La mano de Michae01

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La mano de Michael
© Rafaela Rivera
La mano de Michael
Rafaela Rivera
A la memoria de Michael Jackson.
Eres irreemplazable y único como cualquier ser
humano, pero desde que tú no estás... la música llora.
Descansa en paz, Michael
Dedicado a todos los fans de Michael Jackson
Un libro, como todo, nace sólo de una idea que puede venir de un
comentario, un hecho… cualquier cosa hace nacer esa “chispa” en
la cabeza.
Esta comienza por dar vueltas, se va creando un marco, imágenes,
lugares, gestos, palabras que se van uniendo y se convierten en frases y todo se mezcla. Cuando el cerebro se ha hecho presa fácil de
esa idea, ya te domina por completo hasta obligarte a coger papel y
lápiz y… “comienza la danza del escritor”. Ya todo es imparable, las
horas se convierten en días, estos en meses, hasta que llegas a ese
punto y final que tanto aborrezco, sobre todo en este libro, porque en
definitiva das muerte a una aventura, pero es inevitable.
Todo el proceso es maravilloso, creativo, mágico y te llena de vida,
pero… es muy solitario. Jamás, insisto, jamás, piensas durante ese
trayecto cual será el final del libro, si se editará, si terminará envejeciendo apilado sobre una mesa auxiliar de algún editor cargada de
novelas que nunca serán leídas, o… en tu propio cajón.
Pero, en este caso, todo ha sido muy especial, diferente y casi místico. Un día escribía sobre Michael por dar salida a “esa idea” que
ya se había apoderado de mí, pasó la catástrofe de Haití, pensé que
él hubiera ayudado, de ahí surgió la idea de donar los beneficios,
de ahí editarlo yo misma, y así comencé a entrar en un círculo que
nunca hubiera podido imaginar. Me tropecé con los fans de Michael,
¡Dios mío! hoy puedo decir a boca llena que sois lo mejor que me ha
ocurrido nunca en mi trayectoria literaria.
La palabra “fan”, a golpe de oído, sólo inspira imaginar gritos,
saltos, ovaciones al artista, etc. y, al menos en el caso de los de
MJ, nada más lejos de la realidad, aunque por supuesto… también
hacían todo eso. Soy escritora, sí, y sin embargo, no encuentro pa-
labras ni sé dar forma sobre el papel para relatar las vivencias que
he tenido con ellos. Ha sido como tropezarme de golpe con una gran
bola de pasión y humanidad unidos por un mismo fin, ayudarse unos
a otros sin ni tan siquiera necesitar verse las caras. Es cómo “estoy
aquí y sé que estás ahí”. Esta forma de complicidad humana en pro
de la colaboración y la hermandad es el legado que MJ dejó a sus
fans y que ellos, fiel y admirablemente, siguen.
Apenas publicité mi proyecto en una de sus páginas, empezaron
a llover un sinfín de amigos dispuestos a colaborar, mostrando una
ayuda desinteresada y sincera. Sólo he recibido por su parte palabras de apoyo, amor y mucha ayuda, tanto que sin ellos hoy este libro no estaría en vuestras manos. Nunca tendré suficientes palabras
para agradecerles su afán por ayudar a Haití en nombre de Michael
Jackson.
No querría citar nombres propios, porque esto que ahora estoy escribiendo, mañana estará en maquetación, y de aquí a que se edite,
estoy segura que tendré a muchas más personas que me extenderán
su mano. Pero como los fans de MJ son como “ángeles amorosos”,
sé que nada les molestará y comprenderán todo, así que ahora haré
referencia a unos cuantos que han sido los colaboradores más directos. Comenzaré al azar: Viviane Drouilly, amiga, ¡cuánto me has ayudado y cuántas puertas me has abierto! Mi pequeña Coni Javiera,
mi chilenita, la fan más joven de MJ, ¡te quiero, peque!, Yassuri
Camarena, siempre estando ahí, pendiente de cada nota mía,
¡gracias, amiga¡ Y mi queridísima Leonor Gallardo, ¿qué decir del
cariño que nos une?, sin tu alegría y tus ánimos diarios, este
camino hubiera sido menos hermoso. Q ué puedo decir de todos y
de una colaboración así… un gracias, por mi parte, no es suficiente,
pero sí os doy las gracias en nombre de las víctimas de Haití, a las
que ayudaréis tanto… sé que eso si os compensará.
Gustavo, Marcelo, Viviana, de la página oficial de MJ, “La corte del
rey del pop”, gracias, amigos por haber hecho vuestro este proyecto
con tanto amor y colaboración.
La página MJJ, Edén Gonzáles, me has ayudado desde el primer
momento, fuiste tú quien viniste a ofrecerte de corazón y de corazón
te acepté.
La página Michael Jackson's HideOut... que me abrió sus puertas
y me invitó a publicitarme.
Y a todos los que con tanto cariño me han dejado sus hermosos
comentarios…
Así podría seguir y seguir, pues son muchos los que han aportado
mucho, y me siento honrada diciendo que este proyecto ya no es
mío, es el de todos los fans de un hombre que ha sido y sigue siendo
capaz de mover masas de puro amor y… ¡no imagináis con cuanto
amor escribo yo esta carta!…
A todos éstos, a los que dejo atrás sin mencionar, y a los que
vendrán…
¡¡Gracias, chicos¡¡ “Yo os quiero más”…
Mis agradecimientos:
A Eduardo Rubio (contraportada),
Eloísa Rivera (solapa),
Mario González (maquetación),
Salvador Sánchez corrección),
El petit ruiseñor (fotografía).
Con todo mi corazón
a Joshua Gómez, del centro de estudios informáticos
Xophent. Asesor – analista, que se ha sumado a este
proyecto, de forma desinteresa y altruista, diseñando mi
página Web. Gracias… eres un artista de la informática
y una gran persona
---------
A mi queridísimo amigo Josele, humorista y presentador del
programa El Pelotazo, de Canal Sur Radio.
Gracias por estar ahí siempre, incondicionalmente...
mi amigo
Y muy especialmente
quiero recordar desde aquí, a todos los que de una forma u
otra estáis en Haití, prestando ayuda de una manera altruista.
Muchos, arriesgando sus vidas, y, lamentablemente, e n
algunos casos, perdiéndola. Ante esa encomiable labor
cualquier proyecto queda eclipsado. Vaya para ellos mi
admiración y mi cariño a sus abnegadas familias.
La mano de Michael
PRÓLOGO
Escribir sobre Michael Jackson ya es un reto en sí mismo.
Un personaje controvertido sobre el que se ha escrito y dicho,
prácticamente, de todo. Si a esto se le suma su doble
condición de un ser humano extraordinario y un artista
único, y cuando digo único, quiero resaltarlo, la cosa se
complica aún más.
Veréis: bailarín, coreógrafo, músico, tocaba varios tipos de
instrumentos, compositor, arreglista, escritor, además de
un gran dibujante, productor y redactor, redactó el
Storybook de E.T. También director de cine, pues dirigió con
éxito su propio video clip Blood on the dance floor.
Asimismo, fue el director artístico de su gira mundial
Dangerous world tour, una tarea que se escapa a la
comprensión,
ya
que
de
este
mega
espectáculo,
evidentemente, además era el artista. También fue actor,
aunque ésta no era la faceta en la que más reparásemos, no
podemos
pasar
por
alto
sus
impresionantes
La mano de Michael
interpretaciones en todos sus videos clip y cortos como
Moonwalker o Ghost. Y su papel en Capitán EO y el hombre
de paja en la película El mago de OZ, y el irrepetible…
THRILLER.
Sé que dejo un largo etc. de cosas a mencionar, tales como
sus incontables, pero verdaderamente incontables premios y
reconocimientos.
Pero es que seguir hablando de su
excepcional e ilimitada capacidad artística sería casi escribir
otro libro.
Lo que no voy a dejar de resaltar era su filantropía. En la
edición del año 2000 del Guinness World Récords, es
reconocido como el artista con la mayor participación en
ayudas humanitarias, por contribuir en 39 instituciones
benéficas. Se estima que donó unos 300 millones de dólares a
dichas causas, hay que sumar a esa cifra las donaciones que
continuó hasta su fallecimiento. Tras su muerte, fue
propuesto para el premio Nobel de la Paz, pero el Comité
del citado Premio, lo desestimó por tratarse de una persona
fallecida.
...¡Lástima, él merecía ese premio!
La mano de Michael
¡Abrumador curriculum, ¿verdad?!
Y esto sólo ha sido
otear un poco sobre la superficie de su creatividad y
humanidad. Pero aún así, he querido intentarlo, hacer un
bello recuerdo a su memoria y a todo el legado que nos ha
dejado. Algo especial y diferente, que lo conserve vivo en
nuestra imaginación, allí
donde esté. Deseo haberlo
conseguido.
Una vez terminado el libro, me quedaba una pequeña parte
por escribir, ésta, “el prólogo”. Hacer una breve biografía, sólo ha
sido con la finalidad de reconocer algunos o parte de sus logros...
no ha sido muy difícil… ¡es todo tan obvio! Pero ésa no es mi
forma, mi estilo de enfocar al escribir, yo quería exponer
sobre él algo diferente, algo emotivo, inspirador, pero escribir
sobre el hombre, su persona… ¡ya es una tarea mucho más
ardua!
Me he llevado muchas horas escuchándolo hablar en videos,
leyendo sus libros y un sinfín de cosas más, para intentar
conocerlo un poco mejor, comprenderlo un poco mejor
para, así, ser lo más fiel posible al personaje y la
personalidad de Michael.
La mano de Michael
Sumergirse en la imaginación es el oficio del cerebro de todo
escritor. Y yo he estado tanto tiempo sumergida en su
mundo, con él, que a la hora de llegar al prólogo, cosa para
la que no utilizo el PC, ya que me parece el momento más
intimo y el más importante de un libro, sólo uso papel y
bolígrafo, como cuando escribo un poema, quiero confesar
algo; al tener ante mí los folios y dispuesta ya a comenzar a
escribir, esta vez me han parecido más grandes y en blancos
que nunca y el bolígrafo mucho más pesado de lo habitual.
Por un momento, he sentido la misma sensación de vacío que
cuando me enteré de su muerte y... he tenido que soltar el
pesado bolígrafo, ¿por qué?
Me he levantado, he tratado de hallar dentro de mí la
respuesta, no he tardado mucho en encontrarla y es ésta:
me cuesta expresar el verdadero sentimiento que él me
inspira, porque ahora que he aprendido a valorarlo mucho
más por sus aptitudes y actitudes en la vida y he pasado
este tiempo junto a él, aunque haya sido en mi imaginación,
cuando pulsé la tecla de ese pequeño, diminuto “punto
final” del libro, mi tiempo junto a Michael terminó y sé que
el motivo de no poder seguir escribiendo más sobre él, es
porque ahora, realmente..., ¡lo echo de menos!
La mano de Michael
Quizás nunca peor prólogo, tal vez sólo un pequeño
homenaje a UN ARTISTA, a UN HOMBRE, a UN CORAZÓN
llamado… ¡MICHAEL JACKSON!
La mano de Michael
l día había transcurrido como cualquier otro, eso sí, lo
había dedicado por completo a escribir el libro que
entonces ocupaba mi tiempo. No me había levantado del
ordenador, más que para tomar algo o ir al baño.
Sólo de vez en cuando, estiraba las piernas asomándome al
balcón.
E
Cayó la noche y me acosté, sin ni tan siquiera haber puesto el
televisor ni la radio en todo el día.
Estaba muy cansada y aunque las nuevas ideas para el libro, las
nuevas frases, no cesaban de dar vueltas en mi cabeza, no tardé en
quedarme profundamente dormida. Pero algo me despertó de
madrugada y comencé a dar vueltas en la cama, quería volver a
dormir pero cada vez me estaba poniendo más y más nerviosa.
Se me había olvidado guardar dentro de un cajón el reloj de la
mesilla, cosa que como ritual hacía cada noche, pues no hay nada
que me molestase más que oír, en el silencio, sus pequeñas
manecillas haciendo tic-tac. Ese ruidillo monótono e implacable ya
pudo del todo con mis nervios – ¡Dios!, ¿por qué siempre se me
olvida comprar otro reloj?– Dije en voz alta levantándome de la
cama. Hacía calor y estaba malhumorada por haberme
despabilado, ahora sería incapaz de volver a conciliar el sueño en
varias horas.
Fui a la cocina, cogí un zumo fresco y me senté en el salón a
fumarme un cigarrillo. ¡Efectivamente!, el sueño parecía que me
había abandonado por completo dando paso a un estado de
inquietud que no comprendía, por lo que cogí el mando del
televisor y lo encendí para distraerme un rato, la cadena que salió
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La mano de Michael
era de noticias.
Más pendiente de averiguar por qué me sentía tan nerviosa que
de la televisión, miraba la pantalla un poco abstraída, cuando vi
una ambulancia y coches de policía. Era evidente que hablaban de
alguna tragedia ocurrida y enseguida oí como una locutora decía:
“¡Michael Jackson, ha muerto!”. Aquella frase pareció inundar toda
la estancia, era como si la mujer del televisor hubiera entrado en mi
casa y me hubiera dicho aquello a la cara, pero sin la calidez ni el
consuelo de haber cogido mi mano. Me sentí tremendamente sola,
como si se hubiera hecho un gran vacío a mí alrededor.
Durante unos segundos fui incapaz de reaccionar, trataba de
digerir y asumir la noticia, pero mi mente y las imágenes parecían
no ponerse de acuerdo y es que simplemente… ¡no podía creerlo!
Continué atónita no sé qué tiempo, hasta que vi los rasgos de
su cara, con los ojos cerrados y la boca entubada, mientras lo
trasladaban en una ambulancia. Al fin empecé a encajar y
comprender que lo que veía y escuchaba era real, Michael había
fallecido. Recuerdo que sin poder ni querer evitarlo..., lloré. Lo
extraño es que lo hice como si de algún ser querido se tratase,
cuando ni tan siquiera lo había visto nunca actuar en directo, jamás
estuve cerca de él, ni lo había pretendido. Era una persona
absolutamente ajena a mi vida y, sin embargo, sentí que mi
nerviosismo se debía a aquel suceso, como si de alguna extraña
forma lo hubiera presentido y por ello me había despertado así,
sentía una conexión que no podía comprender, pues, como ya he
dicho, ni tan siquiera le conocía.
Quizás, aquella pena se debía a que había crecido con su música
y sus bailes, tenía casi todos sus álbumes y conciertos que había
visto mil veces. De esa manera, sí formaba parte de mi vida, de mis
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La mano de Michael
recuerdos de juventud, ahora yo tenía cuarenta y seis años y no
podría contar las veces que he bailado sus canciones.
Bailar, bailar era lo que más me había gustado siempre y cuando
sonaba alguna canción de él, mis pies, sencillamente, no podían
quedarse quietos. ¿Cuántas veces habría yo pedido a los dj algún
tema de Michael como Bad o Make me feel y... tantos otros?
Fui profesora de baile hasta que una lesión de columna me apartó
de la música, de mi academia y de los escenarios hacía ya varios
años y ese hecho me tenía frustrada y deprimida, pues parecía que
me hubiesen cortado las alas y con ellas mis sueños y mis ganas de
casi todo.
No conseguí ni busqué ser notable ni famosa, mis aptitudes, o
quizás actitudes, no llegaban a tanto, pues no le dediqué el suficiente
tiempo ya que no era mi aspiración ni mi meta. Pero enseñaba
bien, era buena profesora. Cuando bailaba en algún escenario, ya
fuera grande o pequeño, era como si me transportase a otro lugar,
lejos de donde estaba realmente; dejaba de ver al público y me
veía…no sé donde pero… ¡absoluta y plenamente feliz! El baile
había sido mi mundo durante años, mi sueño hecho realidad y ya
jamás, jamás volvería a bailar.
Tal vez, en mi caso, era por eso que admiraba doblemente a Michael,
sabía que tendría el cuerpo destrozado, es el precio del baile, y
sabía por experiencia que los dolores debían de ser terribles, luego
entonces ¿cómo lo hacía?, ¿de dónde sacaba las fuerzas para convertir
un cuerpo dolorido en belleza y sincronización?
Siempre lo imaginaba, antes de salir al escenario, entre médicos,
inyecciones y quiroprácticos… ¡todo un suplicio!, pero también
sabía que cuando sonaban los primeros acordes, todo aquello
desaparecía y él se convertía en música y era… volátil, en
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La mano de Michael
canciones y era… pasión, y en ritmos que hacían vibrar su alma
haciendo punto de contacto hasta el último de sus huesos y sus
músculos y entonces era… ¡libre de su propio cuerpo!, de cualquier
lastre que lo lastimase, lo atase o lo hiciera sufrir y ahí, en esos
momentos, ¡casi místicos!, “Dios estaba con él, en él”, pues de no
ser así, aquella magia y aquel “milagro” de transformación y
perfecta conjunción con la música y el entorno no hubieran sido
posibles.
El se convertía en cada acorde, en cada nota musical, en cada
instrumento. No se trataba de que los sintiera y los interpretara
con su voz y sus movimientos, es que se manifestaban a través de
él cobrando forma y vida; percusión, teclado, cuerda, viento,
estaban y nacían en él y se engrandecían con él, como si cada
instrumento diera las gracias por sonar al unísono con aquel
hombre.
El magnificó la música al igual que ésta lo magnificó a él, quizás
es que eran la misma cosa, la misma esencia. Por eso era Michael
Jackson, alguien único e irrepetible como lo es un poema.
En los días posteriores, había vuelto a escuchar todos sus temas,
andaba pendiente de cualquier noticia y devoraba todo lo que
podía encontrar de él en Internet, tal vez para no dejar que se
marchara tan de repente y, he de confesarlo, también sentía que
dejaba desamparados y huérfanos de compasión y apoyo, a tantos y
tantos niños a los que ayudó y salvó de la miseria y la muerte.
Alguien tan especial, tan lleno de amor como de música y creatividad, no podía irse así, sin más y, en definitiva, hice lo que
creo que hicieron millones de personas en todo el mundo, tratar
de retenerlo, de alguna forma, un poco más, unas canciones más..,
unos pasos de baile más.
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La mano de Michael
El fin de semana siguiente me marché a la playa con unas
amigas y mi sobrina Eloísa, la cual también estaba afectada por el
suceso. Creo que estábamos deseando pasar unas horas juntas
para hablar sobre él y así lo hicimos. Conversamos durante toda la
mañana sobre Michael, parecíamos dos adolescentes hablando de
su ídolo, pero no era así, era algo más, pues no solo hablábamos
con admiración, sino con dolor y una gran ternura sobre su
persona y lo mucho que debía de haber sufrido. Elucubramos
cuanto pudimos sobre él, como si fuésemos sicólogas capaces de
entender al hombre más que al artista.
Acabábamos de almorzar y me tumbé bajo la sombrilla. Pensaba
en Michael, no podía evitarlo, pues aún me sentía muy triste por su
fallecimiento y por todo lo que nuevamente se volvía a escuchar
sobre él; verdades, mentiras. Ahora, estaba segura, comenzaba
en verdad “la gran especulación” sobre todo lo que a él concernía.
– ¡Qué pena! –Me dije para mí – ¡Aún era un hombre joven y
debería de estar tan emocionado con sus próximos conciertos! –
Aunque en alguna ocasión le había oído decir que “no le gustaba
ir de gira, que ya estaba cansado”, yo sabía que sólo era una
verdad a medias, una verdad dicha a un periodista desde la
distancia del calor de los escenarios y de sus fans, ya que
Michael… vivía para ellos.
Un artista y, en su caso, un maestro del espectáculo, un genio
de ésos que nacen de tanto en tanto tiempo que es, por fabular,
como si Dios tuviera en un frasco guardado todos los dones
maravillosos y al abrirlo se le cayese una gota y ésta bendijese a
alguien al azar y así se convirtiera en un ser único y extraordinario.
Seguramente sobre Michael cayeron varias; la voz, el baile, la
creatividad y ese amor generoso que manifestaba, no sólo en sus
letras, sino en la vida real. Esas gotas hicieron de él, el artista más
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La mano de Michael
singular y perfecto que haya pisado jamás un escenario. Y un artista
nunca deja de serlo, lo es cada día y durante las veinticuatro horas.
Lo que muchos llamaban en él “rareza y extravagancia”, sólo era
peculiaridad, porque así son los grandes, peculiares y distintos y lo
distinto, sólo por el mero hecho de serlo, es igualmente criticado y
admirado. Hay sutilezas que poco o nada tienen que ver con quien
somos realmente y el desarrollo de nosotros mismos como personas,
con nuestro crecimiento espiritual y humano, que es lo que
verdaderamente importa y lo que, lamentablemente, casi siempre,
nos pasan desapercibidas.
¿Cansado de ir de gira?...sigo manteniendo que lo dudo, él era
arte en movimiento aún cuando estaba quieto y callado, bastaba
mirarlo y ver su “peculiaridad”.
Un artista vive para el escenario y muere fuera de él y Michael,
en cada actuación, irradiaba vida por cada poro, se le veía
henchido y pleno. ¡Debe de ser tan hermoso sentir esa emoción!,
¿qué sentiría en el alma, en todo su ser, cuando aparecía en el
escenario y podía ver aquella gigantesca masa de gente que lo
aclamaba enloquecida?, ¿cómo se vivirá una experiencia así?,
¿qué pasará por la cabeza en esos momentos?, ¡debía de ser algo
extraordinario, casi irreal!
Era como si se fundiera con aquella gente, como si se dispersase
sobre ellos, conectando con cada persona y formando así una
sola energía vibrando y latiendo al unísono. Eso, que no es
perceptible a la vista, era lo que nos captaba la atención a todos,
lo que nos cautivaba.
Evidentemente, hay muchos artistas a los que nos gusta oír sus
canciones, a los que acudimos a ver sus conciertos y saltamos,
gritamos y cantamos con ellos sus temas, pero Michael... ¡nos
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La mano de Michael
daba algo más!, ¡nos hacía sentir algo más! Eso es lo que lo hizo
único, eso sencillamente es lo que se le llama, casi sin reparar en
la importancia de las palabras, “ser artista”, algo que no se
puede describir ni escribir apenas, sólo se puede percibir.
Recordé uno de sus conciertos en Bucarest; ¡qué emocionante
hacía el momento en el que, tras unos minutos de inmovilidad
absoluta ante su público, encima del escenario, como si de un
muñeco de cera o de una estatua se tratase, de súbito, giraba la
cabeza hacia el otro lado!, solo hacía eso…¡girar la cabeza y todos
enloquecían! Luego, se quitaba lentamente las enormes gafas de sol
dejando ver su cara casi angelical, esa mirada dulcísima que transmitía carisma y amor a la vez. Tras unos segundos, una rápida vuelta
sobre la bola del pie y una alta patada al aire, tiraba las gafas a algún
rincón del escenario, y podíamos ver como su expresión cambiaba
dando paso a la fuerza, a la furia del artista, a aquella arrolladora
energía. Su primer grito y… ¡la magia comenzaba!
Rememoré a sus fans, enloquecidos porque al fin podían ver su
rostro, ¡qué radiante estaba! Cualquier estilo, cualquier elemento
decorativo le sentaba bien y lo lucía con elegancia, eso no es fácil.
Esto era algo más a destacar en él, Michael destilaba elegancia
en cada movimiento, en cada postura.
Por un momento parecí unirme a ellos y sentir esa emoción, la
música vibrando en mi estómago y mis ojos llenos, repletos de
aquella visión casi de fantasía que sólo él lograba conseguir y…
sonreí.
Así me quedé dormida con la suave brisa del mar en mi cuerpo y
con el sonido de olas acompañando el recuerdo que, insistente, no
dejaba de dar vueltas en mi cabeza, la imagen de Michael.
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La mano de Michael
No debió de pasar mucho tiempo cuando algo, leve pero
punzante, sacudió mi cuerpo y, en un instante, me vi., a mi
misma, tumbada en la arena, sobre la toalla.
¿Qué estaba ocurriendo?, ¡aquella era yo!, era mi cuerpo con mi
bikini de florecitas de colores, mi bolso con los enseres de playa y
mis amigas con mi sobrina, conversando y riendo, pero… ¡no las
escuchaba, no oía nada en absoluto!
Estaba paralizada, tratando de comprender qué me estaba
sucediendo y fijé la vista en mí, me había dormido con una mano
sobre el estómago, me observé con más atención y noté que éste
no se movía, ¡Dios mío!, ¡no estaba respirando! Volví a mirar a
“las niñas”, que era como yo las apodaba con cariño, seguían
conversando y riendo junto a mí, con la tranquilidad de que yo
dormía plácidamente.
Iba a hacerles un gesto para que me mirasen, para que vieran que
algo me ocurría, que no respiraba, pero el brusco movimiento de
alguien me hizo girar la cabeza. Era un ex novio mío con el que,
desde hacía años, coincidía en la playa. No nos hablábamos allí,
pero manteníamos una buena relación de amistad y cariño, pero él
ya estaba casado y su familia, lógicamente, siempre estaba junto
a él, así que pasábamos el tiempo distrayéndonos, entre sonrisas
y miradas de complicidad y seguro que en ese momento me
estaba mirando y se había percatado de que no me movía, intuyó
el peligro, por eso corrió hacia mí y se tiró de golpe sobre mi pecho
para oír si latía o no mi corazón. Esto hizo que todos
reaccionaran.
Mi sobrina, cogiéndome la mano, no paraba de decirme no sé qué
cosas, mis dos amigas, Toñi y Águeda, tampoco paraban de tocarme,
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La mano de Michael
mientras él, que había hecho varios años de medicina sin terminar
la carrera, me hacia un masaje cardiovascular – ¡Uno, dos, tres...! –
Y paraba para luego continuar. Podía ver como el sudor bañaba su
desencajada cara y que ellas cada vez lloraban y gritaban con
más fuerza, pero sólo podía ver las gesticulaciones de los gritos en
sus caras de angustia y de miedo, pero… seguía sin poder oírlas.
¿Qué estaba ocurriendo?, el pánico comenzó a apoderarse de mí
y me refugié en pensar que aquello sólo era una terrible pesadilla,
tenía que despertar como fuera, como fuera – ¡Despierta!,
¡despierta! – Me gritaba a mí misma mientras apretaba mis ojos
con fuerza, pero volví a abrirlos y vi como él ya golpeaba mi pecho,
enloquecido, con el puño cerrado.
Mi sobrina echó a correr, completamente fuera de sí, por la
playa, por entre la multitud que cada vez hacía un cerco más
cerrado y más apretado en torno a mi cuerpo. Quise correr tras ella,
decirle que yo estaba allí, que me mirase, que no iba a abandonarla.
Cayó de rodillas sobre la arena, medio desplomada, igual que un
saco pesado y roto. No podía soportar verla así, nunca había
podido verla sufrir y saber que aquella desesperación era por mí se
me hacía insoportable – ¡No!, ¡no llores!, ¡estoy aquí, contigo!,
¡mírame, por Dios!, ¿no me ves? –Volví a comprender que ni tan
siquiera me oía y quise correr hasta ella, abrazarla, hacer que me
sintiera a su lado – ¡No llores, Eli!, ¡deja de llorar!, ¡te quiero,
cariño!, ¡te quiero tanto! –No paraba de repetírselo a gritos, sin
moverme del sitio, pues yo seguía junto a mi cuerpo. La impotencia y la angustia eran casi insoportables, veía como mi sobrina se
tiraba enloquecida del cabello y se abofeteaba la cara,
seguramente ella también deseaba creer que era una pesadilla y
quería así despertar – ¡Para, cariño!, ¡para!, ¡ya basta, por Dios¡ –
Pero todos mis gritos eran en vano, no podía hacer nada en absoluto.
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La mano de Michael
Águeda se había abrazado a mi cintura y se asía a mí con fuerza
y Toñi acariciaba mis piernas como una autómata, sentada junto a mí
sobre sus rodillas, no dejaba de balancearse y mover los labios como
repitiendo sin cesar una letanía, su mirada estaba perdida en
algún minúsculo puntito de la arena. Me invadió una tremenda
pena de no poder abrazarlas tampoco, de decirles cualquier cosa,
sobre todo que también las quería con el alma y que, igualmente,
no podía soportar sentir que sufrían sin poder evitarlo, cuando noté
que algo atravesó mi espalda y me agarró, desde atrás, por entre la
columna vertebral hasta el ombligo dándome un fuerte tirón hacia
arriba, elevándome sobre la gente. Así estuve, no sé qué tiempo,
flotando mientras lo seguía observando todo y entonces
comprendí... ¡estaba muerta!
Desde ese instante, una vorágine de acontecimientos me envolvió.
Tuve la certeza de estar pensando en mil cosas a la vez, en que
había visto mil cosas a la vez que seguían pasando ante mí a una
velocidad vertiginosa, pero, a la par, comprensibles y nítidas. Pero no
quise seguir mirándolas, sólo quería retener un pensamiento en mi
mente… ¡Manuel, mi hijo! No lo había visto en varios días y quería
volver a verlo, necesitaba besarlo, abrazarme a él y aferrarme a sus
brazos – ¡Mi hijo!, ¿dónde está mi hijo? –Gritaba con todas mis
fuerzas. El ansia, la necesidad irrefrenable de volver a verlo, me hizo
intentar girar y “volar” a buscarlo, ¡tenía que estar a su lado!,
¡decirle… t a n t a s cosas!, aún no podía marcharme, no quería que
pasara por el sufrimiento de perderme y aquellas ganas, aquella
necesidad se iban acrecentando cada vez más en mí, hasta hacerse
casi insoportable, hasta sentir que nada me frenaría hasta llegar
junto a él. Como un ave que va a lanzarse a volar desde lo alto de
una colina, yo hice el intento de volar hasta donde, de una forma
incomprensible, supe que mi hijo se encontraba y, justo en ese
instante, un fuerte tirón volvió a arrastrarme obligándome a subir
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La mano de Michael
más y más alto, hasta que todo se iba alejando de mi vista y de mi
alcance.
No dolía, aunque era una fuerza extraordinaria la que agarraba
mi ombligo. Así, continúe elevándome hasta que dejé de ver
incluso el mar y, a una velocidad incomprensible, aquello que tiraba
de mí, me hizo adentrarme en una especie de túnel, redondo y
translúcido.
Vi que había gente que se movía y que querían acercarse a
mí, de entre las paredes que giraban en círculo de aquel túnel y,
de alguna forma, comprendí que si dejaba que sucediera, que se
acercaran, ya todo acabaría allí, no habría vuelta atrás, me
adentraría con ellos en aquellas paredes, seguramente para
quedarme allí y me negué con todas mis ganas a aceptarlo.
Pensar que no volvería a ver a mi hijo me aterrorizó tanto que
necesité que alguien me explicara qué hacer para salir de allí,
para regresar y, seguramente, porque en los días anteriores había
estado embebida en la muerte de Michael Jackson y también
porque fue mi último tema de conversación, lo sentí tan cercano
a lo que me estaba ocurriendo a mí que, sin más, grité con
fuerza su nombre – ¡Michaeeeel!, ¡Michaeeel! –En ese instante,
en vez de continuar ascendiendo por el túnel, mi cuerpo giró
hacia la derecha y atravesé las paredes. Fue como pasar por entre
una tupida y gigantesca tela de araña, de la cual no sentí
contacto o roce alguno sobre mi piel.
De pronto, me pararon en seco y me depositaron suave- mente en
el suelo, me encontré de pie sobre una especie de bruma que me
cubría hasta las rodillas, sin dejarme ver qué había debajo. Miré
hacia todos lados y sólo una inmensidad vacía y llana era lo que me
envolvía. No había nada más, nada en absoluto y nuevamente el
terror se apoderó de mí, el miedo y la desesperanza de sentir que
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La mano de Michael
quizás me quedaría allí para siempre, sola, de que no hubiese
nada más, hicieron que me arrodillase, y caí como una muñeca de
trapo, hundiendo mi cabeza en la niebla.
Estuve así, no sabría valorar qué tiempo, hasta que poco a
poco volví a incorporarme. La neblina había crecido y me rodeaba ya
por completo mientras yo no paraba de llorar cada vez con menos
fuerza por el inmenso abatimiento que sentía. La soledad me envolvía
lo mismo que la niebla. Ya no sabía qué pensar ni qué hacer,
aquella sensación de vacío comenzó a hacerme temblar y sentí
una inmensa pena de mí misma y tomé una decisión; me
tumbaría y me quedaría allí hasta dejar que aquello terminase
conmigo definitivamente, me había vencido por completo al
desconsuelo y me abandonaría a mi suerte y así lo hice, me
abandoné, me dejaba abandonar conscientemente. Quería que la
niebla me tragase, me sumergiese en ella y morir definitivamente,
no sólo con el cuerpo sino también con el alma, quería desaparecer
y, de alguna forma, sabía que aquella era la manera de lograr la
verdadera muerte, que el final absoluto de todo era… dejarme
vencer. Lentamente, inicié el ademán de agacharme, cerré los ojos
y me dejé llevar por la oscuridad, el silencio y aquel sobrecogedor y
terrible vacío.
Sentía que cada vez me alejaba más de allí, de mí misma y lo
estaba consiguiendo pues cada vez me apartaba más y más de
todo, hasta de cualquier recuerdo y sentí que la luz se me apagaba
dentro, igual que se apaga la llama diminuta y frágil de un pequeño
candil y dije en voz alta – ¡Señor, perdóname si he faltado a tu
voluntad al no querer seguir por el túnel! ¡Haz con mi alma lo que
quieras, pues yo no sé qué hacer con ella! – Me estaba inundando
de paz, quizás por el mero hecho de no sentir nada y eso era justo lo
que quería, dejar de sentir el estupor de verme allí sola, cuando de
entre la niebla vi una mano que se extendía abierta hacia mí. Sentí
12
La mano de Michael
que era consoladora, que quería rescatarme de aquel vacío, de
devolverme mi luz y, sin dudarlo, me así a ella. La noté cálida y tan
suave como la de un niño pequeño, pero era una mano grande y
fuerte, era sin duda la de un hombre que, con suavidad, tiraba de
la mía levantándome hasta él. De repente, de una forma
inverosímil, ante aquel contacto, la niebla se esfumó y pude ver a
quién pertenecía aquella mano reparadora, era la mano de Michael
Jackson.
Me sentí tan aliviada, tan emocionada de saber que no estaba
sola, de ver una cara conocida, aunque no amiga, que,
instintivamente, me abracé a él. Su abrazo fue tan efusivo como el
mío y allí, en medio de aquella nada, nos mantuvimos abrazados,
sintiendo que tal vez no todo había terminado, que había algo más,
alguien más con quien compartir lo que aconteciese y percibí que
él sentía lo mismo y nuevamente rompí a llorar apretando mi cara
contra su pecho, pues era más alto que yo y con su mano, la cual
era extraordinariamente grande, rodeó mi cabeza con cariño, con
una ternura tal que me hizo sentir, aún si cabía, más emoción. Su
voz era amable, muy amable y sonó tan cálida como su caricia,
como una música que lo inundó todo cuando sólo susurró a mi oído.
– ¡Chisss!, ¡tranquila!… ¡tranquila! –Y comenzó a tararearme una
música que no reconocí y así, poco a poco me fui relajando y me
dejé llevar en sus brazos que me mecían con suavidad, como se
mece a una niña, hasta que dejé de llorar. Me aparté un poco para
poder mirarlo y, en agradecimiento, le sonreí. El me devolvió la
sonrisa como entendiendo mi mensaje y volví a abrazarlo.
– ¿Vas a llorar otra vez?, puedes hacerlo si quieres. Yo me
quedaré así, te abrazaré todo el tiempo que necesites.
– ¡No!, no voy a llorar, sólo que… tu abrazo me reconforta.
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La mano de Michael
–Y a mí el tuyo, también necesitaba un abrazo, un contacto. –Y
nos apretamos un poco más fuerte – Continuaba tarareándome
algo y su voz traspasaba más allá de mis oídos y el débil
balanceo que provocaba, sobre mi cabeza, su pausada
respiración… ¡me alivió tanto!…
Recordaba todo, absolutamente todo con gran nitidez, era
consciente de que yo acababa de morir, pero él ya llevaba muerto
una semana, ¿había estado allí solo todo este tiempo?, ¿cómo
había podido soportarlo? Separándome de él, le pregunté.
– ¿Hay alguien más aquí? –Tardó un poco en contestar, intuí que
quería evitar que me asustara aún más de lo que ya debía de
notárseme. Ladeó la cabeza e hizo una mueca, como para darme a
entender que no tenía más remedio que decirme la verdad aunque
me doliese y, sujetándome la cara, me dijo pausadamente.
– ¡No!, al menos que yo haya visto. Y nadie me había llamado,
excepto tú.
–Es cierto, te he llamado –Reconocí, agachando la cabeza – Lo
siento, tal vez no debí…
– ¿Por qué?, no, no digas eso, por favor.
–Es qué… no sé si te he molestado, si te he perturbado de alguna
forma. No sé cómo funciona esto – Esbozó una sonrisa.
– ¡Yo tampoco sé como funciona! Pero ha sido una bendición
encontrarte.
– ¿Has estado solo todo este tiempo? – Asintió, sin dejar de
mirarme – ¿Tantos días en, bueno, en… esta nada?
–No podía salir de mi asombro, no comprendía como podía
mantenerse tan sereno después de llevar tanto tiempo en aquel
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La mano de Michael
lugar desolado.
–Verás, “esta nada”, ¡no siempre es nada! No es fácil de
explicar, aunque ya lo irás viendo por ti misma, pero has dicho algo
que…
– ¿Qué?, ¿qué he dicho? –Se puso una mano en la barbilla, otra en
la cadera y comenzó a caminar en círculos. Era evidente que algo
había despertado su curiosidad.
–Antes me has preguntado si todos estos días he estado aquí solo.
– ¡Sí! –Contesté, expectante a su reacción, a su intriga.
–¡Ya!, pero… has dicho días, en plural – Esta vez fui yo quien
tardó en contestar, pues me di cuenta que quizás él no sabía qué
tiempo llevaba allí y sentí una gran lástima de ambos, pues de ser
así tendría que ser yo quien se lo dijese y tal vez querría saber más
cosas sobre su muerte, sobre tantas especulaciones.
El último recuerdo de mí que yo tenía era el de la playa, ahora no
sabía qué estaba sucediendo con mi cuerpo ni con mis seres
queridos, pero sí sabía referente a él, a cuanta gente había
conmocionado su muerte y le habían llorado y también cuantas
cosas desagradables habían vertido, una vez más, sobre él, sobre
su vida y también sobre su muerte. Se hablaba de suicidio,
asesinato, toda una locura y yo no estaba preparada para responder
según qué cosas. Aún así, al igual que él hizo conmigo,
contesté.
– ¡Sí!, he dicho varios días.
– ¿Llevamos varios días aquí?
– ¡Tú sí!… – Me costó responder.
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La mano de Michael
– ¿Tú no?
–Yo… acabo de… bueno de… llegar – ¡Dios mío!, me estaba
poniendo muy nerviosa, no sabía qué hacer ni decir, sólo me
preguntaba si él era consciente de donde estaba o mejor dicho, si
era consciente de que estaba muerto.
– ¿Cómo sabes que acabas de llegar?
–Bueno, sólo he visto esto y… a ti.
–Yo también te he visto sólo a ti, pero tú dices que yo llevo aquí
más días.
– ¡Sí! –Volví a agachar la cabeza y guardé silencio.
– ¿Qué sabes tú más que yo?, ¿quién eres? –Su expresión de
desconfianza me aterró. No quería que se enfadase, que se marchase
y me dejara sola nuevamente.
–Me llamo Sara y sólo soy una mujer – Dije, tímidamente.
–Eso ya lo veo, aunque aquí no puede uno fiarse de lo que ve,
nada es lo que parece.
– ¡Créeme, te lo ruego!, me llamo Sara y soy una mujer, ¡sólo soy
eso!
–Y… ¿qué más, Sara?
– ¿Qué más?, no te entiendo.
–Yo creo que sí, ¿es eso lo único que sabes? A ver… te llamas
Sara, eres mujer y acabas de llegar.
– ¡Sí!
– ¿Nada más?, ¿estás segura? –Sabía perfectamente lo que quería
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La mano de Michael
oír, pero temía decírselo abiertamente, ya que también temía las
preguntas que provocaría en él. Pero no tenía más remedio que
decirle toda la verdad, sentía que era la única forma de retenerlo a
mi lado. Me armé de valor.
– ¡También sé que estoy muerta! – Esperé impaciente su reacción y
para mi sorpresa no fue la que yo esperaba.
– ¡Yo también lo estoy! – Respiré aliviada de no tener que
decírselo yo.
– ¡Sí, ambos lo estamos!
–Pero, ¿por qué dices que llevo aquí varios días? -Una vez más
volvía a equivocarme al anticiparme a su reacción, aquello no
había acabado, tendría que responder cosas.
– Michael… ¡vi tu muerte en la televisión!, todos los medios
hablaron y seguirán hablando de ti mucho tiempo, de eso estoy
segura.
– ¡A eso… estoy acostumbrado! – Bromeó casi, pero me miró de
tal forma que no necesité que formulase su pregunta para saber cual
era, así que contesté sin más.
–Hace una semana ya. Vi tu funeral, lo retransmitieron en directo
–No sé por qué, pero no me atreví a contarle las especulaciones
que había sobre su muerte y menos aun que todavía no lo
habían enterrado y que seguramente tardarían en hacerlo. Pero él
no preguntó nada al respecto y para mí fue un alivio.
– ¡Una semana!… ¿cómo es posible? no he visto ninguna noche
en este lugar y no tengo noción de llevar aquí varios días – Me miró
–Fue mi corazón, ¿verdad?
– ¡Sí!, un paro cardiaco, creo – Miré hacia otro lado.
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La mano de Michael
– ¡Lo suponía!, ya no era ningún jovencito y… quizás abusé
demasiado de mi cuerpo, ¡sí, tal vez lo llevé al límite!
–Si, tal vez demasiadas horas de ensayos para tus conciertos en
Londres.
– ¡Humm…sí, demasiadas!, pero… ¡me sentía tan enérgico, tan
pleno, tan… feliz de volver! – Recordé que había oído decir, a no sé
quién que estaban entrevistando, que Michael nunca iba a dar esos
conciertos, que todo había sido un montaje de él, pero me bastó
ver aquella luz en sus ojos al hablar de su regreso que enseguida
comprendí que, una vez más, lo habían calumniado y esta vez sin el
respeto y la piedad de que había fallecido un genio y un gran
hombre. Era penoso pensar en eso y traté de obviarlo incluso ante
mí misma. Así que dije lo que verdaderamente sentí.
–Michael, tu naciste así, ¡enérgico y pleno! y si hubieras llegado a
los cien años, seguramente te hubieras seguido sintiendo así,
porque así eres tú. Estoy segura de que hubieras sido un anciano
tan creativo como lo eras a los diez años, a los veinte, etc. y así
hubieras permanecido.
–Pero sólo llegue a los casi cincuenta y uno. Puede parecer una
broma, incluso da risa, pero tenía en mi casa a uno de los más
prestigiosos cardiólogos y… ¡me muero del corazón!, ¡qué ironía!
¿Cuánta gente paga a un médico para que viva con él? – No sabía
qué decir con certeza, por eso preferí callarme y así omitir las
controversias que se vertían sobre el tema.
– ¿Puedo preguntarte algo?
–Claro.
– ¿Cuál es tu último recuerdo?, ¿la última imagen? – Lo pensó un
instante antes de responder.
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La mano de Michael
–Estaba agotado, realmente exhausto, pero, a la vez, eufórico.
Tenía… ¡tanto en mi cabeza!: Los ensayos, las mil y una cosas que
aún quedaban por hacer; la música y las coreografías, tenía nuevas
ideas para ellas, las luces, el sonido, la puesta en escena de cada
tema ¡todo se agrupaba y danzaba a la vez en mi cerebro!, no podía
conciliar el sueño y, ¡quería dormir!, ¡necesitaba dormir como
fuera!, ya llevaba así varios días y sólo quería descansar. Llamé a
mi médico y…, lo último que recuerdo es que estaba acostado, por
fin comenzaba a relajarme en una especie de vaivén placentero que
parecía sumergirme y sumergirme en un agradable sueño, cuando
sentí un fuerte dolor en el pecho y después... ¡nada!, el dolor
desapareció sin más.
Al momento me vi acostado, vi mi propio cuerpo en mi cama y
sentí que flotaba sobre mi habitación. Luego vi a uno de mis
guardaespaldas golpearme el pecho con fuerza y, en ese instante,
comprendí que había muerto. También vi una la ambulancia, el
hospital. Después, un fuerte tirón me elevó rápidamente,
traspasando los techos hacia el cielo y así hasta una especie de
túnel y no quise continuar ascendiendo por él. Eso es todo, luego
llegué aquí y… ¡aquí he permanecido hasta ahora! Eso es cuanto
recuerdo.
– ¿Por qué no quisiste seguir ascendiendo? – Mi pregunta pareció
sorprenderle y después se quedó pensativo, como tratando de
recordar algo.
–Es curioso, sé que tenía un motivo, una razón para no querer
seguir hasta el final, pero… ¡no sé cual era!, no, ¡no logro
recordarlo! Pero había una razón, ¡estoy seguro de eso! Sé que yo
tomé la decisión, libremente, de no seguir y… ¡fue por esa
razón!, ¡lo sé!, estoy tan seguro que… ¡podría jurarlo!, pero ahora,
no comprendo por qué, pero… ¡la he olvidado!, ¿qué extraño,
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La mano de Michael
verdad?
– ¡No!, bueno… ¡sí que es extraño!, sólo que a mí me ocurre lo
mismo. – Reflexioné – También sé que tenía alguna razón para no
seguir y… ¡tampoco recuerdo cual era! – Nos miramos entre
sorprendidos y resignados y Michael, en un hermoso gesto protector y
paternal, me acarició la frente.
– ¡Tranquila!, no te preocupes por nada, algo me dice que no
debemos de hacerlo, que debemos dejar que todo suceda como esté
dispuesto y así haremos, ¿de acuerdo?
–Yo sonreí, aliviada. Su sola presencia me irradiaba paz y
seguridad y confié en sus palabras como si fuera mi padre el que
me estuviese hablando.
– ¡De acuerdo!
Comenzamos a caminar sin rumbo, pues, en verdad, no había
nada alrededor, ningún lugar al que dirigirnos, tan sólo
caminábamos, sin tan siquiera saber si íbamos en línea recta o
quizás hacíamos círculos. Pero parecía no tener importancia, al
menos para él y conseguía transmitírmelo, transmitirme aquella
seguridad con tan sólo una mirada o una ligera sonrisa. Por eso
paseaba confiada junto a él, sin esperar nada, me dejaba llevar, pero
aun así pregunté.
– ¿Vamos a algún sitio en particular?, quiero decir – Sonreí, casi –
¿Tú sabes dónde vamos?, ¿ o estás caminando igual que yo?,
caminar… ¡por caminar!
– Camino y… ¡espero!
– ¿Esperas?, ¿qué esperas?
– Que ocurra algo, que cambie algo –Mi sorpresa ante aquella
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La mano de Michael
respuesta fue patente, me paré en seco y abrí los ojos de par en par.
– ¿Qué?, ¿qué va a ocurrir? –Le pregunté mirando hacia todos
lados muy asustada.
– ¡No!, ¡por favor, no te asustes!, es lo último que pretendía.
Deja que te explique algo. Desde que estoy aquí he visto cosas
sorprendentes.
– ¿Sorprendentes?, ¿ en qué sentido?
– ¡Pero no te asustes! Por favor, tú sólo escúchame y trata de
comprender.
– ¡Está bien!, te escucho.
–Te dije que, “esta nada”, a veces no es tal, ¿lo recuerdas? –Asentí
con la cabeza.
– ¡Verás!, a veces y sin una explicación, al menos racional,
todo se vuelve distinto, se llena de formas, de luz, de paisajes
fantásticos en los que puedes mezclarte. Puedes disfrutar de todo
cuanto te rodea, puedes ver, oler, tocar, ¡es increíble! es...
¡extraordinario! Aquí, cada sentido parece multiplicarse por mil,
todo huele más, sabe y se percibe más y sientes de una forma
que jamás había experimentado, no sé, es… ¡como estar a flor de
piel cada segundo!, como si formaras parte de todo.
– ¿Y cómo ocurre?, ¿es cada cierto tiempo o… – Michael me
interrumpió.
–No creo que haya un tiempo preciso o exacto para que suceda,
simplemente sucede.
– ¡Oh!, ¿simplemente?
–Eso es, ¡simplemente!
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La mano de Michael
– ¿Y por qué estamos aquí, entonces?
–Creo que lo correcto sería preguntar, ¿por qué estamos así? – Y
abrió los brazos señalando con ellos el alrededor.
– ¿Así? –Repetí sin encontrar aún el sentido a sus palabras.
– ¡Así!
–No te entiendo, Michael.
–Sara, he comprobado que aunque caminemos no nos movemos
del sitio, esos cambios suceden aquí mismo, en este mismo lugar
o… ¡al menos eso creo!
–Y después de eso, ¿vuelve la niebla?
–Algunas veces sí, cuando me quedo dormido y al despertar todo
es nuevamente diferente.
–Me gustaría poder verlo. ¿Crees que ocurrirá?
– ¿Por qué no iba a ocurrir?, no ha dejado de hacerlo – Me miró,
confiado en sus palabras – ¿Tienes sed o hambre?, ¿qué te
apetecería? – Me quede reflexiva y traté de analizar mis
necesidades, mi cuerpo, mis ganas y, lamentablemente, no sentía
ningún interés ni ninguna necesidad, sólo una extraña sensación de
vacío o carencia que no era capaz de descifrar y tampoco me apetecía
comentarla, por lo que contesté que no y le di las gracias. Se paró
ante mí y volvió a mirarme con fijeza. Sus ojos eran tan expresivos y
tan dulce su mirada, que le daban un aire de sapiencia que me
transmitía una absoluta confianza en él.
Como adivinado mis pensamientos y mis emociones o, mejor
dicho, mi carencia de ellas, me sonrió y me cogió de la mano.
– ¡Ven!, ¡a mí, sí me apetece algo!
22
La mano de Michael
– ¿Qué?
– ¡Sentir el agua fresca y el sol caliente!
– ¿Quieres darte un baño?
– ¡Sí!, ya lo he hecho antes, quiero decir que ya lo he hecho
antes aquí, en este lugar. Sigamos caminando – Y, enseguida
acudieron a mi mente las imágenes de él con un paraguas abierto
bajo la luz del día, y las veces que le había oído decir que no podía
darle el sol porque podría producirle cáncer de piel y no pude evitar
preguntarle.
– ¿Ya no temes al cáncer de piel?
–Claro que no, ¡qué tontería!, ¡estamos muertos! y, además, mi
piel ha vuelto a ser negra, parece que… ¡se curó mi v i t í l i g o ! – Me
quedé absolutamente pasmada ante aquella afirmación, ¿negra?,
¿cómo podía decir eso?, su piel era tan blanca como si fuera de
porcelana, tal y como había sido en los últimos años.
–Michael, tu piel no es negra, sigues siendo blanco.
–Le sorprendió tanto mi afirmación que se levantó las mangas
de una fina camisa blanca que llevaba puesta, luego también
descubrió su torso y se miró el cuerpo durante unos segundos.
– ¿Estás de broma?, ¡mírame bien!, ¡soy negro nuevamente! –
Dijo, con alegría. Lo miré con atención, como él me pidió y
seguía viendo su piel tan blanca como el nácar.
–Lo siento, Michael, pero… ¡eres blanco!
– ¿Me ves blanco?, ¿en serio?
–En serio. Mira, yo soy como unas diez veces más morena que tú
y soy una mujer blanca, quiero decir, que no soy afro –Y puse junto
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La mano de Michael
a su antebrazo el mío para ver la diferencia de color.
–Claro que no eres afro, yo sí que lo soy, siempre lo he sido –
Sonrió al decir aquello. Yo no sabía qué estaba sucediendo, si es
que alguno de los dos deliraba o si se trataba de otra cosa. Cada
vez estaba más confundida.
– ¿Michael, qué sucede?, ¿por qué no te veo igual que te ves tú?
–No lo sé. Pero, sin duda, es algo curioso y tendré que averiguar
por qué, siempre tengo que averiguar el por qué de las cosas,
porque todo tiene su motivo, es sólo que está esperando a ser
averiguado, descubierto como si fuera un tesoro escondido y… ¡yo
lo descubriré! –Volví a ver aquella seguridad en su mirada y me
convencí de que descifraría el misterio. Se le veía tan seguro de
con- seguir lo que quería y tan tenaz como había demostrado ser en
vida. Así que no volví a hacer hincapié en el tema, le di la mano y
comencé a caminar como me había pedido.
Lo hacíamos en silencio, inundados por aquel vacío al que
cada vez temía menos, cuando, de repente, así, “simplemente”,
tal y como él había dicho, nos encontramos en otro lugar.
Quedé boquiabierta, un paisaje nuevo y diferente nos había
envuelto igual que lo había hecho la bruma. Era como si nos
hubiésemos transportado a aquel sitio, pero sin habernos movido de
donde estábamos. Era el lugar el que había venido a nosotros. Yo
estaba tan abstraída que no me había dado cuenta de que él se
había quitado la ropa y corría feliz hacia el agua.
– ¡Michael!, ¡Michael! – Le grité, asustada – ¡No te metas ahí!,
¡no lo hagas!, ¡puede ser peligroso!, ¡Michael, ¡Michael, vuelve! –
Pero no me escuchó y se zambulló de cabeza. Corrí hacia él
temiendo que algo terrible podía haberle sucedido. Cuando llegué
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La mano de Michael
al borde, a punto de meter mi pié en aquel agua para ir en su
auxilio, él asomó de un salto medio cuerpo, sonriendo feliz – ¡Por
favor, sal de ahí!, ¿por qué te has metido?, ¡vamos, sal con
cuidado!, dame la mano, yo te ayudaré.
– ¿Qué?, ¿por qué quieres que salga?, ¿qué es lo que te preocupa?,
venga, no pasa nada, métete tú también, está estupenda.
– ¿Cómo?, ¿quieres que me meta ahí?, ¿estás loco?
– ¿Qué ocurre, Sara?, ¿te da miedo el agua?, aquí no cubre, no
temas que yo te sujetaré, vamos, inténtalo.
– ¡No me da miedo el agua!, sé nadar perfectamente, pero no
voy a meterme en esa ciénaga, ¡estaré muerta, sí, pero sigo
sintiendo el peligro y el miedo! No voy a entrar ahí y no sé
cómo puedes soportar este olor tan nauseabundo y toda esa
porquería pegada a tu cuerpo.
– ¿De qué estás hablando? – Una vez más intuyó mis
sentimientos y salió precipitado de aquella fangosidad – Sara –
Meditó unos segundos – ¿Qué estás viendo? Dime, ¿qué hay delante
de ti?
– ¡Una ciénaga!, un… ¡pantano apestoso y oscuro, ahí hay
arenas movedizas en la que podrías haberte hundido y…
desaparecer! –Y comencé a llorar por el susto que me había llevado
al verlo tirarse allí de cabeza. Me abrazó para tranquilizarme.
–Mírame bien, mujer blanca llamada Sara - Con aquella frase
me hizo sonreír entre sollozos – Vamos, mírame, ¿estoy sucio?,
¿quizás huelo mal? – Lo miré y vi las gotas de agua que resbalaban
desde su cabello cayendo por su rostro y también por su cuerpo,
eran transparentes y límpidas. Tampoco estaba sucio, no había nada
pegado en su piel. Me acerqué a su hombro, aspiré y no olía a
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La mano de Michael
cieno.
– ¿A qué huelo? –Preguntó con tranquilidad.
– ¡A… mar!, hueles al agua salada del mar – Cogió una gota de
agua de su pecho y con la yema del dedo me la puso en los labios.
La saboreé y, efectivamente, estaba salada. Sin lugar a dudas, era
agua de mar. Yo miraba aquel sucio y sombrío pantano y luego a
él y no podía comprenderlo.
–Es evidente que vemos cosas diferentes, como el color de mi piel,
pero no sé por qué.
–Yo tampoco, ¡puedo jurarlo!
–Sin embargo… –Volvió a ponerse la mano en la barbilla para
pensar –Sólo lo ves, porque ahora junto a mí percibes que el agua
es clara y salada y así es, me he bañado en un mar maravilloso,
es sereno y transparente y, por supuesto ¡salado! – Los dos
sonreímos. –Eso es lo que yo veo y siento. Ven conmigo, déjame
comprobar algo –Y tiró de mí hacia el agua. No pude evitarlo y me
resistí – ¡No, Michael, por favor!, no me gusta este lugar.
– ¡Chisss!, es sólo tu lugar, no el lugar.
– ¿Y qué más da?, ¡es el que yo veo!
–Pero no el que veo yo. ¡Ven, métete conmigo en el agua!
– ¿Qué?, ¡no voy a hacer eso! – El tiraba de mi, pero mis pies
parecían clavados al suelo – ¡Espera, espera! – Le suplicaba – ¡Te
juro que yo veo arenas movedizas!, ¡tal vez tú no, pero yo sí!, ¡y
quizás si yo entro me hunda ahí y no vuelva a salir!
– ¡No lo creo! –Y seguía tirando de mi mano.
– ¿Y si te equivocas? – Me soltó y su voz sonó rotunda.
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La mano de Michael
– ¿Qué?, ¿vas a ahogarte, quizás? ¡Ya estás muerta! –No lo dijo
para asustarme ni para entristecerme, lo dijo y, así lo entendí,
porque también eso era… “simplemente cierto” – Esta vez fui yo
quien cogió su mano y me dirigí hacia el agua.
– ¡Voy a confiar en ti!
–Bueno, tampoco te quedan muchas otras opciones.
–Dijo, bromeando.
– ¡Sí, la de no confiar y darme la vuelta! – Contesté, mirándolo
muy seria y tirando yo de él sin dejar de caminar ya qué, después de
todo, era yo la que iba a jugarme que me ocurriese algo malo o no.
– Pues si optas por esa opción, como no aparezca alguien
más… ¡lo pasaremos muy mal!, ¡discutiremos todo el tiempo y odio
discutir!
– ¡Oh!, ¡cállate o harás que me arrepienta de esto!, ¡lo digo en
serio! –Y con dos dedos, hizo la mímica de cerrar su boca con una
cremallera.
Llegamos a la orilla, yo apretaba con fuerza su mano y, con
temor, acerqué mi pie al agua y pude sentir que aquella porquería
que veía flotar rozó mis dedos y, rápidamente, me aparté. El dio un
pequeño tirón de mi mano, invitándome a intentarlo nuevamente. Y
así lo hice, volví a acercar el pie y esta vez lo introduje del todo,
aquello era espeso y grumoso y aquel hedor me estaba encogiendo
el estómago, apenas podía respirar y volví a sacar el pie
retrocediendo para marcharme de allí.
– ¡Espera!, ¡intentaremos algo!
– ¡Tengo miedo, en serio!
27
La mano de Michael
–Lo sé. Te prometo que no va a ocurrirte nada, sólo déjame
probar una cosa, no voy a meterte en el agua, lo haré yo, ya viste
que antes no me sucedió nada. Yo sigo viendo un mar maravilloso –
Lo dudé, pero, al fin, asentí con la cabeza. El comenzó a
introducirse en el agua.
– ¡Tengo el corazón como una locomotora! –Se giró hacia mí y me
puso la mano sobre el pecho.
–Es cierto, pero también lo es… ¡que no va a darte un infarto!,
¡ya no! – Me guiñó un ojo.
– ¡Michael!, ¡métete ya o te meteré yo misma! – Le dije a modo
de burla. Continuó caminando adentrándose más y más. No podía
soportarlo y cerré los ojos.
– ¡Eso es!, déjalos cerrados un instante – Lo hice y, al
momento, sentí su presencia cerca de mí.
– ¡No los abras aún!, ¡huéleme! – Olía a mar nuevamente. Y otra
vez con su dedo mojó mis labios, también sabía a mar – ¿Qué te
inspira mi aroma y mi sabor?, ¿qué visualizas?
–El mar… ¡me ha gustado tanto siempre!
–Sigue así, no dejes de verlo en tu mente y camina junto a mí,
dame tu mano y confía, sólo confía, ¿lo harás?
– ¡Sí!
–Pues métete despacio, así, de mi mano, no voy a soltarte.
– ¡Espera!, tengo que quitarme el vestido.
–Creo que no será necesario…
–Pero, ¡lo mojaré!
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La mano de Michael
– ¿No quieres que se te moje?
– ¡Lo que no quiero es estar mojada al salir! Y si no tienes razón
me quedaré llena de fango para siempre.
–Yo creo que no. Además, tu vestido es muy vaporoso y blanco, se
te verá lindo en el agua.
– ¡Esto es una locura!, ¡una locura! - Refunfuñaba yo.
–Es posible, pero… ¡pero a la vez… tan emocionante!
- ¡Pues venga, vamos! – Y cogida de su mano, que volví a sentir
grande y fuerte, me fui metiendo poco a poco en el agua.
Estaba fresca y no había nada que me rozara, excepto la suavidad
del vaivén de unas tímidas olas y la tela de mi vestido.
Enseguida percibí el aroma del agua salada, la arena fina bajo mis
pies y el calor del sol dando en mi rostro. Abrí los ojos y me
encontré en la más hermosa playa que había visto jamás. Más
parecía un inmenso lago que una playa. La transparencia del agua
era asombrosa y en la lejanía podía verse de un color verde turquesa. Estaba totalmente en calma, sólo corría una ligera brisa que la
hacía mecerse apenas.
Una paz y una alegría se habían apoderado de nosotros
haciéndonos reír y jugar en el agua sin parar. Nadábamos sin
preocuparnos de nada más, disfrutábamos de aquellos momentos
como nunca antes habíamos disfrutado del mar.
–Creo que aquí debe de haber unos arrecifes maravillosos, estoy
segura.
–Si estás segura… los habrá, y yo también creo estar seguro
que los hay.
29
La mano de Michael
– ¿Vamos? –Le pregunté entusiasmada.
– ¡Claro!, ¡será fantástico!
– ¡Sí!, lo será –Contesté convencida de lo que estaba diciendo,
simplemente, porque estaba segura de ello. Y es qué en un
instante comprendí que sólo necesitaba desear algo para que
sucediese, para que se hiciera realidad.
Nadamos mar adentro, hasta que vimos, rozando la superficie,
asomar las puntas de los corales. Podía verse que era una
gigantesca barrera coralina que se extendía, atravesando el mar, de
lado a lado.
– ¡Ahí está! –Grito él.
– ¡Sí, los veo!, ¡veo la punta de los corales!, ¡es increíble…
rozan la superficie! –Cogimos aire a la par, para llenar nuestros
pulmones y nos sumergimos.
La visión de los arrecifes bajo el mar era de una belleza suntuosa.
Había corales y peces de mil formas y colores. Todo lo que nos
rodeaba era maravilloso, mucho más bello aún de lo que había visto
nunca, ni cuando estuve en los arrecifes de Cuba, ni los que había
visto en los documentales. Nada era comparable a aquella visión de
cuento que mis ojos contemplaban. Michael me condujo para que
viera algo, se trataba de un pez, lo tocó con su mano y el pez
comenzó a hincharse como si de un balón se tratase, sin duda era un
pez globo, redondo y gracioso, vi su gesto de risa bajo el agua y como
hacía la mueca, inflando los cachetes, de aparentar ser un pez globo.
Poco a poco, nos comenzaron a rodear unos increíbles pececillos de un
azul eléctrico con una franja dorada. Otros eran de un violeta
intenso y unas pequeñas aletas amarillas, otros blancos y negros,
verdes y naranjas y de un sinfín de formas y colores que jamás
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La mano de Michael
hubiera podido imaginar y, entre ellos, unos simpáticos y saltarines
caballitos de mar a los que, por supuesto, él también imitó. Todos
estaban alrededor nuestro, se mezclaban con mi vestido, que flotaba
bajo el agua como una medusa. Los peces entraban y salían de las
extrañas y laberínticas formas que, caprichosamente, creaban las
concavidades de los corales. Era imposible imaginar más belleza de
la que nuestros ojos estaban contemplando.
Disfrutamos de todo aquello, no sé cuánto tiempo, ya que no nos
hacía falta salir a tomar aire, hasta que al fin decidimos volver a la
superficie. Al salir, nos miramos satisfechos y felices y nadamos
hasta la orilla.
Michael corría por la arena.
-¿Quieres unas ciruelas o prefieres una jugosa pera?
– ¿Ciruelas?, ¿peras?, ¡pero si estamos en una playa!..
–Lo sé, pero las estoy viendo allí, mujer blanca llamada Sara e…
¡incrédula!, ¡tu vestido y tu pelo están secos y… allí hay fruta!
–Está bien, pero tú sigue agregándome adjetivos y mi nombre
será interminable.
– ¡Me encanta hacer esas cosas! – Reía.
– ¡Sí!, eso ya lo veo.
– ¿Y también ves que estás seca o no?- Efectivamente, mi ropa y
yo misma estaba seca, no podía creerlo. Miré al frente y también
era cierto que había unos árboles. Michael corrió hacia ellos y
yo corrí tras él. Llegamos hasta allí y, poniéndose las manos en la
cintura, me volvió a preguntar, mirando hacia las ramas.
– ¿Ciruelas o peras? –Miré bien y vi unas vides y unos altísimos
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La mano de Michael
árboles cargados de aguacates.
–No hay ni ciruelos ni
conformaré con las uvas…
perales, así que creo que me
– ¿Uvas?
– ¡Uvas!
– ¡Está bien!, si tú lo dices –Los dos alzamos las manos al mismo
tiempo para recoger nuestra fruta. Cuando las tuvimos nos miramos
de frente.
– ¿Con que ciruelas y peras, eh?, pues has recogido uvas.
– ¿En serio esta hermosa pera te parece un racimo de uvas?
– ¿Y a ti este racimo de uvas te parece una pera?
– ¡No!, en esa mano tienes la ciruela… – Reímos fuertemente.
– ¿Cerramos los ojos? – Nos lanzamos una mirada de
complicidad y así lo hicimos, cerramos los ojos situándonos uno
frente al otro, muy cerca, apenas a dos pasos de distancia.
– ¿Los tienes cerrados, Sara?
–Sí.
–Pues abramos las bocas y a ver qué pasa – Fue increíble,
acababa de darle un mordisco a una pera, que él me había
puesto en la boca, tan jugosa que el zumo me corrió hasta el escote
y le escuché decir.
– ¡Dios mío!, tus uvas son las mejores uvas que he probado en mi
vida –Abrimos los ojos y allí estaban las tres frutas, dispuestas en
nuestras manos y nuestras bocas tal y cómo habíamos pretendido.
No dejábamos de reír.
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La mano de Michael
– ¡Lástima! –Dije.
– ¿De qué?
–De que hay también unos aguacates que…
– ¡Me encantan los aguacates!
–Y a mí, pero habría que ser un mono o algo así para poder
cogerlos.
– ¡Vaya!, ¿por qué?, ahora se me ha antojado a mi comerme
alguno.
–Porqué están muy, muy altos y yo no podría trepar allí.
– ¿Y por qué están tan altos?
–Porque el árbol del aguacate es así, muy alto.
–Lo será el tuyo, mira… el mío está a tan sólo extender un poco la
mano – Y entonces lo vi, había aguacates a mi altura, en un árbol de
mi altura. No le di más vueltas y cogí uno y él otro.
– ¡Vamos, sentémonos en la orilla a comer!
– ¡Yo prefiero comer bajo una sombra!
– ¡Oh!, por favor… ¡hacía tanto tiempo que no tomaba el sol! y,
¡me gusta tanto hacerlo!
– ¡Está bien!, lo haré por ti, porque a mi el sol me ha
producido, este año, una pitiriasis alba en la piel.
– ¿Qué es eso?
–Son estas pequeñas manchas blancas de los brazos.
–Los extendí hacia él, para que viera las manchas y éstas habían
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La mano de Michael
desaparecido – ¡Dios, no están!, ¡ya no están! –Y en un absurdo
gesto, para el que no tengo explicación, miré hacia la arena.
– ¿Las estás buscando por si se te han caído?, jajaja – Reía con
ganas.
– ¡Muy gracioso, Michael!, muy gracioso. Ha sido por la sorpresa
de ver que ya no están, ¡se han esfumado!
–Igual que mi vitíligo.
– ¡Que no, Michael!... ¡que eres blanco! – Le insistí nuevamente,
muy a mi pesar, pero de forma rotunda para que por fin se diera
cuenta.
– ¡Ya!, pero tú te has comido una pera… – Me replicó
arqueando una ceja y apuntándome con el dedo. No tuve por menos
que callarme y admitir que llevaba razón y que una vez más me
había dejado sin palabras.
Nos sentamos a la orilla de aquel mar verde turquesa, era
impresionantemente hermos o. Comimos la fruta con deleite, como
si fuese la primera vez que degustábamos esos sabores y, de alguna
forma era cierto, ninguna fruta me había sabido nunca tan bien
como aquella.
– ¿Sabes una cosa?, yo tenía razón, se te veía hermosa, ahí abajo,
con tu vestido flotando, parecías… hummm... ¡un hada o una
bailarina con la falda abierta por el impulso de un giro de baile!
– ¡Vaya!, ¡pues yo me sentí como una medusa!
– ¡Qué percepción tan poco imaginativa y romántica la tuya,
eh…!
– ¿No es imaginativo verse medusa?
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La mano de Michael
– ¡Hummm... es posible, sí! y también… son hermosas.
– ¡Gracias! –Se lo dije, mirándolo de reojo, pues me había sentido
un poco avergonzada por aquel bonito cumplido.
– ¡Una bailarina! –Repetí con tristeza arrojando el aguacate que
me estaba comiendo, tan lejos como mi rabia contenida me
permitió. El no pasó por alto mi gesto. Cierto que fue muy evidente
por mi parte, pero estoy segura que aún de no ser así, él también
se habría percatado. Podía verse en sus ojos, en la intensidad de su
mirada se denotaba una sapiencia especial, la de un hombre especial. Nunca había visto una mirada así, profunda y tímida a la vez,
como si fuera consciente del magnetismo que tenía, del que era
capaz de transmitir y se avergonzara un poco por ello. Eso le daba
un aire de ternura hermosamente infantil.
– ¡Vaya!, deduzco que te he molestado. Seguro que te he hecho
recordar algo que no debí, ¡he sido muy inoportuno!
– ¡Tranquilo, Michael!, no tiene importancia, no hay misterios –
Sabía que quería oír el motivo de mi actitud pero, cortésmente, no
hizo preguntas. Yo agradecí aquel gesto, pero igualmente quise
contárselo. Cuando iba a comenzar mi breve relato, tomé
conciencia de que me encontraba ante él, ante el mismísimo
Michael Jackson, el más brillante bailarín de todos los tiempos,
¿cómo iba a contarle mi historia?, era una exposición ridícula ante
él, ante su vida, sus vivencias y sus logros. Profesora de baile,
sí, y también había bailado en muchos escenarios acompañando
a buenos artistas, pero nada comparable con su experiencia, con
su grandeza en todos los sentidos. Mi academia no había pasado
de ser una academia modesta de barrio y mi nombre sólo se
conocía en el mundillo artístico en el que me movía. ¿Cómo
alguien que no había llegado a apenas nada como artista, se había
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La mano de Michael
hundido en una depresión por no poder volver a bailar por la
maldita espalda? De haberle ocurrido a alguien como él hubiera
sido comprensible, pero alguien sin relevancia como yo sólo podía
lamentar no volver a disfrutar de bailar. Porque, en realidad, ¿qué
había perdido yo, excepto ese placer y el sueldo corriente que sacaba
de la academia? Me sentí pequeñita y cerré de inmediato la boca
que ya tenía abierta a punto de emitir la primera palabra.
–Hay tiempo –Dijo, sin más.
– ¿Para qué?
–Para contarme o no lo que te atormenta. Hazlo si lo necesitas,
yo te escucharé y si no hablas, no importa… escucharé también tu
silencio. –Aquella hermosa frase, dicha con tanta ternura y verdad,
provocó en mí una fuer- te emoción. El se limitó a acariciar mi
cabello, que caía lacio sobre mi espalda, sin mirarme, era un gesto
evidente que secundaba a sus palabras, sólo me estaba dando
tiempo a decidirme o no a hablar. El dejaba que yo reaccionara
sin la más mínima presión. Aquello, sin lugar a dudas, me liberó y
comencé a hablar.
– ¡Yo! –Apenas me salió la voz de la garganta y tuve que toser un
poco y respirar profundamente. Lo intenté de nuevo – Yo… amaba
la música y era profesora de baile, ¡no bailaba como tú, claro! –No
pude evitar el comentario y él no dudó la respuesta.
– ¿Era tu deseo bailar cómo yo?
–Bueno, ¿quién no desearía bailar como tú?
–No te he preguntado eso. ¿Intentaste hacerlo?, ¿era mi estilo lo
que enseñabas a tus alumnos?
– ¡No!, yo bailaba flamenco y bailes de salón, nunca me dediqué a
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La mano de Michael
“tus estilos”, tus ritmos sólo los bailaba en las discotecas.
– ¡Bien!, yo nunca me dediqué a los tuyos. Así que no podemos
compararnos.
–Pues a eso me refiero, ni aun dentro de mis bailes yo hubiera
alcanzado tu nivel.
– ¿Lo intentaste?, ¿intentaste enfocar tu vida así? – No tuve que
reflexionar.
– ¡No!, la verdad es que no. Pero, aunque lo hubiese querido
no hubiera alcanzado tu nivel, tu perfección. Tú eres un artista
inigualable. Tú eres excepcional… sin más. El mejor artista de
todos.
–Si piensas así es porque lo crees así, luego entonces no hay
discusión posible. Por lo tanto, ¡gracias! y lo acepto, pero tú debes
de ser excepcional en otra cosa y como yo lo creo así… tú debes
aceptar mi opinión igualmente.
–Pero tú no me conoces y te aseguro que no hay nada
excepcional en mí.
– ¿Me conoces tú a mí?
– ¡Claro que sí!, he crecido con tu música, siempre te he
admirado.
– ¡No!, tú sólo conoces al artista. ¡Lástima!
– ¿De qué?
–De no haberte podido admirar yo a ti, no te conocía.
– ¡Ya!, pues te garantizo que, aunque me hubieras conocido, no
había nada que admirar.
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La mano de Michael
– ¡Ya lo creo que sí!, siempre lo hay. Todos tenemos algo que
los demás admiran, porque todos somos únicos y especiales – Eso sí
me hizo reflexionar y comprendí lo que trataba de decirme.
–Tú si eres especial, tienes esa magia, ese duende necesario para
hacerte único.
– ¿Eres una fan mía?
– ¡Humm!, si admirarte me convierte en fan, sí. Pero no soy una…
¡Dirty Diana!, tranquilo – Reí.
– ¡Adoro a mis fans!, incluso a las Dirty Diana, sin ellas y ellos no
hubiera sido nada ni nadie, les debo todo. Pero agradezco que no
seas ¡una fan enloquecida, ni un paparazzi! no voy a engañarte –
También rió.
– ¡Ya!... lo imagino.
– ¡Sería el colmo!, ¿no crees?, jajaja.
– ¡Pues sí!, ¿imaginas a un montón de fotógrafos y de gente
enloquecida persiguiéndote por aquí?
– ¡Calla, calla!, no quiero imaginarlo… ¡no! – Esta vez reímos
los dos a carcajadas.
–Me hubiera gustado haberte visto actuar en directo, de eso me
quedé con las ganas. Pero tenía grabados casi todos tus conciertos,
¡los habré visto mil veces!
– ¿Alguna canción favorita?
– ¡Sí, claro!, bueno, me gustan muchas, pero me quedaría… ¡con
Will you be there!
– ¿Y coreografía?, t ú eres una experta y me gustaría tu opinión.
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La mano de Michael
– ¡Oh!... ¡una experta!, ¡gracias!, sin duda mi opinión será muy
importante para ti…
– ¡Claro que lo es!
– ¡Ok!, no voy a discutir contigo. Sin lugar a dudas, Billie Jean.
¡Ohhh!.... ¡eras extraordinario!, creo que no quedaba un músculo en ti
que no movieras.
– ¡Puedo jurarte que eso es cierto!
–Eso suena a mucho dolor.
– ¡Humm!... ¡demasiado!, no al principio, ¡claro que no!, pero los
años, la continuidad y las imprudencias consiguieron destrozarme,
¡ya sabes cómo duele el cuerpo!
– ¡Sí!, ya… lo creo que lo sé…
–Volvamos al tema. Eras profesora de baile ¿y…?
–Y… ¡era mi pequeño mundo y se esfumó de repente!, sentí que
se me rompieron las alas y nunca pude superarlo, aunque ya te he
dicho que no era nadie relevante, pero enseñaba bien y me
gustaba, me sentía feliz con eso. Creo que desde entonces nunca
he vuelto a sentirme feliz, al menos no como en los escenarios o
con mis alumnos o simplemente inventando pasos ante el espejo.
–Me miró fijamente y tuvo la delicadeza de no hacerme la temida
pregunta del “por qué” dejé los escenarios.
– ¿Quieres volver a ser feliz bailando?, ¿quieres volver a sentir esa
sensación? Yo sé bien a qué te refieres y no me hables de nivel o
fama, el arte se siente y se goza desde un gran escenario hasta en
un pequeño rincón a solas. Es un sentimiento único e individual.
Cuando se siente de verdad, no importa qué renombre tengas o
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La mano de Michael
hasta donde hayas llegado, se goza bailando por el placer de
bailar, nada más.
–Es cierto, ni aun cuando había publico delante yo bailaba para
ellos, siempre lo hacía para mí.
– ¿Ves?, pues a eso me refiero, ese es el alma del artista. No se
piensa… ¡sólo se siente!
–Es verdad.
– ¿Quieres volver a sentirlo?
– ¡Oh, Michael!
– ¡Ya nada, sea lo que sea, te lo impedirá! – Lo miré sin saber si
llorar o reír y opté por lo segundo.
– ¿Estás seguro?, ¡porqué Michael, créeme!, ¡eres blanco!
–Jajaja… ¡y tú, una testaruda!, ¡ni siquiera Tomás, una vez
hubo metido los dedos en la herida de Cristo, dudó! Tú te has
bañado en el mar, has comido fruta y has visto como las manchas
de tu piel han desaparecido y aún así… ¡parece que te niegues a
hacer algo que estás deseando! ¡Ok!., yo soy blanco, pero querida
Sara… ¡estamos muertos! Quizás sea eso lo que aún no has aceptado, creo que cuando lo hagas… ¡volverás a bailar y a disfrutar! –
Me quedé en silencio. Pensé que tenía razón, pero aún así y, sin ser
consciente aún de ello, ni siquiera me planteé volver a dar un sólo
paso de baile, y mucho menos a contarle nada sobre el tema.
– ¡Oye!, ¿dónde aprendiste flamenco?, ¿y por qué ese género?
–En academias particulares, mi primer profesor era el primo de
mi madre, ambos bailaban, pero mi madre se casó y… bueno, ¡ya
sabes!, dejó ese mundo, pero él continuó y formó su propia
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La mano de Michael
escuela, como hice yo. Estoy convencida que en mis antepasados
siempre ha habido bailaores o, al menos, gente que lo hacía bien.
Esas cosas van en la sangre, como ocurrió en tu caso.
– ¡Ah!, ¿en tu familia ya había afición por esos bailes? Es
curioso, pero aunque entiendo que son fascinantes y los encuentro
altamente dificultosos, nunca he conocido una familia americana
que se dedicara al flamenco durante generaciones.
– ¿Americana?, yo no soy americana y mi familia tampoco.
– ¿No lo eres?
– ¡No!,
– ¿De dónde eres, entonces?
–Española, de una ciudad llamada Sevilla, en el sur, ¡es cuna
del flamenco! –Lo dije, orgullosa.
– ¿Y cuántos años llevas en Estados Unidos?
– ¡Nunca he estado en los Estados Unidos! ¿Por qué crees
eso?
–Bueno –Titubeó, asombrado – ¡Tu acento es absolutamente de
Los Ángeles, me atrevería a jurar!
– ¿Qué?, ¿de qué me hablas? Ni siquiera sé hablar inglés, y…
¡ahora que lo pienso!, tu español sí que es perfecto, no me había
dado cuenta –Reí.
–Pues yo soy estadounidense, y tú hablas inglés tan bien como yo.
Y yo, no sé hablar español, sólo canté algunas canciones, pero
absolutamente de oído, jamás lo aprendí.
– ¿Y cómo puede ser esto?
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La mano de Michael
– ¡Sara! creo que igual que la fruta y el mar y… ¡no vuelvas a
decir que soy blanco! – Me inquirió, señalándome con el dedo. Al
darnos cuenta de lo absurdo e inverosímil de todo aquello,
simplemente reímos.
Tras terminar nuestra deliciosa fruta, nos tumbamos al sol y mis
últimos recuerdos, inevitablemente, acudieron a mi mente.
– ¡Así morí! –Dije, sin más. Michael se incorporó un poco y
me miró de cerca.
– ¿Qué quiere decir…, “así”?
–Pues eso, así, tal y como estoy ahora, tumbada en la arena
de la playa. No sé qué me ocurrió, pero morí durmiendo, sí…
creo que me había quedado dormida.
–Estuve a punto de contarle que él había sido mi último
pensamiento, pero guardé silencio y decidí, no sé por qué,
dejarlo para otro momento.
– ¡Igual que yo! al fin dormía y... – Miró hacia la lejanía del agua.
–Es cierto, ambos dormíamos. Bueno, mejor así que no tras una
enfermedad o siendo conscientes de que íbamos a morir, al menos
no nos enteramos.
– ¡Sí!, quizás tengas razón, mejor así.
–Creo que sí, todo el mundo muere y cuántos y cuántos padecen
un infierno antes de hacerlo. Al menos, Dios ha querido que lo
hiciéramos con tranquilidad, mientras dormíamos y no nos ha
dejado pasar por esa agonía.
–Sí, hay que darle las gracias por eso, como por todo. Pero…
¡éramos demasiado jóvenes aún!
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La mano de Michael
–Es verdad, muy jóvenes para morir, pero hemos vivido, hemos
hecho cosas. Piensa, por ejemplo, en cuantos niños mueren sin
llegar a vivir nada – Mis palabras, más que para consolarlo a él,
eran para consolarme a mí misma, para darle a todo aquello un
sentido positivo o al menos que me ayudaran a conformarme con lo
ocurrido, con mi propia muerte. Michael volvió a mirar hacia la lejanía unos segundos, luego, sin decir palabra alguna, se levantó y
se encaminó hacia los árboles. Lo llamé, pero no me contestó y
continuó con paso firme caminando hacia ellos. Comprendí que
quería estar a solas y respeté su silencio, su huída hacia ninguna
parte, sólo hacia la inmensidad del pensamiento íntimo, del íntimo y
frustra- do sentimiento.
Tardaba en volver. Yo, de vez en cuando, giraba la cabeza y lo
veía allí sentado, bajo un árbol y un poco cabizbajo. No sabía qué
hacer, quería respetar su aislamiento y no quería acercarme ya que,
en realidad, no lo conocía, no era mi amigo aunque estuviéramos
allí los dos solos, sabía que no debía de tomarme aquel
atrevimiento. Al rato volví a mirarlo y algo llamó mi atención,
agudicé la vista y me pareció ver que se balanceaba lentamente, me
alarmé y, despacio, me encaminé hacia él. Cuando estuve más
cerca, para mi sorpresa, vi que Michael, sentado bajo el árbol,
tenía el brazo suspendido en el aire y lo movía rítmicamente, de
un lado a otro, como sujetando algo inexistente, ese suave
movimiento era el que lo hacía balancearse, parecía una marioneta
movida por hilos. Me senté junto a él, pero a cierta distancia.
– ¡Michael!, ¿estás bien? ¿Qué estás haciendo? –No me contestó.
Sus ojos parecían perdidos en la nada y unas lágrimas resbalaban
por su rostro.
– ¡Por favor, Michael!, ¡dime algo! –Le rogué casi, pero seguía
callado, estaba segura que ni tan siquiera se había percatado de mi
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La mano de Michael
presencia. ¿Qué debía de hacer?, no me atrevía a despertarlo, ya
que parecía sumido en un estado como catatónico o sonámbulo.
Por lo que continué llamándolo con suavidad, le hablaba
pausadamente, pero él seguía mirando hacia la arena, con la
mirada clavada en ningún sitio y… lloraba, las lágrimas no
dejaban de caer de sus ojos y tampoco dejaba de balancear el brazo.
Pensé que no podía permanecer así por más tiempo y despacio, muy
despacio, toqué su hombro. Ante aquel leve contacto, todo volvió
a transformarse como había ocurrido antes. Aquella maravillosa
playa y aquel sol se esfumaron, abriendo ante mis ojos un paisaje
absolutamente desolador. La visión de una tierra árida, con unas
humildes y viejas casas, se reflejaba en mi retina. Una fuerte
explosión me hizo taparme los oídos, luego, sin mirarlo aún, me
agarré con más fuerza al hombro de Michael. Escuché disparos,
muchos disparos, tan fuertes y repetidos que enseguida comprendí
que se trataba de ametralladoras. Podía oír las voces de la gente
gritar aterrorizadas, sus gritos y lamentos parecían rodearme, pero no
podía ver a nadie en absoluto. Otra fuerte explosión y otra y… ¡las
casas cayeron derrumbadas de un plumazo!, fue entonces cuando
escuché llantos de bebés, cada vez eran más y lloraban con más
fuerza. Aquel llanto era indescriptible, era el llanto del dolor y el
abandono, el llanto de la orfandad.
Sobrecogida, fui a moverme y casi pierdo el equilibrio pues ya
no era arena lo que tenía bajo mis pies, eran ruinas, estaba justo
encima de unos escombros, los restos que, sin lugar a dudas,
pertenecían a una casa. Oí pasar sobre mi el ruido de aviones y,
después, durante unos instantes, todos los sonidos se unieron:
pisadas que corrían, gritos de angustia, sonidos de tanques de
guerra, lamentos, el golpe sordo y seco de los cuerpos al caer
muertos sobre el suelo, explosiones, llantos de bebés, disparos,
las voces aterrorizadas de niños llamando a sus padres, aviones y el
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La mano de Michael
estruendo de las casas al derrumbarse, creí que iba a enloquecer
cuando una voz gritó – ¡Basta! – Un silencio estremecedor lo inundó
todo. Miré a Michael aterrada y vi que bajo su brazo había una
pequeña cuna de madera. Era eso lo que lo hacía balancearse,
¡estaba meciendo una cuna vacía! Me miró un instante, ¡ah!, ¡qué
expresión tan brutalmente triste tenía aquella mirada! Era el vivo
reflejo del lamento, silente, de un niño. Creo que ni me vio y una
mezcla de angustia y dolor se apoderaron de mí inmediatamente,
por lo que comencé a retroceder por entre los escombros. El volvió a
quedarse con la mirada perdida. Nuevamente, miré hacía la
pequeña cuna vacía que Michael mecía con aquella tristeza y
reparé, una vez más, en su mirada, ¡no la tenía perdida en la
nada!, sino que, fijamente, miraba unos platos también vacíos que
había esparcidos frente a él y varias cajas, intactas, con el distintivo
de la Cruz Roja, seguramente eran medicamentos que no llegaron a
tiempo a su destino o llegaron a tiempo pero… para casi nada.
Observaba aquella desconsoladora visión de un Jackson
absolutamente destrozado por el dolor y la impotencia, cuando
comenzaron a caer un sinfín de globos de colores que, al chocar
contra el suelo, explotaban convirtiéndose cada uno de ellos en una
cuna y, rápidamente, empezaron a aparecer ante mis ojos cunas y
cunas vacías, platos desperdigados, trozos de pan verdusco por el
moho, que se multiplicaban sin parar y una lluvia de semillas
podridas cayeron hasta cubrir todo el paisaje. Yo seguí
retrocediendo, p u e s cada una de ellas era como una punzada de
angustia que me golpeaba en el pecho.
¡Retrocedía, retrocedía!, quería alejarme de aquella visión
devastadora, pero mis pies se enredaron en unos alambres y caí
sobre los escombros.
Aquella atrocidad que había podido percibir me sumió en una
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La mano de Michael
terrible pena. Dolía, aquello hacía que me doliese el alma, de tal
forma que me inundó el llanto. Había sido testigo mudo de la
calamidad y devastación de una guerra. Un pueblo entero, mujeres,
hombres y… ¡los niños!, ¡tantos y tantos bebés que no volverían a
despertar en sus cunas! ¿Cuántos habían sido sacrificados en guerras
y cuántos quedaban aún por morir de la misma forma?, ¿a cuántos,
como a los que les habían precedido, les esperaba la hambruna y la
enfermedad si no los mataba una explosión o un disparo perdido?
¡Todo!, absolutamente todo, había sido reducido a la nada y mostrado
así ante la percepción de mis sentidos y, seguramente, ante los de
Michael, y comprendí que él había estado viendo todo aquello
desde el principio, sintiéndolo así desde que se sentó bajo el árbol.
No estaba catatónico, sólo tenía el alma rota. Se encontraba
totalmente sumido en aquel caos, en aquella iniquidad.
Como pude, aparté unos pequeños trozos de lo que parecían haber
sido las paredes de algún hogar, ahora completamente destruido. Me
recosté, encogida en el suelo junto a Michael, que continuaba en
el mismo estado y puse mi cabeza en su pierna. Llorando con él,
sobre él, traté de buscar así su cobijo.
Debí quedarme dormida, pues en la lejanía oí su voz llamarme.
– ¡Sara!, ¡Sara!, ¡escúchame, sé que puedes oírme! ¡Sal de aquí!,
¡sal! ¡Este no es tu lugar, Sara!, ¡esto no te corresponde! –
Continuaba oyéndolo, pero no entendía qué quería decir, ¿de dónde
quería que me marchase, de dónde debía salir? Trataba de abrir los
ojos, pero era inútil, no los sentía, era como si no los tuviese y me
resultaba imposible moverlos. Su voz sonaba incesante en mi cabeza
repitiéndome lo mismo una y otra vez, ¡que saliera!, ¡que aquél no era
mi lugar! Pero sólo escuchaba aquellas frases sin ser capaz de ordenar
su sentido.
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La mano de Michael
Así estuve, no sé qué tiempo, hasta que al fin abrí los ojos y vi a
Michael hablarme pegado a mi cara.
– ¡Gracias, Señor! ¡No imaginas el miedo que he sentido por ti!
¿Qué te ha ocurrido?, ¿por qué has entrado en ese estado? ¿Lo
recuerdas, recuerdas algo, Sara?
–Recuerdo que te vi y estabas extraño, entre dormido o
sumergido en tus pensamientos. Intenté que reaccionaras, pero no
fue posible, ni me veías ni parecías oírme. Te toqué para despertarte
y… ¡Dios mío, ha sido terrible, terrible!
– ¡Chisss!, ¡tranquila, tranquila, mi niña!, ya pasó todo. Estás de
vuelta, los dos estamos de vuelta.
– ¿Tú recuerdas algo?
–Sólo el sentimiento de saber de qué se trataba, de qué es lo que
he visto. Pero no recuerdo imágenes –Se lo conté tal y como yo lo
había visto y sentido. Se incorporó y con una mano en la cadera y
otra en la barbilla, comenzó a caminar en círculos, pensativo. Ya le
había visto aquel gesto antes –De alguna manera, sabía que yo
había estado dentro de una pesadilla o algo así. Pero una pesadilla
que tenía que ver con mis miedos, con mis angustias. Pero, al
despertar y verte a ti en aquel estado, también, de alguna manera
que no sé explicar, sabía que estabas envuelta en ella, que te habías
quedado atrapada en mis tormentos. Lo que no sabía era cómo
habías llegado a sumergirte en mi pesadilla. ¿Dices que fue al
tocarme que comenzaste a ver lo mismo que estaba viendo yo?
– ¡Sí!, y como no tenía fuerzas ni deseos de salir, me acosté
sobre tus piernas, ya no recuerdo nada más, sólo tu voz
llamándome.
–Aún no sé por qué me suceden estas cosas, ya me han pasado
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La mano de Michael
antes y siempre he despertado, sólo con sensaciones, pero algo
me dice que en una de esas pesadillas me quedaré hundido o
perdido para siempre.
– ¡No digas eso!, ¡sería terrible!
– ¡Sí!, pero es lo que siento. Sara, has de prometerme algo.
–Claro.
– ¡Nunca, nunca, bajo ninguna circunstancia o pretexto debes
volver a tocarme si vuelve a sucederme algo así!
– ¡Pero, Michael…
– ¡No, Sara!, ¡sin excusas!, ¡haz de prometerlo! Esta vez
hemos despertado los dos, pero quizás no ocurra lo mismo la
próxima vez y nos podríamos quedar sufriendo y viviendo la
pesadilla para siempre. Así que es muy peligroso que me toques si
vuelves a verme así, ¿me has comprendido?
– ¡Sí!
–Ese “sí” tuyo no me convence en absoluto.
–Pero, ¡es que yo no podría dejarte en ese estado!
–No lo hagas, trata de sacarme de él, pero sin tocarme, Sara.
–Pero si no te toco, no sabré lo que te está sucediendo, qué es
lo que estás viviendo, ¿cómo podría entonces ayudarte?
–No lo sé, aún. Si vuelve a pasar, creo que lo único que tienes que
hacer es esperar.
– ¿Esperar qué?
–A que algo cambie, siempre cambia algo y eso te dará alguna
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La mano de Michael
pista de lo que me esté pasando y así sabrás cómo ayudarme –Algo le
impidió continuar hablando y se sentó junto a mí. Comenzó a llorar.
– ¿Qué?, ¿qué te pasa?, ¿qué te sucede, Michael? –Trató de
recuperarse antes de contestarme.
–Aún tengo dentro el sentimiento, el dolor de lo que haya
vivido. Me siento derrotado. ¡Tenía tanto que hacer por tantos
todavía!
– ¡Déjalo ya!, ¡sólo servirá para atormentarte más!
– ¡No puedo Sara, nunca pude dejar de pensar en ellos! Nunca
pude entender lo que los seres humanos somos capaces de
hacernos unos a otros o, al menos, de permitir que haya cosas,
verdaderas aberraciones en el mundo y mirar hacia otro lado. Yo
he visto cosas que… ¡no te imaginas cuánto dolor he visto! Las
caras de los niños tras una guerra o en países empobrecidos y
míseros, ya sea por guerras, catástrofes o falta de desarrollo. Las
caras de esos niños y de los hombres que pasan por esas cosas no
se pueden olvidar ni pasar por alto. Hay cosas tan terribles, que
sólo una persona entre un millón hubiera pasado sin verlas.
He visto niños muriendo por el hambre y la enfermedad, los he
tenido en mis brazos y… ¡es tan desconsolador, que sientes que
todo, que el mundo entero se centra allí, en esos pequeños cuerpos!,
¡y que por ellos harías cualquier cosa!, ¡cualquier cosa por
salvarlos! –Lo escuchaba en silencio, porque yo había sentido a
través de él aquel dolor, aquella impotencia – He visto gente,
¡gente, Sara!, ¡seres humanos, padres de familia, rebuscar entre las
basuras comida! Esa es la humillación más absoluta para un
hombre, pero más para el que lo observa sin pasar necesidades
que para él, porque a la vez es la representación más absoluta
del amor, ¡dar de comer a un hijo como sea!, ¡como sea y sin
49
La mano de Michael
enloquecer! Ante un acto así, no cabe la humillación ni la
deshonra, aunque visto en la distancia… ¡es absolutamente
sobrecogedor!
¡Dios!, ¡me he sentido tan pequeño ante esos hombres!
Y niños… he visto niños atados, ¡atados como animales, en
sitios que decían llamarse hospitales!, ¡atados sobre sus propios
excrementos! Yo los desataba en cuanto podía, aunque sabía que no
duraría mucho… aquella ¡fingida libertad! –Se puso las manos en la
cabeza –Pero, era tan bello aquel instante, aquel momento de
liberación en sus caras que… ¡me los hubiera llevado a todos
conmigo!, ¡lo juro con el corazón… a todos sin excepción a
Neverland! ¡Cuánto hubiera dado por haberlos podido ver jugar y
correr entre los jardines y las atracciones de lo que fue mi hogar!
Esa fue mi principal idea al crear Neverland, un lugar donde ser
verdaderamente un niño y no sólo una consecuencia de la injusticia.
Pero eso era del todo imposible. Sólo podía llevar a los enfermos,
los que estaban en hospitales normales y bien atendidos.
-¿Y te parece poco?, ¿no eran ésos también importantes?
-¡Por Dios!, ¡claro que sí!, ¡ellos eran el alma de Neverland! Pero
siempre tenía en mi recuerdo, en mi corazón a esos otros…
-¡Michael, tú no podías hacer más!
-¡Sí!, ¡si hubiera tenido más tiempo!… ¡tenía muchos proyectos
para ellos! Yo tuve una infancia difícil, o mejor dicho, no tuve una
infancia. Por supuesto, nada comparable con lo que te he contado,
pero lo suficiente para sensibilizarme, para querer desear que todos
los niños tengan una infancia digna y, sobre todo, vivida –Se
levantó y echó a caminar alejándose nuevamente.
Me dejó emocionalmente hundida. Estaba claro que había sido un
50
La mano de Michael
hombre muy solo, en una lucha muy solitaria, martirizado por la
infancia de él y de los niños del mundo, eso era evidente. Pudiera ser
que su tardía infancia y su prematuro acercamiento a la
enfermedad, la miseria y la muerte de niños lo hubieran marcado de
por vida y por eso se había rodeado siempre de ellos y se hubiera
entregado tanto a sus causas. Era algo natural y lógico que compensara, con su compañía, sus risas con sus llantos.
Otra vez tardaba en regresar. Pensé que no debí de haberlo dejado
marchar en aquel estado y, de pronto, todo volvió a ser niebla. Me
alarmé y salí a su encuentro, aunque no podía ver nada en absoluto,
seguí caminando.
Lo busqué. Lo buscaba incesante y desesperada por entre la
niebla mientras no dejaba de llamarlo a gritos. Gritaba su nombre
con la angustia de sentir que si lo perdía a él, si no lo encontraba…
ya no habría lugar para mí.
De repente, la niebla comenzó a disiparse y unas formas
comenzaron a aparecer ante mis ojos. Se trataba de una pequeña
casa con un árbol sembrado junto a ella. Soplaba un poco de
viento y las delgadas y largas ramas golpeaban insistentes contra
los cristales de una venta- na. El ruido que hacía, al golpear, era
como un tintineo monótono y constante. Toda la visión era de
colores grises, como si de una película en blanco y negro se tratase, a
excepción de una gran puerta, demasiado grande para aquella casa,
pintada de un rojo tan vivo que casi molestaba a la vista y una rama
del árbol, sólo una, que lucía tan verde como si acabara de
florecer, aquella rama era la que golpeaba sin cesar la ventana.
Al pie de la roja puerta, sobre un escalón, pude ver a Michael
sentado y acurrucado sobre un pequeño saliente que había entre el
quicio de la puerta y la pared. Se veía que estaba asustado y triste.
51
La mano de Michael
Y agachándome hasta él, le pregunté – ¡Eh!, ¿qué pasa?, ¿qué haces
aquí? –Le acaricié el cabello esperando así alguna reacción de él –
¡Vamos, Michael!, ¡vámonos de aquí! – Me miró tan aterrado, que su
mirada me estremeció – ¡Oh, Michael!, ¿qué está sucediendo?, ¿dónde
has entrado esta vez? –Yo seguía preguntándole aún sabiendo que no
respondería. Que mientras se hallase en ese estado, tal vez ni me oiría.
Se había vuelto a encerrar en algún mundo al que yo temía
penetrar si tocaba su piel, no quería volver a quedarme perdida en
sus emociones, pues sabía del peligro de no poder salir de ellas,
como él me había advertido. Además, si volvía a ocurrirme, a
sumergirme con él, no podría ayudarlo a salir de allí, así que
decidí sentarme a su lado y tratar de comprender qué sucedía,
qué era lo que lo atormentaba esta vez, esperar algún cambio y
encontrar las pistas para comprender y obtener la forma de sacarlo
de allí cuanto antes, como él logró hacer conmigo.
Estuve un rato tratando de pensar, de centrarme en la escena
para intentar entender, pero verlo en aquel estado me
desconcentraba por completo, sabía que sufría y eso no me dejaba
relajarme. Así que decidí apartarme de su lado, pero me costaba,
me costaba mucho trabajo alejarme aunque sólo fueran unos
metros y, aún sabiendo que no me escuchaba, se lo dije
igualmente –Michael, enseguida vuelvo. No voy a irme, ¿de
acuerdo?, sólo me alejaré un poco – Sus ojos y la postura de su
cuerpo, encogido sobre un rinconcito, seguían teniendo la misma
expresión de miedo y desamparo – ¡Oh, Michael!, ¡pareces un
cachorro abandonado esperando que vuelva su dueño a recogerlo!
¡Te sacaré de ahí!, ¡te lo prometo!, ¡volveré enseguida! – Me alejé
lo suficiente para poder ver todo el entorno.
Me senté sobre una elevación que había en el suelo, quizás yo
misma la había puesto allí, podía ver así la escena como si de
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La mano de Michael
un teatro se tratase. Respiré hondo y traté de separarme
emocionalmente, de intentar de asociar con él, con lo poco que
sabía de su vida, todo lo que veía pues ésa era la única clave, la
llave para liberarlo. ¿Qué podía decirme todo aquello?, una casa,
una puerta roja y un árbol con tan solo una rama verde y, por
supuesto, él, su miedo, su postura. Evidentemente, aquel entorno
lo asustaba, pero ¿por qué?, ¿qué significaba aquello para Michael?
Nada, lo intentaba con todas mis fuerzas pero no era capaz de
imaginar qué podía ser. Me sentí completamente impotente y metí
mi cabeza entre las rodillas.
El golpear constante de la rama sobre el cristal no dejaba de
hacerlo también en mi cabeza; ¡golpes!, ¡golpes y más golpes!, que
se repetían con una insistencia obstinada. Parecía que aquel árbol
sólo estaba allí para eso, que golpear y golpear era su único
propósito, su única finalidad. Quería que parase, que se callase el
repiqueteo de aquella rama que apenas me dejaba pensar. No lo
aguanté más y salí decidida hacia ella. La agarré y di un fuerte
tirón para arrancarla cuando, de repente, una imagen vino a mi
cabeza. Era la de una película que había visto sobre su infancia, la
que había sido sacada de la biografía que su propia madre había
escrito sobre sus vidas.
Recordé como se veía que uno de sus hermanos salía a la puerta
de la casa y de un árbol cogía una rama, la pelaba de hojas y se la
entregaba a su padre para que éste lo golpease con ella a modo de
fusta. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo ante aquel recuerdo
sobrecogedor y me repelió el contacto de la rama entre mis
manos. Vi a Michael, éste me miraba aterrado y se encogió por
completo al ver la rama, sin dudarlo, la dejé caer al suelo como si
me hubiese quemado y me dí cuenta de lo que sucedía, de que él
estaba ante su propia casa de la infancia, su casa de Indiana,
53
La mano de Michael
rememorando y sintiendo aquellos amargos y trágicos momentos
de los que en tantas ocasiones le había oído hablar con dolor y,
de repente, comencé a comprender y me quedé tan sorprendida que
apenas me salía la respiración. ¡Dios mío!, ¡Michael era un niño
asustado en ese momento!, ¡sólo un niño sintiendo el terror del
maltrato!, podía oírle en su silencio como si me llamase a gritos.
Pero, ¿qué podía hacer?, ¿cómo se rescata a un niño del miedo?
Ya había aprendido algunas cosas, la primera, o tocar su piel para
no sumergirme en sus pesadillas y la segunda, que podía modificar
las cosas con tan sólo desearlas, pero… ¿qué debía mover
exactamente?, estaba claro que su pesadilla, y si en ésta había
miedo, sólo podía hacer una cosa… ¡atajarlo!, ¡cortarlo de raíz!
Comencé por la rama, la recogí del suelo, mientras él me
miraba, aunque no estaba segura de si era a mí a quién veía,
pero sí era evidente que se percataba de los acontecimientos. Se la
mostré sin moverme del sitio, no quería asustarlo aún más, pero él
abrió los ojos como platos. Decidida, la rompí, me alejé un poco y la
lancé tan lejos como pude, perdiéndola entre la niebla, pero en ese
mismo instante volví a escuchar golpes en la ventana, me giré y
allí estaba, nuevamente, la misma rama verde golpeando pertinaz
el cristal. La miré como si de un rival se tratase, pues parecía
desafiarme con su golpeteo y, sin dudarlo, golpeé el cristal de la
ventana con mi codo hasta que se partió en pedazos. De inmediato,
la rama comenzó a marchitarse hasta secarse y ser sólo como una
débil cinta a merced del viento.
Aquello pareció haber funcionado, pero Michael seguía en el mismo
estado, asustado y encogido. ¿Qué más podía ser la causa de su
temor?, allí apenas había nada más
– ¡Qué imbécil! –Me dije para mí. ¿Cómo no había reparado en lo
54
La mano de Michael
más evidente?… ¡la enorme puerta roja!, ¡claro que sí!, ¡debía de
ser lo más importante dada sus desproporcionadas dimensiones! y,
aquel color rojo, casi molesto, también sugería algo. El rojo es
amor y es excitante, invita a la violencia o la sugiere, pero también
es pasión y vida, es el color de la sangre, de la alegría, de la ira, del
esfuerzo. Estaba claro, aquella puerta representaba todos sus
sentimientos y vivencias, allí, tras ella, se reunía todo. Me fijé bien
y vi que tenía un pomo, pero no una cerradura, ella… también
parecía desafiarme y tampoco lo dudé, subí los pequeños peldaños,
en donde Michael se encontraba casi agazapado, le sonreí
deseando que pudiera estar viendo mi rostro y su mirada pareció
darme fuerzas. Sin más, agarré el pomo e intenté abrirla, pero
parecía que alguien o algo la sujetaban al otro extremo
impidiéndomelo. Empujaba con fuerza, pero no tenía la suficiente
y empecé a debilitarme, cada vez me sentía más y más agotada.
Miré otra vez los ojos de Michael y fue como si un soplo de
energía invadiera mi cuerpo, respiré hondo y, de un fuerte empujón,
abrí la puerta por completo. Un viento que casi me deja caer salió
del interior, me agarré con fuerza al marco para impedir que me
tumbara, mi ropa y mi cabello parecían que me iban a ser
arrancados de cuajo, pero resistí, sabía que tenía que hacerlo y, de
repente, como arrastrados por el viento de la casa, salieron unos
rostros gigantescos, tan grandes como la puerta, que me
parecieron infantiles,
totalmente desfigurados,
no eran
amenazantes en absoluto, aunque no pude evitar asustarme ante
la sorpresa y lo desagradable de aquellas caras que reflejaban
angustia, dolor y miedo, pues en todas pude ver lagrimas.
También salieron voces, muchas voces de niños que reían, otras
veces gritaban asustados, golpes que sonaban igual que la rama en
la ventana, los gritos amenazantes de un hombre que no dejaba
de repetir – ¡Como Michael!, ¡tenéis que hacerlo igual que
Michael!, ¡igual que Michael! –La voz de una mujer le pedía que
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La mano de Michael
parase, que iba a matarlos y sobre todas esas voces, música,
música y canciones que enseguida reconocí, eran las canciones de
Los Jackson Five. ¡Dios mío!, allí, tras esa puerta, estaban
concentradas y guardadas todas las vivencias de la infancia de
Michael. Me solté del marco de la puerta y me puse ante ella dejando
que todo aquello pasara sobre mí, a través de mí. A él, aquel gesto
pareció sacarlo de su estado, se puso en pie a mi lado e imitándome
abrió los brazos y también dejó que todo pasara a través de él. Pude
sentir que aquello lo estaba liberando, me aparté para que Michael
continuara lo que yo había comenzado. El viento empezó a calmarse
y las voces, poco a poco, se fueron alejando hasta quedar en
silencio.
Pensé que todo había terminado, que me miraría y me sonreiría
como si nada hubiese sucedido, pero no fue así, miró fijamente al
interior de la casa y comenzó a retroceder, era evidente que algo lo
continuaba asustando. Rápidamente, me asomé y vi u n a
oscuridad absoluta, casi amenazante, ¡Michael seguía siendo un
niño asustado! y, como si de una revelación se tratase, supe lo que
tenía que hacer, cerré los ojos y me concentré con todas mis fuerzas
y, poco a poco, empecé a oír voces de niños que reían y jugaban,
¡lo estaba consiguiendo!, así que continué más calmada por fin.
La oscuridad del interior comenzó a volverse una luz clara y diurna
y de ella empezaron a salir y a desfilar malabaristas con
antorchas encendidas, payasos, magos, elefantes y un sinfín de bellos animales, todos salían, sonrientes, bajo el sonido de una
marcha triunfal, estaba claro, se trataba de un gran circo. Todo
era luz y color, ya no había nada que temer. Michael se puso a
jugar y comprendí, por sus movimientos y su risa, que estaba
jugando con más niños. Aquello era emocionante, mis ojos
contemplaban a un hombre adulto, pero no me costó ningún
esfuerzo imaginar la escena que él estaba viviendo y pude
56
La mano de Michael
visualizar a un Michael pequeño, jugando y disfrutando de una
infancia robada y no vivida. Mi emoción no tardó en manifestarse en
mis ojos y, como el que mira tras una cerradura, sentí vergüenza de
mirar aquellos momentos que no me correspondían, así que me di
la vuelta y me senté de espaldas a él, dejando así que viviera en
intimidad lo que por derecho le pertenecía… ¡la alegría y la
despreocupación de la niñez!
De reojo, vi que se había sentado a mirar sonriente el colosal
desfile, dando por terminado los juegos y, pasado un tiempo, casi de
éxtasis podría decirse por la expresión de su rostro, se dejó caer
sobre el suelo, en posición casi fetal y se quedó profundamente
dormido.
No sabría expresar lo que sentí al saber con certeza que esta
vez… ¡lo había conseguido!, lo había sacado de aquella pesadilla
y pronto despertaría y volvería a mi lado, no me quedaría sola, al
menos no ahora. Apenas se durmió lo arropé entre una cálida
manta, como le había oído decir a él que le gustaba dormir.
De repente, como todo lo que sucedía allí, estábamos en el
dormitorio de una hermosa casa blanca, de estilo colonial, con
bellas y repujadas escaleras y unos grandes ventanales que daban a
un riachuelo y por los que se podía oír el murmullo relajante de sus
aguas y oler la sutil fragancia de la hierba y las flores que nacían a
su alrededor. Al fin, el paisaje había cambiado, estábamos en la
falda de un gran valle y aquella casa infantil y lejana de Michael
había desaparecido y él dormía profundo y a salvo de sí mismo, de
sus fantasmas internos. Me sentí feliz por los dos.
Lo había dejado durmiendo, entre la manta, una sensación de
calidez y confort me envolvió al pensar en ello y sonreí.
Me asomé por la ventana, ¡Dios!, el paisaje no podía ser más bello.
57
La mano de Michael
Un manto de fina hierba verde cubría todo el suelo bajo un cielo
celeste y alegre. El pequeño río fluía tranquilo, sólo hacía unos
titilantes remolinos al pie de una cascada que bajaba por entre las
rocas y en todo su alrededor lucían cuantos colores se pudieran
imaginar entre miles de flores exóticas y aromáticas. ¿Cómo era
posible aquel paisaje?, ¿en verdad todo aquello era fruto de mi
deseo, de mi imaginación o simplemente estaba allí?, de ser así,
para mí, sólo había una explicación plausible… ¡era creación de
Dios!
Aún no había tocado aquel tema con Michael, pero yo no dejaba
de preguntarme dónde estaba Dios, si le veríamos, si todo aquello
era como una parada en el camino hasta llegar a Él y, sobre todo…
si llegaríamos o nos quedaríamos allí para siempre. Había tantas
preguntas en mi cabeza que decidí bajar a pasear.
Salí al exterior, hacía un poco de calor, tal y como a mí me
gustaba, un poco de calor para poder refrescarme. Bajé las
blancas escaleras pasando suavemente la mano por el barandal que
se unía a los escalones con unos enrevesados y magníficos dibujos.
No tenía prisa, me sentía absolutamente en paz. Cuando toqué con
mis pies la hierba, no pude evitar mirar hacia atrás y recordar que
Michael dormía. Sí, saber que él estaba bien formaba parte de
aquella paz.
Me encaminé al río y paseé por su borde, por entre las coloridas
flores y me tumbé a escuchar el suave sonido del agua. Al
hacerlo, la espalda volvió a dolerme, pude sentir el titanio que
tenía puesto en las vértebras, era muy extraño ya que las
pequeñas manchas en mi piel sí habían desaparecido al igual que
el vitíligo y los dolores de Michael, allí parecía desaparecer
cualquier enfermedad o dolor, era coherente ya que estábamos
muertos, al menos físicamente, pues jamás me había sentido tan
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La mano de Michael
viva como en aquel lugar, fuera cual fuera el paisaje o la
experiencia, ¿entonces?, ¿por qué mi espalda seguía igual?, ¿por
qué motivo no se había curado? Había intentado contárselo a
Michael en varias ocasiones, pero, no sé por qué razón, no había
sido capaz de hacerlo. Me giré un poco y pasé despacio la mano
buscando la cicatriz que, aunque fina, me cogía casi media
espalda y era perceptible al tacto, pero nada, no había ni rastro de
ella, eso ya lo esperaba, pues de seguir siendo visible, Michael
me hubiera preguntado por ella. En pocas palabras, había
desaparecido la cicatriz, aquel terrorífico rastro de dolor y renuncias
que había supuesto para mí, pero no la lesión, el titanio seguía
estando en mis vértebras, podía palparlo bajo mi piel y seguir
denotando el efecto de tristeza que causaba en mi cerebro, ¡por su
culpa… dejé de bailar!
Tratando de olvidar, de apartar de mi mente aquellos recuerdos
puse, sobre mi frente, como era mi costumbre, el antebrazo derecho y
traté de pensar en otras cosas, ¡tenía tantas! , sobre todas, una en
especial ¿qué me había retenido allí?, ¿por qué no quise seguir
ascendiendo por aquel túnel?, sabía que había un motivo y que éste
era fuerte y poderoso, pero ¿qué?, trataba de repasar mi vida, la recordaba perfectamente, excepto aquello que me llevó hasta la niebla,
eso no podía recordarlo, era como si lo hubieran borrado de mis
recuerdos, pero estaba segura de que lo había y de que tarde o
temprano lo recordaría.
Sumida en estos pensamientos, noté una presencia cerca, abrí los
ojos y era Michael que, relajado, se sentó a mi lado.
–Hola, princesa llamada Sara, ¿en qué piensas? –Una vez más,
estuve a punto de contarle lo de mi espalda, aquel maldito titanio
que no se había ido y lo que me limitaba los movimientos, sobre
todo a sincronizarlos para el baile, pero también una vez más guardé
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La mano de Michael
silencio.
–Pensaba en que no logro recordar qué me trajo hasta aquí, por
qué decidí no seguir por el túnel, pero no lo consigo, no logro
averiguarlo.
–A mí me ocurre igual, también por una razón decidí no seguir y
tampoco la recuerdo.
– ¿Crees que la recordaremos alguna vez?
–Estoy seguro que sí, sí, la recordaremos.
– ¿Por qué lo dices con ese tono de pesar? –Suspiró despacio
e introdujo la mano en el agua.
–Porque también sé que cuando recordemos eso que nos dejó aquí,
todo esto terminará e iremos a donde estaba previsto. ¿No quieres
que esto termine? –Su respuesta fue rápida pero tímida a la vez, tal
y como era su personalidad, todo fuerza y todo dulzura.
– ¡No!, ¿Quieres tú? –Aquella pregunta me cogió del todo por
sorpresa, no me la había planteado. Lo medité un poco y dije lo
que me dictó mi corazón.
–Si en ese otro lugar dejan de existir tus pesadillas… ¡sí!
– ¡Dios mío, Sara! –Se incorporó y se tapó la cara con ambas
manos, como si fuera a echarse a llorar. Y juraría que lo estaba
haciendo, que por un momento la emoción brotó en sus ojos, pues
rápidamente se refrescó la cara con agua, estaba segura que para
ocultar aquellas incipientes lágrimas. Puse mi mano en su espalda.
– ¿Qué pasa, Michael?, ¿qué te sucede? –Me miró con una
extraña emoción y el rostro empapado.
– ¿Sabes lo que acabas de hacer?, ¿lo que acabas de hacerme?
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La mano de Michael
–Me sorprendí, no sabía de qué estaba hablando.
– ¡Perdóname!, ni siquiera estoy segura de lo que he dicho,
pero si ha sido algo que te haya molestado, yo…
– ¿Molestarme, Sara?, ¡Dios!, ¡tú eres!…
– ¿Qué, M i c h a e l ?, ¿qué soy? –No se atrevía a responderme
y, como mujer, intuí por primera vez al hombre. Sabía que iba a
hablarme como tal, pero su timidez o, simplemente, no querer
hacerlo, le hizo guardar silencio, al menos sobre lo que había estado
a punto de decirme y que quizás ya nunca me diría.
– ¡Sara, Sara!, ¿no sabes lo que acabas de hacer por mí,
verdad? –Aún no sabía de qué me hablaba y no era capaz de
contestar nada –Tú, al igual que yo, no sabes qué hay más allá del
túnel, no sabes si es bueno o malo, no sabemos a dónde iríamos ni
qué nos acontecería. Tú no tienes mis pesadillas o lo que quiera
que sea eso, no sé por qué no te suceden también a ti, pero no las
tienes y me alegro por ello, sólo has entrado en las mías y, sin
embargo… ¡podrías, quizás, quedarte aquí eternamente, rodeada de
cuanta belleza seas capaz de crear, de todo cuanto puedas desear,
pero!… ¿irías a otro lugar incierto, sólo porque yo no sufriera esas
pesadillas? ¡Nunca, nunca nadie me ha demostrado esa falta de
egoísmo por beneficiarme a mí! ¡Eres una bendición!... mi querida
niña.
–Bueno, sé que tú hubieras hecho lo mismo por mí, ¿no es eso la
amistad, Michael?, ¿una bendición?
–Pero yo, nunca… –No le dejé terminar la frase, pues algo me
decía que tras ella se escondía mucho dolor.
–Tú nunca habías tenido una amiga en el más allá ni… ¡yo
tampoco! –Comenzamos a reírnos, pero llenos de emoción y una
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La mano de Michael
extraña felicidad – ¿Sabes?, acabo de recordar tu canción “Will you
be there”, creo que tus valores de la amistad ya los tenias en vida
muy por encima de todo.
– ¡Sí!, siempre los tuve pero no tuve ese tipo de amistad, bueno,
tuve a Elizabeth, a Brooke, Diana y algunos más, pero puedo contar
con una mano a los verdaderos amigos.
–Sus palabras me enternecieron tanto que ni pude ni quise retener
mis ganas de tararearle su canción, “Will you be there”, sus propias
palabras hechas música y se la canté muy pegada a su oído.
– ¿Sabes?, contigo me siento bendecido – Le besé los labios
ligeramente y, a partir de ahí, él continuó la canción. Terminó de
cantar y continuó recitando tal y como había compuesto aquel bello
tema. Su voz era aterciopelada.
– ¡Dime, Sara!, ¿estarás ahí aún cuando… -Asentí con la cabeza.
Le tapé la boca con mi mano y terminé su frase.
- Michael, no importa dónde vayamos o lo que tengamos que
pasar, estoy dispuesta, ¿comprendes?
– ¡Sí, Sara!, pero hay algo que me entristece en todo eso.
– ¿Qué?
– ¿Y si una vez que recordemos, una vez que tengamos que irnos
hacia… ¡donde Dios nos haya dispuesto!… tenemos que
separarnos?—Hizo un inciso, su tono de voz se volvió más grave Porque creo que tendremos que separarnos…
– ¡Quizás no!, quizás lo mejor será no pensar en eso ahora. –
Contesté con un nudo en el corazón, pero tratando de que no se
me notara, no quería entristecerlo ni entristecerme más y tampoco
quería romper aquel momento, así que volví a dejarme llevar por
62
La mano de Michael
mis emociones.
– ¿Qué pedías en tu canción?, ¡ah, sí!… “aliméntame y
báñame”… ya te di fruta.
–Yo también a ti, pero las súplicas de mi canción no iban en
ese orden.
–Pues… deberías de modificar eso – Cerró los ojos unos
instantes, no contestó, no dijo nada en absoluto ni yo tampoco.
Lo invité a desnudarse, tirando ligeramente hacia arriba de su
fina camisa y él aceptó con naturalidad.
Luego le pedí que se tumbase, justo al borde del río, y también
aceptó. Aquellos gestos parecían algo natural entre nosotros, como
si lo hubiéramos hecho miles de veces, pero, a la vez, era una
absoluta novedad, una novedad que nos hacía sentirnos libres a la
par que cómplices. Nuestra desnudez estaba carente de cualquier
tipo de pudor o vergüenza sobre nuestros cuerpos.
Allí, sobre el verdor, desnudo y acostado, formaba parte de aquella
belleza exuberante, su cuerpo era hermoso, como cualquier otra
cosa que pudiera alcanzar a ver con mis ojos en aquel mágico lugar.
El, con la misma naturalidad con la que era capaz de componer o
bailar, se mezclaba con el entorno. No era un hombre tumbado
sobre la hierba y las flores al borde de un río, no, a golpe de vista
sólo había hierba, flores, un hombre, un río, árboles, sencillamente...
un conjunto de belleza en armonía.
Aquel delgado cuerpo, que podría decirse que parecía frágil, era
casi etéreo, perfecto, no era musculoso, pero cada músculo
podía vérsele trazado, definido y duro, no había un ápice de grasa
en él, todo era pura fibra y eso denotaba que tendría una gran
fuerza física, lo que lo hacía aún más atractivo. Su rostro era
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La mano de Michael
bellísimo, delicado, y su cabello negro caía suelto sobre el suelo, la
madurez, sin lugar a dudas, le había favorecido, aunque seguía
manteniendo ese aire alegre y jovial de la juventud.
Lo veía exactamente con la edad en la que falleció y no era
capaz de ver defecto alguno en su cara. Esas marcas que decían
de su operada nariz, debían de haber desaparecido al igual que la
de mi espalda o quizás es que no las tenía ya, no podía saberlo
pues nunca me había fijado en eso. Evidentemente, los años
habían pasado por él al igual que por mí, eso jamás me había
importado en vida y allí, ese hecho, era más carente de valor
aún. El amor por todo, los valores de todo era lo que inundaba el
alma, el sentimiento puro, sin sombras, rebozaba en todos los
sentidos. Sólo sabía que el hombre al que estaba viendo era, a
todas luces, tan especial como lo fue en vida.
No lo pensé más, me zambullí y asomé el cuerpo justo al lado del
suyo. El río me cubría hasta la cintura. Cogí agua entre mis manos,
estaba tibia y tenía un sabor y un aroma dulzón, y la derramé
sobre él. Primero, lavé su rostro y continué bajando por su cuello
hasta su torso, luego sus hombros y brazos que parecían hechos
para acunar, para abrazar y llegué a sus manos, tan grandes que
se lo dije mientras la medía con la mía.
– ¡Oh!, no hagas eso, siempre me han parecido desproporcionadas para mi cuerpo.
–Son grandes, sí, pero no desproporcionadas. Son fuertes y eso las
hace muy masculinas, son unas manos bellísimas, son las manos
de un músico, de un artista y además, si aquí hay que venir con
las manos llenas, tu traes muchas más cosas que yo, ja, ja, ja.
– ¡Qué cosas dices!, consigues hacerme reír y verlo todo como
no las había visto antes.
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La mano de Michael
–Tú consigues el mismo efecto en mí. Pero creo que eso forma
parte de ti, no te lo ha dado este lugar, tú ya causabas ese efecto
en las personas, ¿qué nos dabas?, nos hacías ver las cosas
distintas, a veces de fantasía y a veces con la crudeza de cómo era
realmente el mundo y lo que estábamos causando en él, al menos tú
intentaste remediarlo y favoreciste a muchos.
– ¡No!, nunca hice lo suficiente, yo debí…
– ¡Chisss!, calla Michael, no es tiempo de reproches, quizás
más adelante, aunque no tienes nada que reprocharte, pero ahora…
deja que siga lavándote, déjame reconfortarte.
Y se dejó hacer con placidez, mientras tiraba, suavemente, de los
mechones mojados de mi cabello y tarareaba, casi imperceptible,
una música que yo no acertaba a reconocer. Lavé su cuerpo con
complacencia, con esmero, me recreaba en aquel acto como si de un
ritual se tratase. Sólo mis manos, el agua y su piel y podía sentir de
nuevo aquella paz, aquel orden dentro de mí, como si aquello
fuera lo previsto cósmicamente, lo destinado a ser.
Me alcé un poco sobre él para poder mirarlo, el sol nos hacía
brillar la piel mojada. Y fue entonces cuando se lo dije, cuando le
dije lo que había pensado desde que lo vi allí tumbado.
–Parece que te haya dibujado un ángel…
– ¿Ves?, ¡has vuelto a hacerlo!
– ¿Qué?
– ¡Eso!, ¡decir las cosas así, cosas que me…
–Michael, tú te has pasado la vida diciendo cosas hermosas y … –
Me cerró los ojos con la mano y la dejó puesta sobre ellos.
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La mano de Michael
– ¡Pero a mí!… te diré algo, casi desde que te vi, una canción
no deja de rondar por mi mente – Le aparté la mano para poder
verlo.
– ¿Tuya?
– ¡Sí!, pero hay algo más, es una canción de ésas… de ésas que
compones con el corazón, con el alma. Cuando se escribe algo así
es porque lo estás sintiendo, porque lo estás viviendo en ese momento
y, desde que la compuse, era como si la tuviera prevista de antemano
para alguien, ¿comprendes?, como si me hubiera anticipado a
algún acontecimiento, esas cosas solían sucederme, y la sensación sobre esta canción siempre me ha acompañado y cada vez la
sentía más real, más cierta y…
– ¿Y qué?
– ¡No sé!, no sé, no podría decirlo aún, es una extraña sensación
que no deja de repetirse dentro de mí.
– ¿Qué canción es? –Aquella pregunta pareció asustarle o al
menos ponerlo nervioso y también pareció darle un poco de
vergüenza por lo que, para salir del paso, a mi entender, cambió
de tema y yo lo respeté, ya que ignoraba qué sensación era la que
le causaba, pero lo que sí era evidente es que le inquietaba.
-¿Si a mí me ha dibujado un ángel?… ¿quién te ha dibujado a ti,
entonces, mujer bella llamada Sara?
– ¡Humm!.., no lo sé.
– ¡Yo sí!
– ¿Ah, sí?, ¿y quién me ha dibujado?
– ¡Yo!
66
La mano de Michael
– ¡Oh!.. Pues tú eras un buen dibujante, por lo tanto es un doble
halago.
–En serio, de haberte dibujado sin haberte visto antes, lo hubiera
hecho tal y como eres, igual que escribí esa canción.
– ¿Ves?, eres muy halagador, pues yo he de añadir algo entonces.
– ¿Qué?
–Que te haya dibujado un ángel quiere decir que tú, en sí, pareces
un ángel.
– ¡Gracias, princesa!
– ¡Eh!, pero no un ángel de los de Antonio Machín, ¡que eran
ángeles negros!, jajaja
– ¿Cómo?
– ¡Humm!... ¡que no eres neeegrooo!, ¡eres blanco y m u y
tonto!, jajaja
–Y de un tirón de la mano lo tiré al agua –Fue la única forma
que se me ocurrió para liberarme de la tensión que estaba
apoderándose de nosotros, al menos de mí.
– ¡Te vas a acordar de esto, niña! , jajaja
– ¡Ahhh! –Grité, mientras trataba de nadar rápido para que no
me alcanzara, pero fue inútil, c o n su agilidad enseguida me dio
caza. Comenzamos a jugar tratando de ahogarnos el uno al otro y
subiéndome en sus hombros para lanzarme de cabeza. Aquellos
juegos en aguas más profundas, sí me los permitía mi espalda. De
pronto, una hermosa bandada de pájaros voló sobre nosotros.
– ¡Pájaros! –Dijo –Se te habían olvidado.
67
La mano de Michael
– ¡Ohhh!, es cierto, no sé como lo había pasado por alto con lo
mucho que me gustan. Gracias por ponerlos tú, por tener ese
pensamiento. –De repente, me miró con los ojos desencajados.
– ¡Corre, Sara!, ¡nada!, ¡no te pares!, ¡nada tan deprisa como
puedas!
– ¿Qué?, ¿por qué? –Preguntaba yo con apenas aliento pues
trataba de hacer lo que él me había pedido, ya que parecía que algo
malo iba a suceder – ¿Qué?, ¿qué ocurre? –Pero no me contestó
hasta que llegamos a la orilla, de la que me sacó de un fuerte
tirón. Yo estaba exhausta, completamente agotada y me tiré en la
hierba a recobrarme.
- ¡Me… me dices!… ¿qué acaba de… de… ocurrir?
– ¡Pues…verás!, al igual que en los pájaros en el cielo, también
tuve un pensamiento que no pude evitar ver bajo el agua –Abrí los
ojos y vi su cara al revés, pues me estaba mirando desde arriba, las
gotas que caían de su pelo me salpicaban, alcé los brazos y le aparté
el cabello. Al hacerlo pude ver su expresión y rápidamente imaginé
de qué pensamiento se trataba.
– ¿Era un pensamiento muy grande?
– ¡Humm!, ¡sí!… ¡bastante!
– ¿Y con hileras de…?
– ¿Dientes afilados y largas colas?, ¡me temo que bastante
también!
– ¡Michael!
– ¿Sí?- Contestó dejando cierta distancia entre los dos,
esperaba mi reacción.
68
La mano de Michael
–Ya que no nos han cazado, ni nosotros a ellos, cuando me
levante me haré unos zapatos y un bolso contigo, con la piel tuya.
Serán de cocodrilo albino, pero… ¡será un bonito… conjuuuntooo!
–Le grité.
–Mujer, ¡qué más da, si al fin y al cabo no podrían matarnos!
– ¡Ya, ya, pues tú nadabas como un loco y el susto hubiese sido
de…
– ¡Chisss!, ¡no digas tacos!
-¡Michael!
– ¿Qué?
–Esos bichos no sólo son acuáticos, ¿pero tú sólo los habías
pensado acuáticos…verdad? –No contestaba por lo que tuve que
insistir mientras me iba poniendo cada vez más nerviosa
– ¿Michael?, ¿Miiiichael?
– ¡Verás!, tú has tenido la culpa.
– ¿La culpa de qué?- Y se alejó un poco más. No aguantábamos
la risa.
-No te alejes de mí, cobarde, y dime a la cara de qué tengo la
culpa
–¡De qué!, jajaja ¡está bien!, te lo diré antes de que
enloquezcas... ¡de que lo haya pensado ahora!… ¡corre, Sara!, ¡corre
cuanto puedas! –Sin dudarlo, me levanté de un salto que jamás
soñé que yo sería capaz de dar y corrí tan deprisa que lo adelanté en
la carrera. Al momento, escuché unas fuertes carcajadas, me giré y
vi a Michael como se doblaba hacia el suelo partiéndose de la risa.
69
La mano de Michael
– ¡Te dije!, jajaja ¡te dije que me pagarías el remojón, Sara!,
jajaja.
– ¿Ah, sí?... ¡y yo que me haría un bolso de cocodrilo albino
contigo! –Eché a correr tras él. Reía igual que un niño. Así era
Michael, tan infantil y despreocupado como adulto y capaz, pasaba
de un estado de ánimo a otro sin apenas dar tiempo a pestañear.
Nos sentamos en unas rocas junto a la pequeña cascada.
–Has hecho un paisaje bellísimo, Sara.
– ¿Sabes?, en eso pensaba yo cuando bajé a pasear, en si todo
esto había salido de mi imaginación, porque no puedo creerlo,
más bien creo que estaba aquí, que es obra de Dios.
– ¡Claro que es obra de Dios!, pero a través de ti.
– ¿Piensas en Dios?
–Siempre he pensado en Dios porque creo en su existencia.
–Me refiero si piensas en Él aquí, en si crees que lo veremos,
si llegaremos a estar cerca de Él.
– ¿Si lo veremos?, quizás ya lo estemos viendo, quizás Él sea todo
esto, quizás estemos, no cerca de Él, sino en Él.
– ¡Estar en Él!, no lo había pensado, pero viendo tanta belleza
creo que es posible –Al decir aquello, todo el vello de mi
cuerpo se erizó – ¡Estar en Dios! –Repetí y me imaginé a un ser
gigantesco, tan inmenso como una constelación, sentado, con una
gran túnica blanca que se abría en su rededor bajo sus pies y sobre
ella un sinfín de lugares como aquél en el que estábamos,
océanos, montañas, desiertos y todo lo que yo conocía de la tierra y
allí, sobre su manto, en algún minúsculo lugar estábamos nosotros
70
La mano de Michael
y que, de alguna forma, estábamos en el regazo de Dios. Aquella
idea me confortó y me volvió a inundar la paz.
–Te has quedado embelesada, ¿en qué pensabas?
–En lo que me acabas de decir, en que quizás ya estemos cerca
de Dios o… en Dios mismo.
–Sara, lo que es seguro, es que ya estamos en Terreno Sagrado –
Se levantó y abrió los brazos en cruz – ¿No lo ves?, ¿no ves que
aquí todo es posible?
–Es cierto, todo es posible, excepto algo.
– ¿Qué?
– ¡Recordar qué nos trajo aquí!
–No seas impaciente, estoy seguro que lo haremos y ya te he
dicho que sé que entonces… todo cambiará para nosotros, así que
no quieras recordar tan pronto – Esta vez a ambos nos cambió el
ánimo y nuestro semblante adquirió un tono de tristeza – ¡Vamos, mi
niña!, juntos lo superaremos, ¿no es así?
– ¡Si, Michael!, ¡así será! –Mi respuesta era sólo una verdad a
medias, porque estaba convencida de que cualquier cosa que
estuviera por venir, por acontecer la superaríamos, pero juntos,
como él quería, sabía que si por algún motivo nos separásemos,
él podría superarlo, ya lo hizo, cuando lo vi llevaba allí más de una
semana solo y había conseguido, incluso, disfrutar de aquella
niebla, había encontrado cosas entre la nada y yo, en cambio, me
había dejado abatir, perderme para siempre, en vez de asumirlo
como él.
Tal vez aquello fue una prueba de fortaleza de espíritu o algo así,
y que él había superado, no podía ser de otra forma, porque era
71
La mano de Michael
evidente que al igual que en vida, allí también era un ser
extraordinario. En cambio, si él no me hubiera ayudado, si él no
hubiera extendido su mano hacia mí sin soltarla en ningún
momento, sin su fuerza y comprensión para las cosas, yo,
seguramente, ya no existiría. Por eso, mi verdad era a medias, sin
Michael… no sobreviviría, volvería a dejarme vencer. Pensé en todo
por lo que habíamos pasado ya, ¿también serían pruebas?,
¿estábamos entonces siguiendo un camino hacia algún sitio o teníamos
que pasar por el túnel? Aquella idea me asustaba, pues implicaba
tiempo, tiempo de estar juntos o no, de pasar a un lugar mejor o no,
de un montón de posibilidades completamente inciertas para ambos.
Pero no podíamos hacer nada más que esperar y hacer de esa
espera un tiempo mejor, de intentar seguir superando todo lo que
ocurriese como en sus pesadillas, que era como habíamos llamado a
aquel estado de trance o sueño en el que se sumía y, entonces
recordé algo que quise preguntarle y que aún no había tenido ocasión
para hacerlo.
–Michael, ¿Recuerdas algo de tu pesadilla, de la última vez que te
dormiste? –Vagamente. Antes de llegar tú, no recordaba nada en
absoluto, quizás es que no las tenía, pero algo me dice que sí,
pues sé que me dormía y volvía a despertarme igual, con la
misma sensación de que me había ocurrido algo, sólo que no sabía
qué.
–Es que hay algo de esta vez que no comprendí, quizás tú si sepas
de qué se trata y, si quieres, me gustaría saberlo.
– ¡Claro!, ¿qué es?, ¿qué viste exactamente?, sigo teniendo
sólo sensaciones, pero las suficientes para saber de qué se
trataba – Se lo conté todo tal y como había sucedido, incluyendo
las decisiones que tomé.
72
La mano de Michael
–Sí, es evidente que todo eso es algo que tenía dentro y qué,
quizás, al sumergirme y salir de ello, he descargado un poco mi
alma, al menos así lo creo. ¿Qué quieres saber?, ¿qué es lo que no
entendiste?
–Las caras, aquellos rostros infantiles totalmente desfigurados y
tristes, ¿qué eran, Michael? – Supe que había puesto el dedo en la
llaga, justo donde no debía, me lo dijo su expresión y la forma cansada
con la que se sentó sobre una pequeña roca. Estuve a punto de decirle
que lo olvidase, que olvidase mi pregunta, que callara, que no era
necesario recordar aquello si dolía, pero inmediatamente pensé que tal
vez sí lo fuera, que fuera necesario recordar y hablar, por lo que yo
decidí guardar silencio y escuchar.
–Creo que era yo, que era la percepción que tenía de mí en mi
adolescencia. Me sentía un monstruo o al menos así me hicieron
sentir.
– ¡Ah!, ya comprendo de qué hablas, te escuché comentarlo en
algunas entrevistas. Imagino que debió de ser terrible para ti.
– ¿Terrible?, ¡no te imaginas hasta qué punto lo fue!, ¡terrible y
humillante! – Cerró los ojos y pude sentir su dolor, su frustración a
través de aquel simple gesto.
Tras unos segundos, de seguro de lamentables recuerdos, continuó
con pesar, como si un lastre lo atase aún a aquello, a aquella
época de sufrimiento – ¡No puedes imaginar lo que es, a esa
edad, que alguien te recuerde continuamente que eres feo! ¡No!,
¡claro que tú no puedes imaginarlo! Tu piel dice que jamás tuviste
un grano y que siempre fuiste hermosa, que tu nariz nunca fue
como la de un… ¡payaso!, ¡peor aún!, ¡que nunca fue tan
gigantesca que “sólo Dios sabría de dónde habría salido”, “de
quién había heredado semejante narizota”, “que de su familia no,
73
La mano de Michael
que ellos jamás tuvieron un grano, mucho menos una nariz tan
exagerada y fea!” Esas eran las palabras de mi padre, ¿imaginas
cuánto sufrí?..., ¡recuerdo que quería morirme! El me robó mi amor
propio, durante mucho tiempo me negué a luchar, sólo era un
comienzo de adolescente sin personalidad aún, y me centré por
completo en ese sentimiento que me inducía a odiarlo.
– ¡No hables así!, estoy segura que jamás llegaste a odiarlo,
no te veo odiando a nadie, no creo que tengas esa capacidad ni la
hayas tenido nunca.
–Tal vez no, tal vez sea como dices, pero… ¡créeme!, creí
odiarlo durante mucho tiempo, tanto como lo amaba. Pero cuando
me decía aquellas cosas, cuando nos pegaba y gritaba, mi
sentimiento no era de amor. ¿Sabes que era lo peor de todo? –Tardó
en decirlo – ¡La culpa!
– ¿La culpa?, ¿qué culpa?, ¿la de él?
– ¡No, la mía!, la que me hacía sentir.
– ¿Cómo te hacía sentir culpa, de qué?, ¡pero si no eras más que
un niño!
– ¡Sí!, pero un niño con una habilidad especial…
– ¿Y eso te hacía sentir culpable?
– ¡Sí!, a veces sí, cuando mis hermanos… –No podía apenas
continuar hablando, era evidente que los recuerdos le hacían
mucho daño pues se le veía al avocar aquel tiempo ya lejano
pero, evidentemente, vívido aún en él, emocionalmente hundido.
Respiró muy profundo y exhaló el aire como para expulsar, así,
aquel dolor – Mis hermanos eran grandes artistas ya de
pequeños, todos lo eran, pero para mi mal y el de ellos, yo tenía
74
La mano de Michael
algo diferente, bailaba de forma instintiva y mi padre …No lo
soportó, no podía revivir ese pasado, rompió a llorar sin pudor ni
vergüenza ante mi pr es enc ia y yo lo dejé que se liberase así de
aquel lastre –Mi padre les obligaba a que bailaran como yo,
quería que lo hicieran igual que yo y aquello producía tal tensión
que se equivocaban con frecuencia, entonces era… ¡era cuando
más les pegaba gritándoles que bailaran como yo! A veces,
aborrecía bailar tanto como a él por aquellos golpes, por tantas
horas sometiéndonos a ensayos entre gritos, palizas, reproches.
¿Cómo no iba a sentirme culpable por mis hermanos? Muchas
veces, incluso trataba de hacerlo mal a propósito, otras de
reprimir los pasos que imaginaba sobre la marcha, temiendo por
mis hermanos, porque luego ellos no lo captasen bien y sufrieran
las terribles consecuencias. Pero tu tienes razón en una cosa, no
sé si llegué o no a odiarlo, pero hay algo que es cierto, ahora
aprecio mucho más a mi padre y lo que hizo por mí. Ya he
perdonado muchas cosas, tal vez porque él, con los años, y me
atrevería a decir que con los nietos, ha cambiado bastante. Se ha
hecho mayor y… yo también.
Sé que su disciplina fue necesaria, que de no haber sido por él
no hubiera llegado nunca tan lejos como llegué, pero el resto…
¡era innecesario!, ¡absolutamente prescindible e incalificable!
Sólo sirvió para hacernos derramar lágrimas y vivir asustados. A
veces, su sola presencia me hacía vomitar y caer desmayado,
incluso de adulto, eso tampoco puedo ignorarlo al igual que la gran
pena de no haberlo llegado a conocer nunca, al menos como yo
hubiese querido.
– ¡Ya basta, por favor!, ¡no te martirices más!, no puedo soportar
oír esas cosas.
75
La mano de Michael
– Sin embargo, las oíste a través de mi pesadilla.
– ¡Sí! –No pude evitar llorar también cuando rememoré la vara
pelada del árbol, la pena y el inmenso miedo que sentí.
– ¡Oh, mi niña!, lo lamento, sólo puedo decirte eso, que
lamento que hayas sentido algo tan terrible por mi culpa, ¡nadie,
nunca, debería de sentir, de tener una experiencia así! Me ha
llevado toda una vida tratar de olvidarla y no lo conseguí y ahora ya
es tiempo y lugar para hacerlo, ¿no crees?
–Desde luego, si existe un lugar para olvidar algo ha de ser éste, sin
ninguna duda.
– ¡Pues vamos!, gocemos de estar en Terreno Sagrado.
– ¡Terreno Sagrado! – Repetí, sin saber muy bien qué sentir.
Michael comprendió mi sentimiento y, como siempre, me sacó de
aquel estado en un abrir y cerrar de ojos.
– ¡Terreno Sagrado, sí!, ¿sabes por qué me he dado cuenta? – Por su
expresión, enseguida supe que iba a hacer un chiste para animarme.
Era su maravillosa y divertida forma de encarar las cosas cuando éstas
se tornaban inciertas.
– ¿Por qué te has dado cuenta?
–Porque seguimos tan blancos e impolutos como cuando llegamos
aquí, ¡mira, no nos hemos ensuciado un ápice!, ¿en qué otro lugar
podría ocurrir algo así? –No tuve por menos que reírme, porque era
cierto.
– ¡Venga!, cambiemos eso, pero… memoriza bien este lugar que
has recreado porque tenemos que volver a él, es maravilloso, pero
ahora quiero hacer algo diferente, quiero ver cómo te sienta otro
color.
76
La mano de Michael
– ¿Otro color?, ¿qué quieres hacer?
–Cierra tus hermosos ojos y déjame sorprenderte –Así lo hice e
inmediatamente sentí que el suelo cambiaba bajo mis pies. Tras los
párpados cerrados noté que la claridad del día se quitaba dando
paso a una luz diferente.
– ¡Ya puedes abrirlos! –Efectivamente, la luz del sol había
cambiado por la de un foco, esa luz redonda y clara que ilumina a
un artista en el escenario, me enfocaba directa y solamente a mí y,
alrededor, una gran oscuridad.
– ¿Michael, dónde estás?
– ¡Tranquila!, sigo aquí. Veamos, probemos algo. A ver… déjame
pensar un instante – Me sentía nerviosa por saberme observada por
él sin poder verlo y sin saber qué estaba tramando.
– ¡Michael, por favor!, ¿qué estás haciendo?
– ¡Chisss!, un momento, sólo un momento –Pero el momento se
alargaba, parecía no terminar nunca. Ya no sabía cómo moverme ni
hacia dónde mirar.
– ¡Eh!, ¿qué haces?, ¿no se te ocurre nada o qué?
– ¡Claro que sí!, sé lo que quiero desde el primer momento.
– ¡Sí, eso es a lo que más temo!- Le oí reír, solapadamente, y
fue cuando me puse realmente nerviosa y sólo atiné a decir
- ¿Entonces?, ¿comenzamos ya lo que sea?
–Jajaja, me gusta verte nerviosa, te sientes inquieta y perdida,
¿Eh?
– ¡Me marcho! –Podía oír sus carcajadas, oculto en la oscuridad.
77
La mano de Michael
Y cuando fui a echar a andar, sentí como mi pelo se enroscaba
bajo mi nuca convirtiéndose en un moño redondo sobre mi
cuello. Mi ropa cambió, de repente estaba dentro de un estrecho
vestido de raso rojo, un poco por debajo de las rodillas y con una
gran abertura sobre el lado derecho. Unas finas medias negras se
ajustaban a mis piernas con unas ligas de encaje y unos hermosos
zapatos con pulsera, decoraban mis pies. Michael se acercó a mí
con la expresión de un pintor que estuviese pintando un cuadro.
Colocó algo en mis orejas y sentí que unos aros rozaban mi cuello.
– ¡Perfecta!, sólo un detalle más –Y en su mano apareció una
rosa roja que depositó en un lado de mi moño.
– ¡Eres preciosa, niña! y… ¡estás lista! Sólo quedo yo –Dio un
giro rápido y ante mí apareció vestido de negro – ¡Ya estamos listos!
– ¿Listos?, ¿para qué?
– ¡Tango! –Exclamó chasqueando los dedos, como reclamándole a una orquesta que comenzara a tocar. La música
empezó a sonar, efectivamente se trataba de un tango, era mi
baile de salón preferido, el que siempre había soñado bailar. Y allí
estaba, con el atuendo y el escenario preparado y con mejor
bailarín que hubiera podido soñar, no sabía si él bailaba aquellos
bailes, pero algo me dijo que sí, que él lo haría con la misma
naturalidad y perfección con la que había bailado sus coreografías y
de un tirón me atrajo hacia sí. Me había rodeado ya la cintura con
su brazo y con la otra había cogido mi mano, podía sentir su corazón
y su respiración, aun por encima de la música, de la que estábamos
esperando los primeros compases que dan paso al baile.
No pude evitarlo y mis manos comenzaron a sudar, me entraron
náuseas y todo giró a mí alrededor en un vértigo. El terror se
apoderó de mí y recordé la niebla.
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La mano de Michael
– ¿Qué ocurre, Sara?, ¿qué te sucede? –No podía con- testar,
sólo quería que aquello parase, pero iba creciendo al igual que la
música del tango, que iba sonando más y más fuerte hasta
hacerme daño en los oídos. Sabía que Michael me estaba
gritando desesperado, cada vez oía su voz más lejos, pero aun
distinguía sus preguntas.
– ¡Por Dios!, ¡dime qué te pasa!, ¿qué estás viendo? ¡No te
apartes, no te sueltes de mi, no sueltes mi mano, Sara!, ¡dime algo!, ¡cualquier
cosa que estés viendo!, ¡no sé nada de ti!, ¡haz de decirme algo!
– Las fuerzas me estaban abandonando, el sueño me vencía,
sabía que esta vez era yo la que iba a sumergirse en una pesadilla y
sólo pude decirle que no me tocase, que se apartase de mí lo
más que pudiera, ya que él no había vivido una experiencia así
conmigo y yo sabía que podría arrastrarlo a sabe Dios dónde, que
podía perderse conmigo en mis tinieblas, en mis miedos. Lo último
que le oí decir fue que no me dejaría partir, que no me venciese,
que lo oyese, que tratara de oír su voz por encima de todo
porque no me abandonaría pasase lo que pasase. Y, entre sus
brazos,… me dormí. Aquel calor de su abrazo, su sostén, de alguna
forma, se quedó en mí, conmigo.
Me vi encima de un escenario, la madera del suelo estaba
desgastada y sucia y entre el polvo que lo cubría pude ver un montón
de pequeños puntitos negros que llama- ron mi atención, me
agaché para ver de qué se trataba y eran esos agujeritos que hacen
las carcomas. ¡Dios mío!, todo estaba carcomido y podrido, no me
atreví a mover- me, sólo me incorporé despacio y miré a mi
alrededor. Reconocí el lugar enseguida, era una sala de fiestas de
la que había sido propietaria años atrás. ¿Cuántas veces habría
bailado yo sobre aquel escenario?, ¿Cuántos espectáculos con
bailarines había preparado allí? Rememoré que en ese lugar
había pasado los mejores y más felices momentos de mi vida. Allí
79
La mano de Michael
me había sentido completamente realizada como artista, pero al
igual que mi academia, todos aquellos sueños hechos realidad, se
me habían esfumado de un golpe tras el diagnóstico de mi lesión de
columna. Ahora sólo me había quedado el recuerdo y la inmensa
pena que éste me causaba.
Ver lo que en su día me había colmado de felicidad
destrozado, carcomido y tan roto como mi espalda, era más de lo
que podía soportar. Todo estaba como si hubiesen pasado cientos
de años por él. Un lugar absolutamente muerto por el abandono.
Los pequeños sillones tenían las telas descoloridas y grandes
telarañas se unían entre éstos y las mesas. Sobre la barra del bar
se veían vasos y botellas, como si por un inesperado suceso, todos
los que se encontraban allí tuviesen que haber huido. Parecía un
barco fantasma.
Las lámparas que quedaban aún en el techo colgaban con las
bombillas rotas, de los focos salían pequeñas arañas, ya que los
cristales de la gran mayoría de ellos estaban esparcidos por el
suelo junto con los cables, los micrófonos tirados y los bafles
volteados, como si una catástrofe hubiese ocurrido allí dentro.
Como pude y muy despacio, pues temía que el suelo del
escenario se partiese bajo mis pies, me acerqué a las grandes
cortinas que separaban el escenario de los camerinos. Bajé los tres
peldaños de una pequeña escalera y abrí la puerta de uno de los
camerinos, sin lugar a duda, uno de mis lugares preferidos de la
que había sido una hermosísima sala de espectáculos. Mis piernas y
todo mi cuerpo temblaron; los vestidos permanecían colgados en los
percheros, pero desgajados, rotos los volantes y raí- das las telas,
no quedaba en ellos una lentejuela que aún brillase. Los maquillajes
estaban derramados bajo los espejos opacos y todos los adornos
que un día decoraron nuestros cabellos y cuerpos estaban tirados
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La mano de Michael
por el suelo.
No lo soporté, salí de allí cerrando tras de mí la puerta, como si
así todo volviese a ser como lo fue un día, música, luz y color, pero
no, nada cambió con aquel gesto y quise morir, sí, quise morir allí
mismo, no quería regresar a ningún sitio, quería quedarme entre mis
cosas, que muriese mi alma entre todo lo que tanto amé un día, y me
subí, nuevamente, al escenario, ése, precisa y lógicamente, sería el
lugar para hacerlo. Me situé en el centro, eché un último vistazo y
cerré los ojos recordando al público, traté de oír en mi interior los
compases de una guitarra tocando por soleares, mi palo favorito del
flamenco, oí sus cuerdas sonar nítidas y fuertes, esperé al primer
compás de baile, alcé los brazos y la cabeza y di un fuerte taconeo,
sabía que con ello el escenario se rompería y yo caería para
siempre al vacío, y así fue, al primer golpe del tacón, las maderas
cedieron y caí entre ellas.
Me encontré en otro lugar, un fuerte dolor atravesaba mi
columna vertebral y oía y sentía a alguien tocar mi espalda. Todo
era extraño, parecía encontrarme dentro de una nebulosa, no
acertaba a abrir los ojos, como si estuviese bajo el efecto de un
anestésico. Luego silencio, silencio y oscuridad absoluta fue cuanto
percibí hasta que una voz suave y conocida llegó hasta mis oídos,
casi en un susurro.
– ¡Levanta, Sara!, ¡ya puedes hacerlo!, ¡ven!, ya no hay dolor, no
tienes nada que temer. ¡Vamos!, el público espera y… ¡yo también
te espero!
-¿El público? –Me pregunté – ¿Qué público? –Y enseguida
escuché una fuerte ovación, una ovación multitudinaria, nunca
había oído algo así. Las voces gritaban con fuerza el nombre de
Michael, lo repetían una y otra vez – ¡Michael!, ¡Michael!,
81
La mano de Michael
¡Michael! – Aquel griterío me resultaba conocido, ya lo había oído
antes, aunque no de aquella forma tan cercana y real y comencé a
darme cuenta de lo que en verdad estaba sucediendo cuando
escuché los primeros acordes de Billie Jean. ¡Dios mío!, Michael
iba a dar un concierto y yo estaba allí, podía sentirlo, sentir la
vibración que transmitía a través del suelo el movimiento de una
gigantesca masa de gente. Tenía que verlo, no podía perderme
aquel espectáculo, no podía perderme verlo actuar en directo, esta
vez no.
Me desperté, estaba entre bastidores en un inmenso escenario
al aire libre. La iluminación era fantástica, cualquier rincón que
mirase era increíble y allí, en medio, mirándome, estaba Michael.
Comprendí que volvía a estar en Terreno Sagrado, que aquello lo
había recreado él y me sentí feliz, feliz por regresar y por volver a
verlo.
Tenía puesta la ropa que utilizaba para bailar Billie Jean, y
con los brazos abiertos me llamó a su lado. Caminé insegura por el
escenario, pues todo estaba ocurriendo de verdad, aunque sólo fuera
en nuestra realidad, nuestro sueño. Podía oír las ovaciones del
público, percibir aquella emoción que siempre me había
preguntado cómo sería de estar allí arriba, con la música y el
ardor de la gente. Michael me sonrió y me colocó en la cabeza un
sombrero igual al suyo, no me había percatado hasta entonces,
pero estaba vestida igual que él y los dos nos sujetábamos el
cabello con una cola. Billie Jean seguía sonando, pero no salía de
los primeros acordes, el baile nos estaba esperando, sí, la música
esperaba por nosotros. Cuando él vio que había tomado
consciencia de lo que estaba ocurriendo, echó mi sombrero hacia
abajo tapándome medio rostro en un simpático gesto.
– ¿Lista, princesa?
82
La mano de Michael
– ¡No, Michael!, yo... verás hay algo que no te he contado, yo
tengo… verás, mi espalda… – Cerró mi boca con un dedo.
– ¡Tengo algo para ti!, ¡está allí! –Me señaló una mesita que
había en una esquina del escenario. Me acerqué y pude ver una
sencilla caja de madera. Lo miré como preguntándole qué tenía
que hacer, si debía abrirla y él, con un gesto, me animó a hacerlo.
La cogí, no sabía por qué me sentía tan inquieta, presentía que
aquella humilde caja encerraba algo importante y me asustaba de
antema- no abrirla por lo que retrasaba el momento.
– ¡Vamos, Sara!, ¡la música espera!, ¡el público espera! –Tomé
aliento y con la misma emoción de quien va a abrir un misterioso
tesoro, la abrí despacio y me asombré de lo que vi en su interior,
pero no por el motivo que yo esperaba. Estaba convencida de que
era una sorpresa, algo que me emocionase, pero ni siquiera sabía
qué era lo que estaba viendo. Se trataba de unas pequeñas barritas
de metal, varios tornillos grandes y un par de muelles extraños. Me
acerqué a él con la caja en la mano.
– ¿Qué es esto?
– ¿No lo reconoces?
– ¡No!, no lo he visto nunca.
–Yo tampoco lo había visto nunca y me costó un poco
comprender de qué se trataba. Me pusiste una prueba un tanto
complicada, pero al final, ¡resolví el misterio!
–Lo dijo con satisfacción de haber podido ayudarme a salir de
mi pesadilla, pero también con la alegría de un niño después de
haber conseguido montar, él solo, un complicado tren eléctrico.
Michael era así, un niño adulto al que le encantaba resolver
enigmas. Estaba claro que le gustaba hacer cosas bajo presión –
83
La mano de Michael
Sara, piensa un poco, tu eres inteligente y ya debías de saber qué
es, pero… ¡aún tienes miedo a comprenderlo!, ¡a aceptarlo! ¡No
temas ya nada, mi niña! – Levantó mi cara con la punta de sus
dedos.
–¡Dilo!, tú ya sabes lo que es –La emoción apenas me dejaba
hablar, pero lo hice, lo solté de golpe y me pareció soltar un gran y
pesado saco que apenas me dejaba moverme, casi ni respirar.
– ¡Es el titanio que tenía implantado en mi espalda!– Rompí a
llorar. Aquello fue el momento de liberación más absoluta que
había sentido nunca y me abracé a él con fuerza.
– ¡Estoy aquí!, ¡tranquila, hermosa Sara!, estoy aquí y aquí me
quedaré, igual que cuando te vi por primera vez ¿recuerdas?, te
dije que me quedaría así, abrazándote, todo el tiempo que
necesitaras y ahora haré lo mismo, te abrazaré tanto y tan fuerte
como lo necesites – Y, para relajarme, mientras me mecía con
suavidad, me volvió a tararear aquella música que apenas reconocía.
Y, poco a poco, me tranquilicé como la primera vez.
– ¡Ya recuerdo!, había un cirujano que operaba mi espalda.
– ¿Un cirujano?, ¿viste a un cirujano?
–No, no llegué a ver a nadie, sólo sentí que me manipulaban la
espalda. ¿No era un cirujano?
–Espero que sí, fue lo único que se me ocurrió –No pudo
evitarlo e incluso en aquellas circunstancias esbozó una sonrisa,
apretando con fuerza los labios para evitar unas sonoras carcajadas
–Lo siento, es que ahora que lo pienso, me parece tan… no
sabría decir… ¡tan…simple mi idea! ¡Traer un cirujano aquí! –
Cuando lo oí decirlo así yo también rompí a reír.
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La mano de Michael
–Bueno, dejémoslo en una idea… aceptable, porque parece que
funcionó, aunque hubiese sido mejor un neurocirujano, jajaja.
– ¡Eh!, mujer llamada Sara, también recé hasta el agotamiento,
el resto sólo lo imaginé.
– ¡Gracias! –Le respondí con el alma y él procuró no darle
importancia. Lo hizo por mí, una vez más miraba… un poco más allá
de lo que se veía a simple vista. Miraba a través de mí.
–Apenas había pistas sobre lo que te estaba ocurriendo, debiste
decirme tu dolencia, el motivo por el que dejaste de bailar y
así lo hubiese comprendido antes.
Sólo dejaste un vacío estremecedor a tu alrededor, te tumbaste
en el suelo y gritabas de dolor, pero no sabía dónde te dolía ni por
qué.
– ¿Qué más viste?
–Apenas nada, unos muebles llenos de telarañas y algo que fue lo
que me dio la primera pista.
– ¿Qué?
–El suelo, cuando caminé, algo crujió, apenas, bajo mis pies, me
agaché, eran cientos de lentejuelas sin color ni brillo, desgastadas y
viejas y entonces comprendí que se trataba de espectáculos, que
eran los brillos muertos de algún lugar donde había habido vestidos
preparados y, en tu caso... para bailar, ¿me equivoco?
– ¡No! –El recuerdo triste de lo perdido volvió a mi mente.
–Y esta caja abierta y vacía, e intuí que había que meter algo
dentro. Lo difícil fue saber qué era.
– ¿Y cómo lo supiste? –No me contestó.
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La mano de Michael
–Michael, ¿cómo lo supiste?, ¿me tocaste?, ¡di!, ¿me tocaste, no
es cierto?
– ¡Tuve que hacerlo!
– ¡Estás loco!, ¡no debiste!, ¿imaginas lo peligroso que podía
haber sido para ti mí pesadilla?, ¡se trataba de baile, Michael!,
¡de quedarme invalida y no poder haber vuelto a moverme jamás!,
¡y a ti podría haberte ocurrido lo mismo!, ¡podías haberte perdido,
sumergido conmigo!, ¡oh, Michael!, ¡no debiste correr ese riesgo por
mí! - Le grité, enfadada, sin reparar en el amor y valentía que
había puesto en ese acto.
– ¿Acaso no lo hiciste tú por mí?
–La primera vez, porque no lo sabía, luego he tenido mucho
cuidado.
–Pero, al menos, tú sabías cosas de mí de haberlas visto o
escuchado, yo sólo sé de ti lo que me has contado y de esto no dijiste
una palabra. ¿Por qué, Sara?, sé que estuviste a punto de hacerlo y
no sé por qué no lo hiciste.
–Es complicado, ¡no imaginas cuanta pena sentía por dentro!
–Ahora la sé, la he sentido a través de ti.
–Y… ¿me comprendes?
– ¿Que si te comprendo?, ¿qué pregunta es ésa? Claro que te
entiendo, entiendo por todo lo que has debido de pasar.
–Pero… ¡yo no era nadie importante como tú!, no era nadie
relevante en el baile, nadie perdía nada si yo no volvía a bailar. Si
te hubiera ocurrido a ti, el mundo hubiera perdido al mejor bailarín
de todos los tiempos.
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La mano de Michael
– ¿Así es como lo ves?, pues ahora me han perdido para siempre y
todo seguirá rodando.
– ¡Y todo el mundo te llora, Michael! Lloran al artista y también
al hombre.
–A ti también te estarán llorando, tú has debido dejar mucho
vacío porque eres una gran persona, lo sé.
–Pero hablábamos del baile, ahí conmigo… nadie ha perdido
nada.
– ¡Excepto tú!, y tu público.
– ¿Mi publico dices?, ¡oh, Michael!... mi público sólo era
ocasional.
– Eso no importa, a mi me hubiera gustado verte bailar, ver tu
alma, porque el baile es sólo eso, es la expresión del alma. ¿Tenias
un nombre artístico?
–Candela –Dije con mucha vergüenza.
– ¡Candela!, ¡sí!, te define bien y aún no te he visto bailar, pero lo
sé, puedo intuirlo, debías vibrar y relucir como una llama. ¿Quién lo
escogió?
–Uno de mis maestros.
–Ese maestro… ¡era un poeta! –Recordé a mi maestro con
cariño – ¿Eras feliz bailando?, ¿cómo te sentías?
– ¡Plena!, ¡completa y feliz! –Fui rápida en la respuesta, ni dudas
ni titubeos.
–Igual me sentía yo al bailar, ni más ni menos sentimientos
que tú, me sentía pleno, completo y feliz. No encuentro la
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La mano de Michael
diferencia.
– ¡Yo sí!
– ¿Por qué te menosprecias así, Sara? Lo único que deberías de
recriminarte es en no haberlo intentado más, en no haberte
dedicado por entero al baile y haberlo convertido en tu vida, sólo de
eso debes de arrepentirte o no, simplemente escogiste otro
camino. Con o sin tu lesión, no hubieras dedicado tu vida al
espectáculo igual que lo hice yo, ¿cierto?
– ¡Sí!, tienes razón en todo lo que dices.
–Entonces, ¡olvídalo ya todo!, ¡ahora es otra forma de vida!, es
otro lugar, Sara y estás aquí conmigo, es Terreno Sagrado.
– ¡Gracias por haber hecho eso por mí!, por haber corrido ese
riesgo.
–No he hecho nada, sólo deseo que esto te haya servido para que
entiendas que si rompes lo que te ata a tu mente, rompes lo que
ata a tu cuerpo. Creo que esa es la lección de lo que te ha ocurrido y
es algo que yo siempre he tenido muy presente, la mente te libera o
te encierra. Es la parte más difícil de llegar a entender del todo, lo
que casi nunca reparamos, que descubrir nuestro interior es
descubrir nuestra propia verdad para así poder reconciliarnos con
nosotros mismos.
La pregunta más frecuente que siempre he visto hacer- se a las
personas ha sido… ¿podría hacerlo?, refiriéndose a hacer esto o
aquello, cuando esa pregunta no debíamos de hacérnosla, sólo
intentarlo, perseverar para que esto o aquello que deseas se haga
realidad. En la fe y la perseverancia están las claves y el éxito de
todo, incluso de la perfección. Tal vez el hombre, en general,
porque hay muchos que lo han descubierto y llevado a cabo en sus
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La mano de Michael
vidas, tal vez, esa humanidad general necesite aún muchas vidas
para entender que hay algo absolutamente necesario en todo y es
la perfección y muchas otras para entender, por fin, que el objeto
de vivir es alcanzar esa perfección y enseñarla, intentar que los
demás lo comprendan también y así avanzar todos unidos para el
bien común. Y no sólo hablo de los logros materiales, sino más bien
los del espíritu, los del alma que son los que te llevan a aquello que
anhelas.
–Parece que tú lo aprendiste de una sola vez.
– ¡Oh, no!, sólo llegué a vislumbrar que ése era el camino correcto,
el necesario y, sí, tuve algunos logros, realicé así algunos sueños,
pero no todos, aún me quedaba mucho por aprender, por
comprender de mí mismo. Y todos mis logros fueron a duros golpes
de la vida… ésa es la verdadera escuela, cruel pero necesaria para
lo que te he explicado, la escuela de la vida y la reflexión
constante. Eso es más esfuerzo del que parece, pero es absolutamente imprescindible. Así y sólo así… logras la perfección y con ella
la armonía, pues sólo alcanzando alguno de tus objetivos consigues
la paz interior. Además, esa falta de reflexión sobre nosotros mismos
nos ha arrastrado, en conjunto, a…, tanto y tanto caos. Hay tantos
valores no encontrados en nuestros interior o simplemente perdidos;
la honestidad, el honor, la fidelidad hacia los demás y hacia nosotros
mismos que… –No terminó la frase, se quedó pensativo con aire
de frustración y pesadumbre. Era evidente que no era una reflexión
dicha al azar, sino que era su idiosincrasia, que él pensaba y
sentía así en verdad y, seguramente, había pasado su vida buscando
toda esa verdad en su interior. Estaba claro que siempre buscó esa
perfección, esa perfecta conjunción entre cuerpo y espíritu y eso lo
llevó a sus logros. En lo que conocía de su vida, todo aquello me
resultó evidente y cierto, ya que eso, sin lugar a dudas, fue lo que
lo condujo a ser quien fue; un bailarín perfecto, un músico perfecto,
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La mano de Michael
un cantante perfecto, en definitiva, el artista perfecto. No podía
valorarlo en su vida personal, pero seguro que no se alejaba tampoco
de aquellas ideas. Esas eran unas fuertes convicciones que,
seguramente, las aplicaría a todo.
El me hizo pensar sobre las cosas importantes de la vida, de lo
que había sido mi vida, tenía un poder extraordinario para
conseguir ese efecto y yo necesitaba escucharlo para acallar y
tranquilizar mi conciencia.
–Te has quedado tan pensativa como yo, ¿por qué?, ¿en qué estás
pensando?
–En que pasé años preguntándome en cómo armonizar mi vida.
– ¿Nunca lo conseguiste?
–Rara vez –Sonreí con el peso de lo mucho luchado y lo poco
conseguido. El peso de la frustración.
– ¿Por qué? No lo entiendo, se nota que eres una mujer
inteligente, capaz, profunda, seguro que alguna vez has
reflexionado en las cosas que te he dicho.
–Si, no en la misma forma en que lo has explicado tú, pero
siempre he sabido que en la perseverancia estaba la clave de todo.
– ¿Entonces?
–Entonces, te encuentras de cara con la vida y a veces no te deja
continuar en nada. Te rompe los esquemas, esas líneas que
intentas trazar para llegar a donde querías, donde tenías pensado y,
simplemente no avanzas.
–Lógico, esa es la lucha continua con la vida, ésta es con la
que siempre tienes que estar echando un pulso. Pero también hay
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La mano de Michael
otras cosas, quizás más sutiles y en la que no reparamos apenas,
ésas a las que no les dedicamos el tiempo de reflexión necesaria,
que se hallan en nuestro interior.
La mayoría de las veces somos nosotros mismos los que nos
frenamos porque no nos entendemos. No sé, pero creo que no
me equivoco si digo que tú misma te ponías esos frenos sin verlo,
sin comprenderlo siquiera.
¿Me equivoco, Sara? –Me sentí totalmente al descubierto,
desnuda. No sé qué despertaba en mí, en mi interior cuando
hablaba, pero me hizo comprender muchas cosas en un momento.
Era como si me hubiera encendido la luz. Y le abrí mi interior con
lágrimas en los ojos y en el alma.
–Tienes razón, siempre tienes razón, no sé cómo lo haces
pero… lo haces –Le dije, encogiendo un poco los hombros para
expresar mi resignación ante tal evidencia... Tardé en continuar,
me llevó tiempo y él respetó mi tiempo –Creo que mi freno… ¡es
que siempre me sentía culpable de todo! Quizás el hecho de no
cubrir mis expectativas me hacía ver en mis narices, como si me
lo gritase continuamente a la cara, que todo mi entorno y el de mis
seres queridos no iba bien por eso, porque yo no había podido
lograr nada en la vida y eso repercutía en los demás, en sus
necesidades y yo… me sentía culpable de no poder cubrirlas. De no
tener una casa propia, de andar siempre trabajando aquí y allí
para ganar lo justo para tirar todos los meses sin querer depender de
nadie. Después, mi espalda que ya ni siquiera me permitía trabajar.
¡Dios!, ¡si hubiera perseverado en algo, como tú dices, quizás
hubiera logrado una estabilidad que nunca tuve!, ¡pero no logré
nada! Eso me hacia tener una losa de culpabilidad sobre mi porque
incluso tuve que mentir o callar…tantas cosas… para no lastimar o
arrastrar a los demás conmigo, con mis frustraciones internas.
91
La mano de Michael
¿Dónde puede uno irse y esconderse para escapar de eso, para
respirar y encontrar la armonía?, ¡a ningún sitio!, porque no
puedes escapar de tus propios pensamientos, de tus sentimientos
ni de ti mismo –Me había derrumbado completamente.
– ¡Sara, mi niña! ¿Y tú dices que no has conseguido nada?
¡Señor!, tu sensibilidad es extrema y a la vez maravillosa. No
conseguiste una casa, un sueldo estable etc. etc. como tantas y
tantas personas, pero…has conseguido amar a los tuyos al punto de
sufrir. Ese era tu freno, el amor mal manejado. Sufrías por ellos, por
todas esas carencias y eso te deprimía, tú misma hacías excesiva tu
carga por querer llevarla a solas y en silencio, eso te confundía y
te apartaba del camino que te habías propuesto y en el que estoy
seguro que hubieras triunfado, porque tú hubieras triunfado en
cualquier propósito. Pero sólo ha sido eso, confusión, no digas que
no has conseguido nada porque no es cierto. Esa personalidad… va
sembrando mucho amor y eso es… ¡tan importante! No te he oído
decir “no tuve una casa para mí, no tuve un gran coche, no disfruté de
la felicidad personal del triunfo”. No has dicho nada de esas cosas,
tú nunca quieres nada para ti, Sara, sólo te has quejado de que por
el hecho de no tenerlas, no podías dar nada a los que querías, ¿te
parece poco todo lo que has dado?, con ese gesto, esos
sentimientos, te has dado a ti misma y has dado mucho, mucho
amor.
Los grandes logros no siempre son visibles o tangibles. Lo
importante está en las cosas pequeñas del día a día, y
seguramente… en esas cosas que te callaste, esa cruz que hiciste
solitaria – Lo miré sorprendida. ¿Cómo podía hablar así un hombre
que lo había tenido todo? Pareció oír mis pensamientos –No te
mires en mí, Sara. He perseverado porque he podido, no admitir
eso sería como negar a Dios, tuve a mano todas las herramientas
92
La mano de Michael
para hacerlo, mi logro es no haberlas desperdiciado, haber sacado
provecho de un don que Dios me dio. Pero no he triunfado en todo.
No imaginas cuánto he sufrido en mi interior, en mis cosas
personales, ahí sí me he sentido fracasado muchas veces.
Fracasado, frustrado y confundido como tú, como todos. Pero me
he sentido así yo, ¡Mike!, porque yo no sólo he sido Michael
Jackson, el rey del pop ¿comprendes?
Siempre intenté no aferrarme al pasado, para no decir- me a mí
mismo que ya lo había hecho todo. Aunque es cierto que hubo un
tiempo en que no quise hacer cosas, apenas creaba nada y eso me
costaba perdonármelo a mí mismo, porque crear era mi esencia,
pero intenté comprenderme y perdonarme. Siempre necesitaba
sentir que no había terminado todavía, que siempre tenía algo más y
mejor que hacer. Por eso no tenía ningún trofeo en mi casa –
Aquello me sorprendió – ¡De verdad, no tenía ninguno!, sólo con la
finalidad de recordarme de continuo ¡eso!.., que no había
terminado todavía.
Todos tenemos cortapisas en el camino, de una forma u otra, a
todos se nos borran las líneas que habíamos trazado de una cosa u
otra. Pero eso ocurre por lo que te dije al principio, porque ganar,
lograr la perfección y enseñarla no es un pensamiento común, si lo
fuera no habría otra cosa enfrente que no fuera una mano abierta y
no un muro que escalar. ¿Está la vida, el mundo ordenado para no
sufrir?, ¡no!, lo está justo para lo contrario. Pareciera que todos nos
empujásemos unos a otros para destruirnos de alguna manera y
sobre todo para frenarnos. No, Sara, tú no has fracasado porque
has dado amor, porque querías orden en tu entorno y eso incluía a
mucha gente. Si todos pensaran e hicieran igual… no habría
motivos para no avanzar, cumplir las metas y triunfar como personas. ¿Entiendes ahora lo que trataba de explicarte?, ¿el porqué
se necesitarían muchas vidas para alcanzar ese nivel de orden
93
La mano de Michael
entre los seres humanos? ¡Se necesitarían tantas, Sara!…pero sé
que eso es sólo una utopía, igual que sé que sería la meta que
habría de alcanzar la humanidad.
– ¿Ves?, lo vuelves a hacer.
– ¿El qué?
–Esa cosa que parece tan simple…, tener razón.
–Ya te he dicho que me he equivocado muchas veces en la vida.
–Pero al final lo entendiste, llegaste a una comprensión muy
profunda, al menos a conocerte a ti mismo. ¡Yo me siento cómo un
salmón!
– ¿Un salmón?, curiosa comparación- Dijo apartándome el pelo
– ¡Sí, como un salmón!, nadando inútilmente, siempre contra la
corriente, sólo para desovar y… morir.
– ¿Y eso te parece inútil? Hacen un gran esfuerzo para perpetuar
su especie. Es a lo que dedican su vida. Y sirven de alimento,
aunque yo siempre he procurado ser vegetariano, pero los médicos
me obligaban a comer pollo y pescado y ¡el salmón era de mis
preferidos!
Debiste de ser un ejemplar precioso. De esos que todos se
sentirían orgullosos de pescar. ¡Lástima que la pesca no estuviera
entre mis aficiones! – Me hizo sonreír y le di un ligero empujón.
– ¡Vale, he entendido el mensaje!, he puesto un mal ejemplo.
Aun así, sé que he estado tirando de un pesado carro toda mi vida.
–Yo también, aunque en forma diferente, en otras cuestiones. Pero
también mi peso, a veces, ha sido demasiado para una sola persona.
Siempre sentí como si el mundo o Dios tuvieran dispuestos para mí
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La mano de Michael
un plan especial cuando sólo era un ser humano. Llegué a escribir
eso en la canción que me cantaste.
– ¡Cierto! ¿Sabes?, pensé que habíamos llegado a un lugar de paz
y me siento igual que cuando estaba viva, soy capaz de percibir,
sentir y sufrir las mismas emociones.
–Porque este no es el lugar definitivo para nosotros.
– ¡El túnel! –Dije, mirando hacia el suelo.
–Creo que sí. Pero no te preocupes, lo alcanzaremos, si es lo que
quieres. Creo que esto, es algo como… ¡una estación de
servicios!, ¡una parada en el camino!
– ¿Para qué?
–Tal vez, para comprender eso que nos angustia y así poder
deshacernos de esos lastres, dejarlos atrás.
– ¿Tú crees?
–Cada vez estoy más convencido, por el sólo hecho de que todo
tiene un motivo de ser. Y no creo equivocarme al pensar que es ése.
Pero tenemos que tener un poco de paciencia y esperar a que ocurran
más cosas, siempre ocurre algo más y eso nos acercará más a la verdad.
Seguro que al fin comprenderemos por qué estamos aquí y nos
descubrirá la diferencia de dónde estábamos antes porque, a lo mejor,
necesitemos saber esa diferencia.
– ¿Dónde estabas antes, Michael?
– ¡Esperándote! –Aquella palabra, seguramente dicha con el
propósito de animarme, rozó mi corazón. Michael, de una u otra
manera, siempre rozaba el corazón. Y nuevamente, s u forma
amable y divertida me devolvió el sosiego.
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La mano de Michael
Parecía tener todas las respuestas, al menos las que yo
necesitaba. Hablaba tan seguro de sí, de lo que decía y con una
sapiencia como del que tiene mil años, que por primera vez
deseé haberlo conocido en vida. Supe que alguien así me hubiera
aportado un mundo de comprensión, de referentes que yo había
necesitado, pero también fui consciente de que un ser así no era
fácil de encontrar en el camino y mucho menos de conservar y
compartir su mundo.
Pero verdaderamente, me sentí afín con él. Esa comprensión del ser
humano, del mundo que nos había rodeado, era lo que siempre había
buscado y nunca encontré.
Y agradecí conocerlo aunque fuera allí, quizás Dios me lo había
puesto delante con algún propósito, pero reconozco que, en ese
momento, dediqué poco tiempo a aquel pensamiento. Tal vez…
hubiera tenido que dedicarle más.
– ¡Gracias, Michael!, por hablarme así, por hacerme
comprender y por lo que has hecho por mí cuando me sumergí –
Fue cuanto pude decirle, pues en verdad me sentía pequeñita
ante él, ante su forma de expresar sus convicciones y valores.
– ¿Lo que hice por ti?, ¡Iría a cualquier sitio, haría cualquier cosa
sólo por… –Nuevamente estuvo a punto de decirme algo, pero giró
la cara y guardó silencio. Parecía nervioso, como si sintiese
vergüenza ante algo. ¡Quién lo diría!, pero había una parte de él que
denotaba un gran pudor y timidez por según qué cosas. Aunque yo
ignoraba de qué cosa se trataba y aquello despertó aún más mi
curiosidad.
– ¿Qué?, sé que ibas a decirme algo, hazlo por favor – Sonrió,
aún más nervioso y comenzó a caminar en círculos sin saber muy
bien hacia dónde mirar, creo que a cualquier sitio menos a mis ojos.
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La mano de Michael
¿Qué ocultaba? Cambió de conversación y retomó el tema de que me
había toca- do mientras yo estaba… “sumergida”.
–No había tanto riesgo al tocarte, Sara, porque Dios estaba
conmigo. Y en cuanto a ti, ya es hora de olvidar el dolor, ya fuera
físico o del alma – Fue hermoso lo que dijo, sabía que lo había
dicho con el corazón. Tal cual lo iba conociendo, cada vez descubría
en él que era un ser extraordinario de verdad, un hombre especial y
diferente, tan lleno de amor como de genialidad. Lo decía su mirada, era algo que transmitía sin querer. Michael insuflaba amor y
sensibilidad de una forma natural. Pensé en todo cuanto me había
dicho.
– ¡Es cierto!, ¡ya es hora de olvidar ese dolor!
– ¡Pues tira la caja tan lejos como puedas, niña! – Lo hice, me
adelanté unos pasos y la lancé con tanta fuerza que la perdí de
vista. Sentí que con ella tiraba muchas cosas más, cosas que en
realidad no iban dentro, pero pensé que así tiraba aún más miedos,
pero muchos que me habían esclavizado a mí misma como un
verdugo. Me sentí liberada. Era extraño, igual que todo lo que nos
rodeaba, pero verdadero. Quizás, Michael estaba en lo cierto, allí
dejaríamos el equipaje más pesado para continuar más ligeros, más
libres, más limpios de mundanales recuerdos. De alguna manera,
comprendí que era incluso lógico –Volvió a sacarme de mis
pensamientos.
– ¡Preparada!
– ¡Preparada! –Contesté, sintiendo una felicidad que ja- más había
sentido, él me motivaba continuamente –Pero nunca he bailado
Billie Jean, al menos… ¡no como tú! Ni siquiera lo intenté.
– ¡Pues lo bailarás ahora mismo! ¿Quieres hacerlo igual que yo?,
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La mano de Michael
¿quieres bailar cómo yo y conmigo?
– ¡Claro!, ¿quién no?
– Pues deja ya de lloriquear y ¡disfruta, mi niña! –Y la música
empezó nuevamente a sonar. Nos preparamos en el centro del
escenario y volví a sentir la gente gritar y vibrar reclamando la
actuación. Dejamos sonar los nueve primeros acordes de Billie Jean
y nos pusimos en la postura inicial de la coreografía del solo
musical; pies cruzados, cabeza girada hacia la izquierda, una
mano sujetando el sombrero y la otra extendida, ocho acordes más y
comenzamos el baile. Era increíble, lo hacía exactamente igual que
él. Era como si él se moviese ante un espejo y yo fuese el reflejo
exacto de sus movimientos. No podía creer lo que estaba
sucediendo, no sólo bailaba con el mismísimo Michael Jackson,
sino que bailaba igual que él, con un compás exacto y en uno de sus
conciertos – ¡En Terreno Sagrado! –Fue el único pensamiento que
no cesaba de repetirse en mi mente mientras seguíamos bailando,
recorriendo el inmenso escenario y sintiéndonos libres y volátiles
como pájaros.
Cuando terminamos, me tumbé exhausta en el suelo y él se
tumbó a mi lado. Respirábamos agitados mientras reíamos felices.
– ¿Estamos normalmente cansados o… es que ya estamos
mayores? –Bromeé, mientras me miraba el guante de blancas
lentejuelas, alcé el pié y me gustó ver el calcetín, a juego, sobresalir
del mocasín.
– ¿Cansados?, ¿mayores? Hablarás por ti, aún nos queda un baile
pendiente –Yo seguía distraída con el calzado y hablando para mí –
¿He bailado Billie Jean, de verdad?, ¿ y lo he realizado con unos
mocasines?, ¡no puedo creer que haya sido capaz de dar esos giros
con estas suelas sin…
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La mano de Michael
–De un tirón de la mano me levantó del suelo.
Todo volvió a cambiar y nuevamente me encontré entre sus
brazos con mi rojo vestido; sólo tenía una tiranta sujetándome u n
hombro y la espalda completamente al aire y, como mi pelo
había vuelto a recogerse en un moño, pude sentir su mano
grande y varonil sujetar con fuerza mi espalda, su roce sobre mi piel
era una sensación indescriptible, una sensación de calor que me
inundó todo el cuerpo.
El también había cambiado otra vez su atuendo; el pantalón
le ajustaba las caderas, pero la camisa era un poco más amplia y
se había dejado puesto el sombrero. Michael tenía una elegancia
nada común, como el resto de sus cualidades o atributos. Era el
bailarín más sensual que había existido y me sentí dichosa al estar
allí con él.
Sólo nos alumbraba el redondo foco y ya no estábamos en el
mismo escenario, aunque el rededor estaba completamente a
oscuras, supe que nos encontrábamos en un salón de baile, pero
esta vez completamente solos. Con cara de circunstancias, alzó la
cabeza.
– ¿Sin trampas?
– ¿Trampas?
– ¡Sí!, bailemos de verdad, con nuestro instinto. Utilicemos
sólo lo que sabemos de verdad.
– ¿Has bailado un tango alguna vez?
–No en público, pero en casa he bailado y ensayado toda clase
de bailes, incluso algo de flamenco.
–Ha sido una pregunta absurda… ¡debí suponerlo!
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La mano de Michael
– ¿Sin trampas, pues?, ¿sin utilizar nuestra mente?
– ¡Sólo nuestro sentido musical, lo que sepamos hacer!
–Encajó, ladeado su sombrero.
–Entonces… ¡entrégate a mí!, ¡ entrégate al baile!… ¡entrégate
a mí, así…mujer! –Habló casi en un susurro en mi oído y
separando y haciendo larga y extendida cada frase, cada palabra,
motivando así cada uno de mis sentidos. Le olía, le tocaba, lo
miraba y casi podía saborearlo. Su voz, nuevamente a modo de
orden, rompió aquel íntimo momento.
– ¡Tango! –Sonó absolutamente varonil. Un tango lento comenzó.
El suave y bucólico sonido de un bandoneón lo inundó todo y en el
tercer acorde enredé mi pierna derecha en la de él, poniendo mi rodilla
a la altura de su muslo. No comencé a bailar enseguida, él captó
inmediatamente mi intención y no me dio la entrada al baile, esperó
mi primer movimiento. Estábamos de frente, absolutamente pegados, respiración contra respiración. Sujetaba con firmeza mi mano
derecha, mientras que yo reposaba mi otro brazo sobre el suyo en una
alineación simétrica con los hombros, mi mano la apoyaba sobre él y,
poco a poco, la fui soltando en una caricia que resbalé por su pecho,
mientras me dejaba caer al suelo, despacio, muy despacio,
deslizándome por su cuerpo como si fuera aceite hasta quedar sujeta
a su pierna con ambas manos. Unos acordes más y con suavidad me
alzó poniéndome nuevamente frente a él.
Jamás había bailado un tango así, sintiendo tanta pasión, era el
que siempre había soñado bailar, un tango fuerte y sensual, y
ahora, además, era un tango junto a él.
Mis piernas parecían tener vida propia y cuando nos movíamos
con rapidez lo hacíamos en una perfecta conjunción, nuevamente
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La mano de Michael
pareciera que habíamos hecho eso miles de veces juntos. Me
elevaba, en las piruetas, como si fuese una pequeña muñeca, era
evidente que tenía una gran fuerza física, pese a su edad y corpulencia.
La música, la luz y aquella complicidad, en un baile tan
sensual, nos estaba envolviendo y llevando a un terreno
inesperado, pues al terminar, nos encontrábamos sudados,
jadeantes por el esfuerzo y tan abrazados, tan cuerpo a cuerpo que
el momento fue inevitable.
Recreándonos en nuestros rostros, poco a poco, acercamos las
bocas para besarnos y cuando estaba a punto de hacerlo me
preguntó, de súbito, como si de mi respuesta dependiera todo.
Sus ojos brillaban y comprendí que llevaba dándole vueltas a esa
pregunta quizás desde el principio. Me habló casi dentro de mi
boca y respiré su aliento.
– ¿Por qué me llamaste? –Me quedé sin palabras, no sabía qué
decir. Era evidente que esperaba una respuesta con sentido, algo
hermoso e importante o no hubiera escogido aquel momento para
hacérmela. ¿Qué podía decir yo que no lo decepcionase?, nada,
porque la realidad era muy simple, no lo llamé por ningún motivo
romántico o especial, fue porque él hacía poco que había muerto y
yo acababa de estar hablando de él cuando morí. Fue sólo una
asociación de ideas la que me hizo gritar su nombre en el túnel, era
tan simple la respuesta que sabía de antemano que, al decírselo,
rompería todo el hechizo del momento, pero no quise mentir y se lo
dije tal cual fue, sin ningún tipo de rodeos. Y una vez más, Michael
me sorprendió, él era así, sorprendente en cada acto y lo más
sorprendente de todo siempre era su actitud. Creí que me soltaría y
se frustraría como hubiera hecho cualquier hombre, pero no fue así,
acaricio mi cabeza y me dio las gracias. Nuevamente, se inclinó
101
La mano de Michael
hacia mi boca para besarme, lo sentí satisfecho con mi respuesta y
yo también quise besarlo, pero hubo algo en ambos que nos hizo
retroceder y dejarlo en el intento y como si no hubiese pasado
aquel instante entre nosotros, comenzamos a hablar de lo que nos
gustaba y motivaba, el baile. No quise pararme a pensar por qué no
habíamos querido continuar.
– ¿Te apetece un baño?, yo lo estoy deseando –Propuse, sin más.
– ¡Y que lo jures!, pero, por favor, volvamos a tu lugar.
– ¿Mí lugar?,
–Si, tu casa blanca, tu río, tus olorosas flores, y toda esa
belleza que recreaste.
– ¡Como quieras!
– ¡Gracias!, pero esta vez habrá un pequeño cambio, déjame
sorprenderte. Tú sólo llévame allí.
– ¿Sorprenderme?, no has dejado de sorprenderme en todo
momento, yo sí que he de estarte agradecida por eso.
–No seas tonta, venga, llévame allí –Y allí estábamos otra vez,
con mi vestido blanco y rodeada de flores de colores increíbles y…
junto a él. Era la mayor bendición de todo aquello, su sola
presencia.
Verdaderamente, la magnificencia de la naturaleza en su
esplendor era un deleite para los ojos y el alma. Allí, podíamos
respirar y sentir la paz y la quietud que todo aquello transmitía
por el mero hecho de estar a nuestro alrededor, de existir.
Tras darnos un placentero baño, nos sentamos en la orilla del
río, junto a la cascada. Michael se inclinó a mirar de cerca unas
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La mano de Michael
flores de color rosa fuerte que estaban junto al borde.
– ¡Eh, mira esto! –Me agaché también y vi unos pequeños
capullos a punto de abrir, pues ya se veían los incipientes pétalos
asomar – ¡Es curioso, muy curioso!
– ¿El qué?
–Había estado observando este macizo de flores cuando estuve
aquí tumbado y me fijé a posta, que no había ningún capullo y lo
encontré lógico, ya que esto lo recreó tu fantasía y no me resultó
extraño que no hubieras reparado en poner alguno, incluso te
olvidaste de los pájaros, ¿recuerdas?
–Sí –Verdaderamente, era minucioso en cada detalle, yo,
seguramente, ni siquiera hubiera reparado en ello.
– ¿Los has puesto esta vez queriendo?
– ¿Los capullos?, no, la verdad es que ni siquiera he pensado en eso.
– Entonces… ¿cómo es que están aquí si tú no los has puesto? –
Se incorporó y dio vueltas en círculos, como siempre,
manoseándose la barbilla, signo inequívoco de que, como en
otras ocasiones, intentaba descubrir algo, de encontrar respuestas.
– ¡No deberían de estar si tú no los has deseado, si no los has
puesto!
– ¡Te prometo que no lo he hecho!
– ¡Lo sé! –Me sonó con aire recriminatorio.
– ¿Me estás llamando despistada? –Y con ese tono amable que lo
caracterizaba, un tono suave que utilizaba para decirte cualquier
cosa, tanto si era agradable o no. Su voz y sus modales siempre
eran amables.
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La mano de Michael
–Princesa, ¡a veces lo eres!, un poco –Hizo una forma métrica
con los dedos –Pero lo eres, tranquila... ¡forma parte de tu encanto,
niña!
– ¡Vaya!, ¿he de estarte agradecida por tu comentario?
–Esta vez no me contestó, ni siquiera me había oído pues estaba
completamente absorto en sus pensamientos.
–Es… ¡inverosímil!, que estén si tú no lo has deseado.
– ¿Por qué?
–Mi despistada Sara, en ese “por qué” es donde reside mi
reflexión –Fue una forma elegante y sutil de decirme que “cerrase
el pico y lo dejase pensar”. Y así lo hice, callé y miré hacia el
agua para no mosquearme. Cuando más abstraída estaba, me
sobresaltó su voz en una fuerte exclamación – ¡Todo esto está vivo!,
¡todo tiene vida propia! ¡Bueno, aquí me tienes haciendo ciencia!,
¡me siento como un biólogo o algo así! –Se le veía encantado por el
mero hecho de andar descifrando algo.
– ¡Ves!, te dije que yo no había sido capaz de hacer toda esta
maravilla –Se rió.
–Princesa, ¡siempre menospreciando tu talento, eh! ¡Claro que
lo has hecho tú!, ¡lo has hecho tú solita!, pero… creo que… –
Parecía que le costaba trabajo decirlo, pero sólo por lo
emocionado que estaba de su hallazgo –Creo, pienso que, una
vez inventado o recreado, como quieras llamarlo –Hablaba casi a
borbotones y daba vueltas mirándolo todo, escudriñando el lugar
–Toda esta belleza continúa existiendo por sí sola ya. ¡No se
extingue!, ¡se perpetúa!, quizás... ¡eso es, sí!, ¡quizás en otro
espacio paralelo! –Yo lo miraba ya con la boca completamente
abierta, intentando procesar lo que me estaba diciendo – ¡Eso es,
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La mano de Michael
exactamente!, creamos un lugar, con nuestra imaginación, pero
éste queda ahí, tal vez, incluso, puedan verlo y disfrutarlo otros.
– ¿Otros?, ¿qué otros? –Pregunté, ya en pie dando las mismas
vueltas que él.
–Eso..., no lo sé, ¡aún!, pero dame un poco de tiempo y lo
averiguaré. ¡Eh, por cierto!, ¿te importaría quitar los pájaros que
tenemos justo en lo alto?, haz que vuelen por otro sitio o algo así…
por favor –Miré hacia arriba.
– ¿Temes que te pongan un huevo encima? –Me reí con ganas.
–Querida Sara, los pájaros no ponen huevos mientras vuelan,
pero si estoy en lo cierto y tienen vida propia… podrían
mancharnos la cabeza y a ti la cara si sigues mirando hacia
arriba y, sobre todo, cierra la boca mientras estén por aquí, puede
resultarte muy desagradable si ellos se te… ¡ya sabes!… –
Inmediatamente, hice volar los pájaros a cierta distancia nuestra.
– ¡Gracias!
– ¡Lo mismo digo! –Contesté, sintiéndome un poco ridícula. Lo
notó y se rió de mí por lo que le di un ligero empujón.
–Sara, creo que estoy en lo cierto con respecto a lo que te he dicho
antes, esto adquiere vida propia –Su tono de voz cambió.
–Pero…has hablado de otros, ¿qué otros verían esto o la playa o
la pista de baile?
–No lo sé, pero si los lugares adquieren vida propia ha de ser por
algún motivo y creo que es por ése.
– ¿Para otros?, ¿se quedan aquí para otros?
– ¡Sí!, al menos eso pienso.
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La mano de Michael
– ¿Pero qué otros, Michael? Aquí sólo estamos tú y yo.
– ¡Sigue hablando Sara, eso me hace pensar!
– ¡A ver! en el supuesto caso de que vinieran otros, ¿cómo es
que disfrutarían de lo que nosotros hemos creado? –Michael
daba vueltas y yo ya hablaba sólo para mí, sin reparar, casi, en su
presencia –Ellos tendrían que crear también sus propias fantasías,
sus propios mundos, ¡o cómo se le pueda llamar a esto!, como
hemos hecho nosotros.
– ¡Mundos paralelos! –Le oí decir, sin prestarle, por mi parte,
aparentemente mucha atención. Pero aquella frase se quedó dando
vueltas en mi cabeza, como la dábamos nosotros sobre la hierba
uno tras el otro.
– ¡Mundos paralelos!, ¡mundos paralelos! –Repetía yo.
–Si es así, también nosotros podríamos ver los lugares que han
imaginado otros, que están viviendo otros –Una terrible idea cruzó
mi mente y, asustada, cogí a Michael por los hombros – ¿Y si es así?,
¿y si hay esos mundos paralelos y nos encontramos con alguno?
-¿Vas a sufrir un ataque de ansiedad estando muerta?... ¡que cosas
pueden llegar a pasar! – Ni reparé en su broma, seguí hablando
histérica.
- Si esto, según tú, queda para alguien, lo que hagan otros quedará
también para nosotros, y… ¿si son almas malas, Michael?
–Entonces… ¡sacaré mi espada y te defenderé, princesa!
– ¡Vamos, no bromees!, ¡hablo en serio! ¡Podríamos encontrarnos!
¿No?
– ¡Quieres tranquilizarte!, a ver, reflexionemos, ¿almas buenas y
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La mano de Michael
malas juntas?, o sea, algo así ¿como el cielo y el infierno en un
mismo lugar?
– ¿Crees en el infierno?
–Digamos que en lo que no creo es en llamas ardientes, pero
claro, quién sabe si Dios en su infinita misericordia, es para
esas almas para las que permite que dejemos recreado todo
esto, quizás es eso lo que nos diferencia de las almas impuras,
que no son capaces de recrear nada por ellas mismas –Me miró, sin
inmutarse.
– ¿Te estás burlando de mí? –No pudo evitarlo, él era así.
– ¡Es que pones una cara de susto que!… ¡venga!, sólo ha sido
una broma tonta por mi parte- Se disculpó, pero se rió igualmente.
– ¡Está bien!, ¡te perdono y no me importa! –Contesté de forma
rápida, sólo por decir algo, pues lo que realmente me importaba era
otra cosa – ¡Pero dime qué piensas de verdad! –Creo que aún
mantenía mi cara de susto.
– ¡Eh, tranquila, mi niña! No sé cuál es la verdad, la naturaleza
de todo esto aún. Pero lo que sí creo, firmemente, es que no nos
ocurrirá nada malo aquí –Cualquier amago de pánico quedaba
mitigado por su voz.
–Pienso que esto es un viaje, un hermoso viaje y que sólo
tendremos esta oportunidad para disfrutar de él, así que…
¡hagámoslo!, disfrutemos mientras podamos y ya iremos
resolviendo cosas según vayan viniendo, ¿de acuerdo? –Yo dije
que sí, pero sabía que él sólo lo decía para tranquilizarme, que en
su cabeza había algo más y que no dejaría de darle vueltas hasta
que lo hubiese resuelto y, aunque consciente de ello, eso,
también de alguna forma me tranquilizó. Su forma de ser, de encarar
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La mano de Michael
las cosas, transmitía, sin pretenderlo casi, seguridad y quietud.
Junto a él, por primera vez comprendí y sentí, eso que tantas
veces había oído decir, “que las cosas sólo tenían la importancia
que uno quiera darles”.
– ¿Preparada para mi sorpresa? –Nuevamente, nada de lo pasado
tenía ya importancia.
– ¡Claro! –Contesté, olvidada ya por completo de los te- mores que
momentos antes me habían invadido, de las preguntas que me
había hecho a mi misma sobre lo que podría suceder o no. Y sólo
me importó el momento, lo que estaba sucediendo.
–Por favor, cierra tus hermosos ojos y no hagas trampas, no los
abras hasta que te lo diga.
– ¡No los abriré!
– ¡Buena chica!
– ¡Tu tampoco estás mal! –No me hizo falta ver su cara para saber
su expresión de complacencia.
– ¿Lista? –Y otra vez, como en la anterior, noté a través de mis
párpados, que la luz del día se esfumaba dando paso a la
oscuridad.
– ¡Lista!
– ¡Abre los ojos!
– ¡Dios mío! –Continuábamos en “mí l u g a r ”, como él lo
llamaba. Lo había convertido en noche. Un sinfín de estrellas,
como jamás había visto, decoraba el cielo junto a una gran luna, tan
blanca y redonda, que parecía una gigantesca perla que convertía
al río, con su luz, en un manto plateado. En el agua, había una
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La mano de Michael
pequeña barquita.
– ¡Ven, subamos a ella!
– ¡Es…no sé!, todo esto que has recreado es bellísimo, Michael,
¡gracias! –Le di un abrazo y subimos a la barca.
– ¡Espera, porque aún no has visto nada, niña!– Comenzó a
remar con suavidad, mientras el bello paisaje nos acompañaba.
Cada vez nos alejábamos más de la luna y la oscuridad se iba
haciendo más profunda. Llegó un momento en que aquella
inmensidad nos envolvía en su oscuridad y me inquieté.
–Michael, ¿no nos estamos alejando demasiado?
– ¿De dónde?, recuerda que nunca nos movemos del sitio.
– ¡Es verdad!, esto también es cosa tuya.
– ¡Exacto!, así que abre bien los ojos y disfruta del paseo, princesa –
Apenas se veía nada, pero sí lo suficiente para ver que el río se
estrechaba tanto que parecía que íbamos a meternos de lleno entre
los juncos. Remó con más fuerza, cogió impulso y abrió los remos
moviendo con ellos la maleza que crecía en los bordes del agua. Me
que- dé sin palabras, lo que estaba ante mis ojos iba más allá de lo
que nunca hubiera imaginado al pensar en la belleza que la
naturaleza podía ofrecernos. Miles de luciérnagas batieron sus alas
ante el movimiento de los remos. Jamás había visto una luz igual;
brillantísima y fugaz a la vez, como bombillitas que se encendían
y explotaban en un instante. Aquella luz, que no cesaba de nacer y
morir, de forma intermitente, nos iba iluminando el camino.
– ¿Te gusta? –Su cara estaba tan inundada de luz como de
emoción. Era igual a la de un niño que entrega un regalo y espera
impaciente a que lo abran. Aquella expresión me cautivó aún más
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La mano de Michael
que las luciérnagas.
– ¿Gustarme?, ¡todo esto va mucho más allá de gustar- me!,
¡estoy maravillada, alucinada por completo!, ¡esto es bellísimo!
parece que... ¡que estoy dentro de un hermoso cuento!
–Es que ése es tu lugar, un cuento, es el sitio por naturaleza
para una princesa, por eso a veces te llamo así.
– ¡Michael, eres! … ¡no tengo palabras para decir como eres!
–No te preocupes, ya sé como soy, ¡soy normal!, pero me gusta
rodearme de belleza y, a ser posible, compartirla.
-Y eso hicimos, compartimos lo hermoso del paseo. El aire era
una suave brisa que nos acariciaba y hacía moverse apenas las hojas
de los árboles. Podía respirarse la paz, la armonía. El comenzó a
tararear, una vez más, aquella canción que me empezaba a
resultar familiar, pero que no era capaz de recordar.
– ¿Podrías cantarla en vez de tararear la música y así me sacas de
dudas? –Pensó un poco antes de hablar.
–Aún no, primero he de disipar yo las mías al respecto, el por qué
no dejo de recordar esta canción. Parece que la tuviera puesta en
la cabeza con un tornillo bien apretado –Lo dijo extraño y algo
nervioso, eso ya lo había observado cada vez que sacábamos aquel
tema, se ponía nervioso y titubeaba al hablar, casi tímido, diría yo.
Se recostó sobre la barca y guardó silencio, yo hice lo mismo y
estuvimos así largo rato, disfrutando de aquel cielo que había vuelto
a platear el río por la gigantesca luna.
Regresamos al lugar de partida, a “mí lugar” y había vuelto a
ser de día. Se bajó con celeridad de la barca y fue a ver los
pequeños capullos.
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La mano de Michael
– ¡Han abierto!, ¡han abierto casi todos! –Gritaba y saltaba a la
vez.
– ¿En serio?
– ¡Ven a verlos tú misma, mujer incrédula llamada Sara!
–Efectivamente, prácticamente todos ya eran unas pequeñas
florecillas que estaban creciendo sin mi gobierno, sin mi deseo.
– ¿Qué crees que ocurrirá ahora, Michael?
– ¡Nada!, sólo hemos observado algo y ahora esperaremos.
– ¿A qué?
A que cambie algo más, seguro que tiene que haber otro
cambio y eso nos dará más pistas. Pero, de momento seguiré
meditando sobre esto, me apasiona resolver misterios... ¡soy así! Ten
paciencia y ya veremos qué ocurre y, sobre todo, quédate tranquila,
no olvides que estamos en Terreno Sagrado y nada malo puede
ocurrir aquí.
–Tienes razón, ¿qué mal nos puede dañar en este lugar? –Dije
aquello, refiriéndonos al tema del que estábamos hablando, pero no
pude evitar pensar en “sus pesadillas”, porque ésas sí podrían
dañarnos o, al menos, así parecía.
– ¿En qué piensas, Michael?
–Pensaba en mis hijos –Al escuchar aquellas palabras, algo me
sacudió por dentro, como un fuerte puñetazo, pero sin dolor, fue
algo extraño a lo que, entonces, no encontré sentido. Por otro lado,
estuve a punto de decirle que los vi en televisión, en su funeral, que
su hija era preciosa y que dijo unas palabras bellísimas y cargadas
de amor sobre él, sobre su querido padre, con las que conmovió
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La mano de Michael
al mundo entero. Pero ya que Michael no había sacado el tema,
preferí callarme y esperar a que él me preguntase –Sé que en todo
este tiempo, no ha dejado de rondar algo por tu cabeza, el por qué no
te he preguntado nada sobre mis hijos, mi familia, mi entierro
– ¡Es cierto!
–Porque tal vez, simplemente lo sé. Mis hijos me amaban tanto
como yo a ellos e imagino que habrá sido un golpe devastador y
no quiero escuchar lo que ya en mí es una herida punzante.
¿Sabes?, mi vida siempre fue un equilibrio difícil de mantener y sólo
con la llegada de mis hijos encontré la armonía, el motivo de mi
vida. Abrir los ojos en la mañana y verlos, ver sus hermosas caritas,
ya era suficiente para ser feliz. Ellos se convirtieron en el motor
de toda mi existencia.
Yo siempre he sido un hombre fuerte, aunque, como todos,
también he necesitado un respiro, un tiempo de aislamiento
porque también he sufrido mucho, te lo digo desde lo más profundo
de mi corazón, he llegado a sufrir inhumanamente. Pero mis padres
me educaron en la fortaleza, me enseñaron a superar cualquier cosa
con fuerza, amor y la fe en Dios, y creo haber demostrado en vida que
aprendí esa bendita lección porque, pese a todo, me he mantenido
en pie. Pero hay algo para lo que nadie puede prepararte, para ver o
saber del sufrimiento de los hijos ni de tus seres queridos, pero sobre
todo de los hijos, de mis hijos… ¡les echo tanto de menos! No quiero
saber de eso, no querría saber y aún así… lo imagino y eso hará que
me hunda, ¡lo sé!, y es inútil enfrentarme a tanto sufrimiento.
Puedo asegurarte que lo único que sé es que me sumergiría y
de donde no podría salir. Prefiero mantenerme firme para ellos,
porque no sé… si quizás, en algún momento, desde aquí pueda,
de alguna forma, volver a estar a su lado, volver a verlos, a
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La mano de Michael
protegerlos… ¡tengo aún tantas preguntas sobre este lugar! Pero
si hay esa posibilidad, no quiero perderla. Porque ellos son todo
para mí. Los hijos son ésos que siempre se quedan con nuestros
corazones.
Estoy haciendo un terrible esfuerzo para mantenerme con
fuerzas una vez más, la más importante de todas. Soy bien
consciente de que ahora habrá un sinfín de especulaciones
sobre mí, que tendrán que oír cosas terribles. Sé que dejo atrás a
muchas miles de personas que me llorarán y su llanto y sus
palabras les servirán de consuelo, pero las cosas malas que dirán,
que inventarán… ¡serán demasiado malas! Así que mejor no saberlo
o perderé mi fuerza para ellos –Era una fe conmovedora la que
asomaba a sus ojos y a sus palabras, y comprendí que había que
tener mucho valor para no hacer preguntas, preguntas de las
cuales él sabía que yo tenía algunas respuestas. Evidentemente,
era un hombre de firmes decisiones.
Cada vez lo admiraba más. Yo no hubiera podido tener aquel
valor, yo hubiera terminado cediendo y preguntando y, seguramente,
habría perdido mi batalla. Pero él no, y yo sabía que en el fondo sólo
se sentía un hombre destrozado, sólo eso, pues bien sabía la verdad
de lo que ya estaba sucediendo con su nombre. Pero aún así,
sacaba fuerza y coraje. Me invadió un abrumador sentimiento de
amor hacia su persona, hacia su incierta pero férrea voluntad de
volver junto a sus hijos, su familia… ¡quién sabe cómo ni si sería
posible! Pero yo no podía cuestionarlo, sólo admirar,
profundamente, su amor y su fe.
Me sentía consternada, pero oí su voz preguntándome con
calidez, tal vez para sacarme de aquel estado.
– ¿Tenías hijos?
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La mano de Michael
– ¡No! –Fue una respuesta casi precipitada, pues no lo recordaba en
absoluto. La existencia de mi hijo Manuel, al que tanto amaba, él, que
era el único motivo de que yo estuviese allí, se había borrado de mi
memoria. Pero cuando respondí, sentí un vacío en mi interior y no
supe por qué.
– ¡Lástima!, creo que te has perdido un gran sentimiento, el más
grande de todos, pues no se ama a nada como a los hijos.
Ya te he dicho que desde que los tuve en mis brazos, sentí que vivía
para ellos, que ellos eran el sentido verdadero de mi existencia como
ser humano, el artista era el otro lado de la moneda.
El recuerdo de mis hijos siempre está en mi cabeza, pero también el
de aquellos niños que ayudé y, sobre todo… – Se quedó callado y se
dio un débil puñetazo sobre la pierna. Comenzó a llorar, con la
cabeza casi hundida en las rodillas. Lloraba sin apenas emitir
sonidos, el agitado y entrecortado movimiento de su cuerpo era el que
delataba su llanto. Intuí que no debía decir ni una palabra, que él
sólo proseguiría, pues necesitaba soltar aquello que lo atormentaba
en aquel momento. Y así fue.
–Había… ¡hay tantos niños a los que pude ayudar y no lo hice!
–Tú solo no podías hacer más de lo que hiciste, no dependía de ti
arreglar el mundo.
– ¡Lo sé!, pero… ¡si hubieras visto sus caras!, ¡estaban tan
desvalidos, tan necesitados de todo, tan de absolutamente todo!
–Los he visto en la televisión y si, es espantoso y cruel.
– ¡Pues imagínate lo que es tenerlos entre los brazos!
– ¡No creo poder imaginar eso! ¡Pero hiciste mucho por muchos!,
ya te lo dije, ¡fuiste un buen hombre, Michael! –Tratando de sonreír,
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La mano de Michael
se limpió las lágrimas a manotazos.
–Es fácil ser bueno cuando la vida te sonríe y te da medios
para serlo.
–Y también cuando te da las ocasiones y éstas… ¡las buscaste
tú!, ¡eras tú el q u e iba a los hospitales!, ¡el que viajaba a
esos países donde vistes esos rostros!, ¡el que organizó un sinfín
de cosas para ayudar!, un hombre que de verdad se miró en el
espejo, que hizo lo que predicó tantas veces, ¡socorrer al prójimo!
¿Quién se menosprecia ahora?, ¿por qué restas valor a la labor
que hiciste, a tu filantropía?
–Porque podía haber hecho mucho más. Toda mi vida la dediqué
a hacer algo más importante, más grande y mejor que lo que hacía
y, al fin y al cabo, es sólo en ayudar, en dar, donde se logra hacer lo
importante.
– ¿Y dudas que lo hicieras?
–Ya te he dicho que lo que lamento es no haber hecho más,
mucho más.
– ¿Por qué esa obsesión? –Miró hacia la distancia, miró hacia sus
recuerdos.
–Quizás por todo lo que me faltó de pequeño –Era obvio que
aquellos recuerdos los tenía clavados en el alma.
–Pero… ¡a ti no te faltó nada de niño!, al menos no desde que
comenzaste a actuar, a trabajar duro, eso lo sé- Agarró mi mano a
modo de confirmación de mis palabras
– ¡No!, no me faltó nada, siempre tuve cosas, siempre me daban
cosas, pero quizás… ¡las equivocadas!
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La mano de Michael
–Pero de las que te dieron, tal vez fueran las que hicieron de ti un
genio. Tu mismo lo dijiste.
–Es cierto lo que te dije entonces y también lo es lo que te
digo ahora, tuve cosas materiales y me enseñaron la constancia y el
esfuerzo. Y las cosas importantes se consiguen así, con
constancia, y el triunfo llega con el esfuerzo continuo y así lo he
aplicado siempre desde mi primer paso de baile, mi primera
canción.
– ¿Entonces?
– ¡Entonces creció el artista, pero no el niño! –Aquella frase fue
muy dura y el momento también lo era. Fue cuando lo
comprendí todo, cuando logré entender al hombre y al niño que
no fue. A que él se llamase a sí mismo en vida, Peter Pan.
–Gasté mucho, demasiado en… ¡pero no sólo lo hice para mí! –
Gritó, casi enfurecido –Perdona, no he debido gritar, si me
disculpas quiero dar un paseo, necesito estar solo.
–Claro, ¡pero no te alejes demasiado! –Me sonrió con aquella
sonrisa dulcísima que parecía iluminarlo todo de repente.
–No lo haré… ¡mamá! –Bromeó sin ganas detrás de mí.
–Estaré aquí mismo, de todas formas, ¿dónde podría ir?
–Estaba muy triste y conmocionada de haberlo visto en aquel
estado, siempre es duro ver llorar a un hombre.
Miraba el agua, pero sólo podía ver en ella el rostro de él. Aquella
frustración que, a todas luces, había arrastrado toda su vida. No
quería seguir viendo aquella imagen. Aparté mi vista del río y
miré hacia los lirios. ¡Qué hermosos eran! y…, que simples a la
vez. Que sencilla toda su existencia. Pensé que la vida debería de
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La mano de Michael
ser así, como la de los lirios, nacer, procrear y sólo darse para los
demás con su belleza y, así, satisfechos de su labor en la tierra,
morir – ¡Morir! –Dije, en voz alta. Y me sentí estúpida, pues al fin
y al cabo, de alguna forma, ya éramos similares a los lirios, pues
ni siquiera ellos hacían lo que querían, lo que tenían previsto y
para lo que habían nacido. En la mayoría de los casos, su existir
culminaba cuando el hombre lo decidía. Sólo hacía falta una mano
aniquiladora y todo terminaba para ellos antes de lo previsto, cómo
para nosotros. Era el mismo símil, el mismo ciclo. Siempre hay
alguien o algo que te trunca el camino. Y otros se mueren y
desaparecen de tu vida antes de marchitarse, simplemente, se
marchan solos antes de tiempo, dejándote un hueco que nunca
consigues rellenar. ¡Ah, ésos, sin duda, son los mejores lirios!,
porque son los que siempre recuerdas con la frescura y la belleza
de la vida en su plenitud.
Al pensar esto así, al fabular en soledad, no podía evitar
reflexionar sobre aquella elucubración, aquel símil entre los lirios
y las personas se debía al recuerdo de mi amada amiga Ana
Rosa… ¡se fue tan pronto!, pero se fue fresca, bella y llena de
amor. Ella es uno de esos lirios que nunca se marchitarán, ¡jamás!,
ese fue su más bello regalo, su legado para nuestro recuerdo,
aunque el alma del ser humano… no se conforma con eso. Este
tema tampoco dejaba de dar vueltas por mi mente, pero no
quería sumir a Michael en mis tristezas, mis miserias internas y
recordarle, aún más, a sus seres queridos. Pero había una
pregunta que me inquietaba y no podía compartir con él,
¿volveríamos a ver a ésos que se marcharon?, ¿volvería yo a abrazar a
mi lirio, Ana Rosa?, ¿y a mi lirio Pepe, mi novio que murió con sólo
cuarenta y seis años?, con la misma edad que yo, una curiosa
casualidad, pensé, pero no quise darle mayor importancia, y
regresaron a mi recuerdo ésos que tanto amé también, mi padre,
117
La mano de Michael
mi abuela… Algo me decía que estaban en el túnel, esperándome
y, de alguna manera, no haber seguido avanzando por él me hacía
sentir culpable, como si les hubiese dejado de lado cuando, en
verdad, ¡deseaba tanto, tanto volver a verlos! Intuí que tenía que
haber sido muy fuerte y poderosa mi razón para no avanzar, pero
todo eran, solamente eso, elucubraciones. Respiré hondo, para no
martirizarme más, pero sus rostros no dejaban de danzar ante mí
– ¡Mis lirios! –Dije, con ternura – Ahora nosotros, también somos los
lirios de quienes nos querían –Fui a tocar uno y todo desapareció,
una vez más, como por arte de magia.
Me encontré, nuevamente en un lugar diferente, en una especie
de teatro, pero más pequeño. Había un escenario para
actuaciones y, tras él, una gigantesca pantalla de cine con muchas
y confortables butacas dispuestas para ver la función. ¿Dónde
estaba? Me giré y vi algo muy extraño que, de inmediato, llamó
toda mi atención. Detrás de las butacas, también mirando de
frente al escenario, las paredes eran cristal y tras ellas podían
verse unas camas. Cada una estaba dispuesta en pequeñas y
separadas habitaciones. Me acerqué, las camas no eran camas
normales, estaban articuladas, eran camas y habitaciones
preparadas para enfermos; había cables, tubos, mesitas
dispuestas con todo lo necesario para atenderlos, monitores para
el control del ritmo cardíaco y la tensión arterial, y esas pequeñas
botellas de plástico, cuadradas y llenas de oxigeno liquido, que se
ven en las cabeceras de las camas de los hospitales, y también grandes botellas. Me fijé en algo más sorprendente aún, todo tenía
una decoración infantil. Osos de peluches, muñecas, nubes y
estrellas dibujadas en los techos. Mi corazón se encogió al
comprender que aquello era para niños enfermos. ¡Dios!, ¿dónde
estaba y por qué? ¿Me habría sumergido en una pesadilla?, ¿pero,
cuál?, todo aquello no tenía ningún significado para mí,
118
La mano de Michael
entonces, ¿qué hacía yo allí?
Tenía que seguir buscando respuestas, vi una puerta y la abrí, ésta
daba a un inmenso salón tan vacío como magnífico. Suelos, techos,
paredes, casi todo decorado y hecho en buena y pulida madera, lo
que indicaba que estaba en una gran mansión. La recorrí un poco,
era inmensa y todo estaba igualmente vacío, por lo que supuse
qué la planta de arriba también. Allí no había nada que tuviera
que ver conmigo, así que decidí salir al exterior. Cuando abrí la
puerta, sencillamente, no podía creerlo. Enseguida reconocí el
jardín en forma de reloj. Estaba en la que había sido la amada casa
de Michael, donde él había creado su propio mundo. ¡Estaba en
Neverland! Caminaba por los jardines y me encontré con el
increíble parque de atracciones. Había desde una noria hasta un
bello carrusel, un maravilloso tren rojo, de tamaño real, que
seguramente recorrería todo el rancho, e incontables atracciones
más. Era hermosísimo y pensé que Michael lo había preparado
para mí, sí, era otra bella sorpresa. Así que lo busqué mientras lo
llamaba por su nombre, pero no obtenía respuesta alguna, todo
estaba demasiado silencioso, comencé a inquietarme y a llamarlo
con más fuerza. Nada, no me respondía y parecía no estar allí.
Estaba tan convencida de que aquello lo había recreado para mí
qué, aunque inquieta, decidí esperar a que apareciera montado en
un elefante o algo así, cualquier cosa nueva y diferente tan típica
en él, recordé el elefante que le había regalado su queridísima
amiga Elizabeth, y me convencí, más aún, de que bien podría
aparecer sobre él.
Me senté en el borde del carrusel, pasaba el tiempo y él no venía.
Los caballos de colores, que antes me habían parecido tan bonitos,
ahora comenzaban a no gustarme tanto, la expresión de sus bocas
relinchando me hicieron levantarme y apartarme de ellos con
celeridad. Aquella quietud en todo, aquel silencio comenzaba a
119
La mano de Michael
asustarme cuando oí que algo se movía detrás de mí. Miré y, entre
las atracciones, observé una caja de madera completamente
cerrada, no tenía puerta, sólo unos barrotes, en la parte superior,
que la circundaban. Era grande, como de metro y medio de alto y
otro tanto de ancho. Algo se movió dentro. Sabía que Michael había
tenido muchos animales en el rancho, por eso me acerqué con
cautela aunque estuviese encerrado. Me asomé un poco por los
barrotes, pero no pude ver nada, en verdad, había guardado mucha
distancia para poder ver algo. Me acerqué más. Cuando acerté a
ver lo que había en su interior… Neverland desapareció de
repente, dando paso a un lugar vacío y abrupto. Prácticamente la
nada otra vez, el sentimiento de soledad casi podía tocarse y un frío
lo inundó todo. Corrí, en un vano y desesperado intento, a arrancar
los barrotes – ¡Dios, Michael!, ¿qué haces ahí? –No podía creerlo y
quería sacarlo de allí cuanto antes, pero esta vez él tampoco me
dejó pistas. ¿Qué podía significar haber visto Neverland y luego a él
encerrado en una caja? Algo me decía que esta vez no había
conexión alguna entre ambas visiones, ya que yo no lo había tocado
ni tan siquiera visto, por tanto, no podía haber estado en su
pesadilla hasta ahora. Entendí que la verdadera era ésta, luego
entonces… ¿qué sentido tenía haber estado yo en la casa que
había sido su hogar, su sueño y su esfuerzo hecho realidad?, ¿sería
posible que hubiera ocurrido sin haberlo tocado?, allí era todo tan
diferente y cambiante que bien pudiera ser qué fuera así esta vez,
¿quién podría saberlo?, de ahí que mi tentativa por comprender
más fuera inútil, a s í que no quise pararme ni a intentarlo. Sólo
me preocupaba él y ver qué podía hacer por comprender, no las
miles de preguntas que habían invadido, inútilmente, mi cabeza,
sino el significado, sólo y exclusivamente de lo que veía en ese
instante, de lo que me rodeaba, allí era donde podía estar la
clave.
120
La mano de Michael
La verdad es que la situación era la más penosa y lamentable
de las que le había visto, la frustración y la desesperanza era lo
que esta vez rebozaba en su expresión. ¡Dios, cómo me dolía
verlo así! – ¡Estoy aquí!, ¡estoy aquí contigo!, ¡a tu lado!, ¡no voy
a dejarte, no me iré!, ¿de acuerdo?, ¡Michael!, ¡Michael, haz algo
si me oyes, haz cualquier cosa que me diga cómo ayudar- te!,
¡estoy aquí!, ¡mírame, estoy contigo!, ¡voy a sacarte de ahí!, ¡lo
haré cómo sea! –Le gritaba golpeando los inamovibles y duros
barrotes hasta hacerme daño en las manos. Era inútil mi
esfuerzo, por lo que hice mías sus palabras, “hay que esperar
a que cambie algo más, seguro que tiene que haber otro cambio y
eso nos dará más pistas”. Esperé unos minutos que fueron eternos,
pero también fue en vano, no pareció oírme, no había cambio
alguno, no había nada en absoluto, sólo él dentro de aquella
terrorífica caja. No lo dudé más, sabía que sólo podía ayudarlo de
una forma, tocándolo. Metí la mano por entre los barrotes y casi
rocé su cara, pero él, en un rápido movimiento, se apartó. Volví a
intentarlo varias veces, pero se deslizaba hacia otro lado una y
otra vez. Me recordó a un pajarito dentro de una jaula cuando
metes la mano para echarle de comer. “A que cambie algo más,
seguro qué tiene que haber otro cambio y eso nos dará más
pistas”. ¡Ese era el cambio del que me habló! Efectivamente,
había cambiado algo, comprendí ¡que aquella era su casa, que
aquella caja era su hogar! ¿Pero, por qué?, eso era sin duda algo
inhumano, Michael estaba sufriendo y yo no hacía nada para
remediarlo. Y de continuo comenzaron a llegar hasta mis oídos el
murmullo de voces, rumores apenas, que no podía des- cifrar. ¡Sí!,
tal y como él me dijo, las cosas cambiaban y éstas nos daban
pistas, ¿pero, qué pistas? Lo necesité más que nunca, necesitaba
que hubiera estado allí, ya que sin lugar a dudas él lo hubiera
resuelto, yo en cambio…no podía hacer otra cosa, salvo esperar.
121
La mano de Michael
Me desesperé, lloraba en silencio por si acaso él pudiera oírlo de
alguna forma. Luego, la rabia y la frustración me atraparon, ni podía
ni quería mirarlo encerrado allí como un animal o como el débil y
frágil pajarillo que me había parecido. Por no darle a la caja y
asustarlo, di, cuanto pude, patadas al suelo y al aire, ya que no
había otra cosa a las que dárselas. Añoré el carrusel que tanto
me asustó, ¡con cuanto gusto hubiera pateado yo a aquellos
caballos que figuraban relinchar! Lo maldije todo, los caballos, la
caja y mi impotencia y caí de rodillas vencida a la realidad de
qué… ¡esta vez no podía hacer nada, nada en absoluto! Y las
palabras de Michael, cuando él me ayudó a mí a superar que el
titanio de mi espalda me impedía bailar, volvieron, como una
revelación, a mi cabeza. “¡eh!, mujer llamada Sara, también recé
hasta el agotamiento, el resto sólo lo imaginé”. Pero yo no era
capaz de imaginar nada, mi cabeza parecía estar hueca del todo,
así que sólo se me ocurrió y necesité hacer una cosa… rezar. Allí,
de rodillas ante Dios, me sentí más vulnerable que nunca –
¡Padre, esta vez, no te enorgullezcas de mí! ¡porque he
fracasado! ¡Señor, permíteme hacerle algún bien!, ¡ayúdanos,
porque no sé lo que hacer, sin Ti y sin él!…
A tu sabiduría encomiendo nuestras almas y te ruego extiendas tu
mano sobre Michael. ¡Amén! –Me quedé así, no sé qué tiempo,
hasta que la voz de un hombre joven salió de algún lugar inconcreto,
porque se oía por todos lados. Corrí hasta la caja, en un intento
absurdo de proteger a Michael de no sabía qué, por lo que tampoco
sabía bien a qué lado de ella ponerme, así que la fui rodeando con
mi cuerpo de frente a modo de escudo, por todos lados y mirando
hacia todas partes. Pero aquella voz no sonó amenazadora en
absoluto, sino todo lo contrario, sonó con un tono de
arrepentimiento y podría haber jurado que de humillación al
dirigirse a Michael.
122
La mano de Michael
-¡Hola, Michael! –Michael, al oír aquella voz, reaccionó de
inmediato asiéndose a los barrotes y acercando su cara a ellos y
con sorpresa y una evidente emoción, le contestó.
-¡Hola! – ¿Qué estaba pasando allí?, ¿de quién era aquella voz que
pareció sacarlo de su estado?, no tenía ni idea, pero entendí que
era algo entre Michael y… aquella voz, fuera de quién fuera, por lo
que me alejé, eso sí, sólo un poco, pues aún no me fiaba del todo,
pero decidí dejarles intimidad para hablar.
-¡Michael!... ¡te suplico que me perdones!, ¡que perdones el
silencio que he guardado hasta ahora!
-¡Tranquilo, ya no hay nada que perdonar!
–Sé el daño que te causé, pero… ¡era demasiado joven!
-¡Sí!, demasiado para todo aquello, siempre me preocupó como
te afectaría a ti ver la avaricia, la maldad tan de cerca, lo que es
capaz de hacer alguien, y más aún un padre, por dinero, algo tan
vil como… ¡pero no importa!, entiendo que es la otra cara de los
hombres, que a veces sale sin que se den cuenta del daño que
causan. Esas cosas también forman parte de la naturaleza humana y
no se puede hacer nada al respecto, hasta que el hombre evolucione
más.
– ¡Debí hablar mientras estabas vivo!, ¡pero… las circunstancias y… bueno, ya sabes cómo eran!, ¡no me dejaron, no
me permitieron decir nada!, y yo… ¡me limité a callar y después…
me obligó a callar mi propia vergüenza!
– ¡Chisss!, ¡lo sé, lo sé bien!, siempre lo he sabido y has estado,
por mí, perdonado de antemano.
– ¡Te hice tanto, tanto daño con callarme!, ¡con no haber gritado la
123
La mano de Michael
verdad, entonces!, ¡sé que también me han criticado duramente
por ello, esa es sólo parte de mi carga y el resto trataré de asumirla,
de soportarla! – Michael, agachó la cabeza emocionalmente
hundido, quizás por los recuerdos pero, aún así, añadió.
– ¡Tú no eras más que un niño!, y un niño, por naturaleza es
humilde y… ¡la verdadera humildad siempre pasa inadvertida!, eso
tampoco es culpa tuya –Entonces, comprendí de quién y sobre qué
trataba aquella conversación, ¡del todo espiritual, casi mística! Y se
hizo aún más patente el frío calando hasta mis huesos. Sin duda
alguna, la verdadera humildad de la que hablaba Michael, residía
en él mismo. No sólo era capaz de perdonar, de comprender y
excusar los errores humanos, sino que era capaz de sentir lástima
de aquéllos que habían sido sus adversarios, sus aniquiladores casi.
Aquél era, quizás, el mayor rasgo que como ser humano había
tenido. Una de esas gotas, con la que Dios lo bendijo, a destacar en
él.
– ¡Te prometo que ahora lo haré público!, ¡diré toda la verdad y
todas las mentiras que hubo sobre ti, limpiaré tu nombre, me
retractaré, lo juro, Michael!
– ¡Gracias! – Dijo, lleno de una emoción que sonó a lamento y a
paz, como cuando se exhala un fuerte suspiro de ésos que te
reconfortan el alma.
– ¡Adiós, padre!, porque eso es lo que recuerdo de ti, ya que tu
trato y cariño sólo fueron como los de un padre, aunque con mucho
más respeto y amor del que nunca he vuelto a tener.
– ¡Gracias otra vez! Eso te honrará toda tu vida y a mí me dará
paz. ¡Te quiero, que Dios te bendiga y te sonría siempre,… hijo!
– ¡Señor, perdona todos mis pecados y haz que Michael descanse
124
La mano de Michael
en paz! –A continuación, y para mi sorpresa, oí que rezaba un
padrenuestro. Entonces, comprendí que aquella voz no estaba allí
realmente, que ni tan siquiera había conversado con Michael, que
había sido algo mucho más grandioso e increíble. Era una
oración hecha desde la tierra y que a Michael le había sido
permitida oír, seguramente, porque era lo justo y necesario.
Agradecí a Dios ser escuchada, su ayuda y su justicia.
Inmediatamente, la caja se pudrió, apenas me bastó rozarla para
que se deshiciese, en mis manos, convertida en cenizas. Aquella
caja era la recreación perfecta de un sentimiento de aislamiento,
de un hogar perdido, de una soledad impuesta y de lo que podía
haber sido una verdadera prisión. Pero al fin, había pasado y
yacía en el suelo dormido. Me envolví sobre su cuerpo y así, con
aquel gesto, lo llevé de nuevo a la blanca y hermosa casa de mis
sueños.
Volví a hacer lo que sabía que tanto le gustaba en vida, tanto que
apodó así a uno de sus hijos (manta), ya que decía que “una
manta era algo entrañable, familiar, que inspiraba cariño y confort”.
Y con toda mi ternura lo arropé entre la misma cálida manta que
la vez anterior. Sonreí y me sentí tranquila una vez más al tenerlo
allí, a salvo, quizás, porque con su sola presencia yo también me
sentía a salvo.
No obstante decidí, aunque me apetecía mucho hacerlo, no
salir a pasear, no quería apartarme de él más tiempo y me senté
en una mecedora, a su lado. Sentía su respiración tranquila y
deseé que estuviera soñando con algo bello, no me costó, dada mi
desbordante imaginación, presumir cual podría ser un bello sueño
para él: ¡volver a jugar en Neverland!, con sus hijos y los niños
enfermos, con ésos que acostumbraba a llevar al rancho para darles
un poco de alegría, un poco de fantasía y cariño a unas jóvenes vidas
125
La mano de Michael
marcadas por el dolor y, en muchos casos, el inminente final. No
pude evitar incorporarme un poco y mirarlo de cerca y comprender
así, que aquel ser, también marcado por una infancia diferente,
pero igualmente traumática, era, en todos los sentidos, merecedor
de llamarse hombre con mayúsculas. Por su superación, sus logros
y aquel amor que siempre intentó dar a los más necesitados.
También pensé que podría estar soñando que se encontraba en
Londres, estrenando el concierto para el que tanto se preparó.
No podía ni imaginar cuanto esfuerzo se escondería tras aquel,
aparentemente, frágil cuerpo y por todo el montaje que debía
de llevar un espectáculo así. Vi en televisión un trozo de uno de
los ensayos donde él bailaba y, ¡estaba espectacular como
siempre!… no pude remediar sentir una profunda tristeza por no
poder haber visto cumplido, convertido en realidad aquel sueño
con el que nos hubiera hecho vibrar y emocionarnos una vez más.
Pero el destino tuvo otros planes para él, no quiso que “This is it”,
se estrenase. Parecía, desde el nombre del espectáculo, hasta
sus últimas palabras en Londres, cuando dijo que “aquéllos
serían sus últimos conciertos y que lo decía absolutamente en
serio,” que bien podría haber sido un vaticinio de lo que iba a
suceder. Un escalofrío me invadió al pensarlo, pero he de
confesar que desde qué, me enteré de su muerte, lo asocié de la
misma manera que ahora. “This is it”… “esto es todo”... y,
trágicamente, así fue para él. Embebida en estos pensamientos, la
voz, como siempre amable y dulce de Michael, me sacó de ellos.
– ¡Eh, princesa!, ¡estás ahí!
– ¿Lo dudabas?
– ¡Lo deseaba!
– ¡Te dije que siempre estaría… siempre! – Me acerqué y le
126
La mano de Michael
acaricié el cabello.
–Ahora puedes tocarlo todo lo que quieras, ya no hay injerto
alguno, todo ha vuelto a ser mío.
-¿En serio? –Le di un pequeño tirón. Me miró en silencio.
– ¿En qué piensas?
–En que es cierto, siempre vuelves, siempre estás al despertar y
me gusta que sea así.
–Bueno, tampoco hay nadie más – Bromeé.
–Hubiera sido hermoso conocerte en vida, sé que también
hubieras estado ahí. Esas eran las cosas verdaderamente
importantes para mí, saber qué y a quién tenía a mi lado
sinceramente.
–Bueno, eso es común a cualquier ser humano. Todos
necesitamos saber con quién contamos, de verdad, en los malos
momentos, en los difíciles.
–Es cierto, pero para ti ha sido todo más fácil. Descubrir cómo
son en verdad las personas, qué los motiva y en qué piensan es
difícil, cuando siempre tratan de impresionarte o complacerte, no
por quién eres por dentro, sino por lo que has llegado a ser por
fuera.
– ¿Por qué crees que para mí todo ha sido más fácil que para ti?
¿Por qué no tuve granos y un padre que no dio mi infancia en pos
de mi madurez? ¿Por qué no tuve que pagar ese precio, de tanta
fama, como has tenido que pagar tú? ¿Sabes?, yo también he
tenido mis decepciones en la vida, también sufrí mucho, quizás
por causas distintas, pero sufrí.
127
La mano de Michael
– ¿Me estás riñendo?
– No, sólo protesto en voz alta por lo paradójico; yo hubiera
anhelado tu vida y al parecer tú anhelabas vivir como yo. Parece ser
que es inherente al ser humano desear tener lo que no tenemos y no
estar conformes con lo que nos ha tocado.
–Es una buena apreciación, Sara, pero un poco incorrecta. Tú no
anhelabas mi vida ni yo la tuya, sólo ambos anhelábamos lo que de
bueno tenía la vida del otro y nos faltaba en la nuestra.
– ¡Vaya!, ¡esa sí que ha sido una buena apreciación! Sin lugar a
dudas, mucho más acertada que la mía.
– ¡O no!, cada cual habla por sus convencimientos.
– ¡Pero tú has vivido tanto, Michael!, que, indiscutiblemente,
tienes más experiencias, infinitamente más experiencias que yo
en todo, quizás por eso es que casi siempre tienes razón, pero he
dicho ¡sólo casi siempre, eh!, quiero enfatizar esto último. Creo que
es por eso que me gusta oírte hablar.
– ¡Oírme hablar!, nunca ha sido fácil para mí hablar con una mujer
sin avergonzarme un poco, siempre he sido muy tímido.
– ¡Sí!, no sé por qué, pero siempre me has dado esa sensaciónIronicé
– ¿Ves como tú también eres sabia?
– ¡Claro que sí!, soy una mujer y la sabiduría la llevamos implícita.
–Estoy de acuerdo, total y absolutamente de acuerdo, tal vez es
por eso que siempre me he sentido un poco… como indefenso ante
vosotras y... quizás de ahí mi timidez.
– ¡Eso se llama miedo, Michael, no timidez! – Reí.
128
La mano de Michael
– ¡Sí, claro que sí!, bastante miedo, incluso ahora… – No
terminó la frase. Sabía, que una vez más, estuvo a punto de
decirme aquello que, cuanto menos, le inquieta hasta el punto de
hacerlo enmudecer. Algo me decía que tenía que ver con la canción,
con aquélla que, desde un principio, desde el momento que me vio
por primera vez, no dejaba de tararear y no se atrevía a decirme cual
era. Así, que traté de averiguarlo.
– ¿Qué es?
– ¿Qué es qué?
–Eso que has estado a punto de decirme en varias ocasiones y…
luego te callas. Puedes decírmelo, en serio, conmigo puedes
hablar de cualquier cosa.
– ¡Es cierto! y así lo siento, es… tan fácil hablar contigo. Creo
que no lo he hecho ya por… ¡no sé!, tal vez, en algún lugar de mi
subconsciente, si es que aquí tenemos de eso, aún siga
manteniendo esa timidez o..., ese miedo. Pero ¿sabes algo? –Se
puso de rodillas en la cama, pero con el cuerpo erguido, en pié –
Contigo y aquí ahora, en estos instantes, de verdad, me siento
totalmente libre, tan libre como jamás me sentí ni me atreví a
serlo y, puestos a ser sinceros, todos los instantes junto a ti han
sido verdaderos y diferentes.
– ¡Michael!, claro que han sido diferentes… ¡estamos muertos! –
Me tomó de la mano y me invitó a subir a la cama y ponerme
frente a él en su misma postura.
– ¿Muertos?, ¡es cierto!, ¡pero más vivos que nunca! –Una vez
más, noté que estaba frente al hombre y eso me asustaba, quizás
porque por desearlo lo temía al mismo tiempo. Sí, lo temía por
desearlo demasiado. Así que traté de cambiar de postura y
129
La mano de Michael
sentarme sobre mis piernas, mientras le lanzaba una sonrisa
fingidamente natural, pero no me dejó y volvió a erguirme frente a
él.
– ¿Qué te ocurre?
– ¡Nada! –Continuaba con mi mal fingida naturalidad.
–Sara, mírame, esta vez no vas a huir de nada.
– ¡Pero…si no huyo! –Sabía que estaba a punto de no poder
seguir fingiendo, al igual que era consciente que se me debía de notar
bastante. Comenzaba a sentirme como una niña al descubierto con
las manos metidas en la caja de las galletas. Mi largo y lacio cabello
caía sobre mi cara cubriéndola, eso parecía darme un poco de
tiempo para recuperar mi serenidad. Pero él, en un gesto
tiernísimo, apartó el pelo de mi rostro. Me lo echaba hacia atrás con
ambas manos, más que para ver mi cara, parecía querer ver así algo
más, más allá de mí misma, ver mi alma. Y así me lo dijo y lo hizo sin
la más mínima timidez.
–Sara, las personas, en realidad, sólo anhelamos una cosa,
amar y ser amados, porque el amor es la verdad última. Nuestra
alma es lo más preciado, lo más valioso que tenemos y por ello lo
más valioso que podemos ofrecer, porque así es como nos
estamos ofreciendo a nosotros mismos y…ya no se puede dar
más, ¡el alma es lo máximo! Yo… ¡te ofrezco la mía!, ¡te la
entrego!
¿Me ofreces la tuya, Sara? –Y como en un leve soplo, me dijo al
oído – ¡Cede ante mí!, ¡date a mí! – ¿Ceder ante él, cuando yo ya
estaba dada de antemano? – ¿Has sentido alguna vez tanto amor,
tanto que te ha dolido?, ¡a mí me duelen los labios de desear
besarte! ¿Puedes sentirlo?, ¿puedes sentir mi dolor?, ¿el dolor de mi
130
La mano de Michael
deseo de ti? , porque hasta duele, Sara –Y el deseo se venció ante su
voz, su súplica y su masculinidad al hablarme de aquella forma.
Nos besamos, aquel primer beso fue como un beso
adolescente dado a escondidas en la esquina de mi casa. Pero a ése,
se unieron muchos más. Nos besamos tanto y durante tanto tiempo
que pareció que el universo entero se centraba en nuestras bocas.
Pero sólo habían bastado unos segundos para tenerme bajo su
peso. Besarnos y besarnos y sólo dedicar nuestros sentidos al
recreo de nuestros labios, hacía que la impaciencia del corazón,
la exaltación amplísima de todos y cada uno de nuestros sentidos se
disparasen, ese sentido interno que no pertenece a los cinco
sentidos comunes, el sentido del amor. Nos levantaban y hacían
movernos como olas los latidos de nuestros corazones. Las
fantasías sólo necesitaban estar en nuestra mente para que
cobraran vida, formas reales y poder palparlas haciéndolas
realidad. Con ansia y deseo las recreábamos en una hoguera
llameante.
Compartíamos una intimidad que sólo es comparable a la que se
siente cuando se escribe un verso o se cuenta un secreto. Un
estallido se propagaba desde el centro a la izquierda del pecho,
circundando cada punto sensorial hasta llegar a los dedos, los
labios, la piel, anulando así nuestras mentes. ¡Qué capacidad de
desconexión del entorno! Nosotros, y sólo nosotros, éramos lo más
importante del universo, lo más interesante.
En aquel mar de puro sentimiento, nadaban delfineando todas las
evocaciones del amor que se fugaban de su cabeza buscando en
mí su refugio. ¡Dios!, ¿vida o muerte?, ¡qué más daba!, en
esos íntimos momentos solo había un cordón de plata trenzando
dos almas, en él, con él… ¡todo era posible! Y en ese anhelo,
estaba desde luego el amor sobre todas las cosas. No podía ser de
131
La mano de Michael
otra forma, ya que estábamos en Terreno Sagrado y allí sólo cabía
la pureza en el amor y en el gozo. Nunca había amado ni me
había sentido amada con tanta plenitud y él tampoco, ya que así
me lo dijo y yo estaba segura que era cierto. En ese momento,
pensé que si pudiéramos haber visto nuestro interior, hubiéramos
sido como dos gigantescas y luminosas bolas de fuego que se
mezclaban hasta no poder distinguirse una de otra.
–Quiero que se haga de noche y que llegue el día y de vuelta otra
vez la noche y seguir amándote así y dejar… que así, como lo
haces, me sigas amando.
–Te amaré hasta que este amor se ahogue y eso… no sucederá
jamás – Me hablaba, lo hacía suave y en mi oído. Palabras de
amor y de placer y aquella, su voz, era lo más excitante, lo que más
me hacía desearlo – Era evidente que aquel hombre poseía una
sensibilidad extraordinaria, tanto que con tan sólo una leve caricia
conseguía transmitirme, de forma inmediata, aquella emoción,
aquella especie de murmullo interior.
Sentía el amor tan verde y fresco como cuando tenía veinte
años, aunque mi piel nunca había conocido aquellas expresiones.
Allí todo era diferente, cada sentido se manifestaba en una
plenitud exaltante. En nuestro momento álgido y unitario, al
tiempo que nos abarcaba espíritu y cuerpo, el gozo y un excelso
sentimiento, nos hizo emocionarnos al punto de dejar asomar
algunas lágrimas. Una resbaló desde sus ojos hasta mi boca y…
¡volvió a saberme a mar!
– ¡Bendito amor éste! – Le dije. El me soltó una sonrisa. Desde
que estaba a su lado, nunca había visto aquella bella expresión de
alegría en su cara y… volvió a besarme. Volvimos a besarnos y a
sentirnos sólo uno, hasta que amaneció otra vez. Aunque no supe
132
La mano de Michael
quien provocó el día ni la noche, sólo sé que sucedió.
–Te quiero.
–Te quiero. Respondí.
–Yo te quiero más.
Enroscada en sus brazos y su cuerpo me sentía a salvo, sus brazos
eran el lugar más seguro en el que me había sentido jamás. Y
entonces, m e lo dijo.
– ¿Sabes cuál es la canción que no dejaba de dar vueltas en mi
cabeza? Ahora puedo decírtelo, porque ahora sé su significado. Creo
que te presentí, que de alguna forma presentía este amor sagrado
y mágico. Este amor que es el que busqué en vida y lo he
encontrado en la muerte.
– ¡Quién hubiera podido decirlo!, ¡encontrar este amor estando
muertos!
–Sólo piénsalo como un estado temporal de nuestra existencia,
como algo natural que también formaba parte de la vida sin saberlo.
Simplemente, tendría que ser así y aquí, casi mágicamente y en
Terreno Sagrado. De veras, creo que lo supe al escribir esa
canción y es lo que mi mente me ha estado tratando de decir todo
este tiempo.
– ¿Y qué canción es?– Mi pregunta estaba llena de impaciencia.
–Ven, salgamos fuera, ¡es tan bella esta noche!, quiero cantártela
bajo las estrellas. Permíteme ser romántico, ¿sí?
– ¡Jamás me negaría a eso! –Salimos a la hierba, que la sentí
fresca bajo mis pies, salimos bajo las estrellas, salimos a la
culminación del placer, salimos a seguir amándonos de la forma
133
La mano de Michael
en que nos complacía, salimos a nuestra luz interior, salimos al
amor. Me sentó sobre una pequeña roca y dejó latir su maravillosa
garganta en una canción. Y allí, entre la inconmensurable belleza
de la madrugada, su voz sonó más clara y hermosa que nunca.
Efectivamente, era la melodía que no había dejado de tararear
desde que me abrazó, por primera vez, en la niebla:
“Tu amor es real, real, tan real como yo mismo,
eres un sentimiento que me abarca y me ilumina.
Te presiento en cada mañana,
en cada tarde, en cada anochecer. Tu amor es real, real,
tan real como yo mismo,
y aun no sé cómo es tu rostro o el tono de tu voz o tu piel.
A solas con el aroma
de un cuerpo, aún desconocido, cada noche me adormezco
en tu presencia y cobras forma en mí.
Contigo me escapo a la luz
de un lugar llamado Terreno Sagrado.
Estoy bendecido, bendecido, lo sé,
con un amor aún no compartido
pero preparado por Dios para mí.
Tu amor es real, real,
tan real como yo mismo, pues eres un sentimiento
134
La mano de Michael
que me abarca y me ilumina todo el ser.
Puedes estar en cada mirada,
en cada preludio, en cada mujer.
Cada día he de fingir que no te espero,
aunque sé que Dios te ha moldeado para mí.
¿Bajo qué sombrero estás guardada?,
¿de qué lluvia te cubre tu paraguas,
o de qué sol en qué país?
¿En qué tiempo te he de descubrir?
Me gusta pensar que tú me piensas,
cada noche te adormeces
con mi presencia y cobro forma en ti.
Estoy bendecido, bendecido, lo sé,
con un amor aún no recibido
pero preparado por Dios para mí.
Tu amor es real, real,
tan real como yo mismo,
pues eres un sentimiento
que me abarca y me ilumina todo el ser.
Contigo me escapo a la luz
del lugar llamado Terreno Sagrado
135
La mano de Michael
Cada día he de fingirme que no te espero
para no ansiar una voz que está en la ausencia decir,
Michael…” te quiero”.
- El momento fue tan intenso que me desbordó, por lo que decidí hablar
– ¡Eso es sólo una verdad a medias!, es cierto que parece que
presagiaras este amor, este lugar al que siempre nos referimos como
“Terreno Sagrado”, porque evidentemente lo es, pero te equivocaste
en algo.
– ¿En qué, princesa? –Preguntó, agachándose hasta mí.
–En que mi voz ya no está “en la ausencia”, ahora estoy aquí y
puedes oírme decir: “Michael, te quiero”, porque te quiero,
Michael, te quiero.
–Yo te quiero más, mucho más –Ya, sin poder evitarlo, me eché a llorar
en su hombro. Lloraba con fuerza. Aquélla, su voz, en la noche, sin más
fondo musical que el murmullo débil del río. Sus palabras, el
contexto que tenía aquella canción. Era cierto lo que él decía, parecía
el presagio de nuestro encuentro, más allá de la vida, en “Terreno
Sagrado”. Todo aquello era mucho más de lo que yo podía digerir. No
sabía si me sentía más cerca de Dios o de él. Deseé no querer estar ya
en ningún otro lugar, sólo allí a su lado y oyendo su voz, sabiéndome
amada como nunca pensé que lo estaría.
– ¡Chisss!, ¡chisss! ¡No llores más, mi niña!, ya basta de
lágrimas, dejémoslas para cuando en verdad llegue el momento –
Lo miré casi espantada.
– ¡Es por eso que lloro, Michael!, ¡por ese momento que temo y
odio! Pero… ¡quizás esta vez te equivoques!, ¡tal vez estés
confundido y no tengamos que separarnos!, ¡a lo mejor no hay un
136
La mano de Michael
final y nos quedamos aquí para siempre!
– ¡Oh, Sara!... ¡mi incrédula niña llamada Sara! Me gustaría poder
decirte que también lo creo así, pero no sería verdad, la verdad es
que lo deseo tanto como tú, pero… no creo que suceda así.
– ¿Pero, por qué?, ¿por qué estás tan convencido de que va a ser
como piensas?
– ¡Sara!, ¡Sara!, ¿no te has dado cuenta? ¡Oh!, sí que lo has
hecho, claro que sí, siempre lo has sabido porque tú misma te lo
has preguntado, sólo que ahora no quieres verlo. ¡Ah, mi hermosa
Sara! –No quería mirarlo siquiera, no quería continuar aquella
conversación porque quería falsear las respuestas, incluso mis
propias respuestas trataba de ignorarlas.
– ¡No quiero oírte!, ¡cállate! ¡No es cierto que siempre estés en
posesión de la verdad!, ¿por qué ibas a estarlo?, ¿quizás es que has
muerto ya varias veces?, ¿por qué has de saber tú más que yo de
éste… de éste?… ¡ni siquiera sé cómo llamar a todo esto!
– ¡Transición!, así lo llamo yo.
– ¿Y por qué?, ¿por qué esto tiene que ser una transición y no un
final?
–Porque había un túnel, y ese túnel sí llevaba a un final, lo
sabes tan bien como yo, pero por algún motivo decidimos no seguir
y es por eso que estamos aquí, hasta que… ¡lo recordemos!
– ¡Pues no pensemos en ello, Michael!, ¡no pensemos en nada!,
si no lo recordamos nos quedaríamos aquí para siempre, solos tú y
yo. ¡Sólo debemos esforzarnos en eso, en no pensar, en no recordar! –
Me miró con aire protector.
–Estás hablando, tu boca está diciendo cosas, pero ni tú misma
137
La mano de Michael
crees en lo que estás diciendo. Es en este momento en el que te
estás esforzando en no pensar.
– ¿Y tú?, ¿por qué te esfuerzas en que no ha de ser éste el final?,
a lo mejor es que nosotros no teníamos que continuar por ese
túnel.
– ¡Sabes bien que no es así!
– ¿Y por qué sabes tú que no?
–Porque aún tenemos necesidades mundanas. Por eso, ésta no
puede ser la última parada.
– ¡Vaya!, ¿desde cuándo eres un experto en almas, en muertos?
– ¡Sara!, ¡sigues hablando sin escucharte ni creerte! – Me gritó
– Sabes igual que yo… que Dios nos aguarda en otro lugar, me lo
dice mi instinto y a ti el tuyo, estoy seguro.
– ¿Dios?, ¡quizás ya no le interesemos! – Michael, de momento,
no respondió, pero apretó con disimulo los dientes. Era evidente
que mi respuesta le había desagradado en extremo.
– ¡Es una buena opción, no había caído en ella! –Respondió
sarcásticamente.
– ¿Entonces, qué es lo que crees?, ¿crees que esto forma parte
del plan de Dios para nosotros? –Tardó en contestar y cuando lo
hizo, lo hizo sin mirarme.
– ¡Sí!, ¡así lo creo! –Fue tan rotundo que aquella respuesta
sonó consciente e inamovible.
– ¡Pues si éste es su plan!… ¡me está desgarrando en pedazos!
¡Mi Dios no es tan cruel como el tuyo! –Lo dije enfurecida y,
dándole la espalda, eché a caminar hacia el río. De pronto, volvió
138
La mano de Michael
la luz del día y sentí un fuerte tirón del brazo.
– ¡Ya basta! ¡Te estás comportando de forma inconsciente!
¡Eres injusta!, ¡del todo injusta!
– ¿Injusta dices?
– ¡Sí! ¿Por qué en vez de quejarte de Dios, no miras que esto
quizás sea un regalo, un bello y magnífico regalo que nos ha
hecho?
– ¡Oh, sí!... ¡un regalo cruel! ¡Nos deja ver un pastel que no
podremos comernos!
– ¡No vuelvas a decir eso!, ¡no vuelvas a hablar así de Dios! ¡Nos
estamos comiendo el pastel ahora y ni siquiera reparas en eso, ni
tan siquiera lo aprecias!
– ¡Está bien!, ¡si es como dices, hagamos una alianza con Él!
– ¿Una alianza con Él? ¡Tú no sólo estás muerta, sino que estás
loca! ¿Qué alianza podríamos hacer con Él?, ¡di!, ¿qué podríamos
ofrecerle?, ¡naaaadaaaa, Sara!, ¡a Dios no podemos ofrecerle nada!
¡Tú no hablas de hacer una alianza con Él, tú hablas de que Él la
hiciera con nosotros! ¿Y quién somos nosotros?, ¿Noé, quizás?
¡Hablas en forma injusta, ingrata e incoherente del todo!
– ¡Y tú de forma cruel!
– ¿Por qué me dices eso?
– ¡Porque te obstinas en que tenemos que separarnos!, ¡todos tus
argumentos nos llevan a un plan divino en el que nos tenemos que
separar! ¡Lo que dices son sólo conjeturas desprovistas de
sentido!
– ¡No sé si nos separaremos o no!, ¡pero sé que esto no es el final,
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La mano de Michael
sé que todo cambiará! y no es una conjetura, es una certeza, y
créeme que a mi me duele más que a ti.
– ¿Pero, por qué ha de ser así?
– ¿No es obvio?
– ¡No sé a qué te refieres!
– ¡A mis pesadillas!
– ¿Qué tienen que ver tus pesadillas?
–Que no creo que sean pesadillas. Creo que son pruebas,
enseñanzas.
– ¿Enseñanzas?, ¿para qué?, ¿con qué propósito?
–Con el de cualquier enseñanza… aprender para ascender –La
comprensión, por mi parte, de aquella frase fue como un fuerte
latigazo.
–Tienes razón, entonces… habremos de separarnos.
–Me miró esperando una respuesta a aquel cambio en mi
actitud –No podremos seguir todo el camino juntos, como dijimos,
tú has pasado por más pruebas que yo… yo… yo sólo he tenido
una.
–Eso no significa nada. Creo que lo que está en juego es
comprender todas nuestras emociones y aceptarlas. Descubrir
nuestra verdad pura y reconciliarnos con nosotros mismos y
entonces alcanzaremos ese final, ésa es la parte que no quieres
entender, pero quizás tú estés más preparada que yo, tu alma esté
más lista que la mía porque ya hayas comprendido más cosas que
yo aunque no quieras aceptarlo.
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La mano de Michael
– ¡Y una mierda! –Esa expresión sí que lo dejó perplejo.
– ¡Pues sabes que te digo!, ¡que si es así, no volveré a ayudarte
a salir de ellas! ¡Ojala te vuelvas a encerrar en una caja que no haré
nada y así no nos separaremos! Me sentaré junto a ti y así nos
quedaremos por siempre – Sonrió ante mi arrebato, mi furia ciega
y absolutamente infantil. Pero sé que también pudo comprender
todo el amor que provocaba esa furia.
–No me importaría, salvo por una cosa... ¡yo no sería
consciente de tu presencia! Pero si tú eres feliz de eso modo, te
juro que no me importará, te lo digo en serio, no me ayudes la
próxima vez, sólo quédate a mi lado, quizás, quien sabe si de
alguna forma… yo llegue a darme cuenta. Reza por ello cuando yo
esté así, reza porque sienta que estás a mi lado. No sé qué hay
más allá del túnel, sólo sé que quiero tenerte siempre cerca
para poder abrazarte, porque no me importaría volver a
abrazarte
–Rompimos a llorar y nuestro abrazo fue más fuerte que nunca,
llorábamos uno en el hombro del otro. La conversación, en
efecto, nos había sacudido a ambos – No hay motivos para
preocuparse, mi niña, sólo dejémoslo fluir todo como si
siguiéramos al viento y… esperemos juntos, sólo esperemos –Dijo,
tras secarse las lágrimas. Evidentemente, había muchas cosas
que no entenderíamos y que nos quedarían fuera de ser
entendidas por siempre. Por lo que, de momento, sólo podíamos
hacer lo que él había dicho… esperar. Y yo me resigné a tal
evidencia.
– ¡Perdóname, Michael!, perdona todo lo que te he dicho.
– ¡No, soy yo quien debería pedirte perdón! Te he asustado
cuando lo único que pretendía era que estuviéramos preparados.
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La mano de Michael
Creo que la verdad y el intento de encontrar la verdad es lo que te
mantiene fuerte, y tal vez te he debilitado al hacerte daño.
–No son tus palabras las que me hacen daño, es la verdad en
sí misma. Yo presiento y sé que lo que dices es cierto y eso es lo
que me debilita, saber que quizás no volvamos a estar juntos. Soy
yo la obstinada y no tú. Sé que tu intención es buena, que,
como dices, sólo quieres prepararme, que me haga fuerte para lo
que tenga que ser. Tranquilo, lo sé, lo comprendo y lo aceptaré
cuando llegue la hora. Ahora sólo trato de retenerte porque sé que
en algún momento te perderé para siempre.
–Mi cuerpo tembló –Y no es cierto eso de que no vaya a ayudarte
si vuelves a tener una pesadilla. ¡Oh, Michael, claro que no! Si
vuelve a pasarte, no dudaría en hacer lo que fuera por ti, incluso
tocarte y sumergirme contigo si fuera preciso, como intenté esta
última vez. ¡Perdóname!, te prometí que siempre estaré a tu lado y
así será –Había hablado a borbotones, precipitadamente.
– ¿Qué has dicho?, ¿qué es lo que acabas de decir?
– ¿Qué?, ¿a qué te refieres?
– ¡Has dicho que esta última vez has intentado tocarme y
sumergirte conmigo! ¿Es cierto eso, Sara?, ¿has intentado hacer
eso? ¡Respóndeme! –Me gritó, mientras sacudía mis hombros. Tenía
la cara totalmente desencajada. No me atreví a mentirle, a
retractarme de lo dicho porque era cierto que lo intenté.
– ¡Sí!... ¡lo hice!
– ¡Pero te has vuelto loca! ¡Sabes que no debes hacer algo así!
¿Qué pretendes?, ¿Que nos quedemos para siempre, ¡Dios sabe
donde!, sufriendo y en un limbo del que no seríamos conscientes ni
siquiera de que estábamos juntos?
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La mano de Michael
– ¡Sólo quería ayudarte! –Le grité, enojada.
– ¡No así, Sara!, ¡no así!, ¡y no voy a volver a consentirlo! –Estaba
enfadado de verdad y con mucha rabia me gritó a la cara – ¿Sabes
qué voy a hacer?, ¡me encerraré yo sólo en esa caja y me aseguraré
bien de que no puedas encontrarme! –Se dio la vuelta y se alejó
hacia la casa. En su forma de caminar se notaba que iba muy
furioso. Era evidente que habíamos perdido el control, lo que me
hacía ser más consciente aún de que tenía razón en todo cuando
decía “tenía que haber algo más”. Yo tampoco creía que al final de
todo siguiéramos con las necesidades, expresiones y sentimientos
mundanos. Esta vez estaba más segura que nunca que había algo
más al final del túnel. Que en aquella lejana y esplendorosa luz que
pude divisar en mi corto recorrido por él, seguramente es donde
se encerraba y se descubría todo. Que todas nuestras respuestas
se encontraban allí y que aquel lugar, en donde ahora nos
encontrábamos, solo era un sitio para disfrutar y expirar lastres
terrenales y así llegar a encontrarnos a nosotros mismos. Tener
aquella certeza gritándome al oído continuamente era lo que me
mantenía alerta y por tanto enfadada con todo, sobre todo
conmigo misma. Y había descargado mi rabia contra él y contra
Dios injustamente, como bien me había dicho. Ahora, no sabía qué
hacer ni cómo sentirme.
De pronto, l o escuché aporrear con fuerza las teclas de un piano
dentro de la casa. Sus notas llegaban hasta mí, tan desgarradas
como él debía sentirse. Era como si, a través de ellas, me estuviera
reprochando a la cara mi comportamiento. Y así era, yo había
tenido una falta grave para con él, para con Dios y para conmigo
misma, una falta en la que no había incurrido hasta entonces, pero
es que aquella discusión, unida al desorden que había en mi
mente, me habían sumido en un caos. Así que, con rapidez, fui a
dirigirme a la casa para hablar con él para explicarme, pero
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La mano de Michael
conforme me iba acercando, sabía que las palabras no serían
suficientes, que en aquel momento cualquier cosa que dijera tal
vez lo empeoraría todo, pues no eran palabras lo que Michael
necesitaba de mí, sino actos.
Retrocedí y permanecí en el jardín tratando de buscar en mi
cabeza alguna idea, algo que justificara mi actitud hasta que caí en
la cuenta que tampoco era aquél el camino, que no tenía que
explicarme. Era mejor contener mi angustia que añadirla a la de él y
mejor cambiar aquella actitud en vez de justificarla. Tenía que
empezar por reconocer yo misma mi verdad, lo que realmente
pensaba y aceptarlo y así, y sólo así, podría disfrutar de aquel
tiempo y aquel amor regalados.
Y aunque el corazón me dolía, decidí no permitirme oírlo. Ante
aquel cambio por mi parte, no tardé mucho tiempo en dejar volar
mi imaginación y tuve una idea. Comencé por cambiar un poco
el escenario, decorarlo. Lo primero fue poner un arco iris que
cruzaba sobre el río, pero con pocos metros de altura sobre el agua.
Puse cisnes que nadaban con suavidad y elegancia, hermosos
pavos reales y algunos flamencos que, mezclándose entre las flores,
decoraban, aún más, el borde del río. Llené los árboles de bellísimos
y exóticos pájaros, esta vez no me olvidé y también llené el río de
peces, muchos peces que saltaban sobre el agua dejando ver así
sus brillantes colores. Recordé que Michael quería haberme
enseñado Neverland, así que hice un pequeño homenaje a lo que
sabía que le gustaban… ¡las atracciones! Puse todas las que pude
recordar pero, eso sí, las más infantiles, las menos peligrosas ya
que nunca me habían gustado ni las alturas ni la velocidad, pero
tendría que conformarse. También puse mesas con frutas, pasteles
y todo tipo de bombones y caramelos por todas partes y… una
original fuente que, de seguro, llamaría su atención. Estaba
convencida de que así no harían falta palabras, de que entendería
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La mano de Michael
que había comprendido y aceptado el tiempo que se nos había
regalado y de que estaba dispuesta a disfrutarlo y a estar con él,
junto a él hasta que Dios nos lo permitiera.
Ya todo estaba terminado y dispuesto, sólo faltaba un detalle que
mantenía mis nervios a flor de piel pues sabía que lo emocionaría,
me vestí de Wendy, un vestido rosa de época, más o menos como
yo lo recordaba del cuento y me senté a esperarlo encima del arco
iris, ahora sólo tenía que hacer que viniera de alguna forma. Me
acomodé cuanto pude para pensar en qué hacer para atraerlo y,
en ese momento, allí, desde aquella altura, aunque no era
demasiada, sí era la suficiente para ver todo el paisaje en su
plenitud. Me quedé atónita al ver tanta belleza. Comprendí que
disfrutar de aquel conjunto de vida y color era suficiente para estar
agradecidos por haber existido, pues yo sólo había recreado lo que
ya conocía. Yo no había inventado nada de lo que había allí, eran recuerdos de la creación divina, todo eran cosas que Dios había
hecho para nuestro deleite en la tierra y que poco o nunca, el ser
humano disfrutaba a excepción de verlo en documentales o ser un
privilegiado para poder viajar y gozar de esas cosas.
El hombre no había generado una forma de vida en la que todos
pudiéramos disfrutar de cosas así, aún más, se estaba encargando
de destruirlo todo poco a poco y lo que era aún peor…
conscientemente. Sí, se hacían zoológicos, protección de especies,
reservas, reforestación, pero todo ello, quizás ya demasiado tarde,
porque verdaderamente habíamos dañado irreversiblemente el
ecosistema y eso, seguramente, sería lo que nos destruiría. Nunca
había sido tan consciente de ello como en aquel momento en el
que pude comprobar por mí misma que en aquel orden natural,
residían la paz, la armonía y, por tanto, la vida en su plenitud. Estas
eran cosas que Michael se había llevado años gritando a pleno
pulmón en la letra de sus canciones y en miles de charlas. Miré
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La mano de Michael
hacia la casa y lo valoré aún más como persona, ya que él siempre
había mantenido una batalla por la vida en todos los sentidos.
Reparé que el sonido de su música era más suave, por tanto
quería decir que estaba más relajado. Creí reconocer los acordes
de “El cascanueces”. Como siempre, hice lo que me dictó mi
corazón y comencé a cantar la canción que él me había cantado en
la noche:
“Tu amor es real, real, tan real como yo misma,
eres un sentimiento
que me abarca y me ilumina todo el ser.
–El piano dejó de sonar en la casa.
Te presiento en cada mañana,
en cada tarde, en cada anochecer.
Tu amor es real, real,
tan real como yo misma,
y aun no sé cómo es tu rostro
o el tono de tu voz o de tu piel.
A solas con el aroma
de un cuerpo, aun desconocido,
cada noche me adormezco
en tu presencia y cobras forma en mi.
Contigo me escapo a la luz
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La mano de Michael
de un lugar llamado Terreno Sagrado.
Estoy bendecida, bendecida, lo sé,
con un amor aún no compartido
pero preparado por Dios para mí.
Tu amor es real, real,
tan real como yo misma, pues eres un sentimiento
que me abarca y me ilumina todo el ser.
Puedo estar en cada mirada,
en cada preludio, en cada mujer.
Cada día he de fingir que no te espero,
aunque sé que Dios me ha moldeado para ti.
¿Bajo qué sombrero estas guardado?,
¿de qué lluvia te cubre tu paraguas,
o de qué sol en qué país?
¿en qué tiempo te he de descubrir?
Me gusta pensar que tú me piensas,
que cada noche te adormeces
con mi presencia y cobro forma en ti.
Estoy bendecida, bendecida, lo sé, con un amor aún no recibido
pero preparado por Dios para mí.
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La mano de Michael
–Lo vi salir y caminar despacio hacia mí. Mi corazón se aceleró y
continué cantando
Tu amor es real, real,
tan real como yo misma, pues eres un sentimiento
que me abarca y me ilumina todo el ser.
Contigo me escapo a la luz
de un lugar llamado Terreno Sagrado
Cada día he de fingirme que no te espero
para no ansiar una voz que está en la ausencia decir,
Sara… te quiero”.
–Su rostro estaba iluminado.
– ¡Gracias! –Dijo, intentando sonreír entre una visible emoción y
sorpresa – Gracias por tan bello regalo, Sara, y por comprender.- Y
enseguida cambió de expresión para relajar los ánimos - ¡Ah!… me
gustan los arreglos que le has hecho a la canción, ha sido una
adaptación perfecta.
–Bueno, están ¡cogidos con pinzas! pero… han conseguido mi
propósito, ¡aunque aún no he terminado contigo! –Contesté, como
pude, limpiando mis ojos y mi nariz y también tratando de sonreír.
Extendí mi mano, abierta hacia él y le soplé unos polvillos dorados
que le cayeron encima y lo vistieron de Peter Pan. Ahí no pude
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La mano de Michael
resistirme y entre lágrimas comencé a reír con fuertes carcajadas.
– ¡Oh, Dios!, ¡me encanta!, aunque me has llenado todo de
purpurina –Comentó, mirándose el disfraz.
–Yo seguía riendo – ¿Se puede saber de qué te ríes?
–Preguntó mirando hacia mí y adoptando la típica postura de
Peter Pan, las piernas abiertas y las manos en la cintura.
– ¡Es que…! Es que se te ve tan gracioso con esas calzas verdes y
ese gorrito… ja, ja, ja.
– ¿Ah, sí? ¡Baja aquí!… hummm... ¿Wendy? – Asentí con un largo
pestañeo
– ¡Baja o te arrepentirás de haberte reído de mi!
– ¡No me das miedo! –Fui a bajar y él me frenó haciendo un gesto
con la mano, mientras miraba a su alrededor.
– ¿Qué?, ¿qué ocurre?
– ¡Humm!, hay algo extraño en tu decoración, ¿no te da a ti esa
sensación, Wendy?
– ¿Algo extraño?, no sé a qué te refieres. Creí que lo había
hecho bien, que te gustaría.
– ¡Oh, princesa!, ¡claro que me gusta!, ¡es…fantástico y bellísimo!,
pero... ¿no es un poco... pequeñito?, ¿como bajito?, ¡vaya,
atracciones… son para niños pequeños, diría yo!, ¡y ese arco iris!...
¿no es un poco diminuto, quizás? – Sin duda era listo, listo e
inteligente, me había descubierto a la primera, al primer golpe de
vista vio mis miedos y yo supe que ya no habría vuelta atrás. Me
machacaría con ello para divertirse de lo lindo a mi costa. Traté de
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La mano de Michael
despistarlo con un argumento del todo estúpido e impropio de mi
edad y circunstancias, pero tenía que intentarlo.
– ¡No sé qué quieres decir con eso! Lo he hecho a propósito, ya
que ibas a ser Peter Pan… ¡un niño!, es por eso que he puesto
esos columpios –Se veía que estaba aguantando la risa todo lo que
podía.
– ¡Sí, claro, claro!, ¿para un niño con un puñal, que lucha, que
no le teme a nada y que vuela?, ¡ya veo… unas atracciones
propias de él, sin duda!
– ¡Está bien!, ¡está bien!, ¡me has descubierto!, ¡no me gustan las
alturas ni la velocidad!, ¡odio esos cacharros gigantescos que sólo
te revuelven el estómago!
– ¡Justo las que más me gustan!, ¡creo que voy a hacer unos
arreglillos por aquí!, ¡comenzaré por tu arco iris!, ¡creo que pondré
todo en su tamaño real y un arco iris… es muuuuucho más alto!
– ¡Joder, Michael!, ¡ni se te ocurra hacer eso!
- ¡Eh, no digas tacos, niña!
-¡Está bien, te lo pediré amablemente!... no lo hagas, por favor.
Ya era demasiado tarde, mi arco iris iba ascendiendo, haciéndose
gigante y yo no sabía ni dónde sujetarme y ya me daba miedo bajar,
era ilógico, lo sé, pero estaba tan nerviosa que no atinaba cómo
hacerlo, cómo bajar.
- ¡Jodeeer!
– ¡Tú, niña, que no digas palabrotas o lo haré aún más grande!
– ¡Que me bajes! – Ya se reía a lomo partido.
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La mano de Michael
– ¡Tranquila!, recuerda que puedo volar, ¡yo iré a rescatar a mi
princesa en apuros!
– ¡No!, ¡no!, ¡no quiero que me bajes a modo de Superman!,
¡quiero que bajes este arco iris que si lo sé..., no lo pongo! –Voló
hasta mí y se quedó suspendido en el aire mientras me hablaba
casi sin poder por la risa.
– ¡A ver!, a saber, tienes las siguientes opciones. Primera, eres
Wendy, muerta, pero Wendy y ella aprendió a volar, ¿o no?, no estoy
muy seguro, ¿pero eso importa aquí? –Se burlaba de mí en plena cara
–O sea, que puedes bajar volando antes de que subas más alto.
Segunda, y no menos importante y hago gran hincapié en ello…
¡estás muerta!, y no vas a morirte otra vez ni aunque te estrelles
contra el suelo y además, ¡como estás muerta!, no vas a
estrellarte, ¿o sí?, jajaja, pero no te matarás, y tercera, ¿por qué
simplemente… no vuelves a hacer pequeño el arco iris? –Ya no le
oía apenas, a aquella altura el paisaje sí que me había dejado sin
habla y sin nervios. La belleza del entorno se había multiplicado
por mil al igual que la extensión del paisaje.
– ¡Calla y siéntate a mi lado! ¡Mira, Michael!, ¡mira todo esto!
– ¡Señor!, ¡esta es la gracia de Dios, verdaderamente! ¿Ves?,
¡dime si no estamos en Terreno Sagrado!
– ¡Sí!, eso mismo pensaba yo antes y ahora, visto desde aquí,
mucho más.
–¿Sabes?, yo tenía un árbol, mi preferido, en Neverland, con
frecuencia, me subía a él para hacer lo mismo que estamos
haciendo aquí ahora, ver la naturaleza en todo su esplendor. Por
eso, me compré ese rancho y puse cuantos animales y belleza
pude, para disfrutarlos. Era capaz de llevarme horas y horas subido
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La mano de Michael
a mi árbol, simplemente contemplando o componiendo. Allí
escribí muchas de mis canciones. Antes de tener mi última
pesadilla, quise enseñarte Neverland. Quería que lo disfrutaras
conmigo, incluso dejé la casa vacía para que la decorases tú… has
hecho tan cálida ésta de aquí…
– ¡Oh, Michael!, ¿por eso estaba vacía? Gracias.
– ¡No!, no me las des. No fui capaz de conseguirlo, de
enseñártelo. Apenas estuve nuevamente en él, me sumergí, eran
demasiados recuerdos y los más dolorosos pudieron conmigo.
– ¿Acaso recuerdas lo ocurrido en tu pesadilla?
–Recuerdo sólo lo esencial, de lo que se trataba. Sufrí mucho, el
dolor y la pena eran muy intensas, pero al fin me siento liberado de
eso.
– ¡Lo sé!
– ¿Lo sabes?, ¿qué viste?
–Vi y oí lo suficiente para saber de qué se trataba. Le conté
todo, pero omití que me percaté de que no había sido una
conversación lo que había mantenido, sino que sólo había oído una
oración, creí que debía de hacerlo así, ya que pensaba que ése era
el propósito para con Michael – Me miró fijamente. Su mirada era
directa y limpia a la par que expectante, igual que su pregunta.
– ¿Quieres preguntarme algo al respecto?
– ¡No! –No dudé en mi respuesta, ya que así lo sentía desde lo
más profundo y sincero de mi alma.
–Puedes hacerlo, te diré la verdad, aquí no podría mentir. Me
siento demasiado cerca de Dios y de ti para hacerlo.
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La mano de Michael
–Sé que puedo y sé que no mentirías, pero, simplemente, no tengo
nada que preguntar. Ni siquiera en vida hubiera tenido esa
necesidad. Jamás lo creí.
– ¿Por qué?, no me conocías.
– ¡Cierto! y tampoco estaba debajo de tu cama para saber según
qué cosas, pero no me hacía falta. Aquellas aberraciones no
correspondían a un hombre como tú, a un ser tan humano y
entregado como tú, y sí a la avaricia y la envidia de la mala
gente, eso encajaba mucho mejor, aunque vendiera menos, pero
encajaba del todo. Por eso, no hay preguntas en mí –Sus ojos
eran agua nuevamente.
– ¡Bendita seas, mujer llamada Sara!, ¡bendita tú, tu amor y tu
transparencia! Déjame explicarte algo.
–De veras, no lo necesito.
–Pero, tal vez yo sí.
–Entonces, te escucharé –Y me regaló una sonrisa que fue como
prender una luz.
– ¡Gracias! ¿Sabes?, en toda mi vida lo que más anhelé, lo que me
mantenía vivo para crear era intentar tener los sueños de un niño,
sólo eso, pero la fama es como abrir una puerta sin saber qué es
lo que vas a encontrar. A partir de ahí, todo lo que hagas es
criticable, todo puesto en juicio.
–Pero sólo hay una verdad.
– ¿La verdad?, en el mundo en el que viví, la verdad no importa,
Sara, sólo lo que hacen que parezca verdad. Es duro convivir con
eso, créeme, muy duro. Pero aún así siempre intenté mantenerme
en pie, no dejarme caer y mucho menos que me tirasen. Para eso
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La mano de Michael
me apoyé en mi fe, en la fe que mi madre, sobre todo, me había
inculcado, que era la que me hizo tener mis propias convicciones. Jesús dijo: “sed como niños, comportaos como niños y
preocupaos por los demás, que son vuestros hermanos. Amad al
prójimo como a vosotros mismos, como quisierais que fuerais
amados”. Creo que eso fue lo que me impulsó mucho más, pues
toda mi vida busqué ser amado por todos con el mismo amor que
yo sentía por los demás, quizás de ahí mi afán de acercarme al
mundo. Pensé que Dios me dio mi talento para eso, para poder
ayudar cuanto pudiera a los necesitados y entregarme a ellos y,
¿hay alguien más necesitado que un niño, que es un ser
absolutamente indefenso? Pero no todos lo entendieron, no
entendieron mi forma de pensar y sentir, por eso tuve que crear mi
propio mundo de puertas para adentro, y eso… tampoco eso lo
entendieron.
– ¡Yo sí!, y no lo digo porque me lo estés diciendo ahora, ya lo
entendía así cada vez que escuchaba esas cosas absurdas sobre
ti. Te lo he dicho antes, no necesitaba estar bajo tu cama.
– ¡Gracias por hablarme con tanta claridad!
–¡Ah!, siempre hablé con claridad, no sé si es una virtud o no,
porque es cierto que la verdad a veces duele y es mal entendida y por
ello me tacharon de cruel más de una vez, ¡sobre todo mis novios! –
Sonreí por algunos recuerdos que acudieron a mi memoria y también
por sacarlo a él de aquellos pensamientos.
– ¡Hubiera sido magnifico conocerte en vida!, ¡insisto!
– ¡Humm!, ¡pero muy improbable! Creo que lo más cerca que
hubiera podido estar de ti hubiera sido en un concierto y no
hubiera pasado de ser un puntito distante y sin rostro entre una
masa de miles de personas. Al menos, en la vida que hemos dejado
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La mano de Michael
atrás.
–Si es que hay otra vida, si es que volvemos a vivir, ¡pediré a Dios que
nos ponga más cerca porque puedo jurarte que te buscaré! Creo que,
de alguna forma, siempre te busqué.
–Bueno, básicamente, estoy aquí para ti.
–Y estoy agradecido, aunque haya sido aquí. Igualmente he dado
contigo. ¡Eh!, ¿qué es esto que tienes aquí?
– ¿Dónde?
–Justo en la comisura derecha de tus labios, ¡oh, sí!, ¡ya lo veo
con m á s claridad!... es un beso. Wendy tenía ahí un beso
guardado hasta que encontrase un dueño, y el dueño del beso, al
encontrarlo… ¡se dice que alcanzaría el cielo!, yo ya estoy tan sólo
a un paso – Me besó, sentados en aquel bello y alto arco iris. ¡Y, sí!,
podíamos estar agradecidos por todo aquello, al fin y al cabo…
¿quién besa encima de un arco iris a Peter Pan?
Me bajó en sus brazos volando. Con él, no podía ser de otra forma.
Una vez en el suelo, Michael, paseó escudriñándolo todo,
corría y saltaba por entre las atracciones. Estaba iluminado de
felicidad. Hay personas que desde que nacen, brillan para los
demás y pueden guiarte incluso en la más profunda de las
oscuridades sin tan siquiera darse cuenta, porque han nacido de la
luz y son luz. Y Michael lo iluminaba todo como el destello de un
relámpago, sólo bastaba su presencia, una sonrisa o el sonido de su
voz. El, sin duda, era uno de esos seres que había nacido de la luz.
– ¡Eh, niña!, ¿qué te parecen los arreglillos que le he hecho a
las atracciones?
– ¿Tengo que contestar a eso?
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La mano de Michael
– ¡Claro!, los he hecho para ti.
– ¡Pero… qué mentiroso eres!, esas… ¡moles monstruosas!, ¡sólo
pueden gustarte a ti!
– ¡Si, me encantan!, pero estoy seguro que a ti te gustarán también
–Y, restregándose las manos corrió hacia mí – ¡Ven aquí!, ¡vamos,
princesa!, ¡no me seas gallinita!
– ¡Ni lo sueñes, Michael!, ¡nunca!, ¡nunca conseguirás que me
suba en uno de esos cacharros! –A los dos minutos, estábamos
subidos en una montaña rusa tan grande como el Cañón del
Colorado. Al lado de Michael había una regla básica y simplísima:
no luchar contra su poder de persuasión, jamás ganarías. Pero
confieso que allí, a su lado, disfruté de todo aquello como una niña,
y plenamente feliz, fue la sensación más maravillosa del mundo, y
entonces comprendí… por qué le hubiera gustado haber sido
siempre un niño. La niñez tiene una magia especial que él se
había perdido y que vino a descubrir siendo ya un adulto.
Parecíamos incansables, íbamos de una atracción a otra y a otra
hasta que decidimos parar un rato. Ya no me acordaba de la original
fuente, a mi entender, que había preparado para él. Entonces,
Michael, llevado por la sed, la descubrió.
– ¡Oh, Sara!, ¿has hecho tú esto?
– ¿Esa es una pregunta?
– ¡Touché! –Y se quitó, a modo de reverencia, el gorrito verde
de Peter Pan, que aún llevaba puesto – ¡Qué hermosa es! Todos
estos labrados parecen de… parecen de… –Se acercó más y lamió
la fuente – ¡Oh, no lo parecen!, ¡son de caramelo! y los chorros no
son de agua, ¡es zumo de frutas! ¡Has hecho una fuente de
caramelo y zumo!
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La mano de Michael
–La hice para ti.
– ¡Mi princesa, gracias!, y yo ni siquiera había reparado en ella,
soy un desastre. Y tampoco me había fijado en esas nubes, ¿son
de chocolate, verdad?
– ¡Sí! –Contesté, mientras la extraña sensación de un recuerdo,
que no podía definir, vino a mi mente. Me senté sobre un columpio.
– ¿Qué ocurre, Sara? Te has puesto pálida –Y sin saber por qué,
recordé un poema que supe que había escrito yo y lo recité en voz
alta:
“Hijo, quiero llevarte donde la luna se crece
entre alborozo de estrellas y fiestas de cascabeles.
Las nubes de chocolate, de caramelo las fuentes
que en vez de agua cristalina zumos de frutas vierten.
Quiero que juegues feliz entre bosques de alegría
y mil campanas repliquen cada vez que tú sonrías;
porque tu risa es de viento de luz, de vida, de amor,
de besos, de fantasías.
Pero no olvides, mi niño, eso que siempre te explico:
el amor es necesario para llegar a ese sitio.
Siempre debes dar amor sin mirar a quien lo entregues,
porque el amor hace noble y a todo hombre engrandece.
Ten honor, fe y esperanzas y sé justo y humanitario
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La mano de Michael
cuando alguien necesite que tú le tiendas la mano.
Nunca la vuelvas la espalda a quien te ofrezca cariño
y que tu alma sea espejo de la inocencia de un niño.
Da amistad, no la escatimes, y a tu enemigo el perdón
pero lleva entre tus manos el valor y la razón.
Si tienes mucho… ¡reparte!, y si tienes poco… ¡aún más!
pues no has de sentirte pobre si tienes amor que dar.
No sirve que las riquezas de este mundo tú ambiciones,
la sabiduría es… ¡lo que da valor a un hombre!
Ama siempre a los demás con un amor cristalino
y no seas nunca cruel ni te comportes mezquino.
No desees para ti nada que te sea ajeno,
la honradez y la virtud en la vida, es lo primero.
Que a la hora de rezar no tengas que pedir perdón,
que vea Dios que es la verdad lo que está en tu corazón.
Así encontrarás la paz, Dios velará tu destino
si obras con humildad aunque sea duro el camino.
Recuérdalo bien, Manuel,
lo que te digo no ignores, llévalo como blasón
allí donde esté tu nombre y además de ser adulto
llegarás a ser… ¡un hombre!”
158
La mano de Michael
Cuando terminé, Michael me miraba a mí tan embelesado como
yo miraba hacia el infinito.
– ¡Es bellísimo, Sara!, apenas sé qué decir, es… ¡mi
idiosincrasia, casi, de la vida!, ¿de quién es?, bien pudiera
haberlo escrito yo.
–Pero lo escribí yo –Le respondí, sin escuchar apenas lo que me
estaba diciendo. Sólo quería descifrar mis sentimientos, sabía que
mi alma me estaba hablando, queriendo decirle algo a mi mente,
pero no sabía el qué.
– ¿Tú lo escribiste? – Moví la cabeza en una afirmación.
– Has conseguido conmoverme, ¿lo sabes?
– ¡Gracias!
– ¿Pero, qué te ocurre?, ¡dímelo, por favor!
– ¡No lo sé!, me siento extraña y no sé por qué, Michael, ¿por qué
escribiría yo un poema a un hijo llamado Manuel, si yo no tengo
hijos? –Le pregunté, poniendo mis manos sobre sus hombros.
– ¿Eras escritora, quizás?
– ¡Sí!, escribía cualquier cosa, poemas, novelas, canciones,
incluso les ponía la música, eso sí, sólo de oídas, yo se la tarareaba
a mi músico, le decía lo que quería y entre los dos le dábamos
forma, hubo algunos temas que sonaron en la radio.
– ¿En serio? Sabía que nos parecíamos mucho y en muchas cosas
–Lo escuchaba, le hablaba, pero era evidente que mi mente no
estaba en la conversación.
159
La mano de Michael
– ¿Me vas a decir qué te sucede, Sara?
– ¡Es que no lo sé!, aún no lo sé.
–Pues déjalo estar, ya lo recordarás cuando llegue el momento.
Vamos a divertirnos ahora, ¡no podemos desperdiciar toda esta
maravilla que has recreado para mí! He escondido algunas cosillas
para tal fin.
– ¡Esa mirada… esa forma de hablar sonriendo!... ¡me indican
que no es nada bueno lo que se te ha ocurrido!
– ¡Deja que te achuche!, ¡soy un achuchador de nacimiento!
– ¡Puedes achucharme cuanto quieras!
– ¿Te dejarás?
– ¿Podría negarte algo?
– ¡Humm…no!
– ¡Eres un creído!, ¡eso es lo que eres!
– ¡Es posible!, sólo sé que te achucharé, te abrazaré hasta que
se cansen mis brazos –Era maravilloso sentir así las expresiones
del amor. Nos mantuvimos abrazados hasta que dijo – ¡Si eres
capaz de soportar tanto abrazo, seguramente soportarás bien esto!
–Se apartó de mí y echó a correr. Al momento venía con las manos
cargadas de pequeños globos llenos de agua y comenzó a
lanzármelos.
– ¡Eso no vale!, ¡es trampa!, yo no sé dónde hay globos.
– ¡Pues búscalos!
– ¡Tramposo y malvado!, ¡te vas a enterar cuando los encuentre!
160
La mano de Michael
– ¿Crees que me ganarás a esto?, ¡puedes coger cuantos quieras!,
¡están ahí mismo!, pero te garantizo que no me ganarás, j a j a j a –
Cogí globos y comencé a lanzárselos también. Así estuvimos, no sé
qué tiempo. Corríamos y jugábamos entre besos y empujones de
forma incansable. Su sentido del humor y del cariño se desbordaba
ante cualquier juego.
Verdaderamente e r a maravilloso sentirnos así, como dos niños,
sin sentido del tiempo, del ridículo y alborotando tanto como
podíamos. Yo estaba completamente empapada mientras él se
mantenía seco. Era cierto lo que dijo, jamás le ganaría y es que era
tan elástico como escurridizo, sus reflejos para esquivar los globos
sólo se comparaban a su puntería para atizarme una y otra vez. Ya
estamos flojos de tanto reírnos, ¿cómo era posible poder reír tanto?,
pues lo era, con él todo era posible. Fue el único hombre que me
hizo sentir tan niña como mujer.
Al fin, caímos exhaustos sobre la hierba. Pasados unos
momentos, se desnudó y se lanzó al agua. Nadó hasta el otro
lado del río y desde allí, quieto, apoyado sobre el borde me invitó a
ir junto a él con un gesto del dedo. Ni lo dudé, también me quité el
vestido y crucé el río. Saqué la cabeza del agua y quedé frente a él.
Se sacudió el agua de la cara moviendo la cabeza y su boca
entreabierta me invitó, me pidió que lo besara nuevamente.
Ese, nuestro siguiente encuentro, nos unió más. No sé qué nos
despertó dentro, pero nuestra afinidad era ya absoluta. Nos amamos
en el agua y sobre la hierba y puedo decir que el concepto de amar,
que yo tenía, se esfumó bajo su cuerpo, aquello era más, mucho
más. Porque enredado a nuestros cuerpos se encontraba la
vida, la muerte y Dios mismo ya que… Dios es el amor en sí.
Luego nos dimos otro refrescante baño.
161
La mano de Michael
–Sara, allí al fondo hay muchos árboles.
– ¡Sí!, los puse yo.
– ¡Ya!
– ¿Qué quiere decir ese “ya” y… con ese tono?
– ¡Nada!
– ¡Nada no!, te conozco, Michael.
– ¿Ah, sí?, a ver… ¿qué he querido decir?
– ¡Que allí, donde hay tantos árboles… falta algo, seguro!, ¡algo
que se me olvidó poner!
– ¡Vaya!, es cierto que me conoces.
– ¡Está bien!, a ver, ¿qué se me olvidó esta vez? –Le repliqué
riendo y llena de satisfacción, de ego femenino por haberlo
descubierto. Pero la risa me duró poco tiempo, sólo el justo de
escuchar su respuesta.
– ¡Animales!
– ¿Animales?, ¿qué?... ¿qué tipo de animales? –Recordé los que
había visto en su rancho, los que a él le gustaban, de los cocodrilos
de los que habló en el río y casi salí corriendo – No podía evitarlo,
se reía de mí continuamente y terminaba haciendo lo que le
daba la gana.
– ¡De todo tipo!, ¿qué creías? –Me levantó del suelo, me vistió a
empujones y tiró de mí hacia los árboles, mientras yo me frenaba
con los pies como un borrico. Pero era inútil, tenía mucha más
fuerza que yo y se destornillaba de risa viendo el surco que mis
pies iban dejando en el suelo
162
La mano de Michael
– ¡Te vas a desgastar los pies!, ¿quieres no resistirte más?
– ¡Por favor, Michael!, ¡no me hagas esto!
– ¿No te gustan los animales o qué?
– ¡Me encantan!, ¡lo digo de corazón, me gustan todos, todos sin
excepción!, ¡pero… lejos! - Mis súplicas y mis pies… no sirvieron de
nada.
Cuando nos encontrábamos a medio camino de los árboles,
comenzaron a aparecer por doquier todo tipo de animales. Yo
apenas podía moverme, casi ni pestañeaba. Y él seguía burlándose
de mí.
– ¡Vamos, princesa!, ¡no seas miedica!
– ¡Es que las princesas somos así, unas miedicas!
– ¡Jajaja!, ¡valiente argumento el tuyo!
– ¡Por favor, vámonos de aquí!
–Pero... ¿cómo podríamos irnos si ni tan siquiera te mueves?,
¡pareces petrificada!
– ¡Será...porque lo estoy!
– ¿Pero, por qué?
– ¿Por qué?, me dejan boquiabiertas esas preguntas tuyas, a
ver… ¿tal vez por ese elefante, que es como una casa?, ¿quizás
por el tigre de Bengala que tienes a tu lado?, o… ¿o por el
gorila de lomo plateado que está detrás de ti?, y omito hablar de
la pantera negra y ese ejercito de peligrosos etc. que has
puesto.
– ¡Vaya, vaya!, la princesa entiende de animales, ¿eh?…
163
La mano de Michael
– ¡Sí!, ¡es que he visto muchos documentales!, ¿sabes? –Le grité,
más con la forma que con el tono, ya que ni siquiera me atrevía a
hablar fuerte, cuanto más a gritar.
– ¡Tranquila!, no te harán daño.
– ¡Sí!, ¡le dijo el zorro a la gallina antes de comérsela!
– ¡Jajaja!, pero qué locuaz y divertida eres.
– ¡Ya!, ¡y asustada!, ¡y eso es lo que a ti te divierte!
–No te negaré que tienes razón, no imaginas tu cara y tu aspecto,
jajaja. Pero, en serio, no tienes motivos para estar asustada.
– ¿No?, ¿y por qué no?
– ¿Porque los he puesto yo?
– ¡Oh, ése sí que es un buen argumento!, ¡también puse yo las
flores y cobran vida propia, echan sus propios capullos!, ¡lo
descubriste tú!
–Confía en mí, no ocurrirá nada y de no ser así… ¡siempre podemos
salir volando o hacerlos desaparecer! –Otra vez se aguantaba la risa
y parecía que la cara iba a explotarle.
– ¡Eso me tranquiliza bastante! –Dije con ganas de hacerme
invisible, de volatilizarme de allí.
–Por favor, ven y ponte a mi lado. Confía en mí como hiciste en
la playa, ¿recuerdas?
– ¡Claro que lo recuerdo! –Rememorar aquel momento me hizo
comprender que siempre, en realidad, me sentía segura a su lado.
Así que le dí mi mano, sabía que no me soltaría. Sentir que
confiaba en él lo llenó de gozo y me dio un sonoro beso.
164
La mano de Michael
–Prometo que no te arrepentirás.
– ¡Más te vale, Michael!, ¡más te vale!...
Serenamente caminamos junto a los animales. Al primer paso que
di entre ellos sentí que, por primera vez, no contemplaba la
naturaleza, sino que formaba parte de ella. Era una sensación única
y extraordinaria. No tenía ningún temor, al contrario, disfrutaba de
tenerlos a mí alrededor, me sentía partícipe de una gigantesca y
heterogénea manada, ya que Michael se había encargado de
mezclar todo tipo de especies, desde un cervatillo hasta un bello
oso polar y, por supuesto, el gran gorila que caminaba a su lado.
Parecíamos estar dentro de un sueño y en realidad es lo que era, un
hermoso sueño que nos fue concedido como regalo. Michael estaba
radiante, absolutamente feliz, él sí que en realidad formaba parte
de todo aquello. Era como su hábitat natural, le era tan fácil
entenderse con ellos como respirar o cantar.
– ¡Oh, mira!, ¡osos panda! - Era una madre con su cachorro asido a
ella. El se acercó y tomó al osezno en brazos.
– ¿No es una belleza?
– ¡Sí!, ya lo creo que lo es.
– ¡Todos lo son! No existe un animal que no sea bello, al menos
no para mí –Sabía del amor que él siempre les había tenido,
pero verlo junto a ellos, mezclándose con ellos, era conmovedor.
Seguro que podía respirarse el amor que destilaba Michael, en
aquellos momentos, a kilómetros de distancia.
–Dime, ¿no sientes que formas parte de todo esto?
– ¡Sí!, te confieso que es lo que estaba sintiendo.
–Lo sé, es un sentimiento natural con todo ser uno, sentirse una
165
La mano de Michael
sola cosa en perfecta conjunción, pues todos formamos parte de
un todo. Lo que veas, hueles y puedas sentir somos la misma cosa, la
esencia de Dios, su obra es un conjunto global y unitario. Somos uno y
somos independientes a la vez. ¡Si el ser humano se sintiera tan
libre como nosotros ahora! Todos los problemas del mundo se originan
por olvidar ese sentimiento, ser y sentirse uno sólo con todas las
criaturas vivientes, con la tierra misma.
Esta es la mayor aventura que he vivido jamás, me siento
plenamente realizado –Iba a soltar al cachorro de panda cuando un
temblor de tierra lo sacudió todo. El cachorro se asustó y se sujetó
con fuerza a Michael, el resto de los animales habían comenzado su
huída emitiendo unos fuertes alaridos aberrantes, como de dolor,
también asustados por el temblor, cuando la niebla lo cubrió
todo otra vez. Fue sólo un instante, pero al disiparse, todos los
animales cayeron al suelo convertidos en cenizas y Michael, que
abrazaba con fuerza al cachorro, se quedó con los brazos vacíos,
pegados a su pecho. Los árboles, en su mayoría, comenzaron a caer
perfectamente talados. Y, en un abrir y cerrar de ojos… todo
desapareció.
El paisaje, que momentos antes había sido una hermosa sabana
llena de esplendor y vida, ahora aparecía como un entorno yermo y
desolado. ¿Qué había ocurrido? No podía tratarse de una pesadilla,
estaba segura que nos encontrábamos allí los dos con el mismo
estupor en nuestras caras. Pero Michael pareció comprender lo que
acababa de ocurrir y con la expresión desencajada, dio un fuerte grito
que salió de su garganta y cayó de rodillas clavando los puños en la
tierra.
– ¡Nooo!, ¡Diooos, nooo!, ¡no lo
permitas que esto continúe sucediendo!
166
sigas permitiendo!, ¡no
La mano de Michael
– ¿Qué pasa?, ¿a qué te refieres?, ¿qué es lo que acaba de
pasar?
– ¡Lo que no deja de pasar a diario!... ¡la Tierra se muere!, ¡la están
matando! ¿No la oyes llorar?, ¿no la escuchas pedir clemencia para
ella y para todas sus criaturas? ¡Oh, Señor!, ¿hasta cuándo vas a
consentir su asesinato? – Golpeaba la tierra una y otra vez, yo era
incapaz de pararlo, parecía estar completamente fuera de si.
– ¡Basta, Michael!, ¡para ya! – Le grité, pero lo único que pude
conseguir es que echara a correr hacia los árboles que quedaban
en pie. Sabía que en aquel estado, podía caer en una nueva
pesadilla, así que corrí tras él llamándolo, pero nada, parecía
haberse esfumado entre la arboleda.
Estaba agotada de caminar buscándolo inútilmente. Me sentía
frustrada y asustada por él y decidí volver al camino y esperar. No
podía hacer otra cosa más que esperar, como siempre.
Me encontraba sentada en el suelo, completamente hundida,
rezaba porque Michael estuviera bien, con la cabeza entre mis
rodillas, cuando sentí en el suelo una especie de vibración, y lo que
parecía el ruido de los cascos de un caballo. Levanté la mirada y vi.
Que algo gigantesco avanzaba a gran velocidad hacia mí, me quedé
paralizada, no sé si fue el miedo o la prudencia lo que no me dejó
mover ni un sólo músculo. Muy cerca de mí, se paró en seco, yo no
daba crédito a lo que estaba viendo. Efectivamente, tal y como me
había parecido, se trataba de un caballo, pero no era un caballo de
verdad. Era una mole de hierro de más de dos metros de altura; su
cabeza era cuadrada al igual que la forma de sus orejas. El cuerpo
recordaba a una manta echada sobre el esqueleto que debía
mantener aquella estructura, era una carcasa más que un cuerpo,
pero una carcasa de hierro, agujereada y perforada igual que un queso
167
La mano de Michael
gruyère. Las patas, también de hierro, estaban formadas como las de
un animal de verdad y se movía y relinchaba igual que un
auténtico caballo. Era una figura abstracta y aterradora.
Estaba muy nervioso, andaba unos pasos hacia adelante,
relinchaba alzando las enormes patas y volvía a dejarlas caer
haciendo un fuerte y pesado ruido, luego daba otros pasos hacia
atrás y así lo repetía todo una y otra vez, pero sin moverse del
sitio. Parecía estar esperando algo.
No sabía qué pensar y mucho menos reaccionar, temía moverme
y que aquella mole arremetiera contra mí. Estaba segura de no
haberme sumergido, no sabía por qué, pero sí que tanto el
suceso de los animales como aquel caballo de hierro, no formaban
parte de una pesadilla mía ni de Michael, que aquello era del
todo ajeno a nosotros.
¿Qué hacer, entonces? Continuaba paralizada y expectante
cuando, de entre los árboles, vi a Michael correr hacia mí con
una espada en la mano, era grande y parecía pesada, me recordó a
las espadas de los cruzados.
– ¡Apártate, Sara!, ¡ponte a un lado! – Así lo hice, y me acurruqué
cuanto pude sobre mí misma. Ya había visto muchas cosas en
aquel lugar, pero aquello, fuera por completo a nuestro gobierno,
no me parecía que podía estar pasando.
Michael se subió al caballo, los dulces rasgos de su cara se
habían transformado en los de rabia y desesperación. Hendía la
enorme espada al aire y la dejaba caer contra el suelo, parecía
estar golpeando, apartando cosas por todos lados. Sus gritos se
propagaban como cañonazos que retumbaban en todas partes.
Daba la sensación de estar luchando contra todo. Por un momento,
pensé que, aún estando en Terreno Sagrado, había perdido la razón
168
La mano de Michael
pues era una tempestad de furia la que descargaba. Aquél era un
suceso insólito.
Tragué saliva con dificultad y quise decirle que parase, pero
entonces comprendí. No había enloquecido y tampoco era,
exactamente, una pesadilla, al menos no como las anteriores.
Esta vez no estaba sumergido, estaba fuerte y vigoroso como el
viento. No luchaba contra la nada, luchaba contra sus propios
fantasmas, contra sus profundas heridas, contra sus miedos y
contra todo aquello que lo había hecho sufrir, contra todo lo que
había odiado en vida. Se estaba liberando a sí mismo.
Al fin paró. Tenía el cabello mojado por el sudor, todo su cuerpo
estaba bañado en sudor y jadeaba con fuerza. Adelantó el caballo
hasta mí.
– ¡He dominado a mis monstruos y los he aniquilado a todos! –
Gritó, contemplando la amenazadora espada. Su mirada era la de
un triunfal emperador. Y no había sido un triunfo ni una batalla real,
excepto para él.
De la intensidad de sus gestos pude percibir su libertad interior,
que era su verdadero triunfo, su recompensa final. Se dio la vuelta y
se marchó.
Intuí que el fin estaba cerca, que era más pronto de lo esperado.
Tal vez, nuestra aventura juntos había acabado ya, había terminado
allí mismo, donde empezó. Nuevamente deseé que mi pequeño
candil se apagara en mi interior. No quería continuar sin él. Sin
Michael… ¡no habría paraíso posible ya!
Mientras mantenía estos pensamientos, sentía que mi alma, que
todo mi ser se iba a resquebrajar en pedazos con su ausencia
cuando, a lo lejos, por el mismo camino por donde había
169
La mano de Michael
venido el gigantesco caballo de hierro, ahora avanzaba lo que
parecía ser una gran bola de luz. Me puse en pie lentamente y
para mi sorpresa, Michael estaba en su interior. Esta vez montaba
un hermoso caballo blanco, su rostro irradiaba felicidad y una
templanza que nunca había visto, el resto sólo era luz, luz, luz.
Era la alegoría perfecta de todo lo ocurrido.
Desmontó y vino hasta mi, la luz se apagó y el túnel se abrió
tras él, vi girar sus paredes tal y como las recordaba, pero esta vez,
en su interior, vi la luz que había acompañado a Michael, pero
mucho más fuerte, tanto que no sabía describirla, era tan radiante y
luminosa que podría decirse que hubiera hecho explotar las
pupilas, pero nada más lejos de la realidad, podías mirarla de
frente y sentir como te atraía hacia ella.
Y así hizo con él, pareció llamarlo y, sin mirarme siquiera, fue
a su encuentro hacia el túnel. Sentí que mi corazón se partía
como un vidrio contra el suelo, al ver que él se iba sin mí.
Deseé que el túnel se cerrase y desapareciera, que Michael no se
fuera, al menos no así. Pero, una vez más, me equivoqué. Tras un
tiempo de estar al borde del túnel, se dio la vuelta y regresó, el
corazón se iba a salir de mi pecho.
–Sara, pensé y deseé tanto que todo el camino lo hiciéramos
juntos…, sin embargo, ahora me alegro de que no vaya a ser así –
Aquello me dolió tanto como un puñetazo en pleno estómago. El
se dio cuenta y me cogió la cara entre sus manos.
– ¡Eh, mi princesa!, no estés triste por esta separación, sólo es
momentánea, el tiempo que transcurra hasta que volvamos a vernos
tan sólo será como un soplo de aire. Al acercarme a la luz, ha sido…
¡como si un manto o una lluvia de sabiduría me hubiera cubierto
por completo! Ahora sé cosas que jamás hubiera esperado saber,
170
La mano de Michael
también las sabrás tú en su momento. ¿Me crees? –Contesté que sí,
sin emitir palabra alguna. Había oído todo lo que me dijo, pero en
mi mente y en mi alma sólo sonaba la palabra ¡separación! – ¡Por
favor!, al final siempre has confiado en mí, lo sé, hazlo una vez
más.
Dentro he visto a gente querida, familiares, amigos ésos a los que
quería volver a ver y también personas a las que no había visto
nunca, pero he percibido en ellos el mismo amor que en los demás.
Es como si ahí todo fuera amor, todo estuviera en comunión con un
mismo amor, no sabría explicártelo, pero sí te diré que es el amor que
busqué durante toda mi existencia terrenal… ¡la pureza en si misma!
¡Me siento tan lleno de Dios!… – No lo pude evitar y lloré, lloré de
felicidad por él, lloré porque se marchaba, lloré porque no podía
imaginar seguir otro camino donde él no estuviera a mi lado, porque
hasta que llegara ese tiempo que él decía, no volvería a escuchar su voz.
Adivinando mis pensamientos, me abrazó y me balanceó en un suave
baile mientras me cantaba al oído el comienzo de (Speechless): “Tu
amor es mágico”… – No lo olvides, mi niña, el amor que hemos
vivido ha sido mágico, incluso antes de estar aquí… y continuará
siéndolo por toda la eternidad, lo sé. Pero ahora, has de seguir sin mí
– Me fui a separar de él para hablarle, pero no me dejó y me retuvo
abrazándome aún más fuerte.
–Tu vida será maravillosa, estaré a tu lado siempre que me necesites
y al final de tus días seguirás por el túnel sin pararte, seguirás a través
de él hasta llegar nuevamente a mí.
– ¡No!, ¡no sé qué me estás tratando de decir! ¿De qué vida me
hablas?
– ¿Aún no lo has comprendido, verdad? ¿Aún no recuerdas por qué
te paraste, por qué no quisiste seguir?
171
La mano de Michael
– ¡No!
– ¡Tranquila, lo harás y entonces comprenderás todo cuanto digo! –
Me apretó un poco más e hizo un gesto que siempre me había
gustado que me hiciera, sujetó mi nuca rodeando así casi toda mi
cabeza, con su enorme mano – ¡Su mano! – Pensé –Ya nunca la
volveré a sentir así –Y todos y cada uno de los momentos que
habíamos compartido, allí, en aquel lugar; su tímida risa, a veces, y
sus infantiles y fuertes carcajadas, otras. La noche de las
luciérnagas, sus pesadillas, los bailes, como me gustaba arroparlo
con la suave manta, su canción bajo la noche, las bromas, el
cachorro de oso panda en sus brazos, las lágrimas resbalando por su
delicado rostro, su amabilidad y modales refinados ante cualquier
situación, incluso mojándome con los globos y su extrema y
maravillosa sensibilidad y comprensión para con todo y… el beso
en el arco iris.
Me había enseñado el amor más puro que se pueda imaginar.
Me había amado como ningún hombre antes, me había hecho
comprender que nada es inútil, que todo tiene un propósito y,
ahora… se iba para siempre dejándome sola, aquello me
aterrorizaba tanto como perderlo a él. Sentí como me susurró al
oído, pero su voz me retumbó en todo el cuerpo.
–En las noches, cierra los ojos y sentirás mi mano sobre tu cabezaSentí un escalofrío - Igual que la sientes ahora y nunca olvides que
hay un amor más puro que el que hemos sentido juntos y está ahí
dentro, en el túnel y, algún día, también lo compartiremos juntos.
Esa es mi promesa hacia ti. Y ahora, dime, ¿confiarás en mí, en
lo que te he dicho? –Sabía que, al contestar, todo terminaría, ya no
había nada más, incluido el tiempo.
Aquella bendición de haber estado juntos había concluido y
172
La mano de Michael
debía de aceptarlo, simplemente porque era inevitable y ante lo
inevitable, no hay más remedio que vencerse. Así que con apenas
un tembloroso hilo de voz, que no sé ni cómo consiguió salir de mi
garganta, le contesté sabiendo que serían mis últimas palabras
hacia él, que aquél era nuestro último segundo, así que al igual
que ante la niebla, me vencí ante la realidad.
– ¡Si, Michael, confiaré!
– ¡Me esperan!
– ¡Lo sé!
– ¿No vas a intentar retenerme ni un poco más de tiempo? –Lo
abracé sujetándolo por la cintura y lo olí por última vez, quería
quedarme con su aroma para siempre. Olía tan bien…
– ¡Sí pudiera retenerte lo haría hasta que mis brazos se quedaran
sin fuerzas!
– ¡Me has copiado la frase!... pero me gusta. Ojala pudiera haber
sido así antes. Te hubiera abrazado toda una vida y toda la eternidad.
Ahora tengo que irme –No pude decir nada. Al despegar su cuerpo
del mío, sentí que un lazo se desataba en nuestro interior, un
lazo que nos había mantenido unidos todo el tiempo. Creí que iba
a desplomarme. Como otras veces, para animarme, hizo una broma,
se atusó el cabello y estiró su ropa.
– ¿Cómo me ves?
– ¿Aparte de negro?
– ¿Me ves negro, Sara?, ¿no me mientes?, ¿al fin me ves negro?
– ¡Sí!, ¡al fin te veo negro!
–¡Me
alegro!,
¡eso
es
porque
estás
empezando a
173
La mano de Michael
comprender¡ ¿Y cómo me ves así?, ¿me ves favorecido? – Volvió a
bromear para animarme otra vez y, girando la cabeza, me mostró
su perfil. Ahora fui yo quien cogió su cara entre mis manos.
– ¡Preparado, Michael!, así es como te veo… ¡preparado!
– ¡Y lo estoy!, ¡mujer blanca llamada Sara, mi niña!, al igual que tú
lo estarás algún día… algún día. “Bésame y libérame y entonces… yo
me sentiré bendecido”, ¿recuerdas?
– ¡Sí!... es tu canción, la que cantamos juntos, cuando lavé tu
cuerpo en...
– ¡Chisss!, ¡chisss!, ¡ tranquila,
princesa!, ¡ tranquila!, ¡todo
saldrá bien!, todo está en su lugar ahora. ¡Bendíceme... bendíceme!
– Lo hice, lo besé por última vez.
– ¡Bendito amor éste, Sara! – Rozó apenas mi barbilla y se
encaminó hacia la luz, hacia el túnel del que no regresaría. Sentí
una mezcla de alegría y tristeza como nunca antes había sentido, ni
siquiera cuando me encontré sola en la niebla y quise desaparecer.
No podía verlo marchar y bajé la cabeza sin mover el resto del
cuerpo, ya que parecía clavada al suelo. Pero apenas la mantuve
agachada unos segundos, no podía reprimirme, tenía que volver a
verlo una vez más antes de que se adentrase allí definitivamente.
Miré hacia la luz y apenas creía lo que estaba viendo, Michael,
casi entrado ya en el túnel… ¡volvió a ser un niño!, se había
convertido en aquel niño pequeño y sonriente que yo recordaba.
Con esa vivacidad, que sólo da la infancia, corrió hasta mí, lo alcé
del suelo y lo cogí en brazos. Al sentirlo así, al sentir aquel abrazo
infantil, recordé a mi hijo.
– ¡Dios mío!, ¡mi hijo Manuel!, ¡esto es lo que sentí en el túnel,
174
La mano de Michael
querer volver a abrazarlo! – No sé como, volví a estar entre los
brazos del Michael adulto.
– ¿Ves cómo ahora todo cobra sentido?
– ¡Si, he recordado al fin!
– ¡Vuelve, Sara, vuelve junto a él!
– ¡Si, Michael!, ¡verdaderamente é se es mi deseo!, ¡volver a ver a
mi hijo, volver a sentirlo! Me marchaba sin despedirme de él y…
¡no podía soportarlo!, por eso no seguí por el túnel.
– ¡Lo sé!, ¡no imaginas con qué nitidez soy capaz de ver las
cosas ahora! Eres limpia de alma, mi niña, por eso te ha sido
concedido tu deseo. ¿Sabes?, veo a tu hijo, se parece mucho a ti,
también por dentro, eso es hermoso. Y ya no es tan niño, es un
muchacho.
– ¡Sí!, pero para mí sigue siendo un niño, un niño pequeño.
– ¡Igual que para mí los míos!, aún me parece tenerlos en mi
regazo. ¡Son tan bellos!, ¡los amo tanto!
– ¡Sí, son bellísimos!, no me atreví a hablarte de ellos para no
hacerte daño. Tu hija es tan preciosa como una muñeca y…
– ¡Ya lo sé!, ahora veo su imagen en mi funeral, entiendo por qué
te asustaba contármelo, quizás yo tampoco lo hubiera hecho contigo.
Es demasiado dolor para verlo de cerca, por eso yo no quería saber.
Mi pequeña es tan dulce, tan sensible, todos lo son, mis hijos son
todos muy bellos y especiales.
– ¡Igual que su padre!
– ¡No, ellos son mucho mejor que yo! Siempre estaré, también,
junto a ellos, aunque seguramente no me percibirán como tú.
175
La mano de Michael
Ya quedaba poco por decir, al menos poca cosa que no nos hiciera
más penosa la despedida. Pero había algo que yo aún quería
saber.
– ¿Cuál fue tu deseo, Michael?– Me señaló hacia el túnel y pude
ver que, en su interior, relucía en todo su esplendor Neverland.
Había incontables niños riendo y jugando.
–Fue en lo que pensé cuando comprendí que había muerto.
Que en vida no pude hacer que disfrutaran, al menos no durante
el tiempo suficiente, de todo lo que creé para ellos y también para
mí –Rió y fue como recibir aire fresco –Sentí que aquí, en algún
lugar, estaban las almas de tantos y tantos niños infortunados,
muchos a los que conocí y no pude rescatarlos de la muerte, quería
volver a verlos, a verlos a todos y quise averiguar dónde y ¡quedarme
con ellos en Neverland! – Fue conmovedor ver que él, aún más allá
de la vida, siguió respetando quién era realmente. El era Neverland
en su totalidad.
– ¡Gracias, Michael, por todo!, y doy gracias por haberte
conocido, aunque haya sido aquí –Reflexioné – ¡No!, ¡gracias por
haberte conocido aquí, en Terreno Sagrado!, ¿qué mejor lugar? Y
por todas tus respuestas a mis preguntas, por todo lo bello que me
has hecho sentir y que me has dado. Sin ti… no hubiera conseguido
entender y recordar.
– ¿Tus respuestas, yo?, ¡Sara, tú sí eres mi respuesta, mi guía
hasta el túnel y mi paraíso! Te quiero.
–Te quiero.
–Niña, yo te quiero más… cuídate para mi, porque te estaré
esperando – Me besó y se marchó con un pequeño ratoncito
sobre su hombro, al que llamó señor ratón. Reí llorando al ver
176
La mano de Michael
que los niños corrieron a rodearlo. Ahora él era todo lo que
siempre quiso ser, un niño para jugar y un adulto para amar. Era
feliz al fin y, por lo tanto, ¡libre! Fue la primera vez que al mirar a
un hombre comprendí a Dios, o mejor dicho, Michael… me hizo
comprender a Dios por primera vez.
Otra vez volví a sentir el fuerte tirón en el ombligo que me
arrastró, una vez más, a una velocidad vertiginosa hacia no sabía
dónde, pues a partir de ahí todo fue oscuridad y silencio.
Noté un poco de luz a través de los párpados, pero esta vez sabía
que estaba viva, viva de verdad. Abrí un poco los ojos y pude ver a
mi madre, a mis hermanos Eloísa y Alejandro, mis sobrinas y mis
queridas amigas. Todos me miraban de cerca, expectantes y con los
ojos llenos de lágrimas, de amor.
– ¡Mamá! –Fue lo primero que apenas acerté a decir. Mi madre
rompió a llorar con fuerza al igual que todos, mientras que en voz
alta, l a oí dar las gracias a Dios. ¡Oh!... la voz de mi madre,
pareció que, un vez más, con sólo oírla, volvió a darme la vida.
Dos médicos y varias mujeres con bata blanca se precipitaron sobre
mí. Tras reconocerme, minuciosamente, me explicaron que tuve un
paro cardíaco, que mi corazón se había parado igual que las
manecillas de un reloj cuando se queda sin pilas. Recordé la noche
en que me desperté y oía aquel tic-tac, la noche en que Michael
murió. Al parecer, la falta de oxigeno en mi cerebro hizo que hubiera estado en coma durante dos días.
Mientras me hablaban, vi a mi hijo asomarse entre las batas blancas
y todo lo demás dejó de existir para mí, sólo lo veía a él, sólo la
visión de su persona inundaba mis ojos. Pedí que se apartaran
todos y así lo hicieron, haciendo un silencio a mi alrededor, al ver
que sin palabras extendí abiertos los brazos hacia él, el cual se dejó
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La mano de Michael
caer sobre mí, sobre mi pecho y lo abracé con la fuerza de la que fui
capaz. Su abrazo lo sentí más grande y acogedor que nunca, no
quería soltarlo, quería meterlo dentro de mí, de mi alma y así
volver a ser los dos uno solo, como cuando lo tenía en el refugio de
mi vientre.
Se apartó con suavidad y con su mano me limpió las lágrimas de
emoción, porque esta vez eran sólo de emoción – ¡No me sueltes,
hijo! sigue abrazándome –Todos se echaron a reír, seguramente no
pasó de parecerles un gesto tierno, sin saber que para mí era más,
mucho más. Sentí como el amor de un hijo es absolutamente todo.
Recordé las palabras de Michael sobre sus hijos, sobre lo mucho
que los amaba y que lo significaban todo para él. Y comprendí que
mi vida en absoluto había sido inútil.
Al atardecer, Manuel iba a recogerme algunas cosas a la casa,
cuando ya estaba en la puerta y con la promesa, tras mi insistencia,
de no tardar apenas, le pedí algo.
– ¿Me traerías la manta blanca, esa que es tan suave y que no
pesa apenas? – Manuel me miró más que extrañado.
– ¡Pero si estamos en pleno verano!
– ¡Lo sé, lo sé, hijo!, pero… tráemela igualmente. Sólo quiero
tenerla cerca.
–Lo que quieras, mamá – Contestó tan complaciente como
extrañado.
– ¿Lo que quiera?
– ¡Sí! – Lo miré, cómo si acabase de descubrirlo, de verlo por
primera vez.
–Sólo quiero una manta cálida y… a ti – Me lanzó una sonrisa
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La mano de Michael
que me acompañará el resto de mi vida y recordé... “Los hijos son
ésos que siempre se quedan con nuestros corazones”. Como de
costumbre, Michael… tenía razón.
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