Seguridad democrática: un paradigma en construcción

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LA SEGURIDAD ¿UN DERECHO CIUDADANO O UN DERECHO HUMANO? UN
DEBATE NECESARIO PARA PENSAR UNA FUERZA DE SEGURIDAD
DEMOCRÁTICA
Alejandra Serrano, Ana Paula Herrera Viana,
Agustina Rodriguez, Fiorella Canoni 1
Introducción
La Seguridad es un concepto en constante (re)construcción que tiene además la
particularidad de constituir un constructo teórico y una categoría política con capacidad de
generar escenarios dicotomizados. En el ámbito académico, por ejemplo, diferentes
disciplinas sociales comparten la seguridad como objeto de estudio, algunas veces en
diálogo entre sí, otras en franco aislamiento y en determinadas circunstancias, en pugna por
significar, nombrar y/o monopolizar su comprensión. En el ámbito político, la seguridad
representa un eje que atraviesa y configura concepciones, definiendo posiciones que, a
diferencia de las que surgen en el ámbito académico, tienen el poder de institucionalizar, a
través de leyes, programas y líneas de acción, sentidos que contribuyen a la definición de
“modelos de sociedad”.
Si lo analizamos desde el plano internacional podemos encontrar que en el ámbito
Universal de Naciones Unidas, desde su fundación en 1945, se debate cuál es el sentido de
la seguridad, cuáles son sus elementos constitutivos y cuál el sujeto que debe proteger. De
estos debates, a su vez, participan referentes académicos e investigadores provenientes,
sobre todo, de la disciplina de las Relaciones Internacionales.
En ese marco, el debate fue complejizado y se pasó de un paradigma de comprensión de la
seguridad focalizado en el Estado Nación –como lo fue el modelo de seguridad marcado
1
[email protected] Investigadoras docentes. Instituto Universitario Nacional de
Gendarmería
1
por el conflicto de la Guerra Fría- a la búsqueda de un sentido de la seguridad que haga
énfasis en el ser humano y sus necesidades. Esto, en congruencia con programas de
investigación que pasaron de una visión restringida a una visión expansionista del concepto
de seguridad.
Entre estos dos posicionamientos, podemos encontrar muchos matices, por ejemplo
enfoques que postulan que el sujeto de la seguridad es el Estado y también el ciudadano,
otros que refieren a el surgimiento de las nuevas amenazas, que denotan el foco ubicado en
los Estados pero que, indirectamente sin lugar a dudas, repercuten en la seguridad de los
habitantes de ese Estado y otros que hablan acerca de la protección de determinados grupos
y comunidades que comparten valores más allá de los intereses del Estado. Es así que
encontramos acepciones de la seguridad tales como, seguridad humana; seguridad
hemisférica; seguridad pública; seguridad cooperativa; seguridad multidimensional,
seguridad societal, entre otras.
En este contexto, de múltiples sentidos de la seguridad, y con el retorno de la democracia
en Latinoamérica, la discusión acerca de la seguridad se enunció como Seguridad
ciudadana o Seguridad democrática.
Aunque esas discusiones no lo expliciten responden necesariamente a posicionamientos que
son epistemológicos, pero sobre todo dan cuenta de posiciones filosóficas-políticas que
abordan la relación entre individuo y sociedad delimitando, a través de sus definiciones,
inclusiones y exclusiones.
El concepto de hombre y ciudadano
El concepto de seguridad ciudadana vuelve indispensable un análisis acerca de la categoría
de ciudadano.
En filosofía política se se suele referir a la existencia de dos conceptos de ciudadanía: un
concepto antiguo y un concepto moderno. En relación al concepto antiguo, la ciudadanía
estaba ligada a la participación en el poder colectivo de la comunidad política, la
pertenencia a la Polis. Como todos conocemos, esa participación estaba restringida. Eran
2
los hombres libres los que tenían igualdad para participar en la vida pública. Aquí la
ciudadanía era fuertemente excluyente, dejando por fuera de esta categorización a las
mujeres, los metecos, y los esclavos, entre otros.
En la modernidad, con la llegada de la profanidad, y la instalación del Estado Nación y de
su aparato administrativo, el concepto de ciudadano requiere ser resignificado. Es así como
surge la ciudadanía de derecho, con status legal, que implica ciertos derechos y
obligaciones, otorgándoles a los ciudadanos la igualdad formal ante el Estado Nación. Con
la fuerte influencia liberal terminó de modelarse el concepto de ciudadanía en el sentido en
el que hoy se lo entiende. Fue el contractualismo, principalmente, el que le otorgó a la
ciudadanía una impronta fuertemente política, haciendo que la misma sea la vinculación
entre los habitantes de un territorio y el Estado, estableciendo derechos y obligaciones para
los ciudadanos y responsabilidad de garante de los mismos al Estado, estableciendo como
base de las relaciones sociales la libertad y la igualdad.
Es importante analizar el contexto de surgimiento del concepto moderno de ciudadano 2 . Un
momento de fuerte quiebre social y de discusiones acerca de cuál debía ser el fundamento
de la organización política, en la medida que aparece en escena el individuo como sujeto
con voluntad y capacidad de decidir y construir su realidad.
En ese marco, los teóricos que asumieron la responsabilidad de pensar en un régimen de
gobierno, lo hicieron desde posturas ilustradas e iluministas que celebraban el nacimiento
de una nueva sociedad donde fuesen los hombres, -desligados de linajes, y herencias- desde
su propia capacidad de razonamiento y dominio sobre la naturaleza, los que eligiesen como
gobernarse. Es en este sentido, que la ciudadanía se erigió como netamente liberal y
profana.
Sin dudas la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789 instaló un
concepto de ciudadano universal, en el que se protegió a todos aquellos que el sistema
feudal había dejado históricamente de lado. Esta Declaración realiza un corrimiento del
2
José Luis Romero “Estudio de la mentalidad burguesa”
3
concepto de ciudadano tan radical que iguala en derechos y obligaciones al hombre y al
ciudadano. 3
A lo largo de la modernidad, el sentido de la ciudadanía ha variado entre la concepción
liberal y la republicana, con mayor o menor grado de participación, pero sigue manteniendo
un fuerte sesgo liberal, y expone a la ciudadanía plena como ideal político, que se va
conquistando a medida que los individuos van ganando competencias. En tal sentido T. H.
Marshall plantea la ciudadanía constituida desde tres tipos de derechos: los civiles, los
políticos y los sociales. 4
Resulta interesante el análisis que algunos pensadores hacen respecto del concepto de
ciudadanía que propuso la Revolución Francesa. Entre ellos, el sociólogo francés Robert
Castel (2003) destaca la equiparación que, inspirándose en el pensamiento de John Locke,
la modernidad hizo entre ciudadano y propietario. Dado que la Revolución venía a rescatar
a los hombres de la dependencia feudal, para poder ser libre, era entonces necesario superar
el estado de necesidad, y esto se lograría a través de la posesión de bienes.
Por su parte, Martín Spinosa (2004) señala que los postulados de libertad y autonomía que
proclamó la revolución Francesa son, al mismo tiempo, contradictorios con las necesidades
y la organización de la fuerza de trabajo que desplegó la Revolución industrial. En este
sentido, obrero y ciudadano se presentan como dos dimensiones sociales que no sólo no
coinciden entre sí, sino que además se contradicen. Debido a que el obrero no cuenta más
que con su propia fuerza de trabajo como propiedad, y entonces, la ciudadanía es para él un
proyecto inconcluso.
A su vez, destaca Castel, que recién ese proyecto inconcluso, el de poder ser un ciudadano
pleno pudo realizarse a mediados del siglo XX con la intervención del Estado de Bienestar
y la consolidación de lo que Castel llama la sociedad salarial. Es decir, no pudo hablarse
de ciudadanía –en el sentido moderno- hasta tanto no existiese una organización social que
fuese capaz de hacer posible la participación de toda la población en la distribución de
determinados bienes y servicios.
3
4
Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.
Marshall Thomas “Ciudadanía y clase social”
4
Sin lugar a dudas, el concepto de la ciudadanía ha atravesado un proceso de ampliación,
desde la antigüedad a la modernidad, pero esto no implica que ese ideal de emancipación
humana, planteado por Marx, en el cual el ciudadano y el hombre se igualan, se halle
alcanzado 5 . En relación con esto, discrepando con la lectura de Castel, entendemos que la
plena ciudadanía sigue siendo un ideal de las sociedades modernas, dado que conforme lo
denunciado por Marx las sociedades actuales, inscriptas en el capitalismo, se reproducen
velando la desigualdades reales a través de la institucionalización de una igualdad formal
Otro factor íntimamente relacionado a la ciudadanía y que hay que remarcar, es la
pertenencia. La idea que se impone en la modernidad es que, tanto derechos como
privilegios se obtienen en la medida en que se pertenece a un determinado Estado Nación.
Esta condición de ciudadanía opera como mecanismo de exclusión, dividiendo a la
sociedad entre aquellos que ostentan la condición de ciudadanos y quienes se ven privados
de ella. Esto nos enfrenta a una contradicción fundante de nuestras sociedades, por un lado
los derechos inalienables de todo ser humano, por el mero hecho de serlo, y por el otro la
posibilidad de acceder a estos y hacerlos efectivos, solo en tanto miembro de un Estado
Nación. Lo cual nos lleva a pensar que si bien todo ciudadano es un ser humano, no todo
ser humano es un ciudadano.
De esta manera, la ciudadanía se encuentra estrechamente relacionada con la nacionalidad:
en palabras de Balibar, ambas (ciudadanía y nacionalidad) “tienen una base institucional
única, indisociable. Están organizadas una en función de la otra dentro de un conjunto de
derechos y obligaciones, de los cuales algunos funcionan en el ámbito cotidiano, otros de
modo más genérico y abstracto” (1997:135).
En América Latina, sin embargo, la ciudadanía en sus comienzos tiene una particularidad:
no busca la igualdad de los miembros de una comunidad, sino que conforme lo expuesto
por Sánchez Gómez es “un campo de privilegios, de vínculos corporativos, y por lo tanto
de jerarquías” (1999: 432); que además estaba adscripto espacialmente a la ciudad: el
hombre rural era excluido. Si tomamos esta mirada sobre la ciudadanía nos acercamos mas
a la propuesta de los griegos que a la de los Franceses.
5
Karl Marx, “La cuestión judía”
5
El debate en Argentina
Nuestro país no está al margen de este debate por significar la seguridad, sino que participa
del mismo, constituyéndolo a partir de su propia disputa interna.
Un hito en la materia fue “el Acuerdo por la Seguridad Democrática” consensuado en el
año 2009. Este documento significó un quiebre porque da cuenta del consenso alcanzado
entre representantes de diversos ámbitos.
El Acuerdo por la Seguridad Democrática contó desde sus inicios con más de 200 firmas,
que incluyendó a representantes de diferentes partidos políticos, organizaciones y
organismos de la sociedad civil. También participaron referentes del sindicalismo como la
CGT y la CTA, movimientos como el Evita, Libres del Sur, Barrios de Pie, espacios de
Derechos Humanos , como Abuelas de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S., Comisión por la
Memoria, la APDH, Serpaj, CELS, entre otros; referentes de diversos cultos, representantes
de ámbitos académicos, y muchos más.
Este aval amplio y diverso, legitimó la posición de abandonar las perspectivas de una
política de seguridad basada en una concepción punitiva y represiva, conocida como la
política de “mano dura”, e instaló la necesidad de comenzar a pensar la seguridad basada en
valores democráticos, con medidas proactivas y fuertemente preventivas.
Fruto de este acuerdo podemos decir que: 1) se evidenció la existencia de un abuso del uso
de la fuerza pública por parte de las fuerzas de seguridad, y se cuestionó fuertemente esta
práctica y; 2) se instaló la necesaria vinculación entre democracia y seguridad.
Es así como se acuerda, política y socialmente, referir a la seguridad como democrática y
abordarla desde una concepción integral, donde se gestione democráticamente las
instituciones de seguridad; donde se regule el accionar de los agentes de las fuerzas de
seguridad y se instale la no violencia en el ámbito público a fin de racionalizar el uso de la
fuerza; donde la justicia recupere un rol central y controle el uso de la prisión preventiva,
cuide las condiciones de detención y la violencia institucional y se repiense el sistema
penitenciario a fin de trabajar en la reinserción social de las personas privadas de su
libertad.
6
Con la base que significó este Acuerdo por la Seguridad Democrática y el Informe sobre
seguridad ciudadana y Derechos Humanos que elaboró en el año 2009 la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, se comenzó a instalar en Argentina el sentido
democrático de la seguridad.
Sin embargo, este sentido democrático de la seguridad aún no ha alcanzado un grado de
institucionalidad que permita tomarlo como postura nacional, dado que sin perjuicio de que
existe el Modelo Argentino de Seguridad Democrática en el Ministerio de Seguridad 6 ,
sumado a los proyectos legislativos que hoy se encuentran en el Congreso Nacional, nuestra
normativa no refiere a la seguridad en estos términos.
Si revisamos la legislación argentina en materia de seguridad nos encontraremos que la Ley
Nacional N° 24.059 refiere a la seguridad interior entendiéndola como “…situación de
hecho basada en el derecho en la cual se encuentran resguardadas la libertad, la vida y el
patrimonio de los habitantes, sus derechos y garantías y la plena vigencia de las
instituciones del sistema representativo republicano y federal que establece la Constitución
Nacional (Art. 2 de la Ley N° 24.059).
Al mismo tiempo que contamos con proyectos legislativos que apelan a institucionalizar un
concepto de seguridad pública democrática, también existen propuestas para avanzar en una
ley integral de seguridad pública y ciudadana, donde básicamente se recupera el concepto
de seguridad interior de la Ley N° 24.059 –que tiene como actor fundamental al ciudadanoy se le adhiere la participación ciudadana como un elemento nodal.
Ahora bien, ¿Que implica la seguridad democrática? Podemos pensar esas implicancias a la
luz del citado Acuerdo para la Seguridad Democrática y los lineamientos del Modelo
Argentino de Seguridad del actual Ministerio de Seguridad de la Nación.
El Acuerdo postuló diez puntos que tuvieron un consenso generalizado, donde se destaca,
como ya adelantamos, la necesidad de replantear la política de seguridad a la que hemos
referido como “mano dura” y se cuestiona el rol del Estado ante el fenómeno delictual. De
hecho el primer punto del Acuerdo refiere al
Estado frente al problema del delito y
6
Disponible en http://www.minseg.gob.ar/
7
plantea “En nuestro país la acción del Estado frente al incremento de la violencia y el
delito se ha limitado mayormente a respuestas facilistas y autoritarias que consolidaron la
ineficacia policial, judicial y penitenciaria” esta primera observación da cuenta de la crisis
del paradigma en materia de seguridad. Consecuentemente en el segundo punto se postula;
“el engaño de la mano dura” donde se plantea que lejos de reducir el delito estas políticas
aumentan la violencia social y denuncia como metodologías que forman parte de la
concepción de mano dura, algunos elementos como el incremento de las penas, el
debilitamiento de las garantías y el encarcelamiento masivo hasta como política preventiva
y lo que resulta el cuestionamiento más interesante, que cristaliza el quiebre del paradigma
de “mano dura”, la autonomía de las policías y la falta de control político sobre las
mismas.
Este último punto será el elemento central de una nueva mirada sobre la seguridad, dado
que sí pensamos que la seguridad es en post de todo ser humano entendemos que debe
existir necesariamente un control político, democrático, de las fuerzas de seguridad para
garantizar la libertad y la igualdad jurídicas; y las garantías y derechos propias de nuestros
gobiernos democráticos.
Este cambio de estrategia, además fue acompañado por la denuncia de los sucesivos
fracasos de las medidas políticas englobadas en el recetario de la mano dura. El tercer
punto se focaliza en la Responsabilidad del Estado, que no es otra que asegurar a la
población el libre ejercicio y goce de sus derechos. Donde se postula “Una adecuada
política criminal y de seguridad requiere: una policía eficaz en la prevención, de alta
profesionalidad y debidamente remunerada; una justicia penal que investigue y juzgue en
tiempo oportuno a quienes infringen la ley, garantice la plena observancia de las reglas del
debido proceso y de la defensa en juicio, y un sistema penitenciario que asegure
condiciones dignas de encarcelamiento y de ejecución de la pena con sentido
resocializador”. Bajo este lineamiento, no se eliminan las medidas tendientes a reprimir el
delito, sino que se entiende necesario desarrollar distintas políticas en materia de seguridad,
no solo las represivas. Lo cual es ratificado en el cuarto punto que apela a una concepción
integral de la seguridad.
8
El quinto punto es el que consideramos un salto cualitativo en la materia dado que plantea
la Gestión democrática de las instituciones de seguridad, entendiendo que el responsable
de ejercer la conducción civil y el control de las fuerzas es el gobierno, quien es elegido a
través del voto popular, legitimando así, la subordinación de las Fuerzas de Seguridad a los
lineamientos políticos. El texto del Acuerdo resalta que “La historia reciente demuestra
que la delegación de esta responsabilidad permitió la conformación de estados mayores
policiales, autónomos, que han organizado vastas redes de corrupción, llegando a
amenazar incluso la gobernabilidad democrática.” Bajo este nuevo paradigma se estipulan
los pilares necesarios para modernizar y gestionar democráticamente las instituciones de
seguridad. Pilares que colocan al Estado de Derecho y el gobierno político por sobre y
como responsable de las instituciones policiales.
Los siguientes puntos del Acuerdo, siguen en la misma línea, apelando al debido accionar
de la justicia; a la regulación del accionar policial en los operativos en el espacio público
fundamentalmente asegurando que el uso de la fuerza será proporcional, racional y
subsidiario tendiente a desterrar cada una de las demandas enunciadas por los defensores de
una concepción de seguridad facilista y superficial.
Finalmente el décimo punto refiere a un nuevo acuerdo para la seguridad en democracia
donde se postula que se requiere un acuerdo para avanzar en el sentido arriba descripto en
materia de seguridad y que es el Estado, en sus distintos niveles, quien debe diseñar e
implementar políticas de corto, mediano y largo plazo, orientadas a encontrar soluciones a
la problemática de la inseguridad.
Sin perjuicio de nuestra normativa en la materia, la disputa en el espacio social para otorgar
sentido a la seguridad no esta zanjada, sino que la atraviesa por completo.
Si revisamos el Modelo para la Seguridad Democrática encontramos que sigue en la misma
línea del texto del Acuerdo.
Ante todo cabe destacar que, el Modelo Argentino se elaboró en el año 2010, al crearse el
Ministerio de Seguridad de la Nación y en él aparecen lineamientos de acción que fueron
recomendados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en su informe.
9
El informe de la Comisión tuvo como propósito aportar claridad en relación al concepto de
seguridad y consensuar una definición que sirviera a los Estados Americanos como base
para sus políticas de seguridad. En relación con ello, la Comisión acepta que tanto desde el
punto de vista académico como de las decisiones políticas, el objeto de la seguridad debe
ser “la protección y garantía de los derechos humanos frente al delito y la violencia” y que
es el concepto de seguridad ciudadana el más acorde para abordar los problemas de
criminalidad y violencia desde una perspectiva de respeto de los Derechos Humanos. A su
vez, el sujeto lo constituye la “persona humana” y serán -una vez más- las políticas de
inclusión las que garanticen la construcción de mayores niveles de ciudadanía democrática.
Hay que resaltar que la postura que asumió la Comisión en su informe, fue retomada por
diferentes países de Latinoamérica con diferentes niveles internos de discusión y debate.
Así, por ejemplo, siguiendo el análisis de González Pacheco (2010) podemos afirmar que
en Venezuela logró institucionalizarse al integrarse el concepto en la propia Constitución
Nacional, y en Colombia, si bien se terminó adoptando el concepto de Seguridad
Ciudadana, hubo un debate previo -académico y político- acerca de las consecuencias de su
adopción.
Volviendo al Modelo Argentino, como planteamos anteriormente, refleja el espíritu de los
puntos del Acuerdo de la Seguridad Democrática y se enuncian diez (10) lineamientos
estratégicos a saber: consolidación del gobierno político de la seguridad; profesionalización
del personal; promoción de la participación comunitaria y prevención social; aumento del
esfuerzo operacional; transformación tecnológica; articulación federal del sistema de
seguridad fortalecimiento de la inteligencia criminal; acción integral contra el crimen
organizado; perspectiva transversal de Derechos Humanos y perspectiva de género;
bienestar del personal de seguridad.
Lo más interesante del texto del Modelo Argentino es que en su conclusión se afirma que
estos lineamientos son los que orientan, actualmente, y a futuro, el accionar del Ministerio
de Seguridad, esperando que a la luz de los mismos, y cuando fuese necesario, se realicen
las reformas estructurales que trasciendan y contribuyan a la construcción de una política
de Estado en materia de seguridad.
10
Algunas conclusiones…
La definición de la seguridad, ya sea en términos democráticos o ciudadanos es un debate
abierto. Encontramos que se apela a ambas en forma indistinta en los diferentes
documentos oficiales que hemos trabajo y que definen actualmente el modelo de seguridad
del país. En el ámbito académico, por su parte, en general, se identifican como conceptos
distintos y se los relaciona de diversas formas aplicando distintas tipologías conforme el
investigador.
Partiendo de esta amplia definición de seguridad que a nivel político se hace en nuestro
país, entendemos que referir a la seguridad ciudadana merece las siguientes observaciones:
•
La ciudadanía bajo los modelos de Estado Nación hegemónicos es excluyente y
restrictiva, por ende no todo ser humano es ciudadano y aquí encontramos la
primera tensión.
•
Otro punto interesante para incorporar es la utilización de seguridad ciudadana,
como sinónimo de democrática. Si bien en las dictaduras militares se eliminan
todas las garantías jurídicas que protegen a las personas contra el abuso del
Estado y sin respeto de los derechos humanos, han existido políticas públicas,
sin embargo, que utilizaron el concepto de “ciudadanía”. Al mismo tiempo que
las dictaduras
latinoamericanas de finales de 1970, usaron el concepto de
“seguridad ciudadana” como sinónimo de seguridad nacional acorde con los
lineamientos de la política internacional impartida por Estados Unidos desde la
Escuela de las Américas (Pacheco González, 2010).
Por lo tanto, nos debemos un debate profundo si queremos referir a la Seguridad como
ciudadana, especialmente cuando en pos de los deberes y derechos ciudadanos se han
generado políticas que citaban de generar una verdadera ampliación de derechos, o incluso,
se generaron en contextos no democráticos.
Por otro lado, observamos que, en el modelo actual de Seguridad de nuestro país, el foco
democrático esta dado en dos ejes: la conducción civil y política de las fuerzas de
11
seguridad, donde se refiere a una gestión democrática de las instituciones, entendiendo que
la responsabilidad sobre la seguridad es del poder político; y la metodología utilizada para
aplicar las políticas de seguridad, en tanto existen mecanismo de participación de la
comunidad en el diagnostico y control de las mismas.
Es por todo lo expuesto que nos realizamos la siguiente pregunta:¿existe otro modelo de
seguridad democrática que ponga el foco en el ser humano y sus derechos? Y entendemos,
al mismo tiempo, que las definiciones políticas y sociales que se hacen del sujeto de la
seguridad, son sumamente importantes al momento de pensar en la construcción de una
Fuerza de Seguridad que sea democrática, ya que a partir de ella se legitiman prácticas
policiales y se da sentido al accionar policial.
12
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