. ¿QUIÉN SOY YO? Hay una reveladora historia sobre un monje, que vivía en el desierto egipcio y al que las tentaciones atormentaron tanto que no pudo soportarlo. Un día decidió dejar el monasterio y marcharse a otra parte. Cuando estaba calzándose las sandalias para marcharse, se percató de la presencia de otro monje que también se calzaba las sandalias. “¿Quién eres tú?”, preguntó al desconocido. “Soy tu yo”, fue la respuesta. “Si es por mi causa que vas a abandonar este lugar, debo decirte que, vayas donde vayas, yo iré contigo”.+ Anthony de Mello, LA ORACIÓN DE LA RANA 1 Ahora, me encuentro con que tengo que hacerme un poco más responsable de cada uno de mis actos y asumir la vida desde otra perspectiva: quizá con más seriedad. Pero para ello, tengo que investigar qué pasa dentro de mí, cuál es mi verdadera identidad; pues, si sigo pendiente de lo que los otros quieren de mí, de lo que los otros dicen que soy, nunca voy a encontrarme, nunca voy a descubrir mi verdadera identidad y, desde ahí, no podré ser hombre auténtico, mujer auténtica. Lo que los otros dicen de mí Muchas veces puede ser cierto lo que los otros dicen de mí. Sobre todo, cuando se ocupan de realzar mis valores, de ayudarme a descubrir mis dones e impulsarme a vivir. Pero también, hay conceptos de los otros que lo que buscan es dañar mi vida, destruirla y hacerla insípida. . Los otros opinan sobre mi vida, bien porque me aman y quieren lo mejor para mí; bien porque tienen intereses creados sobre ella y es entonces cuando quieren sujetarme a sus conceptos y a sus ideas. Aunque quisiera hacer caso omiso de esto, sucede y no puedo evitarlo. Me sucede, muchas veces, cuando estoy con un determinado grupo de amigos y cambio inmediatamente mi forma de expresarme, pues si actúo como normalmente lo hago, quizá me rechacen o me tilden de quién sabe qué. Esto me asusta. Sí, me asusta, pues temo quedarme solo y la soledad a mi edad atemoriza demasiado. Es la edad en la que quiero empezar a conocer el mundo que me rodea, a tener nuevas experiencias, a relacionarme con otras personas e investigar qué es lo que el hoy tiene reservado para mí...Y si ellos no están, ¿será posible vivir este mundo? Por eso asumo otra identidad. Una identidad que me permita estar de común acuerdo con el círculo de turno: si es en la escuela, actúo de una manera, si es en mi casa, quizá ahí -aunque no todas las veces- es donde me muestro como realmente soy; si es en el grupo de amigos del barrio, actúo como ellos me lo exigen. Quizá no me lo exigen de palabra, pero con sus gestos, actuaciones y acciones me están pidiendo, de una manera u otra, que sea como ellos, que me deje llevar por su modelo de vida y abandone así lo que quiero vivir dentro y fuera de mí. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo permanecer fiel? ¿Cómo no dejarme convencer por los otros y actuar según mi voz interior? Lo que pienso de mí mismo Pero no es tan sólo el concepto de los otros el que interfiere. También influye, y mucho, el concepto que tengo de mí mismo. Está bien, quizá no me he acostumbrado aún a escuchar la voz de mi corazón desde donde se proclama mi verdadera identidad. Pero aun así, aunque apenas esté dejando la niñez y entre a la joven adolescencia, me he podido dar cuenta de lo que habita ahí, en mi interior. Tengo conciencia de mis defectos -que sería bueno que empezara a dejar de llamarlos así y me refiriera a eso como dificultades u obstáculos- así como de todos mis valores; ésos que constituyen ese lugar especial desde donde mi bondad se irradia a los otros y, por tanto, me construyo a mí mismo y al mundo que me rodea. Desde esta conciencia es que debe partir el concepto de mí mismo, especialmente desde lo positivo que vive en mí. Quizá me he empeñado en ser como los demás me dicen que sea y esto, obviamente, ha condicionado el concepto que tengo de mí. No es una idea, es una vivencia de mis valores. . No es una imagen, pues una imagen es tan sólo eso. Lo que yo soy, tiene que ser algo sólido, algo en lo que yo pueda creer. No es lo que creo de mí, lo que pienso, lo que imagino, el fruto de las concepciones de los otros. No. Lo que realmente soy, es lo que está inscrito en mi ser, lo que Dios Padre puso en mí cuando me creó. Toda esa maravilla, todo ese complejo creado por Dios, ése soy yo. No puedo huir de mí mismo como lo pretendía el monje del cuento. Así tenga dificultades, así haya presencia de obstáculos que no me dejan actuar muchas veces como quiero; es decir, actuar bien, sé que hay algo dentro que me impulsa a ser auténtico. De ahí es que tengo que partir. ¿Y, quién dice la gente que es el hijo del hombre? Llegado Jesús a la región de Cesárea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos:"¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?". Ellos dijeron: "Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”. Entonces, Jesús les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro le contestó: "Maestro, Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que vive en nosotros". Replicando Jesús, le dijo: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado hombre alguno, sino mi Padre que está en los cielos".+ (Mt 16, 13-18) Jesús vivió una experiencia similar a la mía. Sí. Hay que hacer una claridad. En el tiempo de Jesús, y aunque los profetas habían anunciado la venida del Mesías, el concepto era algo bien diferente. El Mesías esperado era un Hijo de Dios con grandes poderes políticos y religiosos, un Hijo de Dios que cambiaría la historia del Pueblo. Pero no como la quería cambiar Jesús. Por eso, al Jesús pasar, aquéllos que esperaban ese tipo de Mesías, no podían reconocerlo; no sabían quién era. Jesús era un Mesías distinto: un Mesías pobre, entregado a los pequeños y débiles. Un Mesías que venía a salvar a los pecadores. De ahí la pregunta de Jesús a sus discípulos. Jesús creía que ellos también estaban influenciados por los comentarios del ambiente. Pero no fue así. La experiencia personal, el contacto con la VIDA que les despertaba Jesús, los hizo, poco a poco, conocerlo. Por eso la actitud de Pedro. Pedro sí sabía quién era Jesús, pues fue capaz de ver más allá que lo que el común de la gente veía. Y eso sólo puede inspirarlo Dios. Jesús se sentía incomprendido, por eso pregunta a sus discípulos, quién cree la gente que es Él, y luego lo que creen ellos. Un silencio. Sólo la voz de Pedro resonó en ese momento. . A Jesús definitivamente no lo entendieron. Su actuar era tan diferente de lo que la gente pensaba, que fue causa de muchas contradicciones. Él quería llegar a los despreciados de la tierra, a ésos, que según la ley, no tenían participación alguna en la vida de Israel; a ésos que los fariseos y saduceos tachaban como pecadores, como impuros; a ésos con hambre y sed de justicia; a ésos a los que nadie extendía una mano o dirigía una palabra de aliento. Sí, ése es el SER DE JESÚS. Un acercarse, un llegar a todos los hombres, pues su intención es la de salvarlos; la de transmitirles el amor de Dios Padre. Jesús, definitivamente, no podía actuar de otra manera, tenía que ser fiel a lo que sentía dentro, a ese compromiso de salvar a los más pobres, pecadores y pequeños, aunque éste no fuera el ideal de la sociedad judía de su tiempo. Esto, precisamente, es SER ÉL MISMO, pues Jesús descubría la voluntad de Dios al escuchar la voz de su corazón. Hoy, se me extiende esta invitación: Escuchar la voz que habla allá en mi interior. Es estar a la escucha: No a las voces del ambiente que, comúnmente, no me traen mensajes de vida, sino de despersonalización. No a las voces de los otros que tienen tan sólo una imagen de mí y no me conocen tal cual soy. No a las voces de quienes quieren manejar mi vida a su antojo haciéndome perder mi verdadera identidad. Pastoral de la Escuela Pía de Colombia