la junta. sea denegatorio de la quita y espera, esto es, cuando la mayoría de
votos y de capital rechace la proposición o proposiciones sometidas a votación (art. 1.143).
3. Porque no se reúnan a favor de la proposición del deudor las mayorías de votos y cantidades que la
Ley exige para que haya acuerdo, aunque tampoco las reúna el voto contrarío (art. 1.142 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil). Este supuesto se da cuando constituida válidamente la junta en el momento de la.
votación no se, reúnen las mayorías de personas y de capital que para que haya acuerdo exige la regla 6.ª
del artículo 1.139. Es indiferente que el voto contrario a las proposiciones del deudor no reúna tampoco las
dos mayorías, porque si las reuniese estaríamos ante un acuerdo denegatorio y nos encontraríamos ante
el supuesto de terminación previsto en el artículo 1.143.
En cualquiera de estos tres supuestos, conforme disponen los artículos 1.142 y 1.143, el juez dará por
terminado el expediente sin ulterior recurso. La única cuestión que se plantea atañe a si para ello basta con
la declaración hecha por el, juez en el acta extendida por el secretario o si, por el contrario, es necesario
que dicte auto haciendo estas declaraciones. La Ley nada dice al respecto y, en mi opinión, no es necesa ria resolución alguna posterior al acta en la que se consigna la decisión judicial y los motivos legales que la
han fundamentado.
Los efectos propios de la terminación del expediente sin convenio, son que deudor y acreedores
quedan en la situación en que se encontraban al tiempo de incoarse el expediente, quedando en libertad
los interesados para hacer uso de los derechos que puedan corresponderles y pudiendo continuar las
ejecuciones que hubiesen quedado en suspenso de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 1.135 de la Ley
de Enjuiciamiento Civil (Art. 1.143).
4. El expediente de quita y espera puede, por último, concluir por convenio. Este supuesto tiene lugar
cuando, constituida válidamente la junta, la proposición del deudor reúne a su favor las dos mayorías de
personas y de capital que la regla 6.ª del artículo 1.139 exige para que haya acuerdo.
Transcurridos los plazos señalados en los artículos 1.144 y 1.146 sin que se haya formulado oposición
al acuerdo de la junta, el juez llamará los autos a la vista y dictará auto mandando llevar a efecto el conve nio y declarando que los interesados deberán estar y pasar por él, dictando también para su ejecución las
providencias que correspondan siempre a instancia de parte legítima (art. 1.151). Contra este auto no se
admitirá recurso alguno (art. 1.152).
El convenio aprobado en la junta de acreedores obliga:
1. A los acreedores incluidos en la relación del deudor hayan asistido o no a la junta (art. 1.152).
2. A los que teniendo derecho de abstención hubiesen tomado parte en la votación (arts. 1.152 y
1.140).
3. A los que no habiendo sido citados personalmente asistieron a la junta.
4. A los que no habiendo sido citados personalmente no comparecieran a la junta, pero se les hizo la
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notificación que autoriza el artículo 1.145 del acuerdo favorable de la misma.
5. A los no incluidos en la, relación del deudor, que se hubiera adherido al convenio expresa o tácita mente (art. 1.153).
6. A los residentes en Ultramar o en el extranjero, que hubiesen concurrido a la junta (art. 1.148).
El mencionado convenio no obliga a los siguientes acreedores:
1. A los que no encontrándose incluidos en la relación del deudor no se hubieran adherido al convenio,
expresa o tácitamente (art. 1.153).
2. A los que teniendo derecho de abstención hubieran usado de él no tomando parte en la votación (art.
1.152).
3. A los que no habiendo sido citados personalmente para la junta no comparecieron a ella ni les fue
notificado el acuerdo favorable de la misma (art. 1.152).
4. A los residentes en Ultramar o en el extranjero que, citados o no para la junta, no concurrieron a ella
(art. 1.148).
Relacionado con la materia que tratamos, esta el artículo 1.918 del Código Civil que establece que
«cuando el convenio de quita y espera se celebre con acreedores de una, misma clase, será obligatorio
para todos el acuerdo legal de la mayoría, sin perjuicio de la prelación respectiva de los créditos». La
sentencia del Tribunal Supremo de 11 de mayo de 1894 sostiene que este precepto no rige cuando concu rren al convenio acreedores de diversa clase. La clasificación que establecen los artículos 1.922, 1.923 y
1.924 del mismo Código servirá para de terminar si todos los acreedores de.] deudor son o no de una
misma clase, y para la preferencia en el pago se estará a lo dispuesto en los artículos 1.926 y siguientes
del mismo texto legal.
Derecho de abstención a favor de determinados acreedores
El artículo 1.140 de la Ley de Enjuiciamiento Civil dispone que «los acreedores por trabajo personal y
alimentos, gastos de funeral, ordenación de última voluntad y prevención de abintestato y testamentaria,
así como los hipotecarios con hipoteca legal o voluntaria, podrán abstenerse de concurrir a la junta, o de
tomar parte, en la votación. Si se abstuvieren, no quedarán obligados a estar y pasar por lo acordado. Si
tomasen parte en la votación, quedarán obligados como los demás acreedores. Este artículo ha sido modi ficado por el, artículo 1.917 del Código Civil que en su último inciso concede el derecho de abstenerse a los
acreedores comprendidos en los artículos 1.922, 1.923 y 1.924 del mismo Código, y tales acreedores son
los que gozan de preferencia con relación a determinados bienes muebles del deudor (art. 1.922), a
determinados bienes inmuebles y derechos reales del deudor (art. 1.923) y con relación a los demás bienes
muebles e inmuebles del deudor (art. 1.924).
Oposición al Convenio
Acreedores que pueden impugnar el Convenio
Pueden impugnar el convenio aprobado en la junta de quita y espera en el término de diez días hábiles
contados desde el siguiente al de la terminación de la mencionada junta, los acreedores incluidos en la
relación del deudor citados personalmente cuando:
1. No hubiesen concurrido a la junta. Se comprende en este caso a los residentes en la península, islas
Baleares e islas Canarias.
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2. Hubiesen concurrido a la junta y disentido y, protestado contra el voto de la mayoría. En este caso se
comprende a los acreedores residentes en los puntos mencionados en el anterior apartado, y a los que
gozando del derecho de abstención no lo usan tomando parte en la votación. Entre éstos figuran los resi dentes en Ultramar o en el extranjero.
Asimismo, pueden impugnar el convenio los acreedores incluidos en la relación del deudor no citados
personalmente cuando:
1 Concurriendo a la junta hubiesen disentido o votado en contra de la quita y espera y protestado
contra el voto de la mayoría. Aquí se comprenden los residentes en la península, islas Baleares, islas
Canarias, Ultramar y extranjero. El plazo para la impugnación es de diez días hábiles contados desde el
siguiente al de la terminación de la junta.
2. Por no haber concurrido a la junta se les notificó a instancia del deudor el acuerdo favorable de ésta
y protestaron contra él en el acto de la notificación o dentro de los tres días siguientes. En este caso se
incluyen los residentes en la península que disponen de un plazo de impugnación de diez días, los de las
islas Baleares que disponen de un plazo de quince días y los de las islas Canarias, cuyo plazo de impug nación es de treinta días, a contar todos ellos desde el de la notificación del acuerdo de la junta (art. 1.147).
Causas de oposición al Convenio
Las establecen taxativamente el artículo 1.149 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y son:
1. El defecto en las formas empleadas para la convocatoria, celebración y deliberación de la junta.
Podemos incluir aquí la infracción de los artículos 1.131 a 1.134 a 1.139 y 1.141.
2. La falta de personalidad o de representación en alguno de los que hayan concurrido con su voto a
formar la mayoría. Esta causa concurre cuando en la deliberación intervenga un acreedor que no tenga
capacidad legal para comparecer en juicio, conforme el artículo 2 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, y
cuando, teniéndola, no presenta en el acto el título justificativo de su crédito, o compareciendo a nombre de
otro, no presenta poder suficiente o el documento que acredite el carácter con que se presente en la junta,
caso de tener representación legal de alguna persona o corporación o el crédito que reclama provenga de
habérselo transmitido otro por herencia o por cualquier otro título. Para que no resulte inútil la impugnación,
hay que tener en cuenta que quien haya incurrido en esa falta ha de haber contribuido con su voto no sólo
a formar la mayoría, sino, además, que la decida.
3. Las inteligencias fraudulentas entre uno o más acreedores y el deudor para votar a favor de la quita
o la espera.
4. La exageración fraudulenta de créditos para procurar mayoría de cantidad.
La oposición se formulará conforme a lo prevenido en el artículo 524 y se sustanciará por los trámites
establecidos; para los incidentes, siendo la parte demandada el deudor y los acreedores que comparezcan
manifestando su propósito de sostener el acuerdo de la junta, debiendo litigar unidos y bajo la misma
dirección todos los que sostengan la misma causa. La sentencia que recaiga será apelable en ambos
efectos (artículo 1.150).
Si el deudor no cumpliese, en todo o en parte, el convenio de quita y espera, los acreedores recobrarán
todos los derechos que contra aquél tenla antes del convenio. En este caso el deudor podrá ser declarado
en concurso necesario a instancia de los acreedores o de cualquiera de ellos, aunque no haya pendiente
ninguna ejecución contra el mismo. Esta situación se produce sin necesidad de promover previamente
juicio declarativo pidiendo la. nulidad del convenio, bastando con que el acreedor o acreedores presenten
en los mismos autos de quita y espera, un escrito alegando el incumplimiento del convenio por parte del
deudor acompañando siempre que sea posible la necesaria justificación. Así lo han entendido los Tribuna -
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les en interpretación de los artículos 1.919 del C. y 1.155 de la L.E.C., pues cuando la Ley ha querido que
previamente se declare la rescisión lo ha dicho expresamente (art. 17 de la Ley de 1922).
Por último, y como nota a destacar de la quita y espera, resta decir que es un procedimiento que ha
caído en desuso.
La suspensión de pagos
Concepto y naturaleza jurídica en su doble aspecto sustantivo y procesal
Dentro de nuestro Derecho concursal, la institución típica encaminada a regular las situaciones de
insolvencia del deudor común comerciante lo ha sido la quiebra, término con el que se designa tanto la
específica situación de crisis de un comerciante o una empresa en donde tiene sentido plantear la cuestión
de su continuidad, o lo que es lo mismo, el «supuesto de aplicabilidad de las normas que la regulan»
(concepto económico de la quiebra), cuanto al procedimiento que dichas normas configuran (concepto
procesal de la quiebra).
Considerado en esta última acepción, el procedimiento de quiebra ha sido el método tradicional de
eliminación de empresas en el mercado. A través de él, la empresa se vende (se liquida) y reparte entre
sus acreedores. En nuestro Ordenamiento, el procedimiento de quiebra ha subsistido durante mucho
tiempo como único para tratar la crisis del comerciante, pero constatada su ineficacia para solucionar aque llas crisis que tenían su origen en Meros problemas de liquidez, se hizo precisa la regulación de otro
procedimiento alternativo que paliara sus graves consecuencias. A esta finalidad responde la suspensión
de pagos, y así afirma la jurisprudencia que «todas las legislaciones, de acuerdo con los criterios doctrina les, admiten los principios científicos y las conveniencias de la práctica de reconocer un estado preliminar al
de quiebra del comerciante que, teniendo un activo superior al pasivo o estando al menos nivelado, por las
dificultades de momento no les es posible atender a todas sus obligaciones» (sentencia de 29 de diciembre
de 1927); por ello, «el Código de Comercio de 1885 reconoció un estado intermedio entre la condición
normal del comerciante que cumple con regularidad sus compromisos y la posición desgraciada del que se
encuentra imposibilitado para satisfacer todas sus deudas, de nominando de suspensión de pagos el
primero» (sentencia de 23 de abril de 1931), que «es un estado jurídico que se puede considerar preliminar
al de quiebra, que corresponde a la situación en que se halla el comerciante que, sin haber llegado al cese
completo en el pago de sus obligaciones corrientes, no goza dé la plenitud de su crédito, ni posee medios
económicos suficientes para atenderlos en el momento de su respectivo vencimiento» (sentencia de 18 de
abril de 1929).
La declaración del estado de suspensión de pagos requiere un trámite judicial de comprobación y
proclamación, por lo que para la determinación de su naturaleza jurídica ha de ser considerada en el doble
aspecto, sustantivo y procesal.
La suspensión de pagos en su aspecto sustantivo
Aun cuando en la Ley de Suspensión de Pagos esta institución reviste un carácter predominantemente
procesal, no puede desconocerse que en ella se abordan problemas de carácter netamente sustantivo,
como así lo ha reconocido el Tribunal Supremo que en sentencia de 23 de abril de 1931 y en contempla ción de su artículo 21, «le atribuye la naturaleza de Ley sustantiva, de las que en relación con el Derecho
privado son susceptibles de casación por infracción de Ley o de doctrina legal».
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En el Derecho material o sustantivo de la suspensión de pagos, se comprende todo lo relativo al estado
de suspensión, a la persona del suspenso, a su patrimonio, a sus acreedores y a las relaciones jurídicas
entre unos y otros, por lo que en la determinación de la naturaleza Jurídica de la institución en tal aspecto
material interesa reseñar siguiendo a Ferrer Martin: la suspensión de pagos como beneficio del deudor,
como concordato preventivo, como estado jurídico creado por su declaración y como estado preliminar de
la quiebra.
La suspensión de pagos como beneficio del deudor
Para Ortuño, la suspensión de pagos supone un beneficio para el deudor, en cuanto está dirigida a
evitarle las graves consecuencias de la quiebra o los perjuicios inherentes a los procedimientos singulares.
Pero la forma establecida, dice Mur, no sólo es útil para el deudor, sino también para los acreedores y
para la sociedad; al primero le evita los graves perjuicios materiales y morales, privados y públicos de la
quiebra; a los segundos les reporta acrecentados los beneficios que obtienen en el convenio dentro (le la
quiebra, y a la tercera le conserva una empresa.
Para Torres de Cruells, la suspensión de pagos responde a tres fundamentales intereses diferenciados
y legítimos, que enumera de la siguiente forma:
a) Al de la sociedad, que ha de atender al desarrollo del tráfico mercantil y de las condiciones econó micas de las empresas, a las que se atiende con esta institución, puesto que conserva la empresa y
protege el crédito mercantil.
b) Al de los acreedores que por el convenio satisfacen más rápidamente sus intereses, al tiempo que
les asegura la obtención de un mayor provecho de los créditos y del patrimonio del deudor.
c) Al del deudor, si es correcto y capaz, para que no se malgaste su patrimonio y se perjudique su
personalidad jurídico pública y privada.
En nuestro país, la suspensión de pagos se ha concebido siempre como un beneficio para el deudor de
buena fe que, aun siendo solvente, no puede atender al pago de sus obligaciones en las fechas de sus
respectivos vencimientos. Las Ordenanzas de Bilbao incluían en la quiebra de primera clase el «género de
comerciantes que no pagan lo que deben a su debido tiempo», que: se «deberá regular por atraso,
teniendo aquel o aquellos a quienes suceda bastantes bienes para pagar enteramente a sus acreedores, y
se justifique que por accidente no se halla en disposición de hacerlo con puntualidad». El Código de
Comercio de 1829, dentro del único procedimiento que regulaba -el de quiebra- configuró la suspensión de
pagos como una clase de las cinco que contemplaba, y en su artículo 1.003 consideraba quebrado por
suspensión de pagos «al comerciante que manifestando bienes suficientes para cubrir todas sus deudas,
suspende temporalmente los pagos y pide a sus acreedores un plazo en que pueda realizar sus mercade rías o créditos para satisfacerlos», y la jurisprudencia lo ha venido proclamando de forma reiterada al decir
que existe un estado preliminar de la quiebra para cuando el comerciante, teniendo un activo superior al
pasivo o estando al menos nivelados, no le es posible atender a todas sus obligaciones (sentencias de 26
de octubre, de 29 de diciembre de 1927 y 3 de julio de 1933).
Esta aspiración histórica y orientación doctrinal, inspirada, al decir de Benito, en el Derecho belga, aun
cuando fue acogida en la exposición de motivos, no se reflejó en el articulado del Código de Comercio de
1885. La suspensión de pagos codificada en dicho texto se aplicaba tanto al supuesto del comerciante con
bienes suficientes para cubrir todas sus deudas, como al de quien careciese de recursos para satisfacerlas
en su integridad. La Ley de 10 de junio de 1897 reformó el artículo 872 del Código de Comercio y
circunscribió el procedimiento de suspensión a aquellos casos en que se pretendía una espera, vetándolo
para aquellos otros en que se perseguía una quita y rebaja de los créditos, con lo que, en definitiva, se
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concretó tal procedimiento para los supuestos de activo igual o superior al pasivo. Con la Ley de Suspen sión de Pagos se vuelve a la situación existente con anterioridad a la Ley de 10 de junio de 1897, lo que
hace que de la suspensión de pagos se beneficien toda clase de deudores, sean o no de buena fe. El
Tribunal Supremo ha considerado que el evitar la quiebra favorece también a todos los acreedores «por el
demérito, la decepción y la ruina del capital que llevan tras si las quiebras» (sentencia de 3 de julio de
1933), dándose con este beneficio una última oportunidad al deudor, que evitará la quiebra si cumple el
convenio que le impondrán los acreedores, (sentencia de 18 de abril de 1929).
La suspensión de pagos como concordato preventivo
La institución del convenio preventivo tiene como razón de ser, al decir de Navarrini, salvar al comer ciante desafortunado y honesto, que se halla en temporal desorden, de la declaración de quiebra y de
todas las consecuencias que de ella derivan; dar al comerciante el medio de levantarse de nuevo para
corregir solícitamente su desorden económico, siguiendo, aun cuando sea con algunas necesarias restric ciones, en la dirección de su hacienda, que la liquidación de la quiebra destruiría para siempre, aunque se
ultimase un convenio posterior y, por otro lado, asegurar a los acreedores, aun sin necesidad de liquida ción, conveniente satisfacción a sus créditos.
En la doctrina patria, autores como Benito, Garrígues, Rivas y Martí y Plaza conciben nuestra suspen sión de pagos como un concordato preventivo, contemplándolo sólo como fórmula de convenio que el
comerciante deudor propone a sus acreedores para dar solución a sus momentáneas dificultades econó micas y evitar la quiebra, que se logra con la intervención judicial del patrimonio del comerciante.
El concordato preventivo, por la finalidad que persigue y la situación de privilegio que crea en favor de
quien a él se acoge, requiere unas especiales condiciones en los que lo soliciten, pues, como dice Benito,
no puede ser un arma a esgrimir por cualquier comerciante para eludir la quiebra, sino que ha de ser un
remedio puesto al alcance del comerciante, que, sin culpa alguna por su parte, se encuentra en la situación
de no poder satisfacer sus deudas íntegramente y acude al juez para que, bajo su amparo y vigilancia,
pueda llegar a una inteligencia colectiva con sus acreedores.
Para Rivas y Martí, dos son las condiciones que han de concurrir en el comerciante para que pueda
acogerse a este concordato preventivo: que no haya llegado a un estado de insolvencia, encontrándose en
una situación de iliquidez que presupone la superioridad del activo sobre el pasivo, o al menos su nivela ción, y la buena fe. Garrigues, al censurar la Ley de Suspensión de Pagos, señala corno uno de sus prin cipales defectos el que no reserve el beneficio que supone a los deudo res de buena fe.
Las Legislaciones que instauraron y sancionan el concordato preventivo acogen como indispensables
los requisitos que se han mencionado, y a diferencia de ellas, nuestra Ley de Suspensión de Pagos no
requiere para acogerse a este estado ningún requisito de buena fe, morosidad derivada de desgracia,
posesión de bienes ni cifra mínima de créditos a paralizar, amparando, incluso, una situación tan típica de
quiebra como es la insolvencia definitiva.
En este contexto, y en puridad de principios, nuestra suspensión de pagos no puede considerarse
concordato preventivo. Ahora bien, como dice Benito, como al fin y al cabo con el procedimiento de
suspensión de pagos pueden llegarse a un convenio con los acreedores, habiendo eludido la declaración
de quiebra, hay que reconocer que en muchos de los casos amparados por la suspensión, es ésta un
verdadero concordato preventivo, atendiendo para calificarlos al fin que se logra, y con esta orientación,
dicho autor considera como tales:
ri0 1. El caso del comerciante que teniendo bienes bastantes para satisfacer todos sus descubiertos
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solicita de los acreedores una reducción de los mismos, para pagarlos en un plazo más breve del que
necesitaría si tuviera que satisfacerlos íntegramente.
2. El del comerciante en idénticas condiciones que solicita de sus acreedores un plazo superior a tres
años, porque estos pagos a largo plazo tienen en el comercio idéntico carácter y significación que una
reducción a plazo más corto.
3. El del comerciante que presentando en el momento de solicitar la suspensión una situación de
insolvencia definitiva, y habiendo conseguido afianzar, en el plazo que el juez debe concederle, la totalidad
de sus deudas, pide, sin embargo, en su proposición de convenio una quita a sus acreedores.
El estado jurídico de Suspensión de Pagos
Aunque la suspensión de pagos es un beneficio concedido al deudor, como dice Torres de Cruells,
cuando éste la solicita, en realidad, persigue obtener más de un beneficio.
Esta noción de estado aplicada a la suspensión de pagos se advierte en los autores y en la jurispru dencia y responde a una significación real, pues la presentación y admisión de la solicitud repercute noto riamente en el suspenso, sujetando su patrimonio y sus derechos y, obligaciones a un régimen especial
que modifica esencialmente su estatus jurídico-obligacional.
En primer lugar, proporciona al comerciante una serie de beneficios, pues si jurídicamente el más
importante es; el convenio, no es el único, y así el primero en el tiempo, el que da nombre a la institución,
es la paralización de las ejecuciones individuales de los acreedores. Con esta limitación la Ley tiende a que
permanezca intacto el activo del deudor para mejor cumplir el convenio.
En contrapartida a los beneficios que la suspensión de pagos reporta al comerciante, la Ley somete a
intervención la administración y gerencia de sus negocios. En general, el suspenso conservará la adminis tración de sus bienes y la gerencia de sus negocios (art. 6.º); pero sus facultades quedan sujetas a tales
limitaciones y prohibiciones que de hecho producen una limitación de su capacidad, lo que también
confirma la disposición del párrafo penúltimo del artículo 6.º mencionado, reputando nulos e ineficaces los
actos del suspenso realizados sin cumplir las formalidades a que queda sometidos.
Este conjunto de beneficios y cargas que ofrece la suspensión de pagos define un estado jurídico
patrimonial especifico que afecta al comerciante que a él se acoge, caracterizado:
a) Por la imposibilidad de ser declarado en quiebra mientras dure la tramitación del expediente (sen tencias de 29 de diciembre de 1927 y 3 de julio de 1933).
b) Por la imposibilidad de dirigir ejecuciones; contra el deudor, teniendo el alcance de dejar en
suspenso la plenitud de los derechos de los acreedores hasta la terminación del expediente.
c) Por someter a la intervención la administración y gerencia de los negocios del comerciante, lo que de
hecho implica una limitación de la capacidad del suspenso., según advierte la sentencia de 1 de marzo de
1929, que sostiene que, desde el momento que tiene lugar la declaración procesal de suspensión de pagos
o quiebra, surge un nuevo estado circunstancial y privativo de derecho que afecta no sólo a la capacidad
jurídica del comerciante, quedando intervenidas sus operaciones mercantiles, sino también a la eficacia (le
las acciones derivadas de los créditos contra aquél pendientes.
La Suspensión de Pagos como estado preliminar de la quiebra
Un sector de la doctrina, entre los que puede incluirse a Torres de Cruells, Manresa y Mur, considera la
suspensión de pagos y la quiebra como dos instituciones paralelas, que arrancan de un mismo fenómeno
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económico, la insolvencia del deudor, y que se diferencian únicamente en el trámite y en la solución, orien tación que se advierte en la sentencia del Tribunal Supremo de 4 de marzo de 1929, cuando considera que
los procedimientos de suspensión de pagos y de quiebra se hallan íntimamente relacionados en base a la
unidad de su fin, cual es garantizar el cumplimiento de las obligaciones de los comerciantes, y la identidad
de causa, o sea, la insolvencia del suspenso o del quebrado, y por la común eficacia procesal probatoria
que en las repetidas actuaciones ejercen los elementos informativos aportados.
Esta opinión atiende sólo al fenómeno económico que da origen a ambos estados, concibiéndolo de un
modo general, sin matizar las causas que puedan motivarlo.
Ahondando en la investigación de la causa determinante del estado económico de quiebra, motivadora
a su vez de los procedimientos que nos ocupan, aquel afirmado paralelismo entre suspensión de pagos y
quiebra queda reducido a ser ambos, medios de solucionar la situación económica anormal, mostrando, en
cambio, profundas diferencias tanto en el hecho que los determina como en el fin que con cada uno de los
procedimientos se persigue.
Atendiendo al hecho que determina los procedimientos, un sector doctrinal representado, entre otros,
por Benito y Rivas y Martí estiman que la suspensión de pagos y la quiebra no pueden ser equiparadas,
porque suspender pagos no es lo mismo que cesar; lo primero es algo así como de momento, provisional y
supone posibilidad de atender al cumplimiento íntegro de las obligaciones, si se, concede al deudor un
aplazamiento; la cesación, por contra, es definitiva y lleva implícita el supuesto de que el fallido no puede
cumplir sus compromisos con la misma integridad.
Esta misma orientación se advierte en las sentencias del Tribunal Supremo de 29 de diciembre de
1927, 18 de abril de 1929, 23 de abril de 1931 y 3 de julio de 1933, que distinguen entre el sobreseimiento
en el pago corriente de las obligaciones y la situación bien diferente de incursión en mora que caracteriza el
estado intermedio de suspensión de pagos, estado jurídico que sostienen se encuentra en el comerciante
que, sin haber llegado al cese completo en el pago de sus obligaciones corrientes, no goza de plenitud de
crédito, o para cuando teniendo un activo superior al pasivo o estando al menos nivelados, por dificultades
de momento, no le es posible atender a todas sus obligaciones.
Atendiendo a la finalidad que cada procedimiento, persigue, la diferenciación es resaltada por Plaza,
para quien la suspensión de pagos tiende a evitar que, por obra de la voluntad de los acreedores, se llegue
a la liquidación del patrimonio, y para ello, lejos de constituir una masa que implica ante todo la despose sión de los bienes del deudor, respeta, con unas u otras garantías, la individualidad de los mismos y, en no
pequeña medida, las facultades de disposición y sobre todo de gestión del titular de los bienes afectos, por
modo genérico, al cumplimiento de las obligaciones patrimoniales.
En esta misma dirección, Garrigues sostiene que la «suspensión de pagos» no es una «quiebra abre viada», sino más bien un procedimiento judicial en el que la suspensión de pagos no es sino el medio para
llegar a un convenio preventivo de la quiebra. La finalidad de la Ley, añade, es evitar, en beneficio de los
acreedores, del deudor y de la economía nacional los daños económicos de la quiebra, porque ella implica
un largo y costoso procedimiento de liquidación, con las pérdidas inherentes a toda liquidación forzosa, y a
la desaparición de una empresa en marcha.
La jurisprudencia más caracterizada considera la suspensión de pagos como estado preliminar al de
quiebra (sentencia de 26 de octubre de 1927, 3 de julio de 1933 y 18 de abril de 1929), preventivo de ella
(sentencia de 26 de julio de 1945) y medio de facilitar el convenio entre los acreedores y el deudor,
evitando el desmérito, la depreciación y la ruina del capital que llevan tras sí las quiebras (sentencias de 29
de diciembre de 1927 y 3 de julio de 1933).
La suspensión de pagos en su aspecto procesal
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Si la suspensión de pagos es un estado jurídico, también es un procedimiento judicial, pues es por el
cauce de una actuación de esta naturaleza como se declara, surte sus efectos característicos y se alcanza
el fin último que pretende. En ello está absolutamente de acuerdo la legislación, la jurisprudencia y la
doctrina científica; el problema surge a la hora de encuadrarla en el ámbito del propio Derecho procesal,
dentro de la jurisdicción contenciosa o de la voluntaria.
Un sector de la misma representada por Rivas y Martí, Molina y Ferrer Martín califican el procedimiento
de suspensión de pagos como de jurisdicción voluntaria. El primero de los autores citados, basándose en
que «la suspensión de pagos es un recurso que se concede al deudor comerciante para que, con un
prudencial aplazamiento o quita, pueda atender al cumplimiento íntegro de sus obligaciones» y en que «tal
recurso tiene un marcado carácter voluntario, como dependiente de la exclusiva voluntad del deudor»,
considera la suspensión de pagos, tan sólo como un expediente de jurisdicción voluntaria, mientras no haya
oposición al convenio o a la continuación del expediente, porque entonces es cuando se inicia la contienda
y Se hacen contenciosas las actuaciones.
Sostiene este autor que estamos ante un expediente, y no un juicio propiamente dicho, porque enca beza las actuaciones la simple manifestación del deudor, esto es, un escrito sencillo que la propia Ley cali fica de solicitud, como todos los que inician los actos de jurisdicción voluntaria, a diferencia de lo que ocurre
en los juicios, que forzosamente han de ser entablados por demanda, no advirtiéndose en las diligencias de
suspensión de pagos, mientras no haya oposición al convenio o a la continuación del expediente, ninguno
de los otros dos períodos de probanzas y sentencia, que caracterizan e, integran el verdadero concepto de
juicio. Ferrer Martín considera la suspensión de pagos como procedimiento de jurisdicción voluntaria, por
entender que en el mismo no se cuestiona acerca de una pretensión deducida por el comerciante deudor,
ya que la masa de acreedores, más que oponente, se sitúa a su lado, puesto que ambas persiguen un fin
idéntico, cual es la salvaguarda de sus respectivos intereses.
En la posición contraria, Torres de Cruells considera la suspensión de pagos como de naturaleza
contenciosa, naturaleza que afirma se refleja en el carácter ejecutivo de la misma definido por la amplia
libertad que al convenio se da en nuestra Ley, y que en muchas ocasiones conduce a la liquidación de la
empresa, y por el carácter incidental que tiene la quiebra, según la jurisprudencia, cuando el proceso de
suspensión de pagos se ha tramitado sin convenio o con un convenio incumplido.
Además de estos argumentos que, en sí mismos, no son decisivos para aceptar sus tesis, señala, en
apoyo de la misma: la existencia de una pluralidad de partes que intervienen en el proceso, cuales son el
comerciante y el deudor (artículos 2.º, 4.º, 8.º, 11, 13, 14 y 20 de la Ley), los acreedores (artículos 4.º, 6.º,
11, 13, 14, 16, 17 y 20 de la propia Ley) y el Ministerio Fiscal en representación del interés público, según
el artículo 23 de la misma Ley.
Estas tres partes corresponden a intereses contrapuestos: las dos primeras, de claro y concreto conte nido económico, y el tercero velando por el interés general y por la pureza de procedimiento.
Un simple examen de la Ley demuestra claramente las facultades decisorias y plenamente jurisdiccio nales que el juez tiene en el proceso de suspensión de pagos, pues debe decidir, haciendo declaraciones
sobre la concurrencia de los supuestos de la suspensión de pagos; debe decidir también, haciendo aplica ción de normas de derecho, sobre las anormalidades de la masa, su conservación, garantía y ejercicio de
acciones por la masa deudora (arts. 5.º y 6.º); debe dictar auto razonado declarando si la insolvencia es
provisional o definitiva (art. 8.º); reconocer y calificar los créditos (artículo 12); resolver las cuestiones de
forma que se planteen en las juntas o en la tramitación escrita (arts. 13, 14, 15, 18 y 19); aplicar el derecho
en sentencia, en el incidente de impugnación de convenio (art. 16), y por los artículos 20 y 21, tramitar
íntegramente las piezas de la quiebra abreviada que es la insolvencia definitiva.
En definitiva, en todo este proceso, los derechos privados del deudor, de los acreedores y el interés
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público que defiende el Ministerio Fiscal, no sólo se protegen y aseguran, como sucedería en un expe diente de jurisdicción voluntaria, sino que se discuten, se reconocen, se gradúan y se declaran.
Además, para suplir las lagunas de la Ley o para interpretarla, de tratarse de un expediente de jurisdic ción voluntaria, habría que acudir en lugar de a las normas de derecho concursal, y en especial a las de
quiebra, a las contenidas en el Libro III de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
La sentencia de la Audiencia de Las Palmas de 17 de octubre de 1957 excluye la suspensión de pagos
de la jurisdicción voluntaria, y después de argumentar respecto a las normas supletorias aplicables, razona
que si la suspensión, como su denominación indica, suspende los juicios que se encontraban suscitados
entre el deudor y alguno de sus acreedores, no es posible hablar de la no existencia de pugna de intereses
que caracteriza la jurisdicción voluntaria, porque ésta ya existe en las cuestiones promovidas y a las que
suspende temporal o definitivamente este procedimiento especial.
Sagrera Tizón considera que la suspensión de pagos en su actual concepción reviste carácter procesal,
eminentemente contencioso, de naturaleza semejante a la quiebra que trata de evitar, desviándose, por
tanto, de la liquidación forzosa, pero con grandes analogías con la misma, pudiendo revestir en ocasiones
el carácter de ejecución colectiva -casos de convenio de liquidación- y en otras oportunidades actuando
como una auténtica novación en lo que respecta a las obligaciones del deudor, bien reduciéndolas en su
cuantía -quita-, aplazando su vencimiento -espera-, bien revistiendo una u otra forma -convenio con quita y
espera-, pero concebida fundamentalmente con vistas a la continuación de la empresa, aunque en la prác tica proliferen cada vez más los convenios de liquidación.
Por último, siguiendo a Blanco Constans, cabe señalar dos características de la quiebra de perfecta
aplicación a la suspensión de pagos:
a) La unidad, por la que ningún acreedor puede entablar individualmente acciones judiciales, sino que
han de suspenderse los que tengan este carácter, organizándose un procedimiento colectivo en interés
común, y adoptándose los convenientes medios de publicidad, para que se personen los deudores ausen tes y los que ignoren el estado en que se ha constituido el comerciante.
b) La universalidad, en el sentido de que la suspensión de pagos alcanza a todos los bienes del deudor,
cualquiera que sea su naturaleza y procedencia.
Incompatibilidad de la quiebra y la suspensión de pagos. Preferencia entre ellas
Cuando el comerciante se acoge al expediente de suspensión de pagos, significa una proposición que
dirige a sus -acreedores para arbitrar un medio o fórmula de satisfacción de sus créditos. En consecuencia,
en tanto se sustancian los trámites precisos para que los acreedores puedan con conocimiento de causa
rechazar o aprobar la proposición del deudor, es lógico que se excluya la posibilidad de que puedan adop tarse otras medidas o actitudes extremas en perjuicio del mencionado deudor, que, hasta que se demues tre lo contrario, tiene derecho a la presunción de que ha actuado de buena fe y llegado a la situación en
que se encuentra por causas meramente fortuitas. En cualquier caso, la actuación de uno o varios acree dores no puede, iniciado el expediente de suspensión, perjudicar a la mayoría que puede estar interesada
en llegar a un rápido acuerdo con el deudor.
La incompatibilidad de ambos procedimientos que ya había sido señalada por la jurisprudencia anterior
a la Ley de Suspensión de Pagos de 22 de julio de 1922, la sanciona dicho texto en el párrafo 3º del artí culo 9.º al decir: «los acreedores no podrán pedir la declaración de quiebra, mientras el expediente de
suspensión de pagos esté en tramitación». La sentencia del Tribunal Supremo de 29 de diciembre de 1927,
además de poner de manifiesto la aludida incompatibilidad de los procedimientos, declara que después de
la Ley especial reguladora de la suspensión de pagos tiene ésta prioridad a la quiebra, criterio ratificado por
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la doctrina contenida en la sentencia de 4 de marzo de 1929, conforme a la cual la quiebra es un mero
incidente de la suspensión de pagos, si ésta le ha precedido en el tiempo.
Cuando el Tribunal Supremo ha abordado el problema de la preferencia a efectos de prioridad, entre la
declaración de quiebra necesaria y la solicitud de estado legal de suspensión de pagos ha establecido las
siguientes orientaciones doctrinales:
a) Que la suspensión de pagos goza de prioridad frente a la quiebra, como medio de facilitar el conve nio entre los acreedores y el deudor, evitando el desmérito., la depreciación y la ruina del capital que llevan
tras sí las quiebras (sentencias de 29 de diciembre de 1927, 3 de julio de 1933 y 5 de julio de 1985).
Esta reconocida preferencia viene limitada, sin embargo, en razón del tiempo en que se deduce la
pretensión, pues si por el deudor retrasa su petición de suspensión de pagos y los acreedores, anticipán dose, obtienen la declaración de quiebra, es la que prevalece.
b) Que la suspensión de pagos merece trato prioritario cuando ha sido solicitada antes de ser practi cada la información testifical imprescindible en la quiebra para justificar el sobreseimiento en el pago
corriente de las obligaciones, esto es, antes de adquirir la petición de quiebra estado legal por aquellas
diligencias preliminares a él (sentencias de 3 de julio de 1933 y 5 de julio de 1985). En la primera de estas
sentencias se dio preferencia a la suspensión, aun cuando la solicitud de quiebra era de un día antes, por
adolecer ésta de «anormalidades e irregularidades», y en la segunda porque, «dada la inmediación de las
fechas de los dos procedimientos ni siquiera había sido recibida en su totalidad la información testifical
acordada en el proveído de impulso a la primera petición de quiebra y no había dado comienzo la fase
preliminar de la segunda en la fecha de, presentación por el empresario de la solicitud de suspensión de
pagos», añadiendo, además, «que el general beneficio que entraña ésta, como animada por la obtención
del convenio con permanencia de la empresa, no significa obstáculo alguno para la ulterior prosecución de
la quiebra, de no obtenerse el acuerdo entre los acreedores y el suspenso y en las demás hipótesis
legalmente previstas, esto es, solicitud de unos y otros en tal sentido si la insolvencia ha sido calificada de
definitiva y el deudor no afianza la diferencia (articulo 10, párrafo V) y el incumplimiento del convenio por el
empresario y consiguiente solicitud por parte de los acreedores para pasar a la ejecución patrimonial (artí culo 17, in fine)».
c) Que la preferencia de la suspensión de pagos desaparece, si al tiempo de presentarse la solicitud de
la misma «la quiebra en lo que tenía de trámite previo estaba concluida», es decir, totalmente cumplida la
«información testifical y librados los despachos» (sentencia de 26 de noviembre de 1976), y ello, como dice
la propia sentencia, «para salir al paso de un posible fraude de ley consistente en permitir que la iniciación
del expediente de suspensión de pagos en cualquier momento pudiese paralizar la tramitación del más
severo de la quiebra iniciado y tramitado con anterioridad, con lo que, además, se impediría, como ahora
se ha impedido, la aplicación de las normas específicas dictadas para la quiebra, especialmente en el
párrafo segundo del artículo 876 y número dos del artículo 875, ambos del vigente Código de Comercio».
En el mismo sentido de dar preferencia a la quiebra la sentencia del Tribunal Supremo de 7 de marzo
de 1986, que interpretando el alcance del artículo 9-3.º de la Ley de 22 de julio de 1922 sienta unas
conclusiones muy precisas al decir que «el expediente de suspensión de pagos se halla en trámite desde la
providencia en que la misma se tiene por solicitada, siendo este el -Momento a partir del cual opera la
prohibición de los acreedores de instar la quiebra de su deudor, y sin que por ello mismo la solicitud de
quiebra formulada con antelación a aquel momento quede incluida en el ámbito de la prohibición, no
consecuentemente enervada la ya deducida, aunque estén pendientes de la decisión judicial cuando se
promueve la suspensión». La doctrina de la sentencia es clara: el tiempo que pueda transcurrir entre la
solicitud de quiebra y su declaración judicial -que puede comprender desde verificaciones de la real situa ción de sobreseimiento general en los pagos por el deudor hasta una inicial denegación de la declaración
de quiebra y el subsiguiente recurso que puede formular su promotor- es indiferente a los efectos cuestio -
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nados. Ha de atenderse, según la aludida sentencia que lleva a sus últimos extremos el criterio de la
temporalidad en la deducción de las pretensiones, a la fecha de solicitud de quiebra en tanto se mantenga
ininterrumpidamente vigente hasta la declaración de quiebra. Ninguna referencia hace la sentencia para
determinar la preferencia de la quiebra, a la conclusión o no de lo que tiene de trámite previo, sino que
atiende exclusivamente a la fecha de presentación de la solicitud que por ser anterior a la de la suspensión
de pagos, dice que no está incluida en la prohibición del artículo 9-3.º de la Ley especial, apartándose así
de las otras orientaciones apuntadas que fijan la preferencia de uno u otro procedimiento en razón a otras
circunstancias y no sólo al momento temporal en que se deduce la pretensión.
Requisitos de admisibilidad
Personas que pueden solicitarla
A tenor de lo dispuesto en el artículo 2.º de la Ley de 22 de julio de 1922, la suspensión de pagos es el
remedio procesal que se concede al deudor comerciante o a las entidades mercantiles que atravesando
una situación de crisis económica, prevén la imposibilidad de hacer pago de sus obligaciones en el tiempo
de sus respectivos vencimientos.
El precitado artículo menciona en primer lugar al comerciante como posible beneficiario de esta situa ción, lo que suscita el problema de determinar qué ha de entenderse por tal, es decir, cuáles son las notas
que perfilan esta figura por lo demás esencial en la institución que se analiza, ya que debe ser inicialmente
analizada por el Juez, pues, si el que formula pretensión de que se le declare en el estado legal de
suspensión de pagos, no ostenta dicha condición deberá aquélla rechazarse y el deudor común no comer ciante acudir a la quita y espera o al concurso de acreedores.
La condición de comerciantes es un estado cuyos elementos identificadores ha perfilado la doctrina y la
jurisprudencia a la luz y en interpretación de los artículos 1 y 2 del Código de Comercio, por la implicación
de cada uno de tales preceptos en la determinación de la materia mercantil.
Sin intentar hacer una exposición exhaustiva de la doctrina que a esta materia atañe, por ser objeto de
tratamiento más específico en otra ponencia, voy a limitarme a señalar los elementos de identificación de la
figura concretados por la jurisprudencia, citando, al efecto, las sentencias del Tribunal Supremo de 17 de
diciembre de 1987 y 27 de diciembre de 1989.
La primera de estas resoluciones enseña que «la condición de comerciante o empresario requiere no
sólo el dato real de la actividad profesional, con la habitualidad, constancia, reiteración de actos y ánimo de
lucro, sino también un dato de significación jurídica que, no exigido en el artículo 1 del Código de Comercio,
consiste en el ejercicio del Comercio en propio nombre y en la atracción hacia el titular de la empresa de las
consecuencias jurídicas de la actividad empresarial», de ahí, sigue diciendo la sentencia, que «el accionista
no sea comerciante por ese simple dato y que el administrador sólo lo sea en el sentido vulgar o puramente
económico, por no actuar en su propio nombre, sino en el de la sociedad». La segunda de las sentencias
aludidas ratifica este criterio y concluye que lo que caracteriza al comerciante no es la habitualidad en la
realización de los actos que tengan la consideración de mercantiles, sino que la nota que lo define es hacer
del comercio su profesión.
Ambas sentencias insisten en el carácter profesional del comerciante, negando que la calificación de tal
pueda derivar en la simple repetición sistemática de actos de comercio de acuerdo con lo que establece el
artículo 2.º del Código de Comercio.
Pero no sólo al empresario individual le está reservado el beneficio de la suspensión de pagos, pues
también pueden acogerse a él las entidades mercantiles. Con relación a, éstas, el problema se suscita
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respecto a las denominadas sociedades irregulares, es decir, aquellas lícitas en su objeto, que revisten la
condición de contrato que liga a los socios entre sí, pero carecen de personalidad jurídica propia e inde pendiente de la de sus socios por no haber sido inscritos en el Registro Mercantil, como exigen los artículos
119 del Código de Comercio y 7 y 5 de la Ley de Sociedades Anónimas de 22 de diciembre de 1989 y de
Responsabilidad Limitada de 2.5 de julio de 1989.
La falta de personalidad jurídica de esta clase de sociedades hace impensable que puedan ser decla rados en quiebra o en suspensión de pagos, lo podrían ser los encargados de la gestión social que
responden personal y solidariamente frente a los terceros con quienes contrataron en nombre de la socie dad (artículo 120 del Código de Comercio), pero no ellas.
La posición de estas sociedades ante una situación concursal ha venido a esclarecerla la sentencia del
Tribunal Supremo de 19 de noviembre de 1982. Mencionada sentencia recayó a propósito de la pretensión
por una entidad de la declaración de nulidad de todo lo actuado en un expediente de suspensión de pagos,
que fue solicitada y admitida por tres comerciantes individuales. La demandante apoyaba la petición de
nulidad en la circunstancia de que la solicitud de suspensión se había hecho a nombre de una «sociedad
irregular», que, por carecer de personalidad jurídica independiente, al ser secretos sus pactos, de acuerdo
con los artículos 119 y 120 del Código de Comercio, en relación con el 1.669 del Código Civil, no estaba en
condiciones de ser declarada suspensa. El Tribunal Supremo ratificó la falta de personalidad jurídica de
estas sociedades y mantuvo la validez de lo actuado en la suspensión de pagos solicitada en nombre y
representación de los tres comerciantes individuales vinculados societariamente, al haberse apartado a la
masa del activo la totalidad de los bienes de cada uno de los socios, así como los de la propia sociedad, lo
que dijo justificaba, junto a una indudable razón de económica procesal, la tramitación de un expediente
conjunto afectando a todos los que estaban y actuaban en un negocio común.
Situación económica del deudor
Con anterioridad a la Ley de 2,2 de julio de 1922, sólo gozaba del beneficio de la suspensión de pagos
el comerciante que poseyese bienes suficientes para cubrir el importe de la totalidad de sus deudas, así lo
establecían los artículos 870, 871 y 872 del Código de Comercio. Con posterioridad a la publicación de
dicha Ley se suscita el problema de si tales preceptos del Código han sido derogados por ella o, por el
contrario, mantienen su vigencia. La doctrina no es pacífica en este extremo y proporciona soluciones
varias. Así, unos autores sostienen que los aludidos artículos han sido derogados por la Ley de 22 de julio
de 19221, en aplicación del principio de qué Ley especial deroga a la general. Este criterio es rebatido por
otro sector doctrinal que sostiene la inaplicación de tal principio, al ser la Ley de 1922 eminentemente
procesal. Garrigues afirma que los artículos del Código de Comercio referidos a la suspensión de pagos
están derogados en cuanto se opongan a la Ley especial; Molina, por el contrario, sostiene su vigencia y
otro sector doctrinal, por último, afirma que los mencionados preceptos están derogados, si no por la letra
de la Ley, sí por su espíritu.
Lo cierto es que con la Ley de 22 de julio de 1922, la situación de insolvencia definitiva constatada
durante la tramitación del expediente no provoca la conclusión del mismo y permite la proposición por parte
del deudor de un convenio de quita o rebaja de los créditos de los acreedores que puede poner fin al
expediente de suspensión de pagos si declarado el deudor en situación de insolvencia definitiva, ni él ni los
acreedores que representen las dos quintas partes del pasivo solicitan la declaración de quiebra, y por
contra, aprueban aquella proposición de convenio o fórmula de pago de sus créditos que les hace el
deudor.
Ahora bien, ¿cuál sería la resolución que debería recaer frente a una petición de declaración de
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suspensión de pagos en la que el balance acompañado con la misma arrojará un pasivo superior al activo?
Sagrera Tizón considera que la pura ortodoxia de la suspensión de pagos exige que el activo sea superior
al pasivo en el balance del deudor, si bien nada de esto dice la. Ley especial y que, aun cuando el Código
de Comercio establece que sólo podrán presentarse en estado de suspensión de pagos los comerciantes
que posean bienes suficientes para cubrir todas sus deudas, tampoco ello significa que deban tener mayor
cantidad de bienes materiales en su activo de manera que superen su pasivo, pues nos podemos encontrar
con comerciantes que con un activo inferior, y dado el estado próspero de sus negocios, tengan mayores
posibilidades de salvar su situación de crisis momentánea más fácilmente que otro, que teniendo un activo
superior al pasivo sus negocios no producen rendimientos. En base a estos razonamientos, el aludido autor
entiende que el juez, si se encuentra ante un balance inicial que arroja un pasivo superior al activo, no debe
desestimar la petición de declaración de suspensión de pagos y considera que lo procedente en tal caso
sería sustanciar el procedimiento desde su inicio por los trámites previstos por la propia Ley para el caso de
que la insolvencia definitiva se constatara dentro de la tramitación, esto es, abriendo de inmediato la pieza
de calificación.
Molina es contrario a esta opinión y sostiene que, como la Ley de 1922 no ha derogado los artículos
870 y 871 del Código de Comercio, de resultar del balance que el pasivo es superior al activo, el juez debe
rechazar de plano la solicitud del deudor, sin embargo, acepta que si posteriormente y durante la tramita ción del expediente se viene en conocimiento de que la verdadera situación del deudor es de insolvencia
definitiva, ello no es motivo para declarar concluso el proceso.
Sagrera Tizón critica esta tesis y, afirma que es una sugerencia a que se falsifique deliberadamente el
balance, ya sobre valorando el activo o disminuyendo el pasivo, ocultando la existencia de algunas deudas
o reduciendo a conciencia el montante real de las mismas y, como en el examen que por imperio del artí culo 4.º de la Ley debe hacer el juez de la solicitud y documentos que han de acompañarla, resultaría un
activo superior al pasivo, el expediente se admitiría a trámite, y, aunque posteriormente se pusiera de
manifiesto aquella argucia, como la Ley ordena que de todas formas prosiga calificándolo de insolvencia
definitiva, se habría salvado la barrera que venía a significar el supuesto impedimento legal, consiguién dose por tan sencillos medios burlar todas las previsiones.
El Tribunal Supremo, en sentencias posteriores a la promulgación de la Ley de 22 de julio, ha venido
manteniendo que la suspensión de pagos es un testado preliminar del que quiebra para cuando el comer ciante, teniendo un activo superior al pasivo o al menos nivelado, por dificultades del momento no le es
posible atender a todas sus obligaciones (sentencia de 29 de diciembre de 1927 y de 3 de julio de 1933).
Pero, tal doctrina no refleja la realidad de las situaciones que en la práctica se sustancian al amparo de la
Ley especial que, en definitiva, son verdaderas quiebras encubiertas, si bien, la situación de insolvencia
definitiva no aflora al inicio del proceso sino durante su tramitación.
Requisitos procesales de la petición de suspensión de pagos
Representación y Defensa
El comerciante o la entidad mercantil que pretenda ser declarada en estado de suspensión de pagos
deberá comparecer ante el Juzgado asistido de Letrado y representado por procurador con poder bastante
que acompañará con el escrito de solicitud. Esta es la regla general que para comparecer en juicio prevé el
artículo 3.º de la Ley de Enjuiciamiento Civil y que no está exceptuada en el artículo 4.º del mismo Texto
Legal, más bien sucede lo contrario, al establecer la regla tercera de este último precepto que los intere sados podrán comparecer por sí mismos en los juicios universales, cuando se limite la comparecencia a la
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presentación de los Títulos de créditos o derechos o para concurrir a las juntas. Es claro que el legislador
ha tenido en cuenta las situaciones que pueden darse en esta clase de procedimientos y cuando ha
querido exceptuar la representación del compareciente por procurador, lo ha hecho de forma expresa.. La
solicitud de la declaración en el estado legal de suspensión de pagos con un ámbito más amplio que los
supuestos a que se refiere la mencionada regla 3.º, no puede entenderse comprendido en dicha excepción.
La necesaria asistencia por letrado del que pretende la declaración de suspensión de pagos, la deter mina el artículo 10 del Texto procesal civil y la Ley de 1922 la da por supuesto en el artículo 14, cuando
establece que en las juntas el defensor del suspenso podrá hacer uso de la palabra cuantas veces lo
estime necesario.
Las resoluciones de los Tribunales confirman lo hasta ahora expuesto. Así, un auto de Juzgado de
Barcelona de 8 de noviembre de 1982, sobreseyó el expediente por no haber designado la suspensa un
nuevo procurador en el plazo que se le concedió a tal fin luego de haber renunciado a su representación el
profesional que la ostentaba, equiparando esta conducta a la de un desistimiento implícito a los beneficios
que la Ley de 1922 otorga, que conlleva el sobreseimiento del expediente.
El último párrafo del artículo 2.º de la Ley de 1922 exige que los documentos que enumera y que
necesariamente han de acompañarse con la solicitud, estén firmados por el solicitante o por quien lo
represente con poder especial. De esta exigencia no puede colegirse que la Ley autorice la personal
comparecencia del presunto suspenso sin representación de procurador, pues sólo obedece al deseo de la
Ley que quede personal y directamente comprometida la responsabilidad del deudor, autorizando con su
firma la gestión de su representante en autos en una materia de tanta trascendencia como es la confesión
de su insolvencia, aun cuando sólo sea. transitoria, y la confirmación de su estado-balance, así como
autenticar la legitimación de los documentos acompañados.
Jurisdicción y competencia
El conocimiento del expediente de suspensión de pagos corresponde a la jurisdicción ordinaria del
orden civil.
La Ley de 22 de julio de 1922 no aborda el tema. de la competencia jurisdiccional limitándose en su
artículo 4.º a hablar de «el juez a quien corresponda el conocimiento de la suspensión».
Para determinar cuál es el juez competente para conocer del expediente de suspensión de pagos,
habrá. que acudir a las reglas generales de competencia y, en concreto, a la contenida en la norma 8.º del
artículo 63 de la Ley de Enjuiciamiento Civil que establece la competencia del juez del domicilio del deudor
en los concursos o quiebras cuando fuese voluntaria. Lógicamente, y por razones cronológicas, este
precepto no hace ninguna referencia a la suspensión de pagos que fue regulada por primera vez como
procedimiento independiente del de quiebra en el Código de Comercio dé 1885, cuyo artículo 870 estable ció como juez competente para la sustanciación de, la suspensión de pagos al de Primera Instancia del
domicilio del deudor.
La aplicación de la regla 8.º del artículo 63 de la Ley procesal civil a la suspensión de pagos la ha
venido manteniendo con reiteración el Tribunal Supremo en sentencias de 13) de enero de 1909, 27 de
diciembre de 1950, 26 de septiembre de 1910, 30 de septiembre de 1933 y 22 de septiembre de 1954. Las
dos últimas hacen extensiva la aplicación de la aludida regla a la ejecución de lo en estos juicios conveni dos, al afirmar que corresponde a dicho juez la jurisdicción necesaria para entender de todas las inciden cias que resulten en los mencionados juicios por imperio del artículo 55 de la Ley de Enjuiciamiento Civil.
Cuando el Código de Comercio en su artículo 870 y la Ley procesal civil (regla V, art. 63) se refieren al
domicilio del deudor ha de entenderse aludido -cuando se trate de una persona natural- el domicilio
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comercial y no el particular, pues la suspensión de pagos es un remedio para salvar los desarreglos
económicos del comerciante, no del individuo en particular. En este sentido resolvió la sentencia del
Tribunal Supremo de 13 de enero de 1953.
El domicilio legal de los comerciantes es, según el artículo 65 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, el
pueblo donde tuvieran el centro de sus operaciones mercantiles, y si tuvieran establecimientos en diferen tes partidos judiciales, aquel en que radicase el principal. Para las compañías civiles y mercantiles el domi cilio legal será el que como tal esté señalado en la escritura de sociedad o en los estatutos (art. 66 de la
Ley de Enjuiciamiento Civil) y respecto de las últimas debidamente inscrito en el Registro Mercantil. De
acuerdo con el artículo 6 de L.S.A. el domicilio de éstas se fijará en el lugar en que se halle el centro de su
efectiva administración y dirección, o en que radique su principal establecimiento o explotación.
Ahora bien, es abundante la jurisprudencia que dulcifica el rigor legal, y analizando la distinción entre
domicilio legal y real ha mantenido la prioridad de este último por el interés predominantemente público del
tema y a fin de evitar planteamientos irregulares del expediente de suspensión de pagos, y si bien ha
negado las facultades dispositivas de los interesados ante el, carácter público de la competencia, ha admi tido que el domicilio determinante de la misma puede no ser el legal cuando conste que éste no es el
verdadero o comercial (sentencias del Tribunal Supremo de 10 de septiembre de 1948, 27 de septiembre
de 1950, 13 de enero de 1953, 2 de mayo de 1952 y 30 de diciembre de 1953).
Asimismo, la sentencia de la Audiencia Territorial de Barcelona de 22 de julio de 1978, conociendo de
una impugnación de la competencia de los Juzgados de Barcelona que plantearon Linos acreedores,
porque el traslado del domicilio acordado por la sociedad suspensa no había sido inscrito en el Registro
Mercantil, figurando tal domicilio inscrito en Bilbao, se decantó por la competencia del juez del domicilio no
inscrito, porque, como dice en sus fundamentos de derecho, «la razón de ser del artículo 63, regla 8.º, de la
Ley de Enjuiciamiento Civil y de la interpretación rígida que se ha tenido por los Tribunales cuando se les
ha planteado casos de traslado de domicilio en posible fraude de acreedores, no era otra que evitar su
indefensión, el desplazamiento de las actuaciones judiciales realizado indebidamente, respecto del verda dero centro de los negocios del suspenso y las dificultades de control de esa actividad mediatizada que
caracteriza la intervención de los asuntos del deudor», sin embargo, continúa la sentencia, «el cambio de
domicilio al lugar donde estaba el centro -de la actividad mercantil de la suspensa, no constituye un fraude
de acreedores, ni debe considerarse contrario al interés público procesal, pues el aspecto formal del domi cilio que aparecía registrado al iniciarse el procedimiento si se ha desbordado por la realidad que exterio riza que la sociedad tiene el centro de su actividad comercial en el lugar del no registrado y por la circuns tancia de mantenerse al literalismo legal, habría de tramitarse la mayor parte del expediente a base del
auxilio judicial».
Las reglas de competencia así establecidas no pueden ser alteradas. Los pactos entre deudor y
acreedores sometiéndose a la competencia de determinado Juzgado para dirimir las cuestiones derivadas
de los contratos celebrados entre ellos, son absolutamente ineficaces en lo que puedan afectar a la
competencia para entender de la suspensión de pagos, tanto si se refieren a la sumisión a otra jurisdicción
distinta de la ordinaria como si atribuyen competencia territorial a juez distinto del que lo sea del domicilio
del deudor. Ello es así porque la Ley impone y atribuye la competencia con carácter de orden público y,
además, porque las cuestiones entre los intereses individualizados no pueden perjudicar a la colectividad
que es la masa de acreedores. No cabe invocar, por tanto, la sumisión expresa o tácita a que se refieren
los artículos 56, 57 y 58 de la Ley dé Enjuiciamiento Civil ante la prosecución de un juicio universal y así lo
enseña el Tribunal Supremo en sentencias de 18 de noviembre de 1948 y 25 de Mayo de 1955, que,
aunque referidas a la quiebra, han de considerarse aplicables también a la suspensión de pagos.
No es infrecuente en la práctica que el deudor trasladé su domicilio en fechas inmediatamente anterio res a la solicitud de la suspensión de pagos al objeto de alejar a los acreedores del lugar donde vaya a
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tramitarse, dificultando una mayor vigilancia de los trámites del expediente y facilitando maniobras de todo
punto inadmisibles, como puede ser el simular créditos, aumentar, disminuir o silenciar otros.
Evitar estas maniobras que configuran un verdadero fraude procesal, creemos le corresponde al juez,
cumpliendo lo dispuesto en el artículo 4.º de la Ley de 1922, que le ordena examinar la solicitud del comer ciante, y por ello debería rechazar de oficio, en cumplimiento igualmente de lo establecido en el artículo 11
de la Ley Orgánica del Poder Judicial, toda solicitud que se le dirija si entiende que no es el competente
para su sustanciación y aprecia de los documentos con que cuenta, que la alteración del domicilio encubre
un fraude procesal.
Es unánime la jurisprudencia que enseña que para la determinación del juez competente para conocer
de la suspensión de pagos, hay que atender al domicilio real, auténtico y verdadero del deudor y no el habi litado precipitadamente por éste al estimar más conveniente a sus intereses que se sustancie ante el juez
distinto del que le corresponde, cuidándose de distinguir aquellos casos en que el cambio de domicilio en
fechas próximas a la presentación de la solicitud de la suspensión de pagos encubra un verdadero fraude
de acreedores de aquellos otros en que tal cambio de domicilio no evidencia fraude alguno, sino que
obedece al claro propósito de ajustar la realidad aparente a la realidad objetiva.
Que la competencia para conocer del expediente de suspensión de pagos corresponde con carácter
exclusivo y excluyente al juez ordinario que jurisdiccionalmente,, por razón del domicilio, corresponda, es
todavía más claro desde la sentencia del Tribunal Constitucional de 8 de noviembre de 1984, recaída en el
recurso de amparo 769-83. La Sala de Gobierno del Tribunal Supremo había nombrado un juez especial
para conocer de la quiebra de la Naviera Aznar, S.A., en el uso de las atribuciones que le confería el artí culo 1.º del Decreto-Ley de 17 de julio de 1947, argumentando que el derecho fundamental al juez ordinario
predeterminado por la Ley no se refiere al juicio civil, porque los jueces civiles tienen jurisdicción en todo el
territorio nacional y a cualquiera de ellos pueden someterse las partes. La sentencia del Tribunal Constitu cional declaró la inconstitucionalidad del precepto y concedió el amparo razonando que desde la entrada en
vigor de la Constitución Española ya no cabe hablar de jueces especiales, pues ello se opone a lo ordenado
en él artículo 24-2, conforme al cual «todos tienen derecho a un juez ordinario predeterminado por la Ley»,
por lo que estima que el derecho del justiciable al juez ordinario es un derecho fundamental y no hay moti vos que justifiquen una excepción del mismo en los procesos civiles.
Relativos a la solicitud
El artículo 870 del Código de Comercio establece que el «comerciante que poseyendo bienes suficien tes para cubrir todas sus deudas, prevea la imposibilidad de efectuarlo a las fechas de sus respectivos
vencimientos, podrá constituirse en estado de suspensión de pagos que declarará el juez de Primera
Instancia de su domicilio en vista de su manifestación». Este artículo, que fue muy criticado por competer al
juez a hacer aquella declaración por la simple manifestación del deudor, encontró su adecuada corrección
en los artículos 2.º y 3.º de la Ley de 22 de julio de 1922, que establecen los documentos y los libros que
han de acompañarse con la solicitud de la declaración del estado de suspensión de pagos y se comple mentan con la disposición del artículo 4.º que ordena al juez examinar la petición que debe venir ajustada a
los términos legalmente prescritos y acompañada de todos los documentos y datos exigidos por la propia
ley, y sólo cuando parezca que se cumplen todos los requisitos, «tendrá por solicitada la suspensión de
pagos», lo cual es muy distinto a «declarar al solicitante en estado de suspensión de pagos», lo que con la
Ley especial sólo hará después de emitido el dictamen por los interventores (art. 8), es decir, después de
toda una serie de comprobaciones que conducen a analizar la verdadera situación del deudor y su
conducta comercial que permita a los acreedores la obtención de suficientes elementos de juicio para
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aceptar el convenio propuesto por el deudor o para solicitar su declaración de quiebra si estiman que su
conducta se ha hecho merecedora de ella.
La solicitud de la declaración del estado legal de suspensión de pagos ha de ir acompañada necesa riamente de los documentos que exige el articulo 2, número 1 a 4 de la Ley de 1922, y si se trata de una
sociedad con los que se exigen en los números 5 y 6. A la solicitud habrán de acompañarse también los
libros que refiere el artículo 3.
Dice el número 1 del artículo 2, que con la solicitud se presentará el balance detallado del activo y el
pasivo del deudor. El balance es el exacto inventario de los bienes y derechos que constituyen el activo de
la empresa y de las obligaciones que forman su pasivo y, lógicamente, debe resultar de las operaciones
reflejadas en los libros de contabilidad que todo empresario debe (le llevar, por así ordenarlo el artículo 25
del Código de Comercio.
La presentación del balance, en principio, no tiene por qué crear problemas a la empresa que lleva una
contabilidad ordenada. Sin embargo, el legislador, previendo las dificultades que ello puede tener para el
empresario que por el volumen de su negocio está en constante tráfico de compras y ventas, permitió
sustituir el mismo por un «estado de situación» que por lo menos refleje, con la posible exactitud, la relación
en que se hallan en la fecha que se produce la petición, los bienes del solicitante y el conjunto de sus obli gaciones. En este caso el precepto que se comenta ordena al juez señalar un plazo que no podrá exceder
de treinta días, para la presentación del «balance definitivo» que habrá de formarse bajo la inspección de
los interventores.
La presentación de este estado de situación es bastante para la admisión a trámite de la suspensión de
pagos, siendo claro que eso fue lo querido por la Ley, pues, de lo contrario, no hubiera ordenado la
confección del balance definitivo bajo la inspección de los interventores que precisamente, por así dispo nerlo el artículo 4, han de nombrarse en la providencia en que se tiene por solicitada la declaración del
estado legal de suspensión de pagos.
Ahora bien, ¿qué sucede si transcurrido el plazo concedido por el juez para la presentación del balance
definitivo el presunto suspenso no lo presenta? Sagrera Tizón, en su obra «Comentarios a la Ley de
Suspensión de Pagos», edición 1974, página 207, considera que, «dada la importancia que adquiere la
existencia de este balance en los autos, puesto que el examen de los interventores a que alude el artículo 8
habrá de versar precisamente sobre su exactitud y mal podrían aquellos referirse al mismo si no existiera,
de no presentarse en el plazo máximo de treinta días fijado por la Ley, será causa del sobreseimiento del
expediente, por faltar uno de los documentos que preceptiva y categóricamente se exigen». Sin embargo,
este autor en la edición de 1989 de la misma obra modifica este criterio y, poniendo en relación lo dispuesto
en el último inciso del número 1 del artículo 2, con lo prevenido en el párrafo segundo del artículo 8,
conforme el cual «con este informe (se refiere al que han de presentar los interventores), se presentará el
balance definitivo y la lista de acreedores, si antes no se hubiesen aportado tales documentos...», concluye
que la consecuencia de la no presentación del tantas veces citado balance definitivo por el solicitante del
expediente en el plazo que el juez le con ceda, debe ser el decaimiento de su derecho a formularlo y no
sobreseimiento del expediente.
Los Tribunales se han pronunciado sobre esta cuestión. Así, el auto de la Audiencia de Barcelona de 21
de mayo de 1987 mantiene que la consecuencia del incumplimiento por el solicitante de los beneficios de la
suspensión de pagos, de la obligación de aportar el balance definitivo prevenido en el artículo 2-1 en la Ley
de 1922 en el plazo que para ello se le haya señalado, deberá ser de acuerdo con la doctrina, el sobresei miento en forma de auto al ser dicho balance uno de los requisitos exigidos por el mencionado artículo 2.1.
El auto de la misma Audiencia de 29 de abril de 1988, abordando idéntica cuestión, sostiene que la autori zación legal del articulo 2.1 no consiste en sustituir la presentación del balance por el estado de situación ni
de que éste haga innecesaria la de aquél, sino que simplemente sustituye la exigencia de su aportación con
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la solicitud por la presentación dentro del improrrogable plazo que la Ley expresa, por lo que, si éste no se
lleva a cabo en tiempo y forma, tal omisión equivale por completo a la falta de un requisito inexcusable para
la admisión a trámite de la solicitud de la suspensión de pagos y, al haberse tenido ya por solicitada la
declaración de tal estado, determina el sobreseimiento del expediente. En igual sentido el Auto de la
Audiencia de Barcelona de 15 de junio de 1990.
En sentido contrario se pronuncian los autos, también de la Audiencia de Barcelona, de 20 de noviem bre de 1.979 y 20 de marzo de 1988. El primero revocó el auto del Juzgado que, Sin mediar petición, tuvo
por desistido al solicitante del expediente por no haber presentado, en el plazo que se le concedió, el
balance definitivo, y las razones de dicha revocación son: que al decretar el «desistimiento» sin haberlo
solicitado el promotor del expediente, se conculcan los principios de jurisdicción rogada y congruencia en
que se basa el Ordenamiento Procesal Civil, que la Ley de Suspensión de Pagos no sanciona la falta de
presentación del balance definitivo que debió confeccionar el que la pretende, con el desistimiento de dicha
pretensión precisamente después de haber decretado su tramitación y que el artículo 8 de la Ley especial
prevé el medio de suplir y subsanar esta falta mediante el informe de los interventores al establecer en su
párrafo segundo que «con este informe se presentará el balance definitivo y la lista de acreedores, si antes
no se hubiesen aportado tales 'documentos». La segunda de las resoluciones citadas recaída en el recurso
de apelación contra el auto que sobreseyó el expediente por la causa que se está analizando, revocó dicho
auto por haber tenido en cuenta sólo lo dispuesto en el artículo 2 y no lo establecido en el párrafo segundo
del artículo 8, y ordenó al Juzgado que requiriera a los interventores para que dieran cumplimiento a lo
dispuesto en este último precepto o, en su caso, especificaran las razones que les impedía hacerlo, sin
perjuicio de que si el suspenso no presenta el balance definitivo se tenga por sobreseído el expediente.
Se comparte la tesis de esta última resolución, porque el artículo 2.1 no puede interpretarse aislada mente, sino que hay que integrarlo con la disposición contenida en el párrafo segundo del artículo 8, que
con claridad está estableciendo un modo de subsanar la falta, al admitir la posibilidad de la presentación del
balance definitivo con el informe de los interventores, si tal documento no se hubiera presentado antes y, es
evidente, que antes sólo al deudor correspondía presentarlo.
Atendiendo a la literalidad de la Ley no ofrece duda que el balance definitivo del artículo 2. 1, no debe
ser confeccionado por los interventores, sino por el deudor bajo su vigilancia, y que el informe de aquéllos,
según el artículo 8, ha de versar sobre la exactitud de tal balance, de donde se colige que el balance a que
se refiere el párrafo segundo de este último precepto y el aludido en el artículo 2.1 es el mismo, así como
que no es función de los interventores elaborar balance alguno, sino vigilar el que ha de confeccionar el
presunto suspenso y posteriormente informar sobre la exactitud de su activo y pasivo. Pero, no puede
desconocerse que la Ley concede un segundo momento para presentar el balance definitivo, momento que
se sitúa en la presentación del informe por los interventores, por lo que si los mismos acompañan con su
informe, ya el confeccionado por el deudor, ya el que en la práctica habitual confeccionan ellos con los
datos proporcionados por aquél, no se aprecia inconveniente en continuar la tramitación de la suspensión
de pagos, dada la, naturaleza y finalidad perseguida por la misma, pues aun en el caso de que concluya
con un convenio de liquidación, siempre será más favorable para los acreedores al evitar el costoso y
complicado procedimiento de quiebra que acarrera el demérito, la depreciación y la ruina del capital, como
dice la sentencia del Tribunal Supremo de 5 de julio de 1985, ratificando el criterio mantenido por resolu ciones anteriores. Ahora bien, si los interventores no acompañan el balance del deudor ni han podido
confeccionar el que habitualmente realizan por no habérseles proporcionado por aquél los datos necesa rios, entiendo que deberá sobreseerse el expediente.
La Ley de 1922, en el párrafo segundo del número 1 del artículo 2, ordena que con la solicitud se
acompañen -si hubiera bienes inmuebles- los títulos de dominio que pueden suplirse por la certificación
registral o una descripción destacada de los mismos con indicación del archivo o protocolo o la persona en
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cuyo poder se hallen los títulos, que en tal caso permitan una perfecta e indubitada identificación. La Ley no
hace ninguna referencia a los bienes muebles, lo que es consecuencia de su antigüedad, pues en el
momento de su promulgación los títulos valores y de crédito no habían adquirido la singular importancia
que hoy tienen.
En definitiva, en el balance que ha de confeccionar el deudor deben incluirse la totalidad de sus bienes
sin excepción alguna con el fin de que los acreedores puedan conocer con exactitud los medios con que
aquél cuenta para el pago de sus deudas y, en función de ello, aceptar o no la fórmula de pago que les
proponga. La importancia del balance es fundamental hasta el punto de que la regla 7.º del artículo 16
establece como causa de impugnación del convenio, la inexactitud fraudulenta en la confección de aquél.
Con la solicitud ha de acompañarse, igualmente, la relación nominal, y sin excepción alguna, de todos
los acreedores de quien solicite acogerse al beneficio de suspensión de pagos, consignándose sus domici lios y cuantía de sus créditos, la procedencia de los mismos y las fechas de sus vencimientos (art. 2.2).
Para el caso de que el solicitante afirme que el número de acreedores pasa de mil, o por la índole de
las operaciones de que se deriven los créditos no les es posible fijar, desde luego, la cuantía de los mismos
(piénsese en los Bancos y entidades de créditos en general), la Ley en el apartado segundo del número 2
del artículo 2 permite o considera suficiente que haga constar, con referencia al último balance de situación,
el número aproximado de acreedores, el nombre de los mismos y el importe global de sus créditos. Ello no
significa que se descuiden los derechos de los acreedores, porque la publicidad que ha de darse al expe diente, permitirán a los interesados conocer la existencia del procedimiento y su intervención en el mismo.
En la relación de acreedores han de incluirse la totalidad de los créditos con independencia de que por
disfrutar de cualquier privilegio que los califique como créditos con derecho de abstención a concurrir a la
junta, no se vean luego afectados por el convenio y ello porque es indudable que tales créditos forman
parte del pasivo y como tal deben figurar en el balance.
El promotor de la suspensión de pagos deberá acompañar con la solicitud (art. 2.3) una memoria
expresiva de las causas que hayan motivado su situación y de los medios que cuenta para solventar sus
créditos. Esta memoria representa la narración de los hechos que han conducido al deudor a solicitar el
beneficio de la suspensión de pagos, cuyos hechos deben conocer los acreedores para poder apreciar con
fundamento la verdad de su situación, su buena o mala fe y la conveniencia de aceptar o rechazar el
convenio que se les proponga.
El artículo 2.4 exige también que el deudor presente una proposición para el pago de sus débitos. Esta
exigencia no es sino la consecuencia de la propia finalidad de la suspensión de pagos.
Esta fórmula de pago no puede ser modificada por el suspenso durante la tramitación del expediente,
así lo viene entendiendo la doctrina y la jurisprudencia. En todo caso serán los acreedores los que podrán
sugerir modificaciones o cambiar sustancialmente la propuesta formulada por el suspenso, que, de ser
aceptada por éste, viene a sustituir a la inicial y de obtener el quorum de votación necesario, alcanza el
rango de convenio definitivo que, aprobado por el juez, vincula a las partes.
Si la entidad que solicita la declaración del estado de suspensión de pagos es una sociedad anónima
-dice el artículo 5.2- se deberá acompañar con la petición certificado del acuerdo del Consejo de Adminis tración autorizando la presentación de dicha solicitud y la justificación de haber convocado la junta de
accionistas para someter a su ratificación el mencionado acuerdo. El precepto no hay que entenderlo en su
literalidad, pues la existencia del Consejo de administración no es preceptiva, pudiendo haber sociedades
anónimas regidas por un administrador único, en este caso bastará la decisión de tal administrador
complementada, en su momento, por el acuerdo de la Junta General de accionistas. Estos requisitos son
igualmente exigibles a las sociedades de responsabilidad limitada y a las sociedades colectivas.
Si dentro de los plazos señalados en los estatutos de la compañía de que se trate no se celebrara la
junta general, o ésta no ratificara la decisión del Consejo o del administrador, se dará por terminado el
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expediente, quedando los acreedores en plena libertad para el ejercicio de sus acciones (art. 2.5). Este es
el primer motivo que la Ley prevé para el sobreseimiento del expediente que tiene lugar por la exclusiva
voluntad del deudor plasmada en el acuerdo o falta de acuerdo de su órgano soberano -la junta general de
accionista-. Al venir compelido al juez a sobreseer el expediente si la junta general no se celebra dentro de
los plazos señalados en los estatutos, deberá acompañarse con la solicitud copia de los mismos o del
extremo de ellos que se refiera a tales plazos.
Por último la Ley exige que en el acuerdo de la junta ratificando la decisión del Consejo de Administra ción o del administrador se indiquen las personas u organismos que habrán de ostentar la representación
de la sociedad en el expediente con facultades para modificar la proposición de convenio formulada e
intervenir en todas las incidencias o cuestiones que se susciten. La falta de un representante de la sociedad
especialmente autorizado en la junta de acreedores puede determinar el sobreseimiento del expediente.
Por último, en el escrito de solicitud se han de indicar las sucursales, agencias o representaciones
directas que tuviere el solicitante, con expresión de las localidades en que funcionen (art. 2.6). Este requi sito es necesario para que el juez pueda cumplir lo ordenado en el artículo 4 en lo atinente a la intervención
de las operaciones del deudor sin distinguir el lugar donde se desarrollen, lo que comunicará a los jueces
donde tenga dichas agencias, sucursales o representaciones.
Todos estos documentos deberán ser firmados por el suspenso o por persona que lo represente con
poder especial (art. 2, párrafo último), que puede ser el procurador a quien se le hayan otorgado poderes
de esta naturaleza.
Además de los documentos relacionados, el deudor deberá acompañar con su solicitud los libros de
contabilidad, tanto los que deba llevar con sujeción al Código de Comercio o dé Leyes especiales, como lo
que voluntariamente haya creído conveniente autenticar por exigirlo el sistema de contabilidad que hubiere
adoptado (art. 3).
Los Libros que obligatoriamente debe llevar todo comerciante son los que enumera el artículo 25 del
Código de Comercio (de inventarios y cuentas anuales y otro diario), complementado por el párrafo primero
del artículo 26 del mismo Texto Legal que alude a los que, además de los primeros, deben llevar las
sociedades mercantiles.
La obligatoriedad de llevar tales libros es inexcusable y resulta de la propia literalidad del artículo 25,
que dice, «todo empresario deberá, llevar», y, además, es extensible a todo empresario que no puede
verse relevado de tal obligación por causa alguna.
Los requisitos formales de los libros que necesariamente han de llevar los empresarios, los determina.
el artículo 27 del Código de Comercio, al decir que los presentará en el Registro Mercantil del lugar donde
tuviere su domicilio para que, antes de su utilización, se ponga en el primer folio de cada uno diligencia de
las que tuviere el libro y, en todas las hojas de cada libro, el sello del Registro. En el supuesto de cambio de
domicilio tendrá pleno valor la legalización efectuada en el Registro de origen.
El párrafo segundo de este artículo admite la validez de la realización de asientos y anotaciones por
cualquier procedimiento idóneo sobre hojas que después deberán ser encuadernadas correlativamente
para formar los libros obligatorios, los cuales serán legalizados antes de que transcurran los cuatro meses
siguientes a la fecha de comienzo del ejercicio (son los libros mecanizados).
La llevanza de los libros por el empresario es esencial a los efectos de la suspensión de pagos, porque
de ellos se deduce no sólo su situación económica, sino también el acierto, rectitud y buena fe con que ha
discurrido el desarrollo de sus negocios, así como la conducta que le ha llevado a esa precaria situación.
El empresario o entidad que no lleve los libros de comercio exigidos por el Código de Comercio en los
términos expresados y por las Leyes especiales no podrá acogerse al beneficio de la suspensión de pagos
y, de deducir la solicitud, el juez deberá rechazarla. Este es el criterio únicamente establecido por la juris prudencia. Así, la sentencia de 17 de octubre de 1928, que consideró improcedente la aceptación de la
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suspensión de pagos por falta del libro de inventario y balances y de actas y la de 15 de noviembre de 1929
por falta del libro diario.
La jurisprudencia no sólo ha exigido con toda rigidez la llevanza de los libros, sino, además que de lo,
mismos se desprenda de forma clara e inequívoca no sólo la situación del comerciante suspenso, sino
también la conducta seguida por el mismo que le haya llevado a tan precaria situación, como así se
desprende de la sentencia de 2 de marzo de 1974, confirmada por la de 11 de abril de 1975, ambas del
Tribunal Supremo. En el mismo sentido las sentencias de la Audiencia de Barcelona de 11 de noviembre de
1974 y 30 de octubre de 1978. La primera recayó en un supuesto en que los libros de contabilidad presen tados contenían tan sólo los asientos de apertura y siendo evidente que no reflejaban la situación real de la
empresa y que su presentación no tenía otra finalidad que cumplir el formalismo legal, consideró que no
debió admitirse la solicitud de la suspensión de pagos. La segunda de las resoluciones citadas, en atención
a las irregularidades observadas en la llevanza de los libros que impedían la formación de un cabal juicio
sobre la situación del comerciante, calificó la suspensión de pagos, de fraudulenta, dando lugar a la aper tura de la pieza de responsabilidad.
Es práctica corriente acompañar con la solicitud de suspensión de pagos libros que han sido legalizados
en fecha inmediata anteriores a la misma y, por supuesto, muy posterior a la del inicio de la actividad
comercial del solicitante. Tampoco es infrecuente que se presenten libros en los que no aparece más
asiento contable que el de apertura.
En tales casos debería rechazarse la solicitud, porque el requisito de presentación a que se refiere el
artículo 3 no se le puede dar un mero alcance formal, sino que piara entender lo cumplido los libros han de
llevarse con sujeción a lo dispuesto en el Código de Comercio, lo contrario sería tanto como admitir que por
«llevanza de libros» ha de entenderse la mera tenencia física de los mismos y no la ordenada y periódica
anotación en los mismos de las operaciones del empresario que es la única que llena la finalidad perse guida por el Código al exigirlos, es decir, que sean reflejo de la situación del comerciante y de la forma en
que ha conducido la marcha de sus negocios.
En contra de este criterio el auto de la Audiencia de Barcelona de 2 de febrero de 1976, que ratificó el
criterio del 5 de marzo de 1975, y consideró que la circunstancia de que los libros presentados sólo contu vieran un asiento, no debe interpretarse en el sentido de que el solicitante no ha cumplido el requisito legal,
sino lo contrario, pues es independiente de que los libros reflejen o no la verdadera situación del comer ciante y aparezcan llevados en la forma que ordena el Código de Comercio, ya que esto deberá ser
examinado y valorado posteriormente en el curso del procedimiento, y que para la aceptación a trámite de
la solicitud es bastante la presentación de los libros que preceptúa el articulo 3, pues no se debe distinguir
donde la Ley no distingue.
La sentencia de la Audiencia de Barcelona de 6 de octubre de 1986 consideró bastante para la tramita ción de la suspensión de pagos la presentación de los libros sin legalizar, porque de ellos podía deducir se
la verdadera situación del deudor y la marcha de sus negocios. Este criterio es discutible, porque la legali zación o diligenciamiento de los libros de Comercio aparece como necesaria para atribuírseles la virtualidad
señalada en el artículo 3 de la Ley de 1922; ahora bien, no puede desconocerse que, en atención a las
circunstancias que concurran en cada caso concreto, la excesiva sujeción a la literalidad de la Ley puede
provocar perjuicios al deudor y a los acreedores, dado que la suspensión mira tanto a la satisfacción de los
créditos de éstos, cuanto a la conservación de la empresa, y en todo caso, a evitar la ruina del capital que
produce la quiebra. En razón a estas consideraciones no parece desproporcionado admitir la suspensión,
no obstante la falta de legalización de los libros, cuando de ellos se colige que han sido llevados ordena damente por el empresario así como el estado real de las empresas.
Presentada la solicitud de declaración del estado de suspensión de pagos con los documentos y libros a
que nos hemos referido, dice el artículo 3, que «en la diligencia misma de presentación se hará constar que
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el secretario, con el concurso de los interventores, ha puesto, firmado y sellado nota de la solicitud de
suspensión a continuación del último asiento en todos ellos. En las notas aludidas mencionará el secretario
cualquier anomalía que observe en los libros, señaladamente las enmiendas, raspaduras y espacios a
hojas sin llenar. Pondrá el juez su visto bueno, y el secretario devolverá enseguida los libros al suspenso
para que lo conserve en su escritorio, y continúe en ellos haciendo los asientos de sus operaciones y los
tenga en todo momento a disposición del juez, de los interventores y de los acreedores en la forma y
términos que el Juzgado determine». No obstante los términos del precepto, es claro que esa diligencia no
podrá realizarse en el momento mismo de la presentación, porque el Texto exige que se extienda por el
secretario con el concurso de los interventores y éstos habrán de ser nombrados en la providencia de
admisión a trámite de la suspensión. En consecuencia, los libros quedaran bajo la custodia del secretario
en espera de que se nombren los interventores y sólo después de practicarse la diligencia antedicha se
devolverán los libros al suspenso. El fin que persigue la aludida diligencia es de seguridad para evitar que
los libros puedan ser posteriormente manipulados. En este sentido se manifiesta la Circular de la Fiscalía
del Tribunal Supremo de 16 de noviembre de 1922. Las posteriores operaciones que realice el suspenso lo
serán bajo el control de los interventores, quienes, de no considerarlas convenientes, las impedirán e
informarán de ello al juez (art. 5). En cualquier caso, cuidarán de que todas las operaciones realizadas
tengan fiel reflejo en los libros contables.
Admisión de la solicitud
Presentada la solicitud, el deudor o la persona que lo represente especialmente apoderada, debe rati ficarse en la firma de los documentos con ella acompañados.
Practicada la ratificación, el juez analizará, en primer lugar, su competencia. Esta materia ya se ha
tratado en el apartado de «jurisdicción y competencia» y a lo dicho en él nos remitimos.
Analizará, asimismo, si en el solicitante concurre la condición de empresario y, de no ser así, rechazará
la admisión de suspensión, pues el deudor común no comerciante debe acudir a la quita y espera o al
concurso de acreedores.
Por último, el juez, conforme lo ordena el articulo 4, examinará la solicitud, documentos y libros acom pañados por el solicitante. Dicho examen debe limitarse a las formalidades extrínsecas y aparentes de la
documentación aportada, pues Si durante la sustanciación del expediente se manifiestan anomalías
-defectos contables, falseamiento de balance, etc.-, ello conducirá a una calificación de fraudulencia llevado
a la pieza correspondiente, o a que por los acreedores no se apruebe el convenio o se formule oposición al
mismo, con la subsiguiente posible declaración de quiebra.
Si la solicitud del comerciante se ha producido en forma y va acompañada de los documentos y libros a
que se refieren los artículos 2 y 3, el juez, dice el artículo 4, dictará providencia en el mismo día de la soli citud y si ello no fuera posible en el siguiente, admitiéndola a trámite. Esta providencia, aun cuando no
contiene un fallo declarativo del estado de suspensión que se producirá en un momento posterior a tenor
de lo dispuesto en el artículo 8, extiende sus efectos sobre el deudor y acreedores en la forma que luego se
verá, creando un nuevo estado de derecho entre las partes.
Se mantiene que esta resolución es irrecurrible con fundamento en lo dispuesto en el párrafo primero
del artículo 9 de la Ley de 1922 conforme el cual «desde que se tenga por solicitada la suspensión de
pagos, y mientras se sustancia el expediente, no se admitirá por el Juzgado pretensión alguna incidental
que tienda de forma directa o indirecta a impugnar la procedencia (le la declaración judicial o a aplazar su
inmediata efectividad». La Circular de la Fiscalía del Tribunal Supremo de 31 de mayo de 1926 establece
que cuando el Juzgado tenga por solicitada la declaración del estado de suspensión de pagos de un
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comerciante, sin que se hayan acompañado, en su caso, todos los documentos y con los requisitos exigi dos en el articulo 2 de la Ley, o no presentados los libros llevados con todas las formalidades preceptuadas
en los artículos 33 y siguientes del Código de Comercio (hoy, 26 y siguientes), el Fiscal interpondrá contra
aquélla recurso de reposición que autoriza el artículo 377 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y formulará
protesta para el caso que el recurso se desestime, sin deducir el de apelación.
La disposición contenida en el párrafo primero del artículo 9 de la Ley de 1922 tiene como finalidad el
impedir cualquier paralización una vez que ha comenzado a andar el procedimiento y, sin dejar de tener en
cuenta este propósito, pero interpretando este precepto a la luz de la Constitución Española y en aras de
dar cumplimiento a la tutela judicial efectiva que consagra, cabría argumentar que contra la providencia de
admisión cabe recurso de reposición que de acuerdo con el texto del artículo 376 de la Ley de Enjuicia miento Civil no impide que se lleve a efecto la providencia, y aun el recurso de apelación en un solo efecto
que tampoco tiene trascendencia suspensiva de la resolución.
Contra el auto que desestima la admisión a trámite de solicitud de declaración del estado de suspensión
de pagos, cabe recurso de reposición al amparo del artículo 380 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y subsi guientemente el de apelación, según el artículo 381 del mismo Texto Legal.
Notificación y publicidad
Conforme el artículo 4 de la Ley de 1922, la providencia por la que se declara admitido a trámite el
estado de suspensión de pagos se comunicará a todos los Juzgados de las localidades en que el comer ciante o entidad a que se refiere dicha declaración, tenga sucursales, agencias o representaciones directas.
Esta comunicación sirve de requerimiento a los Juzgados a quienes se dirige para que se abstengan de
ejecutar las sentencias que hubiesen dictado, salvo en los casos expresamente exceptuados; de notifica ción de la existencia del expediente para que, igualmente, se abstengan de declarar la quiebra del
suspenso sí fuese solicitada por alguno de sus acreedores y cumple además la función de advertirles de la
necesidad de dar cumplimiento a lo previsto en el penúltimo párrafo del artículo 4, es decir, que deben
decretar la inmediata intervención de las dependencias del suspenso radicadas dentro del término de su
jurisdicción. La notificación ha de efectuarse telegráficamente. Ha dispuesto la Ley un medio rápido para
evitar que pueden producirse tanto peticiones de quiebra como que se despachen ejecuciones contra el
deudor o, en fin, que por éste puedan consumarse fraudes u operaciones ilícitas en perjuicio de sus
acreedores.
Publicidad
La importancia y complejidad de los efectos que frente a terceros se produce por la situación de
suspensión de pagos, exigen que ya a la providencia que admite a trámite una solicitud de tal naturaleza,
se le dé una eficaz y amplia publicidad.
A cumplir con esta finalidad se dirige el último inciso del párrafo primero del artículo 4 de la Ley de
1922, cuando dispone que a la providencia, teniendo por solicitada la suspensión de pagos, se le dará la
publicidad que el juez estime conveniente, se anotará en el Registro especial que se llevará en cada
Juzgado, en el Registro Mercantil y en el de la propiedad, donde estén inscritos los bienes del suspenso.
De la mencionada providencia han de tener conocimiento todos cuantos realicen operaciones mercan tiles con el deudor y el público en general a fin de evitar que sean sorprendidos en su buena fe. Por ello, la
Ley dice que se le dé la máxima publicidad en la forma que el juez tenga por conveniente. Normalmente se
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realiza mediante la fijación de edictos en el tablón de anuncios del propio Juzgado o en el de otros Juzga dos de Paz, si el suspenso reside o tiene actividades comerciales en otra localidad distinta de la cabeza del
partido judicial. Asimismo se insertarán anuncios en el «Boletín Oficial de la Provincia», y en uno de los
diarios donde el presunto suspenso tenga su sede principal. Si por la complejidad del expediente, el
número de acreedores, lugares de residencia de éstos, puntos en que el suspenso tenga abiertas sucur sales o agencias, etc., se considera necesario se insertarán también anuncios en el «Boletín Oficial de la
Provincia» en que radiquen las agencias o el «Boletín Oficial de la Comunidad Autónoma» y en los perió dicos de mayor circulación en las mismas o, incluso, en el «Boletín Oficial del Estado».
En la providencia se hará saber a todos a cuantos pudiera interesar la fecha de admisión de la solicitud
y la intervención de las operaciones del solicitante, con la advertencia de que se abstengan de realizar
operaciones con el mismo sin el concurso de los interventores, así como de toda clase de pagos, que
habrán de tenerse por no hechos de no redundar en beneficio de los acreedores.
La providencia de admisión, además de anotarse en el libro especial de suspensiones de pagos que
llevarán los Juzgados, debe anotarse en el Registro Mercantil que por su carácter público se presume de
general conocimiento.
El Reglamento del Registro Mercantil aprobado por Real Decreto 1597-89, de 29 de diciembre, prevé,
en el artículo 87-8, con relación a los empresarios individuales, y en el 94-11, con referencia a las socie dades en general, que en la hoja abierta a cada una de ellas se inscriba obligatoriamente y, claro está, de
producirse, la suspensión de pagos y la quiebra de conformidad con lo previsto en los artículos 284 y ss.
A su vez, el artículo 284-1º, referido a las suspensiones de pagos, dispone que en la hoja abierta a
cada empresario individual, sociedad o entidad, se inscriba la providencia de admisión a trámite de la soli citud de declaración del estado de suspensión de pagos. El artículo 286 prevé el supuesto de que el
empresario individual no esté inscrito, en cuyo caso deberá procederse, con carácter previo, a la inscripción
del mismo en virtud del mandamiento judicial que ha de contener las circunstancias necesarias para dicha
inscripción, es decir, las establecidas en los artículos 90, 91 y 92 del propio Reglamento.
En los casos de sociedades mercantiles irregulares se procederá a la inscripción de las mismas, y a
falta de escritura de constitución, la inscripción se practicará en virtud del mandamiento judicial en el que
conste al menos el domicilio de la. sociedad y la identidad de sus socios.
La inscripción de la providencia que admite a trámite la suspensión se practicará en virtud de manda miento judicial o testimonio de la resolución correspondiente que se remitirá por, duplicado al Registro y en
la que se deberá expresar si es o no firme y en tanto no sea firme será objeto de anotación preventiva
(arts. 287-1 y 2). La inscripción contendrá la parte dispositiva de la resolución judicial, con expresión de
nombre del juez o Tribunal y de la fecha en que se hubiera dictado (art. 287-2). De la existencia de la
suspensión de pagos quedará constancia en toda anotación preventiva o inscripción que se practique en
relación al empresario o sociedad mercantil que se encuentre en tal estado (art. 288). En cuanto a la forma
de hacer llegar al Registro los mandamientos expedidos o el testimonio de la resolución, lo habitual es
entregarlo al procurador de la presunta suspensa para su diligenciamiento, pero nada impide remitirlos por
correo, pues en este caso el registrador está obligado a extender el asiento de presentación por disponerlo
así el artículo 52, párrafo primero, del Reglamento del Registro Mercantil. El registrador devolverá un
ejemplar del mandamiento por el mismo conducto (que lo haya recibido en el que hará constar la nota que
proceda.
Si el comerciante no está inscrito el registrador hará constar esta circunstancia en la nota extendida en
el mandamiento que devuelva y, en este caso, será preciso remitir nuevo mandamiento judicial con
mención de las circunstancias establecidas en los artículos 90, 91 y 92 del Reglamento para proceder a su
inscripción.
La providencia a que aludimos se inscribirá en el Registro de la Propiedad donde estén inscritos los
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bienes inmuebles del presunto suspenso.
Los intereses en juego resultan suficientemente protegidos, anotando preventivamente las limitaciones
de disponer en tanto el comerciante declarado en este estado las sufra y así lo entendió la resolución de la
Dirección General de Registros y Notariado del 1 de octubre de 1985, que resolvió la procedencia de la
inscripción y admitió que pudiera llevarse a cumplimiento de oficio por el Registrador, si por otros conductos
obrantes en el propio Registro de su cargo, tuviere conocimiento de ella.
Por último, la providencia tantas veces mencionada de admisión a trámite de la suspensión de pagos,
es inscribible, en el Registro Civil (art. 178 del Reglamento).
Contenido de la providencia declarando la admisión a trámite de la solicitud de suspensión de
pagos
El contenido de esta providencia viene delimitado en el artículo 4 de la Ley de 22 de julio de 1922. En
los precedentes apartados, hemos analizado dicho contenido en lo relativo a las notificaciones que de la
misma han de practicarse y a la publicidad que ha de dársele. Resta hacer referencia a la designación de
los interventores que en tal providencia ha de hacerse, sin extendernos a cuáles sean sus funciones por ser
objeto de otra ponencia.
Dice el apartado segundo del artículo 4 que en la providencia de admisión a trámite del expediente
ordenará el Juzgado que queden intervenidas todas las operaciones del deudor y a tal fin designará tres
interventores.
La función de los interventores es auxiliadora de la del juez y de colaboración con los demás órganos
de la suspensión de pagos: el secretario, el Ministerio Fiscal y la Junta de Acreedores. El Tribunal Supremo,
en sentencia de 8 de noviembre de 1941, presenta la figura del interventor como un funcionario con
funciones delegadas del juez que interviene en el procedimiento y órgano auxiliar del mismo, cuyas
funciones, en las de carácter representativo, están concebidas, más en contemplación de su abstracto
interés comercial que en el interés particular del suspenso y sus acreedores, al servicio, en fin último del
interés público. Esta doctrina correcta cuando se aplica a los interventores judiciales quiebra, sin embargo.,
cuando se trata del interventor nombrado en representación de los acreedores.
La regla general es nombrar tres interventores y, sólo por si por la poca importancia o naturaleza de la
;suspensión lo creyera conveniente, el juez podrá nombrar uno sólo que será necesariamente acreedor.
De los tres interventores, dos serán auditores de cuentas, de acuerdo con la disposición adicional
cuarta de la Ley 19-88, de 12 de julio, de Auditoría de Cuentas, conforme a la cual, «la referencia de los
dos interventores peritos mercantiles o prácticos contenida en el párrafo segundo del artículo 4 de la Ley de
22 de julio de -1922, se entenderá hecha a auditores de cuentas». El tercer interventor será un acreedor
designado por el juez entre los que figuren entre el primer tercio, por orden de importancia de créditos, de
la lista presentada al solicitar la declaración de la suspensión de pagos.
Tratándose de entidades o personas dedicadas a cualquier clase de operaciones de seguros, como
aseguradora o reaseguradora, dos de los interventores habrán de ser funcionarios del Cuerpo Técnico de
Inspección Mercantil y de Seguros. En esta materia hay que tener en cuenta el Real Decreto Ley 10-84, de
11 de julio, que creó la Comisión Liquidadora de las Entidades Aseguradoras, que establece en su artículo
4-6, «no será obligatoria la solicitud por la Comisión Liquidadora de la suspensión de pagos o de la quiebra
de la entidad en liquidación, aun cuando se presente insolvencia...», y en su artículo 6, que, «cuando una
entidad aseguradora en suspensión de pagos con arreglo a la Ley de 22 de julio de 1922, las funciones de
los interventores serán asumidas por la Comisión Liquidadora. Cuando se den los supuestos del primer
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párrafo del artículo 6 de dicha Ley, y se proceda a la suspensión y sustitución de los órganos de adminis tración de la Entidad suspensa, el Administrador será la propia Comisión».
Por último, el artículo 6 del Real Decreto Ley de 24 de septiembre de 1982, regulador del Régimen de
los Fondos de Garantía de Depósitos en Cajas de Ahorros, Bancos privados y Cooperativas de Crédito,
dispone que «cuando un Banco, Caja de Ahorros o Cooperativa de Crédito se presente en suspensión de
pagos con arreglo a la ley de 22 de julio de 1922, los dos interventores, peritos mercantiles o prácticos a
que se refiere el artículo 4 de la citada Ley, serán designados de las listas que con este objeto remita el
Fondo de Garantía de Depósitos al que pertenezca o haya pertenecido la entidad de Depósito respectiva.
Cuando se den los supuestos del primer párrafo del artículo 6.º de la repetida Ley, y se provea a la
suspensión y sustitución de los órganos de administración de la entidad suspensa, el administrador será el
propio Fondo de Garantía de Depósitos.
El cargo de interventor es obligatorio y se comenzará a ejercer, a ser posible, el mismo día en que se
haga su designación, previa formulación del oportuno juramento o promesa. Si hubiera dificultad para la
posesión del tercero, entrarán en funciones los otros dos. Mientras no concurran los interventores a
desempeñar su cargo, la intervención la ejercerá el juez (art. 4, párrafo 4.º).
El nombramiento de los interventores podrá ser impugnado por el deudor o los acreedores, en cuyo
caso el juez, previo examen de la justificación que se presente, resolverá de plano sin ulterior recurso y, si
estiman la impugnación, designará en el mismo proveído el interventor que haya de sustituir al separado
(art. 4, párrafo 5.º).
Efectos de la providencia de admisión
1. La providencia en sí misma es intocable, y desde que se pronuncia y mientras se sustancia el expe diente, no se admitirá por el Juzgado pretensión alguna incidental que tienda de forma directa o indirec tamente a impugnar la procedencia de la declaración judicial o aplazar su inmediata efectividad (art. 9,
párrafo 1º). La situación excepcional y transitoria creada por la suspensión de pagos no puede mantenerse
indefinidamente y a. evitar dilaciones va dirigido el precepto que se analiza, buscando mayor celeridad y
soslayando cuantos obstáculos pudieran oponerse. El juez, previamente a la admisión a trámite, habrá
examinado minuciosamente la solicitud y los documentos acompañados y producida la admisión la
suspensión sigue su curso sin permitir injerencia alguna que tienda a demorar el trámite procesal, cualquier
intento de esta naturaleza deberá ser rechazado de plano por el juez, con reserva al peticionario de su
derecho a reproducir la solicitud en el juicio declarativo que corresponda (art. 9, párrafo 2.º).
2. La providencia de admisión a trámite de la suspensión, cierra la posibilidad de que los acreedores
puedan pedir la declaración de quiebra del deudor en tanto aquélla esté en tramitación. La sentencia del
Tribunal Supremo de 7 de marzo de 1986 enseña que el expediente de suspensión de pagos se halla en
tramitación desde la providencia en que la misma se tiene por solicitada, siendo éste el momento a partir
del cual opera la prohibición a los acreedores de instar la quiebra de su deudor. En lo relativo a la prefe rencia de uno u. otro procedimiento cuando hay proximidad en las fechas de la solicitud me remito a lo
dicho en el epígrafe correspondiente.
3. Los juicios ordinarios y los ejecutivos en que no se persigan bienes especialmente hipotecados o
pignorados, que se hallaren en curso al declararse la suspensión de pagos, seguirán su tramitación hasta
la sentencia, cuya ejecución quedará en suspenso mientras no se haya terminado el expediente (art. 91,
párrafo 4.º). El tenor literal de la Ley induce a confusión, pues al hablar de los procedimientos en curso al
«declararse la suspensión de pagos» cabe preguntarse cuál es el momento de la suspensión de las ejecu ciones de tales procedimientos si el de la providencia de admisión o el del auto declarándola. No obstante la
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expresión que la Ley utiliza, hay que entender que la suspensión se produce desde la providencia de la
admisión a trámite de la suspensión y ello no sólo por la ubicación del párrafo en el precepto que regula los
efectos de misma, sino, además, siguiendo a Torres Cruells, porque lo contrario atentaría contra el principio
Par Conditio Creditorum, pues los acreedores que hubieran obtenido con anterioridad sentencia a su favor
se beneficiarían, quedando facultados para continuar su ejecución hasta tanto no recayera el auto de
declaración del estado de suspensión de pagos.
Pero testa suspensión sólo afecta al deudor suspenso, y sus efectos no alcanzan a otros sujetos impli cados en el negocio jurídico de que se trate. Así lo ha entendido el Tribunal Supremo en sentencias de 13
de junio de 1967 y 19 de diciembre de 1989 declarando en la primera la obligación de reintegro de una
letra al tenedor de la misma por el librador, aun cuando el aceptante, principal obligado al pago, se halle en
suspensión de pagos y, en la segunda, que la suspensión de pagos no puede provocar la extinción de las
obligaciones de los fiadores del suspenso.
Ahora bien, la suspensión de las ejecuciones que se analiza no es tan absoluta y sufre sus quiebras
cuando se enfrenta a apremios administrativos y ejecuciones laborales.
En cuanto a los primeros, la resolución de la Dirección General y Registros y Notariados de 14 de
diciembre de 1971 estableció que si el apremio se sigue en méritos de un crédito de los que no se consi deran singularmente privilegiados, la pauta a seguir la marca la fecha del embargo y de la solicitud de la
suspensión de pagos. Si la fecha del embargo precede a la de la suspensión seguirá el procedimiento
administrativo respecto de los bienes embargados en él, pero si la fecha de la suspensión es anterior al
apremio administrativo, éste quedará afectado por la disposición del artículo 9 de la Ley de 22 de julio de
1922.
En materia de procedimiento de la jurisdicción laboral, el artículo 32, párrafo quinto, del Estatuto de los
Trabajadores dispone que «las acciones que puedan ejercitar los trabajadores para el cobro de los salarios
que les puedan ser adeudados, no quedarán en suspenso por la tramitación de un procedimiento concur sal», en consecuencia, no les afectan ni las suspensiones de pagos ni las quiebras, pues quedan al margen
de las mismas, al no suspenderse los procedimientos, ni la ejecución de las sentencias relativas al cobro de
salarios. Esta posición de separación absoluta en el orden procesal ha sido mantenida por la doctrina
jurisprudencial en diversas resoluciones, entre las que destacan las dos sentencias de 28 de enero de
1983, dictadas por la Sala de Competencias o Conflictos Jurisdiccionales.
La suspensión de los procedimientos en curso o más bien de la ejecución de las sentencias en ellos
recaídas, no supone la acumulación de los mismos a la suspensión de pagos, pues paralizados que hayan
sido al llegar a sentencia firme, ésta debe ser ejecutada, en su momento, dentro del propio expediente,
colocando cada crédito en el lugar que por su naturaleza le corresponda. En este sentido cabe citar la
sentencia del Tribunal Supremo de 97 de febrero (le 1957, que, aun habiendo recaído en un procedimiento
de quiebra es de aplicación a la suspensión.
4. La providencia de admisión a trámite de la suspensión somete de inmediato a intervención todas las
operaciones del deudor en la forma que se verá en el siguiente epígrafe.
5. Por último, desde la providencia de admisión, «todos los embargos y administraciones judiciales que
pudieran haberse constituido sobre bienes no hipotecados ni pignorados, quedarán en suspenso y susti tuidos por la actuación de los interventores judiciales con arreglo a las normas que señale el Juzgados».
Todo lo cual se entenderá sin menoscabo del derecho de los acreedores privilegiados y de dominio al
cobro de sus créditos» (articulo 9, párrafo 5). Este precepto no es sino una consecuencia de la ordenada
paralización de las ejecuciones que señala el párrafo anterior.
Intervención de las operaciones del deudor
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A diferencia de lo que sucede al quebrado que es totalmente incapacitado para la administración dé sus
bienes y negocios con el correlativo desapoderamiento (art. 878 del Código de Comercio), el suspenso
conserva la administración de sus bienes y la gerencia de sus negocios. Pero el interés común de llegar a
un convenio favorable a los acreedores y al propio deudor, exige la adopción de unas medidas cautelares
durante la tramitación del procedimiento, que pueden llegar hasta la suspensión y sustitución del comer ciante, gerente o Consejo (art. 6, párrafo 1.º). De no adoptarse estas medidas especiales, la actividad
comercial del suspenso queda sometida a la intervención, primero del juez, y luego de los interventores,
desde el mismo momento en que se dicta la providencia de la admisión a trámite de la suspensión.
La intervención implica de hecho una limitación de la capacidad del suspenso porque impone requisitos
especiales para realizar actos de administración y por las consecuencias legales de la inobservancia de
tales limitaciones.
La actividad del suspenso queda, por tanto, sometida a una constante y total intervención en el sentido
de necesitar el acuerdo de los interventores nombrados por el juez para:
1. Todo contrato y toda obligación que pretenda contraer comprendiendo la aceptación y endosos de
letras de cambio.
2. Realizar pagos y recibir cobros.
3. La continuación de las operaciones ordinarias de su tráfico, pudiendo proceder a la venta de los
bienes, géneros o mercadería que sea necesario enajenar por mutua conveniencia de los interesados o por
resultar la conservación imposible, perjudicial o forzosa (art. 6-1.2 y 3).
El concurso de los interventores se produce también para entablar aquellas acciones judiciales que
pueden redundar en beneficio de la masa pasiva. El suspenso conserva su capacidad procesal y la asis tencia de los interventores no viene sino a complementarla, no a sustituirla. La doctrina jurisprudencial es
unánime al afirmar que la capacidad procesal del suspenso no queda afectada por la suspensión de pagos,
y en este sentido cabe citar las sentencias de 9 de abril y 28 de octubre de 1985, 11 de febrero de 1986, 22
de abril de 1987 y 1 de diciembre de 1989.
Las sanciones para el suspenso que eluda la intervención las determina el propio artículo 6 de la Ley
especial y revisten especial gravedad, pues incurre en responsabilidad penal por delito de estafa y los actos
y contratos que realice son tachados nulos e ineficaces.
Bibliografía
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