narrativa de Miguel Ángel Asturias, de vital trascendencia en el

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LAS MINORÍAS ÉTNICAS EN LA TRILOGÍA BANANERA DE MIGUEL ÁNGEL
ASTURIAS: EL PERSONAJE DE JUAMBO, EL “SAMBITO”
David Caballero Mariscal
Universidad de Granada
La
narrativa de Miguel Ángel Asturias, de vital trascendencia en el
contexto de la literatura centroamericana en particular e
hispanoamericana en general, parece estar a menudo enca-
sillada en las preocupaciones indigenistas más dogmáticas. Sin embargo, y
aun sin abandonar estas recurrencias y la sempiterna preocupación social,
Asturias compone la Trilogía Bananera que no sólo trasciende los límites
de la crítica antiimperialista que él mismo había esbozado en anteriores
novelas, sino que además, y tímidamente, abre el horizonte a la diversidad
étnica de Guatemala, olvidada ampliamente por la literatura. En este
sentido, muchos de los esquemas literarios e ideológicos que, a pesar de la
evolución del escritor, se hallan presentes, son aplicados a una diversidad
más amplia a lo largo de este conjunto narrativo. Así, el personaje de
Juambo, el Sambito, representa un grupo que rara vez se ha tenido en
consideración en la literatura chapina: el zambo o mestizo. A pesar de que
la búsqueda de la identidad nacional en los cánones decimonónicos
pareció establecer con precisión la diversidad étnica del país y el papel que
la población negra y mulata ocupaban en la sociedad guatemalteca, la
omisión de su presencia se ha traducido literariamente en un olvido
generalizado o en esbozos estereotipados que no parecen fieles a la
realidad. En este aspecto, Asturias se alza con el monopolio temporal de la
originalidad, al conferir al zambo un papel determinante en el desarrollo y
desenlace de la trama narrativa.
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Introducción
En el contexto general de la narrativa hispanoamericana Miguel Ángel
Asturias supone una referencia ineludible, si bien su obra, por diversos
factores tanto endógenos como exógenos, ha sido objeto de controversias y
distintas interpretaciones parciales que no merece la pena traer a colación
en este contexto.
Si bien los esquemas de la narrativa del chapín más universal es
dinámica y va adquiriendo formas específicas adecuadas el devenir
diacrónico según las visiones, vivencias y perspectivas personales, también
parece evidente que el tema indígena es una constante absoluta, bien
desde una óptica más crudamente social, o bien derivando en esas tendencias de neoindigenismo que hacen uso con total libertad de una
transculturación precisa. Pero, al margen de consideraciones políticas, de
intencionalidades ideológicas explicitas y otras motivaciones que puedan
conducir al autor a gestar una escritura en una dirección específica, no
podemos perder de vista que Asturias considera la realidad maya-indígena,
sus relaciones más o menos complejas con el mundo ladino y la miseria
humana de las relaciones con el poder desde la inspiración que su propia
perspectiva ha generado por conocimiento directo y desde la experimental.
En este sentido, Guatemala, su Altiplano, la vida de las comunidades
indígenas son tópicos frecuentes, aunque a menudo tratados de forma
sorprendente y novedosa. El escenario urbano no se descarta en su
narrativa. No obstante, parece que otras “minorías” no se tienen en consideración en su narrativa, al menos, al mismo nivel que aquella que se
deriva de la sempiterna oposición indígena-ladino. Este esquema se rompe
en la denominada Trilogía Bananera, compuesta por El Viento Fuerte, El
Papa Verde y Los ojos de los enterrados. Además de alejarse parcialmente
durante gran parte del relato tripartido y continuado del Altiplano, estas
novelas tienen como punto de originalidad específico la presencia de las
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minorías étnicas del país, en un contexto de narrativa crítica que puede
ser extrapolado a cualquier contexto centroamericano, y por ende, latinoamericano, ya que la temática de la presencia y explotación por parte de
transnacionales y su irrupción tiránica y despótica es aplicable a otros
espacios y contextos bastante amplios. Atendiendo a las indicaciones de
Letona Figueroa (2000) puede considerarse que la Trilogía se halla inmersa
en ese sector de la narrativa de Asturias que se preocupa por la conciencia
de la explotación imperialista norteamericana y la lucha, en forma de
denuncia, contra ésta (23-24).
Por el marco general en el que tienen lugar los acontecimientos, las
minorías de población negra hacen su aparición en escena. Pero lo más
interesante en este sentido es la presencia del personaje denominado Sambo, Juan Sambito, a menudo desapercibido, pero que sin llegar a ser
protagonista directo, sí es uno de los actantes que hacen posible la trama
y el desenlace optimista de la Trilogía.
Como iremos viendo en el desarrollo de este breve análisis, dentro de
las minorías presentes en Guatemala, el zambo representa una realidad
que podemos definir de forma simplista como el último peldaño dentro de
esa compleja red de relaciones interétnicas y sociales que existen en el
“país de la eterna primavera”. Esta situación se ve aún más agravada con
la entrada en escena de los dueños del a multinacional, de origen norteamericano, por lo que el contraste queda aún más definido. En general
se puede afirmar que si ya la población negra es minoritaria y es sometida
a menudo a la discriminación, el zambo, mezcla de raíz diversa en lo que
se refiere a su origen étnico implica una constante búsqueda de la propia
identidad y de su espacio en el contexto general de una compleja sociedad.
Sin embargo, y a pesar del tono dramático que tomará, como veremos, a lo
largo de toda la trilogía, también resulta cierto que en él y a través de su
persona, la diversidad y la riqueza de elementos culturales harán su
aparición en escena.
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Las minorías en la Trilogía
La compleja red de tramas que se suceden a lo largo de las tres novelas
tiene un hilo común: el papel explotador de las transnacionales y su
irrupción en la ya compleja relación de los habitantes de la región, que tal
y como indica Según Menton (1960) se concretaría
en la construcción
narrativa de la historia de la Fruit Company en el país. Por ello uno de los
elementos más importantes de crítica se refiere al capitalismo establecido
por las grandes compañías explotadoras en el país, y que puede aplicarse
a cualquier contexto latinoame-ricano por las convergencias situacionales
que se dan. Y así, siguiendo a Ramos-Harthun (2001) podríamos incluso
considerar que este ciclo de narraciones se podría agrupar bajo la
denominación de “novela de las transnacionales” (5-22), que es una
variante de la social, que comprende todo ese conjunto de narraciones que
matizan el antiimperialismo en base al papel de estas compañías explotadoras.
En el proceso, multitud de personajes harán su aparición en escena.
De igual modo, los escenarios de desarrollo de la acción fluctuarán, en
especial, correspondiendo a marcos urbanos, Altiplano, y zonas de costa.
Por otro lado, la diversidad del país en lo que se refiere al elemento étnico,
y
las
complejas
relaciones
internas
también
se
tornará
en
una
preocupación para el autor. La crítica social parece ser el elemento
prioritario de la trilogía, aunque no podemos obviar que ésta adquiere la
forma de la diferenciación racial explícita y las consideraciones que unos y
otros grupos tienen entre sí a razón del origen étnico.
Todo ello, en el
contexto de un marco genérico que contiene aspectos que pueden tildarse,
según Arias (Preble-Niemi, 2006) de “contenido histórico” (XVI) por los
elementos sociales y políticos a los que hace referencia.
La Trilogía empieza con El Viento Fuerte (1950). En la novela se
introducen las redes de complejas relaciones que se establecerán
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posteriormente entre los diversos grupos, personajes e incluso sistemas
económicos. La situación de los grupos étnicos minoritarios se presenta
con dureza, a veces, desde una perspectiva casi cercana al ultrarealismo o
como señala Morales 1 (1971), un realismo “crudo y repugnante” (24) que
caracteriza la escritura de Asturias, y que lo hace fluctuar desde esta
perspectiva hacia la surrealista. En esta novela, de hecho, se puede
encontrar este contraste que posee una lógica interna en el contexto
narrativo del escritor.
La emigración del Altiplano a la Costa, muy presente en la narrativa
de diversos autores y que se convertirá en un tema recurrente, se expresa
en toda la Trilogía, y se critica o se enaltece en el Viento Fuerte según la
perspectiva particular de cada uno de los personajes. De esta forma, se
traduce en progreso para algunos, en especial los representantes de la que
en el futuro será la sociedad Mester-Cojubul-Lucero-Ayún-Gaitán. A pesar
del paludismo, de las condiciones insalubres, y de la explotación de los
trabajadores, se describen los éxodos casi masivos hacia las zonas
costeras. Pero en realidad, el abandono de la tierra, interpretado por los
“progresistas” indígenas o por los mestizos que buscan una vida mejor, se
tornará en una traición para la tierra, para las propias raíces. Y esto, bajo
la perspectiva narrativa de Asturias, no ha sido sino augurio de una gran
maldición, a pesar de percibirse como la huida de toda la problemática,
incluida la misma muerte.
- Pero sería, que, por llevarme de farolero, me juera a la costa y
me muriera de paludismo o de cualquier fiebre de esas, o volviera
como el Cucho que para qué sirve.
- Aquí te vas a morir de pobre, poco a poco, y no sólo vos, sino tu
familia, porque no hay para alimentarla, no hay para medicinas,
no para que estén como deben estar sus hijos, y allí van
creciendo con las piernecitas que parecen de alambre, con las
caritas mugrientas, puras máscaras de fetos, y con las barrigonas
1 En Morales, A. La Trilogía Bananera de Miguel Ángel Asturias .En Giacoman, H. Homenaje a
Miguel Ángel Asturias.
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lombricientas, y sin que las nanas les pueda dar cabal el pecho
(Asturias 1981 83).
La narración, en torno a la relación de Lester Mead y Leland, y el
ascenso de las familias indígenas que van adquiriendo tierras y forman la
sociedad que posteriormente logra un patrimonio, se complica, pero va
entrelazando toda esa serie de intrigas que con posterioridad se desarrollarán en las otras novelas. La Compañía Bananera, así como la misma figura
del Papa Verde, se van dejando caer en la narración. Y la magnitud de su
figura, en clave enigmática de poder, es proporcionalmente equivalente a
su inhumanidad, como se manifiesta al considerar que para él “no
significaba nada un ser de números, un ente de cifras escritas con tiza en
las pizarras negras de la bolsa de Nueva York (99) al referirse a las masas
de población indígena trabajadora que sufren la explotación para beneficio
de un grupo de “todopoderosos”.
Las “minorías étnicas”, en este caso, aparecen de forma diversa. Por
un lado, el planteamiento se torna en parte en la dicotomía indigenista que
ya encontrábamos en muchas de las novelas de Asturias, en las que la
entrada en actuación de elementos exógenos encarnados por el imperialismo convierte la ya compleja situación de la población nacional en una
trama de relaciones inicuas. De nuevo Asturias parafrasea la propia
condición humana para situarla en el filo de la degradación, al contemplar
cómo cada grupo es protagonista de una red de discriminaciones sociales
encadenadas. De esta manera, el ladino trata al indígena desde la diferenciación. Y a su vez, es contemplado por el gringo como un ser limitado,
carente de principios y tendente al estancamiento. La asimetría se percibe
de forma bilateral. El ladino trata de imitar patrones norteamericanos que
considera atrayentes y deseables, si bien sabe que su identidad personal
nada tiene que ver con aquella que contempla como apetecible. Por otro
lado, el estadounidense contempla al chapín como un ser carente de
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perspectivas, de acomodación fácil a su situación y cuyo precio puede
fijarse de forma precisa.
Hemos de tener en consideración que las discriminaciones encadenadas no finalizan aquí. El propio indígena, cuando consigue un cierto
ascenso, se aleja de su propia identidad en un ejercicio de cierto decoro
que le hace renunciar a la propia esencia. Cuando logra situarse en una
posición de poder, no sólo se “ladiniza”, sino que da un paso más allá y se
“agringa” de manera radical. Pero desde la perspectiva externa, sigue
siendo percibido como un indígena que juega a ser gringo y que roza en
ocasiones el ridículo.
El resto de grupos minoritarios, comienza a ser tenido en consideración. En este sentido, y a pesar de sus posibles limitaciones, la
Trilogía reviste interés por alejarse de los típicos planteamientos narrativos
guatemaltecos que existen hasta el momento 2 y que se fundan en la novela
criolla que no contempla al indígena sino como un elemento más dentro de
la tierra, pero cuya presencia es limitada a favor de otras pretensiones
literarias o ideológicas; o bien, la narrativa de carácter indigenista, cuyo
propósito, a menudo polémico y contradictorio por parte de quienes
contemplan los logros o bien realzan sus límites, es la contemplación de la
realidad maya y su reivindicación, olvidando otros grupos étnicos del país
cuya situación ha sido tradicionalmente incluso más controvertida.
En cualquier caso es lícito señalar que la narración se sitúa en un
“registro realista” (Albizúrez y Palma 1986 149). A pesar de esto, la
conciencia mítica propia de planteamientos neoindigenistas 3 se halla
presente, sobre todo a partir de la segunda parte de la novela. En este
2 Es conocido que con la irrupción de novelas como El tiempo principia en Xibalbá de Luis de Lión y
toda la narrativa de autores nuevos como Mario Roberto Morales y Arturo Arias se producirá una
radical transformación de la literatura guatemalteca. La obra de Asturias, al igual que parte de la de
Monteforte, servirán de clara transición hacia esas nuevas formas.
3 Tomamos en consideración el término neoindigenismo, si bien debemos considerar otras lecturas
críticas que se refieren a la transculturación. En este caso, la perspectiva de Asturias, en
consonancia con la diversidad, mezcla de culturas y la descripción de la realidad indígena desde
fuera, muy a pesar del intento de encarnar la conciencia mítica, puede hacernos pensar en lo
acertado de la transculturación.
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sentido resulta particularmente importante
la
figura de Rito Perraj, el
chamán que lleva a cabo la venganza establecida por Hermenegildo Puac al
ofrecer su propia vida. Los ritos, que llevan a cabo las complejas relaciones
entre vivos y muertos presentes en el inconsciente colectivo maya, se
describen de forma macabra, y simbólicamente, arrancan del mar el
“viento fuerte” o huracán que arrasa todo y sirve de venganza contra la
injusticia cometida. Ya se conoce la simbología del viento en el pensamiento maya: memoria, pero al mismo tiempo, arrasador de tiempos viejos
en pos de una nueva etapa, así como la conexión con los fallecidos. Y este
hecho desencadena el trágico final, al que se enfrentan principalmente los
esposos norteamericanos, y que conllevará una serie de consecuencias
específicas que se verán claramente en la siguiente novela. De igual modo,
el final absoluto de esta serie narrativa se vaticina de una manera u otra
en estas páginas tintadas de dramatismo. La venganza de la Madre Tierra,
encubierta por la maldición del viento fuerte se halla impregnada de tintes
profundamente míticos. No obstante, la perspectiva del autor, su visión
externa de la narración y la posición que toma en cada caso puede bien
hacernos pensar en ese mestizaje intrínseco que aparece en muchas de las
novelas de Asturias y que Arturo Arias aplica a su narrativa, en especial, a
sus leyendas, teñidas de estas características (Cf. Arias 2000).
El Papa Verde (1960) sigue indagando en esa temática de la
instalación de las transnacionales en territorio guatemalteco, y al mismo
tiempo, según Martín Ruiz (2006), desde la conciencia del autor de esas
estrategias políticas bien trazadas por las compañías bananeras que
concienzudamente trataron de ejercer un dominio imperialista en Centro
América y otros territorios. Por otro lado, supone la irrupción definitiva de
las minorías étnicas en la Trilogía, en gran medida, por la presencia del
personaje de Juambo, “el Sambito”, que adquiere un papel importante a lo
largo de toda la novela. Cuantitativamente, podemos apreciar su relevancia
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por la cantidad de veces que se menciona a lo largo de la obra, no con
papel protagonista claro, pero sí de importancia más que considerable 4.
Resulta conveniente hacer referencia al título mismo de la novela
para relacionar con la propia temática que será desarrollada por el autor.
Así, el Papa Verde, apodo que se ofrece en tono casi despectivo, pero
temido, va forjando su imperio, no carente de contratiempos, pero con un
dominio absoluto del poder que va afectando a todas las esferas y haciendo
de su imperio un centro de poder absolutizado. La explotación, tanto de los
cultivos, como de la población instalada en la costa garantiza el monopolio
del simbólico “papado”. El poder norteamericano, por medio del dólar, se
convierte en el punto de referencia.
La trama gira principalmente alrededor de Geo Maker Thompson,
que llega al país siendo muy joven, pero que muestra un claro proyecto de
ambiciones desde el principio. Ni siquiera el amor por Mayarí lo desviará
de sus propósitos iniciales. De esta forma, y con una sucesión de elementos propiciadores, se hace con la mayoría de las acciones de la compañía.
Sin embargo, no será el único que explote a los campesinos, ya que los
mismos herederos de la anterior unión Mester-Cojubul-Lucero-AyúnGaitán, a excepción de Lino Lucero se hallarán sometidos a una disolución
de su identidad por la millonaria e improvisada herencia recibida, y debido
a la consecución de su aculturación, se someterán a los mismo patrones
de vida que tratan de imitar (Mansó, en Polo, 1992).
La situación social se plasma desde el principio, determinando las
relaciones que existen entre los elementos diversos y la consideración
externa que se tiene de todos los grupos minoritarios:
Interminable no acabar de la tarde. Paseantes en el muelle.
Negros. Blancos. ¡Qué raros se miran los blancos de noche! Como
los negros de día. Negros de Omoa, de Belice, de Livingston, de
Nueva Orleáns. Mestizos insignificantes con ojos de pescado,
medio indios, medio ladinos; zambos retintos, mulatos licenSu nombre aparece en alrededor de cuarenta ocasiones, por lo que podemos afirmar que
verdaderamente tiene trascendencia.
4
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ciosos, asiáticos con trenza y blancos escapados del infierno de
Panamá. (Asturias 1982 6).
La aparición en escena de Juambo, el Sambito, adquiere relevancia.
Como mencionábamos al principio, en la compleja red de relaciones
sociales que viene establecida por la diversidad étnica del país, el zambo
ocupa un lugar que puede ser tildado casi de indecoroso, por ser producto
del mestizaje entre el negro y el indígena (Rodríguez 1967 26). De todos
modos, hemos de indicar que, a lo largo de la Trilogía, Asturias identifica
la figura del zambo, a través del contradictorio y sufriente Juambo, con el
mestizo, sin aportar más especificidades a su condición, aunque éstas se
dejen entrever por muchos detalles. En el sistema social que marcaron los
cánones decimonónicos al tratar de buscar esa identidad chapina, la
“blancura” racial se tornó en el elemento de referencia en la élite. El
indígena, como miembro paradójicamente “desmembrado” de esa sociedad
se mostraba como un elemento discordante, necesitado de actuaciones
redentoristas ladinas para lograr su total integración (Cf. Rodas 2000). En
este sentido, la oposición indígena-ladino se muestra como una constante
tanto en la historia contemporánea del país como en la literatura. Pero
dentro de las categorizaciones, el negro, el mulato y el zambo se
mencionan, pero su relevancia social parece casi anecdótica. Es cierto que
cuantitativamente no tienen la relevancia de indígenas y ladinos. Pero a
priori parecen estar en un plano de diferenciación respecto del resto. En
este sentido, Juambo encarna los elementos propios de esta consideración
social externa, hasta el punto de justificar desde el principio su esencia,
distanciándose de los esquemas sociales:
-
¡Juambo vendido, no! ¡Sambito el mismo!
Y eso que su apelativo es Sambo, si fuera Smith...
Pero no por zambo...
¿Y por qué entonces?
Porque me da la crisis... Sambito, mal Sambito... Sambo no
vendido. Juanito vigila. Come «mañano» y vigila (Asturias 1982
54).
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Juambo se halla en la coyuntura particular de la búsqueda constante de
la propia identidad. Y este planteamiento que hace el personaje desde la
introspección y al mismo tiempo, en la confrontación con otros, puede
tornarse en una paráfrasis de la situación social de Guatemala, de sus
minorías sociales y de la búsqueda constante de la siempre deseada
esencia. Así, Juambo se reviste, aparentemente, de todos los tópicos posibles, tanto en su aspecto como en su actuación e incluso forma de
expresarse. No obstante
La reivindicación por las condiciones de discriminación a las que se
halla sometido el indígena continuarán siendo claves de la narración:
Ya estoy cansado de ver indios! Uno, desde que entra al cuartel,
sólo indios ve, sólo con indios trata. Por eso, si yo hubiera tenido
un hijo —no lo tuve porque de muchacho me pegaron un mi
mal— primero le metía un tiro que dejarlo abrazar la carrera de
las armas..., para que se pasara la vida como yo viendo indios,
tratando con indios, oliendo a indio... y eso que parezco purísimo
izcamparique (41).
Pero al mismo tiempo, aparece como clave la figura de Mayarí, prometida
del Papa Verde, que al conocer la intencionalidad de Geo Maker prefiere
entregarse a las aguas del Motagua vestida de novia, y seguida por el
controvertido Chipó. Este hecho marca la narración, envuelta en una
simbología eminente. Así, la mujer, da su vida en sacrificio que no resultará con el transcurrir del tiempo, en balde. Según Hines (1970) la joven
representa Mayarí representa “la rebelión mítica de la tierra contra los
métodos destructores de Geo” (66). De igual forma, se tornan en dos de
los primeros mártires por la justicia que culminará ese día en el que todos
los difuntos que padecieron cerrarán los ojos definitivamente.
El componente social y reivindicativo, al que nos referíamos previamente, se sigue uniendo a la cuestión mítica, tal y como señala Chen
(2000) en su análisis de toda la Trilogía. La presencia de elementos como el
sisimite y Caixtoc se unen a la simbólica charla explicativa ofrecida por el
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tepezcuintle que rebela la verdad sobre la herencia de los Lester y su
trágico final, producto de una invocación vengativa por parte de Perraj al
dios Huracán. A su vez, se anuncia la nueva llegada de un viento
arrasador, pero esta vez no en forma de huracán, sino bajo la forma de
miles de personas que hacen huelga para reivindicar el fin de la tiranía.
Los ojos de los enterrados (1960), escrita entre 1952 y 1959, en
lugares como Buenos Aires, San Salvador y París, por tanto, distanciándose del escenario que plasma en la narración, supone la culminación de
la Trilogía y a su vez, la resolución, al menos parcial, de la problemática
estructurada desde el comienzo. Es la novela más extensa de este ciclo, y
aparentemente no se centra tanto en la cuestión indígena específica para
dar paso a otras cuestiones del país que muestran la diversidad social y
cultural. Pero junto a esta riqueza de diversidades, se manifiesta, en igual
medida, la complejidad de relaciones internas existentes en el país y la
dificultad para lograr una acertada resolución de sus problemas.
La trama narrativa se cierne alrededor de Malena Tobay, la joven
maestra que llega a una escuela rural del Altiplano con pocas ilusiones y
que adquiere un compromiso gradual con la subversión de los poderes
establecidos; y el joven Octavio Sansur, que toma diversas identidades en
la novela para huir de la justicia. Aunque la cantidad de personajes e
historias que se intercalan resultan numerosas, ellos son el hilo conductor
y los que centran la atención de la novela. Otros personajes, entrelazados
con el resto de la Trilogía, no servirán sino para complementar la historia,
aunque adquirirán diversa importancia en su contexto. Según Figueroa
Vergara (2008) la obra, que sigue profundizando en cuestiones indigenistas marcadas, plasma la lucha del indígena por mantener su identidad
maya tras un nuevo imperialismo que no hace sino copiar patrones de la
conquista española del pasado, pero en este caso, bajo la forma del poder
de la multinacional bananera (4).
Se sigue incidiendo, como señalábamos, en cuestión de la explotación de las bananeras de la costa guatemalteca y la presencia del gran
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imperio Thompson (“La Compañía”) en creciente posesión de la costa y las
plantaciones. La situación de los trabajadores es insostenible, pues su
sometimiento al sistema resulta inhumano. Ante este hecho, y la presión
del gobierno, aliado de los “gringos” por intereses económicos y
supeditación casi explícita, Sansur, de origen más que humilde, conspira
contra los poderes explotadores. Casi sin percibirse, la narración va
derivando en el planteamiento de la gestación de una huelga general, que
paralizaría el país de forma radical, y mermaría gran parte de los intereses
de la Compañía, y supondría un punto de referencia rebelde ante el
gobierno represor. Desde los diversos frentes se gesta este hecho, que llega
a término, entre la utópica dimisión del propio presidente (denominado la
fiera), la muerte del anciano y enfermo Thompson (el Papa Verde) en
Chicago, y los problemas de sucesión de la Compañía por el asesinato
improvisado de Boby Thompson, nieto del magnate. Por ello, y ante los
cambios acontecidos en la narración, ésta concluye en ciclo en un tono
parcialmente optimista, pues se acaban algunos de los graves problemas
de los campesinos y trabajadores en general.
No obstante, vamos a tratar de dilucidar algunas cuestiones que
ponen conclusión a esta Trilogía en la última de sus novelas.
Los escenarios fundamentales de la narración, a parte de la capital
en sí misma que es donde concluyen los acontecimientos, corresponden a
Tiquisate, en la costa, y Cerropom, en el interior del país. Este hecho viene
a manifestar la diversidad y los contrastes entre zonas. Asimismo, la
variación de sus gentes y la problemática común subyacente a todas: la
explotación. La costa, por un lado, bajo el poder de la Compañía, posee la
diversidad étnica que corresponde a este sector geográfico del país:
indígenas, población negra y mulatos (zambos), representados estos
últimos por la figura del sempiterno “penitente” Juambo. Por otro lado,
Cerropom representa el Altiplano, de población indígena, que se manifiesta
como paradigma del estancamiento y la detención del tiempo:
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¡Mecanizar, mecanizarles el tiempo…mecanizarles el tiempo a
estas gentes…Permítanme que les diga que no estoy de acuerdo
(…) ¿Para qué? Para darles Ocupación productiva y llevarlos a la
civilización (Asturias 1972 109).
En este planteamiento y en la consideración sobre la percepción de los
indígenas sobre su propia situación, al manifestar el profesor Mondragón
“que son pobres, pero felices” (111) se percibe la noción de Asturias sobre
el problema de los campesinos del país y la solución a sus necesidades.
Pero junto a la profunda preocupación social, que acompaña al autor
constantemente, se muestra también un fondo paternalista y redentorista
común a gran parte de los planteamientos indigenistas tradicionales, y que
en palabras de Catherine Saintoul (1988), esconde un fondo de etnocentrismo y diferenciación. En lo concerniente al personaje del zambo,
representado abiertamente por la figura de Juambo, esta última novela
ofrece una serie de claves reveladoras sobre la condición y la búsqueda de
la identidad. En este sentido, puede transponerse el esquema de relaciones
interétnicas a todos los grupos. Pero, aunque Sambito siga careciendo de
una lugar protagonista en la novela, su posición sí puede ser tildada de
central a lo largo de toda la narración, y la autoconciencia del descubrimiento de su origen, sirve, a modo de paráfrasis de la realidad, de patrón
común a todas las minorías de Guatemala. Así, Juambo se va percibiendo
no como un producto azaroso de condiciones indeseables, sino como
resultado calamitoso de chantajes inducidos. Se comprende a sí mismo
como un desgraciado eslabón social tan importante como el resto de los
elementos y que ha sido semiesclavizado por la mala voluntad del mismo
imperialismo y sus secuaces. Estos últimos no son sino las ramificaciones
ostentosas y ávidas de poder que se denominan compatriotas, pero que
interpretan y reflejan la realidad chapina en círculos concéntricos que van
limitando la realidad de derechos y espacios a ocupar por las minorías y
que acotan mayor número de ventajas respecto al resto. En la posición
central del ese círculo de exclusiones se hallaría el zambo, mixtura de
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razas excluidas y que al mismo tiempo, recoge los elementos culturales de
todas, combinándolos con más o menos acierto, pero con naturalidad,
como si su propia naturaleza lo indujera ello. Por encima, y de forma
excluyente, se hallaría la población negra, minoritaria y colmada estéreotipos. Un círculo más externo estaría ocupado por los indígenas, como
sabemos, conjunto poblacional de gran relevancia y que forma parte de las
preocupaciones fundamentales de Asturias y su narrativa. Y por encima de
este sector, se hallaría el ladino. Las posiciones más externas y cercanas al
límite se otorgarían a los grupos cercanos al poder norteamericano y que
tratan de imitar sus formas de vida y sociedad. Por encima de todo este
entramado social, y haciendo indecoroso honor a su título, se hallaría el
famoso papado verde, que en el desenlace cae al mismo tiempo que el
gobierno corrupto y más que cuestionado sector militar. La triada formada
por ellos, asemeja una especie de triada casi de carácter demoníaco que
encarna todos los antivalores posibles 5.
El valor del personaje del zambo hallará en esta relación simbiótica
de círculos concéntricos su valor más preciso. En una sociedad en la que
todos los valores parecen invertidos, se alza con gran magnitud un personaje que no se muestra sino como la víctima más sufriente de todo el
proceso, y que tiene dudas hasta de su propio origen, pero que con valor y
decisión se va descubriendo y va eliminando las barreras que le impiden el
reconocimiento de su dignidad básica. El paulatino encuentro del mulato
con su hermana y el reconocimiento de su lugar en el seno familiar vienen
a dar cuenta del lugar que realmente tiene su dignidad, las posibilidades
de incorporación a la sociedad, y de su invisibilidad injusta en un mundo
de exclusiones:
El mulato se esforzaba por frasear como la madre; hablando así se le
parecía fusionarse más íntimamente con la cáscara vieja del ser en que
5 Este esquema de triada maligna ya aparecía en El Señor Presidente, con un esquema, simbología y
valor completamente distintos.
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fuera creado y al que por culpa del patrón que inventó lo del tigre, tuvo
olvidado tantos, tantísimos años (Asturias 1972 231).
La reconciliación consigo mismo es índice irrevocable de la
impresión de Asturias de que el mestizaje, hecho realidad en Hombres de
Maíz y derogado casi por completo posteriormente por incompatibilidad en
Mulata de tal (Arias 2000) es aún posible y tiene el valor de otorgar una
nueva identidad que aporta la riqueza en el encuentro, en la ambigüedad
ambiciosa de razas que se funden sin intencionalidad intrínsecamente
elegida.
En lo concerniente al mestizaje cultural y la integración multicultural presente en la figura de Juambo se contempla con exactitud el
despliegue de posibilidades de la transculturación, en el sentido específico
que usa Mario Roberto Morales y que se refiere a la “formulación estética
de identidades transculturadas híbridas y mestizas”
que no llevan a
término sino la idea de “conveniencia de la mezcla de razas” (554-561). En
ese sentido, la conciencia mítica que subyace como elemento de sustrato
de la cultura tradicional ancestral maya, no sólo es contemplada por
Asturias desde el exterior, sino que además se combina con toda esa serie
de elementos procedentes de África y que dan espacio a la fusión de
culturas que da lugar a una nueva generación de identidades. Pero en este
aspecto en concreto y dada la complejidad social guatemalteca en este
sentido, la combinación étnica no parece dar lugar a una nueva raza
cósmica en la dirección específica que Vasconcelos proclamaba (Cf.
Vasconcelos 1948), sino con consecuencias de exclusión mayores.
Específicamente, en el caso de Juambo, el Sambito, podemos afirmar que
son tres los ejes que condicionan su esencia más intrínsecamente
arraigada:
1. La exclusión social extrema, que lo conduce a la cosificación, a
ser tildado de objeto a placer del imperialismo o de la
discriminación por parte del resto de capas socio-étnicas de la
nación.
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2. La búsqueda de la identidad que determina el encuentro de la
diversidad en una misma persona.
3. La combinación de elementos culturales diversos, encarnados
en la creencia sobre los ojos de los enterrados y su descanso
en el día de la justicia por el cerrar de la “pupilas desnudas y
fijas” (Asturias 1972 237) y la combinación de este elemento
(medular en la novela) con otros pequeños rituales que dan fe
de la diversidad de origen del personaje.
La cuestión de la justicia y, por ende, de los ojos de difuntos se
extiende a todos los que han padecido la injusticia en el país y aguardan
con ansia el verdadero descanso. He ahí la crucial relevancia del personajes al que estamos haciendo mención en este caso, que por su actuación
hace posible la trama hasta el final, en el que la prostituta Clara María,
prototipo de tantos personajes representativos que sirven de patrón de la
entrega interesada de la tierra, la cultura y la identidad a manos imperialistas, se alza en verdugo imprevisto del heredero del imperio Thompson.
La muerte del vástago, junto a la “demolición de personajes negativos”
(Bellini 1978 66) es el elemento clave para el final de papado, tal y como
mencionábamos. La muerte parece destinada a Juambo, quien se hace
artífice de esta circunstancia y puede descansar, al menos de forma
parcial, por haber encontrado justicia. De ser supervisor del cumplimiento
de la equidad, por el ritual de desenterrar a su padre para comprobar que
sus párpados se ha unido definitivamente, se convierte en notario popular
que da fe y ratifica que este cumplimiento ha llegado parcialmente a su fin.
El final de la obra, con la entrada en escena del elenco de nombres
que a lo largo de la trilogía han poseído una relevancia digna de mención
conlleva la inevitable equiparación de todas la clases sociales y de todos
los grupos étnicos del país, en una reconciliación utópica y ansiada,
aportando un cierto optimismo, no muy frecuente, a la narrativa de
Asturias, y que es reflejo del ansia del autor por la integración de minorías
excluidas.
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Conclusiones
La irrupción de la diversidad en la narrativa de Asturias, al margen de
consideraciones más tópicas en su escritura de oposición entre indígenas y
ladinos, llega a un punto de interés en la Trilogía Bananera. En este caso,
y aunque las preocupaciones por la realidad maya desde una óptica que
abarca lo social, el elemento imperialista y la preocupación por lo mítico se
alcen en ingrediente prioritarios, hemos de considerar que no resultan
exclusivos. La primera de las novelas de este grupo, eso es, El Viento
fuerte, prepara el campo para la presentación de la diversidad y la entrada
en concurso de todas las tramas posteriores que irán aconteciendo a lo
largo del resto de la narración. Con la aparición de El Papa Verde y la
entrada en juego de su imperio en territorio chapín no sólo se presenta un
esquema de novelas, la narrativa de las transnacionales (Ramos-Harthum,
2004) que puede aplicar sus patrones al resto de la realidad latinoamericana, que en parte ha vivido y padecido situaciones similares;
además, añade el componente de la diversidad racial desde una postura
realista que roza en ocasiones ese componente morboso de imagen descriptiva que añade Asturias a su escritura.
La contextualización de los
“otros” miembros de la sociedad guatemalteca, olvidados a menudo y
relegados a una posición de inferioridad respecto del resto, se plasmas de
forma casi despectiva a priori, tratando de proyectar la imagen que sobre
ellos lanzan los ojos observadores desde la óptica más dogmática y
estereotipada. En este contexto, la aparición en escena de Juambo, un
zambo, el último eslabón de la cadena social del país, cuya presencia es
silenciosa pero necesaria para el desarrollo de la Trilogía, se alza en una
novedad respecto de los planteamientos tradicionales de la literatura
guatemalteca, y a propósito de la narrativa de Asturias, que ya a fecha de
publicación del último de los “capítulos” que componen la obra tripartita
que nos ocupa, ha alcanzado un status y una trascendencia más que
razonables.
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En lo referente a la narrativa del país, no es fácil hallar obras que
aborden el mestizaje al margen de la heterogeneidad y la transculturación
que ofrecen los encuentros y desencuentros con la realidad indígena. Si
bien es cierto que habrá que esperar al menos una década para toparnos
con esa nueva narrativa chapina que protagoniza cambios estructurales
profundos, tanto en la forma como en la temática, Asturias se separa de
muchos de los tópicos tradicionales y aborda una situación que no es
novedosa en sí, pero que resulta más insólita en el contexto narrativo del
país. La intencionalidad implícita y explícita de romper el orden establecido y alzarse contra los aparatos de poder más represores en la zona, a
los que ya hemos hecho mención, se encuentran de frente con la
necesidad de suprimir las diferencias étnicas que eclipsan o tratan de
disimular con el falaz tinte de la indiferencia una realidad oculta
problemática y arraigada: las minorías. En este sentido, y aunque la población negra parece llevarse una parte importante de las desventajas más
agudas derivadas de la exclusión, el zambo, al estar a medio camino entre
culturas en sí apartadas, se alza con el indecoroso honor de ser artífice de
una trama que desemboca en la relativización de las diferencias raciales.
En este sentido específico, la narrativa de Asturias se muestra como fresca
y llena de ciertos aspectos de innovación, aunque las sempiternas preocupaciones del autor se hallen vigentes de forma medular a lo largo de toda
esta serie narrativa.
La originalidad de Asturias no se halla en formas y en temas, sino
más bien, en este caso específico, en la consideración de grupos que rara
vez se tienen en cuenta en la narrativa chapina del siglo XX.
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