HOJARASCA DEL OLVIDO El casillero siempre era el mismo: custodiado por gruesas columnas basálticas de concreto ciclópeo con una perfecta iluminación deficiente y una claustrofóbica sensación de calidez, sus olores ya tan característicos, a tinta para sellos, a fajos de billetes nuevos y billetes usados, a cintas para validadora y a sonetee a plástico y a papel a mueble desgastado y a silla empolvada, lo hacían parecer un lugar inapropiado para trabajar inapropiado para vivir pero sí un lugar al que asistían a diario a un ritual ceremonial un conjunto de elementos que estaban ubicados siempre en el mismo sitio y en diferente ubicación en un minúsculo universo, todos ellos enredados en una maraña de cables que se cruzaban por todas partes semejando un manglar exhibiéndose por todo el lugar como si fueran guirnaldas navideñas con un lúgubre color negro. El monitor de plasma con su delgadez extrema, que alguna vez fue el orgullo de una tecnología de avanzada, que ya hoy empezaba a sentirse cansado y opaco, obsoleto y vetusto; también estaba el computador, que una vez había sido gloria vanguardista de los sistemas que revolucionarían el procesamiento de datos, hoy ya semi desplazado por el avance a pasos agigantados con los que la tecnología evoluciona, que hacen que tengan una vida muy corta de utilidad ya que sus sucesores están a la vuelta de la esquina dotados con mayor capacidad de memoria y mejores tiempos de respuesta. 1 Entre tantos elementos se hallaba la simple pero funcional sumadora Casio siempre cargando con el rollito de papel a la espalda alguna más pretenciosa que otra por pertenecer a un modelo más reciente, pero todas por igual, parecían negarse a desaparecer al sentir que ya eran consideradas un elemento inútil, pasado de moda, cuando se tiene un computador con infinitas funciones que bien puede realizar el trabajo de su pariente lejana la que sólo poseía unas mínimas funciones matemáticas, el computador era a la calculadora lo que es el ipod al radio de transistores, de esos que venían con una correa de colgar y las pilas las llevaban por fuera. El cofre de seguridad, donde se guardan celosamente innumerables fajos de billetes de todas denominaciones que representan un símbolo del imperialismo y toda la esencia de una sociedad consumista, empotrado inmóvil y amparado bajo tantas medidas de seguridad, a decir verdad nada era más invulnerable que él y se lamentaba porque le habían contado que los seres invulnerables eran sólo un producto de la imaginación y esto lo hacía a veces dudar de su propia existencia En el casillero también vivían muchos otros personajes que formaban parte del diario vivir y de la rutina frecuente que acostumbraba reinar en aquél metro cuadrado de recinto laboral, estaban entre otros un saca ganchos que tantos mordiscos a los ganchos había dado que ya empezaban sus dientes a sentirse debilitados y corroídos, una cajita con sellos, muchos ya descontinuados otros innecesarios otros vencidos pero todos con algo en común : totalmente manchados por la misma tinta y lastimados por el continuo golpeteo al que se 2 veían sometidos cuando eran aplastados contra una almohadilla y luego sobre todo tipo de papeles, recibos, cheques, consignaciones y notas contables que se llevaban un recuerdo suyo, para algo debían servir los sellos, estaban con ellos la perforadora que le encantaba mordisquear todo cuanto papel le dejaran acariciar, una lamparita de luz ultravioleta con lupa y todo que representaba la más sofisticada medida de seguridad para el visado de todo tipo de títulos valores; en el rincón había una cajita que contenía cantidades de bandas de caucho mezclados con los clips que en el momento de ser requeridos se negaban a desprenderse de sus compañeritos y siempre salían de a dos de a tres pero nunca de a uno. El caos parecía protagonizarlo todo y un desorden cotidiano era la característica principal del casillero pero además estaba Chucho el cajero, personaje que siempre llevaba el lapicero en la oreja o mordisqueado entre sus dientes, era el encargado de dar vida y uso diario a todos estos elementos del casillero los hacía que cobraran vida y desempeñaran individualmente la labor para la cual habían sido inventados. Chucho bastante reconocido por todos por su gentileza y compañerismo como un empleado idóneo y flemático atento y de calidez humana desempeñaba su labor de cajero con bastante sabiduría sin pragmatismos ni favoritismos sino haciendo uso de sus conocimientos y de sus principios. Había estado dedicado a esta función por más de quince años teniendo que aprender cantidad de procesos que año tras año eran modificados mejorados 3 pero en todos los casos no dejaban de ser tediosos y repetitivos, sin embargo tenía una rutina tan precisa que se daba cuenta casi al instante si cometía un error y de inmediato lo corregía, en su larga carrera de contador de billetes recordaba una sola vez cuando se le pasó un billete falso y lo tuvo que reponer de su bolsillo y el de 2.000 pesos que aquella vez le metieron se pasó a vivir a su habitación azul mediterráneo bajo del vidrio de una mesita adornada en crochet donde permanecía el billete falso como una diminuta ruana de Marulanda. Atendía a sus cliente a través del vidrio de su cubículo ese vidrio traslúcido de grueso espesor con una circulo como medio de comunicación que tantas veces lo limitaban para conversar con sus clientes porque cuando hablaba casi siempre la respuesta del cliente era un interrogante , cómo dice? Y entonces volvía a repetirle que me recuerde el número de su cédula ... Ese vidrio fronterizo como muralla china que se hacia llamar la ventana del banco pero más bien parecía un obstáculo entre Chucho y el cliente. A su casilla llegaban gentes de todos los géneros: clientes y usuarios ( aún no veo la diferencia entre ambos), hermosas mujeres con las que Chucho galanteaba de cuando en vez o casi todas las veces, ancianos rebeldes caprichosos, ancianas humildes, aristócratas desinformadas, obreros municipales empleados del género pequeño burgués carniceros y vendedores de papa, mensajeros y farmaceutas y comerciantes en general además de uno que otro chileno que esporádicamente visitaban la fila con sus paquetes extraños, en fin era un desfile de toda la sociedad que en su mayoría 4 murmuraban entre dientes una que otra frasecita salida de la impaciencia que resultaba de las endemoniadas filas que tenían que soportar mientras Chucho aplicaba todos los procesos y con una lentitud metódica para ir despachando uno a uno los desesperados clientes. En su habitación azul todo era igual además de existir cierta similitud con su lugar de trabajo, aunque la habitación era todos los días la misma, a Chucho le resultaba cada noche diferente hoy era rectangular o cuadrada, ayer pareció ser ovalada o tal vez hexagonal quizá mañana elíptica o triangular todo dependía del cansando día que llegaba a su final y con él terminaba una jornada que si reflexionaba un poquito, por ese día de trabajo, Chucho había dado un día de su vida y era algo que jamás recuperaría sin contar además que en aquel cubículo también se habían quedado su aguda visión la cual era cada día menos eficiente, su cabellera que a través de los años se le fue cayendo como las hojas de los árboles cuando en otoño son arrebatadas de las ramas por el viento y viajan convertidas en hojarasca del olvido entonces pensaba que si tanto esfuerzo había valido la pena y era cuando la habitación cambiaba de forma y las paredes, urgidas de pintura nueva, develaban un sepia como de tristeza que le arrebataban el azul mediterráneo de la habitación, un azul alegre y dinámico que una vez fuera aquel cuarto, como si ese azul fuera la vida que Chucho quisiera haber tenido con cantidad de sueños por realizar con la que fantaseaba cada momento de nostalgia pero a la que se negaba a desistir pues creía que si la vida era un sueño azul y los sueños eran solo sueños entonces qué era la vida sin los sueños? era esa 5 realidad mutilada que se filtraba a través del color sepia de tristeza, un sepia de silencio y nostalgia que negaba la posibilidad de ser feliz y que mostraba una realidad fría y sombría que luchaba con los sueños y quimeras de color azul esos sueños que eran la vida de Chucho Pero el cuarto se veía bien, pulcro y silencioso, el cuarto de Chucho se veía bien todos los días ese cuarto cómplice tantas veces de su soledad, y compañero en sus desvaríos ese cuarto de penumbrosas noches de desvelo cuando el insomnio le susurraba al oído tantos planes y proyectos tantas preocupaciones y tonterías dibujadas en el cielorraso así como tantas mujeres dibujadas en su memoria y en esas noches de no dormir las sentía tan cercanas y se aferraba a sus deseos y terminaba masturbando la noche y durmiendo con sus recuerdos bajo la almohada pero el cuarto seguía viéndose bien, aún con la enorme colección de libros polvorientos, decolorados por los rayos de sol que los bañaban cada mañana al filtrarse tímidamente a raudales a través de las ventanas esos libros algunos clásicos literarios otros de manualidades y bricolaje que reposaban en el estante superior prisioneros del olvido y muriendo de viejos sin que nadie los leyera; estaba además la envidiable colección de cassetes que ya nadie escuchaba ni admiraba colección que otrora fueran el orgullo de Chucho cada vez que sus amigos le envidiaban y le atesoraban por la buena música que contenían; había de todo desde boleros matanceros pasando por los corraleros de majagual y toda la colección del binomio de oro sin dejar de lado la colección completa de Pastor López y los infaltables tangos y milongas del repertorio argentino, la verdad 6 era música que nadie ya quería volver a escuchar pero ahí estaban silenciosos bajo los libros entre porcelanas baratas además de una curiosa colección de telescopios con fotos de cuando era niño y deambulando de la mano de su abuelo o su tío o su mamá, eran fotografiados por plena calle frente a la piedra gigante que aún está por el club Manizales y a los días siguientes reclamaba una diminuta foto insertada en un telescopio de bolsillo que servia de llavero que tuvieron su época de moda en la historia fotográfica de la sociedad urbana de los setentas y que terminaron en el rincón de los recuerdos cuando en blanco y negro desde el presente se quería echar un vistazo a los días alegres de la infancia los días de la escuela, esos días de pantalones cortos cuando terciaba una cantimplora en forma de pez llena de chocolate, y envuelta en un plastiquito llevaba una arepa sin más, cuando ir a la escuela era una aventura pues allí estaban sus amigos, sus sueños e ilusiones así como también los cromos de figuras de bludemon y santo, el enmascarado de plata , y en las esquinas del barrio, los trompos y las y vueltas a Colombia alrededor de la manzana con tapitas de gaseosa estaban en pleno furor . . . cuando aun era posible soñar . . . Sobre el televisor aún vivía esa carpetita de lana en crochet que su mamá le había tejido a decir verdad habían carpetas de alegres coloridos por todas partes en el nochero en las repisas en el estante debajo del radio y a manera de sobrecama, la obra maestra que había tejido doña Mariela, la mamá de Chucho, que pasaba sus tardes de sosiego con la noble tarea de hacer costuritas de lana, carpetas de centro una que otra bufanda y por supuesto 7 tendidos de cama con elaborados cuadritos de diez por diez y diferentes colores que sobre la cama tendida, parecían una ciudad con calles y carreras o mejor un tablero de ajedrez. Doña Mariela ya estaba pensionada y soñaba con seguir trabajando , en las tardes de costura divagaba con el matrimonio de su hijo que aún no se daba, Quería verlo casado antes de marcharse porque en eso piensan la mamás y como era hijo único era lógico que algún día su hijo, que ya pasaba los cuarenta, se casaría y se traería su mujer a vivir a la casa, para invadirla de nietos y así pasaba las tardes desbaratando costura para volverlas a hacer, como Penélope esperando a Ulises como el coronel esperando cartas que nunca llegaban o como un patriarca en sus años de otoño, cuando fundía moneditas de oro para hacer pescaditos de oro y después fundía éstos para volver a hacer moneditas y luego fundirlas para hacer pescaditos . . . Una mañana de abril era viernes finales de mes Chucho en su casillero como siempre atendía pausadamente para evitar algún error y siempre cuidadoso en todos los controles: que firme aquí por favor, que apunte su número de cédula, que repitamos la huella porque no está legible, que la firma requiere de un visado, que el cheque requerirá un visto bueno del gerente porque está en sobregiro, que no puedo darle el saldo porque usted no es el titular, que un momento por favor porque se cayó la línea, que lo siento mucho señora pero hoy le toca a la letra M, que cuente bien la plata antes de retirarse de la casilla que tiene que dejar en valor proporcional que cubra el cuatro por mil . . . y así internado en la jornada diaria de trabajo, en la fila gentes de toda clase 8 esperaban turno para ser atendidos, en la casilla de Chucho una anciana de rizados y blancos cabellos y con una mirada tierna y una expresión un tanto de orgullo, pacientemente esperaba que le pagaran su mesada de pensión fue entonces cuando Chucho luego de revisar todo el procedimiento dirigió la vista a su cliente, observó detalladamente a la anciana y con un tono suave y delicado seguro y veraz le dijo: sí señora, yo sé que usted es mi mamá pero permítame ver cédula de ciudadanía. _______________________________________________________ JOSE ALBEIRO MUÑOZ 9 DE LA PEÑA.