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Carta inédita de Ángela Figuera
Santa Eugenia de Riveira, 30 julio
Querida amiga Carmen, magnífica amiga:
Chalet Munitis, Bilbao 1948. A la izquierda, sentada, Ángela Figuera y
junto a ella, la esposa de Rafael Morales y Amelia. Detrás de Ángela, de
pie, Luis Lázaro Uriarte, Blas de Otero
y Rafael Morales. Desconocemos la
identidad de la pareja situada a la
derecha de la imagen.
Ángela Figuera en Moscú (1966)
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Estoy sola frente al mar. Tan cerca lo veo desde mi ventana, como al alcance de la mano, y respiro su aliento. Tan ajeno, sin embargo, tan sólo suyo, tan
hermético en su belleza. Hace un momento estaba con Dostoyevsky. Me traje
sus obras que hace tiempo no frecuentaba, por avenirse su longitud y despaciosa lectura con los largos ocios del verano. “La belleza es una tremenda y
espantable cosa… Ahí las orillas se juntan, ahí todas las antítesis viven revueltas tremendamente muchos misterios. Adivina, si sabes, y sal enjuto del agua.
Amplio es el hombre, demasiado amplio. Yo lo habría hecho más angosto.
Pavoroso es eso de que la belleza no sólo sea terrible, sino también algo misterioso”. Así me ha hablado Mitia Karamázov, el sensual, el místico, lujurioso
e ingenuo… “Amplio es el hombre, demasiado amplio…”. Mirando al mar me
he quedado… “demasiado amplio” también para el corazón del hombre,
demasiado amplio aún para el poeta. Pensando muchas cosas sin forma, horadada por una teoría de recuerdos, me he acordado de ti y de versos tuyos sobre
el mar cuyas palabras no podría repetir, pero cuya esencia, como algo vivo, me
llegaba. (Por no elegir, no me traje ningún libro de poesía).
Así me he puesto a escribirte. Quise despedirme de ti. Pero no tienes teléfono y no quise ser inoportuna presentándome sin anuncio. Conozco tus quehaceres y los respeto, como tus ocios. Ni unos ni otros quiero estorbar con mi
presencia, no esperada. Me propuse escribirte.
Sirvan, pues, estas letras de cordialísimo saludo desde esta hermosísima tierra gallega. Nuestras vacaciones transcurren en ella con tal plenitud y felicidad
que a veces duele como algo ilícito. Tanto disfrutamos en común los tres, mi
marido, mi hijo y yo de esta vida libre al aire y al sol que da como vergüenza
decirlo. A una admiramos el cielo y el agua, los pinos y los maizales, las rocas,
las zarzamoras… ¡Qué fascinador mirar la vida de un charco entre las peñas de
la orilla, a la bajamar, cuando el agua increíblemente transparente nos descubre un universo completo. Que vegetación bellísima, casi milagrosa, temblando sumergida. Mi hijo se extasía mirando los “carramarros”, las estrellas de
mar, las quisquillas traslúcidas… Con aire delicioso de suficiencia nos explica
–lee muchos libros de animales- cómo viven, comen, se reproducen… Vemos
a las voraces actinias, anémonas de mar, con su aire inocente de flores y su
delicada belleza, devorar las presas que se ponen a su alcance y hasta estirarse insospechadamente para alcanzarlas… Nadamos recreándonos en el maravilloso sonrosado de nuestra carne a través del agua trasparente de un esmeralda tan claro y puro que no se sacian los ojos ni los poros de sorberla.
Corremos en bicicleta por las carreteras para acercarnos al mar libre –estamos
en la ría de Arosa- y admirar las rompientes. Nos embarcamos para remar torpemente en las destartaladas “dornas”, con unos remos toscos, larguísimos
que a mi hijo se le enredan por todas partes, a pesar de los cual nos damos
buenos paseos… En fin, creo que estoy haciendo demasiada “literatura”, pero
cree que cuando veo a mi muchacho, desnudo, altísimo, fuerte, moreno como
un pirata que, chorreando agua, se me acerca y con un incongruente “Ay,
mamá!” me da un beso extemporáneo, expresión de su goce, cuando deliciosamente cansados, nos acostamos y mi marido –cada verano es una luna de
miel- me dice abrazándome “¡Esto es demasiado bueno!... Qué hacer sino pasmarse de tanta inmerecida felicidad y de tan “tremenda belleza”. Desde ellas te
mando mi saludo. De corazón te deseo igualmente felices vacaciones. No sé
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si estarás en Madrid o andarás viajera, pero me figuro
carta dónde sea.
que te remitirán esta
Espero nos veremos a la vuelta. Nada me has dicho de mi “Vencida por el
Ángel”. Tengo en muy grande aprecio tu opinión.
Purita me escribió muy contenta por su accésit del “Boscán”. Me alegré
sinceramente, pero me decepcionó que, según dicen, no tenga asignado nada
en concreto, o sea, en metálico. Ella estaba ilusionada y realmente le hace
tanta falta! Aún tengo la esperanza de que mis noticias sean erróneas y el accésit suponga algún provecho, por lo menos la publicación del libro.
Adiós, Carmen. No te pido que me escribas. El que yo, espontáneamente
haya cumplido mi personal deseo escribiéndote, no implica por tu parte obligación de correspondencia. Ahora bien, si piensas cuánto me gustaría tener
noticias tuyas, puede que te decidas a dármelas.
Nada más. Saluda a Antonio y si los ves a Amanda y a otros amigos.
Mi sincero afecto
Casa Obdulia – Santa Eugenia de Riveira (Coruña)
Estaremos hasta el 23 – 24 Agosto.
Ángela Figuera en la boda de Rafael Montesinos. A su derecha el poeta Vicente Aleixandre.
A la izquierda Rafael Morales con su esposa y el poeta Carlos Bousoño
* Tanto esta carta como el poema inédito (contenido en una felicitación navideña), recogido en
la pág. 50, han sido mecanografiados desde los originales facilitados, a través de Caridad
Fernández, por el Patronato Carmen Conde – Antonio Oliver, de Cartagena
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