1 Objetos da Jean-Paul Sartre, El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica, Madrid, Alianza Editorial – Editorial Losada, Madrid, 1984. La temporalidad no es más que un órgano de visión (p. 234). Así se me revelan este vaso o esta mesa: no duran, son; y el tiempo fluye sobre ellos. Sin duda, se dirá que no veo sus cambios. Pero esto es introducir inoportunamente aquí un punto de vista científico. Este punto de vista, no justificado por nada, es contradicho por nuestra propia percepción: la pipa, el lápiz, todos estos seres que se entregan íntegramente en cada uno de sus «perfiles» […]. La «cosa» existe de un solo trazo, como «forma», es decir como un todo no afectado por ninguna de las variaciones superficiales y parasitarias que podamos ver en ella. (p. 235) Observemos, en primer lugar, que la orientación es una estructura constitutiva de la cosa. El objeto aparece sobre fondo de mundo y se manifiesta en relación de exterioridad con los otros «estos» que acaban de aparecer. […] La estructura formal de esta relación entre la forma y el fondo es, pues, necesaria; en una palabra, la existencia de un campo visual, táctil o auditivo es una necesidad: el silencio, por ejemplo, es el campo sonoro de los ruidos indiferenciados sobre el cual destaca el sonido particular en que nos fijamos. Pero el nexo material entre tal o cual esto y el fondo es a la vez elegido y dado. (p. 343) La cosa percibida es todo promesas y furtivos roces, cada una de las propiedades que promete develarme, cada abandono tácitamente consentido, cada remisión significativa a los demás objetos, compromete el porvenir. Así estoy en presencia de cosas que no son sino promesas, allende una presencia inefable que no puedo poseer y que es el puro «ser-ahí» de las cosas, es decir el mío, mi facticidad, mi cuerpo. (p. 349) Así, el mundo, como correlato de las posibilidades que soy, aparece, desde mi surgimiento, como el esbozo enorme de todas mis acciones posibles. La percepción se trasciende naturalmente hacia la acción; es más, no puede develarse sino y en proyectos de acción. (p. 349) Lejos de que el cuerpo sea para nosotros primero y nos devele las cosas, son las cosas-utensilios las que, en su aparición originaria, nos indican nuestro cuerpo. El cuerpo no es una pantalla entre nosotros y las cosas: solamente pone de manifiesto la individualidad y la contingencia de nuestra relación originaria con las cosas-utensilios. (p. 352) En cada percepción, el cuerpo está ahí, es el Pasado inmediato en tanto que aflora el Presente que le huye. Eso significa que es a la vez punto de vista y punto de partida (p. 353) Nacimiento, pasado, contingencia, necesidad de un punto de vista, condición de hecho de toda acción posible sobre el mundo: esto es el cuerpo, así es para mí. (p.354) Existo mi cuerpo: esta es la primera dimensión de su ser. Mi cuerpo es utilizado y conocido por el prójimo: esta es su segunda dimensión. Pero, en tanto que soy para otro, el otro se me devela como el sujeto para el cual soy objeto. Hemos visto que ésta es, inclusive, mi relación fundamental con el prójimo. Existo para mí como conocido por otro a título de cuerpo. Es esta la tercera dimensión ontológica de mi cuerpo. (p. 377) La propia manera en que me confío a lo inanimado, en que me abandono a mi cuerpo –o, al contrario, en que me pongo rígido contra uno y otro- hace aparecer mi cuerpo y el mundo inanimado con valores propios. […] El valor de las cosas, su función instrumental, su proximidad o alejamiento real (que no tienen nada que ver con su proximidad y alejamiento espaciales), no hacen nada más que esbozar mi imagen, es decir, mi elección. Mi ropa (uniforme o traje, camisa almidonada o no), cuidada o descuidada, rebuscada o vulgar; mis muebles, la calle en que vivo, la ciudad donde resido; los libros de que me rodeo, las diversiones que frecuento; todo cuanto es mío, es decir, en última instancia, el mundo del que tengo 1 2 permanentemente conciencia –por lo menos a título de significación implicada por el objeto que miro o que empleo-, todo me enseña a mí mismo, mi elección, es decir, mi ser. (pp. 488-489) Poseer es tener para mí, es decir, ser el fin propio de la existencia del objeto. Si la posesión es entera y concretamente dada, el poseedor es la razón de ser del objeto poseído. […] Comprar un objeto es un acto simbólico que equivale a crear el objeto […] El deseo en cuanto tal es ya informador y creador. […] Tener es, ante todo, crear. Y una relación de propiedad que se establece entonces es un vínculo de creación continua: el objeto poseído es insertado por mí en la forma total de mis entornos, su existencia está determinada por su integración en esta situación misma. (p. 612) Soy responsable de la existencia en el orden humano de mis posesiones. Por la propiedad, las elevo a cierto tipo de ser funcional, y mi simple vida me aparece como creadora, justamente porque, por su continuidad, perpetúa la cualidad de poseído en cada uno de los objetos de mi posesión: yo traigo al ser, junto conmigo, la colección de mis entornos. Si se los arrancan de mí, mueren, como moriría mi brazo si me lo arrancaran. […] En la medida en que me aparezco como creando los objetos por la sola relación de apropiación, esos objetos son yo mismo. La estilográfica y la pipa, el escritorio, la casa, son yo. La totalidad de mis posesiones refleja la totalidad de mi ser. Soy lo que tengo. Yo soy lo tocado cuando toco esta taza, este bibelot. Soy la montaña que escalo, en la medida en que la venzo, y, cuando he llegado a la cumbre, cuando he “adquirido”, al precio de mis esfuerzos, ese dilatado punto de vista sobre el valle y las cimas de en torno, yo soy el punto de vista; el panorama soy yo dilatado hasta el horizonte, pues no existe sino por mí y para mí.[…] El objeto poseído, en tanto que poseído, es creación continua; pero, a la vez, permanece ahí, existe por sí, es en-sí; si le vuelvo la espalda, no por eso deja de existir; si me voy, él me representa en mi escritorio, en mi cuarto, en este sitio en el mundo. (p. 613) Sólo cuando trasciendo mis objetos hacia un objetivo, cuando los utilizo, puedo gozar de su posesión. […] La posesión es una relación mágica: soy los objetos que poseo, pero fuera, frente a mí. […] En tanto que la posesión es creación continua, capto al objeto poseído como fundado por mí en su ser. Ahora bien, en tanto que, por una parte, la creación es emanación, ese objeto se reabsorbe en mí, no es sino yo, y por otra parte, en tanto que es originariamente en-sí, es no-yo, es yo frente a mí, objetivo, en sí, permanente, impenetrable, existente con respecto a mí en la relación de exterioridad, de indiferencia. Así soy el fundamento de mí mismo en tanto que existo. […] Con todo, nunca se insistirá demasiado en el hecho de que estas relación es simbólica e ideal. (p. 614) 2