JOSE MARÍA VERGARA Y VERGARA A toda prisa va

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JOSE MARÍA VERGARA Y VERGARA
A toda prisa va desapareciendo ya de nuestra sociedad el tipo de
aquellas antiguas familias en el seno de las cuales se fortnaron muchos de los proceres de nuestra Independencia que salieron de improviso a los azares de la vida pública, sin preparación anterior, y que
sin embargo ¡supieron legislar con acierto en los congresos, dirigir
campañas y batallas corno expertos capitanes y morir como héroes
en los patíbulos. La educación colonial, que parecía buena a lo más
para formar comerciantes al menudeo, rutineros agricultores, abogados y sacerdotes, produjo como por ensalmo, en el momento oportuno,
generales como Nariño, sabios como Caldas, héroes como Ricaurte,
tribunos como Acevedo.
No es difícil
antiguas y nobles
todo cristianas; y
se cultivaban por
la explicación de este interesante fenómeno: las
familias del Nuevo Reino eran ante todo y sobre
por tanto las virtudes severas y los grandes afectos
ellas con particular esmero.
Quizá se descuidaba un tanto entonces el adorno de la inteligencia; pero en cambio se miraba mucho a la formación del carácter.
Hacíase poco aprecio de las fórmulas de fingida cortesanía que prihan •'
en los salones de hoy; pero se tenían en alta estima los sentimientos
caballerescos y la benevolencia y mutuo respeto en el comercio social,
que son las fuentes de la buena y genuina civilidad. No se enseñaba V
a dudar y a discutir, sino a creer y a esperar. Buscábase poco el regalo
de los sentidos; pero se aprendía por principios el arte de sufrir. Así
se educaron nuestros abuelos; y con decir esto, queda explicado el
porqué de lo que hicieron, puesto que no salen héroes los que saben
mucho, sino los que aman mucho; no los cortesanos elegantes, sino
los ciudadanos austeros; no los que dudan, sino los que creen; no los
afeminados y sibaritas, sino los abnegados y sufridos.
Aquellas de las antiguas familias coloniales que gozaban de bienes
de fortuna, no vivían devoradas por la fiebre de la especulación, que
ahuyenta la tranquilidad y hace casi imposibles los sencillos goces
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JOSÉ MARÍA VERGARA V VERGARA
del hogar; y las de corto patrimonio no pretendían alzarse a niayores,
sino que se resignaban a su condición. Las unas, por ricas que fuesen,
vivían con modestia y economía, y el sobrante de sus rentas ni lo depositaban en los bancos, que no se conocían, ni lo daban a usura: distribuíanlo entre los pobres, y al tiembo de hacer el testamento, destinaban buena parte de sus bienes a los hospitales, hospicios, colegios,
conventos y obras pías de diferentes especies, de los cuales han venido
a ser herederos los filántropos modernos. Las de limpio y antiguo
abolengo, guardaban con religioso respeto los pergaminos y las honrosas tradiciones de los abuelos; pero llanas y comedidas en su trato,
a nadie menospreciaban por pobre, cual lo hacen hoy con frecuencia
los parvenus de la nobleza monetaria. La tranquilidad de la conciencia les permitía a toda hora aparecer joviales y expansivos, y sin
recurrir a locas y ostentosas vanidades, ss divertían y solazaban a más
y 7nejor. No tisaban en sus muebles adornos dorados y relumbrones;
pero los anaqueles y arcas de cedro se veían atestados de vajillas de
maciza y legítima plata labrada, las trojes estaban siempre bien provistas, y el día en que se trataba de celebrar alguna fiesta religiosa o
el natalicio de uno de los miembros de la familia, o de obsequiar a
algún huésped, no faltaba nunca tampoco en la bodega alguna botella, cubierta de polvo y de telarañas, de superior vino añejo. Rezaban mucho, eran fieles en sus amistades, reverenciaban al rey y a sus
representantes en la colonia; y en los ratos de ocio, especialmente
por la noche, congregada la familia, mientras la buena mujer tomaba
los puntos a las medias, se jugaba al tute y al fusilico, o el padre leía
en alta voz algún libro piadoso, alternándolo a las veces con pasajes
escogidos del Quijote. Adornaban las paredes de la sala en aquellas
casas los retratos al óleo de los antepasados; y así podía siempre el
padre, sentando al infante sobre las rodillas, decirle enseñándole los
lienzos con el dedo: "Aquél, tu bisabuelo, fue un leal soldado de la
patria, por la cual derramó su sangre en más de una ocasión; el
siguiente, tu abuelo, un abogado distinguido que defendió siempre
la justicia y el derecho; el de más allá, tu tío, un santo y docto religioso. Tú eres, hijo, el heredero de esas glorias y de esos nombres;
hazte digno de \ellos para que tus hijos no tengan que avergonzarse
de ti." De este ?nodo se enlazaban unas con otras las generaciones;
asi era como las nobles tradiciones se perpetuaban en una familia, y
como el nuex'o retoño de un árbol lozano recibía en sí toda aquella
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savia de honor y de virtudes poderosa a inspirar las grandes acciones
y los alentados propósitos. Hoy, merced a la demoa'acia bastarda que
el liberalismo ha implantado, cada cual se siente solo y desligado en
la batalla de la vida: ni sabe cuáles fueron sus abuelos, ni se cura
de sus nietos. Se vive sólo para el día; y como el presente es en el
tiempo lo que el punto geométrico en la extensión, aparece de su
peso que todo lo que se pretenda que quepa en él, tiene que ser diminuto por extremo. ¿Qué de extraño tiene, pues, que en nuestros dias
sean menguadas y ruines las acciones de los hombres y apocados los
caracteres?
La familia de los Vergaras, de esta ciudad de Bogotá, fue una
de esas cuyo esbozo hemos tratado de hacer en las anteriores líneas.
Sin apreciar esos antecedentes de familia, sería imposible formar idea
del carácter de aquel cuya pérdida lloramos todavía y lloraremos
siempre los que nos honramos con su amistad.
JOSÉ MARÍA VERGARA se crió, pues, con esa leche de los recuerdos y de las tradiciones; y esto sólo basta para explicar el contraste
permanente que se notó en toda su inda. Ligado a la colonia por sus
abuelos, quedó vinculado a la república por sus padres; con un pie,
por decirlo así, en el pasado y otro en el presente, sus afectos estuvieron partidos entre todas las cosas españolas —la religión, la literatura y las costumbres— y todas las glorias de la república. Se deleitaba con las leyendas, tradiciones y reminiscencias de la colonia, y al
propio tiempo se entusiasmaba hasta el arrebato con las hazañas de
Nariño, de Bolíx/ar, de Sucre y de todos los campeones de la Independencia. Quebraba lanzas contra cualquiera que hablara mal de la
madre España, y su voz tomaba el acento de la indignación siempre
que alguien era osado a ver alguna mancha en la conducta de los
proceres de la repiíblica. Detestaba casi todas las costumbres modernas, y se consagraba con ardor juvenil a toda empresa, a todo proyecto,
por utópico que fuese, que sonase como progreso. En literatura era
amigo de lo clásico y al propio tiempo romántico; en política, conservador por educación y sentimientos, con no poca dosis de liberal
soñador.
Conocida ya la clave del carácter de JOSÉ MARÍA VERGARA, digamos ya lo que hubiéramos de haber dicho al principio, si fuera cierto
que el orden cronológico es siempre el mejor en la narración histórica
y el orden lógico en el discurso. JOSÉ M A R Í A VERGARA Y VERGARA
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JOSÉ MARÍA VERGARA V VERGARA
nació en Bogotá el jp de marzo de iS^i, y fueron sus padres el señor
don Ignacio Manuel de Vergara y Santatnaria y la señora doña Ignacia Calixta Vergara y Nales.
A unas cinco leguas de Bogotá, por el camino carretero de Serrezuela (hoy Madrid, en memoria del ilustre huésped cuyos restos descansan en su humilde cementerio) alcanza a divisar el caminante,
recostada contra las graciosas rocas de la serranía, una cajñllita pajiza,
que trae inmediatamente a la memoria nuestros antiguos pesebres de
navidad, y contigua a ella una cómoda, amplia y elegante casa, que
siive de centro a la valiosa hacienda de "Casahlanca", antiguo solar
de la familia de los Vergaras.
La infancia de nuestro amigo JOSÉ MARÍA se deslizó en esa morada campestre, y fácil sería adivinar cuál debió ser allí su género de
vida, si no nos lo contase él mismo en varias dc sus composiciones
en prosa y verso. Correr todas las mañanas, apenas empezaba a oírse
en el corral el concierto ruidoso pero apacible de las vacas y ternerillos, a tomar parte en las variadas faenas consiguientes a la operación de ordeñar, y cobrar luego, como indemnización de su trabajo,
su porción de caliente y espumosa leche; trepar después por tas arriscadas rocas a sorprender los nidos de los buitres y de las águilas; corretear por los llanos y oteros, acompañado de su fiel Carbunco; zabullir en el manso riachuelo que corre frente a la casa, y perseguir,
entre los juncales de sus orillas, los huevos de las garzas y de las caicas;
montar su potro y hacerle escarcear o galopar a la ventura por los
prados de la hacienda, ya en busca del predilecto becerrillo, ya de la
vaca que ha echado de menos por la mañana en la majada; meter
grande alboroto con idas y venidas, confundido entre gañanes y muchachos, en los días clásicos de recogida del ganado; enlazar terneros
en la corraleja y montar en ellos a escondidas de sus padres; echar
por las tardes su corneta al iiiento; y por la noche, después de la
merienda, rezar, entre dormido y despierto, el Santo Dios, la salve y
la oración al ángel de la guarda, y en recibiendo la bendición del
padre, cuya mano besa respetuoso, caer rendido de cansancio en el
regazo de su piadosa madre, de donde pasa sin sentirlo a una camilla
de blancas y sahumadas colgaduras, a dormir allí el siempre envidiable sueño de la inocencia.
Tales fueron los primeros años de JOSÉ MARÍA VERGARA cuando
todavía tenía vivos a sus padres, cuando en torno de ellos se sentaba
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a la mesa una numerosa familia, como los renuevos del olivo alrededor del tronco, según la poética composición de la Escritura; cuando
en las trojes y graneros reinaba la abundancia; cuando todo era
holgura y paz y contento, y descuido del porvenir. Recuerdos de esta
clase no se huyen jamás de la memoria, y menos de la de un hombre
como VERGARA, de suyo tierno, soñador, extremado en sus afectos.
f ^ n personas como él, los recuerdos vienen a ser una segunda religión.
Por eso VERGARA deliró siempre con su "Casablanca": cuando estaba
en el colegio, cuando estaba en la ciudad, cuando estaba triste, cuando
estaba alegre; en todas ocasiones su mirada, atraída como por misterioso imán, se tornaba hacia aquel techo de su predilección, objeto
de sus cantos de poeta y causa de sus más hondos dolores. Mientras
fue dueño de "Casablanca", las vida de VERGARA pudo llamarse feliz;
pero desde que aquella propiedad de familia hubo de pasar a otras
manos, que él consideraba profanas, su existencia fue una cadena no
interrumpida de pesares y de sacrificios hechos para recuperar ese
pedazo de su alma. Y si VERGARA no pudo consolarse nunca de la
pérdida de "Casablanca", no era precisamente por la pobreza a que
vino en consecuencia, ni por la idea de dejar a su familia sin un
patrimonio. Nada de eso era jwderoso a abatir el ánimo de VERGARA,
ni él era hombre que supiese afneciar en lo que valen los bienes de
fortuna. El sentia no ser dueño de "Casablanca", sólo porque allí había
sido niño; porque veía la sombra de sus padres y abuelos —"siete
generaciones de hombres buenos"— paseándose por las alcobas de
aquella estancia; porque quería tener siempre delante el altar de la
Virgen que había recibido sus primeras oraciones; porque no concebía que aquellas rocas donde anidaban las águilas y donde nadie más
que él subía de niño n disputarles sus polluelos, pudieran pertenecer
a otro dueño. Tal era su pasión por esas cosas, que si se hubiera visto
en la necesidad de hacer una elección, habría renunciado gustoso a
todos los pingües prados de la hacienda, a trueque de conservar la
casa solariega, las rocas peladas y la capillita pajiza donde ayudaba
a su madre a arreglar, con musgo y paja, el pesebre para la novena del
Niño.
Necesario para destinar un párrafo siquiera a "Casablanca", al tratar de la vida de VERGARA, tanto para facilitar la inteligencia de casi
todas sus poesías y de muchos y de SU'S mejores artículos en prosa,
como el inmortal de Los Buitres, empapados y saturados de recuerdos
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JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
de la infancia y de dolorosas comparaciones entre su felicidad de
niño y sus desgracias de hombre, como para explicar no pocos accidentes de su vida, que de otra suerte habrían de ser muy mal comprendidos y apreciados.
Aprendió JOSÉ MARÍA VERGARA a leer y a escribir cotí el bondadoso señor don Rafael Villoría, a cuya escuela entró en ISJjP. De
allí pasó al Colegio de Nuestra Señora del Rosario, donde permaneció sólo seis meses. En esos sus primeros estudios fueron escasos
los adelantamientos, ya porque de niño fuese VERGARA poco aplicado
y le gustase más pasarse largas temporadas en "Casablanca", ya porque
los métodos de enseñanza entonces practicados fuesen más propios
para entrabar su inquieta y voluble imaginación que para aficionarle
a las asperezas del estudio. Su educación literaria escolar empezó y
terminó en el colegio que los padres jesuítas, infatigables apóstoles
de la virtud y de la ciencia, fundaron en esta ciudad desde el año
de i8.f^ y que conservaron hasta su expulsión, durante la administración liberal del general López. VERGARA permaneció por seis años
al lado de aquellos inimitables institutores, cuyo mejor elogio lo forman siempre los hombres que salen de sus escuelas. Condiscípulos de
VERGARA fueron en aquella época, entre otros que sepamos, Carlos
Holguín, Sergio Camargo, Antonio y José Joaquín Borda, Diego
Fallón, Mario Valenzuela, Benjamín Pereira Gamba, y muchos más
que después han dado prez y honra a la república, en la política, en
la literatura y en la milicia.
Mientras estuvo al lado de los jesuítas, VERGARA formó parte
de la aristocracia del colegio. Sus relaciones se hallaban entre los
alumnos más conspicuos, y era muy querido de casi todos ellos, como
siguió siéndolo después hasta su muerte. Ya entonces se distinguía
por la amable travesura de ingenio y de genio qu£ hizo siempre su
trato tan ameno y que supo despertar tan intensos y verdaderos afectos. Los superiores del colegio lo distinguían y lo mimaban particularmente, no sólo por su consagración al estudio, sino por la dulzura
de su carácter y •hor las muestras que desde temprano dio de claro
talento y de decidido amor a las letras. Para escribir estas Uneas hemos
revisado una a una todas las matrículas de su.s cursos escolares, hechos
en orden riguroso, y los premios y calificaciones que obtuvo en los
numerosos exámenes por que pasó. En todas ellas se ve la nota de
aprobación con grado de notable o de sobresaliente con aclamación;
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honor tanto mds significativo cuanto es sabido el rigor empleado en
estas calificaciones en todos los colegios de los jesuítas. La conducta
moral de VERGARA como estudiante fue siempre ejemplar, según
consta de sus premios, que guardaba con religioso respeto, y según
el voto unánime de sus condiscípulos. La castidad y la obediencia
fueron en el colegio sus virtudes especiales; las que, unidas a la suavidad de carácter, a las inclinaciones poéticas y a una exquisita sensibilidad de alma, explican suficientemente el cariño que le cobraron
sus maestros, los padres de la compañía, quienes, como se sabe, dan
siempre tanta importancia en sus colegios a dotes de la especie de
las que señalaban a VERGAR.4. Sólo una vez dio ocasión a que se le
rebajasen puntos en una calificación, por un acto de soberbia. Y el
acto de soberbia fue, como él mismo lo refiere en una nota puesta
para sus hijos al pie del documento en que consta el cargo, el habérsele subido los colores a la cara y saltádosele las lágrimas por la reprensión del catedrático a quien no pudo contestar acertadamente'
una pregunta.
Del colegio de los jesuítas pasó a la universidad central, donde
completó el curso de retórica y poética, en el cual fue aprobado con
plenitud después de un brillante examen que le hicieron, entre otros,
el Ilustrísimo señor Arzobispo Mosquera y el doctor Rufino Cuervo.
Terminada su carrera universitaria, permaneció VERGARA un año
más en Bogotá con clases particulares.
VERGARA, como todos los jóvenes que reciben entre nosotros educación literaria, tuvo que pensar, tan pronto como salió de las aulas,
en trabajar para vivir. A este efecto se dirigió al sur de la república,
parece que con el ánimo de entrar en la carrera comercial. VERGARA
fue siempre absolutamente inepto para los negocios, y así no es de
extrañar que esas sus primeras especulaciones le salieran mal, no solamente en el ejercicio del comercio, sino también en algunas empresas
agricolas, que igualmente acometió.
Fuera de esos reveses de fortuna, sólo sabemos que durante su
permanencia en Popayán, entre los años de $o y 5/, regentó algunas
cátedras de humanidades en el colegio Seminario y redactó dos periódicos, uno literario, La Matricaria, y otro político. El Sur.
Aunque sus opiniones políticas no estaban entonces todavía bien
definidas, VERGARA, generoso y noble por carácter, no podía menos
de rechazar con indignación el régimen de violencia y los salvajes
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JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
desbordamientos democráticos de que fue víctima el Cauca durante
la administración del general López. En algunos de sus escritos hubo
de quejarse VERGARA de tan horrible situación, pues el hecho es que
fue amenazado con el perrero (1), según lo dice él mismo en una nota
que hemos encontrado entre sus papeles privados; circunstancia que
explica por qué siendo él de suyo tan pacífico, participó del entusiasmo político que lanzó al partido conservador a la guerra en el
año de i8^i.
Todavía estaba VERGARA en Popayán cuando estalló en Bogotá
el motín militar del 17 de abril de 1854; y 7io hay para qué decir
que él, como todos los hombres de dignidad y de principios republicanos, se puso resueltamente del lado de los constitucionalistas
para debelar la rebelión. Esgrimió entonces el arma que encontró
más a la mano, como dada por la naturaleza, y apeló a los verso.s para
excitar el entusiasmo de los soldados de la república. No se contentó
con eso y ocupó modestamente lo puestos que se le señalaron, no en
los campamentos sino en las oficinas administrativas: fue contador
de la gobernación, secretario de hacienda y luego de gobierno del de
la provincia de Popayán, cuyos sueldos renunció en favor del colegio
provincial de la mis?na ciudad.
Pero el suceso más importante de la vida de VERGARA en aquella
época fue el haber hecho conocimiento con la distinguida señorita
doña Saturia Balcázar, que después fue su esposa. En breves palabras
refiere él mismo ese episodio: "El i¿f de marzo de i 8 ¡ i , a las once
de la noche, conocí a Saturia en la plaza de Popayán. Me separé al
punto, pues estábamos despidiéndonos cuando la vi, y cuando llegué
a casa, a una cuadra de distancia, ya tenía determinado casarme con
ella."
Tal fue el principio del grande, santo y sublime amor que prendió en el corazón de VERGARA para no extinguirse sino con su último
aliento. Amor raro aquél, no sujeto ni por un momento siquiera a
los cálculos, a las vacilaciones, a los temores, a las flaquezas humanas; no empañado jamás por un mal pensamiento ni turbado por
una idea extraña; amor inalterable, espiritual y sereno; amor cris(i) Perrero llamaban en el Cauca el látigo con que los negros liberales,
azuzados por los socialistas de casaca, azotaban a los blancos^ Esas brutales vejaciones eran calificadas entonces por el jefe del partido radical de simples retozos
democráticos.
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA
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tiano, en suma, que es el único que resiste la prueba del tiempo y de
las adversidades; el único que no se extingue cuando .se sube de la
carne al espíritu, según el pensamiento de Dante. Aquel casamiento,
tan pronta y firmemente resuelto, no vino a verificarse sino algunos
arlos más tarde, el i ) de febrero de iS^jf, en la misma ciudad de
Popayán. fEl año de 1856 encontramos ya a VERGARA en Bogotá, donde
había empezado a darse a conocer como esaitor en La Siesta, periódico que redactó en compañía del señor don Rafael Pombo. No conocemos esa publicación, pero creemos que lo que allí dio VERGARA
a luz no sería otra cosa que articulos fugaces y algunos versos románticos de la escuela de Zorrilla y de Bermúdez de Castro, que eran por
ese entonces los modelos predilectos de nuestra juventud. En ese
mismo año, en una solemnísima y hermosa función del Liceo Granadino, leyó La lámpara de Belén, poesía que se encuentra entre las
de la colección publicada en i86p. No gustó, según hemos oído decir
a quienes la oyeron tanto por ser un poco monótona como porque
la leyó con voz llorona y sin animación alguna.
De todos los periódicos que VERGARA redactó (y fueron muchos),
el que amó con cariño verdaderamente paternal, cl que más lo enorgullecía, aquel a que consagró toda su alma y todo su generoso entusiasmo y el que le dio su reputación literaria. Fue El Mosaico, que
apareció a fines de J 8 ^ 8 . La historia de su fundación ha sido referida por el mismo VERGARA en el prólogo de La Manuela de don
Eugenio Díaz. VERGARA y sus compañeros se dieron a la empresa,
no diremos que con ardor juvenil, porque eso estaría muy lejos de
la verdad, sino con el ansia candorosa y ciega de un muchacho que
persigue un antojo. Ni se pensó en cómo se harían los gastos ni en
si tendrían o no tiempo para trabajar, ni en si faltarían o no materiales. Por fortuna dieron con el señor Cualla, que era el VERGARA
de la tipografía, y que tenía su imprenta en algunas de las piezas de
una casa sita en la esquina abajo de San Buenaventura, que contenia,
fuera de aquellas piezas, una fragua que daba notnbre a todo el establecimiento. En efecto, sobre la puerta había una tabla con este letrero: Herraje garantizado.
Mucho de lo que se publicó en los primeros números, se escribió
sobre las cajas de la misma imprenta, y pronto empezó a gravitar todo
el peso de la redacción sobre los hombros de VERGARA. Don Eugenio
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JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
Díaz no escribía artículos sueltos sino rarísimas veces; el señor Carrasquilla creía, como lo ha creído siempre, que no podia ni debía
escribir sino letrillas; el señor Borda (don José Joaquín) no cultivó
nunca el tono juguetón y maleante que debía predominar en El Mosaico; y el señor Marroquín, que tanto interés daba al periódico con
sus preciosos artículos de costumbres, era y ha seguido siendo perezoso.
Es de notarse que al pensar en la fundación de El Mosaico, ni
ni nadie se propuso fines morales. Mucho más tarde fue
cuando, mediante el ascendiente que don Ricardo Carrasquilla ejerció sobre él y todo su circulo, se tuvo, presente que de la literatura
y de las publicaciones de todo género se podía sacar partido para propagar buenos sentimientos e ideas. VERGARA amaba las bellas letras
por lo bellas; y en la época a que nos referimos, sólo ellas le llamaban
la atención, no obstante que, habiendo empezado desde mucho antes
a formar su biblioteca, leía y estudiaba muchas cosas no sólo serias
sino empalagosas y áridas.
VERGARA
El Mosaico, en su primera época, estuvo saliendo dos años seguidos. La guerra de 1860 hizo suspender su publicación. Reapareció
en enero de 1864, y estuvo año y medio a cargo de VERGARA. Este
había adelantado inmensamente como escritor, lo cual no sirvió sino
para que en esta última parte de El Mosaico fueran mejores los artículos que él dio, y no para conservarle al periódico el carácter que había
tenido y que lo había distinguido. VERGARA no tenía entonces tiempo
de sobra, ni hubo la cooperación que antes de parte de los otros primitivos fundadores.
Mientras VERGARA estuvo al frente de la redacción de El Mosaico,
fue su constante afán estimular y animar todo cuanto fuera progreso
en las letras, en la música, en la pintura, en la arquitectura y en
todas las bellas artes. Para él no había placer igual a descubrir algo
digno de elogio. Su alma, entusiasta por todo lo bello, tenía por suyos
los triunfos de sus compatriotas, de todos los colores políticos, en
cualquier campo en que se obtuviesen, menos en los de batalla. Todo
amor, todo generosidad, todo candor, xiivia siempre para los demás,
descuidando sus propios intereses. Cuando VERGARA encontraba en
algún periódico unos versos o un artículo de autor desconocido que
revelaran talento y disposiciones para las letras, volaba en su busca
y no descansaba hasta dar con el incógnito. Entonces, si el autor era
HISTORIA DE LA LrrERATURA EN NUEVA GRANADA
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Un principiante, lo daba a conocer, lo presentaba a sus amigos, y en
pocas horas le improvisaba una reputación. No creemos que este
sistema de elogios inmoderados sea provechoso para promover el adelento en ninguna materia, y mucho menos en la literatura, como lo
ha comprobado la experiencia con alguno de esos jóvenes convertidos
por nuestro amigo en literatos de la noche a la mañana; pero en todo
caso él pone de manifiesto el carácter de VERGARA, que no gustaba
de ver lunares en nadie..
Concluido El Mosaico, o lo que es peor, caido, y bien caído, en
manos de don Felipe Pérez, VERGARA escribió aquellos lindos bocetos biográficos que publicó La Caridad, unos de personajes eminentes, como el Ilustrísimo señor Mosquera, de imperecedera memoria;
el doctor Rufino Cuervo, el general Nariño, el legendario coronel
Osorio (alias Napoleón de panela); otros, de sujetos de quienes sólo
a VERGARA (hábil en descubrir en los demás lo bueno que en ellos
hubiera) se le podía ocurrir hacer biografía.
VERGARA, por carácter, no era apto para las luchas políticas, que
exigen consistencia de ideas, unidad de propósito, energía en la acción
y frialdad de juicio, condiciones todas de que él carecia en absoluto.
VERGARA era voluble, caprichoso y ligero; se dejaba arrastrar de las
impresiones, y ffor lo mismo, razonaba siempre con el corazón. El
debió conocerse y huir de la politica; pero como entre nosotros eso
no es fácil, porque la politica se ingiere en todo y lo domina todo,
hubo de desempeñar también su papel en esta danza carnavalesca
que estamos bailando desde que somos nación independiente y en
la cual seguiremos entretenidos hasta que Dios quiera darnos el juicio
que nos falta.
La carrera politica de VERGARA fue corta por fortuna, pero bastante larga para llenar su vida de sinsabores y acarrearle enemistades,
algunas de las cuales pudieron parecer justificadas, pero que provenían todas de no- ser conocido su carácter, secreto en el cual estaban
sólo sus íntimos amigos.
Durante los afros de 18^8 y i8¡g ocupó VERGARA un puesto en
el congreso nacional. No sabemos que hiciera alli papel alguno notable; pero sí debemos hacer constar en su honor que se opuso tenazmente al planteamiento de la federación y que no quiso firmar la
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JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
Constitución de 18^8, la g r a n d e y solemne apostasía d e l p a r t i d o conservador. Manifestó en esta ocasión más previsión y solidez de convicciones q u e muchos de sus conspicuos copartidarios, que p o r cobardía o ceguedad rindieron sin condiciones su bandera al enemigo.
E n el año de i8^p, VERGARA fue n o m b r a d o d i p u t a d o a la asamblea legislativa de Cundinamarca y poco después entró a la secretaria
de gobierno del mismo estado, llamado p o r el g o b e r n a d o r don Uldarico Leiva. Quisiéramos pasar p o r alto este p e r í o d o de la vida de V E R GARA, p o r q u e nos es tan grata su memoria, q u e n o quisiéramos encontrar l u n a r alguno en su existencia al trazar los presentes rasgos biográficos. P e r o escribimos historia, y antes que las consideraciones de
la amistad, están los fueros de la verdad.
E l 2p de octubre de i 8 ^ p la c i u d a d de Bogotá presenció el más
atroz y escandaloso de los crímenes de que hay recuerdo en nuestra
historia. Jesús Malo Blanco asesinó alevosa y p r e m e d i t a d a m e n t e , en
el atrio de la catedral, sin motivo ni pretexto alguno, a su h e r m a n o
mayor, a su protector, y podemos decir, a su p a d r e , don José M a r í a
Mato Blanco, g o b e r n a d o r de Cundirtamarca. El delito fue público, y
las circunstancias agravantes tales y tan enormes, que la tarea de los
jueces fue sencillísima, y la disposición legal aplicable, clara e ineludible. Sustanciada la causa, el fratricida fue condenado a la p e n a
capital. Señalóse el día p a r a la ejecución, el reo entró en capilla,
o p o r t u n a m e n t e recibió los auxilios espirituales, y todo estuvo listo
para el cumplimiento de la sentencia, hasta el banquillo, colocado en
la plaza de Bolívar, con su tremenda inscripción, que recordamos
haber leído con pavoroso respeto. La hora designada p a r a la ejecución pasó sin e m b a r g o ; transcurrió u n a mds y el reo n o parecía, sin
que nadie supiera la causa de la demora. Como a las 11 de la mañana (16 de diciembre de i8^p) se difundió la noticia de que la ejecución n o tendria lugar ese día, y poco después se vio desclavar el
banquillo. ¿Qué pasaba? Una cosa muy sencilla, pero muy grave. E l
defensor del reo, doctor M a n u e l M a r í a M a d i e d o , ocurrió al gobernador del estado diciendo q u e Jesús M a l o se habia vuelto loco y q u e
era preciso suspender la ejecución de la sentencia. E l g o b e r n a d o r v i n o
en ello; el reo fue sacado de la capilla y conducido a un calabozo,
donde se le reconoció p o r los siguientes médicos, que parece aceptaron con vaguedades y reticencias el hecho d e la enajenación m e n t a l :
doctores B e r n a r d o Espinosa, Ignacio Antorveza, J o a q u í n M a l d o n a d o ,
HISTORIA DE LA LrrERA-ruRA EM NUEVA GRANADA
' j ^ '
Ignacio Pereira y Wenceslao Garzón Zabala. Pasados estos documentos al juez de la causa, él contestó que nada tenía que hacer en el
particular, puesto que el reo estaba en su entero y cabal juicio cuando
se le notificó la sentencia. El gobernador reunió entonces el consejo
de gobierno para pedirle su dictamen, y el consejo contestó que en
su concepto los documentos en que la gobernación habia fundado su
resolución de suspender la sentencia no eran satisfactorios, y que debía
procederse a hacer un nuevo reconocimiento del presunto loco por
cinco médicos extranjeros. Fueron nombrados para este encargo los
doctores Cheyne, Van-Arcken, Davoren, Dudley y Fergusson. Tres de
estos facultativos dijeron que Jesús Malo no estaba loco, pero que no
se hallaba en buen estado de salud; el doctor Cheyne informó que
"estaba completamente bueno, es decir, que no padecía enfermedad '
alguna." Descubierta, pues, la farsa de la locura, se pidió al gobernador la conmutación de la pena de muerte; convocó éste el consejo •
de gobiemo para pedir su dictamen, y ese dictamen fue adverso a la
conmutación. Sin embargo, el gobernador resolvió favorablemente
al reo. Veinte dias después, a las seis de la tarde, sin disfraz alguno,
sin violentar una puerta ni encontrar resistencia en ningún centinela,
salía un hombre del presidio de Bogotá, con la misma tranquilidad
con que pudiera salir de su casa: aquel hombre era el fratricida Jesús
Malo Blanco.
Así terminó aquel espantoso drama. La justicia quedó burlada,
la sociedad herida profundamente, y sentado un precedente cuyas
consecuencias estamos deplorando hoy. Desde aquella causa célebre
quedó establecida en la república la impunidad para el delito. Creemos más todavía: gran parte de las desgracias que han caido sobre el
partido conservador, las atribuímos a aquella escandalosa violación
de la justicia, porque faltas de esa naturaleza en los gobiernos y en
los partidos, no las deja Dios sin castigo acá en la tierra.
Volviendo a nuestro querido amigo VERGARA, tenemos la pena
de decir que él tuvo participación no escasa en la impunidad de
Jesús Malo; y la tuvo, no guiado por ninguna pasión indigna, sino
al contrario, por la excesiva benevolencia de su corazón. VERGARA
era enemigo de la pena de muerte y creyó candorosamente que el
fratricida podía ser castigado mejor en un presidio. Esto explica su
conducta; pero no destruye la responsabilidad que le corresponde
por haber contribuido a que la ley quedara burlada. Si él encontraba:
•20
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
en conflicto sus convicciones con sus deberes oficiales, el camino claro
y expedito que tenía que seguir, era renunciar la secretaria de gobierno; pero nunca poner las influencias que le daba esa misma elevada posición para estorbar el fallo de la justicia. ¡Ahí si VERGARA
viviera hoy, al ver la espantosa multiplicación de los delitos, fruto
de la impunidad, no dudamos de que se arrepentiría de aquella falta,
que nosotros recordamos aqui sólo porque a ello nos obliga nuestra
adhesión a la verdad histórica.
VERGARA estaba encargado de la imprenta de El Mosaico desde
que se acercaba la guerra de 1860. Cuando don Pastor Ospina, don
Liborio Escallón y otros conservadores de nota determinaron fundar
El Heraldo, se entendieron con VERGARA, y éste vino a ser editor y
a contraer compromisos con el público o con los suscriptores. Publicados ya muchos números en los que se habían sostenido opiniones
absolutamente consei-vadoras y antirrevolucionarias, ocurrieron ciertas desavenencias, de las que resultó que los fundadores del periódico
se separaron de la redacción, y VERGARA se vio obligado a atender solo
a la publicación. Sus opiniones, sin dejar de ser conservadoras y adversas a la inicua revolución de Mosquera, eran muy diferentes de
las de los ministeriales: con él no se entendía aquello de qui non est
m'ecum contra me est. Se opuso violentamente al cambio de la candidatura del general Herrán por la de don Julio Arboleda, como se
opusieron muchos conservadores notables, que juzgaron con razón
que esa medida, tomada en los momentos en que más necesidad de
cohesión tenia el partido conservador, era un triunfo implícito para
la revolución. VERGARA estaba además por medidas conciliadoras, y
quería que, a pesar de estar ya encendida la guerra, no se hiciera
sino lo que parecía justo, humano y moderado. Reprobó sin contemplaciones algunos pasos del Gobierno, que sin dar vigor a la administración, sólo contribuían a exaltar más los ánimos. Esta conducta
acarreó violentos ataques de parte de los conservadores militantes,
que no veían en él, como sucede en tales casos con todo el que quiere
colocarse en un término medio, sino un tránsfuga. Esto, y la circunstancia de haber más tarde su hermano José Antonio tomado armas
con Mosquera, le atrajo simpatías de los liberales, lo que acabó de
perderlo en el concepto de sus copartidarios.
El 7 de marzo de 1861 se fugaron los presos políticos que estaban
en el Colegio del Rosario, atacando y desarmando la guardia que los
HISTORIA DE LA LPTERATURA EN NUEVA GRANADA
21
custodiaba. Tomaron todos el camino del cerro de Guadalupe que
conduce a los páramos de Oriente y en su persecusión salieron la corta
guarnición de la ciudad y muchos particulares armados. Algunos de
los prófugos, según se dijo entonces, opusieron resistencia; pero aun
cuando asi hubiese sido, en ningún caso pueden justificarse los actos
de violencia y crueles tratamientos con que los perseguidores oficiosos, no la tropa de línea, que se condujo con mucha moderación, infamaron aquella tarde la causa del gobierno. Muchos de los presos escaparon, y a los que fueron alcanzados se les volvió a conducir a la
prisión. Entre ellos cayó nuestro amigo VERGARA, que había subido
al cerro, al tener noticia del suceso, sin otra intención que impedir
desórdenes y auxiliar en lo que pudiera a los que resultaran heridos.
Ya he7nos dicho que VERGARA era entonces muy mal querido de los
conservadores; y asi bastó que increpara a un oficial el modo brutal
como trataba a uno de los presos heridos, para que se le hiciera incorporan en la partida y se le condujera con el resto de los presos al Colegio del Rosario, donde se le mantuvo durante tres o cuatro días.
No estará por demás recordar, como rasgo característico de VERGARA,
que en aquella noche fue su primer cuidado congregar a todos los
presos, hacerles una especie de plática religiosa y comprometerlos a
rezar el rosario, en el cual hizo coro, por instancias del mismo VERGARA, un clérigo renegado, hecho prisionero con las armas en la mano
en el combate del Oratorio.
No pararon aqui los sufrimientos de VERGARA en aquella época.
Pocos dias después, hallándose en casa de su tia doña Inés Vergara,
agente incansable de la revolución de Mosquera en esta ciudad, fue
acometido y herido de una estocada en el vientre por un militar del
gobierno. Ignoramos la causa de este suceso; pero sí debemos hacer
constar que pocos días después, caído el gobierno constitucional. VERGARA fue amparo y defensa de aquel su agresor, que hoy se complace,
como caballero que es también, en publicar la hidalguía y noble proceder de aquel a quien, en un momento de exaltación, juzgó su enemigo.
Triunfante la revolución, las cosas estaban dispuestas para que,
mediante la amistad que a VERGARA profesaba el señor don Justo
Briceño y cierto cariño que le tenía Mosquera, fuera colocado. Lo
fue en la secretaria de gobierno de Cundinamarca, y en ese puesto
vino a ser una providencia para los prisioneros y para los conserva-
22
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
dores oprimidos con exancion.es. Entre los papeles privados de VERGARA hemos encontrado una comunicación del señor Rojas Garrido,
secretario de Mosquera, dirigida al señor Justo Briceño, en la cual
se queja duramente de que las enérgicas providencias dictadas contra
los conservadores son continuamente contrariadas por el señor VERGARA, en su calidad de secretario de gobierno de Cundinamarca. En
los aciagos días siguientes al i 8 de julio, sacó de esta ciudad a un
oficial que estaba sindicado de haber quitado la vida al señor Patrocinio Cuéllar; dio pasos para hacer que Mosquera perdiera de vista
a don Sebastián Tovar, e hizo grandes esfuerzos, aunque no lo consiguió, para recabar del doctor Sucre que se dejara esconder y sacar
de la ciudad. Logró que mientras la secretaria estuvo a su cargo, el
gobierno se ocupara en asuntos administrativos útiles para el estado
e independientes del ramo de la guerra. En cuanto a hacer rebajar
empréstitos y devolver animales expropiados hizo tanto, que aun algunos de los conservadores exaltados que más lo habian aborrecido, le
quedaron agradecidos.
Otro motivo de quejas, odios y murmuraciones contra VERGARA,
fue el malhadado contrato que hizo con el gobierno de Cundinamarca, asociado con el señor José Camacho Roldan, para la formación del catastro de riqueza raiz. El tal catastro, si tal nombre puede
dársele, formado con extremada precipitación, no quedó (como no
quedará nunca) a satisfacción de los propietarios, y todos sus defectos
.se atribuyeron a mala fe o a ineptitud de VERGARA. La prevención
que había contra él, hizo que nadie se acordara de su colega el señor
Camacho.
A VERGARA le urgía en ese entonces la necesidad de allegar fondos para el objeto, de vital importancia para él y para su familia,
de redimir a Casablanca. Habiendo su familia de tiempo atrás abandonado sus negocios y cargádose con réditos, había sido necesario
vender la hacienda con pacto de retroventa. Todos los esfuerzos hechos por VERGARA para recobrar la finca fueron ineficaces. Cuando
se aproximaba el término fatal, se pensó en ocurrir al medio de tomar
los fondos de manos de un tercero, dando a éste la esperanza de venir
a quedarse con la hacienda mds tarde, si no se le podía hacer el
reembolso. El primitivo comprador lo entendió y lo llevó muy a mal,
-y esto le procuró a VERGARA terribles sinsabores, que hicieron llegar
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA
23
al último punto la atnargura que le causaba el ver pasar a manos extrañas aquella Casablanca que cantó tan sentidamente.
Consumada aquella desgracia VERGARA se prometió conservar
algo del caudal de su familia, comprando otra posesión que a fuerza
de trabajo y de cultivo viniera a ser valiosa. Pero la compra del Bosque y los esfuerzos empleados en mejorar ese terreno no fueron sino
un nuevo manantial de dificultades y de pesares. Tras un pleito, la
finca volvió a poder del vendedor, y no le quedó a VERGARA más que
la casita que en esta ciudad había edificado. Esta estaba pignorada
cuando murió, por una suma casi igual a su valor. La venta de su
rica y preciosa biblioteca dio al fin con qué libertarla.
En el año de i86.f estableció VERGARA una agencia de negocios,
asociado con el señor Aníbal Galindo. Tampoco le dio esta empresa
resultado alguno, entre otras razones porque VERGARA, que era muy
escrupuloso en cuanto se rozaba con sus creencias religiosas, tuvo que
renunciar a intervenir en todos los negocios conexionados con las manos muertas, que eran los que a la sazón abundaban, y dejárselos a
su socio. En el año siguiente estuvo de síndico o inspector del Hospicio, y en i86y fue nombrado secretario de la asamblea constituyente de Cundinamarca, que se reunió después del golpe de estado
dado por el gobernador Aldana, como consecuencia de la caída del
general Mosquera el 25 de mayo del mismo año. VERGARA, como
todos los conservadores, cegados por el aborrecimiento a Mosquera,
aplaudió con entusiasmo esa evolución política, que la historia calificará sin duda como una negra y vil traición, dictada no tanto por
H propósito de dar en tierra con la dictadura de Mosquera, cuanto
por la ambición de los llamados a sucederle en el poder y por el odio
de los radicales al partido conservador, que sin el golpe del 2j de
mayo habría sido el restaurador de las instituciones. VERGARA no
se limitó a aplaudir, sino que tomó calurosamente la defensa del
vacilante gobierno del general Acosta contra el mosquerismo caído,
pero amenazador. En el periódico La Reptiblica, fundado con tal
objeto, escribió entonces VERGARA varios articulos que hicieron grande impresión en todos los círculos políticos.
En el año de 1868, si mal no recordamos, fue nombrado archivero
nacional, destino que desempeñó con gran consagración durante un
año y medio. Nada podia ser más grato para él, que se alampaba por
todos los papeles viejos, y se desvivía por cuanto tuviera relación con
24
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
nuestra historia nacional, especialmente de la época de la conquista,
que meterse de cabeza en aquel caos de expedientes que se llama
nuestro archivo nacional. VERGARA encontró ese archivo en una confusión espantosa, y aunque trabajó con apasionada diligencia, no
alcanzó sino a iniciar un arreglo que habria demandado muchos años
para su terminación. Creemos que con su separación del destino,
volvió ese rico depósito al estado de incuria y desgreño en que se
encontraba antes, pues ni nuestros gobiernos se curan de otra cosa
que de ganar elecciones y promover revoluciones, ni es fácil encontrar para ese puesto hombres que tengan, como VERGARA, vastos
conocimientos en historia patria, amor profundo por ese estudio y
paciencia de anticuarios.
El deseo de no interrumpir el relato de la vida pública de VERGARA, nos ha impedido dar cuenta de sus trabajos literarios en ese
lapso. Volvamos, pues, un poco atrás para colmar este vacio.
En el año de i8^p compiló y dio a luz la colección de poesías
del señor Mario Valenzuela, distinguido poeta y escritor politico que
acababa de dejar el mundo, donde se le abría un brillante porvenir,
para tomar la sotana de novicio en la Compañía de Jesús. Esa colección está precedida de una noticia biográfica y un juicio critico de
las poesías del joven jesuíta, escritos por VERGARA, y termina con
La Corona del Novicio, formada con varias composiciones de despedida de sus amigos, la señora doña Silveria Espinosa de Rendón, don
Ricardo Carrasquilla, don José Joaquín Borda y el mismo VERGARA.
Estaba éste en casa del señor Carrasquilla trabajando en la selección de las poesías de Mario Valenuela, cuando entró don Rafael
Eliseo Santander a invitarlos a que cierto día de la semana se reuniesen en su casa todos tres y el señor Marroquín, que también estaba
presente, a tomar chocolate de media canela con mollete y a fumar
y mentir de 4 a 6 horas, como decía el señor Saavedra.
Este fue el origen de las reuniones que poco después tomaron
(por insinuación de VERGARA) el nombre de Mosaicos, ta7ito porque
los que las formaban eran casi todos los escritores del Mosaico, como
porque no tenían objeto determinado ni reglamento alguno. Eran
reunioties de amigos, en las cuales se leía, se improvisaba, se cantaba,
se tocaba, se hacían caricaturas, se fumaba y se cenaba con aquella
deliciosa libertad que consiste en la ausencia de las fórmulas, pero
dentro de los límites justos del recato, de la civilidad y del buen
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA
25
tono. Alli se congregaban personas de encontradas opiniones políticas y religiosas, y sin embargo jamás fue turbado el buen humor,
que siempre reinaba en los Mosaicos, por una discusión agria o destemplada sobre politica o religión. Antes de la revolución de 1861
estas reuniones fueron muy frecuentes. En casa de Santander no
duraron mucho: siguieron celebrándose alternativamente en las de
VERGARA, Carrasquilla y demás individuos del círculo. Sin embargo
no llegaron a ser numerosas e importantes sino después de la revolución, cuando el señor Samper, a su regreso de Europa, las hizo
revivir. De entonces para adelante, tuvieron lugar, ya en casa del
mismo Samper, ya en la de Quijano, y algunas veces en la de Ricardo
Silva.
fue siempre el alma de estas reuniones, sin embargo
de que Quijano y su señora. Fallón, Carrasquilla, Marroquín, Silva
y Manuel Pombo contribuían infinito a animarlas. A cada uno le
parecía que no más que para él habia estado VERGARA presente y
que a lo que se había ido era sólo a oir y ver a VERGARA. SU conversación era en efecto tan animada, tan voluble, tan salerosa, tan delicada y chispeante de imaginación y de ingenio, que disfrutar de ella
causaba el mayor placer. Y no era VERGARA de aquellos que entretienen a costa de la reputación del prójimo o con dicharachos equívocos o groseros: jamás salió de sus labios una palabra mal sonante o
que no pudiera oir una niña, ni sus agudezas afectaban el buen nombre de persona alguna. VERGARA hablando era una caja de música
que nunca repetía sus melodías.
VERGARA
En los Mosaicos, especialmente si eran en casa de Quijano, era
muy común que los concurrentes se pusieran a improvisar, y no menos
común que, mientras los demás hacían una composición, VERGARA
concluyera dos o tres de géneros diferentes. Las de sus amigos eran
generalmente medianas, y dudamos que alguna haya merecido salir a
luz; las de VERGARA eran siempre excelentes, por la sencilla razón
de que él era constante improvisador, y no escribía bien sino improvisando. El mérito de la colección de todas esas travesuras de los
Mosaicos casi está exclusivamente en las composiciones de VERGARA,
muchas de las cuales fueron publicadas después y figuran en su colección de poesías. Recordamos entre ellas la titulada Recuerdos, que
es para nuestro gusto la más delicada y sentida de las que salieron
de su pluma.
26
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
Un día vino a manos de Carrasquilla y Marroquín la primera
parte del precioso poemita El cultivo del maiz, de Gregorio Gutiérrez
González. Al punto convocaron el Mosaico para casa de Quijano,
donde se exhibió con grande aplauso esa joya literaria del poeta antioqueño. VERGARA se puso inmediatamente a escribir y leyó luego
una segunda parte que acababa de improvisar. Esta admiró más que
la primera, porque además de tener (según pareció a los circunstantes) el mismo vigor, la misma viveza de descripción y la misma lozanía de la escrita por Gutiérrez González, era una imitación perfecta
del estílo de éste. Leída que fue, VERGARA la quemó.
Por ese entonces y aun de mucho tiempo atrás hablaba frecuentemente a sus amigos de una novela que tenia inédita, titulada Mercedes. Era obra que había tomado muy a pechos, y miraba como cosa
transitoria todo lo que emprendiera mientras no diese cima a aquella empresa. Sin embargo, los fragmentos que leyó a Marroquín y a
Carrasquilla no tenían, según ellos, el mérito que hubieran debido
tener para absorber tan gran parte de su atención. VERGARA no podía
entonces escribir novela, porque aún no se había afiliado a escuela
alguna. Poco después dio con Trueba y Fernán Caballero, de quienes
se hizo ciego adorador, imitador y aun a veces afortunado rival. Los
originales de esa novela Mercedes no se encontraron sin embargo
entre sus papeles, como se perdieron también parte de un diccionario geográfico, dos novelas más: Un chismoso y Un odio a muerte,
los materiales del segundo tomo de la Historia de la literatura en
Nueva Granada, Cuadros políticos o Días históricos, desde 1849 hasta
1864, sus viajes por España y otros papeles que figuran en un inventario de su puño y letra que tenemos a la vista.
En lo dramático hizo un ligero ensayo, componiendo, en colaboración con don Ricardo Carrasquilla, una piecesita que se publicó
en El Mosaico, de cuyo mérito no se podría formar juicio sino viéndola puesta en escena. Pero sea cualquiera el mérito de ese ensayo,
es lo cierto que VERGARA no habria sobresalido si se hubiera dedicado a este género de literatura.
Junto con los señores Carrasquilla y Marroquín corrigió VERLa Manuela, de don Eugenio Díaz, obra que estaba plagada
de defectos. El lenguaje era por todo extremo incorrecto; el estilo
vulgar y desaliñado; la narración estaba interrumpida a cada paso
por disertaciones trivialisimas sobre política y moral; las descripcioGARA
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA
27
nes de costumbres urbanas (que el autor no conocía) eran deplorables. Merced a los dilatados esfuerzos de Marroquín y Carrasquilla y
sobre todo a los de VERGARA, que refundió el capítulo La muerte de
Rosa, y arregló el desenlace, conservando el estilo de don Eugenio,
la obra vino a quedar bastante buena para que en ella brillara el
raro ingenio del autor, sin que se descubriese mucho su falta de letras
y de gusto.
Cuando VERGARA tenía agencia de negocios, se presentó un día
en su escritorio un joven desconocido que venía del Cauca, donde
había lidiado en las huestes conservadoras a las órdenes del ilustre
Julio Arboleda. El joven traía en mira cierto negocio de papeles, que
se palabreó prontamente entre él y VERGARA. Del negocio pasaron a
hablar de asuntos indiferentes, hasta que VERGARA, que nunca perdía
de vista las letras, preguntó de repente a su interlocutor si no habia
hecho versos. El joven contestó con modestia que tenia algunos borradores que no se atrevía a enseñar; VERGARA insistió en verlos, y al
día siguiente tenía en sus manos el mamotreto solicitado. Leyólos con
interés, descubrió en ellos mérito indisputable, e inmediatamente
convocó a Mosaico pleno para darlos a conocer a sus amigos. El mismo
autor leyó sus versos con voz trémula y ahogada por la emoción; los
aplausos n o tardaron, y la lectura terminó con la proposición, aprobada con entusiasmo por todos los presentes, de hacer a escote una
esmerada edición de las poesías leídas y regalársela al autor. Al día
siguiente se repetía por todas partes que había aparecido, de la noche
a la mañana, un poeta ya distinguido y que prometía mucho para
el porvenir: ese poeta era Jorge Isaacs.
En pos de sus versos, el señor Isaacs publicó su célebre novela
María, que completó su reputación literaria. Algunos de los amigos
del señor Isaacs entonces, le ayudaron con el mayor interés a corregir
los manuscritos. VERGARA era el más entusiasta, y cuando la obra se
concluyó y publicó, fue él también quien se encargó de presentarla
al público f}Or medio de un bellísimo articulo crítico que publicó
La Caridad.
Razón tenía, pues, el señor Isaacs para hablar de él y demás amigos suyos de entonces en los términos en que lo hace en los siguientes
párrafos de una carta que escribió de Santiago de Chile, en 1872, al
autor de estas lineas: "No, no me he olvidado de los buenos amigos
que dejé en Bogotá; yo creía que asi debian suponerlo, y usted me
28
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
hizo mal al desengañarme. ¡Olvidarlos! ¿Y qué he encontrado aquí
que pueda sustituirme tales afectos? ¿Qué hombre ha estrechado en
esta tierra mi mano como usted, Caro, César, Carrasquilla, Samper,
Vergara, Silva, Pombo y Quijano la estrechan?...
"¡Olvidarlos! En Bogotá, patria de mi alma, ¿no fueron usted y
€llos mi familia? ¿Qué era yo en i86¿f? ¿A quiénes debo mi posición
actual? ¿A quiénes deberán mis hijos llevar un nombre menos oscuro ya?"
En 1866 editó VERGARA, junto con el señor Marroquín, los Cuadros de Costumbres, preciosa colección de artículos de viajes y costumbres nacionales de nuestros mejores escritores en este género de
literatura que casi podría considerarse propio de Colombia; empezó
también la publicación del Parnaso Colombiano, del cual no salieron
sino tres tomitos con las poesías de los señores Gutiérrez González,
Caicedo Rojas y Marroquín; y antes había compilado y dado a luz
también los escritos políticos de su ídolo, el general Nariño, cuya
biografía publicó en La Caridad.
En el año de 1866 dio d la estampa un almanaque con guia de
forasteros y un cuadro cronológico de los gobernantes de Nueva Granada desde la época de la conquista hasta la presidencia del señor
Murillo; interesantísimo trabajo en el cual está el compendio de
nuestra historia política a grandes rasgos, cual se necesitaría para el
aprendizaje en las escuelas. No es recomendable, sin embargo, por
imparcialidad, al juzgar las últimas administraciones de la república, especialmente la de don Mariano Ospina, a quien VERGARA
tuvo siemfne mala voluntad; y en la época de la conquista incurre
en graves equivocaciones, no por otra causa que por su ciego y fanático respeto a la autoridad de los cronistas, que sólo merecen crédito
cuando dan testimonios de hechos precisos; pero no cuando se dan
a hacer apreciaciones y comentarios. Por ejemplo, VERGARA, siguiendo a los cronistas, dice candorosamente que la población indígena
de los chibchas alcanzaba a diez millones; aserción desprovista de
todo fundamento y que va contra principios indiscutibles de la ciencia económica. El señor don Carlos Holguin, redactor de La Prensa
cuando VERGARA publicó su libro, lo atacó por este punto; VERGARA
se resintió, contestó con destemplanza y rudeza, y llevó su pasión
hasta el punto de fundar periódico para sostener la polémica. Por
fortuna ésta cesó pronto.
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA
29
En el año de i86y apareció La Historia de la Literatura en Nueva Granada, la obra más seria, más meditada y sin duda la más importante de las que salieron de la pluma de VERGARA. Para escribirla
se preparó durante muchos años, allegando con gran paciencia, trabajo y costo, los materiales indispensables, que vinieron a formar
una biblioteca nacional de raro mérito. A su muerte esa colección se
descabaló notablemente, perdiéndose muchos ricos y preciosos manuscritos y ediciones que hoy no se hallan a ningún precio. El gobierno compró para la Biblioteca lo que pudo salvarse de aquella
colección, y con eso logró la familia de VERGARA libertar su casa
de habitación, lo único que le quedaba del rico patrimonio de sus
mayores.
Olivos y aceitunos, todos son unos, es el titulo de una preciosa
novelita trabajada en pocas noches, que VERGARA publicó en 1868.
Los cuadros de costumbres que allí exhibe son acabados, la trama
interesante y los caracteres, aunque en rasguño, bien delineados y
sostenidos. El tono de toda ella es de travesura y ligereza, pero en
el fondo se descubre la amargura de su alma por la triste situación a
que han traído a la república las exageraciones poUticas.
El 24 de febrero de 1868 cayó sobre VERGARA un golpe espantoso, que redujo a polvo en un segundo todo el edificio de su felicidad doméstica (única que tenía) y qtte lo llevó a él mismo al sepulcro. ¡Aquel día, y después de sólo ocho de enfermedad, murió su
esposa, la señora doña Saturia Balcázar, que formó su primero y
único amor, la alegría de su hogar, la consoladora de sus infortunios,
la que secaba sus lágrimas, la que velaba a su lado en altas horas
de la noche mientras él trabajaba, la que nunca tuvo para él sino
sonrisas y caricias, la que apartaba las zarzas y espinas de su camino,
tendiéndolo de flores!
quedó anodadado ante semejante desgracia; pero en el
naufragio de su dicha tuvo la cruz, único madero de salvación en las
catástrofes de las naciones y de los individuos, y a ella asióse, y bañóla
con sus lágrimas, y ofreció consagrarle el resto de su existencia.
VEGARA
Y cumplió su voto. La lira de VERGARA quedó rota para el mundo; aquellos cantares suyos tan alegres y festivos no volvieron a oírse.
Enfermo, doliente, encornado bajo el peso de su dolor, viósele vagar
por cuatro años sobre la tierra, como una sombra de lo que fue, asor-
30
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
dando el viento con sus gemidos, buscando por todas partes a su
Saturia.
Sólo una cosa le sacaba de sus tristes meditaciones, sólo un nombre le hacia levantar la cabeza: era el de Jesucristo. El recibía indiferentemente elogios y ultrajes; pero cuando veía escarnecer la cruz
del Redentor, esa cruz que habia sido su salvación en el día de la
prueba, entonces se erguía y recobraba el brío de la juventud, y su
voz trémula se hacía oír distintamente, desafiando las cóleras de los
enemigos de Dios.
Desde que VERGARA empezó a hacerse conocer como escritor,
puso su pluma al servicio de la religión de sus padres; pero cuando
se persuadió de que Dios le había privado del encanto de su vida
para ligarlo más a El, desatendió todo otro asunto y fue su único afán.
Como él mismo decia, santificarse y hacer fructificar su dolor.
"Creo y he creído", nos decía entonces en una carta, "que Dios
ha tenido algún designio al quitarme a la mujer que amé tanto y
por tantos años. Al lado de ella, que era mi vida y mi pensamiento,
no hubiera atendido yo a mi salvación, no porque ese pobre y querido ángel me lo impidiera, sino porque yo no pensaba sino en ella,
sin que por eso me hubiera olvidado totalmente de Dios. Hoy no
pienso sino en mi Redentor: primero, porque ya no tengo en quién
pensar sino en El; segundo, porque en El creo que está la madre de
mis hijos, y aspiro a reunirme con ella otra vez.
"Creo que también fue su muerte un castigo, que declaro muy
merecido, ut justificetur, Deus in sermonibus suis et vincat cum judicatur. El perro no se rebela bajo el látigo de su dueño, sino que se
tiende, se recoge y aulla para obtener perdón; y yo no tengo por qué
ser más que el perro. Reconozco a Dios como mi amo; le debo el pan
y las caricias que me hizo; no le morderé, no, porque me azota, ¡.aguardo con paciencia a que se calme para que me deje besar su pie!
"No creo de ninguna manera que Su Majestad me necesite para
nada, ni que me tenga prevenido para ser instrumento de su gloria.
No creo que mi periódico le sirva, ni que yo pueda conseguir nada
con él; pero yo satisfago un deber de amor al trabajar por El aunque
no me lo agradezca. Harto hace en permitirme que escriba tomando
su divino nombre.
"Creo, en suma, que si mi madre y mi Saturia me hubieran dejado
alguna orden, seria la de que trabajara por Jesucristo, a quien ama-
HISTORIA DE LA LITERATUR.\ EN NUEVA GRANADA
gj
ron tanto; y ellas han sido lo que más amé en la tierra. Creo que
escribiendo sobre religión haré que mis hijos se crean obligados a
ser siempre discípulos de Cristo, no sólo por amor a El sino por respeto a mi."
El periódico a que hace alusión en uno de los anteriores párrafos fue La Fe, que fundó poco después de la muerte de su esposa,
en los momentos cn que empezaba con toda violencia la guerra declarada por el liberalismo a la Iglesia en nuestra patria. Luchó allí
como bueno, sin contemplaciones de ninguna clase, hasta que se le
cayó la pluma de la mano.
VERGARA trabajaba entonces intelectualmente con verdadero frenesí, lo cual, unido a la profunda tristeza de su alma, le ocasionó una
enfermedad que lo puso al borde del sepulcro. Sobrevínole, en efecto,
un accidente apoplético, que lo tuvo por varios días entre la vida y
la muerte; los médicos llegaron a desesperar todos de su curación;
pero Dios no queria todavía poner punto a la prueba de su fiel siervo, y le mandó que viviera. Levantóse, pues, del accidente, mas no
curado. Se temía que de un momento a otro viniera un nuevo ataque, que sería decisivo. Lo único que podria prolongar su vida era
un viaje al extranjero; pero VERGARA no tenia recursos para ello.
Varios de sus amigos liberales se interesaron vivamente con el
general Santos Gutiérrez, presidente entonces de la república, para
que se le diera una colocación en Europa. Grandes fueron las resistencias que hubo que vencer, no de parte del general Gutiérrez,
sino de la de los muchos pretendientes al destino que se deseaba conseguir para VERGARA. Al fin todo se allanó, y VERGARA recibió el
despacho de secretario de la legación colombiana en Inglaterra y
Francia. Partió de esta ciudad a mediados de julio de i86p, y como
ofrenda de despedida a sus amigos y a la tumba de su esposa, publica
un tomito con la colección de sus poesías bajo el título de Versos en
Borrador.
Su permanencia en Europa no fue para él de ocio y descanso.
Todo el tiempo que le dejaban libres los quehaceres de la Legación
lo consagraba al estudio y al conocimiento y trato de los hombres
notables. VERGARA era de suyo muy insinuante, y asi no le fue dificil
hacerse amigo de personajes como Augusto Nicolás, Enrique Conscience y otros eminentes literatos. Visitó a Roma, satisfaciendo así
el mayor anhelo de su vida, que era besar los pies de Pío ix; hizo
32
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
romería a la tumba de Chateaubriand, su ídolo literario, y escribió
con tal motivo una carta, que es sin duda su obra maestra, la más
perfecta producción que salió de su pluma. Estuvo también en Inglaterra, y terminó su correría con el viaje a España, que ponía el colmo
a sus aspiraciones mundanas. En Madrid se hizo grande amigo de
Hartzenbusch, Tamayo y Baus, Campoamor, Trueba, Fernández
Guerra, Zorrilla, doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, y casi todos
los académicos y literatos notables; y como no podía venirse de España sin conocer a Fernán Caballero, que era su autor español favorito, hizo viaje hasta Sevilla para ver y tratar a la ilustre y piadosa
novelista.
VERGARA aprovechó su permanencia en Madrid para dar a conocer allí nuestra literatura, y contribuyó con ello sin duda a que
la Academia Española pusiese resueltamente por obra el pensamiento
de establecer en América academias correspondientes. VERGARA y
los señores Caro y Marroquín fueron nombrados miembros correspondientes de aquel sabio cuerpo, y los tres sirvieron de núcleo después ( i 8 j i ) a la formación de la Academia Colombiana, tal cual hoy
existe.
Mientras VERGARA estuvo en París llevó una vida ascética ejemplar, que confundía a todos sus paisanos residentes alli, los cuales
sólo buscaban el placer en aquella Babilonia moderna. Huía él de
todos los lugares consagrados a la disolución, y en su lugar buscaba
los templos, las bibliotecas y museos. Uno de sus primeros cuidados
al llegar a Paris, fue inscribirse en una de las asociaciones de San
Vicente de Paúl, y hacerse señalar una familia pobre a quien visitar
y llevar la limosna semanal de la Sociedad.
La última y más bella porción de la vida de VERGARA fue sin
duda el año transcurrido desde su regreso a Europa hasta su muerte.
Aquel año fue pleno; presintiendo acaso su próximo fin, se propuso
llenar la medida de sus merecimientos para poder ofrecerla, apretada
y rebosante, a su Maestro y Señor.
Estaba entonces en lo más recio del combate empeñado aqui por
el liberalismo contra la Iglesia. VERGARA no se hizo esperar entre
los sostenedores de la causa fuerte, y se presentó con más armas de
las que puede manejar un hombre, y todas, sin embargo, las manejó
hábil y valerosamente. Fundó entonces La Unión Católica; y como
las columnas de este periódico no bastasen para contener sus escri-
HISTORIA DE LA LrrERATURA EN NUEVA GRANADA
33
tos, apeló a todos los que se publicaban en Bogotá y en el resto de
la república en defensa de la causa de sus convicciones. Todos los
días aparecían entonces los periódicos católicos con artículos de VERGARA: en el uno atacaba a los adversarios en tono serio y mesurado;
apelaba en el otro a la sátira mordicante; en unas partes se defendía,
en otras retaba, y hubo ocasión de tener pendientes cuatro o cinco
polémicas a la vez sobre asuntos diferentes, aunque todos conexionados con la cuestión religiosa. La fecundidad, el brío, el valor de
VERGARA en aquella ocasión le granjearon no sólo el aprecio sino
la admiración de todos los católicos de Colombia; pero si entusiasta
fue el aplauso de los suyos, los contrarios no se quedaron cortos por
su parte en la diatriba y el insulto. Incapaces de luchar con el valeroso campeón en el terreno de la razón, jugaron armas enherboladas
y traidoras. VERGARA fue calumniado, escarnecido, herido en su honor hasta por personas que habian sido antes sus íntimos amigos y
que por consiguiente conocían los quilates de su puro y nobilísimo
corazón. A todos ellos perdonó con cristiana mansedumbre, contra
ninguno volvió en la polémica las armas prohibidas que ellos le arrojaban; pero tampoco fueron parte a detenerle en su camino semejantes contrariedades y sinsabores. Habia hecho voto de consagrar
su pluma a Dios, y no la soltó hasta que Dios mismo se la quitó de
la mano. Sobre su escritorio se encontró comenzado el último editorial para La Unión Católica; de alli se levantó para pasar a dormir el
sueño de la tumba.
Pero no por su consagración absoluta a la polémica religiosa
desatendió VERGARA las letras entretanto. Da testimonio de ello la
fundación de la Revista de Bogotá, primera publicación de este género en Colombia, pero de la cual no alcanzó a dar sino muy pocos
números. Su amigo don José Joaquín Borda, la continuó hasta completar el año.
Va haciéndose ya demasiado largo este trabajo, y es tiempo de
ponerle término. Pero como no habremos de concluir sin tocar con
un doloroso episodio, se excusará el que queramos dar todavía un
rodeo antes de llegar allí.
VERGARA era no sólo hombre de fe viva sino de caridad ardiente.
Extremado en el amor a la patria, a la familia, a sus amigos y a las
letras, lo era también en el amor a los pobres. En aquel corazón ca-3
34
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
bían todos los amores santos. Jamás se le encontró sordo cuando se
trataba de la miseria ajena. Si tenía que dar, daba cuanto tenia; si
nada tenia; como sucedía casi siempre, salía a pedir para sus pobres,
soportando con paciencia la dureza con que muchos reciben esta clase
de solicitudes.
Fue miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl, de Bogotá,
a la cual no cesó de prestar importantes servicios aun durante su residencia en Europa. Cuando murió era director de la sección docente,
a la que había consagrado un cuidado especial, pues conocía las
tendencias de la secta anticatólica a apoderarse de la niñez.
En el día de su entierro una de las cosas que más conmovieron
fue el espectáculo de unos cuantos huerfanitos, hijos de San Vicente,
pobremente vestidos, que acompañaban llorando su cadáver. ¡Qué
escolta aquella tan digna del soldado cristiano!
También era VERGARA cuando murió vicepresidente de la Juventud Católica, sociedad de la cual había sido iniciador, fundador
y entusiasta sostenedor.
Acometido por el accidente que le ocasionó la muerte, y obligado a recogerse en la cama, la familia descubrió que no la tenía.
¿Se quiere saber por qué? Porque dos noches antes, yendo para su
casa, encontró tendida en la calle una pobre y desvalida anciana, que
lloraba de hambre y de frío. La alzó, la llevó a su casa, le hizo tomar
una refacción y le dio sus propias mantas para abrigarse.
El dia 8 de marzo de j8y2 circuló entre algunos de los amigos
de VERGARA la noticia de que estaba enfermo de peligro, cosa que
parecía increíble, pues la noche antes precisamente habíamos estado
varios con él, en casa del señor José Maria Quijano Otero; con todo
nos apresuramos a visitarle, pero le encontramos con el espíritu tan
despejado, le oímos hablar con tanto entusiasmo de lo que pensaba
hacer y escribir en esos dias, que nos retiramos consolados, juzgando
pasajera su dolencia. El p por la mañana, a eso de las ocho, entró
un amigo, el señor Teodoro Valenzuela, lo encontró sentado en su
silla, rodeado de libros y papeles, y le preguntó cómo se sentía. "Yo
me voy", contestó con voz clara, y un momento después agregaba:
"Estoy acabando." Corrieron a buscar un médico y a su confesor,
que pocos días antes le había confesado, pero cuando vinieron le
encontraron ya cadáver. Ni una queja, ni un ¡ay!, ni un suspiro, ni
un gesto de temor en aquel momento supremo.
HISTORIA DE LA ETTERATURA EN NUEVA GRANADA
35
Imposible seria describir la impresión que produjo la noticia de
la muerte de VERGARA, que circuló como un rayo por toda la ciudad.
Lo único que podemos decir es que jamás hemos presenciado un duelo •
más intenso y más sincero: los amigos, en torno de su cadáver, lloraban a grito herido, cual si cada uno hubiera perdido un padre o
un hermano, y hasta sus mismos enemigos políticos de la víspera, los
que más lo habían herido y lastimado, se apresuraron a ir a la casa
del duelo a ofrecer sus servicios a la familia.
El entierro fue pomposo por el acompañamiento y más que todo
por el tributo de lágrimas que se rindió a su memoria. Todos los
escritores públicos, comerciantes, hacendados, estudiantes, artesanos
y gran número de señoras acompañaron el cadáver hasta el cementerio. La familia no tenía con qué pagar el entierro, e inmediatamente
se colectó entre los del cortejo la suma necesaria para este gasto.
Pero no bastaba esto: era necesario proveer de cualquier manera
a la alimentación de los cuatro huérfanos, todos pequeños, que dejaba. Abrióse una suscripción nacional, y de varios puntos de la
repiíblica, aun los más remotos, acudieron donativos cuantiosos que
aseguraron la subsistencia de la familia, al menos durante el primer
año. En casi todos los pueblos y aldeas se celebraron además solemnes funerales por el descanso de su alma, obra espontánea del clero
agradecido al que había sido en vida su leal, constante y desinteresado •
defensor.
"Hoy es el hombre y mañana no parece, y en quitándole de la •
vista pronto se va también de la memoria." Esta sabia máxima de
filosofía cristiana con que el inspirado autor de la Imitación de Cristonos amonesta para desvanecer hasta la última sombra de vanidad, no •
ha tenido hasta hoy cumplimiento, gracias a Dios, con nuestro amigo.
Ocho años han pasado ya desde su muerte, y sin embargo, cada vez que
nos encontramos dos siquiera de los que formábamos el círculo de
sus estrechas relaciones, a poco andar la conversación recae sobre él, .
y al nombrarle, todavía se humedecen nuestros ojos, y cada cual refiere algún nuevo rasgo de su vida o recuerda alguna de esas palabras
de exquisita finura y delicadeza que tenía siempre para los que amaba. Su memoria es todavía la lámpara que alumbra las reuniones de
sus amigos, tan animadas y alegres cuando él las presidía. ¡No hemos
cesado de recordarle, no hemos cesado de llorarle, aún no nos hemos
resignado a perderle!
CARLOS MARTÍNEZ SILVA
PROLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN
Escribe el hombre para manifestar sus pensamientos en el asunto»
de que quiere tratar, con el intento tínico de hacerlo patente tal
como lo concibe; y cuando examinamos los escritos producidos en un
espacio de tiempo, hallamos en ellos la expresión clara de algo en
que los autores no pensaron, a saber: la disposición natural de los
autores mismos para las ciencias y obras de ingenio, que nos sirve,
en cierto modo, para estimar la del pueblo a que pertenecieron y presentir el grado de cultura intelectual a que llegará; y el movimiento
de la instrucción señalado por el ntímero y la índole de los escritos.
Vienen a ser éstos, especialmente en los pueblos nuevos, el espejo en
que se refleja por entero la vida de la sociedad en lo privado y en lo
piíblico, y los pregoneros del linaje de ideas que en cada tiempo predominan y se hacen populares.
Por eso es que el estudio de lo que han sido las letras es indispensable para entender bien la historia de un pueblo, puesto que
ellas expresan las ideas que sucesivamente lo han agitado, y que de
las ideas maduradas nacen luego los hechos, es decir, los sucesos históricos. Cuando éstos son graves, lo sufidente para perturbar la inercia ptíblica y agitar los ánimos, suscitan, por reacción, nuevas y numerosas ideas hasta entonces dormidas, que hallan stt expresión en letras
más abundantes y de varios géneros. Lo que fue arroyuelo se hace
pronto raudal literario en los pueblos vivaces, y acaba por ser río
caudaloso si la libertad política sobreviene.
Así la historia de la literatura con relación a un pueblo no es
sino una faz, pero principalísima, de su historia política: se le ve
nacer intelectualmente, crecer y caminar hacia la ciencia moviéndose
por impulso propio, que es lo que forma la personalidad en la historia: se ve cómo ha pensado, y allí se encuentra la razón y la medida
de lo que ejecuta: porque no hará más de lo que ha jjensado, y como
• 88
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
lo ha pensado, pues si bien se mira, en el movimiento de las naciones no hay actos indeliberados por más que algunos lo parezcan.
La historia literaria de nuestro país, poco ruidosa y tan escasa
en años como la historia nacional, no puede menos de interesarnos
sobremanera, por cuanto nos demuestra la índole ingeniosa de los
granadinos, tan inclinados a pensar, que apenas radicada la colonización se ensayaban en crónicas rudimentarias relativas a la conquista
y al gobierno de la colonia, sin perjuicio de sacar también a lucir sus
pobres estudios en estirados sonetos laudatorios. Poco después ya se
atreven a graves disertaciones sobre asuntos de escasa importancia,
indicando la genial inclinación a investigar y disputar y así, de grado
en grado, les vemos pasar de la tímida imitación a la originalidad,
de la apología de los personajes a la crítica de los hechos, a la ex• presión de opiniones, a la audacia de pensamientos en materias sociales; realizándose por grados una revolución intelectual que al fin,
- como era preciso, se hizo jx)lítica y tomó cuerpo en los sucesos de
1810. Es verdad que no fueron éstos netamente revolucionarios sino
• de aprendizaje; pero sí tuvieron bastante novedad y resonancia para
sacudir la masa de los colonos, y bastante seriedad para poner en ejercicio toda la fuerza mental de los letrados de entonces, trocados ya
en publicistas.
Véase cómo el movimiento intelectual que primitivamente apareció tenue y rastrero, fue creciendo y vigorizándose sin desmayar,
porque era ingénito, hasta producir, a pocas generaciones, arengas
revolucionarias y constituciones políticas: los pensamientos que empezaron por manifestarse vagos y abstractos, se aplicaron por fin a
los sucesos que irmiediatamente interesaban, y tomando cuerpo produjeron la independencia nacional.
Nadie, hasta ahora, se había tomado el trabajo de hacer el inventario de la riqueza intelectual de nuestro país; porque talvez nadie
ha contado tantos materiales pacientemente reunidos como el autor
de estas Memorias, en especial los relativos a los primeros tiempos de
la colonización, tan ingratos para las letras, que no era lícito decir
todo lo que se pensaba, ni era fácil imprimir lo que, sin bibliotecas
que consultar y a virtud de meditaciones solitarias, se escribía.
Que hubiesen transcurrido algunos años más sin realizar este
inventario, y ni rastro habría quedado, ni siquiera noticia de la mayor
parte de las ohras, varias de ellas inéditas, que escribieron nuestros
HISTORIA DE LA LTTERATURA EN NUEVA GRANADA
33
letrados desde 1580, en que asomó la vida intelectual en el Nuevo
Reino de Granada, hasta fines del siglo pasado, en que comenzó a
fundonar nuestra imprenta. Por esto el servicio que el señor Vergara
ha hecho a la historia literaria y a la historia política de nuestra patria, es inestimable; ha salvado, cuando estaban a punto de perecer,
las reliquias del pensamiento de nuestros antepasados, que servirán a
los futuros historiadores para explicar muchos sucesos preparatorios
de los grandes acontecimientos de 1810, racionalmente inexplicables
si no se conociera la tendencia de las ideas y la pujanza intelectual
que, apenas instruidos, manifestaron los nativos de este suelo. Espíritus tan aptos para la investigación y la crítica, no eran los más adecuados al sufrimiento indefinido del régimen colonial.
Si hubiésemos de juzgar por su valor intrínseco las producciones
de nuestros escritores antiguos, poco hallaríamos que decir; p>ero si
se desea estudiar el creciente movimiento de las ideas en este país e
imponerse del sesgo que sucesivamente iban tomando, allí se encontrarán predosos testimonios del progreso intelectual, precursor de las
transformaciones sociales y políticas porque hemos pasado, y servirán al historiador de hilo para conducir certeramente su narración.
Así, pues, no hay sino justicia en calificar esta publicadón, que
con tanta labor preparó el señor Vergara, no sólo de curiosa sino de
muy importante para la inteligencia de la historia nacional, que
alguien escribirá como debe escribirse, diferenciándola de las reladones familiares y de las meras cronologías que por todo caudal histórico poseemos.
ALPHA
(Manuel Ancízar)
INTRODUCCIÓN DEL AUTOR A LA PRIMERA EDICIÓN
El nombre de este libro puede parecer pretensioso; una historia
debe ser completa, y la mía no lo es. La deterininadón de escribirla
haría creer que me consideraba con fuerzas para emprender la obra,
y no he pensado en esto.
Por lo que hace al nombre, no podía darle otro. El de Memorias,
que le había dado en su principio, salvaba mi responsabilidad, pero
no salvaba él plan que era forzoso seguir; y por lo que hace a lo^
motivos que tuve para escribirlo, la sencilla reladón que voy a hacer
me disculpará ante el lector. Ella está relacionada con la segunda
parte de este libro, que no sale a luz ahora.
El plan de estudios de 1843, obra del señor Mariano Ospina, y
que fue imprevisoramente derogado en 1851, tenía una falta en mi
humilde opinión: no consagraba al estudio de la lengua y literatura
patrias sino un breve curso de gramática, que nunca se estudió sino
en compendio. Así era que los que estudiamos bajos aquel plan, por
otros lados excelente, salíamos de las clases sin más conocimiento de
la literatura castellana que el que adquiríamos en la diminuta prosodia de la gramática.
Durante los años que permanecí en el Colegio-Seminario, abrió
el P. Fernández un curso extraordinario de literatura castellana; y
los que asistimos voluntariamente a él adquirimos algún conocimiento
de los autores españoles. Pedí en la Biblioteca del Colegio alguna
obra de literatura, y se me fadlitaron las de Lampillas y Andrés. Al
salir de interno, busqué en la Biblioteca Nacional obras en qué aprender la historia de la literatura castellana hasta nuestros dias, y no
encontré sino las de los autores ya nombrados y la muy extensa de
Mohedano, que leí entonces. El señor Rufino Cuervo tuvo, entre
otras finezas que le debí, la de hacerme leer una obra nueva que
yo no había oído nombrar todavía: el Resumen histórico de la literatura española, por don Antonio Gil de Zarate. A este conjunto de
42
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
circunstancias casuales debí el pensamiento de buscar los materiales
que son objeto de esta obra: porque una vez que conocí la historia
de la literatura española hasta nuestros días, quise conocer la historia
especial de la literatura americana para completar en mi memoria
el desarrollo de las letras españolas, con el cultivo que de ellas se
hubiera hecho en este Continente. Allí encallaron mis esfuerzos: por
más que pregunté no hubo quién me diera noticia de obra alguna,
por una razón muy sencilla, según lo he visto después: porque nada
se había escrito en este ramo.
Yo había leído las obras de Alarcón y Sor Inés de la Cruz, dos
de los primeros poetas españoles, y ambos americanos. Me parecía
imposible que esos dos ingenios hubieran sido únicos en América,
porque el aparecimiento de un grande escritor jamás es un fenómeno: siempre es representante de una generación tan adelantada
que sea capaz de produdrlo. Esta reflexión la confirmaba con la noticia de varios ingenios americanos, que había leído en las cartas eruditas de Feijóo.
Consulté estas obras con el señor Cuervo y con el señor Mosquera,
Arzobispo de Bogotá, hombre muy ilustrado; uno y otro las oyeron
con interés y las encontraron fundadas. Me dieron razón de algunos
escritores de la época de la independencia; y el señor Cuervo me dijo
que aguardara a que se imprimiese una obra que había visto ya anunciada: la Historia de la Nueva Granada desde la conquista hasta 1810,
por el señor José Antonio de Plaza. "Plaza, me dijo el doctor Cuervo,
es hombre erudito, muy estudioso y especialmente investigador de
piuestras antigüedades. En su libro es seguro que usted encontrará
muchas noticias curiosas sobre esas materias." Esperé, siguiendo el
consejo, y un año después apareció la obra citada, cuyas páginas
devoré casi en lectura seguida, para saciar mi doble curiosidad de
conocer la historia civil de mi patria, que iba a leer por primera vez,
pues en nuestros colegios jamás se enseñan estas cosas, y para estudiar
la historia literaria, que era lo que principalmente buscaba. En lo
primero nada tuve que objetar entonces: se abrió ante mis ojos un
mundo desconocido. Respecto de lo segundo tuve un desengaño y un
desconsuelo, al leer al fin del discurso preliminar estas palabras:
"La historia literaria de este país hasta 1800 no presenta un
solo rasgo característico nacional ni un sabio de quien gloriarnos.
Apenas el Obispo Piedrahita escribió la historia de la conquista
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA
4S
tomando buenas noticias de las vivas fuentes del Compendio historial
de Quesada, obra inédita de este conquistador; de los recuerdos que
dejó el licenciado Juan de Castellanos, coetáneo a la conquista, y
de algunas tradiciones indígenas..."
Y más abajo añade hablando de 1810:
"Entonces, como por encanto, descuellan sobre la turba hebetada
del pueblo, raros genios, que en el oscuro rincón de sus gabinetes
agitaban las cuestiones de alta política, penetraban en los misterios
de las ciencias y se adelantaban a formar proyectos grandiosos..."
Hé aquí cuanto encontré sobre la parte literaria de nuestra historia. Por fortuna aquella negativa era tan absoluta, que me conven-ti
ció de que no podía ser cierta. Para mí era y es indudable que, con
excepción de los profetas, todos los demás hombres notables por su
genio son la síntesis y no el paréntesis de una generación. No hay
fenómenos ni excepciones en este particular: el espíritu humano se
desarrolla a pasos contados: llega a épocas en que hombres superiores
precipitan su desarrollo, y a otras en que hombres medianos o nulos
lo retardan, pero jamás lo estancan.
Para que hubiera habido entre nosotros esa admirable generadón de 1810 era preciso reconocer la existencia de una labor anterior, y muy anterior a ella; de un desarrollo del espíritu, lento si se
quiere, pero que existió. Hombres como Caldas no improvisa la humanidad en ninguna parte del mundo. E¡ hombre cultiva en sí mismo
el germen de las generaciones futuras: el que explota solamente las
fuerzas físicas y las pasiones rudas tendrá por biznieto un bárbaro.
El abuelo de Newton hizo algo en su espíritu, para que naciera en
su raza aquel genio. Las generaciones anteriores a Caldas debieron
ser muy intelectuales para poder producir aquel hombre excepcional.
Apoyado en tales reflexiones, no creí absolutamente la aserción
del doctor Plaza ni los famosos tres siglos de ignorancia que campean
por su respeto en todos los discursos patrioteros; pero no tenía pruebas que exhibir en contra, y me dediqué a buscarlas. Leí las obras de
nuestros historiadores antiguos, en las cuales encontré algunas referencias a otras que eran desconocidas: me fatigué tras las tradiciones
orales, inconexas e incompletas, pero que también me revelaban algo.
No satisfecho con llevar apuntamientos, quise formar una colección
y al cabo de seis años tuve una tal cual, cuyo estudio me puso en
camino de adelantarla. Tras de una larga ausencia en las provincias
44
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
del Sur, regresé a Bogotá con nuevas adquisiciones, tanto en noticias
como en impresos, y encontré entonces (1857) de regreso de Europa
a otro joven, el señor Ezequiel Uricoechea, que había tenido también
la idea de reunir una colección nacional, en la cual hallé obras nuevas para mí. Poco tiempo después quiso acompañarnos en igual labor
el señor José María Quijano Otero, que empezó tarde y nos venció
pronto, pues logró reunir una colección más rica que las nuestras.
Apoyado en estos tres depósitos, adelanté rápidamente mis pruebas
de que antes de 1810 había existido aquí un movimiento literario
digno de mendón y de aplauso.
En este año conocí la historia universal de Cantú, esa maravilla
del siglo XIX: al leer sus páginas las definí: la tierra vista desde la luna,
y busqué ansiosamente en ellas lo concerniente al desarrollo de la
literatura en el mundo. Encontré noticias raras, juicios completos
en lo referente a la sabia antigüedad, y en los siglos posteriores hasta
el siglo XVII. De allí para adelante, por completo que sea respecto de
otras naciones, mengua en interés respecto de la española, y al llegar
al aparecimiento en la vida del mundo de las repúblicas americanas,
busqué y no encontré la parte intelectual de estas naciones, cuyas
guerras resuenan en las páginas de este gigantesco libro, pero resuenan aisladas y expósitas. No se conoce la causa del espíritu que movió
a aquellos cuerpos que lidiaron desde el Plata hasta la Guayana:
una simple insurrecdón material no podía producir aquella lucha.
Estaba seguro de que si hubiesen llegado a manos del grande historiador obras americanas, hubiera hecho un estudio de nuestra vida
intelectual y nos hubiera exhibido algo más que como heroicos p>ero
simples insurrectos: la falta estaba, pues, en nosotros mismos, que
no habíaiuos proporcionado a su inmenso archivo otros materiales
que los boletines de nuestras guerras.
Tenía otro objeto al buscar los materiales concernientes a mi
patria: esperaba que tarde o temprano se escribirían obras bajo el
mismo plan en los otros pueblos de América, las que, reunidas, puedan hacernos conocer unos a otros los hijos de este vano Continente,
y a todos juntos a los ojos de los historiadores europeos.
En suma, durante diez y seis años he hecho de esta idea una
idea fija: la he seguido aun en medio de las guerras que con frectiencia nos saltean; no he pierdido para mi pensamiento ni días de prisión ni días de campaña. A veces he recogido noticias interesantes
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA
45
que pasaban acto continuo a mi cartera, en medio de las angtrstias
de un sitio o de la agitación de un campamento.
La obra que trabajaba yo era apenas, según mi intendón, un
apunte informe que me sirviese de indicador para completar mi colección y como memorándum para satisfacer mi curiosidad de conocer
el desarrollo de nuestras letras hasta antes de 1810. Mis apuntamientos eran ya tan voluminosos y algunos de ellos tan interesantes, que
los amigos personales que constituyen mi sociedad íntima y habitual
me animaron a que los redactase y publicase; y no solamente rae
animaban, sino que algunos de ellos pusieron por obra la de urgirrae
y vedarme el paso en todas las demás empresas literarias que acometía, para reducirme a ocuparme solamente en la obra que hoy presento al público, y dedico especialmente a los jóvenes de América.
Empecé a publicarla en 1861 y el encrudecimiento de la guerra
me estorbó su continuación. Volví a tentar vado en 1865, y sobrevinieron otras turbaciones políticas que me lo impidieron. La he llevado por fin a efecto en este año; y la mayor parte de sus pliegos
se han impreso no bajo las alas benditas de la paz, sino entre las
inquietudes mortales de una nueva guerra.
He narrado adrede esta historia porque ella me disculpa del
atrevimiento que presupone escribir una obra seria, no teniendo dotes
de escritor sino para escribir fugaces artículos de periódico, que tienen
la ventaja de que si son leídos hoy, son olvidados mañana. Si hubiera
habido otro escritor que quisiese ocuparse en esto, le hubiera dado
de buena voluntad mis apuntes, y hubiera puesto a su dispxjsición
mi biblioteca nacional. A falta de otro, me he presentado yo como
autor.
Y era tiempo, a fe mía. La generación de 1810 que nos explica
el pasado más interesante, está acabando de desaparecer. Entre los
pocos de ella que viven, está mi venerado padre, a quien tengo el
honor de dedicar este libro. A él debo una multitud de datos históricos interesantes, y, sobre todo, debo al calor de su palabra haber
podido entender la letra que hubiera sido muerta para mí, de muchos impresos cuyo valor he podido apreciar, merced a que se me
hacía conocer previamente a sus autores, como si estuviesen vivos.
Por otra prte, hay un total desamor por los estudios históricos de la
patria: la política, que se cultiva de preferenda a todo, causa displicencia, y despego por todo lo que no sea ella misma. Haré notar aquí
46
JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
un hecho histórico y crítico, que siempre que me he dirigido a los
diversos gobiemos que se han sucedido desde 1857 hasta 1866 en
alguna diligencia referente al estudio y fomento de nuestra historia
en sus diversos ramos, he encontrado no sólo despego sino a las veces
hostilidad, y en algunos empeño en que tal cosa no se hiciera. Hombres que en la vida privada cultivan las letras y apoyan los esfuerzos,
en tal sentido,, al subir al poder rechazan y aun persiguen la inofensiva tarea del historiador, de anticuario y del literato.
El viento tampoco sopla del lado de los estudios históricos. En
todo el tiempo corrido del siglo xix no hemos tenido sino tres historiadores: el general Acosta, autor de la Historia de la conquista y
colonización del Nuevo Reino de Granada; el señor Plaza, autor de
la Historia de la Nueva Granada, desde la conquista hasta 1810, y el
señor Restrepo, que escribió la historia de la revolución de Colombia. Yace en la sombra todavía una excelente Historia eclesiástica de
la Nueva Granada, obra del señor José Manuel Groot.
De historiadores contemporáneos o memorias políticas, poseemos, entre otras, las siguientes: Apuntes para la Historia, del señor
José Maria Samper; la Historia de la revolución del 17 de abril, por
el señor Venancio Ortiz; los Anales de la revolución de 1860, por el
señor Felipe Pérez; y las Memorias histórico-políticas, del general
Posada. El general López ha impreso el primer tomo de las memorias
de su vida.
En cambio hemos tenido ocho revoluciones desde 1820 hasta la
fecha; y en punto a escritos, una enorme cantidad de periódicos políticos, hijos y padres de las revoluciones.
Los que nos ocupamos, pues, en estudios históricos, lo hacemos
a pura p)érdida de tiempo, de dinero y de fama. En reemplazo de
tan grandes estímulos, no es mucho si pedimos indulgencia.
Por lo que a mí toca, la reclamo, y casi tengo derecho a exigirla.
Producir una obra de la poca extensión de ésta en Europa, no
sería gran cosa, aunque se refiriera a la más remota antigüedad. Allá
existen tradiciones ordenadas; bibliotecas abundantes; archivos esmeradamente arreglados y fomentados; estímulos para sepultarse en ellos
el gusano que se llama hombre, para salir de allí la mariposa que
se llama escritor. Sobre la misma materia que uno quiera escribir, encuentra mil obras más. El periodismo inmenso da ecos a la voz: la
abundante clientela de lectores de todas dases da al escritor coronas.
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GR.*NADA
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no ya de laurel griego sino de oro de California. La movilidad del
escritor viajero, que va a buscar en todos los rincones de una nación
materiales y tradiciones, es barata y fácil.
Entre nosotros todo es al contrario. Hay que buscar los materiales
dispersos, y casi siempre truncos. No hay sino una sola biblioteca
pública en cada nación; es dedr, diez y siete para toda la América,
de las cuales no puede visitar uno sino la de su nación. El que logre
sepultarse en una de ellas a estudiar la antigüedad, no la encontrará
sino a pedazos; y desde el gobiemo hasta los ciudadanos, excepción
hecha del Brasil, Chile y Perú, todos le ponen trabas y a veces obstáculos insuperables. Las obras son pocas; y siendo pocas, puede uno
estar seguro de que en el ramo que va a estudiar no encontrará ni
una pulgada del camino desmontada y andadera. Nuestro escaso periodismo está exclusivamente consagrado a la política de partido; y el
libro que uno lanza a la arena, es recibido con indiferencia por sus
copartidarios, que no le tributan más amparo que el silencio; al paso
que los del partido opuesto lo recogen para hacer de él una arma
que tirar a la cabeza del autor en cualquier día de lucha política.
Por lo mismo que todas las obras concebidas en medio de tales dificultades, necesitan piedad y delicadeza, se les niega la piedad, por
lo mismo que necesitamos críticos magistrales que dirijan a los escritores, somos críticos de corrillo, superfidales. Un artículo de crítica
se zurce con la misma facilidad que uno de política; y uno y otro
son la cosa más hacedera, pues basta prodigar nedos encomios por
un lado, y necias inculpaciones por otro.
Últimamente, la movilidad del escritor es cara y difícil, para
recorrer países inmensos y poco poblados; y estas razones juntas hacen
que el drculo de lectores en cada nación sea en menos número que
los lectores de una sola calle de Londres, de una plaza en Paris o de
un distrito en España o Italia.
Mas, volviendo a la obra en que me ocupo, debo decir unas pocas
palabras sobre el plan que he seguido. La materia y su pobreza no
me daban derecho a vacilar: no podía hacer otra cosa que lo que he
hecho, seguir el orden cronológico, poniendo la notida biográfica de
cada autor y la de sus obras, y un breve juicio crítico sobre los escritos sobre el autor mismo; y mezclado todo esto con los sucesos referentes a las letras. Solamente en la tercera parte de esa historia (18351866) permite la abundanda de la materia otra división.
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JOSÉ MARÍA VERGARA Y VERGARA
Al remontar en mis investigaciones la corriente de los tres siglos
que constituyen nuestra historia, he visto el paisaje al revés, sin perspectiva y sin explicación. Los materiales que iba encontrando me
servían de piedras miliares para saber que ese y no otro era el camino.
Pero una vez que estuvieron arreglados metódicamente y que descendí desde 1538 hasta 1820, encontré todo explicable; vi el paisaje
al derecho. Un pueblo pequeño lucha por formarse su historia escrita,
por civilizarse de una manera análoga a la vida salvaje que aún lo
rodea, y a la vida europ>ea cuyos hábitos le enseñaron sus padres.
Escribe primero una mala prosa que poco a poco mejora: ensaya algunos versos; tantea fortuna por el lado de las letras sagradas, y vuelve
otra vez a las letras profanas, en las cuales se va enrobusteciendo día
por día. La gran revoludón de 1810 se empieza a oír desde 1760, al
principio sorda y lejana, poco a poco más cercana y resonante, hasta
que al fin, como el Funza en el Tequendama, se lanza en el pavoroso
y admirable cataclismo que la guarda. La organización colonial no
nos convenía; los reyes mismos de Castilla, al haberse trasladado a
este suelo, hubieran trabajado por la independencia. El espíritu no
trae desde el principio de su desarrollo en Nueva Granada, otra tendencia que la de buscarse vida propia.
El lector encontrará al repasar las páginas que he trazado, una
cosa que le sorprenderá desagradablemente si es espíritu fuerte: mi
libro no viene a ser sino un largo himno cantado a la Iglesia. De
este cargo no me disculparé. Quise escribir solamente una historia
literaria; y si en ella hubiera encontrado algo que redundase en contra de la Iglesia, lo hubiera escrito francamente o hubiera renunciado
a la obra. Mas, ya que lo que buscaba, las letras, lo encontré siempre
en el seno de la Iglesia iriisma, no tenía para qué negar que me es
muy grato reunir las glorias de la Iglesia a las de la patria. Descría
que todas mis obras estuvieran al servicio de la causa católica, y me
parecería perdido el tiempo que no emplease en tal objeto. Al trabajar para mi patria, este querido pedazo de tierra que Dios me señaló
por cuna, no quiero olvidarme que también soy ciudadano de la eternidad. Así, pues, si el lector, que tome este libro, no gusta de escritos
católicos, debe abandonarlo desde esta página; si a pesar de no gustar
de ellos, no está reñido con los que profesamos fe sincera y ardiente,
inofensiva como su divino autor, siga leyendo.
Cristiano, trabajo para mi religión; ciudadano, trabajo para mi
patria.
I
HISTORIA DE LA LITERATURA EN NUEVA GRANADA
49
El primer soldado aventurero que se intrincó en una montaña
impenetrable y desconocida a buscar algo más allá, y encontró uno
de nuestros hermosos valles, no fue, por cierto, el que nos hizo el
amplio camino que hoy transitamos. Sobre sus huellas vinieron las
ciendas y el comercio, y trazaron el camino actual: talvez tuvieron
que corregir en mucho la línea que el soldado viajero trazó vacilante
y perdido, sin más guía que la luz de las estrellas vistas al través de
la opaca arboleda. Talvez se le critique hoy que no hubiera faldeado
un áspero monte a cuya dma llegó él porque buscaba un punto de
vista para seguir explorando. Sin embargo, el desconoddo soldado
que murió al fin de su viaje, fue el que dijo a los hombres que podían
ir por ese lado porque encontrarían bellas comarcas: su memoria tiene
derecho no a la admiradón por su genio, sino a la piedad p>or sus
trabajos.
Yo soy en mi patria ese soldado desconocido: "nada hay tras de
aquella montaña", dijeron hombres autorizados; yo he hecho el viaje,
solo y a pie, a buscar la confirmación de su palabra o la solución de
mi duda. Regreso diciendo que hay una vasta región, de la cual traigo
muestras. El ingenio, las ciencias y el comercio pueden ir a ella. Mi
senda está mal trazada: ¡que la corrijan! ¡Que la acorten, si la soledad y la ignorancia me obligaron a hacerla más larga 1
El explorador tiene derecho no a la admiradón sino a la piedad.
No pide al pasajero un juicio crítico, que teme, sino un recuerdo
afectuoso que desea.
JOSÉ M . VERGARA Y VERGARA
Bogotá, julio 20 de 1867.
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