Horacio Labastida Muñoz Horacio Labastida Muñoz México 2006 CRÉDITOS Coordinador general Eduardo de Jesús Castellanos Hernández Horacio Labastida, una semblanza David Ibarra Muñoz Selección y revisión Ernesto Granados Poblano Ernesto Reyes Cadena Claudia Ivette Ángeles Villegas Valentina Alexandra Ramírez Mejía Diseño y formación editorial José Amaya Hernández Rocío Miranda Calixto Samuel Carmona Corpus Horacio Labastida Muñoz Primera edición, octubre de 2006 © 2006 Secretaría de Gobernación Dirección General de Compilación y Consulta del Orden Jurídico Nacional http://www.gobernacion.gob.mx http://www.ordenjuridico.gob.mx Derechos reservados conforme a la ley ISBN: 970-628-988-7 IMPRESO EN MÉXICO / PRINTED IN MEXICO Hamburgo No. 135, 8º. Piso Col. Juárez, CP. 06600, México, DF. Directorio de la Secretaría de Gobernación Carlos María Abascal Carranza Secretario Arturo Chávez Chávez Subsecretario de Gobierno Dionisio A. Meade y García de León Subsecretario de Enlace Legislativo Pablo Muñoz y Rojas Subsecretario de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos Lauro López Sánchez Acevedo Subsecretario de Población, Migración y Asuntos Religiosos Enrique A. Aranda Pedroza Subsecretario de Normatividad de Medios Raúl Alberto Navarro Garza Oficial Mayor Presentación La pluralidad tolerante y la discusión respetuosa de las ideas enriquecen nuestra democracia y contribuyen a ampliar los puntos de vista que nos permiten entender y mejorar como país, y definir propuestas y opciones económicas, políticas, sociales y de otros tipos que tienen como fin común consolidarnos como una sociedad libre, democrática, incluyente y arraigada en la cultura de la legalidad. La Secretaría de Gobernación, en congruencia con sus atribuciones de intermediación y facilitación en este gran esfuerzo nacional por la consolidación democrática, impulsa la difusión de las ideas que orientan a las distintas tendencias políticas nacionales como requisito básico para comprender la amplitud del panorama ideológico presente en el debate de los temas que interesan al país. Con esta serie dedicada a la difusión del pensamiento de tres destacados políticos mexicanos, Horacio Labastida Muñoz, Abel Vicencio Tovar y José Luis Lamadrid Sauza, se busca aportar elementos positivos que refresquen el entorno ideológico nacional con su experiencia, opinión y análisis político y parlamentario cuya vigencia se acredita de la sola lectura de estas páginas, para las que se han seleccionado textos que por su temática específica y particular visión de nuestra realidad y sus actores, refuerzan el carácter de verdaderas enseñanzas. Ese es el mérito de los grandes maestros. Subsecretaría de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos Dirección General de Compilación y Consulta del Orden Jurídico Nacional 9 Nota Curricular Nota Curricular Horacio Labastida Muñoz (1918-2004), Doctor Honoris Causa por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Maestro Emérito por la Fundación Nabor Carrillo, Licenciado en Derecho y Ciencias Sociales. Investigador Titular “C” de Tiempo Completo en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Profesor visitante en distintas Universidades e Institutos del país: Benemérita Universidad de Puebla, Universidad Autónoma Metropolitana, Universidad Autónoma de Zacatecas, Universidad Autónoma de Veracruz, Universidad Autónoma de Querétaro, entre otras Catedrático de Filosofía del Derecho en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Puebla, y catedrático por oposición de Ética en la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM, y de Sociología de la Economía en la Facultad de Economía de la propia UNAM. Fundó la cátedra de Historia de la Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, y en esta misma Facultad tuvo la categoría de profesor de tiempo completo “C”, atendiendo entre otras materias, la de Sociología de la Familia. Entre sus publicaciones destacan: Aspectos Sociales del Desarrollo Económico (1970), Filosofía y Política (1986), Seminario Político (1989-1997) tres volúmenes, Cómo acercarse a la Política (1993); Las Constituciones Españolas (1994), Guía Hemerográfica de los Debates del Senado en sesiones públicas, ordinarias y extraordinarias 1824-1953 (1995), Guía bibliográfica, cronológica y 13 temática de los Debates del Senado en sesiones públicas y secretas 1824-1853 (1997); Bibliografía del Senado de la República (1997); en Defensa del Indio (2001); Belisario Domínguez y el Estado Criminal 1913-1914 (2001), entre otras más. Director de las colecciones Cultura Mexicana en la UNAM; Clásicos de la Historia de México, en Fondo de Cultura Económica; y Biblioteca Mexicana de Escritores Políticos, en la UNAM. Entre las obras monumentales que ha dirigido y coordinado: Colección de Debates de las Sesiones Públicas de la Cámara de Diputados (1824-1991), Colección de Debates de las sesiones públicas del Senado de la República (1824-1997); Código Petrolero (1938-88), editado por PEMEX; y Carlos María de Bustamante, Diario, (1822-1848), editado en microfilms por el Gobierno del Estado de Zacatecas. Entre sus reconocimientos están al Mérito Universitario por 35 años de servicios académicos en la UNAM; a la Rectoría que desempeñó (1947-1950) en la Universidad Autónoma de Puebla, otorgado por esta misma Universidad; y como ciudadano distinguido de la ciudad de Puebla, recibió del Municipio copia de la Cédula Real fundadora de la propia ciudad en el siglo XVI. Fundador y Director General de Servicios Sociales UNAM. Fundador de la Facultad de Ciencias en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Fundador de la Ciudad Universitaria UNAM. Fundador de la Asociación de Universidades e Instituciones de Educación Superior. Embajador de México en la República de Nicaragua. Diputado federal en las XLIX y LIV Legislaturas y Senador en la L Legislatura por el Estado de Puebla. 14 Horacio Labastida Muñoz Horacio Labastida una semblanza Horacio Labastida una semblanza David Ibarra Muñoz Horacio Labastida fue un humanista que unía a su cordialidad proverbial y generosa, reconocida sabiduría. Sus lecciones iluminaban y su voz nunca estuvo dedicada a suscribir intereses espurios, ajenos, que sabemos y dolorosamente sufrimos, sino a la crítica amable pero demoledora de ideologías que se presentan en paquetes de certezas reputadas de irrefutables, vendidas y difundidas urbi et orbi por los poderes dominantes y los medios de comunicación. Labastida fue muchas cosas, ante todo un académico, universitario, Rector de la Universidad de Puebla; fue profesor fundador de la Escuela de Ciencias Política y Sociales con aquel selecto elenco de intelectuales: Henrique y Pablo González Casanova, Enrique González Pedrero, Francisco López Cámara, entre otros. En esa distinguida carrera siempre se esforzó por estudiar, enseñar apasionadamente la historia nacional como medio de iluminar soluciones a los problemas contemporáneos, sin rupturas, asumiendo las características de la cultura, las instituciones y sobre todo las aspiraciones de los mexicanos. Para Horacio Labastida el verdadero humanismo descansa en la noción de que la historia está hecha por el hombre en su capacidad de crear conocimiento y de equivocarse. El humanismo entonces, no es ciencia neutral, impasible, como las matemáticas, al sufrimiento y las limitaciones humanas, sino disciplina necesariamente histórica, capaz de encontrar inesperadamente caminos 17 no recorridos, de articular soluciones innovadoras, sea en lo social y político, como en lo científico y tecnológico. Con Habermas, Labastida estaría de acuerdo que el proyecto de la Ilustración no se ha cumplido, qué convendría satisfacerlo por cuanto sin equidad emancipadora, no hay democracia posible. Por eso, con Sen, suscribe los principios de que la libertad debiera abarcar el derecho al desarrollo económico, cultural, político de todos los ciudadanos; y de que la paz es precaria en ausencia de igualdad. Con los filósofos marxistas, estructuralistas y posmodernistas, coincidiría en que el hombre, sin prejuicio de su individualidad, es en alto grado un producto del tejido social donde vive; que hay diferencias culturales, institucionales, de percepción entre las pretensiones de universalismo de la civilización occidental y las realidades de otros pueblos y grupos sobre todo de los excluidos del poder, del ejercicio de derechos establecidos, diferencias que no debieran zanjarse mediante la segregación, la opresión o la violencia, sea al interior de los países, sea entre naciones. Por eso recoge los documentos históricos de José Joaquín Granados y de Fray Bartolomé de las Casas, en su libro La grandeza del indio mexicano, con el propósito de resaltar la injusta condición en que estuvieron sometidos los nativos mexicanos en el periodo colonial y subrayar sus aportes.1 Razones semejantes lo llevan a criticar a las leyes de amortización y nacionalización de Juárez por haber legislado el despojo de las tierras comunales de los campesinos más desamparados.2 Y por eso también emprende la defensa de la soberanía y del nacionalismo, en tanto instrumentos necesarios en la defensa en las relaciones entre el débil y el poderoso, entre los que poco tienen y los que tienen todo. Con rico bagaje histórico, cuando se negocia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, advierte el peligro de que los poderes industriales busquen otra vez permutar la soberanía de los países nuestros por Véase, LABASTIDA, HORACIO (2001), La grandeza del indio mexicano, Universidad Autónoma de Puebla, Cuadernos del Archivo Histórico Universitario, Puebla. 2 Véase LABASTIDA, HORACIO (1998), "Presidencialismo autoritario y transición democrática", en la Transición difícil, La Jornada Ediciones, México. 1 18 Horacio Labastida Muñoz la voluntad de un imperio ecuménico. Y todavía añade: “ningún bienestar material justifica el malestar espiritual del compromiso indeseable”.3 Enemigo del presidencialismo hegemónico, del autoritarismo, denuncia la vieja práctica de violar o reformar nuestras constituciones para investir de legalidad a los actos ilegítimos de los funcionarios en turno, sin perjuicio luego de invocarlas en defensa del gobierno o usarlas contra la oposición política.4 Distingue, entonces, entre legalidad y legitimidad: la legalidad es un valor jurídico, la legitimidad es un valor moral, la legalidad denota el acuerdo con la norma del legislativo, la legitimidad el acuerdo con el pueblo.5 Así advierte que el proyecto mexicano de 1917 establece constitucionalmente “una democracia social, no individualista, e inclinada a la justicia social”.6 En consecuencia ve con recelo la privatización-extranjerización de la banca y la venta de las empresas públicas, así como a las modificaciones constitucionales en materia agraria, entre muchísimas otras, que tienden a acomodar el régimen legal a las exigencias de la liberación comercial.7 Al propio tiempo considera que las supuestas verdades económicas o políticas en boga no son universales ni aplicables en cualquier tiempo y lugar, sobre todo cuando arrasan con la cultura y las instituciones de los países pobres. Encuentra aquí y critica un intento de renacimiento velado, viciado, economicista, del autoritarismo que con ropaje globalizante busca la cesión de la soberanía nacional, la reinstauración de la voluntad foránea.8 El último señalamiento con el que deseo terminar este incompleto recuento de la obra de Horacio Labastida, es algo de enorme relevancia a la crisis que padecemos. Véase LABASTIDA, HORACIO (1995), Semanario político 1988-1994, UNAM, p. 697, México. Véase LABASTIDA, HORACIO (1998), op. cit. p. 95. 5 Véase LABASTIDA, HORACIO (1996), El PRI ante la realidad de la nación, 17 Asamblea Nacional del PRI, Zacatecas. 6 Véase LABASTIDA, HORACIO (1986), Filosofía y política, cinco ensayos, Editorial Miguel Angel Porrúa, México. 7 Véase LABASTIDA, HORACIO (1994), "Elites intelectuales en la historia de México", en Reflexiones del futuro, compilador Octavio Rodríguez, Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, México. 8 Véase LABASTIDA, HORACIO (2003), Evaluación política del Presidente Fox, en La nueva crisis de México, Samuel Schmidt, compilador, Aguilar, México. 3 4 Horacio Labastida Muñoz 19 En la transición a la democracia y a un mundo abierto, interdependiente y competitivo en lo económico, no acertamos a ponernos de acuerdo, condición necesaria para enfrentar problemas planetarios que han cambiado de naturaleza. Según Labastida, en toda sociedad plural y democrática es natural que surjan puntos de vista distintos, diferendos, contradicciones sobre los objetivos sociales. A pesar de ello, entre el desarrollo social y el desarrollo económico debe existir un equilibrio y una influencia mutua, de manera que uno apoye y promueva el crecimiento del otro. O, dicho en el espíritu más directo de la Constitución del 1917, el desarrollo económico debe ser instrumento democrático de la justicia social. El dispositivo para resolver esas tensiones y satisfacer esos objetivos no es otro que el sano juego de la política9; pero de una política liberada hasta donde sea posible de los férreos paradigmas económicos universales que, hoy por hoy, contrarían las legítimas aspiraciones de los ciudadanos, hacen caricatura de la democracia y producen más pobreza que bienestar. Con esa idea, el opúsculo de Labastida de 1976 Pongámonos de acuerdo en lo fundamental10, cobra enorme actualidad. Ahí recuerda la fórmula de los liberales que resolvieran la crisis producto de los decenios santanistas, resaltando intereses comunes, olvidando diferencias y cimentando consensos, que permitieron reconstruir la sociedad mexicana del siglo antepasado. Podrá decirse que el lenguaje de Labastida, sin menoscabo de su rigor lingüístico, no es el de la postmodernidad; incluso se le puede acusar de pasar un tanto por alto las realidades exigentes de la interdependencia económica, que tornan obsoletas las concepciones del estado-nación y la idea westfaliana de la soberanía. Aun así, los valores de la democracia social, defendidos por Labastida, no han perdido vigencia, ni la historia ha terminado, aunque haya de renoVéase, LABASTIDA, HORACIO (1989), Filosofía política, op. cit. p.60. Véase, LABASTIDA, HORACIO (1976), Pongámonos de acuerdo en lo fundamental, Comité del Club Jonutla, Puebla 10 9 20 Horacio Labastida Muñoz varse la lucha y esperar hasta que le economía global sea acotada, humanizada, por la instauración de derechos sociales de alcance semejante, esto es, universal. Textos Publicados en Semanario Político, 1988-1994 Horacio Labastida, Universidad Nacional Autónoma de México, 1995 A Carlos Castillo Peraza Cierto, ante la violencia “no es posible mirar y callar”, hay que “salirle al paso, rechazarla, denunciarla, combatirla”, cumplir con el deber moral de exhibirla, porque su factum existencias es negación de la libertad, o sea de lo que en sentido global esencia es de lo humano. La libertad contiene en sí misma la unidad de virtualidad y actualidad, el ser libre a la vez es conciencia y ejercicio de libertad. Digámoslo con claridad: el íntimo sentimiento de libertad para fecundar la vida tiene que romper su intimidad y hacerse acción manifiesta, y de ahí que la libertad implique necesariamente, en lo histórico, una relación social Sí, de libertad ocúpanse enfoques distintos. El religioso, por ejemplo, la contempla como opción entre la salvación en lo divino y la perdición en lo satánico, y en este punto teólogos y metafísicos propician una explicación racional de la incertidumbre –perdición o salvación– en que oscila el homo sapiens y su último destino; además, la violencia hiere sin piedad lo político, pues ¿acaso la antinomia de clases no supone a las veces combates insuperables entre quienes tienen lugares opuestos en las relaciones de producción y distribución de la riqueza?, ¿cómo entender de otra manera la derrota de las aristocracias absolutistas de los siglos XVII y XVIII sin el empuje emergente y victorioso de las burguesías de entonces?; pero fuera de tales apreciaciones que inducen al riesgo de sugerir la posibilidad de una violencia justa en términos semejantes a la justa guerra de los filósofos y jurisconsultos de Carlos I, 25 en España, alármanse los analistas por la creciente, vil y no deseable violencia que contamina la vida pública: el armen homicida o la palabra injuriosa, la calumnia atroz o la falsía de los conductos personales, según el diseño ex profeso de los modelos de simulación; estos hechos y aún más material son de la información periodística cotidiana que alarma, confunde y corrompe a la opinión general. Ahora bien, ¿cuáles son los motivos que procuran la difamación, la mentira y la obscena infamia que agobia víctimas inocentes con la sofisticada o brutal violencia? La libertad muy vinculada está con la respuesta; a la vista no hay excepción y sí insistentes confirmaciones sobre la aplicación de la ponzoña infamante en los que niegan el establecimiento económico, cultural o político, cuyos alcances vuélvanse incompatibles con nuevas demandas, ideales o valores del hombre. Así fue cuando rechazamos el sistema colonial novohispano y al echar abajo la corona iturbidista y la dictadura de Santa Anna, o al romper el nudo gordano de la mano muerta del clero, y al rebelarnos contra la barbarie dictatorial de Porfirio Díaz o al derrotar en La Bufa a los asesinos del Pacto de la Embajada, y con la protesta vasconcelista de 1929, y al expropiar los bienes de las compañías petroleras extranjeras o el exigir justicia en las huelgas de 1959, y al protestar por el homicidio de Roberto Jaramillo y la matanza de Tlatelolco. Es decir, la violencia desátase al momento en que el disenso enfréntase a un consenso ajeno ya al acuerdo que lo acunó. Pero hay algo más. El ensimismamiento del pueblo expresa la afirmación de su identidad por el cultivo, profundización, ampliación y generación de los valores que le dan perfil y distinción entre las naciones; la alteración, por el contrario, apunta hacia lo otro en una doble vertiente; por un lado, lo otro preséntase como elemento que ingresa a lo propio en forma de asimilarse enriqueciéndolo y ayuntando creativamente lo universal en lo local; la otra vertiente inclínase a la aterrorizante y casi ineludible atracción gravitatoria del poderoso con respecto al débil, y América Latina, sin exceptuar a México, fascinada ha sido por la fuerza centrípeta de las metrópolis desde el amanecer del siglo XIX en dirección de un centro magnético frustrado a través de miles y heróicas bregas liberadoras, fascinación acentuada en nuestros días en la medida en que esas metrópolis trasnacionalizan su dominio a nivel planetario. 26 Horacio Labastida Muñoz En lo hondo de nuestras sociedades pervive una maligna y agigantada injusticia social como raíz y razón del disenso, y en lo externo, las dependencias succionantes que agravan las desigualdades y las rebeliones. La violencia resulta así un elemento entrelazado con un consenso ajeno al pueblo y capaz de auspiciar “violencias y contraviolencias” sin término. Estas reflexiones quizás acerquen al entendimiento del porqué de la violencia, aunque no, aun, al modo de impedir la germinación del huevo de la serpiente. ¿Tendrá que llegarse al límite del acantilado maldito para que los débiles logren acallar el habla opresiva del superhombre? A Cuauhtémoc Cárdenas Los tres siglos de atraso en el desarrollo económico, social y político que impusieron las administraciones de la corona española, entre Carlos I y Fernando VII, nos ubicaron en una posición marginal al poderoso movimiento que el mundo occidental alentó la revolución industrial inglesa, en los finales del siglo XVIII. Mientras el paso del antiguo régimen al nuevo régimen facilitó los grandes cambios en que en la concepción del universo y el hombre postulan las clases medias emergentes frente al establecimiento de la monarquía absoluta, nuestro país se procuraba tanto el hallazgo de su propia identidad mexicana cuanto el del proyecto que le permitiese tramontar los obstáculos creados por la sociedad de fueros y privilegios que nos legara el Virreinato. El genio de la insurgencia nos dotó desde el principio de las ideas innovadoras de un pueblo decidido a tomar por su cuenta las riendas de su destino. Las tesis fueron propuestas por José María Morelos y Pavón a la constituyente de Chilpancingo en términos de una claridad que aún ilumina nuestro pensamiento; traduciendo los Sentimientos de la Nación en moldes de organización pública, Morelos demandó de ese nuestro primer congreso la edificación de un Estado soberano representativo de una sociedad de hombres libres dispuesta a aceptar del poder todas las medidas necesarias al mejoramiento de su vida con base en la equidad y la justicia social. Por estos nuestros valores supremos en lo político substanciados están en el concepto de una república popular, soberana en lo que hace al ejercicio 29 de la autodeterminación, libre por cuanto al respecto de los derechos del hombre como límites de la autoridad en el marco del estado de derecho, y justa en el sentido de una participación en la riqueza y el ingreso que garantice para todos y sin excepción algunos niveles de vida compatibles con la dignidad humana. Estaría ya imbíbita en el arranque de nuestra nación la paradoja que aún no hemos despejado. La miseria que a México entregó la Nueva España no impediría a la insurgencia la visión de un Estado avanzado, justo y progresista en grado muy superior a las que ofrecieron los revolucionarios dieciochescos en América y Europa, y en el decimonono sur bolivarianos; pero la soberbia audacia del insurgente mexicano tropezaría pronto con las fuerzas gravitatorias y agresivas que los centros maquinizados de la sociedad moderna ha opuesto al desarrollo de la patria. Al igual que Fernando VII intentaría golpearnos con el ejército de Isidro Barradas y los amañados textos de Mariano Torrente, materia prima éstos de la filosofía contrarrevolucionaria de entonces, lo mismo hace ahora el gobierno estadounidense al pretender incluir en el comercio libre de la trilateralidad norteamericana, el petróleo, que las bovarizadas élites del interior que exaltan el american way of life y deprimen de palabra y obra lo que nos es propio. En fin, esa conducta española y esta última norteamericana son dos muestras más del mecanismo opresivo que se ha venido repitiendo una y otra vez en el transcurso de los 181 años de vida independiente. Ni en las clásicas mitologías, ni entre nosotros, los héroes abaten sin pesadas dificultades a los dragones multicéfalos de las leyendas o a los núcleos foráneos y sus asociados subalternos que desde siempre y sin éxito han querido decapitarnos. Ahora, en nuestro tiempo, las cosas son iguales que antes pero dentro de magnitudes sin precedentes. Independientemente del fin que tenga la guerra en el Golfo Pérsico, y mucho más si triunfa el llamado con ironía frente multinacional, México se verá de inmediato enfrentado a un crecido imperio dispuesto a dinamitar cualesquiera resistencias u oposiciones opuestas a sus estrategias de dominio universal. No está en nuestras manos el evitar tan aguda situación, aunque sí el eludir en todo lo posible sus efectos depredadores; y téngase muy en cuenta que el riesgo es todavía mayor si reconocemos desde ahora que la presencia de un gigante de 30 Horacio Labastida Muñoz tan enormes proporciones contaría de inmediato con no pocos virtuales asociados: los que aplauden por igual la masacre de Hiroshima y Nagasaki, el aplastamiento de Granada, la descarada subversión financiera del orden sandinista en Nicaragua, el aniquilamiento de los panameños y el indiscriminado bombardeo de los civiles iraquíes. Sin embargo, aleccionadora es la experiencia de la historia, su ilustración despeja las tinieblas y señala los caminos que permiten escapar del laberinto. Las provocaciones, los amagos, las intimidaciones, los abusos que hemos sufrido concluyen en el fracaso, nos dice la experiencia histórica, si el consenso y no el disenso guía las prácticas defensivas. Obligan los trances de hoy acuerdos, convergencias, y no desacuerdos ni divergencias, porque los primeros garantizan la unidad nacional que no es indispensable para escapar de los zarpazos enemigos; se trata, en verdad, de una unidad nacional democrática, substanciada en los deseos del pueblo y de ninguna manera el dictum inapelable. La unidad nacional sin libertad no es unidad nacional. El primer paso está dado con la entrevista que el presidente Carlos Salinas de Gortari tuvo con el senador Porfirio Muñoz Ledo. En el contexto mundial y nacional de nuestros días esa entrevista no tiene ningún significado distinto al de abrir las puertas al diálogo creativo de la unidad nacional y democrática que urge para acometer con éxito el proceloso e inmediato porvenir. Horacio Labastida Muñoz 31 Reyes Heroles y el Político Ahora que en la conciencia del país saltan aquí, allá o acuyá las más diversas opiniones sobre los no pocos problemas implicados en los cambios que induce el gobierno, en la vida nacional, evidente es que la más alta responsabilidad respecto de la buena marcha de las cosas está en las manos del político; y de ahí que tenga una viva actualidad la reunión que el pasado miércoles celebró la Asociación de Estudios Históricos y Políticos Jesús Reyes Heroles, en la Casa de la Cultura de Coyoacán. El objeto fue el presentar la serie de cuadernos que dicha Asociación publicará sobre los distintos aspectos del pensamiento reyesheroliano, pero el hecho de que el primero contenga los Dos Ensayos sobre Mirabeau, cuya primera edición apareció en 1984, tiene la importancia de ofrecer al público una aguda y erudita exploración del por qué y el para qué del político, es decir, su significación y la finalidad del quehacer que le corresponde. Al efecto, Reyes Heroles echa mano de cuatro personajes que de un modo u otro alientan en el clima creado por las grandes revoluciones de los siglos XVII y XVIII. Sería el primero Mirabeau, con motivo de las reflexiones que le dedicara en los principios del siglo José Ortega y Gasset, quien por tanto resulta otro de los personajes considerados por nuestro autor. Edmundo Burke, el sacerdote de la tradición política, es el tercero de ellos y, el último, Alexis de Tocqueville, el siempre bien recordado redactor de La Democracia en América. Con su estilo elegante, cuidadosamente adjetivado y a la vez atrevido, Reyes Heroles entra rápidamente a la evaluación del Mirabeau de Ortega, 33 seleccionado por éste como un arquetipo del político, o sea como una figura cuyo estudio adelanta sin duda el conocimiento que Reyes Heroles busca a toda costa. Vense poco a poco caer las ingeniosas argumentaciones que elaboró el catedrático de la Universidad de Madrid en torno a la figura del representante de Aix en los Estados Generales franceses. El intento de excusar la vida borrasca del Demóstenes de la época, como lo llamaron algunos, distinguiendo entre ética del pusilánime y ética del magnánimo al decirse que éste no puede ser juzgado con los valores del primero desmorónanse si en cuenta se tiene que tal distinción proclamada fue por Nietzsche en Así Hablaba Zaratustra. Superhombre puede ser el político magnánimo si le atribuimos reglas de conducta privilegiadas, del mismo modo que lo fueron los soldados de la raza pura que con las banderas nazifascistas intentaron hacer del planeta una tierra poblada de esclavos. No, el político está comprometido con la ética al igual que político es distinto del intelectual porque el primero actúa antes de pensar y el segundo piensa antes de actuar resulta una falacia más. Si la política que maneja el político consiste en gestar las condiciones que hagan posible la concreción de los ideales en la historia, la idea, ciencia o saber tendrán que formar parte de los procedimientos de la decisión política para que tal acondicionamiento sea viable. Otros problemas son analizados en los Dos Ensayos sobre Mirabeau Estado y sociedad, revolución y política, por ejemplo más ahora nos interesa destacar al enhebramiento del político y la experiencia. El desfasamiento de estos factores conduciría a Mirabeau al fracaso, por una parte, y por la otra al falaz discurso de Burke en las Reflexiones sobre la Revolución Francesa. Jorge H. Sabine destacó con brillantez los aspectos fundamentales del pensamiento de Burje al señalar que las tradiciones públicas constituyen en vasto y complicado sistema de derechos prescriptivos y costumbres que son hijas del pasado y se adaptan al presente sin solución de continuidad, y que tales tradiciones forman así un camino propio para la transformación pacífica y el cambio sin violencia en la sociedad. Con razón aterrorizaríase el pensador irlandés ante los acontecimientos revolucionarios de Francia porque rompieron con el tradicionalismo de ayer y rechazaron la experiencia gradualista que en Inglaterra se inició con la revolu34 Horacio Labastida Muñoz ción de 1689. Tocqueville probaría en El Antiguo Régimen y la Revolución que lo sucedido en la añosa Albión no era aplicable a la patria de Luis XVI. Mientras en Inglaterra el choque de aristocracia y burguesía se resolvió por un avenimiento entre los litigantes, en Francia la nobleza, integrada como casta, rechazó a la burguesía, y de este modo estableceríanse un conflicto sin solución que agudizaron los demás estratos del tercer estado. La realidad social, la experiencia, la historia aparecen entonces como fuentes sine qua non del conocimiento y del hacer político. Es comprensible en este marco el por qué del naufragio de Mirabeau. Su doctrina de la monarquía popular o constitucional, que equilibraría los intereses de la corona y de las clases medias en ascenso, fracasó porque tal equilibrio era objetivamente imposible. Los resultados del análisis reyesheroliano están a la vista con un preciso y bien trazado perfil del político; además del saber y la moral tendrá que acumular la experiencia y las lecciones de la historia para condicionar el advenimiento concreto de los ideales. Seguir otros caminos sería absurdo por denunciar audiencias o irresponsabilidades imperdonables. En las orillas del acuerdo del libre comercio bien vale la pena leer y releer Dos ensayos sobre Mirabeau, de Jesús Reyes Heroles. Horacio Labastida Muñoz 35 Democracia y partidos políticos En su selección y prólogo de la antología de los escritos políticos del otrora célebre filósofo y polemista español Jaime Balmes (1810-1948), Juan Bautista Solervicens señaló las siguientes ideas del destacado pensador catalán, a saber: “¿Cuál es la mejor forma de gobierno? Muchos son los que contestan rotundamente a semejante pregunta; más no creemos que esto sea lo más acertado. Parécenos que la respuesta debiera ser otra pregunta: ¿De qué pueblo se trata? En efecto, nadie podrá sostener que una misma forma sea lo que conviene a todos los países, pues que la razón, la historia y la experiencia demuestran lo contrario”. Ahora bien tan sensato e inobjetable punto de vista ¿no es acaso aplicable a los partidos políticos? ¿Podría pensarse en los partidos políticos como entidades ajenas o aisladas de las costumbres, tradiciones, experiencia y en resumen la historia misma de cada una de las naciones? Es decir, cualesquiera reflexiones que pudieran hacerse sobre los partidos tendrían que hallarse cargadas de los acentos o gravitaciones que han dado forma y sentido al perfil de un pueblo, y éste, es el camino que hemos elegido al proponernos el tema de las relaciones de democracia y partidos políticos. Las relaciones entre la sociedad civil y la sociedad política son muchas y de muy diversas clases y naturalezas, y una de estas maneras de comunicación entre gobernados y gobernantes es precisamente la que ofrecen los partidos políticos. Antes de la caída del Antiguo Régimen esas relaciones no eran indis37 pensables en primer lugar porque el gobernado sólo era súbdito y no ciudadano, carecía de derechos políticos frente a la potestad real, y en consecuencia su vida y pertenencias sujetas estaban al mandamiento del gobernante; y, en segundo lugar, porque en materia de decisiones públicas nada tenían que hacer los de abajo en virtud de que esa materia reservada era a la autoridad en su papel de vicaria de Dios en las jurisdicciones terrenas. Pero las cosas cambiaron radicalmente cuando la innovadora cultura ilustrada que recobró la dignidad de lo humano en la conducción del Estado transfirió la fuente del poder del orden divino a la soberanía del pueblo, echando así las bases de la democracia moderna y de la transformación del antiguo súbdito en ciudadano; éste, el ciudadano, apareció investido de los derechos que le eran indispensables para comunicar a la autoridad las demandas, solicitudes, deseos y exigencias por sentirse y ser parte de la soberanía del pueblo. En la democracia la soberanía no es de Dios ni del rey, ni tiene profetas o intérpretes absolutos, y sí de todos y cada uno de los agrupados en una sociedad cuya voluntad fue llamada por los clásicos –Juan Jacobo Rousseau, por ejemplo– voluntad general. Si en términos amplios esto fue lo que implantaron la Ilustración y las grandes revoluciones del siglo XVIII durante la génesis de la democracia, resulta muy sencillo entender que los titulares de ella, los ciudadanos, discreparan sobre la connotación de la voluntad general, relativizada en función de los tiempos y las circunstancias, y que el sostenimiento de las opiniones de unos y otros llevase a la aglutinación o separación, según el caso, de quienes pensaran de éste o del otro modo, y los agrupamientos vuélvense partidos políticos si sus ideas las sistematizan en programas y actividades tanto proselitistas cuanto orientadas a la conquista del poder, autoridad o jefatura de la sociedad política del Estado. Por tanto, el partido político no es exclusivamente un conjunto de personas entrelazadas por ciertas actividades e ideologías, ya que en el consistir partidista está esencialmente incluida una lucha por la conquista del poder, lo que significa que todo partido para serlo necesita de un poder que haga posible el cumplimiento de sus finalidades públicas. La prueba está en las lecciones de nuestra historia. 38 Horacio Labastida Muñoz Los añosos yorkinos y escoceses del nacimiento de México dispusieron del poder económico y social de las élites monarquistas o republicanas y de la influencia que prestáronles las legaciones de Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente. Igual sucedió entre liberales y conservadores en el casi agónico y anárquico medio siglo de desgarramientos políticos que siguieron al gobierno de Guadalupe Victoria, el poder de las facciones partidistas fincaríase en los recursos disponibles para montar ejércitos mercenarios a las órdenes de comandantes piratas o ambiciosos; y no fueron excepcionales los partidos neoconservadores de Miramón o los afrancesados de la época intervencionista y de Maximiliano por cuanto que su poder emanaría de los financiamientos de las oligarquías de la época, y del que prestaríanles Napoleón III y los Traidores. Los liberales por su parte encontrarían recursos materiales en la eventual administración de los capitales desamortizados y nacionalizados y en los círculos interesados en el quebrantamiento de las estructuras de la heredada sociedad de fueron y privilegios. Pasó igual en las luchas entre imposiciones y antirreeleccionistas en el ocaso del Porfiriato; y nuestro tiempo no es una excepción: el poder del PRI y del PAN radica en buena parte en el poder económico con el que uno y otro cuentan; y la vida zigzagueante del PRD o del PPS es un reflejo de su debilidad material. En suma, los partidos políticos son agrupaciones ideológicas y militantes de ciudadanos con poder para la conquista del poder del Estado y la realización de valores que estiman deseados y convenientes por y para la sociedad. Horacio Labastida Muñoz 39 ¿Hay justicia social y soberanía sin democracia? No es muy grande nuestro tiempo histórico si en cuenta tenemos que 1810 fue el punto de partida. En los 180 años que apenas cumplimos los grandes problemas nacionales, según la expresión de Andrés Molina Enríquez, parecen hallarse presentes aún, a pesar de los cambios registrados en el siglo XIX y en lo que va del más que otoñal siglo XX Diríase quizá que esos grandes problemas persisten en medio de los cambios porque no hemos podido resolverlos de manera cabal. ¿Cuáles son en verdad los asuntos cruciales que afectan a la sociedad mexicana desde sus más profundas raíces? No es difícil enunciarlos. El primero tiene que ver con la soberanía, nuestra soberanía como pueblo y nación. El segundo, que hiere las entrañas de los mexicanos desde que asumieron una conciencia propia con el Grito de Dolores, es el de la justicia social. Una inequidad bochornosa y maligna nos ha acompañado siempre, hasta hoy, y no hay síntomas de que pueda amenguar en el futuro. El problema de la justicia social lo exhibió con gran claridad José María Morelos y Pavón ante el Congreso de Chilpancingo cuando demandó al Constituyente edificar una república obligada a adoptar medidas para hacer menos ricos a los ricos y menos pobres a los pobres. El tercer problema es el problema de la democracia, o sea el lograr que el pueblo sea sujeto, actor y protagonista en el ejercicio del poder, con el propósito de realizar en la historia sus ideales fundamentales. 41 Esas acuciantes cuestiones planteáronse en la conciencia insurgente. Hidalgo fue muy preciso. En Dolores convocó a los mexicanos a lograr su independencia porque en ese momento los mexicanos eran el pueblo. Los no mexicanos, los españoles y sus vástagos, entendíanse como sus enemigos a vencer, pues en sus papeles de conquistadores y colonos o de élites virreinales sentíanse identificados con la corona castellana. En consecuencia, no eran parte del pueblo mexicano ni deseaban serlo. El pueblo se unió a Hidalgo y derogó de inmediato la esclavitud y con Morelos imaginó el Estado popular, soberano y justo que correspondíase con los deseos generales; pero en este proyecto había una íntima lógica que los insurgentes manejaron con cuidadosa prudencia. No dejarían la soberanía y la justicia de ser meras aspiraciones mientras el pueblo no tomara el poder y lo pusiera al servicio de la realización de sus ideales. La democracia surgió así como la condición sine qua non de hacer de la soberanía y la justicia social valores concretos y vividos tanto en lo cotidiano como en sus dimensiones históricas. La barbarie furiosa con que Félix María Calleja destruyó al Congreso de Anáhuac, y el traicionero golpe iturbidista, que intentó cambiar la democracia por la monarquía, mostraron que la puesta en marcha de la doctrina insurgente estaba llena de obstáculos. El siglo XIX fue una vía crucis de la democracia mexicana. Sus cuatro constituciones republicanas la declararían como un deber ser jurídico sin reflejo alguno en la realidad política. La negaron los dos estatutos reales que pretendieron configurar los falsificados primero y segundo imperios. El pueblo la intentó cuando impuso al Congreso, en 1828, la presidencia de Vicente Guerrero, y al apoyar a Benito Juárez en la defensa de la Constitución de 1857 y contra la invasión de los franceses. Las elecciones de Guerrero y Juárez nacieron de la voluntad de las grandes mayorías, mas fracasaron en sus resultados: Guerrero fue asesinado por fusilamiento en Cuilapan (1831) y el liberalismo de los reformistas, con admirables excepciones, confundió las protestas de los de abajo con insubordinaciones y motines. Primero con Madero, en el siglo XX, y luego a través de la Revolución, volvió el pueblo a propiciar el establecimiento democrático que garantizara soberanía y justicia social, y agregó en la Constitución de 1917 las bases de una econo42 Horacio Labastida Muñoz mía –artículo 27– que al acoger la justicia en la producción y distribución de los bienes materiales tonificara a la vez la democracia y la soberanía. La experiencia es ahora evidente. Sin democracia no hay soberanía ni justicia social; y sin justicia social no puede fortalecerse la democracia ni la soberanía. ¿Estaremos hoy escuchando las iluminantes voces de nuestra historia? Índice Índice PRESENTACIÓN ...................................................................................7 NOTA CURRICULAR ............................................................................11 HORACIO LABASTIDA, UNA SEMBLANZA David Ibarra Muñoz ...............................................................15 TEXTOS A Carlos Castillo Peraza .........................................................25 A Cuauhtémoc Cárdenas........................................................29 Reyes Heroles y El Político ......................................................33 Democracia y Partidos Políticos ...............................................37 ¿Hay justicia social y soberanía sin democracia? ....................41 Horacio Labastida Muñoz Se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2006 en Talleres Gráficos de México, Canal del Norte No. 80, Col. Felipe Pescador, C.P. 06280, México, DF. La edición en papel de 90 gramos consta de 1,000 ejemplares y estuvo a cargo de la Dirección General de Compilación y Consulta del Orden Jurídico Nacional ISBN 970-628-988-7