Huellas claras e indelebles, en Latapí Sarre, Pablo y

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Entrevista con Felipe Martínez Rizo
Felipe revisa y documenta en esta entrevista nuestra relación profesional y de amistad a lo largo
de más de 30 años. Su amistad ha sido para mí la mejor recompensa de mi colaboración con él.
HUELLAS CLARAS E INDELEBLES
¿Cuándo y dónde conoció usted a Pablo Latapí? ¿Podría describir cómo y en qué marco
tuvo lugar el primer contacto personal que ambos tuvieron? Y dado que estaban
interesados en problemas parecidos, ¿dónde más coincidieron –en el sentido espacial e
institucional?
Conocí personalmente a Pablo Latapí a principios de 1976. Antes había leído varios trabajos
suyos, publicados por el Centro de Estudios Educativos, en especial en la revista del propio
Centro, fundada por él en 1971, y que después tomó el nombre de Revista Latinoamericana de
Estudios Educativos. Sabía, por ello, que Pablo era un profudo conocedor de la educación
mexicana y que sus trabajos incluían algunos relativos a la planeación universitaria. Por ello,
cuando el rector fundador de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA) me nombró
director de Planeación, y me encomendó la elaboración de un Plan de Desarrollo, me apresuré a
pedir una cita con la persona que, a mi juicio, mejor podría orientarme en esa tarea.
Pablo me atendió amablemente, me dedicó todo el tiempo necesario y me dio valiosas
orientaciones. Conocí entonces los materiales derivados de los trabajos de planeación dirigidos
por él a fines de la década de 1960 en las universidades públicas de Chihuahua y Sonora, en el
Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM)
y en el Centro de Enseñanza Técnica y
Superior (CETyS) de Mexicali. Décadas más tarde, autoridades de tres de esas cuatro
instituciones comentaban la importancia que los planes preparados con la orientación de Pablo
habían tenido en ellas. Por invitación de la UAA, Pablo participó también en algunas reuniones de
planeación con el Consejo Universitario.
Desde entonces, mi relación con Pablo Latapí ha sido constante y estrecha. A partir del trabajo
de planeación, y como prolongación del mismo, desde fines de los años setenta comencé a
promover la investigación educativa y la formación de investigadores en el Departamento de
Educación de la UAA. Pablo, por su parte, comenzó a trabajar como asesor del secretario de
Educación, Fernando Solana, y como vocal ejecutivo del Programa Nacional Indicativo de
Investigación Educativa (PNIIE) del Conacyt; puso en marcha también una pequeña pero activa
asociación civil, llamada Reuniones de Información Educativa (RIE) cuyo brazo ejecutivo fue Jean
Pierre Vielle. Como coordinador de una maestría en Investigación Educativa que había
promovido en la UAA, participé entonces en muchas actividades del PNIIE y de RIE y Pablo visitó
no pocas veces Aguascalientes para conducir seminarios en el marco de la maestría
mencionada.
Al terminar el sexenio 1977-1982, Pablo y su esposa decidieron dedicar un tiempo al trabajo de
educación de adultos, en comunidades rurales cercanas a Tequisquiapan, a donde se fueron a
vivir. Él dedicaba también unos días cada mes a trabajar con el Centro de Educación Regional
para la Educación de Adultos en América Latina y el Caribe (CREFAL), en Pátzcuaro. Nuestra
relación, que se había vuelto una rica amistad, que incluía a nuestras respectivas esposas,
continuó. Pablo siguió apoyando el trabajo de formación de investigadores educativos de la UAA
y me invitó también a participar con él en actividades del CREFAL.
A fines de la década de 1980, otro antiguo colaborador de Pablo desde el nacimiento del CEE, Manuel
Ulloa, fue nombrado director de Planeación de la Secretaría de Educación, Cultura y Recreación del
estado de Guanajuato. Entre otras innovadoras iniciativas, Manuel puso en marcha un programa de
formación de investigadores educativos, respaldado por la Universidad de Guanajuato y con apoyo de
académicos de diversas instituciones, entre los que nos contábamos tanto Pablo como yo.
Otra oportunidad muy interesante de relación en esa época fue la que ofreció un grupo de trabajo
que preparó una propuesta para la elaboración del programa sectorial de la SEP para el sexenio
de Carlos Salinas, a solicitud de su primer secretario de Educación, Manuel Bartlet. Aunque antes
había tenido ya oportunidad de asomarme al interior de la SEP, hacerlo junto a Pablo me permitió
apreciar una vez más la amplitud de sus conocimientos, pero además su prudencia y su sentido
común.
Por esa época Pablo promovió la creación de la Asociación Mexicana para las Naciones Unidas
(AMNU), que llevó a cabo una labor de promoción de lo que se designó con la expresión de
educación para la paz y los derechos humanos. Un grupo de la UAA, encabezado por Ángeles
Alba, creó una filial de la AMNU en Aguascalientes, que llevó a cabo notables actividades
pioneras en el campo de la educación en valores, con mucha mayor profundidad de la que
iniciativas similares han tenido. Además del impulso inicial, la orientación de Pablo fue importante
para ello. Como se sabe, el tema es uno de los que han recibido más atención por su parte, lo
que se refleja en algunas de sus publicaciones más importantes.
Durante el tiempo que Pablo pasó en París, entre 1989 y 1991, como adjunto del representante
de México ante la UNESCO, Miguel León Portilla, nuestra relación no se interrumpió. A su
regreso se integró por algunos años al CEE, y pudo aceptar mis reiteradas invitaciones a apoyar
actividades que yo desarrollaba en la UAA.
La participación de Pablo fue importante en dos proyectos: uno fue el Progama Interinstitucional
de Investigaciones sobre Educación Superior (PIIES), que puse en marcha con apoyo de la SEP
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a principios de 1992, y gracias al cual fue posible impulsar proyectos de investigación en varias
universidades del país, entre las que destacaron la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla,
la Universidad de Guadalajara y la Universidad Autónoma de Baja California. El otro proyecto,
que surgió del anterior, fue el doctorado Interinstitucional en Educación, que contó con el apoyo
de académicos de 15 instituciones, y en tres generaciones, entre 1994 y 2004, graduó a cerca de
medio centenar de doctores, muchos de los cuales pertenecen ahora al SNI y son parte
importante de la comunidad de investigadores educativos del país. Pablo fue miembro de los
consejos académicos de los dos proyectos y su experiencia dio siempre un peso específico a sus
opiniones y aportaciones.
En ese contexto se entiende que, anticipándose a varias instituciones que posteriormente lo
hicieron objeto de distinciones similares, en 1993 la UAA le concediera el nombramiento más alto
que otorgaba entonces a quien no perteneciera a su personal, el de Profesor Honoris Causa.
Durante el periodo en que ocupé el honroso cargo de rector de la UAA (1996-1998) y en los años
siguientes, nuestra relación siguió siendo cercana y rica. Destacaré un inolvidable viaje por
Europa que pudimos hacer, con nuestras esposas, recorriendo en auto varios países y
aprovechando el tiempo para largas conversaciones, a veces intrascendentes, a veces serias.
¿Cuál fue su interpretación sobre el papel a desempeñar por el Observatorio Ciudadano de
la Educación? Y desde una perspectiva temporal, ¿cumplió con las expectativas
generadas inmediatamente después de su creación?
Cuando la increíble creatividad y vitalidad de Pablo lo llevó a impulsar el nacimiento de
Observatorio Ciudadano de la Educación (OCE), en 1998, comentó conmigo la idea. Mi calidad
de rector hizo que no me incorporara desde el principio al grupo fundador, pero lo hice poco
después, tras dejar la rectoría. Mi participación no fue, desde luego, todo lo intensa que hubiera
querido, como ocurría con la mayor parte del grupo, ya que todos teníamos que atender otras
obligaciones. Los testigos de esa época sabemos que el grueso del trabajo de redacción de
comunicados –que era la actividad fundamental– era asumido personalmente por Pablo, a quien
diferentes personas apoyaron principalmente en distintos momentos, en especial Alejandro
Canales y Roberto Rodríguez. Sabemos también que las ideas y el empuje para abrir las puertas
de los medios que publicaron los comunicados fueron fundamentalmente suyos.
Tras las elecciones de julio de 2000, el presidente electo, Vicente Fox, invitó a Pablo a formar
parte del grupo relativo a temas educativos del llamado Equipo de Transición. Pablo me invitó a
su vez y participé en el trabajo del grupo, sin dedicar tiempo completo a ello ni dejar mi residencia
en Aguascalientes. La participación en ese interesante ejercicio fue también ocasión de empujar
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un viejo proyecto que abrigaba desde las décadas de 1980 y 1990, cuando dirigí sendos trabajos
de evaluación del sistema educativo de Aguascalientes. Se trataba de la creación de un
organismo especializado en evaluación educativa. La idea pareció adecuada al grupo y se me
pidió que preparara un anteproyecto en ese sentido, lo que hice con apoyo especialmente de
Sylvia Schmelkes, que formaba parte del grupo y de Rafael Vidal, que era Director Técnico del
Ceneval (Centro Nacicional de Evaluación para la Eduacación Superior).
Tras la toma de posesión de Vicente Fox, el nuevo secretario de educación, Reyes Tamés, me pidió
que desarrollara el proyecto, lo que llevó a la creación del Instituto Nacional para la Evaluación de la
Educación (INEE), en agosto de 2002 y a mi designación como primer Director General del nuevo
organismo. Durante el desarrollo del proyecto, Pablo comentó muchas veces los avances; uno de los
muchos rasgos interesantes del nuevo organismo fue la composición plural de su Junta Directiva, en
la que tienen un lugar representantes de distintos sectores sociales, en situación de paridad respecto
de los funcionarios que también integran ese órgano de gobierno. Observatorio Ciudadano de la
Educación es una de las organizaciones no gubernamentales que forman parte de la Junta y Pablo
fue su representante durante los primeros años, que fueron cruciales para la definición del perfil y el
enfoque del Instituto.
En términos de desarrollo educativo, de impulso a la investigación en ese campo y de
políticas gubernamentales aplicadas al mismo, ¿ha tenido coincidencias y/o discrepancias
con Pablo Latapí? Y de otra parte, ¿llegaron a intercambiar ideas sobre los sistemas de
evaluación, el alcance de los mismos y la propia concepción de la noción de “evaluar”?
Pablo fue nombrado embajador ante la UNESCO, por lo que ya no pudo participar en las
reuniones del INEE. Pero la relación personal no se interrumpió, sino que siguió tan cercana
como siempre, con un continuo intercambio, muchas veces en relación con cuestiones precisas
del ámbito educativo que nos interesaban a uno u otro, pero también sobre otros temas. El que
tuviéramos en común una formación con fuerte contenido religioso, y posturas diferentes al
respecto, pero coincidiendo en actitudes de respeto por la conciencia de la complejidad de esos
temas, hizo que nuestros diálogos no pocas veces giraran alrededor de ellos.
En cuanto a la problemática educativa, incluyendo la investigación y las políticas correspondientes, mis
opiniones coincidieron en general con las de Pablo, lo que sin duda en parte se entiende porque
siempre lo escuché con atención y porque sus argumentos siempre fueron sólidos. Creo que aporté
algunos elementos, que Pablo también aceptó con apertura. Desde luego una temática sobre la que
intercambiamos muchas ideas fue la relativa a evaluación educativa. Lo antes dicho se aplica también
en este caso.
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Me gustaría una reflexión suya sobre cómo se ha desarrollado la investigación sobre
educación en el país (es decir, si ha habido avances, retrocesos o ambas cosas), y en qué
medida se han cumplido las expectativas que, digamos, hace un cuarto de siglo se tenían
en cuanto a obtener una educación que llegara a todos los sectores sociales, pero que
además incorporara nociones como la de la ética y los valores.
En cuanto a la investigación educativa, creo que ha tenido un fuerte desarrollo en relación con la
situación que prevalecía en 1963, cuanto Pablo fundó el Centro de Estudios Educativos. Pienso
también que nadie influyó tanto en ese desarrollo como él mismo. Este juicio no será considerado
excesivo por persona alguna que conozca su trabajo. Una y otra vez he podido constatar que mi
opinión es compartida no sólo por quienes se dedican a la investigación educativa, sino también
por quienes ocuparon altos puestos en la administración del sistema educativo nacional, por
destacados expertos internacionales y por inumerables maestros. Creo posible afirmar, sin
exageración, que si uno rastrea los orígenes de cualquier innovación importante ocurrida en el
sistema educativo mexicano, desde fines de la década de 1960 hasta ahora, casi siempre
encuentra, de una u otra forma, directa o indirectamente, claras huellas de la influencia de Pablo.
Por lo que se refiere a las expectativas de llegar a tener una educación mejor y más equitativa,
creo que ha habido avances también, pero que la situación dista bastante de la que muchos
quisiéramos tener, y sin duda de la que Latapí soñaba hace medio siglo. Pienso también que no
pocos de los rasgos positivos que tiene hoy la educación mexicana deben algo al trabajo de
Pablo. Podemos pensar en los orígenes de la planeación educativa en general y la universitaria
en particular; los nuevos enfoques en educación básica y de adultos; la introducción de nuevas
tecnologías; la creciente atención que se presta a los aspectos valorales de la educación; o la
preocupación por la desigualdad y la búsqueda de la equidad, en la forma que estas cuestiones
tenían hace medio siglo o en el marco de las recientes ideas sobre el derecho a la educación.
¿Podría darme, por un lado, su impresión de lo que representa Pablo Latapí en el ámbito
de la educación en México y, por otro, hacer alguna reflexión sobre él en el plano
personal?
Latapí no se limitó a ver los toros desde la barrera. Los más altos responsables de la educación
nacional se beneficiaron de su consejo, y pueden dar testimonio de los muchos programas y elementos
valiosos del sistema educativo mexicano que tuvieron su origen en ideas y proyectos elaborados por él,
que los apoyó sin perder su independencia y sabiendo tomar distancia cuando lo consideró necesario,
con plena conciencia de que las exigencias de la toma de decisiones no son idénticas a las de la
investigación, y de que esos dos ámbitos pueden enriquecerse mutuamente como resultado de una
interacción respetuosa, guiada por una preocupación común por el bien de los alumnos y el de la
sociedad.
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Pablo, además, desempeñó un destacado papel como formador de opinión, con una labor
periodística que podría haber justificado una dedicación de tiempo completo, primero en las
páginas de Excelsior y luego en las de Proceso. Un cálculo muy grueso permite estimar que sólo
sus artículos periodísticos representan más de cinco mil cuartillas. Si pensamos que esta tarea,
con toda su importancia, fue sólo una parte menor de su obra, podemos concluir que cumplió con
el ideal del escritor que define el adagio latino nulla dies sine pagina: no dejes pasar un día sin
escribir al menos una página.
Miles de personas lo seguimos por años, semana a semana, tomándolo como punto de
referencia para analizar no sólo temas educativos, sino también de otros aspectos de la vida
nacional tan delicados e importantes como las cuestiones indígenas, los derechos humanos, el
sentido social de las políticas económicas, la equidad, etcétera.
Algunos textos trataban temas coyunturales, pero otros constituían reflexiones sobre las
dimensiones más profundas del trabajo educativo, aquellas que algunas veces, demasiado
pocas, nos inquietan a los que nos dedicamos a él, y a las que no conseguimos dar respuestas
que nos satisfagan del todo. ¿Para qué educar? ¿Por qué y cómo hacerlo en la sociedad en que
vivimos, con sus grandezas y sus miserias? ¿Qué enseñar, además de lectura, escritura y
matemáticas, las clásicas tres erres de la escuela americana tradicional? ¿Cómo hacer que los
alumnos entiendan de dónde vienen y dónde están ahora, para que sean capaces de decidir a
dónde quieren ir, o cómo enseñar las tres pes que propone Jerome Brunner, el pasado, el
presente y lo posible?
Además de la complejidad y el valor que tiene el hecho mismo de haber combinado esos papeles –de
investigador y maestro, constructor de instituciones, asesor de altas autoridades y formador de opinión–
la manera en que Pablo desempeñó cada uno de ellos se distinguió por un conjunto de cualidades
notables: el rigor intelectual que resulta de una capacidad intelectual excepcional junto con una sólida
formación; la laboriosidad y la disciplina en el trabajo, ya que para explicar una obra de tales
dimensiones y calidad no basta la inteligencia ni la formación, sino que fue necesario mucho,
muchísimo trabajo; la capacidad de liderazgo y dirección de quien supo ser un jefe excepcional, que
tuvo la capacidad de ver de lejos –visionario, se dice–, de proponerse metas ambiciosas y de catalizar
el esfuerzo suyo y de otros para alcanzarlas; y además la madurez, la congruencia con los principios y
el valor civil, que se reflejan en el delicado equilibrio que ha debido conservar para conjugar varios de
los roles desempeñados.
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La profundidad de su pensamiento, y la autoridad moral que sólo da la congruencia de lo que se
dice y lo que se hace a lo largo de toda una vida, han hecho que Pablo haya sido para muchos de
nosotros bastante más que un colega competente: ha sido una fuente de inspiración, un modelo
de rol, un ejemplo.
Para terminar: el privilegio de mantener una estrecha relación profesional y personal con don
Pablo Latapí me permitió disfrutar de otras facetas de su rica personalidad, en especial la del
amigo sencillo y franco, el ser humano amable y generoso que no escatimaba tiempo para quien
solicitaba su atención o su consejo.
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