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Sobre Moneyball, por Angel Alayón
Angel Alayón · Thursday, October 27th, 2011
Hay gente que odia a los Yankees de Nueva
York. 27 series mundiales y 40 títulos de liga
porque pueden pagar a los mejores peloteros,
sostienen. El dinero no compra la felicidad,
pero puede comprar campeonatos, dicen. Para
qué contar con una estrella cuando se puede
tener a todas, acusan. El béisbol es injusto:
#occupyYankeeStadium, gritan.
La nómina de los Yankees en 2011 es de 201 millones de dólares. Con ese monto se
hubiera podido pagar la nómina de los Piratas de Pittsburgh, los Rays de Tampa Bay,
los Padres de San Diego y los Reales de Kansas City. Puede que el lector sea
antiyankee o no, pero hay que reconocer que todos los años los equipos de
presupuestos modestos deben responder una pregunta: ¿Cómo podemos competir
contra los grandes dueños del capital del béisbol?
Billy Beane, gerente general de los Atléticos de Oakland, propuso una respuesta a esta
interrogante que hubiera ganado un gesto de aprobación del mismísimo Sun-Tzu: “No
podemos ganarle a los Yankees haciendo lo que los Yankees hacen. Si hacemos lo que
ellos hacen, siempre vamos a perder, pues ellos tienen tres veces más dinero que
nosotros”. Beane sabía que el futuro de su equipo no estaba en la contratación de
“estrellas”, sino en maximizar lo que podían hacer con su modesto presupuesto. Como
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David, supo que no podía enfrentarse al gigante Goliat de igual a igual. Necesitaba
una honda con la cual vencer a su rival. Si no eres un gigante y debes enfrentarte a
uno, mejor utilizar la astucia que la fuerza. Billy Beane, si quería ganar, tenía que
innovar.
***
En un vuelo de Puerto Rico a Caracas en abril pasado me encuentro rodeado de
“cazadores de talentos” para los equipos de las Grandes Ligas, los así llamados scouts.
Viajaban a Venezuela a un “showcase”, un evento que dura varios días en el que
decenas de jóvenes entrenan y juegan con el objetivo de persuadir a algún scout de
que tienen talento para ser jugadores profesionales. Oigo a los scouts hablar sobre
béisbol, un campeonato juvenil al que deben asistir, alguno que otro prospecto y
entonces no aguanto la tentación. Decido hablarle al más dicharachero, un dominicano
que representa a un equipo de la costa este de los Estados Unidos. Luego de haber
ganado cierta confianza –solté algunos nombres de amigos y entrenadores del mundo
de béisbol que sabía me servirían de pasaporte–, empiezo a preguntarles por su
trabajo. Les cuento que en mis tiempos de jugador amateur se hablaba de las famosas
cinco herramientas en el béisbol por la cual serías evaluado por un scout: la velocidad,
la capacidad de lanzar la pelota con fuerza, la habilidad en el fildeo, la capacidad de
batear y el poder al bate. Les pregunto, impostando cierta ingenuidad necesaria, si las
“cinco” herramientas continúan siendo los criterios para evaluar a un prospecto.
Todos, casi al unísono, me contestan que sí. Me dicen que el béisbol no ha cambiado
mucho. Que si un jugador tiene las herramientas, se le puede enseñar a jugar. Hago
otro par de preguntas preparatorias hasta que llego al punto en el que pretendo
satisfacer mi curiosidad: ¿Han leído Moneyball? ¿Qué opinan? Todos, absolutamente
todos, lo habían leído. Y también todos afirmaron, con firmeza, que Moneyball era un
libro que no servía para nada, que leerlo era perder el tiempo. ¿Qué dice Moneyball
que molesta tanto a mis compañeros de avión?
***
Para ganar un juego de béisbol debes hacer más carreras que tu adversario. Y hacer
carreras cuesta dinero. Cualquiera sabe que un jugador que tenga un promedio al
bate de 300 es más valioso –más productivo– que uno que tenga un promedio de 150.
El mercado del talento del béisbol paga por la capacidad que tenga un jugador de
colaborar en la producción de carreras. Si un jugador conecta un jonrón, es obvio que
ha contribuido con la producción de una carrera. Pero si batea un sencillo, un doble o
un triple, también contribuye en la producción de carreras porque al embasarse,
incrementa la probabilidad de que su equipo anote.
Billy Beane y sus Atléticos de Oakland descubrieron que había un error en la forma
como se analizaba la contribución ofensiva de un jugador. Los equipos evaluaban a sus
bateadores principalmente por el promedio de bateo, pero el promedio de bateo no es
el mejor indicador de la contribución ofensiva, pues, en realidad, en la producción de
carreras, no importan sólo los hits, sino también las veces que te embasas aun cuando
no conectes un hit. El porcentaje de veces que un jugador se embasa es un mejor
indicador de su contribución ofensiva que el promedio de bateo. ¿Quién contribuye
más con la ofensiva de un equipo, un Jugador A que batea .300 de promedio, pero
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tiene un porcentaje de embasado de .320 o un jugador B que tiene promedio de .280
pero tiene un porcentaje de embasado de .370? Sí, las bases por bolas importan.
***
Aterrizamos en Maiquetía. Estamos esperando por las maletas. Estoy intrigado porque
he leído como el movimiento sabermétrico, cuyo padre fundador es Bill James –quien
luego de pasar años ejerciendo de profeta incomprendido fue contratado hace algunos
años por los Medias Rojas de Boston–, cada vez influye más en las decisiones
gerenciales de los equipos de las Grandes Ligas. Y estos scouts, mis compañeros de
viaje, niegan tajantemente tal influencia. Al día siguiente estarán en las instalaciones
del Centro de Desarrollo Deportivo de Empresas Polar evaluando las cinco
herramientas de los jóvenes jugadores, al viejo estilo. Old school baseball. Pienso en
esto cuando uno de los scouts, luego de tomar su maleta, se me acerca con cierto
sigilo y me dice con su acento puertorriqueño: “Además, chico, sabes una cosa, ni en
Venezuela ni en República Dominica se puede aplicar eso de la Sabermetría. Aquí no
hay estadísticas de los jugadores amateurs, mi hermano”. Una explicación lógica: el
eslabón perdido. Sin estadísticas, no puede haber análisis estadísticos. Las ideas
tienen su tiempo, pero también su espacio.
***
Billy Beane identificó que la habilidad de embasarse –en particular, embasarse por
base por bolas– estaba subvalorada en el mercado del talento en el béisbol. Y supo,
con la astucia de los pequeños, que allí estaba el arma que debía utilizar contra Goliat.
Manejar el conocimiento de que embasarse estaba subestimado –y batear para
promedio sobrestimado– le permitiría lograr un desempeño superior por dólar
invertido. En otras palabras, producir carreras y ganar juego, le costaría menos que
sus adversarios mientras pudiera explotar esa información.
La revolución en los Atléticos comenzó en la forma como se contrataba a los
prospectos. La lista de prioridades cambió: ahora, lo que interesaba en los peloteros
era la capacidad de embasarse, no sólo la de batear hits. Y la capacidad de embasarse
no puede ser evaluada por un scout en una visita para un “showcase”, como lo harían
mis compañeros de avión. La capacidad de embasarse sólo puede conocerse por las
estadísticas del desempeño de los jugadores durante sus años colegiales. No importa
si el jugador “pinta” como pelotero, si tiene “estampa”. No importa si es un poco
gordo o tiene movimientos poco agraciados. Lo que importa es si el jugador ostenta un
buen porcentaje de embasado comparado con el resto de los jugadores de béisbol
cuando importa, es decir, cuando se juega béisbol de verdad. Justicia poética: la
estadística al servicio de la destrucción de prejuicios.
***
Batear es una tarea compleja. La pelota se aproxima a al home plate 150 kilómetros
por hora. El bateador no tiene más de 0,20 segundos para decidir si hace swing o no.
La zona de strike, ese rectángulo –imaginario– que se proyecta sobre el home y cuyos
límites los define la distancia de tus codos a las rodillas cuando estás en posición de
bateo, es pequeña. Determinar si el lanzamiento pasará por allí no es fácil. Esa es la
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zona de strike en las reglas, pero además hay que considerar que cada árbitro tiene su
“zona”. Y por si las complicaciones fueran pocas, los lanzamientos varían en su
desplazamiento y velocidad: hay rectas, curvas, sliders, tenedor, cambio y muchas
otras variantes. Tener “buena vista” o ser “selectivo” no es una habilidad común. Por
mucho tiempo, la “responsabilidad” de la base por bolas recaía en el lanzador. Eran
consideradas una especie de error del lanzador, como cuenta Lewis en Moneyball, por
lo que no había crédito para el bateador. Ahora, en el béisbol moderno, se reconoce
que tomar una base por bolas es un verdadero arte y que el bateador tiene
responsabilidad y mérito. Y esa habilidad, se paga.
***
Los economistas Jahn Hakes y Raymond Sauer aplicaron métodos econométricos para
evaluar la hipótesis planteada por Moneyball. En particular, analizaron si hubo
habilidades subvaloradas en el béisbol durante el período 1999-2004. Los resultados
son fascinantes: el estudio encuentra que sí existieron ineficiencias en el mercado de
talentos en las Grandes Ligas durante el principio del período estudiado. Los Atléticos
de Oakland sí explotaron la subvaloración de la habilidad de embasarse, como sugiere
Michael Lewis en su libro. La aplicación de métodos estadísticos para entender el
juego funcionó para Beane y su equipo: los Atléticos ganaban más juegos por dólar
invertido que sus rivales. Sin embargo, ya para el año 2004, la subvaloración de la
capacidad de embasarse se había perdido. Los equipos empezaron a imitar la
estrategia de los Atléticos de Oakland, y aquellos jugadores que se embasaban más,
empezaron a ser compensados en consecuencia. Es también el precio del éxito: la
imitación. Si tu ventaja se basa en estrategia imitable, tu ventaja se desvanecerá. Pero
Beane, como muchos otros gerentes de equipos profesionales, seguirá buscando la
forma de maximizar sus victorias con su presupuesto. Innovación es también el
nombre del juego.
***
Pronto estará un jugador en cuenta de 3 bolas y 2 strikes. Desde niño le enseñan a los
jugadores que en ese conteo debes ser un poco menos selectivo: “hacerle swing a lo
que se parezca”. Nadie quiere “poncharse” sin al menos hacer swing. Vendrá el
lanzamiento, estará cerca de la zona y sin embargo el bateador la dejará pasar. Cuarta
mala. A primera. Considere aplaudir un poco más fuerte.
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Moneyball
Michael Lewis
(Norton, 2004)
Lea también: La leyenda de Armando Galarraga, por Angel Alayón
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